LOS ENIGMAS DE G. K. CHESTERTON · 2019-06-21 · LOS ENIGMAS DE G. K. CHESTERTON José Ignacio...

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LOS ENIGS DE G. K. CHESTERTON José Ignacio Gracia Noriega M ás que un escritor, Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) es una litera- tura amplia y civilizada, con sus nove- listas, ensayistas, poetas, biógras y pensadores, e inspirada, tanto en el ensayo, co- mo en el cuento como en la novela, en el placer de narrar. Se cu�nta que Chesterton solía ence- rrarse en su gabinete, desatendiendo sus mu- chas obligaciones literarias, relegando el artículo que había de enviar al periódico, arrinconando la corrección de las pruebas que le reclamaba el editor e incluso dejando para otro día la contes- tación' a una nueva arremetida de George Ber- nard Shaw, para disutar leyendo las obras de otros narradores, como «Los tres mosqueteros» de Dumas, otro escritor grande y caudaloso (aunque Chesterton filtraba sus caudales a tra- vés del razonamiento y de la ironía); hasta el punto de que su mujer había de batallar para que escribiera en alguna habitación en la que no hubiera libros. Borges y Bioy Casares, en su «Antología de la literatura ntástica», le califi- can de «polígra»; y añaden que: «Su obra es vasta pero continuamente lúcida y rvorosa. Ejerció, y renovó, la novela, la �rítica, la �í�ica, la biograa, la polémica y las ficciones policiales». Como autor de cuentos policiales, Borges le declara «el mejor heredero de Poe», pero matiza más adelante: «Chesterton dijo que no se ha- bían escrito cuentos policiales superiores a los de Poe, pero Chesterton -me parece a mí- es superior a Poe. Poe escribió cuentos puramente ntásticos. Digamos 'La máscara de la muerte roja ' , digamos 'El tonel �e amontillado ' . de- más cuentos de razonamiento, como esos cmco cue�tos policiales. Pero Chesterton hizo algo distinto escribió cuentos que son a la vez cuen- tos ntásticos y que finalmente tienen una so- lución policial». Mucho antes de expresar esta opinión, Borges había �scrito en el esay�<�o- bre Chesterton», inclmdo en «Otras mqmsicio- nes»: «Cada una de las piezas de la Saga del P. Brown presenta un misterio, propone explica- ciones de tipo demoníaco o mágico y las reem- plaza, al fin, con otras que son de este mundo. La maestría no agota la virtud de esas breves fic- ciones· en ellas creo percibir una cia de la his- toria de Chesterton, un símbolo o espejo de Chesterton». En ecto al contrario que otros autores de cuentos poli 'ciales, que parten de una situación cotidiana -en el cuento policial, el descubrí- . miento de un asesinato es algo perctamente 66 cotidiano- para llegar a soluciones enrevesadas y ntástic�s, sin duda porque pierden �1 control de su historia en Chesterton se da siempre el proceso a la i�versa: de una situación práctica- mente inexplicable, y, por lo tanto, sobrenatural (pues el «misterio» tiene su importancia en las novelas policíacas, pero también en la religión, y muy especialmente en la católica), se alcanza un desenlace perctamente normal, como en «La carta robada» de Poe, donde nadie veía la carta, precisamente' porque estaba a la vista. En uno de sus cuentos, el Padre Brown declara con con- vencimiento y tranquilidad: «Todas las cosas provienen de Dios; y muy especialmente la ra- zón y la imaginación, que son los grandes dones hechos al alma. Son buenos en sí mismos, y no debemos olvidar su origen, aun cuando se haga mal uso de ellos». La razón de Chesterton ena- ba a menudo su imaginación; como escribió Borges en el ensayo citado: «Chesterton se de- ndió de ser Edgar Allan Poe o Franz Kaa, pero algo en el barro de su yo propendía a la pe- sadilla, algo secreto, y ciego, y central». El PVO- roso misterio que encierra cada una de las histo- rias del P. Brown, y, en general, todos sus rela- tos policiales, cuyo planteamiento �o par�ce de este mundo, se explica con tanto mgemo que apenas disimula su banalidad: un hombre, en «El hombre invisible», ha desaparecido de su ca- sa, sin que haya explicación para ello: no se ha visto entrar ni salir a nadie: pero el caso es que le ha asesinado el cartero, que quemó sus cartas en la chimenea e introdujo el cadáver en su vali- ja vacía. Ver entrar y salir a un cartero en un edi- ficio es tan cotidiano que nadie repara en él: el recurso es el mismo que el de «La carta robada». En «El puñal alado», el cadáver se oculta colgán- dolo de un perchero, con un abrigo negro por encima. La víctima, que aparentemente llegaba desde era, no había dejado huellas sobre la nieve: las únicas huellas venían de la casa y eran las del supuesto Arnald Aylmer y las del P. Brown. En realidad el asesinato se había cometi- do en el interior de la casa y el asesino había sa- cado la víctima al jardín. Con estos planteamientos no era raro que Chesterton se anara en resolver el enigma del asesinato en el cuarto cerrado, en cuentos como «La torre de la traición», donde, en un escenario onírico se produce una situación poco menos que in�erosímil; pero, como escribe aquí, es conveniente matizar: «No es imposible, pero sí altamente improbable». El enigma propuesto no debe ser de solución imposible, naturalmente, porque en ese caso exigiría una solución ntás- tica; pero tampoco se debe recurrir para desci- ar el enigma de la habitación cerrada a pájaros adiestrados bien para llevar menses, como las palomas, o para robar, como _ as urra as. Barry Perowne, en esta línea, oecio u a brillante so- lución a este caso en el cuento titulado «Punto muerto» incluido en la antología de Borges, Bioy Ca�ares y Silvina Ocampo. Pero la explica-

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LOS ENIGMAS DE

G. K. CHESTERTON

José Ignacio Gracia Noriega

Más que un escritor, Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) es una litera­tura amplia y civilizada, con sus nove­listas, ensayistas, poetas, biógrafos y

pensadores, e inspirada, tanto en el ensayo, co­mo en el cuento como en la novela, en el placer de narrar. Se cu�nta que Chesterton solía ence­rrarse en su gabinete, desatendiendo sus mu­chas obligaciones literarias, relegando el artículo que había de enviar al periódico, arrinconando la corrección de las pruebas que le reclamaba el editor e incluso dejando para otro día la contes­tación' a una nueva arremetida de George Ber­nard Shaw, para disfrutar leyendo las obras de otros narradores, como «Los tres mosqueteros» de Dumas, otro escritor grande y caudaloso (aunque Chesterton filtraba sus caudales a tra­vés del razonamiento y de la ironía); hasta el punto de que su mujer había de batallar para que escribiera en alguna habitación en la que no hubiera libros. Borges y Bioy Casares, en su «Antología de la literatura fantástica», le califi­can de «polígrafo»; y añaden que: «Su obra es vasta pero continuamente lúcida y fervorosa. Ejerció, y renovó, la novela, la �rítica, la �í�ica, la biografía, la polémica y las ficciones policiales».

Como autor de cuentos policiales, Borges le declara «el mejor heredero de Poe», pero matiza más adelante: «Chesterton dijo que no se ha­bían escrito cuentos policiales superiores a los de Poe, pero Chesterton -me parece a mí- es superior a Poe. Poe escribió cuentos puramente fantásticos. Digamos 'La máscara de la muerte roja' , digamos 'El tonel �e amontillado' . .A..de­más cuentos de razonamiento, como esos cmco cue�tos policiales. Pero Chesterton hizo algo distinto escribió cuentos que son a la vez cuen­tos fantásticos y que finalmente tienen una so­lución policial». Mucho antes de expresar esta opinión, Borges había �scrito en el e1?-say� �<�o­bre Chesterton», inclmdo en «Otras mqmsicio­nes»: «Cada una de las piezas de la Saga del P. Brown presenta un misterio, propone explica­ciones de tipo demoníaco o mágico y las reem­plaza, al fin, con otras que son de este mundo.La maestría no agota la virtud de esas breves fic­ciones· en ellas creo percibir una cifra de la his­toria de Chesterton, un símbolo o espejo deChesterton».

En efecto al contrario que otros autores de cuentos poli'ciales, que parten de una situación cotidiana -en el cuento policial, el descubrí­

. miento de un asesinato es algo perfectamente 66

cotidiano- para llegar a soluciones enrevesadas y fantástic�s, sin duda porque pierden �1 control de su historia en Chesterton se da siempre el proceso a la i�versa: de una situación práctica­mente inexplicable, y, por lo tanto, sobrenatural (pues el «misterio» tiene su importancia en las novelas policíacas, pero también en la religión, y muy especialmente en la católica), se alcanza un desenlace perfectamente normal, como en «La carta robada» de Poe, donde nadie veía la carta, precisamente' porque estaba a la vista. En uno de sus cuentos, el Padre Brown declara con con­vencimiento y tranquilidad: «Todas las cosas provienen de Dios; y muy especialmente la ra­zón y la imaginación, que son los grandes dones hechos al alma. Son buenos en sí mismos, y no debemos olvidar su origen, aun cuando se haga mal uso de ellos». La razón de Chesterton frena­ba a menudo su imaginación; como escribió Borges en el ensayo citado: «Chesterton se de­fendió de ser Edgar Allan Poe o Franz Kafka, pero algo en el barro de su yo propendía a la pe­sadilla, algo secreto, y ciego, y central». El P!3-VO­roso misterio que encierra cada una de las histo­rias del P. Brown, y, en general, todos sus rela­tos policiales, cuyo planteamiento �o par�ce de este mundo, se explica con tanto mgemo que apenas disimula su banalidad: un hombre, en «El hombre invisible», ha desaparecido de su ca­sa, sin que haya explicación para ello: no se ha visto entrar ni salir a nadie: pero el caso es que le ha asesinado el cartero, que quemó sus cartas en la chimenea e introdujo el cadáver en su vali­ja vacía. Ver entrar y salir a un cartero en un edi­ficio es tan cotidiano que nadie repara en él: el recurso es el mismo que el de «La carta robada». En «El puñal alado», el cadáver se oculta colgán­dolo de un perchero, con un abrigo negro por encima. La víctima, que aparentemente llegaba desde fuera, no había dejado huellas sobre la nieve: las únicas huellas venían de la casa y eran las del supuesto Arnald Aylmer y las del P. Brown. En realidad el asesinato se había cometi­do en el interior de la casa y el asesino había sa­cado la víctima al jardín.

Con estos planteamientos no era raro que Chesterton se afanara en resolver el enigma del asesinato en el cuarto cerrado, en cuentos como «La torre de la traición», donde, en un escenario onírico se produce una situación poco menos que in�erosímil; pero, como escribe aquí, es conveniente matizar: «No es imposible, pero sí altamente improbable». El enigma propuesto no debe ser de solución imposible, naturalmente, porque en ese caso exigiría una solución fantás­tica; pero tampoco se debe recurrir para desci­frar el enigma de la habitación cerrada a pájaros adiestrados bien para llevar mensajes, como las palomas, o para robar, como _ _las urra�as. Barry Perowne, en esta línea, ofrecio u�a brillante so­lución a este caso en el cuento titulado «Punto muerto» incluido en la antología de Borges, Bioy Ca�ares y Silvina Ocampo. Pero la explica-

ción (aunque en los cuentos del P. Brown las pá­ginas finales se dediquen a dar explicaciones, como si se tratara de Sherlock Holmes dirigién­dose al dr. Watson), no ha de ser demasiado pormenorizada ni demasiado evidente, habida cuenta el punto de partida: como comenta el P. Brown en «El espectro de Gideon Wise»:«Demasiado convincente para convencer». Esta­mos, pues, de nuevo, ante la carta robada, perotambién ante un procedimiento literario y men­tal que salta siempre a propósito de Chesterton:la paradoja. En el cuento «Los tres jinetes delApocalipsis», donde relata Mr. Pond, el de lasparadojas, éste afirma: «Sea lo que fuere, esteregimiento de caballería prusiana usaba su pro­pio uniforme; y como verán ustedes, ése fueotro elemento del fiasco; pero no sólo eran losuniformes, era la uniformidad. Todo fracasóporque había demasiada disciplina. Los soldadosde Grock le obedecían demasiado, de modo queno podía hacer lo que quería». Lo que provocala protesta de Watson, su interlocutor: «Eso de­be ser una paradoja. Será muy ingenioso y todolo que quieran, pero realmente es un desatino.Ya sé que la gente suele decir que hay demasia­da disciplina en el ejército alemán. Pero en unejército no puede haber demasiada disciplina».Sin embargo, Chesterton y Mr. Pond demues­tran con su cuento, y sin lugar a dudas, que laexcesiva disciplina prusiana desbarata los planesdel terrible mariscal Von Grock y le salva la viday devuelve la libertad a Pablo Petrovski, el poetade Cracovia.

«Los tres jinetes del Apocalipsis» o «La torre de la traición», son cuentos policiales en los que no aparece el P. Brown; sin embargo, este sacer­dote católico, de aspecto insignificante, muy ob­servador y menos candoroso de lo que parece, es el detective, por así decirlo, chestertoniano' por excelencia. Sus relatos llenan varios volú­menes, casi siempre según un esquema seme­jante. Alguien propone al P. Brown la solución de un caso complicado; según va avanzando la investigación, el caso se complica aún más, in­cluso con la aparición de elementos mágicos o sobrenaturales. Finalmente, el P. Brown resuel­ve el enigma y dedica la parte final del relato (páginas o líneas), a explicar cómo llegó a dar con esa solución: esto es, a ordenar el caos, a sa­car la luz de las sombras.

La metafísica roza siempre las ficciones poli­ciales de Chesterton; pero una metafísica hu­morística, como en la novela «El hombre que fue Jueves», donde los miembros de una organi­zación misteriosa y perversa resultaron ser poli­cías que se habían introducido para vigilarse unos a otros. Los casos a los que se enfrenta el P. Brown son tremendos; por ejemplo, en unode sus cuentos se produce el siguiente diálogo:

«-¿Quiere usted decir que las tragedias que han tenido lugar en su desgraciada familia no han sido muertes naturales?

«-Quiero decir más; que ni los asesinos fue-

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ron normales -dijo el otro-. El hombre que nos está acorralando hacia la muerte es un lebrel in­fernal y su poder emana de Satanás».

Sin embargo, en estas historias el desarrollo es apacible y hay más conversación (como co­rresponde a investigaciones en las que en oca­siones se está dilucidando un problema teológi­co) que violencia. Por supuesto, siempre o casi siempre hay uno o varios muertos; pero son im-

prescindibles porque son el punto de partida del enigma. Como observa Borges: «El P. Brown lo ve, charla, oye su confesión y lo absuelve, por­que en los cuentos de Chesterton no hay arres­tos ni violencia». Y hace poco, Bioy Casares, en unas declaraciones en las que se refería a la con­sabida violencia de las novelas del género «ne­gro» norteamericano (aunque también las nove­las francesas, como las de Albert Simonin o José

Giovanni abundan en asesinatos y violencias), con sus escenarios urbanos y nocturnos, sus ca­barets y grandes cantidades de whisky -cana­diense en las historias de Lemmy Caution-, sus automóviles que lanzan ráfagas de metralleta, cadáveres que aparecen en el río, puñetazos y sexo, y algún policía gruñón y desaliñado, eter­no enemigo del detective, cuya investigación hace lo que está en sus manos por interrumpir,

decía: «Yo prefiero la aldea británica, la tranqui­la aldea donde transcurren muchos de los rela­tos de Chesterton, en los que todo se resuelve por deducción, como debe ser, y no ese clima duro, impregnado de sangre y sexo, en el que se desarrollan la mayoría de las novelas y cuentos policiales de nuestro tiempo».

No obstante, la aldea inglesa de Chesterton tampoco es apacible, aunque Chesterton sea un

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optimista. El pesimismo de Flaubert, por ejem­plo, se manifiesta en sus paisajes: en esos ríos lentos de invierno, en esos árboles desolados, quemados por el invierno, negros y sin hojas. El entorno propuesto por Chesterton para sus cuentos no es más cálido; por ejemplo:

«Frondosidades verde oscuro adquirían ahora un tono gris por efecto del leve polvo de la esca­lera, largos hierbajos contorneaban los arriates cual dos flequillos, y la casa permanecía inmuta­ble en la cima de un bosque enano de hierbajos y matas. La mayor parte de la vegetación consis­tía en plantas de hoja perenne o muy resisten­tes, y aún siendo tan oscura y abundante era de un tipo demasiado nórdico para convenirle el epíteto de exuberante. Se podía describir como una selva ártica. Algo análogo sucedía con la ca­sa misma que, con su columnata y clásica facha­da, podía haber mirado sobre el Mediterráneo, aunque en realidad pareciera marchitarse ahora bajo el viento del mar del Norte. Adornos clási­cos dispersos acá y allá acentuaban el contraste; cariátides y máscaras de la comedia o tragedia vigilaban desde los ángulos del edificio sobre la gris confusión de los senderos, pero incluso sus caras parecían haberse helado. Y era también posible que las volutas de los capiteles se hubie­ran retorcido por efecto del frío».

O bien cuando se imagina los vastos. territo­rios de una Europa central, que, para él, era te­rritorio tan misterioso como el Golfo Pérsico o las praderas norteamericanas:

«Las águilas seguían planeando sobre aque­llos bosques sin fin, donde las fronteras de Hun­gría penetran en los Balcanes». O bien: «Habla­ban de una parte del mundo que ambos cono­cían y que en Europa Occidental se conoce muy poco: las vastas llanuras anegadizas que se des­hacen en pantanos y ciénagas en los confines de Pomerania y de Polonia y de Rusia, y que se di­latan acaso hasta los desiertos siberianos. Y Mr. Pond recordó que en una región de profun­das ciénagas, cortadas por lagunas y lentos ríos, hay un solo camino en un estrecho terraplén empinado: una senda no peligrosa para el pea­tón, pero escasa para que dos jinetes pasen a un tiempo».

Estos son los escenarios de cuentos policiales, más inquietantes que la ciudad con luces de neón y automóviles a todo correr, y ese marco urbano que tal vez permita que por obra y gracia de pintorescas adaptaciones de algo que tal vez tiene poco que ver con el cuento policial, cierto puerto aspire a parecerse a todos los puertos. Por el contrario, los territorios de G. K. Chester­ton le son propios porque «los Trolls y el Fundi­dor de 'Peeer Gynt' eran de la madera de sus sueños, 'the stuff his dreams were made off», como escribió Borges.

Mas en el paraíso, la tierra de la leche �y de la miel, también, aunque fuera in- �vierno, manaban ríos de whisky, ron y cerveza.