Llevame a Farafangana - Jose Manuel Devesa

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  • Llvame a Farafangana es eltestimonio desgarrador de uncirujano espaol que, ao trasao, acude a la Misin Cristianade Farafangana, enMadagascar, para intervenirquirrgicamente niasmalgaches abandonadas a susuerte y abocadas al peor delos destinos, tras sufrir partosocluidos que dejan en susjvenes vientres rotos la huella

  • indeleble de la desgracia.

    En la historia novelada, de baseautnticamente real, una jovenmalgache es vendida por supadre a un marido deconveniencia por un ceb. Trasun embarazo prematuro sufre unparto ocluido que le provoca unafstula irremediable que la obligaa huir de su pobladoabandonado a sus hermanospequeos y diciendo adis parasiempre a su corta y miserable

  • infancia.

    En su peregrinar, sin destino,Vohilaba sufre lasconsecuencias de la terribleherida innombrable: la fstula.En su vagabundeo erranteencuentra la proteccin y lacompaa de una partera furtivaquien con sus rudimentarioscuidados la libra de una muertesegura, en mitad de una selvaimpenetrable.

  • Cuando, finalmente, llegan a laciudad, la pequea malgacheherida escucha fascinada lahistoria de unos mdicosextranjeros que cada aoacuden a la Misin deFarafangana para curar de laherida innombrable a muchasjvenes como ella. A partir deese instante, su vida solo tendrun objetivo: encontrarlos paraque la curen.

    La novela, basada en hecho

  • reales vividos por el autor,recrea con toda su crudeza elsolitario caminar de estaadolescente en su bsquedadesesperada para cerrar laherida que la mantienemarginada de una sociedadcarente de recursos sanitariosque puedan prevenirla y curarla.

    La historia, a travs de loscaminos, la selva repleta defieras salvajes, los rosinfectados de cocodrilos, los

  • mercados cargados de todaclase de aromas, los trenesabarrotados de miseria, lasciudades llenas de vida nueva yuna Misin Cristiana en la lejanaFarafangana donde unasreligiosas, abrazadas a su fe,ponen lo mejor de suentusiasmo para llevar un hlitode esperanza a unas pobresnias malheridas yabandonadas.

    Los protagonistas y los hechos

  • de esta historia reflejan,fielmente, la vida, en ocasiones,terrible de la Isla Roja:Madagascar, una de las msbellas y misteriosas del planetaque el autor aprovecha pararecrear paisajes tan misteriososcomo escenas cargadas de undramatismo lacerante.

    Llvame a Farafangana esuna apasionante y dramticahistoria de miserias fsicas,materiales y humanas, pero

  • tambin llena de amor, fortalezay voluntad.

  • Jos Manuel Devesa

    Llvame aFarafangana

  • ePub r1.0Ufita 03.10.13

  • Jos Manuel Devesa, 2013

    Editor digital: UfitaePub base r1.0

  • Prologo

    Doctor, por qu decidi ira frica?

    Porque soy mdico, y sque frica se est muriendo.

    Esta sencilla pregunta, que selee en uno de los pasajes de esterelato, y su contundente respuesta,contienen el principio filosficoesencial que inspira la novela

  • Llvame a Farafangana,magistralmente escrita desde eldolor, la emocin y la experienciafascinante de un cirujano que, aotras ao, deja lo mejor de s mismopara llevar un hlito de esperanza yun soplo de salud a unos seresolvidados y desheredados de laFortuna, en el extremo surorientalde la cuarta isla ms grande delPlaneta: Madagascar, que se aferranpor sobrevivir a una vidamiserable, exenta de esperanza.

  • En aquel remoto lugar, laenfermedad oculta, la temida yterrible fstula, ese maldito agujeroque comunica la vejiga y la vagina,producida cuando el que va a nacerse queda atascado en la salida haciala vida porque las mujeres, casitodas nias adolescentes, nodisponen de asistencia mdicadurante el parto, conduce sinremedio, a una situacinvergonzante, al abandono absoluto,al repudio conyugal, y al rechazo

  • social y familiar que en muchoscasos slo encuentra la solucinfinal con la llegada de una muertetan injusta como prematura.

    Este relato fascinante de JosManuel Devesa es novedoso en sugnero, profundamente humano ensu contenido, cautivador y atractivoen la imparable cadencia de susescenas, sobrecogedor en susdescripciones mdico-quirrgicas,intrigante y misterioso en su

  • desarrollo, tierno y emotivo en lainocente dulzura de sus personajes,desgarrador y violento en elcomportamiento inhumano de unasociedad desvalida que asisteaptica, mirando hacia otro lado, elatropello salvaje de unas nias que,sin solucin de continuidad, pasandesde la indolente infancia a lo msduro de una imprevisible edadadulta, que se cuela en sus vidasinocentes como un violento cicln,que todo lo arrasa.

  • Llvame a Farafangana es,adems, en su inesperado final, unsonoro aldabonazo en las mullidasconciencias de nuestro acomodadomundo occidental, que a nadie, porinsensible que sea, puede dejarindiferente. Cuando se dobla,definitivamente, la ltima pginadel libro, el nudo opresor que hahecho garra en la garganta dellector, tarda tiempo en resolverse,mientras el pensamiento se revuelveconfundido entre el dolor

  • insoportable que se derrama enmuchas de sus escenas y laesperanza que se vislumbra enalgunas de sus secuencias.

    Jos Manuel Devesa sabemantener la atencin y laexpectacin del lector desde laprimera escena hasta la ltima, conuna tensin in crescendo queacaba rompindose de formaexplosiva en la escena final,dejando la imaginacin del lector,

  • como slo saben hacerlo losgrandes novelistas, el inciertofuturo de Vohilaba y la angustiaagnica de Jaky. El vagabundeoincierto de estos dos adolescentesmalgaches, desheredados de laFortuna y abandonados en losbrazos de las peores condicionesimaginables, no puede dejarindiferente a nadie, como tampocopasa sin dejar una profunda huellala infatigable y abnegada labor delas misiones de la centenaria

  • leprosera, la obsesiva labor de losmdicos y enfermeros por resolverproblemas vitales, tanto msespinosos cuanto ms desconocidose inciertos, y el trabajo sin treguade unos cooperantes cuyo nicoobjetivo es darlo todo a cambio deuna agradecida sonrisa malgache.

    Y todo ello narrado de unamanera abrumadoramente magistral,donde la sencillez de la palabramagnifica la grandeza del relato,

  • con la hbil sagacidad literaria deir concatenando escenas,personajes, desencuentros yreencuentros de un modo tal, quecada uno de los que intervienen enel guin lo hace siempre desde larelevancia, por mucho que su papelpueda parecernos secundario. En lanovela no sobra nada ni nadie,como tampoco se echa en falta laconcurrencia de ningn otropersonaje o escenario. Todo ytodos estn perfectamente

  • ensamblados dentro una estructuraliteraria, sabiamente trabada, queda como resultado una novelainolvidable.

    Las descripciones que hace elautor de Llvame a Farafanganason tan eficaces y realistas, tanautnticas, que el lector puedecaptar, sin proponrselo, elmaravilloso declive de los rojosatardeceres del ndico que sedibujan delicadamente con todos

  • los pinceles del arco iris; lasluminosas y deslumbrantes salidasde un tibio sol que, en su apogeo,acaba por incendiarlo todo, labelleza natural de los todavavrgenes paisajes malgaches, elambiente primitivo y ruidoso de lasestaciones de ferrocarril por lasque de vez en cuando transitanexticos viajeros blancos, elincmodo traqueteo de los vagonesde viejos trenes colonialesatiborrados de gentes, donde

  • hombres, mujeres, nios y ganadose hacinan forzosamente en unacomunin obligadamente impuestapor la ley de las penurias, lalentitud de los relojes africanos quelaten al comps de la resignadapaciencia de sus gentes, lahumildad de los chozos permeablesa todo tipo de inclemencias, elaroma y el sabor de sus guisos, laindolente alegra de los nios delos pequeos poblados ajenos alincierto porvenir que les reserva

  • una vida adulta; dura y cruel. Lasinimaginables miserias de susgentes; su callada resignacin frentea los polticos corruptos o lapolica avasalladora. La hambrunaendogmica. Las enfermedadesinfecto-contagiosas que, como lasfieras salvajes, amenazancontinuamente una vida de valorescaso. La higiene y la alegra quese derrama desde esa antigualeprosera reconvertida en unsencillo hospital, donde

  • probablemente no se salven tantasvidas como en nuestras modernasclnicas occidentales, pero donde larecuperacin de la salud perdida sevive con una emocin inusitada y secanta en gargantas desbordadas porel entusiasmo y el agradecimiento.Y hasta se percibe, entre laspginas de la novela, el asfixianteolor de los insalubres mercadoscallejeros y ese otro hedorinsoportable que provoca en lasnias madre, como Vohilaba o

  • como Beline, la siniestraenfermedad oculta: la fstula, de laque son inocentes vctimas por lasalvaje pobreza de una sociedad tanindiferente como insensible.

    Cuando acab la novela de JosManuel Devesa me pregunt en qugenero literario podra serencasillada. Y, sin pensarlodemasiado, conclu, que Llvamea Farafangana es sencillamenteuna novela de AMOR. Pero no una

  • novela al estilo del clsico y dulznamor romntico, o de esos otrosamores turbios y apasionados, o deaquellos otros incomprendidos y nocorrespondidos. No; Llvame aFarafangana es un relato deAMOR, forzosamente escrito conmaysculas. Con las maysculas enlas que dos jvenes desafortunados,carentes de lo ms elemental,obtienen las fuerzas necesarias paraluchar y sobrevivir en un mundohostil, sin otro apoyo que su amor,

  • su voluntad y su fe. Es un AMOR enestado puro, sin contaminar, francoy generoso, que solo da y nada pidea cambio, fraguado en la pobreza dequienes nada tienen y de los quetodo lo poseen gracias a la inmensagenerosidad que brota de susinocentes y negros corazones. Esuna novela de AMOR, en la que unadoctora procedente del exquisitoPars, se da, bruscamente, de brucescon el srdido mundo de la fstulapestilente y a ello entrega lo mejor

  • de s misma, con la ilusin desolucionarla y con la frustracin deno conseguirlo. Es AMOR larenuncia que hace Marie de smisma, la partera clandestinamalgache, que adopta y protege aVohilaba, como si fuese su propiahija, y sin cuya ayuda hubiesequedado indefectiblemente abocadaa una muerte sin remedio. Es unpermanente acto de AMOR ladevocin de las Hijas de LaCaridad por aquellos seres

  • brutalmente desgajados de unasociedad injusta a los que ayudancon los escasos recursos que sloconsiguen gracias a una extraa eincomprensible fe en algo, que paralos que somos ajenos a ese mundode carencias y miserias, se nos hacetan difcil de creer y aceptar. EsAMOR lo que, sinintencionadamente pretenderlo,mueve a unos profesionalessanitarios a arrostrar congenerosidad, entusiasmo y valenta,

  • la lucha titnica por solucionar, conuna instrumentacin insuficiente, unmal que afecta a ms de tresmillones de mujeres en la siempredesconocida realidad del inmensoContinente Negro.

    Conoc al doctor Devesa, hacemuchos aos. Ambos hemostrabajado durante ms de treinta enel hospital universitario Ramn yCajal de Madrid. l, como brillantecirujano. Yo, como modesto

  • cardilogo. Tuvimos durante esalarga etapa, encuentroscircunstanciales motivados por elobligado intercambio de criterios alos que la complejidad de diversoscasos clnicos hace cruzar unosespecialistas con otros. Lacasualidad quiso que,recientemente, nos reencontrramosen un lugar ajeno al mundo de losquirfanos.

    Qued fascinado y sorprendido

  • desde el primer instante en que supede su actividad quirrgica en lacentenaria leprosera deAmbatoabo, Farafangana, en lalejana Madagascar. All, en unmodesto hospital, desarrolla unprograma especfico para eltratamiento de las tan complicadasfstulas vesico-vaginales en losmalheridos vientres de las mujeresmalgaches que paren en la soledadde sus humildes e insalubres chozoso al abrigo de la estrellada noche

  • del infinito cielo africano, bajo elque se adormece la gran isla roja.

    Cuando adems de contarme sushazaas humanitarias y mdico-quirrgicas en Farafangana merefiri, como de pasada, que habaescrito una novela sobre el tema,intu que se tratara, probablemente,de un tedioso relato profesional enel que se detallaran losprocedimientos quirrgicos sobreel cierre de las fstulas, que slo

  • interesaran a los mdicos, o que talvez, para adornar un poco el ridocontenido, hubiese incluido escenasde sus viajes que hicieran recordarfilmes de tanta repercusinemocional como Memorias defrica. Jos Manuel Devesa sabade mis inquietudes literarias y demis modestas incursiones en elterreno de la publicacin y de laedicin digital on line. Le ped queme enviara el manuscrito para suvaloracin, ms por cortesa que

  • por verdadero inters intelectual oeditorial.

    Ya he dejado dicho en losprrafos anteriores en qu modo elrelato me atrap desde su primercaptulo, y ya he manifestado,tambin, mi admiracin no slo porel contenido sino por el modo tanexcepcionalmente impecable comoest escrito, con una literaturadirecta, transparente y eficaz, quellega directamente desde la creativa

  • imaginacin del escritor alestremecido corazn del lector.

    Quiz sea la parte mdico-tcnica del libro la menosrelevante. Hasta en eso, el sagazautor se ha mostrado especialmentedelicado con el lector evitandoabrumarlo con escenas quirrgicastruculentas o con descripcionescientficas que podran hacertedioso el relato para quienes noestn familiarizados con ese

  • complejo mundo de la Medicina ylos mdicos. El entramado de lanovela, segn revela el propioautor, es una historia ficcionada,basada en hechos reales, a los quela habilidad literaria de JosManuel Devesa, les confiere vidapropia elaborando una tramaargumental tan desconcertante comoreal.

    Mi ms cordial enhorabuena aJos Manuel. Y sin nimo de

  • invitarle a que abandone la ciruga,en la que es un verdadero mago, sme permito recomendarle,encarecidamente, que continecultivando un gnero literario en elque, a pesar de ser sta su peraprima, se ha revelado como unconsumado maestro.

    Yo ya saba que el doctorDevesa es un magnfico cirujano, loque ignoraba, hasta que he ledoentre sorprendido y emocionado,

  • Llvame a Farafangana, es queadems de hacer milagros en losvientres rotos de las niasmalgaches, es un extraordinarionarrador de historias que, comotestigo excepcional de unasindescriptibles tragedias, consigueconmover, con sus narraciones, lasadormecidas conciencias de los quevivimos en estos mundos fciles,tan ajenos a la miseria que se abatesobre eso que injustamente venimosllamando El Tercer Mundo.

  • Enhorabuena y gracias, JosManuel. T objetivo estplenamente conseguido.

    Jos Luis PalmaMadrid. Verano de 2013

  • A las mujeres del mundo,muchas casi nias aun, que

    padecen la heridainnombrable, y especialmente

    a las de Madagascar, a las queoper, porque me permitieron

    aprender de la enfermedad yde la vida, y a las que aun no,

    para pedirles que esperenpacientemente su turno, que

    algn da les llegar. A todas.

    Jos Manuel Devesa

  • Captulo 1

    A su llegada a Antananarivo sesucedieron una serie de trmitesburocrticos exageradamentelentos, algunos dudosamentenecesarios, a los que se aadi unexceso de pereza por parte de lacinta transportadora en escupir lamaleta, retrasando su salida delaeropuerto hasta horas ya tardas.

  • Un taxi, que no lo era, como tantosfurtivos que aguardaban suoportunidad, supo apoderarse de suincertidumbre mientras buscabaintilmente si alguien haba ido aesperarla en medio de unamuchedumbre ruidosa que ya sedesparramaba y la iba dejando sola.Finalmente, cedi ante lainsistencia de aquel hombre que seofreca de transportista y, a lapostre, la condujo hasta laResidencia, circulando con escasa

  • oposicin por calles llenas debaches que dorman con las lucesapagadas el cansancio del bulliciodiurno. Haba que esperar a quellegara el alborear para hacerlaslatir de nuevo. Al cabo de casimedia hora, por fin, lleg.

    La mujer que la esperaba sedespert de su sueo ligero cuandooy el ruido agonizante del motorde un coche que finalmente sesilenci. Se asom con recelo a laventana que daba a la calle y vio a

  • una joven de cabellos rubios yfacciones atractivas recoger suequipaje y pagarle al conductorilegal una suma que deba sersatisfactoria, pues ste acept debuen grado los ariarys extras conlos que no contaba.

    Debe ser la doctora queesperamos se dijo de formatranquilizadora.

    Cuando la ginecloga se quedsola, con su maleta pegada a lapierna delante de la Residencia,

  • lanz una mirada escrutadora al quesera su nuevo hogar y sinti elalivio de haber llegado sin ningunaincidencia. Aspir profundo paraempezar a conocer el olor delnuevo pas. Entonces se abri lapuerta y la mujer de dentro, algorechoncha, de piel oscura y rasgosque denotaban su raza, se atrevi apreguntarle si era la nueva doctoraque esperaban, a lo que laginecloga respondi con unasonrisa cansada y un gesto

  • afirmativo. La mujer malgache se leacerc para saludarla, dndole labienvenida de forma corts perofra, como entre agradecida yrecelosa y, en silencio, la condujohasta la habitacin que sera suapartamento. Con un aire cansino,que reflejaba la hora, acontinuacin le mostr dondeestaban los servicios comunes, lepregunt si necesitaba algo y, sinms, le dese buenas noches.

    Gracias y buenas noches

  • respondi la ginecloga.La puerta de la habitacin, algo

    desportillada, emita sus ltimosgemidos antes de cerrarse del todocuando la mujer pareciarrepentirse de su frialdad oindiferencia y tmidamente la llamdesde el pasillo:

    Doctora! En el HospitalMaterno-Infantil la esperan conansiedad y mucha ilusin.

    Tantas como traigo yo respondi la ginecloga de forma

  • afectuosa y ya complacida.Ahora es muy tarde y debe

    descansar, murmur la anfitriona deguardia antes de repetir las buenasnoches.

    Ojal se adapte pronto,pens mientras se retiraba conandar perezoso.

    Cuando la puerta se silencitras un pequeo empujn que ladej encajada, Juliette barri lahabitacin con una mirada rpidabuscando algn bicho que no

  • encontr. Al saberse sola setranquiliz. Tan slo sac de sumaleta un pijama y se tumb en lacama rendida por el viaje largo y laexcitacin vivida, entregndose aun sueo profundo.

    Al da siguiente, amaneci conel ronroneo de la vida en laResidencia. Hubo saludos y algunaspresentaciones que apenas laentretuvieron. Ya era un poco tardey se apresur para salir y dedicar lamaana a regular su situacin como

  • cooperante, colegindose comomdico y cumpliendo con otrostrmites en el Ministerio deSanidad y otras dependencias deuna Administracin que tantochocaba con la suya. Todo se hacaa mano. Todo le llamaba laatencin por resultar de otra pocaque no conoca. Nunca haba vividoen un mundo sin ordenadoresCircular y moverse por la ciudadresultaba catico en ese ambientebullanguero. Muchos la miraban y

  • casi otros tantos la transparentaban.Ella los miraba a todos: a los queiban, a los que venan, y a los queno iban ni venan.

    Ya entrada la tarde, por fin,conoci el hospital y a los queseran sus nuevos compaeros. Sepuso a disposicin de todos y deforma algo tmida perodeterminante estableci las basesde su trabajo, aunque la asaltarongrandes dudas acerca de laposibilidad de desarrollarlo con

  • aquellos medios tan precariosBueno, pens, sa era precisamentela razn por la que haba decididopasar un tiempo en un pasconstreido por tantas carencias.

    A pesar de ello, cuando la tardeya se agotaba regres a suhabitacin y estuvo tentada dereintroducir en la maleta lo pocoque haba sacado y al da siguienteregresar tranquilamente alaeropuerto a esperar el primeravin de vuelta. No haba hecho

  • ms que finalizar ese pensamientode abandono cuando unos nudillosgolpearon con suavidad la puerta.Era la otra ginecloga la nativa que trabajaba en el Hospital yquera decirle algo.

    Algn problema? pregunt Juliette.

    No, simplemente queradecirte que no te imaginas cuantoagradecemos que ests aqu ycunto te necesitamos respondirecreando la frase en tono amistoso

  • . Seguidamente aadi:Debes saber que de ahora en

    adelante trabajaremos para ti yharemos todo lo que podamos connuestros escasos recursos para quete sientas lo ms a gusto posible.Tmate los das que quieras paraadaptarte. Aqu no tenemos prisa,slo muchas necesidades Desdeque nacimos estamosacostumbrados a esperar. Creo queantes de empezar con tu actividadsera bueno que te impregnaras de

  • Tana para valorar lo que significaesta otra ciudad apndice en la queestamos: Akamasoa. Ahora talvez pienses en marcharte y volver atu pas, pero si aguantas unos daslo que querrs ser quedarte connosotros para siempre. Si necesitasalgo dmelo y cuando quierasempieza.

    Juliette le dio las gracias entono dulce y afrancesado. Cuandocerr la puerta, acab de deshacersu equipaje del todo y orden con

  • esmero la habitacin. Ya saba quese quedara.

  • Captulo 2

    La maana alboreaba conpereza filtrando sus primeros rayosa travs de un cielo encapotadoamenazando con lluvia. Sinembargo, el verano, ya en laantesala del otoo, todava ejercasu podero y la temperatura del aireque soplaba suave, como movidopor un abanico, era agradable.

  • Juliette lo agradeci. Apenas hacaun par de semanas que haballegado a Madagascar y yaempezaba a respirar en malgache.Hasta ahora tan slo conoca sucapital, ancha y ondulada, conreminiscencias de un pasadocolonial que desde su colinadominante mostraba con impudiciaedificios y mansiones ahoradescuidadas y desteidas, y a suspies ofreca pinceladas sueltas decopias baratas de una modernidad

  • irreal abrumada, casi borrada, porla pobreza y la mugre lujuriosas,ofensivas que se esparcan pordoquier.

    Al salir vio al gato, que por suactitud desconfiada y vigilantedeba estar haciendo guardia, correrveloz con el lomo erizado detrs dealgo que por muy poco se escapvivo, logrando esconderse entre elramaje del seto que enmarca elpequeo jardn que daba entrada ala Residencia. El afortunado deba

  • ser uno de esos roedoressupervivientes que an quedan porla zona, pens mientras acomodabaen la espalda la mochila con elordenador y un buen libro repletode hermosas fotografas y todo tipode ilustraciones sobre Madagascar.

    Con paso tranquilo inici elcamino hacia el hospital por lacalle donde se estabanconstruyendo la iglesia y otraescuela con las piedras de lacantera vecina, arrancadas y

  • domesticadas a golpe demartillazos lanzados por manosinfantiles y de mujeres y hombresque resquebrajaban su pasado yabran los resquicios de un futurohasta entonces inimaginable paraellos. El gallo cantaba su particularmaitines all a lo lejos y la ciudadempezaba a despertarse quebrandoperezosamente el silencio de lanoche con el sonido destartalado delos pocos coches que a esas horastempraneras circulaban por las

  • calles de Akamasoa ciudad delos buenos amigos, la nicacolina de Antananarivo en la que lavida tiene un sentido humano. Pocodespus empezara a llegar el otro,el de la msica ruidosa de unmilln y medio de habitantes que semueven azuzados por la necesidadde sobrevivir, ms que por la devivir.

    Ahora, caminaba sin temor poresas calles annimas flanqueadaspor unas viviendas dignas, todas

  • iguales, que parecan vestidas deuniforme y se mostrabanperfectamente alineadas unas conotras como si se tratara de unaformacin militar, pensando en lalabor tan intensa y profesionalmenteapasionante que tena que afrontaren unas condiciones tan precariasde medios tcnicos y humanos.Aunque haba ledo mucho acercade la vida y las costumbres delpas, la realidad que se encontrdesde su desembarco en la gran

  • isla roja le resultaba ajena eimpactante motivndola aun ms, sicabe, para ahondar en suconocimiento y desarrollar lamisin con la que se habacomprometido consigo misma unao antes en Mnaco. Supensamiento la condujo all, alrecuerdo del da que asisti llenade expectacin y entusiasmo a unaconferencia ofrecida por el PadreOpeka argentino de nacimiento ymalgache de adopcin, albail,

  • futbolista, misionero, escritor,filsofo de la vida, encantador dealmas y forjador de voluntadesfundador, esencia y aliento deAkamasoa, el barrio nacido entrelos escombros, las chozas y labasura que se daban cita en aquelpunto de la periferia de Tana. Elmotivo no era otro que el desolicitar fondos para continuarderrumbando con xito loscimientos de la desidia y delabandono, de tanta miseria que all

  • reinaba hasta que empez acombatirla con su asombrosoproyecto de vida, educacin ytrabajo: un proyecto de esperanza.Cuando apareci y se subi alestrado, su presencia llen todo elespacio y cort la respiracin de unpblico pudiente que abarrotaba lasala. Su poblada cabellera blancase ondulaba en la frentecontinundose en su cada hacia loslados en una larga y densa barbaque alcanzaba hasta casi la mitad

  • del pecho confirindole un halomstico y casi bblico. Sus ojos, decolor azul verdoso, transmitan unamirada profunda y seductora queinspiraba confianza y penetraba enel alma conducida por una vozpotente y bien timbrada quedespertaba la llamada a lasolidaridad. Una emocionanteovacin puso fin a sus palabras y alas imgenes que proyect, quecalaron hondo en las conciencias yatizaron la de la ginecloga. En ese

  • momento, ya supo que algn daella tambin estara all luchandocontra la enfermedad.

    Al aproximarse al hospitalobserv cmo en la puerta deentrada empezaban a agolparsegrupos de familiares de laspacientes ingresadas, mujeresembarazadas y otras queseguramente buscaban ponerremedio a su incapacidad paraconseguirlo; algunas, porquesangraban de forma desmesurada y

  • a destiempo debido a ciclosmenstruales caprichosos y las dems edad porque stos ya habansido sustituidos por unos sofocosque las consuman. El paisaje locompletaban maridos con aspectoinexpresivo o enfermizo que ibande acompaantes, y padres ymadres con nios que sufran todaslas formas imaginables dedesnutricin, con sus vientrecitoshinchados, y tantos otrospadecimientos que reflejaban

  • cruelmente las carencias higinicasy sanitarias en las que viven.Muchos de ellos haban pasado lanoche all, en silencio, esperando aque se abrieran las puertas de unasalud que desconocan. Prontoestara todo dispuesto para iniciaruna nueva jornada de consultasinterminables, en las que lasdolencias que se contaban casisiempre reflejaban ms lasdentelladas que les iba dejando lavida que las de la propia

  • enfermedad.Ahora, Juliette agradeca el

    esfuerzo de las muchas horasrobadas al sueo que habadedicado al estudio de la lenguamalgache durante los mesesprevios, pues eso le permitaacercarse a los nativos de unaforma directa y natural, entrar enellos y leerlos mejor. Cada nuevapaciente le reservaba una sorpresa,que enriqueca sus conocimientosmdicos y humanos. Por eso, desde

  • su llegada, acuda diariamente alhospital con un renovado ycreciente inters por extraer decada historia clnica la otra, lavivida, que corra de forma tanparalela. Su experienciaprofesional, aunque todava corta,ya le haba enseado que laenfermedad y el enfermo son dospartes inseparables, que hay quetratar por igual si se quiere lograrla verdadera curacin.

    Entre saludos de manao

  • ahoana(buenos das) se abripaso con discrecin por medio deese montn dispar de pacientes yfamiliares ansiosos o resignados,que intuitivamente reconocan sucondicin de mdico venida dealgn lugar lejano, apartndose conrespeto para facilitarle el camino.Como de costumbre, salud a losdel Servicio de Seguridad y entren el edificio de ladrillo que habasido construido por los propioshabitantes de Akamasoa, quienes

  • poco a poco iban llenando decontenido una ciudad satlite quedesde su altura arrebataba ladignidad y el orgullo a la otra Tanaque se extenda a sus pies.

    Lentamente, se dirigi hacia sudespacho rastreando con su finoolfato el pasillo al que daban lashabitaciones para tratar de detectarel olor de los nuevos ingresos, o elde las complicaciones surgidasdurante la noche. Al llegar a lapuerta hizo bailar su llave dentro

  • del hueco ms grande de lacerradura hasta que son el clic queanunciaba que ya estaba encajada ylista para ser girada y abrirla. Laluz natural mortecina de eseamanecer nuboso, que tea de grisel despacho, slo se alegrligeramente con el encendido de lanica bombilla que colgaba deltecho y el reflejo de la bata blancaque se puso con un movimientomaquinal. Ese da no tenaoperaciones programadas por la

  • maana, por lo que dispondra dems tiempo para dedicrselo a lospacientes nuevos que acudieran a laconsulta.

    El despacho estabamodestamente amueblado con loms imprescindible. En una de lasparedes colgaba un estante sobradode espacio, que contena algn librode medicina general y otros deginecologa y obstetricia. Lamayora presentaban un aspectoviejo, por desuso ms que por uso,

  • y en su pas ya slo podranencontrarse en poder de loscoleccionistas o anticuarios. Lasilla cruji con un saludo debienvenida cuando se sent mirandohacia el crucifijo que colgabaenfrente; entonces, musit una breveoracin a la que puso finsantigundose con un gestorutinario. Seguidamente, se dispusoa ordenar unos montones de papelessueltos que haba sobre la mesa sinprestar atencin a su lectura. De

  • pronto, unos nudillos golpearon lapuerta y la hicieron chirriar sinesperar respuesta. La enfermeraasom la cabeza dicindole quefuera esperaba una joven que venaacompaada por alguien de laResidencia de Akamasoa.

    Quin es? Sabes qu tiene?No. Estoy escribiendo las

    grficas de la noche y no me diotiempo a preguntar, pero su aspectome resulta familiar y slo s quelleva un tiempo acogida en la

  • Residencia y es una persona muyquerida, segn me hizo saber laacompaante nada ms dirigirse am.

    Hurfana?Lo ignoro, pero intuyo que se

    trata de una de esas chicas quefueron abandonadas, como casitodas las que

    La ginecloga la interrumpi ysin mirar a la enfermera dijo que lecomunicara a la paciente que pasaraella sola. Haba aprendido que las

  • mujeres cuentan ms cosas cuandoestn solas que acompaadas. Encualquier caso es un respeto a suintimidad, pens para s.

    La joven se qued paradatmidamente en la puerta esperandouna seal que la invitara a entrar.Juliette alz la vista y enfrente seencontr a casi una nia. Duranteunos instantes, la escrut sinpestaear tratando de adivinar sumal. Por fin, con una voz suave ytono casi maternal le indic:

  • Pasa y tmbate boca arribaen la camilla que est pegada a lapared.

    Cuando la joven ya estabadispuesta, se acerc a ella y deinmediato percibi un fuerte olordesagradable, diferente al de otraspacientes, que le permitiestablecer el diagnstico de formainequvoca. Sin decir nada, ladesnud con mirada de mdicodurante unos segundos einmediatamente le dirigi otra

  • teida de compasin al tiempo quele coga una mano con un apretnligero, tomndole el pulso de formadiscreta, mientras posaba la otradoblada sobre su frente para sentirla temperatura de su cuerpo. En lahabitacin tan slo se oa unsilencio entrecortado por el ruidodel aire que entraba y sala de unpecho asustado que suba y bajabams rpido de lo habitual. Acontinuacin, se dirigi hacia sumesa y abri una carpeta que

  • contena unos papeles en blanco enlos que escribi unas breves notasacerca de las observaciones queacababa de hacer. En un instantepens en toda la patologaginecolgica que haba visto en tansolo unos das y que en un pasmoderno como el suyo ya casiformaba parte de la historia de laespecialidad, pero ste era elprimer caso que vea de esa lacraque tanto aflige a las mujeres deltercer mundo y que en el suyo solo

  • formaba parte de un pasado yalejano y olvidado. Saba que enfrica subsahariana ms de dosmillones de mujeres la padecen.

    Se dirigi de nuevo hacia lacamilla donde la joven yacatumbada e inmvil, con la miradasombra, triste, indiferente, perdida,apuntando a un lugar impreciso deltecho. Le apret su mano y conconviccin, con voz de mdico,dijo:

    Ya s lo que tienes pero,

  • ahora, lo que me interesa esconocer la historia de tu vida y lascircunstancias en las que se produjoesto, y cmo y porqu llegaste hastaaqu. Si quieres cierra los ojospara mirar hacia dentro y sueltatodo lo que llevas ah escondido,enjaulado, mordiendo tu alma,aadi finalmente con unaentonacin ms cercana.

    Doctora, yo puedo contarletodo, pero tengo pocas palabraspara expresarlo dijo con timidez

  • o vergenza.No te preocupes, yo tengo

    muchas para escribirlo; tsimplemente habla respondiJuliette.

    Tras un breve silencio, la jovenasinti con un gesto decomplacencia y mir a la doctora,ahora dejando entrever un brillo deesperanza y otro de tristeza. Esaspalabras y el contacto con su pielfina le haban transmitido confianzay en sus ojos de color azul muy

  • claro supo apreciar una miradalimpia y un halo de ternura. Luego,gir la cabeza al frente y respirhondo durante unos segundos,mientras la ginecloga se levantpara coger la carpeta en la quehaba escrito un momento antes.Cuando oy crujir la silla y supoque ya se haba sentado, baj losprpados y se adentr en su vidaque ahora emita destellos de luz y,con voz tenue, la empez arememorar desde el principio

  • Juliette escuchaba en silenciotomando notas continuas del relatoque flua de forma ordenada desdeel manantial de sufrimiento yamargura que haba alimentado aaquella nia inocente e indefensa,intercalando sus vivenciaspersonales con otras reflexionesque reflejaban con toda crudeza lavida rural en su pas.

    Tras un prolongado monlogo,la joven hizo una pausa y laginecloga aprovech para hacerle

  • beber un vaso de agua que vaci deun trago. Cuando se sent de nuevole pidi que ahora le hablara de l yde cmo sucedi.

    Al cabo de un tiempo, que se lehizo corto, la interrumpi paracomunicarle que por hoy bastaba.Vea a la joven fatigada y observque su cuerpo temblaba de un froque vena de dentro anunciandocalentura, por lo que procedaingresarla para iniciar eltratamiento cuanto antes. Cuando se

  • encontrara un poco mejor podraseguir viajando por la memoria desus recuerdos

    De nuevo, le cogi la mano yacaricindole el odo con voz suaveas se lo indic.

    Cuando sala del despacho, yaen el umbral de la puerta, la jovense dio la vuelta y mirando a ladoctora le dijo:

    He sufrido mucho, pero aquelgrito pronunciando mi nombrecuando el tren arrancaba y yo corr

  • tras l sin alcanzarlo fue unapesadilla constante que arrastrodesde entonces y aun hoy no hepodido olvidar. Cuntas nochesoyendo aquella voz retumbando enmi corazn hasta que el sueo,imitando al tren, la alejaba!exclam antes de desaparecer trasla puerta.

    Juliette frunci el ceo sin decirnada.

  • Cuando se qued de nuevo solaen el despacho, una emocincontenida humedeci sus ojosmientras ordenaba los papeles enlos que haba anotado todos losdetalles de aquel monlogo, solopuntualmente interrumpido conalgunas preguntas para hurgar en loms hondo de sus sentimientos opara ayudarle a expresar su visinde la vida desde su perspectiva ycultura primitivas. Los guard

  • cuidadosamente en el cajn yseguidamente escribi de formaescueta y clara los datos clnicos yel diagnstico en otra carpeta antesde continuar con su trabajo. El restode las pacientes que atendipresentaban patologas mscomunes con las que estaba desobra familiarizada, por lo que nopoda evitar pensar una y otra vezen la historia que haba escuchado aprimera hora de la maana.

    Al finalizar el da, se encerr en

  • su despacho con algo de comidaque le proporcionaron en la cocina.No tena apetito y apenas tardnada en saciarlo. Recogicuidadosamente los restos quesobraron y los deposit bienenvueltos sobre una mesa auxiliar.Seguidamente despej la suya parahacerle un hueco al ordenador. Alencenderlo, la pantalla se ilumincon la mirada penetrante de unosgrandes ojos oscuros con tintes demiel que dejaban en segundo plano

  • el resto de las facciones de aquellaotra nia que la asonada dejhurfana de padre y ahora estabaingresada enferma de soledad, peroque con su inocencia se habadejado fotografiar sonriente el daque la conoci y, desde entonces,configuraba el salva pantallas de suporttil. Instantneamente ledevolvi una sonrisaapesadumbrada mirndola fijamentea sus ojos, mientras esperaba a quesu imagen fuera sustituida por la

  • pgina en blanco con el cursorpestaeando indicndole que yapoda empezar a escribir.

    Antes, le ech un vistazo rpidoa aquellas otras hojas llenas deanotaciones escritas por ella pararefrescar algunos datos, aunque casino le hubiera hecho falta, pues en sumemoria retena vivamente latotalidad de la narracin.

    Cuando, por fin, ya iba a

  • empezar a teclear, los dedos sequedaron suspendidos en el airedudando sobre que letras bailar.Apenas sin pensarlo, los recogisobre su regazo al tiempo quemiraba pensativa hacia la camillavaca en la que, sin embargo,perciba ilusoriamente la imagen dela joven de la maana. Corrieronunos minutos en esa actitud hastaque, de pronto, la cabeza le dio laorden de arrancar:

  • Nia de unos quince aos deedad, aunque aparenta ms, queacude a la consulta por

    En ese punto interrumpi laescritura y, acto seguido, decidiborrar todas las palabras. Entonces,apoy los codos sobre la mesa ycruz las manos bajo su mentn,reposando as la cabeza paraintentar ordenar sus pensamientos ala vez que miraba alternativamente

  • hacia la camilla y a la pantalla delordenador, hasta que de nuevocogi los papeles con sus notas ylos reley despacio. Cuando acabmir el reloj y, al darse cuenta de lahora que era, decidi que pasara elresto de la noche en el despacho.Sali al pasillo y se dirigi alcuarto donde estaba la enfermera,que en ese momento registraba lasconstantes de alguna paciente. Alver a la doctora se extra, puesnadie haba requerido su presencia,

  • pero enseguida la tranquilizdicindole que tena que elaborarun informe y eso le ocupara untiempo, por lo que haba decididoquedarse trabajando hasta que lofinalizara. Le pregunt porVohilaba y la enfermera lecomunic que, aunque segua confiebre, estaba tranquila y a esa horadorma.

    Mientras caminaba sin prisa

  • hacia su despacho, tom la decisinde documentar aquella historia: nocomo meras notas clnicas, sinocomo un testimonio de la vida realen Madagascar. Antes de sentarse,se sirvi un caf, que saborelentamente sin apartar su mirada dela camilla en la que ahora se vea aella misma all tumbadasuplantando de forma imaginaria ala joven, fundiendo as ficcin yrealidad.

  • Una vez delante de la pantalla,casi sin ser consciente de ello, susdedos se abalanzaron sobre elteclado y empezaron a tamborilearsin tregua. La voz de la jovensonaba ahora en silencio y laginecloga la tradujo a su manera

  • Captulo 3

    Nac en un poblado sin nombre,que no figura en ningn sitio y vivaen una cabaa al borde del ro quese mueve entre los bosques,rodeada de otras pocas chozuelasen donde tambin habitaban msnios: algunos menores y otrosmayores que yo. En realidad,ninguno conocamos bien nuestra

  • edad, que podra saberse por elnmero de veces que empieza o seacaba la estacin de las lluvias.Para nosotros es lo que determinanuestra supervivencia: si hay agua,hay cosecha; y si no, hay hambre.

    Pero qu importa la edad?Para las mujeres de nuestras aldeasy poblados, las edades de lainfancia vienen selladas por lastareas que hacemos a partir decuando ya podemos cargar connuestros hermanitos menores, a los

  • que tenemos que cuidar mientras noestemos lo suficientementedesarrolladas como para soportarotros pesos que pronto sernnuestros postizos en la cabeza o enla espalda, dobladas por el agua ola lea que transportamos parapreparar un puado de arrozdisimulado con otras hierbas comonuestra nica comida diaria.

    Tampoco supe nunca la edad demi madre, que ya se hizo vieja nadams unirse a mi padre cuando

  • todava era una nia y la vendierona su marido a cambio de una cabrapara poder mojar con leche la sedde la familia. De noche, dorma ennuestra cabaa, all acurrucada,como si de uno de nosotros setratara.

    Mi madre deca que susantepasados los merina erandescendientes de los esclavosnegros que tanto tiempo anteshaban escapado del hambre y deltrato al que eran sometidos por

  • otros grupos que los considerabaninferiores por el color ms oscurode la piel.

    Tuve algunos hermanos que noconoc y otros que vi morir. Al finalyo era la mayor de tres. A vecestena que cuidarlos mientras mimadre lavaba los trapos de ropa enel ro, acarreaba agua o recoga dela tierra o de los rboles algo quepudiera servir de comida. Otras, lasms, tena que ayudarle a ellamientras la hermana que me segua

  • cuidaba del ms pequeo.Mi padre sala de la choza antes

    del amanecer envuelto en la mismaropa con la que se acostaba, lanica que tena. La parte de arribade su cuerpo la cubra con unosandrajos de tela con forma decamisa que tapaba con lo que en suda debi ser una chaqueta, y la dedebajo con otros a modo depantaln que le llegaban hasta lasrodillas, dejando al descubiertounas piernas enjutas vestidas con

  • una piel ajada y callosa, preparadaspara hundirse en el agua y el barrode los arrozales.

    La mayor parte de las veces sudilogo con mi madre y nosotrosera tan solo a travs del sonidospero y tenue de sus piesdescalzos al andar, acercndose oalejndose, pues no haba ningnotro rito que marcase la diferenciaentre acostarse y levantarse. Slos que cuando se iba coga un palolargo con una cuchilla curva y

  • afilada en uno de los extremos, queera el nico objeto de trabajo deque se dispona en la cabaa, loapoyaba sobre el hombro yentonces desapareca. Cuandollegaba por la noche, se tumbaba ensilencio y cerraba los ojos vacosde esperanza para recobrar unasfuerzas intiles, que sloconseguan traer despojos de latierra y de la vida.

    Aun era peor si algn da notrabajaba. Entonces desapareca y

  • volva tambalendose con la miradaperdida en un futuro que paranosotros no exista, esbozando unasonrisa enferma que abra laventana a una lengua que seasomaba cada hacia un lado entredos hileras de dientes llenas dehuecos. Si poda hablar era parabalbucear algo ininteligible yreprocharle violentamente a mimadre su infortunio, o parapenetrarla sin otros prembulosante la mirada temerosa y atnita de

  • nosotros. En sus escasos momentosde lucidez, a veces, se lamentaba deno haber tenido la suerte de podercomprar un carro con ruedas o unpousse-pousse para transportarcosas o personas de un lado paraotro cuando an tena fuerzasuficiente para ello, all en elpueblo donde naci: en la regin delos antandroy, a varios das demi aldea.

    Ah! me llamo Vohilaba ysiempre fui menuda, como la gente

  • de mi raza. Hasta mucho tiempodespus no conoc bien mis rasgos,pero los intua al verlos reflejadosen las aguas del ro. Saba que misojos son oscuros, como si hubieranpegado ah dos trozos redondos demi piel, y senta que mi expresinera dulce.

    Nunca haba tenido nada, igualque el resto de los nios de laaldea, pero nos inventbamosjuegos como el de saltar con unaliana; o hacamos una bola con

  • hojas que atbamos con races finasque transformbamos en cuerdas y,formando dos grupos, le dbamospatadas hasta meterla entre dospiedras que colocbamosenfrentadas a otras dos, a ver quienla colaba ms veces a un lado o alotro. A veces fabricbamos un arocon tallos tiernos que se dejabandoblar hasta unir un extremo con elotro, y corramos detrs de lempujndolo con un palo; osimplemente bailbamos al son de

  • las canciones que aprendamos denuestros mayores. Todo eso noshaca rer y sentirnos felices en esetramo tan corto de nuestra vida,mientras somos mitad nios mitadmadres o padres.

    Cuando enfermbamos de algoapareca una mujer que trataba a lasmujeres y un hombre que haca lopropio con los hombres: son losOmbiasy (brujos, curanderos).Haba que ir a buscarlos a otraaldea ms grande, a ms de un da

  • de la ma, y eran las personas mspoderosas y respetadas de toda unrea que, entonces, no alcanzaba aimaginar. Iban y venan con unascestas o sacos en donde guardabanmuchas hierbas distintas, y despusde examinar al que estaba sufriendorecitaban con solemnidad unasfrases para nosotros ininteligibles,invocando con la mirada perdida al o s Razana (espritus,antepasados divinizados) o a no squ cosas u objetos extraos. Al

  • rato, hacan una seleccin quemezclaban y trituraban hasta quesala un jugo que nos hacan beber,o una pasta que aplicaban sobre lapiel en determinados sitios delcuerpo segn la parte que ellosestimaban que era de dondeproceda el mal, haciendopreviamente unas heridas a cadalado con un palo punzante, que nosllenaba de dolor. Si bebamos lapcima, al poco tiempo, sedescompona el cuerpo y los

  • pensamientos se hacan turbios,detrs venan las convulsiones, todose volva borroso hasta desaparecerde la vista aunque los ojossiguieran abiertos, el cuerpo sevaciaba sin control, y se caa en unestado de ausencia hasta que pasabasu efecto, o el enfermo ya nodespertaba porque el brebaje nohaba podido con el mal esprituque haba entrado en la vctima. Sila introducan en la piel, primeroquemaba, luego se producan

  • temblores de fro, que anunciabanla llegada de un calor intenso y, enpoco tiempo, la herida se hinchabay enrojeca hasta que se reventaba ysala un lquido sucio y de un olorque apartaba a los dems. Era comoponer a pelear entre s a dosenfermedades: la buena contra lamala. Unas veces ganaba la buena yotras la mala, que, entonces, sellevaba la vida como trofeo por suvictoria. Segn qu circunstancias,a veces nos tratbamos nosotros

  • mismos utilizando el instinto, y casisiempre era mejor.

    Un da, la enfermedad mala sellev a mi madre

    Todo empez por la picadurade un mosquito, como le habapasado a dos de mis hermanos: unoque conoc y otro que se fue antesde que llegara yo. Estaba mi madrehaciendo el fuego de la noche, en elque calentaba en un cuenco el aguadel ro para cocer el arroz y lashierbas de adorno con las que como

  • cada da engabamos al estmago.Sinti como si se pinchara con algoque no vio y se asust recordando asus hijos perdidos. No s cuntotiempo despus, un atardecer,bruscamente, empez a temblar defro, luego a arder por dentro yperdi el conocimiento. Mi padreaun no haba llegado, mis hermanosmiraban y lloraban asustadosmientras yo le pona unos traposmojados en agua fra por todo elcuerpo, hasta que poco a poco

  • empez a despertarse de sumalaria. Estos episodios serepetan peridicamente, marcandolos tiempos de un caminar rpidohacia la muerte.

    Ella no deca nada, pero cadavez se mova con ms dificultad yya me peda ayuda para todo. Unda, me fij que tena el vientrehinchado, como si de repente sehubiera quedado embarazada yestuviera a punto de parir. Aosdespus, supe que ese abultamiento

  • era producido por la hinchazn delo que tenemos dentro flotando enun lquido ah atrapado que no ledejaba respirar.

    Mi padre, en el nico momentode ternura o cario que le videmostrar a mi madre, trat deinformarse de si en la gran ciudad,a varios das de distanciacaminando, haba otros chamanesque pudieran curarla, pero ella yano poda andar y no tenamos nadapara vender, que nos hubiera

  • permitido viajar en algunacamioneta de las que a vecescruzaban el ro en una u otradireccin.

    Una maana, no se levant delsuelo, cerr los ojos, me cogi lamano y susurr que cuidara de mishermanitos y de mi padre. Fueronsus ltimas palabras antes de quemi padre, ebrio como estaba, latirara al ro: su cementerio. Nisiquiera tuvo fuerzas paraenterrarla. Ese da cambi mi vida,

  • dejando atrs una niez que se llevla corriente del ro a la mismavelocidad que el cuerpo de mimadre, sin tiempo para llorar nipara recordar.

    Mi padre se volvi aun msdistante con nosotros, sus silenciosy ausencias duraban cada vez ms ynunca volv a sentir algo parecido aser inocente o feliz. Con frecuencia,mis hermanitos y yo suframos suira cuando regresaba con el olor delalcohol que se hace con miel, y nos

  • echaba de la cabaa o nos tenamosque refugiar en algn rincn alejadopara no recibir ms golpes hastaque, de nuevo al amanecer,desapareca para buscar algo queya no llegaba a casa, pues lo queconsegua se lo gastaba en beberantes de regresar. Entonces, sin laamenaza de su presencia,volvamos a nuestro pauprrimohogar para descansar del miedo ybuscar algo para comer. Yo ya nopoda jugar ni rer con los nios de

  • mi edad. Ya era madre sin serlo.Mi amiga Alahady trataba de

    ayudarme y su mirada siemprereflejaba el brillo apagado de lanostalgia de otros momentos quehasta ayer compartamos y que tanpoco tiempo haban durado. Ellatambin cuidaba de sus hermanitosmientras su madre lavaba en el roo cocinaba el pescado que traa supadre: un buen hombre que siempredesembarcaba con una cesta llenade peces y cangrejos, parte de los

  • cuales los intercambiaba con losvecinos por lo que ellos conseguande lo que daba la tierra, y otra partelos venda en otra aldea msgrande, a algo ms de un da deviaje.

    A escondidas de mi padre, lamadre de Alahady a veces nos dabacomida o nos haca participar de lasuya, como si tambin furamos sushijos, y eso era una fiesta paranuestros estmagos acostumbradosal vaco, pero era una fiesta aun

  • mayor para nuestros corazonesrotos. Eran mis mejores amigos ylos quera ms que a mi padre.

    De tarde en tarde, vea cruzar elro en la barca a unas mujeres quese cubran la cabeza y su piel conunos trapos raros, como si tuvieranfro, aunque no lo hiciera, o lesdiera vergenza ensearlas.Siempre iban en un coche y se erael nico signo de civilizacin queyo conoca y que nunca entend. Sinuestra barca se mueve porque los

  • hombres tiran de una cuerda que vade un lado a otro del ro por qua un coche no es necesarioempujarlo o tirar de l para queande? Tampoco me importabamucho saberlo.

    Un da, Alahady me comunicque a partir de la siguiente luna iraa una escuela que haba en un granpoblado, comparado con el nuestro,donde vivan esas mujeres raras en

  • unas casas de verdad y enseaban alos nios a leer y a escribir, lesdaban de comer y los alojaban enunas habitaciones donde dormansobre un suelo blando que estabaencima del duro sobre unos palosque lo sostenan. La habitacin eragrande y haba muchos de esossuelos blandos cubiertos con unastelas que estaban limpias, y podasapoyar la cabeza sobre algo quepareca un tronco de madera, peroque no lo era, y se hunda sin crujir

  • cuando la reposabas paradescansar. Tambin haba unasbolas vacas, como lunas llenas dediferentes tamaos, que de repentedaban luz. Su padre le habacontado todo eso.

    Yo no saba en qu consistaleer o escribir ni para que serva.Nunca haba visto un papel escrito.Tampoco me imaginaba lo que erauna escuela; ni aquello quellamaban cama o almohada; ni porqu para dormir haba que meterse

  • entre unas telas como si fueras untrozo de pollo entre dos rebanadasde pan; ni para que se necesitabanesas bolas de luz, con lo bien quevemos nosotros en la oscuridad.

    Mi vida, hasta entonces, sehaba centrado en cuidar a mishermanos, ayudar a mi madre yesconderme de mi padre para tenerel premio de una comida diaria. Yonunca haba salido de mi aldea decabaas y mi padre no quiso o supoexplicarnos cmo vivan en otros

  • sitios ms grandes, como en el quel haba nacido.

    Estaba muy triste porque miamiga se iba a ir y sin ella ya nadasera igual Tal vez no volvera, ose convertira en una personaextraa para m o, peor an, yoacabara siendo la extraa paraella. Nunca regres.

    Al poco tiempo de marcharse,una noche, sent un dolor extrao aambos lados por debajo delombligo Me mantuvo despierta y

  • asustada. Estaba acostumbrada atener dolores frecuentes en otraspartes del vientre como todos losdems nios, pero nos resultabanfamiliares porque eran producidospor la agitacin de nuestrosparsitos, cuando llevbamostiempo sin darles de comer.Aquello era distinto. El dolor erafijo y yo tena una sensacin nueva.De pronto, sent que algo hmedoresbalaba entre mis piernas, peropoco despus el dolor fue

  • disminuyendo y, sin darme cuenta,me dorm. Cuando la luz delamanecer entr por las rendijas dela cabaa, mi padre ya no estaba yme atrev a salir a ver que era aquellquido que segua fluyendo acuenta gotas como si estuvierallorando por un sitio nuevo. Mifalda estaba manchada de sangre ycomprend que esa noche me habahecho mujer.

    Antes de morir, mi madre mecont esa extraa transformacin

  • que se produce en nosotras. Fue unda que estaba bandome desnudacon otros nios en el ro y ellaapreci que las dos manchasoscuras que adornan mi pechoempezaban a crecer y a abultarse.Los nios las miraban con unamirada pcara y sonrean cuando lasdejaba ver o las intuan bajo unablusa rada y transparente. Habahecho de madre antes de ser mujersin que mi vida cambiara, pero apartir de ahora todo sera distinto.

  • Pas del circuito de los nios al delos hombres Los juegos inocentesya iban a ser para siempre un breverecuerdo del pasado y el primeraviso de mi recin estrenadaadolescencia no se hizo esperar. Elolor de mi cuerpo cambi y empeca atraer a los chicos que, ahora,queran jugar a tocarme. Esperabana que fuera al ro, para observarmemientras me inclinaba para lavar laropa. A veces suceda que a laventana de mi blusa se asomaban

  • inocentemente dos pechos tiernos yfirmes, que flotaban en el aire y sebalanceaban alegremente con mismovimientos. Tambin, me mirabancuando la ropa mojada se cea ami cuerpo, menudo pero bienformado.

    Un da, con la complicidad delatardecer, uno de ellos, de carcterviolento, me abraz con gestosobscenos cuando volva con la ropalavada en una cesta que portabasobre la cabeza con todo su peso y

  • ninguna capacidad paradefenderme. La madre de Alahadyoy mis gritos y amenaz con furiaal que quera profanar mi intimidad.Todo acab ah, pero fue el iniciodel rechazo al contacto con unhombre, que no se suavizara hastamucho tiempo despus

    Una noche mi padre apareci enla cabaa con otra mujer y nos echa dormir fuera. Mi hermanito Vary ymi hermanita Siramamy lloraron ensilencio, dejando resbalar sus

  • lgrimas hasta mezclarse con losmocos que siempre adornaban sunariz, mientras yo, abrumada,envuelta por la tenebrosidad de lanoche, recordaba intensamente anuestra madre. La vida nos cambiy de qu manera. Aquella mujer, yaajada por la vida, se pasaba el dasentada esperando la llegada de mipadre, y, de noche, se entregaba a lpor un puado de comida que nosrobaba a nosotros.

    No tard en darme cuenta que

  • para mi padre yo ya era un estorboaprovechable. Siramamy ya podasustituirme en las labores derecoger los palos para encender elfuego, buscar el agua y la comidaque encontrara en el fango de losarrozales ms cercanos al ro y,cuando se poda, lavar los traposcon que cubramos nuestroscuerpos; y Vary, el pequeo Vary,andaba y jugaba slo con los otrosnios de su edad, apurando conalegra los pocos aos que le

  • quedaban de una niez hurfana desentimiento.

    Una maana, que estabalavando, la madre de Allahady seacerc a m y me dijo que mi padreestaba buscndome un hombre paraque le diera hijos. Las mujeres denuestras aldeas, nosotras, notenemos otro valor para el hombresusurr mirndome con ojosbrillantes y humedecidos. Yo nopoda dejar a Vary y Siramamy,pero comprend que mi tiempo a su

  • lado se haba ido. Un da, mi padreme present a mi futuro marido, quehaba robado un ceb paraentregrselo a cambio de m. Era elchico que violentamente me habaasaltado aquella tarde. La memoriade mi madre me volvi a inundar ysu ausencia me desgarr.

    Cuando se lo cont a Vary ySiramamy me miraron mudos consus ojos como castaas a travs deuna cortina de agua que losempaaba, sin comprender que

  • haban hecho para que los privarande m, que era lo nico que tenan.La boda se iba a celebrar en cuantovolviera a salir el sol. Esa nochellor amargamente.

    Mi futuro marido viva al otrolado del ro y trabajaba tirando dela cuerda de la barca quetransportaba a las camionetas quede tarde en tarde cruzaban de unlado a otro, yendo o viniendo desitios que yo no conoca niimaginaba.

  • El da que fui vendida secelebr con una comida de hierbas,arroz, pescado el que nos regalel padre de Alahady y cocin contodo esmero su madre, y carne deunos pollos, que corrandesesperados escapando del fuegocuando supieron que iban a ser unaparte del festn. Acompaando lacomida, los hombres beban unlquido, que al pasar abrasaba laboca y, poco a poco, les producaprimero una alegra babosa, que

  • apenaba en vez de contagiar, yluego los iba dejando tirados por elsuelo respirando a bocanadas como los peces cuando salen delagua y agonizan. A partir de esemomento ya eran incapaces delevantarse para cantar o bailar.

    Cuando el da languideca, y yasolo quedaban los despojos de mifiesta ms triste, la madre deAlahady me llev a un aparte.Primero, me abraz con ternura yluego, entre mis disimulados

  • gemidos, me puso entre las manosun pequeo objeto de madera paraque siempre lo llevara conmigo: unody (amuleto) al que pudieraaferrarme para ayudarme a lucharcontra la soledad de una vida que,al lado de una persona que noquera, me iba a resultar hostil.

    Esa noche, el novio, ebrio dealcohol y de deseo, me rompi pordentro llenndome de dolor.Cuando se apart de m apretfuerte mi amuleto. Apenas dorm.

  • Las horas despierta las ocuparon latristeza, el miedo y laincertidumbre. Mi padre meabandon a una suerte que nobusqu ni dese, obligndome adejar a los que tanto quera y tantome necesitaban.

    Cuando se esfumaron losvapores del alcohol y sexo que lohaban dejado tumbado, mi maridose incorpor y se moj entero en elro, metiendo y sacando la cabezadel agua varias veces para enfriar

  • sus calores. Ya vestido, me apurpara emprender la huida de la aldeapara siempre.

    Cmo es esto? Por qu? Ymis hermanos?, le pregunt asustaday empezando a temblar otra vez.

    S que tarde o temprano losbuscadores del ceb robado darncon el ladrn No tenemos otraalternativa que marcharnos lejos.An no amaneci y ste es elmomento. No hay nada que pensardijo con tono rudo, casi

  • amenazante.No hubo tiempo a ms. Tuve

    que aceptar su decisin de huir demi pasado sin posibilidad alguna denegarme. Cumpliendo supremonicin, casi al tiempo que am me robaron mi dignidad, a mipadre le robaron a su hija, ahoraconvertida en ceb.

    As empec una nueva etapa demi vida. Por entonces, supe quetena ms o menos 13 aos.

  • Captulo 4

    Juliette interrumpi la escriturapara tomarse un breve respiro. Hizocrujir de nuevo la silla al levantarsepara preparar otro caf, que sorbison calma asomada a la ventana. Lanoche mostraba quietud. Una brisasuave arrastraba nubes que jugabana apagar y encender la luz de unaluna creciente.

  • Durante un rato, dej que el airemoviera su cabellera rubia, quetanto le llamaba la atencin a lasnativas; ellas luciendo su pelo duroy rizado pegado a la cabeza, comosi fuera una almohadilla paraamortiguar el peso de vasijas llenasde agua, cestas de hierbas y grano,racimos enormes de bananas otroncos de madera: susherramientas de supervivencia. Olaa mojado, por la lluvia cada en lasltimas horas, y pudo aspirar con

  • agrado esa humedad tan distinta a laque desprenda la joven Vohilaba.

    Se sent de nuevo, mir otravez hacia la camilla, y cuandovolvi a fijar su vista en la pantalladel ordenador, con el cursor enestado de espera intermitenteinvitndola a escribir, en su interioroy la voz silenciosa de Vohilaba,ahora hablndole de su marido

    Se llama Razafindra y vio la luzen un lugar al sur de las tierrasaltas. Su aldea est en el medio de

  • nada, a muchas horas de camino delpueblo por el que cruza unacarretera que, en muchos tramos, elbarro hace intransitable durante lapoca de las lluvias. Su padre sededicaba al pastoreo y trabajabapara alguien que viva en el pueblo,que se hizo prspero gracias a esanaturaleza que da comidainagotable a manadas de cebes: elmejor amigo y el bien ms preciadoque tenemos los malgaches.

    Razafindra era el mayor de 4

  • hermanos y acompa a su padredesde que tena recuerdos en sumemoria. Se levantaban antes deque saliera el sol y no volvan hastala noche. Su madre cuidaba de losotros hermanos y, todos los das,recorra mucha distancia pararecoger agua y preparar el granoque constitua la base de la comidadiaria.

    l se lamentaba de que no habatenido infancia, pues sus nicascompaas fueron los cebes y su

  • padre, y, desde poco tiempodespus, el hermano que le segua.Su mayor riesgo era el de tener queenfrentarse a los ladrones decebes, que los roban para engrosarotras cuadras o para demostrar elvalor y el amor a una pretendida,an sabiendo que si los descubrensu destino es huir o acabar muertosa manos de los hombres quedefienden los intereses del amo.

    Un da desafortunado, su padrecansado de la miseria de un salario

  • de subsistencia, se vendi por unpuado de ariarys a un tratante deganado que le propuso mirar paraotro lado durante la noche, dejarseamordazar y golpear levemente pero aparentando una accinviolenta permitiendo as que seesfumasen una gran parte de loscebes, con los mejoresejemplares. Cuando quiso cobrar larecompensa, fue rechazado yamenazado con ser delatado a suamo, lo que finalmente ocurri. Por

  • eso tuvieron que abandonar laaldea, igual que nosotros.

    Escondidos entre las hierbasaltas como los leopardos supadre y l aguardaron sin moverse aque el sol se acostase, para correr acasa y despedirse de su madre yhermanos por un tiempo que ya fuedefinitivo.

    Sus perseguidores, siguiendolas rdenes del amo, tenan elencargo de hacer desaparecer a supadre; y si no lo encontraban se

  • vengaran con l. Estuvieron todo elda merodeando alrededor de sucabaa sin encontrar a sus presas.Cuando, al fin, los esbirrosdesistieron de esperar por ese da,se despidieron de su madreviolndola en presencia de sushermanos. Esa noche, con poco msde diez aos, los mismos que unode los cebes favoritos de su padrepor eso saba su edad,Razafindra aprendi que la fuerza yla violencia eran ms poderosas

  • que el sentimiento Entonces,decidi adiestrarse en su uso parasobrevivir.

    Juntos, su padre y lemprendieron la partida andando denoche, guiados por la oscuridad, ydescansaban de da, siempreocultos. Tardaron ms de una lunaen alcanzar los bosques deplataneros y ravenalas, donde lanaturaleza era generosa enalimentos que les permitan seguirsu huida a ninguna parte.

  • Un amanecer, al llegar a unaaldea a orillas de un ro, el padredecidi que se quedaran all hastaque pasado un tiempo, en el que laedad ya los habra hechoirreconocibles para sus vengativosverdugos, pudieran volver a buscara la madre y hermanos para traerlosa esta nueva vida. El padreconsigui una azada, comorecompensa a varias jornadas detrabajo cargando bultos quetransportaban por encargo,

  • doblados por su peso durantemuchas horas cada da. As pudoempezar a construir la choza,cortando troncos y hojas deravenala, hasta que, por fin,tuvieron cobijo al amparo de laslluvias que ya haban comenzado.

    Ahora vivan a orillas del ro ycasi todos sus pocos vecinos eranpescadores. El padre tambindecidi serlo. No quera volver atrabajar para otros.

    Cuando acabaron de construir

  • la cabaa, cortaron un troncoancho y largo, lo ahuecaron, lodestecharon, le dieron forma, y loconvirtieron en una barca. Hacerlos remos les result mucho msfcil.

    La ginecloga interrumpi laescritura y abri su libro gua deMadagascar, para contemplar lashermosas fotografas quemostraban esos lugares en los quela tierra se desparrama hacia lasinmensas llanuras de la sabana de

  • Isalo, donde haba nacidoRazafindra.

    Al rato, la voz de Vohilaba, quea esas horas descansaba tranquila,volvi a sonar muda en sucerebro

    A los pocos das de nuestrahuida, cuando el sol apuraba susltimas luces colndose como unabola roja all al fondo, nostopamos con un ro bordeado poruna vegetacin espesa, queocultaba unas pocas chozas en las

  • que la vida no se notaba.Razafindra me orden permaneceren un sitio hasta que l volviera deinspeccionar la orilla. Apenastard en reaparecer. Se mova gily silencioso entre los ramajesdensos que nos ocultaban. Alllegar a mi lado se sent y,susurrando sus palabras, dijo:

    Hay una barca a pocadistancia de aqu. Aprovechandola luz de la luna, cuando tenga lacerteza de que la aldea duerme, la

  • cogeremos para cruzar al otrolado. La distancia es corta param. T lo nico que tienes quehacer es seguirme en silencio ydejar de temblar.

    No s cunto tiempo de lanoche haba pasado cuandoRazafindra, de pronto, seincorpor y siseando, casi sin quelo pudiera or, me apret el brazotirando de m y dijo:

    Chist! Vamos!Yo le segu en silencio, pero

  • temblando. Me hizo subir a labarca. Apenas acababa de ponerlos pies encima cuando, con unmovimiento rpido, desat el nudode la cuerda que la mantenaanclada a la orilla. Lo siguienteque vi fue a l tirando con fuerzade la otra cuerda que una las dosorillas, mientras ya nosalejbamos. Entonces se oy ungrito amenazante, que le dio msvelocidad a nuestra huida. Cuandodesembarcamos, corrimos durante

  • un rato hasta que encontramos unclaro donde pasar la noche. Nohaca falta hacer fuego. La lunaestaba encendida y brillaba. Yo,agotada y temerosa, me dej caersobre la hierba y empec a lloraren silencio. Razafindra se tumb ami lado y con voz pausada mehabl as:

    Pronto aprend a sentir elmordisco del pez en el cebo y meresultaba fcil conseguir laspresas. Con el paso del tiempo me

  • fui desarrollando fsicamente, elsexo brot de pronto en mi vidacasi sin darme cuenta, como lohacen las flores en la primavera, yempec a desear satisfacer miserecciones. No tena amigos, puesnunca fui nio. Mis relaciones,hasta entonces, haban sido mipadre y los cebes, mi espacio dejuegos la cuadra, y slo era capazde expresarme con pocas palabrasy de forma autoritaria, como sitodo lo que me rodeara fuera

  • ganado. Al final acaba siendo unocomo ellos. Me pasaba el daremando de un lado a otro del robuscando los bancos de peces,para que fuera mi padre el quesentado lanzara el hilo con elcebo, esperando a notar el tirn.As, consegu endurecer mismsculos y empezar a hacermetemer entre los chicos de mi edad,que me vean ms fuerte que ellos.Poco a poco me fui cansando deese trabajo. Comamos pero no

  • progresbamos. Mi mundo sereduca a mi padre, el agua y lospeces, con los que adems nopoda hablar.

    Cuando dej atrs la niez,vea con envidia como dos jvenesde la aldea de enfrente y otros dosde la ma trabajaban tirando delas cuerdas para cruzar la barcade una a otra orilla, transportandogente y, de tarde en tarde, algnvehculo. Me atraa cambiar miactividad, pues ese trabajo me

  • permitira relacionarme conhombres de mi edad y otraspersonas, y me abra un mundonuevo. El trabajo era sencillo, slohaba que tener algo de maa y unpoco de fuerza de la que yoandaba sobrado para moverunas tablas que se sujetaban sobrelos bidones que las sostenan.

    Un da, uno de los chicos seaplast un pie que le quedatrapado entre la barca y la rampade desembarcar. Nunca ms pudo

  • volver a hacer el trabajo debarquero y yo lo sustitu.

    Yo escuchaba temerosa detodo, inmvil, con los ojoscerrados. De pronto, se call y selevant pausadamente sin hacerruido. Algo que yo no o lo habaalertado. Me incorporligeramente y l me detuvo. Conpaso lento, pareciendo flotar sobreel suelo, se dirigi hacia laarboleda cercana parainspeccionar la zona. Ahora si

  • pude or un ruido de ramas y hojasal lado del claro dondedescansbamos. Contuve larespiracin, pero mi cuerpo sepuso a temblar otra vez hasta quelo vi regresar, ya pisando lahierba. No hay que alarmarse:Son los "makis" (lmures)nocturnos, dijo con voztranquilizadora. Ya relajada, merecost de nuevo y volv a cerrarlos ojos. Esta vez, l se quedsentado a unos metros de m y, al

  • poco, se puso a hablar, como siestuviera slo:

    En la orilla de enfrente habauna joven que casi siempre estabalavando ropa, o recogiendo agua,o descansaba sentada, o miraba depie el ir y venir de la barca, aveces con su hermanito colgadosobre su cintura que le haca unhueco para que se acomodara,insinuando unas curvastentadoras. Ella no se dabacuenta, pero sus facciones y su

  • figura aun aniada me atraan, ycada vez que la vea buscaba sinxito la complicidad de su mirada.

    Haba perdido la cuenta decunto tiempo haca que mi padrey yo habamos abandonadonuestro antiguo hogar. Echaba demenos los atardeceres, el airelimpio de la sabana y su paisajedespejado, como dejando ver quedetrs del horizonte de esainmensa llanura hay algo distinto,un porvenir con el que soar. La

  • lejana de mi madre y mishermanos fue difuminando surecuerdo y apenas pensaba ya enellos. Sin embargo, mi padrenunca se pudo desprender de sunostalgia y deseo de volver abuscarlos. Quera ofrecerles unavida distinta, en la que tambinhubiera un hueco para el futuro.Cada vez con ms frecuencia,hablaba de que cuando llegara denuevo la poca seca emprenderael regreso para traerlos y

  • empezar Ahora poda ahorraralgo de dinero, su trabajo no erael de un jornal en forma de unpoco de comida o de unos ariaryspara subsisitir; l era el dueo desu destino y cuanto ms pescarams podra vender.

    A fuerza de coincidir pescando,mi padre acab trabando ciertaamistad con un pescador del otrolado del ro que haba mandado asu hija mayor a estudiar en laescuela de una Misin, gracias a

  • lo cual ahora sabra leer, escribiry tendra conocimiento de cosas ydel mundo, que nosotrosignoramos. Eso le haca soar conque, cuando sus otros hijosvinieran, los dos ms jvenestambin podran ir a esa escuela yabrirles un mundo que para losdems naci cerrado. Yo ya meganaba la vida de otra manera y elsegundo de mis hermanos yahabra superado la edad deaprender.

  • Un rumor, que pareca distintodel de los makis, interrumpibruscamente su voz. Hizo un gestocon la mano para indicarme queno me moviera, sus orejasparecieron erizarse para captarmejor los ruidos de la noche ydirigi su mirada hacia el lugar dela arboleda cercana, de dondeprovena el sonido de unas patasde plumaje aterciopelado, queapenas hacan susurrar a la hierbacon su roce. Rpidamente,

  • identific a un fosa (felino quese alimenta de lmures, su mayordepredador), que debi desorprenderse de nuestra presenciaall y nos observaba a travs dedos puntos de luz inmviles,rasgados, que brillaban en lanoche como las gotas de rocoiluminadas por la luna. Al poco, segir y desapareci entre la malezaal acecho de su presa nocturna.Razafindra se acerc a m y siguihablando sin preocuparse ms,

  • ahora mirndomeAquel maldito da, regres a la

    cabaa ya con las ltimas lucesdel atardecer. Pasaban las horassin que apareciera ningunacamioneta ni personas paracruzar. Los pescadores haca ratoque haban amarrado sus canoas yyo esperaba a que agonizara latarde en la orilla de tu aldea conla esperanza de verte. Ya megustabas. Cada da que pasabavea como se resaltaban ms tus

  • formas dibujando un perfilexcitante, que todas las nochesreproduca con mi imaginacinpara consolarme. Al entrar en lachoza me extra no ver a mipadre y me sent inquieto. Cuandola noche avanz, y segua sinaparecer, pens que, yadesesperado de tanto esperar,haba tomado la decisin de ir abuscar a mi madre y hermanos,partiendo de forma precipitadapara no dar marcha atrs. Por la

  • maana, me llam la atencin nover la barca amarrada y un raropresentimiento se adue de m.Cruc al otro lado esta vez sintransportar a nadie, busqu alque era su amigo y lo encontr ensu cabaa, lo que an me extrams. Le pregunt donde estaba mipadre y, sin responder, dirigi sumirada al ro Luego, supe queaquella tarde se haba alejado unpoco ms de la aldea buscandootros bancos de peces. Cuando

  • orillaba, el cocodrilo, que estabaal acecho, oculto, agazapado,esperando al intruso, dio unlatigazo certero con su cola yvolc la barca, oyndose un gritodesgarrador que slo dur uninstante y se desvaneci en mediode una mancha que volvi a teirde rojo la ribera de la muerte. lno saba que empezaba all. Me lodijo un testigo. Todo, por traerunos pocos peces Todo, parapoder subsistir da a da en una

  • vida plagada de riesgos y dolor.Desde haca mucho tiempo nolloraba y crea que ya no sabrahacerlo, pero no, an me quedabanunas lgrimas que dej resbalarsilenciosamente. Mi padre luchpor mantener a sus hijos yofrecerles un destino mejor. Losdos peces ms grandes que seencontr: uno con forma dehumano y otro lleno de escamascomo si fueran medallas por tantomatar, se tragaron sus esperanzas

  • y le hicieron marcharse, primerode su honor y luego de la vida.Para m empezara otra, ausentede una compaa que ahora tenaque buscar

    La cena de los makis seprolongaba pero sus ruidos ya nome asustaban. Cerr los ojosvencida por el cansancio, aunquecontuve el sueo prestandoatencin disimulada al monlogode Razafindra:

    No me encontraba con fuerzas

  • para volver a Isalo, ni parahacerme cargo de mi madre yhermanos, que ya apenasrecordaba. Haba pasado muchotiempo desde que nos habamosmarchado y yo quera construir mipropia vida. Nada me iba a hacerdar marcha atrs. Ya habaperdido muchas veces y ahora ibaa ganar: por las buenas o por lasmalas. Mi cabeza estaba en lachica de la otra orilla y mi deseono se poda hacer esperar.

  • En ese momento hizo unapausa Yo me incorpor parasentarme fingiendo que estabaincmoda. Entonces me mir y suvoz, dirigindose a m, son algoms fuerte:

    Por fin una tarde te vi lavando,como siempre, aunque el sol yaestaba ms bajo que de costumbrey no haba otra gente en la orilla.En uno de los momentos en los queestando arrodillada inclinaste tucuerpo hacia delante para aclarar

  • en el agua la ltima prenda, seabri la ventana de tu blusa y seasomaron tus pechos firmes quedanzaban de forma excitantesiguiendo los movimientos de tusbrazos al exprimir la prenda sobrela piedra. Cuando te levantastepara recoger la cesta y la elevastepara colocarla encima de lacabeza, mi deseo me ceg. Teesper, para sorprenderte defrente y abrazarte, pero tu grito demiedo paraliz momentneamente

  • mi instinto, y, procediendo de otrolado, o otras voces amenazantesque acudan en tu ayuda y mehicieron desistir. Jur que teconseguira de otro modo: Tuprecio sera el de un ceb.

    No me result difcil comprar atu padre. Pronto y con gusto,acept el intercambio. Consultcon un Mpanandro (adivino,astrlogo), para conocer culsera el mejor momento, y la fechase fij de inmediato Slo tena

  • que robar el animal y eso para mera una tarea fcil Ellos fueronlos nicos amigos que tuve en lainfancia: entendan mi lenguaje yyo el suyo. Saba dnde podraencontrarlos por la informacinque me dio tu padre. En su caminodiario a los arrozales en los quedesgastaba su vida, se encontrabacon grupos de ellos paciendo,esperando el momento para servendidos como vehculos de carga,o mquinas de labranza, o para

  • ser sacrificados y dar alimento. Ladistancia era propicia para quepudiera consumar la accin yentrega en la misma noche. Mejor.As evitara el riesgo de servisto.

    Coincidiendo con la luna en sumomento de luz ms dbil, cuandose convierte en una ua, hice elrecorrido para localizarlos yobservar su rutina desde elanochecer. Tena que esperar aque la luna volviera a ese estado y

  • t, que te habas resistido, serasma.

    Aquella noche, llegu al lugarantes de lo previsto. Ya conoca elcamino y la excitacin me hizovolar. La noche era negra,silenciosa. Tan slo me sentaespiado por los ojos mudos de losmillones de estrellas que cuajabanel cielo, siempre mirando haciaabajo. Cuando comprob que elpastor dorma profundamente,empec a susurrarle al ejemplar

  • ms robusto y cercano mispalabras de confianza y seduccin.Enseguida me entendi. Se acerclentamente hacia m, alejndosesin ruido del resto del grupo, yempez a seguirme hechizado pormis promesas de una comidamejor. Cuando estuvimos losuficientemente lejos como paraempezar a apurar el paso sintemor al ruido de la marcha, mivara y mis rdenes hicieron elresto, para adentrarnos, ya sin

  • riesgo, en el camino de mis deseos.Una lluvia inesperada ytorrencial, como si viniera de lasestrellas que lloraban en silenciomi fechora, borr las huellas yesparci el olor fresco de unavegetacin exuberante que seimpuso al dejado por el nuestro. Elhecho estaba consumado. Alamanecer entregara mi dote.Tena algn dinero y pudecomprar algunos pollos y alcoholpara celebrar el festn

  • Captulo 5

    La noche haba avanzado sinque Juliette fuera consciente de lahora que era La voz deRazafindra se apag cuando lospjaros que dorman en el granrbol que daba sombra al patio alque se abra la ventana deldespacho empezaron a percibir laproximidad del amanecer y, poco a

  • poco, se fueron despertando,recibiendo al nuevo da con sustrinos alegres. Durante un rato seentretuvo dejndose llevar por esameloda alegre que regala lanaturaleza.

    De pronto, sinti el cansancioen los dedos, el cuello y la espalda.Guard el ordenador en el cajn yse tumb en la camilla, esperando aque un par de horas de sueo larepusiera para empezar otrajornada. Seguro que fuera, a estas

  • horas, ya se amontonaban lasesterilidades, las hemorragias y losbultos esperando el momento de laconsulta y de las ecografas quetanto les gustaba hacerse, pens.Cerr los ojos y de inmediato sedurmi.

    Haca un rato que habaamanecido cuando el ruido de unosnudillos llamando a su puerta ladespert de un sueo inquieto.

    Pero qu hora es? sepregunt.

  • Con un gesto instintivo mir elreloj y comprob que apenas habadormido.

    Adelante! dijo con unavoz que son extraa en el hueco deun bostezo. Entr la enfermerapara comunicarle que a esas horasVohilaba volva a tener un pico defiebre. Se desperez rpidamentepara lavarse la cara y recoger supelo desordenado en un moo, antesde dirigirse a la habitacin dondeVohilaba arda. De nuevo, le cogi

  • la mano comprobando su pulsoacelerado y con una caricia latranquiliz dicindole que hacamenos de veinticuatro horas quehaba empezado el tratamiento yque an era pronto para que notarauna mejora. Aplicaron fro sobresu cuerpo tembloroso y, al rato,Vohilaba se fue sumergiendo en unsueo sosegado, profundo,reparador.

    Cuando, apenas tres horasdespus, se despert se encontraba

  • mejor y la temperatura habadescendido ligeramente respecto ala que tena a la misma hora del daanterior. Le comunic a laenfermera que deseaba ver a sudoctora y se pas el da esperandola visita y poniendo en orden susrecuerdos. Quera contrselo tododesde el momento en el que huyeronde la aldea dejando atrs una vidarota

    Ahora, conoca todos losdetalles de lo que haba ocurrido

  • desde que, cobijndose en la noche,iniciaron el camino hacia un lugarincierto, cargando con su equipajems ligero: una hoja bien afilada,l; y la cesta vaca de sentimientos,ella.

    Al finalizar su larga jornada detrabajo, Juliette cogi su bloc denotas y se dirigi a la habitacin deVohilaba, que la esperaba inquietapor seguir contndole su historia.Aunque se encontraba cansada,deseaba conocerlo todo acerca de

  • la vida de aquella joven por la queya senta un afecto especial.Perciba su olor cargado, pero no lemolestaba. Se sent a escuchar yescribir al borde de la cama, dondeVohilaba empez a recordar otravez con voz tenue, a vecesinterrumpida por suspirosprofundos y otras porque noencontraba las palabras y se mordasus gruesos labios esperando a quebrotaran de nuevo. Por fin, elcansancio le pudo y la ginecloga

  • le orden descansar. Con un gestocarioso, le acarici la frente y leasegur que al da siguiente tendrafuerzas renovadas para seguiraflorando sus memorias.

    Cuando la ginecloga cruzabael umbral de la puerta oy queVohilaba, ya sin dirigirse a nadie,susurraba:

    No s si se podr dormirpensando en aquel cuerpecito queno pudo salir y nunca pudeestrechar

  • La ginecloga se detuvo un rato,de espaldas a la habitacin, conesas palabras retumbando en sucabeza de mdico y en susentimiento humano. Entonces, sedirigi con paso firme a sudespacho y cerr la puerta conllave para que nadie lainterrumpiera. Primero, estuvocotejando las notas que habatomado con las descripciones yfotos que encontr en su libro guade referencia, para ubicar los

  • lugares en los que presumiblementediscurra la historia de Vohilaba. Acontinuacin, sac el ordenador delcajn y se puso a escribir. Una luztenue, la justa, iluminaba lahabitacin La voz de Vohilabasonaba imaginaria acompasadapor el ruido rtmico del teclear, conpausas estudiadas para tomarse unrespiro y darle nuevos mpetus aunos dedos que volaban avanzandosobre el sendero que haba trazadola vida en aqul cuerpo que se

  • quera deshacer de los temblores dela infeccin.

    No s si algn da llegu asentir por Razafindra algo parecidoa querer, pero aquella noche dormen paz. Antes del amanecer, nospusimos en marcha y caminamosdurante todo el da y gran parte dela noche entre bosques deravenalas, alejndonos todo lodeprisa que podamos de un pasadotan cercano como ya lejano, sin otrorumbo que el que indicaba el

  • instinto de supervivencia, hasta quela fatiga y el tenue calor de unnuevo amanecer nos permiti undescanso en un territorio arbolado,propiedad de los makis, que nosvigilaban con ojos de asombrodesde las copas de los rbolesfrondosos que escuchaban ensilencio el palmeo de losgigantescos bambes.

    Los das siguientes, anduvimosdurante largas horas por senderosde tierra sembrados de piedras y

  • pinchos que los pies desnudos nosentan. Cruzamos furtivamentealdeas de chozas donde sereproduca el mismo estilo de vidaque conocamos: hombres sentadoso andando hacia ninguna parte, quemiraban con indiferencia a esapareja de desconocidos que pasabacon su equipaje de carencias;mujeres o nias con pesadas cargasen su cabeza y dos ojitos curiososasomando a su espalda; gallinas ysus polluelos piando que corran de

  • un lado para otro sin sentido;cerditos atados dando cuenta de losrestos de basura, o metiendo sushocicos siempre sucios en la tierrabuscando tubrculos o gusanosescondidos; y nios con mocos yasecos y pegados como palos, orecin salidos y an espumosos, ylos vientres hinchados comobalones en cuerpecitos desprovistosde carne. Comamos las hierbas ylos frutos que podamos, y cuandoel hambre arreciaba siempre haba

  • una gallina ingenua que la calmaba.Tras aquella confesin, que

    supuso el nico momento que sentsu persona, Razafindra noperdonaba la llamada del sexo lasuya y, aprovechando cualquierdescanso, vaciaba su deseosustituyendo su mano por el huecoque me haba horadado. Yo lonico que senta era mi intimidaddolida y profanada, como laprimera noche, y no entenda porqu l emita ruidos extraos y se

  • convulsionaba al acabar susembestidas, justo antes de retirarsey sumirse en la flacidez.

    Despus de errar durantemuchas noches y varias lunas,dimos con una carretera que parecaanunciar una vida distinta. Nosabamos si ir hacia adelante ohacia atrs, si hacia el amanecer ohacia el anochecer, cuando uncoche desvencijado, que sonabaponindole ritmo a los baches, paspor delante de nosotros y nos

  • decidi el camino a tomar. Nuestrosentido de la observacin nospermiti ver una cruz pintada en unade las puertas y advertir que elcoche iba ocupado por esas mujeresextraas totalmente cubiertas deropa limpia, que a veces veamoscruzar el ro. Pensamos que siseguamos en aquella direccin nosllevara a donde viven.

    Cuando se alejaron, yo tuverecuerdos nostlgicos de mi amigaAlahady.

  • Mucho tiempo despus, supeque al da siguiente de iniciar lahuida, unos hombres aparecieron enmi aldea y localizaron a misustituto: el ceb robado.Buscaron a Razafindra y, como nolo encontraron, le dieron una palizaa mi padre y se llevaron al animalque apenas haba disfrutado de lanueva familia. Entonces, lascarencias se acentuaron aun msdurante el tiempo que mi padre nopudo salir a buscar el sustento

  • diario en los arrozales, y mis doshermanos, aun nios, tuvieron queconvertirse en hombre y mujer. Lacomida era siempre escasa yprimero tocaba amortiguar elhambre de los mayores, por lo queapenas quedaban los restos paraellos. Las piernas y los brazos seadelgazaban, los ojos seagrandaban, y el vientre seabombaba, como si mi hermanaesperara un hijo y mi hermanotuviera guardado dentro un baln.

  • Un da, el pequeo Vary empez atoser, y, otro, le subi latemperatura del cuerpo tras temblarde fro. Las pocas fuerzas se ibanapagando y los ojos, que yaocupaban casi toda la cara, seestaban hundiendo. Mientras mipadre se recuperaba lentamente, sumujer dorma el tiempo siempresentada mirando al vaco, se era supaisaje, esperando tranquilamente,intilmente, a que todo se acabara.Maldita sea! La tos no cesaba,

  • pero el hambre ya no martirizabaporque haba desaparecido elapetito. Los temblores del fro y elcalor que llegaba despuscontinuaban ya con un ritmoperfecto, siempre a la misma horadel da. De pronto, un golpe de tosescupi una saliva roja

    El pequeo Vary estaba muymal y nadie saba lo que lepasaba Los llantos de Siramamyconmovieron a la madre deAlahady, que convenci a su

  • marido para llevarlo a la escueladonde estudiaba su hija: LaMisin de Tangainoni. All, lasmonjas as se llaman esasmujeres que cruzaban el rovestidas de una forma tan especial yuna cruz colgando del pechotambin atendan a las personasenfermas y les daban unas bolitasque tenan que tragar, o les metanun lquido en el cuerpo con unasagujas muy finas, que hacanmilagros. A los que venan de lejos

  • o estaban muy enfermos les dabancobijo y alimentos, los lavaban, ylos dejaban descansar sobre unascamas entre ropas limpias,hablndoles con palabras quesiempre sonaban bien y acentuabancuando decan dios o la virgen.

    Cuando llegaron a la Misin yaera tarde.

    A pesar del tratamiento, latuberculosis no quiso esperar msy, a los pocos das, se llev alpequeo a dar ese paseo sin

  • retorno. La desnutricin y humedaddel rio fueron sus fieles aliadospara acabar con una vida inocenteque apenas haba empezado.Siramamy, ya sola y agotada detanto sufrir, con nuestro padreabandonado a la miseria y yohuyendo por no se sabe dnde, fueacogida en la Misin. All comenzuna nueva vida ayudando a lasmonjas en las tareas de limpieza yotras labores hasta que aprendi aleer y escribir.

  • Razafindra y yo seguimoscaminando durante muchos das,dejando atrs valles ridos slosalpicados de tarde en tarde poralgunos cactus y los amistososbaobab, siempre ah para apagar lased y, con su presencia aislada,recordar al viajero su soledad. Asfue, hasta que las montaasaparecieron en el horizonte y elpaisaje se torn bello y voluptuoso,acogindonos con la complicidadde su espesura en una marcha que

  • aun no haba encontrado sudestino

    La ginecloga interrumpimomentneamente el relato de lajoven para reflejar la lujuria de lanaturaleza salvaje de ese lugar,viendo las fotografas que encontren su libro cuando, de formaimaginaria, traz el itinerarioseguido por Vohilaba y Razafindraadentrndose, por fin, en una tierraregada por floridos arroyos, que asu paso baan con sus aguas

  • umbros bosques de palmeras,bambes, ravenalas, cocoteros,laureles, mimosas, rboles del pancargados con grandes frutos verdes,eucaliptos, y un sinfn de plantasaromticas de flores: unasabrindose a los primeros rayos delsol, otras resguardadas enimpenetrable sombra, tejiendo unasinfona de colores y vida animadapor millones de mariposas ypjaros bailando en el cielo. A esafiesta tambin se sumaban los

  • lmures: los babakoto unmestizo de cabeza negra y espaldablanca, el ms grande de todos, quealerta con sus gritos de bienvenidala llegada a los territorios del sur, los catta con su colaelegantemente adornada con anillosblancos y negros y los sifakalos ms graciosos queentretienen la mirada cuandocomponen una extraa coreografadando saltos sobre sus dos patastraseras.

  • La voz de Vohilaba sonrecuperada, recordando que en unpunto cualquiera del camino latierra entre montaas se refresc enun anchuroso ro, en una de cuyasorillas haba una aldea con tres ocuatro veces ms chozas que las desu poblado natal.

    Desde haca unos das, yo sentadolor en el estmago y habaperdido el apetito. All no estabanaquellas mujeres con ropasespeciales a las que bamos

  • siguiendo, pero mi cansancio dijo:Basta! Haba una barca, algo msgrande y mejor compuesta que laque antes haba manejadoRazafindra para cruzar de una orillaa la otra, tambin tirando de lacuerda, y se sera un buen sitiopara quedarse y encontrar trabajomascull l. Ya llegara l