Los Esclavos de La Zafra

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Los esclavos de la zafra Inga Llorenti** El 90 por ciento de producción de caña para el Ingenio Azucarero de Bermejo se sostiene a partir de un trato esclavista contra los zafreros * De los siete mil jornaleros, una gran parte no tiene contratos de trabajo * La explotación infantil es moneda corriente * La insalubridad, las enfermedades, el maltrato a las mujeres de los campamentos son una constante * El desprecio por la dignidad humana se hace carne en el Sur * Y todos son cómplices silenciosos del abuso Petronila se mira las manos y las esconde debajo de su pollera. El hollín espeso mezclado con el jugo viscoso de la caña la avergüenza; por eso, mientras cuenta su historia se frota insistentemente las palmas. Quiere estar presentable. No sabe, no imagina siquiera que, a sus dieciséis años, es una jovencita preciosa. El mundo que le ha tocado no le deja tiempo para esas tonterías. Si en algo piensa Petronila es en la comida del día, en el agua inmunda del pozo que intentará hervir, en el arroz para la merienda de mañana, en los brazos que han comenzado a dolerle después de pelar la caña durante doce horas, en los cuarenta grados de temperatura a la sombra, en su marido enfermo, Juan, y en esa herida en la pierna provocada por una picadura de mosquito que no termina de sanar. "Recién ahora que he venido, es feo vivir aquí", dice. La muchacha está alojada en un campamento zafrero cerca de Bermejo. Junto a su esposo fue reclutada en la población de Chaguaya (Tarija). Los capataces de Santiago Vidaurre (uno de los mayores productores de caña de la zona) se negaron a ofrecer un contrato de trabajo por escrito y sólo accedieron a establecer un compromiso verbal confuso. Como si se tratara de ganado, los hombres de Vidaurre juntaron unas cuantas familias con niños, y a la pareja. El traslado a la zona zafrera fue en camión, el trato implícito entre explotadores y explotados: aguantar lo que venga. Petronila no lloró ni se quejó en el camino. Pensó, como la mayoría de las mujeres que acompañan a sus parejas o a sus padres, que el tiempo pasaría rápido y que, a pesar de las historias dramáticas contadas por años en su comunidad, cortar caña no sería "tan grave". Se equivocó. Las mujeres (la mayoría de no más de 25 años) y los niños de los campamentos llevan la peor parte en la zafra; ahora, ella lo sabe. Las peladoras de caña no sólo trabajan en los quehaceres domésticos, sino que están expuestas al maltrato de los varones o a violaciones jamás denunciadas. Sólo hace falta que el alcohol llegue a manos de un zafrero o un capataz y es mejor ponerse a rezar. Por eso, Petronila está derrotada. La autoestima de ella, y de la mayoría de los zafreros, se evapora bajo el calor sofocante de los campamentos. La dignidad está guardada entre las ollas que le regaló su madre para el viaje, esperando a que llegue octubre, cuando acabe la zafra. El infierno Bienvenidos a Arrozales, uno de los campamentos zafreros más tenebrosos de Tarija. Sólo con echarle un vistazo, el lugar estremece. La arquitectura es demasiado parecida a un campo de concentración nazi, lo confirma la filosofía del dueño, el temible señor Santiago Vidaurre, que, en un ataque delirante, pidió públicamente al director nacional de Trabajo, Jorge Orihuela Ascarrunz, "más horas de trabajo para los jornaleros de la zafra" (¿?). Concebido como un lugar donde nadie debe ni quiere quedarse, el campamento Arrozales fue construido a principios de los años 70. Con una extensión de una cuadra y cerca de 30 habitaciones, una detrás de otra, fue uno de los primeros asentamientos fijos para los zafreros. Ni bien llegados, los capataces (o jefes de grupo, como les llaman) asignaron a Petronila y a Juan una pieza de cuatro metros cuadrados. En un tímido rincón, la muchacha dejó sus pertenencias: un aguayo grande en el que ella y su esposo duermen y un atado con un poco de ropa. El cuarto, sin embargo, fue sorteado también como dormitorio de otra pareja de cortadores de caña que ha traído consigo a sus pequeños para que ayuden en la zafra. Más de cinco personas compartirán la minúscula pieza con Petronila durante cuatro meses. Es humanamente imposible concebir una vida digna en esas condiciones de hacinamiento. Petronila lo sabe y quizás eso, más que las manos negras impregnadas de hollín , es lo que la avergüenza. -¿Por qué viniste a trabajar en la zafra? La muchacha empieza a espantar a los mosquitos que se asientan en su cara. No contesta, le incomoda responder lo evidente. Más de 50 mil trabajadores golondrinas en todo el país son jornaleros de la zafra y el algodón. Petronila es menor de edad, pero forma parte del grupo de siete mil braseros que anualmente se suman a las filas de la zafra en Tarija. "Nunca antes, en los veinte años de trabajar con el tema, había visto tanto maltrato y pobreza", reflexiona Carlos Martínez, el inspector regional de la zafra en Bermejo. Nunca antes, tampoco, esta forma perversa de trabajo había desnudado tan rotundamente la existencia deesclavitud en el país. Un grito desesperado, silencioso, hace que Petronila trague saliva y nos invite a pasar a su pieza.

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relaciones de produción semi-feudales en la Bolívia

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  • Los esclavos de la zafra Inga Llorenti**

    El 90 por ciento de produccin de caa para el Ingenio Azucarero de Bermejo se sostiene a partir de un trato esclavista contra los zafreros * De los siete mil jornaleros, una gran parte no tiene contratos de trabajo * La explotacin infantil es moneda corriente * La insalubridad, las enfermedades, el maltrato a las mujeres de los campamentos son una constante * El desprecio por la dignidad humana se hace carne en el Sur * Y todos son cmplices silenciosos del abuso

    Petronila se mira las manos y las esconde debajo de su pollera. El holln espeso mezclado con el jugo viscoso de la caa la avergenza; por eso, mientras cuenta su historia se frota insistentemente las palmas. Quiere estar presentable. No sabe, no imagina siquiera que, a sus diecisis aos, es una jovencita preciosa. El mundo que le ha tocado no le deja tiempo para esas tonteras.

    Si en algo piensa Petronila es en la comida del da, en el agua inmunda del pozo que intentar hervir, en el arroz para la merienda de maana, en los brazos que han comenzado a dolerle despus de pelar la caa durante doce horas, en los cuarenta grados de temperatura a la sombra, en su marido enfermo, Juan, y en esa herida en la pierna provocada por una picadura de mosquito que no termina de sanar. "Recin ahora que he venido, es feo vivir aqu", dice.

    La muchacha est alojada en un campamento zafrero cerca de Bermejo. Junto a su esposo fue reclutada en la poblacin de Chaguaya (Tarija). Los capataces de Santiago Vidaurre (uno de los mayores productores de caa de la zona) se negaron a ofrecer un contrato de trabajo por escrito y slo accedieron a establecer un compromiso verbal confuso. Como si se tratara de ganado, los hombres de Vidaurre juntaron unas cuantas familias con nios, y a la pareja. El traslado a la zona zafrera fue en camin, el trato implcito entre explotadores y explotados: aguantar lo que venga.

    Petronila no llor ni se quej en el camino. Pens, como la mayora de las mujeres que acompaan a sus parejas o a sus padres, que el tiempo pasara rpido y que, a pesar de las historias dramticas contadas por aos en su comunidad, cortar caa no sera "tan grave". Se equivoc.

    Las mujeres (la mayora de no ms de 25 aos) y los nios de los campamentos llevan la peor parte en la zafra; ahora, ella lo sabe. Las peladoras de caa no slo trabajan en los quehaceres domsticos, sino que estn expuestas al maltrato de los varones o a violaciones jams denunciadas. Slo hace falta que el alcohol llegue a manos de un zafrero o un capataz y es mejor ponerse a rezar.

    Por eso, Petronila est derrotada. La autoestima de ella, y de la mayora de los zafreros, se evapora bajo el calor sofocante de los campamentos. La dignidad est guardada entre las ollas que le regal su madre para el viaje, esperando a que llegue octubre, cuando acabe la zafra.

    El infierno

    Bienvenidos a Arrozales, uno de los campamentos zafreros ms tenebrosos de Tarija. Slo con echarle un vistazo, el lugar estremece. La arquitectura es demasiado parecida a un campo de concentracin nazi, lo confirma la filosofa del dueo, el temible seor Santiago Vidaurre, que, en un ataque delirante, pidi pblicamente al director nacional de Trabajo, Jorge Orihuela Ascarrunz, "ms horas de trabajo para los jornaleros de la zafra" (?).

    Concebido como un lugar donde nadie debe ni quiere quedarse, el campamento Arrozales fue construido a principios de los aos 70. Con una extensin de una cuadra y cerca de 30 habitaciones, una detrs de otra, fue uno de los primeros asentamientos fijos para los zafreros.

    Ni bien llegados, los capataces (o jefes de grupo, como les llaman) asignaron a Petronila y a Juan una pieza de cuatro metros cuadrados. En un tmido rincn, la muchacha dej sus pertenencias: un aguayo grande en el que ella y su esposo duermen y un atado con un poco de ropa. El cuarto, sin embargo, fue sorteado tambin como dormitorio de otra pareja de cortadores de caa que ha trado consigo a sus pequeos para que ayuden en la zafra. Ms de cinco personas compartirn la minscula pieza con Petronila durante cuatro meses.

    Es humanamente imposible concebir una vida digna en esas condiciones de hacinamiento. Petronila lo sabe y quizs eso, ms que las manos negras impregnadas de holln , es lo que la avergenza.

    -Por qu viniste a trabajar en la zafra?

    La muchacha empieza a espantar a los mosquitos que se asientan en su cara. No contesta, le incomoda responder lo evidente. Ms de 50 mil trabajadores golondrinas en todo el pas son jornaleros de la zafra y el algodn. Petronila es menor de edad, pero forma parte del grupo de siete mil braseros que anualmente se suman a las filas de la zafra en Tarija.

    "Nunca antes, en los veinte aos de trabajar con el tema, haba visto tanto maltrato y pobreza", reflexiona Carlos Martnez, el inspector regional de la zafra en Bermejo. Nunca antes, tampoco, esta forma perversa de trabajo haba desnudado tan rotundamente la existencia deesclavitud en el pas.

    Un grito desesperado, silencioso, hace que Petronila trague saliva y nos invite a pasar a su pieza.

  • "Aqu vivo", nos dice, mientras un empleado del campamento le pide que hable ms alto, que no tenga miedo, que ella no tiene la culpa y que bla bla bla bla... Una mirada glida, acusadora de parte de la muchacha corta en seco la audacia del empleado (nadie tiene derecho a invadir con tanto desparpajo la intimidad de una persona). "T crees que me gusta aqu, ests loco?", reclama Petronila, como poseda; despus, instintivamente, baja la cabeza y se vuelve a frotar las manos.

    Pedro

    "Mostr las piernas, ah ve, ve lo que le estoy diciendo... esto est infectado, esto est mal", denuncia un representante de la Federacin de Trabajadores de la Zafra de Bermejo. Pedro, el muchacho a quien han cogido como ejemplo del peligro de un rebrote de leishmaniasis en la zona zafrera, intenta mantener la calma y prefiere quedarse callado.

    l tambin mira uno de sus tobillos, est un poco hinchado y tiene unas manchas blanquecinas e infectadas, rodeadas de una alfombrilla uniforme que parece una segunda piel.

    -Qu es lo que te ha dicho el mdico, Pedro?

    "Nada, me ha dicho, pero todos creen que tengo la lepra blanca (leishmaniasis). Yo no s, a veces me siento bien enfermo, dbil, esto recin me ha levantado hace dos semanas, pero hacerse curar cuesta".

    El ao pasado una inspeccin de salud encabezada por el doctor Alfredo Romero detect 180 casos de leishmaniasis en la zona.

    Uno de cada cien zafreros muere en la temporada de la zafra de Bermejo, el cuatro por ciento es provocado por el hanta virus, la leishmaniasis ataca mortalmente al 30 por ciento. El mdico explica que se necesitara ms recursos para tratar responsablemente la enfermedad en la zona.

    Mientras Pedro se retrae y comienza a sudar fro tras el brutal diagnstico, un grupo grande de nios y nias comienza a salir de los laberintos del campamento Barredor. Todos, absolutamente todos, tienen la cara y el cuerpo cubierto con sarna. Las madres asumen que es por el polvo y la falta de agua salubre. Pero nadie le da demasiada importancia.

    "Las wawas tienen sarna por la picadura de moscos y zancudos, hay un mosco que produce ampollas", explica Martnez. La desnutricin, adems, les ha engordado el vientre, la mayora convive con los piojos y las garrapatas, a pesar de que, segn las autoridades, los campamentos son visitados peridicamente por el Distrito V de Salud Pblica, lo que supone la distribucin de vacunas antitetnicas para los adultos y vitaminas para los nios.

    El ltimo informe (julio de 2002) del Ministerio de Trabajo estableci que slo 25 campamentos de 123 reciben vistas peridicas de algn funcionario de Salud. El resto no tiene o no est informado de cmo acceder a ellas.

    "Apenas tenemos yodo y algodn en el botiqun nada ms, 'esto se cura noms' dicen. Vienen a jugar ftbol y se van", se quejan los zafreros adultos de Barredero. Pedro asiente con la cabeza. Con diecinueve aos y un cuerpo que parece de cuarenta slo atina a apoyar a los jefes de su campamento. En Tupiza, de donde proviene, tampoco le espera algo mejor, as que -lo confiesa- est decidido a hacer el sacrificio.

    "Trabajo hace tres meses. Tengo mis padres, son pobres y slo me tienen a m para mantenerlos. Del maz, la haba y la papa no pueden vivir, por eso cuando comienza la cosecha de caa vengo aqu".

    Pero la salud de Pedro es tan precaria que es difcil saber si aguantar otra zafra. Por eso le preguntamos si existe alguna forma de ayudarlo.

    Pedro no sabe, no responde. Tanto as que ni siquiera tiene claro cul ser su prximo destino.

    -Dnde te podemos ubicar, Pedro? Dnde, dnde, dnde... Una de las facetas ms crueles del trabajo del zafrero es que el trato esclavista asumido y, al parecer, tcito entre las partes obliga a los trabajadores a trasladarse caticamente de zafra en zafra. Una semana tienen jornales en Arrozales, otra en Porcelana, otra en Campo Grande.

    Dicen que a Pedro y a los zafreros de Barredero los trasladarn a Naranjitos, un campamento ubicado en el extremo contrario. Por eso es imposible pensar en contactarse con los cortadores de caa por telfono y es imposible saber si Pedro efectivamente recibir algn tratamiento para su enfermedad.

    Segn la Ley de Trabajo (artculo 35), "Mientras no se haga efectiva la aplicacin del Seguro Social para los zafreros, el empleador (Jefe de Grupo) deber proporcionar atencin mdica hospitalaria y farmacutica en forma gratuita durante la vigencia del contrato, ya sea en caso de enfermedad, accidente de trabajo o enfermedad profesional".

    Cesar Lpez, secretario de Defensa de la COB, se lamenta. Ha constatado que no existe, en la mayora de los casos, un contrato de trabajo. Pedro no es la excepcin. El nico documento que da fe de que existe como ciudadano y como persona es su libreta de servicio militar. "Yo soy Pedro Carrillo Farfn, sta es mi libreta, vea, nmero XA494/9500".

    Usted -donde quiera que est- es Zacaras Valdez, caero, dueo del campamento Barredero y de 200 hectreas de plantaciones de caa. Usted don Zacaras es responsable de la vida de Pedro Carrillo (I.Ll.).

    Rebeca, el nio y los ejecutivos

  • Industrias Agrcolas de Bermejo mueve anualmente alrededor de treinta millones de dlares slo en la produccin de azcar; a pesar de las contradicciones entre los ejecutivos del ingenio (ex obreros de la fbrica), el 90 por ciento de los caales est en manos de propietarios privados y de cooperativas de produccin. Es decir que de la propia boca del presidente ejecutivo del ingenio, Lidio Romero, ese 90 por ciento de produccin de la caa depende de la mano de obra de los siete mil zafreros que trabajan en Bermejo. Pero, a estos obreros convertidos en empresarios les interesa realmente las situacin de los trabajadores que sostienen la produccin de azcar? En una reunin -de ms de una hora- entre el Director Nacional de Trabajo y los directivos del ingenio no se mencion ni una sola vez la precaria situacin de los zafreros, menos el incumplimiento de la Ley General del Trabajo.

    "La situacin ac es grave, nosotros los empresarios tenemos deudas. La banca nacional privada no confa en nosotros, y es ah que queremos recurrir al hospital de las empresas, pedimos ayuda del gobierno, sino este pueblo se muere", dicen los propietarios del ingenio, todos -obviamente- bien comidos y bien dormidos.

    stos, no obstante, no saben (o no les interesa saber) que Rebeca, una jovencita de quince aos que tambin trabaja en la zafra, no confa en ellos, "en los patrones".

    Rebeca ni se imagina quin est detrs del salario miserable que recibe por pelar la caa. A su padre le pagan entre 20 y 22 bolivianos por tonelada cortada y pelada. La presin por la produccin es exacerbada. Un zafrero acompaado de sus "cuartas" corta y pela una tonelada de caa en ocho horas. Por eso, el trabajo en la zafra comienza incluso a las tres de la maana y llega a sumar una jornada de trabajo de hasta doce horas. Inhumano? Los capataces o jefes de grupo exigen el mayor esfuerzo de su gente. Su urgencia es llenar los camiones de carga que equivalen a ocho o nueve toneladas limpias. Rebeca, en ese crculo vicioso, es lo que se llama "una cuarta", una ayudante y subempleada del zafrero. Una nia trabajadora que para los caeros y los dueos del ingenio sensiblemente no existe.

    Su padre es un "enganchado". El "enganche" es un sistema indirecto de contratacin y una mquina de explotacin. Un intermediario -un capataz- recluta a los trabajadores y se embolsilla del siete al 10 por ciento del total ganado por el jornalero. Rebeca, que puede estar en un caal hasta doce horas por da, slo recibe el alimento que su familia puede conseguir en la pulpera (a crdito). No va a la escuela. Padece estrabismo, est desnutrida y no ha tocado el agua en semanas, pero se quedar callada, como Petronila y Pedro, mientras les ofrezcan un trabajo.

    Si bien el trabajo infantil est prohibido por la Organizacin de Naciones Unidas y por la Organizacin Internacional del Trabajo, los caeros y los contratistas, lo mismo que los accionistas y dueos del ingenio azucarero, se lavan las manos. "Los traen los padres", dicen, "no les podemos decir que no vengan". En una zafra, sin embargo, los nios y las nias trabajan a destajo.

    Tanto que son potenciales vctimas de los accidentes laborales. Cortar la caa no es un asunto de broma. Un "palo" mide ms de dos metros, por lo que los nios y jovencitos como Rebeca deben utilizar machetes muy afilados. En esa operacin, Jos, un nio de 10 aos, perdi dos dedos.

    Pero mientras los representantes de la COB miran con incredulidad la situacin del nio, los familiares confirman que adems de gasas y algo de yodo, Jos no ha recibido mayor atencin mdica.

    En la Caja Nacional de Salud de Bermejo, los funcionarios se lamentan hipcritamente por los zafreros y sus nios. Jos, a pesar de su estado crtico, no accedera a los servicios mdicos de la Caja, simple y llanamente porque no est asegurado. Las postas sanitarias del Hospital Virgen de Chaguaya tampoco son una garanta de que el nio salvar sus dedos.

    Para el caso, los comunarios e incluso los mismos zafreros alzan los hombros. Jos es uno ms de los que tuvo mala suerte. Si no era el machete pudo ser la vbora o la malaria, o el hanta virus o un bache mal llevado por el chofer del camin de carga y la cada inevitable que a muchos jornaleros de la caa ya les ha costado la vida. El primero de julio de este ao, el Ministerio de Trabajo, junto a una larga lista de instituciones acreditadas, realiz una inspeccin a los 132 campamentos en la zona de Bermejo. Los resultados fueron alarmantes.

    En una carta enviada a la Defensora del Pueblo de Tarija se denuncia: "Nosotros, como comisin verificadora, nos encontramos muy preocupados por la situacin que acontece". Esa preocupacin resuma, entre lneas, un tipo depurado, pero igualmente violento, de esclavismo.

    Un juez para el juicio final

    -Y dgame, usted ha tomado agua del pozo de su campamento? "Ehhh, bueno, hemos tomado, hemos tomado", contesta un caero -amo y seor de la zona- mientras la nariz le crece tanto o ms que las barrigas de los nios que trabajan en su caal.

    -Visitan los campamentos?, saben de la insalubridad que soportan los zafreros? "Ehhh, yo he decidido, porque la plata no alcanza, que voy a comprar carpas, es mejor porque como se quedan poco tiempo..." -No lo conmueve ver a todos los nios contagiados con la sarna?, qu est haciendo al respecto?...

    Un silencio embarazoso seguido de respuestas inconexas slo puede significar que a los caeros slo les importa su pellejo. Durante cuarenta minutos sus respuestas ante el Director Nacional de Trabajo fueron evasivas.

    Algunos reclamaron incluso que en sus tiempos en la zafra argentina... "uh, ah s era jodido, ah s se trabajaba, esto no es nada". Por eso mismo se niegan o evitan por todas las formas posibles el derecho al fuero sindical de los zafreros.

    Les incomoda que su gente, piense y se organice, que logre por fin el reconocimiento de la condicin de trabajadores asalariados, que se elimine al "enganchador" y que se consolide la contratacin colectiva.

  • Prefieren, al parecer, continuar con la leyenda de Remigio Tastaca, el caero ms grande que conoci Bermejo, quien, a pesar de la fortuna amasada, peda una yapita en la sopa de la plaza y que, por justicia divina, perdi todos sus ahorros despus de una terrible inundacin.

    Tastaca personific la edad de oro de los caeros y tambin su decadencia. Avaro hasta el hartazgo, guardaba en un cofre todos sus ahorros en gordos fajos de billetes. La riada se llev el cofre, aunque lo haba enterrado con un mapa secreto. Siete das y siete noches estuvo don Remigio escarbando con un tractor el lodo que cubra el tesoro que nunca encontr.

    Hoy, los herederos de Tastaca (los caeros) se quejan de pobreza y amenazan con sembrar coca si el gobierno no los atiende. Se ren -de veras lo hacen- de la aprobacin del Decreto Supremo 20255 que norma la actividad laboral del sector, se burlan de la Reforma Agraria (1996) que incorpora a los trabajadores de la zafra a la Ley General del Trabajo.

    Un juez laboral, dicen desde la Direccin Nacional del Ministerio de Trabajo, acabara con tanta zozobra. "Con tanta mierda", sentencia un zafrero en el anonimato de la rabia.

    El problema, la picadura del mosquito que ha infestado la zona zafrera de Bermejo y que se aprovecha de Petronila, de Pedro, de Jos, de Rebeca y de tantos otros slo podr ser sanada a partir de la constatacin gubernamental -aunque duela decirlo- de que la esclavitud, la explotacin irracional del hombre por el hombre es una realidad cmoda para muchos latifundistas y minifundistas de la zafra. Lo dems son buenas intenciones en el camino hacia Arrozales, Barredero o Naranjitos.

    * Inga Llorenti. Periodista boliviana. Ganadora del Premio Nacional de tica Periodstica.