Los Antecedentes Europeos de Las Haciendas Yucatecas

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CUADERNOSarquitectura de yucatán

DIRECTORIO

RectorAlfredo F. J. Dájer Abimerhi

Director General de Desarrollo AcadémicoJosé de Jesús Williams

Coordinador General de ExtensiónRodolfo Canto Sáenz

Director de la Facultad de ArquitecturaGinés Laucirica Guanche

Secretaria AcadémicaLigia Ancona Martínez

Secretario AdministrativoManuel Antonio Canto Castro

Jefe de la Unidad de Posgrado e InvestigaciónAlfredo Alonzo Aguilar

CUADERNOS 26Arquitectura de YucatánFACULTAD DE ARQUITECTURA

Coordinación editorial de la FAUADYBlanca Esther Paredes Guerrero

Consejo editorialGinés Laucirica Guanche Alfredo Alonzo AguilarLigia Ancona MartínezBlanca Esther Paredes Guerrero José Luis Cocom Herrera Ramón Rejón Calderón

Comité dictaminadorAndrey Rosenthal ScheleeAdriana ColladoEugenia Azevedo SalomaoEdgardo Bolio Arceo Catherine Ettinger McEnultyAlejandro Galván ArrellanoLuis Guerrero BacaLuis Maria CalvoGabriel Konzevik CabibIvan San Martín CordobaDéborah Paniagua Sánchez Aldana María del Pilar Tonda MagallónRubén Roux GutiérrezGuadalupe Salazar GonzálezLuis Torres GaribayAlejandro Villalobos PérezJesús Villar RubioVerónica Zamora Ayala

Corrector de textosMaría Teresa Mézquita Méndez

Diseño editorialJulio Cesar Pat CanulElsy Nataly Pérez Sanguino

Formación digitalJulio Cesar Pat Canul

Diseño gráficoElsy Nataly Pérez SanguinoJulio Cesar Pat Canul

PortadaElsy Nataly Pérez Sanguino

ISSN 1-0188-4891

Fotografía de la portadaEnrique A. Cervantes

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contenido

Cuadernos Arquitectura de Yucatán N° 26

La biblioteca de Carlos Chanfón Olmos y “La gran defensa”RAMÓN GUTIÉRREZ

Los arquitectos, ingenieros y constructores extranjerosen Yucatán.PABLO CHICO PONCE DE LEÓN

Ing. Cavaliere Giacomo Piccone Martini. Diseñador y constructor del Pasaje de la RevoluciónGUILLERMO A. HüLSZ PICCONE

La portada alta dela casa de MontejoAERCEL ESPADAS MEDINA

editorialBLANCA PAREDES GUERRERO

la plaza

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Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán

el claustro

la obra

apéndice

Historiografía de la ciudad y arquitectura de Mérida.El álbum Mérida del ingenieroEnrique A. CervantesBLANCA PAREDES GUERRERO

Arquitectura y poder en el Porfirismo. La obra de Salvador Echagaray en YucatánRUBÉN VEGA GONZÁLEZ

Los antecedentes europeos de las haciendas YucatecasMIGUEL ÁNGEL SORROCHE CUERVA

4 décadas: Breve memoria gráfica del proceso de titulación de las primeras generaciones, en dos sesiones, de la Facultad de ArquitecturaAERCEL ESPADAS MEDINAELSY PÉREZ SANGUINO

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editorial

Cuadernos Arquitectura de Yucatán N° 26

Vista aérea de la Facultad de Arquitectura,con sede en el Ex Convento de la Mejorada desde 1975

Fotografía del proyecto Lecturas del Espacio Habitable

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Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán

Los 40 años que cumple la Facultad de Arquitectura en el presente año 2013, corresponde con el No. 26 de Cuadernos Arquitectura de Yucatán. Edición que ha reunido colaboradores en torno a dos tópicos que se enlazan entre sí, en varios de los artículos. El primero se refiere a los personajes que, formados de manera profesional, técnica o empírica acerca de la arquitec-tura, actuaron privilegiando diferentes intenciones o vocaciones y cuyas obras así lo consignan. Por ejemplo algunos enfatizaron la reflexión, otros el diseño, muchos la edificación, algunos el registro, la documentación o investigación; sin embargo, el común denominador es que el sujeto, también forma parte de la investigación realizada así como su obra. Los trabajos de Ramón Gu-tiérrez, Guillermo A. Hülsz Piccone, Pablo Chico Ponce de León, Aercel Espadas Medina, Rubén Vega González y Blanca Paredes Guerrero coinciden en dirigir su mi-rada en el personaje que realizó edificaciones, docu-mentos, elementos urbanos, diseños, etc.

El segundo asunto consustancial a la revista, es el abordaje de la arquitectura yucateca, de la cual, cada vez podemos saber más gracias a aquellos investigadores ya reconocidos en el medio y autores de este número: Aercel Espadas Medina, quien ahora nos da a conocer sus inqui-sitivo trabajo sobre la emblemática Casa de Montejo para continuar derribando mitos en torno a la historia de la ar-quitectura yucateca. Pablo Chico Ponce de León, quien nos devela su minucioso e integral trabajo de investigación en torno a los constructores extranjeros que realizaron obras en Yucatán. Rubén Vega González, quien expone con buen detalle la obra del Ingeniero Salvador Echagaray. Y Blanca Paredes Guerrero que presenta una investigación sobre una obra editorial del Ingeniero Enrique Cervantes, Mérida y cuya versión original es prácticamente desconocida en Yucatán.

También es propio de la revista, contar con colabo-radores nacionales e internacionales portadores de alto reconocimiento, es el caso indiscutible de Ramón Gutié-

rrez quien desde Argentina, escribe en torno al ingeniero militar italiano Felix Prósperi, que llegó a la Nueva España y realizó una importante obra escrita, cuya búsqueda com-partió nuestro autor con Carlos Chanfón Olmos a lo largo del tiempo y la distancia y, con el deceso de éste, concluyó su compartida vocación de bibliófilos, y ahora Ramón Gu-tiérrez presenta sus resultados. Por otra parte, Miguel A. So-rroche Cuerva, a través de su investigación sobre el ámbito rural en España nos permite enlazar y ampliar una tarea que había quedado pendiente, acerca de la arquitectura de las haciendas yucatecas, los antecedentes andaluces.

Caso especial es Guillermo A. Hülsz Piccone, quien generosamente abre el archivo de familia –radicada en México –para integrar su artículo acerca del Ing. Cava-liere Giacomo Piccone de origen italiano quien trabajó a principios del siglo XX en México y Mérida, noticia muy poco conocida hasta ahora.

El llamado a la memoria acerca de los orígenes de la Facultad de Arquitectura hace 40 años, es el trabajo que cierra la edición gracias a la siempre amable colabora-ción de Aercel Espadas Medina, Director fundador de la FAUADY, quien nos regala una breve memoria gráfica, apoyado por Elsy Pérez S., de los primeros profesionales arquitectos titulados en Yucatán y en la región, gracias a la titánica tarea de iniciar en 1973 una Escuela de arquitectura.

Este número se suma a la conmemoración de esta institución formadora de arquitectos, diseñadores del hábitat y artistas visuales, proponiendo la recuperación del estudio del sujeto que actúa en el entorno edificado y habitable. Pues esta praxis, es precisamente el objetivo de formar personas con calidad profesional, en una Fa-cultad de Arquitectura.

Congratulaciones a la comunidad académica por los 40 años cumplidos.

Blanca Paredes GuerreroEditora

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Los antecedentes europeosde las haciendas Yucatecas

Miguel Ángel Sorroche Cuerva

Ilustración 1. Hacienda Xcumyá corredor frontal de la casa principal, con antigua estruc-tura de madera en arquería, columnas y techumbre arruinadas

IntroducciónEl proceso de transculturación que se inició a partir del siglo XVI entre Europa y América, conformó un inter-cambio intenso pero desigual en lo que se refiere a componentes llegados al nuevo continente, que en su diversidad supuso arquitectónicamente el traslado de modelos que se adaptarían sobre una base previa pro-yectada a los nuevos ámbitos descubiertos.

En algunos tipos arquitectónicos no es fácil vislum-brar su proceso evolutivo desde unos orígenes dados, si bien en la Península Ibérica el abanico de opciones fue amplio y diverso, generándose unos procesos de reducción en el caso que nos concierne. Esta selec-ción tuvo, por un lado unos referentes en modelos andaluces con todo lo que ello significa de simbiosis de componentes heredados de etapas anteriores y la adquisición de nuevas propuestas llegadas con la reno-vación renacentistas que con posterioridad se tornarían barrocos; por otro, distinto es el camino seguido en México, al menos en un contexto como el yucateco, ya que definido tal y como nos ha llegado en el siglo XIX con la introducción de sistemas industriales en el cultivo de especies como el henequén, desde las es-tancias ganaderas a las haciendas, dicha transición iría marcando las morfologías espaciales que se adaptaban a cada nueva situación.

En cualquier caso, la periodización con la que vamos a trabajar se nos presenta clara, identificando un proceso de recepción y conformación del modelo, que es el que aquí nos interesa, entre los siglos XVI y XVII para definirse a lo largo del siglo XVIII y cerrando el ciclo en algunos casos como modelo transformado y adaptado a las circunstancias socio-económicas en el XIX, ya en el ámbito geográfico que vamos a trabajar.

Este texto quiere proponer unas líneas de investiga-ción que permitan ahondar en el tema de los orígenes

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85Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán Miguel Ángel Sorroche Cuerva

y evolución de un tipo constructivo, en el que las refe-rencias europeas conviven con los aportes mexicanos, dando lugar a una síntesis singular.

La definición del modelo arquitectónicode la haciendaEmpleado el término hacienda en el sur de la Penín-sula Ibérica con mayor profusión, con él nos referimos a la estructura vinculada con la producción olivarera de algunos ámbitos de la Andalucía Occidental sin ser ex-cluyente ni en el producto, existen los modelos mixtos, ni en la geografía, respecto a otros territorios andaluces o de Extremadura.

Su funcionalidad se refleja también en la complejidad de su estructura e incluso en la misma elección de los materiales y sistemas constructivos empleados en cada una de sus partes en los que se impone el pragmatismo1. Desde sus primeras etapas evolutivas, la incorporación de componentes como señoríos y capillas, mostraba la tendencia que debería complementar a la inicialmente productiva que será la dominante2. Por tanto la relación de una clase social dirigente sea de las características que sea y una propiedad extensa que funciona como espacio de ocio y productivo hará del modelo de la hacienda el más idóneo para adaptarse a la realidad americana que se desarrolla a partir del siglo XVI, estableciéndose un pa-ralelismo lógico entre Europa y América3.

Por ello, hablar de hacienda en el contexto ibe-roamericano en general y mexicano en particular es hacerlo sobre un concepto de doble significación que ha conocido en su utilización en España momentos de ambigüedad y confusión en relación con otros términos vinculados con un tipo arquitectónico de claros fines productivos agropecuarios como el de cortijo y que el tiempo ha ido escindiendo y aclarando y que de alguna forma no se ha reproducido en América4.

Tal y como señala Wobeser, la creciente demanda de productos agrícolas y ganaderos en América, pro-pició una expansión territorial y económica de las la-bores y estancias agroganaderas en la Castilla del siglo XVI, en concreto de las andaluzas, que requirieron de la concreción de unas estructuras socio productivas ade-cuadas para las dimensiones que estaba adquiriendo el comercio con los nuevos territorios transatlánticos5. Este hecho, que se puede poner en relación con el inicio de la aparición de la hacienda, era además propiciado en el ámbito castellano por unos grupos sociales que iban surgiendo y consolidándose por la nueva situación: una aristocracia terrateniente, propietaria de grandes exten-siones de tierra, que requirió de unos modelos cons-tructivos que expresaran su estatus social.

Su correspondiente reflejo americano, reprodujo unos esquemas que se adaptaron a las nuevas cir-cunstancias, y dio lugar a la existencia de una clase social poseedora de las nuevas tierras repartidas a la llegada a América y adaptada para la explotación de grandes superficies6. Esta vinculación con la clase diri-gente hace que la misma definición que da Wobeser sobre el término hacienda, se entienda perfectamente aplicada a las nuevas circunstancias creadas, de ahí que su aceptación más clara es aquella que significa bienes, posesiones y riqueza material, aspecto básico que no perderemos de vista7. Otra cuestión es su relación con la encomienda y que aquí no abordaremos por requerir de una mayor profundización.

Una progresiva conformación estructuralEn ese sentido, si bien el modelo de la hacienda como función se fragua y surge ya a raíz del comercio indiano, la determinación de la fisonomía con que la conocemos hoy se consolida en el siglo XVIII, en estrecha relación con la superación de la crisis del XVII y el apoyo por parte de la política borbónica a aumentar la extensión de las tierras cultivadas. No obstante, no se deben ol-vidar los períodos anteriores y posteriores, que como en el caso peninsular explican por un lado la ya pre-sencia de algunos de los elementos que las identifican y su eclosión, por otro, derivada de los procesos de desamortización que provocaron un aumento de la burguesía agraria y la incorporación de procesos indus-triales a la explotación y producción, aspectos similares que encontraremos en México.

Si en el caso de Europa el concepto de unidad productiva agraria es puesto en relación por diversos autores con los procesos iniciados en el Bajo Imperio Romano , cuando las villaes empiezan a proliferar en un imperio romano desquebrajado, y en el que los es-quemas estructurales vitrubianos se habían empezado a incorporar a la conformación de estas estructuras8, es por ello que aplicada a América debe valorarse desde dos perspectivas básicas relacionadas con su propia evolución a partir de estructuras preexistentes y los tiempos que marcaron su transformación, ya que ello nos permitirá entender los cambios en las características arquitectónicas que la definen9.

En Castilla, el inicio de su progresiva evolución en el siglo XVI, otorgará los elementos necesarios para que aparezca establecido el modelo, definiéndose a lo largo del XVII y eclosionar en el XVIII10. En paralelo conocerá su génesis y desarrollo en América, donde el vocablo ya aparece a partir de la segunda mitad del Quinientos, en escritos junto a planos de algunas propiedades, lo que

1 Se entiende conceptualmente por el mismo, el edificio que próximo al mo-delo de la villa romana bajo imperial, “se plantea con una doble funcionali-dad; por una parte, como edificación de carácter agrario al servicio de la explotación y, por otra, como vivienda de propietario, dotada de numerosas comodidades, en ocasiones no exenta de lujo y suntuosidad y casi siempre concebida como expresión manifiesta del nivel social de sus poseedores”. FLORIDO TRIJULLO, Gema. Hábitat rural y gran explotación en la Depre-sión del Guadalquivir, Sevilla, Junta de Andalucía, 1996, p. 65.

2 “En las haciendas se mantienen inva-riantes constructivas determinadas por las características y necesidades del ingenio aceitero-modificadas con la aparición del molino hidráulico-, pero también por las del almacenamiento del grano y la paja, del cuidado de la cabaña para el laboreo, del prensado de la uva en su caso, o de los usos residenciales. También se mantiene la organización en torno al patio y el carácter cerrado y bien definido de su contorno”. AA.VV. Haciendas, cortijos y lagares…, op.cit., p. 162.

3 En ese sentido esto debemos enten-derlo como la transposición lógica de unos modelos ya existentes a una realidad que reproduce en parte los mismos esquemas que los castellanos de inicios del siglo XVI. No obstante no podemos perder de vista la evolu-ción que los términos y las estructuras conocen desde el siglo XIII en el con-texto del Bajo Guadalquivir. Términos como heredades, empleados para referirse a las propiedades arrenda-das que producían aceite y próximas a Sevilla, junto con la propia evolución de los espacios que desde un princi-pio mostraban esa doble funcionali-dad de alojamiento y producción que venimos señalando, puede servirnos como ejemplo. Cfr. AA. VV. Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias de Andalucía. Provincia de Sevilla. T. 1, Sevilla, Consejería de Vivienda y Orde-nación del Territorio, 2009, pp. 101-123.

4 En cualquier caso, su origen peninsular parece claro, aunque no lo son tanto las características que posteriormente adoptaron, lo que obliga a aclarar su proceso de conformación y posterior evolución. Algunas de las obras más señeras que se publican en la primera mitad del siglo XX sobre arquitectura popular en España, muestran esta vi-sión ambivalente al incorporar dentro de epígrafes sobre el cortijo andaluz las definiciones de las haciendas a las que además se les atribuye erró-neamente la exclusiva función de la producción olivar. Cfr. GARCÍA MER-CADAL, Fernando, La casa popular en España [1930], Barcelona, Gustavo Gili, 1981; y TORRES BALBÁS, Leopoldo, “La vivienda popular en España”, en CARRERAS CANDI, F. (Dir.), Folclore y costumbres populares, Barcelona, Casa Ed. Alberto Candi, 1933.

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Ilustración 2. Hacienda Xcanatún, casa principal, recuperación del corredor tradicional.

hace pensar que su esencia estuviera ya definida en la Baja Edad Media y en los procesos de ocupación del territorio y su puesta en explotación en el contexto del Valle del Guadalquivir desde donde se exportaría posteriormente11.

Su misma evolución habla de una paulatina con-formación del esquema que actualmente la define. Por ejemplo, la unión en un solo espacio de las dependen-cias de habitación del propietario con las de producción no se dio en los casos más tempranos, donde eran in-necesarios, o bien por la proximidad a la ciudad o bien porque el sistema de explotación no requería de la pre-sencia de aquel12. Solo el tiempo empezó a definir unos esquemas que fueron establecidos en cualquier caso por arquitectos conocedores de los estereotipos ur-banos, diseñando los organigramas básicos que encon-traremos a partir del siglo XVII. Es en este siglo, cuando se configura un complejo arquitectónico que en el caso andaluz llegará al nivel de modelo arquitectónico re-gional, instituyéndose como unidad productiva de com-pleja organización, cuyas “características estructurales primarias eran el dominio sobre los recursos naturales de una zona (tierra y agua); el dominio de la fuerza de trabajo; y el dominio sobre los mercados regionales y locales”13. En cualquier caso el siglo XVII verá también aparecer una dualidad de propietarios, entre laicos e iglesia, cuestión esta que de igual forma se dará en tie-rras mexicanas y concretamente en Yucatán14.

El auge que conocieron durante el siglo XVIII se debió al interés de la corona española por poner en explotación un importante número de tierras dentro de la política borbónica, dando lugar al fortalecimiento de uno de los pilares de la economía que se estaba viendo menos afectado por las consecuencias de las decisiones del siglo anterior como la de conceder a Francia los mismos privilegios mercantiles que a ho-landeses y hanseáticos. Ello provocó que durante la centuria ilustrada se generara la explotación de nuevos productos adaptándose los espacios a las nuevas cir-cunstancias15. Desde el punto de vista arquitectónico, la aristocracia propietaria de estas haciendas buscó en el simbolismo y retórica de lo barroco los elementos necesarios para hacer ver un lujo que se requería so-ciológicamente16.

Ello hace de esta etapa un período básico en el caso español, y fundamental para entender la defini-ción de su estructura e incluso la aceptación definitiva de un término vinculado con una concreta región del sur del país y con una estructura productiva y social, que ayudaría a consolidar su imagen17. En cualquier caso los vínculos con España se tornan difusos a partir de un momento dado, teniendo que reconocer una evolución propia, aunque el espíritu que la hiciera aparecer se mantenga relacionado con ciertos terri-torios como los andaluces.

5 No perdamos de vista que en estos momentos Castilla englobaba a otros territorios regionales de marcada per-sonalidad que aportaron cada uno de ellos sus elementos al proceso que se iniciaría en América. Una amal-gama de rasgos que se volcarían en los nuevos territorios, y entre los que destacaría lo andaluz al igual que lo castellano, extremeño, etc.

6 WOBESER, Gisela von. La formación de la hacienda en la época colonial. El uso de la tierra y el agua. México: IIH-UNAM, 1983, pp. 66.

7 Ibídem, pág. 49-50.8 Se tomaba como referente, sobre todo

en lo que se refiere a los componentes productivos de las mismas, ya que este autor dejaba perfectamente aclarados cuáles debían ser los espacios de este tipo de construcciones ya en el S. I. d.C., aunque sin hacer especial mención a las dependencias del propietario de la casa de campo. Cfr. VITRUBIO. Los diez libros de Arquitectura. Barcelona: Edito-rial Iberia, 1997, pp. 154-157.

9 Los vínculos evolutivos de determi-nadas tipologías constructivas desde la Antigüedad a la Edad Moderna, se aplican de una forma constante para explicar referentes propios de la arqui-tectura tradicional. Si bien es cierto que en ocasiones se hace sin unas campa-ñas arqueológicas que vengan a re-frendar las propuestas lo cierto es que otros aspectos como la toponimia se emplea como elemento auxiliar a falta de prospecciones más puntuales. En el caso de las haciendas y los cortijos an-daluces, su origen en el período romano es con frecuencia aceptado, además de la evolución que se inicia y que supone la incorporación de elementos durante el período visigodo, la definición de una división entre alquería y almunia en el período hispanomusulmán. La herencia de las mismas sobre los modelos defini-dos en la Edad Moderna entre tierras de olivar y calmas que justifican la presencia de haciendas y cortijos cerraría el ciclo de su conformación espacial. En el caso de las haciendas, la caída de la hegemo-nía sevillana explica el aumento de las inversiones en las propiedades rurales y su paulatina conformación como mo-delos de arquitectura culta barroca en ámbitos suburbanos y rurales.

10 Los impulsos renovadores renacentis-tas se dejaron sentir en todos los ám-bitos de la vida peninsular y el referido al mundo rural no sería menos. En el caso del desarrollo de las viviendas en los contextos periurbanos dentro de la más pura tradición italiana se constatará en la Península Ibérica desde inicios del siglo XVI. Inserto dentro de toda una tradición que arranca en la Antigüe-dad, posiblemente en esta centuria y en la siguiente sea la figura de Palladio la que mejor represente este modelo, como síntesis del proceso iniciado de un modo claro desde el siglo XV, re-montando su inspiración a la centuria anterior con escritos de Petrarca, quién resucitaría el ideal de villa. “Las Villas ocupan un lugar central en la actividad de Palladio. La relativa seguridad del Véneto a partir de 1517 permitió edifi-car villas no fortificadas, en tanto que el crecimiento de la población y el fomen-to estatal de las mejoras de tierras con miras al autoabastecimiento de cereales hacía cada vez más rentable la inver-sión en fundos […]. Una casa señorial

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Ilustración 3. Hacienda Xcanatún, recuperación de columnas y viguería de madera en corredor

Organigrama y componentesEs evidente que es en la materialidad donde mejor se aprecia la evolución de una estructura arquitectónica que irá adquiriendo una paulatina complejidad que mantendrá elementos esenciales compartidos en los territorios de un lado y otro del Atlántico. Estructura y componentes vendrán determinados por las condi-ciones del lugar en el que se construye, edificaciones existentes, los materiales con los que se cuenta para su construcción, las soluciones arquitectónicas empleadas y las funciones para las que está destinada.

Con frecuencia se define a la arquitectura de las ha-ciendas como horizontal y dinámica por su capacidad de crecimiento en esa dirección a medida que lo exigen las necesidades. La lógica constructiva no se puede desligar de las características propias de la arquitectura popular en cuanto a dependencia de los materiales del entorno, las técnicas constructivas empleadas y los sistemas de producción, que no obstante condicionan los espacios y la distribución de los mismos, lo que no evita un con-traste con los tipos vernáculos que se acentúa con la incorporación de las referencias arquitectónicas cultas18.

Como decimos, en el primero de los casos en tanto que inicial exigencia de un abaratamiento en los costos de ejecución, las características del contexto en el que se genera este tipo de arquitectura incidirán en los materiales de los que se pueda disponer. Sólo la in-corporación de componentes alóctonos, se convierte en evidencia del nivel económico del propietario a lo que se suele sumar la forma de empleo de los mismos, reproduciendo los estilos imperantes en el contexto urbano como ya hemos señalado19. Junto a ellos, las técnicas constructivas incidirán en las características del edificio y la definición de sus espacios, sujetos al sistema de producción y a la misma organización del trabajo, donde la presencia de la zona de habitación del propie-tario, es escenario privado de las relaciones de la nueva aristocracia agraria. Desde él, se distribuyen gradual-mente los ámbitos, jerarquizando sus funciones hasta llegar a las dependencias de los operarios.

Por otro lado, es un determinado producto el que genera las características del edificio, al ser el que con-diciona los espacios para su manipulación al justificar la existencia o no de ciertos ámbitos que permiten en-

con dependencias agropecuarias era una necesidad para las élites de Vene-cia y la Terraferma. No sólo servía para administrar los predios que generaban buena parte de las rentas del propie-tario, sino que además reunía otras ventajas: el campo era más saludable que la ciudad…”. BELTRAMINI, Guido; BURNS, Howard. Palladio. Catálogo de la exposición. Barcelona-Madrid: Fun-dación La Caixa –Turner, 2009, p. 75.

11 Esta circunstancia nos parece intere-sante ya que daría lugar a una situa-ción a tener en cuenta. El hecho de que estuviera ya definida la termi-nología en América antes que en la Península Ibérica, donde se emplea-ba más el término de heredad. De algún modo el concepto estaba ya establecido, aunque no la estructura arquitectónica del mismo que habría de configurarse todavía en territorios andaluces para cruzar posteriormente el Atlántico.

12 “Consecuentemente, en la edificación extraurbana del siglo XVI en Sevilla no se plantea el tema clásico de la uni-dad orgánica del edificio aislado en la naturaleza, como se hará en siglos posteriores mediante pautas barrocas. De hecho, la villa rústica en este siglo no se presenta como tipo. Las pocas construcciones ex-novo más conoci-das que estudia Lledó son palacios o casas suburbanas apoyadas en la ciu-dad y que siguen los mismos esque-mas que los palacios urbanos, ade-más de contar con amplios jardines y huertas productivas. Otras, las más alejadas de la ciudad, son haciendas, primeras manifestaciones del tipo que se estudia, que van adicionando pau-latinamente construcciones para su uso como residencia temporal. Estas, como se ha dicho, son las haciendas más antiguas y provienen físicamen-te de antecedentes romanos o más comúnmente árabes: antiguas torres, fortalezas o molinos de aceite donde se va consolidando un complejo atí-pico de edificaciones heterogéneas, la mayoría de las cuales sufrirá im-portantes modificaciones en los siglos XVII y XVIII, adoptando el tipo caracte-rístico de haciendas, que es entonces cuando se completa”. AGUILAR GAR-CÍA, Mª Cruz. Las haciendas. Arquitec-tura culta en el olivar de Sevilla. Sevilla: Universidad, 1992, pp. 65-66.

13 NICKEL, H. Morfología social de la ha-cienda mexicana, pp. 9-10. Citado por Gisela von Wobeser, op. cit., p. 51.

14 “La exportación de productos del campo y el elevado consumo de la ciudad por el aumento de la pobla-ción fija y flotante, produjo el enri-quecimiento de la nobleza y la Iglesia. Ambos elementos, junto a los comer-ciantes o agentes extranjeros enrique-cidos que se establecieron en Sevilla, constituyeron una clase de alto nivel económico y, si no culta en el propio sentido de la palabra, al menos en contacto con los centros de renova-ción renacentista”. AGUILAR GARCÍA, Mª Cruz. Op. cit., p. 63; para el caso de los tipos de haciendas vinculadas con órdenes religiosas, cfr. SORRO-CHE CUERVA, Miguel Ángel; TERESA GALVÁN, Ignacio de, “La Hacienda de Jesús del Valle. Materiales y técnicas constructivas en la arquitectura gra-nadina”. Alzada. (Granada), 77 (2004), pp. 38-49; y SORROCHE CUERVA,

Miguel Ángel Sorroche Cuerva

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Ilustración 4. Hacienda Chuntuac

tender la evolución de la historia económica de una región20. Este hecho se refleja en el mismo control del comercio y sus restricciones a la exportación e impor-tación de determinados productos, convirtiéndolas en células de autoabastecimiento cuya potencialidad pro-ductiva fue siempre mayor que la riqueza generada. El carácter industrial de su arquitectura, diseñada para la manipulación de grandes cantidades de producto, hace que la funcionalidad prime sobre otros componentes generando amplias luces en sus espacios, necesarias para el tratamiento y almacenamiento.

Mas allá de lo señalado más arriba, las haciendas andaluzas se organizan en torno a patios, a partir de los que se distribuyen el resto de las dependencias, adqui-riendo el papel de reguladores de los tránsitos a cada una de las áreas, como espacio central en una esceno-grafía marcada por la reiteración de la estructura social que sostiene la propiedad, resumiendo en su presencia el mismo proceso de conformación paulatino que las

define. De algún modo, de los esquemas definidos a lo largo de la historia y hasta el siglo XVI con unos claros antecedentes en el mundo antiguo y medieval expuestos a las influencias de otros contextos, posible-mente sea el tipo arquitectónico que mejor represente esta idea de acumulación progresiva21.

Por ello, el hecho de que su presencia se constate desde antiguo en el ámbito bético y sin perder de vista la importancia que tuvo la población andaluza como integrante de las tripulaciones que cruzaron el Atlántico, sería lógico pensar en su presencia en el subconsciente colectivo de unos grupos que se vieron beneficiados por el repartimiento de unas tierras que se tuvieron que poner en explotación y donde todo el proceso de pro-ducción se debía realizar en el mismo lugar, para lo que estos espacios se adaptaban perfectamente22.

Además no podemos olvidar tampoco el modelo de vida peninsular de finales del siglo XV e inicios del XVI, imbuido por las tradiciones que llegaban desde

Miguel Ángel; TERESA GALVÁN, Ig-nacio de, “La hacienda de Jesús del Valle como modelo de arquitectura de la producción entre los siglos XVII y XVIII”. Cuadernos de Arte de la Uni-versidad de Granada. (Granada), 36 (2005), pp. 49-66.

15 Se acentuaba de esta forma la es-pecialización del modelo, aspecto ya dado en las estructuras andaluzas, pero que se convertiría en característi-ca en México.

16 “…las haciendas del s. XVIII son más lujosas y presentan mayor ostentación y apariencia, aunque manteniendo los mismos esquemas originales que se presentan en el s. XVII. Se mantiene aún la organización integradora, co-bertura ideológica del paternalismo, pero ahora el señorío se diferencia más claramente en el interior de la hacienda, presentando formas más elaboradas y complejas que el resto de las edificaciones. El señorío se aís-la, se hace más rico, adoptando en la decoración y mobiliario formas refina-das propias de los palacios urbanos, sin destacarse tan agudamente como en la villa veneciana. La atención al campo es aún menor: no hay preocu-pación por su renovación racional, ni

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89Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán

Italia y donde la vida rural se entendía como comple-mentaria a la urbana, con lo que el grado de distinción derivado de la posesión de propiedades rurales estaría en relación con la categoría física de las mismas. De ahí que la importancia dada en el caso de la hacienda a las dependencias de habitación del propietario, junto a otros elementos exteriores como los accesos, hiciera del modelo de la hacienda el que mejor se adaptara a la nueva situación americana. A ello se suma la distinta forma de entender la relación de estas clases con sus propiedades que pasó del tradicional arrendamiento a un control directo de la explotación lo que se tradujo en que se llevara el cultivo directo de las fincas, ocupán-dose de la transformación de los productos y partici-pando directamente en su comercialización final, lo que incidía en su estructura23.

Teniendo como premisa lo anterior, el modelo defi-nido por la hacienda vinculada a la explotación del olivar, presenta en su definición algunos elementos que se verán directamente con América, con lo que podríamos entender que se convirtiera en un modelo a tener en cuenta en su presencia al otro lado del Atlántico a pesar de las trabas puestas inicialmente a la explotación de determinados productos en tierras americanas, difi-cultando su incorporación, lo que no impediría que se trasladara el concepto adaptado a un modelo de explo-tación con un claro matiz agroganadero.

En esto debemos incluir su carga ideológica. Como escaparate de la posición social de su propietario, se convertía en un referente necesario en la nueva orga-nización de la vida americana. El hecho de que se trate de una tipología edilicia suburbana como en el caso sevillano, donde los mejores ejemplos de haciendas se localizan en un radio de 30 kilómetros alrededor de la capital, explicaría en el caso yucateco el hecho de que algunas de ellas se encontraran en las proximidades de Mérida, habiendo sido en la actualidad absorbidas por el crecimiento urbano de la misma24. Un claro exponente de un bien posicional que justifica el hecho de que los principales beneficiarios del comercio americano fueran inicialmente nobles terratenientes y aristócratas a los que se sumarían artesanos, mercaderes y banqueros, lo que hizo que este arquetipo arquitectónico se vinculara con una clase poderosa que pronto encontró en él el espacio adecuado para manifestar ese posicionamiento social y por lo tanto se convirtiera en recurrente a la hora de definirse en América.

Su reflejo en la hacienda yucatecaTeniendo en cuenta lo anterior, las tipologías de ha-ciendas que podemos encontrar en México, responden

como es la norma a una diversidad vinculada con los productos que explotan y se manipulan en sus depen-dencias, a lo que se suma su evolutiva estructural ante la necesidad de adaptarse a las nuevas condiciones económicas de cada período histórico. Ello hace que el número de dependencias con las que cuentan sea numeroso como se puede ver en cualquiera de las regiones en las que se testimonia su presencia, como en ámbitos de Puebla-Taxcala25o Nuevo León. Unas construcciones que evolucionan desde estructuras muy frágiles, para verse envueltas con unas referencias es-tilísticas que beberán de los modelos europeos incor-porando la idiosincrasia de las soluciones propias de la región, funcionando como legitimadores del propietario por su alto componente simbólico y retórico26. La deter-minación del palladianismo italiano en las edificaciones que se mantienen surgidas en ese momento o deri-vadas de estructuras anteriores, puede ser un elemento referencial, reflejándose ese ideal de exclusividad y dife-renciación con componentes claramente cultos.

El importante conjunto de haciendas de la penín-sula de Yucatán y de contextos específicos como la ciudad de Mérida y su entorno es el resultado de un proceso de definición histórica que se inicia en el siglo XVI, y se consolidad en el XVIII y XIX. Si bien es cierto que las actuales responden en la inmensa mayoría de los casos a la explosión de la producción del henequén en el siglo XVIII adquiriendo su fisonomía en el XIX, su relación con una clase social dirigente, la producción in-dustrial de un producto y testimonio de un pasado en el que la explotación agropecuaria del espacio era la base económica, permite entender sus vínculos con los antecedentes españoles.

Un desglose de las características del contexto en el que aparecen, las relaciones con el mismo, la propia evolución de su estructura y las consecuencias que dan como resultado una evolución característica desde las estancias ganaderas a las haciendas sin dejar de lado las encomiendas, no se pueden obviar.

La misma identificación que se tiene en la actua-lidad de la ubicación de las haciendas, con numerosos ejemplos en el radio periurbano de Mérida, permite es-tablecer similitudes respecto a su relación con la ciudad que nos lleva irremediablemente al modelo sevillano. Esa misma circunstancia la dota de una condición rural que es la empleada por algunos autores para explicar su desinterés por parte de la historiografía mexicana a su estudio, lo que ha impedido su comprensión inte-gral como elemento inserto dentro de un servicio de producción en el que funciona como unidad arquitec-tónica. En cualquier caso es, como señala Ramón Gutié-

mejoras en los sistemas de cultivo. El señor de la hacienda, ante el nuevo auge de la agricultura, se siente se-guro y confiado en la hacienda, que le permite además alejarse cuando lo desea de los conflictos sociales e intelectuales que plantea la ciudad. Logrando esto sin mayores esfuerzos, y sin necesidad de invertir para me-jorar la producción, pierde peso en la hacienda el factor económico”. Ibídem, pp. 72-73.

17 “El término hacienda aparece es-trechamente vinculado a un cierto ámbito geográfico de la depresión del Guadalquivir, siendo su uso me-nos común en el resto de Andalucía. En muchas de las referencias docu-mentadas datadas a partir del siglo XVIII, un buen número de las que denominamos actualmente haciendas aparecen relacionadas con molinos, siendo probablemente en fechas más recientes, tras ese momento histórico de esplendor, cuando se fija la que con el tiempo será la más difundida imagen de la hacienda, sustentada en su carácter unitario, vinculado a la producción aceitera e identificada con la formalización estilística de torres de contrapeso, miradores o señoríos y, a veces, con una cierta apariencia defensiva”. AA.VV. Cortijos haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Sevilla 1, Sevilla, Junta de Andalucía, Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, 2009, p. 161.

18 “La mejor forma de diferenciar las haciendas de los cortijos (y evitar ese confusionismo extendido de llamarle cortijos a ambas) consiste en tener en cuenta que las haciendas aparecen en los olivares y los cortijos en campos de cereales, llamados de tierra calma, aunque también los hay mixtos”. FLO-RES, Carlos. “Guía de la Arquitectura popular en España”. MOPU, Revista del Ministerio de Obras Públicas y Ur-banismo. ( julio-agosto 1986), p. 30.

19 No se tiene una aceptación clara so-bre la direccionalidad de las influen-cias, pero en el caso de la arquitectura de carácter culto que se construye en el ámbito rural, el origen de sus pro-pietarios debe hacer pensar en una influencia de los urbano sobre este contexto a lo que contribuye que tanto el arquitecto como la dirección de la obra puede ser llevada por pro-fesionales formados en el ámbito de los centros urbanos más importantes. “La construcción de la hacienda la rea-lizaban gentes del lugar bajo el con-trol de un maestro de obras, aunque utilizando procedimientos y formas de construir populares, transmitidas de generación en generación. Las plantas de las edificaciones han permanecido generalmente así hasta nuestros días, de forma que las influencias de la ar-quitectura culta sólo han llegado a de-talles y ornamentaciones del exterior”. Ibídem, p. 31.

20 “En última instancia el núcleo básico de la hacienda es una combinación o conjunto de piezas o elementos organizados entre sí para producir o transformar un movimiento. La esen-cia de la hacienda es su mecanismo y el hecho de que el edificio forma par-te de él, produciéndose una estrecha relación topológica, pero también de tamaño y forma”. AA.VV. Cortijos, ha-

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rrez, uno de esos ámbitos donde la: “transculturación se relativiza casi de inmediato para dar lugar a un rápido proceso de recreación en virtud de que la gravitación de la realidad operativa es mucho más vital que la po-sible transferencia teórica”27.

Ello hace del modelo arquitectónico tradicional, ya sea su contexto de creación el urbano o el rural, un ejemplo a tener en cuenta para rastrear la ascendencia de algunas de sus soluciones, sin perder de vista la misma diversidad y capacidad de asimilación que tuvo la península ibérica para crear unos tipos que hoy en día son entendidos como propios y el resultado de una simbiosis cultural28.

En cualquier caso debemos tener presente que la hacienda fue una célula importante para la compren-sión de la economía del virreinato al ser los principales centros abastecedores de diversos productos a ciu-dades y regiones, como fue el caso de las que desde la costa del Golfo de California sirvieron como intendencia del proceso de ocupación de la península bajacalifor-niana a lo largo del siglo XVIII.

El estudio de la hacienda yucateca no es nuevo y las referencias a la complejidad de los componentes que interactúan en su aparición tampoco lo son29. No cabe la menor duda que los cambios acontecidos en Yucatán a partir del siglo XVI tendrían entre sus muchas conse-cuencias una alteración de la estructura de la propiedad de la tierra, su producción y su reflejo en la nueva clase social que surgiría con estas explotaciones.

Indudablemente la evolución de la encomienda a otras fórmulas de propiedad como las estancias gana-deras y la propia hacienda se reflejaría en los modelos arquitectónicos que las ocuparían y que en el caso de las éstas últimas estaría representado en el edificio principal que partiría de unos referentes extraídos de la tradición castellana y que evolucionarían a partir de ellos. Puede ser un hecho significativo que las haciendas como tales aparecieran tardíamente en esta región, en el momento en el que eclosiona en España, aunque su presencia como hemos dicho esté constatada desde antes al menos en cuanto al término que las identifica.

Las mismas características de las estancias gana-deras del siglo XVI, pueden permitir entender el pro-ceso de conformación del modelo, entre esta centuria y las dos siguientes. Su dependencia de la ciudad, su relación con los encomenderos y el no requerimiento de gran número de trabajadores, hacía de ella un es-pacio productivo que no exigía de dependencias de habitación permanente, algo similar a lo que a las primeras haciendas andaluzas30. Complicación que se produce en sus funciones al introducir en el siglo XVIII

el maíz debido al aumento de la producción de las po-blaciones de las ciudades y la disminución en el medio rural. Ello obligó a definir una estructura más compleja en sus funciones, que incorporó ya los espacios de habitación del propietario, manteniendo como ele-mento aglutinador la plataforma inicial de la estancia ganadera, que empieza a cumplir las funciones del patio como espacio entorno al que se establecen los distintos componentes que van surgiendo, mostrando una jerarquía característica31.

La especialización de sus funciones con espacios dedicados a la manipulación de un producto especí-fico, haría de ella el mejor modelo para adaptarse a los cambios económicos que se irían sucediendo en Mé-xico y concretamente en Yucatán con la producción de henequén, tinta o aloe-vera entre otros, expresión de la ampliación y especialización que ya conoció el mo-delo de la hacienda en el siglo XVI y su consagración en el XVIII, después de un siglo de crisis como el XVII en el que los cambios introducidos fueron mínimos y ante una demanda creciente de aceite desde América cuya explotación y comercio intentan regular las leyes32. Esto hace de ella la mejor solución a los cambios intro-ducidos en el siglo XIX a partir de la transformación de las unidades ganaderas-maiceras del período anterior, adaptando sus estructuras a la fuerte demanda de pro-ductos como el citado henequén que adquiere dimen-siones industriales en su producción.

A estas haciendas las circunstancias históricas de la segunda mitad del siglo XIX las hicieron adaptarse a las nuevas exigencias productivas, dotándose con esos recursos ideológicos y retóricos puestos al servicio de unos propietarios que buscaban su reafirmación social a través de estas estructuras. La riqueza arquitectónica que se emplea en su construcción es representativa de lo que señalamos al emplear modelos caracterizados por un claro eclecticismo, colonial, neobarroco, clasicista, neogótico, etc., circunstancia que en el caso andaluz se circunscribe a lo barroco y a ciertos historicismos.

Entre los elementos que la identifican destacan las plazas que funcionarían ya sí como verdaderos distri-buidores del resto de los componentes, asumiendo la función de los patios; y las casas principal y de má-quinas que reafirmaban la presencia del propietario en la unidad de explotación. Al exterior, elementos como las chimeneas, equivalentes a las torres de prensa an-daluzas y a la que se sumaban otros como capillas33, vi-viendas, talleres, cisternas, molinos, etc. Destacan entre ellos los arcos de acceso, que complementan los rasgos esenciales, y de los que tenemos noticias no sólo por las estructuras que nos han llegado sino también por las

ciendas y lagares…, op. cit, p. 161.21 Este aspecto se debe complementar

con el de su estructura, de ahí que: “en cuanto al volumen y a la organización espacial del conjunto parece que el plano general y, sobre todo, la distri-bución de los elementos principales de la hacienda guardan una notable relación con la que presentaba dentro de la planta de patio-peristilo que ca-racteriza a la villa mediterránea”. FLO-RIDO TRUJILLO, Gema, op. cit., p. 65.

22 “…dentro de un proceso de expansión olivarera que se va desarrollando de manera continuada, cabe señalar dos hitos fundamentales: el primero, la apertura del mercado americano tras el descubrimiento, y el segundo, el boom olivarero iniciado a mediados del siglo XVIII y acentuado en el siglo XIX y los primeros decenios del XX. […] La importancia del aceite en el nego-cio sevillano con América dentro del singular contexto económico, social y cultural de la metrópoli andaluza del siglo XVI y la posterior evolución que estas relaciones comerciales y la ciu-dad misma experimentan, serían fac-tores decisivos para poder explicar el nacimiento y expansión de la hacienda de olivar”, FLORIDO TRUJILLO, Gem-ma, op. cit., p. 103.

23 “En este contexto es donde la hacien-da de olivar, todavía conocida bajo los términos de heredad o heredamiento, empieza a perfilarse en el cinturón agrario más próximo a la capital. So-bre el modelo funcional y organizativo de las construcciones bajomedievales precedentes, cada vez más amplias y completas, las nuevas necesidades de alojamiento que ahora plantean las obligadas visitas de los propietarios llevan a introducir en ellas un elemen-to, el “señorío”, cuya presencia será la base sobre la que se termine de definir el carácter del conjunto de la edifica-ción. Y a partir de aquí, el siguiente paso, sobrevenido de forma inmedia-ta, será la conversión de la hacienda, además de en un floreciente complejo agro-industrial, en una residencia de recreo para disfrute y exhibición de la clase dominante, que, acostumbra-da a los acomodados modos de vida urbanos, termina por transplantar al campo los valores constructivos impe-rantes en la ciudad”, ibídem, p. 105.

24 Esta idea es desarrollada por algunos autores que hacen hincapié en la dife-renciación entre hacienda y cortijo. Cfr. FLORES, Carlos. Arquitectura popular española. T. 4, Madrid, Aguilar, 1976, pp. 134-144.

25 Cfr. TERÁN BONILLA, José Antonio. “Arquitectura rural en México. Las haciendas de una región”. En AA. VV. Estudios sobre Arquitectura Iberoame-ricana, Sevilla, Consejería de Cultura y Medio Ambiente, 1990, pp. 21-38.

26 La riqueza tipológica que define las haciendas americanas se puede con-trastar en LOLICH, Liliana; GUTIÉRREZ, Ramón; PÉREZ MONFORT, Ricardo. Haciendas y estancias en América Lati-na. México: CEDODAL-UADY, 2006.

27 GUTIÉRREZ, Ramón. “La arquitectu-ra rural americana”. En GUTIÉRREZ, Ramón. Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica. Madrid, Cátedra, 1983, p. 321.

28 “Sin duda que en los aspectos for-males o funcionales se trasladan des-de la península diversas propuestas.

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91Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán

informaciones que las fuentes documentales nos han proporcionado34.

Estas características permiten en definitiva entender su estructuración jerárquica y una diversidad de solu-ciones que pasa por los espacios cerrados en torno a uno o dos patios o las estructuras abiertas, y donde la relación con los volúmenes construidos, y el empleo de modelos de la arquitectura culta para el diseño de sus componentes, caracteriza su evolución desde los mo-delos virreinales a los del siglo XIX, momento de eclo-sión y a la par de inicio de un declive imparable.

ConclusionesEl renacer que hoy protagonizan las haciendas yuca-tecas no es casual. Fruto de un largo trabajo de con-cienciación que hunde sus orígenes en el siglo XX, viene de la mano de una doble iniciativa, privada y pú-blica que está devolviendo su antiguo esplendor a un elemento indispensable del patrimonio mexicano.

Las haciendas yucatecas como tipología, recogen en su conformación la complejidad del proceso gene-rado en América de influencias entre uno y otro lado del Atlántico. Eso sí, con un claro enfoque aproximativo que deja muchos interrogantes abiertos, y donde los componentes culturales, sociales y económicos, son claves para su comprensión.

En ese sentido, los tres elementos más destacados que definen la arquitectura hacendística yucateca se podrían esquematizar en una clara relación con los modelos castellanos llegados desde Andalucía como estructuras desarrolladas en torno a una clara jerar-quización, con los espacios de habitación del propie-tario y los espacios productivos como referenciales; la clara influencia de componentes estilísticos en su construcción que evolucionan siguiendo los esquemas propuestos por la arquitectura culta, y por último la presencia del componente yucateco como es el hecho del empleo de plataformas en las que se emplazan los volúmenes principales con organigramas en los que destaca lo funcional.

Es en definitiva una realidad patrimonial que está mostrando su capacidad de adaptación a nuevas fun-ciones como las culturales y turísticas, recuperando unas estructuras que están permitiendo afianzar las señas de identidad de una sociedad a partir de la ri-queza de su pasado.

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Molinos de agua perfeccionados por los árabes, molinos de viento, la estructuración de los propios cortijos andaluces con patios estratificados que se reiterarán en América al margen de la existencia de haciendas de olivar, prohibidas por otra parte por el rey”. Ibídem, p. 321.

29 Véase PACHT, Robert. “La formación de estancias y haciendas en Yucatán durante la colonia”. Revista de la Universidad de Yuca-tán, nº XVIII, julio agosto 1976, y JARQUÍN ORTEGA, Mª Teresa. Origen y evolución de la hacienda en México: siglos XVI y XIX. Me-morias del Simposio realizado del 27 al 30 de septiembre de 1989. México: El Colegio Mexiquense A.P.-Universidad Iberoamerica-na, INAH, 1990; y BAZANT, J. Cinco hacien-das mexicanas. Tres siglos de vida rural en San Luis de Potosí. México, El Colegio de México, 1975; y FLORESCANO, E. (Coord.). Haciendas, latifundios y plantaciones en América Latina. México, Siglo XXI, 1975; y MARGOLIES, L. “The mexican hacienda be-fore the revolution”, Boletín del CIHE, nº 18, Caracas, 1974; y ROMERO DE TERREROS, M. Antiguas haciendas de México. México, Patria, 1956; y SELMO, E. (Coord.) Siete ensayos sobre la hacienda mexicana, 1780-1880. México, INAH, 1977.

30 GUTIÉRREZ RUIZ, Nicte-Há; NOVELO ZA-PATA, Claudio Alberto; RIVERO CANTO, Raúl Enrique. “Gestión del Patrimonio ar-tístico en el municipio de Mérida, Yucatán, México: Las haciendas henequeras”, ASRI, arte y sociedad. Revista de investigación, nº 0 (octubre 2011), pp. 4-16.

31 PAREDES, Guerrero Blanca, La Hacienda Henequenera. Estructura heredada en: Cuadernos de Arquitectura de Yucatán (1995) FAUADY, Mérida, Yucatán.

32 FLORIDO TRUJILLO, Gema, Op. cit., p. 104.33 Cfr. GARCÍA MOLL, R.; SALAS CUESTA, M.;

MUÑOZ REYES, M. “La capilla de la hacien-da de San Antonio”, Monumentos históricos, boletín nº 5. Puebla, México, Arenillas, 1981.

34 En el caso de Yucatán la obra de John Lloyd Stephens, Viaje a Yucatán, ofrece la descripción de algunas de estas estructu-ras donde puntualmente habla de algunos elementos que las integraban como norias. Los casos de las haciendas de Tankuiché o Sihó pueden ser los más representativos. STEPHENS, John Lloyd. Viaje a Yucatán, Madrid, Historia 16, Vol. I, 1989, pp. 154-169.

Miguel Ángel Sorroche Cuerva

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apéndice

Cuadernos Arquitectura de Yucatán N° 26

Ramón GutiérrezArquitecto por la Universidad de Buenos Aires. Miembro Investigador Superior del CONICYT, Argentina. Fundador y Director del CEDODAL, con Graciela Viñuales, desde 1995. Consultor de la UNESCO sobre Res-tauración de Monumentos Arquitectónicos. Profesor Titular da la Universidad del Nor-deste en Argentina y Profesor invitado en universidades de México, España, Estados Unidos, Italia, Colombia, Perú, Bolivia Brasil, Uruguay, Paraguay, Guatemala y Puerto Rico. Desde 1963. Director de numerosos programas de investigación y restauración del patrimonio de urbanismo y museografía en organismos nacionales e internacionales. Miembro de la Academia Nacional de la His-toria Argentina, y varias extranjeras. Autor de innumerables publicaciones, lo que le ubica como un autor fundamental de la his-toriografía sobre arquitectura y urbanismo de Iberoamérica.

Pablo Chico Ponce de LeónArquitecto y Doctor en Arquitectura por la UNAM. Profesor Investigador de la Facultad de Arquitectura de la Univer-sidad Autónoma de Yucatán desde 1985. Miembro del Sistema Nacional de Inves-tigadores, Nivel II CONACYT ; y Profesor Perfil deseable PROMEP. Ha sido Jefe de la Unidad de Posgrado e Investigación de la FAUADY, en su gestión se obtiene el primer ingreso de la Maestría en Arquitec-tura al Padrón de Excelencia CONACYT, hoy PNPC. Autor de numerosas publica-ciones cursos y conferencias nacionales e internacionales. Actualmente es Integrante del Núcleo Básico del C. A. Conservación del Patrimonio, Miembro de Comité de los CIEES, y de la RED Historia de la Arquitec-tura y Conservación del Patrimonio.

Guillero A. Hülsz PicconeArquitecto y Maestro en restauración por la UNAM, estudió Escenografía también en la UNAM, Fue coordinador de la oficina de obras de restauración en el centro Histórico de México en 1980. Después ha trabajado en: escenografía y ambientación, mon-tajes museográficos, pintura de murales decorativos, réplicas de murales antiguos y trampantojos, exposiciones individuales de pintura y fotografía, así como también en dirección de arte para filmación de videos, películas y cortometrajes. En 1994 recibió un Ariel por la mejor escenografía del 93 por la película Ambar de Luis Estrada.

Aercel Espadas MedinaArquitecto por la Universidad Autónoma de Puebla. Estudió Planeamiento Urbano Re-gional en el Instituto de Planeamiento de la UNI en Lima, Perú. Becario de la OEA para el Programa Interamericano de Planeamiento Ur-bano y Regional. Fundador de la primera Es-cuela de Arquitectura de Yucatán, IAUS(1973) y, de la EA-UDY (1975) hoy FAUADY. Ha realizado proyectos y obras diversas de arquitectura, ur-banismo y conservación, así como también ha sido docente en varias universidades del país. Es investigador de la historia de la arquitectura, por le que ha publicado numerosos artículos, ha impartido conferencias y es autor del libro El modernista Bazar-mercado 1880. Mérida Yucatán. Desde 1992 es Miembro, como Ar-quitecto Perito, de la Sección de Monumentos Históricos del INAH, Yucatán

Blanca Paredes GuerreroArquitecta por la UADY y Doctora en Arqui-tectura por la UNAM. Profesora de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán desde 1979. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel II CONACYT;

y Profesora Perfil deseable PROMEP. Es inves-tigadora de la historia de la arquitectura, la ciudad y el territorio rural en Yucatán. Autora de numerosas publicaciones cursos y confe-rencias nacionales e internacionales. Desde 2002 es líder académica del C. A. Consolidado Conservación del Patrimonio, y desde 2007 de la RED Historia de la Arquitectura y Con-servación del Patrimonio de la FAUADY.

Rubén Vega GonzálezArquitecto y Maestro en arquitectura por la Universidad Autónoma de Yucatán. Ha pu-blicado diversos trabajos sobre la historia de la arquitectura yucateca, es autor del libro, La industria de la construcción en Yucatán, su origen y repercusión en las haciendas. Desde 1992 es Miembro, como Arquitecto Perito, de la Sección de Monumentos Histó-ricos del INAH, Yucatán.

Miguel Ángel Sorroche CuervaProfesor Titular de Historia del Arte de la Uni-versidad de Granada, ha sido el investigador responsable del Proyecto del I+D+i, dentro del Programa del Ministerio de Ciencia e In-novación: “Las misiones de Baja California (México) entre los siglos XVII y XIX. Paisaje Cultural y Puesta en Valor”. 2009-2012. Desa-rrolla una línea de investigación centrada en el ámbito patrimonial, en concreto en el estudio de los centros históricos menores y el patri-monio tradicional; y otra de vocación ameri-cana sobre el proceso de intercambio cultural entre los mundos prehispánico y europeo.

Elsy Pérez SanguinoArquitecta por la Universidad Autónoma de Yucatán, ha participado en proyectos de in-vestigación y editoriales con el C.A. Conser-vación del Patrimonio, de la UADY.

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