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Catecismode la Iglesia Católica Celebrar el misterio cristiano: Liturgia “Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» Mt 28, 18-20 La Liturgia es la acción de Cristo y de la Iglesia. Jesucristo nos da un mandato que se continúa con la alegría de saber, porque Él mismo nos lo dice, que estará siempre con nosotros, lo cual nos da una necesidad de celebrar nuestra fe con gran alegría. El Catecismo de la Iglesia Católica es la expresión de fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas e iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia. (Fidei Depositum 4). La finalidad del Catecismo es “presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica, tanto en la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la Iglesia. (Cat. 11). La estructura del Catecismo tiene 4 partes principales (basada en Hch 2, 42 “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones.”): La profesión de fe, La celebración del misterio cristiano, La vida en Cristo, La oración cristiana. Esta estructura es la de la historia de la salvación: Conocer a Dios (nosotros a través de Jesucristo) nos da el don de la fe, como lo conozco lo amo, y me surge la necesidad de celebrar (liturgia), este conocimiento nos llevará a tener una vida en Cristo (moral) y la necesidad de relacionarme con Él (oración). LITURGIA: LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO La liturgia es la celebración del Misterio de Cristo y en particular de su Misterio Pascual. Mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, se manifiesta y realiza en ella, a través de signos, la santificación de los hombres; y el Cuerpo Místico de Cristo, esto es la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público que se debe a Dios. La liturgia, acción sagrada por excelencia, es la cumbre hacia la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de la que emana su fuerza vital. A través de la liturgia, Cristo continúa en su Iglesia, con ella y por medio de ella, la obra de nuestra redención. La economía sacramental consiste en la comunicación de los frutos de la redención de Cristo, mediante la celebración de los sacramentos de la Iglesia, de modo eminente la Eucaristía. (Compendio Cat. 218-220). El Catecismo repite incesantemente que la Iglesia celebra por la liturgia el Misterio de Cristo, con una riqueza tan grande que ninguna tradición litúrgica sería capaz de expresar de forma completa. El Misterio de Cristo, La Pascua, es el centro de nuestra fe y de nuestra vida cristiana, incluso en los títulos de los artículos nos dice claramente de quien emana y de quien es obra la liturgia: de la Santísima Trinidad, que su fuente y fin es el Padre, obra de Cristo que actúa para comunicar su gracia a los fieles y del Espíritu Santo que prepara a la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes, hace presente y actualiza el Misterio de Cristo, une la Iglesia a la vida y misión de Cristo y hace fructificar en ella el don de la comunión. (Compendio Cat. 221-223). Página 1 de 24

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“Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» Mt 28, 18-20

La Liturgia es la acción de Cristo y de la Iglesia. Jesucristo nos da un mandato que se continúa con la alegría de saber, porque Él mismo nos lo dice, que estará siempre con nosotros, lo cual nos da una necesidad de celebrar nuestra fe con gran alegría.

El Catecismo de la Iglesia Católica es la expresión de fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas e iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia. (Fidei Depositum 4). La finalidad del Catecismo es “presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica, tanto en la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la Iglesia. (Cat. 11).

La estructura del Catecismo tiene 4 partes principales (basada en Hch 2, 42 “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones.”): La profesión de fe, La celebración del misterio cristiano, La vida en Cristo, La oración cristiana. Esta estructura es la de la historia de la salvación: Conocer a Dios (nosotros a través de Jesucristo) nos da el don de la fe, como lo conozco lo amo, y me surge la necesidad de celebrar (liturgia), este conocimiento nos llevará a tener una vida en Cristo (moral) y la necesidad de relacionarme con Él (oración).

LITURGIA: LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO

La liturgia es la celebración del Misterio de Cristo y en particular de su Misterio Pascual. Mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, se manifiesta y realiza en ella, a través de signos, la santificación de los hombres; y el Cuerpo Místico de Cristo, esto es la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público que se debe a Dios. La liturgia, acción sagrada por excelencia, es la cumbre hacia la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de la que emana su fuerza vital. A través de la liturgia, Cristo continúa en su Iglesia, con ella y por medio de ella, la obra de nuestra redención. La economía sacramental consiste en la comunicación de los frutos de la redención de Cristo, mediante la celebración de los sacramentos de la Iglesia, de modo eminente la Eucaristía. (Compendio Cat. 218-220).

El Catecismo repite incesantemente que la Iglesia celebra por la liturgia el Misterio de Cristo, con una riqueza tan grande que ninguna tradición litúrgica sería capaz de expresar de forma completa.

El Misterio de Cristo, La Pascua, es el centro de nuestra fe y de nuestra vida cristiana, incluso en los títulos de los artículos nos dice claramente de quien emana y de quien es obra la liturgia: de la Santísima Trinidad, que su fuente y fin es el Padre, obra de Cristo que actúa para comunicar su gracia a los fieles y del Espíritu Santo que prepara a la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes, hace presente y actualiza el Misterio de Cristo, une la Iglesia a la vida y misión de Cristo y hace fructificar en ella el don de la comunión. (Compendio Cat. 221-223).

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Toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones y de palabras. (Cat. 1153). En la liturgia hay una acción de Cristo y de la Iglesia con dos movimientos: uno descendente, Dios nos habla; y un movimiento ascendente, la Iglesia escucha y responde.

La Liturgia es también participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda oración cristiana encuentra su fuente y su término. (Cat. 1074).

"La Liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (SC 10) (Cat. 1074).

Por medio de la liturgia se “ejerce la obra de nuestra redención”, especialmente en la celebración de la Eucaristía, que es el más importante de los sacramentos de la Iglesia pues donde participamos del Cuerpo y Sangre de Jesucristo y donde efectuamos el “Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor”, actualizando esos momentos de las maravillas que Dios ha realizado a lo largo de la historia, a nuestra vida actual. Dedicaremos el anexo I a la Liturgia Eucarística.

La liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. (Cat. 1104).

La Liturgia de las Horas, que es la oración pública y común de la Iglesia, oración de Cristo con la Iglesia, y que se compone principalmente de salmos y de otros textos bíblicos, y de lecturas de los santos Padres y maestros espirituales. (Compendio Cat. 243). Es otra forma de celebración litúrgica, siendo menos conocida por los fieles laicos, hay que tenerla muy en cuenta y fomentarla entre todos los fieles por su gran riqueza en la oración.

Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, a través de los cuales se nos otorga la vida divina. (Compendio Cat. 224).

Los sacramentales son signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida. (Cat. 1677).

El Misterio de Cristo, aunque es único, se celebra según diversas tradiciones litúrgicas porque su riqueza es tan insondable que ninguna tradición litúrgica puede agotarla. Desde los orígenes de la Iglesia, por tanto, esta riqueza ha encontrado en los distintos pueblos y culturas expresiones caracterizadas por una admirable variedad y complementariedad. El criterio para asegurar la unidad en la multiformidad es la fidelidad a la Tradición Apostólica, es decir, la comunión en la fe y en los sacramentos recibidos de los Apóstoles, significada y garantizada por la sucesión apostólica. La Iglesia es católica: puede, por tanto, integrar en su unidad todas las riquezas verdaderas de las distintas culturas. En la liturgia, sobre todo en la de los sacramentos, existen elementos inmutables por ser de institución divina, que la Iglesia custodia fielmente. Hay después otros elementos, susceptibles de cambio, que la Iglesia puede y a veces debe incluso adaptar a las culturas de los diversos pueblos. (Compendio Cat. 247-249).

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El Padre es la fuente y el fin de la liturgia; Cristo, el Hijo encarnado, es el mediador; y el Espíritu Santo su artífice. La estructura trinitaria de la liturgia implica que toda celebración de culto debe ser siempre comprendida y vivida como alabanza de la gloria del Padre (doxolo-gía), presencia sacramental de Cristo (anámnesis), resplandor de su gloria por obra del Espíritu Santo (epíclesis). Todas las fórmulas litúrgicas culminan en una glorificación del Padre, por Cristo, en la unidad del Espíritu Santo.

En la liturgia se realiza la más estrecha cooperación entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu Santo prepara a la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes, hace presente y actualiza el Misterio de Cristo, une la Iglesia a la vida y misión de Cristo y hace fructificar en ella el don de la comunión. (Compendio Cat. 223).

EL MISTERIO PASCUAL EN LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

Toda la liturgia de la Iglesia, gira alrededor del Misterio Pascual, tanto la Eucaristía, el más importante de los sacramentos de la Iglesia por cuanto hace memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo y participamos de ella tanto como de la comunión al comer su Cuerpo, como los otros seis sacramentos.

Los sacramentos son de Cristo, fueron instituidos por Él. Las palabras y acciones de Nuestro Señor Jesucristo anticipaban la fuerza de su misterio pascual y anticipaban lo que Él daría a la Iglesia. “Los sacramentos, como "fuerzas que brotan" del Cuerpo de Cristo (cf Lc 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son "las obras maestras de Dios" en la nueva y eterna Alianza.” (Cat. 1116).

Este tesoro recibido de Cristo, lo reconoció la Iglesia con el transcurso del tiempo, haciendo celebraciones litúrgicas de esta herencia regalada. Los sacramentos son de la Iglesia en dos sentidos: existen por ella porque la Iglesia es el sacramento de la acción de Cristo por la misión del Espíritu Santo, y para ella porque son los sacramentos que la edifican.Con Cristo por cabeza y la Iglesia como cuerpo místico, son la unión y comunicación con el Dios Trino.

Es el mismo Cristo quien actúa en los sacramentos, por eso cada sacramento es eficaz por el mismo hecho de realizarlo, el ministro que lo administra actúa en “la persona de Cristo”. Sin embargo sus frutos también dependen de disposición del que los recibe: Los sacramentos no significan nada para el que no tiene fe. Para el que la tiene, fortalecen su fe, la alimentan y la expresan a través de los ritos litúrgicos.

Siendo la Iglesia administradora de la confesión de la fe de los Apóstoles a través de la celebración de los sacramentos y la liturgia un elemento constitutivo de la Tradición y expresan y desarrollan la comunión de fe de la Iglesia, no puede cambiarse ningún rito o manipularse por la voluntad de un ministro o de la comunidad.

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Aunque no todos los sacramentos se den a cada uno de los miembros de la Iglesia (a la mujer no puede administrársele el Orden, ni a un hombre casado), todos confieren gracia sacramental, el perdón de los pecados, y la misma Iglesia afirma que para los creyentes son necesarios para la salvación, además nos otorgan un anticipo de la vida eterna.

LA CELEBRACIÓN SACRAMENTAL DEL MISTERIO DE LA IGLESIA.

Las cuestiones principales que nos presenta el Catecismo son: Quién celebra, Cómo celebrar, Cuando celebrar y Dónde celebrar.

¿QUIÉN CELEBRA?

La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Por tanto, quienes celebran esta "acción", independientemente de la existencia o no de signos sacramentales, participan ya de la Liturgia del cielo, allí donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta. (Cat. 1136). La liturgia del cielo la celebran los ángeles, la Virgen María, los santos, los Apóstoles y todos los que nos han precedido en la partida hacia la casa del Padre.

Toda la Iglesia, la comunidad entera, el cuerpo místico de Cristo es quien celebra, las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino acciones de la Iglesia que es sacramento de unidad. La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados.

¿CÓMO CELEBRAR?

La celebración litúrgica está tejida de signos y símbolos, cuyo significado, enraizado en la creación y en las culturas humanas, se precisa en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la Persona y la obra de Cristo. (Compendio Cat. 236). Hay signos del mundo creado, de la vida social, de la historia de la salvación de la Antigua Alianza, y otros de la misma herencia de Cristo, todos ellos se convierten en portadores de la acción salvífica. En la celebración litúrgica las acciones y palabras están estrechamente unidas vivificando la acción litúrgica ydando la perspectiva completa del sacramento. Puede, y debe utilizarse el canto y la música en la acción litúrgica, así como las imágenes que transmiten el mismo mensaje evangélico que la Sagrada Escritura. “El que canta, reza dos veces” (San Agustín).

¿CUANDO CELEBRAR?

El centro del tiempo litúrgico es el domingo, fundamento y núcleo de todo el año litúrgico, que tiene su culminación en la Pascua anual, fiesta de las fiestas. (Compendio Cat. 241). Sin duda el domingo es el día del Señor y debe ser el centro de la vida celebrativa de la comunidad que debe reunirse “para, escuchando loa palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias a Dios, que los 'hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos'" (SC 106). No obstante en cualquier día y momento tiene cabida la celebración de la fe, no solo la Eucaristía y

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los sacramentos son momentos de la liturgia, la celebración de la Liturgia de las Horas a lo largo del día, o los sacramentales son otra forma de celebración litúrgica para santificar las diferentes circunstancias de nuestra vida.

El año litúrgico es la vivencia de la vida de Cristo, todas sus etapas desde su nacimiento hasta su muerte. Está formado por distintos tiempos litúrgicos. Estos son tiempos en los que la Iglesia nos invita a reflexionar y a vivir de acuerdo con alguno de los misterios de la vida de Cristo. Comienza por el Adviento, luego viene la Navidad, Epifanía, Primer tiempo ordinario, Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Tiempo Pascual, Pentecostés, Segundo Tiempo Ordinario finalizando con la fiesta de Cristo Rey. Consta de tres ciclos A, B y C, de forma que en tres años y asistiendo a la Eucaristía dominical se tiene una lectura sintética de la Biblia, y asistiendo todos los días a la Eucaristía se hace la lectura completa de las partes más importantes de la Biblia.

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¿DÓNDE CELEBRAR?

Dice el Catecismo: El culto "en espíritu y en verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un mismo lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras vivas", reunidas para "la edificación de un edificio espiritual" (1 P 2,4-5). El Cuerpo de Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la fuente de agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu Santo, "somos el templo de Dios vivo" (2 Co 6,16). (Cat. 1179). Sin embargo, el Pueblo de Dios, en su condición terrenal, tiene necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse para celebrar la liturgia. (Compendio Cat. 244), estos son los edificios sagrados, verdaderas casas de Dios y símbolo de la Iglesia, lugares de oración en los que se adora a Cristo presente en el Sagrario y se celebra sobre todo la Eucaristía, principal sacramento de la Iglesia. Los lugares principales dentro de los edificios sagrados son éstos: el altar, el sagrario o tabernáculo, el receptáculo donde se conservan el santo crisma y los otros santos óleos, la sede del obispo (cátedra) o del presbítero, el ambón, la pila bautismal y el confesionario. (Compendio Cat. 244).

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LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIADefiniremos algunos de los términos:

Sacramento válido es aquel que, en su confección y (o) en su recepción, verdaderamente se ha producido, es decir, ha habido sacramento.

Sacramento lícito es aquel sacramento válido que, además, se ha confeccionado o recibido con todas sus condiciones y, por tanto, produce todos sus efectos.

Por ministro del sacramento se entiende la persona que lo confiere. En sentido estricto, el ministro primario de todos los sacramentos es el Dios-Hombre, Jesucristo: como ya vimos, los sacramentos son la prolongación en el tiempo y en el espacio de las acciones que El realizó en la tierra.

El sujeto es la persona que recibe el sacramento, y en todos los casos sólo puede ser recibido de manera válida por una persona viva.

El signo sensible lo componen conjuntamente la materia y la forma, y es a lo que la Iglesia da el nombre de sacramento.

La materia y la forma constituyen la esencia del sacramento y no pueden variarse o modificarse, pues fueron determinadas por institución divina.

1. LOS SACRAMENTOS DE INICIACIÓN CRISTIANAa) Bautismo: Mt. 28, 19; Mc. 16, 16; Jn. 3, 5.

Es el sacramento por el cual el hombre nace a la vida espiritual, mediante la ablución del agua y la invocación de la Santísima Trinidad.

La materia del bautismo es el agua natural (de fe, Conc. de Florencia, Dz. 696).

La forma del bautismo son las palabras del que lo administra, las cuales acompañan y determinan la ablución. Esas palabras son: "Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". Esta fórmula expresa las cinco cosas esenciales: 1º. La persona que bautiza (ministro): Yo 2º. La persona bautizada (sujeto): te 3º. La acción de bautizar, el lavado: bautizo 4º. La unidad de la divina naturaleza: en el nombre (en singular; no ‘en los nombres", lo que sería erróneo) 5º. La distinción de las tres Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El ministro ordinario del bautismo es el Obispo, el presbítero y el diácono (CIC, c. 861, & 1).En el caso de urgente necesidad, puede administrarlo cualquier persona, aun hereje o infiel, con tal que emplee la materia y la forma prescritas (ver 2.3) y tenga intención al menos de hacer lo que la Iglesia hace.

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Sujeto: "Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano no bautizado, y sólo él" (CIC, c. 864).

b) Confirmación: Hechos 8, 17; 19, 6.El sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo.

La materia de la confirmación es la unción con el crisma en la frente, a la que se añade la imposición de las manos del Obispo.

La forma de la confirmación consiste en las palabras que acompañan a la imposición individual de las manos, imposición que va unida a la unción en la frente.

"El ministro ordinario de la confirmación es el Obispo; también administra válidamente este sacramento el presbítero dotado de facultad por el derecho común o concesión peculiar de la autoridad competente".

El sujeto de la confirmación es todo bautizado que no haya sido confirmado.

c) Eucaristía: Mt. 26, 26; Mc. 14, 22; Lc. 22, 19; I Cor. 11, 24.

La Eucaristía es el sacramento en el cual, bajo las especies de pan y vino, Jesucristo se halla verdadera, real y sustancialmente presente, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.

La materia para la confección de la Eucaristía es el pan de trigo y el vino de vid.

La forma son las palabras con las que Cristo instituyó este sacramento: Esto es mi Cuerpo. . . esta es mi Sangre.

Ministro: "Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo".

Sujeto: Todo bautizado es sujeto capaz de recibir válidamente la Eucaristía, aunque se trate de un niño.

2. LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN

a) Penitencia: Mt. 18, 18; Jn. 20, 23.

El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación

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La forma del sacramento de la penitencia son las palabras de la absolución (verdad de fe definida por el Concilio de Trento: cfr. Dz. 896), que el sacerdote pronuncia luego de la confesión de los pecados y de haber impuesto la penitencia. Esas palabras son: Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.La actuación del penitente se concreta en las disposiciones con que se prepara para recibir la absolución, y constituyen la materia del sacramento: esas disposiciones son la contrición o dolor de los pecados, la confesión o manifestación de los mismos, y la satisfacción para compensarlos de algún modo.

El ministro es el Obispo y el sacerdote.

El sujeto de este sacramento es todo bautizado que haya cometido algún pecado, mortal o venial.

b) Unción de los enfermos: Mc. 6, 13; Sant. 5, 14.

El sacramento que tiene por fin conferir una gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad y vejez.

La materia remota es el aceite de oliva bendecido por el obispo en la Misa Crismal del Jueves Santo. En caso necesario, es materia apta cualquier otro aceite vegetal. La materia próxima es la unción con el óleo santo.

La forma del sacramento son las siguientes palabras, prescritas por el ritual y pronunciadas por el sacerdote: "Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad".

Ministro: "Todo sacerdote, y sólo él, administra válidamente la unción de los enfermos".

Sujeto: "Se puede administrar la unción de los enfermos al fiel que, habiendo llegado al uso de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez". Basta que un fiel comience a estar en peligro, no que está a punto de morir.

3. LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD

a) Orden sacerdotal: I Tim. 4, 14; 5, 22; II Tim. 1, 6.

El sacramento por el que algunos de entre los fieles quedan constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar, santificar y regir.

La materia del sacramento del orden es la imposición de las manos.

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La forma es la oración consecratoria que los libros litúrgicos prescriben para cada grado.

Es ministro de la ordenación sagrada en todos sus grados, el obispo consagrado.

Sujeto: "Sólo el varón bautizado recibe válidamente la ordenación.

b) Matrimonio: Mt. 19, 6; Ef. 5, 31-32.

El sacramento que es la unión marital de un hombre y una mujer, entre personas legítimas, para formar una comunidad indivisa de vida.

El legítimo contrato matrimonial es, a la vez, la materia y la forma del sacramento del matrimonio, puesto que, en el momento mismo en que se establece este contrato entre dos bautizados, se produce el sacramento sin que sea necesaria ninguna otra condición. La materia próxima son los signos o palabras con que manifiestan esa entrega; la forma es la aceptación mutua de la entrega, manifestada externamente.

Ministro: Los mismos contrayentes son los ministros del sacramento del matrimonio. La asistencia del sacerdote tiene la categoría de un testigo calificado, y es imprescindible por exigirlo así el Derecho de la Iglesia.

Sujeto: Los protagonistas de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para contraer matrimonio y que expresan libremente su consentimiento.

Como se trata de un sacramento de vivos, para recibirlo sin cometer un pecado grave aunque válidamente, hace falta estar en gracia.

4. OTRAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS

a) Los sacramentales

Los sacramentales son signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida. (Cat. 1677).

Las diferencias entre sacramento y sacramentales son las siguientes:Los sacramentos son de institución divina, los sacramentales son de institución eclesiástica.Los sacramentos actúan “ex opere operato” (por sí mismos), los sacramentales “ex impetratione Ecclesiae” (por impetración de la Iglesia).Los sacramentos son signos de la gracia, los sacramentales son signos de la oración de la Iglesia.Los sacramentos tienen como fin producir la gracia que significan, los sacramentales sólo disponen para recibir la gracia (consiguen gracias actuales) y obtienen otros efectos espirituales. Los sacramentos son necesarios para la salvación; los sacramentales, no.

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b) Las Exequias cristianas

Todos los sacramentos, principalmente los de iniciación cristiana, tienen como fin último la Pascua definitiva del cristiano, la que a través de la muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino de Dios. Las exequias expresan el carácter pascual de la muerte cristiana, en la esperanza de la resurrección, y el sentido de la comunión con el difunto, particularmente mediante la oración por la purificación de su alma.De ordinario, las exequias comprenden cuatro momentos principales: la acogida de los restos mortales del difunto por parte de la comunidad, con palabras de consuelo y esperanza para sus familiares; la liturgia de la Palabra; el sacrificio eucarístico; y «el adiós», con el que se encomienda el alma del difunto a Dios, fuente de vida eterna, mientras su cuerpo es sepultado en la esperanza de la resurrección. (Cat. 1680-1690; Compendio Cat. 355-356).

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ANEXO I

LA SANTA MISAExplicación introductoria

En general diremos que la Misa tiene dos partes fundamentales, que son:

1ª La Liturgia de la Palabra, en la que Dios nos habla por medio de las lecturas bíblicas: La Epístola y el Evangelio.

2ª La Liturgia de la Eucaristía que es la principal, porque Cristo se hace presente sobre el altar por las palabras de la consagración, y como complemento de esta parte tenemos la Comunión.

Explicación de algunas ceremonias:

RITOS INICIALES

Son ritos introductorios a la celebración y nos preparan para escuchar la palabra y celebrar la eucaristía.

Comprende: Entrada - Señal de la cruz - Saludo - Acto penitencial - Gloria - Oración colecta.

PROCESIÓN DE ENTRADA: Llegamos al templo y nos disponemos para celebrar el misterio más grande de nuestra fe. Acompañamos la procesión de entrada cantando con alegría. El sacerdote, revestido de ornamentos sagrados, sale de la sacristía y se dirige al altar.

- Los ornamentos sagrados son su traje especial de embajador nuestro ante Dios, y ante Él habla en nombre de todos.

- El altar representa el Calvario o Gólgota donde Cristo fue crucificado y donde ahora se actualiza aquel sacrificio de su Pasión y Muerte... y también representa al mismo Cristo. El sacerdote al llegar al altar lo besa en señal de amor al mismo Cristo y lo hace también en nombre de los fieles.

- El sacerdote tiene una doble función: unas veces representa a Cristo, mediador entre Dios y los hombres, y otra en nombre de Cristo, o mejor dicho, «en la persona de Cristo», vg. cuando dice en la consagración: Esto es mi cuerpo, es Cristo el que actúa a través del sacerdote celebrante, y lo mismo que decimos al hablar de los sacramentos debemos decir de la Misa. Cuando el sacerdote absuelve, diciendo: Yo te absuelvo, es Cristo el que absuelve; y cuando el sacerdote bautiza; es Cristo el que bautiza..., y por lo mismo cuando él pronuncia: Esto es mi cuerpo, es Cristo quien lo dice, son sus palabras.Otras veces el sacerdote representa al pueblo vg. cuando ora en favor de todos.

LA SEÑAL DE LA CRUZ. «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Juntamente con el sacerdote deberán hacerla los fieles con fe y devoción, pues Cristo murió en la cruz por redimimos.SALUDO INICIAL: Después de besar el altar y hacer la señal de la cruz, el sacerdote saluda a la asamblea.

- Saludo al pueblo. El sacerdote puede saludar a los fieles con una de estas fórmulas: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté

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con vosotros», o bien diciendo: «El Señor esté con vosotros». El pueblo responderá: «y con tu espíritu».

ACTO PENITENCIAL: Pedimos humildemente perdón al Señor por todas nuestras faltas. - Acto penitencial. El sacerdote celebrante invita al pueblo a reconocer sus pecados y a pedir perdón, y tanto él como la comunidad que asiste a la Misa se declaran pecadores, ha-ciendo una confesión genérica para obtener el perdón de sus faltas veniales (para el perdón de los pecados mortales hay que hacer confesión sacramental).

- Kyrie: Señor, ten piedad, forma parte del acto penitencial. Es una bella oración de re-conciliación con Dios. El que tenga un pasado lleno de pecados, recuerde la del publicano: «Señor, ten piedad de mi que soy un hombre pecador».

GLORIA: Alabamos a Dios, reconociendo su santidad, al mismo tiempo que nuestra necesidad de Él..- Gloria. En las fiestas y domingos que no sean de adviento o de Cuaresma, se dice el «Gloria», cántico de alabanza, el de los ángeles en la Navidad del Señor. El Gloria tiene tres partes: Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

ORACIÓN / COLECTA: Es la oración que el sacerdote, en nombre de toda la asamblea, hace al Padre. En ella recoge todas las intenciones de la comunidad.

- Colecta. Sigue una oración, llamada «colecta = Súplica de la Iglesia reunida». Al decir el sacerdote: Oremus, es una invitación que nos hace para que oremos todos, pues es una ora-ción de la Iglesia, y el sacerdote la hace en nombre del pueblo.

LITURGIA DE LA PALABRAEscuchamos a Dios, que se nos da como alimento en su Palabra, y respondemos cantando, meditando y rezando. Dios nos habla por medio de las lecturas bíblicas: la Epístola o cartas de los apóstoles y el Evangelio. La Sagrada Escritura de la que están tomadas las lecturas, es la palabra de Dios escrita, y por eso al terminar la lectura de la Epístola, se dice: «Palabra de Dios», y el pueblo responde: «Te alabamos, Señor».Comprende: Primera Lectura - Salmo Responsorial - Segunda Lectura - Aleluya - Evangelio - Homilía - Credo - Oración universal.

PRIMERA LECTURA: En el Antiguo Testamento, Dios nos habla a través de la historia del pueblo de Israel y de sus profetas. A veces se hace también del Nuevo Testamento.

SALMO: Meditamos rezando o cantando un salmo.

SEGUNDA LECTURA: En el Nuevo Testamento, Dios nos habla a través de los apóstoles.EVANGELIO: El canto del Aleluya nos dispone a escuchar la proclamación del misterio de Cristo.

Antes de leer el Evangelio, el sacerdote se inclina ante el altar y dice en secreto esta ora-ción: «Purifica mi corazón y mis labios, Dios omnipotente, de manera que pueda anunciar dignamente tu santo Evangelio», ya continuación dice: «El Señor esté con vosotros», y es como una advertencia que hace a todos para que se dispongan a oir el Evangelio». En el Evangelio nos ponemos de pie para indicar que estamos dispuestos a oir la palabra de Dios y cumplirla.Terminada la lectura del Evangelio, el sacerdote dice: «Palabra del Señor», y el pueblo contesta: «Gloria a Ti, Señor Jesús», y besa el Evangelio, y en las misas solemnes lo inciensa. Este libro merece el máximo honor por contener y ser palabra de Dios.

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HOMILÍA: El celebrante nos explica la Palabra de Dios. Esta suele ser una explanación más desarrollada y viva de las lecturas de la Sagrada Escritura.

EL CREDO O PROFESIÓN DE FE: Se recita los domingos y ciertos días de fiesta, tomando parte sacerdotes y fieles, pues todos profesamos la misma fe.

ORACIÓN DE LOS FIELES: Con esta oración termina la «Liturgia de la Palabra». En ella se elevan súplicas por la Santa Iglesia, por los gobernantes, por los oprimidos de varias necesidades, y a veces por intenciones particulares y por todos los hombres.

LITURGIA EUCARÍSTICA

Tiene tres partes:1. Rito de la presentación de las ofrendas o la preparación de los dones.2. Gran Plegaria Eucarística (es el núcleo de toda la celebración, es una plegaria de

acción de gracias en la que actualizamos la muerte y resurrección de Jesús)3. Rito de comunión.

EXPLICACIÓN INTRODUCTORIA DE LA PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS(OFERTORIO).

Como Iglesia, unidos en una misma fe, en un mismo corazón, presentamos ahora la sencilla ofrenda que Dios mismo transformará en el cuerpo y la sangre de su Hijo Jesucristo. Pan y vino son fruto de nuestro trabajo personal y comunitario, y simbolizan las dimensiones más sencillas de nuestra vida diaria: nuestro trabajo, nuestro sustento y nuestra alegría. Con el pan y el vino va incluida la ofrenda de nuestra vida, de nuestro trabajo y de nuestro amor; nuestras penas, fatigas y alegrías van a ser recibidas por Dios de las manos del sacerdote y, como el pan y el vino, nuestro propio ser (cuerpo y alma) será también santificado y transformado con la presencia viva y real de Jesucristo Eucaristía. En este momento unámonos al sacerdote, entregándole a Dios nuestra vida, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestra oración, nuestras penas y alegrías, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra mente con todos sus pensamientos, nuestro corazón con todos sus sentimientos y deseos, nuestros labios y todas nuestras palabras, nuestros amigos y seres queridos, incluso los que no nos aman, en fin, toda la realidad humana material y espiritual de la que somos parte, para que toda esa realidad sea transformada por Cristo, sea santificada, sea cristificada; para que todos seamos hostias vivas, sagrarios de la presencia del Espíritu Santo; y para que el mundo entero sea un altar para la gloria de Cristo Jesús.

Esta parte nos invita a reflexionar, en primer lugar, sobre la necesidad de ser nosotros mismos una ofrenda para Dios nuestro Señor. Dios puede actuar como quiera, cuando quiera, y con los instrumentos que quiera, pero ordinariamente se vale de la colaboración libre de los hombres para realizar sus designios. Así ocurre con el sacramento de la Eucaristía. El ofertorio no es el ofrecimiento de Cristo sino el nuestro. Tomamos los elementos que hemos recibido de Él y los llevamos al altar para que, a partir de ellos, Dios logre el milagro de la eucaristía. Nuestra ofrenda es indispensable, sin ella Dios nunca podría realizar la consagración. Si el pan y el vino no estuvieran en el altar Dios no podría hacerse hombre nuevamente, no podría volver a realizar su muerte y su pasión delante de nosotros. El necesita nuestra ofrenda, necesita que llevemos el pan y el vino.

Es impresionante contemplar en este sentido, cómo Dios nuestro Señor, “ata” Su libertad a la nuestra, cómo Él deja de ser libre para que nosotros lo seamos. Él se “esclaviza” para darnos la libertad. Y esto no sólo sucede en la eucaristía. En la medida en que

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nosotros nos prestemos a Dios, en esa medida Él podrá encarnarse en nosotros haciéndonos verdaderos apóstoles, verdaderos educadores de los hijos, verdaderas manifestaciones del amor de Dios hacia nuestro cónyuge. De igual modo para que Cristo pueda hacerse cuerpo y sangre sobre el altar, necesita que hagamos la ofrenda del pan y del vino, respeta nuestra libertad y quiere que con y por amor seamos nosotros quienes nos ofrezcamos.

El Ofertorio nos invita, asimismo, a reflexionar sobre la desproporción que existe entre nuestra ofrenda y los beneficios, el intercambio que hace Dios nuestro Señor. Nosotros ofrecemos un pedazo insignificante de pan, con él sería imposible alimentarnos (ni siquiera físicamente) y, sin embargo, con esa ínfima materia Dios logra el gran milagro de hacerse presente, de bajar del cielo y hacerse nuevamente realidad en este mundo. Logra el gran milagro de venir como Dios a nuestra alma. Es la desproporción entre la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios, nosotros no podemos ofrecerle más que pequeñas cosas, Él sin embargo, nos entrega todo lo que Él es, la totalidad de su poder, de su fuerza, la grandeza de su dignidad.

Actitud ante el ofertorio

Partiendo de la necesidad de ser nosotros una ofrenda y de la desproporción en el intercambio que Dios hace se siguen dos consecuencias prácticas:Debes convertir tu vida, todo tu día, en una ofrenda, no te contentes con poner sobre el altar sólo el pan y el vino, ofrece en ese momento tus pequeños sacrificios, tus incomodidades, esas obligaciones que te cuestan o que haces con ilusión; tu esfuerzo por vivir la caridad, la humildad y todas las virtudes; entrégate a Dios en el ofertorio, tus oraciones y tu apostolado consciente que desde tu pequeñez y con tu esfuerzo Él hará grandes cosas. Ten confianza, el fruto de tu apostolado será grande, el fruto espiritual de tu oración será inmensurable. Dios lo habrá multiplicado porque tú, sin abandonar la lucha, supiste dejarlo todo en sus manos.El momento del ofertorio no es nada más la procesión de las ofrendas, unida al canto que suele hacerse, sino que es, sobre todo, esa actitud de poner mis pequeñas cosas de todo el día en manos de Dios, en esa patena, con la certeza de que Él me lo va a multiplicar en una grandeza de frutos espirituales y apostólicos.Pon todo tu día en la santa misa y haz, asimismo, una misa de todo el día. Convierte cada minuto de tu vida en una ofrenda. Alegría, sorpresa, emoción, asombro, dolor o amargura confiados en el corazón de Cristo se tornan en eslabones de santidad. Si tú sabes ofrecer al Señor una pena, un momento de soledad o de aflicción, Él no sólo aliviará la carga sino que hará que, a través de ella, tu alma se purifique y vaya, poco a poco, a su lado, alcanzando la santidad. Por eso, no sólo pongas tu día en la misa sino haz de todo el día una misa. Ten la certeza de que por pequeño que sea lo que ofrezcas lo recibirás multiplicado por Dios, redoblado en grandeza. Ésta es siempre una característica de su intercambio.

LA MATERIA DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA • El pan a consagrar debe ser ácimo, de sólo trigo y hecho recientemente. No se

pueden usar cereales, sustancias diversas del trigo. Es un abuso grave introducir en su fabricación frutas, azúcar o miel.

• Las hostias deben ser preparadas por personas honestas, expertas en la elaboración y que dispongan de los instrumentos adecuados.

• Las fracciones del pan eucarístico deben ser repartidas entre los fieles, pero cuando el número de estos excede las fracciones se deben usar sobre todo hostias pequeñas.

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• El vino del Sacrificio debe ser natural, del fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla de sustancias extrañas. En la celebración se le debe mezclar un poco de agua. No se debe admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género.

OFERTORIO (presentación de las ofrendas)La Celebración Eucarística, está ordenada con las mismas acciones de Jesucristo en la Ultima Cena. Se prepara el altar, centro de la liturgia; se colocan el corporal, el purificador, el cáliz, el Misal. A continuación se presentan las ofrendas; el pan y el vino. Es la hora de aportar también dinero para los gastos de la Iglesia.

El ofertorio, puede tener las siguientes partes:

• Procesión. Presentamos el pan y el vino que se transformarán en el cuerpo y la sangre de Cristo. Ya sea en solemne procesión o directamente, son llevadas al altar las ofrendas de pan y vino, especies sacramentales que han de ser consagradas más adelante. Es además el momento adecuado para llevar donativos para los pobres y el momento de hacer la colecta en efectivo para el sustento del sacerdote y los gastos de la Parroquia, Todo ello lo ofrecemos a Dios siendo conscientes de que nuestras pobres ofrendas son poca cosa. Ponemos en el altar, con el pan y el vino, nuestro trabajo, esfuerzos y personas mismas.

• Orad hermanos. El sacerdote nos invita a orar junto con él, recordándonos que en la Misa, todo el pueblo fiel ejerce su sacerdocio bautismal o común, distinto del ministerial del sacerdote, pero no menos real. Es toda la Iglesia la que ofrece el Sacrificio de la Misa.

• Oración sobre las ofrendas. Termina el Rito de Ofrendas con la segunda oración de la trilogía formada por la Colecta, Ofrendas y Poscomunión. En muy pocas palabras son oraciones estupenda y precisamente redactadas se hace mención tanto de las ofrendas, como de lo que estarnos celebrando, en perfecta continuidad con la oración colecta.

Ahora el pan y el vino no tienen un sentido directo de ofertorio, sino el de una simple presentación, pues a Dios no le ofrecemos el pan y el vino, sino que le bendecimos o alabamos por el pan y el vino en el momento de presentarlos, los que después mediante la oración consecratoria, serán “pan de vida y bebida de salvación”, y entonces es cuando ofrecemos a Dios el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El diácono, o el sacerdote, echa vino y un poco de agua en el cáliz, diciendo en secreto:

El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.

Sacerdote: Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida.Respondemos: Bendito seas por siempre, Señor.

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Sacerdote: Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros bebida de salvación.Respondemos: Bendito seas por siempre, Señor.

Después de la presentación del pan y del vino, el sacerdote inclinándose sobre el altar y reza en secreto: Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.

Luego se lava las manos diciendo en secreto: Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.

Después, de pie en el centro del altar y de cara al pueblo, extendiendo y juntando las manos, dice: Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.

Esta es una invitación solemne que hace el sacerdote a la asamblea para que todos oren juntamente con él, a fin de que el sacrificio “mío y vuestro” (pues no hay más que un solo y mismo sacrificio) sea aceptable al Señor; el sacerdote dice “mío” porque es el que consagra “en persona de Cristo” , el que lo representa, y luego dice “vuestro”, porque Cristo dejó a su Iglesia un sacrificio visible, y todos deben unirse al celebrante como “cooferentes. Es por ello que el pueblo respondemos: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia”.

GRAN PLEGARIA EUCARÍSTICA

Hay 4 plegarias eucarísticas ordinarias, de las que la II es la más adecuada para los días ordinarios de semana.

La plegaria eucarística consta de estas partes. a. Acción de gracias -Prefacio-, b. Aclamación -Santo-, c. Invocación -Epíclesis-, d. Narración de la Institución -Consagración-Anáforas-, e. Recordación -Anámnesis-, f. Oblación, g. Intercesiones -Conmemoraciones-, h. Doxología, i. Comunión, j. Oración final.

ACCIÓN DE GRACIAS (PREFACIO - PRÓLOGO).

El prefacio, en el que «la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos cantan al Dios tres veces santo.El Sacerdote "en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de la salvación o por alguno de sus aspectos particulares, según las variantes del día o del tiempo litúrgico".

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Después de decir el celebrante con las manos extendidas: “El Señor esté con vosotros” …. Invita al pueblo a elevar el corazón hacia Dios y darle gracias “Levantemos el corazón” … “Demos gracias al Señor, nuestro Dios”. Esta oración que introduce la invitación a dar gracias al Señor, y a la que todos respondemos: “Es justo y necesario”, continúa el sacerdote con la plegaria eucarística hasta introducirnos en el Santo.

La finalidad de esta oración, del prefacio, es agradecer a Dios todos los dones, todos los beneficios que a lo largo de la historia de la salvación nos ha concedido. Este reconocer su grandeza, este reconocer sus obras conlleva dos actitudes. En primer lugar una acción de gracias porque esas obras han sido realizadas de modo gratuito en nuestras almas para que nosotros podamos alcanzar la salvación. Pero también el reconocer las grandezas de Dios conlleva una segunda actitud: la de alabanza. Y alabamos a Dios porque realmente esas obras son magníficas, esas obras son grandes, esas obras son realmente dignas de un Dios poderoso, de un Dios que ama.

El prefacio de la misa comporta también consecuencias prácticas para nuestra vida. En primer lugar, prestar atención a esta parte de la misa para que en esos momentos reflexionemos y reconozcamos las grandezas de Dios que el sacerdote va diciendo en la oración y nos unamos a ese agradecimiento. Pero no agradezcamos solamente las obras que ha realizado en toda la humanidad sino también las obras concretas que ha hecho en mí, esas obras buenas que hizo el día anterior, esas gracias que el día anterior Él me ha concedido.Y en segundo lugar, ver en nuestra jornada diaria la mano de Dios, notar cómo Él continuamente nos da su gracia, cómo continuamente nos ayuda, cómo nos cuida. Convierte tu día en una jornada de acción de gracias a Dios y en una acción de alabanza a Aquel que hace tantas obras grandes en nuestra vida sólo por amor.

ACLAMACIÓN (SANTO).

El Santo es una aclamación triunfal que hace todo el pueblo con el Sacerdote: “Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo”. Este es el canto de los ángeles, el que ellos cantan continuamente en el cielo (Is 6), y con ellos presentes en el sacrificio de nuestros altares, debemos entonar la majestad de Dios.

EPICLESIS (INVOCACIÓN) El nombre viene del griego: epicaleo, apicalumai; significa invocar, llamar. El celebrante extiende sus manos sobre el pan y el vino e invoca al Espíritu Santo, para que por su acción los transforme en el cuerpo y la sangre de Jesús.El Sacerdote extendiendo las manos sobre las ofrendas y haciendo la señal de la cruz sobre ellas dice: “Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor”.

RELATO DE LA INSTITUCIÓN –CONSAGRACIÓN - ANÁFORAS-, «Es el corazón y la cumbre de la Eucaristía».La Anáfora constituye la parte esencial de la Misa, que se titula en la estructura general oración eucarística; corresponde al Canon del Misal Romano.

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Anáfora es una palabra griega que indica la acción de elevar, la actitud de levantar la ofrenda con las manos.

CONSAGRACIÓNEl sacerdote hace "memorial" de la última cena, pronunciando las mismas palabras de Jesús. El pan y el vino se transforman en el cuerpo y en la sangre de Jesús (transubstanciación), que tiene lugar la hacer el sacerdote, identificado con Cristo, lo que Él hizo: toma como Él el pan en sus manos … y dice la fórmula consagratoria, las mismas palabras omnipotentes y creadoras que realizan lo que significan, esto es la misma maravillosa conversión total o transubstanciación que obraron en la última Cena, al decir: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. Tras elevar el Santísimo Sacramento para que el pueblo lo adore, lo deja en la patena y hace una genuflexión para adorarlo él mismo.

Prosigue sobre el vino: “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”, e igualmente lo eleva para que los fieles la vean y adoren, y tras depositarlo sobre el altar él mismo lo adora con una genuflexión.Advirtamos que primero se consagra el Cuerpo de Cristo y luego separadamente la Sangre, para representar mejor a Cristo como Víctima en el sacrificio, pues la Misa es el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo que se ofrece a Dios por ministerio del sacerdote en memoria y renovación del sacrificio de la cruz.

ANÁMNESIS (RECORDACIÓN)La anamnesis, en la que «la Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él».Aclamamos el misterio central de nuestra fe.Inmediatamente después, el Sacerdote suscita la Anámnesis, -aclamación- de los fieles, con las palabras: “Éste es el Sacramento de nuestra fe”. La respuesta es una verdadera aclamación de la asamblea que se sabe unida con el celebrante y acepta a nivel comunitario la nueva alianza, que se está celebrando. Hay cuatro textos diferentes: 1. Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús! 2. Cada vez que comemos de este pan y debemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vueltas. 3. Por tu Cruz y resurrección, nos has salvado, Señor. 4. Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo vendrá de nuevo.

OBLACIÓNEn este momento se realiza de presentación "por la que la Iglesia, en este memorial, sobre todo la Iglesia aquí y ahora reunida, ofrece al Padre, en el Espíritu Santo, la hostia Inmaculada. La Iglesia pretende que los fieles no sólo ofrezcan la Hostia Inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que de día en día perfeccionen por la mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre sí, de modo que se realice aquello de DIOS TODO EN TODOS".

INTERCESIONES (CONMEMORACIONES) La Eucaristía se ofrece por toda la humanidad. Aquí se repiten las intenciones generales y particulares de la oblación.

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La celebración es de toda la Iglesia celeste y terrena en Cristo. Por eso hay aquí una petición por todos los vivos y difuntos, y se pide la intercesión de la Virgen Santísima, de los apóstoles, de los santos, para formar coro de alabanza y una gran petición universalista que desemboca en la doxología. Las intercesiones, en las que «la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus iglesias»

DOXOLOGÍA (ALABANZA)Terminan las Anáforas cuando el sacerdote eleva la Hostia y el Cáliz y hace una Doxología -alabanza-,final que expresa la glorificación de Dios: “Por Cristo de, con El y en El, a Ti, Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”, y se concluye y confirma con la aclamación del pueblo diciendo: “Amén”.

PADRENUESTROPreparándonos para comulgar, rezamos al Padre como Jesús nos enseñó.Tras rezar el padrenuestro el sacerdote continúa: “Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. El pueblo responde: “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor”.

EL SALUDO DE LA PAZEl Misal describe así el gesto de la paz: La Iglesia “implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y los fieles expresan comunión eclesial y la mutua caridad, antes de comulgar en el sacramento” (IGMR 82).a) Se trata de la paz de Cristo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”. El saludo y el don del Señor que se comunica a los suyos en la Eucaristía. No una paz que conquistemos nosotros con nuestro esfuerzo, sino que nos concede el Señor.b) Un gesto de fraternidad cristiana y eucarística: Un gesto que nos hacemos unos a otros antes de atrevernos a acudir a la comunión: para recibir a Cristo nos debemos sentir hermanos y aceptarnos los unos a los otros. Todos somos miembros del mismo Cuerpo, la Iglesia de Cristo. Todos estamos invitados a la misma mesa eucarística. Darnos la paz es un gesto profundamente religioso, además de humano. Está motivado por la fe más que por la amistad: reconocemos a Cristo en el hermano al igual que lo reconocemos en el pan y el vino.

COMUNIÓNLa Misa queda incompleta si no hay Comunión. La participación de los fieles en ella llega a la plenitud y perfeccionamiento cuando comulga el Cuerpo y Sangre de Cristo en su Misa. Y es la Comunión dentro y no dentro de la Misa, la que da esa expresión de participación en función del sacrificio-banquete. Oblación a Dios y comida para enriquecer la vida espiritual en el banquete Pascual. La comunión es la más verdadera y efectiva participación de los fieles en la Misa, no es el canto, o el escuchar la palabra de Dios, o el hecho de formar la asamblea orante, sino el recibir a Jesucristo en su realidad de alimento eucarístico.

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Llenos de alegría nos acercamos a recibir a Jesús, pan de vida. Antes de comulgar hacemos un acto de humildad y de fe.

El sacerdote toma el pan consagrado, lo parte sobre la patena, y deja caer una parte del mismo en el cáliz, diciendo en secreto: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna”.Mientras tanto se canta o se dice: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz”.

El sacerdote elevando la sagrada Hostia dice: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”, y juntamente con el pueblo, mostrando la indignidad y la confianza en Dios aclama: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

El sacerdote reza en secreto: la oración para la comunión: “Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable”.

Después, el sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena, lo muestra al pueblo, diciendo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”.Y, juntamente con el pueblo, añade: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.El sacerdote antes de comulgar dice en secreto: “El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna”, y tras comulgar reverentemente el cuerpo de Cristo: “La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna”.

Posteriormente se distribuye la Sagrada comunión a los fieles.Tras la comunión, si el sacerdote hace la purificación, dice en secreto: “Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna”. Y si se cree oportuno puede ir a la sede y guardar unos minutos de silencio para hacer oración.En esos minutos damos gracias a Jesús por haberlo recibido, y le pedimos que nos ayude a vivir en comunión, de rodillas o sentados, en silencio, oración y meditación.

RITOS DE DESPEDIDASon ritos que concluyen la celebración. Son un ritual sencillo y breve para terminar la Misa.

ORACIÓN FINAL. Reza el Sacerdote una última oración que cierra la celebración y recuerda la idea particular de la Misa que se acaba de celebrar.

BENDICIÓNRecibimos la bendición del sacerdote.

DESPEDIDA Y ENVÍOAlimentados con el pan de la Palabra y de la Eucaristía, volvemos a nuestras actividades, a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones.

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GESTOS Y SÍMBOLOS

BRAZOS/ABIERTOS: Son el símbolo de un espíritu vuelto hacia arriba, de todo un ser que tiende a Dios.Unos brazos elevados, unas manos que tienden a lo alto, son todo un discurso, aunque digan pocas palabras. Pueden ser un grito de angustia y petición, o una expresión de alabanza y gratitud.El orar en esta postura tiene un tono expresivo no sólo de petición por sí mismo, sino de intercesión por los demás.LAS PALMAS DE LAS MANOS HACIA ARRIBA: Manos abiertas, que piden, que reconocen su propia pobreza, que esperan, que muestran su receptividad ante el don de Dios.

MANOS ABIERTAS: lo contrario del puño violento o de las manos cerradas del egoísmo. Un cristiano que se acerca a comulgar y recibe el Pan de la Vida con la mano extendida, "haciendo a la mano izquierda trono para la derecha, como si fuera ésta a recibir a un rey".

LAS MANOS UNIDAS: palma contra palma, o bien con los dedos entrelazados. Es la actitud de recogimiento, de la meditación, de la paz. El gesto de uno que se concentra en algo, que interioriza sus sentimientos de fe. La postura de unas manos en paz, no activas, no distraídas en otros menesteres mientras ora ante Dios.

LAS MANOS DEL PRESIDENTEUn presidente, de pie ante la comunidad y ante Dios, con los brazos abiertos y las manos elevadas, proclamando la plegaria común, ofreciendo, invocando; un presidente que saluda con sus manos y sus palabras a la comunidad reunida, que la bendice, que le da la Eucaristía: es él mismo un signo viviente, que a la vez representa a Cristo y es el punto de unión y comunicación de toda la comunidad celebrante.

MANOS QUE OFRECEN

Hay unos momentos particularmente expresivos: cuando las manos del presidente se elevan con el pan y el vino.

Son tres estos gestos en la celebración de la Eucaristía:

a) cuando en el ofertorio el sacerdote presenta el pan y el vino, elevándolos un poquito sobre el altar; este momento no tiene todavía mucha importancia: las palabras que los acompañan, el Misal supone que normalmente se dicen en secreto (aunque es facultativo que se digan en voz alta); es un gesto de presentación, no tanto de ofrecimiento: el ofrecimiento verdadero vendrá después, cuando ese pan y ese vino se hayan convertido en el Cuerpo y la Sangre del Señor;

b) en la consagración, después de pronunciar sobre cada uno de los dones las palabras de Cristo, el sacerdote los eleva un poco, mostrándolos a los fieles; es un gesto que se introdujo a principios del siglo XIII, con la intención de favorecer que los fieles "vieran" la Eucaristía; y como el sacerdote estaba de espaldas, tenía que elevar los Dones de una manera notable; ahora esta elevación no es necesario que sea tan pronunciada: no tiene todavía el sentido de ofrecimiento, sino de "mostración" u ostensión al pueblo;

c) y por fin el momento culminante, cuando al final de la Plegaria Eucarística, mientras proclama la "doxología" ("por Cristo, con El y en El..."), el sacerdote eleva el Cuerpo y la Sangre de Cristo—esta vez los dos juntos, uno en cada mano, o solo el pan, y el cáliz el cocelebrante o diácono—hacia Dios, a quien dirige "todo honor y toda gloria"; es la "elevación" más antigua y la más importante, y la que con mayor énfasis debe hacer el presidente: precisamente por ese Cristo que tiene en las manos es como la comunidad rinde a Dios el mejor homenaje de adoración.

La jerarquía entre estos tres gestos de elevación se ve claramente en el Misal, que ha cuidado los términos en cada caso:

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—en el ofertorio, el sacerdote "tiene la patena con el pan y la sostiene un poco elevada sobre el altar" (aliquantalum elevatam: un poquito elevada),

—en la consagración "toma el Pan y teniéndolo un poco elevado sobre el altar (parum elevatum: un poco elevado), lo muestra al pueblo...",

—mientras que en la doxología final, toma "la patena con la Hostia, y el cáliz, y elevando ambos (utrumque elevans) dice...".

El momento en que más solemnemente ofrecemos a Dios nuestro mejor don—que es a la vez el suyo, el Cuerpo y Sangre de Cristo—es éste al final de la Plegaria.

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BIBLIOGRAFÍA• Catecismo de la Iglesia Católica.

• Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.

• Constitución “Sacrosanctum Concilium”.

• Instrucción General del Misal Romano

• Misal Romano

• La Biblia de Jerusalén.

• Gestos y símbolos, José Aldazabal, Dossiers CPL 24

• CATEQUESIS SOBRE EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Secretariado

nacional de catequesis, con motivo del décimo aniversario del catecismo de la iglesia

católica.

• Catecismo popular de la Eucaristía. 100 preguntas, 100 respuestas. Diego Muñoz.

EDIBESA.

• Explicación de la Divina Liturgia, Nicolás Cabásilas. CPL 151.

• La misa, sencillamente. Robert Cabié. CPL 63.

• Celebrar. Cómo saborear la celebración eucarística. J.B. Liviano. San Pablo.

• Misal de la asamblea dominical. San Pablo.

• Artículos varios de páginas web.

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