Los COLEGIOS DE LA COMPAÑíA DE JESÚS FUERON EL PUNTO DE...
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Los COLEGIOS DE LA COMPAÑíA DE JESÚS FUERON EL PUNTO DE PARTIDA DE UNA
AVENTURADA E X PLORAC iÓN DE LA E NTRAÑA INHÓSPITA Y T ODAVíA GUERRERA DE LA
AMÉRICA CH ICH IMECA . L os J E SU ITAS INCORPORARON A LA CATOLICIDAD NOVOHIS-
PANA UNAS PLANICIES CALC INADAS Y UNAS SI ERRAS AGRESTES CUYA V ITALIDAD IN-
TU Y ERON DESDE EL PRINCIPIO . EN ESTE IN MENSO ESPACIO , NÓMADA E INSUMISO
( HOY ESCINDIDO POR UNA F RONTERA) LOS MISIONEROS ENFRENTARON A LGUNOS DE
SUS MÁS ESCARPADOS DESAFíos . AQuí , COMO EN CHILE, LOS REFINADOS H OM-
BRES DE CI ENCIA SE ESFORZARON POR CONVENCER A ALGUNOS DE LOS PUEBLOS
MÁS ALTIVOS Y PUGNAC ES DEL CONTINENTE E INTENTARON COM PARTIR SUS V IDAS .
Los É X ITOS FUERON QUiZÁ APENAS M ÁS NUMEROSOS QUE L OS FRACASOS , PERO
A LA LARGA EL BALANCE NO DEJA DE INFUNDIR ADMIRAC iÓN Y RESPETO.
Char les TY Polzer. B.J.
M , di, b, " , iglo 'v, y Fd ip, n 'j",i, "" " 'O car a los indios bravos del norte, y qué mejor
manera que la de mandar a j esuitas y fran
cisca nos a los poblados indios.
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so control sobre el paso desde la península a
sus reinos americanos. La Compaliía de Jesús,
rec ién fundada por el vasco Íñigo de Loyo
la, despertaba recelo. No fu e sino en el tercer
generalato de la orden, el de Francisco de Bor
ja - un grande de España-, cuando el rey
permitió a los jesu itas ll egar a sus vastos do
minios de ultramar. Intentaron primero, co n
gran arrojo, acercarse a las beli cosas tribus
de la costa de la Florida, pero sus empeños no
tuvieron más resul tado que la ca tástrofe del
martirio . Más tarde, en 1572 , prec isa mente
cuando franc isca nos, agustinos y domini
cos proclamaban ya la conqu ista esp iritual
definitiva de México, los j esuitas fueron in
vitados a participar en la prédica del Eva nge
li o en las alturas de las sierras, las ll an uras
tropicales y las mesetas desérticas de la terra
incognita . Era un desafío a la altu ra de los
más va li entes entre los hijos de sa n Ignacio.
'"' Durante 20 años, los jesuitas, ll egados pa
ra catequiza r a los indígenas de las regiones
alejadas, permanecieron varados en las pu
j antes ciudades coloni ales, ded icados a la
educación de las eli tes. Por fin en 1590, casi
un siglo después del descubrimiento de Amé
ri ca, las auto ridades vi rreinales decidieron
que era el momento de enviar misioneros a
la Gran Chich imeca, zona que circundaba las
fron teras del norte. Las interminables guerras
chichimecas habían dificultado por mucho
tiempo la protección de las ri cas minas de
pl ata y las vías de abasto de la capital. Tenía
que ex istir una form a más eficaz de pac ifi -
/ ;
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Aunque los jesuitas ya hab ían estado cate
quizando a los oto mís con misiones in term i
tentes, el primer apósto l de tiempo co mpl e
to fue el P. Gonza lo de Tapia, quien se dio al
estud io y empleo de la lengua otomí. Cuando
se dieron por term inadas las guerras chichi
mecas, Tap ia ya hab ía visitado importa ntes
poblaciones indias en las regiones de Queré
taro , San Luis de la Paz, Guanajuato y Pátz
cuaro. A principios de 159 1 se estableció en
Zacateca s, importante ciudad minera y base
de las misiones franciscanas que impulsaban
hac ia el norte, a lo largo de la meseta central,
el esfuerzo evangelizado r. Con Tapia, quien
ya pred icaba en va ri as lenguas autóctonas,
iba Martín Pérez, un poco mayor qu e él y
nac ido precisamente en uno de los rea les de
minas de la región.
'"' Pronto ll egaron órdenes de Méx ico que
instaban a Tapia y a Pérez a dirigirse hacia
occidente, primero a Guadiana (actua lmente
la ciudad de Durango) y luego, por invita
ción del gobernado r Rodrigo del Río y Lo
za, a Sinal oa . Las enca rnizadas luchas triba
les a lo largo del ca mino de Tapia forza ron
a los dos j esuitas a ab rirse paso por las es
carpadas serranías de Nayarit hasta bajar a
las ll anuras costeras del Mar de Cortés. A lo
mo de mula, en el in tenso ca lor y por vere
das di fíci les, ll egaron hasta el fl oreciente
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asentamiento español de Culiacá n. Pero su
destino fin al quedaba aún más hac ia el nor
te, en las márgenes del rí o Petatlán, donde
li te ralmente se hall arí an en los co nfi nes del
territorio español. Villa Sinaloa fue el princi
pio para las misiones jesui tas de los deltas de
los ríos, pero también fue el fin del dil igente
P. Tapia, martirizado, en 1594, en el cercano
pueblo de Teborapa por el vengativo hechi
cero Nacabeba.
IH< A pesar de este incidente, las misiones de
la costa del Pací fi co avanza ron fi rmemente
hac ia el norte. En ese mismo año de 1594, dos
in trépidos misioneros comenzaron a pene
trar los va ll es flu viales hacia las esca rpadas
laderas de la Sierra Madre Occ identa l. Her
nando Santa rén trabajó sin descanso en el río
Moco rito, mientras que Martín Pérez, quien
asumió la responsabilidad de Vill a Sinaloa
y su región tras la muerte del P. Tapi a, re
corría los rí os Sinaloa y Ocoroni , donde las
oportunidades que ofrecían las misiones
atraían nativos industri osos e in te ligentes. A
ell os se sumó Juan de Velasco, cri ollo de
Oaxaca, a quien en un principio espanta ron
las privac iones y la pobreza en que trabaja
ban sus compañeros. Pero, co mo siempre, las
cosas fuero n mejorando para todos, misio
neros y nativos.
1.\
IH' En 1598 Santa rén se trasladó a los co n
fin es septentrion ales del río Culiacá n, don
de trabajó en forma intensa entre el puebl o
acaxee. Todos los mis ioneros seguían el mis
mo programa: aprendizaje de la lengua, elabo
rac ión de un diccionari o y una gramática, y
prédica a menudo en náhuatl o en el idioma
loca l. Era un t rabaj o arduo y ex igente. San
ta rén es tabl ec ió nuevas misiones en Tapi a,
donde. co lonos españoles ya habían abierto
minas con trabajadores indígenas. En poco
tiempo logró muchos conversos, a quienes
brindó apoyo y pro tección, y asumió el papel
de pacifi cador cuando estall aron las revueltas
de 1604. Fue ases inado en nov iembre de 1616,
cuando otros j esui tas ta mbién murieron en
la región tepehuana loca lizada a ta n só lo 100
kilómetros de su misión.
IH' Hernando de VillafaI'íe, ll egado a Vill a Si
naloa en 1598, no ta rdó en pl anea r la expan
sión al río Fuerte. Éste se había co nvertido
en refu gio para nativos rebeldes. por lo que
los jesui tas se despl azaron acompaiiados del
capitán Diego Martínez de Hurdaide, nativo
de Zacatecas y mili tar de carrera. Recién nom
brado capitá n del pres idio de Sinaloa, Hurdai
de pronto aplastó la resistencia de va ri as tri
bus: los suaqui , ahome, tehueco, sinaloa y
chínipa. Co n nuevos operari os as ignados a
las misiones de Sinaloa, los j esui tas pronto
instauraron la paz y trajeron cierta prospe
ridad a un terri to ri o antes hostil.
1>« Las incansables ca mpañas de Martín ez
de Hurdaide lograron condiciones de paz que
favorecieron la eva ngeli zación de todas las
tribus en los vall es de los ríos y deltas de Si
naloa. También ll ega ron más mision eros a
trabaja r en los pueblos indios. Ento nces los
misioneros veteranos, co mo Villafa fl e y Cris
tóbal Vill alta, se dieron cuenta de que las
igles ias de adobe en los pueblos ribereños
resul taban poco apropiadas debido a las fre
cuentes inundaciones, así que se co nstruye
ron edificios más resistentes de piedra y ma
dera, en terrenos lo más alto posibl e: con
las primeras décadas del siglo XVII nac ió un
nuevo sentido de permanencia. Po r 16 13 el
P. Pedro Méndez expl oraba el te rri torio de
los mayos y pocos años después los padres
Pérez de Ri vas y Tomás Basilio penetraron
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en tierras yaq uis que por mucho tiempo se
habían considerado impenetrab les. Martínez
de Hurdaide, sin embargo, hi zo cambiar ta l
situació n con sus hazañas militares.
EL.\\'.\ :\'CI': HM'!:\ EL :\OHTE
Una vez que los jesuitas ll ega ron a El Fuer
te, su avance hacia el norte siguió de cerca
la ruta de Francisco Vázquez de Coronado a
la Tierra Incógn ita. Puesto que el objetivo de
los misioneros era la conversión de los pue
blos n~tjvos, les interesa,- menos el terri
to rio que los centros de población. Del río
1'1
Fuerte los misioneros cruzaron a l Mayo y
pronto atravesa ron el Yaqu i, que nacía en las
profundidades de la Sierra Madre Occidental,
corría hacia el norte y luego dibujaba una
gran curva al sur a través de los va ll es
intramontanos, para fina lmente desembocar
en el vasto delta del sur de Sonora. La estra
tegia costera sigu ió siendo la misma: estable
cer una base misionera a la mitad del curso
del río y proseguir río arriba y río abajo
mientras hubiese población y buenas posi
bilidades para la agricu ltura y las comuni
cac iones. Esa estrategia preva leció hasta ll e-
11 rriba y página
siguiente (abajo):
Misión del Río San
Lorenzo, Sinaloll.
L{IS folografías de eslas
páginas perlenecen al
Archivo Hislórico de III
Compaliía de Jesús.
México.
gar al Yaqui, el más largo y accidentado de
todos los ríos provenientes de la Sierra Ma
dre que bajan al mar de Cortés. Era, por su
ubicación, la bisagra entre Sonora, Sin aloa
y la Tarahumara.
1 ... A medida que las misiones costeras se ex
tendian de río en río y de manera ordenada
hacia el norte, el movimiento al oriente, río
arriba, hacia las estribaciones de la Sierra
Madre, planteaba dificultades para la expan
sión. Vivían ahí pueblos con economias y
lenguas diversas; las cuevas y barrancas de
las escarpadas montañas con frecuencia se
convertían en guarida de los nativos rebeldes.
Por ello la expansión jesuita hacia el norte a
lo largo del espinazo occidental de la Sierra
siguió un proceso y un calendario distintos.
LAS ESTRIBAClO NES DELA SIERRA MADRE
La actividad misionera de los jesuitas en la
región tepehuana (hoy Durango) creció hacia
finales de la década de 1590, y su plataforma
de lanzamiento fue Guadiana, donde los padres
Jerónimo RamÍrez y Juan Espinosa habían es
tablecido un pequeño colegio para educar a la
gente de la localidad y también a niños indios
de las recién fundadas misiones.
1,.; Había en esa altiplanicie muchos pobla
dos indígenas que proveían mano de obra a
los mineros españoles de Sauceda y Atotonil
ca. Los jesuitas se aventuraron en ese nuevo
territorío con las fundaciones de Cuencamé,
las Lagunillas y Parras. Otra avanzada se di
rigió al norte de Guadiana a Papasquiaro y
Zape. Durante casi 20 años florecieron las
misiones tepehuanas hasta que en 1616 estalló
la violencia como reacción ante el despojo de
tierras y la crueldad de los trabajos forza
dos. Cientos de españoles, inmigrantes tlax
caltecas y esclavos fueron masacrados. En
sólo una semana, ocho jesuitas, incluyendo
al renombrado y veterano misionero Hernan-
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do Santarén, fueron asesinados en la región,
hasta que por fin se puso freno a los rebeldes
cuando intentaban destruir Guadiana. A par
tir de 16 16 las misiones tepehuanas empeza
ron a declinar paulatinamente y los empeños
de los jesu itas se concentraron en region es
más propici as del norte de la Nueva España.
L.\ ~I EH 11 .\ '1'.\ 1: .\ 11 1.\1.\ 1:.\
Aunque el primer contacto j esuita con los
tarahumaras se dio en exploraciones río arri
ba, de Sinaloa a Chínipas, el primer misione
ro de ese legendario pueblo serrano fue Juan
Fonte, venido de Guadiana, donde trabaj aba
con Jerónimo Ramírez. Fonte había explorado
más de 500 kilómetros hac ia el n0l1e en bus
ca de otros pobl ados tepehuanos llega ndo a
Papagochic en donde se mezclaban tepe
huanos y tarahumaras bajos. En 1608, se le
pidió ir en auxi lio de los tepehuanos del
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1·'/ll/dlldl/ "// l/j~1111I1/ ,1
Oposura ~te7.uma.185 5 • i
norte, que por entonces se encontraban ame
nazados de guerra por los tarahumaras. Les
aconsejó hacer las paces, y visitó la región al
occidente de las min as de Santa Bárbara. Tres
años desp ués obtuvo permiso de estab lecer
una misión en un nuevo asentamiento de
congregac ión en Ball eza . donde convivían
tepehuanos y tarahumaras. Pero el martirio
de Fonle en 1616 interrumpiría durante 23
años toda expans ión misionera, hasla que
Jerónimo Fi gueroa resta bl eció la presencia
jesuita en San Fe lipe del río Conchos, al no
roeste de Parral.
'"' El propósito de los misioneros seguía sien
do el mismo: la conversión y protección de
los pueblos nalivos, especialmente de aque
llos explotados por los mineros espalioles de
la región. Frenados por las revueltas y por
tener que vérselas con un territorio difícil, los
jesuitas dec idieron concentrar sus es fuerzos
en las misiones tepehuanas y de la Tarahu
mara Baj a de San Miguel de las Bocas, San
Pablo de Balleza, San Jerónimo de Huejoti
tlán, Sa n Francisco Jav ier de Satevó y San
Francisco de Borja, todas ellas situadas en
una red de va ll es nu vial es contiguos.
'"' Los esfuerzos por reabrir la Tarahumara
Alta co menzaron otra vez con gran denue
do hac ia medi ados del siglo XVI I. El j esuita
belga Cornelius Beudin llegó en 1648 para su
marse a la ex pansión misionera. Dotado para
los idiomas, se le encargó la mediación diplo
mática entre españoles y nativos en la re
gión . Pero no logró am inorar la dureza de los
españoles hacia la mano de obra nativa, y
los indios sospecharon de su lealtad para con
ellos: en 1650 lo mataron a palosjunto con un
so ldado que lo acompañaba. Una vez más, el
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sino de la misión tarahumara quedó sum ido
en disturbios y dudas. Los españoles respon
dieron con campañas sangrientas contra los
ta rahumaras que ll evaron a la total destruc
ción de Purísima Concepción de Papagochic
y del presidio de Vi ll a Aguil ar. Durante 21
años la Tarahumara Alta estuvo en un rela
tivo receso, mientras los jesuitas se concen
traban en los asentam ientos nativos hacia el
sur. Por último, en respuesta a la iniciativa
de 1673, del gobernador José García Salcedo
en Parra l, los jesuitas decidieron abrir de nue
va cuenta misiones al otro lado del río Co n
chos y a lo largo del Papagochic. Así comen
zó la época de los padres José Tarda y Tomás
Guadalajara, los auténticos grandes cons
tructores de las misiones del siglo XVI I.
'"' Todo iba bien hasta la década de 1690,
cuando, una vez más, se desencadenó la in
conformidad entre los tarahumaras altos, que
trajo consigo muerte y destrucción a la fron
tera crist iana en plena expansión. De nuevo
las represa li as fueron brutales, pero esta vez
resultaro n efi caces. El general Juan Fernández
de Retana derrotó a un enorme contingente de
rebeldes cerca de Sisogu ichi c. De ahí en ade
lante, las rebeliones en las misiones serranas
serían escasas y aisladas, inspiradas casi siem
pre por hechiceros que resentían la presencia
de los intrusos que habían implantado cam
bios ta n inmensos en su forma de vida. Era,
como siempre, un asunto de poder sobre la
gente, la tierra y las prácticas religiosas.
.j:!
'":'1 ( ')\y I!¡.;/¡/n'/Ij\
La saga de las misiones tara humaras es una
buena muestra del proceso de colonización,
un fenómeno ya de esca la mundial en el si
glo XVI. Impulsados por la ambición del lucro
med iante el comercio de ultramar, los reinos
europeos conquistaron vastos continentes po
blados por culturas menos ava nzadas y explo
taron toda clase de recursos naturales, des
de el oro hasta las espec ies, Su superioridad
mili tar protegía las incursiones y ga rantizaba
la sujeción de los pueblos encontrados. Pero,
al mismo tiempo, el fervo r reli gioso y la ins
piración de los monarcas cristi anos perm itía,
y a menudo buscaba, lograr la conversión de
los paganos. Si por un lado el lucro sin tasa
fu e la moneda corriente del colonia li smo, por
el otro estuvo la co nvers ión genuina de los
paga nos y su inclusión en el crec iente im
perio de la cristiandad .
'", En la Tarah um ara, los españoles busca
ban plata y oro. Los parajes silves tres pron
to se pobl aron de rebaiios tras hum antes de
vacas, ovejas y cabras; se procu raba mano
de obra indígena que labrara los campos y
desempeñara las fat igosas tareas de la ex
tracción de meta les prec iosos. Con la proli
ferac ión de esos enclaves invaso res, los nati
vos se vieron muchas veces presionados hasta
el punto de la explosión social. Y la ta rea que
aceptaron los jesuitas fue la de servir a los
pueblos nativos en nuevos asentamientos,
co n frec uencia cercanos a los pobl ados es
pañ oles. Pero esas reducciones só lo busca
ban reunir las comunidades di spersas en
puntos donde pudi esen ser mejor atendidas y
. ¡ni/If/:
('''il/lll/''/I/I,
.I/'fIn'f/!, ( '/¡¡/¡'If lhllf/,
Sierro TI/{I/ /¡lfl/l/I/'II ,
('/¡¡hIlO/l/lfl,
8"II,/'(;,( '/¡ ¡IIIU';I/ /II,
educadas. Los misioneros recorrían la sie rra
sin cesar, invitando a g rupos a islados de
nativos a trasladarse a las misiones estab le
cidas; casi s iempre regresaban de sus entra
das llevando tras de sí va rios centenares de
neófitos. Fue un fenómeno socia l nunca an
tes visto en los páramos serranos.
'"' En la actualidad , el debate sobre el co lo
nialismo está al orden del día, con fuerte én
fas is en la explotac ión pero sin reparar en
absol uto en "la otra cara de la historia", que
fue la protección de la población nativa y su
promoción mediante la educación y las labo
res asistencia les. El cambio barría el mundo
entero, y las costumbres tradicionales nunca
habrían garant izado la supervivencia de es
os pueblos. Era la tarea del misionero pre
parar a los nativos a adaptarse y sobrev ivir :
un cometido nada desdeñable en cua lquier
momento histórico.
'", En ese co ntexto de las reducciones -me
jor dicho, de la consolidación-, los j esui tas
centraron sus act iv idades en la comunidad,
aglutinada en to rno de la ig lesia y la plaza
-centro de los ritos-, la edu cación y las
fest ividades. Y cada pueblo de misión se
enorgull ecía de la opulencia de su igles ia.
Debido a la importancia de los templos co
mo manifestación de la pujanza de la comu
nidad, los cabecill as de las rebeli ones trata
ron cas i siempre de destruirlos, cada vez que
dispersaban a la ge nte. Y luego, con tenaci-
dad, los habitantes regresaban y recons
truían y recuperaban su orgullo com uni ta
ri o. Una vez que reinó la paz, las iglesias qu e
punteaban el paisaje se convirti eron en sím
bolos del orgullo y la dignidad del pueblo,
y no, como dicen los críticos modernos, en
muestra de la tiranía y de la riqu eza de la
Iglesia. Aun donde el temp lo era relativa
mente humilde y su arquitectura poco impo
nente, en su in terio r solía haber excelentes
lienzos y ta ll as. Según lo permitiero n el tiem
po, el dinero y la estab ilidad, a lgunos ed ifi
cios ostentaron esplénd idas decoraciones, y
manifestaron el orgullo comun itario, no la
opulencia de la institución.
iH' El servicio de los jesuitas a los tarahuma
ras no se limitaba a la so la operación de mi
siones dispersas por montes y va ll es. Al igual
( 'J¡;IIIIIII/l I".
que en otras regiones de la Nueva España, la
población estaba ávida de una mejor educa
ción, y los j esui tas, cuya formación era ex
traord inari amente sólida, se vieron im pelidos
a funda r colegios en Guadiana, Sinaloa y la
Tarahumara. Como hemos visto, ya eje rcían
la enseña nza en Guadiana desde fin es del si
glo XVI Y poco después en Sina loa. Pero las
co ndiciones inestabl es de la Ta rahumara re
trasaron el trabajo educativo hasta 1684,
cuando el P. Tomás Guadalajara vo lvió de la
frontera misiona l para aprovechar el permi
so, co ncedido en 1677, de abrir un coleg io
para espa iioles y trabajadores ta rah umaras.
I.i I~ 1'1 1\ ITi I ~ ~ 1 ¡l·: L.\ I · HI~TI.\\I).\I)
La penetración jesuita en el noroeste de la
Nueva España cont inuó con la llegada del
P. Euseb io Francisco Kino, cuyo incansable
espíritu logró romper la barrera de los con
fines de la cristiandad para ll evar su fe y su
ministerio a los pueblos na tivos de la Pim e
ría Alta y del I~ano del ta del río Colorado.
Con la paz recién lograda en la Tarahumara a
fines del siglo XVII, adquirió fuerza la contro-
,jI
versia acerca de qué tan prudente resultaría
una mayor expansión hacia el norte. Los cri
terios del momento eran co nsolidar, recons
tru ir, restaurar y utiliza r en forma juiciosa la
fuerza de trabajo de los religiosos. Los pl anes
de Kino, ambiciosos pero factibles, de mante
ner una ru ta por tierra a las misiones de Ca li
fornia simplemente tendrían que esperar. La
evolución de la política de la Corona españo
la no era demasiado propicia y la expa nsión
misionera simplemente hubo de postergarse
hasta la ll egada del ob ispo Benito Crespo de
Guadiana, qu ien visitó toda la frontera y más
tarde abogó por el envío desde Europa de
más misioneros. Hacia mediados de la déca
da de 1740 parecía fact ible reanudar la expan
sión misionera, pero las rebeli ones ya quis
(1 740-44 ), seris ( 1745-50) y de los pimas altos
(1 75 1-52), anul aron cualquier espera nza de
progreso; la paz era indispensable, así como
ga rantizar la segurid ad adquirida en el siglo
y medio anterior.
IH' Eran pocos qu ienes, dentro del imperi o es
pañol , tenían cabal idea de la magnitud del
ca mbio que iba moldeando el futuro del Nue
vo Mundo. A mediados del siglo XVI II, las mi
siones jesu itas entre los tepehuanos y tara
humaras bajos hab ían logrado el propósito
ori ginal de aculturac ión, y muchos en Méx i
co creían ll egado el momento para ent regar
las misiones a las diócesis establecidas. Algu
nas misiones fuero n pasando a manos de clé
rigos secul ares, de los cuales no pocos con
sideraban la ta rea dura e insoportable. Los
superiores jesuitas te nían la espera nza de que
la transferencia de las mi siones sign ifica ra
que más misioneros quedarían disponibles
para la planeada ex pansión en las Californias
y la Pimerí a del norte. Pero la rea lidad era
muy distinta, porque el am bicioso Ca rl os III
compartía la misma hostilidad hacia los j e
suitas que otros monarcas europeos, acérri
mos enemigos de la Compañ ía, recelosos de
su política y su influencia, tanto en Europa
como en el Continente Americano. Siguien
do el ejemplo de Portugal y Francia, Ca rl os
[[] dio en 17 67 la orden secreta y terminante
de expulsar a todos los j esu itas de sus rei
nos. Imaginó que así resolvería en forma
ingeniosa e ilustrada sus problemas políti-
:lnilm :
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ca s, pero sólo fue el pre
ludio del desmoronamiento
de un imperio cuyos puebl os
ansiaban romper su yugo soci al y eco
nómico.
'"' Los j esui tas de la Nueva España fu eron
detenidos en forma sumari a, reunidos en
di versas guarniciones y despachados a Vera
cruz para za rpar rumbo al destierro . Los de la
Tarahumara fueron ll amados desde sus re
motos pueblos a la ciudad de Chihuahua, y
de ahí los ll evaron por ataj os y caminos tor
tuosos para impedir cualquier resistencia de
los indi os. Los misioneros de Sinaloa fueron
convocados a Guaymas, donde se enco ntra
ro n co n sus hermanos de Sonora. Para co I
ma de humillaciones, los encarcelaron en un
co rra l a la intemperi e durante siete meses,
mi entras se conseguía un barco que los
co ndujese a Sa n Bias . Y, dato in teresa nte,
casi todos los deste rrados pidieron que se
les permi tiera visita r la Vill a de Guadalupe
antes de emprender el viaj e a Veracru z, pa-
ra despedirse de la protectora de los pueblos
nativos de la Nueva España.
Se fueron. Sus iglesias quedaron mudas.
Los fo ndos que los habían mantenido caye
ron en manos de mercaderes sin esc rúpulos.
Las tierras de los indios fueron anexadas a
las de los omnipotentes caciques. Los ado
bes empeza ron a desmoronarse, las pied ras
a afloj arse y las obras de arte pasa ron a ma
nos privadas. Las misiones quedaron en rui
nas. y sin embargo, pervive en ell as un fan
tasmal espl endor de la fe que una vez fue
nueva y aj ena para los nativos de Méx ico.
Traduccióll de María Palo mar. i H S
'"' CHARLES W. POLZER, S.J. es doctor en f1Iosona por
la Universidad de St. Louis Missouri y en historia y antro
polgia por la de Arizona. Miembro del Instituto de Histo
ria de la Compañía de Jesús, en Roma, se ha desempeña
do como curador y catedrático y ha recibido importantes
reconocimientos. Entre sus publicaciones más recientes
destocan: Tlle Jesuil Missio llS of Norr ll em Merico (199 1)
Y Kino: a legacy (1998)