Los Fuereños

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1 LOS FUEREÑOS JOSÉ TOMÁS DE CUÉLLAR Presentación, edición y notas Verónica Hernández Landa Valencia Fernando Morales Orozco

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Novela corta mexicana

Transcript of Los Fuereños

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    LOS FUEREOS

    JOS TOMS DE CULLAR

    Presentacin, edicin y notas

    Vernica Hernndez Landa Valencia

    Fernando Morales Orozco

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    I

    Procedente del interior acaba de llegar a la estacin del Ferrocarril Central una familia

    compuesta de un seor gordo, trigueo y de poca barba y vestido con chaqueta de lienzo,

    sombrero galoneado y plaid; una seora, gorda tambin, con vestido de percal y tpalo a

    cuadros, dos nias de diecisiete y veinte abriles con vestido de lana y seda y sombrero a la

    francesa; viene adems Gumesindo, el hermano de las nias, que es un charrito hecho y

    derecho. Trae pantaloneras de pao negro, con botonadura de plata, chaqueta negra con

    alamares y sombrero canelo con ancho galn de oro y dos chapetas que consisten en un

    monograma de plata sobredorada con las iniciales G. R.

    El seor gordo, que se llama don Trinidad, y su mujer, que se llama Candelaria, no

    paran mientes en que pueden parecer payos y lo ven todo con asombro, vienen a la capital

    de la Repblica por la primera vez y por la primera vez ven el ferrocarril.

    Las muchachas se mortifican de la atencin exagerada de sus padres y, aunque a

    ellas les llama todo no menos la atencin, fingen no impresionarse para hacer cumplido

    honor al corte francs de sus vestidos.

    Mira qu de gente, Trinid, y qu de extranjeros!

    Por de contado, todo esto es de extranjeros.

    Arrimo el coche? pregunta un cochero.

    Tiene usted equipaje, amito?

    Llevo los bultos?

    Un coche! Quiere usted un coche?

    Trigalo pues dijo Gumesindo, que era el ms garboso de la familia.

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    Por ac se sacan los equipajes, amito deca un cargador diligente; tiene

    usted el taln?

    A ver, a ver, quin trae el tompeate de los dulces?

    Lo tiene Clara dijo una de las nias.

    Y t, Guadalupe, traes la maletita?

    Aqu la tengo dijo Gumesindo.

    Todo est completo?

    No falta nada.

    Vamos a ver los equipajes.

    Aqu estoy, seor, no tenga usted cuidado exclam un joven acercndose a don

    Trinidad; ya tengo los talones y tendr usted su equipaje esta misma noche; son cuatro

    bales y una caja. Pierda usted todo cuidado, la casa responde. Conque al hotel Central, no

    es eso?

    S, al Central.

    Monten ustedes en el coche. Mira dijo el del express, lleva a los seores al

    hotel Central.

    Est bien, amigo... fiamos en que...

    Pierda usted cuidado.

    La familia se instal en el coche y el cochero, al cerrar la portezuela, dijo:

    Ya sabe su merc, doce reales.

    Cmo doce reales!, pues a cmo es la hora?

    Pues es lo convenido.

    No, yo no pago doce reales; dicen que es a cuatro reales la hora.

    Estar muy lejos dijo doa Candelaria.

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    Bueno, est bueno amigo dijo Gumesindo; vmonos.

    El cochero subi al pescante y parti.

    II

    No bien se haba instalado la familia en el Central, lleg el corresponsal de don Trinidad, a

    quien no conoca personalmente.

    Don Trinidad Ramrez?

    Servidor de usted. Usted es el seor Gutirrez?

    El mismo. Cunto gusto tengo de ver a ustedes por ac!, qu tal camino?

    Hombre!, hombre!, es como cosa de magia!

    Yo estoy atarantada todava dijo doa Candelaria.

    Nunca haba usted visto un ferrocarril?

    Quia!, no seor, y si no es por ste dijo sealando a su marido, no me

    hubiera arriesgado. Eso, por mucho que me digan, es peligroso. Si viera usted cmo

    pasaban los rboles! Jess de mi vida!

    Pero en fin dijo el corresponsal, el viaje ha sido feliz.

    Por supuesto, seor Gutirrez, pero qu extranjeros estos! Nada, amigo, debemos

    confesar que lo saben hacer. Para qu es ms que la verdad. Si le hubieran dicho a mi

    seora madre que habamos de venir de all en casa en catorce horas se hubiera echado a

    rer.

    Pues y dnde me deja usted el telgrafo! dijo doa Candelaria.

    Vaya, pero eso es viejo. Ahora hay otra cosa que se llama el tele...

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    El telfono.

    Eso! Y es cierto que se platica?

    S, seor, pronto lo va usted a ver.

    Y cmo es eso?

    Es como el telgrafo, mam dijo Clara, con la diferencia de que el telfono

    es para or.

    Para or qu?

    Para or la voz de usted a una gran distancia.

    Ay, qu vergenza! exclam doa Candelaria. Quiere decir que, si tengo

    algo que decirle a mi marido, lo oye todo el mundo.

    No, mujer, nada ms que t y yo. Podemos secretearnos por el telfono sin que

    nadie nos oiga.

    No, eso es imposible, porque si yo estoy lejos, tienes que gritarme.

    En eso est el secreto y la invencin.

    De los extranjeros, por supuesto!

    S, mujer, todas esas cosas son de Europa.

    Habrase visto! Yo quisiera ver el telfono.

    No hay inconveniente, seorita dijo Gutirrez, yo voy a ensear a ustedes

    todo lo que hay de notable en la capital.

    Ah, qu bueno! exclamaron las muchachas. Esta noche vamos al Zcalo.

    Por dnde est el Zcalo?

    Muy cerca de aqu, y el circo, el teatro de Variedades y el Recreo de los Nios.

    Conque todo eso hay?

    Tenemos adems la compaa italiana de la seora Tessero.

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    Y qu es eso, pera?

    No seora, comedia en italiano.

    En italiano!, y por qu no en castellano, que es lo ms natural? Por mi parte,

    apuesto a que no les entender una palabra. Y qu, les tiene cuenta?

    Vea usted, la compaa no ha ganado gran cosa...

    Por de contado, si no se les entiende.

    No se lo he dicho a usted, seor Gutirrez, todo es extranjero, hasta el teatro. Vea

    usted, nunca habamos visto eso de comedias en italiano. Nada, nada, esto va a ser de los

    extranjeros, y los hijos del pas nos quedaremos a un pan pedir.

    Pues vamos a tener tambin pera francesa.

    Otra te pego! exclam doa Candelaria, para que canten en francs.

    Tampoco voy a entenderles una palabra.

    Mis hijas dijo don Trinidad, mis hijas estn aprendiendo francs; ya eso es

    otra cosa.

    S, pap, pero no llevamos ms que tres meses.

    Bueno, pero ya entienden.

    Y usted, jovencito? dijo Gutirrez, dirigindose a Gumesindo.

    ste es ranchero. A ste qutelo usted de lazar y andar a caballo y no sabe hacer

    nada. No es para los estudios.

    A l le gusta el campo agreg doa Candelaria.

    Bueno, bueno.

    Pues ya se ve. Mire usted lo que son las cosas, seor Gutirrez, a m no me pesa

    que Gumesindo no haya nacido para los estudios, porque de esa manera me acompaa en

    los negocios de campo, en las labores y todo lo que se ofrece por all. No que mi otro hijo,

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    Nicols, casi ya ni lo conocemos; le dio por los libros y se perdi; ya tena su tierrita, y ya

    hubiera levantado algo, pero al muchacho me lo alucinaron unos estudiantes en vacaciones

    y le dio por letrado; se vino a Mxico hace diez aos y el muchacho se ha desnaturalizado y

    se ha hecho ms catrn de lo que yo quisiera; le da por periodista y por hereje, eso del

    positivismo que anda tan en boga entre los estudiantes. Sea lo que fuere, haga usted cuenta

    que hemos perdido a Nicols; apenas nos ha escrito y le parece que su familia no le honra

    segn como se porta con nosotros. Dice que estamos muy atrasados y que somos payos; a

    ste no lo puede ver porque dice que es un bruto; dice que tiene compromisos polticos y ya

    est metido con la gente de arriba. Ya lo ve usted, no ha ido a recibirnos. Sus hermanos le

    escribieron dicindole el da y la hora en que tenamos que llegar, pero nada, ni por asomos;

    andar en juntas o en bailes, o en qu s yo qu danzas.

    Pero est en Mxico? pregunt Gutirrez. Acaso no habr recibido las

    cartas.

    No lo s. Sobre que nunca nos escribe! Yo le aseguro a usted que estoy

    arrepentido, no por l sino por nosotros, de haberle dado gusto. Porque vea usted, lo mismo

    le ha sucedido a un compadre mo; hizo catrn a un hijo rancherito que tena y lo perdi en

    la capital; lo envi dizque a estudiar y se lo malearon hasta el punto que muri el muchacho

    de mala muerte. Desde entonces dijo mi compadre: Pues lo que es a stos refirindose a

    sus otros tres hijos, los quiero ignorantes, pero honrados y trabajadores. Yo no quiero

    abogados pcaros ni revolucionarios en mi familia. Los quiero agricultores a la vieja

    usanza; no con mucha qumica ni muchas matemticas como esos agricultores de la

    Escuela que saben sembrar cebada en el pizarrn, pero se les achahuixtla1 en la sementera.2

    1 Achahuixtlarse: enfermarse de chahuistle, nombre que se le da a un tipo plaga que padecen las gramneas. La oracin en que aparece este mexicanismo es tomada por Joaqun Garca Icazbalceta como ejemplo en su

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    Yo quiero a mis hijos rancheros y no catrines. Y as lo ha hecho, seor Gutirrez, y se va

    saliendo con la suya de hacerlos hombres honrados. Los muchachos son trabajadores y las

    labores de mi compadre se pueden ver; da gusto ver sus campos y sus animales. Oiga usted,

    tiene unas vacas que mejores no las hay en el mundo.

    Tiene usted razn, seor don Trinidad. Es peligrosa esta capital para los jvenes.

    Hay aqu muchas ocasiones y muchos motivos para divagarse. Por desgracia, tengo tambin

    una triste experiencia.

    Tiene usted hijos?

    S, seor. Ya tendr ocasin de hablarle a usted de las delicias de nuestra hermosa

    capital. Por ahora es necesario proceder a que ustedes tomen alguna cosa de cena.

    Me parece muy acertado.

    III

    Vocabulario de mexicanismos. Comparado con ejemplos y comparado con los de otros pases hispanoamericanos, Mxico, tipografa y litografa La Europea, 1899: . 2 Es posible vincular esta crtica de don Trinidad al sistema de enseanza con el hecho de que, a partir de 1879, el programa de la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria fue objeto de polmicas reformas que se caracterizaron por el incremento considerable en los estudios de carcter terico y el abandono de las prcticas de campo. Cf. Alejandro Tortolero Villaseor, De la coa a la mquina de vapor. Actividad agrcola e innovacin tecnolgica en las haciendas mexicanas: 1880-1914, 2. ed., Mxico, Siglo XXI, 1998, pp. 61-65: .

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    El equipaje de don Trinidad no lleg al hotel en toda la noche no obstante las protestas del

    agente. Pero el corresponsal tranquiliz a la familia asegurndole que llegara al da

    siguiente a ms tardar.

    Y en qu consiste eso, seor Gutirrez? le pregunt doa Candelaria.

    En que el express es nuevo y anda todava algo torpe. Ya saben ustedes, por otra

    parte, que aqu anda todo despacio. Nos sucede con frecuencia que llega una carta antes que

    un telegrama y que se va ms pronto a pie a cualquiera parte que en las tranvas.

    Pero cmo puede suceder tal cosa! exclam don Trinidad; yo no he

    estudiado como mi hijo Nicols, pero s que eso del telgrafo es por la electricidad, que es

    como si dijramos por el rayo.

    Exactamente. Pero no es la electricidad la que anda despacio, seor don Trinidad,

    sino los empleados del telgrafo.

    Ah, ya eso es otra cosa. Y lo de las tranvas? Cmo es que se llega ms pronto

    a pie?

    Es muy sencillo, seor don Trinidad. En otros pases las tranvas tienen por objeto

    acortar el tiempo y la distancia, porque el tiempo es dinero, segn dicen los yankees, pero

    entre nosotros no se trata del tiempo.

    No?, pues de qu?

    Simplemente de ir sentado.

    No comprendo.

    Pues es muy sencillo, mire usted. En las grandes ciudades, el servicio de las

    tranvas ha sido trazado en el plano respectivo, conforme a las exigencias de la poblacin,

    por los arquitectos de ciudad y con la intervencin del cuerpo municipal que es el

    encargado del servicio pblico; en consecuencia, una vez formado el plan de este servicio y

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    trazadas las lneas necesarias que han de proporcionar ahorro de tiempo, acortamiento de

    distancias y comodidad de los transentes, se contrata la obra bajo las bases convenientes,

    que son por lo general el poder cruzar la poblacin en varios sentidos pero en lnea recta,

    que, como sabe usted, es la ms corta. Pero en Mxico, seor don Trinidad, no es la lnea

    recta la que nos preocupa, sino la curva; sa es nuestra lnea, y por la curva vamos a todas

    partes. De esto son una prueba las tranvas, divididas en circuitos que, como los anillos de

    una cadena, se tocan entre s; de manera que el transente puede llegar a su destino despus

    de haber descrito, en vez de una lnea recta, un nmero 888.

    Cmo!, cmo es eso? pregunt doa Candelaria; y para qu son tantas

    vueltas?, eso no puede ser.

    Ya vern ustedes cmo, para ir desde la calle del Indio Triste hasta el teatro de

    Iturbide, hay necesidad de pasar por San Pablo y por la plazuela de Loreto, lo cual equivale

    a andar cuatro veces el camino.

    Eso es increble dijo doa Candelaria.

    Ha de ser agreg don Trinidad por cobrar ms.

    No, seor, nada de eso; slo se pagan seis centavos por dos circuitos, quiere

    decir, por un nmero 8.

    Entonces cmo se explica usted ese rodeo?

    Es muy sencillo. Ya hemos dicho que en otras partes el plano de las tranvas lo

    traza el municipio para bien de la poblacin. En Mxico traza el plano el mismo empresario

    para resolver un problema a todas luces favorable a sus intereses, aunque molesto para el

    pblico. Si se hubiera seguido el plan de lneas rectas y dobles vas, con servicio no

    interrumpido de carros, el presupuesto hubiera subido cuatro tantos ms. Si se contrataba

    slo una lnea, se abandonaba el terreno explotable a otras empresas rivales. Lo ms

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    acertado, pues, para la empresa, fue extender sus circuitos de tal manera que abarcasen la

    rea de la ciudad, para no dejar lugar a nuevas empresas. As el empresario monopoliza el

    servicio, y el pblico, que no se ocupa de hacer comparaciones, est muy ufano con tener

    tranvas y, como va sentado, le parece muy divertido eso de hacer nmeros 8 por slo seis

    centavos.

    Sabe usted, seor Gutirrez dijo don Trinidad, que ya no slo los

    extranjeros son ingeniosos para esto de sacarnos los tecolines?

    Qu me cuenta usted!, si ya tenemos aqu una raza mixta, no precisamente por

    cuestin de sangre, sino de lucro, que se pinta sola para explotar al prjimo. Es bueno, que

    en el Zcalo, que ustedes van a ver esta noche y cuya entrada es libre, porque es un paseo

    pblico, sucede de repente que aparece un seor que pone unas tablas y unos trapos en

    cierta porcin del Zcalo e improvisa una puerta con un letrero que dice: Entrada general,

    dos pesos.

    Ah, qu cosas nos est contando este seor! exclam doa Candelaria.

    Parece cuento, pero por descontado no habr quien pague esos dos pesos por entrar.

    Al contrario, seora, todos los ricos pagan slo por estar en un lugar donde no

    haya pelados.

    Conque slo por eso?

    S, seora.

    Y qu hay que ver adentro?

    Pues no hay nada, se ven los unos a los otros y se oye ms cerca la msica. Siendo

    de advertir que, cuando no se paga, el centro del Zcalo, cerca de la msica, es el lugar de

    la plebe y la gente elegante se pasea lo ms lejos posible, y cuando se paga se invierten los

    lugares: la plebe pasea alrededor y los ricos en medio.

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    No te dije, Trini dijo doa Candelaria, que nos bamos a divertir mucho en

    Mxico con todas esas rarezas que no hay por all? Vamos, que estoy ya como en otro

    mundo, seor Gutirrez; nos cuenta usted unas cosas!

    Las nias y Gumesindo haban guardado silencio durante el dilogo anterior, sin

    atreverse a tomar parte en aquello que interiormente reprochaban al seor Gutirrez como

    una crtica parcial y exagerada. Los fuereos vienen generalmente bien dispuestos a aceptar

    lo que van a ver por primera vez. Gumesindo y sus hermanas no queran perder sus

    ilusiones.

    IV

    Hubo de decidirse al fin que todos saldran a cenar, sin cambiar el traje de camino,

    conformndose slo con sacudir el polvo. Las muchachas, despus de desprenderse del que

    haban recogido en el camino, se pusieron polvo blanco en la cara.

    Nias! exclam doa Candelaria al ver que sus hijas hacan aquello delante de

    Gutirrez; qu dir el seor?, habrase visto descaro igual!, ya no se conforman con

    pintarse sino que ni siquiera lo disimulan. Dice bien mi marido: estos extranjeros son los

    que vienen a traernos todas esas costumbres. Vaya usted a ver! Se empean mis hijas en

    ser blancas, cuando ni de dnde heredarlo!; yo he sido prieta toda mi vida, pero eso s, slo

    agua y jabn para mi cara. Dios me libre de andar como payaso.

    Es una costumbre muy generalizada, y adems es higinico.

    Es qu?

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    Higinico.

    Y qu es eso?

    Mi mam no sabe lo que es higiene.

    En mi tiempo no haba eso.

    Ahora tampoco, seora, pero se conoce el nombre.

    Y con eso basta?

    No, seora.

    Ah!, ser alguna de esas ciencias que han dado en aprender mis hijas, porque

    ah, qu de cosas raras se estudian ahora! A ver, nias, digan al seor Gutirrez lo que estn

    aprendiendo.

    No, mam dijo una de las nias, no son cosas nuevas, todas son viejas, pero

    antes no se aprendan y ahora s.

    Yo me opongo a que suelten la lengua mis hermanas; tiempo tendrn de hablar de

    ciencias con el seor Gutirrez; por ahora lo que importa es que salgamos a cenar dijo

    Gumesindo.

    Al avo dijo don Trinidad, porque lo que es apetito no falta.

    Por supuesto a Fulcheri dijeron las muchachas.

    Se entiende agreg Gumesindo. No faltaba ms sino que nos furamos a

    meter ahora a una fonda mexicana.

    A Fulcheri, a Fulcheri.

    El corresponsal dio el brazo a doa Candelaria.

    Don Trinidad se vio obligado a darlo a una de sus hijas, y la otra se tom del de

    Gumesindo.

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    Y dgame seor Gutirrez pregunt doa Candelaria: es de rigor andar en

    Mxico del brasilete?

    Es lo ms cmodo, y los empedrados son tan malos que no sera difcil tropezar

    de noche.

    Ah, bueno, porque yo no veo bien, se me ha acabado la vista con la costura, y

    como no conozco la vereda...

    Pierda usted cuidado, doa Candelaria, tmese usted con confianza de mi brazo.

    Ay, Jess, Mara y Jos! exclam doa Candelaria al llegar a la plaza del

    Seminario.

    Qu le sucede a usted seora?

    Que me lastima el gas.

    Qu gas?

    Ese blanco del farol, mire usted qu barbaridad.

    sa es la luz elctrica, doa Candelaria.

    Por cierto de su eltrica!, si est de volverse ciego.

    Es una luz hermossima.

    Quite usted all!, qu hermoso va a ser eso, si es peor que un hachn de ocote en

    las narices. De seguro yo me voy a enfermar esta noche de la vista, seor Gutirrez.

    No se fije usted en los focos.

    Qu focos?

    Los de la luz.

    Cules son los focos? Usted tambin es cientfico, pero yo no entiendo de focos.

    Pues bien, seora, no vea usted el farol.

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    Si aunque uno no quiera!, mire usted eso. Ya lo ves, Trinid. Yo no s cmo

    aguantan las gentes los... los qu?... seor Gutirrez?

    Los focos.

    Los focos eltricos. T los aguantas, Trinidad?

    Te confieso que estn un poco fuertes.

    Pues ya se ve, y ahora comprendo, Trinid de mi alma, cmo es que hay en

    Mxico una escuela de ciegos; en mi tierra no la hay y ya caigo por qu: como en mi tierra

    no hay eltricas.

    Sabes que puedes tener razn?

    Y eso tan grande de fierro que est en el centro? pregunt don Trinidad.

    Cul?, eso con banderas?

    Es el circo Orrn.

    Orrn, y qu es Orrn?

    El nombre del dueo.

    Entonces ser el circo de don Orrn.

    Eso.

    Y qu? Circo como todos?

    Es lo mejor que ha venido a Mxico.

    Luego es de extranjeros.

    S, seora, de americanos.

    Ya lo oyes, Trinid, el circo es de extranjeros.

    No te lo he dicho ya!, vas a ver que venir a Mxico hoy es como si fuera uno a

    Francia.

    Conque todo el circo es de extranjeros?

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    S, seora.

    Ser bueno ver eso, Trinid.

    Por de contado, ya vendremos.

    Y eso otro, qu es? dijo doa Candelaria, sealando el jacaln inmediato al

    circo.

    Es el Recreo de los Nios. Es un teatrito de tteres.

    Tteres! repiti doa Candelaria, pues entonces sos s son mexicanos,

    porque los extranjeros no entienden de tteres.

    S, seora, es empresa mexicana, lo mismo que aquella otra que est en el rincn

    de la plaza; es otra diversin tambin de tteres.

    Y cunto se paga?

    Medio real.

    Oye, qu baratos son los tteres, Trinidad, ms baratos que en mi tierra. Y por el

    circo cunto se paga, seor Gutirrez?

    Un peso.

    Qu tal!, oye esto Trinidad: en los tteres mexicanos se paga medio y en el circo

    extranjero se paga un peso.

    As es en todo, y de eso es de lo que me lamento: a los extranjeros se les paga

    todo caro y al hijo del pas se le desprecia.

    En esto llegaron al Zcalo.

    Ay!, qu grande es el Zcalo! exclam doa Candelaria; es ms grande que

    el de mi tierra.

    En la tierra de usted hay zcalo?

    Pues cmo no!

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    Tambin ah, como en esta capital, emprendieron un monumento que no se llev

    a cabo?

    Monumento? No, seor Gutirrez.

    Qu objeto tiene su zcalo de ustedes?

    Pasearse.

    Entonces habr un jardn, pero no un zcalo.

    No, seor, un zcalo en forma de jardn.

    Pero quin ha bautizado los jardines con ese nombre?

    Cmo quin?, que as se llaman y eso es todo.

    Pues cmo se entiende eso, seor Gutirrez? pregunt don Trinidad.

    Mire usted, seor le contest Gutirrez, esta parte ms elevada y en forma

    circular, en cuyo centro est el quiosco de la msica, se construy para levantar sobre este

    cimiento un monumento a la Independencia de Mxico, y como Mxico ha andado hace

    muchos aos a la cuarta pregunta, renunci a su proyecto, dejando para perpetua memoria

    de sus buenos deseos esta parte elevada sobre los cimientos, que era ya el principio del

    monumento y a la que la arquitecta distingue con el nombre de zcalo. Alrededor se ha

    formado un jardn y la gente se ha acostumbrado a decir el zcalo en vez de el jardn del

    zcalo.

    Entonces es un disparate exclam don Trinidad que le llamemos zcalo al

    jardn de nuestro pueblo! Pues oiga usted lo que son las cosas, seor Gutirrez. Sabe usted

    quin le puso ese nombre? Pues fui yo, cuando funcion de presidente municipal.

    V

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    Yo quiero ver eso dijo doa Candelaria; vamos a ver lo que se llama zcalo y yo le

    dir a usted, seor Gutirrez, si lo hay o no lo hay en mi tierra.

    Los fuereos llegaron guiados por Gutirrez al centro de la plaza y don Trinidad no

    pudo menos de tocar con sus manos la piedra, exclamando:

    Conque esto es el Zcalo! Tiene usted razn, seor Gutirrez; ahora caigo en

    que, cuando hice una casita en mi tierra, el sobrestante me hablaba del zcalo. Pues seor,

    esto no tiene remedio. El jardn de la plaza de mi tierra se llama zcalo, aunque no lo tenga,

    y es seguro que as se seguir llamando en todas las generaciones venideras. Conque deca

    usted que en este lugar se pasea la gente todos los das?

    No todos los das precisamente, porque ya he dicho a usted que se turna. Este

    lugar es el favorito de la gente pobre, y se posesiona de l. La gente acomodada entonces se

    pasea por las calles tortuosas y obscuras del jardn, y para que se cambien los papeles es

    necesario poner unas tablas que aslan este crculo, destinado entonces a los ricos, previos

    dos pesos de entrada.

    Vea usted qu cosas! Y entran muchos?

    S, seor, como cuatrocientos o quinientos.

    Vlgame la Virgen! exclam doa Candelaria, quiere decir que son mil

    pesos!

    Poco ms o menos.

    Y para quin es ese dinero?

    Para Bejarano.

    Oye eso Trinid. Aprende para que hagas lo mismo all.

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    Pero mujer, si en nuestro pueblo no hay tanta vanidad como aqu.

    Que no hay vanidad? Vaya!, qu bien se conoce que no tratas a las hijas del

    juez de letras!, pues y las Rosados, y las Limones, y las Pias? Vaya!, todas esas, por ir a

    lucir la boneta, seran capaces de darte cinco pesos.

    Adems agreg don Trinidad, el zcalo de nuestro pueblo es un paseo

    pblico, hecho por el ayuntamiento para recreo del pueblo sin distincin de clases.

    Pues este zcalo es lo mismo. Slo que ese seor trigueito tiene fortuna para

    poner de su parte a los regidores, para que le alquilen a l solo lo que pertenece a todos. T

    puedes hacer lo mismo, mira: lo que es al sndico lo tienes de tu parte con slo que dejes

    que sus vacas sigan pastando en tus terrenos; a don Pioquinto y don Agapito, con slo que

    te hagas sordo en lo del denuncio de la parroquia, harn lo que t quieras; al pobre de don

    Lpez con diez pesos ver la gloria abierta, y as por el estilo. Yo s lo que te digo, Trinid:

    si t no te ingenias no haces letra, y de algo nos ha de servir hacer tantos gastos para venir a

    la capital. No me decas que aqu se aprenden muchas cosas? Pues ya lo ves, y la primera

    que hemos aprendido vale la pena. Decididamente, Trini, al volver, lo primero que hago es

    pedirle sus tablas prestadas a mi compadre, que tiene tantas, y ya vers cmo hacemos

    nuestro circo de a pesote la entrada.

    Bueno, ya seguiremos hablando de eso; por ahora vamos a cenar, porque ya me

    muero de hambre.

    Es lo mejor que podemos hacer dijo Gumesindo, que hablaba poco.

    Siguieron andando por el jardn con direccin a la calle del Refugio y doa

    Candelaria pregunt:

    Y estas sillas?

    Se alquilan contest una mujer que estaba oculta tras de un rbol.

  • 20

    Oye Trini, todo aqu se alquila. En mi tierra se sienta la gente en el jardn de la

    plaza, sin pagar; tenemos bancas, eso s, de piedra, pero se sienta todo el mundo sin

    sacalia de ninguna clase.

    Entraron por fin a Fulcheri y Gutirrez instal a la familia en un gabinete. Gutirrez

    fue el primero en quitarse el sombrero y colgarlo para indicarle a Gumesindo y a don

    Trinidad que lo imitaran, pero ya hemos dicho que el sombrero de Gumesindo era

    descomunal y fue necesario colgarlo del barboquejo. Apareci un criado con la lista y

    Gumesindo ley en voz alta: Consom, sopa de ostiones, pasta italiana...

    Nosotras consom dijeron las muchachas, que ya venan aleccionadas por su

    hermano.

    Qu van a tomar estas nias? pregunt doa Candelaria.

    Consom.

    Y qu es eso?

    Caldo respondi Gumesindo.

    Caldo a estas horas, con tortillas?

    Aqu no hay tortillas.

    Adis!, caldo y con pan, sea por el amor de Dios.

    Yo sopa de ostiones dijo Gumesindo, y ustedes? pregunt a su mam.

    Mira, yo no conozco esos guisos; que los traigan a ustedes y ver por lo que me

    decido.

    Tiene usted razn, seora dijo Gutirrez, de la vista nace el amor.

    Y usted pap?

    Yo tambin espero ver con la que pierdo.

    Consom para tres dijo Gutirrez al criado y sopa de ostiones para uno.

  • 21

    Yo no s por qu me parece que me voy a quedar sin cenar dijo doa

    Candelaria.

    No diga usted eso mam. sta es una de las mejores fondas de Mxico.

    Bueno, hija, ser muy elegante, ya veo que hay espejos, pero vamos a ver el

    sazn. En esto llega el criado con lo que haban pedido.

    se es el mentado consom?

    S, mam, ste; quiere usted probarlo?

    Me parece que no ha de saber a nada.

    Pero es de mucha sustancia, seora dijo Gutirrez; es el jugo de la carne.

    Eso he odo decir.

    Vaya, que nos traigan consom decidi don Trinidad. Efectivamente

    continu, cuando lo hubieron trado, no tiene mal gusto y s es de sustancia... Qu te

    parece, Candelaria?

    La verdad: ste ser un caldo muy bueno, pero est en francs. Prefiero el nuestro

    con arroz y garbanzos.

    Las nias no pudieron menos que hacer notar a su mam que tales rasgos de

    franqueza haran rer a los criados. Gumesindo tomaba sopa de ostiones por la primera vez,

    obedeciendo a cierta tradicin transmitida por un amigo suyo que haba venido a Mxico

    varias veces. Don Trinidad mostr buen apetito y celebr la novedad de los platillos; pero

    en cuanto a doa Candelaria hubo necesidad de mandarle dar chocolate.

    VI

  • 22

    El da siguiente era domingo. Toda la familia fue a la Catedral muy temprano, excepto

    Gumesindo que comenz a correr de cuenta de un amigo en quien haba cifrado todas sus

    esperanzas para conocer la capital. Se haba instalado en el panino de los lagartijos; quiere

    decir, en la primera calle de Plateros, formando parte de esa costra de pollos que se cran en

    las puertas y contra los muros a todo lo largo de la calle.3 Gumesindo descollaba, entre los

    pollos vestidos de negro, por su sombrero canelo adornado con anchos galones de oro y por

    su pantaln de montar ajustado a la pierna. Gumesindo peinaba los veintiuno, era buen

    mozo, de grandes ojos negros y estaba en esos momentos en que el hombre piensa slo en

    dos cosas: en su persona y en el amor. En lo segundo haba estado pensando haca tres

    semanas y consideraba que haba llegado el momento supremo de la eleccin; iba a ser feliz

    y se preparaba a la felicidad con todas sus fuerzas, pero para tal empresa no contaba con

    ms elementos que con sus atractivos personales; su vanidad le deca que con eso le bastaba

    y le pareca imposible que as como a l le haban gustado ms de diez mujeres en menos

    de una hora, l, por descontado, bien podra hacer impresin en una o dos. Para buscar ese

    sntoma se volva todo ojos y las ms veces fijaba su mirada en las seoras que pasaban,

    con ms insistencia y ms intencin de lo que conviene a un payo.

    3 Los lagartijos, vividores fatuos y ociosos con aspiraciones de nobleza, tipos sociales que, como los catrines, frecuentemente fueron retratados por la literatura del siglo XIX mexicano. Segn Clementina Daz y de Ovando, estos personajes deambulaban en las calles de Plateros, la Profesa y San Francisco donde esperaban alguna invitacin para comer o beber, o simplemente mataban el tiempo molestando con sus requiebros a las damas que pasaban a su lado. Cf. Clementina Daz y de Ovando, El enigma de los Ceros: Vicente Riva Palacio o Juan de Dios Peza, Mxico, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1994, pp. 18-20, .

  • 23

    Cierto grupo de jvenes, que lo observaban a corta distancia, lo haban declarado su

    centro de atraccin y el objeto de curiosidad y de comentarios en las largas horas de la

    ociosidad que esa nata de los colegios y las tiendas emplea en guardar las fiestas.

    Mira aquel charrito, Paco; se conoce que acaba de llegar.

    Se conoce que es un fuereo rico.

    Y ha de venir como toro de once.4

    Deja que empiecen a pasar esas seoras y vers cmo se alborotan.

    Vaya! dijo otro. Si Concha y Luisa, que acaban de pasar, sacaban medio

    cuerpo por la portezuela para verlo.

    Mira, mira, ah vuelven.

    l tambin ya pic; mralo, ya conoce el coche.

    Y Luisa viene guapa.

    Ya va a pasar, ponle cuidado.

    El coche pas cerca de Gumesindo y Luisa, efectivamente, que era una joven

    vestida de raso azul claro, sac la cabeza por la portezuela y salud a Gumesindo con la

    mano. Gumesindo extendi todo el brazo para alcanzar la altsima copa de su sombrero

    canelo y lo levant sonriendo para contestar el saludo, mientras se levantaba en los aires el

    eco de una carcajada coral salida de la costra de reptiles del lado opuesto de la calle.

    Gumesindo, no obstante, estaba absorto en su propia satisfaccin y no acert a

    conectar el saludo y la carcajada. No le daba a aquel saludo su valor real sino que, con la

    4 El toro de once es una costumbre muy difundida entre los pueblos de Tierra Caliente y constituye un preludio del jaripeo que se lleva a cabo durante la tarde. Se trata de una actividad de carcter gratuito en la que al menos uno de los mejores toros de la regin es jugado, montado o desfilado alrededor de las once de la maana. Diferentes descripciones de esta actividad se pueden encontrar en , y .

  • 24

    lgica de su vanidad, haba venido a deducir que l, joven apuesto y de apariencia

    seductora, haba impresionado a la joven del vestido azul ms que a las otras. Misterios

    del amor se deca Gumesindo a s mismo; yo hubiera querido que la otra, sa que pas

    a pie, tan elegante, tan bien vestida, tan majestuosa, hubiera sido la que... pero en fin, la

    azul es lindsima y... y es lindsima.

    VII

    A Gumesindo no poda caberle en el juicio que las mexicanas fuesen tan apasionadas de los

    charritos, pues en menos de una hora que haba permanecido apostado en la primera calle

    de Plateros haba hecho cuatro conquistas. Estaba muy ufano de que su sombrero canelo,

    tan dorado y tan grande, y sus pantalones cuajados de botoncitos de plata hubiesen

    producido un efecto asombroso. Gumesindo no caba en s de gozo y de satisfaccin, pero

    esto no bastaba a sus deseos. Era necesario, en primer lugar, decidirse por una de aquellas

    cuatro jvenes elegantes que, segn l, se haban prendado de sus atractivos y, una vez

    decidido por alguna, seguirle la pista; que ya sabiendo su residencia, era fcil dirigirle una

    atenta carta y entablar las relaciones amorosas con que haba estado soando haca tres

    semanas en su tierra. Le tranquilizaba la idea de que los coches en que iban aquellas

    beldades haban pasado ya cinco o seis ocasiones, lo cual quera decir que aqul era el

    paseo habitual.

    Entretanto, los lagartijos que lo haban estado observando desde la acera de

    enfrente, y que no le haban perdido movimiento, estaban combinando un plan.

  • 25

    Saben lo que se me ocurre, chicos?

    Ya se le ocurri algo a ste.

    ver, a ver, qu se le ha ocurrido a Nito.

    Hablo formal, y no me anden con guasas. El charrito ese debe ser rico.

    Pues ya se ve dijo un lagartijo de boca desmesurada y cabello cerdoso; ha de

    traer sus buenos tecolines para gastarlos con esas seoras, como les dicen los periodistas.

    Eso es lo que yo podra asegurar continu Nito, y creo que se presenta la

    ocasin de divertirnos.

    Bueno, hombre, bueno, a ver cul es el plan.

    Vmonos acercando y nos hacemos sus amigos.

    Pero cmo?

    Eso corre de mi cuenta.

    Pero va a desconfiar.

    No, qu ha de desconfiar! Sobre todo si las cosas se hacen con talento.

    Y ste es muy capaz de hacerlo como lo dice dijo el bocn, refirindose a Nito.

    Pues vamos, vamos.

    Espera, con qu pretexto le hablas?

    Le pido la lumbre y le tiro el cigarro. Esto me pone en el caso de pedir excusas y

    de ofrecerle otro.

    Hombre, es muy buena idea.

    Excelente!

    Pues en marcha.

    S, pero con disimulo.

  • 26

    Los tres personajes que as dialogaban se colocaron al lado de Gumesindo, que a la

    sazn fumaba un cigarro. Nito, como lo haba dicho, le pidi la lumbre y fingiendo que

    algn transente le haba movido el brazo.

    Usted perdone, caballero, pero esa seora me movi el brazo y solt el cigarro.

    Tenga usted la bondad de aceptar otro.

    Muchas gracias dijo Gumesindo, un poco turbado.

    Srvase usted...

    Muchas gracias repiti Gumesindo aceptando el cigarro. El bocn entonces

    dijo:

    Yo tengo cerillos y ofreci la lumbre a Nito y Gumesindo.

    Es tanta la gente que pasa por esta calle a estas horas continu Nito que, vea

    usted, es necesario permanecer pegado a la pared, so pena de sufrir pisotones o de que le

    tiren a uno el cigarro como acabo de hacerlo con el de usted, pero de nuevo pido a usted mil

    perdones.

    No hay de qu seor, es usted muy amable. Todas las personas de la capital son

    amables.

    Gracias, amigo. Usted viene del interior?

    S, seor.

    No haba usted venido nunca a la capital?

    No, seor. Vengo por la primera vez.

    Ah!, y est usted recin llegado...

    Llegamos anoche.

    Y qu le parece a usted Mxico?

    Es muy hermoso.

  • 27

    Y... qu tales muchachas...?

    Gumesindo sonri con su interlocutor por la primera vez.

    Oiga usted... de primera! dijo Gumesindo con la mayor sinceridad del mundo

    y dejando traslucir, en slo esa frase, todo el mundo de ilusiones que tena en la cabeza.

    En esto acert a pasar otra vez Luisa, la vestida de azul, y volvi a saludar a

    Gumesindo.

    Cmo! Amigo mo! exclam Nito, chancendose, acaba usted de llegar

    anoche y ya lo saludan a usted las nias! Cuidado que, como mexicano de la capital, voy a

    encelarme. Miren, muchachos continu dirigindose a sus dos compaeros, el seor

    llega a la capital haciendo conquistas.

    Con razn dijo el bocn; el seor es buen mozo y est vestido de charro y...

    muy bien vestido.

    Gracias, amigo.

    Me llamo Trujillo, para servir a usted.

    Gumesindo Ramrez, servidor de ustedes dijo Gumesindo tocndose el canelo.

    Conque a ver, amigo, quin es esa nia de vestido azul que le saluda a usted tan

    cariosamente... digo... si esto no es una indiscrecin, pero usted sabe que entre hombres...

    pues, entre jvenes... dijo Nito acercndose a Gumesindo y tocndole el hombro con

    familiaridad.

    No la conozco dijo el charrito ingenuamente.

    Cmo se entiende?

    Palabra de honor.

    Pero ella ha saludado a usted.

    S, varias veces, pero es por simpata.

  • 28

    Flechazo! Es usted afortunado.

    Ya me haban dicho que las mexicanas eran muy amables, pero no crea que tan

    pronto...

    Las mexicanas? repiti Nito.

    S, me haban dicho en mi tierra que hasta las seoras de coche son muy

    educadas.

    Oye Pepe le dijo al odo Trujillo a su compaero: el charrito est creyendo

    que stas son las seoras mexicanas.

    Pobre!

    Sabes, que efectivamente Nito va a sacar mucho partido de l.

    Vaya!, como que Nito es tanta...

    Pepe complet la frase con la mano.

    Pues oiga usted amigo: si usted no conoce a esa nia, yo s la conozco.

    Es posible?

    S, seor.

    Quin es?

    Es una prima ma

    De veras?

    Formalmente, una prima poltica y, como estoy seguro de que es usted un

    caballero, no tengo inconveniente en presentarlo a usted con ella.

    Hombre! exclam Gumesindo viendo allanada de un golpe una dificultad que

    le pareca insuperable.

    Era ya ms de la una de la tarde y los coches de esas seoras haban levantado todo

    el polvo posible desde la esquina del portal hasta la plaza de Guardiola. Las calles

  • 29

    principales de la capital tienen su hora de la misma manera que las personas tienen su

    cuarto de hora. Ese cuarto de hora es generalmente una debilidad. La capital tiene la suya

    que consiste en una especie de transaccin escandalosa con las mujeres pblicas.

    Aconsejamos al extranjero que no juzgue de la moralidad de nuestras costumbres ni

    de nuestros hbitos religiosos por el cuadro que le ofrecen las calles de Plateros los

    domingos y fiestas de guardar entre las once y una y media.

    Simones ms o menos desvencijados y ridculos ocupados exclusivamente por las

    prostitutas registradas por la polica, ataviadas con los colores ms chillantes y los trajes

    ms escandalosos, emprenden durante dos horas la liza de la prostitucin con la sociedad,

    en una especie de vtor o convite de circo coronado de polvo. Una concurrencia

    numerossima se coloca en ambas aceras a todo lo largo de ese hipdromo de yeguas

    humanas, que an se atreven a cruzar, con la tranquilidad de la inocencia, algunas seoras y

    algunas nias de la buena sociedad. El espectculo no es nada edificante; coches con

    mujeres pblicas, un pblico masculino, endomingado y lelo, haciendo alarde de su

    contemplacin esttica, sin las pretensiones de pasar por simple curioso. Ms bien pretende

    hacer el oso en manada, lo cual, aunque es nuevo, no es del mejor gusto. En ese pblico que

    ha resistido y resiste el apodo de lagartijas, abundan los pollos imberbes, haciendo

    castillos en el aire, lamindose los labios, baboseando los nombres de las mujeres perdidas

    y transmitindoselos para llenar la estadstica del vicio e iniciarse en sus misterios por el

    camino ms corto y a la faz del mundo, y para completar cuadro, que tan poco honra a

    nuestras costumbres, el asunto de contemplar prostitutas se combina con el asunto de poblar

    la larga fila de cantinas y tabernas que se repiten a cortos trechos en toda la avenida.

    A esto ha venido a reducirse aquella vieja costumbre de apostarse en el atrio de las

    iglesias para ver salir a aquellas seoras, en los tiempos en que todos los mexicanos, sin

  • 30

    excepcin, oamos misa, y la misa era la ocupacin preferente del domingo. Las mujeres

    que hoy se llaman esas seoras no se atrevan a exhibirse en ciertos parajes, ni mucho

    menos pretendieron jams llamar la atencin en masa, por el lujo, por el nmero y por la

    impunidad de la desvergenza.

    La polica no slo est en su derecho sino que tiene el deber de dispersar esa

    manada, para acabar con un abuso que va formando una costumbre escandalosa, indigna de

    una ciudad culta y moralizada, y est en su deber, puesto que es un gremio que le pertenece

    y del que se ha apoderado a nombre de la moralidad y la salud pblica para evitar el

    contagio no slo fsico sino moral, para garanta y resguardo de la niez inocente, de la

    virtud incauta y de la gente honrada.

    La ociosidad del pblico lagartijero y el qu se me da a m de las pocas seoras que

    an pisan esas calles a la hora del escndalo no debe tranquilizar a la polica respecto a la

    aquiescencia del pblico. En bien del decoro y de las buenas costumbres, la polica debe

    reprimir esos desmanes de sus tutoradas.

    Gumesindo, Nito, Trujillo y Pepe han tenido tiempo, durante la digresin anterior,

    de tomar la tercera copa en la cantina de Plaisant. Gumesindo pag las doce copas y las

    amistades quedaron hechas definitivamente.

    VIII

    Mientras Gumesindo se entregaba a las seducciones de la calle de Plateros, don Trinidad,

    doa Candelaria y las nias aprovecharon la maana en or misa en la Catedral, no sin

  • 31

    haber pasado una revista minuciosa a la rica coleccin de carteles del circo Orrn, sintiendo

    la ms viva curiosidad por contemplar por la primera vez en su vida un len de carne y

    hueso, un elefante y otros animales.

    Doa Candelaria se haba puesto un vestido de seda morado y un tpalo de punto;

    don Trinidad, un saco negro y el sombrero negro de fieltro altijarano que le serva en las

    solemnidades de su tierra, y las nias llevaban trajes de lana color de rosa con adornos de

    raso y velos de punto.

    Doa Candelaria y sus hijas presentaban ese contraste que el adelanto de la poca

    ofrece entre las madres que, girando en cierto crculo social, permanecen en l estacionarias

    y ven con amor, pero con extraeza, que sus hijas den un paso ms a la cultura y el

    refinamiento. Doa Candelaria no abandonaba sus costumbres, su traje y sus modales, y no

    pocas veces emprendan contra ella sus hijas una verdadera lucha para inducirla a aceptar

    alguna reforma. Vesta llevando varias faldas, quiere decir que an permaneca ampona, a

    pesar de la moda, de manera que sus hijas hacan con ella un verdadero contraste. Las nias

    tenan esa esbeltez macilenta, aunque a veces gallarda, de las jvenes de nuestra poca;

    enjutas de carne y largas de huesos, podan sin esfuerzo copiar en sus contornos las lneas

    exageradas de los figurines de La Moda Elegante5 y llevaban los vestidos angostos, cortos

    y recargados de adornos de la misma tela, los tacones altos y todas esas estrecheces

    puntiagudas del chic moderno. Doa Candelaria haba llegado a creer en su pueblo que sus

    5 La Moda Elegante (1842-1927), revista gaditana dedicada especialmente al pblico femenino. En un principio predominaban las secciones de contenido literario y costumbrista, pero a partir de 1860 creci considerablemente la seccin dedicada a los figurines y artculos de modas, junto con la relevancia de los elementos grficos y visuales. Su xito fue notable y, para 1871, era publicada tambin en Madrid y se difundi en otras latitudes, como es el caso del Mxico porfiriano (cf. Laura Gonzlez Daz y Pedro Prez Cuadrado, La Moda Elegante Ilustrada y El Correo de las Damas, dos publicaciones especializadas en moda en el siglo XIX, Doxa Comunicacin: Revista Interdisciplinar de Estudios de Comunicacin y Ciencias Sociales, nm 8, 2009, pp. 53-72 ). La Moda Elegante ha sido digitalizada por la Biblioteca Nacional de Espaa y es posible consultarla por medio de Internet: .

  • 32

    hijas iban a parecer ridculas en Mxico, pero comenz por la primera vez a concederles la

    razn cuando tuvo ocasin de compararlas con las jvenes que encontraban en la calle.

    Ya lo ve usted, mam? le decan sus hijas, esas seoritas van ms angostas

    que nosotras.

    Don Trinidad y su mujer encontraban esta sancin muy de su gusto.

    Por ms que yo no pueda ver a los extranjeros deca don Trinidad, es preciso

    sujetarse a su ley; ellos nos dan el molde y, ya lo ves, en todo se les imita. Yo saba muy

    bien que esos vestidos de las muchachas, contra los cuales te rebelaste, eran de moda y no

    haba ms remedio que aceptarlos.

    Mientras esto pasaba en el jardn del atrio de la Catedral, un coche de sitio se paraba

    frente al caf de Iturbide, en cuyo muro exterior haba una costra de lagartijos, pegados all

    como los mosquitos a la inmediacin de cualquier fermentacin alcohlica.

    En el coche iban dos seoras vestidas de raso, una de ellas, de formas robustas que

    rayaban en la obesidad, asom la cabeza y llam con tono imperioso.

    Perico! dirigindose a uno de los lagartijos, que era un pollo imberbe.

    Qu quieres?

    Hombre, Periquillo! repiti la obesa con acento marcadamente espaol,

    quieres decirme quin es un campesino de sombrero dorado que est en la primera de

    Plateros parado hace dos horas?

    Y cmo quieres que lo sepa?

    Es que yo necesito saber quin es.

    Para qu?

    No te importa; averguamelo y me vas a avisar, ejtamo?

    El pollo se qued viendo a la espaola semihumillado.

  • 33

    En esto se acerc otro pollo.

    Aqu ests t, chiquillo? Mira, aqu est sta dijo la obesa sealando a su

    compaera. Mndanos dar algo, no seas poco galante con las seoras.

    Qu quieren tomar? dijo el segundo pollo.

    Yo, cognac, un poquito, ya sabes que padezco del estmago.

    Yo tambin cognac dijo la compaera.

    Mientras el segundo pollo entr al caf a pedir el cognac, la robusta comprometa a

    Perico a que tomara noticias del charrito.

    Mira, chico, es muy fcil que des con l; lleva un sombrero canelo bordado de oro

    y en los pantalones muchos botoncitos de plata. Yo te aseguro que prefiero el nio ese a

    todos los curros de mi tierra. Mira, voy a dar una cena en la Concordia, como la del da de

    mi santo, qu te parece? Cuento contigo.

    Y con el charrito?

    Se entiende, hombre, no seas nio. Yo necesito relacionarme en tu tierra con la

    gente decente, ejtamo?

    El criado haba trado cuatro copas de cognac, que las mujeres apuraban dentro del

    coche y los pollos en la calle. Los dems lagartijos dirigan miradas turbias y equvocas al

    coche, unos para decir: Eso es pelarse y otros para decir: Mira qu malditos.

    Al recibir las copas vacas, el mozo tropez con un transente y rodaron copas y

    charola por el suelo. El ruido del cristal, al romperse, produjo la hilaridad entre los

    lagartijos; se detuvieron los transentes, refunfu el criado y se pararon otros dos coches

    con carga espaola.

    Mira qu mona se estn poniendo las de Lpez dijo una de las de los nuevos

    coches asomando la cabeza.

  • 34

    Un gendarme se par a ver, pensando en si aquello sera falta de polica, pero el

    criado haba desaparecido sin reclamar.

    Las de los otros coches venan a tomar cocktails. La costra de lagartijos haba

    entrado en ebullicin; los pollos estaban muy divertidos.

    La gorda toc el vidrio delantero y el haraposo auriga azot los caballos enclenques.

    La familia de don Trinidad haba alquilado, entretanto, cuatro sillas en el jardn del

    Zcalo.

    Pasaba a la sazn una seora plida, vestida de raso color de oro viejo y velo

    mantilla negro, zapatos bajos de altos tacones color de oro viejo y medias color de oro

    viejo, como el del sombrero de un seor trigueo que estaba enfrente. La seora aquella

    llevaba un paso mesurado, tanto cuanto poda serlo para pisar sobre la escabrosa calzada

    con los apndices puntiagudos de su calzado, y tanto cuanto deba sostenerlo para afectar

    un decoro... color de oro viejo.

    Mira qu curra va sa dijo doa Candelaria a su marido. Se conoce que es

    alguna rica de las ms encopetadas.

    Nos hemos de hacer vestidos de raso de color de oro viejo se decan las

    muchachas.

    Y zapatos del mismo color para ir a nuestra tierra a dar la ley.

    Gutirrez se present en estos momentos.

    Seor don Trinidad, seoritas... dijo saludando qu tal?

    Oiga usted, me gusta el paseo contest don Trinidad. Yo no puedo conseguir

    que el zcalo de mi tierra est tan concurrido. Las seoras de all son muy metidas. Pero ya

    un amigo mo est organizando la msica y cuando vaya usted por all, seor Gutirrez, ya

    ver usted cmo se juntan.

  • 35

    Oye, Trinidad dijo doa Candelaria en voz baja, no te parece que no es muy

    conveniente poner esa mona desnuda en un paseo?

    Cul mona?

    Aqulla de fierro.

    No la veo.

    Esa que est sobre una columna de piedra.

    sa no es mona.

    No? Pues qu es?

    Es una Venus.

    Bueno, se llamar como t quieras, pero est indecente.

    Todas las Venus son lo mismo.

    Por eso no deban ponerlas. Mira, vamos a cambiar de asiento para que las nias

    no las vean, qu te parece?

    No me parece mal, pero creo que no se han fijado; ser bueno no hacerles

    maliciar. Por otra parte, est tan chorreada la tal Venus que no debe llamarles la atencin.

    Efectivamente, la Venus del Zcalo ha llegado a su ltimo grado de desaseo y

    abandono, como las fuentes y todas las dems obras de ornato, para patentizar a la sociedad

    y a los extranjeros que en nuestros ediles no existe ese espritu de nacionalidad y de

    patriotismo que se afana por manifestar la cultura y la ilustracin de la capital de la

    Repblica. Nos hara ms honor suprimir las estatuas que poner de manifiesto nuestro

    desprecio y abandono por las obras de arte destinadas a hermosear un paseo pblico. La

    lama microscpica se ha apoderado de los pedestales que lucen a la vez los chorreones de la

    lluvia; las araas tejen sus telas en los pliegues del ropaje y entre los dedos de las estatuas,

  • 36

    en las que las huellas de las lluvias y el polvo han llegado a darles un aspecto ceniciento y

    ridculo.

    No es sta cuestin de fondos, sino de decoro pblico, porque un solo hombre, con

    un jornal de cuatro reales, podra dedicar cuatro horas diarias a la conservacin de las

    estatuas y los pedestales que de otro modo acabarn por inutilizarse en fuerza de abandono

    y de desidia. Igual servicio de aseo y conservacin requiere la banqueta de mrmol, so pena

    de que dentro de algunos meses empiece a deteriorarse por todas partes. Mientras esa

    banqueta permanezca cubierta por la tierra, el incesante trfico convierte las suelas de los

    zapatos en otros tantos aparatos despulidores que irn adelgazando las soleras hasta el

    punto que empezarn a partirse en pequeos pedazos. Ya que se hizo ese lujoso disparate,

    probemos al menos que somos dignos de pisar en mrmol porque sabemos conservarlo.

    Las calles del jardn, compuestas de pequeas piedras y de tierra suelta, han ido

    perdiendo sus capas superiores que las hacan tersas y dejan ya asomar las piedrecitas

    descarnadas, hacindose penoso el andar, especialmente para las seoras. Esas calles,

    cuando se riegan, se ponen fangosas y, cuando estn secas, prodigan polvo a los transentes

    y a las plantas. El crculo, que tiene el mejor pavimento, se le alquila a Bejarano, y este

    alquiler no se aplica a la conservacin del jardn, como era de esperarse. Los fondos de la

    ciudad deben pasar a otras manos, vista la inutilidad de los ediles.

    IX

  • 37

    Gumesindo haba trado una carta de recomendacin de un hacendado rico, colindante de

    sus tierras, para uno de los jvenes de nuestra aristocracia.

    A las ocho de la maana haba ocurrido con su carta a buscar a la persona a quien

    vena dirigida, pero el portero, al ver que Gumesindo preguntaba con cierto encogimiento,

    le contest de mala manera:

    Hum!... el nio Manuelito, deca usted?

    S, el joven.

    Pues si el nio no se levanta hasta las doce.

    Est enfermo?

    No, seor, qu enfermo va a estar el nio! Es que vino tarde. Oye, Feliciano

    dijo dirigindose al lacayo que limpiaba el coche en el patio, como a qu horas vino el

    nio Manuelito?

    Pos yo rigulo que seran como a las cuatro. Vaya, conque a poco que lo o subir

    fui por la leche...

    Bien, puede usted volver a las doce; a esas horas sale de su cuarto y se va para

    Plateros. A veces viene en la tarde a pedir el faetn o el buggy, entonces vuelve como a las

    ocho, y despus slo Dios...

    Est bien; volver un poco despus de las doce dijo Gumesindo. Se sali y,

    andando calles, se par donde encontr ms gente, que fue en la primera de Plateros, donde

    lo hemos dejado haciendo amistades con esas seoras y con esos lagartijos.

    A la cuarta copa de cognac, Gumesindo empez a sentirse expansivo y revel a sus

    nuevos amigos Pepe, Nito y Trujillo que deba separarse de ellos porque tena un asunto.

    No, amigo le dijo Nito, hoy es domingo y no es da de asuntos; hoy no se

    dedica uno ms que al muchachaje y a la copa. Que nos traigan otra.

  • 38

    No, por mi parte objet Gumesindo. No me siento muy bien con las cuatro

    que llevo y adems tengo que ver a este sujeto aadi, sacando de su bolsillo la carta

    dirigida a Manuelito.

    Miren a quin viene recomendado este caballero dijo Trujillo, y los otros dos

    pollos se acercaron a leer el sobre; le conocemos todos.

    Y pretenda usted buscarlo a estas horas en su casa?

    S, seores.

    Le precisa a usted verlo?

    Deseara...

    Pues a estas horas est en El Globo.

    No, en Iturbide dijo Pepe.

    Vamos a buscarlo.

    Vamos.

    Pero no sin tomar la quinta.

    Yo no puedo ms objet Gumesindo.

    Nosotros tenemos una regla dijo Nito, nunca tomamos pares.

    Por qu?

    Porque nos parece muy ridculo acabar en cuatro.

    Se ha notado agreg Trujillo que las copas pares son las que se suben.

    Todas estas razones parecieron tan convincentes que los cuatro amigos apuraron la

    quinta copa y encendieron el quinto cigarro para dirigirse a buscar a Manuelito.

    Antes que Gumesindo, el lector tiene derecho de conocer a este nuevo personaje de

    nuestra historia. Manuelito tena veintisis aos y todava lo mantena su pap. Como haba

    dicho muy bien el portero de su casa, se levantaba a las doce, tomaba chocolate y se sala a

  • 39

    la calle. Su primer cuidado era buscar a Arturo, su inseparable amigo, y el lugar de la cita

    era la cantina de Plaisant.

    Manuelito y Arturo se saludaban tomando asiento cerca de una mesa predilecta. El

    criado, a quien ellos llamaban siempre por su nombre, los saludaba trayendo, sin previa

    orden, dos copas de ajenjo.

    La conversacin se reduca a contarse mutuamente sus impresiones amorosas. En

    seguida se dirigan al hotel de Iturbide para buscar en el billar un partido, apostando el

    almuerzo para cuatro.

    Este almuerzo empezaba por lo general a las dos de la tarde y terminaba a eso de las

    cuatro. A las cuatro y media Manuelito iba a ver a una de sus novias; a las cinco y media

    iba al paseo, generalmente acompaado de Arturo; a las ocho tomaban chocolate, iban al

    teatro y cenaban en la Concordia entre doce y una de la noche; despus... no se saba de

    ellos, ni tenan hora fija para recogerse.

    Haca cinco aos que la vida de estos dos amigos era la misma, invariablemente.

    Cuando se le preguntaba a la mam de Manuelito por l, deca esa santa seora:

    Lo veo cada veinticuatro horas, si acaso, porque hay veces que no le veo la cara

    en tres das.

    Pero usted le permite...

    Ya le he dicho replicaba la buena de la mam; ya le he dicho que entre a

    saludarme todos los das, antes de marcharse, y luego que haga lo que le parezca. Ya

    Manuel es grande y bien comprende que no debe sujetrsele; ya est en edad de reflexionar

    y l har lo que mejor le convenga, de manera que yo no me meto en sus asuntos.

    Afortunadamente nuestra posicin no le permite apurarse por nada y no tiene necesidad de

    trabajar, y mientras yo les viva no les ha de faltar nada a mis hijos.

  • 40

    Efectivamente, no les faltaba nada a los hijos de esta seora ms que ir a la crcel.

    Gumesindo y sus tres nuevos amigos encontraron a Manuelito en los billares de

    Iturbide, a la sazn que empezaba el partido para jugar el almuerzo.

    Este seor dijo Trujillo trae una carta para ti, Manuel; es el seor Gumesindo

    Ramrez.

    Servidor de usted dijo Gumesindo alcanzando apenas la copa de su gran

    sombrero canelo.

    Manuelito ley la carta y al acabar tendi la mano a Gumesindo.

    Mucho gusto tengo en conocer a usted y me propongo, efectivamente, hacer la

    estancia de usted en la capital tan agradable como sea posible.

    Y s lo har, amigo agreg Trujillo, porque este Manuel se rapa una

    vidurria...

    Tiene seis novias dijo Pepe.

    No empiecen.

    Sin contar con las concubinas, como Salomn dijo Nito.

    No haga usted caso de estos pillos dijo Manuel poniendo cosmtico a su taco

    ; como ellos son muy lperos, juzgan mal a todo el mundo.

    Eso no es juzgar mal, al contrario dijo Pepe.

    Pues Dios los cra y ellos se juntan dijo Nito, porque si Manuel es un

    Tenorio, el seor Gumesindo es un don Luis Meja.

    Y yo s quin va a ser doa Ins.

    Hay monja de por medio? pregunt Gumesindo.

    Cllate hombre, que vas a acabar por escandalizar a este seor.

  • 41

    Decir que hay una doa Ins no tiene nada de particular, porque el hecho es

    cierto.

    Realmente monja? insisti Gumesindo.

    S, seor; ya la conocer usted, si gusta. Diga usted a Manuel que lo presente con

    la monja.

    Ya te oigo, bribn dijo Manuel desde la esquina de la mesa, apuntando para

    hacer una carambola.

    Sea como fuere aadi despus que hubo errado el golpe, me permite usted,

    seor Ramrez, que lo invite a comer? Seremos cinco. Voy a presentar a usted con mis

    amigos. Arturo... y dijo los nombres de sus otros dos contrincantes en el juego.

    Trujillo, Pepe y Nito, que no pertenecan al crculo aristocrtico de Manuelito,

    disimularon su despecho por no ser tambin invitados, pues los tres hubieran aceptado

    gustosos el convite; saban muy bien que Manuel era rico y generalmente garboso.

    Trujillo, que era el que tena ms confianza con l, no quiso quedarse con el desaire

    y exclam:

    Nosotros sabamos tambin que iban a ser cinco en el almuerzo, porque nosotros

    estamos invitados; de manera que, an cuando hubieran tenido la poltica de convidarnos,

    hubiramos rehusado.

    A Manuelito se le subi la sangre a la cabeza y exclam:

    Sabes que ests muy bruto esta maana?, ya se te olvid que t comes conmigo

    cuando quieres.

    S, cuando tienes la bondad de considerarme.

    Manuelito eludi continuar hablando sobre el asunto y Trujillo y sus dos amigos se

    separaron despidindose de todos en conjunto.

  • 42

    Al quedarse solo Gumesindo, fue invitado a jugar; pero l prefiri ser espectador.

    Gumesindo, un poco turbado, comprendi que haba sido introducido en un crculo

    aristocrtico y que aquellos cuatro jvenes, que jugaban el almuerzo, pertenecan a familias

    distinguidas de la capital. Efectivamente, por medio de aquellos jvenes tendra entrada a

    todos los misterios del amor, del juego y de la embriaguez.

    Cuando acab el partido de billar, Manuelito se acerc a Gumesindo para

    preguntarle qu tomaba.

    Nada, seor le contest ste; los seores con quienes vena han tenido la

    bondad de invitarme y...

    Usted debe tomar con nosotros una copa dijo otro de los amigos de Manuelito,

    y lo dijo con el tono de un artculo de cdigo y con tal aplomo que Gumesindo temi

    infringir alguna costumbre aristocrtica si rehusaba.

    Acept, pues, con un movimiento de cabeza, y los cinco jvenes apuraron cinco

    cocktails de diferentes combinaciones.

    Era la primera vez que Gumesindo tomaba cocktails, y le pareci aquella forma de

    envenenamiento ms soportable que la del cognac puro, que por cinco veces le haba

    raspado la garganta.

    A la salud de usted dijo Manuel tocando su copa con la de Gumesindo. Yo le

    ofrezco a usted que nos vamos a divertir, y a probarle que la persona que lo recomend a

    usted conmigo sabe lo que ha hecho.

    Ya ver usted qu alhaja es este Manuelito agreg uno de los amigos, y si,

    como creemos, es usted afecto al bello sexo, ya, ya va usted a ver cmo ste es un piloto

    que le har a usted navegar por el mar de los placeres hasta

    Hasta que se ahogue aadi otro.

  • 43

    No, no tanto repuso Manuelito, procurar sacarlo sano y salvo.

    A partir de este momento, Gumesindo no volvi a separarse de Manuelito.

    Don Trinidad, doa Candelaria y las nias haban tenido tiempo de ver la

    concurrencia del Zcalo, de haber vuelvo al hotel y de almorzar, esperando de un momento

    a otro a Gumesindo; pero dieron las tres y media y, suponiendo que lo veran en el teatro

    Nacional, adonde los haba convidado Gutirrez, salieron del hotel. Pero pas la

    representacin, la familia fue a tomar helados a la Concordia, volvi al hotel y Gumesindo

    no haba llegado. Fue al circo, se acab la funcin y Gumesindo no pareca.

    Ese muchacho se ha extraviado dijo don Trinidad.

    En las calles de Mxico y con tantos gendarmes que den razn, no es posible

    objet Gutirrez.

    Le habr sucedido alguna desgracia exclam doa Candelaria.

    No tenga usted cuidado, seora; tal vez no tarde, estar cenando en la Concordia

    despus de haber ido al teatro.

    No lo crea usted, seor Gutirrez. Cenar a estas horas! Usted no conoce a

    Gumesindo. A las nueve de la noche ya no se puede contar con l. Qu va a cenar tan tarde

    mi hijo! No, seor, es que algo le ha sucedido.

    Esperaremos media hora y si no viene iremos el seor don Trinidad y yo a mover

    la polica para que lo busque.

    X

  • 44

    A las diez de la maana del da siguiente se presentaron en el hotel Central Manuelito y

    Gumesindo. Manuelito subi el primero al cuarto de don Trinidad mientras Gumesindo

    esperaba en la escalera. Sin hacerse anunciar pregunt por don Trinidad y sin ms

    prembulo prorrumpi:

    Le traigo a usted razn de su hijo.

    De mi hijo!, de Gumesindo! Dios se lo pague a usted jovencito! Y en dnde

    est?

    Viene conmigo. Pero he querido hablar a usted primero...

    Cmo?, alguna desgracia! exclam don Trinidad.

    Desgracia! repiti doa Candelaria desde su cuarto, ya lo deca! Sobre que

    el corazn de una madre no puede engaarse! A ver, a ver, qu desgracia le ha sucedido a

    mi hijo. Buenos das, seor, dgame usted por el amor de Dios!

    Eso iba a hacer el seor interrumpi don Trinidad.

    Bueno, pero el caso es que le ha sucedido algo.

    No, seora, nada dijo Manuelito.

    Calla, mujer! y deja hablar al seor.

    S, y cmo quieres que me calle cuando se trata de mi hijo? Conque dice usted,

    seor, que nada le ha sucedido?

    Nada dijo Gumesindo aparecindose.

    Gumesindo! exclamaron todos a la vez.

    Sano y salvo!

    Y cmo ha sido eso? pregunt doa Candelaria.

    Deja que el seor explique.

    Pero tome usted asiento dijo una de las muchachas.

  • 45

    Estoy bien contest Manuelito.

    Dnde pasaste la noche, bribn? dijo doa Candelaria, recordando en aquel

    momento la mala noche que haban pasado todos.

    El seor va a explicar balbuci Gumesindo.

    S, mam, deje usted que el seor explique.

    Explique usted, seor.

    Silencio! se atrevi a decir la ms avisada de las nias.

    Y Manuelito habl de esta manera:

    Seor don Trinidad: Gumesindo me ha trado una carta de recomendacin de una

    persona que aprecio mucho, el dueo de la hacienda de... y dijo un nombre que nosotros

    debemos callar. Y dije para m: En viniendo de parte de esa persona, me creo en el

    deber de obsequiar a su recomendado, hasta donde me alcancen las fuerzas. Empezamos

    por almorzar cinco amigos en el Tvoli; despus del almuerzo, que termin a eso de las seis,

    fuimos al paseo, despus al teatro y luego cenamos en la Concordia. Gumesindo tuvo la

    bondad de acompaarme hasta mi casa, porque iba yo un poco malo; subi a mi cuarto, me

    puse peor, y Gumesindo no se ha separado de la cabecera de mi cama hasta esta maana en

    que, sintindome restablecido, he credo de mi deber venir a hacer a usted esta explicacin,

    ya no solo para explicarle la ausencia de Gumesindo, sino para darle las gracias delante de

    ustedes y para ponerme a sus rdenes. Sabe usted, seor don Trinidad, que en m tiene

    usted un amigo agreg Manuel, tendiendo la mano y ponindose en pi para despedirse.

    Una sonrisa general de satisfaccin acogi el relato de Manuelito. Gumesindo

    recogi un haz de miradas de reconciliacin, y hasta de simpata, por su buena accin de

    haber permanecido a la cabecera de un enfermo durante la noche.

  • 46

    Y nosotros que estbamos con tanto cuidado! exclam doa Candelaria.

    Vaya, que nos has hecho pasar una noche...

    En fin, seora, perdnele usted y ya no hay para qu recordar ese incidente.

    Tiene el seor mucha razn dijo don Trinidad, ya pas todo. Pues aqu nos

    tiene usted a su disposicin, seor don...

    Manuel dijo Manuel, comprendiendo que nadie saba todava su nombre.

    Seor don Manuelito complet don Trinidad, usted deber disimular si nos

    encuentra un poco rancheros, pero es la verdad; venimos a la capital de la Repblica por la

    primera vez, y eso merced a esa invencin del ferrocarril que... oiga usted, seor don

    Manuelito, es asombrosa.

    S, seor agreg doa Candelaria, somos puros rancheros, pero sabemos

    querer a las personas. Mis hijas son menos rancheras que yo, y usted las ve, tienen sus

    estudios. S, seor, porque aunque uno sea as, siempre busca lo mejor para los hijos,

    porque no hay amor como se.

    Manuelito y las nias cambiaron miradas que equivalan a los cumplimientos que

    deban haberse hecho si doa Candelaria los hubiera dejado hablar.

    Quiere decir dijo Manuelito, cuando doa Candelaria tomaba resuello,

    quiere decir que tienen ustedes tres hijos.

    Tres?, quia!, no seor. Nueve, para servir a usted dijo don Trinidad.

    Nueve! repiti doa Candelaria pronunciando esa cifra con un acento

    indescifrablemente maternal.

    Slo que los chicos se quedaron en casa agreg don Trinidad.

    Conque... dijo Manuelito ustedes me permitirn que me retire. Ya estoy

    seguro de haber disculpado suficientemente a su hijo de ustedes.

  • 47

    Un milln de gracias, don Manuelito, y aunque intiles, ya sabe usted que

    estamos para servirle.

    Y mucho que s agreg doa Candelaria.

    Seoritas... a los pies de ustedes dijo Manuel dando la mano a las nias, y

    estrechndoselas cordialmente. A una de ellas con ms cordialidad de la que requera la

    situacin, porque Manuelito, mientras tal haca, haba formulado en su mente esta frase:

    Bien se puede apechugar con esta rancherita.

    Al fin sali del cuarto acompaado por toda la familia hasta la puerta del pasadizo,

    y cuando atravesaba la calle de las Escalerillas se senta ufano de su triunfo y de su aplomo

    para mentir.

    Conque vamos a ver dijo doa Candelaria cuando Manuelito hubo

    desaparecido. Cuntanos, Gumesindo, lo que te ha sucedido, porque ese seor habla tan

    de prisa que no he podido entender lo que me dijo. Yo slo recuerdo que el almuerzo

    termin a las seis de la tarde...

    Es cierto.

    Pobre de ti! Conque te has mal pasado?

    No, al contrario, mam; el almuerzo ha terminado tan tarde porque ha sido muy

    bueno.

    Bueno debe haber estado para durar todo el da.

    Gumesindo tema que aquel interrogatorio se prolongase, porque conoca que no

    haba de salir avante en zurcir mentiras como las haba zurcido Manuelito. Don Trinidad

    hablaba poco, porque ya le haba pasado por las mientes que su hijo empezaba a pagar

    tributo al culto de los placeres de la capital. Una de las hijas de doa Candelaria se estaba

    sintiendo todava fuertemente impresionada por Manuelito; le haba parecido muy elegante

  • 48

    y muy simptico. Ella tambin, como Gumesindo, haba estado soando en su tierra, desde

    que se habl de venir a Mxico, con encontrar aqu su bello ideal. Sus tendencias a la vida

    cortesana haban ido tomando mayores proporciones desde que una amiga suya, mexicana,

    la haba iniciado en los misterios del tocador y de la moda, y desde que empez a usar

    tacones altos y vestido angosto se imaginaba tener derecho a ingresar en el nmero de las

    mujeres elegantes de Mxico, de quienes se haba formado una idea casi novelesca, y era

    tal y tan viva esta tendencia que, desde que en el pueblo pudo formar parte de las pocas

    jvenes que se vestan bien, comenz a ser desdeosa con su novio, que era uno de los

    charritos ms apuestos de los alrededores. La capital de Mxico tena un encanto tal y se

    presentaba a la imaginacin de Clara tan llena de seduccin y atractivos que le pareca

    indigno de una joven elegante como ella y que vesta a la francesa, como las grandes

    seoras de Mxico, tener un novio de manos callosas y de maneras de campesino. Clara

    soaba en un tipo de nobleza y elegancia que se pareciera a los hroes de algunas novelas

    francesas, escritas precisamente para despertar en la imaginacin de las jvenes esa clase de

    sueos y delirios.

    Cuando Manuelito desapareci de la calle de las Escalerillas, Clara, que lo haba

    seguido con la vista desde el balcn del hotel, sinti como una oleada de tristeza profunda

    que le oprima el corazn, y ella misma no pudo menos de sorprenderse al ver que la

    realizacin de sueos, por tan largo tiempo alimentados, se presentaba bajo la forma de una

    melancola que se pareca mucho al dolor y al desengao.

    En cuanto a Gumesindo, pasaba en aquellos momentos por su cabeza todo un

    mundo de impresiones, de recuerdos y de deslumbramientos que vale la pena que lo

    estudiemos confidencialmente en el siguiente captulo.

  • 49

    XI

    Gumesindo estaba pasando por una mistificacin que lo tena fuera de s. Los buenos

    servicios de su nuevo amigo, el elegante Manuelito, lo haban salvado respecto a su familia,

    por aquella vez; pero estaba corriendo un riesgo inminente de no volver a su tierra y romper

    abiertamente con la madre agricultura y con sus buenas costumbres de campirano. Se

    desconoca a s mismo y le pareca que se haba equivocado de una manera crasa al juzgar

    de la vida y sus placeres por los que l haba podido alcanzar en su calidad de ranchero. El

    mundo era muy distinto de como l se lo haba figurado, y un horizonte sin lmites se

    ofreca a su vista ansiosa de devorar todos los misterios, todos los afectos y todos los

    placeres.

    Los cocktails de la maana haban comunicado cierta expansin inusitada a su

    espritu; se haba sentido feliz sin sentirse borracho; haba recibido en aquellos brebajes

    como un nuevo caudal de vida, de animacin y de alegra, de valor y de sed de placeres.

    Nunca haba tomado siete copas, ni mucho menos haba saboreado las bebidas americanas;

    tampoco se haba sentado nunca a una mesa como la que mister Porras sirvi, por orden de

    Manuelito, en el Tvoli de San Cosme. Estaba asombrado, as del mgico poder de los

    cocktails como de sus fuerzas digestivas; nunca haba comido tanto ni jams se sinti mejor

    que despus de aquel banquete. Es que tena dotes de gastrnomo, sin haberse dado cuenta

    de ello como no se haba dado cuenta tampoco de muchas de sus aptitudes. Aquel domingo

  • 50

    era da de descubrimientos para Gumesindo; saba y poda beber como un marino, saba y

    poda comer como un Heliogbalo6 y saba y poda amar como el doncel de don Enrique.7

    Manuelito encontr que Gumesindo, como discpulo, no tena rival. Despus de

    haber bebido y comido esplndidamente, Manuelito pidi barajas.

    Has notado le dijo al mismo Manuelito uno de sus amigos, que el charrito

    trae la cartera repleta de billetes?

    No he notado la cartera, pero trae oro en los bolsillos; le dio al criado un escudo.

    Creo que es un buen pichn.

    Lo calaremos.

    En el mismo quiosco en donde haban comido, que era, por cierto, de los ms

    cubiertos, se improvis una mesa de juego. Manuelito comenz por poner algunas monedas

    de oro y plata sobre el tapete, y comenzaron los albures. Desde los primeros, Gumesindo

    dio muestras de no ser jugador, pero a la vez prob un atrevimiento y un desenfado para

    jugar que impuso respeto al crculo, como acontece siempre entre jugadores.

    Los cuatro compaeros de Gumesindo tuvieron que ponerse a la altura de su

    contrincante y jugar fuerte y con afectada sangre fra e indiferencia. Pocos golpes de

    audacia bastaron a Gumesindo para verse dueo de una suma respetable, hasta que el

    mismo Manuel consider que deba poner trmino a la diversin, sin pretender desquitarse.

    6 La literatura ha representado al antiguo emperador romano Heliogbalo (218-222) como un prototipo de los excesos, especialmente en lo que a la gula se refiere. As ocurre con el poema El nieto de Heliogbalo (1879) del mexicano Manuel Gutirrez Njera (1859-1895), cuya primera estrofa citamos a continuacin: Comer! Supremo placer! / Dadme algn otro mejor: / La mujer? Pues la mujer / no es ms que un plato de amor!. Manuel Gutirrez Njera, Poesas completas, t. I, Francisco Gonzlez Guerrero (edicin y prlogo), Mxico, Porra (Coleccin de Escritores Mexicanos, 66), 1953, p. 219. 7 El narrador se refiere aqu al mito medieval de Macas, un trovador enamorado de una mujer casada. Su historia trgica la recre el escritor espaol Mariano Jos de Larra (1809-1837) en el drama Macas (1834) y en la novela histrica El doncel de don Enrique el Doliente (1834). Dos ediciones de dicha novela fueron publicadas recientemente por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, .

  • 51

    Era aqulla otra de las aptitudes ocultas de Gumesindo, de que l mismo se daba

    cuenta por la primera vez. Nunca haba jugado y l mismo estaba absorto de su arrojo y de

    su fortuna. No haba cejado un momento ante ninguna invitacin, lo aceptaba todo sin

    esfuerzo y con la mayor naturalidad del mundo. Despus de las ltimas copas de

    champagne, siguieron todos tomando caf, cognac y chartreuse verde. Todo lo tomaba

    Gumesindo con la naturalidad de un lord, se haba resuelto ponerse a la altura de aquellos

    jvenes elegantes y lo haba conseguido con una facilidad que a l mismo le maravillaba.

    Manuelito prepar las cosas de manera de no tener necesidad de invitar a

    Gumesindo al paseo, porque, como hemos visto, el traje de charro no era el que convena

    para pasear en faetn.

    Sin dar lugar a la relajacin nerviosa despus de la tensin en que tantas emociones

    y excitantes haban sostenido a Gumesindo, se encontr, bajo la hbil proteccin de

    Manuelito, en el momento supremo de su felicidad, en el de su aventura galante.

    Gumesindo haba soado, como se suea a los veinte aos, encontrarse alguna vez

    frente a una mujer encantadora en un retrete perfumado y silencioso, pronto a inmolar toda

    su vida en aras del placer.

    Gumesindo estaba realizando aquel ensueo de su juventud; estaba frente a la mujer

    ms hermosa y elegante que haba visto en su vida, slo que ahora se operaba en

    Gumesindo un fenmeno fisiolgico de diverso gnero de los que hasta all le haban

    revelado sus aptitudes ocultas.

    Gumesindo estaba deslumbrado y absorto. Todo el caudal de sus ilusiones y sus

    sueos y todo el amor atesorado virgen en su alma de veinte aos se desbordaban ante su

    realizacin inmediata, produciendo en l un sentimiento profundo de respeto. La

  • 52

    inmensidad de aquella dicha lo haba anonadado y retroceda espantado como ante la

    inmensidad del mar.

    Luisa, porque era Luisa la del vestido azul de raso ante quien estaba Gumesindo, lo

    haba comprendido todo con esa intuicin que permite a la mujer encontrar y analizar un

    mundo en una mirada.

    El amor con todo su poder, con todo su prestigio, se haba apoderado del corazn de

    Gumesindo, e irradiaba en sus miradas con tal intensidad y vibraba en su acento con tal

    dulzura, y se ostentaba en sus frases con tal galanura y elocuencia que Luisa, en aquella

    milsima repeticin de amor, se senta afectada porque encontraba algo nuevo por la

    primera vez en su vida. Contra su costumbre no haba tuteado a Gumesindo y ste apenas

    se haba atrevido a estrecharle la mano al saludarla. Cosa singular; se alejaban

    instintivamente uno de otro, temerosos de haber ido muy lejos con el pensamiento, y, como

    si hubieran equivocado la senda del verdadero amor, desandaban el camino para empezar

    de nuevo y en orden. Sin salir garantes de la sinceridad de Luisa en esta evolucin, segua

    en ella a Gumesindo sin esfuerzo, porque encontraba un misterio desconocido que la

    halagaba. Tambin para ella en el amor de Gumesindo haba una revelacin.

    Cundo lleg usted a Mxico?

    Ayer dijo Gumesindo.

    Vino usted a pasear?

    Vine a conocer a usted.

    A m?

    S. Yo la so a usted en mi tierra y la so muchas veces.

    A m? volvi a preguntar Luisa.

    S, a usted, exactamente a usted, y desde la primera vez que la so...

  • 53

    Qu?

    Desde entonces la am a usted con entusiasmo e insist con mi padre para que al

    fin realizramos este viaje.

    Sabe usted que es extrao lo que usted me dice?

    Para m no es extrao, yo creo que se puede amar a una mujer antes de conocerla.

    Usted lo cree?

    Lo creo porque eso es lo que me pasa. Yo vine a Mxico a buscar a usted.

    Le haban hablado a usted de m?

    No, nadie.

    Entonces...

    Cuando la vi a usted esta maana, y usted me vio, dije para m: Es ella!. Y

    efectivamente, ya usted lo recordar, usted me salud.

    S, es cierto, tengo que confesar que fui una loca en saludar a usted primero; pero

    qu quiere usted, yo lo hice sin pensarlo.

    Yo reconoc en usted a la mujer con quien haba soado, de manera que no fue

    esta maana cuando la vi a usted por la primera vez.

    Pero en fin, ahora que me ve usted cerca, acaso note usted alguna diferencia...

    No, ninguna. Me son familiares no slo las facciones de usted sino el acento de su

    voz. Me parece que lo he odo mucho tiempo.

    Tal vez me parezca yo a alguna persona que usted ame en su tierra.

    No, absolutamente. En mi tierra no hay mujeres como usted, todas son all

    rancheras, y adems nunca he amado a nadie.

    Nunca?

  • 54

    Palabra de honor. Hoy amo por la primera vez, quiero decir, hoy veo por primera

    vez a la nica mujer a quien he amado hace mucho tiempo.

    Y sa soy yo? pregunt Luisa con un acento muy carioso al odo de

    Gumesindo.

    S, s, usted, slo usted contest temblndole la voz al sentirse baado por el

    aliento perfumado que exhal Luisa al acercarse.

    En seguida se cruz entre los dos una mirada de fuego que era como el reto de dos

    almas en la arena del deleite. Gumesindo se sinti arrebatado como en un xtasis hasta el

    lmite de la felicidad humana. Sin saber cmo, las manos de Luisa se haban enlazado con

    las de Gumesindo, y ambos se las estrechaban convulsivamente. Gumesindo pretendi

    hablar y toda la expresin de su dicha se exhal en un suspiro; hizo un esfuerzo ms,

    porque senta ahogarse, y rompi a llorar como un nio cayendo a los pies de Luisa como si

    al ir a tocar el cielo de su dicha le hubiese sobrecogido una honda pesadumbre.

    Duraron algunos momentos los sollozos comprimidos de Gumesindo, como si

    luchara interiormente para reponerse. Aquella explosin determin la crisis en la tensin

    nerviosa que haba sostenido todo el da y, rendido su organismo a tanta emocin y a tanto

    placer, se laxaron todos sus miembros, se relajaron todos sus nervios, se ofusc su razn,

    sintiendo como si entrara a una profundidad desconocida, y qued exnime.

    Luisa iba a llamar juzgando al pronto que Gumesindo se haba puesto malo, pero al

    hacer el primer movimiento para levantarse sinti la presin de una de las manos de

    Gumesindo que an permaneca entre las suyas. Esper largo rato, pero aquel joven haba

    cado en una especie de sopor profundo; sus miembros estaban laxos, su respiracin

    concentrada interrumpa a intervalos su regularidad para dejar escapar largos y profundos

    suspiros.

  • 55

    Logr Luisa al cabo de mucho tiempo que Gumesindo se reclinara en el sof y con

    la ayuda de dos almohadones le hizo tomar al fin una postura cmoda para el descanso.

    Algunos minutos despus Gumesindo dorma profundamente y Luisa se escurri de

    puntillas de aquella habitacin entornando la puerta.

    XII

    No tard don Trinidad en empezar a comprender que el deseado viaje a la capital de la

    Repblica tena ms riesgos y tropiezos de los que l se haba figurado desde un principio.

    No haba transcurrido an una semana desde su arribo y ya Gumesindo haba faltado dos

    noches de su casa, y no era esto lo que le alarmaba, sino que Clara, su hija, no poda

    disimular que aquel jovencito, amigo de su hijo, el elegante Manuelito, haba hecho en ella

    una impresin profunda.

    Sabes, Candelaria le deca don Trinidad a su mujer, que ya me va cargando

    Mxico?

    Qu descontentadizo eres, Trini! le contestaba su mujer; no te puedes quejar

    de que no nos hemos paseado; yo estoy hecha pedazos, pero la verdad estoy muy contenta.

    Oye, mujer, yo no me refiero precisamente a las diversiones y paseos, supuesto

    que no hemos hecho otra cosa desde que llegamos ms que divertirnos, pero me parece que

    nuestros hijos estn corriendo un gran peligro.

    Peligro, de qu?

    Vamos, veo que eres muy poco maliciosa.

  • 56

    Realmente, no caigo...

    Qu te parece el jovencito que nos visita?

    Quin?, Manuelito?

    El mismo.

    Pues me parece un muchacho excelente. Yo no puedo menos que agradecerle que

    me viniera cargando dulces cuando supo que me gustan tanto. Qu inters puede tener en

    m el pobre muchacho?

    En ti, ya se ve que no, pero...

    Ya s lo que me vas a decir, en Clara. Mira, te dir que a la muchacha creo yo

    que no le parece mal; pero l, es un joven acomodado que probablemente aspirar a la

    mano de una de las principales muchachas ricas de la capital. Clarita le ha de parecer

    ranchera, a pesar de que ya ves cmo nuestras hijas, las pobrecitas, han hecho su papel en

    estos das, como si hubieran nacido en la capital; y eso que todava no les ha acabado la

    modista sus vestidos color de oro viejo, por lo que estn tan alborotadas, y cuando se los

    pongan ya vers qu curras van a parecer. Como que, a propsito de esos vestidos, acaban

    de recomendarme mis hijas, por la centsima vez, que te compres otro sombrero y tu levita

    negra. Dicen, y tienen razn, que es necesario que toda la familia se presente como se debe

    en todas partes, porque ellas ya han odo hablillas y crticas con motivo de tu sombrero

    ancho y del traje de Gumesindo.

    Bueno, ya sabes que me van a traer sorbete8 y que voy a hacer el sacrificio de

    ponrmelo slo por darle gusto a las muchachas. Pero volvamos a mi cuento: yo temo que

    8 Sorbete: se trata de una forma poco usual de referirse al sombrero de copa. Rafael Alberti, en el poema Cuba dentro de un piano (1900), asocia al sorbete con un pasado ms glorioso, antes de que Espaa perdiera su dominio sobre la isla de Cuba: Cuando mi madre llevaba un sorbete de fresa por sombrero / y el humo de los barcos an era humo de habanero. Cf. Rafael Alberti, Antologa comentada (poesa), Mara

  • 57

    prolonguemos mucho nuestra permanencia en la capital, porque Clara y Gumesindo corren

    peligro. Gumesindo anda inquieto y...

    Ya vas a maliciar del muchacho, cuando el pobrecito, alma ma de l!, es un

    santo. Desde la otra noche andas t con que aqu hay mujeres malas; el mismo seor

    Gutirrez me las ha enseado en la calle y, oye, te confieso francamente que me parecen

    esas malicias del seor Gutirrez muy aventuradas, y tal vez les quita el crdito a personas

    honradas. Vea usted me deca: sa, sa que va all, de vestido de raso azul, es una de

    ellas. Cul? Aqulla, la del vestido azul y zapatos azules, que anda muy despacio, y

    con mucha majestad y seoro. sa? le pregunt espantada, sa le parece a usted

    que es una mujer mala? Ah qu usted, seor Gutirrez! le dije, porque no pude menos

    . Antes de hablar mal de una persona, es necesario conocerla; yo no puedo creer que esa

    seora sea mala como usted dice. Mrela usted con qu dignidad anda y se pasea. No voltea

    la cara, no saluda a los hombres, y desde luego se puede asegurar que es una seora

    decente. El seor Gutirrez se sonri, pero no insisti en probarme que aqulla fuera una

    mujer mala, y seguramente le remorda la conciencia por su ligereza en juzgar a las gentes.

    Yo tambin, a pesar de mi experiencia y de mis aos, te confieso que no me

    atreva a creer al seor Gutirrez; pero oye, Candelaria, por vida ma que tiene razn. Hoy

    las mujeres malas son ms lujosas que las buenas, se visten mejor y gastan ms dinero que

    las ricas.

    Eso es lo que me dice el seor Gutirrez, pero yo creo que son cosas suyas.

    No, mujer, ya lo he aver