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UNP Semestre-2017-II Virtudes: Responsabilidad, Respeto, Puntualidad y Honestidad Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/661/cat/56/leccion-10- y-11-la-responsabilidad-y-el-respeto.html 1. La responsabilidad La responsabilidad es una virtud que nos lleva a “asumir las consecuencias de nuestros actos intencionados, resultado de las decisiones que tomemos o aceptemos; y también de nuestros actos no intencionados, de tal modo que los demás queden beneficiados lo más posible o, por lo menos, no perjudicados; preocupándonos a la vez de que las otras personas en quienes pueden influir hagan lo mismo”. (1) Dicho en otras palabras, es el cargo u obligación moral que resulta para uno del posible yerro en cosa o asunto determinado. Supone el asumir las consecuencias de nuestros propios actos. Ser responsable implica tener que rendir cuentas, no solo aguantar las consecuencias de la propia actuación. Ser responsable significa obedecer: obedecer a Dios y a Sus leyes, a la propia conciencia, obedecer a las autoridades, sabiendo que esa obediencia no es un acto pasivo, sino es la libre respuesta a un compromiso, a un deber. Es la otra cara de la libertad. Somos responsables precisamente porque fuimos creados libres. Aparentemente se da por descontado que somos responsables de nuestros actos y ni siquiera los analizamos. No obstante, en la mayoría de los casos, si bien nuestra libertad nos hace a cada uno conscientes de nuestras acciones, cuando nuestros errores traen consecuencias desagradables, no lo aceptamos tan fácilmente así 1

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UNPSemestre-2017-II

Virtudes: Responsabilidad, Respeto, Puntualidad y Honestidad

Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/661/cat/56/leccion-10-y-11-la-responsabilidad-y-el-respeto.html

1. La responsabilidad

La responsabilidad es una virtud que nos lleva a “asumir las consecuencias de nuestros actos intencionados, resultado de las decisiones que tomemos o aceptemos; y también de nuestros actos no intencionados, de tal modo que los demás queden beneficiados lo más posible o, por lo menos, no perjudicados; preocupándonos a la vez de que las otras personas en quienes pueden influir hagan lo mismo”. (1)

Dicho en otras palabras, es el cargo u obligación moral que resulta para uno del posible yerro en cosa o asunto determinado. Supone el asumir las consecuencias de nuestros propios actos. Ser responsable implica tener que rendir cuentas, no solo aguantar las consecuencias de la propia actuación.Ser responsable significa obedecer: obedecer a Dios y a Sus leyes, a la propia conciencia, obedecer a las autoridades, sabiendo que esa obediencia no es un acto pasivo, sino es la libre respuesta a un compromiso, a un deber. Es la otra cara de la libertad. Somos responsables precisamente porque fuimos creados libres.

Aparentemente se da por descontado que somos responsables de nuestros actos y ni siquiera los analizamos. No obstante, en la mayoría de los casos, si bien nuestra libertad nos hace a cada uno conscientes de nuestras acciones, cuando nuestros errores traen consecuencias desagradables, no lo aceptamos tan fácilmente así y tratamos de endosarle la responsabilidad que nos corresponde al prójimo.

Esto lo vimos ya desde el Paraíso. Cuando Adán pecó, no asumió la responsabilidad de su falta y enseguida se excusó diciendo: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y yo comí”... (Gén.II, 12) que es como decir: “fue por ella… ya que yo hubiese sido incapaz”. Hubiese sido incapaz”. Eva, a su vez (siguiendo la cadena de eludir responsabilidades) al verse acusada como responsable dijo a Dio: “La serpiente me engañó y comí”… (Gén.II, 13). . Es increíble el atrevimiento de Adán quien, en su falta de valor y responsabilidad para asumir su culpa, llega hasta al exceso de atribuírsela a Dios… (“la mujer que “Tu” me diste...) lo que

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tácitamente implicaba era decir que, si no hubiese sido porque “Tu” (Dios) me la diste yo, Adán, no hubiese comido del árbol del Bien y del Mal. En realidad era como endosárselo y decirle tácitamente a Dios que en principio el responsable y culpable del pecado era Él. Desde entonces, así nos comportamos en general los hijos de Adán en cuanto tenemos que asumir nuestras responsabilidades. Instintivamente, desde Adán y Eva, buscamos excusarnos de nuestras faltas detrás de responsabilidades ajenas.

Nada ha contribuido tanto a bajar el tono moral de la sociedad como la negación de la culpa personal o pecado. Tenderemos en general a pensar y a querer demostrar que es el otro el que tiene la culpa de lo nuestro y no nosotros. El psicoanálisis moderno, que niega en general la culpa de la personal o pecado, ha destrozado la virtud de la responsabilidad que al hombre le ordenaba la vida.

La psicología moderna ha hecho un daño tremendo en quitarle al hombre la responsabilidad de su culpa o pecado. Hoy en día, toda la educación gira alrededor de este de vivir la vida sin compromiso, sin responsabilidad ni culpa alguna (que es la manera en que la conciencia nos indica que hemos violado la ley de Dios). Y lo más grave es que prácticamente desde la infancia los niños son puestos masivamente hoy en manos de quienes niegan la responsabilidad de la culpa o pecado y lo que ello repercute en el alma humana. Un verdadero Sida para el alma humana.

Una conciencia recta y bien formada es la que nos indicará claramente cuando hemos actuado mal. Aún si no la tenemos, porque no hemos sido formados, Dios nos ha hecho de manera tal que, en el ámbito natural, el remordimiento de haber actuado mal en principios básicos como mentir, robar, asesinar, o quitarle la mujer al prójimo, siempre nos pesarán.

La revolución anticristiana quiere que nos acostumbremos (aún contra natura) a ir viviendo tal cual nos vamos levantando de la cama, sin ataduras, haciendo nuestra propia voluntad, y sobre todo, muy sobre todo, sin tener que rendir cuentas a nadie de nuestros actos…sin que nos pesen.

En épocas más cristianas la persona tenía una conciencia formada que le dictaba lo que estaba bien y lo que estaba mal, sabía que existía un Juicio Final en donde algún día tendría que rendir cuentas de sus actos, porque había sido creado libre y responsable de sus decisiones y que éstos siempre irían acompañados de buenas o malas consecuencias. La maravilla del catecismo cristiano había enseñado

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durante 20 siglos al hombre desde su más tierna infancia que, al igual que en el Paraíso, Dios lo veía todo, aun nuestros pensamientos, así que no valía la pena actuar como Adán y decir “la mujer que Tú me diste” es la que me indujo a pecar.

Es la misma actitud que vemos en los chicos (y de los no tan chicos) con el famoso” yo no fui”, fue el otro... el de al lado, de no haber sido por otra persona yo no hubiese sido capaz de semejante falta... porque soy incorruptible... pero fue fulano de tal el que me indujo, o aquella situación en la que yo no tenía otra opción. No obstante, el excusarnos no nos quita la responsabilidad ante Dios del pecado, porque la Iglesia enseña que Dios lo ve todo, aún nuestros pensamientos, y la conciencia nos lo reafirma igual.

El primer error lo cometemos desde la más tierna infancia cuando un niño de 3 años se golpea con la esquina de la mesa y le pegamos a la mesa de madera diciéndole “¡mala la mesa!” No, la responsabilidad del golpe no es de la mesa, que no es ni buena ni mala. Hay que llamar a las cosas por su nombre. La responsabilidad es de quien no mira donde camina aunque tenga 3 años. De ahí la enorme importancia de los padres y educadores de enseñarnos desde pequeños a cada uno a asumir nuestras culpas para poder corregirlas. Nos golpearemos una o dos veces con la mesa (y hasta es preferible que nos golpeemos) y después aprenderemos a mirar.

Más tarde será: no pude estudiar porque mis compañeros no me pasaron los deberes de la semana que falté (y no porque me ocupé de ir a buscarlos recién la noche antes de ir a clase). Me aplazaron en el examen porque la profesora es “una bruja” (y no porque yo no sabía y no había estudiado). Fue la “bruja” de geografía la que me aplazó y no yo el que reprobé el examen. Continuaremos con: choqué el auto porque el otro “venía a mil” (y no porque yo también y no alcancé a frenar). Me emborraché porque mis amigos me dieron cerveza. (Y no porque no tuve la fortaleza de negarme). Le mentí y le miento a mi madre porque con ella no se puede hablar (y no porque yo no estoy dispuesta a oír lo que tiene para decirme). Llegué tarde a inglés porque mi hermana no salía del baño (y no porque me quedé en la cama hasta último momento). Le fui infiel a mi marido porque no me hacía feliz, fue quien me empujó a ser infiel (y no porque a mí me faltó la fortaleza y la voluntad de cumplir con mis promesas de fidelidad ante Dios). Estas actitudes nuestras son cotidianas. El alcohol, el juego y la droga no nos quitan responsabilidad moral ante Dios, porque a nosotros nos cabe frenar los vicios antes de que ellos nos controlen. Es por eso que debemos medirnos en el uso del alcohol, el mal uso del tiempo y todo tipo de tentaciones como nos enseña la virtud de la templanza. El autodominio sobre nuestras tentaciones en todos los órdenes es lo cristiano y es a ello a lo que debemos tender siempre.

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Es necesario tener la valentía de reconocer nuestra responsabilidad en nuestros actos, ya que, si no lo hacemos, caeremos en la injusticia de volcar nuestros errores y faltas sobre hombros ajenos. A mayor cargo, mayor responsabilidad. No es lo mismo el mal ejemplo que puede dar un hermano emborrachándose, que al mismo hijo ver al propio padre o madre borrachos. No es lo mismo quien conoció la Verdad y quien no fue evangelizado, quien tuvo posibilidades de conocerla y quien la rechazó, quien tuvo poder de decisión sobre las vidas de otros (como maestros, profesores, gobernantes) y quienes no.

El máximo exponente en quitarnos la responsabilidad de nuestros actos son las nuevas leyes “garantistas” en la justicia penal donde, el énfasis se pone en los derechos y las garantías de los delincuentes y no de las víctimas. De esta manera, aún si llegamos a matar a alguien a sangre fría, nos permitirán esgrimir que pudo ser por “emoción violenta”, y no porque hemos actuado como asesinos a sangre fría. Este nuevo concepto de las leyes garantistas no es mas que otra faceta de la subversión anticristiana. Esta vez la subversión va contra toda la pedagogía divina del premio y del castigo según hayamos actuado bien o mal.

Ser responsable significa no sólo hacerse cargo de nuestras propias decisiones sino tener que rendir cuentas de lo nuestro a otros o a Alguien. Llámese a Dios el día del Juicio, a nuestros padres con nuestros estudios y salidas, a nuestros profesores con nuestros exámenes sobre lo que nos han enseñado, a nuestros jefes con nuestros trabajos, a nuestro marido o mujer en nuestro matrimonio, a nuestro socio con la administración y manejo de la sociedad o simplemente a nuestra propia conciencia (con la cual habremos de convivir hasta la muerte) y que nos recordará íntimamente sin ruido pero sin pausa nuestros actos. De ahí que no sea lo mismo tener responsabilidades como llevar el auto a lavar, hacer mis deberes cuando vuelvo del colegio o cortar el pasto (que puedo cumplir bien o no) que ser responsable, conscientes de que nuestros errores y decisiones siempre beneficiaran o perjudicaran a otras personas.

Es fundamental tomar conciencia de que nuestras actitudes (para bien o para mal) generalmente afectan al prójimo Si somos irresponsables como padres y abdicamos en nuestra función de educar, la vida de nuestros hijos pagará un alto precio en errores por no haber conocido el recto camino a tomar en la vida. Si somos irresponsables en el manejo de una empresa, podemos modificar para mal la vida de varias familias o aún de generaciones de ellas. En el caso de un país rico como el nuestro hay responsables con nombre y apellido de que no haya trabajo, chicos sin educación, desnutridos y

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sin accesos a la salud. Una política de salud que emplea los fondos públicos (extraídos de los sueldos, privaciones y ganancias de los ciudadanos) para gastarlos en preservativos (y no sólo corromper a la juventud sino impedir que los argentinos nazcan en vez de utilizarlos para medicamentos) tendrá que rendir cuentas ante Dios de semejante injusticia y daño hecho a millones de personas. Pero los responsables de estas políticas no son anónimos ni para los ciudadanos ni mucho menos para Dios. Tienen nombre y apellido.

La falta de responsabilidad en nuestros actos nos impide totalmente nuestra santificación, porque el primer paso para mejorar es reconocer que hay errores que corregir y que nosotros libres y responsablemente nos hemos equivocado en nuestras decisiones. La excusa es el camino más fácil para eludir la responsabilidad que, si bien en un primer momento nos engaña y creemos que nos salva, nos impide conocernos.

Una cosa es pedir perdón (porque nos reconocemos culpables) y otra muy distinta es excusarnos de lo que debemos asumir como nuestro y no cumplimos. El primer pecado de Adán en el Paraíso fue el de soberbia (por haber querido ser como Dios, conocedor de la ciencia del Bien y del Mal) pero acto seguido fue la falta de responsabilidad de reconocer su falta que le hizo excusarse escudándose detrás de Eva. La injusticia que cometió con ella fue que quiso endosarle la responsabilidad que era de él, a ella. Pero para eso, primero buscó una excusa.

Las virtudes, o la falta de ellas, como vemos están todas entrelazadas como un castillo de naipes y es muy difícil caer en la falta de una sin arrastrar a las demás. En este caso a la falta de responsabilidad se le podrá añadir la falta de veracidad, de sinceridad, hasta de valentía y de justicia. La responsabilidad siempre será mayor cuanto mayor sea el cargo que ocupemos o cuanto mayor peso tengan nuestras decisiones. Los padres tendrán que responder ante Dios por la educación dada a sus hijos aunque esta responsabilidad en la sociedad actual implique una batalla continua. Una joven o un joven responsable que quiere casarse deberá responder algún día ante sus hijos moralmente por quien les ha elegido en su momento como padre o madre. Un maestro también será responsable ante Dios de lo que ha transmitido o ha dejado de enseñar a quienes le han sido confiados. Un Ministro de Educación tendrá la responsabilidad de tener que responder ante Dios de lo que se ha trasmitido a los estudiantes durante su gestión así como lo que no se les ha enseñado y se les ha impedido que sepan.Un Ministro de Economía tendrá que rendir cuentas ante Dios de su responsabilidad sobre las medidas tomadas que han hecho quebrar a miles de ciudadanos de su país con las consecuencias que ello implica. Los gobernantes, aunque se muestren y actúen como

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inmortales también serán responsables ante Dios el día del Juicio de cómo han administrado los bienes de la Nación que les han sido confiados y en qué medida han contribuido a generar el Bien Común (que es el bien de todos y no sólo de algunos).

En el ámbito de la Iglesia, esta virtud es esencial por ser especialmente a Ella que le corresponde conducir a las almas por el camino de la salvación. Por eso los obispos en especial tienen una responsabilidad enorme, “temible incluso a la espada misma de los ángeles” (1) pues el obispo debe responder ante Cristo sobre la salvación de las almas del rebaño que le ha sido confiado.

Nota:(1) "La educación de las virtudes humanas". David Isaacs. Editorial Bello. Pág 139.

2. El Respeto

El respeto es la virtud que “actúa o deja actuar, procurando no perjudicar ni dejar de beneficiarse a sí mismo ni a los demás de acuerdo con sus derechos, con su condición y con sus circunstancias”, (1)

Dicho en otras palabras, es la virtud que nos hace reconocer el valor, la consideración y la dignidad que merece alguien o algo y nos lleva a demostrarlo con nuestras actitudes y acciones. Es la virtud por la cual reconocemos en cada persona el lugar que le corresponde, su dignidad, el lugar y la función que Dios ha querido darle ante nosotros.

En principio el respeto teme herir, lastimar a la persona amada, pero si no llegamos a amarla estamos al menos obligados a recordar a Quien representa.

De ahí que debamos respetar ante todo:

A Dios, a sus leyes y a la Iglesia por ser Su Esposa. El respeto a Dios se expresa especialmente al cumplir y hacer cumplir (dentro de lo posible) sus Mandamientos, que debieran inculcarse desde la infancia, para aprender a verlo como quien es, el Creador y dueño de las almas y del universo. Lograremos respetarlo siendo humildes (reconociéndonos creados y moralmente dependientes) y obedientes

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(mortificando nuestra voluntad propia desde la niñez, preparándonos para aceptar la voluntad de Dios a lo largo de nuestras vidas).

El respeto a la Iglesia, a su vez, implica no sólo el respeto a sus consagrados (aunque muchas veces dejen mucho que desear pero igualmente debemos respetar la investidura) sino el saber comportarnos en la casa de Dios y el trato con las imágenes y elementos sagrados. La Iglesia es un lugar sagrado, diferente y superior a todos los demás, reservado para el culto divino. Si bien el grado de nuestra fe nos dictará ante Quien y en la casa de Quien estamos, hay reglas básicas de comportamiento para todas las personas independientemente del grado de fe que cada uno tenga. Detalles como una vestimenta apropiada, una genuflexión bien hecha, el mantener el silencio, el no comer chicles ni pastillas, debieran reflejar el respeto que nos inspira el estar en la casa de Dios.

He leído que en una oportunidad que al entrar un grupo de turistas en una famosa catedral de Europa, se dirigieron al sacerdote preguntándole qué era lo más importante para visitar en esa iglesia. El Padre les pidió que lo siguieran en silencio. Cuando llegó frente al Santísimo, se arrodilló ante el Sagrario diciéndoles:“Aquí hijos míos está lo más importante que tiene esta Iglesia. Es el dueño de la casa, es el mismo Dios…”

En cuanto al trato con las imágenes y objetos sagrados, siempre deberemos recordar no sólo lo que ellos representan sino que, en la mayoría de los casos, han sido bendecidos Si tenemos que reacondicionar por ejemplo, el vestido de la Virgen del altar Mayor de una Catedral, debiéramos hacerlo en un clima de piedad y de oración, no ante la vulgaridad de un televisor prendido, fumando y con conversaciones mundanas. Los sacerdotes y las catequistas serán los principales responsables de inculcar estas delicadezas, desde la catequesis, que responden ni más ni menos al grado de fe y de amor con que debieran tratarse las cosas de Dios y de Su Madre.

Dentro del respeto a Dios, que es la Verdad, queda implícito el respeto a la verdad en todos los órdenes. Los periodistas, y todos los que están llamados a transmitir a otros los sucesos, deberán respetar la verdad de los hechos y no tergiversarlos según sus conveniencias, mintiendo a los ciudadanos y desfigurándoles la realidad. Grave responsabilidad tendrán en este terreno los maestros, profesores e historiadores, quienes deberán respetar siempre la veracidad histórica. Porque la historia siempre será a una Nación lo que la memoria es a la persona. De una verdadera narración de la historia podremos comprender desde una visión sobrenatural lo que nos sucede en la actualidad, ya que la historia del hombre sobre la Tierra no es más que las consecuencias de las decisiones tomadas por los hombres en aceptar a Dios o en rechazarlo.

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“Tergiversar la historia. ¿Por qué o para qué? Por motivos ideológicos, ante todo. A veces los datos han sido modificados para crear opinión pública. Así, por ejemplo, las leyendas contra la labor de España en tierras americanas (que pasó luego a la posteridad como la leyenda negra por antonomasia) fueron creadas, en gran parte, por los enemigos de la corona española – principalmente sus enemigos ingleses y sobre todo la francmasonería- para suscitar el consenso internacional contra España. Con el tiempo, las leyendas pasaron a ocupar un lugar importante en los programas de estudio en nuestras escuelas laicas, e incluso de las católicas.

En muchos casos estas leyendas negras han formado parte de campañas denigratorias contra la Iglesia Católica y contra aquellas instituciones civiles o políticas que la han apoyado en algún momento de su historia. Es el caso de la España católica del siglo XVI. La tergiversación también ha tenido como móvil intereses de orden político. Suele decirse que la historia la escriben los vencedores. Tiene esto algo de verdad; aunque no es toda la verdad, pues la historia a veces se escribe mientras se combate y precisamente como una de las armas más útiles para alcanzar la victoria. Al menos la victoria política y militar; nunca la victoria moral que sólo puede conseguirse con la verdad. Pero ¿a cuántos políticos, sociólogos e ideólogos, puede importarle una victoria moral?

Así pasó con nuestra propia historia, por lo cual el mismo Juan Bautista Alberdi acusaba a los liberales argentinos de haber desfigurado la historia. Y lo confiesan algunos de ellos, como Mitre cuando escribe a Vicente López: “usted y yo hemos tenido... la misma repulsión por aquellas (figuras históricas) a quienes hemos enterrado históricamente”.

Y Sarmiento le escribía al general Paz al ofrecerle su libro “Facundo”: “Lo he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes a designio (a propósito) a veces, para ayudar a destruir un gobierno y preparar el camino a otro nuevo”. Las “inexactitudes a designio”, los “entierros históricos” de las grandes figuras... Es triste saber que nuestra historia está plagada de mentiras y falsificaciones.¿Qué intereses pueden seguirse de una adulteración del pasado? Muchos. El más importante es el dominio del presente y del futuro. “La historia de lo que fuimos explica lo que somos”, escribía Hillaire Belloc. Si cambio la historia te oculto, entonces, lo que realmente eres; y si no sabes lo que eres, serás lo que yo quiero que seas. Si cambio – en tu mente al menos – tu pasado, puedo hacerte

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guerrear contra tu padre y tu madre haciéndote creer que son tus enemigos. Puedo hacerte odiar a tus benefactores y puedo lograr que me beses las manos lleno de gratitud a pesar de que soy el ladrón que te ha lavado el cerebro.

No es de extrañar que el manejo manipulador de la historia se haya convertido en una de las armas más poderosas en la mentalización de las generaciones. Porque con la historia puedo hacerte amar lo que en realidad es odioso y hacerte odiar lo que en realidad es amable. Con el dominio de la historia (de la historia escrita y la historia contada) puedo, como hace en nuestros tiempos la New Age, dibujarte un Jesucristo diabólico y un diablo benefactor de la humanidad; puedo hacerte creer que quienes trajeron la fe sólo querían tu sangre y tu oro; puedo vestirte de piratas a los misioneros y angelizarte los tiranos. El marxismo entendió muy bien el poder destructivo de esta manipulación cultural; especialmente a partir de un hombre tan inteligente como intelectualmente pervertido como fue Antonio Gramsci, el ideólogo de la revolución cultural.” (2)

Y esta la gran herida que tenemos a través de la cual nos roban el alma y nos paralizan la voluntad, porque ya nadie sabe ni se atreve a hacer nada porque no se sabe bien qué es lo que hay que hacer o defender.

Respeto a uno mismo. Si no empezamos por respetarnos a nosotros mismos y a darnos el lugar que nos corresponde según la posición que Dios ha querido asignarnos dentro de la sociedad, no respetaremos a los demás. El respeto que debemos tener con nosotros mismos se llama la dignidad humana. Nace por haber sido creados por Dios a Su imagen y semejanza y haber sido redimidos por Su sangre y de estar predestinados a compartir con Dios la gloria en el cielo. Nuestras almas ya son inmortales y nada podemos hacer para impedirlo, de ahí que debamos tratar de conducirnos de la mejor manera hacia nuestro destino eterno. Diariamente demostraremos nuestra dignidad en nuestra manera de comportarnos, y en eso se basa la educación aún en los pequeños detalles cotidianos. Presentarnos limpios desde la mañana, con la cara bien lavada y bien peinados a desayunar, no sólo será por respeto a quien ha de compartir con nosotros el desayuno (que tiene derecho a tener una visión agradable y no al revés) sino por nosotros mismos, para comenzar el día de acuerdo a quienes somos, personas educadas que queremos vivir sin degradarnos.

Dentro de nuestra cultura, el aseo y la forma de vestirnos refleja a su vez cuánto respetamos a la persona que nos recibe o recibimos y la dignidad de cada evento. De ahí que debamos presentarnos bien

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vestidos al colegio con el uniforme o el delantal completo y limpio (por respeto a la institución escolar) a rendir un examen (por respeto al profesor) a una entrevista de trabajo (por respeto a quien nos entrevista y para generar una buena imagen de nosotros mismos) a un casamiento (por respeto a la importancia del sacramento del matrimonio) o a un funeral (por respeto a la despedida que le brindamos a quien acaba de morir, dejando de lado si lo sentimos o no porque poco lo conocíamos).

Igualmente no debemos prejuzgar, una persona mal vestida puede estar llevando lo único que tiene, puede haber salido del trabajo y puede ser su única oportunidad de ir a misa o a un velorio, puede tener grandes problemas personales y haber descuidado su forma de vestir. Incluso la ignorancia y la falta de formación en todos los niveles sociales pueden llevarnos a vestirnos de manera inadecuada. Pero el tratar de adquirir costumbres que demuestren nuestro respeto es un trabajo que nos debemos nosotros mismos como personas y es un complemento importante en la educación que hace a la virtud de la sociabilidad.

Esta forma de comportarnos según nuestra dignidad de hijos de Dios es lo que nos lleva a tratar de vivir dignamente, tener trabajos humildes pero dignos, tener derecho a sueldos dignos, a un tratamiento digno, a comportamientos dignos, a posturas dignas, a conversaciones dignas, a la altura de quienes somos.

Por el contrario, hay actitudes que nos degradan (como el de tirarnos en el piso de las terminales para esperar un ómnibus, o sentarnos en la vereda donde hasta los animales hacen sus necesidades, dejar a los bebes gatear por el piso de las oficinas públicas o en la misma iglesia como si fuesen animalitos). No somos animales, como nos representan ahora en los programas de televisión en donde todos juntos en una misma casa, sin intimidad alguna las personas conviven sin hacer nada, tirados todo el día como animales.

Esta falta de dominio de sí, de contrariarnos, de fortalecernos ante lo que nos cuesta, es en la raíz la falta de la virtud de la templanza que, habíamos dicho, es la base del señorío del alma. La revolución la quiere destruir, para quitar en nosotros todo aquello que nos recuerde “la imagen y semejanza” de Quien somos y, cuando vemos los programas actuales de televisión constatamos que Satán ha hecho su trabajo.

Respeto a los padres. En el cristianismo el respeto a los padres se fundamenta en el respeto a Dios ya que es a Él a quien representan. La historia humana nos demuestra que siempre existió en toda vida social alguna forma de autoridad para generar el orden necesario para convivir. Los que creemos en Dios aceptamos además que la autoridad viene de Él y que tendremos que rendirle cuenta

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sobre el ejercicio que hemos tenido de la misma. Los pasajes bíblicos que hablan de la obediencia, la sumisión y el respeto a los padres son abundantes, de ahí que tengamos la obligación moral de respetar a nuestros padres (y a los mayores) y de obedecerles mientras vivamos bajo su mismo techo. Cuando los hijos se independizan y se casan, si bien ya no deben obediencia a sus padres, sí le deben respeto de por vida. Tal vez los padres dejen mucho que desear y no sean el modelo de virtudes y el ejemplo que debieran. No obstante, siguen siendo los instrumentos que Dios utilizó para cooperar con Él en dar la vida y en cumplir con el deber que tienen ante Él, de educar a sus hijos. El cuarto mandamiento no pone condiciones. “Honra a tu padre y a tu madre”, sin que esto esté subordinado a que sean dignos. Es un principio de orden natural. Lo ideal es que sea con amor pero, si no es así, siempre será más agradable a Dios la obediencia y el respeto de los hijos hacia sus padres (tal vez indignos) que la rebeldía, el maltrato, el desprecio y la indiferencia.

La revolución anticristiana sabe que el respeto y la obediencia a los padres es la clave para darle estabilidad emocional a una persona, para construir una familia feliz y levantar una sociedad ordenada. Demolerlo con burlas, menosprecios, enfrentamientos, rebeldías, aires de autonomía, falta de respeto, mentiras, resquebrajamiento, siempre será el ataque más certero para destruir no sólo a la sociedad cristiana sino a la persona misma. Es imposible evitar los desencuentros generacionales y la necesidad de los adolescentes de poner distancia con sus padres para reafirmar su personalidad, pero se denigra y se lastima a los padres. En el cuarto mandamiento están incluidos además todos los que ejercen algún tipo de autoridad legítimamente constituida que siempre representará para nosotros la voluntad de Dios como maestros, profesores, policías, etc. La autoridad legítima siempre nos es dada por Dios para generar el bien de las personas según Él lo ha establecido.Respeto al prójimo. El respeto hacia los demás es la primera condición para la convivencia pacífica y armoniosa de las personas. El respeto a los demás debiera ser interno y externo. La buena educación no es más que pensar en comportarnos como quien somos y en darle lo mejor de nosotros mismos a nuestro prójimo para hacer nuestra convivencia agradable y amistosa.

Será reconociendo el lugar y jerarquía que Dios ha querido que ocupen las diferentes personas que nos rodean y en eso está implícito el respeto a todos los que ostenten algún tipo de autoridad. Habrá momentos en que tendremos que decir verdades con valentía, muchos en que, por respeto o caridad, será necesario que nos callemos. Si creemos que la paz es fruto de la justicia, el respeto de las autoridades políticas hacia los derechos naturales y legítimos de las personas (como el derecho de nacer, el de recibir una educación y una vivienda digna, un trabajo y un salario justo, el

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derecho a la salud, a la propiedad privada, el de tener protección jurídica del Estado, etc) será la única base sólida para construir una sociedad justa y verdaderamente feliz. Dentro del respeto a la ley de Dios está en primer orden el respeto a la vida concebida (tan atacado hoy en día) ya que, si nos impiden nacer, está implícito que no podemos obtener todos nuestros otros derechos. Al ser humano que llega a este mundo moderno hechos tan simples como el nacer, crecer y morir en familia, se le ha convertido en una tarea titánica, cuando es un derecho natural de todas las personas y debiera ser el ámbito políticamente generado para todas las personas. Respeto a la vida que nace, a la vida que crece, a la vida que adolece, a la vida que enferma, a la vida que declina y a la vida que muere. Con esto deduciremos que los gobiernos debieran ser los primeros en respetar las leyes de Dios, para lograr la paz y la justicia entre los pueblos.

Externamente el respeto a las personas lo demostraremos aún en los detalles diarios más elementales como: evitando actitudes, gestos irrespetuosos (como sostener miradas desafiantes) contestaciones injuriosas, palabras y tonos despectivos, mortificantes y recriminatorios, interrumpir las conversaciones, contestar sistemáticamente, no ponerse de pie cuando corresponde hacerlo porque la persona que entra al lugar tiene más jerarquía que nosotros. A su vez, demostraremos respeto hacia el prójimo en los mínimos detalles de la convivencia diaria como: Saludando a nuestros familiares y al personal de servicio al cruzarlos a la mañana en nuestra casa. Dejando el baño en condiciones después de ducharnos (respetando no sólo a la persona que lo limpió sino a quien vendrá a usarlo después de nosotros). Avisando si vendremos o no a comer (por respeto a quien cocina y a la comida que otros no tienen y que pudiera desperdiciarse). Llegando a horario a las comidas (respetando no sólo a los mayores sino al compromiso familiar de comer juntos). Dejando las zapatillas embarradas en el lavadero (respetando el trabajo ajeno). Bajando la música en los horarios de descanso el derecho de los demás al silencio y al sueño). Si asistimos a un velorio, además de vestirnos correctamente, comportarnos de la misma manera, por respeto al dolor ajeno, aunque no lo sintamos. A veces no lo sentimos (porque tal vez conocíamos poco a la persona fallecida) pero hay al lado nuestro gente destrozada por el dolor y es señal de respeto al dolor ajeno, no hacer chistes, no mantener conversaciones frívolas e inútiles, no comer papas fritas en la puerta, o tomar coca cola de la lata... aunque sea a la salida y en la vereda.

Respetaremos al prójimo tratando de tener el cambio justo para el pasaje del ómnibus (respetando al chofer en su trabajo tan exigido y el tiempo de quién está detrás de nosotros). No tomando una lapicera, un abrigo, un auto o una cochera ajena (respetando la propiedad privada de otros y su derecho a disponer de sus cosas) etc. No generando conversaciones ni chistes obscenos o con doble sentido ante los niños y los jóvenes (respetando su pureza y su derecho a

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mantenerla). Sabiendo guardar un secreto (por a la intimidad ajena). El respeto del tiempo ajeno es la base de la virtud de la puntualidad que ya hemos desarrollado en esa virtud.

El respeto a la intimidad es todo un tema. Respetaremos la intimidad ajena golpeando la puerta antes de entrar, no abriendo una carta ajena aunque nos la hayan entregado abierta (como corresponde), retirándonos si percibimos que dos personas necesitan decirse algo en privado. No preguntando cosas privadas que no nos corresponden y menos ante otras personas y a quemarropa (por respeto a la intimidad y el pudor de los demás). Por ejemplo, no preguntarle a un matrimonio joven en una cena de amigos o familiares: “¿Para cuándo un bebe?” O si tienen uno:”¿Para cuándo el segundo?”. Mucho peor la insistencia. Y si nos contestan cristianamente: “Cuando Dios quiera”... contestar nosotros: “¿Pero están buscando o no? “ “ ¡Porque a Dios hay que ayudarlo!” ... Esto es incisivo... es una falta de respeto y una agresión. Hay muchos motivos que pueden estar demorando la llegada de un bebe esperado. Que los esposos no coincidan en los principios, que estén atravesando una crisis, que exista un problema serio físico que lo impida en alguno de los dos o aún que el problema sólo sea psicológico. Pero es muy violento verse forzado a dar una explicación tan privada delante de otros. De la misma manera, si ya tienen varios hijos y ante el anuncio de la llegada de un nuevo bebe exclamar: “¡Otro más!..” invadiendo totalmente un tema de conciencia privado de los demás.

Una clara señal de respeto al prójimo también sería ponerse de pie y saludar cuando entre al lugar en donde estamos una persona de mayor jerarquía como: Obispos, sacerdotes, un Presidente de la Nación, ministros, maestros, profesores, el médico en el hospital, los abuelos, tíos, suegros, un pariente que llegue de visita y... en la sociedad cristiana nos poníamos de pie para saludar aún a los padres...porque los queríamos mucho… y (antes de Gramsci) durante generaciones y generaciones, los hijos fuimos educados sobre la base de la veneración de nuestros padres y hasta sabíamos manifestárselos. El respeto era una de las tantas formas que teníamos de demostrarlo, que estaba además entre lazado con el miedo a lastimarlos o herirlos…

En contrapartida está el respeto humano, ese respeto servil, carente totalmente de libertad intelectual, moral y religiosa, que impide al hombre vivir de acuerdo con su conciencia y se somete al poder o a la opinión por intereses, porque nos conviene. Se trata de respetar al prójimo sin respeto humano.

El respeto a la comida merece unas palabras también. Ya lo hemos tocado en otras virtudes pero no está de más repetirlo. Dentro de la

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cultura cristiana el “pan sagrado” y “la comida no se tira” responde a que hay miles de personas que, por carecer de lo necesario se mueren de hambre en el mundo. Si bien nosotros no podemos solucionar el hambre del mundo, si podemos demostrar nuestra solidaridad con aquellos que no tienen y nuestra gratitud por tenerla nosotros. Este era el sentido de la bendición de la mesa. El agradecer a Dios el proveernos de los alimentos necesarios para vivir. Este derroche que hacemos con los alimentos, esta sucesión de caprichos de comer “lo que me gusta” y dejar “lo que no me gusta” tirando o dejando en los platos alimentos que alimentarían a tantos, permitiendo que se estropeen alimentos que otros carecen, clama al cielo. Con el nuevo hábito de vivir “hacia fuera” comiendo habitualmente en restaurantes y shoppings (aún con los niños) esto se agrava, porque se pierde toda noción de cuidado, de la austeridad necesaria, de comer lo “que hay”, lo que mamá dispuso que hubiera para todos y no “lo que elijo”, especialmente en el período de formación.

A la naturaleza. El respeto a la naturaleza (que implica todo lo creado) tiene sentido sólo si aceptamos que la naturaleza es obra de Dios y que Él la puso para nuestro bien, nuestro servicio y nuestro disfrute, destinada al bien común de la humanidad, no para nuestro abuso, nuestro maltrato y nuestro aniquilamiento. De ahí que desde la pequeña hormiga hasta los majestuosos mares (recordando que son obra de Dios) debieren ser tratados con respeto reconociendo en ellos una obra de la cual somos simples administradores de futuras generaciones. Podremos talar árboles para utilizar la madera, pero siempre será grave prender fuego a un bosque por descuido. De la misma manera los gobernantes están obligados moralmente a cuidar los bienes naturales de cada país que ha sido dada por Dios para el bienestar de sus habitantes y no para el enriquecimiento ilícito de los gobernantes de turno ni para que dejen que se los roben otros países con negociados.

En cuanto al trato con los animales, será lícito servirnos de ellos para nuestro alimento y medicina, así como domesticarlos para que nos ayuden, pero los experimentos con animales solamente serán moralmente aceptables si son razonables y contribuyen a mejorar o salvar vidas humanas. También será lícito matar animales para defender nuestros alimentos (como el caso de las plagas) pero nunca lo será maltratarlos, aniquilarlos a nuestro arbitrio y menos tratarlos con crueldad y torturarlos para nuestro divertimento. Podremos cazar ballenas para utilizar sus elementos pero nunca será lícito el aniquilar la especie o ponerla en riesgo por codicia ilimitada de dinero. En contrapartida es indigno a su vez invertir en ellos sumas de dinero desproporcionadas que debieran utilizarse para remediar la miseria de los hombres. Por lo tanto debemos amarlos, pero sin desviar hacia ellos un afecto desproporcionado debido únicamente a los seres humanos.

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La revolución anticristiana nos ha hecho creer que debemos cuidar la tierra y no contaminarla para que vivan bien las focas y los peces, lo cual es subvertir el orden. La orden dada por Dios al hombre en el Génesis fue: “Dominad la tierra y sometedla. Dominad sobre todos los seres creados”. No hay que contaminar la tierra, le debemos respeto porque es obra de Dios, pero el rey de la Creación es el hombre no los peces ni los pájaros. Dejarles a ellos el medio ambiente bien cuidado e impedir que los hombres nazcan con los preservativos y el aborto es subversivo.

Notas:(1) “La educación en las virtudes humanas”. David Isaacs. Editorial Eunsa. Pág 155

(2) “Las verdades robadas”. R.P Miguel Angel Fuentes. IVE. Edic. Verbo Encarnado. Pág.259.

3. La puntualidad

La puntualidad es una virtud que nos lleva a “actuar con diligencia, que nos lleva a hacer las cosas que debemos a su debido tiempo y sin dilatarlas”. Es el cuidado, diligencia y exactitud en el tiempo para cumplir con nuestras obligaciones.Esta virtud tiene dos ámbitos en donde se apoya: la de valorar el tiempo que Dios nos ha dado y del cual tendremos que rendir cuentas. Y el respeto del tiempo ajeno.Sabemos que el tiempo que tenemos de vida terrena es un período que Dios nos ha otorgado para que ganemos nuestra salvación, de ahí la importancia de usarlo bien y aprovecharlo. Es tiempo de gracia que se cerrará el día de la muerte. El fruto del orden en el manejo y el uso del tiempo se verá al final de nuestros días y de nuestras vidas. Su buen o mal uso implicará (como en todas las virtudes) otras virtudes, como la generosidad, la responsabilidad, el orden y la justicia.

En la medida en que organicemos bien nuestro tiempo le sacaremos mejor provecho y desarrollaremos al máximo los talentos que Dios nos ha dado para nuestra mejora personal y el bien de las personas que nos rodean. Si despreciamos nuestro tiempo, no sabremos sacarle el provecho que Dios esperaba de nosotros y nos lo aclaró en la parábola de los talentos.

Y cuando decimos utilizar bien el tiempo no decimos sólo hacer “grandes cosas”, sino hacer lo diario, lo cotidiano de manera ordenada optimizando el tiempo que Dios nos dio. La Santísima Virgen en su hogar estaba abocada a

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tareas sencillas pero lo hacía con esmero y dedicación. Lo mismo San José o el mismo Jesús antes que llegara el momento de dedicarse a “las cosas del Padre”. Si no valoramos el uso del tiempo en lo cotidiano nos levantaremos a cualquier hora (porque creemos que podemos hacerlo), daremos vueltas media mañana por la casa sin hacer nada concreto, pasaremos horas interminables hablando por teléfono y chateando con cualquiera. No tendremos ningún elemento que nos ordene mejor el tiempo (como una agenda para ir tachando las tareas ya realizadas y las que falten), elegiremos rodearnos de amigos similares y hasta vagos que no nos sirvan de reproche a nuestras conciencias y menos nos exigiremos en hacer un examen de conciencia al final del día para ver cómo hemos empleado el tiempo. Le escaparemos a los horarios, a las agendas, a los compromisos que nos exijan un cumplimiento.Lo dramático es que este desorden en el buen uso del tiempo que nos fue dado, de sus frutos y obras (del cual habremos de rendir cuentas) se genera hábito y puede arrastrarse toda la vida. Se convierte luego en un estilo de vida de vagancia que nos hará llegar con las manos vacías al Juicio Final. El segundo ámbito es el respeto al tiempo ajeno. No se trata solamente de llegar a la hora fijada como una competencia a secas, sino de pensar en respetar los Derechos del prójimo. Esta virtud exige auto disciplina y consideración hacia los demás. Las personas tienen derecho a disponer de su tiempo en actividades que esperarnos en una esquina o un café mirando su reloj durante una interminable hora. Nuestra impuntualidad no es una señal de “distinción” como a veces creemos, sino que puede generar, en la mayoría de los casos, una cascada de situaciones injustas hacia los demás.Si por ejemplo nos demoramos en llegar a una comida porque nos entretuvimos con la computadora o chateando con un amigo, tenemos que saber las posibles consecuencias. Esa hora de retraso generará seguramente inquietud y nerviosismo en la dueña de casa que se preocupará si la comida se le pasará y dudará en ofrecer o no algo para acortar la espera (que desmerecerá su cena). Tal vez hasta verá en parte sus ilusiones de lucirse con la comida desvanecida...

Si toda la familia se ha organizado en reunirse para ver el partido por televisión y nosotros llegamos en la mitad del partido, no sólo nos habremos perdido los comentarios y el ambiente previo, sino que seguramente molestaremos al llegar interrumpiendo a todos con los saludos. Hay ocasiones que exigen el especial respeto y consideración de todos los miembros de la familia, porque el buen clima dependerá de pequeños detalles con los cuales estamos obligados a colaborar. Si no contribuimos todos y cada uno en generar este clima, cualquier detalle puede echar todo a perder porque la paciencia y buena voluntad de los demás se habrán agotado con nuestras desconsideraciones.

Si tenemos que salir juntos en familia para la misa de Nochebuena y nosotros llegamos sucios y con la pelota de fútbol o la raqueta de tenis en la mano a las nueve de la noche, tenemos que saber que eso le habrá generado seguramente mucha mortificación a nuestros padres

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que tenían derecho ese día tan especial y único del año a poder hacer este programa de familia relajados y en paz y no tensionados hasta último momento por nuestra injustificable demora. El llegar a último momento implicará que nos ducharemos y dejaremos el baño empañado y no en óptimas condiciones para cuando volvamos de Misa, lo que seguramente molestará mucho a nuestra madre que se había preparado para recibir a la familia esa noche con la casa en óptimas condiciones. Esta actitud tan egoísta (que en este caso se proyectará en nuestra impuntualidad) puede aún generar mal clima en la cena. Debido a nuestra injusta desconsideración y a los trastornos que causaremos inútilmente podremos arruinarles, en parte, la Navidad. Y no tensionados hasta último momento por nuestra injustificable demora. El llegar a último momento implicará que nos ducharemos y dejaremos el baño empañado y no en óptimas condiciones para cuando volvamos de Misa, lo que seguramente molestará mucho a nuestra madre que se había preparado para recibir a la familia esa noche con la casa en óptimas condiciones. Esta actitud tan egoísta (que en este caso se proyectará en nuestra impuntualidad) puede aún generar mal clima en la cena. En ese caso el disponer de un margen de tiempo prudente para que nadie se inquiete por nosotros (y no alterar los derechos de otros a disfrutar en paz) en fechas importantes como aniversarios, cumpleaños, casamientos, etc. No sólo será puntualidad sino generosidad, orden, responsabilidad y justicia, lo que redundará en la armonía familiar.Lo cristiano es tener un alma fina que se preocupa por lo que generamos en el prójimo, no piel de rinoceronte, gruesa, insensible e impenetrable, indiferente hacia los derechos y preocupaciones ajenas.

Decir al otro por celular que llegaremos en “cinco minutos” cuando estamos a quince kilómetros del lugar es una mentira anticipada en la mayoría de los casos. Si estamos llegando en coche, la única manera de cumplir este plazo es que nos estemos bajando del auto ya estacionado y que el lugar de encuentro sea a 50 metros y no tengamos que cruzar todavía ninguna avenida o tomar ascensores abarrotados. Lo mismo cuando decimos “ya llegué” y no nos están viendo porque todavía estamos a dos cuadras. No hay que confundir la realidad con una expresión de deseo. Querría tal vez llegar en 5 minutos, pero la realidad es que recién estoy a 10 kilómetros del lugar y no me organicé para lograrlo. El llegar abarrotados de excusas no cambiará para nada que nos hayamos apropiado del tiempo ajeno y se lo hayamos hecho desperdiciar, lo que va más allá muchas veces de un simple acto de descortesía y desconsideración al otro. El dejar a una paciente durante horas sentada en un consultorio cuando tenía su turno confirmado y ha viajado tal vez cientos de kilómetros para hacer la consulta siempre será una falta de respeto al tiempo ajeno. Todos entendemos las urgencias, las operaciones imprevistas que pueden surgir, pero por ejemplo, concretamente en muchos médicos es ya un hábito.Personalmente en una oportunidad viajé 1.400 kms para una consulta con un oculista muy conocido a quien además tuve que esperar 8 horas en el consultorio. Después me explicaron que era habitual en él, que era su estilo

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de trabajar pero que era muy buen oculista. El nivel académico de una persona (que puede ser excelente) no le exime de la virtud. En este caso del respeto al tiempo ajeno. En estas situaciones, las operaciones o imprevistos que pudieran surgir obligarán a cancelar los turnos con las debidas explicaciones y los pacientes podrán disponer de todo ese día para tal vez visitar a un familiar cercano que hace meses que no ven por la distancia, conocer la ciudad, salir de compras etc.

Esto es también general en todos los espectáculos, ya sean deportivos (partidos, competencias)o culturales (conferencias, presentaciones de libros etc.). Como es tan habitual que comiencen una o dos horas más tarde ya las personas llegan, no al horario previsto, sino para no tener que esperar, otra hora más tarde también, lo cual genera un caos. La gravedad de la impuntualidad entonces, dependerá de cada caso y cómo la persona se vio afectada. No es lo mismo dejar plantada media hora a mi amiga del colegio a la salida de clase (cuando le había pedido que me esperase) que llegar tarde a un asado de 10 personas (donde probablemente habrán empezado después de esperarme una hora y todos comerán el asado pasado por culpa mía) a que el Presidente de la Nación deje una hora en la antesala de su despacho a un Cardenal, lo cual ya significa algo mucho más grave y más profundo como el desprecio a la institución que representa.

En la vida de comunidad (desde la vida religiosa, un campamento en la montaña, una reunión de padres en el colegio o de un simple consorcio del edificio) es importante respetar el tiempo y los horarios para no interferir en el tiempo de los otros.Lo contrario de la puntualidad es la impuntualidad. Una sociedad que recibe como único mensaje que a nadie deberemos rendir cuentas de nuestra vida y menos el día del Juicio y de que nuestro “yo” es el centro del universo, es evidente que no encuentra ya más sentido en respetar y hacerse cargo del buen uso de su propio tiempo y menos de responder por haberse “apropiado” del ajeno.

La Honestidad

La honestidad es la virtud que nos lleva a “actuar con rectitud de intención”.

Así como la veracidad es el amor y la fidelidad a la verdad intelectual, descubierta por la inteligencia (y es la aspiración suprema del intelecto) y la sinceridad es la transparencia entre lo que pensamos y lo que decimos a los demás, la honestidad está dirigida a nuestras acciones. Una persona honesta es la que permanentemente busca lo correcto, lo honrado, lo justo, lo que se debe hacer, que pone las cartas sobre la mesa y no pretende aprovecharse de la confianza ni de la inocencia o ingenuidad de los demás. Como sentencia Patrón Luján: “Ser hombre es tener vergüenza, sentir pena de burlarse de una mujer, de abusar del débil o de mentir al

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ingenuo”. La honestidad nace y crece en la familia y durante los siglos cristianos fue motivo de orgullo para una familia que podía contar con ese escudo de nobleza. Significaba haber hecho multitud de sacrificios, de haber superado retos, de haber hecho elecciones y sobre todo renuncias (visibles o a veces invisibles) con las cuales se templaba el alma y se fortalecía el espíritu.

La persona honesta sabe cuántos sacrificios y renuncias se hacen por tener una vida de bien, ordenada, limitada a vivir con lo que tenemos sin robar o aceptar coimas, con solvencia económica honestamente ganada, con alegría y tristezas compartidas, con la tranquilidad que brinda una conciencia en paz durante la vida y especialmente a la hora de la muerte. Durante los siglos cristianos, y en una sociedad impregnada por sus valores, la honestidad fue siempre un motivo de orgullo que las personas y las familias llevaban como un galardón sobre su apellido y sobre sí mismas. “Pobres pero honestos” era todo una consigna a seguir con orgullo que marcaba el orden de prioridades.

Es la virtud que nos lleva, (aunque a veces nos cueste mucho), a cumplir con la palabra empeñada, con nuestros compromisos, a pagar nuestras deudas puntualmente, (aunque podamos no hacerlo porque sabemos que nos esperan). A no contraer deudas o pedir plata prestada al amigo (si sabemos de antemano que no podemos devolverla). A comentarle a nuestro novio/a si hemos tenido un pasado indigno, si somos infértiles genéticamente, (por un aborto previo o cualquier otra enfermedad que pueda afectar en un futuro nuestro matrimonio y no podremos tener hijos). Si hemos tenido un hijo natural, (aunque viva en otro país y no lo veamos, pero existe). Si nos avergonzamos de algún miembro de nuestra familia porque nos deshonra y tratamos de ocultarlo pero que igualmente integrará la futura familia. Si por distintos motivos queremos negarle nuestro propio origen y aparentar una realidad falsa a quien nos ha hecho un voto de confianza incondicional y aspira a compartir su vida con nosotros.

Los argentinos hemos conocido y vivido años atrás una sociedad, que si bien no era perfecta, valoraba la honestidad. La mayoría hemos crecido con las puertas de las casas abiertas, (algunas hasta de noche), dejábamos las llaves puestas en los coches y nadie sacaba nada, al verdulero se le pagaba a fin de mes y su famosa “libreta” estaba siempre correcta, el médico mandaba sus honorarios a fin de año y no por esto se perjudicaba porque había estabilidad, los negocios, (especialmente en el ámbito agropecuario), se hacían de palabra y la palabra era sagrada. La palabra para los hombres de bien tenía el valor casi de un documento. Nosotros conocimos esa Argentina. No fue una ficción. Lo cual nos indica que se puede vivir de esa manera y no como hoy en que los ciudadanos honestos nos vemos forzados a vivir tras las rejas y bajo llaves y alarmas de seguridad.

Por el contrario, el vicio o pecado opuesto es la deshonestidad en nuestras acciones. Es la que nos llevará a manipular a los demás para obtener

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beneficios, a chantajear y especular para controlar a las personas. A engañar en el noviazgo y casarnos por interés haciéndole creer que lo amamos con locura cuando lo que amamos es su dinero o la vida que nos dará. A mostrar exagerado interés por ayudar a mi compañera/o de trabajo casada/o cuando en realidad lo que queremos es seducirla/o.

Es deshonesto mantener o alargar una relación sentimental sabiendo que uno no está dispuesto a casarse, creándole a la otra persona falsas expectativas de matrimonio y jugando con sus sentimientos. Es deshonesto eternizar relaciones sentimentales que no estamos dispuestos a cortar, por nuestra flojera, placer o interés. Es deshonesto mudarnos de nuestra ciudad a otra haciéndole creer a nuestro cónyuge que lo hacemos por el bien de los hijos cuando en realidad es porque queremos estar cerca de nuestras amigas y de nuestra madre, y le presentamos como bueno lo que en realidad es sólo nuestro propio interés. Es deshonesto pedir becas en el colegio para nuestros hijos, (que recaerán en las cuotas de otros padres que nos mantendrán), si podemos pagarlas y gastamos en otras cosas superfluas. Es deshonesto si tenemos un almacén o una fábrica y vendemos 800 grs de azúcar por un kilo, o ponemos fechas falsas de vencimiento en los productos obligando a los consumidores a comprar nuevos por temor a intoxicarse.

Otro mecanismo psicológico que determina la deshonestidad es la negación el no aceptar nuestra propia realidad, (en todos los órdenes). Esto puede constituir la raíz de nuestra tendencia a la deshonestidad, y de ahí que la honestidad sea hija de la veracidad. Auto engañarnos por no aceptar nuestra propia realidad nos llevará al mal hábito de engañar a los demás y a comportarnos muchas veces, muy injustamente con el prójimo. Los griegos ya decían: “Excusa no pedida, acusación manifiesta”, porque la tendencia a la excusa no sólo indica debilidad de carácter, sino un espíritu acostumbrado a maniobrar para defenderse. Por no aceptar que no hemos estudiado, nos excusaremos ante nuestros padres de que no sabíamos la lección porque la profesora explica mal. No seremos sinceros con nuestros padres y seremos deshonestos para con la profesora. Nos excusaremos que estamos sin un peso por no aceptar que hemos malgastado el dinero desordenadamente y acusaremos a nuestro cónyuge de mala administración, lo cual es deshonesto hacia el o ella. Nos excusaremos que vivimos llenos de privaciones porque no nos pagan lo justo y no asumiremos que es porque gastamos más de los debido, lo que es una actitud deshonesta hacia nuestros patrones que nos pagan puntualmente y bien.Otro mecanismo deshonesto es la racionalización. Racionalizar la necesidad de nuestras actitudes deshonestas y tratar de encontrar razones para justificarlas con continuos pretextos. A decir verdad, encontraremos siempre una razón por la cual estamos desordenados. Pero lo grave es cuando la verdadera razón se convierte en una excusa para justificarnos y no aceptar nuestra realidad, que es la verdad, para no tener que modificarnos y corregirnos. Encontramos razones para justificar que no

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colaboramos en el hogar, que llegamos tarde al trabajo, que no somos felices en nuestro matrimonio cuando somos los grandes responsables de estas faltas. En general, la mente de un alcohólico, de un jugador empedernido, de un infiel o de un irresponsable está habituada por años a justificarse y lo lleva al auto engaño, de ahí la imposibilidad de corregirse. Aún detalles que parecen ínfimos, (como el vestirnos habitualmente con la ropa ajena, porque es mejor que la nuestra), en el fondo tratan de vender una imagen que no es real, que es falsa, porque pretendemos disfrutar de un guardarropa que no es nuestro, cuando nuestra realidad es que contamos con tan solo pocas cosas y se nos debiera aceptar por quienes somos y no por lo que llevamos encima que, además, es ajeno. Las modas no debieran imponernos necesidades que no tenemos, como variar continuamente de ropa, practicar todos los deportes posibles que practican otros o veranear en lugares que no podemos.

La revolución ha calado muy hondo aún en esta ruptura y erosión de la propiedad privada y los jóvenes hoy en día, envueltos en una sociedad tremendamente consumista, no sólo no saben el esfuerzo que normalmente cuesta adquirir las cosas, sino que creen que es igual usar el buzo propio que el ajeno.Otra forma deshonesta de excusarnos es la proyección. Proyectarse es ver en los otros nuestros propios defectos, debilidades y miserias. Cuando pensamos más en los defectos de las otras personas que en los nuestros propios, terminamos cayendo en un mecanismo de evasión de nuestra propia realidad que no es más que una deshonestidad con nosotros mismos. Si somos avaros, hablaremos continuamente de la avaricia del prójimo, si somos egoístas pondremos la lupa sobre el egoísmo de determinada persona, para que los ojos ajenos se dirijan al otro y no a nosotros. Ni siquiera los nuestros sobre nosotros mismos. Es una forma sutil y perversa de autoprotección, (muy común) que nos permite seguir cómodamente con nuestros defectos.Sólo Dios puede leer nuestras conciencias y nuestro corazón, de ahí que sólo Él podrá medir el grado de honestidad en nuestras palabras y nuestras acciones. Cada uno sabrá en su interior si actúa con honestidad en la vida, si es coherente con lo que piensa, dice y hace y si utiliza la verdad como herramienta fundamental de su existencia o no o, si por el contrario, la mentira es su hábito existencial y su herramienta para manejarse. Hay una anécdota simple y pero muy ilustrativa que explica la honestidad en el proceder. Un emperador que convocó a todos los solteros del reino para encontrar un marido digno para su hija. A quienes asistieron les repartió una semilla diferente a cada uno y les pidió que volvieran a los seis meses con la planta en una maceta. La planta más bella ganaría la mano de su hija. Así se hizo, pero había un joven cuya semilla no germinaba mientras que las del resto se habían convertido en hermosas plantas. A los seis meses todos debían asistir al palacio pero el joven cuya maceta estaba vacía estaba triste y no quería asistir. Su madre, con una visión transparente, limpia, y apostando a que su hijo había actuado bien y honestamente, lo instó a asistir de todas maneras con la maceta vacía, ya que también era un participante. Finalizada la inspección, el rey hizo llamar a su hija y le otorgó

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la mano al pretendiente con la maceta vacía diciéndole: “Este es el heredero al trono y se casará con mi hija. A todos les han dado una semilla infértil y todos trataron de engañarme plantando otras plantas, pero este joven tuvo el valor y la honestidad de mostrar su maceta vacía. Su honestidad y valentía son las virtudes que un futuro rey necesita, lo mismo que mi hija”.

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