Los costos de producción y la industrialización de méxico de carlos prieto

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CARLOS PRIETO Los costos de producción y la industrialización de México Conlerencia sustentada en el Curso de Invierno de la Escuela Nacional de Economía de la Universidad Nacional Autónopa de México^ el día 22 de enero de 1946 2a. EDICION MEXICO, D . F . 1949

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Entre los años 30 y 40, una nueva generación de empresarios tomó las riendas de las compañías mexicanas, algunos siendo descendientes de sus fundadores. Carlos Prieto, sobrino de Adolfo Prieto, fue nombrado Presidente del Consejo de Administración de Fundidora Monterrey S.A. en 1945, tras la muerte de su tío. Había expectación de las medidas que tomaría el nuevo presidente de una de las compañías más grandes de México. Por lo tanto, fue invitado en enero de 1946 a la Escuela Nacional de Economía de la UNAM a impartir una conferencia que tituló: “Los costos de producción y la industrialización de México”. La institución decidió publicar su texto y Prieto envió una de las primeras copias a Eugenio Garza Sada, empresario de su misma generación que tenía una década al frente de la Cervecería Cuauhtémoc. Este es uno de los libros que puedes consultar en el Centro de Información Empresarial NL (CIEN).

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CARLOS PRIETO

Los costos de producción y la

industrialización de México

Conlerencia sustentada en el Curso de Invierno de la Escuela Nacional de Economía de la Universidad Nacional

Autónopa de México^ el día 22 de enero de 1946

2a. EDICION

M E X I C O , D . F . 1949

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Hoy, como en la fecha en que se pro­nunció esta conferencia, siguen siendo de flagrante actualidad los temas de meditación que sobre el futuro indus-^ trial de México planteó el autor ante estudiantes y profesores de la EscuC'-la Nacional de Economía, ante autori­dades y hombres de negocios.

Concretamente, el tema de la eleva­ción acelerada de los costos de pro­ducción, patente en este trabajo, ha sido y sigue siendo una de las grandes preocupaciones de los empresarios me­xicanos. El aumento bienal de los sa­larios, prácticamente obligatorio, los sistemas sindicales de la promoción del personal, los ascensos por antigüedad más que por capacidad, la inflexibilidad de la planta obrera, los obstáculos a la maquinación y la doctrina, todavía vi­gente, " D E LA CAPACIDAD ECONÓMICA

DE LAS EMPJRESAs" como razón para ele-

LOS COSTOS DE PRODUCCION Y LA

INDUSTRIALIZACION DE MEXICO

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CARLOS PRIETO

Los costos de producción y la

industrialización de México Conferencia sustentada en el

Curso de Invierno de la Escuela Nacional de Economía de la Universidad Nacional

Autónoma de México^ el día 22 de enero de 1946

2a. EDICION

M E X I C O , D . F . 1949

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INDICE DE M A T E R I A S

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] •

i—JUSTIFICACIÓN 13

Invitación del E^rector de la Escuela.'-Obli-gación de los hombres de negocios para ex­poner sus problemas.'--'£vocación del viejo List.—Elogio del l ie . Loyo y posición del conferenciante.

I L — L A INDUSTRIALlZAaÓN DE MÉXICO . • . 17

Su trascendencia y alcance.—Condiciones indispensables.—El consumidor: protagonista de la economía y arbitro de la industria.— E l porqué del tema de esta conferencia.

IIL—Los COSTOS DE PRODUCaÓN . . » • . 2 1

Qué es un costo industrial.—El costo como medida de buena administración y como base del precio.—Qasificaciones contables de los costos.

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I V . —A N Á L I S I S DE LOS PRINCIPALES FACTORES DEL COSTO DE LA PRODUCCIÓN .—CAPITALIZACIÓN 26

Relación entre capital y producción.—Per­juicios de una capitalización exagerada.-Capitales propios y ajenos.—La política de la reinversión de utilidades.—Necesidad in­dustrial de altas utilidades.—Crítica de la doctrina de la capacidad económica de las Empresas como medio de absorción de las utilidades por el salario.

V . — F A C T O R E S DEL COSTO (CONTINUACIÓN).—TÉC­

NICA Y MANO DE OBRA 3*5

Selección del equipo industrial y de la plan­ta de técnicos y obreros.—Elogio del sindi­cato fuerte y responsable. Tendencias sindi­cales para arrebatar atribuciones al empre­sario.

A . E l problema de los empleados de con­fianza.

B. La grave cuestión de los ascensos.

C . Inflexibilidad de la planta obrera.

D. Obstáculos a la maquinización y moder­nización de la industria.

E . Necesidad de adaptar la producción al mercado.—Producción y crisis.

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V L — F A C T O R E S DEL COSTO. Los SALARIOS . . 50

A . Significación del salario en el costo de producción.

B. Elogio de los altos salarios. ?

C. Concepto económico del salario. E l cos-» to-salario.

D. La tremenda realidad mexicana del au­mento del costo-salario por la baja del rendimiento.

Sus causas: el alza de los salarios como desestimulante del trabajo; ex­ceso de personal; los perjuicios del as­censo por antigüedad; el desperdicio integral; el desaliento obrero para la capacitación; la ineficacia de los Tri­bunales de trabajo; las actividades po­líticas de los sindicatos; imposibilidad de aplicar sanciones y disciplinas.

E . Remedios contra la ineficiencia del trabajo.

Reconsideración de prácticas sindica­les.—Maquinación y salarios incenti­vos.

F . La tergiversación del salario por la doc­trina de la capacidad económica de las empresas.

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G . £1 problema de la revisirá bienal de los contratos colectivos de trabajo.

Alcance de la disposición legal. Adap­tación de los contratos colectivos a las nuevas circunstancias.—La prácti­ca obrera de la revisión obligatoria con aumentos de salario.—Experiencia de los últimos diez años.—Consecuen­cia de esta práctica; imposibilidad de planear y contratar a largo plazo en la industria.—Necesidad obvia de modificar esta situación.

H . Un ejemplo elocuente de los resultados de la baja del rendimiento. Tres grá­ficas.

VIL—FACTORES DEL COSTO.—OTRAS CARGAS ECO­NÓMICAS 71

A. Los salarios que no pagan trabajo incor­porado en el producto.

E l séptimo día.—Vacaciones pagadas* —Descansos obligatorios.—Pre.<itacio-nes sociales.

B. La institución del Seguro Social

C . E l error de incluir los riesgos profesio­nales en el Seguro Social.

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D. E l Seguro Social no es obligatorio y universal» sino un mínimo que la lucha sindical puede modificar.

V I I L — L o s IMPUESTOS 7 8

Á. Industrias nuevas e industrias ya arrai-; gadas.—Su diferente trato fiscal.

B. Las altas tarifas del impuesto sobre la Renta.

C . E l castigo fiscal a la reinversión de utilidades.

IX.—CONCLUSIONES M

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L J U S T I F I C A C I O N

E L señor director de esta Escuela Na­cional de Economía, Lic. Gilberto Loyo, ha creído que podría ser útil

a los aficionados a la Economía Política y a los alumnos del plantel conocer algunos de los problemas que confronta la industria de México, expuestos por los hombres que se ocupan y preocupan diariamente en ellos y, aunque yo mismo tenga dudas de que mis palabras pudieran estar, en esta ocasión, a la altura del prestigio de esta Escuela, y de la preparación de su alum­nado, he cedido a los ruegos del señor l i ­cenciado Loyo, y por eso me encuentro esta noche entre ustedes, para exponer l i ­sa y llanamente, sin empaque retórico ni doctrinal, algunas reflexiones sobre el des­arrollo de la vida industrial de México.

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Creo, por otra parte, que es obligación de los hombres de negocios decir, donde­quiera que tengan ocasión de hacerlo, pero muy especialmente en el recogimiento de estas aulas, que vienen a ser como los labo­ratorios donde se analizan y aquilatan las doctrinas más tarde aplicables a la econo­mía viva de México, cuál es el ambiente en que la industria debe desarrollarse y cuá­les son los obstáculos opuestos a su normal y progresivo desenvolvimiento.

Decía el viejo Federico List, hace un siglo justamente, que, "para que los inte­reses nacionales se vean estimulados por la teoría de la Economía Política, es preciso que ésta descienda desde el cuarto de tra­bajo de los sabios, desde la cátedra de los profesores, desde el gabinete de los altos funcionarios públicos, a los despachos de los fabricantes, de los armadores, de los ca­pitalistas y de los banqueros". Del mismo modo, pero a la inversa, podríamos seña­lar nosotros cuan importante es que desde los despachos de los hombres de negocios y desde el puente de mando de la industria llegue a los estudiantes de economía y a los funcionarios públicos, responsables de los asuntos económicos, la realidad viva de

H

los problemas que se suscitan diariamente en los talleres y de los motivos que llevan o pueden llevar desaliento y decepción al campo de la producción y a los inversionis­tas. Sólo así —conocidos en su realidad y en su esencia por quienes han de influir tan grandemente en el porvenir económico de México—-, se pueden allanar los obstáculos y crear condiciones adecuadas que estimu­len y lleven a las actividades industriales los máximos recursos y las mejores capa-cidades*

Por eso, aunque el licenciado Loyo ha­ya desacertado al escoger al candidato pa­ra decir esta plática, merece un caluroso elogio por su actitud, que revela un amplio criterio intelectual y un deseo de que en es­ta escuela se digan y se oigan ideas de to­dos los matices y tendencias. Es de notar que el señor director nos dejó en libertad completa para escoger el asunto, y que no puso ninguna cortapisa o condición a su desarrollo. Nosotros creemos corresponder a su posición respetuosa trayendo a la atención de los oyentes uno de los temas de más interés y trascendencia en la vida de las industrias, pero no visto y tratado en abstracto ni académicamente, sino refe-

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rido a México y al momento actual, mos­trando los problemas de los empresarios y sus afanes por resolverlos. Por otra parte, pondremos un especial cuidado en ser ab­solutamente objetivos, sin adscribirnos a es­cuela económica o a tendencia política al­guna ni dar a nuestras afirmaciones carác­ter polémico ni tono forzadamente risueño o pesimista. Hablaremos de situaciones concretas de nuestra experiencia y nos fundaremos siempre eñ hechos y en ci­fras, todos ellos demostrables. Las coinci­dencias en que incurramos con determina­dos autores o doctrinas son ajenas a nues­tra voluntad y a pesar nuestro, y los análi­sis o críticas de las situaciones con que la industria se enfrenta son fríamente des­apasionadas y de intención estrictamente constructiva, pues sólo deseamos crear las condiciones más propicias para su viabili­dad en épocas normales, una vez que pasen las circunstancias en que hemos vivido des­de 1941, y que han dado a la industria un aspecto de bonanza, que es, por esencia, ocasional y transitorio.

Deseo advertir, por último, aunque ello pudiera parecer ocioso, que hablo como hombre de ideas liberales, las mismas que

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proclama nuestra Constitución, al consa­grar el régimen democrático y los derechos de propiedad, de libre iniciativa y de em­presa lucrativa en que vivimos, y que esta conferencia es una respuesta sincera y una colaboración de buena fe a los que, profe­sando las misma ideas, invitan a los hom­bres de negocios y a los capitales privados a participar en la industrialización del país.

IL L A I N D U S T R I A L I Z A C I O N D E M E X I C O

En efecto, y afortunadamente, en los últimos tiempos se han formado dentro de la política rectora de la vida económica del país, propósitos, ideas y ambiente que fa­vorecen todo estímulo a la creación de nue­vas industrias y al desarrollo de las actua­les. Esta tendencia, no solamente ha cuaja­do en la conocida frase la industrialización de México, sino que ha cristalizado en po­sitivas disposiciones legales y en concretas y atinadas resoluciones administrativas que han logrado encauzar hacia la industria cuantiosos recursos, así nacionales como extranjeros, y, lo que es muy alentador.

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fecundas asociaciones de capital nuestro y de técnica norteamericana.

Ahora bien: la intensificación del movi­miento industrial habrá de acarrear al país, sin duda alguna, grandes e imponderables beneficios, tales como los de movilizar y acrecentar inmensas riquezas, muchas de ellas yacentes e inexploradas; fomentará la ocupación de un volumen mayor de ma­no de obra y la formación de técnicos y obreros calificados; elevará con ello, nota­blemente, las normas de vida de nuestra población. Asimismo, la industrialización alterará el aspecto de nuestra economía se-micolonial, logrará independizarnos del ex­tranjero respecto de muchos abastecimien­tos, algunos de ellos manufacturados con nuestras propias materias primas, y nos permitirá contar con determinados e impres­cindibles productos, cualesquiera que sean las circunstancias internacionales. Pero no hay que olvidar que el f in final y sine qua non de toda industria, lo que constituye su ineludible e inderogable ley, es que sea ca­paz de poner a disposición del consumidor productos útiles, de buena calidad y a pre­cios asequibles. Una merma en la calidad, o una elevación desproporcionada de los

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costos, pueden dar al traste con las mejo­res intenciones de los empresarios y con las más atinadas disposiciones de las auto­ridades.

Es inútil todo cuanto se haga por sos­tener artificialmente una industria que no cumpla con esas condiciones de producir artículos buenos y a precio razonable, pues en situaciones normales (no hablamos de las otras: de las de crisis, ni de las de bo­nanzas, provocadas o artificiales, porque sobre ellas no se puede fundar ni explicar nada definitivo), en condiciones normales, repito, no hay manera de que los apeti­tos o las posibilidades económicas de un consumidor se constriñan hasta el punto de obligarle a adquirir determinados artícu­los: de nada sirven, al efecto, las disposi­ciones más coercitivas ni el más elevado y protector arancel. Si un producto no le sa­tisface o le resulta a precios que estén por encima de sus posibilidades, dejará de com­prarlo, y las fábricas que lo produzcan es­tarán irremisiblemente condenadas a des­aparecer.

Quiero insistir y poner énfasis en este concepto, porque no sólo es el meollo de mi charla, sino el eje de toda la economía

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política, aunque frecuentemente se olvide por sectarios tratadistas o por políticos equivocados. Una industria se establece fundamentalmente para ofrecer al consU'-midot un producto que necesita y que quie^ ra y pueda comprar, y si lo logra, por aña­didura, proporcionará utilidades a los in ­versionistas, trabajo a los obreros e im­puestos al Estado. El consumidor es el proteico, anónimo y decisivo protagonista de toda economía. Para él no valen las l u ­chas obreropatronales, los tribunales de Conciliación y Arbitraje, las leyes fiscales, ni los políticos. De todo ello es ciertamen­te un espectador, muchas veces la víctima, pero acaba por ser siempre el juez último, el arbitro definitivo, el ejecutor implacable.

De ahí que los problemas de la técni­ca y de los costos de fabricación sean los que más preocupan a los industriales. De ahí también que haya escogido yo este te­ma '—el de los costos de producción— co­mo objeto de mi plática, con la ventaja de que hablar de costos obliga a pasar revista, prácticamente, a los principales factores o elementos de la industria, pues a los costos de producción van a refluir, elevándolos, quiérase o no, cualquier error de plantea-

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miento, cualquiera torpeza en la dirección o cualquier desajuste de las condiciones normales que deban privar en ella.

I I I . LOS COSTOS D E P R O D U C C I O N

¿Y qué es el costo industrial? Lo diré con la fórmula más simple: es la suma de todo lo que tiene que pagarse por los diver­sos factores que entran en la producción, más los gastos necesarios hasta que el pro­ducto se venda.

En la sociedad primitiva, básicamente agrícola, o en el simple artesanado, los ele­mentos del costo de producción son claros y fácilmente identificables. Sucede prácti­camente igual con el comerciante en peque­ño, que puede determinar con más facili­dad cuáles son sus costos de operación. En realidad, todo lo que necesitan conocer pa­ra determinar su situación financiera son sus ingresos y sus gastos. La cosa se com­plica a medida que la industria progresa hasta llegar a la gran empresa moderna. Entonces la contabilidad de costos se eleva propiamente a la categoría de ciencia, y co­bra una importancia capital. En el negocio

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pequeño, trátese de industria o de comer­cio, los resultados se conocen al formular el balance al fin de cada ejercicio, y en mu­chas ocasiones es sólo entonces cuando el comisario conoce si su negocio prospera o decae. En la gran industria, en cambio, los perfeccionados sistemas de costos ponen al alcance del director periódicamente (con periodicidad que llega a ser semanal) los elementos necesarios para conocer la mar­cha del negocio, o simplemente el correcto o ineficiente desarrollo del trabajo en un departamento o en un taller determinados. Así, se ha llegado a un aquilatamiento tal de los factores de fabricación, que se in i ­cia un ejercicio social con costos predeter­minados —basados en la experiencia del pasado y en la fácil previsión— para llegar a conocer, semana a semana, si los costos de cada operación y de cada departamen­to, separadamente, suben o bajan, y cuáles son sus causas. De ahí que una buena con­tabilidad de costos es imprescindible como medida de buena administración, indepen­dientemente de su utilidad, más bien, de su necesidad, en lai fijación de los precios.

Los auditores o los contables distin­guen en el proceso que va desde la adqui-

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sición de las materias primas hasta la ven­ta del producto acabado, una serie de cos­tos (según la etapa que en ese proceso con­sideren) y una minuciosísima clasificación de sus elementos. Así, consideran como gastos directos de producción las materias primas, los combustibles, la fuerza eléctri­ca, los salarios, las refacciones, el desper­dicio y la depreciación del equipo del de­partamento o taller de que se trate, y deno­minan gastos indirectos aquellas materias primas o trabajos que no forman parte inte­grante del producto, pero que son indispen­sables para su fabricación, tales como los trabajos de los técnicos, talleres mecánicos, laboratorios de investigación, así como los gastos de almacenamiento, de venta, de ad­ministración, y los derivados del uso de los capitales, como las rentas, impuestos, segu­ros, intereses y amortizaciones. Por otra parte, los modernos estados de contabili­dad suelen presentar separadamente el costo primo, que incluye el trabajo y el ma­terial directo; el costo de taller o de manU" factura, que se obtiene agregando al costo primo los gastos de fabricación. Estos es­tados son manejados por el superintendente o jefe del taller en cuestión, al cual se hace

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responsable de cualquier aumento que se observe en el costo de manufactura. E l costo de producción es el costo de fábrica más todos los otros gastos, tales como los salarios de empleados, oficinas, gerencia, etc., que pueden reputarse como gastos de administración. Para llegar al costo total se necesita agregar aquellos gastos indirec­tos, tales como los de publicidad, fletes, impuestos sobre ventas, comisiones, alma­cenes, etc., que son necesarios para llevar el producto al mercado.

Por bien que se lleven los costos y por buenos que sean los sistemas para compro­barlos, un costo contable o estadístico es siempre, sin embargo (y esto todo indus­trial lo sabe de sobra), eminentemente con-^ vencionaL Lo es, en primer término, por­que la distribución de los muy diversos fac­tores que influyen en la producción de to­dos y cada uno de los artículos manufactu­rados, tiene que ser, en muchas ocasiones, un poco arbitraria, aunque útil a los efectos de fijación de precios o de exigencia de responsabilidades a los jefes de departa­mento. Pero es convencional, sobre todo, porque el costo de un artículo en realidad no se conoce sino el día mismo en que se

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vende, pues desde que el producto sale del taller hasta que llega a las manos del con­sumidor, pasa un tiempo completamente im­previsible y durante el cual se incurre en una serie de gastos por almacenaje, inte­reses, así como mermas o deterioros, que indudablemente aumentan el costo de la mercancía.

Dediquemos ahora breves considera­ciones a analizar alguno de los elementos

1. De este hecho, de la convencionalidad y provisio-nalidad de los costos contables, depende en gran parte (mucho más que de la natural repugnancia a transmitir datos confidenciales que tanto pueden influir en la com­petencia) la dificultad con que tropiezan los empresarios para manifestar a las oficinas gubernamentales de estadís­tica los datos relativos a sus costos de producción. Cono­cemos muy bien la perplejidad de un industrial frente a un machote impreso proporcionado por las Oficinas de Esta­dística, en el que se le invita a poner cifras de cuya ve­racidad él mismo no está muy seguro, y de las que, sin embargo, tiene que responder bajo su firma.

Un ejemplo aclarará el problema. Una empresa invier­te diez millones de pesos y de ellos nueve millones y me­dio están representados por maquinaria modernísima con capacidad de producción muy superior a las necesidades del momento, así como por el valor de las instalaciones y de los edificios, ¿ t a s inversiones deben ser repuestas en quince años, y por lo tanto, deberá hacerse anualmente una amortización del siete y medio por ciento. Según esto, ten­dremos que esa empresa estará obligada a separar, por una parte, para remunerar al capital, por ejemplo, el 8 por cien­to, o sean $712,500.00, es decir, en conjunto $1.500,000, que debe soportar la producción realizada a razón de " X " pesos por unidad. Otra empresa, más modestamente, para

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que más importancia tienen en la formación de los costos industriales, y veamos algu­nos de los problemas que alrededor de ellos se suscitan, advirtiendo que, para no hacer demasiado larga esta conferencia, y, a f in de darle, además, un valor de documento vital y auténtico, nos limitaremos a consig­nar aquellas consideraciones suscitadas por el problema que tanto nos atañe para lograr la industrialización de nuestro país.

I V . A N A L I S I S D E LOS P R I N C I P A ­LES F A C T O R E S D E L COSTO.

C A P I T A L I Z A C I O N

Para nuestros fines, denominamos ca-pitalización al monto de las inversiones to­tales hechas en un negocio, ya lo conside­remos en su iniciación o en cualquier mo­mento de su desarrollo.

obtener la exacta producción que el mercado requiere, compra maquinaria de menor producción, o de técnica me­nos complicada, o simplemente de segunda mano, por un valor de cinco millones, y deja para más adelante, cuando el mercado lo pida, adicionar o mejorar su equipo. Es in­dudable que esta segunda empresa nace con una ventaja sobre la otra, ventaja que durará mientras el mercado no permita a la primera la utilización plena de su capacidaJ de producción.

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Son varios y muy interesantes los as­pectos que cabe destacar en este capítulo. Uno de ellos es el de la adecuada relación entre el capital que haya de invertirse en una empresa y la producción calculada. U n error cometido en este aspecto por los pro-motores'se reflejará inmediatamente en una elevación de los costos, y puede poner a una industria en desventajosas condiciones frente a la competencia. En efecto, la ca­pitalización produce no uno, sino dos im­portantísimos cargos al costo de produc­ción de las mercancías; el primero, deriva­do del mero servicio de intereses y dividen­dos al capital invertido, y el segundo por la necesidad de cargar a la fabricación las cuotas por desgaste o reposición del equipo mecánico, instalaciones y construcciones, y que suele denominarse cuota de amortiza­ción y depreciación.

Otro aspecto interesante, dentro de la capitalización de un negocio, es el del ori ­gen de los capitales invertidos, esto es, la proporción entre el capital propio, repre­sentado por acciones, y el capital ajeno ob­tenido en préstamo, representado por bonos u obligaciones. En cualquier caso, será pre­ciso proveer y atender a la remuneración

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del capital pues de lo contrario se acarrea el descrédito del negocio y el alejamiento de los capitales; pero la situación será tan­to más delicada cuanto mayor sea la pro­porción del capital ajeno, pues entonces no sólo es necesario atender al servicio de in ­tereses, sino también al de las amortizacio­nes anuales de los bonos u obligaciones, circunstancia que repercute, asimismo, en el costo de fabricación y en la fijación de precios.

Se advierte bien a las claras la ventaja de aquella empresa que nazca y se desarro­lle con el máximo de capital propio y el mí­nimo de pasivo exigible. Frescos están en la memoria de todos los espectadores, casos ocurridos durante la crisis 1929-32, en que importantísimos negocios industriales, en Estados Unidos y otros países, muy sobre­cargados de obligaciones, emitidas con to­da facilidad durante la bonanza anterior, cayeron en poder de los acreedores, en su mayoría de los bancos, lo cual produjo apresuradas liquidaciones que acarrearon graves perjuicios, e introdujo en la direc­ción y política de las industrias equivoca­dos criterios financieros que tuvieron gran- ^

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des repercusiones en la marcha futura de esas empresas.

De esto se derivan varias enseñanzas. Es una de ellas, la necesidad de obrar con extremaba prudencia al crear o al ampliar í negocios, apelando al crédito, relativamen­te fácil en la actual coyuntura mexicana; y otra — que elevamos a la categoría de axio­ma—, la de que el medio más aconsejable, más sólido y más fecundo para el creci­miento y desarrollo de un negocio indus­trial, es el de la reinversión de sus utilida­des en el propio negocio, mediante la crea­ción paulatina, constante y más amplia po­sible, de reservas de capital. Esta polftica de separar anualmente una buena parte de las utilidades para incorporarlas al nego­cio en forma de nuevo equipo y facilidades adicionales con recursos propios y sin los peligros de un pasivo exigible, no puede sino contar con una general aceptación, tanto porque ello implica la práctica del ahorro (origen único de la formación de capitales) y la autolimitación de repartos y dividendos, cuanto porque se traduce en grandes y generales beneficios, como son los de un aumento verdadero y sólido de

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la riqueza nacional y un mayor y más se­guro empleo de la mano de obra.

Pero para llegar a estos plausibles re­sultados es preciso que se reconozca tam­bién, como axioma, la necesidad que tiene la industria —la industria en general y ca­da industria en particular— de obtener am­plias utilidades, las más altas que lícita­mente puedan derivarse de una hábil d i ­rección, de una alta técnica y de una opi­ma y máxima producción. Y esto es verdad para cualquier país, por grande que sea su adelanto industrial, cuanto más para el nuestro, que tiene su industria en pañales y que desea traer capitales y entusiasmos hacia estas actividades. Los Estados U n i ­dos deben su portentoso engrandecimiento industrial a que han vivido bajo el princi­pio del respeto a la libre iniciativa y de las máximas ganancias como motor de su eco­nomía, y han afirmado el criterio según el cual la industria necesita contar con altas utilidades para su desarrollo. Enhebremos ahora, con relación a este tema, la siguiente serie de preguntas:

(1) ¿No es un lugar común, así en la ciencia económica como en la vida

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corriente, que los capitales son fac­tores indispensables en la produc­ción?

(2) ¿Cómo encauzar los capitales hacia la industria sino atrayéndolos por el fecundo incentivo de obtener los má­ximos rendimientos?

(3) ¿Existe, acaso, otro modo de crear capitales que no sea mediante el ahorro, o, en otros términos, con la separación, para fines de producción, de una parte de los ingresos?

(4) ¿No está reconocido, desde Ricardo, que la demanda de trabajo crece en la misma proporción en que crece el capital?

Si las contestaciones a estas preguntas son obvias y si —repetimos— la reinver­sión de utilidades tiene como consecuencia inmediata asegurar y aumentar el empleo de mano de obra, ¿cómo explicarse una opi­nión muy común en México adversa a esta práctica de la reinversión de utilidades (que supone, sine qua non, utilidades amplias), por parte de los sindicatos, y, lo que es más extraño, por parte del mismo Poder Pú­blico, que proclama y realmente desea, por-

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que lo demuestra con otros actos, un mayor desarrollo de la industria nacional?^

Hay inclusive algo más que una opinión adversa: una verdadera doctrina en ese sen­tido, que se traduce en una práctica conti­nua, sistemática y agresiva, que tiene como meta la disminución de las utilidades in ­dustriales mediante el alza de los salarios hasta el solo límite, según se proclama, de evitar su ruina. Esta doctrina, de tan le­tales consecuencias, pero que ha tenido una gran aceptación entre políticos y aficiona­dos a la economía, suele denominarse la doctrina de la capacidad económica de las empresas. Indícase con ella lo siguiente:

lo . Una verdad escueta que cuando una empresa tiene utilidades, ipso [acto tiene capacidad económica.

2o. Una verdad a medias: que cuando una empresa tiene capacidad econó­mica, puede aumentar los salarios de los obreros; y

2. Hablo, naturalmente, de los que. de buena fe, dentro de una economía liberal, pretenden encauzar los capitales hacia el campo de la industria, no de los que son partidarios de una dictadura econtoica y de una socialización de los medios de producción, porque éstos obran lógicamente al procurar minar la base de las empresas establecidas.

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3o. U n error craso y gravísimo: que en ese caso debe, obligatoriamente, ha­cer aumentos en los tabuladores de salarios hasta el límite de esas ut i l i ­dades.

Por el camino de esta teoría —que ter­giversa, eníre otras cosas, y fundamental­mente, el concepto de salario, según expli­caremos en capítulo aparte— se llegará a la absorción de toda utilidad en las empre­sas por la vía del salario; al desaliento de las inversiones que pueden afluir al campo de la producción; a la disminución o estran-gulamiento del empleo u ocupación de la mano de obra; al aumento progresivo de los costos y, por consiguiente, de los pre­cios de las mercancías; y, en último térmi­no, a la desindustrialización de México, que es precisamente lo contrario de lo que se postula.

Esta doctrina, corrosiva, destructora del incipiente espíritu industrial, tan nece­sario de estímulo, olvida o quiere olvidar que no hay otro incentivo para el inversio­nista que la obtención de utilidades; que éstas nunca pueden ser exorbitantes, por-

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que automáticamente las limitan (en un ré­gimen de economía democrática, se entien­de) la competencia interior y exterior y la posibilidad económica del consumidor que, como ya hemos dicho al principio de esta plática, es el soberano en el reino de la economía; que los riesgos asumidos por el industrial son enormes e imprevistos; que la estimación anual de las utilidades es siempre relativa y convencional, porque se desentiende de que la vida de la industria se mide por ciclos o períodos y de que por altas que sean las utilidades de un balance pueden no llegar a reponer pérdidas de ba­lances anteriores, y quizá no compensar los déficits de ejercicios futuros. Por último, esta doctrina olvida que al Poder Público le sobran recursos para poder poner topes a las utilidades excesivas, por medio de los impuestos progresivos y de prudentes reto­ques al Arancel. ^

3. Para poner un ejemplo de bulto, fijémonos en la minería. ¿Quién acudiría con sus capitales a un negocio tan aleatorio como éste, sin más aliciente que una bonan­

za, si supiera que, aparte los años malos, tuviese que pasar a los obreros, en forma de elevación de salarios, las utilidades que en un año dado excedieran de las limitadas a la prudente remuneración del capital?

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V . F A C T O R E S D E L C O S T O (continuación)

T E C N I C A Y M A N O D E O B R A

Otro de los más importantes factores que afectan' la formación de los costos i n ­dustriales es el del equipo y la técnica em­pleados en la empresa, y consecuentemen­te el de la selección de los técnicos y de los obreros, así en su número como en sus con­diciones de pericia y preparación. Inclui­mos dentro del término técnicos, no sólo a los expertos que tienen la directa o sub­alterna dirección de los talleres o de las plantas, sino también, del gerente para aba­jo, a todos aquellos de cuya habilidad, do­tes de mando, organización o administra­ción, depende, a juicio del dueño o del d i ­rector del negocio, la buena marcha de la empresa. De ello se deriva que es y debe ser privativa facultad del empresario —res­ponsable de su gestión ante los inversionis­tas— la de decidir la planta de obreros que haya de necesitar y las condiciones que de­ben llenar los calificados y los técnicos, de la misma manera que debe resolver libé-

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rrimamente el monto del capital invertido, el equipo que haya de utilizarse y la pro­ducción que se trate de obtener.

Parecería obvia la imprescindibilidad de la facultad del empresario para escoger a sus obreros y a sus técnicos e innecesario insistir en ello, y, sin embargo, al ejercicio de esta facultad se opone una decidida ac­ción obrera, derivada de varios arraigados principios sindicales de muy serias conse­cuencias para el futuro de la industria, y que en seguida analizaremos.

Pero antes de hacerlo, y para evitar torcidas interpretaciones, queremos procla­mar sin ambajes nuestro criterio sobre la necesidad en que se encuentra la industria moderna de tratar sus asuntos obreros con sindicatos fuertes y, por ende, serios y responsables. Pasó la época en que los pa­tronos preferían que sus obreros no estu­viesen agremiados o que lo estuviesen den­tro de sindicatos de fábrica. Hoy día el pa­trono mexicano, respetuoso como el que más de los derechos obreros derivados de las leyes y de los contratos colectivos, com- I prende las grandes ventajas de tratar con I sindicatos bien organizados, de amplia y I sóhda base, y dirigidos por hombres inteli" |

gentes, honestos y responsables, que i n ­terpreten los derechos y los intereses de los obreros, planteen en su nombre las recla­maciones que sean procedentes, suscriban los contratos colectivos, y sean prenda y garantía de su más exacto cumplimiento. Saben los patronos mexicanos que sólo tra­tando con sindicatos fuertes y conscientes, pueden conseguir que los convenios se cum­plan, que el trabajo se desarrolle en un am­biente de tranquilidad, y que no cundan en las empresas la indisciplina y la irresponsa-bihdad, que son los cánceres de toda indus­tria. Durante varios lustros venimos tra­tando con los sindicatos y con sus dirigen­tes, y pueden éstos decir si no fueron siem­pre nuestras normas las del máximo respe­to a las organizaciones y a sus adalides. Pa­ra nosotros, el sindicato, representante ge­nuino de ese imprescindible factor de la producción que es el obrero, es una enti­dad tan respetable como lo son los banque­ros, los abastecedores de materias primas, los grandes realizadores y demás elemen­tos indispensables a la producción. Todos ellos tratan, discuten y pactan con el in ­dustrial, y, una vez definidos sus respecti-

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vos intereses y derechos, colaboran íntima y respetuosamente entre sí. ¿Por qué no su­cede lo mismo con el sindicato, y por qué éste y el patrono se miran y tratan como si fueran enemigos, como si tuvieran intereses contrapuestos, cuando, en realidad, son complementarios y su colaboración es ab­solutamente indispensable?

Analizando el caso con serenidad y partiendo del supuesto —mucho más gene­ralizado de lo que pudiera creerse— del franco respeto, por parte del patrono, a la ley y a los contratos colectivos, y de su leal y recta interpretación, llegamos a la conclusión de que esa actitud de oposición, que parece irreductible, se plantea sólo cuando el sindicato, rebasando su indiscu­tible e indiscutido papel de representante, director y defensor de los obreros, preten­de disputar y arrebatar al empresario algu­nas de las atribuciones que a éste perte­necen y que le son inherentes e imprescin­dibles.

Examinemos y comentemos este proble­ma en cuanto tiene relación con el tema de los costos de producción que estamos des­arrollando.

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A. E L P R O B L E M A D E L O S E M P L E A D O S D E C O N F I A N Z A

Tal es el caso, por ejemplo, de la ten­dencia sindfcal, que tiene caracteres de doc­trina, de sustituir al patrono en el nombra­miento de los técnicos, de los administra­dores y de los obreros más calificados. Contra esta tendencia el empresario se de­fiende, no realmente para que su personal más responsable no figure en las listas de los sindicatos, sino porque el hecho de i n ­gresar en ellas supone ya la facultad del sindicato de disponer de sus plazas para la promoción de personal, para su sustitu­ción, para fijar el número de las mismas y para impedir que se reduzcan en un mo­mento dado. En este caso, el empresario deja de manejar un aspecto esencial del negocio, y las consecuencias inevitables son las de un rebajamiento de la técnica y de la calidad de la producción y un encareci­miento de los costos, todo lo cual puede lle­var a la ruina el negocio del que el empre­sario es único responsable. N o extraña­rá que esta pugna de los sindicatos por ga-

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nar para sí todos los puestos de confianza, desde el gerente para abajo, y de la nega­tiva de los empresarios a concederlo, sea uno de los motivos más frecuentes de con­flictos en la industria.

B. L A G R A V E C U E S T I O N D E L O S A S C E N S O S

Otro de los casos en que el sindicato se enfrenta con la empresa para disputarle al­guno de sus esenciales atributos, es el de la cuestión de los ascensos del personal a puestos superiores. N o puede darse el ca­so de que un industrial pretenda hacer, a sabiendas, una selección a la inversa de los obreros que haya de ocupar en el trabajo de máquinas, en aparatos o servicios que requieran una cierta preparación o unas dotes de conocimientos, de inteligencia, de organización, y hasta de discreción. Hay que suponer que en el acierto de, esas designaciones pondrá el máximo cuidado, puesto que en ello le va el mejor y mayor rendimiento de las máquinas y de los obreros. Por ello debe ser indis- ¡

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entibie su facultad de señalar, dentro de los hombres de su fábrica, quiénes son los que tienen capacidad para ocupar los pues­tos de mayor responsabilidad, a condición, naturalmente, de que las plazas del sindi­cato s i g ^ siendo ocupadas por personal del mismo, y de dar preferencia en igual­dad de circunstancias a la antigüedad.

Sin embargo, el sindicato estableció un escalafón y un sistema de ascensos que re­lega la competencia y las capacidades a segundo término, con primacía de la anti güedad. De esa manera, no sólo llegan a manejar máquinas o a tener puestos de res­ponsabilidad máxima hombres sin capaci­dad, sino que — y ello es más importante desde un punto de vista general— se están malogrando grandes posibilidades y apa­gando todos los estímulos de una capacita­ción obrera. Con esta política el trabajador llega a la triste conclusión de que, por mu­cho que estudie y sepa, no llegará a pues­tos superiores y de mejor remuneración, si­no cuando le corresponda por riguroso y ciego turno de antigüedad. Podemos afir­mar que es éste uno de los más graves pro­blemas con que se enfrenta la industria ac-

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tualmente, y cuyas consecuencias se acen­túan día a día. *

De aquí se deduce que esta política sindical, bajo el aspecto de protección al obrero, constituye la dilapidación más gra­ve de los mejores valores humanos de la nación.

Para disminuir los males de esta ten­dencia sindical, los industriales han ideado toda clase de fórmulas que garanticen los derechos sindicales sin mengua de los del empresario, que aspira a tener al mejor hombre en el lugar más distinguido. Por ejemplo, la de otorgar becas y facilitar prácticas a miembros del sindicato que am­plíen los conocimientos de los obreros, a condición de poder utilizarlos allí donde aconseje su preparación; pero ni aun así se ha podido acabar con la insostenible tesis del ascenso por antigüedad, defendido i n -

4. Citemos este revelador y lamentable caso. E n una empresa en la que regularmente había hasta un centenar de obreros que, mofa ptoprio. asistían a cursos nocturnos en escuelas industriales o que seguían cursos por corres­pondencia, todos ellos, absolutamente todos, dejaron sus estudios desde el momento mismo en que se introdujo en el contrato colectivo la cláusula de los ascensos por an­tigüedad.

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explicablemente por las mayorías en los sin­dicatos.

Proclamamos la necesidad absoluta de que el empresario tenga indiscutida la l i ­bertad de colocar en el mejor lugar al obre­ro más apto, y apelamos a la conciencia y al sentido de responsabihdad de los dir i ­gentes obreros para que se rectifique una política que tantos daños está causando a la industria en la hora actual, y otros más grandes acarrearía a su desarrollo futuro, aparte de lo que perjudica al mejoramiento de los obreros.

C. I N F L E X I B I L I D A D D E L A P L A N T A O B R E R A

Otro de los principios sindicales que se enfrentan y oponen a la libertad de direc­ción y administración del industrial, es el que nosotros denominamos, quizá con po­ca exactitud, de la rigidez o congelación de la planta obrera, y que se traduce en la im­posibilidad del empresario para separar un obrero o amortizar una planta cuando se juzgue que ya no son necesarios para su negocio. N o nos referimos, entiéndase bien, a la facultad discrecional y muchas veces

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La técnica industrial ha progresado tanto en los últimos años que no es posible que­dar al margen de ella sólo por conservar rutinas, por respeto a ciertos principios o por temor a determinadas consecuencias. Es inútil que pongamos ejemplos y que i n ­sistamos en la urgencia de realizar esta maquinación. Los industriales están prestos con sus iniciativas y con sus planes; los fi--^ nancieros con sus recursos y el Gobierno con sus estímulos. A ello se opone única­mente la dificultad que tienen los patronos para realizar los reajustes de personal ne­cesarios, y que son, naturalmente, la con­dición sine qua non para hacer costeables las inversiones de nuevos capitales. Y es­ta dificultad nace de la aplicación del prin­cipio de la intangibilidad de la planta obre­ra, abroquelado ahora con el argumento del problema nacional de la desoocupación, que puede presentarse, A ello se responde que la maquinación no se hace ni en todas las industrias a la vez, ni siquiera en todas las fábricas de la misma rama, sino paula­tinamente; que el progreso de la industria va siempre acompañado de nuevas posibi­lidades de mano de obra adicional; que los industriales proponen fórmulas comprensi-

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vas y amplias para disminuir al mínimo las consecuencias de la modernización, fórmu­las que van desde la amortización de las plazas sobrantes, a medida que vayan va­cando, hasta las indemnizaciones amplias y generosas.

Sólo una comprensión de esta necesi­dad nacional y un manifiesto deseo de ayu­dar a la real industrialización del país, por parte de los directores obreros, pueden ha­cer viable la realización de estos planes in ­aplazables.

E . N E C E S I D A D D E A D A P T A R L A P R O D U C C I O N A L M E R C A D O . P R O D U C C I O N Y CRISIS

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Es atributo esencial de todo empresario —o más bien un deber ineludible suyo— sincronizar la producción de su industria con la demanda del mercado, y precisamen­te la capacidad y el valer como tal de un empresario se miden por las dotes o habi­lidades que tenga para interpretar y pre­ver las crisis o, simplemente, las contrac­ciones de las ventas, y para defenderse contra sus consecuencias, reduciendo la producción y adecuándola a las situaciones

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nuevas. Obrar de otro modo sería la ma­yor de las insensateces, pues se expondría gravemente el porvenir de la empresa.

Ahora bien: no hay modo de reducir la producción de una factoría sin reducir también, siquiera sea temporalmente, el nú­mero de obreros, y aquí nos encontramos de nuevo con el principio de la inflexibili­dad o rigidez de la planta obrera, que im­pide el empleo de esa medida de salva­mento, tanto más eficaz cuanto más opor­tunamente se aplique. Todos los industria­les, sin embargo, sabemos de la imposibi­lidad material de obtener de los tribunales del trabajo una resolución favorable y oportuna de reducción de labores, ' y tam­bién sabemos de las dificultades para ne­gociar con un sindicato un convenio que permita esa reducción, pues en todos los casos es preciso presentar probanzas y evi-

5. De acuerdo con la ley. el patrono puede conse­guir la inmediata reducción del trabajo, bien sea con re­ajuste de horas o de hombres, siempre que garantice am­pliamente los perjuicios que pudieran derivarse para los obreros, si las medidas tomadas resultaren injustificadas a juicio de las Juntas. Sin embargo, no hay noticia de que en los últimos lustros los patronos hayan obtenido autori-zación de las Juntas para tomar preventivamente esas sal­vadoras medidas.

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dencias sobre la necesidad de reducción de labores, y estas probanzas y estas eviden­cias sólo se consiguen cuando los resulta­dos económicos que justamente se trata de evitar han sobrevenido ya con su cauda de adversas consecuencias: reducción de ven­tas, formación de agobiadores stocks de mercancías, agotamiento de fondos, de cré­dito, etc.

Son tan elementales estas verdades pa­ra los estudiantes de Economía que me es­cuchan, que es inútil ilustrarlos con los ejemplos de casos cotidianos, ni que les re­fresque la memoria relatándoles el calva­rio de la industria textil para conseguir, a raíz de la crisis de 1929, agudizada aquí en 1932, un reajuste de personal que sólo le fué concedido cuando las fábricas de O r i -zaba, con existencias de más de cien millo­nes de metros de crudos y acabados, soli­citaban su liquidación judicial.

Para cerrar este capítulo, diremos que estamos convencidos de que vale la pena, en esta hora crucial de México, en esta co­yuntura única de su economía, que los sin­dicatos y sus directores responsables pon­gan a revisión algunos de estos principios que hemos venido analizando, cuya persis-

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teiíte aplicación puede causar grandes ma­les al desarrollo de nuestra incipiente in ­dustrialización.

V L F A C T O R E S D E L C O S T O (continuación)

LOS S A L A R I O S

A. S I G N I F I C A C I O N D E L S A L A R I O E N E L C O S T O D E L A P R O D U C C I O N

Es evidente que el salario constituye uno de los principales renglones del costo de producción, tanto más importante cuan­to más fino y acabado sea el artículo de que se trate. En la industria del fierro, por ejemplo, comienza el salario por significar una muy pequeña parte del costo en la fa­bricación del hierro de primera fusión, que en su mayor parte se forma con el valor de las materias primas, fundentes, combus­tibles, conservación y amortización, y ter­mina por absorber más del 80 por ciento del costo, en los tornillos, y más del 95 por ciento en la fabricación de herramien­tas. Sin embargo, los movimientos genera-

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les de salario influyen decisivamente en los costos, incluso de los productos más tos­cos, porque, en realidad, el valor de las materias primas, refacciones, equipo y re­paraciones, están, a su vez, influidos deci­sivamente por? el precio del trabajo.

De ahí la importancia que para la i n ­dustria —es decir, para la viabilidad de la industria—, tiene cualquier movimiento de alza en los salarios, pues, por particular y y excepcional que sea ese aumento, llega a ser siempre y fatalmente —merced a los vasos comunicantes de la economía— un aumento general.

Tomando otra vez un ejemplo de la in ­dustria siderúrgica, vemos que en una ele­vación generalizada de salarios, el costo del lingote de hierro que, como dijimos, es el que incluye menos mano de obra directa, queda afectado de modo importantísimo por las repercusiones de los aumentos de precio que, a su vez, sufran, por elevacio­nes semejantes, los minerales, los funden­tes, el carbón, el cock, y, más allá todavía, los explosivos, los combustibles, las herra­mientas y los fletes, necesarios para reali­zar aquellas explotaciones mineras. Imagí­nese, pues, cuál vendrá a ser la progresiva

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y piramidal repercusión de ese aumento de salarios cuando se llega a la fabricación de un aparato quirúrgico, por ejemplo, hecho con aceros especiales e inoxidables. Las mayores y más ingratas batallas libradas por los industriales —enfrentándose con­tra la fuerza de los sindicatos, contra la presión de los políticos, muchas veces con­tra una opinión pública fácilmente influida por elementos sentimentales muy exphca-bles— la mayor parte, repetimos, de las batallas libradas por los empresarios con­tra las elevaciones de salarios, se basan mucho más que en un sentimiento egoísta o en una falta de comprensión de las situa­ciones de los económicamente débiles, en consideraciones muy serias sobre las reper­cusiones de esas alzas en los costos, sobre sus efectos en los precios y, en f in de cuen­tas, sobre las consecuencias decisivas y a veces fatales en las ventas y en los merca­dos. Rebasar en ocasiones unos decimales en una cifra de precios puede significar pa­ra una empresa su definitiva eliminación o desplazamiento por la competencia interior o exterior. N o basta, lo hemos dicho ya va­rias veces, que contra la competencia exte­rior y en auxilio de la industria nacional se

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tomen por las autoridades plausibles medi­das de aumento en los aranceles, incluso y heroicamente de restricción o prohibición de las importaciones, pues ese protagonista de la economía, tan olvidado en las luchas políticosociales, que es el consumidor, será el que llegue,a decir la última palabra con sólo dejar de comprar, por inasequibles, los artículos que rebasen su capacidad econó­mica.

B. E L O G I O D E L O S A L T O S S A L A R I O S

Diremos,' antes de pasar adelante, que no estamos con esto defendiendo la inde­fendible, muerta y enterrada teoría de los salarios bajos, de los de mera subsistencia o del nivel mínimo de vida. Los patronos mexicanos postulamos, al contrario, la teo­ría de los altos salarios, de los que permi­tan al obrero una vida digna, con acceso Dará él y su familia a las ventajas de la, labitación, de la vida sana e higiénica y de los placeres honestos —según la termino­logía de nuestra Constitución—, porque sabemos que sólo así se puede poner en el trabajo el gusto y el empeño, sin los cua-

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les ningún esfuerzo humano es fecundo, y porque, además, creemos que el obrero es no sólo un trabajador, sino también un con­sumidor, y que un alto standard o nivel de vida para toda la población es el más pro­picio para el progreso de la industria.

Por eso partimos del supuesto, en abo­no de nuestra teoría del alto salario, de que si una industria es sólo viable y posible so­bre la base de salarios de mera subsisten­cia, no vale la pena mantenerla y conser­varla, como tampoco, viceversa, si por los altos costos alcanzados y por los elevados aranceles que necesite, vive una vida forza­da y artificial que desnaturalice la función social de toda industria.

C C O N C E P T O E C O N O M I C O D E L S A L A R I O E L COSTO-SALARIO

Pero el salario es, y únicamente puede ser —cualquiera que sea la posición políti-cosocial y económica en que uno se colo­que— una contrapartida, la contrapartida del rendimiento producido por el asalaria­do. (Otra cosa será subsidio, renta, pen­sión, pero no salario). Y esa contrapartida será tanto más elevada cuanto mayor y me-

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jor sea la productividad del que la reciba. Esta ecuación rendimiento-asalario, la que los industriales denominan costo-salario, puede subir o bajar, bien porque suba el nivel del salario por hombre, o porque baje el rendimiento del obrero. Lo primero es cano, es tonificante, aumenta la riqueza na­cional, alienta la producción; lo seaundo —la baja del rendimiento— empobrece, desalienta, reduce la capacidad adquisitiva de la sociedad y, en último término, acaba por limitar la demanda de mano de obra. La ventaja inmediata, aparente, que obten­ga el grupo de trabajadores que disminuya el rendimiento —ha dicho alguien— se compra, entonces, con el empeoramiento del mercado del trabajo y de la renta de los trabajadores. En cambio, un alza de salarios no implicará un costo mayor si al mismo tiempo hay un aumento equivalen­te de la eficiencia del trabajador.

D. L A T R E M E N D A R E A L I D A D M E X I C A N A D E L A U M E N T O D E L COSTO-SALARIO POR L A

BAJA D E L R E N D I M I E N T O

Ahora bien: estamos obligados a decla­rar —si es que hacemos honor a la invita-

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ción de esta Escuela para ocupar esta cá­tedra y decir en ella nuestras experiencias y nuestros problemas — que la realidad me­xicana en el campo de la industria actual­mente se caracteriza por una producción gradual y tremendamente encarecida, origi­nada, al mismo tiempo, por una notable dis­minución del rendimiento por hombre, y por un aumento incesante de los salarios. Es decir, los dos términos de la ecuación —precio del trabajo y productividad— se han ido abriendo, especialmente en los úl­timos cinco años, hasta un punto tal que el costo-salario, el costo de la unidad produ­cida, llega a alturas verdaderamente i n ­quietantes. Por lo que hemos dicho antes acerca de nuestra simpatía por los altos sa- j larios, se advertirá que a los industriales! mexicanos no les duelen los aumentos que se vieron obligados a hacer en los salarios durante esta época de nuestra economía, tan afectada por la guerra mundial en la que tomamos parte. No . Com^prendemos que el desajuste en los precios de todos los artículos, especialmente de los que forman la canasta del trabajador, justificaron au­mentos importantes en los salarios. Lo que nos ha alarmado, lo que sigue preocupán-

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donos muy hondamente, es que, coincidien­do con los aumentos de salarios, la eficien­cia en el trabajo, la productividad por hom­bre-hora, no sólo no se ha conservado en los términos anteriores, que podríamos lla­mar acostumbrados, sino que se ha reduci­do de modo alarmante. N o es que atribu­yamos esa: notable disminución del rendi­miento sólo y precisamente al alza de los salarios. Esta puede influir ciertamente en desestimular la persistencia en el trabajo elevando la proporción de los faltistas, con sus graves consecuencias; pero sería de­masiado simplista dar a este hecho la cate­goría de causa decisiva. Nosotros damos mucha mayor importancia a otras causas verdaderamente trascendentales para el f u ­turo de la industria y para el éxito del mo­vimiento de industriahzación que figura en todas las banderas políticas y en todos los programas sociales»

Estas razones (en enumeración sólo enunciativa, pero no exhaustiva) son las siguientes, que nos vemos obligados a de­cir en orden, aunque incurramos en repe­ticiones de conceptos dichos anteriormente

la .—La primera es la imposibilidad o dificultad, casi insuperable para el patrono.

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de suprimir, mover y utilizar a los obreros de acuerdo con los necesidades del trabajo, pero especialmente cuando amplía o mejo­ra su equipo. Esto provoca un problema de personal excedente, de salarios que no res­ponden a trabajo incorporado en la produc­ción, con consecuencias obvias en el costo-salario por unidad y, en su reverso, pro-ducción-hombre-hora, sin contar el des­aliento que acarrea en el ánimo de los in­dustriales para la modernización de sus em­presas.

2a.'—La segunda razón proviene de la práctica de la ocupación de puestos de res­ponsabilidad, que requieren obreros cali-í ficados, mediante el ascenso por antigüe­dad, según un escalafón celosamente vigi­lado por los sindicatos, en lugar de cubrir­se libremente por el empresario dentro de ciertas normas que tengan como preocupa­ción principal la capacidad y preparación del obrero, dejando en segundo lugar y para igualdad de circunstancias, la anti­güedad en el trabajo. Pero hay más. E l es­calafón no sólo se aplica en los casos de va­cantes definitivas. No . Juega y se aplica to­dos los días, en cuanto se presenta la falta temporal de algún obrero. En estos casos.

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que ocurren siempre, aunque el patrono juzgue innecesario cubrir esas faltas, el Sin­dicato le impone un movimiento general de hombres, de abajo arriba, con lo que se con­sigue que ningún trabajador esté delante de la máquina que conoce y maneja con fa­cilidad, sinb ante la máquina del compañero que faltó, 6 del que pasó a cubrir la falta de otro, etc. Ya hemos dicho en otro lugar que es éste el más grave problema que con­fronta nuestra industria, ya que de él se derivan un rebajamiento de la técnica y de la calidad, un desperdicio, en la industria, con caracteres de integral (puesto que abarca el desperdicio de energías, el de ca­pacidades, el de máquinas y herramientas, \ el de tiempo y el de materiales) y un con­siguiente encarecimiento del costo-salario y de la producción-hombre.

3a.—Derivado de lo anterior e implíci­to en lo dicho, tenemos, como otra causa de reducción de la eficiencia, el desaliento de los obreros más aptos, más inteligentes y de más noble ambición para todo esfuer­zo que los capacite y perfeccione en su o f i ­cio, mediante el estudio, la observación y la práctica, ante la imposibilidad de alcan­zar los puestos de más responsabilidad y

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de mejor remuneración a que sus conoci­mientos y habilidad les hacen acreedores. Y he aquí que, cuando el transcurso del tiempo haga posible la utilización de las ca­pacidades y de la pericia, será quizá la épo­ca en que por la edad ya habrá necesidad de otorgar al obrero los beneficios del re­tiro y de la jubilación. Una situación se­mejante es difícil encontrarla en países de economía liberal, pero es imposible conce­birla en regímenes de dictadura económica.

4a.—Por último —para no alargar de­masiado esta enumeración— otra causa del descenso del rendimiento obrero que esta­mos analizando, es la dificultad de aplicar sanciones y disciplinas a los obreros que incurran en ellas. Todos conocemos la im­punidad en que quedan diariamente los pa­ros obreros, las faltas individuales y hasta los daños ocasionados por malicia, por omi­sión o por ignorancia, aunque todo ello es­tá nominalmente castigado en la ley y en los contratos colectivos, y tiene repercusio­nes formidables en el desperdicio y, por ende, en los costos industriales.

¿A qué se debe esta situación? Lisa y llanamente a que los órganos llamados por ley a entender de estas cuestiones, y a im-

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partir justicia —la justicia pronta y eficaz, imprescindible en el campo social— pasan por una grave crisis de autoridad. Por una parte, las Juntas de Conciliación y A r b i ­traje (de formación tripartita, pero reduci­das a sólo!un representante del Gobierno por la anulación recíproca de los patrona­les y obreros) no concilian nada y arbitran muy poco, especialmente en asuntos colec­tivos y de real importancia, influidas por r u ­tinas, leguleyismos y criterios políticos oportunistas. Por la otra, la Secretaría del Trabajo, a donde refluyen por gravedad to­das estas cuestiones, como ógrano que es del Poder Ejecutivo, pero no del Judicial, carece de competencia jurisdiccional en los conflictos, de independencia política para enjuiciarlos y, sobre todo, de fuerza para hacer cumplir sus decisiones.

De ahí el triste espectáculo de las re­petidas condenaciones de los paros obre­ros (declamadas por la Secretaría del Tra ­bajo como contrarias a la ley, a la econo­mía nacional y al bien de los propios obre­ros, que son siempre desoídas cuando no escarnecidas) que siempre quedan sin san-

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ción adecuada, ni siquiera la elemental del descuento en los salarios por el trabajo no realizado.

En estas condiciones, es natural y hasta humano que la disciplina en el trabajo se relaje, y que el rendimiento obrero dismi­nuya con las naturales consecuencias del ascenso del costo-salario.

E . R E M E D I O S C O N T R A L A I N E F I C I E N C I A D E L TRABAJO

Para evitar las desastrosas consecuen­cias de esta alarmante reducción de la efi­ciencia obrera, que puede ser el más gran­de obstáculo a nuestra industrialización, ne­cesitan los empresarios contar con la com­prensiva, decidida y sincera colaboración de los hombres responsables que rigen las grandes centrales obreras, para que se re­consideren a fondo esas prácticas sindica­les que hemos venido analizando. Por su parte, los industriales, para poder sostener los actuales salarios de sus tabuladores, ofrecen colaborar en aquello que está a su

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alcance: con la realización de nuevas in­versiones, modernizando y automatizando el equipo para facilitar e incrementar la pro­ductividad obrera, y mediante el estable­cimiento de salarios incentivos, que aumen­ten la producción por hombre y hora. Pa­ra ambas cosas es preciso, también, contar con la ayuda inteligente y eficaz de los d i ­rectores de sindicatos, que hagan factibles los necesarios reajustes de personal, y lle­ven a los obreros al convencimiento de los beneficios de los salarios incentivos. Estos sistemas han sido muy elaborados y pues­tos en práctica con gran éxito en los Esta­dos Unidos, durante la guerra, para levan­tar la producción, y en México ya se están ensayando con buenos resultados. En rea­lidad, los incentivos tienden, más que a in­tensificar el trabajo hasta un punto de des­gaste, a evitar el desperdicio de tiempo, a estimular el mayor cuidado y obtener el me­jor provecho de las máquinas, y a coordi­nar el trabajo de los distintos departamen­tos —incluso de los departamentos auxilia­res— interesándolos en los resultados de la producción total.

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F. L A T E R G I V E R S A O O N D E L S A L A R I O POR L A D O C T R I N A D E L A C A P A C I D A D E C O N O ­

MICA D E L A S E M P R E S A S

Otra causa de las elevaciones de sala­rios sin la contrapartida de la productivi­dad y que, por lo tanto, van directamente a incrementar el costo-salario, es la aplica­ción de la ya analizada teoría de la capa­cidad económica de las empresas.

Aludimos en otro lugar a las consecuen­cias funestas que esta teoría tiene, por la absorción de las utilidades mediante au­mentos de salarios, en la formación de los capitales, en el progreso de las industrias y en el ánimo de los inversionistas, alejándo­los del siempre arriesgado campo de la pro­ducción. Ahora podemos percatarnos de que en su reverso —visto desde el lado obrero— esa doctrina acarrea motivos de desasosiego y de promoción de demandas de aumento de salarios, que no tienen co­mo justificación ni el desajuste del costo de la vida ni el aumento de la productivi­dad del trabajador, sino razones ajenas a su trabajo y, además, y por añadidura, i n ­estables y pasajeras, pues ninguna empre-

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sa tiene garantizadas sus ganancias y, en cambio, todas tienen sobre sí la responsa­bilidad del pago puntual de sus tabulado-res. Por otra parte, los aumentos de sala­rios a un grupo aislado de obreros, sin otra causa que l^s ocasionales utihdades de la empresa en jue trabajen, producen situa­ciones de injustas comparaciones frente a otros grupos de obreros de la misma lo­calidad y aun de la misma rama que traba­jen en empresas colocadas en condiciones diferentes, e incluso coadyuva a crear una baja positiva en el salario real de sus com­pañeros menos afortunados. ^

6. Carlos Marx y la escuela socialista condenan co­mo inmoral el régimen del asalariado en cuanto trata al trabajador como una mercancía, y determina el salario, fundamentalmente, según la oferta de trabajadores en el mercado de trabajo, y no según su capacidad y según la calidad de trabajo producido. Exige el socialismo que en la fijación del salario se tomen en consideración motivos éticos y objetivos y que nunca se rija por la oferta obrera. En México, con la Revolución hecha Gobierno, con la Constitución de 1917, con la legislación del Trabajo re­glamentaria del artículo 123, con la jurisprudencia de los Tribunales y con el desarrollo de un fuerte sindicalismo, se ha desterrado por completo el concepto del trabajo como mercancía, poniendo en su lugar en la contratación y en la fijación de los salarios motivos y consideraciones de ín­dole moral y humana. Pero justamente la doctrina de la capacidad económica de las empresas como justificante de la elevación de los salarios, es la consagración de otro sistema que, a su vez, desnaturaliza el concepto del sala-

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G. E L P R O B L E M A D E L A R E V I S I O N B I E N A L D E L O S C O N T R A T O S C O L E C T I V O S D E TRABAJO

Examinemos ahora otro problema de gran envergadura que preocupa seriamen­te a los industriales, como conexo al pro­blema de los salarios y de la elevación de los costos. Nos referimos a la revisión de los contratos colectivos de trabajo, fijada en la ley y desviada en las costumbres y prácticas sindicales. Cuando la ley estable­ce que estos contratos podrán ser revisados cada dos años, da a entender que es esa la oportunidad que se otorga a las partes con­tratantes para modificar las condiciones del trabajo y los tabuladores de salarios y po­nerlos a tono con las nuevas situaciones que se hayan creado en el campo de la eco­nomía, en los mercados, en los precios, en los sistemas de producción, en el costo de la vida, etc. Es, pues, una disposición muy atinada que tiende a dar flexibilidad a la contratación colectiva del trabajo, adaptán-

rio, divorciándolo del costo de la vida, de la productividad del trabajador y de las condiciones del trabajo, funda­mentos sociales y éticos del salario que lo vinculan con el interés general, puesto que de ello depende el progreso de las industrias y el aumento de la riqueza nacional.

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dola a las variaciones que impone la vida y el progreso, y buscando con ello la paz, la justicia y la estabilidad en el campo de la producción.

Sin embargo, los sindicatos, en los últi­mos dos lu^fros, han creado la costumbre, que tratan ¿e imponer con fuerza de ley, de que cada dos años, necesariamente, so pena de conflicto grave con amenaza de huelga, debe modificarse el contrato, pero sólo a su favor y siempre con aumentos en los tabuladores y en las prestaciones de ín­dole económica. No conozco caso de nin­guna empresa que en las seis o siete revi­siones de trabajo habidas desde el año de 1934 a la fecha, no se haya visto obligada a hacer aumentos en los salarios, indepen­dientemente de los que por las leyes de emergencia les fueron impuestos. Repetiré que no se trata de desconocer la justtifica-ción que muchos de esos aumentos tuvie­ron. Lo que alarma a los industriales es saber que cada dos años tienen que habér­selas con un conflicto de demandas obre­ras desconocidas y apoyadas con movi­mientos más o menos virulentos, que aleja­rán de su fábrica la paz y la tranquili­dad, con la natural y grave consecuencia

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de impedirles hacer por anticipado progra­mas de producción, cálculos de costos y contratos de abastecimiento de materias primas. Esa situación, asimismo, les impide aceptar pedidos para entregas futuras, pla­near ampliaciones de los talleres y gestio­nar los financiamientos necesarios, pues no están en condiciones de conocer ni sus cos­tos ni sus precios, ni siquiera su posibili­dad para cumplir las obligaciones que ha­brán de contraer.

Es obvio que esta situación tiene que cambiar y que cuanto más pronto suceda menos daños habremos de lamentar. La consolidación y el progreso de las indus­trias actuales y la creación de condiciones estimulantes de nuevas inversiones, requie­ren que los contratos colectivos tengan una vigencia indefinida y que solamente sean objeto de modificaciones cuando aparez­can circunstancias muy especiales que lo justifiquen.

H. U N E J E M P L O E L O C U E N T E D E L A BAJA D E L R E N D I M I E N T O . T R E S G R A F I C A S

Para terminar este capítulo de los sala­rios y del rendimiento, y como ilustración

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y justificante de la afirmación y comenta­rios hechos en el curso del mismo, dare­mos un ejemplo —uno tan sólo, pero bien elocuente y no excepcional— de los aumen­tos habidos en los salarios, en una rama de la industria mexicana, durante los últimos cuatro añofe, relacionándolos con los capita­les invertidos para acciones de aumento de capacidad productora y con la producción real obtenida. Los datos corresponden a va­rias fábricas que nos los proporcionaron para el solo efecto de que pudiésemos ob­tener de ellos consecuencias de carácter general. Con esos datos hemos formado, consolidándolos, unas gráficas en donde aparecen las curvas de los tres conceptos indicados: salarios, capitales invertidos y producción resultante. De todas maneras, tenemos autorización para mostrar, en lo particular, los números que justifican esas gráficas a quien tenga en ello interés espe­cial o curiosidad de investigador.

La primera gráfica muestra los aumen­tos habidos en los salarios durante los úl­timos cuatro años, pudiendo advertirse por ella que en ese corto lapso aumentaron en un 70 por ciento.

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En la segunda gráfica se advierte que los capitales invertidos, para aumentar la capacidad de producción, sufrieron un au­mento de 40 por ciento.

La tercera gráfica muestra, en cambio, que, a pescar de todo ello, entre el año de 1942 y el de 1945 la producción en esa ra­ma de la industria bajó un 10 por ciento. Es fácil deducir por ello a qué altura ha­brán subido los costos de producción y los rendimientos.

V I L F A C T O R E S D E L COSTO.

O T R A S C A R G A S E C O N O M I C A S

A . L O S S A L A R I O S Q U E N O P A G A N T R A B A J O

I N C O R P O R A D O E N E L P R O D U C T O

Por cuestión de orden, tratándose de una plática para estudiantes de Economía, mencionaremos, sin comentario especial, algunos renglones que, sin ser propiamen­te salarios (porque no pagan trabajo i n ­corporado en el producto), influyen direc­tamente en los ingresos de los trabajado-

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res, tales como el pago del día de descanso o séptimo día, los días de descanso obliga­torio y las vacaciones pagadas. Estos días que debe cubrir el patrono, son, según la ley, en conjunto, 62, o sea el 17 por ciento de los jornales; pero como resultado de las sucesivas conquistas sindicales, difícilmen­te existirá empresa de relativa importancia en cuyos contratos colectivos no se incluya en pago por salarios por días no trabaja­dos menos de 73 días, lo cual significa el 20 por ciento de los jornales pagados. Esto quiere decir que cuando el salario se aumenta en 1 (una unidad) el costo-sala­rio sufre un alza de 1.20. En Petróleos M e ­xicanos estos días son 101 días. Esto es, 101 jornales sin jornada, o sea el 28 por ciento del año.

Tampoco nos detendremos a comentar los gastos de las empresas por concepto de accidentes de trabajo, enfermedades no profesionales, maternidades, escuelas, co­medores, deportes, becas, etc., todo lo cual debe ser objeto de las contrataciones co­lectivas, reflejándose de modo importante en los costos.

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B. L A I N S T I T U C I O N D E L S E G U R O S O C I A L

A lo que sí dedicaremos unas palabras es al Seguro Social, institución puesta en práctica en México desde principios de 1944.

Comenzaremos por decir que los pa­tronos mexicanos han sido partidarios del establecimiento del Seguro Social, como se demostró desde el Congreso reunido ad hoc en 1934 por el entonces Departamento de Trabajo, y más tarde, cuando se hicie­ron los estudios que dieron por resultado la actual legislación. Los empresarios mexica­nos conocían las experiencias obtenidas en la materia en otros países, estaban al co­rriente de los proyectos y recomendacio­nes formulados por las distintas conferen­cias de la Oficina Internacional del Traba­jo, y eran unos convencidos de que la Ins­titución del Seguro Social, en México, no sólo convenía, sino que era imprescindible para conseguir la paz social en el campo de la industria. Tenía la dolorosa experien­cia de que por falta de una ley del Seguro Social venían incorporándose en diferen-

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tes contratos colectivos de trabajo capítu­los enteros acerca de diversos riesgos so­ciales, tales como invalidez, vejez, jubi­laciones, etc., que por ser arrancadas por la violencia en las luchas sociales, sin ba­se alguna de cálculos actuariales, no sólo ponían en riesgo la estabilidad de las em­presas, sino inclusive el futuro estableci­miento del Seguro Social. Por eso los pa­tronos dieron su apoyo y colaboraron efi­cazmente en el estudio de una buena ley, a la cual sólo ponían dos condiciones; que no se hiciera precipitadamente, es decir, que se reunieran primero todas las esta­dísticas indispensables y se hicieran los cálculos necesarios, y, segundo, que los d i ­ferentes riesgos asegurados se fueran apli­cando paulatinamente y no todos a la vez. A l proyecto que se formuló y que más o menos constituye la ley actual, se le hicie­ron desde el principio y se le siguen hacien­do dos reproches fundamentales, uno de ellos de técnica y otro que podríamos lla­mar de filosofía político-social, ambos de enorme trascendencia para el porvenir del Seguro y de grandes repercusiones en los costos de fabricación.

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C. EL ERROR DE INCLUIR LOS RIESGOS PROFE^ SIGNALES EN EL SEGURO SOCIAL

El primer error consistió en incluir den­tro del Seguro Social el riesgo de acciden­tes del trabajo y de eníermedades profe­sionales, siendo así que estos riesgos esta­ban atribuidos en la ley del Trabajo a car­go exclusivo de los empresarios, que venían atendiéndolos con la mayor eficacia y a sa­tisfacción de los obreros. Para ello habían invertido grandes sumas en puestos de pri ­meros auxilios, y hasta de hospitales, y te­nían ya formada una organización y un cuerpo médico especializados. Siendo esto así, el seguro de estos riesgos no era ni nuevo ni un seguro social propiamente d i ­cho, sino, en todo caso, un seguro de res­ponsabilidad civil de los patronos para evi­tar su insolvencia, seguro que podría ser tomado con cualquier compañía de seguros especializada. Hacer de este seguro un mo­nopolio del Estado a través del Instituto era, según decían los patronos — y el augu­rio, por obvio, resultó acertado— encare­cer necesariamente ese servicio, sin venta­ja alguna para los obreros, que son, no los asegurados, pero sí los beneficiarios. En

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efecto, la experiencia de los dos años trans­curridos es la de que el costo de este ser­vicio se ha duplicado para los empresarios, puesto que el Instituto, por falta de expe­riencias y de estadísticas, tuvo necesidad de establecer cuotas muy elevadas que evi­taran pérdidas e incluyeran, además, los gastos de la administración, naturalmente cara, del seguro. Pero lo que deseamos destacar es el hecho de que en el mejor de los casos (es decir, cuando el Instituto lo­grara otorgar el más eficaz servicio), éste podría ser igual, pero nunca superior al que venían dando los empresarios.

Francamente no valía la pena trastor­nar toda la obra realizada hasta entonces por los patronos, y que el Instituto invir­tiera cuantiosas sumas para que el mismo servicio tuviera un costo duplicado, a car­go de los empresarios y gravitando sobre la producción industrial

D . E L S E G U R O S O C I A L N O E S O B L I G A T O R I O N I

U N I V E R S A L , S I N O U N M I N I M O Q U E L A L U ­

C H A S I N D I C A L P U E D E M O D I F I C A R

El segundo error de esta ley consiste en que la misma no se dictó con el carácter

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de disposición única y universal que habría de regir toda la materia de los seguros so­ciales, con prohibición expresa de que los contratos colectivos de trabajo se ocupa­ran de estos asuntos. Antes al contrario, la ley viene a constituir un mínimo de pres­taciones que los sindicatos podrán modifi­car, mejorándolas, mediante las luchas obreropatronales. Es decir, que, a pesar de entrar en vigor la ley, los obreros podrán seguir solicitando del patrono, con oca­sión de las revisiones de contrato o en cual­quiera otra, y con apoyo en movimientos de huelga, que el empresario pague las cuo­tas que corresponden al obrero, o que au­mente los seguros, las indemnizaciones, los pagos, o cualquiera otra prestación seme­jante. ^

La gravedad de esta situación creada es extraordinaria. Nada menos que con ello la institución del Seguro Social quedó des­naturalizada. Sus reglas ya no son univer­sales ni de aplicación obligatoria; cada in ­dustria tendrá ya sus seguros privativos —no importa que sean impracticables o ruinosos— según la fuerza del sindicato o la debilidad de la empresa; los cálculos se­renos y objetivos, que son la base de todo

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seguro, quedan substituidos por la viru­lencia de las luchas sociales; los obreros podrán no contribuir con el pago de sus cuotas, y el seguro dejará de ser, al par que institución de garantía que prevenga las adversidades en el trabajo, escuela de moral social y de previsión para el traba­jador; seguirá siendo posible que una em­presa que no haya sucumbido a las peticio­nes sindicales pueda hacer, con costos más bajos, la competencia a otra u otras; por último, el seguro no será garantía de paz ni pararrayos de las luchas obreropatrona­les que tengan como fin la discusión de estos difíciles problemas, sino prenda segu­ra de agitación y de lucha, como lo ha de­mostrado la experiencia de los dos años pasados.

Por todo esto, y además de todo esto, el seguro social constituye un factor de au­mento gradual e imprevisible de los cos­tos de fabricación.

V I I L LOS I M P U E S T O S

Dejando de lado otros elementos del costo que en los últimos años han tenido una importancia capital en la industria me-

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xicana (como son la deficiencia de los transportes, los fletes, etc.), terminaremos el examen de los principales renglones de los costos de producción dedicando algunas palabras a la significación que en ellos tengan lo§ impuestos.

Es evidente que el sentido general de la política de un gobierno hacia la indus­trialización se manifiesta a través del siste­ma fiscal establecido, y que por medio de los impuestos se puede estimular o refre­nar la actividad industrial y la inversión de los capitales hacia esta rama de la pro­ducción. Es indudable, por otra parte, que nuestro gobierno desea ardientemente fa­vorecer y estimular el desarrollo y el pro­greso de nuestra industria, todavía inci­piente, y que esta actividad necesita aún del amparo y de la protección gubernamen­tal. Por eso deseamos hacer alguna obser­vación acerca de ciertas anomalías que a este respecto existen en nuestro sistema im­positivo.

A. INDUSTRIAS NUEVAS E INDUSTRIAS YA ARRAIGADAS. SU DIFERENTE TRATO FISCAL

Por una parte, tenemos una ley que

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otorga importantes exenciones a las indus­trias nuevas o necesarias. Es natural que nosotros encontremos atinadas estas dispo­siciones, aunque, a decir verdad, las aplau­dimos más por la intención política que marcan que por el beneficio positivo que reportan. Opinamos que si una industria es productiva y vital no necesita como con­dición sine qua non tal exención de impues­tos, aunque esto constituya un estímulo, y que, en cambio, si a esa industria le faltan los fundamentos y las condiciones indis­pensables para su viabilidad, no podrá arraigarse ni prosperar por muchas conce­siones fiscales que se le hagan. Lo que con­sideramos más interesante es que la polí­tica fiscal se oriente en el sentido de ayu­dar con tarifas no excesivas a las indus­trias, ya sean nuevas o antiguas.

B. L A S A L T A S T A R I F A S D E L I M P U E S T O S O B R E L A R E N T A

Por eso nos sorprende que, al lado de la ley que otorga exenciones totales de im­puestos para las industrias de nueva crea­ción, para las industrias ya arraigadas exis­tan las tarifas del Impuesto sobre la Renta

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que progresivamente llegan a absorber has­ta el 30 por ciento de las utilidades y que ascienden al 38 por ciento, sumando el du­plicado impuesto sobre dividendos.

En la fase actual de incipiente indus­trialización, estas tarifas son notoriamen­te elevadas, constituyendo un positivo ele­mento de alza de los costos, y, además, un estímulo a la ocultación de utilidades y a la evasión de los impuestos. Una reconsi­deración de estas tarifas, introduciendo dentro de la Cédula I una tarifa especial más favorecedora para la industria, armo­nizaría esa antinomia entre la proclamada política de ayuda a las industrias nuevas y la que castiga a las que, por antiguas, merecerían todavía más consideraciones; pero, además, ello daría por resultado una mayor recaudación, sobre todo si fuese acompañada de una inspección fiscal ho­nesta y minuciosa.

C, E L C A S T I G O F I S C A L A L A R E I N V E R S I O N D E U T I L I D A D E S

Pero hay más. Si es criticable el im­puesto de Cédula I I sobre dividendos, por ser irrebatiblemente una duplicación del

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pagado por las empresas en la Cédula L y por absorber hasta el 38 por ciento de las utilidades, lo es mucho más el hecho de que la ley grava con un impuesto de un 8 por ciento en la misma Cédula I I las ganancias que, en lugar de ser repartidas entre los ac­cionistas, se reinvierten en la propia em­presa.

Vimos al principio de esta charla que no hay política industrial más sana y más digna de ser estimulada que la que funda su desarrollo en la reinversión de una parte de sus utilidades, en lugar de repartirlas todas y apelar después al crédito para sus ampliaciones. Separar una parte de las ut i ­lidades para formar con ellas fondos de re­serva vale tanto como incrementar y am­pliar el negocio y como abrir y asegurar fuentes de trabajo.

Y si al que inicia una empresa se le de­clara exento de toda contribución, ¿cómo se entiende que al que moderniza y amplía sus instalaciones a expensas de los divi ­dendos a sus accionistas se le castigue con un impuesto adicional? N o hay otra mane­ra de salir de este contrasentido que de­rogando el impuesto del 8 por ciento sobre las utilidades reinvertidas, e incluso decla-

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rando como deducción aceptable del de Cé­dula I , aquella parte de las utilidades que pase a formar o a engrosar los fondos de reserva, así los legales como los extraordi­narios.

i k C O N C L U S I O N E S

De todo lo dicho en esta plática, y re­sumiendo, se deduce:

I^^Que el problema más importante que la industria en México tiene que resol­ver es el de sus costos de fabricación.

IL—Que nuestro país sale de un perío­do que tanto favoreció su desarrollo indus­trial con costos y consiguientemente con precios desmesuradamente elevados, im­posibles de sostener en una economía de normalidad frente a la competencia exte­rior e incluso dentro de nuestro propio mer­cado, que necesariamente tendrá que re­ajustarse.

I I I .—Que si deseamos no desaprove­char la coyuntura económica en que toda­vía se encuentra México, debemos coadyu­var todos a que se reduzcan los costos i n ­dustriales: los empresarios, modernizando sus equipos y estableciendo nuevas técni-

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cas; los sindicatos, respetando las atribu­ciones esenciales de los patronos y otor­gando a la industria una bien ganada tre­gua; los tribunales, haciendo que las leyes y los contratos se cumplan, y el Gobierno ayudando a eliminar los obstáculos con que la industria tropieza.

I V . Que la fortaleza alcanzada por el sindicalismo en México, indiscutida y res­petada por todos los patronos, le permiten e incluso le obligan a prescindir de ciertas prácticas que, si bien sirvieron para su des­arrollo en otra época, su persistente apli­cación, con sus graves consecuencias de re­ducción de la eficiencia y de elevación de los costos, pone en peligro la subsistencia de la vieja industria y el programa de in ­dustrialización que todo el país reclama.

V . —Que si se consigue eliminar las causas que han llevado a la industria me­xicana a los altos costos de producción en que se encuentra, el porvenir industrial del país está asegurado, y podrá plasmarse en reahdad la visión que todos (los industria­les, visionarios por naturaleza, los prime­ros) tenemos de un México que desarrolle sus grandes posibilidades y recursos En suma, de un México mejor.

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var los salarios, son problemas que

conducen irremisiblemente a la baja del

rendimiento y al aumento de los cos­

tos de producción, y todo ello al peli--

gro de detener el incipiente proceso

industrial de México por que no cumpla

con la misión de ofrecer al consumidor ARTÍCULOS DE CALIDAD A PRECIOS RA'-

ZONABLES': al consumidor, '*EL ANÓNI^

MO Y DECISIVO PROTAGONISTA DE TODA

ECONOMÍA'^ como lo define el autor.

Agotada la primera edición de esta

conferencia, hecha por la Universidad

Nacional de México, nos parece con­

tribuir a la resolución de este trascen­

dental problema facilitando la cónsul-

ta de los puntos de vista que con su

planteamiento proporciona en este tra­

bajo el Presidente de la Cía. Fundido­

ra de Fierro y Acero de Monterrey,

S. A., nuestra más importante indus­

tria de transformación.