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Ventana 654 ¿Cuánto falta para el futuro?

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Ventana 654¿Cuánto falta para el futuro?

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La Colección Básica del Medio Ambiente es una coedición de la Secretaríade Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), a través del Centrode Educación y Capacitación para el Desarrollo Sustentable (CECADESU), yla Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, A.C.(SOMEDICYT).

SECRETARÍA DE MEDIO AMBIENTE Y RECURSOS NATURALES

Ing. Alberto Cárdenas JiménezSecretario

Jaime Alejo CastilloCoordinador General de Comunicación Social

Tiahoga RugeCoordinadora General del Cecadesu

SOCIEDAD MEXICANA PARA LA DIVULGACIÓN

DE LA CIENCIA Y LA TÉCNICA, A.C.Fís. Ernesto Márquez Nerey

PresidenteM. en C. Salvador Jara

VicepresidenteM. en C. Roberto Sayavedra Soto

SecretarioLic. Octavio Plaisant

Tesorero

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Ilustraciones: Leticia Barradas

José Luis Zárate

¿Cuánto falta para el futuro?

CO L E C C I Ó NCO L E C C I Ó NCO L E C C I Ó NCO L E C C I Ó NCO L E C C I Ó N B Á S I C AB Á S I C AB Á S I C AB Á S I C AB Á S I C A D E LD E LD E LD E LD E L M E D I OM E D I OM E D I OM E D I OM E D I O AMB I E N T EAM B I E N T EAM B I E N T EAM B I E N T EAM B I E N T E

Ventana 654

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ISBN 968-7734-16-7

Derechos reservados conforme a la ley.Impreso y hecho en México con papel 100 por ciento reciclable sin cloro.

Ventana 654. ¿Cuánto falta para el futuro?Primera edición, 2004

D. R. © SOCIEDAD MEXICANA PARA LA DIVULGACIÓN DE LA CIENCIA

Y LA TÉCNICA, A.C. (SOMEDICYT) Casita de la Ciencia, planta baja Museo de las Ciencias Universum Circuito Cultural, Ciudad Universitaria 04510 México, D.F. www.somedicyt.org.mx

D. R. © SECRETARÍA DE MEDIO AMBIENTE Y RECURSOS NATURALES

(SEMARNAT) Bulevar Adolfo Ruiz Cortines 4209 Col. Jardines en la Montaña 14210 México, D.F. www.semarnat.gob.mx

CENTRO DE EDUCACIÓN Y CAPACITACIÓN

PARA EL DESARROLLO SUSTENTABLE (CECADESU) Progreso 3, primer piso Col. Del Carmen Coyoacán 04100 México, D.F. [email protected] http://cruzadabosquesagua.semarnat.gob.mx

Revisión TécnicaNashieli González PachecoTeresita del Niño Jesús Maldonado SalazarMiguel Ángel Domínguez Pérez TejadaCecilia Escárcega Solís

Edición, formación y coordinación editorialADN Editores, S.A. de C.V.Norma Castillo y Myriam Núñez

Diseño de la colecciónCarlos Gayou

Ilustración de portada e interioresLeticia Barradas

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ÍNDICE

1. Antes del juego 72. El juego 293. Después del juego 674. Ventana 654 97

GLOSARIO 115

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Esta novela va dedicada aVerónica Murguía, David Huerta,Rax, Alberto, y a José Luis,quien recorrerá la Ventana 654.

Un libro, cualquier libro, no puede ser escrito sin la generosaayuda de otras personas que ignoran qué hará el autor, pero que

confían en él y le ofrecen ese apoyo que hace que recorrer lasventanas de la imaginación sea un auténtico placer.Gracias a Nashieli, Teresita, Cecilia y Ernestina.

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INSERT A DISC...

a mujer bajó corriendo las escaleras, con un portafoliolleno de papeles, buscando en su pesada bolsa, colgada alhombro, una docena diferente de cosas, mientras se decíaque no debía olvidar los libros, las hojas, los apuntes, losboletos de avión. Miró su reloj: las 2.30 am. Apenas ibana llegar a tiempo al aeropuerto. Se detuvo un segundo enla entrada.

¿Tenía tiempo de subir, despertar a Raquel y decirleque se cuidara?

—Mamá, ya tengo 13 años —diría su hija, muy seria,y, la verdad, no disponía ya ni de un minuto libre.

Le pesó un poco no despedirse de Raquel, pero notenía caso despertarla. Además, ya se habían puesto deacuerdo, y el encuentro de investigadores sólo durabacuatro días.

Salió, cerró, fue corriendo hacia el taxi mientras sumarido mantenía abierta la puerta. En la oscuridadavanzaron a toda velocidad.

—¿Traes todo? —se preguntaron al mismo tiempo.

—Yo sólo fabrico ojos, sólo ojos, diseñosgenéticos. ¿Eres Nexus, eh? Yo diseñé tus ojos...—Me gustaría que pudieras ver lo que yo he

observado con tus ojos.BLADE RUNNER

—Ignoramos quién lanzó el primer ataque...lo que sí sabemos es que nosotros

quemamos el cielo.MATRIX

1

ANTES DEL JUEGO

L

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—Sí —afirmó él con un tono muy poco convincente.—Sí (espero).—¿Te despediste de la niña?—En la noche, antes de que se durmiera, estuve con

ella un rato... Pero no creas, me dieron ganas de despertarlay darle otro beso.

—A mí también.Se miraron, sintiéndose un poco culpables. Tal vez

en una vida tan bien planeada como la suya debería exis-tir un espacio más grande para convivir con su hija. Porindependiente que fuera, por grande que estuviera, porbien que se cuidara, aún era su bebé.

Lo bueno es que se quedaba con Marina que, también,estaba acostumbrada a los largos viajes de la pareja, talvez más numerosos en los últimos meses. Raquel pasabamás tiempo con ella que con sus padres. Pero los próximosmeses lo arreglarían. De verdad.

—Regresando llevaremos a Raquel a algún lugarque le guste.

—Eso, todos necesitamos unas vacaciones.—Llegando...—Todo saldrá bien, ya verás. Le compraremos algo

bonito en el viaje. Algo tradicional. ¿Qué le gusta?—Los GameBoys.—Bueno, eso. Muy tradicional. ¿Trajiste la confe-

rencia?—¿Crees que esté bien?—¿La conferencia?—Raquel...—Por supuesto. ¿Qué podría pasarle?

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En esos momentos, Raquel subía lentamente unas escalerasnegras. Eran de piedra, lo cual representaba una ventaja:no rechinaban. Era necesario no hacer ruido alguno. Asíno podrían localizarla. Había visto lo que hacían con losque encontraban.

Subía casi a oscuras. Apenas podía ver. Los focosen las paredes funcionaban perfectamente, pero estabancubiertos de una sustancia espesa, líquida, roja. Parecíaque alguien hubiera arrojado una cubeta de pintura contralas paredes. Pero eso no era una pintura, y no habían usadouna cubeta, precisamente.

El cuerpo estaba acurrucado contra los escalones, untítere sin cuerdas. Lo que había pasado aquí fue rápido,terrible, mortal. Después de acabar con las personas delcomedor, el o los enemigos habían subido las escaleras atoda velocidad y se habían encontrado a medio caminocon ese hombre.

Raquel se volvió lentamente, casi podía esperar veralgo subiendo apresuradamente detrás de ella. No habíamás que oscuridad. No se sintió tranquila en modo algu-no, posiblemente esperaran arriba, a que terminara desubir. Y todas las puertas se encontraban cerradas. Habíarejas en las ventanas que impedían que rompiera un vidrioy escapara al exterior. El lugar había sido construido paraque nada entrara. Pero lo que fuera que querían mantenerafuera, había entrado ferozmente, y ahora no había formade salir.

Tal vez el cuerpo a mitad de las escaleras tuviera unallave que sirviera en alguna de las mil cerraduras, tal vezahí se encontraba lo necesario para escapar.

Se acercó lentamente, sabía que el cuerpo iba a estarlleno de horribles detalles que no quería ver. Pero debía.Si iba a salir viva de aquí era necesario prestar atencióna todo.

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El hombre vestía un traje azul. Era un guardia deseguridad. En el cinturón llevaba un llavero repleto, locual era bastante bueno. No tenía arma alguna, lo cual erabastante malo.

Raquel miró el brazo roto y supo que algo terrible-mente fuerte le había arrancado el arma de las manos.Debía recordarlo. El enemigo iba, también, armado.

Algo, a lo lejos, rió. Una risa no humana. Fue en-tonces cuando el guardia abrió los ojos. Ojos rojos, bri-llantes, con pupilas de gato. Con fuerza inusitada le aga-rró el brazo.

A su pesar, Raquel se sobresaltó. ¿Qué hacer? Sinarmas, indefensa, atrapada por algo que iba transfor-mándose en una bestia terrible. Tenía, cuando mucho, unsegundo para actuar. Pensó usar las llaves como arma,pero no era suficiente, no para detener algo con garras ycolmillos. Para sobrevivir no bastaba con herirlo, debíainutilizarlo...

Y a mitad de esas escaleras interminables no habíanada que pudiera utilizar como arma. Nada: excepto lasescaleras mismas.

Sin ver el control que tenía en sus manos, marcó A,B, círculo, círculo y en la pantalla del televisor la mujeratrapada por el monstruo se dejó caer por las escaleras,arrastrando consigo al enemigo. Bastó un B, B, cuadrado,X para dar un elegante giro en el aire, usar su peso comopalanca y, en un sorpresivo movimiento, lanzar sobre suhombro a la bestia, hacia el abismo de escalones...

El guardia rebotó en cada uno de ellos, herido, perono muerto. No podía morirse más de lo que ya estaba. Lomalo de los zombis es que demostraban, siempre, serunos necios. No importaba las veces que los destruyeras,se ponían de pie y continuaban su sencillo plan de co-merte.

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Raquel aferró (triángulo, X) la barandilla esperan-do, tal vez, que se desprendiera y usarlo como mazo; sinembargo, la mujer en la pantalla se puso de pie en labarandilla y se deslizó como si se tratara de surf...Zuuuuuuuuum. Adiós, zombi... Pero abajo, dos más laesperaban, hambrientos. Eliminarlos era tan sencillo queRaquel suspiró. Entonces uno de ellos sacó el arma delguardia y empezó a disparar...

Los dedos de Raquel se movieron con tal agilidadsobre el control que verlos era tan desconcertante comover los movimientos de los personajes en la pantalla.

El control tenía diez botones, con los que se podíanhacer millones de combinaciones diferentes, y ella parecíausarlas todas.

Así como una persona que conduce efectúa casiinconsciente los movimientos de la palanca de velocida-des, los pedales y el volante, Raquel no podría decirteexactamente qué botón oprimía a cada momento, peroera indudable que no fue el azar quien logró que 25zombis, tres vampiros y un comando armado fuerandestruidos sin usar arma alguna.

Raquel terminó tan satisfecha de su último movi-miento que miró a su alrededor, buscando, tal vez, a al-guien que la felicitara. Entonces fue consciente de queno se encontraba en una mansión de dos kilómetros delargo llena de mutantes hambrientos, sino en su cuarto,vestida con una bata rosa de ositos (que odiaba, pero queera la más cómoda de todas).

Miró la caja donde había venido el juego: “La Casade las Bestias IV”. En la portada, una mujer de ropaajustada le apuntaba con un cañón a lo que parecía unamedusa con los tentáculos llenos de navajas. Pareceríaque esa mujer nunca usó una bata con ositos.

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Raquel guardó el nivel en la tarjeta de memoria,quitó el CD. Miró la pantalla. El logotipo de su consola dejuego solicitaba que empezara a jugar de nuevo: “Inserta disc”. Durante un segundo dudó, ¿por qué no? Peroolvidaba algo. Mientras guardaba el disco compacto sepreguntó por qué su casa estaba tan tranquila.

—¿Mamá? —preguntó al aire— ¿Ya se fueron?Silencio. Miró sobresaltada el reloj. Se había man-

tenido despierta para despedirse, y para no dormir habíacolocado un ratito su nuevo juego. Pero el tiempo se lehabía ido como agua (tal vez cuando cayó en la piscinadel spa maldito y esas cosas como arañas con aletas in-tentaron ahogarla).

Ya no eran las 12 pm.—¿Mamá? —dijo, saliendo de su cuarto.—¿Papá? —llamó mientras bajaba las escaleras

rápidamente, como si pudiera alcanzarlos, aunque yasabía... Ya no estaban las maletas, ni la laptop de mamá,ni los boletos cuidadosamente puestos a mitad de la mesapara que no se les olvidaran. Sabía lo distraídos que eransus padres a veces y ella había insistido en poner loimportante a la vista.

Se habían marchado ya. Y no los oyó cuando se fue-ron, no pudo decirles adiós, no pudo darles otro beso dela buena suerte.

“Ay, hija, es que cuando prendes tu juego te pierdes.”¿Qué podía responder a eso en vista de que, esta vez, ha-bía sido cierto? Pero ellos tampoco vinieron a despe-dirse. Sin embargo, ¿no había quedado con ellos que noera necesario? Pero iba a extrañarlos y por eso queríadespedirse.

Raquel recorrió la sala vacía, la cocina sin nadie, sesirvió un poco de leche y se quedó mirando el vaso a mitad

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de la mesa. Ella se sintió también un vaso a mitad de unamesa vacía. No tenía por qué estar triste. Había habladodel viaje con sus padres, se habían despedido antes deacostarse, Marina estaba en su cuarto, bien dormida.Mañana la levantaría temprano para llevarla a la escuela.Raquel tenía exámenes. No había por qué sentir que lagarganta le dolía y los ojos se le humedecían. Lavó elvaso, lo secó cuidadosamente, lo puso en la alacena conlos demás.

Quién sabe por qué, tuvo el impulso de tocar en lapuerta de Mari. Pero se arrepintió. Ya estaba grandecita.¿Qué podría decirle? ¿Mari, me dio tristeza que se fueranmis papás? Después subió lentamente las escaleras de sucasa (no había sangre ni oscuridad, pero igual le pesómucho subirlas).

Mientras insertaba el disco en la consola de juego sedijo que, tal vez, una legión de muertos-vivos no fuerantan mala compañía.

LOADING...

—Los retrovirus en las muestras de fauna amazónica des-plazada —leyó Raquel, sobre el hombro de su madre—...Suena muy interesante, mamá.

La mujer sonrió y dejó de escribir.—Vas a pedirme algo.—Voy a presumirte algo.—A ver.—Me llegó hoy.La carta que le mostró Raquel no tenía nada de

impresionante. Un sobre blanco, una hoja impresa encomputadora que empezaba con un impersonal: “Querido/a Sr/Sra”, lo cual era signo de que había sido escrito por

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una computadora, uno de los tantos mensajes automáticosque las compañías lanzan al aire. Correo basura. Sin em-bargo, éste llevaba el nombre de su hija en el remitente.

Raquel OviedoPresenteNos es grato invitarlo/a a participar en la contienda anual desurvival horror de nuestra compañía, a celebrarse en...Grandes premios y oportunidades.(No es necesario comprar nada para participar)

—¿No es maravilloso, mamá?—No veo nada maravilloso en que te inviten a algo

llamado “horror de supervivencia”.—Es un tipo de videojuegos, mamá. Hay muchos

tipos. Aquellos en los que tienes que dispararle a todo loque se mueve se llaman “mata-mata”, también están losllamados “tirador en primera persona”, o los deportivos,los de competencia, los de estrategia y, claro, los quemejor se me dan: los “survival horror”, son esos en los quedebes mantenerte vivo en un lugar donde tratan de matar-te, como en Isla Zombi, CyberMasacre, La Casa de lasBestias...

—Y después afirman que los videojuegos no soneducativos.

—Ay, mamá, tú me regalaste Ciudad de Muertos IIIhace un mes.

—Tú escogiste el CD. Y recuerdo que la portada delvideojuego que me enseñaste tenía unas muchachasjugando voleibol en la playa.

—Sí, cuando regresan de las vacaciones, todos en suciudad son zombis, y deben sobrevivir y no tienen másque...

—Bikinis y tablas de surf.

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—Exacto, al final todas terminan llevando equipomilitar y un helicóptero blindado. Esos juegos son muydivertidos. Debes escapar de los malos, descubrir quépasó para que el lugar donde estás se transformara en unatrampa mortal, sobrevivir y escapar usando sólo lo quepuedas encontrar en los escenarios. Y yo soy muy buenaen esos juegos. Tan buena que me invitaron expresamenteal campeonato. ¿Puedo ir?, ¿puedo?, ¿puedo?, ¿puedo?

El asunto, naturalmente, no era si podía, sino sidebía.

Raquel estaba pasando demasiado tiempo con losvideojuegos, ya había tenido un par de problemas en laescuela por tareas sin entregar y olvidos de exámenesmotivados, siempre, por la máquina. Tenía la impresión,además, de que su hija no estaba durmiendo lo necesario.Sin embargo, también se sentía un poco culpable porqueno había estado suficiente tiempo con ella últimamente,y porque no había podido cumplirle esas vacaciones enfamilia prometidas, ya que siempre se atravesaba algonuevo.

Y Raquel lucía tan orgullosa de la invitación.—Es como una competencia, un torneo, mamá. Y yo

soy la mejor. Sé que soy la mejor.Bueno, una competencia quería decir gente, muchos

participantes, personas con quienes hablar. Un mundofuera del aparato. Fue por ello que dijo que sí.

—Los atletas olímpicos van solos a las competencias—dijo Raquel a su mamá al día siguiente.

—Llevan a sus entrenadores y como 50 cámaras detelevisión.

—Soy una ciberguerrera en una contienda altamentetecnológica. Está mal visto que a los ciberguerreros losacompañe su mamá.

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—Me pondré en la última fila de asientos y fingiréque nunca tuve la dicha de tener una hija que me ignora.

—Ay, mamá: no hay asientos.Había un montón de pantallas planas gigantes, mu-

chas consolas diferentes de juego, kilómetros de cablesnegros reptando por todas partes, anuncios de nuevosCDs, un tipo disfrazado de erizo, otro de fontanero ita-liano, un río de gente.

“Este es el mundo de mi hija”, pensó. Luces de haló-geno, sofisticados controles, el aroma de la electricidad,paneles de aluminio, plástico por doquier. El lugar lucíamás industrial de lo que era. Todo lo que había a la vistahabía sido diseñado para presumir que era alta tecnología.

No había ventanas. Bueno, sí, pero no daban alexterior, sino a otros mundos.

Cada pantalla mostraba un escenario completa-mente diferente. Había bosques de acero, horizontes ex-traterrestres, cuevas llenas de dragones, carreteras infini-tas, caminos interestelares. Paisajes de colores imposi-bles, de ángulos que negaban la gravedad. Montañashechas de agua, mares de agujas... Y todo moviéndose,girando, activo, pulsante.

Después de enseñar su carta, a Raquel le dieron ungafete, una lista de competencias programadas y un ma-pa. Mientras se trasladaban a través del mar de gente,Raquel saludó a un par de muchachos:

—ETech, Dos-0.—Extraños apodos.—No son apodos, mamá, eso es taaan viejo. Son

nicknames.—¿Y de dónde los conoces?—De los juegos en la red.—¿Survival horror?

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—Exacto, y mira, ahí viene uno de los mejores... Ey,Alberto, ¿también te invitaron? Nos vemos al rato...

—¿Cuál es su nickname?—Alberto. Capaz y hasta es su verdadero nombre.Al llegar al sitio de competencia, la mamá de Raquel

vio que, después de todo, sí había asientos, pero sólo paralos contendientes. Con la vista fija en la pantalla, su hijaaceptó, casi sin ver, un control.

“Loading...”. El mensaje indicaba que el universocontenido en el CD empezaba a cargarse en la consola dejuegos. Qué distinto era de los videojuegos de su época.Cuando ella jugaba Pac-Man bastaba un joystick y unbotón. Miró el control que su hija sujetaba con familiaridad:parecía una M transparente para que pudieran verse loschips y tabletas que lo formaban. No pudo dejar de notarque había un minúsculo joystick y cuatro botones paracada pulgar. Y eso sin contar que los índices teníantambién botones.

En la pantalla un dinosaurio gigante empezó aperseguir un helicóptero. Los dedos de Raquel danzaronsobre los botones. Sonreía, sin notarlo, sin tomarse lamolestia de ver el entorno, concentrada ya en el juego. Yano estaba ahí. Su hija había salido por una de esasventanas a otro universo.

WAITING...

En la pantalla de la computadora, en el Messenger, fueapareciendo, poco a poco, la conversación:

RAQUEL DICE: Dime un empleo feliz.ALBERTO DICE: ¿Millonario?RAQUEL DICE: No, algo que te encantaría ser.ALBERTO DICE: Millonario.

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RAQUEL DICE: Algo así como el que prueba en las fábricas dechocolate para ver si saben ricos...ALBERTO DICE: Los que usan los nuevos juguetes para com-probar si son seguros.RAQUEL DICE: El público que ve las películas antes del estre-no para ver si les gustarán a todos.ALBERTO DICE: Catador de refrescos.RAQUEL DICE: ¿Qué es catador?ALBERTO DICE: Como el probador de chocolates, pero conlíquidos...RAQUEL DICE: Ayudante de los Reyes Magos.ALBERTO DICE: El de los ayudantes es Santa Claus.RAQUEL DICE: Da igual. No sé... ¿qué otro empleo feliz se teocurre?ALBERTO DICE: ¿Crítico de DVD al que le envían todos losestrenos?RAQUEL DICE: Tal vez. Ya sé. Cuidador de animalitos reciénnacidos.ALBERTO DICE: Si te gustan los cachorros... No se me ocurrenmás.RAQUEL DICE: Ni a mí. Bueno, eso prueba lo que te decía:ninguno de ellos es más feliz.ALBERTO DICE: Es que nada se le parece. Nada es como serB-tester.

La mamá de Raquel releyó la carta nada impresionanteque llegó, ahora con su nombre, en la que le informabanque su hija había sido la ganadora indiscutible de lacontienda anual de survival horror (“Sólo no dejé queme comieran” comentó Raquel, modestamente) y le in-formaban que una firma de software deseaba su auto-rización para ofrecerle a su niña (“Ay, má, ya tengo 13”)un empleo como B-tester.

Después leyó de nuevo el diccionario de informáticaen línea que su hija rápidamente le localizó para que

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supiera que ser un B-tester no tenía nada de malo y símuchísimo de bueno.

Beta-testerAntes de que un programa de software salga al mercado esimprescindible una prueba de campo, en este caso, su uso porparte de un determinado número de usuarios, técnicos, pro-gramadores y especialistas con el fin de determinar fallas,errores u omisiones en su funcionamiento. A este grupo se ledenomina Beta-tester. Su característica principal es que nodeben pertenecer a la empresa que desarrolla el programa yque realicen las pruebas en un entorno real, en el medio en quese utilizará realmente, esto es, como si hubieran adquirido elprograma y trabajaran diariamente con él.

—Entonces...—Mamá, me van a pagar por usar videojuegos. Mi

empleo será jugarlos. ¿No es maravilloso?

Un par de días después se encontraban en una habitacióngris, aburrida, sin revistas recientes. Las salas de esperason todas iguales. No importa si sus puertas llevan a undentista, un trámite, o una compañía desarrolladora devideojuegos.

Raquel leyó por octava vez la plaquita de plástico:SC Software Corporativo.

—Al menos no es Nekronos Corporation —lemurmuró Raquel a su mamá.

—¿Perdón?—La compañía malvada que convierte a todos en

zombis en Casa de Bestias. Está experimentando paracrear supersoldados y libera un gen mutante que... bueno,ya sabes. Una corporación enorme.

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—SC no suena muy atractivo, ¿verdad?—Y no tiene instalaciones subterráneas, ¿qué cor-

poración no tiene instalaciones subterráneas?Hasta ese momento, SC la había decepcionado. Un

edificio común y corriente en una calle del centro de laciudad. Para colmo las oficinas estaban en el tercer piso.Nada de ambiente de alta tecnología. Aunque sabía queeso sólo pasaba en los videojuegos, esperaba pisos dealuminio, puertas deslizantes automáticas, o, por lo menos,lectores de retina y huellas digitales. Tal vez fuera mejor.

En los videojuegos, mientras mejor lucieran los edi-ficios de una corporación, peores eran sus intenciones. Yen esa salita gris no había mucho espacio para escondermutantes hambrientos. Pero tampoco tenían carteles enlas paredes, ni anuncios gigantescos de sus videojuegos,enmarcados en acrílico. El único adorno era una polvosapalmera en una maceta. Ni siquiera era de plástico.

—Parece que alquilaron las oficinas...Se sentía atrapada en el waiting... (cuando la máquina

te pedía que esperaras mientras acababa de organizar eljuego). El instante eterno antes de empezar.

Entonces se abrió la puerta, y un sonriente ejecutivofue a recibirlas. Pasaron a una oficina que, para colmo, nisiquiera tenía una computadora a la vista. Raquel seenteró entonces que sólo habían ido a firmar papeles.Autorizaciones, permisos, sobre todo un documentollamado “Contrato de confidencialidad”, que parecía ha-ber sido escrito por la propia Nekronos Corporation. Enpocas palabras, Raquel se comprometía a no revelarle anadie el contenido del software que iba a probar, cosa quele parecía de lo más lógica en el competitivo medio de losvideojuegos; si contaba algo, cualquier cosa, a personasno autorizadas por Software Corporativo, las consecuen-

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cias eran terribles: demandas, prisión y, lo peor, comoera menor de edad, el castigo también llegaría a quien sehiciera legalmente responsable de sus actos. Su mamá, eneste caso. Dudó un segundo, antes de firmar. Sí, las con-secuencias de una indiscreción eran terribles, pero des-pués de todo era sólo un videojuego. ¿Qué podía haberde secreto en un videojuego?

“SC Software Corporativo” decía en el camión que seestacionó frente a su casa el día siguiente. Era un camiónrelucientemente negro, digno de aparecer en cualquierpantalla.

Dos hombres hablaron con la madre de Raquel unosminutos antes de empezar a descargar cosas. La niñahabía supuesto que, simplemente, iban a pasarle un CDpara que jugara y algún montón de papeles para que co-mentara todo lo que es importante en un juego: ma-niobrabilidad, inteligencia artificial, tiempo de respuestade los controles, en fin, ese sencillo tipo de cosas. Nuncase imaginó que le llevarían equipo. Sin saber muy bienqué esperar, les enseñó su cuarto. Los hombres midierondistancias, sacaron un pequeño librero, uno de ellos em-pezó a modificar el contacto eléctrico visible. Otro fuetrayendo cajas y cajas de las que sacaba relucientes apa-ratos. Raquel no cabía en sí de emoción. Comprendió quepor eso el contrato de confidencialidad era tan severo. Ibaa probar un nuevo juego, sí, pero al parecer también unanueva consola de juegos. Las más sofisticadas tenían eltamaño de una caja de zapatos. ¿Qué podía esperarse deuna consola de juegos del tamaño de un escritorio?¿Cuánta memoria habría libre para la creación de

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imágenes? Mucha, muchísima. ¿Qué tipo de pantallausarían? Esperaba que una de esas enormes pantallasplanas que abarcaban una pared completa. Sería comoestar ya en el mundo virtual, como si un par de pasos lepermitiera estar adentro.

Cuando se fueron, Marina miró desconsoladamenteel montón de empaques de plástico rígido desechados queno iban a caber en las bolsas de basura...

—32 cajas —dijo su madre—, metieron a la casa 32cajas y algo que parecía un refrigerador negro.

—Dicen que mañana van a traer más.—Ay, hija, créeme que ahora sí extraño al Pac-Man.

CHOOSE A DIFICULT LEVEL...

Había que vestirse para las graduaciones, para los bailes,para los eventos deportivos. Bien, parecía que dentro depoco habría que vestirse para los videojuegos. Raquel fuesacando de sus cajas las prendas de color azul oscuro, conese aspecto entre tela y plástico de las ropas que usan loscorredores olímpicos, o los hombres-rana. Naturalmenteeran a su medida. Primero, una elegante chaqueta deneopreno, llena de bultos que eran, al parecer, microchips,una fuente de energía y un contacto inalámbrico; no teníaun cuello convencional, sino un collarín rígido. Tam-bién había un par de guantes largos. Cuando los vio porprimera vez creyó que eran los viejos data-gloves:controles en forma de guante para videojuegos. Eran algomás sofisticado que ello. Y por último, un casco negro,parecido a una escafandra increíblemente ligera. Raquella tomó y se dijo que estaba a punto de comenzar sucarrera de B-tester. De entrar a un juego que por elmomento era únicamente suyo. Sonrió. Miró a su

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alrededor, a los nuevos aparatos que casi llenaban suhabitación.

—Bien, es hora —dijo, para sí.Podía haberle pedido ayuda a Marina para vestirse

o verificar los aparatos, o para que fuera testigo del ini-cio del juego. O esperar a que su mamá regresara delsimposium al que se había ido. Pero este asunto eratotalmente suyo, se lo había ganado, se comprometió arealizarlo y no revelarle nada a nadie. Ella iba a realizarlosola. Sintió un agradable vértigo por todo ello.

Se vistió con cuidado, sintiéndose a la vez un pocoridícula con todo ese estrafalario equipo encima, y a lavez muy bien porque estaba portando un vestuario creadoúnica y exclusivamente para esta tarea: como los trajes delos astronautas o de los buzos de mar profundo.

En cuanto cerró el chaleco empezó a escucharse unligerísimo tono eléctrico, como una cámara cuando cargael flash. Se puso los guantes. Estaban hechos de unplástico suave, ligeramente húmedo; casi parecía piel,pues dibujaba los músculos que cubría. Eran tan largosque podían conectarse al chaleco. En cuanto unió laspiezas, la fibra óptica que los rodeaba como costuras, seiluminó.

La energía venía del vestuario mismo (“recuerdarecargarlo en la noche”, se dijo), ningún cable la unía alas consolas de juego, o a los contactos de electricidad.Del mismo modo no necesitaba cables para dar ins-trucciones. No había ninguna posibilidad de enredarsecon los controles, con la gruesa maraña de las conexio-nes. Era libre, gracias a toda esa alta tecnología.

—¿Cuánto costará esto? —pensó.Bueno, ¿qué importaba? Por el momento era todo

suyo. Se había sentido bastante desilusionada cuando no

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trajeron ninguna pantalla gigante de alta resolución parael videojuego. Pero pronto descubrió que habían traídoalgo mucho mejor. Se colocó el casco. Pensó que debíaverse extraña con esa cosa puesta, como si tuviera lacabeza dentro de una pecera negra. No era posible vernada, completamente a oscuras. Lo apoyó en el collaríndel chaleco. Con un ligero chasquido la pieza encajóperfectamente. Entonces la luz la inundó. El interior delcasco era la pantalla del juego. Ponérselo era comosumergirse en la imagen. En este caso, una colina verdemuy común y corriente. Un árbol a lo lejos, un río co-rriendo tranquilo por ahí, nubes algodonosas. Todo in-creíblemente detallado. El casco conservaba la perspec-tiva real. Si giraba la cabeza, las imágenes no se des-plazaban como si hubiera portado unas gafas-pantalla. Sequedaban ahí y podía ver nuevas imágenes. Dio mediavuelta y tuvo una perspectiva de 360 grados del lugar.Alzó la cabeza lo más que pudo y vio el cielo, tan azul ypreciso que sintió un poco de vértigo. Bajó la mirada paraver el suelo: pasto verde. Era increíble. El casco debíacalcular los movimientos que hacía (tal vez mediante elcollarín) y los interpretaba para que su vista luciera real.Estaba dentro de la pantalla.

Alzó las manos. Por un segundo esperó ver losguantes llenos de luz, pero aparecieron ante ella dos ma-nos delgadas y largas. No eran reales, tenían ese colorplástico que tiene toda piel en los videojuegos. Los guan-tes mandaban una señal que le permitía a Raquel ver susmovimientos realizados en ese mundo virtual.

—¡Guau! —exclamó.Recordando las instrucciones, giró dos veces las

muñecas y ante ella apareció un control de videojuego.Estiró sus manos virtuales y lo tomó. Con él podía avan-

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zar como acostumbraba hacerlo en las consolas de juego.Con otro girar de muñecas el control desaparecía y podíatomar cosas del mundo virtual. Se agachó para tomar unaroca, esperando, casi, sentir el tacto, la rugosidad del ob-jeto, pero era sólo una imagen. Las imágenes no pesan.Era agarrar humo, niebla, nada. Sin embargo, el cascoseguía siendo una maravilla.

Raquel respiró profundamente, trató de relajarse.Era hora de comenzar el juego... Hizo aparecer el control.La primera sorpresa es que no apareció el conocidoletrero de “Choose a dificult level...” No se le preguntó sideseaba que todo fuera fácil, promedio o difícil. Si de-seaba enfrentar desafíos de aprendiz, experto o maestro.Cuando no preguntan nada así, Raquel sabía, por expe-riencia, que el juego era demasiado sencillo, o excesiva-mente duro, y el que empezó no fue sencillo en absoluto.

START

La mamá de Raquel guardó sus papeles, y pensó en su hijaen ese momento. El simposium se había alargado un parde días. Y el trabajo que ella y su esposo presentaron lla-mó mucho la atención: tablas de migración de enferme-dades. Los animales, desplazados de su medio ambientepor la deforestación, habían abandonado la selva y vivíanen los bordes de las ciudades, llevando enfermedades einfecciones nuevas, que trasmitían a los humanos. Eranecesario, urgente, preparar una proyección sobre esatendencia; pensar en todas sus implicaciones, en todassus consecuencias. Y éste era el mejor lugar y el mejormomento para hacerlo.

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Reunirse con su hija iba a llevar un poco más de tiem-po. Se la imaginó sentada frente a una máquina, sonriendo.

Las vacaciones, se prometió de nuevo, debía orga-nizarlas ya. A algún sitio tranquilo, alejado de médicosinvestigadores y B-testers a la vez.

Si hubiera entrado a la habitación de Raquel en esepreciso instante, hubiera visto a su hija estirar la manohacia la nada, tomar algo del aire, mover los dedos comosi fuera un mimo haciendo la pantomima de usar un vi-deojuegos. El casco negro y la ropa azul llena de cablesy fibra óptica la hacían ver como si se hubiera topado conuna telaraña luminosa. Con un gesto preciso, lleno de de-cisión, el índice oprimió el aire, del mismo modo que seaprieta un botón.

Start, empezar.Con ese tono distraído con el que leía en voz alta,

Raquel dijo:—Ventana 923.Entonces, a mitad de la habitación, Raquel dio un par

de pasos atrás, y eso que estaba acostumbrada a zombis,vampiros y dinosaurios mutantes come-humanos. Tal vezrecordara, entonces, que había sido elegida por ser unaexperta en el survival horror. Entonces... ¿qué veía?, ¿quéimágenes le ofrecía la máquina?

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VENTANA 923

as palabras flotaron en el aire. Ventana 923. Nadamás. No había ningún sofisticado corto informando latrama del juego. Y era una lástima; con semejante calidadde imagen, Raquel hubiera jurado que sería espectacular.Nadie le dijo el nombre de su personaje, quiénes eran losmalos, cuál era su objetivo, cuántas vidas poseía.

El letrero se apagó, y ante ella apareció, de pronto, unabismo. Todo lucía tan increíblemente detallado que du-rante un segundo sintió el vértigo de las alturas. Con elgiro de muñecas hizo aparecer el control, y lenta, cuida-dosamente, se asomó por el borde. Como el casco contabacon un sonido 3D realmente bueno, Raquel podía escu-char el mar allá abajo, entre la niebla aceitosa que casi loocultaba. El mar no sonaba como siempre, un murmullocontinuo, una respiración salada, sino que emitía un so-nido denso, pesado, succionante, desagradable. Las olaseran negras, lentas, se levantaban casi como tentáculos,se aferraban a las orillas decididas a no retirarse.

Raquel se alegró de que el casco no reprodujeraaromas, porque el agua se veía sucia, putrefacta. La luz,al tocarla, se convertía en una miríada de colores aceito-sos. Las olas eran lentas por su excesiva densidad; lasaguas estaban a punto de coagularse. “Nada podría vivirahí dentro”, se dijo. Miró el horizonte lleno de montañasnegras, que surgían de ese mar agonizante. “Así que los

2

EL JUEGO

L

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océanos también pueden morir”, pensó. “Y éste es sucadáver...”.

—Fantástico... —dijo, fascinada—, esto es mássiniestro que la Casa de las Bestias.

Con cuidado empezó a retirarse, y en ese momentoel borde se desgarró. Caía al océano inerte... Trató deaferrarse a las grandes rocas negras que la acompañabanen la caída, pero sus dedos atravesaron la corteza.

No eran rocas, por supuesto. Bastaba tocarlas paraque se desgarraran en largas tiras aleteantes. Dentro habíauna pasta blancuzca, casi líquida, también... Aún así tratóde aferrarse a ello.

Una pantalla secundaria se abrió en el borde mismode su visión.

“Biopeligro”, leyó.Retiró sus manos virtuales de aquella repugnante

pasta y las vio llenas de grumosas sustancias, y una agujaclavada en el pulgar.

Raquel se estremeció. “Este juego no puede clasifi-carse para todas las edades” pensó, mientras se aferrabaa lo que podía, lleno de filos o no. Cayó en una orilla, yun montón de esas “rocas negras” cayeron sobre ella.Ninguna pantalla informó de daño alguno. Eran comoalmohadas llenas de sobras y basura. Al menos no habíacaído al mar.

Un toque de color la distrajo. Un personaje de cari-catura la miraba sonriente, impreso en una larga hojaamarillenta. Había caído en el borde del agua, y lenta,densamente, el agua avanzaba por el dibujo, ahogándolo.Era un pañal absorbente. Las rocas negras estaban relle-nas de pañales vueltos una masa blancuzca. Y agujas... Yquién sabe qué más.

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Las rocas negras eran tan frágiles que caminar sobreellas era un riesgo, sin saber qué desagradable sorpresaocultaban en su interior.

Un par de pantallas secundarias corrían informacióna un costado de su visión. Una de ellas desplegaba unalista de sustancias químicas presentes en el aire. Muchasestaban escritas en color rojo, igual que el letrero cen-tellante de “Biopeligro”.

Al parecer el océano era tóxico: el líquido blancuzco,la aguja que retiró del pulgar... En la otra pantalla, unasilueta marcaba las heridas recibidas en la caída.

Tal vez porque deseaba ver algo no tan desagrada-ble, Raquel miró el personaje de caricatura. A pesar deno estar en el borde del agua, había sido ya tapado porlo negro.

—Sí que es absorbente —se dijo, mientras se poníade pie.

La televisión estaba llena de anuncios de pañales,por eso no le extrañó a Raquel recordar que la buenaabsorción tenía que ver con los gelatinizantes.

Su personaje empezó a toser, necesitaba alejarse deahí.

Con cuidado comenzó a subir la montaña, necesi-taba un punto de vista alto para decidir el camino. No ha-bía más que montañas negras rodeadas por el mar. Nohabía caminos, rutas, ¿cómo iba a escapar de esas aguasmuertas, densas, lentas, casi coaguladas, gelatinizadas?

Un momento... miró las montañas negras... ¿Cuán-tos pañales se necesitan para gelatinizar un mar?

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Raquel sonrió, aferrada al mástil de su velero de po-liuretano. Estaba formado por cajas, tiras de embalaje,cuerdas plásticas, botellas transparentes. No era un barcoresistente, pero el mejor que pudo hacer con lo que habíaa su alrededor. Por alguna causa que no le era fácilprecisar, el plástico se rompía al menor esfuerzo y seconvertía en un montón de lajas quebradizas. Escamas sinresistencia alguna. Le daba la sensación de que era unplástico viejo, terriblemente antiguo. “¿Cuánto dura elplástico?”, se preguntó. No había herrumbre —no erametal—, pero parecía haber pasado miles, tal vez millo-nes de años a la intemperie.

El velero no iría muy lejos. Pero no deseaba eso.Quería llegar a otra de las montañas negras. Buscabaalimento. La pantalla de datos le informaba que se estabamuriendo de hambre (algo muy común en los videojuegos,sólo que ahí se llamaba “bajo nivel de energía”). En laanterior isla no había nada ni remotamente orgánico paracomer. Con tanto desecho, debían haber programadounas ratas, muchas moscas, gusanos. Podría haber so-brevivido con unas cuantas ratas bien tostaditas, peronada. Prepararse un menú de roedor no habría sido tanasqueroso como, por ejemplo, entrar en el interior de ungusano carnívoro en el videojuego de Nekromundo, y eseera uno de los atractivos del survival horror. Todo esposible, todo es necesario para la sobrevivencia.

Raquel había mirado a su alrededor. El sonido 3Ddel casco la estaba poniendo nerviosa. Viento, el mar, elchasquido de las tiras de plástico contra el aire. Nada más.Sonidos muertos. Hasta un cuervo siniestro graznandoamenazas habría sido bienvenido.

“Falta vida en este basurero”, eso debía decirles a losprogramadores. Había, eso sí, mucho plástico.

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Al principio construyó una balsa de botellas de-sechables, pero se quedaron pegadas en el mar denso.Comprendió entonces que no necesitaba nada que flota-ra, sino algo que cortara las aguas. Una especie de es-quíes, o raquetas de nieve. El mar era tan denso que unotardaba en hundirse.

El barco de poliuretano se deslizaba sobre dos tirasde aluminio que, extrañamente, parecía herrumbroso.Una vela de bolsas de plástico la empujaba hacia delante.Raquel sintió el optimismo que todo capitán conoce. Lanave avanza y hay mucho horizonte. ¿Qué podría dete-nerla? Nada, nadie mientras avanzara...

A lo lejos (muy, muy a lo lejos) Raquel pudo vertierra firme. No se dirigió hacia ella, porque no se veíamás que una arena sucia y aceitosa en las costas. Erasencillo adivinar que se trataba del borde de un desiertogris. En la lejana tierra firme no pudo ver nada vivo, ni unaplanta, ningún animal.

“¿Qué pasó aquí?” era una pregunta típica en lossurvival horror. No parecía un virus, ni algún plan de unacorporación malvada. Parecía, simplemente, que esteescenario estaba ahogado en desechos.

Las nubes aceitosas se apartaron en lo alto, y todoquedó iluminado por la fuerte luz del mediodía. “Bio-peligro”, parpadeó otra pantalla.

¿Ahora qué?Raquel giró las muñecas e hizo aparecer el control.

Había un icono con el signo de interrogación, el típicopara pedir aclaraciones.

Alerta fotodermatológicaHiperplasia epidérmicaFotocarcinogénesisInmunosupresión

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FototoxicidadDermatosis fotoexarcebadas

—Gracias —murmuró Raquel—, quedó perfecta-mente claro.

Qué juego más extraño...—Los letreros aclaratorios no aclaran nada —se

dijo. Debía recordarlo. Todo B-tester debe marcar loserrores.

La mano virtual que aferraba una cuerda empezó acambiar de color. Unos círculos rosas aparecieron en todoel dorso, fueron creciendo alarmantemente rápido. Antesus propios ojos, el rosa se volvió rojo, sanguíneo. Esto noestaba bien. En segundos, el rojo se convirtió en marrón.

Soltó la cuerda y vio que el cambio de color no erauniforme. Una línea sana corría por la palma.

—El lugar donde estaba la cuerda —dedujo.También había otra línea sana en el antebrazo, pero

ninguna cuerda la cubría, nada la había tocado excepto...la sombra del mástil. Las partes sanas eran las que habíanestado cubiertas o a la sombra. El peligro biológico veníade la luz —alzó la vista— del sol.

—Oh, perfecto.No tenía nada con qué cubrirse. Nada, excepto la

vela de plástico. Pero si el velero se detenía, iba a sumer-girse en el agua negra.

¿Cuánto daño podría resistir hasta llegar a una isla dedesechos? Debería enterrarse en ellos para protegerse, yquién sabe qué peligros habría ahí. Bueno, sería unacarrera contra reloj.

De una patada tiró todo lo innecesario por la borda.Se situó lo más posible en la sombra de la vela y sepreguntó qué clase de planeta tendría un sol venenoso.

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—Bien, ahora sé lo que sienten los vampiros...La piel oscura parecía un hermoso bronceado, como

el que se consigue después de tres o cuatro semanas dequedarse una hora en la playa con mucho bloqueador solar.

Recordó que en los frascos de bronceador decía“Protección contra rayos ultravioleta”. Eso necesitaba.Un poco de eso. Algo así como 10 o 20 litros. La pielbronceada se estaba volviendo de un negro violáceo nadasaludable, y empezó a descamarse. Comprendió entoncespor qué no había ratas, moscas, insectos. El sol los habíamatado a todos, los había quemado... ¿Serviría de algocubrirse con el agua oscura? Sumergió un dedo nomáspara ver cómo el letrero de biopeligro centelleabaalarmado. No, el agua no iba a servir de nada.

—Sólo falta que un tiburón mutante me coma.Pero seguía sin haber nada vivo a su alrededor.—Sólo yo —pensó— y no voy a durar mucho.

Piensa-piensa-piensa.¿No era la mejor superviviente virtual? ¿No había

salido ilesa de DinoIsla? ¿No detuvo la invasión deZombis en Nekroguerra? ¿Acaso no fue la única quededujo la trampa final de Casa de Bestias II? (Bueno,Alberto también, pero se tardó dos días en resolver elacertijo.)

¿Cómo ganar velocidad? Quitando peso. Pero la ma-teria con la que estaba formado su barco de por sí no pesamucho. Estaba indefensa en medio del mar y no importa-ba lo buena que fuera moviendo los controles. ¿Qué podíahacer, sino esperar, mientras avanzaba hacia alguna orilla?Y cubrirse del sol era sólo una parte del problema: ¿dóndeconseguir un poco de alimento? Con ese sol no iba a haberplantas en ningún lado, ninguna hermosa selva llena deplátanos, mangos de un amarillo reluciente.

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¿Qué organismos mutantes crecerían bajo ese solasesino?

Tal vez, sólo tal vez, hubiera algo creciendo bajo lasmontañas de basura, bien profundo, alejado de la luz.Musgo, hongos... algo. No puede estar todo muerto,¿verdad?

¿Verdad?¿Qué clase de juego era éste donde no había salida?

¿Quién iba a usarlo sólo para ser eliminado? ¿Quiénpodría encontrar divertido morir de hambre en un mundomuerto?

Pero su personaje no murió de hambre. No tuvotiempo. Una de las tiras de aluminio se rompió con unseco chasquido, y el barco de desechos empezó a naufra-gar, lejos, muy lejos de cualquier tipo de orilla.

“Esto no es agua, es gelatina”, recordó. Tal vezestuviera lo suficientemente densa para resistir su peso.Dio un salto hacia el mar. No se hundió de inmediato.Empezó a correr sobre lo negro. Tal vez lo lograría, talvez, tal vez...

Las aguas primero alcanzaron sus tobillos (podíadesprenderse y dar otro paso, pero entonces se hundía unpoquito más), luego llegaron a sus rodillas y de ahí a sucadera. Entonces ya no pudo escapar y lenta, impla-cablemente se fue hundiendo.

Cuando el líquido oscuro cubrió su cabeza, todos losletreros se pusieron en rojo. Explicaron, detalladamente,qué sustancias tóxicas estaba bebiendo...

Raquel adivinó que en la ventana 923 no habría otravida para continuar el juego.

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Con un gesto decidido retiraron el contacto del cráneo deNeo. Morpheus, al lado, movió un poco la cabeza, regre-sando al mundo real. Neo intentó incorporarse, pero nofue sencillo. Mil dolores diferentes asaltaron su cuerpo.Incrédulo tocó sus encías, buscando la causa del horriblesabor metálico que inundaba su boca. En sus dedos... elbrillante color de la sangre, su sangre.

—Creí que no era real —dijo Neo, sorprendido deque el viaje a la realidad virtual tuviera una consecuenciadolorosa.

—Tu mente lo hace real.Neo lo pensó un par de segundos. ¿Qué estaba di-

ciendo Morpheus? ¿Acaso quería decir que...?—Si muero en Matrix... ¡¿muero también aquí?!—Oh, por favor... —musitó, irritada, Raquel.Neo era un quejica.Detuvo el DVD. ¿Acaso nunca habían jugado vi-

deojuegos? Morirse era lo más común y corriente en elmundo virtual. Ese era el chiste. Que morirse no tuvieraconsecuencia alguna. Por supuesto que era molesto. Anadie le agrada ser devorado por un zombi, que un espíainternacional le dispare a uno, o morir ahogado en el marde un mundo de basura. Pero ¿quién se metería a unmundo virtual que fuera tan peligroso como el real?Entonces ¿qué ventaja habría de crear algo enteramentenuevo?

Raquel no dejó de respirar al sumergirse en el maroscuro, no aferró su garganta en busca de oxígeno. No seahogó en modo alguno. Es más, suspiró honda, densa,profundamente. Enojada consigo misma. Había sidohumillante. No había durado nada en la maldita ventana923. Como si hubiera sido una principiante, como si nohubiera ganado una contienda anual.

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Y el juego se había desconectado a sí mismo. Cuandote matan en un videojuego puedes empezar y volver a in-tentarlo las veces que quieras. ¿Por qué no la dejó empe-zar de nuevo? ¿Era una falla, o parte de la programación?

Apretó todos los botones que pudo encontrar.—Vamos —le gruñó Raquel al aparato, pero fue

inútil.Se libró del casco, arrojó el chaleco sobre su cama,

salió furiosa de su recámara.¿Qué quería ese condenado juego? ¿Cuál era el ob-

jetivo? ¿Qué debía hacer? Todo era venenoso ahí, ¿cómose supone que iba a sobrevivir alguien?

Bajó a la cocina, se preparó un sándwich enorme conlo que pudo encontrar. Después, simple y sencillamentepara pensar en otra cosa, conectó el DVD, pero no habíaservido de nada.

Miró su plato, sorprendida.Vacío.Hubiera jurado que se iba a tardar lo que dura la tri-

logía de Matrix en acabar todo lo que se había preparado.Fue por un par de galletas más.

—Ay, niña —dijo Marina— comes como un náufrago.Recordó el mar negro y a Morpheus diciendo:—Tu mente lo hace real.En ese momento se le atoraron las galletas a Raquel.

VENTANA 661

Oscuridad. Ahora no iban a tomarla desprevenida... nadade movimientos bruscos, cubrirse era imprescindible, talvez moverse sólo durante la noche. Unas letras flotabanen la nada. Estaba lista para enfrentar otra vez el mundotóxico de...

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—¿Cómo que ventana 661?¿No iba a repetir el nivel, una y otra vez, hasta pa-

sarlo? ¿Hasta cumplir la misión, o llegar a un checkpoint(es decir, esa especie de pequeña meta que marca que unafracción del juego ha sido completada y que ayuda, pasoa paso, a cumplir todo el recorrido)?

Muchas veces los videojugadores se parecían a lasmoscas que se golpeaban interminablemente contra loscristales transparentes. La mosca sabe que hay una salida,y los jugadores que es posible pasar a un siguiente nivel,porque nadie programa un solo escenario.

Empezar con un nuevo nivel antes de haber tenidoéxito en el anterior era extraño, inusitado. Nadie hacíaeso, ningún juego comenzaba en otro lugar.

Las letras desaparecieron y ella contuvo un segundoel aliento. Primero fue un mar muerto y un sol venenoso...¿y ahora?

—No te sugestiones —se dijo, recordando el platovacío—, es sólo un juego...

Ante ella tenía una puerta que se agitaba violenta-mente contra el marco. Oía un estruendo, un rugir, algotan poderoso que era imposible determinar qué estabaescuchando exactamente. Se encontraba a mitad de unpequeño cuarto, a oscuras. Había unos cuantos muebles,sillas de plástico, una mesa de madera de un hermosocolor azul eléctrico, pero casi no vio nada de ello, atraídasu atención por la puerta, que empezó a agitarse vio-lentamente, rechinando, crujiendo en los goznes, agrie-tándose en la cerradura. No iba a durar mucho, no podíacontener aquello que se encontraba afuera.

Paradójicamente, Raquel se sintió mejor. Se dijo quehabía un monstruo allá afuera, qué bien. Por fin algonormal.

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Las paredes también se estremecían. Su refugioestaba condenado, y no había más escape que la puerta. Seacercó a ella, lentamente, sabía que en el momento menosesperado...

La puerta se abrió de golpe y algo saltó hacia el ros-tro de Raquel, demasiado rápido para detenerlo. Con unrugido la tormenta la rodeó, devorándola.

La calidad de la imagen era tan extraordinaria, quepudo ver claramente cómo la lluvia no le permitía vernada... atisbos apenas de lo que había más allá de la puer-ta: imágenes dispersas de un río cercano, de casas a loslados, algunas con ventanas rotas, otras ya abandonadas.Trató de cerrar la puerta, pero no tenía fuerza suficientepara luchar contra el viento.

Raquel, en su traje de juego, estaba cálidamentearropada, seca y a salvo. Sin embargo, era tal el rugir delviento, tanta la violencia de la tempestad, que se refugiódetrás de una pared mientras recuperaba el aliento. Nopodía quedarse ahí. Por la puerta, la lluvia entraba sincesar, una lluvia horizontal, llevada por el viento.

Las sillas de plástico levantaron, sorpresivamente, elvuelo, impulsadas por el aire y fueron a estrellarse contrala mesa azul que se estremecía ya, dispuesta a su propiovuelo.

Raquel se asomó hacia fuera, por un instante, bus-cando una ruta de escape...

El río estaba cambiando de color: marrón, café,negro. A diferencia del mar gelatinizado, este río corríarugiendo, increíblemente rápido. Y, sin embargo, no es-taba hecho sólo de agua. Era, también, un río de tierra, delodo. De ahí su color, su consistencia densa, el horriblerugido chapoteante que lo acompañaba. Se agitaba en sucauce, se estremecía al pasar, serpenteando.

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Lenta, implacablemente, comenzó a desbordarse, acorrer libre fuera de cualquier límite.

Raquel miró sus pantallas. Ningún signo de bio-peligro. Por un instante creyó que le iban a informar queel agua era tóxica, o las paredes radioactivas, pero al pa-recer el juego había optado, esta vez, por el realismo.

Lo que las aguas cafés rodearon era un auto DodgeDart perfectamente reconocible; lo sacudieron como unniño agita a veces una sonaja, lo arrastraron como si fueraun juguete; impacientes, fueron a estamparlo contra unapared cualquiera con tal fuerza que el vehículo atravesómedio muro, y el río entró junto con el auto para ver quécosas fascinantes había ahí dentro.

Raquel fue consciente, entonces, de que el caucellegaba hasta las casas, que las aguas se acercabanrápidamente. Había oído la expresión “la crecida de unrío”, pero jamás pensó que fuera tan rápida.

La fuerza inhumana...Salió a la tormenta, corriendo. Había un auto a la

entrada, buscó en sus bolsillos virtuales una llave queseguramente... Sí, llevaba las llaves. Perfecto. Todoaficionado a los videojuegos sabe conducir virtualmente.Raquel metió primera, aceleró, giró el volante lejos delrío. El auto no respondió, empezó a deslizarse hacia uncostado; las ruedas no podían hacer tracción en el lodoque las rodeaba; el río las había alcanzado ya. De un salto,Raquel abandonó el auto, justo antes de que se partiera endos contra un poste.

Empezó a correr. Miró sus pies, tenía agua hasta lostobillos, pero no era del río. El agua brotaba como unsurtidor de todas las atarjeas; la lluvia no tenía por dóndeirse y se quedaba ahí, aumentando el cauce del río.

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En Control Comando II escapó de una avalancha, ytodo juego que involucraba antigüedades arqueológicasdebía tener una piedra rodante; sin embargo, aquí laspantallas anunciaban que el agua en los tobillos frenabatodo intento de correr, y además era sumamente fácilresbalarse.

Un crujido impresionante la obligó a mirar detrás desí, a la casa que acababa de abandonar. Ya no estaba ahí.

El cauce marrón se la había llevado a pasear, sinesfuerzo alguno. Pudo ver cómo flotaba sobre las aguasun instante, antes de que empezara a fracturarse, a con-vertirse en escombro, en astillas.

Con las patas hacia arriba, como un perro muerto,flotaba a su lado la mesa azul. ¿A qué velocidad iría el río,qué fuerza tendría, para llevarse una casa así? ¿Qué leharía de alcanzarla?

El río se acercaba rugiendo, como un monstruomúltiple, implacable, imposible de detener.

Miró a su alrededor. Había un letrero que decía: “Albosque”. Recordó entonces todas esas fotos de supervi-vientes aferrados a los árboles, rescatados por pacientessocorristas. Si llegaba al bosque, si tenía tiempo de treparen un árbol, tal vez la corriente pasaría de largo.

¿Eran las raíces de un árbol más fuertes que loscimientos de una casa? Tal vez no, pero un bosque erancientos de árboles, mil lugares donde la fuerza del ríopodría dispersarse. Era su única oportunidad.

“Al bosque”, decía otra señal, “Camino del Bosque”,se leía en otro letrero, “Colina del Bosque 200 metros...”

El río continuaba creciendo, casi la alcanzaba. Mirósus tobillos. Estaban rodeados de agua café... pero ¿cómo?El río estaba aún atrás. Dobló la última esquina y seencontró con la Colina del Bosque. Un relámpago le

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permitió ver con una inusitada claridad todo el terreno,que se elevaba. El bosque: 100 hectáreas de árboles rotos,100 hectáreas de bases de troncos, 100 hectáreas en don-de nada sobrepasaba el metro de altura.

El agua torrencial caía también ahí. Bajaba a todavelocidad hacia el pueblo, arrastrando la tierra que rodeabala madera muerta, una corriente café que se reunía velozcon el río marrón que iba a su encuentro.

Cuando las aguas rodearon a Raquel se encendió,por fin, el letrero de “Biopeligro”.

Ahogarse, por supuesto, era muy malo para la salud.

VENTANA 755

Esta vez las letras no fueron una sorpresa. Un nuevo nú-mero de ventana quería decir, entonces, un nuevo esce-nario. Las dos primeras ventanas fueron muy diferentesuna de la otra, así que esta tercera podía ser cualquiercosa. “Espera lo inesperado”, se dijo.

Raquel giró las muñecas, lista para tomar el controldesde el inicio. Nada de cantidades industriales de agua.En primer lugar, no se iba a ahogar. Ahogarse le estabaquitando diversión al asunto; así pues, tal vez lo primerosería conseguirse un equipo de buzo, alejarse de cualquiercantidad de agua suficiente para cubrirla, ir a tierras altasantes de cualquier cosa.

Se vio rodeada de una brillante luz solar. Vio pasara un lado un edificio. Ella se desplazaba.

La imagen se sacudía, a veces se inclinaba demasiado,lo cual era bastante molesto con una pantalla de perspecti-va completa: se estaba mareando. Miró a su alrededor.Estaba en el interior de un Jeep traqueteante, casi podíasentir cada bache del camino, pero no iba conduciendo.

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Había, además de ella, otras cuatro personas. Por unmomento creyó que sus compañeros de vehículo eranzombis. Tenían toda la apariencia: ojos hundidos, ex-presión de sufrimiento, un color enfermizo.

Sin embargo, uno de ellos iba leyendo algo, otroabría un walkman y miraba, desolado, un par de bateríasmuertas. Los zombis no se preocupan por cosas así.Entonces ¿qué eran?, ¿pasajeros enfermos?

En los videojuegos nunca hay personas enfermas(excepto si eran víctimas de un virus que los convirtieraen vampiros, muertos-vivos o monstruos). “No en unvideojuego normal”, pensó Raquel.

Uno de sus compañeros le sonrió, cerró un puño y loagitó débilmente. Era un gesto muy usado en los vi-deojuegos de comando: “lo lograremos”.

¿Lograr qué? ¿A dónde iban? ¿Por qué lucían tanmal todos?

En la pantalla aparecieron varias advertencias:“Bioalerta”, resplandeció un letrero.

Alerta: DADA del tipo hipotónicaSequedad mucosaDisminución turgencia cutáneaHiperneaHipotensiónHundimiento del globo ocularPulso débil y rápidoPérdida de calor en extremidadesAlerta: ph sanguíneo: muy elevado

—Recordar que los letreros no ayudan —se dijo,pero al parecer su personaje virtual también llevaba losojos hundidos típicos del zombi.

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Entonces ¿ella lucía tan mal como sus compañeros?Trató de verse en el cristal del vehículo, pero no pudoporque había demasiado sol.

—Ey, un momento...Ella conocía esa calle; miró a su alrededor fran-

camente asombrada. Era un camino que había recorridomil veces, calles familiares. Allá afuera se desplegaba laciudad de México, ¿por qué no la había reconocido deinmediato? Lo descubrió enseguida: la ciudad nunca estásilenciosa. No de este modo. Podía escucharse, única-mente, el motor del jeep. Nada más, ni la menor señal delrumor eterno de la ciudad más grande del mundo, de losmillones de vehículos, personas y ruidos que producíanun sonido tan pesado y constante que uno dejaba depercibirlo... hasta que faltaba.

El jeep se detuvo. El sonido del motor perduró unsegundo en el eco hasta desaparecer también.

Raquel se sintió hundida en un vacío. Si no oía a lamultitud... ¿quería decir que la multitud había desapare-cido? ¿Qué sucedió aquí? Era divertido tratar de dedu-cirlo en los survival horror, pero no en un lugar que co-noces.

Miró a su alrededor, las calles vacías de autos, auto-buses, bicicletas. Fuera lo que fuera lo que había sucedi-do, se llevó consigo todos los vehículos.

Alguien le aventó un rifle. No fue un gesto decididoy enérgico, sino lento y titubeante. Al parecer nadie teníamucha energía para parecer un comando militar.

Raquel siguió a los otros, que se habían pegado a lapared y avanzaban con precaución. Ella miraba a sualrededor, demasiado asombrada para interesarse en elarma que llevaba, o en la misión. No era raro que el jeepse hubiera agitado tanto. Había avanzado por una calle

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atiborrada de basura. Todas lo estaban, pero también habíapapeles y muchos objetos dejados al descuido, como si ungigantesco desfile o carnaval hubiera pasado por ahí, tiran-do todo a su paso. Había, eso sí, muchas cajas de cartón enel piso, muchas aún con objetos dentro. Raquel se asomóa una, y una muñeca le sostuvo la mirada.

—Esto se cayó de un camión de mudanzas —se dijo.Pero eran demasiadas cosas, o se había caído todo,

o... O eran miles de carros de mudanzas, millones de per-sonas retirándose con sus objetos...

¿La ciudad estaba vacía porque todos se habían ido?¿Por qué? ¿Huían? ¿De qué? ¿De eso llamado “DA deltipo hipotónica”?

Su comando, o lo que fuera, se había alejado.—Bueno, por lo menos aquí no hay mares, ríos,

lagunas donde ahogarme.En el piso, moviéndose apenas, había algunos pe-

riódicos. Siempre hay periódicos revoloteando alrededorde los desastres. Y siempre eran papeles imposibles deleer en los videojuegos. O con titulares que daban unapista precisa.

“¡M ICROGRIETAS EN TODA LA CIUDAD!”—Oh, perfecto —se dijo Raquel—. No hay nada

como la información precisa.“EL BORO ES RESPONSABLE DE LA ATROFIA: OLDF”“EXPERTOS AFIRMAN CULPA DE EXTRACCIONES DE MANTOS

FÓSILES”Al parecer era el día de no entender nada.“L A EXTRACCIÓN PROVOCÓ EL DERRUMBAMIENTO DEL

GIGANTE”“La grieta que este martes provocó el colapso de la

Torre Latinoamericana puede deberse a la sobreex-plotación del manto acuífero de...”

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Se veía una fotografía borrosa de una gran nubeoscura que cubría el Palacio de Bellas Artes.

¿Eso fue?, ¿por ello abandonaron todo?“EL SISTEMA CUTZAMALA SE DERRUMBA; LA INTER-

CONEXIÓN DEL SISTEMA SURESTE, INSUFICIENTE”¿De qué estaban hablando? ¿Qué significaban esas

fotografías de territorio reseco? Eso parecía un desierto,dunas y polvo, pero se podía adivinar la silueta de laciudad de México a lo lejos.

A lo lejos, muy apagados, se oyeron disparos.Raquel levantó la lista de los periódicos, sorprendida.

El fragor de una batalla. Sin ella. Pero... ¿cómo? ¿Nodebían esperarla? ¿No es el jugador el que siempre marcadónde está la acción?

Raquel aferró su rifle y corrió hacia el lugar de dondevenía el sonido. Estaba furiosa, herida, sorprendida deque la acción se desarrollara sin tomarla en cuenta.

—No me van a abandonar, no me van a dejar a unlado, no me van ignorar, no me van a prometer vacacionesque nunca llegan, tiempo que nunca encuentran para mí,no me...

Uno de sus compañeros estaba tirado en el suelo;aferraba una bolsa con una mano, el arma con la otra.Evidentemente estaba muerto. No más señales optimistasde comando: él no lo había logrado.

Al caer, la bolsa se había roto. Raquel se agachó pararecoger aquello por lo que habían ido a pelear a fuego yacero, aquello por lo que valía arriesgar la vida y perderla.Una botella de agua. La bolsa estaba llena de ellas. Con unasúbita intuición la abrió, y tomó un trago largo, enorme.

BioalertaRehidratación oral iniciada.No es suficiente aún para tratar la deshidratación aguda: DA

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Agua.Todos ellos estaban enfermos de falta de agua. ¿La

ciudad había sido abandonada por...? En ese instante labotella estalló. Raquel la miró, extrañada.

—¿Qué...?Por supuesto. Al parecer no habían dejado de dis-

pararse, y ella se había quedado inmóvil ahí, convirtién-dose en un blanco perfecto. Una pantalla le informó todoslos desastres que provocan las balas perdidas. Antes deque el juego la sacara de ahí pensó:

—Bueno, logré ahogarme en un vaso de agua... no,en una botella de agua.

RAQUEL DICE: ¿Alberto, nunca has pensado en lo mal que debesentirse Mario?ALBERTO DICE: ¿Cuál Mario?RAQUEL DICE: Bros. Mario Bros. El pobre se despierta un díay descubre que alguien secuestró a su princesa y desde enton-ces no puede hacer otra cosa que buscarla en lugares llenos deestúpidas monedas, rodeado de enemigos por todas partes ylaberintos donde brincar, saltar, huir y nunca, nunca puedetomarse un día libre, ir al cine, chatear con los amigos...ALBERTO DICE: Los juegos tienen pausa.RAQUEL DICE: La pausa es para los jugadores, las memory cardson para que se olviden un rato del videojuego y, cuandoquieran retomarlo, regresen a donde se quedaron, pero Mariosólo se queda inmóvil, y solo, y triste, y... ¡y no es justo!ALBERTO DICE: Es un juego...RAQUEL DICE: ¿Y si no lo fuera? ¿Si empezaras a pensar que nosólo es un juego? ¿Si te sintieras como el pobre de Mario?ALBERTO DICE: Te diría que necesitas desconectarte un rato.RAQUEL DICE: Tal vez.ALBERTO DICE: ¿Cómo sabes si has pasado demasiado tiempoconectada?RAQUEL DICE: Suena a chiste.

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ALBERTO DICE: Sientes que a tu nombre le falta una @. No, enserio, empiezas a pensar en que los personajes de videojuegosson reales. Que comen, duermen, se aburren fuera del argu-mento del videojuego, que tienen vida propia, y empiezas a...RAQUEL DICE: Ya sé, a imaginar historias con ellos. Y acabasescribiendo fanfics.ALBERTO DICE: “El amor secreto de Lara Croft”, “La tristeinfancia de Iori Yagami”...RAQUEL DICE: “Los sueños de Ash Ketchum”.ALBERTO DICE: Bueno, cuando tradujeron del japonés a lospokemon cambiaron los nombres, en realidad se llama...RAQUEL DICE: ¡Ja! Y dices que YO he estado demasiadotiempo conectada.ALBERTO DICE: Ey, eres tú la que se siente Mario Bros.RAQUEL DICE: Me gusta más Luigi.ALBERTO DICE: Raquel Bros.RAQUEL DICE: Si pasaras lo que Mario tiene que pasar, si sin-tieras lo que sienten cuando los laberintos no llevan a nada, olos matan una y otra vez. No sé... empiezas a pensar en queestar perdido, rodeado de enemigos y con todo buscando tumuerte... bueno, piensas que es una forma muy extraña dedivertirte.ALBERTO DICE: El chiste es que es un juego, Raquel. Es comouna película de miedo: te permite conocer monstruos sin ladesventaja de que te coman.RAQUEL DICE: Tienes razón. Lo padre del asunto es que no esreal. Y si parece real, pues más chiste. Y si casi te convence,pero puedes hablar después de que te mataron por una botellade agua, mejor, y si te ahogas en gelatina, pero puedes verMatrix... bueno... creo que entiendo.ALBERTO DICE: Qué bien, porque yo no te entendí nada.

VENTANA 723

Raquel simplemente escuchó el ruido del motor, apenastuvo tiempo de girar y observar dos grandes columnas deagua acercarse a toda velocidad. Sin pensarlo se sumergióde inmediato, y fue rodeada por una gruesa columna de

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burbujas, tan densa que apenas pudo ver pasar junto a ellauna hélice girando a toda velocidad, a centímetros escasosde su nariz.

Emergió, para ver a la moto acuática alejarse, dejandouna gruesa estela y levantando surtidores de agua comosi fueran un par de alas líquidas.

—¿Cuál es la prisa? ¡Idiota! —le gritó, antes derecordar que ningún videojuego, desde los primitivostiempos del ping-pong electrónico, ha respondido jamása los insultos.

La calidad de la imagen seguía siendo inmejorable,y en esta ocasión le mostraba cómo el agua escurría poruna escafandra, empañando la vista. Raquel llevaba untraje de buzo completo y la bioalarma indicaba que habíabastante aire en los tanques y la mezcla de gases era lacorrecta. Al parecer, los buzos no sólo respiran oxígeno...

Miró a su alrededor en busca de motos, lanchas,barcos. Ni en el mar podía uno dejar de preocuparse porel tráfico. Había muchos, pero muy lejos, ocupados en suspropios asuntos.

Bien, tenía el lugar para ella sola. Lo cual es excelentecuando se visita una ciudad sumergida en agua: calles,cuadras enteras, parques, jardines, tiendas. Algunosedificios estaban bien cerrados, con lo cual se trataba deevitar que el mar inundara las habitaciones, mientras queotros tenían puertas y ventanas abiertas, cuyas cortinas semovían como algas llenas de encajes.

Aún se levantaban postes aquí y allá, algunos hastacon sus cables eléctricos colocados; las calles relucíanbajo el líquido y todo parecía muy normal, como si nadamás se hubiera el aire convertido en agua.

Por supuesto era una impresión falsa: aún se podíanver grandes barricadas de sacos de arena, y presurosos

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muros, y canales, y construcciones que trataron de detenerel nivel del mar, que al parecer fue creciendo, hasta quese tragó la ciudad entera.

Parecía que hubo tiempo suficiente para evacuar lazona, pues no se observaban objetos abandonados en lavacía ciudad de México. O tal vez las cajas de cartón y sucontenido desparramado se fueron flotando por ahí...

Había partes en las que todo lucía tranquilo y sereno.Un mundo común y corriente vuelto extraordinario por elsimple hecho de encontrarse bajo el agua. Por ejemplo,esa casa con un automóvil estacionado a la entrada, comosi aún esperara que alguien lo abordara.

Raquel nadó sobre la calle y se posó en un farol.—Así nos ven los pájaros —pensó desde las alturas.Aunque, claro, ella tenía que ver a través de man-

chas de aceite y agua gris. Raquel había visto ciudadessumergidas antes (generalmente Manhattan), pero entodas ellas se suponía que el agua era totalmente clara yse mantenía inmóvil.

Del auto estacionado surgían largas tiras de líquidososcuros, tal vez el aceite, o la gasolina, formando unanube que, al moverse el agua, parecía palpitar. Ni un peznadaba en los alrededores, y Raquel los comprendíaperfectamente.

La ciudad había sido tragada por un mar aceitoso, yreluciente. O tal vez era agua limpia y el contacto con todoslos desechos de una ciudad había creado esas aguas grises.

Como iba cubierta por un traje completo, la bioalarmano registraba peligro alguno, pero Raquel no se creabafalsas esperanzas.

Cerca del auto había un parque con bancas de hierroforjado y un área de juegos infantiles: un columpio demetal, un sube y baja, el tradicional juego de tubos. El

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metal a su alrededor aún no empezaba a oxidarse, lo queindicaba que ese lugar tenía muy poco tiempo de haberseinundado.

Raquel no pudo evitar sentarse en la banca, fingirque todo era normal, imaginar que en cualquier momentoiba a aparecer alguien paseando un perro, algún niñocorriendo hacia la maravilla de los tubos de colores.

Fue hacia los juegos y descubrió que es imposiblecolumpiarse bajo el agua, y no había con quién jugar alsube y baja. De un salto llegó hasta la resbaladilla y sedejó ir por ella, pero antes de tocar el piso flotó haciaarriba, después se lanzó de cabeza, luego deslizándose ensurf, girando, todas las formas imposibles que se le ocu-rrieron.

Pudo haberse divertido por lo fácil que era jugar conel laberinto de tubos sumergidos, pero el lugar era de-masiado silencioso. Era claro que, después de ella, nadieiba a volver a jugar ahí. Se quedó sobre la resbaladillamirando los árboles que debieron dar sombra y frescuraalrededor del parque. Estaban muertos. De pie aún,aferrados de sus raíces, pero ahogados por la inundación.Las hojas de un verde enfermizo, la corteza despren-diéndose poco a poco...

Raquel se estremeció. Éste era otro mundo que habíafallecido, sin peces, sin algas, sólo aguas negras y laciudad abandonada.

En las bancas de hierro forjado podía leerse aún:“Ayuntamiento de Veracruz”.

Ella nunca había recorrido el puerto, ignoraba si separecía al lugar real, pero ya que el juego había repro-ducido fielmente el DF, ¿por qué no habría de imitar 100por ciento las bancas, el parque, los edificios blancosmanchados de gris? ¿Y para qué preocuparse tanto por el

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realismo si al lugar le había sucedido algo realmenteextraño? ¿O acaso todas las ciudades costeras habían sidoinundadas? ¿Qué significaba eso?

Una sombra la obligó a levantar la vista, una nube demetal se acercaba a ella.

Lenta, majestuosamente, un barco empezó a avanzarentre los edificios. Un barco enorme, un trasatlántico oalgo por el estilo, un buque tanque a juzgar por las largasparedes de metal, por las inmensas anclas que tratabandesesperadas de aferrarse a algo, abriendo una largaherida en el asfalto, arrastrando y partiendo en dos al autoestacionado. Aún bajo el agua, Raquel pudo escuchar lafrenética sirena de la embarcación. No estaba ahí porgusto.

Gracias al videojuego de Masacre Pirata, sabía loimprescindibles que eran las cartas de navegación. Lospilotos de las naves necesitaban la descripción precisa delas costas, era vital saber qué obstáculos existían bajo lasaguas y qué tan lejos estaba el fondo del océano.

Si el puerto de Veracruz estaba inundado, significa-ba que la costa había cambiado, que ahora había otrosobstáculos en la ruta, que las cartas de navegación noservían ya, y un barco podía perderse y chocar contra elnuevo arrecife formado ya no por coral, sino por ladrilloy concreto. De hecho, eso fue lo que ocurrió: el barcoarremetió contra un edificio, y éste se derrumbó encascotes y escombro, pero dejó una larga hendidura en elmetal, por donde el agua entró a borbotones.

Raquel se dio cuenta de que ver un naufragio desdeesa perspectiva era mala idea. Se alejó nadando lo másrápido que pudo de la desigual lucha entre el barco y lasconstrucciones. Poco a poco se fue acercando a los buzosque trabajaban por ahí, sacando objetos de los edificios,

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transportando enseres que habían sido abandonados du-rante la huida y que siempre resultan imprescindibles.

Vio que algunos llevaban un par de ataúdes de metal.Al parecer, alguien había regresado por sus muertos. Perotodos miraban en su dirección. Bueno, en dirección albarco cuya sirena todavía aullaba. De pronto vio un res-plandor. Algo había estallado a sus espaldas. ¿Habría cho-cado el barco contra algo inflamable? Tanques de gas, ga-solineras repletas; el agua misma parecía llena de petróleo.

Raquel se dio media vuelta buscando, tal vez, veruna bola de fuego bajo el océano, un incendio submarino.Y sí, lo vio. Una esfera brillante en el centro de otra esferaondulante que iba a toda velocidad hacia ella: el frente dela explosión, la onda expansiva. La bioalarma no tuvotiempo siquiera de advertirle nada, antes de que la os-curidad la rodeara.

—¿Te lavaste los dientes?—Sí, mamá. Me lavé los dientes, me cepillé el pelo,

y puse a cargar el traje y el celular.—Ésa es mi niña.—Ay, ma, tengo ya...—13 años, ya me enteré. Buenas noches.—No te vayas. Quédate un segundo.—¿Te sientes bien?—Sí, pero, no sé, quiero platicar un poco contigo.La señora trató de no ver su reloj. Había planeado

terminar un artículo, pero ¿cuántas veces le había dichodespués?

—¿Quieres que te cuente un cuento antes de dormir?

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—Ja. Nunca terminaste ninguno. No, te quieropreguntar algo, pero es en serio.

—¿Algún novio?—Dije en serio, ma.—A ver.—¿Te acuerdas cuando usaste por primera vez un

videojuego?—Ay, hija, ¿no puedes pensar en otra cosa que no

sea...?—Por favor.—Al menos no me preguntaste si había videojuegos

en mis tiempos.—Bueno... la verdad...—Me haces sentir vieja, nena. Sí había videojuegos

en mis tiempos, y para que lo sepas no hace mucho queexisten. El primer videojuego se vendió, no sé, en los 70más o menos. Era el gran regalo de navidad: una cajitanegra con una perilla que giraba, para que jugaras pingpong; dos rayitas y un círculo blanco era todo lo que seveía en la pantalla. El juego traía una pieza de plástico quese pegaba a la pantalla del televisor: mostraba el cuadradode la cancha. Y el único sonido que hacía era, cuandomucho, un pong cada vez que la pelota rebotaba. Despuésaparecieron otros que eran más o menos iguales: líneas enuna pantalla, bloques que bajaban, todos tenían unamúsica muy irritante; los timbres de celular tienen mástonos que los viejos videojuegos.

—¿Recuerdas por qué jugaste con ellos?—No sé, tal vez porque eran nuevos, porque era un

reto, y deseabas saber cuánto tardabas antes de que elaparato te ganara...

—¿Y te ganaba siempre?

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—Por supuesto. Creo que por eso nunca me llamaronla atención. Siempre perdías: aceleraban cada vez máshasta que era imposible alcanzarlos.

—¿Y si aceleraran de entrada, si desde el inicio fueraimposible ganar?

—Supongo que los habría jugado un par de veces ylos habría abandonado, pero no recuerdo ninguno quepareciera invencible al principio.

—Sí, lo sé. Parecen tan sencillos... Ma, ¿crees quealguien compraría un juego que jugara a derrotarte?

—Depende de la publicidad, creo, tal vez lo vendie-ran como el juego imposible que sólo los ases ganan o al-go por el estilo.

—¿Y si los ases también perdieran?—Creo que a la larga no venderían muchos juegos.—Sí, yo también lo creo.Raquel suspiró.—¿Estás bien, mi amor? —preguntó la señora,

preocupada al notar a su hija agotada, con grandes ojeras.—Sólo un poco cansada —sonrió, valerosa—. Nada

más, mamá. No te preocupes... ¡y no vayas a tomarme latemperatura!

—Las desventajas de tener una madre doctora.—Odio cuando me tomas la presión, esas cosas aprietan.—Mira que nunca te he medido la glucosa.—Ya lo hiciste...—Bueno, ¿segura que estás bien?—Sí. Es que ya es noche y tengo sueño.—Bueno, que duermas bien, tengo que ir a escribir

un rato, nena.—Lo sé. Los retrovirus en las muestras de fauna

amazónica desplazada.

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—Ése ya lo terminamos, ahora es un estudio esta-dístico de los vectores de infección animal.

—No suena como un buen cuento antes de dormir.—En realidad no es algo agradable para escuchar

antes de dormir.—¿Ma?...—¿Sí?—¿Por qué hace uno cosas que no son agradables?—No lo sé. A veces porque es necesario hacerlas. En

ocasiones, si uno las deja así se ponen peor... depende.—¿Y si no fueran importantes?, ¿si sólo fuera, no sé,

un juego...? ¿Por qué jugarías algo desagradable?—No creo que lo jugara. Bueno, tal vez un minuto o

dos, hasta que sintiera que no me gusta; después de eso,si no me estuviera divirtiendo, lo dejaría por la paz. Pero,precisamente eso es lo bueno de los juegos, que puedesabandonarlos... ¿verdad?

“Yo no puedo”, pensó Raquel.

Tres días: 72 horas exactas. Era el tiempo que restaba paraque terminaran las pruebas del juego. Raquel recordó lobien que se había sentido cuando le ofrecieron ser B-tester,la sensación de ser adulta al ver su nombre en papeleslegales, el que le tuvieran la confianza necesaria paradejar a su cargo aparatos sofisticados. Y todo eso estabaterminando. Lo cual, a fin de cuentas, era un alivio. Nomás aparatos abarrotando su cuarto, no más ventanas.Eso era lo mejor de todo.

Nunca pensó que fuera pesado ponerse el traje dejuego, que deseaba inventar cualquier pretexto para noconectar los controles, que hiciera girar sus muñecas sin

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decidirse a prender el programa, que hubiera preferidohacer cualquier cosa, cualquiera, en vez de entrar a unsurvival horror. Pero así era.

Mucha alta definición de imagen, excelente sonido3D, respuesta precisa de controles y todo ello, pero loúnico que en verdad quería era no entrar a ninguna ven-tana nueva. Aunque no iba a abandonar el juego. Claroque no. Y sabía por qué: le dijo a Sofware Corporativoque iba a hacerlo, se había comprometido a jugarlo, y,sobre todo, no iba a entregar el juego sin ganar, al menos,un nivel. Un programa no iba a derrotarla. No, señor, noa ella...

VENTANA 731

Un vehículo blindado era un buen principio. Tanto acerobrinda un poco de seguridad. Botellas de agua a la mano,un rifle con todos los aditamentos posibles. Perfecto.Raquel decidida al volante. ¿Qué podía pasar? Se acercabaa un lago. Antes de meterse de lleno al escenario descritopor esa ventana debía hacer inventario. Se detuvo, paraver a su alrededor.

“Raciones”, decía en un paquete a su lado, el cual notenía el aspecto industrial de lo hecho en serie. Envueltaen papel aluminio, se veía una como pasta verde repug-nante. La desmenuzó: eran algas compactadas.

Antes de bajar del vehículo sacó un dedo por laventanilla. Podía arriesgarse a perder el dedo. La bioalertano se activó. No había aire tóxico ni luz envenenada porel momento.

Se bajó con cuidado, el arma en la mano. Su vehículoera una camioneta con mucho acero remachado, cubiertopor más placas de metal. Muy casero, también. Había un

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amplio cajón atrás que contenía una pala, una especie derastrillo, restos largos de plantas... algas. Por lo vistocosechaba lo que comía.

Así pues, la misión era ir al lago por una carga másde plantas de un verde oscuro repugnante, para tener másraciones. Perfecto. El tipo de misión sencilla que gene-ralmente es mortal en los videojuegos: recoge monedas,ve por paquetes de municiones, recolecta algas.

Miró al cielo. Las nubes, de un horrible color mostaza,no se desplazaban con su acostumbrada lentitud densa yalgodonosa, sino rápidamente, como si fueran de mercurio,casi líquidas. Un rayo las iluminó desde dentro y, laverdad, no mejoró su aspecto. Raquel no quería saber quéclase de lluvia transportaban. Tal vez era una misióncontra reloj.

Acercó el vehículo hasta las orillas del lago, que semovía en largas olas, densas y pesadas en sentido contra-rio al viento. Ni siquiera pensó que fuera una falla deprogramación. Ese lago tenía algo raro, aparte de su colornegro con líneas plateadas aquí y allá. Bajó de la camio-neta con las armas listas.

De pronto, la superficie del lago se elevó hacia lasalturas y apareció... ¿el tentáculo de un monstruo gigante?Pero este juego de las ventanas nunca ofrecía cosassencillas como ésa.

El tentáculo se acercó a ella, veloz. No le dio nisiquiera una oportunidad. Raquel empezó a disparar.Naturalmente era inútil. Las balas se sumergieron en esaoscuridad y desaparecieron sin dejar rastro.

El tentáculo estaba formado por millones de pequeñoscuerpos sólidos, algunos de los cuales fueron a estrellarsecontra Raquel. Eran moscas, comunes y corrientes, untornado de insectos, una marea viva que, demasiado

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ocupadas en alimentarse del lago, de su superficie depeces muertos, ni siquiera reparaba en Raquel.

Alerta:Peligro de sofocación.Conductos respiratorios pueden ser obstruidos por insectos.Se recomienda no respirarlos.

Perfecto. Podía ahogarse respirando moscas. ¿Aquién se le ocurrían estas cosas?

“Oh, sí, para esta ventana necesitamos un millón desabandijas, no, seis millones, y peces muertos, un lagocubierto por algas repugnantes, un cielo lleno de nubesasquerosas y sí... pensemos en algo más desagradableaún, porque eso sólo es el inicio del juego.”

Raquel sentía una opresión en el pecho, tal vez temíaaspirar profundamente. Porque una cosa es ver una masade insectos palpitando en una pantalla, y otra sentir cómoesa marea viva te rodea por todos lados. Moscas grandesy pesadas, verdes o negras, de cuerpos jugosos, delgadas yesbeltas, del tamaño de una uña o minúsculas y casi in-visibles; las más notorias eran las grandes, pero de las quehabía mayor cantidad era de las pequeñas, polvo vivo...

Raquel se dejó caer al piso. Tal vez ahí no hubieratantas y pudiera respirar bajo el tentáculo de insectos...

Cerró los ojos para que las moscas no se arrastrarandentro de ellos, sin reparar en que no eran más queimágenes presentadas por un aparato. Abrió la rendija deun párpado. Los moscas volaban arriba de ella. Frente asu nariz había una piedra pulida, con un extraño dibujo,casi como si la hubieran modelado con plastilina PlayDoh de color roca; era posible imaginar que esas largasprotuberancias eran los dedos del artista... Tomó fir-memente la piedra, no para arrojarla contra los insectos y

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dispersar el tentáculo de moscas, sino para comprobar sipodía cargarla, llevársela en su viaje.

Una gota de lluvia cayó frente a ella, y las moscas sedispersaron por todas partes, huyendo. Excelente, habíaalgo que desagradaba incluso a moscas alimentadas conpescados muertos. El agua, naturalmente, era tóxica. Vi-niendo de esas nubes, no le extrañaba en lo más mínimo.

Inmersa por completo en ese mar de moscas, corrióhacia la camioneta lo más rápido que pudo; sólo 600 o 700entraron con ella a la cabina. Tal vez tanto blindaje erapara protegerse de la lluvia. Tal vez. Pero lo mejor eraresguardar el vehículo de esa agua siseante. Encendió elmotor, que se estremeció violentamente antes de apagarse.Ella no sabía que los vehículos también podían sofocarse.La combustión controlada del motor necesitaba airerelativamente limpio. La camioneta tomó un sorbo de lasmoscas casi invisibles y se atascó con ellas.

—¿Y ahora qué?Lluvia tóxica afuera, algunas moscas dentro. No era

una ventana muy emocionante. Su ración de comida fuecubierta en un instante por una masa negra palpitante, quezumbaba.

Bioalerta:Vectores infecciosos presentes

Raquel recordó el trabajo de su mamá. Esto tambiénes fauna. En un lago de peces muertos, con agua tóxica,¿qué enfermedades podían desarrollarse?

Miró afuera y se dio cuenta de que, a excepción deella, no se veía nada humano a kilómetros de distancia.No había otras camionetas, casas a lo lejos, luces. Recordó,entonces, que las ventanas que había recorrido estaban

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casi vacías. Los pocos personajes que vio fueron eli-minados casi sin esfuerzo, una baja más. Tamborileó enel volante. ¿No iba a haber batalla en su última ventana?

Aún aferraba la roca que había recogido afuera.Como botín era demasiado poco. Por alguna causa esapiedra la incomodaba. Parecía tan real. Extraña, pero real.Una roca deformada por quién sabe qué horrible proceso.

Probó otra vez encender el motor: ni siquiera vibróen esta ocasión, estaba muerto. Raquel debía regresar alrefugio sin algas ni camioneta. Afortunadamente paraella, la lluvia cesó en ese instante, por lo que podía irsecaminando.

Tomó la piedra, el arma y empezó a seguir las huellasdel vehículo. El lugar estaba devastado, no había ni unapizca de vida, hierba, árboles, animales. Sólo el lago consus moscas y sus algas y sus rocas torturadas.

El disparo la tomó por completo desprevenida. Cayósin comprender por qué el suelo se levantaba a recibirla.Al cambiar la perspectiva, Raquel perdió el equilibrio yel golpe que se dio en el piso le añadió realismo a su caídaen el mundo virtual.

¿Eran nazis?, ¿monstruos con metralletas?, ¿ejércitosmutantes? Oyó pasos, vio las botas de sus atacantes. Setrataba de niños, niños que corrieron felices a la camioneta,con ganchos de metal y barretas. Así, pues, el blindaje noera para protegerse de tornados de insectos, ni de lluviatóxica, sino de otros humanos. Uno de ellos salió comiendoel paquete de ración sin apartar las moscas.

No había mucho que hacer. Esperar que la bioalarmadeterminara en qué momento había sangrado lo suficientepara sacarla del juego.

Entonces comprendió. La muerte era el checkpointen ese juego de ventanas. La muerte era la meta del juego.

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UN RESPIRO

Era hora de acomodar todo, de guardar el traje de juego,de esperar a que vinieran a recoger los aparatos.

Raquel acomodó la chaqueta de neopreno sobre sucama y se le quedó viendo un par de segundos. En verdadignoraba cuál sería su aspecto con el equipo completo,desde fuera. Pensó en decirle a su mamá que le tomara unafotografía, pero recordó que el contrato de confidencialidadprohibía guardar recuerdo alguno. Y era una lástima, eltraje se veía realmente bien. ¿Sería el neopreno, la fibraóptica y los bultos de los aparatos la próxima moda? ¿Porqué no?

Escogió un par de pantalones azul oscuro y losacomodó debajo. La silueta se veía deportiva, atlética...Conectó los guantes para ver el tejido de luz. Colocó elcasco en el collarín, y se sorprendió cuando éste seiluminó con una tenue luz ámbar.

—Cabeza de televisor.No le preocupaba que el juego iniciara al conectar el

traje. Eran necesarios bastantes movimientos paraempezar. Se quedó mirando el conjunto un par de minutos.Le había parecido tan divertido todo, al principio. Unjuego. Se suponía que todo eso era un juego.

Alargó la mano para quitar el casco. Fue entoncescuando el traje respiró.

Raquel dio un salto hacia atrás. El pecho de lachaqueta de neopreno se levantó como quien inspiraprofundamente. Ella se quedó ahí esperando ya cualquiercosa, que el casco girara lentamente para mirarla o algoasí de escalofriante. Como en los videojuegos.

El traje continuó simplemente ahí. Unos segundosdespués, una parte de la manga izquierda del guante se

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infló hasta donde estaba un anillo, ligeramente arriba delcodo. El espanto fue sustituido por la curiosidad. Raquelreconoció ese círculo rígido. Hija de doctora, sabía queése era el lugar perfecto para tomar la presión arterial. Eranecesario hacer una ligera presión para medir la velocidadcon la que se desplazaba la sangre por su cuerpo. Tocó elpecho de la prenda. Otro anillo de goma rígido se infló,seguramente de modo automático al conectar el traje. Enel pecho pueden medirse los latidos del corazón, el ritmode respiración, quién sabe qué cosas más. El traje leía enella. Datos médicos: presión, pulso, respiración. ¿Paraqué? ¿A quién podía importarle saber la velocidad con laque respiraba, el ritmo en que palpitaba su corazón?

Lentamente los anillos de goma se fueron desinflando,como si nunca hubieran estado ahí. La chica tocó el lugardonde habían estado. ¿Por qué no los había notado?Naturalmente, porque no se habían inflado de inmediato.Habían esperado hasta que ella estuviera inmersa en elvideojuego, hasta que las imágenes que la rodeabanabsorbieran toda su atención. Eso le gustó menos quesaber que a Software Corporativo le interesaran datos desu organismo. Le molestaba que fuera furtivo, que leyerana escondidas.

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MENSAJE DE TEXTO

l celular de Raquel llegó un mensaje de Alberto:“Dónde estás?” Sin molestarse en ver las teclas delcelular, ella escribió perfectamente: “árboles, + árboles,sólo árboles”. Era increíble lo rápido que se puede teclearutilizando sólo un pulgar. Una habilidad pulida, sin duda,por el uso de los controles de videojuego. Oprimió send.

El aparato cabía perfectamente en la palma de sumano, lo cual era magnífico porque se suponía que sehabía quedado guardado en casa.

—Nada de aparatos durante las vacaciones —habíadicho su mamá— es un viaje de desintoxicación. Tú nollevas videojuegos, nosotros no llevamos la laptop.

Raquel no había protestado primero porque, increí-blemente, las vacaciones tantas veces aplazadas estabanahí, y segundo, porque después de usar el casco de panta-lla y el traje del juego de las ventanas, la pantalla planay los controles normales habían perdido un poco su atrac-tivo. Además, después de tanto escenario muerto, eraagradable estar rodeada de colores cálidos, verdes vivosy un cielo, aunque algo nublado, no apocalíptico.

Cuando el último aparato de Software Corporativosalió de la casa, la mamá le dio la noticia a su hija: ibana festejar el fin de su primer empleo como B-tester, va-cacionando. Era estupendo.

3

DESPUÉS DEL JUEGO

A

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Viajaban en una camioneta de amplias ventanas, ce-rradas para no desaprovechar el cálido aire acondiciona-do. Raquel pensó que viajaban en una pecera, dentro deun casco de realidad virtual. Bajó la ventanilla para dis-frutar la humedad y el frío. Abrió la boca para paladearesa sensación de frescura.

—No te vayas a tragar un insecto —dijo, sonriente,su papá.

Un insecto, uno solo, no era un problema.El celular vibró en su mano. Era un mensaje de

Alberto: “Manda fotos”.Raquel levantó discretamente la mano, abrió los

dedos para darle espacio a la diminuta lente de la cámaradel celular y disparó. La imagen registrada, con esa luz ya esa velocidad, era únicamente un manchón verde in-determinado. Pero era un verde sano, un verde vivo. Des-pués de las imágenes de las últimas semanas, era justo loque necesitaba. Eso y la sensación de que no iba a me-terse a un callejón sin salida en donde todo iba a matarlay no tuviera la más mínima oportunidad.

Ahora podía dormir tranquilamente de noche; lascomidas no le sentaban mal, no sentía una ansiedadinjustificada ni las palmas húmedas a todas horas. Ella nopodía saber que con el poco tiempo que había usado eljuego, había desarrollado los primeros síntomas de lafatiga de combate.

Sus padres, doctores, no pensaron que fuera eso. ¿Aqué situación de fuerte estrés y sin control alguno podíaenfrentarse una niña de 13 años?

Raquel se veía feliz, mirando el bosque, cubierta poruna colcha de cuadros rojos, sonriente. Todo estaba bien.

—Espero que no estés jugando videojuegos con elcelular...

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—Este... no, mamá (son horriblemente sencillos).—¿Trajiste el celular, Raquel?—No regañes a la niña, tú también trajiste el tuyo,

querido.—Puede presentarse una emergencia.—No hay problema.La mamá de Raquel se recargó en el asiento y dis-

frutó de la increíble vista del camino arbolado, de la luzsuave filtrándose entre las hojas, y de lo que el personalde las cabañas le informó sobre la pésima recepción de loscelulares en el lugar.

Alberto escuchó, una vez más, el mensaje automático:“El número que ha marcado no contesta. El usuario

puede tener el celular apagado o se encuentra fuera delárea de servicio. Gracias.”

MULTIMEDIA

La cabaña estaba bien. Las camas eran lo suficientementesuaves. No había televisión por cable, pero eso lo sabíadesde que su mamá insistió en unas vacaciones naturales.Todo olía a madera, y a humedad, pero, claro, humedadfresca.

—Ya sé cómo es oler una nube —dijo su mamá.Raquel hubiera descrito el lugar como multimedia.

Era posible percibir con cada sentido el lugar: oírlo, verlo,paladearlo, olerlo, sentirlo...

A su papá le gustaron los ventanales.—Miren, miren —dijo.Abrió las cortinas de golpe, como un mago que hace

aparecer un tigre blanco, y surgió una magnifica vista delbosque, de los árboles y de...

—Un río, nena ¿no es bonito? Casi al alcance de lamano.

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Raquel se obligó a sonreír.—Precioso. ¿Sabes si es temporada de lluvias?—¿Cómo podría saberlo?—¿Puedo preguntar en la recepción?—No hay prisa. Desempaquemos antes.Raquel miró el río, que corría sin prisa alguna; por

suerte, era azul y cristalino, y no marrón y lleno de lodo.Recordó el videojuego de las ventanas: “Brommmmm”,había rugido la inundación, ocultando todos los demássonidos. Se prometió estar atenta, en cuanto esas aguasdejaran de murmurar sabía que era tiempo de escapar.

—Deja las llaves del auto a la mano, papá. Nunca sesabe cuándo se van a necesitar.

Raquel contó los pasos de su cabaña al río. Doscientostreinta y cuatro. Arrojó una ramita a la corriente y la vioirse, perezosamente. Por el momento no había peligroalguno que arrasara con todo a su paso. Pero nunca hayque dejar de tener un plan B.

La puerta de la habitación se abría hacia fuera, locual podría ser un problema si un viento tormentosopresionara contra ella. Pero una silla arrojada al ventanalbrindaría la salida de emergencia necesaria.

La luz naranja del atardecer fue apagándose poco apoco. Como si fuera una señal, los grillos comenzarona cantar. Eso, sumado al rumor del río, dio como resultadouna suave cascada de sonidos, un delicado y lento ritmo.

Raquel, que pensaba en esos instantes en rutas de es-cape, no se dio cuenta de inmediato. Poco a poco comenzóa percibir esa paradójica calidad de los bosques: el silenciosusurrante. Los leves sonidos nuevos de otro lugar la rodea-

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ban suavemente. “No hay prisa”, parecían decir. El rugien-te desastre de la ventana no estaba ahí. No aún.

“Al bosque”, decía el cartel, innecesariamente porque losárboles estaban a todo el rededor, y el viento se dispersabaentre los troncos.

Había empezado a llover, pero era una lluvia suave,tranquila. Casi como si la niebla se hubiera convertido degolpe en gotas, pero gotas casi tan insustanciales como elmanto blanco de la niebla.

Una mujer con un uniforme verde paseaba a lo lejoscon los señores Oviedo. Era una guía de ecoturismo.Raquel sonrió. Sus papás necesitaban datos para sentirque habían estado en un lugar. Otros papás se llevabanfiguritas, tazas de cerámica, pero ellos preferían lasestadísticas y los números.

Seguramente, para decidirse por ese lugar para va-cacionar fue tan importante la guía de ecoturismo comolas cabañas, los servicios y el río. ¿Se darían cuenta ellosde eso? Los alcanzó para escuchar también la explicación.La guía decía algo sobre los servicios ambientales que, alparecer, era algo así como valorar lo intangible, lo que nopodía venderse de forma inmediata:

—La regulación del clima, el amortiguamiento delimpacto de los fenómenos naturales, la generación deoxígeno, mantener el ciclo bosque-agua...

Pero como no puede verse ni comercializarse ni usar-se de manera inmediata, no se valora. Y si desaparece,también desaparece lo demás. Si no hay bosque no haymanera de fijar la tierra, resurtir los mantos acuíferos, et-cétera, y el terreno ya no sirve, no sólo como bosque sino

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tampoco como pastizal o tierra de cultivo. Una hectáreade bosque puede valorarse, no sólo por la madera que sevende al cosecharse, se debe valuar también lo que se ga-naría al no tocarla.

—Debe ser muy difícil establecer una tasa de va-lor, un precio para algo que no se puede tocar ni ver ni oler—dijo la mamá, fascinada por el reto de números y cifras.

—Puedes dar una cifra, pero ¿cómo convences delvalor? —observó el papá, a quien también le gustabanesos temas.

Raquel escuchaba a medias, contenta sólo de estarcaminando junto con su familia, sin prisa alguna.

—Una cifra no dice nada a menos que tenga un sig-nificado. A menos que lo sientas. Todos saben qué signi-fica un millón de pesos, pero ¿qué vale para ti no tocar es-te bosque? ¿Qué significa que desaparezca?

—¿Como habitante, como consumidor, como empre-sario? Las cifras sirven para establecer un valor sin im-portar quién seas.

—¿Y si la cifra no significa gran cosa? Si un bosquecuesta lo mismo que un Ferrari, ¿no preferirías el Ferrari?¿Cómo hacer sentir a alguien un valor?

—Una buena pregunta.Sonrieron, felices. Así descansaban, haciéndose pre-

guntas que no se habían hecho antes.Le pidieron a la guía que continuara hablando...—Podemos entender los servicios ambientales como

los procesos y funciones de los ecosistemas que, ademásde influir directamente en el mantenimiento de la vida,generan beneficios y bienestar para la gente y las comu-nidades. No es volver intocables los recursos naturales, esusarlos sustentablemente.

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A lo lejos, Raquel vio una fascinante colección dehongos rojos. Sólo los había visto de ese color en losvideojuegos. Inmensos y perfectamente simétricos. Teníaque ver cómo eran realmente.

—Ma —susurró—, los alcanzo después.Para alcanzar los hongos bastaba con deslizarse por

la colina, pero debía hacerlo con cuidado, si no, podía...—Supongan que hay una inundación —dijo la guía—

y no hay bosque.Raquel perdió el equilibrio. De pronto ya no estaba

ahí, al borde del camino. Se escuchó un deslizarse detierra, una exclamación y algo que caía pesadamente.

Un instante después, la chica trepó hasta dondeestaban sus padres, sacudiéndose la tierra de las rodillas.

—Yo sé —dijo, como si no hubiera pasado nada—.No habría de dónde agarrarse para que no te llevaran lasaguas, ¿verdad?

—Bueno... sí.—Y nada detendría el viento.—Correcto.—Y habría dos corrientes: la del río, y la que baja de

las montañas, ¿no?—También, y al no haber árboles, no hay raíces, ni

forma de fijar la tierra que cubre las laderas y esta sería...—Arrastrada hacia el río. Y las aguas son color café,

y el lodo agarraba las cosas y se las llevaba, y... y fuehorrible cuando me pasó...

—¿Perdón? —dijo la guía, con expresión incrédula.¿Cómo explicarle lo de las ventanas y el traje de

juego, y todo eso?—Digo, cuando me pasaron un documental en la

escuela fue horrible. Recuerdo que había casas arrasadas,como si fueran de palillos, y autos partidos en dos, y... y

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todo era muy espectacular. Era terrible, pero con unaimagen increíble, y recuerdo un bramido que lo cubríatodo...

—Creo que estás describiendo un flujo de lodo. Esuna mezcla de rocas, tierra y agua que se desprenden deun cerro muy árido, sobre todo cañones y laderas bastanteempinadas. Ocurre después de una lluvia muy intensa. Esun evento muy violento, extremadamente rápido. Debidoa que no hay vegetación que contenga la fuerza del des-plazamiento...

—¿Sabe si hay alguna manera de pasar el nivel?—¿Pasar el nivel?—De sobrevivir.—Simplemente alejarse de la corriente.Raquel pareció meditarlo un segundo. Después se

dirigió de nuevo hacia los hongos rojos. Antes de irsedijo:

—Alejarse es muy difícil, señorita. Se lo digo porexperiencia.

.JPG

—¿Recuerdas cuando las fotos se ponían en un álbum yno se mandaban por e-mail? —preguntó el papá de Ra-quel, mientras se sentaba frente al televisor.

—Tú escogiste la cámara digital —dijo la mamá,acomodándose a su lado.

—Pa, esto es un álbum —afirmó Raquel, colocandoel CD que había quemado con las fotografías—, sólo quedigital.

—¿Y quién descubrió que se podían ver en el DVD?—Raquel, ¿quién más?

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—Ay, ma, la etiqueta dice “compatible con formato.jpg”.

—¿Cómo se me pudo escapar?—Recuerdo las diapositivas...—Esa foto es bonita, papá, cuando te caíste al río.—Preciosa.—Y aquí estás, Raquel, hablando con la guía.—Y aquí también... y aquí, y aquí... y aquí...—En ésta, la guía se ve muy alegre...—Es que ya nos íbamos.—¿Y por qué le preguntaste si una lluvia podía

inundar Veracruz?—Se me ocurrió.—Hmmm.—¿Y puede?—No. Por mucho que llueva, no es suficiente para

que la cubra por completo. Ni un huracán podría. ¿Qué eseso?

—Mi zapato, creí que había apagado la cámara.—Aquí me veo horrible.—Siempre te ves preciosa.—Gracias, amor.—El efecto invernadero podría...—¿Qué?—Inundar todas las costas del mundo, incluyendo

Veracruz. Si la temperatura de la Tierra crece, se derretiríanlos polos, y entonces el nivel del agua subiría lo suficiente,y puede que eso suceda pronto... ¿no es increíble? Ycalentamos la Tierra con la contaminación atmosférica, sicontinuamos deforestando, si se rompe el equilibrio delagua, entonces la atmósfera...

—Aquí se ve a Raquel jugando con el celular.—Lo sabía.

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—Estaba organizando mi directorio, ma, y entoncesla atmósfera... este... ¿En qué iba?

—Efecto invernadero.—Pues eso. Que estamos derritiendo los polos y

después... ¡Un pajarito!—A las siete de la noche todo estaba lleno de pa-

jaritos chillones, no fue nada difícil fotografiar uno.—La guía no supo decirme qué era un peligro fo-

todermatológico.—Cuando la luz afecta la piel —dijeron a coro sus

padres.—¿Qué es eso?—Una mariposa volando, pero no supe enfocar.—¿Y si la piel se pone oscura, bronceada y luego

negra?—¿En qué tiempo?—Minutos. Pa, ¿fotografiaste el ventanal?—Era hermoso. Suena a quemaduras de rayos

ultravioleta.—Dos fotos más del ventanal... Una quemadura en

minutos sólo podría ocurrir ante una fuente inmensa deUV...

—Me pregunto cómo se vería en el despacho.—No, no, no. Me distraería demasiado. Y también si

no hubiera capa de ozono.—La atmósfera debería cambiar...—¿No está cambiando por los gases de los sprays?

Creo que son los hidrofluorocarbonos, ¿o eran los clo-rofluorocarbonos?

—Tal vez con cortinas.—¿Qué tienen que ver las cortinas con el ozono?—El ventanal.—Aquí está papá jugando con su celular...

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NEKRONOS CORPORATION

Afuera de su ventana el sonido del río fue aumentando suvolumen. Era extraño porque se encontraba en su recáma-ra y no en la cabaña de las vacaciones. Sin embargo, eserugir era inconfundible.

Se puso de pie y fue acercándose al ventanal. Antesde llegar a él, una luz verde y repugnante iluminó lascortinas. Era el color de las cosas venenosas, de la ra-diación y el ácido. Raquel había visto los suficientesvideojuegos para saber que si un verde resplandecía en laoscuridad era peligroso.

Las rendijas de su puerta se iluminaron también. Nopodía salir con esa luz, estaba atrapada. Pero no sola, no asalvo. Algo, denso y pesado, empezó a respirar detrás deella.

Lentamente se dio la vuelta. En medio de su recámarahabía una silueta. No era ninguna persona, nada humano.

Era el traje del juego que se movía por sí mismo. Lasluces que recorrían el tejido, como costuras luminosas,cambiaron de color, de un blanco azulado a un verdeinfeccioso, pulsante, putrefacto. El casco negro se cubrióde signos, de pinceladas verdes que casi formaban unrostro. Parecía algo construido por la propia NekronosCorporation.

—Tú sabes —gruñó el traje, con una voz metálica.Raquel, experta en los juegos de supervivencia, no

gritó. Buscaba con la vista algo que pudiera usar contraeso, si decidía atacarla.

—Sabes lo que las ventanas no son.No podía negarlo. Sabía.Junto a su cama había un vaso con agua. ¿Esa cosa

haría cortocircuito con un vaso de agua?

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—Sabes lo que no queríamos que supieras.Tal vez si le rompiera una silla encima al casco...—Sabes lo que ocultamos.—¡Pues qué mal ocultan las cosas! —le gritó ella,

furiosa porque un pedazo de ropa se atreviera a amena-zarla, furiosa porque, la verdad, sí la estaba asustando—¡Son pésimos para guardar secretos!

El traje se arrojó sobre ella. Raquel trató de apoyar-se en las cortinas para subir las piernas dos metros y queel traje pasara por debajo de ella, se estrellara contra elventanal y lo atravesara... pero no puedes subir laspiernas dos metros sin entrenamiento, y de todas mane-ras las cortinas no aguantaron su peso y cayeron a sualrededor atrapándola a ella junto con el traje: un re-voloteo de tela. Antes de que pudiera hacer algo, lo teníafrente a ella. La luz del casco era roja... Los guantes deltraje aferraron su garganta. Piensa-piensa-piensa.

Raquel recordó entonces el punto débil que todotraje, asesino o no, tiene. Y aunque habían empezado aestrangularla, ella se permitió sonreír. Alzó ambas manosy abrió los cierres que unían las mangas con el chaleco.De inmediato, los guantes perdieron su fuerza, se desin-flaron como globos. Con un rápido movimiento abrió ellargo cierre del chaleco: el traje cayó informe en el piso.Lo único que se movía por sí mismo era el casco. Girólentamente para verla.

—Su secreto... —le gritó Raquel— ¡lo sé, lo sé, lo sé!Entonces, despertó. Pero lo cierto es que sabía lo que

el juego de las ventanas ocultaba. Algo muy sencillo.Simplemente que el juego de las ventanas...

—...no es un juego —susurró Raquel, sorprendidade no haberse dado cuenta antes, pero era tan claro ahora;eso explicaba por qué era tan extraño, la falta de ins-

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trucciones, el que ese equipo fuera tan grande para tratarsede una simple consola de juego, lo avanzado de los con-troles y el traje. Eso no era un videojuego. Nunca lo fue.

PLANTA DE ORNATO

Todos los jugadores de survival horror comparten lamisma característica: aman la acción directa. ¿Hay unabestia terrible en el lugar? ¿Qué mejor que ir y enfrentarla?

—Es increíble lo bien que puede caer una pesadilla—se dijo Raquel esa mañana.

Se sentía bien. Activa, llena de vida, dispuesta atodo. Ganar el combate contra el traje asesino le recordólo que había olvidado desde el mismo momento en queentró al asunto de las ventanas: que ella era la mejor en losjuegos, que era una ciberguerrera.

Es increíble lo rápido que se acostumbró a perder, aser arrastrada por las circunstancias. Cambió de una ex-perta en survival horror a una mera víctima, una espec-tadora. Se convirtió en alguien a quien podían engañar,mentir, ocultar. Software Corporativo la contrató para seruna B-tester, pero ¿cómo probar algo si se desconocíacuál era su función exacta?

Raquel se levantó dispuesta a derribar el edificio deSoftware Corporativo con sus propias manos si no ledaban las respuestas necesarias. Si no tenían nada quéocultar, no habría problema alguno. Si era una empresacomo Nekronos Corporation, entonces tal vez no fueratan sencillo salir de ahí... No podía ir simplemente y en-tregarse como un corderito al lobo feroz. Era necesario ircon el hada madrina, o un tanque totalmente armado. Ocon una carta bajo la manga. O, mejor, con una carta sobreel escritorio:

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“Abrir sólo en caso de que no regrese”. Ella hubierajurado que escribir algo así sería emocionante, que se ibaa sentir como un detective o una bella y valiente periodis-ta de tantas historias, pero, la verdad, le había dado un po-co de pena hacer la carta, marcar el rótulo, dejarlo ahí. ¿Ysi lo abrían antes?

“Fui secuestrada por Software Corporativo” sonabatan melodramático si no pasaba nada... pero, ¿no eramejor que no pasara nada?

Se vistió con ropa cómoda, que le permitiera corrercon soltura (por desgracia no era ninguna vestimentaoscura como la de los comandos y los ninjas). No tenía unwalkie tolkie militar, pero sí algo mejor: su celular biencargado y con suficiente crédito. Y necesitaba un vehículode escape.

—¡Ma! ¿Me puedes llevar al centro?El pretexto era un CD. Le dijo a su mamá que los de

Software Corporativo habían olvidado un compac disc ensu recámara y que era mejor regresárselo. Hasta le enseñóun CD, brillante y sin marca alguna.

—No, mamá, no tiene caso que subas...Era cosa de un minuto; mejor que la esperara en el

estacionamiento con el motor encendido...La chica sacó su celular, marcó el teléfono de su casa

(donde no había nadie) y esperó a que se conectara elbuzón de voz.

—No borres este mensaje. Estoy en el edificio deSoftware Corporativo y voy a subir. Si no vuelvo a llamaren cinco... no, en cuatro minutos, estoy en problemas.

Colgó.¿No era magnífica la tecnología? Era como llevar el

micrófono oculto de las series policiacas. Si no pasaba

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nada, bastaba con llegar a su casa y borrar todos losmensajes. Si pasaba algo... bueno, estaba registrado.

Cuatro minutos después volvió a marcar.—Casa de la familia Oviedo.—Marina, ¡no deberías estar en casa! Digo, hola.—Hola, niña ¿qué se te ofrece?—Que cuelgues y no respondas, por favor, estoy

probando el correo de voz.—Tú y tus inventos.Click.—Como no bajaba el elevador, subo por las escaleras,

voy a las oficinas de Software Corporativo. Si no hablo encinco minutos, estoy en... oh, no.

—¿Qué traes ahí?Raquel miró el botín.Las oficinas de Software Corporativo estaban vacías,

no había escritorios, secretarias, plaquitas de plástico conel nombre, nada, sólo una delgada capa de polvo. Esoquería decir que el lugar llevaba bastante tiempo vacío.Tal vez abandonaron el sitio poco después de que fueronsu mamá y ella. Era una fachada. Nunca fueron oficinasreales.

No habían dejado nada atrás, excepto...—¿Qué haces con esa palmera seca?—Estaba sola ahí.Pero no sólo encontró esa planta de ornato. Había, en

medio de la nada, unos papeles pulcramente puestos amitad de todo, en una carpeta azul eléctrica. Nadie queentrara en las abandonadas oficinas podía dejar de verlo.Raquel abrió la carpeta: “Contrato de confidencialidad”,decía.

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UN VISITANTE

Software Corporativo había necesitado un frente falso.Tal vez ni siquiera se llamara realmente así. Todo era muymisterioso. Las ventanas no eran un juego. Y el trajetampoco era simplemente un control más sofisticado,sino que tenía otras funciones que Raquel desconocía.Funciones ocultas, ¿no era magnífico?

En DinoIsla no había más que cuerpos tirados portodas partes, instalaciones militares deshechas, muchasbarreras rotas, y cosas que se escondían de la vista. EnNekromundo, los zombis eran la menor de las preocu-paciones, porque resultaron ser sólo títeres de una com-pañía malvada que deseaba abrir una dimensión parale-la, ¿pero quién iba a creer que esos come-humanos sóloeran víctimas?

—Yo —se dijo Raquel—, yo lo supe.Sabía que era muy buena para ese tipo de acertijos y

misterios. Y ahora tenía un acertijo que le pertenecía, unmisterio todo suyo. Una pregunta típica en los survivalhorror: ¿Qué pasó aquí?

Había visitado cinco ventanas. Les había dado nom-bres provisionales: Mundo Basura, Inundación, Sed (ésaera la vacía ciudad de México), Veracruz y Moscas, aun-que, la verdad a la última podría haberle puesto tambiénPiedra. Esa roca que parecía moldeada con plastilina lamolestaba, ignoraba por qué. Con todo lo que había vistoen el juego: ¿qué tenía de particular? Parecía amarillenta,deformada, como si la hubiera hecho de Play Doh un niñocon dedos enormes.

Bueno: Basura, Inundación, Sed, Veracruz, piedra.Mundos vacíos o en proceso de quedarse sin nada vivo.¿Qué más? ¿Qué más? Piensa-piensa-piensa.

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¡Los números! Cada ventana tenía un número. Loshabía apuntado, porque suponía que cada B-tester haríaalgo parecido. Miró la lista:

923 Mundo Basura661 Inundación755 Sed723 Veracruz731 Piedra

Cada ventana era diferente (muy diferente) de laanterior. Tal vez porque había saltado de número ennúmero.

Los acomodó de menor a mayor:

661 Inundación723 Veracruz731 Piedra755 Sed923 Mundo Basura

La inundación era un paisaje muy cercano. Podríahaber sido el lugar donde vacacionó. A la guía deecoturismo no le parecía algo imposible, sino que habíaocurrido ya.

El número más lejano correspondía a Mundo Basu-ra, con su aspecto casi extraterrestre; pero, según suspapás, la luz tóxica era posible aquí en la Tierra.

Al principio pensó que las ventanas eran como ca-nales de TV; o, simplemente, un catálogo de pesadillasmortales. Pero, ¿y si los números querían decir algo?

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—Para el carro, Marina, ¡Párate!—¿Qué? ¿Qué pasa?—¿Viste? ¿Viste?—¿Si vi qué?—El anuncio. Por eso me molestaba tanto. ¡La había

visto antes!—¿De qué estás hablando, niña?—¿Puedes estacionarte? ¿Puedes? Tengo que verla

de nuevo, tengo que saber.—Ay, niña, si es un anuncio de juguetes...—Ey, ya tengo 13.—De ropa, de discos, de lo que sea, no es necesario

tanto grito. ¿A ver, dónde lo viste?—Ahí.—¿La piedra? ¿Nos bajamos para ver el anuncio de

una piedra?Raquel se quedó sin decir una palabra más: ahí

estaba, amarillenta, torturada, la roca que vio cuandotrató de huir de un tentáculo de moscas. Fuera de laventana. En el mundo real. En su mundo.

Aquí.Aunque el cartel incluía una dirección, Raquel sólo

podía ver la frase publicitaria: “Un visitante del mañana”.

Había carteles, maquetas, dibujos, mapas de suelo, es-quemas que todo mundo reconoce: un mar, una flecha quesube hasta una nube, lluvia, una flecha que baja hasta elmar, el sol: el ciclo de la lluvia. Sólo que este esquemaincluía fábricas y humo negro y fórmulas químicas quenada tenían que ver con el H

2O. Por lo que se veía al-

rededor, lo que se había unido al ciclo de la lluvia no era

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nada agradable. Fotos de peces flotando inmóviles, algasputrefactas, árboles con aspecto de envenenados y ani-males muertos. Alguien había traído una parte del techode un edificio. Se veía carcomido. “Hormigón expuesto”,decía el cartelito.

Raquel había esperado encontrarse con una exposi-ción de mundos virtuales, videojuegos, software, inclusomáquinas de tiempo y muestras de rocas de otros planetas.No con una exposición sobre el clima. Sobre la lluvia.

El nombre de la exposición era “Los efectos de lalluvia ácida”.

Raquel se prometió comprarse un paraguas de in-mediato. Miró el folleto que le habían dado en la entrada.

¿Qué es la lluvia ácida?Cuando la atmósfera recibe fuertes dosis de óxidos (de azufrey nitrógeno), provenientes generalmente de la contaminación,estos compuestos, por reacciones químicas complejas, seconvierten parcialmente en ácido sulfúrico y nítrico. Algunasde esas partículas permanecen en la atmósfera, se combinancon la humedad de las nubes y caen con la lluvia, la nieve yel rocío: es la lluvia ácida.

¿Ácido cayendo del cielo? Sonaba digno de un sur-vival horror, pero los videojuegos pueden apagarse.

—Los de la visita, aquí, por favor, los de la visitaguiada... ¿Vienes con la primaria?

—Ey, ya tengo trec... este, sí... ¿puedo hacerpreguntas?

—Por supuesto.—¿Dónde está la roca del cartel?—Al final del recorrido. Espera... no te adelantes,

queremos darles información importante.—¿La lluvia ácida crea tentáculos de moscas?

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—¿Perdón? ¿Moscas con tentáculos?—Digo, ¿la lluvia ácida puede crear moscas?—Nada crea moscas más que otras moscas, pero la

larva de mosca puede sobrevivir bastante bien en aguasácidas, y los depredadores naturales de ellas (como lospeces) no, por lo que tienes el principio de una plaga si eldesequilibrio es serio.

—¿Y la lluvia ácida puede crear un lago de pecesmuertos y muchas, muchas algas?

—En los lugares más contaminados por este fenó-meno ahora sucede lo siguiente: los productos químicosde la lluvia ácida se filtran a los cuerpos acuáticos, en es-pecial el nitrógeno, y algunas especies de algas se mul-tiplican mucho más allá de los números normales, cuandoesto sucede y las algas mueren, bloquean la relación na-tural entre el aire y el agua, y ésta se pudre, es decir, se leagota el oxígeno. El resultado es que la mayoría de lasespecies que viven en ese cuerpo de agua se mueren, porun fenómeno conocido como hipoxia, es decir, oxígenoescaso. Por eso, de pronto pueden aparecer cardúmenesenteros flotando panza arriba y muertos, ahogados dentrodel agua.

—¿Y esto pasa en realidad? ¿Nadie se lo inventó?—Nadie lo inventó. No a propósito. La quema de

carbón y otros combustibles minerales es la causa de quese vierta a la atmósfera el óxido de azufre. Las altastemperaturas de las combustiones combinan química-mente el nitrógeno y el oxígeno presentes en el aire yforman el óxido de nitrógeno. Las centrales eléctricas, lasindustrias grandes y pequeñas y las casas donde se quemacarbón son los responsables, junto con los usuarios depetróleo, de este tipo de contaminación.

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Raquel miró de nuevo su folleto. Era como si ledijeran la dirección exacta del spa del horror, como sifuera posible ir en ese instante a la Casa de las Bestias IV.

Ahí estaba. La piedra torturada, deformada. Si lellovían continuamente esos productos químicos no era deextrañar su aspecto enfermizo.

—Esta roca es un visitante del mañana. Los nivelesde lluvia ácida que han bañado esta roca no existen en laactualidad, pero de no detener la contaminación existirán:es el aspecto que tendrán todas las rocas si no eliminamoseste tipo de contaminación, es la figura del futuro sidejamos que las cosas continúen como hasta ahora,queremos mostrarles la forma exacta del mañana...

El resto de la gente que recorría el lugar no parecíamuy impresionada. Raquel podría decirles que no todo selimitaría a una piedra. Ella, en cierta forma, había estadoen ese futuro.

—Y no duré mucho —pensó—. La experta super-viviente no duró nada.

RAQUEL DICE: ¿Sabes lo que es un contrato de confidencialidad?ALBERTO DICE: ¿Uno que te impide decir cualquier cosa a nadie?RAQUEL DICE: Más o menos. Así que no te voy a decir nada.ALBERTO DICE: Perfecto.RAQUEL DICE: Voy a dejar que lo adivines.ALBERTO DICE: No me metas a cualquier cosa que quierasmeterme.RAQUEL DICE: ¿No te interesa resolver un enigma?ALBERTO DICE: No, la verdad.RAQUEL DICE: Es un reto, es...ALBERTO DICE: Algo prohibido en algún papel que firmaste.RAQUEL DICE: Bueno... si me ayudas puedo decirte cómo ter-minar el último nivel de Casa de Bestias IV.

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ALBERTO DICE: ¿Para qué? El chiste es averiguarlo uno mismo.RAQUEL DICE: No es fácil.ALBERTO DICE: Yo puedo hacerlo.RAQUEL DICE: Lo que digas.ALBERTO DICE: De veras.RAQUEL DICE: No lo estoy negando.ALBERTO DICE: En serio.RAQUEL DICE: Hay una espada...ALBERTO DICE: ¿Una espada? No he visto ninguna espada.RAQUEL DICE: Lástima... me avisas cuando termines...ALBERTO DICE: ¿En serio hay una espada?RAQUEL DICE: Bueno, al principio, Lord Ravenhard le teme ala pócima Esmeralda.ALBERTO DICE: ¿Qué pócima?RAQUEL DICE: Ups. Ya dije demasiado, y como lo quieres ave-riguar tú mismo...ALBERTO DICE: ¿Tiene que ver con la Séptima Puerta?RAQUEL DICE:ALBERTO DICE: ¿Raquel?RAQUEL DICE:ALBERTO DICE: De acuerdo, ¿cuál es el enigma?RAQUEL DICE: ¿Cuándo un juego no es un juego?ALBERTO DICE: Cuando es otra cosa.RAQUEL DICE: Ja, ja. Lo sé. Sé que es otra cosa. ¿Y si no se nota?¿Cómo sabes si no lo es?ALBERTO DICE: ¿Suena a juego?RAQUEL DICE: Se ve como juego, suena a juego, se juega comojuego pero no es un juego.ALBERTO DICE: Puede ser la manga del mago.RAQUEL DICE: ¿La qué?ALBERTO DICE: Cuando un mago te enseña que no tiene nadaoculto en su manga te está distrayendo, dirige tu atención adonde no está el truco.RAQUEL DICE: ¿Y si no aparece ningún truco? ¿Si sólo enseñala manga?ALBERTO DICE: ¿Es atractivo el juego que no es juego?RAQUEL DICE: Mucho.ALBERTO DICE: Puede ser la envoltura de algo sin buen sabor.

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RAQUEL DICE: Lo has descrito perfectamente... Pero si es unaenvoltura, lo que vende está dentro. Pero lo de adentro eshorrible... ¿quién va a vender algo así?ALBERTO DICE: Alguien que espere que se lo compren.RAQUEL DICE: ¿Y quién compra algo horrible?ALBERTO DICE: Alguien que no sabe que lo es. O a quien leguste ese tipo de cosas.RAQUEL DICE: No hay nadie a quien le guste eso.ALBERTO DICE: ¿Nunca te has puesto a pensar que nosotroscompramos cosas así, como Casa de Bestias IV?RAQUEL DICE: Pero Casa de Bestias no es real. No le sucede anadie. Es un juego.ALBERTO DICE: Bueno, piensa en algo más simple: policías yladrones, cuando apuntas con un dedo o con una pistola deagua. ¿Es divertido que te disparen?RAQUEL DICE: Con un dedo sí... porque no es real, es dementiritas, es... es... creo que entiendo.ALBERTO DICE: Entonces, creo que ya te respondiste la pregunta“¿Y cuándo un juego no es un juego?”RAQUEL DICE: Cuando sucede en realidad.ALBERTO DICE: Ahora, sobre esa espada...RAQUEL DICE: ¿Estás loco? No hay espadas en Casa de BestiasIV.

¿Qué se necesita para una deducción? Música, por su-puesto. El soundtrack preciso. Raquel pasó 15 minutosescogiendo el CD exacto.

Como no es posible detenerse una vez empezado elproceso de descubrir el secreto, se preparó un sándwich,llevó suficiente líquido a su recámara, y por si el asuntoresultaba más complicado de lo previsto: unas galletas.

Después es imprescindible tumbarse en la cama, yponer alrededor todo lo necesario: papeles, una libreta,otro CD por si acaso. Sin zapatos es mejor. Y debe dispo-nerse de tiempo para pensar, de ese tiempo durante el cual

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parecería que simplemente se está viendo el techo y co-miendo galletitas.

Bien, Alberto había confirmado lo que ella sabía.Las ventanas no eran un juego. ¿Qué eran entonces?

El mundo ofrecido por las ventanas parecía una Islade la Fantasía al contrario: en vez de encontrar ahí lo queuno deseara, encontraba lo que no quería tener. ¿Era uncatálogo de pesadillas?

Raquel miró su lista:

661 Inundación723 Veracruz731 Piedra755 Sed923 Mundo Basura

Bueno... sí. Según la guía de ecoturismo la inundaciónsucedía: se necesitaba un bosque destruido, una lluviatorrencial, laderas empinadas.

Un Veracruz sumergido era posible, si continuaba elcalentamiento global.

La ventana que mostraba la piedra era el resultado dela lluvia ácida.

Algunos de los efectos del Mundo Basura, como laluz tóxica, también eran posibles, así que:

661 Inundación POSIBLE723 Veracruz POSIBLE731 Piedra POSIBLE755 Sed923 Mundo Basura POSIBLE

¿Y la ventana Sed, de la vacía ciudad de México?Tomó un largo sorbo de refresco. Nadie podría sobre-

vivir en una ciudad sin agua.

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Escribió “posible”. Entonces eran pesadillas posi-bles. Pesadillas (según la exposición de la roca) a punto deser reales. Pesadillas que, de suceder, no le pasarían sóloa una persona.

Recordó lo indiferentes que parecían esos mundos,no la atacaban precisamente a ella, simplemente eran mor-tales para cualquiera. Y eso que era una experta super-viviente.

Así pues, las ventanas no era mundos imaginadoscompletamente por algún programador, como Nekro-mundo, donde todo ocurría en unas cuevas imposible-mente grandes, o en DinoIsla que si bien tenía una selvamuy detallada, era irrealmente simétrica. Eran escena-rios 100 por ciento realistas, como los que hacían para losvideojuegos de autos y algunos deportivos que ocurríanen estadios famosos. Pero, según los de la lluvia ácida, noeran escenarios actuales, eran, este... eran...

Se puso de pie, se sacudió unas migajas, y arrastrandosus chanclas fue hasta la recámara de sus papás.

—Ma... ¿cómo se llama lo que haces?Su mamá miró el cepillo que tenía en las manos.—¿Peinarme?—No, no, eso de unos animalitos desplazados, que

iba a pasar si seguían desplazándose... Eso de decir que vaa pasar pero todavía no pasa...

—Proyecciones.—Gracias... proyecciones, proyecciones realistas...Regresó a su recámara.Inundación y Veracruz tenían que ver con el clima.

Piedra y Mundo Basura con la contaminación. La vacíaciudad de México sufría por falta de agua. ¿Clima o con-taminación? Parecía obra humana. ¿No lo era también ladeforestación, el calentamiento global, la lluvia ácida?

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¿No eran problemas que el hombre creaba? ¿Ése era elpunto común? Proyecciones realistas de desastres crea-dos por el hombre.

Como había hablado mucho con la guía de ecoturismoy acababa de ir a la exposición de la lluvia ácida tenía muyclaro el nombre: problemas ambientales. Las ventanas eranproyecciones ecológicas. Justo lo que iba a suceder si todocontinuaba como iba. Pero... ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Quétenía eso que ver con que el traje leyera furtivamente supresión arterial, su respiración? ¿Por qué Software Cor-porativo iba a usarla a ella para sus secretos planes? ¿Cuá-les secretos planes?

Tal vez debería ir por otro sándwich...

SPYWARE

RAQUEL DICE: Sobre el asunto del que no te estoy diciendo nada...ALBERTO DICE: ¿Sí?RAQUEL DICE: Aparecen unos números y no sé qué significan.ALBERTO DICE: Ajá.RAQUEL DICE: No son sucesivos, y no puedo descifrarlos.ALBERTO DICE: ¿Algún tipo de clasificación? Pueden ser nú-meros de un catálogo, de un archivo, como los clasifican enalguna biblioteca.RAQUEL DICE: Pueden ser las páginas de un muestrario de de-sast... de hechos. Las páginas de un libro. Los años que fal-tan... ¿crees que en 755 años podamos reconocer de un vistazola ciudad de México?ALBERTO DICE: Lo dudo mucho. ¿Por qué no me pasas losnúmeros y tal vez pueda ver qué tienen en común?RAQUEL DICE: Van...

Raquel miró su lista:

661 Inundación723 Veracruz

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731 Piedra755 Sed923 Mundo Basura

Empezó a teclear “661, 723, 731, 755, 923”. Entoncesla pantalla se apagó. Al principio creyó que se había idola luz, pero el zumbido de la computadora continuaba sua-ve a su lado. Y el LED verde del monitor seguía encendido.

—¿Qué...?Unas letras verdes empezaron a escribirse por sí

mismas en su monitor: “Dar esos números no es buenaidea, ¿no crees Raquel?”

El celular sonó en ese instante y ella estuvo a puntode dar un grito:

—¡No me asustes! —le dijo Alberto.—¿Que yo no te asuste?—¿No escribiste en el messenger: “La información

que está a punto de recibir puede incriminarlo en espionajeindustrial y exponerlo a las sanciones correspondientes.Por favor, interrumpa esta conversación”.

—Yo no.—Vino de tu computadora.—Mi computadora me está amenazando a mí en este

instante.—¿Le has metido programas nuevos?—Ninguno. Bueno, me dieron un programa...—¿Quién?Software Corporativo le había dado un programa

con preguntas que debía contestar sobre las ventanas.Preguntas del tipo: ¿están bien los colores?, ¿hay atrasoen el tiempo de acciones?, y cosas así.

—Este... no creo que deba decírtelo.—De acuerdo. No me digas nada. ¿Sabes qué es un

spyware?

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—¿Spyware?—Un programa espía. Un programa instalado en tu

máquina para vigilar tus actividades, graba lo que hacesy lo transmite a otra parte, y da acceso libre a quien quierausarlo.

—¿Y cómo...?—Tal vez está programado para actuar si escribes en

tu computadora algo en particular, tal vez se activócuando marcaste los números...

“¿Sabes que también es muy sencillo escuchar tucelular?”

—Alberto no sabe nada.—¿Perdón? ¿Raquel, con quién estás hablando?—¿Qué quieren?“Pasar al siguiente nivel”.

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UN VIEJO AMIGO

ientras esperaba con su mamá el elevador, Raquel sedijo que debía haberlo adivinado. Cuando por fin llegó yentraron en él, no oprimieron el botón correspondiente alpiso de las abandonadas oficinas, sino el del sótano.

Software Corporativo, como toda buena compañíamisteriosa, tenía instalaciones subterráneas. Una secretariagordita las recibió, les pidió una identificación, les diogafetes de visitante, les pidió amablemente que dejaran enrecepción su celular si es que éste llevaba cámara integrada.

Había en todos lados carteles que ofrecían extrañosproductos: “HMSTT para su empresa”. “El HMSTT es laventaja corporativa, nosotros se lo ofrecemos a bajoprecio”, y cosas por el estilo. También había carteles queproclamaban:

“¿Sabe cuánto falta para el futuro?”—Están mejores estas oficinas, ¿no crees?Raquel quiso gruñir. Había sido amablemente invi-

tada a visitar Software Corporativo una vez más. El hechode que tenían pruebas (en su computadora) de que habíaincumplido el contrato de confidencialidad no se mencionósiquiera. Pero no todo estaba perdido.

—Soy una ciberguerrera —se dijo—, una expertasuperviviente.

Algo se le ocurriría. Algo debía ocurrírsele porque,la verdad, no veía salida alguna.

4

VENTANA 654

M

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—¿Pueden acompañarme?El lugar estaba lleno de cubículos, cajas con papeles,

aparatos de alta tecnología, y de gimnasia. Había decenasde caminadoras desarmadas, una especie de círculo llenode un gel oscuro, y un hombre con unos zapatos especia-les andaba encima de él. El gel se desplazaba en sentidocontrario al hombre: una caminadora de 360 grados. Loszapatos eran de neopreno, y llevaban el tejido luminosoque Raquel reconoció de inmediato como el de su traje dejuego. Ella había usado sólo el chaleco, los guantes y elcasco. Era claro que aquí diseñaban las prendas quefaltaban para que la sensación de ciberespacio fuera total.

A su pesar, Raquel se interesó en las posibilidades.Si lograban que esa caminadora funcionara, no seríannecesarios controles estilo videojuego del traje paradesplazarse. Simplemente se caminaría por los escenariossin salir del círculo del aparato.

“¿Sabe cuánto falta para el futuro?”, preguntabanaquí también los carteles. Al parecer no mucho.

—Por aquí, pueden pasar.Entraron en una oficina con paredes de madera

donde había un sillón muy cómodo y la media docena deaparatos que Raquel reconoció de inmediato como losque habían llevado a su casa.

La secretaria llevó a su mamá hasta el sillón, le ofreciórevistas recientes (todas de tecnología); le preguntó si de-seaba un café. Después abrió una puerta que daba única-mente a una habitación casi vacía. A mitad de todo, el cír-culo con el gel. Y un sillón con un viejo amigo: el chaleco,los guantes, el casco, además de un pantalón azul y los za-patos de tejido luminoso: un traje de juego completo. Asípues, la entrevista no iba a ser en estas oficinas, en el sóta-no de Software Corporativo, sino dentro de las ventanas.

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En cuanto conectó el casco, la imagen parpadeó un se-gundo y Raquel se encontró de pie ante unas escaleras real-mente grandes, que descendían hacia la oscuridad. Las pa-redes eran de un desagradable color gris. Ella podía ver asu alrededor, pero, por alguna causa, todo parecía desapa-recer en la noche a un par de metros. Una antorcha inten-taba inútilmente iluminar lo negro. A lo lejos se oyerongritos, disparos continuos, el ruido insensato de la violen-cia. Y, más cerca, el sonido de alguien que subía hacia ella.

Era un guardia de seguridad. El hecho de que llevarael cuello roto y aun así siguiera subiendo, implacable, nofue lo que sorprendió realmente a Raquel, sino descubrirdónde estaba.

El guardia sonrió, desnudando unos colmillos enormes.“La Casa de las Bestias IV”, pensó Raquel.En la pantalla del televisor, el guardia parecía sólo

un enemigo más; en la increíble precisión de las ventanas,Raquel se dio cuenta de que medía un metro más que ella,y lucía extraordinariamente compacto, invulnerable, in-destructible.

Ella se agachó, hizo girar la pierna a toda velocidady trató de derribarlo con la fuerza de la patada. Creía queel golpe lo atravesaría como humo.

Cuando el golpe le dolió, no pensó en la sorprendentetecnología del traje que permitía sensaciones de ese tipo,sino en que las piernas del guardia eran tan sólidas que nose movieron ni un milímetro.

—¿Sabes cuánto falta para el futuro? —preguntó esacosa, con una voz llena de líquidos.

Raquel reflexionó que si podía sentir lo que pasabaen esa ventana, ¿qué sentiría si la atrapaban? Giró para

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correr, y en el último instante se dejó caer y rodó sobre suespalda para escurrirse de las garras del guardia, y se di-rigió hacia las escaleras, las cuales empezó a bajar de dosen dos, dejando atrás al monstruo y su pregunta:

—¿Sabeeeeeeees...?En el videojuego, las escaleras bajaban por muchos

niveles; en la ventana, Raquel se dio cuenta de que me-dían dos o tres kilómetros y era muy pesado recorrerlas.No estaba a salvo en ellas, había signos claros de disparosde bala, muchos escalones derruidos, súbitas manchas desangre. También había un montón de relojes rotos, todosdestruidos, cuando faltaba muy poco para la medianoche.

Relojes digitales que parpadeaban “11.59.59”.Recordaba que en este lugar había reptadores, gusa-

nos carnívoros, tecnobuitres, zombis, todos esos especí-menes típicos del survival horror.

Se detuvo a recuperar aliento, mientras se preguntaba,seriamente, por qué no había elegido juegos del tipo HelloKittie, ahora estaría huyendo de pasteles de crema.

Estaba en problemas. Piensa-piensa-piensa.El sitio se veía como la Casa de las Bestias, pero no

lo era. Otro debía ser su objetivo. Esperaba que fuera otroy no simplemente que el programa intentara matarla.¿Cuál era el checkpoint?, ¿cuál la meta?

Entonces la escalera empezó a vibrar. Algo enormebajaba a toda velocidad hacia ella. Raquel recordó el surfdel barandal. Sin querer se asomó al abismo que se abríaal otro lado de las escaleras, pero no tenía más opción. Elbarandal también vibraba y, sorpresivamente, escapó desus manos. Lo había arrancado allá arriba el ente quedescendía.

Rodando a gran velocidad, una repugnante esfera decasi tres metros, hecha de algún material putrefacto, ba-

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jaba hacia ella. No había a dónde huir. Se habían acabadolas opciones. Estaría enseguida sobre ella. No tenía a lamano más que un reloj roto: “11.59.59”.

Miró la esfera acercarse y se dijo que iba a ocupar losúltimos instantes de su vida viendo esa cosa descender.

Supo entonces la respuesta a la pregunta “¿cuántofalta para el futuro?”.

—Un segundo —dijo en voz alta y clara, y todo a sualrededor se inmovilizó.

KILIMANJARO

—Perfectamente contestado —dijo una voz detrás deella.

Raquel se dio vuelta esperando al mismo Lord Ra-venhard, el malvado dueño de la Casa de las Bestias IV,pero sólo había un joven muy común y corriente.

—¿Esta cosa me habría matado de no contestar co-rrectamente? —preguntó ella.

—Simplemente te hubiera sacado de aquí. Game Over.Raquel alargó la mano para tocar la esfera.—Ugh.—Bonita, ¿verdad? Hicimos esto para ti. Los pro-

gramadores estaban encantados. La Casa de las Bestiasles fascina. No puedo creer que descansen de la progra-mación jugando videojuegos. Ninguno creyó que pasa-rías este nivel. Es que no te conocen. Trabajas muy bienbajo presión.

Presión que habían creado para ella.—¿Quién eres?—Un presidente en turno, un accionista mayoritario,

el diseñador en jefe de este proyecto... en realidad, podríadecir que soy Software Corporativo.

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—Vaya.—El casco observa tus pupilas, Raquel, mide tus

expresiones. Me dice en este instante que estás enojada.—¡No necesita un casco para saberlo! Me obligó a

venir aquí.—Sí, ¿verdad? Pero fue para ahorrar tiempo. Tarde

o temprano habrías venido por tu propio pie. Tienes mu-cho que preguntarme.

—No quise incumplir el contrato de confidencialidad...—Seguro no revisaste la carpeta que te dejé en las

oficinas vacías. Si la hubieras visto con detenimiento, tehubieras dado cuenta de que era mi copia firmada. Teregresé el único documento que te ataba. Era un regalo.

—Yo no...—Lo sé, el personal de Proyectos dice que no me doy

a entender bien, que me paso de simbólico.—Pues mejor vaya explicándose bien porque tengo

muchas cosas que preguntarle: ¿Por qué el traje medía mipresión? ¿Qué son las ventanas? ¿Quién va a usarlas?¿Son proyecciones o qué? ¿Por qué me escogieron a mí?

—En resumen, ¿qué demonios pasa aquí?—En resumen, sí.Con un ademán, el joven hizo aparecer una caja que

le ofreció a Raquel.“HMTT a 865KHZ ¡Incluye USBkey!”, decía en

alegres colores; se veía la ilustración de un microchip queplaneaba feliz sobre un campo con borreguitos.

—¿Sabes que el hombre que hizo esa ilustración nosabe dibujar?

—No se ve tan mal.—Quiero decir que esas imágenes no surgieron de

ningún lápiz o pincel, sino que fueron tecleadas en lamáquina; usaron un programa Photoshop.

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—¿Qué tiene que ver...?—Hace 10 años no había mercado de trabajo para

photoshopistas. Hace 30 años, nadie creería la cantidadde gente que trabaja alrededor de los videojuegos. Unvideojuego, si es exitoso, puede ganar más dinero que lapelícula más vista del año. ¿Sabes la cantidad de dineroque es eso? Trabajar con computadoras, con entornosvirtuales, tenía que ver con el futuro.

—Falta un segundo para el futuro.—Exacto. Estamos trabajando para empresas del

mañana que nadie, nadie se imagina en este instante.El joven hizo un ademán y la Casa de las Bestias

desapareció. De pronto, estaban en un helicóptero, volandosobre una imponente montaña nevada, que se levantabamajestuosa en el aire azul; parecía capaz de perforar elcielo, y el blanco de su nieve trasmitía una sensación depureza, de infinito...

—Las nieves del Kilimanjaro —dijo el joven—.Ernest Hemingway escribió sobre ellas y las hizo famosaspara el mundo, pero siempre se han considerado monta-ñas sagradas. Son la principal fuente de recursos para elgobierno de Tanzania. Vienen tantos turistas a verlas quese ha construido un aeropuerto internacional para reci-birlos.

Raquel podía entenderlo; era un mundo de nieve, ununiverso blanco. En el frío extremo es posible notar laprecisa nitidez de cada objeto, era la naturaleza perfec-tamente delineada.

—En 10 años...El joven, con un suave ademán, señaló la montaña.La nieve se estremeció, perdió su color blanco, se fue

volviendo azul, y luego marrón; el agua empezó a corrercuesta abajo, en cantidades inconcebibles; la roca bajo la

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capa de hielo surgió, como huesos rotos, negro bajo loblanco; fue como si la montaña entera enfermara, murie-ra y se pudiera ver cómo su cuerpo era consumido ensegundos.

—El calentamiento global, el cambio de los patro-nes de clima, la contaminación han hecho que la capa dehielo de 50 metros de espesor que cubre la montaña se es-té derritiendo. Las nieves del Kilimanjaro están a puntode desaparecer, como si nunca hubieran existido.

El joven hizo un gesto al piloto, y el helicóptero sefue alejando de ahí.

—Para impedirlo —continuó— se necesita una enor-me cantidad de dinero, una inversión realmente grande.Se ha pensado en construir dispersores de calor, fijar ca-pas de hielo mediante ingeniería, crear corrientes de airefrío para mantener la temperatura. Pero... ¿quién va ainvertir en eso? ¿Quién comprende lo que realmentesucede? Sólo es una montaña, sólo es nieve.

Descendieron en un aeropuerto derruido, donde habíaaviones abandonados, jets herrumbrados...

—Esto es lo que se llama una proyección. Se ex-trapolan los datos, se calcula qué pasará en el futuro.Creímos que sólo veríamos derrumbarse la economía deTanzania, porque la proyección nos mostró que el Ki-limanjaro es el principal proveedor de agua de la zona; asípues, el derretimiento primero inundará el lugar y despuéslo hundirá en la sequía. La nieve desaparecerá junto contodo cultivo de la zona. ¿Recuerdas la ventana de la ciu-dad de México? Era la extrapolación de un par de sencillosfactores: la deforestación de la zona, una época de sequíaen la cuenca del Golfo, y el derrumbamiento del sistemaCutzamala, que aporta agua del exterior. No importa loimponente que sean, las ciudades son frágiles, delicadas

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flores de mil pequeñas raíces. La ventana del Kilimanjaro,una de las más importantes, fue retirada.

Salieron a una ciudad abandonada, vacía bajo el sol.—Según nuestros datos, éste es el futuro si la monta-

ña deja de ser blanca.En el horizonte se levantaba la montaña negra; a su

alrededor, yacía una ciudad derribada, huellas de unacruenta batalla, un tanque quemado bajo el sol...

—El futuro... —dijo Raquel.—Sí. Y sólo falta un segundo para el futuro. 10 años

no es nada...

BETA-TESTER

Con un preciso ademán, el joven proyectó ante Raquel unescenario de la convención anual de survival horror.

—No reconozco a nadie...—Ésta no es una proyección tan realista. Simplemen-

te es un escenario.Caminaron entre la multitud; de vez en cuando,

alguien los atravesaba sin darse cuenta. Eran fantasmas.No podían tocar nada, nada podía tocarlos a ellos.

“Es cómo vivir en una pantalla sin tener el controlremoto”, pensó Raquel, y se estremeció.

—Como dedujiste adecuadamente, fuiste escogidapara usar las ventanas. Enviamos observadores a las con-venciones buscando un tipo de persona especial.

—Los ganadores de los videojuegos.—No, por supuesto que no. Puede que encontremos

algún modo de emplear a los que ganan en los tapetes debaile electrónico, pero aún no...

—¿Entonces?

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—Nuestros buscadores de talento saben qué va aocurrir en el videojuego. Conocen el instante exacto enque saldrá la bestia, el monstruo, el enemigo. Ven tureacción ante lo inesperado. Tu decisión, tu inventiva...Por cierto, nos encantó tu barco de desechos...

—No sirvió de mucho.—No, pero fue ingenioso. Eres alguien que ha vivido

rodeada de imágenes, cuya realidad es primordialmentevisual; es más, eres de una generación que nunca ha exis-tido antes: una donde las imágenes responden.

—Multimedia.—Interconectividad, hipertexto, feedback. Los nom-

bres son muchos, pero puede resumirse en que la tecnolo-gía te ofrece mundos nuevos y para ti es normal usarlos,te sientes tan cómoda con ello que incluso juegas. Eras lapersona ideal...

—Para mentirme, para engañarme. No estaban pro-bando las ventanas.

—Exacto. El traje y las proyecciones no necesitan unB-tester.

—¿Entonces...?—Tú eras lo que necesitábamos probar.Otro ademán del joven los “colocó” en un laboratorio

blanco. Había unas siluetas en azul, tridimensionales,girando. Raquel había visto los suficientes programaspara reconocer un holograma médico. Números y fantas-males órganos flotaban en el interior de esas siluetas.

—Tus mediciones, Raquel. Presión, latidos del co-razón, reflejos controlados, reflejos inconscientes...

—¿Ése es mi esqueleto? Qué mal me veo.—Tal vez necesitas hacer más ejercicio al aire libre...—¿Y para qué necesitaban probarme?

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—Es tu respuesta ante las imágenes, porque las ven-tanas simple y sencillamente son eso. Las mejores que po-demos conseguir con la tecnología actual, las más realistasjamás creadas, pero imágenes al fin. Descubrimos que hayuna increíble respuesta fisiológica. Tu cuerpo reaccionóante lo que veía.

—Tu mente lo hace real —dijo Raquel, recordandoel diálogo de Morpheus.

—Matrix. Mi película favorita. Y sí, pero no.—Muy claro.—Eso de que mueres si mueres en Matrix es fantasía.

Nosotros descubrimos midiéndote que las reacciones noson reflejas: si te golpeas en la ventana no te aparecen mo-retones... no, tu cuerpo reaccionaba ante estímulos emotivos.

—No entiendo.—Jugaste en el Veracruz inundado. O lo intentaste.

Subiste a una resbaladilla y de pronto dejaste de hacerlo.—Esos juegos nunca los usarían otros niños...—Sabías que las moscas eran falsas, y aun así te

cubriste los ojos para que no te entraran.—Se veían tan reales...—... tan reales que tu cuerpo lo sintió. Sintió esa

realidad. Justo lo que necesitábamos saber, lo que nosdijo que las ventanas son un éxito.

—No entiendo.—Las ventanas son proyecciones ambientales. Son

mundos que serán. Ya lo habías deducido, ¿verdad?—Una es lluvia ácida, otra deforestación, una más

capa de ozono, otra...—¿Sabes lo que son los servicios ambientales?—En mis vacaciones lo averigüé: es comprender el

valor de cosas como mantener el ciclo agua-bosque, losbeneficios de no deforestar, el...

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—Es hacer una proyección y comprender lo impor-tante que es actuar antes del desastre.

—Mi mamá escribe sobre unos animalitos que...—La fauna desplazada. He leído los informes de sus

conferencias. Muy interesantes. Deberíamos hacer unaventana sobre ello. ¿Sabes por qué?

—No.—Porque las ventanas nos permiten una reacción

emotiva. Sentimos la proyección, el escenario.—Nadie aprende en cabeza ajena, ¿verdad?—Eres la gente que necesitamos, Raquel. Exacto.

Nadie aprende en cabeza ajena, la gente necesita sentir loque pasará en el futuro.

—¿Qué eran los números? 661, 723 y los demás.—Pasos. Pasos que hemos dado para que al final no

sobreviva nadie. Hechos que hemos llevado a cabo, pro-cesos que hemos puesto en marcha.

—¿Faltan 923 pasos para llegar al Mundo Basura?—¿Mundo Basura?—El mar gelatinizado por los pañales desechables.—Bueno, también hubo otros factores, reacciones

químicas diversas con materiales no biodegradables, perono es mala descripción. ¿Sabes que el plástico tarda milesde años en desintegrarse?

—Todo parecía viejo...—No quiero que ése sea nuestro futuro. En vez de

grandes obras de la humanidad, que lo único que nosrecuerde sean montañas de desechos.

—¿Entonces faltan o no 923 pasos para llegar alMundo Basura?

—No, claro que no.—Menos mal.—Faltan menos.

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—¿Para la luz tóxica y todo eso?—Sí, porque hoy no estamos en el paso 0. Llevamos

bastante camino andado.—No entiendo.—Si hiciéramos una ventana del presente sería la...

déjame ver... la ventana 654. Sí, éste es nuestro tiempo,hoy, este momento. La ventana 654.

—Pero no es todo, ¿verdad? No sólo es un viaje alpaís de los desastres.

El joven rió, hizo un ademán y se encontraron en unzepelín, sobrevolando maizales. A lo lejos, mil zepelinesmás, perfectamente plateados, creaban una sombra errá-tica sobre el sembradío.

—A un B-tester se le ocurrió cómo cultivar bajo solextremo... Para sobrevivir, el mañana estará lleno de tra-bajos y empresas que nadie se imagina en este instante...si funciona necesitaremos diseños de zepelines, por ejem-plo... tu idea de navegar el mar gelatinizado también es bue-na... las proyecciones de desastres ambientales tambiénnos permiten imaginar qué hacer...

—Econautas.El joven se rió.—Qué excelente nombre. Econautas... deberé re-

cordarlo. Lo define perfectamente... Raquel, necesitamosviajeros en las ventanas, creadores en las ventanas. Haymuchos científicos y ecólogos creando los datos, haciendolas proyecciones, investigando los efectos. Todo esto esresultado de su trabajo. Las ventanas son un resumen vi-sual de ello. Pero necesitamos también quien piense usan-do esos datos transformados ya, necesitamos perspectivasnuevas, gente que maneje estas imágenes como nadie loha hecho antes...

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—Necesitan gente experta en el survival horror.—No. Necesitamos gente llena de recursos, inventi-

va y decisión, que no tema aventurarse en lo desconocidoy busque cómo usar su entorno para sobrevivir. Genteproactiva. Tu viniste a buscarnos, no te quedaste connuestras explicaciones, actuaste para resolver el misterio.Eres justo lo que necesitamos. Piensa, Raquel, ¿quierestrabajar en el futuro?

—Las ventanas no son divertidas.—No. No lo son. La supervivencia no es un juego cuan-

do es real. Pero debemos actuar ahora. Es todo el tiempo quetenemos antes del futuro. Necesitamos tus habilidades.

—Las ventanas son muy duras.—Pero tú las manejaste bien. Más ahora que sabes

lo que son. Más si comprendes que no estás sola en el findel mundo y hay una misión...

—No sé. No creo. No, mejor no... Pero...—¿Sí?—Pero es el máximo juego de supervivencia, ¿verdad?—Sí.—Y si lo gano no sólo ganaré puntos, ¿verdad?—Tal vez salvemos vidas.—Déjeme pensarlo, porque, señor Software Corpo-

rativo, aún creo que no me esté diciendo toda la verdad.El joven se rió, hizo un ademán y una puerta se abrió.

Saludó como un mago al final del espectáculo y antes desalir dijo, sonriente:

—¿No es mejor, siempre, un poco de misterio?

CONECTANDO

Mil veleros se desplazan y, sobre ellos, los zepelines pla-teados, que transportan unas bandejas enormes de líque-

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nes, algunos de los cuales han empezado a subir por loscostados curvos; a lo lejos puede verse un globo casi cu-bierto por las plantas, un desconcertante bosque de líque-nes suspendido en el cielo.

¿Quién iba a creer que hubiera nutrientes en la atmós-fera? A ella se le ocurrió, simplemente, que si el suelo sehabía vuelto inadecuado en esta ventana, y la poca tierrafértil se cubría de agua, siempre quedaba el aire... Además,los jardines flotantes eran hermosos.

“Estoy diseñando este mundo, lo estoy construyendo,intento salvarlo”, pensó. Por supuesto que sólo se tratabade una imagen, una proyección.

El medio ambiente no se salva mágicamente; hacefalta trabajo, recursos, mucha gente ocupada en ello y,también, imaginación. Y ése era su trabajo. Y lo ejecutabaexcelentemente.

Tampoco se le escapaba que la prioridad era la ven-tana 654, la cual era el presente, la realidad. Lo que era ne-cesario hacer no podía realizarse más que en esa ventana:el presente, un segundo antes del futuro.

Había mucho trabajo que realizar al otro lado de lapantalla: pasos que dar, desastres que evitar, medidas queaplicar ya. Falta un segundo para el futuro.

Fue contratada para imaginar, pero le gustaba ima-ginar también en la realidad. ¿Cómo salvar a la ciudad deMéxico si se quedaba sin agua? Parecía una pregunta sen-cilla, pero había un millón de tareas que realizar.

Por lo pronto, ella y un grupo de B-tester estabanproyectando un plan de emergencia, una página web so-bre utilización racional del agua, y algunas maravillosasproyecciones que parecían imposibles, pero hermosas.

¿No bastaba con acercar una montaña o dos al DF?Mientras pensaba cómo hacerlo, también organizó un par

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de jornadas de reforestación, y repartió folletos sobre elcuidado del agua.

Grandes planes y el pequeño, pero necesario, actuarreal. La montaña y un vaso de agua ahorrado. Un mundode jardines en el aire, y un nuevo árbol plantado. Eramejor llegar al futuro con más de una carta que jugar.

Miró su reloj de pulsera y le divirtió que existieran ho-rarios en los mundos virtuales. Pero quería estar con loseconautas que iban a explorar el Mundo Basura. Sin em-bargo, aún tenía tiempo.

Sonó un repiqueteo en sus auriculares y una figuraempezó a formarse a su lado. Alguien se estaba conectan-do a esta ventana. Un nuevo econauta, quien miró a sualrededor, absolutamente sorprendido. Todos lo hacen enel primer instante dentro de las ventanas. Y señalan. Ypreguntan siempre:

—¿Qué es eso?Eso dependía de cada ventana programada, en este

caso era el globo ardiendo. El primer incendio forestal enel aire. Habría que pensar un método para alejar el peligrode los rayos.

De todas maneras, por el momento, su papel erarecibir al nuevo.

—Bienvenido.

ALBERTO DICE: ¿Ya viste la Casa de las Bestias V?RAQUEL DICE: ¿Me creerías que he estado muy ocupada?ALBERTO DICE: No.RAQUEL DICE: La verdad estoy esperando que unos amigos laadapten para mi equipo.ALBERTO DICE: Eso sí sonó misterioso. ¿Te compraste el nuevoX-play?

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RAQUEL DICE: Frío, frío. ¿Y qué tal está el juego?ALBERTO DICE: ¿Te cuento de las espadas que se necesitan paraterminarlo?RAQUEL DICE: Mejor de la contienda de este año...ALBERTO DICE: Gané, gané. E-Tech por poco me elimina. Meextrañó no verte.RAQUEL DICE: ¿Firmaste?ALBERTO DICE: ¿Qué cosa?RAQUEL DICE: Lo que se supone no me puedes decir, pero loque yo puedo adivinar. Es sencillo, lo sé porque lo niegas.ALBERTO DICE: ¿Decirte no es como decir sí?RAQUEL DICE: No.ALBERTO DICE: O sea sí.RAQUEL DICE: Que no, o sea sí.ALBERTO DICE: Quedamos en que no te estoy diciendo nada,¿verdad?RAQUEL DICE: Quedamos. No te voy a decir que estoy muycontenta.ALBERTO DICE: Gracias, yo tampoco te voy a decir que sospechoque tiene que ver algo con el juego que no es juego.RAQUEL DICE: Yo tampoco te diré que es mejor que haya sitioextra en tu casa para cierto equipo.ALBERTO DICE: Gracias por no decírmelo.RAQUEL DICE: No te diré que es posible que trabajemos juntos.ALBERTO DICE: No te estoy diciendo que eso me gustaría.RAQUEL DICE: No te daré las gracias.ALBERTO DICE: Yo tampoco diré “de nada”. Bueno, no te diréque mi mamá grita que está llegando un camión negro concosas.RAQUEL DICE: Ni creas que voy a contarte que voy a conectarmea mi trabajo en este instante.ALBERTO DICE: Bueno, nos vemos.RAQUEL DICE: Antes de lo que crees.ALBERTO DICE: ¿No es estupendo chatear para dejar claras lascosas?

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GLOSARIO

.jpg1. Abreviatura de joint picture expert group.2. Cosa que no explica nada, pero que significa que si algún archivo

de computadora termina con .jpg contiene una imagen.

Beta-tester1. Los que prueban los programas de computadora y buscan todos

los errores que puedan tener.2. Que es más o menos como si un cocinero te acercara algún guiso

de extraño aspecto y te dijera: “pruébalo para saber si está sabroso”.

Biopeligro1. Riesgos ligados al funcionamiento del cuerpo de una persona. Se

incluyen los agentes que producen enfermedades, materiales in-fecciosos, toxinas, Contaminación, radiación, etcétera.

2. Quien se acerca a ver qué es exactamente lo biopeligroso y no esexperto en su manejo, no acostumbra durar mucho tiempo. Sondel tipo de gente que al ver un tigre de Bengala dice: “gatito,gatito”.

CD1. Normalmente se refiere a compact disc. Otras abreviaturas re-

lacionadas son: CD-ROM, CD-R y CD-RW. Un CD para com-putadora es capaz de almacenar cerca de 650 Mb de información.

2. A principios del siglo XXI, soporte donde guardamos informa-ción para computadoras. No va a ser por mucho tiempo. Antes seusaron casetes y disquetes y ahora nos parece ridículo que hubieraentrado algo en ellos.

Chat1. De charla. Servicio de comunicación instantánea que permite que

los usuarios de internet se comuniquen por medio del teclado dela computadora. Por eso se dice que se “chatea” cuando su utilizaese medio.

2. Es hablar con los dedos, pero ahora ya puede usarse audio y video.Aunque no se trata de que sea un videoteléfono, sino recaditos.

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Checkpoint1. Punto de comprobación. En los videojuegos, un lugar al que se

debe llegar para seguir jugando, una meta momentánea.2. En la vida real, cuando estás subiendo una colina y no puedes más te

dices: “nomás llego al arbolito y descanso”, sabiendo que aún faltamás para subir, pero que es necesario tener una meta al alcance de lamano para continuar.

Choose a dificult level...1. “Escoge un nivel de dificultad”.2. Lo cual es bastante deprimente cuando marcas “Extremadamente

fácil” y te eliminan a los dos segundos.

Clorofluorocarbonos1. Familia de productos químicos que contienen cloro, flúor y car-

bono. Se utilizan como refrigerantes, propulsores de aerosoles,disolventes de limpieza y en la fabricación de espumas. Constitu-yen una de las principales causas del agotamiento del ozono.

2. “Nomás es tantito”, acostumbran decir sus fabricantes, que escomo darle cucharaditas de veneno a alguien a ver si se acostumbracon el tiempo, o sólo por llevar la contraria se muere.

Dermatosis1. Término general para adjetivar cualquier afección de la piel.2. ¿Oh, Dios, qué es esto? Esto puede ser un millón de padecimien-

tos: manchas, pústulas, descoloramientos, escamas, etc., etc., etc.,y a todo se le llama dermatosis. Modo elegante de decir que pasaalgo en la piel.

Dermatosis fotoexacerbadas1. Dermatosis que tienen una respuesta anormal a las radiaciones so-

lares en forma indirecta.2. Sí, el Sol es una reacción nuclear del tamaño de cientos de planetas

Tierra. A algunas pieles les parece muy mala idea tenerlo a sólo 8minutos-luz de distancia.

Deshidratación aguda1. Se denomina deshidratación aguda a la pérdida de agua y electroli-

tos, que comporta un compromiso más o menos grave de las prin-

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cipales funciones orgánicas (circulatoria, renal, pulmonar, ner-viosa). Es el estado que resulta de la pérdida de líquidos.

2. ¿Ves cómo se pone una planta a la que se te olvidó echarle aguapor un mes? Bueno, a los humanos nos pasa igual, sólo que enmucho menos tiempo.

Deshidratación del tipo hipotónica1. Cuando el sodio sérico es inferior a 130 meq/l. Cuando las pérdi-

das de sodio son mayores que las de agua.2. Hubo hace tiempo un anuncio en que encuentran a un náufrago,

con los labios secos, muerto de sed, y antes de tomar un líquidopide galletas saladas. Parecía un chiste, ahora sé que padecía dedeshidratación hipotónica.

Disminución turgencia cutánea1. Es una anomalía en la capacidad de la piel para cambiar de forma

y retornar a la normalidad (elasticidad), y está determinado por va-rios factores, como la cantidad de líquidos corporales (hidratación)y la edad.

2. Es parecido a tener piel de lagarto. La pesadilla de quienes se echanmuchas cremas cosméticas.

DVD1. Disco digital mejorado, con una capacidad muy superior al CD.

Siglas de digital video disk o digital versatile disk. Al igual que enlos CD, hay distintas variantes según si sólo puede leer, leer y es-cribir, etc.: DVD-ROM, DVD-RAM, etc. La capacidad de un DVDva desde los 4.7 Gb hasta los 17 Gb.

2. Alta tecnología informática que se raya muy fácil. No acostumbrestransportarla junto con tus llaves.

Fotocarcinogénesis1. Nombre que indica que la radiación solar, particularmente las

radiaciones ultravioleta (UV del tipo A y B) son causa de cáncer,dependiendo del efecto acumulativo de las UV y del tipo de piel.Otro factor que aumenta el riesgo de contraer cáncer por exposi-ción a las radiaciones UV es la disminución de la densidad de lacapa de ozono, que se atribuye a la presencia de fluorocarbonosen la atmósfera.

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2. Si vas a atravesar el desierto del Sahara y te quemas fácilmente esimprescindible que lleves una sombrilla.

Fotodermatológico1 . Afecciones dermatológicas que directa o indirectamente están pro-

vocadas por las radiaciones solares. Se puede afirmar que todasellas tienen como común denominador una topografía característicaque corresponde a las superficies expuestas al sol. En nuestro país,la radiación lumínica está presente prácticamente todo el año. Lasfotodermatosis en conjunto constituyen, sin lugar a dudas, uno delos grupos de afecciones dermatológicas más frecuentes.

2. Tienen que ver con tiempo de exposición al sol, tipo de piel, ali-mentación, salud general. No vayas a creer que debes convertirteen vampiro, simplemente no exageres con el bronceado.

Fototoxicidad1. Cuando la exposición a radiaciones lumínicas resulta dañina, he-

cho generalmente asociado con administración de determinadassustancias químicas. Esta reacción se debe a la absorción de ra-diaciones lumínicas por la sustancia fotosensibilizante y que trans-fiere su energía a las estructuras vecinas, dañando directamentelas células, y aparece, por lo general, unas cuantas horas despuésde la exposición.

2. Pregúntale a Drácula.

Hidrofluorocarbonos1. Gases artificiales producto de la sustitución de hidrógenos por

átomos de flúor en las moléculas de hidrocarburos acíclicos, y lasmezclas de dichos gases. Esta denominación genérica de gases nose ajusta estrictamente a la realidad, ya que de este conjunto deproductos los hay que son líquidos a presión y temperatura am-bientes. Suelen ser considerados como una de las causas del efectoinvernadero.

2. No es necesario un cañón del tamaño de la Luna para acabar conun planeta, a veces bastan muchos aerosoles.

Hipernea1. Cuando se fuerza el ritmo respiratorio se habla de hipernea. Res-

piración profunda, pesada, densa.

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2. Como respiras cuando tu mamá te explica que tiró toda tu co-lección de historietas porque al fin y al cabo “ya las habías leído”.

Hiperplasia epidérmica1. Hiperplasia es el incremento en la producción celular de un tejido

normal del cuerpo, lo cual hace que un órgano aumente de tamaño.Epidérmica, de la piel.

2. Algo que es mejor que le pase a alguien más.

Hipotensión1. Presión sanguínea baja. Es una condición anormal en la que la

presión sanguínea de una persona, es decir, la presión de la sangrecontra las paredes de los vasos sanguíneos durante y después decada latido cardiaco, es mucho más baja de lo normal, lo quepuede causar síntomas tales como vértigo y mareo. Cuando lapresión sanguínea está demasiado baja se presenta flujo insufi-ciente de sangre al corazón, al cerebro y a otros órganos vitales.La deshidratación puede provocarla.

2. En la televisión, los argumentistas creen que quienes lo padecense desmayan lo suficientemente lento para encontrar siempre unsillón a la mano, y basta con darle unas palmaditas en el dorso dela mano para que se les quite. Cuando en la vida real no sucede asíse desconciertan mucho.

HMTT1. Producto que vende Software Corporativo.2. Algo muy caro, del tipo de cosas que los fanáticos de computadoras

consideran imprescindible y uno no tiene la menor idea de qué sea.

Hundimiento del globo ocular1. Signo de padecimiento general, deshidratación aguda, agotamiento

agudo.2. Tarde o temprano el espejo te mostrará cómo te verías si actuaras

en una película de zombies.

Inmunosupresión1. Trastorno o condición en la cual se presenta disminución o au-

sencia de la respuesta inmune. El sistema inmunológico protege

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al organismo de las sustancias potencialmente dañinas (antígenos)tales como microorganismos, toxinas, células cancerígenas.

2. Cuando el sistema de defensa biológico de tu cuerpo se desconecta.

Insert a disc1. “Inserte un disco.”2. Lo que toda consola de videojuegos pide. Original, por supuesto.

Joystick1. El control de un videojuego.2. Los primeros eran un bastoncito negro con un botón. Entonces era

suficiente. Algunos pretenden que en el futuro se parezcan al ta-blero de un jumbo jet. Por el momento basta con que puedan lle-varse en las manos. Tienen mucho cable que, cuando no es in-suficiente, se enreda.

kHz1. Kilohertz. Mil ciclos por segundo. Frecuencia. Número de ciclos

completos por unidad de tiempo para una magnitud periódica, co-mo en las ondas de radio, en donde se usa el hertz o hercio, equi-valente a un ciclo u oscilación por segundo. Se usan los múltiplosdel hertz (kilohertz, megahertz, etc.).

2. El tipo de cosas que te explican una y otra vez y olvidas de in-mediato. Información importante en cajas de equipo de cómputo.

Laptop1. Computadora portátil.2. En la mayoría de los casos, delgada, negra e increíblemente cara.

Loading1. “Cargando.”2. No es que la consola de videojuego se levante y haga pesas. Es

simplemente cuando la máquina procesa el programa que se va ajugar.

Mantos fósiles1. El agua que penetra en las capas más profundas de la tierra forma

mantos subterráneos. Si éstos llegan a una depresión superficial

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puede aflorar el agua. También puede no hacerlo y quedar bajotierra, formando los llamados mantos fósiles.

2. ¿Sabes cuántos mantos fósiles hay en tu cuarto, sobre todo en lasorillas y bajo los muebles?

Microchip1. Circuito muy pequeño, compuesto por miles, y a veces millones,

de transistores impresos sobre una oblea de silicio.2. ¿En qué se parecen los peces de colores a los microchips? En que

es más sencillo y barato reemplazarlos que repararlos.

Microgrietas1. Minúsculas grietas, por supuesto. Aparecen por diversos factores:

torsión, deformación de cimientos, etc. A veces, cuando se sobre-explotan las reservas de agua subterránea, aparecen en casas yedificios.

2. La unión hace la fuerza. Muchas microgrietas en un lugar puedenderribarlo.

Multimedia1. Información que utiliza conjunta y simultáneamente diversos

medios, como imágenes, sonidos y texto.2. Piensa en la publicidad de la última película de moda. Imágenes,

carteles, sitios web, entrevistas con los actores, la canción delfilm, etc., etc. Todo eso es publicidad multimedia.

Nickname1. El nombre que te representa en internet.2. Algunos usan las iniciales de su nombre; otros, nombres de juegos

o programas de TV; algunos más, palabras que les son importan-tes (y, como casi siempre ésas ya están ocupadas, alguna extrañacombinación). Pronunciarlos en voz alta suele ser difícil.

Ozono1. Gas cuyas moléculas contienen tres átomos de oxígeno y cuya

presencia en la estratosfera constituye la capa de ozono. En eleva-das concentraciones, el ozono es tóxico para los seres humanos,los animales y las plantas. Cuando se produce en las partes bajas

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de la atmósfera actúa como contaminante, pero en las partes al-tas absorbe eficientemente la radiación ultravioleta.

2. Es como nuestra tía madrina, a la que adoramos cuando está lejos,pero a quien no soportamos cuando está de visita una semana ennuestra casa.

Photoshop1. Programa de retoque fotográfico por computadora.2. Planeado inicialmente para limpiar defectos fotográficos, como

ojos rojos, rayones, etc, actualmente se utiliza para modificar lasimágenes a niveles increíbles y muy pocas veces para lo que fuediseñado.

Quemadura solar1. La quemadura solar se origina por exposición a radiaciones ul-

travioleta. Puede causar un daño fotoquímico directo o un dañooxidativo indirecto a biomoléculas estratégicas como el ADN ylas proteínas. La quemadura solar se reconoce fácilmente. Despuésde la exposición aparece eritema y dolor, aumento de la temperatura,edema, e incluso ampollas.

2. Cuando te quemas bajo los rayos del sol hasta ponerte comocamarón, siempre hay alguien que te palmea alegremente la es-palda y dice: “¿Cómo te fue en la playa?”

Retrovirus1. Es un virus que tiene su genoma ubicado en el ARN y no en el

ADN. Los retrovirus usan transcriptasas inversas para convertirel ARN en ADN.

2. Claro, ¿verdad? Los virus ya son difíciles de tratar. Los retroviruslo son aún más.

Send1. “Enviar.”2. Justo lo que tus papás no quieren que aprietes en tu celular.

Sistema Cutzamala1. La mayor obra hidráulica para abastecimiento de agua potable de

nuestro país. Tiene capacidad para suministrar a la ciudad de Mé-xico hasta 19 m3/s de agua potable, aprovechando las aguas de la

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cuenca alta del río Cutzamala, provenientes de las presas Tuxpany El Bosque, en el Estado de México, así como de la presa Chi-lesdo, que fue necesario construir para aprovechar las aguas delrío Malacatepec. Se integra también por un acueducto de 140 kmque incluye 19 km de túneles y 7.5 km de canal; una planta po-tabilizadora con capacidad de 24 m3/s y seis plantas de bombeo.

2. Que todo ese esfuerzo no se vaya al caño, no la desperdicies.

Software1. Las instrucciones de la computadora, las órdenes que las hacen

funcionar, los programas, lo que le dice a una máquina cómoportarse.

2. “Lávate los dientes”, “arregla tu cuarto”, etc., son algunos ejemplosde software paterno.

Sonido 3D1. Sonido envolvente.2. El sonido no tiene forma, así que ¿cómo puede ser tridimensional?

En realidad, quiere decir que viene de todos lados, pero 3D se vemejor en las cajas de altavoces que te venden.

Spyware1. Programa espía. Diseñado inicialmente para recabar información

de clientes que usan la red: páginas visitadas, veces que regresana un sitio de internet, etc. A veces son maliciosos y buscan clavesy números de tarjetas. Lo grave del asunto es que generalmente túlo instalas sin saberlo.

2. Es como un hermanito chismoso que averigua lo que haces, y vay lo platica todo.

Start1. “Comenzar”, “poner en marcha.”2. El botón del videojuego que puedes oprimir con calma y tran-

quilidad, sin prisa ni problema alguno, después... ah, después yano puedes ni respirar...

Survival horror1. Una clasificación de videojuegos. Son del tipo “recorrer un lugar

que trata de matarte”.

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2. Lo divertido del asunto es llevarle la contraria al programa ysobrevivir.

USBkey1. “Llaves USB”, dispositivos del tamaño de un llavero, muy útiles

para transportar información entre ordenadores. También llama-dos memorias flash o stick USB. Existen llaves USB de diferentescapacidades: 64, 128, 256, 512 MB. Estos dispositivos han pa-sado a sustituir a los disquetes convencionales de capacidad 1,44MB, ya obsoletos debido a su escasa capacidad frente a estas lla-ves USB.

2. Se rompen si las giras en una cerradura.

UV1. Radiaciones ultravioleta. Radiaciones solares con longitudes de

onda entre la luz visible y los rayos X. Las UV-B (280-320 nm)son una de las tres bandas de las radiaciones UV, son nocivas parala vida en la superficie de la Tierra y son absorbidas en su mayorparte por la capa de ozono, que está en riesgo por la contaminación.

2. Ups.

Vectores1. Agente que transporta algo de un lugar a otro. Ser vivo que puede

transmitir o propagar una enfermedad.2. Si las enfermedades fueran un chisme, el vector de infección sería

quien lo va divulgando en todas partes.

Waiting1. “Espere.”2. Mientras la consola del videojuego carga el programa, reconoce

el disco o simplemente cuenta hasta diez antes de empezar.

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TÍTULOS DE LA COLECCIÓN

1. Claudia: un encuentro con la energía María Trigueros y Ana María Sánchez

2. La dosis hace el veneno Martín Bonfil Olivera

3. El narrador de prodigios Edith Polanco Jaime

4. Cosas del ruido y algo más Ernesto Márquez Nerey

5. Una voz en un planeta único Gloria Valek Valdés

6. El taco nuestro de cada día Guillermo Bermúdez

7. Herederos de la Tierra Arcadio Monroy Ata

8. El suelo: ese desconocido Elizabeth Solleiro Rebolledo

9. Aguas con el agua Ernesto Márquez Nerey

10. Campamento Biofilia

Alejandra Alvarado Zink

11. La nube de Magritte Mónica Lavín

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Ventana 654. ¿Cuánto falta para el futuro? consta de 9,000 ejemplares

y se terminó de imprimir en diciembre de 2004en los talleres de Sevilla Editores, S.A. de C.V.,San Andrés Atoto 21-A, Col. Industrial Atoto,

Naucalpan 52519 Estado de México.