Los descerebrados de Tomaso Garzoni y el suplicio de Giordano Bruno. Estudio sobre la personalidad y...

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1 “El manuscrito incógnito de París”, O de cómo a través del Teatro de los cerebros de Tomaso Garzoni, Se intentó consolar a Giordano Bruno. O también podría titularse: De los grandes cerebros libres y de los descerebrados malvados, siguiendo la clasificación de Tomaso Garzoni. Dr José Luis Día Sahún Psiquiatra. Hospital Miguel Servet Zaragoza Tutor formación MIR psiquiatría. Trabajo presentado para lectura y discusión en: Acto de Bienvenida a los residentes de Psiquiatría 2005-2006 Encuentro organizado por: SmithKline Beecham S.A. Zaragoza.

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Estudio de la personalidad y del carácter, según Garzoni. Consuelo y suplicio de Giordano Bruno. Texto para residentes psiquiatría. MIR y PIR. Docencia psicopatología.

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“El manuscrito incógnito de París”, O de cómo a través del Teatro de los cerebros de Tomaso Garzoni,

Se intentó consolar a Giordano Bruno.

O también podría titularse:

De los grandes cerebros libres y de los descerebrados malvados, siguiendo la clasificación de Tomaso Garzoni.

Dr José Luis Día Sahún Psiquiatra. Hospital Miguel Servet Zaragoza Tutor formación MIR psiquiatría. Trabajo presentado para lectura y discusión en: Acto de Bienvenida a los residentes de Psiquiatría 2005-2006 Encuentro organizado por: SmithKline Beecham S.A. Zaragoza.

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Estimados colegas, médicos y futuros psiquiatras, “alienistas del siglo XXI”. Espero que lo que ha continuación se os relata os sea de provecho.

Vais a ver desfilar ante vuestros ojos, y os será leída la triste suerte de ilustres galenos, de hombres libres y juiciosos, de descerebrados y desalmados, y de todas las condiciones humanas. Veréis como los médicos y filósofos del momento describían la conducta y personalidad del hombre del renacimiento. Los tipos y caracteres aquí descritos, aunque los estudiéis hoy día con las más modernas nomenclaturas y clasificaciones, siguen siendo objeto de estudio y admiración de los mejores psicopatólogos y alienistas.

Os presento por fin el “Anonymous manuscrit”, fechado en el año 1600, o también

llamado Manuscrito Incógnito de París,”. Se atribuye su autoría –nunca comprobada- a un tal galeno llamado “Bardaixin”, alienista comtemporaneo de Serveto, de posible origen español y de fortuna despareja.

Donde se documenta la relación epistolar con Giordano Bruno y se comentan “El teatro de los cerebros de Tomaso Garzoni”, así como otras teorías psicopatológicas en relación a la conducta y personalidad humana. Según el saber y entender de la época.

Comienza el apócrifo de la siguiente manera: “.....Mi querido Giordano Bruno nació cinco años después de que muriera

Copérnico. Éste había legado una idea embriagadora a la generación que iba a seguirlo.

El pensamiento de la Infinitud del Universo fue una de las grandes ideas estimulantes del Renacimiento. El Universo ya no era el patio de atrás de un Dios del siglo XV. Bruno trató de imaginar un dios cuya majestad dignificara la majestad de las estrellas. Después de ser dominico en Nápoles, tuviste que exiliarte. En 1581 es profesor en la Universidad de París, bajo la tutela de Enrique III. En plena guerra de religión, católicos contra hugonotes.

Las primeras obras de Bruno fueron publicadas, De Umbras Idearum, "Las Sombras de las Ideas", al cual le siguió prontamente Ars Memoriae, "El Arte de la Memoria". En estos libros mantenías que las ideas son sólo sombras de la verdad. En otro libro: "Breve Arquitectura del Arte de Lull" . Bruno niega el valor del esfuerzo mental de nuestro Ramón Lull para probar los dogmas de la iglesia por medio de la razón humana. Señala que el cristianismo es enteramente irracional, que es contrario a la filosofía y que está en desacuerdo con otras religiones. Observa que lo aceptamos por la fe; que la revelación, como se la llama, no tiene base científica.

Huyó del calvinismo por se contrario a la libertad intelectual, y tras haber sido preso.

En 1581, es profesor en la Universidad de París, bajo la tutela de Enrique III. En plena guerra de religión.

En el año 1582, a la edad de 34 años, escribió una obra, Il Candelaio ("El Candelero"). Muestra a un hacedor de velas que trabaja con sebo y grasa y luego tiene que salir a vender su mercancía a los gritos:

"Contempla en la vela que lleva este candelero, ...El tiempo todo lo da y todo

lo quita; todo cambia pero nada perece. Uno solo es inmutable, eterno y dura para

siempre, uno y el mismo consigo mismo. Con esta filosofía mi espíritu crece, mi

mente se expande. Por ello, no importa cuán oscura sea la noche, espero el alba, y

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aquellos que viven en el día esperan la noche. Por tanto, regocíjate, y mantente

íntegro, si puedes, y devuelve amor por amor."

Fue a Inglaterra a comenzar de nuevo y a encontrar una nueva audiencia.

Oxford, como otras universidades europeas de la época, rendía reverencia académica a la autoridad de Aristóteles, y no logró cargo académico.

En su obra "La Cena del Miércoles de Cenizas", la historia de una cena privada con invitados ingleses, Bruno difunde la doctrina copernicana.

¿Recuerdas Giordano a John Donne y su libro Paradojas y Devociones, y su Biathanatos, que con tanto amor leíamos?.

Tu contemporáneo Robert Burton no te olvidan -¿leíste su tratado de la melancolía?-.

Entre los años 1582 y 1592 no había apenas ningún maestro en Europa que difundiese persistente, abierta y activamente las nuevas sobre el universo que Copérnico había dibujado, excepto Giordano Bruno. Un poco más tarde, otro personaje aún más famoso iba a hacerse cargo de la tarea: Galileo. Galileo nunca conoció a Bruno en persona y no lo menciona en sus obras, aunque debe haber leído algunas de ellas.

Después de veinte años en el exilio nos lo imaginamos alienado, ansioso de oír el sonido de su propia lengua y de tener la compañía de sus compatriotas. Pero siguió escribiendo libros. En su libro De Causa, principio et uno, "Sobre la Causa, el Principio y la Unidad", encontramos frases proféticas:

"Todo este orbe, esta estrella, no estando sujeta a la muerte, y siendo

imposibles la disolución y la aniquilación en la )aturaleza, de tanto en tanto se

renueva a sí mismo cambiando y alterando todas sus partes. )o hay un arriba o

abajo absolutos, como enseñó Aristóteles; ninguna posición absoluta en el espacio;

si no que la posición de un cuerpo es relativa a las de los otros cuerpos. En todos

lados hay un incesante cambio relativo de posición a través del universo, y el

observador siempre está en el centro."

Sus otras obras fueron "El Infinito, el Universo y sus Mundos", "El Transporte

de las Almas Intrépidas". En su libro "La Expulsión de la Bestia Triunfante", ataca la pedantería que encuentra en las culturas católica y protestante. El libro fue escrito cinco años antes de que naciera Descartes, y en él se dice: "Aquél a quien le inquiete la filosofía debe ponerse a trabajar poniendo todas las cosas en duda". Su título más interesante es "Ciento Sesenta Artículos Dirigidos Contra los Matemáticos y Filósofos de la Época". Una de sus últimas obras, "Las Ataduras de la Especie", quedó sin terminar.

No podía concebir que Dios y la naturaleza pudiesen ser entidades separadas y

distintas como lo enseñaba el Génesis, como lo enseñaba la Iglesia, y como lo enseñaba incluso Aristóteles. Predicabas una filosofía que hacía insignificantes los misterios de la virginidad de María, de la crucifixión y la Misa. Era tan ingenuo que no podía ver sus propios esquemas mentales como si fuesen realmente herejías. Veía a la Biblia como un libro que sólo los ignorantes podían tomar literalmente. Los métodos de la Iglesia eran, para decirlo lo más suavemente posible, desafortunados, y promovían la ignorancia por instinto de autopreservación.

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Acuñó la frase Libertes philosophica. El derecho a pensar, a soñar, por decirlo así, a hacer filosofía. Después de 14 años de vagar por Europa, Bruno volvió sus pasos hacia el hogar. Quizá en verdad lo extrañaba. Algunos escritores afirman que fue engañado.

Fue invitado a Venecia por un hombre joven cuyo nombre era Mocenigo, que le ofreció un hogar y luego levantó cargos contra él ante la Inquisición. Fue entregado a Roma. Desde 1593 permanece en la prisión papal.

Aquí te perdí la pista. Estuviste siete años recluido, y nada supimos de ti. Sólo me consuela la lectura de “Los heroicos furores”, de tus poemas amorosos

y tu moral heroica. ¡Y tu me pides consuelo¡.

¿Qué te puedo ofrecer para paliar tu gravedad, para aliviar tu funesto destino?. ¡En manos del tribunal de la Santa Inquisición¡ Preso en el palacio Romano del Santo Oficio. ¿Qué te puede ofrecer del saber médico de nuestro XVI , este siglo escindido

entre católicos y protestantes, este siglo que se resiste al renacimiento humanista y todavía vindica con fuerza la idea Tholemica del universo.

Me pides que perite en tu juicio, que ejerza de abogado defensor, y para ello que te exponga el más amplio conocimiento sobre la conducta humana y el temperamento y carácter de los hombres.

¿Cómo responder a sus súplicas, cómo entender la conducta humana y la

ciencia psicológica de esta época que nos ha tocado vivir? ¿Cuándo la demonología dejará de presidir nuestras vidas?. De triste recuerdo para todos nosotros es la obra de Eymerich, su “Manual del

inquisidor”, la Bula papal de Inocencio VIII “Summis desiderantes affectibus” y el “Malleus maleficarum” (Martillo de Herejes) de Krämer.

¿No te acuerdas de José Bodín, colega de parís y su “Demonología de las brujas”?.

¿Que podemos hacer para ayudar a Bruno en su cautiverio?.

Me recuerdas a Boecio, quién en su cautiverio y a la espera de su ejecución escribió “La consolación de la filosofía”, y estos versos sobre la confusión que agitaba su alma cautiva.

“¡Ay¡ como se agita el alma tendida en el

fondo del abismo

Aquí está el hombre que en otro tiempo,

gozando de plena libertad,

solía escalar los senderos del firmamento,

observaba la luz dorada del sol

y seguía atento las fases de la gélida luna.

Era vencedor de las estrellas, ¿Qué más?

Este hombre buscaba la razón por la que los

vientos paren tempestades

y amotinan los mares. ¿Qué espíritu inmutable

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hace rodar al mundo?....

Pero ved como ahora quien solía descubrir

los secretos recónditos de la naturaleza

yace tendido, prisionero en la noche.

Pesadas cadenas le cuelgan del cuello

que le obligan a doblegar la frente

y a no poder ver otra cosa que el polvo inerte.

Debo de reconciliarme con Teofrasto, -nos dice Boecio- releer sus “caracteres”

y buscar entre ellos aquel personaje que me reconforte porque se me represente como un igual, un otro en quien ver mi pobre destino. O a su maestro Aristóteles, y su “Problema XXX también titulado por nosotros “El hombre de genio y Melancolía”.

Como consuelo, siempre me quedará la obra de Cicerón y Séneca, con su “Teoría de la consolación”.

Sé que añoras a Thomas Moro (1478-1535) y su “isla utopía”, tú, preso en las mazmorras vaticanas, ¿Cuál es tu culpa Bruno?. ¡Has ido muy lejos en la libertad de conciencia¡.

Te puede consolar Luis Vives, Valenciano exiliado en Brujas y su querido

texto: “De Anima et Vita”, “las emociones y enfermedades del alma”, un tratado de las pasiones humanas.

En su capítulo I. “Enumeraciones de las emociones” puedes leer: “Todo movimiento del espíritu procede del bien o del mal en cuanto que es

contrario al bien”, “más el bien y el mal son o presentes o futuros o pasados o posibles:

La ausencia del bien es como un mal, a su vez la del mal es como un bien. Éste, tan pronto como se le conoce, enseguida empieza a agradar y como la

primera brisa del viento que sopla se llama complacencia y cuando se consolida amor.

Ahora bien, la emoción derivada del bien presente que hemos conseguido se llama alegría, la del bien futuro deseo, el cual se incluye en los lindes del amor.

La primera emoción fruto del mal es el disgusto, contrario a la complacencia, el cual cuando se consolida se transforma en odio; sobre el mal presente experimentamos tristeza y sobre el futuro temor.

Los movimientos contra le mal presente son la ira, la envidia y la indignación; contra le mal futuro la confianza y la audacia.

En el ámbito del amor se hallan el favor, la deferencia y la compasión; en el de la alegría, el deleite; en el de la codicia la esperanza; en el de la tristeza, la añoranza.

La soberbia es algo monstruoso, mezcla de muchos sentimientos: de alegría, de ambición y de confianza,...

Te envío copia del los capítulos del Libro tercero, donde Vives expone las emociones. La primera de todas, el Amor, -que no te falta amigo-, después los Deseos, y vienen a continuación el resto de emociones que te enumero: El favor, la veneración o reverencia, la compasión y simpatía, la alegría y el gozo, el deleite, la risa, la ofensa, el desprecio, la ira y el disgusto, el odio la envidia, la celotipia, la

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indignación, la venganza y la crueldad, la tristeza, las lágrimas, el temor, la esperanza, el pudor y la soberbia.

Espero que te consuele en tu cautiverio, y que te haga soportar la tortura con dignidad.

No te sirvas de las enseñanzas de Maquiavelo y de su libro exitoso “El

príncipe”. Es tan sólo una apología de la razón de estado, que exalta la “fuerza y voluntad del poder como principio primero y última razón en el gobierno de los pueblos, “el fin justifica los medios”. “Donde no funciona el derecho vale la violencia”. No, ya ves que la condición humana de Maquiavelo es ególatra y rechaza el humanismo de nuestro querido Erasmo de Rótterdam.

Releamos juntos el “Elogio de la estulticia” de nuestro maestro. Riámonos juntos con el francés Rabelais con su Gargantúa y Pantagruel, levantemos el ánimo pues.

Quiero presentarte a Garzoni y su trabajo “los grandes cerebros del

mundo”.

En su texto nos relata el perfil psicológico de muchos de nuestros contemporáneos. Seguro que te es útil para tu defensa, y para desenmascarar la hipocresía de tus acusadores.

Pero pasemos ya, por favor, a hablar de los grandes cerebros libres, con los cuales tú debes de sentirte identificado, pues para mí eres su ilustre patrón de medida.

Siento no disponer de más doctos escritos, que seguro los habrá, pero tal es mi ignorancia sobre el tema. Debo decirte que para mi estudio de casos utilizo todavía la clasificación de Teofrasto, de la cual te doy un adelanto.

Siempre nos quedaran los “remedios” del Ars Amandi de Ovidio, los Consejos del canon de Avicena. Rhazea, Averroes y el propio Maimónides con su “Guia de perplejos o de los descarriados”.

¿Qué más te puede ofrecer un humilde alienista español refugiado en París?. Sí, ya sé que otros te dirán que en un futuro se descubrirán la causa de la

alienación, todas las formas de desvarío posibles y se clasificaran a las personalidades según rigor científico.

Hasta el Oráculo de Delfos habló de una ciencia psiquiátrica y verbalizó las enigmáticas palabras DSM, que ni el mismo Sócrates pudo descifrar. Pero amigo, esto es lo que hay, estamos a finales del siglo XVI y es todo lo que te puedo decir.

Te ofrezco este elogio y vindicación de la locura, a modo de nuestro sabio Erasmo.

Así, en su capítulo XXXI nos describe Garzoni : “De los grandes cerebros

libres” Te escribo su texto lo más completo posible para que no te pierdas detalle. Nos

dice: “Hablando con propiedad, son grandes cerebros libres los que poseen aquella innata libertad de espíritu para proclamar lo que es verdadero que el poeta Lucrecio alaba en el verso:

Sólo el verdadero liberó su pecho con palabras392

,

Para estar en paz consigo mismo, aunque se encuentren en miserable estado, teniendo en poco las restantes grandezas.

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El romano Catón, hombre de cerebro libre, era el primero que en el senado recriminaba libremente todos los vicios y defectos de la ciudad.

Lo mismo hizo el ateniense Foción, de quien se lee en Plutarco392 que cierta vez Demóstenes le dijo: «Los atenienses, Foción, un día se van a volver locos y te matarán».

A lo que replicó: «Pero si se vuelven cuerdos es a ti a quien darán muerte». ¡Feliz libertad, si no sobrepasa los términos de lo verdadero y de lo honesto! «Donde está el espíritu está la libertad», dice el apóstol san Pablo395. Con esta libertad recriminó Juan a Herodes; con ella dice Pablo haber

reprendido a Pedro. Pero es preciso saber usarla en tiempo y lugar y con maneras debidas y convenientes si el reprensor no busca sus propios honores.

El filósofo Diógenes396, dentro de su tonel y frente al sol, pidió con libertad de espíritu a Alejandro que no le privara de lo que no estaba en su poder darle, a saber, de la vista de los rayos solares, y aquella libertad suya, usada en el momento adecuado, fue muy alabada por el monarca.

¿Qué mayor libertad puede oírse que la del pirata Diomedes397, cuando apresado por el predicho Alejandro y echándosele en cara que su ejército devastaba tierras y riberas, respondió libremente: «A mí, que con una sola nave devasto el

mar, se me llama corsario y depredador; y a ti, que con miles de navíos infestas los

mares y causas perturbación en toda la tierra, se te llama señor y emperador». Y por esta respuesta fue abrazado, honrado y alabado.

Por el lado contrario, todos aborrecen y rechazan la libertad importuna y

procaz, como la del sofista Antífanes397. A la pregunta de Dionisio de en qué país se encontraba el mejor bronce, respondió con excesiva libertad: «En Atenas» -porque aquella ciudad había erigido bellísimas estatuas de bronce a Armodio y Aristogitón, que habían dado muerte a tiranos, insinuando así claramente que tam-bién Dionisio merecía perecer a mano de tales hombres. O la del ateniense Democares399, que formó parte de una embajada de su patria al rey Felipo. Cuando, a la hora de partir, le dijo el rey que si aún tenía alguna petición que hacer en favor o servicio de sus conciudadanos no dudara en presentarla, lo único que respondió fue: «Que te ahorques», dando así prueba de una libertad petulante y rabiosa, mezclada de estupidez y necedad.

La verdadera libertad no tiene pelos en la lengua, pero está acompañada de sabiduría, equidad, honradez, juicio y amor.

Cuando un hombre libre ve instalarse una tiranía, la reprende discretamente; si conoce abusos, no puede encubrirlos; si advierte simonías, no puede callarlas; si descubre que los estatutos están quebrantados y las leyes preteridas, no puede soportarlo; si ve que la justicia es oprimida, tiene que clamar; si observa que la razón es conculcada, debe denunciarlo; si repara que sólo impera la ambición, se ve forzado a romper del todo en todo el freno y el bocado de la lengua.

¿Quieres que un hombre libre tolere con paciencia ver a un gramático charla-

tán, a un historiador mentiroso, a un lógico que siempre está en disputas, a un músico enteramente lascivo, a un astrónomo falaz en grado extremo, a un mago malvado sin medida, a un cabalista henchido de perfidia, a un médico que es simple soñador, a un metafísico monstruoso, a un moralista fastidioso, a un político malvado e inicuo, a un príncipe tirano a cara descubierta, a un magistrado opresor,

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a un pueblo siempre en rebeldía, a un mercader perjuro, a un procurador ladrón, a un pastor lobo, a un súbdito víbora, a un médico homicida, a un doctor en leyes Ajitófeles400, a un alquimista estafador, a un astrólogo loco, a un abogado que defiende la rebeldía, a un notario que falsifica documentos y escrituras, a un juez venal ocupando un tribunal excelso y elevado?

El hombre libre necesita que haya entre los héroes un Hércules que persiga a

todos los monstruos, entre los dioses un Plutón que se airé con todas las sombras, entre los filósofos un Demócrito que se ría de la insania humana y un Heráclito que llore siempre la miseria y la desventura de este mundo.

El hombre libre no puede tolerar los hurtos a cara descubierta, los latrocinios cotidianos, los agravios a los inocentes, los favores a los indignos, los hombres de letras oprimidos, la ignorancia exaltada, el vicio en la popa, la virtud en la sentina, los pobres olvidados, los favoritos distinguidos, la juventud sentada en lo más alto, la vejez en lo más bajo y, lo que todavía es peor, un ambicioso con la eterna vara en la mano y un hombre idóneo eternamente sometido.

El hombre libre declarará, siempre que se le presente la ocasión, que el mundo está lleno a rebosar de estupidez y de iniquidad, que cada cual va a lo suyo, que se ignora el bien común, la ambición lo domina todo, no hay lugar para la fe, la caridad no tiene albergue, las instrucciones se toman como pasatiempo, la religión es concu1cada y no reinan sino la soberbia y la tiranía.

Al hombre libre no se le induce a callar por dinero; no le conmueven las

súplicas; no se pliega a las promesas; no le desvían las amenazas, no le apartan las palabras, no le atemorizan los hechos.

El hombre libre muestra por doquier su libertad, porque habla libremente con la lengua, fulmina con los ojos, se aíra con el gesto, cavila con el pensamiento, delibera con la voluntad y pone fin a todas sus determinaciones poniéndolas en práctica.

¡Oh cara y amada libertad!

Estás acompañada de la prudencia, del entendimiento, del discurso de la razón, de la sabiduría de la mente.

Eres tú la que das muerte a los monstruos, atemorizas a los tiranos, expulsas a los impíos, aterras a los orgullosos, haces temblar la insolentísima audacia de los inicuos.

Sólo en ti tienen esperanza los buenos; en ti confían los desconsolados, a ti se vuelven los desventurados, a ti recurren los pobres; tú sola eres el refugio de todos los sojuzgados.

Y ¿por quién eres despreciada sino por los viles, desamparada sino por los tiranos, expulsada sino por los ignorantes, conculcada sino por los necios, erradicada y arrancada sino por la caterva de los villanos? Siéntete orgullosa también por esto, porque te gozas en ti misma, te consuelas en tu propia magnanimidad, te deleitas en tu grandeza, te alegras en tu valor, y mientras otros te consideran mísera, tú disfrutas placenteramente de tu naturaleza, porque si tienes el bien, te complaces en él con contentamiento, Y si el mal, lo desdeñas con coraje.

Por esto es maravillosa la naturaleza del hombre libre, porque no se siente

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obligada a los grandes, no rinde pleitesía a los superiores, no corteja a los potentados, no siente aprecio por los cargos y oficios, no pide honores, y se goza de sí solo, juzgando a los demás por lo que son y dejando que los demás le estimen por lo que bien les parezca.

Si el ignorante llama al hombre libre filósofo, él lo tratará como bestia; si es un humorista, no se dignará responderle; si es un charlatán, se ríe de su parloteo; si es un espíritu fastidioso, con una mirada de través, acompañada de cinco o seis sinónimos al caso, lo reduce al instante al silencio.

¿Quién tiene lemas más sutiles y penetrantes que el hombre libre, dichos más eficaces, palabras más apremiantes, sentencias más adecuadas, razones más concluyentes, respuestas más vivas y agudas, cualquiera que sea la ocasión?

Si el hombre libre lo desea, con un solo gesto te detiene, porque cuando adviertes que quiere llegarte a lo más vivo y decirte que eres un pilar de ignorancia, un horno de ambición, una montaña de soberbia, un valle de miseria, un hospital de locos, un tugurio de villanos, una sentina de porquería, un asiento de tiranía, te reduce al punto al silencio y te obliga a escabullirte como perro escarmentado por las dentelladas y los ladridos.

Concluyo, en síntesis, que esta libertad, siempre que sea prudente y fructífera, merece ser alabada en todas partes. De ahí que, en su elogio, un sabio de Grecia dijera:

«La libertad del espíritu debe ser estimada por encima de cualquier otra cosa» 401

El sabio Esopo declaró: «Este don celeste supera las riquezas del orbe» 402 Que no te embriague tal precipitación de elogios al hombre libre, debo

advertirte de la suerte de nuestro ilustre Serveto, sabio por ti bien conocido. A tal efecto, te remito copia del texto perseguido con ahínco por Calvino, hasta

tal extremo que si cayera en tus manos, bien deberías quemar con aprieto tal escrito a fin de evitar la condena máxima por hereje. Ya sabes que Castellio tuvo que huir para poner a salvo su cuello de la horca segura.

Sabido es que Sebastian Castellio en su escrito “Contra libellum Calvini”,

nos dice: «El 27 de octubre del pasado año 1553, el español Miguel Servet fue quemado

en Ginebra a causa de sus convicciones religiosas y a instancias de Calvino, pastor

de esa iglesia”. No acaba aquí su alegato. Lee atento y contiene el aire y la emoción, puesto que lo mismo podrá ser dicho algún día de tu persona ilustre.

«Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre.

Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina,

sacrificaron a un hombre, y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro

hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe.»

Aún más quiero que leas, querido amigo. ¡Que este justo alegato te sea provechoso¡.

¿Se puede definir mejor la personalidad del hombre libre?. Aquel que no tardará en ser convicto y reo de sus propios excesos de justicia.

Escucha el discurrir de nuestro Castellio, y únete a él en su reivindicación:

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Nos dice: “Sea del tipo que sea -lógico, ético, nacional o religioso-, el subterfugio que se simule o pretexte para justificar el hecho de quitar de en medio a un hombre, ninguno de esos motivos exime al hombre que ha cometido u ordenado el crimen de su responsabilidad personal.

“Por lo que a nosotros respecta, jamás quemaremos a un autor, jamás una

obra”

De un homicidio siempre es culpable su autor, y jamás se puede justificar un asesinato por medio de una ideología. Las verdades se pueden difundir, pero no imponer.

Ninguna doctrina será más cierta, ninguna verdad más verdadera, porque grite y se encolerice.

Ninguna debería imponerse artificialmente recurriendo a una brutal propaganda.

Una doctrina, una ideología, será aún menos verdadera si persigue a los hombres por oponerse a su modo de pensar.

Las convicciones son vivencias y episodios individuales, que no dependen de nadie más que de aquel a quien pertenecen.

Las convicciones no se dejan reglamentar, ni que les den órdenes. y aunque una verdad invoque a Dios una y mil veces y se declare santa, nunca puede considerar legítimo el destruir el santuario de la vida de un hombre, creada por Dios.

La coacción en cuestiones espirituales no sólo es para él un crimen contra el espíritu, sino un esfuerzo inútil.

«¡No forcemos a nadie! Pues la coacción jamás ha hecho mejor a un hombre. “Aquellos que quieren imponer una fe a los hombres, actúan de modo tan

absurdo como alguien que con un palo quisiera alimentar por la fuerza a un

enfermo.»

-«Niega de una vez a tus funcionarios –le dice a Calvino- el derecho al empleo de la violencia y la persecución. Concede a todos, como reclama san Pablo, el derecho a hablar y a escribir, y pronto reconocerás lo que es capaz de hacer en la tierra la libertad, una vez redimida de la coacción.»

Y ahora Castellio nos habla del hombre ideal, del ideal del hombre que quiere ser libre: “Un hombre, llamado Miguel Servet, un hombre que buscaba a Dios, un «étudiant de la Sainte Escripture», ha sido asesinado. No contento Sebastian se atreve contra el tirano, y dice:

“Te acuso de este asesinato a ti, Calvino, como el promotor espiritual del

proceso, y al magistrado de Ginebra, como la autoridad que lo llevó a cabo. “Calvino ha matado, ha eliminado injustamente a un adversario. Por eso, es

culpable, culpable y culpable de un asesinato premeditado" Insiste nuestro héroe. No dejes querido Bruno que tu cuerpo sufra la misma suerte que Serveto, huye

si puedes, refúgiate en una República amiga de las letras y del humanismo, no te queremos como héroe “quemado vivo”, preferimos que tu vida, aun ocultada y con otro nombre siga creando obras para el placer de los que aman la belleza.

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¿Qué condición, qué carácter y disposición del temperamento te lleva a querer ser héroe, a ser mártir para tus descendientes?. ¿Qué gozo encuentran algunos en el martirio por una causa justa?.

¡Volvamos a nuestros descerebrados¡

Quiero concluir con los escritos de Garzoni, con estos personajes nefandos, a los que llama descerebrados, y que son la peor de las calañas. Líbrate de ellos como de la peste Bruno, y mucho me temo que has caído preso de un descerebrado desalmado.

Para que te sirva de ilustración y aprendizaje repásate el teatro de los descerebrados que ha continuación te ilustro.

Seguro que alguno de tus carceleros, alguno de tus delatores y perseguidores

cumplen con los criterios que te traigo a colación. ¡Ten cuidado con Clemente VIII¡ En su capítulo XLIII Garzoni nos describe De los descerebrados viciosos en general

Digo, pues -añade Garzoni- que los descerebrados viciosos son en sí mismos vilísimos y que apenas si merecen que se hable de ellos en el mundo, pues llevando dentro de sí el vicio -del que dice Agustín653, comentando a san Juan, que es una nada (porque es una corrupción de todos los bienes que anula al vicioso y le priva del verdadero ser, que es el de la gracia, y porque le hace desagradable y odioso a todo el mundo)- tienen una condición abyecta y vil.

Pero es que, además, los viciosos son personas sin mesura y sin orden, sin regla alguna en el mundo, a los que nadie tiene consideración, como a gente desbandada y aventurera, porque la virtud, como dice Aristóteles655, está en el medio, mientras que éstos se sitúan en todo en los extremos.

Y así, Séneca656 decía que «los vicios deben ser perseguidos sin medida y sin orden, porque no tienen en sí ni orden ni medida».

Recuerdo haber leído que Platón, en su República657, tratando del vicio, le presentó bajo el nombre de una bestia negra y espantosa. Juan, en su Apocalipsis658, lo describió bajo la figura de aquella bestia de tantas cabezas y cuernos. Ovidio659 lo pintó con el nombre del monstruoso Proteo.

También el doctísimo Dante le expone bajo el nombre de bestia cuando dice: “Así me hizo sentir la bestia impacientada que viniendo a mi encuentro, poco a

poco, me empujaba adonde el sol jamás alumbra”661. Así, pues, los viciosos tienen un nombre que para todos es nefando. Figuran en

este desdichadísimo apartado un Catilina, del que escribe Salustio664 que ocultaba en su ánimo mil vicios nefandos e impíos; un Marco Antonio, denunciado por Plutarco y Josefo666 como vicioso declarado; un Cómodo667, hijo de Aurelio, del que no se sabe decir si fue padre o hijo del vicio mismo.

Pero dejando ya estos viciosos por excelencia, pasemos a razonar sobre las diversas especies de los fantásticos. Descubriremos aquí, en primer lugar, los que son comúnmente llamados inquietos y desgarrados.

De estos personajes debes de protegerte y aislarte. Pero que no te acusen a ti de “descerebrado inquieto y fanático” , tu eres un luchador, un justo justiciero, al igual

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que el humilde se revela contra el tirano, tu te revelas contra la imposición del Papa, y no claudicas de tu fe autodidacta.

¿Quién te puede definir a ti Bruno como Descerebrado fanático?. ¡Tanto oro paga el Papa y los acusadores del Inquisidor a sus galenos para que estos te declaren descerebrado¡.

Lee con atención este capítulo que te transcribo –el capítulo XLIV – o también

llamado: “De los descerebrados fantásticos, inquietos y desgarrados”

Son descerebrados inquietos –nos dice Garzoni- los que, poco satisfechos de sí

mismos, no albergan otro propósito sino sembrar esta misma inquietud en los otros con rumores, estrépitos, risas y sediciones injustas, exclusivamente inventadas por su inestable cerebro.

¿Acaso tu, mi amigo encarcelado, eres de esta materia?. Todos sabemos que te quieren clasificar, codificar y cosificar para bien retenerte y doblegarte en nombre de la ciencia galénica.

Ni a ti, ni a nuestros amigos humanistas nos va la Teosofía y sí la “libertad philosófica”.

No se pueden incluir, por tanto, entre los cerebros auténticamente inquietos a

los que los necios atribuyen este nombre cuando, con la razón en la mano, procuran defender su inocencia, reprimir la tiranía, despertar la justicia adormecida, avivar la distributiva (que permanece adormilada en el sueño dentro de las estancias de los magnates), contienden a veces con estos necios y actúan de acuerdo con la ley, resultándoles a estos últimos más odiosos que la misma muerte, tanto si ganan como si pierden, según que prevalezca la prudencia del uno o el poder del otro.

Éstos son libres, no los inquietos. ¿Qué cerebro juicioso y despierto puede negar que es la misma naturaleza la

que te enseña esto, pues vemos que el perro ladra contra el lobo, la clueca se encrespa contra el milano y la avispa, por pequeña que sea, te ataca la cara si tú la molestas?

¿Quién puede negar que éstos hacen una cosa justa, cuando la justicia no es, según el emperador Justiniano en el libro de sus Instituciones, sino una voluntad constante y perpetua de dar a cada uno lo suyo 668, que falta en los superiores y por eso mismo es reclamada por los inferiores?

¿Qué es la justicia, según Marco Tulio, sino un hábito del ánimo que está al servicio de la utilidad común y distribuye a cada uno según su dignidad?669.

¿Quién tiene esta justicia distributiva?, ¿quién la retiene?, ¿quién la posee?, ¿quién no usurpa muy a gusto lo del otro?, ¿quién no se apropia de lo común?, ¿quién no se reconoce sólo a sí?, ¿quién no suplanta de buen grado los méritos de los demás?, ¿quién no hace de Argos para descubrir sus méritos? Y si se grita, si se clama, si no se puede pasar en silencio, ¿es esto inquietud de cerebro? ¡Ah, falsos gramáticas, que falsificáis los nombres verdaderos de los cerebros de nuestro teatro!

Los inquietos son los que hacen estrépito contra el deber; los sediciosos, como Catilina contra la patria; los murmuradores, como los hijos de Israel contra Dios;

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los estruendosos, como Absalón contra su padre; los ávidos de novedades, como todos los tiranos. Éstos sí son verdaderamente inquietos.

¿Sabes quién es, hablando en propiedad, un descerebrado inquieto?

El que arrebata lo que es de otro; el que se apodera de lo que es común; el que usurpa la libertad ordinaria; el que intenta imponerse a todos; el que per fas et nefas se procura las ventajas del mundo; el que entra por la puerta trasera, como taimado y ladrón, para robar los honores y las dignidades sublimes; el que perturba la paz universal; el que quebranta las leyes y las normas comunes; el que disipa el bien y la paz de la república; el que, por su ambición y simonía, da ruin ejemplo de sí a los demás; el que ensalza a amigos indignos y persigue a quienes presentan la mínima señal de hostilidad hacia él; el que no se cuida de las buenas costumbres públicas, siempre que sea él quien goza del reino usurpado; el que deja decir a todos lo que les plazca, siempre que él pueda satisfacer sus soberbios y ambiciosos deseos; el que muestra sus vergüenzas y publica las de los demás al mundo entero y luego demanda ante los tribunales si otro le señala en privado las suyas; el que da ocasión de murmurar a los impacientes, de clamar a los libres, de reír a los necios, de llorar a los sabios.

El moralista Séneca670 dice a este propósito que los hombres vivirían en

quietísima paz si se suprimieran dos posesivos: «mío» y «tuyo». Pero a éstos les agrada el alboroto, porque lo quieren todo para sí. Para las venturas no pronuncian otra palabra sino «mío»; para las desventuras

no otra sino «tuyo». «A causa de las desigualdades surgen las sediciones» 671, dice Aristóteles en su Política.

Las cosas están mal repartidas, decía Diógenes672, porque para unos son los trabajos y para otros los premios. El premio se le debe otorgar al corredor, no a quien va a verle. La cabeza del toro debería tocarle tan sólo al que, en la estacada, combate valerosamente consigo mismo.

La corona de la victoria (decía Héctor en Homero673) se da propiamente a quien derrama con valor la sangre en la batalla.

Pero en nuestros días ocurre, por el contrario, que los premios están alejados y separados de las fatigas militares; los honores recaen sobre el más disoluto, las dignidades sobre el más ambicioso, el poder sobre el más injusto, la libertad sobre el más inmoderado, los agasajos sobre el más ignorante, el crédito sobre el más falso, el bien sobre quien menos se lo merece, el placer sobre el más desenfrenado, el contento sobre el que presume más que los otros, corrompiendo lo justo y lo honesto en favor del provecho privado.

No puede negarse que aquí no interviene sino la mera injusticia, porque (como dice Isidoro)

«La justicia es orden y equidad por la cual el hombre está en armonía con todas

las cosas»674, Aquí se quebranta el orden, se infringe toda regla, se rompe toda medida de justicia y de deber.

¿Por qué quieres, tú, tirano inicuo, las delicias para ti y las fatigas para los

demás?

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¿Por qué para ti las alegrías y los placeres, dejando para los demás los trabajos y los sudores?

¿Por qué para ti la libertad de hacer lo que te place, mientras están los demás sujetos con la cadena de la esclavitud?

¿Por qué para ti los triunfos de tus apetencias privadas, mientras los demás carecen de lo necesario, como con frecuencia ocurre?

¿Por qué llevar en la mano vara tan severa para los demás y tan blanda y misericordiosa para ti?

¿Por qué sentarte en la sede en la que se exalta tu poder y se humilla a la virtud, donde prevalece la violencia y la justicia no encuentra asiento?

Renuncia, mísero, renuncia a tu ambición personal, a tu comodidad privada, al placer privado, que no son éstos los medios verdaderos y reales para hacerte estimar como hombre de bien y persona virtuosa, pues todos saben y predican lo contrario con voz universal.

Si estás mancillado con esta mancha, renuncia a tus intenciones egoístas y todos te verán amado y ceñido de verdadera gloria y de límpido esplendor.

Pero pasemos ya a los otros, que llamamos descerebrados raros, litigiosos y contenciosos.

-Garzoni en su capítulo XLV nos ilustra con “los descerebrados raros,

litigiosos y contenciosos”

Les llama descerebrados raros y contenciosos a quienes, por la mínima cuestión, y a menudo por cosas inconvenientes, disputan más allá de lo justo y de lo honesto ya con éste ya con el otro.

Es actitud digna apartarse de estos hombres litigiosos y evitarlos todo lo posible:

«Es honra del hombre evitar discusiones, pero todos los necios se enzarzan en ellas»675.

No gozan de ningún crédito en el mundo, sino que, al contrario, todos los tienen, de ordinario, por tontos y necios.

Séneca dice que «las discusiones son cosa de mujerzuelas»676, porque es propio de la mujer armar, por un huevo, un barullo de mil chismes y litigios. Uno de éstos fue Parno que, por haber perdido una barquichuela, discutía con todo el que pasaba, de donde nació el proverbio: «Por la barquilla de Parno»677. Así fue también Xantipa, la mujer de Sócrates, que le regañaba a cada instante por minucias sin sustancia.

Estos individuos litigiosos provocan con mucha frecuencia tales discordias que se producen peleas y se perturba la paz de las personas. Por eso dice bien el Sabio en el Eclesiástico:

«Riña repentina enciende el fuego, disputa precipitada hace verter sangre»678. No puede encontrarse cosa peor que estos descerebrados litigiosos, porque en

tus equivocaciones se aferran a una letra, a un punto, y arman tal escándalo y estrépito como si presentaras un documento falso, y en sus errores son tan protervos y obstinados que están dispuestos a sostener que tanto da un verbo como una proposición.

Mira, por favor, cómo gritan, cómo desafían, qué estrépito arman, qué cortan-tes y soberbios se toman cuando se ven forzados a comprobar que son simples asnos, más torpes que un buey en sus juicios y razonamientos. El furor se les sube a

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la cabeza cuando se ven descarnados y tratados como pedantes, como sofistas, como ovejas lombardas y corderos castrados de Puglia.

Ajitófeles679 se ahorcó al ver que Absalón no seguía su consejo, sino el de Berzelai. Poco menos hacen éstos, porque se retuercen, se debaten, cortan la conversación en seco, no pueden estar quietos, cometen locuras y se excitan hasta el paroxismo cuando se impugna alguna afirmación suya, se objeta su razonamiento o se pone claramente al descubierto su ignorancia.

¿No están acaso henchidos de ignorancia supina de veinticuatro quilates? ¿Qué mayor ignorancia puede darse que la de enaltecerse a sí mismo,

despreciar a todos los demás, magnificar lo suyo, despreciar lo ajeno, reírse del compañero, gloriarse de sí mismo, hacer el Hércules en cualquier asunto y nunca jamás, ni una suya vez, ceder y humillarse?

¿Qué mayor locura puede verse que ésta de discutir contra la ciencia, ensalzar la ignorancia, vituperar la virtud, alabar la cobardía, pregonar lo falso, mofarse de lo verdadero, perjudicar al justo, defender al inicuo?

¿Qué despropósito puede contemplarse en el mundo mayor que el de éstos, cuando dan en rebuznar como asnos, en ladrar como perros, en rugir como leones?

¿Y por qué? ¡Porque aquel huso está torcido, aquel punto no les gusta, aquella rueca no está

bien¡ ¡Qué necedad, qué locura, qué vanidad demasiado patente! Ovidio nos dice: “Manteneos lejos, discusiones y luchas de la amarga lengua”

68o• El propio Juvenal, condena más en concreto las disputas intramatrimoniales: “El lecho en que se acuesta la casada guarda siempre litigios e insultos de una

y otra parte; es poquísimo lo que en él se duerme” 68I. Por esta misma razón, el poeta Pronapes682 imaginó que Litigio, hijo de

Demogorgón, fue expulsado del cielo por la fealdad de su rostro, pues todos podían ver la odiosa grosería de su aspecto y sus maneras.

Pero pasemos ya nuestro discurso, siguiendo las enseñanzas de nuestro

maestro, a definir a los así llamados: descerebrados malignos y perversos.

Capítulo XLVI, o de los descerebrados malignos y perversos, divididos en

pérfidos, perjuros, maldicientes y envidiosos

Son descerebrados malignos y perversos los que, movidos por pérfida envidia o por perfidia demasiado envidiosa, dan prueba de la perversidad que anida en ellos. A ellos se refiere el profeta cuando dice:

«¿Quién se alzará a mi favor contra el malvado, quién estará a mi favor

contra el malhechor?» 683. Entran también en este número los pérfidos, traidores y perjuros, los

maldicientes y criticones y todas las clases de los envidiosos. Son pérfidos, traidores y perjuros aquellos cuyas intenciones, palabras,

manifestaciones y obras los delatan a todas horas como individuos falaces. En Ezequiel aparecen representados bajo la forma de aquel animal684 que tenía tantos ojos por delante y tantos por detrás, con cuatro caras diferentes, porque tienen, en

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efecto, muchas malicias y segundas intenciones, que son como otros tantos ojos, y muchos y diversos modos de proceder, que son como caras opuestas entre sí.

De ellos puede decirse lo que está escrito en el Eclesiástico: «Tienen el corazón lleno de engaño»685. Tienen un corazón lleno de engaños en los que no hay otra cosa sino falacia. Así describe Virgilio, en el segundo de La Eneida, el corazón del perjuro y

falaz Sinón, diciendo: “Con tales insidias y tan perjuro artificio se creyó el relato de Sinón”686, Habla Propercio de la gran falacia de Ulises, perjuro y fementido hacia la bella

ninfa Calipso, que le había dado cobijo durante siete años, en estos versos: “Así fue Calipso engañada por el joven Duliquio y vio a su amante desplegar

las velas”687•

También los maldicientes y censuradores albergan perversión y malignidad cuando vituperan, de modo injusto, las palabras o las obras de éste o de aquel otro.

Se les critica, con razón, cuando ellos, sin razón, critican a otros.. ¿Qué príncipe no es injuriado? ¿Qué rey o Papa ha podido evitar los pasquines

y los dichos de lenguas profanas y desalmadas? Pero ¿dónde dejo a Agrippa, que se ha metido con todos, ha herido a todos, ha

escarnecido a todos los sacerdotes y religiosos, monjes y ermitaños, papas y santos, con una lengua en cuyos razonamientos se entremezclan el gramático Dafita693, el filósofo Anaxarco, el poeta Arquíloco, el historiador Timágines y hasta el mismísimo Lutero?

Éstas son las lenguas malignas y vociferantes, como las llama Bernia69, que no

perdonan ninguna fama, con tal de dar desahogo a su gran ansia de publicidad. Son los que no han seguido en nada el consejo de Pitágoras, que exhortaba

primero a aprender y luego a hablar. Ni el precepto ovidiano que dice: “)o extendáis sobre muchos la culpa de pocos”

695. Ni aquella recomendación socrática en Laercio696: «Quede sepultado en ti el discurso que sólo tú has oído». Pero como un Tántalo697, han revelado el secreto de los dioses y, como el

barbero de Midas698, han querido manifestar a todo el mundo que el rey tenía orejas de asno.

Y luego los envidiosos.

¡Cuán detestables les resultan a todos, cuán odiosos y extraños al mundo, por las abominables condiciones de su envidia!

¿Qué es la envidia (¡Dios inmortal!) sino un dolor y una tristeza del alma (como dicen Agustín y el Damasceno) 699 por el bien y la felicidad de los otros que no pueden haber sido engendrados sino por el odio?

Por el bien ajeno se aflige el envidioso, por su mejora empeora, por su robustez enflaquece, por su salud enferma, por su vida muere, por su ganancia pierde.

Interpretó bien san Gregario el pasaje de Job: «La envidia acabó con el necio»70o, cuando decía que el envidioso se da a conocer como persona de espíritu verdaderamente pequeño, vil, abyecto y mezquino, pues pierde donde los otros ganan y empeora donde los otros mejoran.

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¿Qué es la envidia sino un fomento del odio a todos, que cobija en sí tan ini-cuas propiedades que, al describirla, dice Cipriano701 que el envidioso muestra un rostro amenazador, un aire torvo y feroz, una faz pálida, labios temblorosos, dientes henchidos de rabia, palabras impregnadas de injurias, manos prontísimas a la violencia contra todos y cada uno?

Cuando el poeta Ovidio pinta la envidia, además de decir que habita en los antros oscuros (esto es, en los corazones tenebrosos), que está falta de luz (porque el envidioso no quiere ver la gloria ajena) y tiene aspecto torvo (porque no puede mirar cara a cara a la persona envidiada), añade que tiene el pecho lleno de hiel, porque el envidioso se envenena a sí mismo y envenena a los demás.

Escucha, querido amigo, estos versos suyos sobre la envidia: Lívido el rostro, macilento el cuerpo,

La mirada siempre atravesada, dientes enmohecidos,

Pecho por la hiel verdusco, lengua de veneno impregnada702

Éste fue el veneno y ésta la ponzoña que tuvo Caín, al ver que Dios aceptaba las ofrendas de Abel más que las suyas. Y cuando le mató y Dios le condenó, dijo las siguientes palabras: «Todo el que me encuentre me dará muerte»703, porque todos matan al envidioso o con el mal, dándole alegría, o con el bien, dándole tristeza.

¿Qué es la envidia sino (como dice san Agustín704 en el libro de La doctrina de Cristo) un vicio totalmente diabólico?

Porque al diablo no se le dirá en el día del juicio: «Has cometido adulterio, has robado, has pecado de gula, has pecado de

avaricia, has sido perezoso», sino solamente: «Has tenido envidia de la santidad del hombre y por eso le has inducido al pecado»705.

¿Qué es la envidia sino una peste, una corrupción que todo lo inficiona? «La envidia corroe los huesos», está escrito en los Proverbios706, porque el

envidioso está totalmente podrido y corrompido, ya que las cosas pestilentes del prójimo le proporcionan agradable olor, y las odoríferas le apestan, las amargas le son dulces y las dulces amargas, el bien le parece mal, y el mal bien.

¿Qué es la envidia sino una bestia ferocísima contra todos, que a todos ofende, a todos se enfrenta? Acomete a Dios (como demuestra el ejemplo de Lucifer), a los ángeles y los santos (como declaran los condenados), al bien creado (interrumpiendo su comunicación) 707, a los amigos (como Saúl, lleno de envidia contra David)708, a los hermanos (como Caín contra Abel)709, a las hermanas (como Raquel contra Lía)71O, a los extranjeros (como los palestinos contra Isaac )711.

¿A quién no ha acometido esta bestia? ¿A quién no ha ofendido? César712, aun siendo emperador del mundo, escribió los Anticatónicos movido

por la envidia. Calígula arrebató a Torcuato el collar, a Cincinato la crin, a Pompeyo Magno el

sobrenombre de «Magno», tan sólo por envidia. Jenofonte impugnó los libros de la República de Platón, incitado tan sólo por la

envidia. Y la venenosa Circe, al ver el gran amor que Glauco mostraba por la bella

ninfa Escila, infectó la fuente en que ésta solía bañarse.

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¿Quién no condena, quién no combate esta ciega envidia demasiado estrecha? Platón, en el Timeo713, dice que está muy alejada del Óptimo, es decir, de

Dios. Sócrates, según Valerio Máximo 714, deseaba que el envidioso tuviera ojos

para todas las personas, a fin de que se sienta atormentada al ver y considerar el bien de todos.

Diógenes715 sentenció que el hombre debe precaverse de la envidia como de un contagio pésimo que se conjura contra la vida humana.

El filósofo Crates716 la calificó de celosa y enemiga de la virtud. Asimismo el poeta toscano, al declarar: “Oh envidia, enemiga de virtudes”

7l8, Horacio, en las Epístolas, la vituperó en estos versos: “La riqueza ajena consume al envidioso” Ni los tiranos de Sicilia supieron inventar un tormento mayor que la envidia. Marco Tulio, la detestó con aquellas palabras: «Es una cierta malicia de

nuestro tiempo y una mancilla querer envidiar la virtud y pretender tronchar la flor misma de la dignidad»722.

Valerio Máximo la tachó de malignidad declarada en los siguientes términos: «No hay ninguna felicidad, por modesta que sea, que pueda evitar los dientes

de la malignidad»723. Siendo, pues, esta maldita envidia tal como la hemos descrito, se sigue que los

descerebrados malignos y perversos dominados por esta bestia tienen más que merecido el aborrecimiento de todo el mundo

. Aquí - En el capítulo XLVII -tienes una buena representación de los que

llamamos duros y protervos. De los descerebrados duros y protervos a causa de la ingratitud, la

terquedad y obstinación de espíritu, la rigidez y severidad de su naturaleza, la

impiedad y la crueldad

Son muchas las cosas a través de las cuales se descubren la dureza y la protervia: en la ingratitud, en la pertinacia y obstinación del ánimo, en la rigidez y severidad del modo de ser, en la impiedad y la crueldad que llevan inserta estos individuos en el corazón.

¡Cuánto (buen Dios) rechazan y recriminan todos la ingratitud! El concilio hispalense condena hasta tal punto las acciones de los ingratos que

dice que si un siervo a quien se le ha concedido la libertad se muestra desagradecido puede ser devuelto de nuevo a la esclavitud724.

Entre los atenienses, según cuenta Valerio Máximo725, el dueño podía demandar en juicio y llevar ante los tribunales a un siervo ingrato.

Los persas726 solían castigarlos con aspereza y los tenían por infames. Séneca727 narra que Filipo, rey de Macedonia, hizo marcar como infame a un

soldado que se mostró desagradecido a uno de sus huéspedes; y, desde entonces, se señaló idéntica pena para casos similares. Entre las causas de la exclusión de la herencia, la ley civil señala la ingratitud de los hijos para con sus padres. Esta misma legislación declara nulas las donaciones hechas a personas ingratas; así lo han prescrito los legisladores en el código legal “De revocatione donationes”

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Aristóteles la condenó, en el libro tercero de la Ética, declarando: «Es preciso responder con acciones de gracias y servir a quien nos hace una

gracia» 729, Al romano Escipión le repugnó tanto la ingratitud de su patria que se desterró

voluntariamente, con aquellas conocidas palabras: «Patria ingrata, no tendrás ni mis cenizas»735. ¡Seguro querido Bruno que no te son ajenas estas palabras¡. En el libro octavo de las Metamorfosis de Ovidio condena Ariadna736, hija de

Minos, la ingratitud de Teseo, que sólo gracias a ella había podido salir del ciego laberinto, pero que luego la dejó míseramente abandonada en la isla de Quíos.

Cuán maldita es la obstinación del espíritu y la protervia de la mente dígalo

Saúl, pertinaz hasta el extremo en sus ofensas a David, a pesar de que había escuchado de sus labios tantas humildes palabras y recibido más favores que los que hubiera podido recibir del mejor amigo o de un hermano.

Dígalo el rey de la pertinacia, el faraón, que se hundió en el mar, con su ejército, por haber sido tan protervo contra el precepto que Dios le dio por medio de Moisés739 de liberar a los hijos de Israel.

Dígalo la naturaleza misma, que no puede hablar con un obstinado, no puede

verlo con los ojos, ni escucharlo con los oídos, ni recordarlo con la memoria, ni puede con el corazón tenerle afecto de ninguna clase.

Todos huyen del obstinado y duro de cabeza, porque la conversación no le tolera, el habla no le soporta, la afabilidad le odia, la buena educación le desprecia, la jovialidad le aborrece.

Los poetas740 describen a la obstinada Lida en el infierno, circundada de humo y de tinieblas, para dar a entender que su dureza y soberbia la hacen indigna de ser vista y contemplada ni de aparecer a la luz y a la mirada de las personas.

Todos aborrecen más que a una serpiente venenosa esta rigidez de la naturaleza y esta severidad nativa tan austera, pues son sentimientos ajenos al amor, alejados del afecto, distanciados de la naturaleza, contrarios a la humanidad, compañeros de la fiereza y hermanos de la crueldad.

Basta oír los nombres de un Sila, un Mario, un Africano, un Aníbal para que los corazones tiemblen, los ánimos palpiten y las mentes se vean inundadas de espanto.

¿Quién puede ver estos cuellos rígidos, estos rostros ceñudos, estas frentes

crispadas, estos ojos oscurecidos, estos ceños preparados para el combate, estos semblantes severos, estos nuevos Catones de la austeridad? Nadie, en verdad.

Cuán verdadera es la sentencia de aquel sabio741 que ni el vino áspero es grato al paladar ni las costumbres ásperas son aptas para la conversación.

Se tuvo a Anaxágoras742 por persona intratable, y fue tal su severidad que Eliano escribe que jamás se rió en toda su vida. También de Marco Craso se lee que fue de un modo de ser tan rígido que sólo una vez le acudió la risa a la cara. He leído de Jenócrates, discípulo de Platón, que fue de semblante y conversación tan

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austeros que, una vez que sus compañeros le oyeron decir una palabra una pizca ridícula, maravillados se lo contaron a Platón, de quien recibieron esta respuesta:

«¿No nace la rosa entre las espinas?»743. ¿No es perfectamente posible que entre tanta severidad se vea alguna

jovialidad?, ¿Entre tanta niebla alguna claridad?, ¿Entre tanta oscuridad alguna luz? La impiedad, en fin, y la crueldad nativa que tienen algunos es sumamente

aborrecida en todos los libros y por todos los autores. Al poeta Ovidio le resulta intolerable el nombre de Perilo744, inventor del toro de bronce745, por su nueva e inaudita crueldad.

Virgilio, en el tercero de las Geórgicas, no puede sufrir la crueldad de Diomedes y de Buiro, que alimentaban a sus caballos con carne humana.

Los historiadores no pueden soportar la de Tulia, hija de Tarquinio, que hizo correr su carro por encima del rostro de su padre muerto, y hasta los caballos se resistieron a su impiedad.

¿Quién puede escuchar con oídos alegres la crueldad de Nerón, de Claudio, de Domiciano, de Severo, de Herodes, de Totila, de Ezelino, del otomano?

¿A quién no se le erizan los cabellos oyendo nombrar las Procnes, las Circes, las Medeas, las Atalías, las Jezabeles, las Amalasontes, las Irenes, memorables ejemplos, nuevos y extremos, de impiedad?

¿Cuánta aversión no sienten los escritores, los doctores, los filósofos y los

poetas hacia esta crueldad? Isaías dice a los judíos, de parte del Señor, que Él no quiere sus sacrificios, ni sus holocaustos ni sus inciensos ni sus fiestas; y da la razón:

«Porque tenéis las manos llenas de sangre»746. San Ambrosio, en su Exameron, dice que la crueldad es propia de las bestias747. San Jerónimo, en su comentario a los doce profetas, explica que la misericordia

te eleva y la crueldad te abaja: «Del mismo modo que la misericordia lleva a lo alto, hacia Dios, así la

crueldad precipita en el infierno»748. Pitágoras fue tan enemigo de la crueldad que prohibió a los hombres maltratar

a los animales750. Licurgo751 refirió a los lacedemonios que Apolo le había dicho que las puertas

de la felicidad están cerradas a los crueles y abiertas a los compasivos. Sócrates752 solía decir que portarse con crueldad es propio sólo de personas

condenadas, por ser contrario a la naturaleza, maestra del amor. Virgilio, en el sexto de La Eneida, describe al cruel Salmoneo 753,

severamente castigado en el infierno por su crueldad. Y el poeta Tibulo, clamando contra los impíos, dice:

¿Quién fue el primero que fabricó las horrendas espadas?

¡Cuán fiero, cuán de fierro fue aquel hombre ¡ 754 El doctísimo Dante pone en su Infierno a una turba infinita de hombres crueles,

y entre ellos, y en lugar destacado, a Alejandro y al tirano Dionisio, diciendo: “Aquí lamentan sus impíos daños.

Aquí, aquí está Alejandro y Dionisio fiero,

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que tan amargos años dio a Sicilia”755.

El docto Molza describe con acertadas pinceladas la crueldad de Herodes,

severamente condenada en el soneto que dice: Huid, madres, con vuestras queridas prendas

Mientras podáis, con piadoso afecto

Estrechadlos (os pido) al pecho

Buscándoles más fe y mejores reinos.

He aquí al cruel Herodes, henchido de desprecios

Que os ventea (¡ay! desdichado efecto)

Y como lobo, empujado por el hambre

Viene a matarlos con todos sus ingenios.

Todos, pues, aborrecen y condenan universalmente la crueldad. Todos menos Clemente VIII. Que te tiene retenido en esta celda de Boecio¡. Pero pasemos ya a los descerebrados melancólicos y selváticos. XLVIII De los descerebrados melancólicos y selváticos

Se trata de individuos que caminan solos y errantes, con el ánimo y el pensamiento totalmente alejados de la conversación de los demás, más dignos, en realidad, de piedad y de compasión que de vituperio, porque su selvática naturaleza les proporciona un modo de ser distanciado del trato común de las personas.

Carecen de la auténtica paz del espíritu; están llenos de malos humores; extrañas fantasías pueblan su corazón; tienen dentro de sí imaginaciones enojosas; y ocurre a veces que no odian solamente la compañía ajena, sino a sí mismos.

Esta melancolía es enemiga de la alegría, contraria a la jovialidad, opuesta a la dilección, amiga de las aflicciones, sedienta de la muerte, privada de la vida.

Estos corazones selváticos son enemigos de la naturaleza porque ésta (como dice Aristóteles) 756 ha producido un hombre social y éstos, en cambio, gustan más de los zarzales, las cuevas, los antros, los bosques de fieras que de la compañía, tan alegre y tan dulce, de los hombres.

No tiene, pues, nada de extraño que a veces se comporten a guisa de fieras salvajes y se enquisten tanto en el humor melancólico que les parece haberse con-vertido en estatuas, o en asnos, o en aves, o en hormigas o cosas de este género, tan lejanas de la verdad.

No me parece increíble el caso que se cuenta de ordinario, de un infeliz que, pensando que se había transformado en un grano de mijo, estuvo durante muchísimo tiempo sin salir fuera de su habitación, porque temía que acudieran de pronto los pollos, le dieran un picotazo y se lo comieran.

Tal vez no es menos curioso el caso de aquel otro que, imaginando que se había convertido en cordobán, se arrancaba la carne con los dientes para hacerse un par de botas de equitación. Es también bastante estrambótico el ejemplo de aquel otro que, pareciéndole que era de cristal, se fue a Murano para arrojarse dentro de un horno, con la intención de que hicieran de él una damajuana.

Ni es menos divertido lo que aquel que, creyendo que era una seta, se lamentaba porque al cabo de una hora la lluvia le corrompería y marchitaría.

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Los griegos aducen el ejemplo del selvático humor de su conciudadano Timón757, que se ganó el nombre de misántropo, es decir, de odiador del género humano, y el único placer de que disfrutaba era estar solo. Cuentan que algunas veces admitía la compañía de un joven disoluto de Atenas, llamado Alcibíades. Y al preguntarle por qué, respondió que no era porque le tuviera afecto, sino que aquel joven seguro era la causa y el origen de graves escándalos y males en la República.

Ahí va su capítulo LI: De los descerebrados locos y extravagantes Es muy elevado en el mundo el número de esos descerebrados locos y

extravagantes. Tan elevado que apenas hay lugar que esté libre de esta simiente que, a modo de grama, nace y crece fácilmente por doquier.

No es tarea fácil describir sus infinitos humores (dado que es infinito el número de los necios) 791 porque son tan abundantes y tan extravagantes que dan indecible trabajo a quien se toma la molestia de enumerarlos.

Se encuentra quien tiene el humor de ser el Papa, tal otro de ser el emperador, y dispensan privilegios y facultades para nombrar cardenales, marqueses y príncipes, con tal gravedad exterior que proporcionan admirable deleite y diversión a la mente.

Hay otros que hacen de doctores en leyes o de médicos o de profetas (de los que he conocido en el mundo tres o cuatro) y hablan con tanta firmeza de la profesión que han asumido que dirías que realmente lo son, pues les oyes hablar, en efecto, de formar un consejo, o de preparar un documento legal; o discurrir sobre la orina y sobre una fiebre como un auténtico médico; o predecir que tal cardenal será Papa según las profecías del abad Joaquín792, o que el Gran Turco llevará a cabo una importante acometida, y todo ello tan sistemáticamente trabado y razonado que parecen demostrar lo que afirman. Pero, al fin, acaban desbarrando de tal modo que de pronto comprendes que son de los que se crían en Bérgomo793, la Valtelina o Valcamonica y en toda la región de su entorno.

Se cuenta, a este propósito, una ridícula necedad de ciertos bergamascos, que

creyeron que el agua de una serrezuela que despedía burbujas era una caldera llena de macarrones hirviendo y se arrojaron todos dentro, uno tras otro, pensando que el que se había lanzado primero se los estaba comiendo todos él solo, pues no veían que regresara. Y así, bergamascamente, se ahogaron todos.

Se cuenta asimismo una extravagante demencia de algunos de Valcamonica que fueron a Venecia. Desmontaron junto a la escalinata de San Marcos y como tenían en el cerebro el humor de que la ciudad estaba en el mar como una barca en el agua, se pusieron en la plaza, junto al campanile de San Marcos como si fuera un mástil, y quitándose las camisas se las colocaron al campanile y comenzaron a gritar: «¡Vela, vela!». Y corriendo el pueblo a contemplar aquel espectáculo, ellos alegremente comenzaron a mover los brazos como remos para ayudar a la barca, sobrecargada con tanta muchedumbre de personas. ¿Qué cosa más necia, qué locura más extravagante puede encontrarse que ésta?

Celio794 cuenta el caso de un cierto Pisandro, que llegó a una demencia tal que

tenía miedo de encontrarse algún día con su alma y que ésta le dijese que ya no quería seguir con él, sino que quería volar lejos; y así, afligido y amargado, ora huía de aquí, ora de allá, para no toparse por azar con ella.

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Estos locos extravagantes pertenecen, pues, a la especie de los que podemos llamar solemnísimos, que proporcionan solaz y risa a cuantos los escuchan. Pero pasemos ya a los descerebrados locos, furibundos y brutales.

Capítulo LII De los descerebrados locos, furibundos y brutales

Peor aún que los que se acaban de mencionar son los descerebrados locos, furibundos y brutales, porque no son nocivos sólo para sí mismos, sino muchísimas veces también para los demás. Ovidio795, en sus Fastos, describe cómo Atamante, furioso, dio muerte a su hijo Learco, en estos versos:

“Bajo falsas imágenes es Atamante agitado por las Furias y tú, pequeño Learco, sucumbes bajo la paterna mano”796•

Plutarco, en su Rómulo, dice del astipalense Cleomenes, hombre de fuerzas prodigiosas que, arrebatado por el furor y la brutalidad, lanzó un puñetazo contra una columna que sostenía la escuela pública de la ciudad, derrumbó el edificio sobre los niños y bajo aquellas ruinas furiosas los mató a todos. Y cuenta otra anécdota, verdaderamente enorme, de Heródoto de Cleomenes, rey de los lace-demonios, que hundido en la demencia y la brutalidad, aplastaba el cetro en la cara de cuantos le salían al paso; y, puesto en el cepo por sus allegados, arrebató a uno de sus guardias un cuchillo y se fue cortando los miembros, comenzando por los inferiores hasta llegar a la cabeza, que se arrancó por su propia mano.

El gramático Sasón menciona a un cierto atleta, llamado Artenes, que fue acometido por una furia tal que royó con los dientes un escudo de acero como si hubiera sido un queso, engulló brasas de fuego como si fueran cerezas y corrió un día desnudo, en medio de las llamas, como si se tratara de un jardín de rosas y violetas.

Magnifican Apuleyo y Ovidio el loco furor de Áyax, hijo de Telamón, que al ver que el tribunal de los griegos concedía el premio de las armas de Aquiles al insidioso Ulises, se metió entre los rebaños y dio muerte a todos los animales como si fueran griegos; y, finalmente, volvió contra sí mismo el hierro fatal.

Y, en fin, el divino Ariosto narra, como ejemplo único de locura extrema, la del furioso Orlando. Entre otras estancias, es célebre

Al cuarto día, de gran furor acometido, arroja lejos de sí malla y escudo798

Aquí queda el yelmo y queda el escudo, lejos los arneses, más lejos las

corazas. Sus armas, en fin, y con esto concluyo, quedan esparcidas por el denso

bosque. Desgarró luego su veste y mostró desnudo el hirsuto vientre, el pecho y las

espaldas y comenzó una locura tan horrenda que no hay nadie en el mundo que la

entienda799•

De suerte que estos descerebrados furiosos y brutales son, tanto para sí como para los demás, de no pequeño daño, vergüenza y detrimento.

Pero pasemos ya a hablar de los que tienen sobre sí toda una legión de nombres, tales como descerebrados terribles, indómitos diabólicos, atravesados, arrebatados, barrenados, fogosos, desquiciados, raros y heteróclitos.

Capítulo LIII De los descerebrados terribles, indómitos, endemoniados, atravesados,

arrebatados, barrenados, fogosos, desquiciados, raros y heteróclitos

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Hablando en términos estrictos, estos descerebrados endemoniados pertenecen a la especie de los que están siempre dispuestos a hacer el mal y nunca el bien y son como pífanos preparados para entrar al instante en acción. Se cuentan aquí los bravucones, los rajabroqueles, los fanfarrones, los matasiete, que tienen el diablo aliado por detrás, por delante, en la cintura, en las espaldas y en las manos:

Los romanos antiguos los llamaban gladiadores. El poeta Horacio menciona, como pertenecientes a esta raza, a Bita y Baquio, iguales en la perversidad y en la audacia. De ellos ha nacido el proverbio «Bita contra Baquio»80o cuando se encuentran y se combaten dos bravucones endemoniados de esta especie.

Los poetas enumeran entre estos bravucones temerarios al gigante Anteo, hijo de la Tierra, que desafió a Hércules a la lucha y fue claramente superado.

Es imposible decir hasta qué punto son bravucones y endemoniados estos cerebros, porque van pescando las contiendas y las discordias como se pescan los peces con la red.

Los alborotos les deleitan, los estrépitos les encantan, las riñas les agradan, los furores les complacen en extremo, venirse a las manos es una de las más dulces diversiones de que pueden disfrutar.

Están todo el día sobre las armas. Piensan a todas horas en degollinas; giran durante la noche armando alboroto por toda la región, por todas las calles, y no tienen otra delicia ni otro placer que fastidiar e importunar a éste o aquél. Si das con ellos, les divierte cortarte el paso, les deleita no darse a conocer, les complace hacerte declarar quién eres, les divierte quitarte el manto o el sombrero, se vanaglorian en hacerte huir, ambicionan tener reputación de calaveras.

Entra en su modo de ser caminar a modo de fanfarrones, mirar ceñudo como Orlando; fulminar con cólera como Mandricardo; ser fogosos como Marfisa, jactanciosos como Ferrau, soberbios como Grandone, orgullosos como Rodomonte, traidores como Gano y, sobre todo, y a veces, viles y cobardes como Martán804.

No es difícil conocer su naturaleza y sus cualidades, porque ellos mismos se cuidan de exponerlas paladinamente a la vista de todos. Entre otras cosas, son tan despechados y resentidos que cualquier seña les molesta, cualquier mirada les disgusta, cualquier sonrisa les irrita, cualquier gesto les llena de rabia, cualquier palabra les enfurece, cualquier amenaza les hace arrojar más fuego que el Mongibello. Tienen como distintivo llevar el sombrero sobre los ojos, con las plumas a la gibelina, flores en la oreja, sea en la derecha o en la izquierda; cubrecabezas metálicos, siempre vestidos de corazas chapeadas, las manoplas o guantes siempre en mano; las espadas o puñales al costado; las cimitarras o los cuchillos bajo los pistoletes prohibidos, balestrinos en los brazos y, en suma, el diablo en la cabeza y en el cerebro. Si les miras, verás en sus rostros caras atreas, en sus ojos rayos jupiterinos, en el semblante cíclopes ferocísimos, en la voz Polifemos, en las manos Briareos.

Pero dejemos ya a estos puros diablos y pasemos a tratar de los que se llaman

descerebrados de estatuto y hechos a su propia manera, que son en algún sentido algo menos malos que los anteriores.

Capítulo LIV De los descerebrados de estatuto y hechos a su propia manera

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Son descerebrados de estatuto806 y hechos a su propia manera aquellos cuya mente no atiende a leyes, razonamientos o justicia, sino que se guían según la fantasía de su propio cerebro, único al que reconocen por patrón y director.

De donde se sigue que estos tales desprecian, con no menor iniquidad que temeridad, a los señores del mundo y al mismo Dios. Pomponio, en las Leyes, declara que las leyes don e invención de Dios y dogma de todos los sabios.

Todos los pueblos 808 han recibido leyes de manos de alguien: los egipcios de

Osiris, los bactrianos de Zoroastro, los persas de Oromaso, los cartagineses de Carinonda, los atenienses de Solón, los escitas de Zalmoxis, los cretenses de Minos, los lacedemonios de Licurgo, los romanos de Pompilio.

Pero éstos, en cambio, no atienden a otra ley que no sea la locura de su cabeza y la que les dicta la fantasía de su propio cerebro. ¿De qué sirve la ley natural?, ¿De qué la antigua ley escrita?, ¿De qué la nueva?, ¿De qué la civil, las papirianas809, las de las Doce Tablas, las flavianas, las hortensias, las emilianas, las honorarias?, ¿De qué los decretos?, ¿De qué los cánones?, ¿Las bulas?, ¿Los concilios?, ¿Los sínodos?, ¿Las reglas?, ¿Las ordenaciones?, si éstos tienen por ley su cabeza y es una cabeza regida por sus propios estatutos? ¿No se transparenta en ellos un otro Demonatte810, que declaraba que todas las leyes son inútiles y superfluas?

¿De qué sirven los comentarios de Baldo, las exposiciones de Bartolo, las declaraciones de Imola, las glosas ordinarias de los doctores, tantos libros, tantos escritos, tantos sudores, si de todas formas cada cual actúa a su capricho?

¿Qué ayuda aportan los tribunales, las administraciones, las señorías, los magistrados, los preceptos, las penas, si no hay otra ley que la del propio humor?

¿De qué sirve proveer, aconsejar, recordar, quitar, dar, si cada cual actúa como le place? ¿Qué grillos tienen en la cabeza?

¿Qué locuras, qué declaradas estupideces son éstas? ¿Se suprime la obediencia, se aparta la razón, se extingue la justicia, la equidad queda cesante y ha de reinar tan sólo la necedad y el frenesí de la cabeza?

¿Dónde quedan las órdenes antiguas, las antiguas leyes, las antiguas constituciones?, ¿Dónde los usos, los hábitos y las costumbres?, ¿Por tierra, en ruina, en fracaso? ¿Tan sólo domina la voluntad desabrida de cada individuo?, ¿El humor ambicioso de cada persona?, ¿El frenesí de un solo cerebro?

¿Se desterrarán todas las leyes? ¿Regirá por siempre esta situación? ¡Oh estatutos falsos, oh caprichos erróneos, oh fundamentos falaces! Quien quiere anteponer a las órdenes antiguas su cerebro está verdaderamente

loco y así lo ha demostrado la experiencia en todos los tiempos, en todos los siglos, en todas las edades.

Adán, por anteponer su cerebro a la orden de Dios, arruinó a toda la especie humana.

Los hijos de Israel fueron dispersados por no querer observar la ley del Señor. Roma se arruinó cuando se dejó de sentir estima y aprecio por las leyes

antiguas y las antiguas usanzas romanas. La antigua Grecia perdió su esplendor cuando le faltaron las leyes de Licurgo y

de Solón. La religión de los Templarios se extinguió porque descuidaron las reglas y las

leyes de la caballería.

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La república de Pisa se derrumbó cuando la soberbia se impuso a las leyes patrias.

Y ¿podrán mantenerse en pie, hoy en día, algunos techos sin paredes?, ¿Algunas paredes sin cimientos?, ¿Algunos cimientos sin pilotes?, ¿Algunos pilotes sin tierra? No es necesario excavar cada día nuevos pozos, sino rehacer los antiguos,

porque el agua nueva no cuenta con la acreditación que tiene la vieja, demostrada a través de numerosas pruebas.

¿Qué es tanta novedad de avisos, de preceptos, de mandamientos, de prohibiciones, de penas, inventadas por la soberbia del mundo y por el solo deseo de reinar?

Obsérvese un poco la caridad evangélica, que no mira más al uno que al otro; la justicia de las leyes civiles y de los cánones que tanto se necesita.

Véanse los puntos de la razón, tan odiosos para algunos. Estúdiense los decretos, los concilios, las sumas, las bulas, de las que no se

saben ni los títulos. Nótense las glosas y los doctores que han desaparecido entre el polvo y las arañas; y no se compongan cada día nuevos caprichos insípidos y fantasmas vanos e inútiles, como hacen algunos, más necesitados de sal que de arrogancia, más de eléboro que de presunción.

La conclusión es, pues, que estos descerebrados merecen grandísimo vituperio, porque son demasiado excéntricos para sí mismos y demasiado insoportables para los demás.

Pero pongamos ya fin, con los que (como dice el vulgo) ni el diablo mismo quiere mezclarse.

Capítulo LV o De los descerebrados con los que (como el vulgo dice) ni el

diablo mismo quiere mezclarse

No ocurre de hecho ni es conforme a la verdad que haya cerebros -por muy viciosos que sean- con los que el diablo no quiera mezclarse, porque por desgracia, y para aumentarles el daño y acrecentar el vicio, derrama sobre ellos la ponzoña y el veneno de su naturaleza depravada y perversa.

Es simplemente una expresión popular y se aplica sobre todo a los descerebrados que revuelven el mundo y siembran en él tal confusión que se convierte en un infierno.

Dado que con su perversidad pueden crear un caos de perturbación en los

estados de la tierra capaz de ponerlos a todos en combustión extrema, con alguna razón dice el vulgo que el diablo no quiere implicarse, porque son exactamente iguales que él, que allí donde va o donde se detiene lleva consigo un infierno de confusión y de oscuridad.

Se lee a este propósito, en Aulo Gelio812, que Xantipa, la mujer de Sócrates, fue tan perversa y maldiciente que el pacientísimo filósofo de ninguna forma podía vivir en paz y concordia con ella, porque con sus gritos, sus injurias, sus quejas y regaños revolvían todos los días y armaba tal alboroto en la casa que parecía propiamente un infierno.

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Cuando el divino Ariosto describe a la execrable vieja Gabrina, le atribuye tanta perversidad que, con una nueva hipérbole, afirma que supera la del diablo, al final de aquella estancia que dice:

Así tendió la trampa a su marido aquella infernal mujer,

si mujer puede llamarse

a una furia tan infernal como traidora8l3

,

Ovidio afirma en sus Metamorfosis que el alboroto de los hijos de Titán era tan

terrible y estrepitoso que sembraba confusión y espanto en todos los dioses del cielo, contra los que se habían rebelado y que, más en particular el gigante Tifeo, con su sola presencia, les había puesto a todos en fuga y obligado a cambiar de forma, pues le conocían como a un descerebrado de esta especie.

Heródoto815 trae en su Historia el caso de un cierto Amasis, individuo tan maligno y perverso que con sus hurtos embrollaba de tal modo a todas las personas que se diría que ni el diablo quería mezclarse con él, porque, habiendo robado en muchas ocasiones los templos de los ídolos y las ropas de muchísima gente, cuando alguien le demandaba por alguna cosa, tenía por costumbre llevarle ante el oráculo por el que, a pesar de sus innumerables robos y latrocinios, fue muchísimas veces absuelto y declarado libre.

También se califica como descerebrado de este género a Jerjes, rey de Persia,

que amenazó con poner a Neptuno, dios del mar, cepos en los pies y rodear el Sol de humo y de tinieblas.

Ovidio, en una de sus elegías, describe como descerebrado a Diomedes, hijo de Tideo, porque en la guerra de Troya se portó como un demonio y fue tan temerario que llegó incluso a herir a la diosa Venus, donde dice:

Pésimo recuerdo de su acción criminal deja el Tidida:

Fue el primero que golpeó a una diosa817,

En resumen, todos éstos pertenecen al número de los que el vulgo dice que ni

el diablo quiere tener trato con ellos, porque se diría que tienen tanto poder como él mismo.

¿Qué diferencia establecerías tú, por poner un ejemplo, entre la maldita Jezabel

y un demonio, cuando se bastó ella sola para sembrar, con su perversidad extrema, confusión total en la casa real de Ajab818. ¿Qué cosa más maldita y perversa puede encontrarse que Atalía819, que creó por sí misma un caos absoluto en el reino de Is-rael? ¿No han de calificarse de nuevo infierno la casa de Cómodo, la de Nerón, la de Heliogábalo, que estuvieron llenos de todos los vicios diabólicos del mundo?

Si embrollarlo todo es prueba de la existencia de un descerebrado de la clase antes dicha, es cosa clara que hay otros muchos de esta especie, además de los ya mencionados.

Cuenta Teodoncio820, a este propósito, que Litigio, hijo de Demogorgón, expulsado por Júpiter del cielo a causa de su fealdad extrema, no queriendo ser inferior al diablo en sembrar confusión, bajó al infierno e incitó a las Furias a

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infestar el imperio del dios, para vengarse del ultraje recibido, intentado así llevar al caos al cielo.

El historiador antiguo Beroso821 cuenta del soberbio Nembrot que llegó a un acuerdo con otros gigantes para edificar la célebre torre de Babel con el propósito de luchar de igual a igual con el inmenso Señor y Rey del universo.

De estos descerebrados huye, según el proverbio, el mismo diablo como de émulos y competidores. Por los ejemplos mencionados es cosa fácil conocer qué clase de descerebrados son los que, apoderándose de la libertad de las repúblicas, de los estados, de las ciudades, lo ponen todo en ruina y combustión, como Agato-cles822, opresor de Siracusa, Alejandro Fereo, tirano de Tesalia, Pisístrato de Atenas, Periandro de Corinto, Melano de Éfeso, Fálaris de Agrigento, Hierón de Sicilia, Aristipo de los argivos, Busiris de Egipto: todos ellos convirtieron, por su tiranía, en un infierno los estados y los reinos por ellos oprimidos.

¿Habrá quien niegue que un Estado o una República sujetos a tiranía no sean

como un infierno? ¿No se encuentran dentro del fuego de la discordia que enciende los ánimos de

todos los ciudadanos?, ¿No hay en ellos el humo de la gravísima ambición de su tirano?, ¿No tienen en sí el pestilente azufre de sus suciedades?, ¿El hielo que congela en su corazón la caridad y el amor hacia los hermanos?, ¿No reina allí el horror y el espanto de que son víctimas sobre todo los

pusilánimes?, ¿No se imponen las tinieblas de la ignorancia frente a los méritos de los

virtuosos?, ¿No pululan los gusanos del desdén y del odio que roen desde dentro las

entrañas de los súbditos?, ¿No resuenan los gritos de los privados de libertad y condenados al duro yugo

de la servidumbre?, ¿No se dan las penas, los tormentos, las angustias y otras aflicciones que el

tirano vuelca sobre sus desventurados súbditos?, ¿No se oyen los lamentos, las quejas de las pobres almas, privadas de consuelo

y de descanso?, ¿No existe la esclavitud perpetua de un yugo insoportable?, ¿No se resuelve allí todo en improperios permanentes contra la maldita am-

bición de su opresor?, ¿No desean todos su muerte?, ¿No existe un ánimo rabioso contra él?, ¿No se han desatado las furias infernales de la ira contra los míseros súbditos?, ¿No se encuentra allí el Cerbero ladrador de la continua murmuración contra el

tirano inicuo? ¿No está el Tántalo ardiendo en la sed de la sangre y de la vida de los

desventurados?, ¿No está el Sísifo que hace rodar el peñasco de las vanas fatigas, para lanzado

contra la tierra y reducir el mundo a ruinas?, ¿No está el río Cocito de las ondas oscuras y tenebrosas donde las mentes se

hallan empapadas de odio y rencor contra él? ¿No fluye el agua de Leteo del perpetuo olvido que el impío y perverso

dominador tiene de los hechos justos y caritativos?

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¿No mora allí aquel Minos y aquel Radamanto severo frente al atroz tirano, tan rígido y austero para con todos?,

¿No está la bella Proserpina, de hermosas palabras y de aquella hermosa apariencia exterior que muestra a algunos particulares?

¿No está el Plutón infernal de mente soberbia y maligna, atenta a causar todo el mal que le sea posible?

¿No está la laguna Estigia donde a tantas personas dignas de estima se humilla?,

¿No están las puertas tartáreas de la ambición y la simonía abiertas de par en par a los viciosos y desalmados?,

¿No está, en fin, el Caronte barbudo del vicio y del pecado, que traslada al tirano por su injusticia e iniquidad y a los súbditos por su impaciencia a la otra orilla infeliz y desventurada?

¿Nos falta algún elemento para convertir al estado tiránico en un infierno? ¿No es, en él, el tirano un Lucifer lleno de ambición, un Satanás amigo de

discordias, un Asmodeo823 henchido de ardiente lujuria, un Mammón atento a enriquecer a los suyos, un Leviatán envidioso del bien común, un Belcebú glotón de convites y agasajos?…

Éstos son los descerebrados propiamente dichos, demonios en nada inferiores

al demonio mismo. Descerebrados que en este momento te someten a suplicio y te exigen solemne

retracto de tus ideas y “Libertes philosophica”.

¿Te sirve nuestra “consolation”?. ¿Conocer mejor la condición humana nos

beneficia, o como diría Erasmo, se es más feliz viviendo en la estulticia?

¿Qué ha sido de ti, mi querido Giordano Bruno?.

Llevas siete años preso y nada sé de tu suerte.

Lettre llegada a mis manos, y leída con estupor: “El 8 de febrero, Bruno fue llevado al palacio del Gran Inquisidor, bajo las

ordenes de Clemente VIII, para escuchar su sentencia de muerte por herético impenitente, pertinaz y obstinado.

Respondió a la sentencia de muerte por fuego con la amenaza: "Quizá ustedes, mis jueces, pronuncian esta sentencia contra mí con mayor

temor que aquél con el que yo la recibo". Sé que te dieron otros ocho días para ver si te arrepentías. Pero no sirvió de

nada. Fue llevado a la hoguera, -quemado en la estaca en la Piazza dei Fiori- y mientras moría le fue presentado un crucifijo, pero él lo apartó de sí con feroz

desprecio.

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............................................................... Queridos amigos, su suerte no fue inusual para un hereje. Sus libros fueron quemados. Sus obras fueron honradas con un sitio en el Index

Expurgatorius el 7 de agosto de 1603. Como un símbolo de la libertad de pensamiento, Bruno inspiró el movimiento Liberal

Europeo, durante el siglo XIX, particularmente en la Italia de “Risorgimento”. En contraste con la ética ascética religiosa, apela al moderno activismo humanista; y

sus ideas de tolerancia religiosa y filosófica han influido en los pensadores liberales. Su visión del cosmos anticipa la moderna concepción del universo.

Por otro lado, se te critica Bruno, tu énfasis en lo mágico y oculto, y tu impetuosa personalidad. ¿Qué tipo de descerebrado has sido Bruno?.

¿Con quien te identificas más?. ¡yo lo sé, con el hombre libre. No dejes que te cataloguen, igual un alienista moderno dice de ti que eres un “limite”,

“un bordeline”. Los que hemos leído el “Manuscrito incógnito de París” te incluimos en el grupo de “los

grandes cerebros libres”, también en los decididos y audaces, en los universales e ingeniosos, y en los grandes cerebros cabalísticos.

¡¡Nunca en los malignos descerebrados¡¡. Sixto V y Clemente VIII, éstos si que han sido –y así serán recordados- unos

descerebrados de Garzoni, y se merecen un puesto fijo en “el hospital de los locos incurables”

Era un poeta sensible, imaginativo, encendido de entusiasmo ante una visión mayor de un universo mayor... y cayó en el error de la creencia herética. Por esta visión poética fue encarcelado en una mazmorra oscura ocho años y luego arrastrado a una plaza de mercado y asado con fuego hasta la muerte.

Hemos recurrido al saber de la época, a los “clásicos”, y a los primeros ensayos

de definir la conducta humana según el carácter y personalidad del individuo. ¿Nos ha servido de algo conocer a los “descerebrados” de Gardano y a sus

“cerebros libres”? ¿El alegato de Casttelio contra Calvino, sigue siendo vigente? ¡No hemos podido salvara a Giordano Bruno¡ Pero aun sentimos el calor de los rescoldos de la hoguera donde fue asado

vivo. Y podemos leer –a día de hoy- sus poemas de “Heroicos furores”

Yo que llevo de Amor la alta bandera

Glaciales son mis esperanzas, candentes mis deseos:

A un tiempo tiemblo, soy hielo, ardo y centelleo,

Mudo soy, y de ardientes clamores colmo el cielo,

Chispas del corazón destilo, y de los ojos agua;

Y vivo y muerto me río y me lamento,

Que en los ojos tengo a Tetis, y a Vulcano en el corazón.

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Otros es a quien amo y a mi mismo odio,

Mas si tomo yo alas, él se me vuelve roca;

Al cielo se eleva y yo a tierra retorno;

Siempre huye y yo no ceso de seguirle;

Si llamo, no responde,

Y cuanto más le busco más se esconde....

Filosofo, arso vivo a Roma,

PER VOLO>TA DEL PAPA

IL 17 FEBBRAIO 1600

“Requiescat in pace G.B.”

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Bibliografía.

-Tomaso Garzoni. El teatro de los cerebros y el hospital de los locos incurables. Ed. A.E.N sección historia. 2.000 -Stefan Zweig. “Castellio contra Calvino” (Conciencia contra violencia) Ed. El Acantilado 48. 2.001. «Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre.»

-Erasmo de Roterdam. Triunfo y tragedia de un humanista. De Stefan Zweig. -Los heroicos furores. “De gli Eroici Furore” (1585). Giordano Bruno. Ed. Tecnos. 1987. -Giordano Bruno: The Forgotten Philosopher. by John J. Kessler, Ph.D., Ch.E. -Bruno, Giordano." Encyclopædia Britannica. 2005. Encyclopædia Britannica <http://www.britannica.com/eb/article?tocId=883>. -Luis Vives. “De ánima et vita”. Edic. Ayto de Valencia. 1992. -Boecio. “La consolación de la filosofía”. Alianza Editorial. 1999.