Los cuentos de miedo de La Escuela del Mar GRITO EN LA … · como un flan di la vuelta al pomo y...

15
Los cuentos de miedo de La Escuela del Mar UN GRITO EN LA NOCHE

Transcript of Los cuentos de miedo de La Escuela del Mar GRITO EN LA … · como un flan di la vuelta al pomo y...

Los cuentos de miedo deLa Escuela del Mar

UN GRITO EN LA NOCHE

UN GRITO EN LA NOCHE

Un cuento de José Manuel Ferro

Ilustraciones de Isabel Ferro

Hola, soy Albert y estos son mis amigos

en esta historia de locos

Hola, yo soy Alex Hola, soy Xavi

UN GRITO EN LA NOCHE

Como dijo Churchill, “un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer”. Esto es lo que me dice mi padre muchas veces, por ejemplo cuando le digo que no quiero dormir solo porque tengo pesadillas; o cuando no quiero hacer los deberes porque en el cole ya trabajamos bastante, ¿a que sí?

Lo que mi padre tiene que hacer es contarme un cuento para que me duerma y ayudarme con los deberes. Pero, por otra parte, mi padre tiene razón. Hay veces en la vida de un niño en que hay que hacer lo que hay que hacer, como dijo aquel señor que no sé ni quien era.

Pero será mejor que empiece por el principio.

Al lado de mi casa, en mitad de la montaña del Turó de la Rovira, se levanta una casa muy grande y muy bonita que es un sanatorio. Un sanatorio, por si no lo sabéis, es un sitio donde curan a la gente.

Lo que más me gusta de ella es que tiene un parque lleno de árboles alrededor, con unas palmeras muy altas donde viven unas cotorras de esas que se escapan del zoo. Y que allí, en algún escondrijo, duermen los murciélagos que veo recortarse contra el cielo al atardecer. Muchas veces un pájaro negro más pequeño que una paloma, que se llama mirlo, se pone a cantar en lo alto de un poste de la luz, peleándose con otro que le contesta desde un jardín vecino. Y alguna vez, en las noches silenciosas de otoño, he oído cantar un búho. Y entonces pienso que nadie en Barcelona tiene tanta suerte como yo.

Cuando por la noche el viento mueve las hojas de las palmeras como si fueran manos, yo me asomo a la ventana de mi cuarto y arrodillado encima de la cama miró hacia la casa.

Con suerte esa noche la ventana roja tiene la luz encendida, mientras las otras permanecen oscuras y negras. Y yo me pregunto quién vivirá en esa misteriosa habitación colorada. Y qué estará haciendo.

Una tarde estaba jugando con mis amigos, Alex y Xavi, en el jardín que está justo debajo de la tapia del sanatorio. Estábamos haciendo una cabaña con ladrillos y hojas secas de palmera, cuando oímos un grito espeluznante que procedía de la casa y que nos heló la sangre en las venas, como dicen en las pelis de miedo. Estaba empezando a hacerse de noche y salimos pitando de allí cuando oímos “¡Socorro!”. Nos quedamos quietos, escuchando. Pero no se oía nada más.

Entonces a Xavi, que está loco, no se le ocurre otra cosa que trepar por la tapia que rodea la casa hasta la verja de alambre que hay encima, que se ha vencido en un lado y se puede saltar.

- ¡Pero Xavi, tío! ¿Dónde vas? –le pregunté supermosqueado.

- ¡Venid, vamos a investigar! –dijo. Y se metió en el jardín confiando en que le seguiríamos.

- ¿Qué hacemos? –preguntó Alex.

Y en aquel fatídico momento me acordé del Señor Churchill y de aquello que os decía antes, lo de que hay veces que un niño tiene que hacer. . . ¡en fin! Y un amigo es un amigo, aunque esté como una cabra.

Conque Alex y yo cogimos las linternas que habíamos llevado para jugar en la cabaña, subimos también hasta la valla y nos metimos a buscar a Xavi.

Se estaba haciendo de noche rápidamente.

Le encontramos enseguida. Estaba quieto-quieto sin decir ni mu con un perrazo lobo enorme delante de él. Por suerte para todos el monstruo estaba atado con una larga cadena y aunque estiraba de ella con todas sus fuerzas no podía soltarse. Cogimos al Xavi en volandas y corrimos hacia el sanatorio.

De repente no se veía ni una luz ni se oía ningún ruido. Por alguna razón inexplicable, ni el perro ladraba.

- Se habrá ahorcado con la cadena –dedujo Alex.

- ¡Tú alucinas, chaval! –le contesté.

- Ya que estamos aquí podíamos echar un vistazo, ¿no? –sugirió Xavi-. A lo mejor alguien necesita ayuda.

- Si nos pillan nosotros sí que necesitaremos ayuda -repliqué yo.

- ¡Gallina!

Me volví. Mis amigos me miraban con cara de inocencia. “¡Vale, vale!” dije, y seguimos adelante.

Subimos los cuatro escalones que había delante de la puerta principal de la casona y nos asomamos a mirar a través del vidrio enrejado. Todo estaba oscuro. Abrimos la puerta muy despacio. En las pelis de dibujos todo esto es muy emocionante, pero os aseguro que en la realidad es más bien de morirse de miedo.

Encendimos las linternas y comenzamos a avanzar por el vestíbulo.

De pronto al fondo se encendió una luz: al final del vestíbulo había una escalinata que subía al piso de arriba, y en lo alto, un hombre enfundado en una bata blanca, como si fuera un médico.

- ¿¡Pero qué hacéis aquí, niños!?

Antes de que pudiéramos contestar con una excusa del tipo “es que se nos ha colado la pelota”, aquel hombre bajó las escaleras a toda pastilla gritando con una voz espantosa y con algo en la mano que parecía un hacha, y se lanzó contra nosotros. Pillamos la primera puerta que encontramos y nos metimos dentro.

Era la cocina. Se parecía cantidad a la de nuestro cole, llena de armarios metálicos y cacharros brillantes por todas partes, y una ventana redonda en la puerta por la que acabábamos de entrar. También se parecía mogollón a la de “Parque Jurásico”. ¿Habéis visto la peli? ¿Cuando los velocirraptores persiguen a los niños? Aquel tipo también había visto la película, seguro, porque asomó su cara de loco por la ventana y empañó el cristal con su respiración.

- Parece el velocirraptor de “Parque Jurásico” –susurró Alex.

- Sí, es verdad, como mola –soltó Xavi. Aquel niño no estaba en su sano juicio.

- ¡Vámonos de aquí! –grité por lo bajito, mientras el doctor loco entraba por fin en la cocina.

Milagrosamente encontramos otra puerta y salimos a una habitación pequeña que parecía el cuarto de la plancha, y de allí, de nuevo al vestíbulo. De la cocina venía un ruidazo de cacharros que no veas. Con suerte aquel energúmeno habría tropezado y se habría roto la crisma. Corrimos hacia la puerta principal para huir, pero: ¡estaba cerrada!

- ¡Busquemos un teléfono! –gritó Alex.

Corrimos hacia la escalinata que subía al primer piso. El doctor loco salió de la cocina, nos vio, y comenzó a perseguirnos blandiendo el hacha.

En el primer piso había un pasillo con puertas a cada lado. Desde detrás de las puertas salían quejidos y lamentos en voz bajita que ponían los pelos de punta. Corrimos hasta el final del pasillo y

entonces me fijé en la última habitación. Por debajo de la rendija de la puerta salía una luz roja. Frené de golpe y mis amigos choicaron conmigo y me empujaron contra la puerta. Temblando como un flan di la vuelta al pomo y nos asomamos: había cadenas colgando de las paredes, grilletes y una camilla con correas.

- ¿¡Pero qué sitio es éste!? -exclamó Xavi, que no soporta las injusticias-. ¿Qué le hacen aquí a la gente?

- ¡Parece una cárcel! ¡O la celda de un manicomio! -exclamó Alex, horrorizado.

¡PATAPAM!

Los tres pegamos un bote que llegamos hasta el techo. El doctor loco se había ido acercando sigilosamente, pero por suerte había tropezado con algo y se había caído justo detrás nuestro. ¡Salimos disparados! ¡ Uuuaaauuuh!

Una escalera estrecha con ventanales que daban al exterior subía al segundo piso. Subimos los escalones de dos en dos. Fuera ya era completamente de noche.

El segundo piso era una gran estancia llena de camas. Todas estaban vacías y sin hacer, como si la gente que dormía allí hubiera salido corriendo.

- ¿Qué hacemos? –lloriqueó Xavi.

- Tú sabrás, niño listo, tú nos has metido en esto –dije, entre enfadado y aterrado.

- ¡Que viene! ¡Que viene! - chilló Alex.

Corrimos como locos hasta el fondo de la sala. Había dos escaleras que subían al tercer piso y cogimos por la de la izquierda. Pensamos que arriba nos podríamos esconder del doctor y que después nos podríamos escabullir escaleras abajo. ¡Pero el tercer piso era una gran sala completamente vacía!

- Calma, compañeros -dijo Alex, temblando como una hoja en otoño-. Tenemos que bajs... ¡digo bajar, jolín!,... para enconts... ¡digo encontrar, mierda!...

- ¿Encontrar mierda? -preguntó Xavi.

¡Estuve a punto de darle una torta!

- ¡Para encontrar una salida, quiero decir! Porque si no el loco ese nos atrapará aquí arriba.

- Pero, ¿por qué escalera bajamos? -pregunté-. ¿Por la que hemos subido o por la otra? ¡Si la acertamos vale, pero si no nos daremos de morros con el doctor!

Alex corrió hacia un lado y Xavi hacia el otro. Yo me quedé en medio sin saber qué hacer. Me volví hacia Xavi, le cogí por el brazo y le arrastré detrás de Alex. Pero cuando los tres estábamos a punto de lanzarnos peldaños abajo, vimos la terrible sombra del doctor armado con su hacha al pie de la escalera. Y entonces cometí un error. ¡Un tremendo error!

- ¡Al desván, vamos al desván! –aullé.

¡Estábamos atrapados!

El desván de la casona me recordó al que salía en “Las Joyas de la Castafiore”, de Tintín. Seguro que era allí, como en el cuento de Tintín, donde vivía el búho que yo oía por la noche desde mi cuarto. A la débil claridad que entraba por las ventanitas de los lados dimos un vistazo a nuestro alrededor. Había un montón de muebles viejos y cachivaches de todas clases. ¡Hasta un gato amarillo de esos de los chinos que mueve un brazo arriba y abajo y da tanto repelús! Habría sido un sitio fantástico para explorar, si no fuera por la amenaza que se cernía sobre nuestras cabezas. ¡Nunca mejor dicho!

Nos escondimos: Xavi se metió detrás de un espejo enorme; Alex se escabulló en el interior de un baúl, y yo corrí hasta el final del

desván y me agaché detrás de una vieja cómoda. Desde allí podía ver todo lo que pasaba.

Se hizo el silencio. En toda la casa, no se oía nada.

¿Dónde estaba el loco? Ya no me quedaban uñas que morder cuando al fondo se abrió la puerta y apareció el doctor tras una brillante luz. Eso era lo que le había retrasado: había ido a buscar luz para atraparnos más fácilmente.

Desde mi escondite veía como el doctor avanzaba hacia el espejo y se miraba en él. El espejo temblaba tanto que se debía ver superborroso. Alargó la mano para darle la vuelta: ¡Xavi estaba perdido! Pero un poco más allá Alex rebulló en el baúl y el doctor se volvió y se encaminó hacia allí con pasos sigilosos. Colgó la lámpara de una percha que había al lado del baúl muy oportunamente, y abrió la tapa con una mano mientras levantaba el hacha con la otra.

- ¡NOOOO! –grité sin poderlo evitar.

El doctor me vio y se abalanzó hacia mí con un grito de triunfo, y asestó un golpe terrible con el hacha encima de la cómoda. Yo salí corriendo por detrás, vi a Alex que trepaba por una escalerita hasta el tejado de la casa y me fui tras él.

La luna bañaba las tejas marrones y rojas del tejado con una luz dorada muy bonita, pero unos truenos nos advirtieron que desde la montaña del Turó de la Rovira se acercaba una tormenta muy gorda. Fantástico: se estaba preparando el escenario para una buena peli de terror, en la que nosotros haríamos el papel de fiambres.

El doctor apareció inmediatamente por la puerta del tejado. Miramos a nuestro alrededor: había tres chimeneas en las esquinas, y en la parte más alta, la antena de la tele y un pararrayos. ¿Qué habría sido de Xavi? Me puse a maldecirle en voz baja. Después de habernos metido en aquella terrible aventura era capaz de salvarse mientras el loco aquel se nos comía crudos.

Empezamos a trepar por el tejado. Se oyó un trueno: la tormenta ya estaba encima de nosotros. Nos agarramos a la antena y el doctor se plantó delante nuestro. El viento alzaba los faldones de su bata blanca y el tío majara aquel alzaba su hacha de leñador para darnos el golpe definitivo. Miré la cara horrible del doctor loco con sus ojos inyectados en sangre y el filo del hacha brillando en la oscuridad. Los rayos corrían por el cielo como serpientes luminosas y yo no sabía qué me daba más miedo, si el loco aquel o que me cayera un rayo en la cabeza, como a Astérix y Obélix. Y entonces se produjo un milagro: un rayo cayó en el pararrayos y el doctor salió despedido por los aires como si fuera un bolo en una bolera. ¡Bumba!

Nosotros, agarrados a la antena, quedamos algo chamuscados, ¡Pero estábamos salvados!

Volvimos al desván. Xavi no estaba allí y por abajo se oía cada vez más follón. Bajamos corriendo y salimos por la puerta del sanatorio: había gente por todas partes que reía y cantaba, y allí estaba Xavi, a hombros de un montón de chicos, como si fuera su salvador. ¡Increíble!

De repente alguien gritó al otro lado de la casa. Dimos la vuelta corriendo. Habían encontrado al doctor. Había ido a caer sobre una

palmera pequeña y estaba encima, con los brazos extendidos y el hacha todavía cogida firmemente en una mano. Las hojas de la palmera, duras como espinas, le habían atravesado la bata y la carne por todas partes.

Los del sanatorio querían saber qué había pasado y empezamos a explicárselo. Y entonces, sin darnos cuenta, el doctor comenzó a levantarse a nuestras espaldas. Los internos pegaron un alarido, nos dimos la vuelta y allí estaba otra vez aquel ser de pesadilla.

¡Era el fin!

Nos quedamos quietos como estatuas, paralizados de terror.

En medio de un silencio absoluto el doctor levantó el hacha por encima de su cabeza. Los ojos parecían querer salírsele del sitio y sus dientes brillaban como los de un anuncio.

Y de nuevo el cielo vino en nuestra ayuda: atraído seguramente por el filo del hacha, un nuevo rayo le fulminó de arriba a abajo. Aquel golpe fue definitivo. En el lugar donde había estado el hombre sólo quedó una enorme mancha negra en el suelo. ¡Uf! ¡Salvados!

Después llegó la policía, los bomberos, nuestros padres... ¡Bueno, cómo se puso aquello de gente!

Yo sólo sé una cosa: nunca, nunca más, haré lo que tenga que hacer. Y otra cosa: como encuentre al señor Churchill...

- FIN -