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Los cambios alimentarios en Jalapa propiciados por las guerras de Independencia
Dr. Guy Rozat Dupeyron
INAH-Veracruz, Jalapa [email protected]
Resumen
Con base en un modelo simbólico cristiano e hispano de representación de la
buena alimentación, caracterizado por la trilogía pan-carne-vino y predominante en
la villa de Jalapa a finales del siglo XVIII, se intenta mostrar de qué manera ese
sistema de identidad alimentario, en el contexto del movimiento de Independencia
y sus transformaciones sociales, dará nacimiento a un nuevo sistema simbólico de
alimentación en el cual el consumo del maíz se vuelve el elemento principal y el
consumo de la carne se reduce de forma notable. En esa evolución se puede ver a
escala lo que será, en los siglos XIX y XX, la constitución de una comida
mexicana.
Palabras clave: alimentación colonial, consumo de pan, consumo de carnes,
Independencia, consumo de maíz.
Antecedentes de la investigación
Los resultados presentados provienen de una investigación efectuada con
anterioridad y que se ha dado a conocer, sólo en parte, en un congreso celebrado
en Zacatecas sobre el tema general “Los cambios alimenticios entre 1810 y
1910”.1 Si los organizadores habían propuesto un periodo tan amplio
probablemente presuponían que había una cierta continuidad en las maneras de
comer en México, y que los grandes momentos de la Independencia y la
Revolución no habían propiciado tantos cambios en esa tradición de la “comida
mexicana”.
1 Simposio “Comer en tiempos de guerra: de la Independencia a la Revolución Mexicana…”, Zacatecas 19 y
20 de agosto 2010, organizado por el Consejo Zacatecano de Ciencia y Tecnología y el Instituto Zacatecano
de Cultura «Ramón López Velarde».
Tal ejercicio era delicado, ya que también los organizadores, para contar con
un panorama geográfico de lo que ocurrió en la totalidad del país en ese periodo,
habían “recomendado” centrar los estudios en un estado específico (en aquella
ocasión al autor se le asignaron las entidades de Veracruz y Tabasco).2 Al
comenzar la investigación resultó evidente casi de inmediato que los cambios
provocados entre el movimiento de Independencia y la posrevolución eran tan
numerosos que sólo para describirlos se necesitarían varias centenas de páginas.
En consecuencia, se establecieron límites temporales. Por lo tanto, este estudio se
limita a lo que pudo ocurrir, o que probablemente ocurrió, en la mesa de los
ciudadanos en un espacio bien circunscrito: la villa de Jalapa, entre la última
década del siglo XVIII y las tres primeras del siglo XIX.
Unos años antes, el autor ya había realizado una pequeña investigación sobre
la alimentación en Jalapa a finales de la Colonia y sus objetivos habían sido más
bien construir modelos de consumo de pan y carnes en esa villa.3 En aquel
entonces se consideró que definir el modelo de consumo era más informativo que
calcular raciones individuales, es decir, la simple medida estadística que consistía
en calcular la masa de comida disponible en una villa y dividirla por el número de
sus habitantes; esto se debió, desde luego, a que si bien es posible medir con
cierta aproximación los flujos de algunos alimentos que entran en villas y
ciudades, no puede determinarse con certeza quién comía tal producto y en qué
cantidad.
A fines de la Colonia, una pequeña villa como Jalapa inauguró su
Ayuntamiento; su primera tarea fue controlar el abasto de alimentos y, dado que
necesitaba obtener recursos “propios” para su funcionamiento, impuso derechos
de entrada a diversas mercancías a las garitas de la villa, y otros sobre la matanza
de animales, en particular reses y corderos. Por consiguiente, con base en estas
2 En la investigación original se intentó pensar el modo de comer de los habitantes del estado de Veracruz y
partes colindantes de Tabasco en la época considerada. Aunque la mayoría de los datos recabados procedía
del territorio actual de Veracruz, debe recordarse que parte del territorio tabasqueño en ese tiempo pertenecía
a Veracruz, ya que la frontera entre ambas entidades era fluctuante. 3 Guy Rozat Dupeyron, “Modelos para el consumo del pan en Xalapa a fines de la colonia”, en Carmen
Blázquez y otros eds., Población y estructura urbana en México, siglos XVIII y XIX, Xalapa, Mora-U., Ver-
UAM, 1996. Guy Rozat Dupeyron, “El abasto de carne en Xalapa a fines del siglo XVIII”, en Historia Urbana,
segundo congreso RNIU, México, 1999.
primeras series de datos fiscales fue posible calcular, en cierta medida, la cantidad
de carne disponible para el consumo, por lo menos la registrada en el rastro. Tal
cantidad debe contrastarse con el gran número de pollos que se consumían, sin
olvidar los incontables jamones y tocinos, y carne fresca de cerdo que provenía de
la crianza local o foránea. A este cálculo es necesario añadir —para tener un
panorama completo del consumo carnícola en esa villa— las cabras y otros
diversos productos del corral: pavos, pichones, patos, sin olvidar los productos
siempre difíciles de precisar de la cacería.
Un modelo de alimentación cristiana
Antes, es preciso recordar una idea cultural fundamental, de gran relevancia en las
pesquisas en el Archivo municipal. Jalapa era, a finales del XVIII, una villa
cristiana cuya alimentación se organizaba sobre una simbólica cristiana. El viejo
refrán “Dime lo que comes y te diré quién eres” podía aplicarse a una gran parte
de los habitantes de este lugar. Y, tal y como lo demuestra su consumo
alimenticio, ellos se sentían fieles sujetos del rey de España y buenos cristianos, y
la mayoría podía ostentar la calidad de españoles en los censos periódicos; por su
consumo demostraban su deseo de participación de la hispanidad y la cristiandad.
La trilogía alimentaria occidental estaba formada por trigo-carne-vino. Como
analogía de la trilogía mesoamericana maíz-chile-frijol, considerada como algo
sagrado, esa trilogía alimentaria hispana, podría afirmarse, también estaba
investida de un “aura sagrada”, ya que en la ceremonia religiosa fundamental de
esa cultura cristiana, la eucaristía, por un extraño misterio
llamado transustanciación, el pan y el vino se convierten en carne y sangre del
hijo de su Dios. Por lo tanto, no deben extrañar los esfuerzos constantes del
Ayuntamiento, ya que el ideal alimentario de la mayoría de los habitantes —y esta
investigación lo confirma— era comer bastante pan, hartarse de carne y beber
mucho vino. Es probable que una franja pauperizada fuera orillada, algunas veces,
a consumir más maíz, por ejemplo, mucho más barato que el trigo, pero quizás,
eso no impedía que sus aspiraciones tuvieran una inclinación sagrada: el pan se
tenía como un ideal cotidiano, ya que es lo que pedía un buen cristiano en sus
oraciones diarias.
Desde luego, hay que recordar que en la eucaristía el pan y el vino se
transforman en carne y sangre de Cristo; no es un sacrilegio. Pero permite pensar
acerca de este trasfondo de la alimentación cotidiana a fines de la Colonia, que es
fundamental para prefigurar evoluciones futuras. En última instancia, un habitante
de Jalapa que tuviera o no “rasgos indígenas”, que fuera incluso reconocido como
mestizo, negro o mulato, se acercaba por su consumo al del ideal del buen
cristiano. Y es probablemente por eso que en el censo de Nieto, de finales del
XVIII, dijera “no hay indígenas” en el casco de la villa, dado que viviendo en la
urbe, comiendo pan y carne y bebiendo algún chiringuito que podía pasar por vino,
vestido a la española, yendo a la iglesia y obedeciendo los “10 mandamientos”,
podía participar de una identidad global cristiana “hispana”, tal y como la definía la
iglesia, ya que era ella —no debe perderse de vista— la que establecía las pautas
sociales e identidades colectivas en esa época.
El abasto en una villa a finales del XVIII
Cuando se estudian los documentos producidos por un ayuntamiento colonial,
para no caer en anacronismos, es preciso despojarse de todos los prejuicios
contemporáneos sobre el personal político actual, su función y la naturaleza de su
poder. La expresión “Padres del Ayuntamiento” no debe implicar mofa alguna;
estos personajes eran importantes y así los consideraba su población, como
moralmente responsables del “buen gobierno” de su villa o ciudad.4 Ellos
buscaban obtener un abasto regular, barato y de buena calidad y llegaban a pagar
de su bolsillo cuando por error se hacía una negociación que resultaba deficitaria
para las finanzas municipales en el abasto de la villa.5 Todos sabían que un pan
caro, un abasto insuficiente, era sinónimo de motines y descontento popular, que
terminaba en saqueos e incendios de las casas capitulares y de la de algún
4 Aunque algunos compraron su cargo y otros fueron elegidos.
5 Un delegado del Ayuntamiento, encargado de tratar directamente con los productores de trigo de Atlixco,
provocó un desfalco a las arcas del Ayuntamiento por la diferencia que no advirtió entre las medidas de contenido de Puebla y las de Atlixco. Son finalmente los miembros del cabildo quienes tuvieron que pagar de su bolsillo el faltante.
pudiente declarado por vox populi responsable del “mal gobierno”. Recuérdese
que en esa época no existía policía digna de ese nombre para mantener el orden
con eficacia, es por ello que estos personajes poderosos llevaban una política
interna muy cuidadosa y eran tan atentos en realizar ese abasto cotidiano, seguro,
barato y de buena calidad.6 Era un cuadro de un sentido de justicia redistributiva
cristiana y “naturalmente” los habitantes aceptaban ser dirigidos por hombres
poderosos, porque frente a la ausencia del Estado sólo ellos podían garantizar el
abasto o prestar dinero para trabajos de interés colectivo, más aún en una villa
como Jalapa, con un Ayuntamiento sin recursos propios.
Está claro que acceder a un puesto en el Ayuntamiento era a la vez una marca
de prestigio, la consagración social de una carrera de comerciante y también una
manera de obtener contactos y facilidades para nuevos negocios. Pero en esa
época aún nadie hacía fortuna ocupando puestos políticos municipales, por lo
menos en Jalapa, aunque pertenecer a esa cúpula podía marcar el acceso a un
grupo privilegiado y permitir la consolidación de las alianzas comerciales o su
fortalecimiento por alianzas de tipo matrimonial.
El modelo de alimentación novohispano en Jalapa
Para reconstruir las prácticas alimentarias en Jalapa a finales de la época virreinal,
se obtuvieron suficientes datos, en el Archivo Municipal de Xalapa (AMX), sobre el
periodo comprendido entre los años 1794 y 1820. A partir de 1811, los problemas
en el abasto empezaron a hacerse sentir por la presencia de gavillas de
insurgentes en los pueblos cercanos que perturbaban el transporte de mercancías,
y por lo tanto el abasto de la villa, y se puede presuponer que ya las prácticas
alimentarias tradicionales empezaron a distorsionarse.
Desde luego, durante esta época no se trata de saltos repentinos, sino más
bien de un paso paulatino y no todas las microrregiones del futuro Estado de
Veracruz serán tocadas de la misma manera y al mismo ritmo, pero sí se puede
6 También el personal del Ayuntamiento, cuando empezaron las amenazas nocturnas sobre la tranquilidad
pública durante los años de guerra, participó en el sistema de rondas para proteger la tranquilidad de la
ciudadanía, y si había alguna tropa acantonada en la villa, era sobre ella evidentemente que trasladaban esa
vigilancia, pero a falta de ésta ellos eran los responsables primeros de la paz pública.
observar una evolución global clara que se abrirá paso a un nuevo régimen de
alimentación en esta región.
Por otra parte, hay que recordar que en este espacio “veracruzano” existen
grandes variedades climáticas a las cuales los hombres tienen que enfrentarse de
manera diferenciada, cuando todos quieren seguir el habitual modelo cristiano de
alimentación; por consiguiente, las dificultades del abasto en un clima frío y alpino,
como Perote, no son las mismas que en Acayucan, que goza de un clima tropical
caliente y húmedo.
Es evidente que épocas tan drásticas para la historia nacional, como las
guerras de la Independencia (1810-1821) y las múltiples campañas militares de la
Revolución, son antes que todo periodos de gran desorganización en el campo; no
sólo hay destrucción material, sino que los intercambios de largo alcance tienden a
detenerse. Al pasar los años, todo el tejido social agrícola productivo, desde
Perote hasta el mar, por ejemplo, tiende a paralizarse no sólo por la presencia y
exigencias de las gavillas de insurgentes, sino después con la entrada del grueso
del contingente de las nuevas tropas españolas.
Debe recordarse —para entender los cambios provocados por la presencia
repentina de varios miles de soldados acostumbrados a ingerir unas buenas
raciones de carne, pan y alcohol— que muchos de estos pequeños espacios
agrícolas de antiguo régimen en la región no tienen muchos excedentes ni
reservas. Y la llegada más o menos repentina de una tropa de hasta 5 000
hombres tiene un efecto desastroso sobre el equilibrio del abasto de cualquier
región, y esto prácticamente en toda la historia humana.7 Es por eso que,
previniendo las concentraciones de tropa en Jalapa o en su región, para oponerse
a una supuesta invasión británica, la intendencia militar exige repetidas veces al
7 Incluso ese efecto ha podido mostrarse en los bosques de la lejana Germania cuando llegaban algunas
legiones romanas. La agricultura tradicional de los germanos no tenía suficientes recursos para el abasto
regular y cuantioso de estas centenas o miles de soldados y por lo tanto provocaban profundos cambios en
los alrededores inmediatos del campo, pero sobre todo ocasionaba una demanda de productos diversos,
además del abasto mucho más allá del Lime en país “non controlado” y por lo tanto allí también causaba
profundas transformaciones sin que los soldados romanos hubieran puesto un pie aún ahí.
Ayuntamiento información sobre las reservas alimentarias en la villa y las
esperanzas de futuras cosechas.8
Cuando a lo largo de esos años de guerra, las tropas españolas que persiguen
a los insurgentes tienen problemas de abasto, toman todo lo que puede
transformarse en alimento, en particular carne, y se come vacas y cerdos; no les
importa mucho la reproducción del año siguiente; también incautan los caballos y
mulas que son necesarios para el trabajo agrícola del ciclo siguiente, y aunque no
hay grandes batallas en esa región, el simple vaivén de estos movimientos de
tropas desestructuraba profundamente lo que era el antiguo sistema de
producción e intercambios de la época y, por lo tanto, el abasto de los productos
necesarios para la alimentación de las poblaciones.
El pan de cada día
En Jalapa, era evidente que, con gavillas o sin ellas, todo el mundo quería
garantizar el consumo del pan cotidiano. Comer pan, y un pan bueno, hecho con
harinas de buena calidad, no había sido jamás un problema en Jalapa, aunque
esa región no producía trigo. El mejor trigo producido en Nueva España —decían
los testigos de la época— procedía de Atlixco, cosechado en el valle poblano, al
pie de los volcanes. Durante dos siglos, los 150 kilómetros que separaban el lugar
de producción y su consumo en la villa no fueron un verdadero problema, ya que
existía entre Puebla-Atlixco y el Caribe una especie de “ducto de cereales”, que
alimentaba con inmensas recuas de mulas, un flujo continuo de trigo que iba para
Cuba, o para Cartagena de Indias, y todos los lugares tropicales donde residían
grupos de españoles.
Jalapa pudo así obtener, con relativa facilidad, el trigo consumido por sus
habitantes. No obstante, de manera repentina, con las gavillas en los caminos y en
la región productora, empezó a disminuir este suministro y se dificultó el abasto.
Los precios tendían a crecer, aunque seguían bastante controlados, pero sobre
8 Recuérdese que un soldado profesional no se mueve sin su libra de pan, otra de carne y bastante alcohol.
Lo mismo se distribuirá en muchos otros teatros de operaciones militares, por ejemplo, en Colombia. Estudios
recientes muestran las dificultades que tenían los jefes militares independentistas y realistas para satisfacer
estas necesidades de las tropas combatientes.
todo era la calidad la que quedaba en entredicho. Por ejemplo, había trigo
producido también en la región de Perote, más cercano, pero éste tenía la fama de
no ser tan rico como el de Atlixco, y el Ayuntamiento de Jalapa había prohibido por
mucho tiempo su entrada o su mezcla con el de Atlixco. Pero con las dificultades
del abasto es muy probable que no sólo se levantara esa restricción, sino que ese
trigo, antes despreciado, se volviera una fuente de abasto más segura, y que los
panaderos utilizaran todo el trigo que se encontraba a su alcance, cualquiera que
fuera su procedencia.
Así, si el consumo de pan no se redujo drásticamente, sí es posible pensar de
manera razonable que la calidad global de dicho pan empezó a descender a partir
de 1812. También es evidente que allá abajo, en el lejano Caribe y en Tabasco, la
llegada del trigo novohispano se volvió más aleatoria, aunque para entonces
empezaba a aparecer un nuevo proveedor, Estados Unidos, que ya había estado
introduciendo trigo desde hacía algunos años en esa región a través de Nueva
Orleans.9
El maíz como último recurso
Cuando se intenta caracterizar como tipo hispano o cristiano al régimen ideal
dominante de alimentación en esos años en la región, no es posible pretender que
absolutamente todos los habitantes de la villa de Jalapa, o de otras villas, pudieran
integrar siempre ese modo de alimentación en su cotidianidad.
Se puede pensar que una parte de la población, al parecer muy reducida, no
lograba ajustarse siempre a las cantidades observadas en ese modelo de
consumo. En los casos de maridos alcohólicos, enfermos, accidentados, baldados
o imposibilitados, o negados a trabajar, el abasto de su familia se alteraba, más
aún si el jefe de familia era una mujer sola que debía asegurar la sobrevivencia de
un grupo de infantes y allegados.
9 Cartagena, con pretexto de la falta de pan, en 1807 obtuvo el permiso para importar de Estados Unidos 44
411 cargas de harina, una harina extranjera pero más barata. Atracaban de manera más o menos legal
goletas cargadas de harina, arroz y jamones. Revisado en
http://www.historiacocina.com/paises/articulos/pancolombia.htm#_ftn21
Sin embargo, en general, el sistema parroquial permitía más o menos que
existiera compensación social y una solidaridad efectiva contra estos accidentes.
Por otra parte, el acceso al maíz era prácticamente ilimitado por su precio muy
reducido; lo que temía la gente no era tanto la pobreza sino la pérdida de su
honor, porque el honor tenía un gran papel en la vida cotidiana hasta en los
grupos sociales menos favorecidos. El honor era un capital social individual y
familiar muy importante. En el Archivo Parroquial se pueden encontrar
documentos provenientes del juzgado eclesiástico en los que una mujer “no
tiene nada” porque el marido es uno de estos señores muy especiales que se
gastan todo el dinero bebiendo e incluso gastando la paga de sus hijos menores;
esa desgraciada señora declara tener sólo una falda y esto para ella tiene graves
consecuencias, ya que “No puede salir a aquella misa”, la misa más solemne y
concurrida, para no “parecer” pobre. Y más grave aún, que ese estado de
pobreza, la obliga a comprar y “comer tortillas”, ella y su familia. Casada con “un
español”, aunque alcohólico, ella siente que en verdad decaerá si se queda en ese
estado de “pobreza”, que se traduce, según sus propios términos, en la
incapacidad de comprar pan y carnes para la cena, y por eso pide al juez
eclesiástico su intervención para hacer entrar en razón a su esposo.10
Un abasto estable y sin sobresalto
En los 15 años que preceden al grito de Hidalgo, esa villa no sufre ningún
problema de abasto de harina de trigo. En cuanto al pan, se puede ver, en los
documentos dejados por el Ayuntamiento, pocas quejas presentadas: “una queja
de lo popular” y una queja sobre “el mal pan”. ¿Quiere decir que todo el pan
producido es malo o que sólo algún panadero poco cuidadoso produce un pan que
se puede calificar de malo? Ese posible “mal pan” parece contradecir la naturaleza
de las harinas que se presentan en la aduana. Los introductores de harina en la
aduana declaran en general harina fina. Si bien existen declaraciones de que la
10
Para conocer mejor ese caso, véase Guy Rozat Dupeyron, “Prácticas alimentarias y vida cotidiana de las
mujeres en Xalapa a fines del siglo XVIII”, en Fernanda Núñez Becerra y Rosa María Spinoso Arcocha,
coords., Mujeres en Veracruz. Fragmentos de una Historia, Xalapa, Gobierno del Estado de Veracruz, 2008.
mayoría es harina de primera y de segunda, se puede pensar que algunos de
estos comerciantes declaran como de segunda la harina de primera, con objeto de
pagar aranceles menores, pero no al contrario, pagando mucho para introducir
harinas de ínfima calidad.
Con esta harina de calidad se fabricaban los dos mejores panes de la época, el
pan francés y el pan blanco, cuyos precios eran casi idénticos, sólo variaba de una
a dos onzas la cantidad de pan entregado por el mismo precio. Y si se producía
algo de pan cemita —menos de 20% del total— era porque había que utilizar los
restos del cernido de la harina, aunque fuera con “paja y todo”, como decían los
contemporáneos. Saber si ese pan era realmente el pan de los pobres queda por
estudiarse, ya que se puede utilizar de manera preferente en ciertos tipos de
recetas.11
En la actualidad, una gran parte de la población compra pan integral, algún pan
“bio” o de varios cereales; éstos son más oscuros porque contienen un gran
porcentaje de salvado. Se han redescubierto las cualidades nutritivas y gustativas
de estos panes rústicos, pero en esa época la gente no lo buscaba
particularmente para nutrirse mejor: la comida era, ante todo, una estética, una
participación de una identidad. Se podría también sugerir que el “pan de ayer” era
el pan de los pobres, pero ése no se vendía más barato. Muchas veces, los
campesinos compraban pan del día anterior o incluso de dos días, y no porque
fuera más barato; era más bien un problema de gusto o estética. Durante siglos, la
gente que vivía fuera de los núcleos centrales de las poblaciones donde se hacía
el pan, elaboraba su propio pan, pero no buscaba pan caliente cada día, sino que
se proveía de pan para varios días, acostumbrándose así al sabor y textura del
11
Por ejemplo, si se realiza una receta del Arte de cocina de Montiño, una de las biblias culinarias de la
época, como las colas de Carnero en agraz, “Tomaras un par de colas de carnero, y las perdigarás en las
parrillas, de manera, que estén medio asadas: luego echalas a cocer con agua, y sal, y tocino gordo, y quando
estén cocidas, tomaras dos libras de agraz, y desgranalo, y échalo a cocer con agua, y cuando estén cocidos,
échalos en el colador, y dexalos escurrir. Luego pásalos por un cedacillo, de manera, que no quede por pasar
más de los granos, yéndole echando del caldo de las colas, y sacarás las colas de la olla, y ponlas en una
cazuela, y echale el agraz pasado, y sazona con todas especies, y un poquito de azafrán, y cuezan un poco
con la salsa, y sírvelo sobre revanadas tostadas”. Es evidente que un pan denso como la cemita será de
mejor uso gustativo y de presentación ya que no se desagregará como un pan blanco fino.
“pan frío”. Y también porque tal vez es menos acentuada la sensación de plenitud
respecto de la producida por la ingestión del pan caliente.
No obstante, ¿cómo explicar ese posible pan malo en ese sistema tan
controlado de panes blancos exquisitos, y además muy identificables, si cada pan
portaba la marca del panadero que lo produjo? Pero más aún, ¿por qué ese o
esos panaderos seguirían haciendo pan de mala calidad?, ¿qué interés tendrían
si el pan bueno y el malo tenían el mismo precio? La explicación es que se trataba
de un comerciante destacado que poseía, entre otros muchos negocios, una
panadería de importancia. A pesar de tener muy bien identificados los panes
malos, el veedor del Ayuntamiento no pronunciaba jamás su nombre, y sabía que
ese personaje estaba encima de sus amonestaciones, ya varias veces hechas, y
de las multas que no pagaría. Un poco más tarde se denunció, esa vez
nominalmente en el Ayuntamiento, a uno de estos grandes comerciantes (por
“casualidad” el que tiene una panadería) por intentar transportar y vender a
Veracruz la enorme cantidad de “20 000 cargas de harina enmohecida”.
Se puede entender que ocurrieran algunos accidentes en el transporte de las
harinas por los caminos, y que unas cargas enmohecidas confirieran un sabor
desagradable al pan elaborado con ellas, pero esto no resuelve el problema del
por qué no dejó de hacerse ese tipo de pan malo. Se elaboraba porque se vendía
o, lo que es lo mismo, un pequeño sector de la población de la villa lo seguía
comprando y si lo hacía era porque no podía hacerlo en otras panaderías por
limitaciones extraeconómicas. Para entenderlo es preciso pensar en la idea de
mercado en esa época. ¿Cómo compraba la gente su pan? No existían monedas
fraccionarías en esos años; había unas de plata pequeña, no había casi nada de
cobre, y por eso la gran reforma monetaria del XIX intentó introducir piezas de
cobre para agilizar justamente ese capitalismo en los gestos cotidianos que estaba
en gestación. Por ello la gente tenía que pedir fiado, aunque a todos no se les
fiaba por igual; los pobres de solemnidad, es decir, pobres honestos y con honor
intacto, podían encontrar un panadero o un revendedor en una pulpería que les
fiara. Pero los de reputación dudosa, los bien conocidos por no pagar a tiempo sus
deudas o siempre en falta de dinero por su adicción a la bebida, no encontraban
con facilidad quién les diera pan fiado. Por lo tanto, debían comprar en la misma
panadería ese pan hecho con harinas de dudosa procedencia. Ése es,
probablemente, el verdadero pan de los pobres. Aquí reaparece la idea del honor
en los lugares más humildes de la sociedad; era muy importante esa fama pública
que era su carta de visita frente al mercado, frente a la posibilidad de que le dieran
crédito y de poder pagar en quince días o cada semana, cuando recibía su salario.
El pan era, ante todo, una participación en una cultura, en una identidad, pero
se reintroduce un consumo diferenciado porque evidentemente esta participación
de todos en la cultura del pan hacía que la gente de mayor poder adquisitivo
dijera: “¡Cómo nos vamos a comer el pan de todos!”. Por ello se erigió “una
panadería de privilegio”, que consistía en vender el mismo pan pero más caro.
Evidentemente, escogieron al señor Gomilla, que es un panadero mediano que
había producido buen pan durante toda su vida. El reconocimiento de la panadería
de privilegio tenía por objetivo no obtener un hipotético pan de notable calidad,
sino reintroducir en un consumo general la marca de diferenciación social. Éste es
un elemento de análisis que se olvida muchas veces en los estudios sobre la
alimentación, el observar en prácticas generalizadas de consumo todas las
marcas de diferenciación social que pueden estar en juego.
De esa forma, se logró calcular la cantidad de consumo de pan cotidiano en esa
época. Si el responsable del abasto del ejército mandaba pedir al Ayuntamiento
suficiente pan y carnes significaba que —no debe olvidarse— un buen soldado era
eficaz sólo si podía comer 600 g de pan y, por lo menos, media libra de carne.
Como respuesta a este pedido de la oficialidad militar, se encontró un
documento que detallaba la cantidad de pan que cada panadero producía y fue
posible calcular la cantidad de pan cotidiano disponible para cada habitante, es
decir, entre 350 y 400 g, aproximadamente seis o siete bolillos o dos baguetes
actuales.
Sin duda, algunos comían más que otros, pero asimismo los modelos
corporales han variado desde esa época; para ser “galanes” era necesario ser
más bien redondo. La gordura estaba de moda.12 El modelo de comer mucho
acarreaba muchos problemas, como gota, enfermedades cardiovasculares,
diabetes, etc., pero ése era otro problema distinto. La gula era un pecado capital,
pero muy compartido por la gente de iglesia, aunque aparentemente no vivían
para estar en la tierra, sino que estaban sólo de paso, y consideraban que en ese
tránsito no había que pasarla tan mal.13 El vulgo cristiano gozaba sin mucho
remordimiento de los alimentos que Dios había puesto a su alcance.
Un diluvio de carnes
¿Cómo funcionaba el abasto de carnes en un gran número de villas y ciudades de
la Nueva España? Para garantizar un abasto regular y a precios fijos se
necesitaba un abastecedor oficial que gozara del privilegio de ser el único
introductor de carne de res y borregos. Éste era nombrado oficialmente después
de una almoneda pública a la cual todos podían participar, en particular los que
tenían las posibilidades económicas y las relaciones sociales suficientes porque el
candidato debía presentar, junto con sus ofertas de precio de las carnes, el
respaldo de un fiador. El abastecedor se comprometía por un año o dos a
introducir a un precio convenido fijo las diferentes carnes, sin poder aducir sequía
o problemas climáticos o sociales.
Si bien es posible constatar en esa época un enorme consumo de carne
cotidiana, paralelo al del pan, ese consumo estaba marcado por antiguos
prejuicios occidentales. Por ejemplo, se consideraba que la carne de res era para
el vulgo, dado que era una carne muy roja apropiada para la gente trabajadora. La
élite prefería comer carne de borrego, carne blanca si el animal se había
sacrificado bajo las reglas, aunque era un alimento dos veces más caro.14 Su
abasto tenía siempre algo de problemático, ya que ese borrego no se criaba
12
Ese ideal en medios populares sólo ha desaparecido apenas hace unos cuantos años. Unos 40 años antes, la mayoría de las niñitas y quinceañeras de San Ángel tenían un discreto sobrepeso. Hoy parecen modelos de Vogue, aunque quedan todavía algunas mujeres más bien gordas, muchas probablemente acomplejadas. 13
Si bien los lienzos de la época representan a los santos y místicos muy flacos y verdosos por sus ayunos y sacrificios, cuando se representaba a alguna autoridad religiosa, el retrato era más bien el de un personaje ligeramente obeso. 14
La regla general en ese grupo de privilegiados era consumir carneros castrados de un año. El consumo preferencial de dicha carne se vuelve explícita si se considera la simbólica sagrada del borrego en el cristianismo, o el judaísmo, cuya tradición sigue manifestándose hasta en el islam contemporáneo, en la fiesta del AID en la cual cada familia musulmana debe sacrificar un borrego.
alrededor de Jalapa. Si bien existían unos pequeños hatos alrededor de Perote, no
se criaba en las tierras medianas y bajas de Veracruz por la hierba de Solimán y
afecciones en las pezuñas. Así, en todas las villas y ciudades de Veracruz y
Tabasco, si las élites querían seguir comiendo su carne preferida, debía
conseguirse en el Altiplano, en Querétaro y aún más lejos. Se puede entender
fácilmente cómo ese suministro de borrego fue afectado en grado profundo por lo
eventos militares. Y paulatinamente esto provocó un cambio en su importancia
para la dieta de la élite.
En el consumo de la carne de res puede suponerse que los más ricos o sus
sirvientes se apoderaban de los mejores trozos,15 aunque la carne se expendía
entonces a hachazos y, como era barata, se compraban, generalmente, trozos
grandes de varias libras, con huesos, nervios y grasa. Es posible pensar que era
una carne dura porque se acababa de matar al animal; recuérdese que la carne de
un animal recién sacrificado siempre es dura, razón por la cual durante siglos se
multiplicaban para un mismo trozo de carne los tipos de cocido. Por ejemplo, antes
de cocer una pieza asada al espetón se hervía primero, sin olvidar que con la
adición de elementos muy ácidos se producía a su vez una “cocida” química.16
En la actualidad, no es posible pensar en la carne como algo barato, pero la
cantidad de carne que se podía consumir y se comía en el periodo colonial era
impresionante. Al principio de estas investigaciones sobre el consumo de carne en
Jalapa,17 mucha gente no concedía crédito a los resultados, hasta que Enriqueta
Quiroz presentó su libro, que no sólo confirmaba tal información sino que ésta se
había quedado corta.18 Esto significa que la gente en general podía relativamente
“hartarse de carne”.
Para el año de 1796, el ciudadano Antonio Matías Rebolledo ofreció, para
obtener el remate de carne: 4 libras y 5 onzas de carne de res, y 21 onzas de
15
En el AMX se encuentran muchas quejas contra los empleados de la carnicería oficial en la distribución de la carne, porque como se vendían tantas libras por un real, toda la carne tenía el mismo precio, pero es evidente que había trozos más suculentos, más tiernos, que los empleados podían reservar, aunque fuese prohibido, a sus amigos, queridas o mejores clientes. 16
Véase antes la receta de Montiño acerca de los pasos de la cocción de las colas de cordero. 17
Guy Rozat Dupeyron, “El abasto de carne en Xalapa a fines del Siglo XVIII”, en Historia Urbana, México
Edit. RNIU, 1999. 18
Enriqueta Quiroz, Entre el lujo y la subsistencia. Mercado, abastecimiento y precios de la carne, en la ciudad de México 1750-1812, México, COLMEX-Mora, 2005. Ese libro debe ser una lectura obligatoria para todos los que pretenden adentrarse en la historia de la alimentación en México.
carne de borrego por un real. Para tener una idea de la posibilidad de adquirir esa
carne, si se considera que la gente menos pagada ganaba 2, 3 o 4 reales y que un
buen carpintero podía ganar hasta un peso, se advierte que ese último puede
adquirir cada día más de 30 libras de carne de res. Pero ese mismo artesano, si
deseaba con ese peso comprar carne porcina, mucho más barata aún, tendrá una
cantidad mucho mayor.19
Por eso se calculó que la ración cotidiana de carne de res podía oscilar entre
300 y 500 g, de acuerdo con el estrato social, a la cual debe añadirse toda la
carne de cerdo que es también muy importante, sea fresca o en forma de
embutidos, tocinos y jamones.20 Sobra mencionar el caso de las aves de corral,
guajolotes, gallinas, patos, pichones, etc., sin olvidar los productos de la cacería,
que debieron ser abundantes ya que los bosques todavía estaban muy cercanos a
la villa y surcados por varios ríos.
En resumen, puede afirmarse, sin mucho riesgo de error, que el consumo de
carne oscilaba entre 500 y 600 g, repartidos entre los diferentes tipos de carne
disponible, según fueran las capacidades económicas de cada quien. Y ello sin
mencionar aún el consumo muy elevado de la manteca: Enriqueta Quiroz encontró
en sus cálculos un consumo extraordinario en la Ciudad de México de casi 125 g.
Esta abundancia se reconoce incluso en las recetas de la época, dado que para
hacer un “sencillo” caldo para merendar se ponía, casi de manera obligada, un
cuarto de gallina, trozos de jamones, chorizos, etc., antes de comerse un pollo.
Cambios en el consumo después de la Independencia
Para visualizar las evoluciones se utilizó un documento de Ramón Garay, que es
uno de los nuevos políticos que intenta hacer un inventario de los recursos
naturales después de la Independencia, cuando se organiza el Estado de
Veracruz.
19
Es evidente que aquí ese cálculo es sólo modélico y revela la gran accesibilidad de la carne para el sector popular. 20
Si se puede calcular la cantidad de carne de res y borrego disponible es porque, como ya se mencionó, se paga arancel por el degüello de estos animales. Pero como la entrada a la villa de los cerdos y su matanza eran libres, no se dispone de elementos estadísticos para calcular la cantidad que pueden ingurgitar los jalapeños, pero todos los testimonios muestran que no se imagina un caldo nocturno sin sus tocinos, embutidos o jamones. En resumen, todo deja pensar que había más bien una sobreoferta, prácticamente ilimitada, de carne en la villa en esos años.
“De los años 1801 a 1805 en que se habrá estancado…”, es decir, que ya era
un mercado deprimido en la ciudad de Veracruz porque ya estaban las amenazas
de la invasión inglesa, “…se mató 9 307 vacas, toros y novillos y 13 000 carneros”.
Un mercado deprimido que no parece tan deprimido, pero sí lo era para su
población de 16 000 habitantes. Él propone el resultado de sus cálculos para ese
periodo: 175 libras de carne de res y 20 de borrego, es decir, 200 libras al año.
Pero después, en su documento, señala una diferencia, ya que en 1830, a pesar
de que ya el territorio veracruzano se estaba reorganizando, sólo se mataron 4
000 reses, esto es, la mitad y sólo 2 000 borregos. Se puede pensar en que aún
subsistían problemas en el abasto, como el abasto de borrego y que las grandes
migraciones de esos animales que procedían de las regiones del centro norte no
habían logrado reanudarse por las grandes destrucciones causadas por la guerra.
Sin embargo, lo más probable es que haya sido un cambio en los modos de
consumo: la gente comía mucho menos carnes. Y, sin duda alguna, sobre todo en
la clase popular, desapareció para siempre esta posibilidad del exceso de carne.
Este exceso había llegado al punto, en Jalapa —justo antes de la
Independencia—, de desquiciar el antiguo sistema de abasto controlado por el
Ayuntamiento. En la plaza apareció un nuevo tipo de carne, la “carne seca”, los
vendedores de tasajos de res se volvieron una competencia muy fuerte para el
abastecedor oficial. La llegada de esa carne, muy barata, debe relacionarse con
los primeros albores de la colonización del trópico veracruzano, como de un
Altiplano que se desbordaba hacia las tierras que descendían hacia el mar. Los
rancheros de estas tierras altas buscaban salida para sus ganados e intentaban
competir con los antiguos monopolios municipales e hicieron circular carne salada,
un tiempo bien recibida por la autoridad porque se consideraba el alimento barato
“para el pueblo”, pero en realidad muchas veces, como lo constatarán después los
inspectores del Ayuntamiento, era más bien carne fresca con unos granos de sal.
No debe tomarse partido entre estos abastecedores, sino que esa disputa, que
dejó muchos documentos en el AMX, confirma esta abundancia de carnes al fin
del XVIII. Parece evidente, desde el punto de vista de las prácticas culinarias, que
se atestigua un cambio en el tratamiento de la carne. La gente compraba muy feliz
a un precio mucho más barato que la carne del abastecedor, una tercera parte,
pero sobre todo es probable que se tratara de una carne en la cual no había tanto
hueso ni pellejo. Y la manera de consumir la carne de res cambia; a los
tradicionales caldos o estofados de res en la olla se añade el tasajo, cuya cocción
es reducida, lo que es importante en una época en la cual hay que comprar
madera para el anafre; la carne seca se asa en el comal o se introduce después
en otro guiso, como los frijoles. El tipo de guiso de res hervida empezó a caer en
desuso (conservado casi exclusivamente para la carne deshebrada y algunos
estofados) y puede pensarse que la costumbre mexicana de comer la carne de res
bajo la forma de un bistec muy cocido, más bien seco, proviene de esa irrupción
masiva del tasajo en los mercados urbanos a fines del siglo XVIII.21
En consecuencia, en los años de 1830 a 1840, es probable que la evolución del
consumo de carne estuviera marcada a la baja, y quizás para los sectores
populares que jamás iban a poder recuperar los antiguos consumos. Si el
consumo de pan también recuperará en ciertos espacios casi el nivel que tenía en
la época colonial, es probable que su consumo siga sostenido por la ausencia de
carne: no era posible abandonar de forma súbita un sistema global de
alimentación. Pero ese consumo, probablemente en las dos décadas siguientes,
seguirá bajando y aparecerá sobre todo el maíz como base del consumo popular.
Era una evolución casi inevitable por el aumento de población y la evolución de la
producción agrícola; incluso durante el propio proceso de independencia se
fraguan frases nuevas, como “El maíz es el alimento nuevo del popular”, cuando
ese tipo de reflexiones parecen más bien inusitadas hasta ese momento. Es decir,
al afirmar que el maíz va a empezar un rápido proceso de dignificación, no quiere
decirse que antes no se comía maíz, ya que se consumían atoles, elotes tiernos y
esquites y había todo tipo de tamales.
Por otra parte, Enriqueta Quiroz calculó que en la Ciudad de México, como
probablemente en Jalapa, se comían alrededor de 125 g de manteca al día, lo que
21
Esto no significa que el consumo del tasajo sea una invención de ese momento, ya que evidentemente
existía la carne seca desde hacía siglos, sino que puede presuponerse que esa nueva propuesta masiva de
carne influyó de forma duradera en la manera de comer la carne de res en México.
parece bastante, y si se toma en cuenta que una parte servía para diversas
fritangas que fueran carnes o todo tipo de buñuelos y pambazos, es evidente que
una buena parte se utilizaba para los tamales y una cierta proporción para
suavizar el pan y no sólo los diferentes tipos de pan de dulce.
A partir del decenio de 1830, se impone en grado paulatino otro modelo de
alimentación. Esta primera “revolución” alimentaria en el México independiente es
una consecuencia de la Independencia que provoca una ruptura general en el
imaginario alimenticio de los nuevos ciudadanos. Por ejemplo, el consumo de
borrego jamás se recuperará; si se cotejan los almanaques de la Ciudad de
México de 1850 se puede constatar que todavía aparece el sacrifico de unos
cuantos borregos, pero son ahora en verdad para un sector muy alto de la “gente
pudiente”, y tal vez habrá que esperar la otra revolución para que casi
desaparezca el consumo de la carne de borrego, reducida en adelante a un
consumo regional o folclórico. No debe perderse de vista que los médicos
novohispanos consideraban esa carne, tan simbólicamente cargada, como una
poderosa medicina. Cuando la gente se enfermaba se le recetaba un caldo de
borrego, capaz de aliviar cualquier dolencia.
Es claro que el consumo de carne en Jalapa ya no volverá jamás a alcanzar los
niveles coloniales y no sólo por la rápida desaparición del borrego. Frente al
binomio pan-carne de borrego se impondrá su competencia: maíz-carne de res.
Esto corresponde quizá a un nuevo paisaje agrario en el entorno de la ciudad, que
debe asegurarse un abasto regular de maíz, más aún con el crecimiento de la
ciudad. Si el reemplazo del trigo por el maíz en Jalapa será más paulatino, se
debe a los intercambios de cereales que, si bien bastante mermados, a pesar de
todo siguen entre el Altiplano poblano y el Caribe veracruzano. Aún es difícil
determinar la cantidad exacta de maíz consumido por los hombres de manera
directa, porque se desconoce qué proporción es consumo humano y qué
proporción se utiliza para los animales del corral o un posible chiquero familiar.
Tampoco se puede soslayar la presencia de pequeñas granjas de engorda,
situadas intramuros, para el mercado local jalapeño. En cuanto al gran
enfrentamiento simbólico cultural se puede afirmar que el trigo perderá por siglo y
medio su papel de principal alimento urbano, aunque probablemente las
condiciones de vida urbana, a partir de la década de 1980, impulsarán un nuevo
consumo de ese cereal, otra vez dominante en los sectores sociales más
favorecidos y el maíz perderá poco a poco la batalla y su preponderancia en el
sector popular. Esto no impide que en el imaginario nacional la tortilla o su lugar
mítico de producción, la milpa, sean todavía representaciones del alimento
nacional. En cuanto a los productos alimentarios provenientes de la recolección,
es probable que por los cambios urbanos empezara a decrecer su consumo
aunque, como puede parecer con el consumo de los hongos, tal consumo fuera
más ambiguo, dado que existía una cierta desconfianza hacia él en el imaginario
español. No se cuenta con demasiada información acerca de la cantidad de
“quelites” traídos por los campesinos a los mercados urbanos, pero es posible
suponer que eran mucho más numerosos que la cantidad actual, y que en cierto
sentido complementaban la alimentación popular, ya que la carne empezaba a
estar fuera de alcance. La aparición del consumo generalizado del arroz en estos
años da testimonio también de esta evolución general y pasó de ser un producto
de semilujo a un consumo más cotidiano y al alcance popular. También es
probable que estos cambios ganaran ventajas de sabor tras el consumo de chiles,
que iba creciendo y que al llegar al siglo XX se transformaría en símbolo
fundamental de la cocina mexicana.
Esta investigación ha dejado fuera la bebida como consumo histórico. Existen
muchos estudios con orientación moralizante sobre el tema y análisis particular de
ciertas bebidas: el pulque, los fermentados tradicionales (de maíz o no), el vino y
los alcoholes importados o incluso el famoso chinguirito. Si es evidente que la
masa de pan y las carnes ingurgitadas en la época colonial necesitaban muchos
líquidos, de preferencia alcoholizados, ese consumo se conservará en la época
siguiente. El pulque verá probablemente su consumo aumentado en las clases
populares porque, siendo un alimento casi completo, irá reemplazando desde el
punto de vista nutricional a las proteínas de la carne. El asesinato premeditado del
pulque en el decenio de 1970 inauguraba una nueva era alcohólica popular en la
cual las grandes cerveceras nacionales y los destiladores nacionales e importados
intentaron hacer creer que “la Rubia”, “don Pedro” y “la cuba” eran la esencia de la
nacionalidad.
En fin, habría sido necesario también evocar algo de las evoluciones diferentes
observadas en las diversas regiones de Veracruz, en términos de producción y
consumo, ya que estas evoluciones influyeron en el mercado del abasto jalapeño.
Como ejemplo de estas necesarias microhistorias, puede citarse el caso de la
región de Misantla en la que el trigo jamás se había logrado imponer por el
aislamiento geográfico y donde los que de modo empecinado quieren encontrar un
modelo de alimentación mesoamericano podrían tener material para su reflexión.
El consumo del maíz permaneció casi sin cambios durante siglos y la carne de
origen occidental consumida entró en competencia con el aprovechamiento que
proporcionaban los recursos de la recolección, la caza y la pesca. En cuanto a lo
que ocurrió en el sur del estado de Veracruz, la gran evolución ocurría a partir del
consumo del plátano que se volvió “el cereal de base” y no tanto el maíz,
combinado con todo tipo de “camotes” tropicales.
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