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Huérfana cuando tenía ocho años, Kate Powell creció, junto a Margo y Laura,como una hija más de los Templeton, y juró que nunca les defraudaría.Aguda, inteligente, con una cabeza privilegiada para los números, se haconvertido en una exitosa mujer de negocios obligada a enfrentarse alfracaso profesional y a mirar en su interior solo para darse cuenta de todolo que se ha perdido en la vida y todo lo que le falta a su corazón.

Pero es tiempo de cambio y Kate se incorporará activamente a la tienda desus hermanas y se enamorará de un atractivo hotelero, Byron DeWitt, unhombre que puede hacer que Kate olvide que dos y dos son cuatro…

De entre las tres chicas de la familia Templeton, le toca ahora a Kateprotagonizar el segundo volumen de la serie iniciada con Un sueño atrevido,en una romántica historia de amistades, renuncias, nuevos sueños. Y amor.

Nora Roberts

Compartir un sueñoTrilogía de los sueños - 2

A la familia

1

Su infancia había sido una mentira.Su padre había sido un ladrón.Su mente luchaba por aceptar estos dos hechos; por asimilarlos,

comprenderlos y aceptarlos. Kate Powell se había preparado para ser una mujerpráctica, que trabajaba sin descanso para cumplir sus metas, metas que por finalcanzaba tras un largo camino de cautelosos y bien pensados pasos. No sepermitía titubeos. Jamás tomaba atajos. Las recompensas se ganaban con sudor,planificación y esfuerzo.

Eso era ella, y siempre lo había creído así: un producto de su herencia, de sucrianza y de los rigurosos parámetros que se había impuesto.

Cuando una niña queda huérfana a muy corta edad y ha tenido que convivircon la pérdida, cuando ha visto morir a sus padres, cree que no puede haber en elmundo nada más desolador.

Pero lo había. Vaya si lo había. Y Kate empezaba a comprenderlo. Se sentó,todavía bajo el impacto, tras el ordenado escritorio de su también perfectamenteordenada oficina en Bittle y Asociados.

Aquella temprana tragedia había sido pródiga en bendiciones. Le habíanquitado a sus padres, sí… pero a cambio le habían dado otros. Thomas y SusanTempleton no habían concedido importancia al parentesco lejano. La habíanacogido y criado, le habían brindado amor y un hogar. Se lo habían dado todo, sinduda alguna.

Y debían de saberlo, comprendió Kate. Debían de haberlo sabido todo eltiempo.

Lo sabían cuando se la llevaron del hospital después del accidente. Cuando laconsolaron y le ofrecieron una familia y un hogar, lo sabían.

La habían llevado a la otra punta del país, a California. A los imponentesarrecifes y la belleza arrebatadora de Big Sur. A Templeton House. Y allí, en esacasa magnífica, elegante y acogedora como los glamorosos hoteles Templeton,se había convertido en parte de la familia.

Le habían dado a Laura y a Josh, sus hijos, como hermanos. Le habían dadoa Margo Sullivan, la hija del ama de llaves, a quien habían aceptado como unamás de la familia antes que a Kate.

Le habían dado ropa, alimento, educación y privilegios. Le habían dadoreglas y disciplina y la habían alentado a hacer realidad sus sueños.

Y, por encima de todo, le habían dado amor, linaje y orgullo.Pero, no obstante, sabían desde el principio lo que ella, veinte años más tarde,

acababa de descubrir.Su padre había sido un ladrón, un hombre procesado por desfalco. Lo habían

atrapado con las manos en la masa; había esquilmado las cuentas de sus propiosclientes y había muerto en la deshonra, arruinado y a punto de ir a la cárcel.

Quizá no lo habría sabido jamás de no ser por el capricho del destino quehabía llevado a un viejo amigo de Lincoln Powell a su oficina esa mañana.

El hombre estaba tan encantado de verla… la recordaba de pequeña. Y aKate le había conmovido que se acordara de ella, saber que había ido aproponerle un negocio debido al antiguo vínculo con sus padres. Se había tomadotiempo para conversar con él, aunque tenía muy poco que perder durante esasúltimas semanas previas al vencimiento impositivo del quince de abril.

Y él se había sentado allí, en la silla, al otro lado del escritorio. Y se habíapuesto a recordar. La había sentado en su regazo cuando era pequeña, decía;había trabajado en la misma empresa publicitaria que su padre. Precisamentepor esa razón deseaba que fuera su contable, ahora que se había trasladado aCalifornia y tenía su propia empresa. Ella se había mostrado agradecida, y luegohabía intercalado preguntas acerca de los negocios y requerimientos financierosde aquel hombre con indagaciones sobre sus padres.

Entonces él había mencionado las acusaciones, los cargos y la inmensa penaque le producía que su padre hubiera muerto sin poder devolver lo que se habíallevado. Y ella no había dicho nada, no habría podido hacerlo.

—Lincoln jamás quiso robar, solo tomó un poco de dinero prestado. Oh, porsupuesto que obró mal, Dios es testigo. Siempre me sentí responsable, en parte,porque fui yo quien le contó todo sobre el negocio inmobiliario y lo estimuló ainvertir. No sabía que ya había perdido la mayor parte de su capital en un par denegocios sin futuro. Tu padre hubiera devuelto ese dinero. Linc habría encontradouna manera de hacerlo, siempre encontraba la vuelta a las cosas. Y siempreestuvo un poco resentido porque su primo había llegado muy alto y él apenaspodía mantener a su familia.

Y luego de haber dicho todo aquello, el hombre —diablos, no podía recordarsu nombre, no podía recordar nada excepto sus palabras— le había sonreído.

Mientras él hablaba, pedía disculpas e intentaba explicar los hechos desde supunto de vista, ella había permanecido sentada, asintiendo. Ese extraño, que habíaconocido a su padre, estaba destruyendo sin saberlo los cimientos de su vida.

—Le tenía ojeriza a Tommy Templeton. Es raro, sobre todo teniendo encuenta que fue precisamente él quien terminó criándote. Pero Linc nunca quisoperjudicar a nadie, Katie. Era un tío demasiado audaz, eso es todo. Nunca tuvo la

ocasión de demostrar —y demostrarse a sí mismo— lo que valía. Y a mi lealentender, ese fue el verdadero crimen.

« El verdadero crimen» , pensó Kate. Y se le hizo un nudo en la boca delestómago. Había robado porque estaba desesperado por tener dinero y habíaintentado salir impune. Porque era un ladrón. Un estafador. Un mentiroso. Yhabía burlado a la justicia aquella noche, cuando su automóvil patinó sobre elhielo de la carretera y se estrelló, muriendo junto a su esposa y dejandohuérfana a su hija.

La may or ironía había sido que el destino le diera por padre al hombre aquien su progenitor envidiaba tanto. Debido a su muerte, Kate se habíaconvertido, en esencia, en una Templeton.

¿Lo habría hecho a propósito? ¿Estaba tan desesperado, tan desasosegado, tanfurioso como para elegir la muerte? Apenas podía recordarlo: un hombrecillodelgado, pálido y nervioso, de temperamento irascible.

Un hombre con grandes planes, pensaba ahora. Un embaucador que habíatransformado esos planes en mundos fantásticos para cautivar a su hij ita. Lashistorias que solía contarle estaban llenas de enormes mansiones, cocheselegantes y divertidísimos viajes a Disney landia.

Y mientras tanto vivían en una casa pequeña, idéntica a todas las humildesviviendas del vecindario, tenían un viejo sedán que traqueteaba ruidosamente yjamás viajaban a ninguna parte.

Así que robaba y lo atraparon. Y luego murió.¿Y su madre? ¿Qué había hecho su madre?, se preguntaba Kate. ¿Qué había

sentido? ¿Tal vez por eso la recordaba como una mujer de mirada preocupada ysonrisa tensa?

¿Su padre ya habría robado antes? La sola idea le daba escalofríos. ¿Habríarobado antes y se las habría ingeniado de algún modo para salir impune? ¿Unpoco por aquí… otro poco por allí… hasta que un mal día se había descuidado?

Recordaba discusiones, casi siempre por dinero. Y lo peor era el silenciodespués de la tormenta. El silencio de esa noche. Aquel silencio denso, cortanteentre sus padres, antes de que el coche comenzara a hacer trompos y volcara.Antes de los gritos de espanto y el dolor.

Temblando, cerró los ojos y apretó con fuerza los puños para ahuy entar lapersistente jaqueca.

Oh, Dios, amaba a sus padres. Había amado su recuerdo y honrado sumemoria. No soportaba verla pisoteada y denostada. Y mucho menos toleraba,comprobó con horrorizada vergüenza, ser hija de un estafador.

No se resignaba a creerlo. No todavía. Respiró hondo varias veces y volvió asu ordenador. Con una eficacia mecánica se introdujo en la biblioteca de NewHampshire, donde había nacido y vivido los primeros ocho años de su vida.

Era una tarea tediosa, pero solicitó ejemplares de los periódicos del año

anterior al accidente y pidió que le enviaran por fax todos los artículos donde semencionara a Lincoln Powell. Mientras esperaba, se puso en contacto con elabogado de la zona este, quien se había ocupado de los bienes de sus padres.

Kate se comportaba como pez en el agua con la tecnología. Una horadespués, tenía todo lo que necesitaba. Pudo leer los artículos en blanco y negro,artículos que confirmaban los datos fácticos que el abogado le habíaproporcionado.

Las acusaciones, los cargos delictivos, el escándalo. Un escándalo que habíatenido cobertura periodística debido al vínculo familiar de Lincoln Powell con losTempleton. Y los fondos faltantes, que habían sido repuestos en su totalidad tras elentierro. Devueltos por la misma gente que la había criado como a una hija; deeso Kate estaba segura.

Los Templeton, que sin pretenderlo se habían visto envueltos en una terriblesituación, se habían hecho cargo de la deuda —y de la niña— sin protestar.Siempre la habían protegido.

Sola en el silencio de su oficina, apoyó la cabeza sobre el escritorio y lloró.Lloró, lloró y lloró. Y cuando ya no le quedaron lágrimas, tragó unas píldoraspara la jaqueca y otras para la acidez estomacal. Cogió su maletín. Antes desalir, juró para sus adentros que lo olvidaría todo. Lo enterraría, sin más. Talcomo había enterrado a sus padres.

Después de todo, eran cosas que no podía cambiar ni resolver. Intentóconvencerse de que seguía siendo la misma, exactamente la misma mujer quehabía sido hasta esa mañana. Pero se dio cuenta de que ni siquiera era capaz deabrir la puerta de su oficina y correr el riesgo de cruzarse con un colega en elpasillo. Volvió a sentarse, cerró los ojos y buscó consuelo en viejos recuerdos.Una imagen de familia y tradición. De quién era ella, de lo que le habían dado yde cómo la habían educado.

A los dieciséis años, seguía varios cursos complementarios para poder graduarseun año antes que sus compañeros de clase. Dado que eso no entrañaba un grandesafío para ella, había decidido graduarse con honores. Y y a había redactadomentalmente su discurso de despedida.

Sus actividades extracurriculares incluían un nuevo período como tesorera dela clase, ciertas tareas como presidenta del club de matemáticas y un puesto enla formación de arranque del equipo de béisbol. Abrigaba la esperanza de sernuevamente elegida como la mejor jugadora en la temporada siguiente, pero porel momento concentraba toda su atención en el cálculo matemático.

Los números eran su punto fuerte. Lógicamente, Kate ya había decidido quesus estudios universitarios se dirigirían hacia esa dirección. Una vez que obtuvierasu MBA —todo indicaba que seguiría el camino de Josh en Harvard para lograrlo

— estudiaría contabilidad.Poco le importaba que Margo dijera que sus aspiraciones eran un tedio. Para

Kate, resultaban muy realistas. Iba a demostrarse a sí misma, y a todos aquellosque le importaban, que era capaz de utilizar de la mejor manera posible todo loque le había sido dado, lo que con tanta generosidad le habían ofrecido.

Como le ardían un poco los ojos, se quitó las gafas y se respaldó en la silla desu escritorio. Sabía que era conveniente hacer descansar el cerebro de tanto entanto para no perder agudeza mental. Así lo hizo, y dejó vagar su mirada por lahabitación.

El mobiliario que los Templeton habían insistido en que eligiera para sudecimosexto cumpleaños era el que mejor le convenía. Sobre el escritorio habíaunos sencillos estantes de pino para sus libros y materiales de estudio. Elescritorio mismo era una delicia, un Chippendale con dos hileras de cajonesprofundos a los costados y la tapa tallada con un motivo de fantasía. Se sentía unatriunfadora por el solo hecho de trabajar en él.

Siempre había desdeñado los empapelados sin gracia y las cortinas elegantes.Las franjas opacas en las paredes y las sencillas persianas verticales iban máscon su estilo. Como su tía parecía sentir una imperiosa necesidad de mimarla,había escogido un bonito canapé con volutas en color verde oscuro. En rarasocasiones se recostaba allí a leer por el simple placer de hacerlo.

Por lo demás, la habitación era funcional, tal como a ella le gustaba.Unos golpes en la puerta la interrumpieron justo cuando estaba a punto de

enterrar, otra vez, la nariz en sus libros. Respondió con un gruñido.—Kate. —Elegantísima en su conjunto de cachemir, Susan Templeton se

plantó en el umbral con las manos apoy adas sobre las caderas—. ¿Qué voy ahacer contigo?

—Ya acabo —murmuró Kate. Le llegó la fragancia del perfume de su tía,que acababa de cruzar la habitación—. Examen. Matemáticas. Mañana.

—Como si no te hubieras preparado de sobra a estas alturas.Susan se sentó en el borde de la cama, perfectamente hecha, y miró

fijamente a Kate. Esos ojos pardos, inmensos y extrañamente exóticos, siempreconcentrados tras las gafas de montura gruesa que utilizaba para leer. Llevaba elcabello, suave y oscuro, sujeto en una corta y gruesa coleta. Cada año se locortaba más corto, pensó Susan con un suspiro. Su figura delgada y longilíneaestaba embolsada en una larga sudadera de color gris. Mientras Susan laobservaba, Kate frunció su ancha boca en una mezcla de enojo y pucherito. Laexpresión marcó una arruga de pensamiento entre sus cejas.

—Por si no te has dado cuenta —empezó Susan—, solo faltan diez días paraNavidad.

—Mmm. Estamos en la semana de exámenes. Casi he acabado.—Y son las seis en punto.

—No me esperéis para cenar. Quiero terminar esto.—Kate. —Susan se levantó y le quitó las gafas—. Josh ha venido de la

universidad. Toda la familia te está esperando para adornar el árbol navideño.—Ah. —Kate parpadeó varias veces. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para

dejar de pensar en fórmulas matemáticas. Su tía la miraba con ojos de búho, subonito rostro delicadamente enmarcado por el cabello rubio oscuro—. Lolamento. Me había olvidado. Es que si no apruebo este examen con lacalificación más alta…

—El mundo llegará a su fin. Lo sé, lo sé.Kate sonrió con desgana e hizo rotar los hombros para distenderse.—Supongo que podría perder un par de horas. Solo por esta vez.—Nos haces un gran honor. —Susan apoyó las gafas sobre el escritorio—.

Ponte algo en los pies, Kate.—Está bien. Bajaré enseguida.—No puedo creer que esté a punto de decirle esto a uno de mis hijos, pero…

—Susan enfiló hacia la puerta—. Si vuelves a abrir uno de esos libros, seráscastigada.

—Sí, señora.Kate fue hacia el vestidor y cogió un par de calcetines de una ordenada pila.

Bajo los calcetines perfectamente doblados se hallaba su reserva secreta depíldoras de proteína Weight-On, que no la había ayudado en nada a sumar unosgramos a su cuerpo huesudo. Se puso los calcetines y engulló un par de aspirinaspara detener la jaqueca que comenzaba a manifestarse.

—Llegas justo a tiempo. —Se encontró con Margo en lo alto de la escalera—.Josh y el señor Templeton están colgando las bombillas.

—Podrían tardar varias horas. Sabes que les encanta discutir si debencolgarlas en el sentido de las agujas del reloj o en el sentido contrario. —Ladeó lacabeza y miró a Margo de arriba abajo—. ¿Por qué diablos te has vestido comouna muñeca?

—Por espíritu festivo y nada más. —Margo alisó la falda de su vestido rojoacebo, complacida porque el pronunciado escote dejaba entrever el nacimientode los pechos. Se había puesto tacones altos; quería que Josh se fijara en suspiernas y recordara que y a era toda una mujer—. A diferencia de ti, no meproduce ningún placer adornar el árbol hecha una pordiosera.

—Por lo menos estaré cómoda. —Kate olisqueó el aire—. Le has cogido elperfume a tía Susie.

—Por supuesto que no. —Margo alzó el mentón y sacudió su magnífica matade cabello—. Ella misma me ha puesto dos gotas detrás de las orejas.

—¡Eh! —Laura las llamaba desde el pie de la escalera—. ¿Pensáis quedarosallí arriba discutiendo toda la noche?

—No estamos discutiendo. Estamos admirando nuestros respectivos atuendos.

—Kate sonrió con desdén y comenzó a bajar.—Papá y Josh están a punto de concluir su debate acerca de las bombillas. —

Laura miró a través del espacioso vestíbulo hacia la sala familiar—. Estánfumándose un cigarro.

—¿Josh está fumando un cigarro? —Kate resopló ante esa idea.—Ahora es un hombre de Harvard. —Laura imitó el afectado acento de

Nueva Inglaterra—. Tienes sombras oscuras bajo los ojos.—Y tú tienes estrellas en los tuyos —contraatacó Kate—. Y también vas muy

bien vestida. —Molesta, tiró de su sudadera—. ¿Qué diablos ocurre?—Peter vendrá más tarde. —Laura se acercó al espejo del vestíbulo para

apreciar la caída de su vestido de lanilla color marfil. Sumida en susensoñaciones, no advirtió que Margo y Kate intercambiaban guiños—. Solo poruna o dos horas. No puedo esperar hasta el receso de invierno. Un examen más yluego… la libertad. —Roja de entusiasmo, sonrió radiante a sus amigas—. Seránlas mejores vacaciones de invierno de mi vida. Tengo la sensación de que Peterme pedirá que me case con él.

—¿Qué? —chilló Kate antes de que Laura pudiera hacerla callar.—Chis. —Cruzó rápidamente el piso de mosaicos en damero blanco y azul en

dirección a Kate y Margo—. No quiero que mamá y papá lo sepan. No todavía.—Laura, no puedes pensar seriamente en casarte con Peter Ridgeway.

Apenas lo conoces… y solo tienes diecisiete años. —Un millón de razones máscruzaron la mente de Margo.

—Dentro de unas semanas cumpliré dieciocho. De todos modos, es solo unacorazonada. Prometedme que no diréis nada.

—Por supuesto que no. —Kate llegó al final de la escalera curva—. No harásninguna locura, ¿verdad?

—¿Alguna vez la he hecho? —Laura sonrió con picardía y le palmeó la mano—. Venga, vamos.

—¿Qué le habrá visto? —preguntó Kate a Margo en voz baja—. Es un viejo.—Tiene veintisiete años —la corrigió Margo, preocupada—. Es muy guapo y

la trata como a una princesa. Tiene… —buscó la palabra exacta—, clase.—Sí, pero…—Chis. —Señaló a su madre, quien se acercaba por el pasillo empujando un

carrito cargado con varias tazas de chocolate caliente—. No echemos a perder lanoche. Luego hablaremos.

Ann Sullivan miró a su hija de arriba abajo y frunció el ceño.—Ese vestido era para el día de Navidad, Margo.—Tengo ganas de divertirme —dijo Margo vivamente—. Déjame ayudarte,

mamá.Muy contrariada, Ann se quedó mirando cómo su hija llevaba el carrito al

salón. Luego se dirigió a Kate:

—Señorita Kate, has vuelto a cansarte la vista. Tienes los ojos inyectados ensangre. Quiero que luego te pongas rodajas de pepino sobre los ojos para quedescansen. ¿Y dónde están tus zapatillas?

—En mi guardarropa. —Viendo que el ama de llaves sentía la imperiosanecesidad de regañarla, Kate la cogió del brazo—. Vamos, Annie, no rezongues.Es hora de adornar el arbolillo. ¿Recuerdas que nos ayudabas a hacer ángelescuando teníamos diez años?

—¿Cómo olvidar los desastres que hacíais vosotras tres? El señor Josh os hacíala vida imposible y se comía las cabezas de los hombrecillos de jengibre de laseñora Williamson. —Acarició la mejilla de Kate—. Habéis crecido muchodesde entonces. En días como este, extraño a mis niñas.

—Siempre seremos tus niñas, Annie. —Se detuvieron en el umbral de la salay contemplaron la escena.

Kate sonrió con solo ver aquello. El árbol de Navidad, ya con las lucesencendidas, medía casi dos metros. Lo habían colocado delante de las altasventanas que daban al jardín de la parte frontal de la casa. Las cajas repletas deadornos esperaban a ser abiertas.

En la estufa de piedra, decorada con velas y verdes hojas de muérdago, ardíaun fuego sosegado. Una fragancia a madera de manzano y pino, mezclada conperfume, llenaba la habitación.

« Cuánto amaba esa casa» , pensó Kate. Antes de que terminaran de adornarel árbol, en cada cuarto habría un precioso detalle alusivo al festejo: un cuencode plata de Georgia colmado de piñas, rodeado por velas; ponsetias en macetascon adornos dorados en todos los alféizares; delicados ángeles de porcelana sobrelas mesillas de caoba reluciente en el vestíbulo y el viejo Santa Claus Victorianoque volvería a reclamar su puesto de honor sobre el piano de media cola.

Aún recordaba su primera Navidad en casa de los Templeton. Lamagnificencia había deslumbrado sus ojos y el calor de hogar había calmado eldolor que atenazaba su corazón.

Pero ya había pasado allí la mitad de su vida y hecho suyas las tradiciones dela casa.

Hubiera querido congelar ese instante en su memoria, volverlo eterno einmutable. La danza de la luz del fuego sobre el rostro de tía Susie cuando se reíade tío Tommy… y la manera en que él le cogía la mano y la sostenía. « Quéperfectos se ven —pensaba Kate—, la mujer de talle delicado y el hombre alto ydistinguido» .

Los villancicos navideños sonaban como música de fondo. Kate lo observabatodo. Laura, arrodillada junto a las cajas, levantaba una esfera de cristal rojo quereflejaba la luz. Margo servía chocolate humeante de una jarra de plata mientrascoqueteaba con Josh.

Josh estaba subido a una escalera de mano. Las bombillas del árbol titilaban

sobre su cabello color bronce. Y jugaban en su cara cuando le sonreía a Margo,que lo miraba desde abajo.

En esa habitación —colmada de objetos de plata resplandeciente, cristalesdestellantes, antigua madera lustrosa y telas suaves— todos eran perfectos. Yeran suyos.

—¿No son hermosos, Annie?—Sí que lo son. Y tú también.« No como ellos» , pensó Kate. Y entró en la inmensa sala.—Aquí está mi pequeña Katie. —Thomas le dedicó una sonrisa radiante—.

¿Has abandonado tus libros por un rato, eh?—Si tú puedes dejar de contestar el teléfono por una noche, yo bien puedo

dejar de estudiar.—Nada de negocios en la noche destinada a adornar el árbol de Navidad —

dijo él, y le guiñó el ojo—. Creo que, por lo que queda de hoy, los hoteles podránarreglárselas sin mí.

—Pero nunca tan bien como cuando tú y tía Susie estáis al frente —replicóella.

Margo enarcó una ceja y pasó una taza de chocolate caliente a Kate.—Me parece que cierta personilla está haciendo méritos para granjearse otro

regalo de Navidad. Espero que tengáis pensada alguna otra cosa… además deese estúpido ordenador por el que ha estado babeando.

—Los ordenadores se han convertido en herramientas imprescindibles paracualquier negocio. ¿Verdad, tío Tommy?

—Imposible vivir sin ellos. Pero me alegra que vuestra generación vaya atomar el relevo. Detesto esos malditos aparatos.

—Tendrás que mejorar el sistema en Ventas —acotó Josh, bajando de laescalera—. No tiene sentido trabajar tanto cuando una máquina puedereemplazarte.

—Hablas como un verdadero hedonista —dijo Margo, con una risilla tonta—.Vete con cuidado, Josh. Quizá tengas que aprender a escribir en un teclado.Imaginaos… Joshua Conway Templeton, heredero de los hoteles Templeton, conuna capacidad útil.

—Oye, duquesa…—Cierra esa bocaza. —Susan levantó una mano y cortó en seco la réplica

quisquillosa de su hijo—. Nada de negocios esta noche, no lo olvidéis. Margo,compórtate como una buena chica y pásale los adornos a Josh. Kate, ocúpate deaquel lado del árbol con Annie, ¿quieres? Laura, tú y y o comenzaremos por aquí.

—¿Y yo? —Quiso saber Thomas.—Haz lo que mejor sabes hacer, querido. Supervisa.No bastaba con colgarlos. Había que suspirar ante cada adorno y contar su

historia. El elfo de madera que Margo le había arrojado a Josh una vez… tras lo

cual tenía la cabeza pegada al cuerpo con cola. La estrella de cristal que, segúnLaura, su padre había bajado del cielo solo para ella. Los copos de nieve queAnnie había tej ido al croché para todos los miembros de la familia. La guirnaldade fieltro con cordoncillos plateados que había sido el primer y último proy ectode costura de Kate. El adorno sencillo y hecho en casa pendía, rama por rama,junto a los invalorables ornamentos antiguos que Susan había reunido en susviajes por el mundo.

Una vez concluida la tarea, todos contuvieron el aliento y Thomas apagó laluz. La habitación quedó iluminada solo por la luz del fuego y la magia del árbolnavideño.

—Es hermoso. Siempre es hermoso —murmuró Kate, tomando de la mano aLaura.

Bien entrada la noche, Kate estaba desvelada y bajó de nuevo la escalera. Sedeslizó en la sala y, tendiéndose sobre la alfombra bajo el árbol, contempló ladanza de las luces multicolores. Le gustaba escuchar los sonidos de la casa, elsordo tictac de los viejos relojes, los suspiros y murmullos de la madera, elcrepitar de los leños quemados en la estufa. La lluvia golpeaba débilmente lasventanas con sus agujillas. El viento evocaba una canción susurrante.

Resultaba agradable estar allí tendida. Poco a poco se le aflojó el nudo denervios que le atenazaba el estómago por el examen del día siguiente. Sabía quetodos estaban metidos en sus camas, arropados y a salvo, dormidos. Había oídoentrar a Laura tras su paseo con Peter, y poco después Josh había vuelto de unacita.

Su mundo estaba en orden.—Si estás esperando a Santa Claus… tendrás que esperar mucho. —Margo

entró en la sala, descalza, y se acomodó junto a Kate—. No seguirás obsesionadacon ese tonto examen de matemáticas, ¿verdad?

—Es un examen importante. Si tú prestaras más atención a tus estudios,obtendrías mejores calificaciones de las que tienes normalmente.

—La escuela es un mal trago que simplemente hay que pasar. —Margo sacóuna cajetilla de cigarrillos del bolsillo de su bata. Como todos estaban acostadospodía dar un par de caladas sin peligro—. ¿Puedes creer que Josh está saliendocon esa bizca de Leah McNee?

—No es bizca, Margo. Y tiene buen tipo.Margo exhaló una bocanada de humo. Cualquiera que no fuera ciego de

nacimiento podía darse cuenta de que, comparada con Margo Sullivan, Leahcarecía de atributos femeninos.

—Solo sale con ella porque se deja follar.—¿Y a ti qué te importa?

—No me importa. —Malhumorada, dio una calada al cigarrillo—. Es que estan… vulgar. Eso es algo que yo jamás seré.

Kate miró a su amiga con una leve sonrisa. Con su bata de rizo azul y elcabello rubio revuelto, Margo resultaba deslumbrante, invitadora y sensual.

—Nadie te acusará jamás de ser vulgar, camarada. Odiosa, engreída, sinpelos en la lengua e insoportable como pocas… eso sí. Pero vulgar, jamás.

Margo enarcó una ceja y sonrió burlona.—Sabía que podía contar contigo. De todos modos, y hablando de cosas

vulgares, ¿crees que Laura está muy enamorada de Peter Ridgeway?—No lo sé. —Kate se mordió el labio—. Lo ha mirado con ojos soñadores

desde que el tío Tommy lo trasladó aquí. Ojalá se hubiera quedado como gerentedel Templeton Chicago. —Se encogió de hombros—. Debe de ser bueno en losuyo; de lo contrario tío Tommy y tía Susie no lo hubieran ascendido.

—Saber llevar un hotel no tiene nada que ver con esto. El señor y la señora Ttienen montones de gerentes en todo el mundo. Y este es el único que le hainteresado a Laura. Kate, si ella se casa con él…

—Sí. —Kate soltó un suspiro—. Es su decisión. Su vida. Demonios, no puedoimaginar por qué alguien querría atarse de esa manera.

—Yo tampoco puedo imaginármelo. —Margo apagó el cigarrillo y se tendióboca arriba—. Yo no pienso hacerlo. Quiero hacer olas en este mundo.

—Yo también.Margo la miró de reojo.—¿Llevando libros contables? Eso se parece más al goteo lento de un grifo

roto.—Tú haz olas a tu manera, y deja que yo las haga a la mía. El año próximo,

para esta época, ya estaré en la universidad.—¡Qué cosa más espantosa! —Margo fingió un escalofrío.—Tú también estarás allí —le recordó Kate—. Si no suspendes los exámenes.—Ya veremos qué ocurre con eso. —La universidad no estaba en los planes

de Margo—. Yo propongo que encontremos la dote de Serafina y demos esavuelta al mundo de la que solíamos hablar. Quiero conocer algunos lugaresmientras todavía soy joven. Roma y Grecia, París, Milán, Londres.

—Son impresionantes. —Kate ya los había visto. Los Templeton la habíanllevado de viaje… y también habrían llevado a Margo si Ann lo hubiesepermitido—. Te veo casada con un tío rico, dejándolo sin un céntimo ycodeándote día y noche con la jet set.

—No está nada mal. —Divertida, Margo se desperezó—. Pero preferiría seryo la rica y tener un ejército de amantes. —Se oyó un ruido en el vestíbulo yMargo escondió el cenicero bajo los pliegues de su bata—. Laura. —Volvió asentarse con un suspiro—. Casi me matas del susto.

—Lo siento, no podía dormir.

—Únete a la fiesta, entonces —la invitó Kate—. Estábamos planeandonuestro futuro.

—Ah. —Laura esbozó una sonrisa suave y misteriosa y se arrodilló sobre laalfombra—. Suena bonito.

—Espera un momento. —Margo entornó los ojos, cambió de posición y cogióel mentón de Laura entre sus dedos. Tras escrutarla un instante, lanzó un suspirode alivio—. Bueno, al menos no te has acostado con él.

Ruborizada, Laura apartó la mano de Margo.—Por supuesto que no me he acostado con él. Peter jamás me presionaría.—¿Cómo sabes que no lo ha hecho? —Quiso saber Kate.—Te das cuenta. No creo que tengas que acostarte con él, Laura. Pero si

piensas seriamente en casarte, primero tendrías que probar si te gusta.—El sexo no es un par de zapatos que una se prueba y ya está —murmuró

Laura.—Pero tiene que ser como hecho a tu medida, qué diablos.—Cuando haga el amor por primera vez, será con mi esposo en la noche de

bodas. Así quiero que sea.—Ajá, y a escucho esa melodía característica de los Templeton en tu voz. —

Sonriendo, Kate le acomodó un rizo detrás de la oreja—. Inflexible. No hagascaso a Margo, Laura. En su cabeza, sexo es igual a salvación.

Margo encendió otro cigarrillo.—Me gustaría saber si hay algo que lo supere.—El amor —sentenció Laura.—El éxito —dijo Kate al mismo tiempo—. Bien, todo parece estar muy

claro. —Kate envolvió sus rodillas con los brazos—. Margo será ninfómana, túbuscarás el amor y yo me romperé el culo para alcanzar el éxito. Vay a grupete.

—Yo y a estoy enamorada —dijo Laura en voz muy baja—. Quiero estar conalguien que también me ame, y tener niños. Quiero despertar cada mañanasabiendo que puedo darles un hogar y una vida feliz. Quiero dormirme cadanoche al lado de un hombre en quien pueda confiar y de quien pueda depender.

—Yo preferiría dormirme cada noche junto a alguien que me pongacachonda. —Margo sofocó la risa cuando Kate le dio un empujón—. Solobromeaba. Más o menos. Quiero conocer lugares y hacer cosas. Ser alguien.Quiero saber, al despertar cada mañana, que me espera algo excitante a la vueltade la esquina. Y sea lo que sea ese algo… quiero que sea mío.

Kate apoyó el mentón sobre las rodillas.—Yo quiero sentirme plena —dijo con calma—. Quiero hacer que las cosas

marchen como yo creo que tienen que marchar. Quiero despertar cada mañanasabiendo exactamente qué voy a hacer y cómo voy a hacerlo. Quiero ser lamejor en todo lo que haga para estar segura de no haber desperdiciado nada.Porque si hubiera desperdiciado algo, sería como… fracasar.

Se le quebró la voz y se sintió avergonzada.—Diablos, debo de estar pasada de revoluciones. —Le ardían los ojos. Se los

restregó con fuerza—. Tengo que irme a la cama. Mi examen es a primera horade la mañana.

—Lo pasarás sin dificultad. —Laura se levantó con ella—. No te preocupestanto.

—Los tragalibros profesionales tienen que preocuparse. —Pero Margotambién se levantó y le palmeó el brazo—. Vamos a acostarnos.

Kate se detuvo en el umbral y echó un último vistazo al árbol navideño. Sesorprendió al descubrir que una parte de ella deseaba quedarse allí, así comoestaba, para siempre. Sin tener que preocuparse jamás por el día de mañana opasado mañana. Sin tener que preocuparse por el éxito o el fracaso. Sin tener quecambiar.

Pero sabía que se avecinaba el cambio. Lo veía acercarse en los ojoshúmedos y soñadores de Laura, en la mirada impaciente de Margo. Apagó la luz.Puesto que no había manera de detenerlo… lo mejor sería estar preparada.

2

Y así pasaban los días y las noches y el trabajo. No tenía más opción que luchar.Por primera vez en su vida, Kate sentía que no tenía con quien hablar. Cada vezque sentía que flaqueaba, cada vez que experimentaba la necesidad de llamarpor teléfono o ir corriendo a la Templeton House, se reprimía de inmediato.

No podía —ni quería— derramar sus miserias ni sus miedos sobre laspersonas que la amaban. Ellos la apoyarían en todo, de eso no cabía duda. Peroesta era una carga que debía llevar sola. Y esperaba poder esconderla en algúnrincón oscuro de su mente. Tarde o temprano la dejaría en paz, no se sentiríaobligada a analizarla una y otra vez, hasta el cansancio.

Se consideraba una persona práctica, inteligente y fuerte. A decir verdad, nocreía que alguien pudiera ser fuerte sin ser, en primer lugar, práctico einteligente.

Hasta ahora, su vida había sido tal como ella deseaba. Su carrera avanzabacon paso seguro y, sí, inteligente. En Bittle y Asociados tenía fama de ser unaejecutiva lista y esforzada, capaz de manejar cuentas complejas sin quejarse.Esperaba que, tarde o temprano, le ofrecieran participar en la sociedad. Cuandoeso ocurriera, subiría otro peldaño más en su escala personal hacia el éxito.

Tenía una familia que la amaba y a la que amaba. Y amigos… bien, susamigos más cercanos eran sus parientes. ¿Acaso había algo más conveniente queeso?

Ella los adoraba, y le había encantado crecer en Templeton House, de cara alos acantilados salvajes y escarpados de Big Sur. No había nada que no estuvieradispuesta a hacer por tía Susie y tío Tommy. Y eso incluía guardarse lo que lehabían dicho varias semanas atrás en su oficina.

No les haría preguntas, aunque en su interior ardían millares de interrogantes.No compartiría el dolor ni el problema con Laura ni con Margo, aunque siemprehabía compartido todo con ellas.

Borraría, ignoraría y olvidaría. Tenía que creer que eso era lo mejor paratodos.

Toda su vida había intentado hacer lo mejor y ser la mejor, para que sufamilia se sintiera orgullosa de ella. Ahora sentía que tenía más cosas quedemostrar, que ser. Cada éxito obtenido se originaba en el momento en que ellos

le habían abierto las puertas de su casa y de sus corazones. Se prometió mirarhacia delante y no hacia atrás. Proseguir con la rutina que ahora reinaba en suvida.

En circunstancias ordinarias, la búsqueda del tesoro no hubiera sidoconsiderada una rutina. Pero cuando involucraba la dote de Serafina, cuandoincluía a Laura y a Margo y a las dos hijas de Laura, era todo un acontecimiento.Se convertía en una misión.

La leyenda de Serafina, la jovencita condenada que había preferidoarrojarse de los arrecifes antes que afrontar la vida sin su verdadero amor, lashabía fascinado desde siempre a las tres. La hermosa joven española habíaamado a Felipe, se había encontrado con él en secreto, y habían andado juntospor los arrecifes a merced del viento, bajo la lluvia. Él se había ido a lucharcontra los norteamericanos, para probar que era digno de ella. Y había prometidovolver para desposarla y vivir con ella la vida entera. Cuando Serafina se enteróde que lo habían matado en combate, echó a andar otra vez por aquellosacantilados. Se detuvo en el borde del mundo, embargada de dolor, y se arrojó alabismo.

El romance, el misterio y el encanto de la historia habían resultadoirresistibles para las tres mujeres. Y, por supuesto, la posibilidad de encontrar ladote que Serafina había escondido en algún lugar antes de arrojarse al maraumentaba el desafío.

Kate pasaba la may oría de los domingos en los arrecifes, blandiendo undetector de metales o una pala. Hacía y a varios meses —desde que Margo, enuna encrucijada de su vida, había encontrado un único doblón de oro— que lastres se encontraban allí para continuar la búsqueda.

O quizá se reunían no tanto con la esperanza de desenterrar un arcón repletode monedas de oro como para simplemente disfrutar de la compañía.

Pronto empezaría el mes de mayo, y después de los nervios que había pasadoantes del quince de abril y los vencimientos impositivos, Kate se sentía feliz deestar al aire libre, bajo el sol. Era lo que necesitaba, estaba segura. Ayudaba, aligual que el trabajo, a mantener su mente alejada del archivo que había ocultadoen su apartamento. El archivo sobre su padre que había organizado con tantocuidado.

Ayudaba a ahuyentar las preocupaciones y el dolor en el corazón, y laangustia de preguntarse si había hecho lo correcto contratando a un detectivepara que investigara un caso cerrado veinte años atrás.

Sus músculos protestaron un poco mientras barría con el detector de metalesun nuevo sector de arbustos bajos. Sudaba ligeramente bajo la camiseta.

Se prometió no pensar en eso. No ese día, no allí. No volvería a pensar en ellohasta que el detective concluy era su informe. Se había prometido dedicar aqueldía a sí misma y a su familia, y no permitiría que nada se interpusiera en el

camino.La suave brisa acariciaba su corto cabello negro. Tenía la piel morena,

heredada de la rama italiana de su familia materna, y debajo de ella lo queMargo denominaba « una palidez contable» . Bastarían unos días al sol paracomponerlo.

Había perdido unos kilos en las últimas semanas con tantos nervios —y sí,también por el impacto de enterarse de lo que había hecho su padre—, peroestaba resuelta a recuperarlos. Jamás perdía la esperanza de poner un poco decarne sobre sus delgados huesos.

No tenía la altura ni la deslumbrante complexión física de Margo, ni tampocola adorable fragilidad de Laura. Kate siempre se había sentido una muchachacomún, común y delgada, con un rostro anguloso en perfecta armonía con sucuerpo anguloso.

Alguna vez había deseado tener hoyuelos, o unas pecas encantadoras, o unosojos de color verde oscuro en vez de castaño vulgar. Pero era demasiado prácticapara cavilar demasiado sobre esas cosas.

Tenía un cerebro brillante y era hábil con los números. Y eso era lo único quenecesitaba para triunfar.

Se agachó para coger el termo de limonada que había mandado Ann Sullivan.Después de beber un buen trago, Kate miró a Margo con el ceño fruncido.

—¿Piensas quedarte allí sentada toda la tarde mientras las demás trabajamos?Margo se desperezó con placidez gatuna en la mecedora; su cuerpo sensual

envuelto en lo que, para Margo Sullivan Templeton, era un atuendo informal:unos pantalones cortos rojos y camisa del color.

—Hoy estamos un poquitín cansadas —dijo, palmeándose su barriga plana.Kate lanzó un bufido.—Desde que sabes que estás embarazada encuentras toda clase de excusas

para no levantar el trasero de la silla.Margo esbozó una sonrisa y se acomodó el largo cabello rubio detrás de los

hombros.—Josh no quiere que haga esfuerzos.—Te estás aprovechando de él —masculló Kate.—Vay a si lo estoy. —Encantada con su vida, Margo cruzó sus largas y

hermosas piernas—. Se ha vuelto tan dulce y tan atento… y está tan conmovido.Dios santo, Kate, hemos hecho un hijo.

Quizá la idea de que dos de las personas que más amaba estuvieranlocamente enamoradas y a punto de iniciar una familia llevara un poco de caloral pecho de Kate. Pero la tradición la obligaba a replicar a Margo cada vez quefuera posible.

—Por lo menos podrás parecer una bruja, vomitar todas las mañanas ydesmayarte todo el tiempo.

—Jamás me he sentido tan bien como ahora. —Y como era cierto, Margo selevantó y cogió el detector de metales—. Ni siquiera dejar de fumar ha sido tandifícil como pensaba. Nunca imaginé que algún día querría ser madre. Ahorasolo pienso en eso.

—Serás una madre estupenda —murmuró Kate—. Estupenda.—Sí, lo seré. —Margo miró a Laura quien, muerta de risa, cavaba un hoy o

en la tierra lodosa con sus dos hij itas—. Y allí tengo un modelo de madre másque estupendo. El último año ha sido un verdadero infierno para ella, pero jamásha titubeado.

—Negligencia, adulterio, divorcio —dijo Kate en voz muy baja; no queríaque la brisa traviesa llevara sus palabras—. No podría decirse que ha sidodivertido. Las niñas la ayudan a mantenerse equilibrada. Y la tienda.

—Sí. Y hablando de la tienda… —Margo apagó el detector y se apoy ó sobreél—. Si las últimas dos semanas sirven como indicadores, es probable quedebamos contratar a alguien que nos ayude. No podré consagrar entre diez ydoce horas diarias a Pretensiones[1] cuando hay a nacido el bebé.

Siempre con la mente puesta en el presupuesto, Kate frunció el ceño. Laexclusiva boutique que habían abierto en Cannery Row se encontraba bajo laégida de Margo y Laura. Pero, como tercera socia de la joven empresa, Kate seocupaba de los números cuando tenía algo de tiempo.

—Todavía te quedan seis meses. Coincidirá justo con las vacaciones. Luegopodríamos pensar en contratar a alguien que nos ay ude durante la temporada.

Con un suspiro, Margo le devolvió el detector de metales.—El negocio marcha mucho mejor de lo que habíamos previsto. ¿No crees

que es hora de aflojar un poco?—No. —Kate volvió a encender la máquina—. Todavía no hace un año que

hemos abierto. Si empezamos a contratar personal de fuera… Debemos pensaren la seguridad social, las retenciones, el seguro de desempleo.

—Bueno, sí, pero…—Yo puedo ay udar los sábados si es necesario, y pronto tendré vacaciones.

—« Trabajar» , pensó nuevamente. « Trabajar y no pensar» —. Puedo trabajardos semanas a tiempo completo en Pretensiones.

—Kate, vacaciones equivale a play as de arena blanca, a Europa, a unasórdida aventura amorosa… no a atender una tienda.

Kate se limitó a enarcar una ceja.—Olvidé con quién estaba hablando —musitó Margo—. El modelo original de

la chica « puro trabajo y nada de diversión» .—Siempre he sido así para equilibrar las cosas contigo, que eres la

quintaesencia de la chica « puro entretenimiento, nada de obligaciones» . Detodos modos, soy dueña de un tercio de Pretensiones. Creo más que convenienteproteger mis inversiones. —Miró el suelo con el ceño fruncido y lo pateó—.

Diablos, ni siquiera hay un tapón de botella que haga sonar este maldito aparato ynos entusiasme por un momento.

—¿Estás bien? —Margo entrecerró los ojos y la miró de cerca—. Pareces unpoco exhausta. —« Y frágil» , pensó. « Frágil e impaciente» —. Si no supieracómo son las cosas… diría que la embarazada eres tú.

—Eso sí que sería gracioso, porque no he tenido relaciones sexuales desde elúltimo milenio. O al menos así me lo parece.

—Quizá por eso estás tan irritable y extenuada. —Pero esta vez no se burló—.En serio, Kate, ¿qué te ocurre?

Quería decirlo, largarlo todo. Sabía que, si lo hacía, encontraría consuelo,apoy o, lealtad… todo lo que necesitara. Pero se obligó a recordar que eraproblema suy o.

—Nada. —Kate se forzó a mirarla desde arriba con desdén—. Excepto quesoy y o quien está haciendo todo el trabajo y tengo los brazos cansados mientrastú te quedas allí sentada en tu mecedora, posando para una sesión fotográfica delGlamurosas futuras mamas. —Rotó los hombros, impaciente—. Necesitodescansar.

Margo observó a su amiga un poco más mientras tamborileaba los dedossobre su rodilla.

—Muy bien. De todos modos, estoy muerta de hambre. Veamos qué nos hapreparado mamá. —Abrió la canasta y lanzó un gemido largo y sentido—. SantoDios, pollo frito.

Kate espió el contenido de la canasta. Cinco minutos más, decidió, y luegodisfrutaría de una deliciosa comida. El pollo de la señora Williamson estabadestinado a borrar las molestias del hambre.

—¿Josh ya ha regresado de Londres?—Mmm. —Margo tragó un buen bocado—. Volverá mañana. Han

remodelado el Templeton de Londres, así que traerá unas cuantas cosas para latienda. Y le he pedido que visitara a varios de mis contactos allí, de modo queprobablemente tendremos una nueva reserva interesante. Y y o me ahorraré unviaje para comprar género.

—Recuerdo que hasta no hace mucho no podías esperar a subirte al avión.—Eso era antes —dijo Margo en un tono afectado—. Y esto es ahora. —

Volvió a morder su pata de pollo; luego recordó algo y agitó la mano—. Mmm,me había olvidado. El sábado que viene, por la noche, hay una fiesta. Cócteles,buffet. Quiero que vayas.

Kate parpadeó.—¿Tendré que vestirme bien?—Sí. Estarán todos nuestros clientes. —Volvió a tragar—. Algunos

colaboradores de los hoteles. By ron de Witt.Kate hizo un pucherito, apagó la máquina y cogió un muslo de pollo de la

canasta.—No me gusta.—Por supuesto que no —dijo Margo secamente—. Es guapo, encantador,

inteligente y ha viajado por el mundo. No podría ser más detestable.—Sabe que es guapo.—Y eso requiere muchísimo coraje. Mira, me importa un bledo si él te gusta

o no te gusta. Ha sido de gran ay uda para Josh con los hoteles de California yrecuperó parte del terreno que Peter Ridgeway nos hizo perder.

Se interrumpió en seco y miró en dirección a Laura. Peter era el exmaridode Laura, el padre de las niñas y, pensara lo que pensase de él, no estabadispuesta a criticarlo delante de Ali y Kay la.

—Compórtate civilizadamente.—Siempre lo hago. ¡Eh, niñas! —llamó Kate. Ali y Kay la levantaron sus

preciosas cabezas rubias—. Aquí tenemos el delicioso pollo frito de la señoraWilliamson… y Margo se lo está comiendo todo.

Las niñas empezaron a correr, dando gritos, y se apresuraron a unirse alpicnic. Laura fue tras ellas y se sentó, de piernas cruzadas, a los pies de Margo.Vio cómo sus hijas luchaban por un pedazo de pollo: ese y no otro. Ali ganó,como siempre. Era la may or de las dos hermanas y, en los últimos meses, sehabía convertido en la más exigente.

Mientras miraba a Ali juguetear con su recién conquistado trozo de pollo,Laura recordó que el divorcio era algo muy duro para una niña de diez años.

—Ali, sírvele también un vaso de limonada a Kay la.Ali titubeó; evaluaba la posibilidad de negarse. Laura miró con serenidad y

sin perder los estribos los ojos rebeldes de su hija, y pensó que, en esos días, Alisiempre consideraba la posibilidad de negarse a todo. Por fin, Ali se encogió dehombros y sirvió un segundo vaso de limonada para su hermana.

—No encontramos nada —se quejó Ali, decidida a olvidar lo mucho que sehabía divertido riendo y excavando en el lodo—. Es aburrido.

—¿En serio? —Margo eligió un dado de queso de un recipiente de plástico—.El solo hecho de estar aquí y buscar y a es divertido para mí.

—Bueno… —Para Ali, todo lo que Margo decía era sagrado. Margo eraglamurosa y diferente; se había ido a Hollywood a los dieciocho años, habíavivido en Europa y se había visto envuelta en maravillosos y excitantesescándalos. Nada ordinario y espantoso como el matrimonio y el divorcio—.Digamos que es divertido. Pero ojalá encontrásemos más monedas.

—Persevera… —Kate deslizó un dedo del mentón a la nariz de Ali—. Ytriunfarás. ¿Qué hubiese ocurrido si Alexander Graham Bell se hubiera dado porvencido antes de lograr la primera llamada telefónica? ¿Si Indiana Jones nohubiera hecho su última cruzada?

—¿Si Armani no hubiera cosido ese primer hilván? —Acotó Margo. Y

consiguió arrancarle una tímida sonrisa.—Si Star Trek no hubiera llegado donde nadie llegó antes —concluyó Laura,

y tuvo el placer de ver reír a su hija.—Bueno, quién sabe. ¿Nos dejas ver la moneda otra vez, tía Margo?Esta buscó en su bolsillo. Tenía la costumbre de llevar siempre consigo la

antigua moneda española. Ali la cogió con cautela y, como sucedía siempre quealgo la fascinaba, la sostuvo de manera que Kay la también pudiera admirarla.

—¡Es tan brillante! —Kay la la tocó con expresión reverente—. ¿Puedo cortaralgunas flores para Serafina?

—Claro. —Laura se inclinó para besarle la cabeza—. Pero no te acerques alprecipicio para tirarlas si yo no estoy contigo.

—No me acercaré. Siempre las tiramos juntas.—Yo puedo acompañarla. —Ali devolvió la moneda a Margo. Pero, cuando

se levantó, sus bellos labios formaron una mueca—. Serafina cometió unaestupidez al saltar, solo porque ya no podía casarse con Felipe. De todos modos,el matrimonio no tiene nada de bueno. —Luego recordó a Margo y se ruborizó.

—A veces —dijo Laura con serenidad— el matrimonio es maravilloso, dulcey fuerte. Y otras veces no es lo suficientemente maravilloso ni dulce ni fuerte.Pero tienes toda la razón del mundo, Ali; Serafina no tendría que haber saltado alvacío. Al hacerlo terminó con todo lo que podría haber sido, destruyó todas esasposibilidades. Siento mucha pena por ella. —Miró cómo su hija se alejaba; teníala cabeza gacha y los hombros encorvados—. Está tan herida y tan furiosa…

—Lo superará. —Kate estrechó con dulzura la mano de Laura—. Y tú estáshaciendo las cosas bien.

—Hace ya tres meses que no ven a Peter. Ni siquiera se ha molestado enllamarlas.

—Tú estás haciendo las cosas bien —repitió Kate—. No eres responsable deese imbécil. Ella sabe que tú no tienes la culpa… en su corazón lo sabe.

—Eso espero. —Laura se encogió de hombros y eligió un trozo de pollo—.Kay la se pasa el tiempo dando brincos y Ali vive malhumorada. Bueno, supongoque son un ejemplo perfecto de que los niños pueden vivir en la misma casa yser criados por la misma gente y resultar muy distintos entre sí.

Kate sintió un nudo en el estómago.—Es verdad. —Margo sintió un leve deseo de fumar un cigarrillo, y lo

reprimió—. Pero los seres humanos somos tan maravillosos… Bueno… —sonriócon dulzura a Kate— la mayoría lo somos.

—Solo por eso voy a comerme el último trozo de pollo. —Pero primeroengulló un par de Tums. La medicación la ayudaba a comer cuando no teníaganas de hacerlo. Acidez nerviosa, así llamaba al ardor que sentía bajo el huesodel esternón. Insistía en pensarlo así—. Estaba diciendo a Margo que podríaayudar en la tienda los sábados.

—Tu ayuda nos vendría como anillo al dedo. —Laura cambió de posiciónpara continuar con la conversación sin perder de vista a sus hijas—. El sábadopasado fue un verdadero caos y solo pude prescindir de Margo durante unascuatro horas.

—Yo puedo trabajar todo el día.—Estupendo. —Margo cogió algunas uvas relucientes del racimo—. Pasarás

todo el tiempo encorvada sobre el ordenador, tratando de encontrar errores.—Si no los habéis cometido… no tendré por qué encontrarlos. Pero… —

levantó la mano, no tanto para evitar discusiones como para dejar algo en claro— me quedaré detrás del mostrador, y os apuesto veinte dólares a que habréhecho más ventas que vosotras cuando llegue la hora de cerrar.

—Sigue soñando, Powell.

El lunes por la mañana, Kate y a no pensaba en sueños ni en búsquedas detesoros. A las nueve en punto, con la tercera taza de café junto a ella y elordenador encendido, estaba sentada a su escritorio en su oficina de Bittle yAsociados. Siguiendo su rutina diaria, ya se había quitado la chaqueta azul marinode mil rayas, la había colgado del respaldo de la silla y había recogido lasmangas de su almidonada camisa blanca.

Tendría que bajarse las mangas y abrocharse la chaqueta para la reunión delas once con un cliente. Pero, por ahora, solo se trataba de Kate y los números.

Y así era como le gustaban las cosas.El desafío de hacer bailar, titubear y caer raudos a los números en su justo

lugar siempre la había fascinado. Había belleza en la red y el flujo de las tasas deinterés. Cuentas a pagar, fondos de inversión. Y había poder, algo que soloadmitía en privado, en el hecho de comprender e incluso admirar los caprichosde las finanzas y aconsejar con toda confianza a los clientes sobre la mejormanera de proteger el dinero que tan duramente habían ganado.

Aunque no siempre se lo hubieran ganado con el sudor de sus frentes, pensócon un bufido mientras estudiaba la cuenta en la pantalla de su ordenador.Muchos de sus clientes habían obtenido su fortuna a la vieja usanza.

La habían heredado.Cuando esa idea se le cruzó por la cabeza, todo su cuerpo se crispó. ¿Sería eso

lo que ella tenía de su padre, escarnecer a los que habían heredado riquezas?Respiró hondo y frotó el nudo de tensión que se le había formado en la nuca.Tenía que parar con esto, dejar de ver fantasmas detrás de cada idea que lecruzaba la mente.

Su trabajo consistía en aconsejar a sus clientes, proteger su dinero y asegurarque todas y cada una de las cuentas que manejaba en Bittle estuvieran bienatendidas. No solamente no envidiaba las carteras de acciones de sus clientes; si

no que además trabajaba estrechamente con abogados, tenedores de libros,agentes de bolsa y planificadores de bienes raíces para brindarles a todos y cadauno de ellos el mejor y más avezado asesoramiento financiero de corto y largoplazo.

Esa era ella; eso era lo que hacía.Se regocijaba en los números, en su consistencia estoica y confiable. Para

Kate, dos más dos siempre había sido y sería igual a cuatro.Para recuperarse, comenzó a hojear un informe de Ever Spring Nursery and

Gardens. En los dieciocho meses transcurridos desde que se había hecho cargode la cuenta, la había visto expandirse lenta y cautelosamente. Kate tenía una feciega en la lentitud y en la cautela, y ese cliente había seguido sus directivas. Porcierto, sus honorarios también habían subido, pero el negocio lo justificaba. Losdesembolsos por planes de salud y beneficios para los empleados eran altos yesquilmaban el margen de ganancias de la empresa, pero había sido educada porlos Templeton y también creía firmemente en que hay que compartir el éxitocon las personas que nos ay udan a obtenerlo.

—Un buen año para la buganvilla —murmuró.Y escribió una nota al margen para sugerir a su cliente invertir parte de las

ganancias del último trimestre en bonos libres de impuestos.« Al César lo que es del César, por supuesto —pensó—. Pero ni un maldito

centavo más de lo necesario» .—Estás hermosa cuando conspiras.Kate levantó los ojos y sus dedos pulsaron automáticamente las teclas que

almacenaban la información y activaban el fondo de pantalla.—Hola, Roger.Él se apoy ó contra el marco de la puerta. « Siempre está posando» , fue el

pensamiento nada halagador de Kate. Roger Tornhill era alto, moreno y guapo;sus rasgos clásicos recordaban a Cary Grant en su mejor época. Sus hombrosanchos se destacaban, poderosos, bajo la chaqueta del traje gris hecho a medida.Tenía una sonrisa rápida y brillante, ojos azul oscuro que sabían recorrer,halagadores, el rostro de una mujer, y una voz suave de barítono que sonaba enlos oídos como miel líquida.

Quizá por todas esas razones Kate no lo soportaba. Casualmente, los dosesperaban, en un plazo breve, convertirse en socios de la empresa. Eso, solíadecirse a menudo, no tenía nada que ver con el hecho de que él no le agradara.

O quizá sí tenía que ver, pero muy poco.—La puerta estaba abierta —dijo Roger, y entró sin esperar que lo invitaran

—. Supuse que no estarías demasiado ocupada.—Me gusta dejar la puerta abierta.Roger dejó ver por un instante aquella sonrisa ancha y llena de dientes, y

apoy ó la cadera sobre una esquina del escritorio.

—Acabo de regresar de Nevis. Un par de semanas en las Antillas te despejanel cuerpo y la mente después de la locura impositiva. —Miró a Kate como siestuviera a punto de devorarla—. Tendrías que haber venido conmigo.

—Roger, si ni siquiera acepto ir a cenar contigo… ¿cómo se te ocurre pensarque podríamos pasar dos semanas retozando juntos en la arena y haciendo surf?

—La esperanza es lo último que se pierde.Cogió un lápiz, afilado como una espada, del portalápices de ella y lo deslizó

ociosamente entre sus dedos. Los lápices de Kate siempre tenían las puntasafiladas y siempre estaban en el mismo lugar. No había nada en su oficina que notuviera su uso y su sitio apropiado. Y él los conocía todos. Como hombreambicioso que era, Roger hacía un buen empleo de lo que sabía. Y tambiénutilizaba sus encantos. Por eso no dejaba de mirarla, sonriente.

—Me gustaría que pudiéramos volver a conocernos, fuera de la oficina.Diablos, Kate, han pasado casi dos años.

Con toda deliberación, ella enarcó una ceja.—¿Desde?—Está bien, está bien… Desde que lo eché todo a perder. —Dejó el lápiz en

su lugar—. Lo lamento. No sé de qué otra manera decirlo.—¿Lo lamentas? —Sin alzar la voz, se levantó para servirse otro café, aunque

la tercera taza no le había sentado bien. Volvió a sentarse y miró a Rogermientras bebía—. ¿Dices que lamentas haberte acostado conmigo y con una demis clientas al mismo tiempo? ¿O haberte acostado conmigo para poder echarlela zarpa a mi clienta? ¿O haberla seducido para que traspasara su cuenta a tusmanos? ¿Por cuál de todas esas cosas pides disculpas, Roger?

—Por todas. —Su sonrisa siempre surtía efecto entre las mujeres, así quevolvió a sonreír—. Mira, y a te he pedido disculpas un millón de veces, pero estoydispuesto a volver a hacerlo. Yo no tenía por qué verme con Bess, perdón… conla señora Turner, y mucho menos acostarme con ella, mientras tú y y oestábamos juntos. No hay excusa para eso.

—Entonces estamos de acuerdo. Adiós.—Kate. —Tenía los ojos fijos en ella, y su voz la acariciaba, al igual que la

había acariciado cuando ella se movía debajo de él hasta llegar al clímax—.Quiero arreglar las cosas entre los dos. Al menos deseo hacer las paces.

Ella ladeó la cabeza y consideró la propuesta. Había cosas que estaban bien yotras que estaban mal. Existía la ética y la inmoralidad.

—No.—Maldita sea. —Contrariado por primera vez, Roger se levantó del escritorio

con un movimiento espasmódico y abrupto—. He sido un hijo de puta. He dejadoque el sexo y la ambición se interpusieran en una relación que era buena ysatisfactoria.

—Tienes toda la razón del mundo —admitió ella—. Y es evidente que no me

conoces bien si abrigas alguna esperanza de que yo te permita repetir aquello.—Hace ya varios meses que Bess y y o no tenemos ninguna relación

personal.—Ah, bueno. Entonces… —Kate se echó hacia atrás en la silla y disfrutó de

una buena y sonora carcajada—. Dios me libre, Roger… tú sí que eres un caso.¿Crees que porque has despejado el campo yo voy a ponerme las botas ylanzarme tras el balón? Somos socios —le dijo— y eso es todo. Jamás volveré acometer el error de involucrarme sentimentalmente con un compañero detrabajo, y jamás repito, jamás, te daré otra oportunidad.

La boca de Roger se convirtió en una delgada línea trazada a lápiz.—Tienes miedo de verme fuera de la oficina. Tienes miedo porque aún

recuerdas lo bien que nos lo pasábamos juntos.Ella tuvo que suspirar.—No ha sido para tanto, Roger. Yo diría que hemos tenido una relación

normal y nada más. Cerremos de una vez este capítulo, anda. —En beneficio dela cordura, Kate se levantó y le tendió la mano—. Quieres que dejemos atrás elpasado, vale. Nada de rencores.

Intrigado, Roger observó su mano y luego su rostro.—¿Nada de rencores?« Nada de rencores… y nada de nada» , pensó Kate. Pero se abstuvo de

mencionarlo.—Borrón y cuenta nueva —dijo—. Somos colegas y amigos al margen de

todo eso. Y tú dejarás de acosarme con invitaciones a cenar o viajes a lasAntillas.

Él le tomó la mano.—Te he echado de menos, Kate. Echaba de menos tocarte. De acuerdo —

dijo rápidamente al ver que ella entornaba los ojos—, si eso es todo lo que puedoobtener, tendré que conformarme. Te agradezco que hayas aceptado misdisculpas.

—Bueno. —Luchando por no perder los estribos, Kate retiró la mano—.Discúlpame, pero ahora debo seguir trabajando.

—Me alegra que hayamos resuelto este asunto. —Con expresión sonriente,Roger avanzó hacia la puerta.

—Sí, claro —murmuró ella.No cerró de un portazo cuando él se fue. Hubiera sido un indicio de un exceso

de emoción. No quería que el muy sucio de Roger Tornhill pensara que ella aúnabrigaba alguna emoción respecto a él.

Pero cerró la puerta, suave e intencionadamente, y volvió a sentarse frente asu escritorio. Cogió un frasco de Mylanta, suspiró apenas, y bebió un trago.

Él le había hecho daño. Era desagradable recordar cuánto la había lastimado.No estaba enamorada de él, pero con un poco más de tiempo y un poco más de

esfuerzo podría haberlo estado. Tenían en común su trabajo, y Kate creía que esohabría sentado las bases para algo más.

Lo había querido, había confiado en él y había disfrutado.Y él la había utilizado despiadadamente para robarle una de sus clientas más

importantes. Eso era casi peor que haberse enterado de que Roger saltaba de sucama a la de su clienta… y luego de vuelta a la suya.

Bebió otro trago del frasco y lo tapó. En su momento había consideradopresentar una queja formal ante Larry Bittle. Pero su orgullo había sido másfuerte que cualquier satisfacción que hubiera podido obtener de aquello.

La clienta estaba satisfecha, y eso era lo único que importaba en Bittle. Porsupuesto que Roger habría perdido cierta credibilidad profesional si ella hubierapresentado una queja. Algunos colegas en la oficina habrían desconfiado de él yle habrían hecho el vacío.

Pero ella habría quedado como la hembra chillona y traicionada, quelloriqueaba porque había mezclado sexo y trabajo y había perdido.

Convencida de que había tenido razón en no marear la perdiz, Kate guardó elfrasco de Mylanta en el cajón de su escritorio. Por suerte había podido decir aRoger que aquel incidente del pasado había quedado atrás.

Aunque fuera mentira, aunque supiera que lo odiaría el resto de su vida.Se encogió de hombros y recuperó la información almacenada. Nada mejor

que escapar de los hombres guapos, listos y melosos, con más ambición quecorazón. Y nada mejor que estar centrada en su carrera profesional y evitarcualquier distracción. La empresa y sus jefes la estaban esperando, con todo eléxito que conllevaba.

Cuando por fin alcanzara esa meta, cuando hubiera subido ese peldaño, se lohabría ganado a pulso. Y quizá, pensaba, solo quizá, cuando obtuviese ese éxito,estaría en condiciones de demostrarse a sí misma que no era la hija de su padre.

Sonrió apenas, mientras comenzaban a analizar los números. « Atente a losnúmeros, compañera. Ellos jamás mienten» .

3

En cuanto Kate entró en Pretensiones, Margo frunció el ceño.—Pareces una muerta.—Gracias. Necesito un café. —« Y un momento a solas» .Fue hacia la escalera curva que conducía al segundo piso y encontró la tetera

ya puesta al fuego.Había dormido menos de tres horas después de haber analizado todos y cada

uno de los informes que el detective le había enviado desde la costa este. Y cadadetalle le había confirmado que era la hija de un ladrón.

Estaba todo allí: la evidencia, los cargos, las declaraciones. La lectura de esospapeles había matado la débil esperanza, que se había ocultado incluso a símisma, de que todo hubiera sido un error.

En cambio, se había enterado de que su padre estaba libre bajo fianza en elmomento del accidente y que le había ordenado a su abogado que aceptara eltrato de reducción de condena que le habían ofrecido. Si no hubiera muerto esanoche en la franja helada de la carretera, una semana más tarde lo habríanencerrado en la cárcel.

Bebió su café caliente y negro mientras se convencía de que debía aceptarloy continuar con su vida. Tenía que bajar y ponerse a trabajar. Y enfrentarse auna amiga que la conocía demasiado bien como para pasar por alto las señalesde estrés.

Bien, pensó, con la taza en la mano, siempre habría otras excusas para nohaber dormido esa noche. Y no ganaría nada obsesionándose con hechos que nopodía cambiar. Se prometió que dejaría de pensar en el tema a partir de esemomento.

—¿Qué ocurre? —preguntó Margo cuando Kate bajó las escaleras—. Estavez quiero una respuesta. Hace ya varias semanas que estás con los nervios depunta y cabizbaja. Y juraría que pierdes peso cada vez que respiras. Estasituación ya se ha prolongado demasiado, Kate.

—Estoy bien. Algo cansada, eso es todo. —Se encogió de hombros—. Un parde cuentas me están dando problemas. Además, he tenido una semana horrible.—Abrió la caja registradora y contó los billetes y monedas para dar cambio a losclientes esa mañana—. El miserable de Tornhill se presentó en mi oficina el lunes

pasado.Margo, que estaba preparando la tetera, se dio la vuelta.—Supongo que lo habrás mandado al diablo una vez más.—Le hice creer que estaba dispuesta a hacer las paces. Era lo más fácil —

dijo antes de que Margo pudiera abrir la boca—. De este modo es más probableque deje de molestarme.

—No irás a decirme que fue eso lo que te tuvo despierta toda la noche.—Me trajo malos recuerdos, ¿vale?—Vale. —Margo sonrió con simpatía—. Los hombres son unos cerdos, y ese

es el campeón mundial de los puercos. No pierdas el sueño por él, cariño. Debescuidar tu belleza.

—Gracias. De todos modos, solo fue la primera cosa desagradable.—La espantosa vida de una asesora financiera.—El miércoles me otorgaron una nueva cuenta. Freeland. Un zoológico

diseñado para entrar en contacto con los animales, parque de juegos infantiles ymuseo. Muy raro. Estoy aprendiendo cuánto cuesta alimentar a una llama bebé.

Margo pareció reflexionar.—Llevas una vida fascinante.—No soy y o quien lo dice. Ayer los socios estuvieron reunidos durante la

mayor parte de la tarde. Hasta excluyeron a las secretarias. Nadie tiene lamenor idea de lo que ocurre, pero corren rumores de que alguien será despedidoo ascendido —Kate se encogió de hombros y cerró la caja registradora—.Nunca los he visto conspirar de esa manera. Si hasta han tenido que prepararse elcafé.

—¡Detened ya las rotativas: tenemos una noticia bomba!—Mira, mi pequeño mundo tiene tanta intriga y dramatismo como el de

cualquiera. —Retrocedió al ver que Margo avanzaba hacia ella—. ¿Qué?—Quédate quieta un momento. —Margo cogió la solapa de Kate y le colocó

un prendedor en forma de media luna, del que pendían unas gotas de ámbar—.Publicidad para nuestros productos.

—Tiene insectos muertos dentro.Margo no se tomó la molestia de suspirar.—Píntate un poco los labios, por el amor de Dios. Abriremos dentro de diez

minutos.—No he traído pintalabios. Y desde ahora mismo te digo que no pienso

trabajar todo el día contigo si no paras de criticarme. Puedo vender, contestar alteléfono y hacer paquetes sin necesidad de usar cosméticos.

—Muy bien. —Antes de que Kate pudiera rehuirla, Margo cogió unatomizador y la roció de perfume—. Publicidad para nuestros productos —repitió—. Si alguien te pregunta qué fragancia usas, le dices que es Savage, de BellaDonna.

Kate empezaba a refunfuñar cuando llegó Laura.—Creí que llegaría tarde. Ali tuvo un problema con su cabello. Llegué a

pensar que acabaríamos matándonos la una a la otra antes de que solucionara suproblema.

—Cada día se parece más a Margo. —Deseando que fuera café, Kate fue aservirse un poco de té para tragar un puñado de píldoras que no quería que vieransus amigas—. Quiero decir, en las peores cosas —añadió.

—Es natural que una preadolescente se interese por su aspecto y quieraacicalarse —replicó Margo—. Tú eras la rara de la familia. Y todavía lo eres,solo hay que verte, andando por allí como un espantapájaros vestido con unasarga azul marino.

Sin darse por aludida, Kate bebió un sorbo de té.—La sarga azul marino es clásica porque es práctica. Solo un muy pequeño

porcentaje de la población basa su honor en tirarse pedos a través de la seda.—Diablos, sí que eres grosera. —Margo lanzó una carcajada—. Ni siquiera

quiero discutir contigo.—Es un alivio. —Esperando que las cosas no pasaran a may ores, Laura

corrió a colocar el cartel de « Abierto» en la puerta de la tienda—. Todavía estoycontrariada por la discusión con Allison. Si Annie no hubiese intervenido, habríamechones de cabello desparramados a diez metros a la redonda.

—Mamá siempre ha sabido cómo echar a perder una buena pelea —comentó Margo—. Muy bien, señoras, recordad que pronto será el día de laMadre. Y, en caso de que lo hayáis olvidado, las futuras madres tambiénmerecen recibir un obsequio.

Kate luchó por ignorar la presión que parecía atornillarle las sienes, y quecasi siempre era señal de una migraña en ciernes.

Una hora más tarde había tanta gente en Pretensiones que las tres estabanocupadas. Kate envolvió en finísimo papel una cartera Hermés de cuero verdeoscuro, preguntándose para qué querría alguien un bolso de cuero verde. Pero elterso deslizarse de las tarjetas de crédito en la máquina la animaban. Según suscálculos, iba en cabeza, a la par con Margo, en las ventas realizadas.

Resultaba agradable constatar que el negocio progresaba, pensó mientrasenvolvía la caja color oro y plata con un elegante papel floreado. Y elcombinado de medicamentos y de éxito mercantil había alejado la amenaza dela jaqueca.

Debía concederle todo el mérito a Margo por eso. Pretensiones era un sueñoque había ascendido, como espirales de humo, de las cenizas de la vida deMargo.

Apenas un año atrás, la carrera de Margo como modelo en Europa, supresencia en los medios y la remuneración económica que obtenía como MujerBella Donna habían desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Margo tenía su

parte de culpa, pensó Kate. Y sonrió al entregarle la compra a un cliente. Habíasido impaciente, tonta y tozuda. Pero no merecía perderlo todo de golpe.

Había regresado de Milán destrozada y casi en bancarrota, pero en pocosmeses, gracias a su entereza, había dado un giro de ciento ochenta grados a suvida.

Abrir una tienda para vender allí sus posesiones personales había sido, enprincipio, idea de Josh Templeton. Kate sospechaba que Josh había tenido esaidea para impedir que Margo se hundiera, ya que estaba loco por ella. PeroMargo había expandido la idea original, la había nutrido y perfeccionado.

Entonces Laura, quien aún sufría por el engaño, la traición y la codicia de suesposo, había ay udado a Margo a comprar el edificio de Pretensiones con lamayor parte del dinero que el muy ruin no le había quitado.

Kate había insistido en adquirir un tercio de la empresa y así convertirse ensocia, porque creía en la inversión y tenía fe en Margo. También porque noquería quedarse fuera de la diversión.

De las tres, ella era la que comprendía mejor los riesgos. Casi el 40 por cientode los nuevos negocios fracasaba antes de cumplir el primer año, y el 80 porciento sucumbía durante los primeros cinco.

Y Kate se preocupaba por eso, y la preocupación la carcomía por las nochescuando no podía dormir. Pero Pretensiones —concebida por Margo como unaelegante, exclusiva y única tienda de segunda mano que ofrecía de todo, desdevestidos de prestigiosos diseñadores a cucharas de té— se mantenía en pie.

La participación de Kate en el negocio podía haber sido menor, y sus razonespara involucrarse ciertamente oscilaban entre lo práctico y lo emocional, pero seestaba divirtiendo. Cuando no se obsesionaba, claro.

Después de todo, aquella tienda era la prueba de que la vida podía ser lo queuno quisiera que fuese. Y ella necesitaba muchísimo aferrarse a esa idea.

—¿Desea ver alguna cosa?Sonrió a un hombre treintañero, desaliñado, que tenía el atractivo de quien ha

vivido mucho. Le gustaban sus tejanos gastados, la camisa descolorida y elaparatoso bigote roj izo.

—Ah, sí, tal vez. Ese collar que está allí.Kate miró el escaparate y localizó la pieza que el cliente había elegido.—Es bonito, ¿verdad? Las perlas son un clásico.Aunque no eran perlas estrictamente clásicas, pensó mientras retiraba el

collar. ¿Cómo diablos se llamaban? Mientras buscaba en su mente ladenominación correcta, desplegó el collar sobre un paño de terciopelo.

—Son perlas cultivadas japonesas —recordó. Y sonrió a su cliente.Realmente era muy guapo—. El diseño se llama lazo —añadió. Acababa deleerlo en la etiqueta—. Tiene tres vueltas y el broche tiene una… Un momento,por favor. Una perla natural engastada en oro. Tradición pura, con un toque de

audacia —dijo, disfrutando del detalle improvisado.—Me preguntaba cuánto… —Vacilante, el cliente dio la vuelta a la pequeña y

discreta etiqueta del precio. Tuvo un gran mérito: apenas parpadeó—. Pues —dijo con una sonrisa tímida— supera con creces lo que pensaba gastarme.

—Se trata de algo que usará toda la vida. ¿Es para el día de la Madre?—Sí. —Trasladó el peso del cuerpo de un pie a otro y deslizó un dedo calloso

por las vueltas del collar—. Le encantaría.Ella sintió que se derretía. Cualquier hombre que dedicara tanto tiempo y

cuidado a escoger un regalo para su madre obtenía la máxima puntuación en laescala de Kate Powell. En especial si se parecía un poco a Kevin Costner.

—Tenemos otras piezas, también hermosas, que no son tan caras como esta.—No, creo que… Quizá… ¿Podría usted ponérselo para que yo pueda

apreciarlo mejor?—Pues claro. —Feliz de complacerlo, Kate se ajustó el collar—. ¿Qué le

parece? ¿No es estupendo? —Inclinó el espejo del mostrador para poder juzgarpor sí misma y añadió, riendo—: Si usted no lo compra, tendré que hacerme unregalo.

—Le queda muy bien —dijo él con una sonrisa tímida y serena que hizo queella desease echársele encima y llevarlo al cuarto de atrás—. Ella tiene elcabello oscuro, como usted. Lo lleva más largo, pero las perlas combinan demaravilla con el cabello oscuro. Supongo que tendré que comprarlo. Junto conesa caja que está allí, la plateada con todas esas volutas tan bonitas.

Sin quitarse el collar, Kate salió de detrás del mostrador y cogió la caja que élhabía elegido.

—Dos regalos. —Levantó los brazos para abrir el broche del collar—. Sumadre debe de ser una mujer muy especial.

—Oh, es increíble. Le gustará mucho esta caja. Digamos que las colecciona.Pero el collar es para mi esposa —añadió—. Por lo visto, he comprado todos misregalos del día de la Madre en un mismo día.

—Su esposa. —Kate se obligó a esbozar una sonrisa alegre—. Le aseguro quele encantará. Pero si ella o su madre prefiriesen alguna otra cosa, tiene treintadías para poder cambiarlo. —Con lo que consideraba una discreción admirable,Kate apoyó el collar sobre el mostrador—. ¿Efectivo o tarjeta de crédito?

Diez minutos después lo observaba salir con paso lento y perezoso.—Los guapos —susurró al oído de Laura—, los amables, los que aman a sus

madres… están todos casados.—Tranquila, tranquila. —Laura le palmeó el brazo antes de agacharse a

buscar una caja bajo el mostrador—. Has hecho una muy buena venta.—Ahora estoy por lo menos doscientos dólares por encima de Margo. Y el

día acaba de empezar.—Eso es tener espíritu. Pero debo advertirte de que Margo tiene una clienta

ahora mismo en el sector de ropa… y la mujer se inclina definitivamente porVersace.

—Mierda. —Kate volvió la cabeza y escrutó el salón principal en busca deposibles presas—. Iré tras esa señora de cabello azul con la cartera Gucci. Esmía.

—Atrápala, tigresa.Kate no paró para almorzar y se dijo que era porque deseaba conservar el

impulso, y no porque su estómago volviese a molestarle. Tuvo un éxito tremendoen el departamento de señoras del segundo piso y logró vender dos peinadores,un quinqué con vidrios de colores y un escabel adornado con borlas.

Quizá se deslizó, subrepticia, en el cuarto de atrás un par de veces paraencender el ordenador y comprobar cómo llevaba Margo los libros contables.Pero solo cuando estaba segura y cómoda en el primer puesto de ventas. Corrigiólos esperables errores, puso los ojos en blanco ante unos pocos inesperados yordenó metódicamente los archivos.

Al final se vio obligada a admitir que ese lapsus en el que hizo de contable lehabía costado la victoria. Cuando regresó, muy pagada de sí misma, preparandode antemano la monserga sobre los costes de la contaduría desaprensiva quepensaba endilgarle a Margo, su rival estaba cerrando una venta.

Algo colosal.Kate sabía de antigüedades. Era imposible haberse criado en la Templeton

House y no haber aprendido a reconocerlas y a apreciarlas. Sintió desfallecer sucorazón, aunque los signos del dólar giraban en su cabeza, cuando reconoció lapieza cuyas cualidades señalaba Margo.

Luis XVI, recitó Kate en su cabeza. Un secrétaire-à-abattant, probablementede 1775. Los paneles de marquetería, típicos de aquella época, tenían jarrones,guirnaldas de flores, instrumentos musicales y cortinajes tallados.

Oh, era algo que lo dejaba a uno sin aliento, pensó Kate. Y una de las piezasremanentes del lote original de Margo.

—Me da pena perderlo —decía Margo al apuesto caballero de pelo blancoquien, apoyado sobre un bastón con empuñadura de oro, contemplaba con igualadmiración el secrétaire… y a la mujer que lo vendía—. Lo compré en Paríshace y a varios años.

—Tiene usted un ojo estupendo para estas cosas. De hecho, tiene dos ojosmaravillosos.

—Oh, señor Steiner, es usted muy amable. —Con su estilo desvergonzado,Margo le deslizó un dedo por el brazo—. Espero que piense en mí alguna vez,cuando disfrute de esta magnífica pieza.

—Tiene mi palabra de honor. Ahora bien, ¿cómo resolveremos el envío?—Por favor, acompáñeme al mostrador. Tomaré toda la información

necesaria. —Margo cruzó el salón ondulando sus caderas y lanzó una mirada

triunfante a Kate.—Creo que por hoy estás acabada, campeona —dijo apenas se hubo ido el

cliente.—El día aún no ha terminado —insistió Kate—. Todavía faltan dos horas para

cerrar. Por eso, hasta que la señora gorda —que dentro de unos meses serás tú—no cante, no cuentes tus polluelos.

—Eres una pésima perdedora. —Margo chasqueó la lengua, lista paraabalanzarse al oír que la puerta se abría de par en par. No se trataba de un cliente,pero se abalanzó igual—. ¡Josh!

Él la levantó en brazos, la besó y la sentó en una silla.—Descansa un poco los pies. —Apoyó una mano sobre el hombro de su

esposa y lanzó una mirada fulminante a Kate—. Se supone que debéis vigilarla yaseguraros de que no haga esfuerzos innecesarios.

—No me regañes a mí por lo que ella no hace. Además, Margo nunca está depie cuando puede estar sentada, y jamás se sienta si puede acostarse. Y, para quelo sepas, le hice beber un vaso de leche hace una hora.

Josh entrecerró los ojos.—¿Un vaso lleno?—Descontando lo que me escupió encima. —Kate decidió perdonarlo, pues

le divertía y le conmovía ver a su hermano may or tan preocupado. Se acercó adarle un beso—. Bienvenido a casa.

—Gracias. —Él le revolvió el cabello—. ¿Dónde está Laura?—Arriba, con un par de clientes.—Y hay otro en el sector de ropa —acotó Margo—, así que…—Tú te quedas donde estás —le ordenó Josh—. Kate puede ocuparse. Estás

un poco pálida.Margo hizo un pucherito.—No estoy pálida.—Irás a casa y dormirás una siesta —decidió él—. No permitiré que trabajes

todo el día y luego pretendas dar una fiesta. Kate y Laura pueden ocuparse detodo aquí.

—Pues claro que podemos. —Kate lanzó una mirada desafiante a Margo—.Solo quedan un par de horas.

—Sigue soñando despierta, Powell. Ya he ganado.—¿Ganado? —Debido a su interés de siempre por las apuestas, Josh dejó

vagar su mirada de la una a la otra—. ¿Ganado qué?—Una apuesta amistosa, nada más: que yo podía vender más que ella.—Apuesta que ya ha perdido —señaló Margo—. Y os diré que me siento

generosa. Te daré esas dos horas de ventaja, Kate. —Cogió la mano de Josh y sela pasó por la mejilla—. Y cuando hay as perdido oficialmente, tendrás que llevarel vestido ajustado de Ungaro, el rojo, en la fiesta de esta noche.

—¿El que parece un camisón? Es lo mismo que estar desnuda.—¿En serio? —Josh enarcó las cejas—. No te enfades, Kate, pero espero que

pierdas. Vámonos a casa, cariño. A la cama.—No pienso ponerme un vestido pegado al cuerpo para ir a ninguna fiesta —

insistió Kate.—Entonces no pierdas —dijo Margo. Y se encogió de hombros, en un

ademán desaprensivo, mientras avanzaba con Josh hacia la puerta—. Pero,cuando por fin hayas perdido, pídele a Laura que elija los complementos.

Llevaba un collar de oro labrado y pendientes triangulares que parecían danzarbajo los lóbulos de sus orejas. Se había quejado de que parecía una joven esclavacapturada por alguna tribu imperial, pero nadie le había hecho caso. Hasta lehabían impuesto los zapatos. Rascacielos de satén rojo que la hacían balancearsediez centímetros por encima de su estatura normal.

Bebía champán y se sentía como una imbécil.No ayudaba para nada que algunos de sus clientes estuvieran allí. Los

conocidos de Josh y Margo pertenecían al círculo de los ricos, famosos yprivilegiados. Y ella se preguntaba cómo podría seguir manteniendo su imagende asesora financiera competente, precisa y dedicada cuando la habían visto asívestida, como una modelo de portada de revista.

Pero una apuesta era una apuesta.—Deja de sufrir —le ordenó Laura cuando fue a reunirse con ella en la

terraza—. Estás preciosa.—Y lo dice una mujer que ha tenido el buen gusto de elegir un vestido

elegante que cubre sus extremidades. Lo que estoy —dijo después de beber otrotrago de champán— es desesperada. Es como si llevara puesto un cartel: soltera,VIH negativo, acudir personalmente.

Laura lanzó una carcajada.—Si piensas pasar toda la noche aquí escondida… no tienes por qué

preocuparte. —Con un suspiro, se apoyó sobre la ornamentada baranda—. ¡Diosmío, hace una noche tan hermosa! La luna en cuarto menguante, las estrellas, elrumor del mar. Mira ese cielo… Resulta difícil pensar que pueda ocurrir algomalo en esta tierra. Esta casa es buena, muy buena. ¿Puedes sentirlo, Kate? Lacasa de Margo y Josh. Es buena.

—Excelente inversión, ubicación de primera, vista deslumbrante… —Sonrióal ver la dulce mirada de Laura—. De acuerdo, sí… puedo sentirlo. Es una casabuena. Tiene corazón y carácter. Me gusta pensar en ellos dos aquí, juntos.Pensar que van a criar a unos niños en esta casa…

Ya más relajada, se apoyó en la baranda junto a Laura. La música, elamistoso rumor de las conversaciones y el tintineo de las risas se colaban por las

puertas y las ventanas abiertas. Kate podía oler las flores, el mar y una mezclade perfumes femeninos y bocadillos exóticos servidos a los presentes enbandejas de plata. Y podía, estando allí parada, sentir la solidez y la promesa.

Como Templeton House, meditó, donde había pasado gran parte de su vida.Quizá fuera por eso que jamás había tenido el impulso de fundar un hogar propio,quizá fuera por eso que lo único que quería era un apartamento apto paratrabajar. Porque, pensó con una tenue sonrisa, siempre podía volver a su hogar enTempleton House. Y ahora también podía volver a esa casa.

—Ah, hola, By ron. No sabía que estabas aquí.Al escuchar el amable saludo de Laura, el ánimo soñador de Kate se esfumó.

Abrió los ojos, se apartó de la baranda e irguió los hombros. Había algo en By ronde Witt que siempre la obligaba a ponerse en guardia.

—Acabo de llegar. Tuve que ocuparme de algunos negocios que se alargaron,como siempre. Y tú estás estupenda, como siempre. —Estrechó suavemente lamano de Laura y luego miró a Kate. La pronunciada penumbra no le permitióadvertir que las pupilas de Byron, de un exquisito color verde oscuro, seagrandaban ligeramente al verla. Pero sí captó la sonrisa inmediata, divertida—.Me alegra verte. ¿Puedo traeros algo fresco para beber?

—No, tengo que volver a entrar. —Laura se dirigió hacia las puertas de laterraza—. He prometido a Josh que intentaría camelarme al matrimonio Ito.Estamos compitiendo duramente por su negocio de banquetes en Tokio.

Laura se fue tan rápido que Kate ni siquiera tuvo tiempo de fruncir el ceño.—¿Te apetecería otra copa de champán?A falta de algo mejor… Kate frunció el ceño a su copa. Todavía estaba medio

llena.—No, estoy bien así.By ron se contentó encendiendo un fino cigarro. Sabía que el orgullo de Kate

le impediría reaccionar. Normalmente no se habría quedado con ella más tiempodel permitido por los buenos modales, pero ahora estaba un poco cansado de lagente y sabía que pasar diez minutos con ella sería más interesante que una horacompleta con los invitados a la fiesta. Especialmente si conseguía irritarla, algoen lo que era un experto.

—Debo felicitarte por tu vestido, Katherine.Tal como esperaba, ella resopló cuando él la llamó por su nombre completo.

Sonriente y concentrado en su cigarro, se apoy ó en la baranda y se preparó paradivertirse a sus anchas.

—Perdí una apuesta —dijo ella, entre dientes.—¿En serio? —Se puso a jugar con el fino e inestable tirante que se deslizaba

por el hombro de Kate—. Una apuesta.—Quítame las manos de encima —le espetó ella.—De acuerdo. —Deliberadamente, volvió a bajarle el tirante para obligarla a

ponerlo en su lugar—. Tienes muy buen ojo para los inmuebles —comentóluego. Y al ver que ella lo miraba perpleja, señaló los alrededores—. Has sido túquien trajo a Josh y a Margo a este lugar, ¿verdad?

—Sí. —Ella lo miró y esperó.Pero él parecía satisfecho dando caladas a su cigarro y estudiando el paisaje.Tenía exactamente el físico que Kate había decidido que no le gustaría jamás.

Lo definía, desdeñosa, como un chico apuesto de anuncio publicitario. El cabelloespeso, castaño con intermitentes reflejos dorados, enmarcabadespreocupadamente un rostro capaz de parar el corazón de cualquiera. Losencantadores hoyuelos de su primera juventud se habían transformado enprofundos surcos en las mejillas, destinados a provocar las fantasías sexualesfemeninas más osadas. El mentón firme, heroico, la recta nariz aristocrática, yesos ojos verdes tan oscuros que podían, a su antojo, pasar de ti como si fuerasinvisible o bien clavarte, temblorosa, a la pared.

Debía de medir uno noventa, pensó Kate, con esas piernas larguísimas y esafuerte espalda de corredor de larga distancia. Y por supuesto esa voz, con esedeje lánguido y brumoso que evocaba ardientes noches de verano y placeresmeridionales.

Kate había decidido que no se podía confiar en hombres como él.—Es nuevo —murmuró Byron.Atrapada en pleno acto de contemplación y apreciación, Kate miró hacia

otro lado cuando los sagaces ojos verdes de Byron escrutaron los suy os.—¿El qué?—El perfume que llevas puesto. Te sienta mucho mejor que el talco y el

jabón que tanto parecen gustarte. Es mucho más sexy —prosiguió. Sonrió al verlaabrir la boca—. Nada de juegos, nada de ilusiones.

Hacía ya varios meses que lo conocía, desde que lo habían trasladado deAtlanta a Monterey para ocupar el puesto de Peter Ridgeway en Templeton.By ron de Witt era, desde todo punto de vista, un hotelero entendido,experimentado y creativo, un hombre que por sus propios medios había llegado ala cima de la organización Templeton en catorce años.

Kate sabía que provenía de una familia adinerada; una riqueza sureña cortés,arraigada en la tradición y la caballerosidad.

Había sentido por él una especie de rechazo en cuanto lo vio. Y a pesar de susimperturbables modales de caballero, confiaba en que ese sentimiento fuerarecíproco.

—¿Acaso intentas seducirme?Sus ojos, todavía fijos en los de ella, sonrieron divertidos.—Solo he hecho un comentario sobre tu perfume, Katherine. Si quisiera

seducirte, no necesitarías preguntármelo.Ella apuró el trago que quedaba en su copa. Sabía que era un error, con la

migraña acechando.—No me llames Katherine.—Tu nombre parece estar grabado en mi mente.—Como una plaga.—Precisamente. Y si te dijese que esta noche estás más atractiva que nunca,

estaría haciendo una observación, no una propuesta amorosa. De todos modos…Kate, estábamos hablando de bienes raíces.

Ella seguía con el ceño fruncido. Ni siquiera el exclusivo champán Cristal, elfavorito de Margo, le sentaba bien a un estómago que se retorcía debido a losnervios.

—¿De veras?—O estábamos a punto de empezar. Pienso comprarme una casa en la zona.

Dado que mi período semestral de prueba casi ha concluido…—¿Has tenido que pasar un período de prueba? —Le divertía horrores

imaginar que lo habían puesto a prueba en el Templeton California.—He tenido seis meses para decidir si quería instalarme aquí, de manera

permanente, o regresar a Atlanta. —Esbozó una sonrisa burlona, pues podía leersin dificultad la mente de Kate—. Aquí me gusta… el mar, los acantilados, losbosques. Me gusta la gente con la que trabajo. Pero no quiero seguir viviendo enun hotel, por muy bien dirigido que esté y por muy encantador que sea.

Kate se encogió de hombros, irritada por la manera en que el champánparecía transformarse en una pesada arcilla debajo de su esternón.

—Eso es cosa tuya, De Witt. Yo no tengo nada que ver.No permitiría, se dijo él con toda paciencia, que la naturaleza arisca de Kate

lo apartara de su objetivo.—Tú conoces el área, tienes contactos y muy buen ojo para la calidad y el

valor. Pensé que podrías avisarme si te enteras de alguna propiedad interesante,en especial en los alrededores de Seventeen Mile Drive.

—No soy corredora de bienes raíces —musitó ella.—Estupendo. Eso quiere decir que no tendré que preocuparme por tu

comisión.Cedió, agradecida.—Hay un lugar… aunque quizá sea un poco grande para ti.—Me gustan los espacios grandes.—Ya me parecía. Está cerca de Pebble Beach. Tiene cuatro o cinco

dormitorios, y a no me acuerdo. Pero está lejos de la carretera; hay cantidad decipreses y un jardín bien cuidado. También tiene terrazas —prosiguió. Entrecerrólos ojos tratando de recordar—. Delante y detrás de la casa. De madera… decedro, si no me equivoco. Hay gran cantidad de ventanales. Hace ya seis mesesque la han puesto a la venta y todavía no ha ocurrido nada. Debe de haber unarazón para ello.

—Tal vez está esperando al comprador adecuado. ¿Conoces al vendedor de lainmobiliaria?

—Pues claro, si es cliente nuestro. Monterey Bay Real Estate. Pregunta porArlene. Donde pone el ojo, pone la bala.

—Te lo agradezco mucho. Si la operación se concreta, tendré que invitarte acenar.

—No, gracias. Considéralo un…Se interrumpió en seco cuando el dolor le perforó el estómago y luego, como

un eco enfermizo, hizo eclosión en su cabeza. La copa se le cayó de la mano y seestrelló sobre las baldosas. By ron la cogió del brazo.

—Aguanta. —La levantó en brazos. Tuvo oportunidad de apreciar que erapoco más que piel y huesos, y la deslizó sobre los almohadones de una silla—.Diablos, Kate, estás más pálida que una muerta. Iré a buscar a un médico.

—No. —Haciendo caso omiso del dolor que sentía, lo aferró del brazo—. Noha sido nada. Solo un malestar, debido al alcohol… champán en un estómagovacío. —Murmuró. E intentó regular la respiración—. Sé muy bien lo que meocurre.

By ron tenía el entrecejo fruncido y la voz tensa de impaciencia.—¿Cuándo has comido por última vez?—Hoy me he saltado todas las comidas.—Eres una inconsciente. —Byron se enderezó—. Aquí hay alimento

suficiente para trescientos marineros muertos de hambre. Iré a buscarte unmaldito plato.

—No. Yo… —En otra situación, la mirada insistente y maliciosa de By ron nola hubiera perturbado, pero ahora temblaba de pies a cabeza—. De acuerdo,gracias, pero no digas nada. Solo serviría para preocuparlos, y tienen a toda esagente aquí. Por favor, no digas nada —repitió.

Después lo miró y, tras una última y conmovedora mirada, se alejó rauda.Le tembló un poco la mano al abrir la cartera, de la que sacó un pequeño

frasco medicinal. Está bien, prometió para sus adentros, se cuidaría más y mejor.Comenzaría por hacer esos ejercicios de yoga que Margo le había enseñado.Dejaría de beber tanto maldito café.

Dejaría de beber.Cuando Byron regresó, ella se sentía más calmada. Lanzó una carcajada

gozosa apenas vio el plato que traía.—¿A cuántos marineros muertos de hambre has decidido alimentar?—Tú come —le ordenó.Y le metió en la boca un langostino pequeño y a todas luces suculento.Tras un momento de indecisión, se dejó caer sobre los almohadones. Lo

único que necesitaba era distraerse. Y distracciones —tomaran la forma quetomasen, incluso la de Byron de Witt— era todo lo que necesitaba.

—Supongo que tendré que pedirte que te sientes y compartas el platoconmigo.

—Siempre tan bromista.Eligió un pastelillo de espinacas.—No me gustas, De Witt. Eso es todo.—Me parece muy bien. —Hundió la cuchara en un soufflé de cangrejo—.

Tú tampoco me gustas, pero me enseñaron a ser cortés con las damas.

No obstante, pensaba en ella. Y, lo que era más raro aún, había soñado con ella.Un sueño brumoso, erótico, que no había podido recordar del todo a la mañanasiguiente. Algo relacionado con los acantilados y el romper de las olas, lasensación de una piel suave y un cuerpo delgadísimo bajo sus manos, y esos ojositalianos, oscuros e inmensos, clavados en los suyos. El sueño lo había dejadoincómodo y satisfecho consigo mismo.

Byron de Witt estaba seguro de muchas cosas. La deuda nacional jamás seríapagada, las mujeres con vestidos ligeros de algodón eran la principal razón de serdel verano, el rock and roll estaba allí para quedarse y Katherine Powell no erasu tipo.

Las mujeres delgadas y ariscas, con más pose que encanto, no le resultabanatractivas. Las prefería suaves, inteligentes y sensuales. Las admiraba por el solohecho de ser mujeres y se deleitaba con las conversaciones tranquilas, lasdiscusiones interminables, las risas desaforadas y el sexo ardiente ydespreocupado.

Se consideraba tan experto en la mística femenina como podía serlo unhombre. Después de todo, había crecido rodeado de mujeres, siendo el único hijovarón de la familia con tres hijas. By ron conocía a las mujeres, y las conocíabien. Y sabía lo que le gustaba.

No, no se sentía ni remotamente atraído por Kate.

No obstante, aquel sueño lo siguió acosando mientras se preparaba para afrontarel día. Lo acompañó hasta la sala de entrenamiento y se instaló en su mentemientras se afanaba entre sogas, almohadillas y mancuernas. Y persistiómientras concluía su rutina con veinte minutos de lectura del Wall Street Journalsobre la cinta.

Se obligó a pensar en otra cosa. La casa que pretendía comprar. Una casapróxima a la playa, para poder correr por la arena y bajo el sol en vez dehacerlo sobre una cinta mecánica. Varios cuartos propios, meditó, hechos a sumanera. Un lugar donde pudiera cortar el césped, poner la música a todovolumen, capaz de reventar los tímpanos, y recibir amigos o disfrutar de una

noche tranquila e íntima.Había conocido pocas noches tranquilas e íntimas en su infancia. Pero no se

quejaba de haber crecido en medio del ruido y de una multitud de gente.Adoraba a sus hermanas y había tolerado sus siempre crecientes hordas deamigos. Amaba a sus padres y siempre había creído que su ajetreada vida socialy familiar era perfectamente normal.

Para ser francos, la incertidumbre de saber si podría soportar estar tan lejosde su familia y de su casa de la infancia lo había impulsado a incluir la cláusuladel semestre de prueba en el acuerdo firmado con Josh.

Y aunque los echaba de menos, se había dado cuenta de que podía ser feliz enCalifornia. Tenía casi treinta y cinco años, y necesitaba un lugar para él. Era elprimer De Witt que había abandonado su Georgia natal en las dos últimasgeneraciones. Estaba decidido a salir airoso.

En cualquier caso, su mudanza aplacaría la nada sutil presión familiar paraque se estableciera, contrajera matrimonio y formara una familia. La distanciaimpediría, por cierto, que sus hermanas hicieran desfilar constantemente ante susojos un montón de mujeres que consideraban perfectas para él.

Todavía tenía que encontrar a la mujer perfecta para él.Cuando se metió en la ducha de su suite, volvió a pensar en Kate.

Definitivamente, no era mujer para él.Si había soñado con ella era solo porque la tenía presente. Molesto porque no

podía quitársela de la cabeza, By ron encendió la radio empotrada en los azulejoshasta que Bonnie Raitt vociferó el desafío de darles algo de qué hablar.

Llegó a la conclusión de que solo estaba preocupado por ella. Se había puestotan pálida, se había mostrado tan rápida e inesperadamente vulnerable. Siemprehabía sido un pelele con las damiselas en dificultades.

Por supuesto que era una idiota incapaz de cuidar de sí misma. En opinión deByron, la salud y el estado físico no eran una opción, sino un deber. Esa mujerdebía aprender a comer equilibradamente, abandonar la cafeína, hacerejercicio, aumentar unos kilos —un poco de carne en el cuerpo— y arrojar porla borda esos discordantes nervios.

A decir verdad… no era tan terrible cuando cambiaba de actitud, pensó alsalir de la ducha todavía acompañado por los bramidos de Bonnie. Le había dadouna excelente pista sobre la clase de propiedad que le interesaba comprar y hastase las habían ingeniado para mantener una conversación razonable mientrascompartían la cena.

Y ella tenía un aspecto… interesante, con ese vaporoso vestido que llevabapuesto. No era que se sintiera atraído por ella, se aseguró By ron mientras sedisponía a afeitarse. Pero tenía cierto encanto de chiquilla cuando no estabaenfurruñada. Muy a lo Audrey Hepburn. O casi.

Masculló un insulto cuando se cortó el mentón con la navaja, y cargó toda la

culpa de su distracción directamente sobre los hombros de Kate. No tenía tiempopara analizar a una traganúmeros esquelética y hostil, con un chip en el hombro.Tenía varios hoteles que dirigir.

4

Kate supo que era un error en el momento mismo en que acordó la cita. Admitíaque había sido como arrancar la costra de una herida para asegurarse de quejamás se curaría del todo. Steven Tydings, el amigo de su padre, estaba más quedispuesto a encontrarse con ella para almorzar. Después de todo era su nuevaasesora financiera, y él le había dicho que era un hombre que prefería tomarpersonalmente el pulso a sus finanzas.

Estaba segura de que podría trabajar con él, llevar a cabo su labor experta.Pero cada vez que abría su archivo, debía combatir una desagradable sensaciónen el estómago, el recuerdo intermitente de su padre.

Lo había olvidado todo y, ahora se daba cuenta, había cultivado algunosrecuerdos de sus padres por necesidad, no porque fueran reales. Su hogar nohabía sido lo que se dice feliz ni tampoco estable. Aunque, en sus sueños, ella lohabía disfrazado de esa manera.

Ahora que era imposible fingir otra cosa, comprendía que era igualmenteimposible no probar, no involucrarse. No saber.

Estuvo a punto de echarlo todo por la borda cuando Tydings insistió en que seencontraran en el Templeton Monterey. El salón comedor era el mejor de lazona; la vista de la bahía, soberbia. Ninguna de las excusas que había puestolograron que cambiara de opinión. De modo que, a las doce y media en punto,estaba sentada frente a él en una mesa junto a la ventana, con una ensalada delchef delante de sus narices.

El lugar no tenía ninguna importancia, se dijo Kate, escarbando un poco en lacomida. Laura estaba trabajando en Pretensiones. Si alguien la reconocía y hacíaalgún comentario, sería muy sencillo decir a Laura que había estado almorzandocon un cliente. Después de todo, era cierto.

Durante la primera media hora Kate llevó la conversación al terreno de losnegocios. Negocios, pura y exclusivamente. Cualesquiera que fuesen lascircunstancias, la cuenta de Tydings tenía derecho a recibir —y de hechorecibiría— lo mejor de ella. Y él estaba encantado y se lo decía con tantafrecuencia como ella aclaraba su garganta seca bebiendo agua mineralTempleton.

—Tu padre también tenía facilidad para los números —le decía Ty dings.

Era un cincuentón de complexión robusta y compacta, que le sonreía con susojos castaño oscuro. El éxito le sentaba tan bien como el traje.

—¿Ah, sí? —murmuró Kate, clavando la vista en las manos de Tydings.Excelente manicura, manos de hombre de negocios. Nada presuntuoso, solo unasencilla alianza de oro en el dedo. A su padre le gustaba ostentar: usaba pesadosrelojes de oro y un pequeño anillo de diamante en el meñique. ¿Por quérecordaría esas cosas ahora?—. No me acuerdo.

—Bueno, tú eras muy pequeñita. Pero te aseguro que Linc tenía un don paralos números. Podía hacer cuentas mentales. Cualquiera hubiese dicho que teníauna calculadora dentro de la cabeza.

La estaba tentando, y tuvo que aceptarlo.—No entiendo cómo alguien tan bueno con los números pudo cometer un

error tan grave.—Solo deseaba cosas más grandes, Katie. —Con un suspiro, Tydings se

recostó en la silla—. Tuvo una racha de mala suerte.—¿Mala suerte?—Mala suerte, y mal criterio —sentenció Tydings—. Se le escapó de las

manos.—Mi padre desfalcó fondos, señor Tydings. Iban a meterlo en la cárcel. —

Respiró hondo e intentó recomponerse—. ¿El dinero era tan importante para élcomo para impulsarlo a robar, a arriesgar todo lo que arriesgó por el solo afán detenerlo?

—Tienes que considerar el cuadro completo, comprender las frustraciones,las ambiciones… en definitiva, los sueños, Katie. Linc siempre se sintió eclipsado,despreciado por la rama Templeton de la familia. Por mucho que hiciera, pormás que se esforzara, jamás podría dar la talla. Ese era un hueso duro de roerpara un hombre como él.

—¿Y qué clase de hombre era él para sentir tanta envidia del éxito ajeno?—No se trataba de envidia, precisamente. —Tydings se revolvió en su silla

visiblemente incómodo—. Linc tenía la imperiosa necesidad de triunfar, de ser elmejor.

—Sí. —Kate reprimió un escalofrío. Tydings parecía estar describiendo mása la hija que al padre—. Comprendo eso.

—Estaba convencido de que si se le daba una buena oportunidad, solo una,podría salir adelante. Hacer algo. Tenía el potencial, el cerebro. Era un hombreinteligente y muy trabajador. Un buen amigo. Tuvo la desgracia de querer másde lo que tenía. Y deseaba lo mejor para ti.

Tydings volvió a sonreír.—Aún recuerdo el día en que tú naciste, Katie. Tu padre te miraba de pie

detrás del cristal, y hacía grandes planes para ti. Quería dártelo todo, y era muyduro para él tener que contentarse siempre con menos.

Más tarde, sentada sola a la mesa, Kate pensó que jamás había queridotenerlo todo. Lo único que había necesitado eran padres que la amaran y seamaran entre ellos. Ahora tendría que vivir sabiendo que lo que más habíaamado su padre era su propia ambición.

—¿Algún problema con el almuerzo?Levantó la vista, y la mano protectora que había apoy ado sobre su estómago

se cerró en un puño cuando Byron se deslizó en la silla que Tydings había dejadovacía.

—¿Desde cuándo vienes al comedor? Pensaba que la aristocracia solo semovía en las celestes regiones del ático.

—Oh, de vez en cuando nos deslizamos hacia los pisos bajos. —By ron hizoseñas a una camarera. Hacía diez minutos que observaba a Kate. Habíapermanecido completamente inmóvil, mirando por la ventana. Su plato estabaintacto; sus ojos, sombríos y tristes—. Sopa de pollo, por favor —ordenó—. Dos.

—Yo no quiero nada.—Detesto comer solo —dijo para tranquilizarla, mientras la camarera

recogía los platos—. Y siempre puedes jugar con el pollo como lo has hecho conla ensalada. Si no te sientes bien, una buena sopa podría animarte.

—Estoy bien. He tenido un almuerzo de negocios. —Bajo la mesa, dobló laservilleta sobre su falda. No estaba en condiciones de levantarse; no sabía si suspiernas podrían sostenerla—. ¿Quién come en un almuerzo de negocios?

—Todo el mundo. —By ron se adelantó y vertió agua mineral en dos copas—.Pareces triste.

—Tengo un cliente con un desequilibrio en la renta pasiva. Esas cosas siempreme ponen triste. ¿Qué quieres, De Witt?

—Un plato de sopa, un poco de charla. Desarrollé el hábito de laconversación cuando era niño, ¿sabes? Jamás he podido deshacerme de él.Gracias, Lorna —dijo cuando la camarera colocó una canasta de panecilloscalientes entre ambos—. He advertido que casi siempre tienes dificultades en esecampo. Me encantaría ayudarte, dado que soy un parlanchín.

—No me gusta hablar de tonterías.—Mira qué cosa. Pues a mí sí. —Le pasó una rebanada de pan con

mantequilla, que acababa de preparar—. De hecho, me interesan todas lasconversaciones. Grandes, pequeñas, insignificantes, profundas. ¿Qué te parece sipara comenzar esta charla te cuento que acordé una cita para ver la casa que mehas recomendado?

—Qué bien. —Como tenía la rebanada de pan en la mano, le dio unmordisco.

—El agente inmobiliario habla maravillas de ti. —Al escuchar eso, Katemurmuró entre dientes y luego frunció el ceño al ver el plato de sopa que lehabían puesto bajo la nariz. By ron tuvo que disimular una sonrisa. Diablos, esa

muchacha sí que ofrecía resistencia—. Es probable que yo mismo deba solicitartus servicios si me quedo en Monterey. No sería en absoluto práctico conservarmi asesor financiero en Georgia.

—No es necesario que tu asesor viva en la misma ciudad que tú. Si estássatisfecho con su trabajo, no tienes por qué cambiar.

—Tú sí que sabes hacer negocios, guapa. También tengo el hábito de comer—prosiguió—. Si necesitas que te asesore al respecto, te diré que empieces pormeter la cuchara en la sopa.

—No tengo hambre.—Piensa que es un remedio. Podría devolverle el color a tus mejillas. No solo

se te ve triste, Kate, también pareces cansada, golpeada y a punto de caerenferma.

Para hacerlo callar, tomó un par de cucharadas de sopa.—Hombre, ahora sí que me siento animada. Es un milagro.By ron se limitó a sonreír y ella lanzó un suspiro. ¿Por qué diablos tenía que

estar allí sentado y ser tan condenadamente amable y hacer que se sintiese comouna mierda?

—Perdóname. Soy una pésima compañía.—¿Tu reunión de negocios ha sido difícil?—A decir verdad, sí. —Probó otra cucharada de sopa porque era como una

caricia—. Ya lo superaré.—¿Por qué no me cuentas qué haces cuando no debes resolver difíciles

problemas de negocios?La jaqueca que acechaba en los bordes de su conciencia no había

desaparecido, pero tampoco se había acercado.—Resuelvo simples problemas de negocios.—¿Y cuando no te ocupas de los negocios?Kate lo escrutó atentamente; tenía los ojos mansos y corteses, la sonrisa fácil.—Estás tratando de seducirme…—No, estoy considerando la posibilidad de seducirte, que es algo totalmente

distinto. Por eso mantenemos esta conversación trivial mientras tomamos la sopa.—Su sonrisa se hizo más amplia y seductora—. Y tú tienes la misma oportunidadde pensar si te gustaría o no seducirme.

Sus labios se curvaron antes de que pudiera impedirlo.—Valoro a los hombres que creen en la igualdad de los géneros. —También

valoraba que, durante unos minutos, la hubiese distraído de sus problemas. Que,aun sabiéndolo, no hubiera forzado las cosas.

—Estás empezando a gustarme, Kate. Creo que eres un gusto adquirido, y yosiempre he disfrutado de los sabores extraños.

—Es toda una declaración. Siento que mi corazón se derrite.By ron lanzó una carcajada; un sonido rápido, pleno, masculino, que le

agradó, aunque ella hubiera preferido otra cosa.—Sí, así es. Me gustas. ¿Por qué no prolongamos esta conversación con una

buena comida? Digamos… una cena. ¿Esta noche?Sintió la tentación de aceptar, por la sola razón de que estando con él no

pensaba en sí misma. Pero… dejó la servilleta junto al plato. Decidió que, con unhombre como Byron de Witt, lo mejor sería errar por exceso de cautela.

—No quisiera que esto se convirtiera en un hábito. Debo volver al trabajo.Se levantó para irse, divertida al ver que él también se levantaba de un brinco.

Más allá de la igualdad de los géneros, era un caballero sureño de los pies a lacabeza.

—Gracias por la sopa.—De nada. —Le cogió la mano, la retuvo un instante y disfrutó de la débil

arruga que se formó entre sus cejas—. Gracias por la conversación. Tendremosque repetirla.

—Hum… —Fue lo mejor que pudo decir.Deslizó la correa del maletín sobre su hombro y se marchó.By ron la observó mientras se iba y se preguntó qué problema, de negocios o

lo que fuese, hacía que pareciese tan desdichada. Y tan sola.

La máquina de esparcir rumores trabajaba horas extras en Bittle y Asociados.Cada uva pequeña y aún verde arrancada de la viña era masticada con fruiciónen la sala de refrigerio, en la de la fotocopiadora, o en el almacén.

Larry Bittle y sus hijos, Lawrence y Martin « llámame Marty » , seguían consus reuniones a puerta cerrada con los demás socios todas las mañanas. Lasecretaria ejecutiva del viejo Bittle, una mujer de labios apretados y miradaaguda, les hacía llegar con regularidad fotocopias de las distintas cuentas.

Se rumoreaba por allí que, si sabía algo, jamás lo diría.—Están analizando todas las cuentas —dijo Roger a Kate. La había

interceptado en el almacén, cuando fue a reabastecer su reserva de papel para laimpresora—. Marcie, la del departamento de Cuentas Pendientes, dijo queincluso están revisando los libros mayores internos. Y Beth, la asistente de laDama Dragón, dice que se comunican permanentemente por la línea roja conlos abogados.

Con los labios apretados, Kate cogió un manojo de Ticonderoga número dos.—¿Todos tus informadores son de sexo femenino?Roger dibujó una sonrisilla burlona.—No, pero Mike, el de correos, no ha podido averiguar nada todavía. ¿Y tú,

has sabido algo?—Preparan una auditoria interna.—Sí, eso es obvio. Pero la pregunta del millón es: ¿por qué?

A decir verdad, hacía varios días que esa misma pregunta le daba vueltas enla cabeza. Sopesó la situación. La gente lista, ambiciosa y despiadada siempretenía los chismes más frescos. Los mejores. Dado que Roger cumplía todos esosrequisitos, decidió compartir sus cavilaciones con la esperanza de cebarlo unpoco.

—Mira, hemos tenido un par de años realmente buenos. En los últimos cincohemos aumentado en un 15 por ciento nuestra cartera de clientes. Bittle estácreciendo… de modo que pienso en una expansión, quizá una nueva filial.Lawrence estaría al frente, sumarían otros asociados, y a algunos de nosotros nosofrecerían la oportunidad de reubicarnos. Un paso importante como ese requierepensar y planificar mucho, y los socios naturalmente querrán conocer ycontrolar los costes.

—Podría ser. En otra ocasión corrió el rumor de que pensaban abrir una filialen la zona de Los Ángeles, para adquirir más cuentas medianas. Pero tambiénme han llegado otras versiones. —Se acercó más a ella y bajó la voz; sus ojosbrillaban de entusiasmo—. Larry ha pensado en pasar el relevo. Quiere retirarse.

—¿Por qué habría de hacerlo? —respondió Kate en un susurro. Parecían dosconspiradores—. Solo tiene sesenta años.

—Sesenta y dos. —Roger miró por encima de su hombro—. Y tú sabescuánto le gustan a su esposa los cruceros. Siempre le insiste en recorrer Europa,el Mediterráneo, esas cosas.

—¿Cómo lo sabes?—Por Beth. La secretaria de su secretaria. Tuvo que conseguirle folletos al

viejo. Este año los Bittle cumplirán cuarenta años de casados. Si se retira antes,dejará un lugar vacante dentro de la sociedad.

—Un nuevo socio.Tenía sentido. Todo el sentido del mundo. Todas aquellas reuniones, la

verificación de las cuentas. Los socios corrientes tendrían que sopesar y juzgar,debatir y analizar quién sería el más cualificado para ascender. Apenas pudoreprimir el impulso de echarse a bailar. Tuvo que recordar con quién estabahablando. Roger era su competidor más difícil.

—Tal vez. —Se encogió de hombros. Pero, por dentro, rebosaba de alegría…y la alegría era un adorable globo rosado—. Aunque todavía me cuesta imaginara Larry navegando hacia el ocaso. Por mucho que su esposa insista en ello.

—Ya lo veremos. —Roger tenía una sonrisa fija, taimada, en los labios—.Pero está a punto de ocurrir algo, y ocurrirá pronto.

Sin perder la calma, Kate volvió a su oficina, cerró la puerta y acomodóordenadamente los insumos. Luego se puso a bailar dando saltos.

No quería adelantar acontecimientos, no quería empezar a hacer proyectos.¡Claro que quería! Se dejó caer en la silla y giró, giró, giró vertiginosamente…una, dos, tres veces.

Tenía un MBA en Harvard, se había graduado entre las diez mejores de suclase. En los cincos años que había trabajado para Bittle, había conseguido docenuevas cuentas gracias a las recomendaciones de sus clientes. Y solamente habíaperdido una. Con ese miserable de Roger.

Pero incluso esa cuenta había quedado en la firma. Personalmente, ellageneraba más de doscientos mil dólares anuales de ganancias. Roger también,eso había que admitirlo. Ella lo vigilaba de cerca. Pero cuando Marty le concedióun aumento de sueldo el año anterior, dejó claro que Bittle la consideraba la flory nata de sus colaboradores. Larry Bittle la llamaba por su nombre, y su esposay sus nueras solían ir de compras a Pretensiones.

Socia. A los veintiocho años, sería la socia más joven que había tenido lafirma Bittle. Y habría superado con creces sus rígidas expectativas respecto a símisma.

¿Y eso no lograría, de alguna manera, borrar aquella mancha que tanto laatormentaba? Ese secreto que había enterrado en lo más hondo de su persona. Sialcanzaba el éxito, todo el resto quedaría en la sombra.

Se permitió soñar con ello: la nueva oficina, el nuevo salario, el nuevoprestigio. La consultarían sobre las políticas de la firma y su opinión seríaconsiderada y respetada. Sonriendo, se recostó en la silla y volvió a girar. Tendríauna secretaria privada.

Tendría todo lo que siempre había deseado.Ya se imaginaba cogiendo el teléfono y llamando a los Templeton a Cannes.

Se pondrían tan contentos por ella, estarían tan orgullosos de sus logros. Y Katepor fin podría creer que había merecido todo lo que habían hecho por ella.

Lo celebraría a lo grande con Margo y Laura. Oh, eso sí que sería agradable.Kate Powell al fin se habría parado sobre sus dos pies, habría hecho algoimportante y sólido. Todos esos años de trabajo y estudio, de hombros tensos,ojos cansados y acidez de estómago serían recompensados.

Lo único que debía hacer era esperar.Se obligó a olvidar momentáneamente sus sueños, giró la silla hasta quedar

frente al ordenador y se puso a trabajar.Tarareaba mientras hacía números, calculaba gastos, cargaba deducciones de

impuestos, evaluaba las ganancias de capital e imaginaba la posible devaluación.Como de costumbre, se metió de lleno en el trabajo y perdió la noción deltiempo. La recuperó parpadeando cuando el bip de su reloj de pulsera anuncióque eran las cinco en punto.

Decidió tomarse quince minutos más para cerrar el archivo. Pero un instantedespués levantó la vista, un tanto molesta, al escuchar que golpeaban su puerta.

—¿Sí?—Señorita Powell. —La imponente Lucinda Newman (o la Dama Dragón,

como la llamaban los empleados que la tenían en poca estima) apareció en el

umbral—. La esperan en la sala de conferencias principal.—Ah. —El corazón le dio un brinco de alegría, pero supo mantener la

compostura—. Gracias, señorita Newman. Iré enseguida.Consciente de que le temblaban las manos de expectación, Kate las apretó

contra su regazo. Debía mantener una actitud serena y profesional. Bittle noofrecería ser socia de la firma a una mujer atolondrada de risilla nerviosa.

Debía ser lo que siempre había sido, lo que ellos esperaban que fuese.Pragmática y juiciosa. Y, ah… iba a disfrutar del momento, quería recordarcada detalle. Luego, cuando nadie la viera ni pudiera oírla, gritaría todo elcamino hasta Templeton House.

Abrochó los puños de su camisa, se puso la chaqueta y alisó las solapas.Titubeó antes de coger su maletín, pero decidió que le daría un aire de mujerconsagrada a su trabajo.

Con paso medido subió las escaleras que conducían al siguiente piso, pasófrente a las oficinas de los socios y llegó a la sala de conferencias de losejecutivos. Si por casualidad alguien la hubiera visto cruzar el silencioso corredor,es muy probable que no se diera cuenta de que sus pies apenas rozaban laexquisita alfombra color canela. Cogió una pastilla contra la acidez de un paqueteque llevaba en el bolsillo, aun sabiendo que no lograría calmar su convulsionadoestómago.

Preguntándose si una novia en su noche de bodas se sentiría más nerviosa yexpectante que ella, alzó la mano y dio dos discretos golpecitos a la gruesa puertade madera.

—Adelante.Levantó el mentón, esbozó una sonrisa cortés y giró el picaporte. Estaban

todos presentes, y el corazón le dio un vuelco. Todos los socios, las cincopotencias de la firma, estaban sentados en torno a la mesa larga y lustrosa. Juntoa cada uno de ellos había una gran jarra de agua fresca.

Dejó vagar su mirada sobre cada uno de los rostros, deseosa de grabar en sumemoria aquel momento. El anticuado Calvin Meyers, con sus sempiternostirantes y su corbatín rojo. La elegante y aterradora Amanda Devin, bella yconsternada. Marty, por supuesto, dulce, cálido y arrugado. Lawrence formal ydistante con su incipiente calva.

Y el viejo Bittle, claro. Siempre había pensado que se parecía a SpencerTracy : el rostro gastado, el espeso cabello blanco, el cuerpo pequeño, robusto ypoderoso.

El corazón le latía desbocado, consciente de que todos los ojos estaban fijosen ella.

—¿Queríais verme?—Siéntate, Kate. —Desde la cabecera de la mesa, Bittle señaló una silla

lateral.

—Sí, señor.Bittle carraspeó mientras Kate se sentaba.—Pensamos que era mejor reunimos una vez finalizada la jornada laboral.

Estoy seguro de que estás al tanto de que, en los últimos días, hemos revisadotodas nuestras cuentas.

—Sí, señor. —Kate sonrió—. Últimamente se ha especulado mucho en lospasillos. —Al ver que Bittle no sonreía, sintió un escozor nervioso en la garganta—. Es difícil no ser arrollado por el tren de los rumores, señor.

—Sí. —Bittle suspiró y cruzó las manos—. La semana pasada, unadiscrepancia en un pago de impuestos a las ganancias llamó la atención del señorBittle hijo.

—¿Una discrepancia? —Kate miró a Lawrence.—En la cuenta Sunstream —le aclaró.—Es una de mis cuentas. —El cosquilleo nervioso en la garganta se

transformó en un nudo de nervios en el estómago. ¿Habría cometido algúnestúpido error en el caos de los vencimientos impositivos?—. ¿Qué clase dediscrepancia?

—La copia del formulario impositivo correspondiente al cliente indica que sedebe pagar al estado siete mil seiscientos cuarenta y ocho dólares. —Lawrenceabrió un archivo y sacó una gruesa pila de papeles—. ¿Este es su trabajo, señoritaPowell?

Era el único Bittle que la llamaba señorita Powell. En la firma todos estabanacostumbrados a su formalidad. Pero fue el tono cortante de sus palabras lo quela puso alerta. Con sumo cuidado sacó sus gafas del estuche y se las pusomientras le pasaban los papeles.

—Sí —respondió, tras echarles un rápido vistazo—. Es mi cuenta y yo mismahice las declaraciones de impuestos. Esta es mi firma.

—Y, como ocurre con varios otros clientes, la firma emite los cheques depagos impositivos en nombre de este.

—Algunos lo prefieren así. —Dejó caer las manos sobre el regazo—. Alivia,aunque sea un poco, el escozor del aguijón impositivo. Y resulta másconveniente.

—Conveniente —comentó Amanda. Kate la miró en seguida—. ¿Para quién?Allí había gato encerrado. Eso era en lo único que podía pensar Kate. Pero

¿cómo y dónde?—Muchos clientes prefieren venir personalmente a la oficina, analizar la

situación impositiva y los resultados… discutir y desahogarse. —Ellos y a losaben, pensó Kate. Y volvió a escrutar los rostros de todos. ¿Por qué tenía que darexplicaciones?—. El cliente firmará los formularios requeridos y el representantede la cuenta emitirá el cheque con fondos de depósito.

—Señorita Powell. —Lawrence cogió otra pila de papeles de su archivo—.

¿Puede explicarnos esto?Tratando de no perder la calma, Kate se secó las palmas húmedas en la falda

y estudió los formularios que le habían pasado. Su mente quedómomentáneamente en blanco. Parpadeó, volvió a leer y tragó saliva.

—No estoy segura de comprender. Es otra copia del formulario 1040 deSunstream, pero el importe a pagar en concepto de impuestos es distinto.

—Dos mil doscientos dólares menos —acotó Amanda—. Este es elformulario y el pago realizado a Hacienda el quince de abril de este año. Lafirma emitió un cheque con fondos de depósito por esta suma.

—No entiendo cómo ni cuándo se generó la otra copia —empezó Kate—.Todos los formularios de trabajo se completan, por supuesto, pero los excedentesson eliminados en la trituradora de papel.

—Kate. —Bittle captó su atención con esa única y simple palabra—. Eldinero excedente fue transferido vía ordenador desde la cuenta de fondos dedepósito del cliente. En efectivo.

—En efectivo —repitió ella, con la mente en blanco.—Como esto nos llamó poderosamente la atención, iniciamos una

verificación de todas las cuentas. —Bittle la miraba con expresión grave—.Desde finales de marzo de este año se ha retirado la suma total de setenta y cincomil dólares de cuentas de depósito, setenta y cinco mil dólares de más enconcepto de pago de impuestos. Las extracciones han sido, todas ellas, víaordenador y en efectivo. Todas ellas de cuentas que están a tu cargo, Kate.

—¿De mis clientes? —Sintió que la sangre desaparecía de su rostro, sin quepudiera hacer nada por impedirlo.

—Es el mismo patrón de conducta. —Calvin Meyers habló por primera vez,estirando su corbatín rojo brillante—. Dos copias del 1040 y ajustes menores endistintos formularios que, en la copia del cliente, suman un total extra de entreciento veinte y tres mil cien dólares. —Resopló sin ganas—. Podríamos nohaberlo advertido, pero juego al golf con Sid Sun. Se pasa la vida quejándose delos impuestos y me pidió que estudiara yo mismo su declaración para ver sipodía recortar los pagos de alguna manera.

Desfalco. ¿La estaban acusando de desfalco? ¿Se hallaba en medio de unaespantosa pesadilla? Sabían lo de su padre y pensaban… no, no, eso eraimposible. Aunque no podía dejar de mover las manos en su regazo, su voz semantenía serena.

—¿Usted examinó una de mis cuentas?Calvin enarcó una ceja. Lo que menos hubiera esperado de la « serena como

agua de tanque» Kate Powell era ese pánico ciego.—Lo hice, sí, para sacármelo de encima. Y al examinar su copia descubrí

varios errores menores. Me pareció mejor investigar un poco y busqué nuestracopia archivada de su última rendición de impuestos.

Kate no sentía nada. Absolutamente nada. Hasta las yemas de los dedos se lehabían entumecido.

—Vosotros creéis que les he robado setenta y cinco mil dólares a mis clientes.A los clientes de esta firma.

—Kate, si solo pudieras explicarnos cómo crees que ha podido ocurrir esto —empezó Marty—. Estamos dispuestos a escucharte.

No, su padre había robado a sus clientes. Su padre. No ella.—¿Cómo podéis pensar una cosa así? —La vergüenza le hacía temblar la voz.—Todavía no hemos llegado a ninguna conclusión firme —dijo Amanda—.

Sin embargo, los hechos, los números están aquí, en blanco y negro.« Blanco y negro» , pensó. Pero las cifras se volvían borrosas y se mezclaban

con recortes de periódicos de veinte años atrás.—No, yo… —Tuvo que levantar la mano y frotarse los ojos para disipar las

visiones—. No es así. No lo hice.Amanda comenzó a dar golpecillos con sus uñas rojas sobre la mesa. Había

esperado que se sintiera ultrajada; había contado con el sentimiento de agravio dealguien inocente. En cambio, todo lo que veía era el temblor del culpable.

—Si Marty no hubiese salido en su defensa, si no hubiera insistido en quebuscáramos alguna explicación racional a los hechos, incluso incompetencia desu parte, habríamos convocado esta reunión hace ya varios días.

—Amanda. —Bittle intentó tranquilizarla, pero ella negó con la cabeza.—Esto es un desfalco, Larry. Y más allá y por encima de todas las

consecuencias legales, debemos considerar la confianza y la fe que nuestrosclientes depositan en nuestra firma. Necesitamos aclarar esta situación lo antesposible.

—Jamás he tomado un centavo, ni un mísero centavo de ningún cliente. —Aunque le aterrorizaba que le fallaran las piernas, Kate se puso de pie. Novomitaría, no, aunque sentía el estómago agolpándosele en la garganta—. Nopodría. —Parecía ser todo lo que tenía que decir—. No podría.

Lawrence se miró las manos con el ceño fruncido.—Señorita Powell, el dinero es una cosa fácil de ocultar, lavar o gastar. Usted

ha asesorado a numerosos clientes sobre inversiones; les ha aconsejado abrircuentas en las islas Caimán, en Suiza…

Inversiones. Malas inversiones. Apoyó los dedos sobre su sien palpitante. No,ese había sido su padre.

—Es mi trabajo. Me limito a cumplir con mi trabajo.—Hace poco usted inició un negocio —acotó Calvin.—Poseo la tercera parte de una tienda de segunda mano. —El pesar, el

miedo y la repulsión la arrastraban en un torbellino; le temblaban las manos. Seobligó a ser coherente. Los temblores y el llanto solo servían para que parecieseculpable—. He invertido casi todos mis ahorros en ello.

Respiró hondo, sintiendo que el aire la quemaba por dentro, y miró a Bittledirectamente a los ojos.

—Señor Bittle… —Pero se le quebró la voz y tuvo que volver a comenzar—.Señor Bittle, he trabajado cinco años para usted. Me contrató una semanadespués de haberme graduado en la universidad. Jamás le he dado a esta firmaotra cosa que lealtad y dedicación absolutas, y jamás le he dado a un clientenada que no fuera lo mejor de mí. No soy una ladrona.

—Me resulta difícil creer que lo seas, Kate. Te conozco desde que eras unaniña y siempre he considerado que la decisión de contratarte fue uno de mis másgrandes aciertos. Conozco a tu familia.

Hizo una pausa. Esperaba que ella reaccionara, que expresara toda su furiapor haberse sentido insultada. Que exigiera ayudar a la firma a encontrarrespuestas. Como no hizo más que quedarse mirándolo con ojos vacuos, Bittle notuvo opción.

—Sin embargo —dijo lentamente—, no podemos ignorar este asunto.Continuaremos investigando, por ahora dentro de la firma. Aunque quizá seanecesario buscar ayuda externa.

—La policía. —Ante esa posibilidad se le nubló la visión y se le aflojaron laspiernas; tuvo que agarrarse a la mesa para recuperar el equilibrio—. Acudiréis ala policía.

—Solo si es necesario —le aseguró Bittle—. Esperamos resolver el asunto sinllegar a mayores. Llegado a este punto, Bittle y Asociados es responsable dereponer el dinero faltante en las cuentas de depósito. —Escrutó a Kate, queestaba de pie en la otra punta de la mesa y meneó la cabeza—. Los socios hanacordado que lo mejor para la firma será que tomes una excedencia hasta que lasituación se aclare.

—Me estáis suspendiendo porque creéis que soy una ladrona.—Kate, necesitamos resolver las cosas con mucha cautela. Y debemos hacer

lo que sea mejor para nuestros clientes.—Una sospechosa de desfalco no puede manejar cuentas. —Estaba a punto

de llorar, pero esperaría. Podría reprimir el llanto unos segundos más—. Meestáis despidiendo.

—Te estamos pidiendo que te tomes una excedencia —repitió Bittle.—Para el caso es lo mismo. —Se trataba de acusaciones; era un mal sueño

—. Vosotros no me creéis. Pensáis que les he robado a mis propios clientes y mequeréis fuera de la firma.

Bittle no vio otra opción.—En este momento, sí. En la may or brevedad te enviaremos todas las

pertenencias personales que se encuentren en tu oficina. Lo lamento, Kate.Marty te acompañará hasta la puerta del edificio.

Kate resopló, temblorosa.

—No he hecho nada… excepto daros lo mejor de mí. —Cogió su maletín, sedio la vuelta muy rígida y se dirigió hacia la puerta.

—Lo lamento. Diablos, Kate. —Con su andar pesado, Marty fue tras ella—.Qué horror, qué desastre. —Empezó a resoplar cuando ella bajó por la escaleraque conducía a la planta baja—. No he podido convencerlos.

Kate se detuvo en seco, ignorando por un momento el dolor de estómago ylas sienes palpitantes.

—¿Tú me crees? Marty, ¿tú me crees?Vio el fugaz resplandor de la duda en sus ojos diligentes y miopes antes de

responder.—Sé que hay una explicación. —Le tocó suavemente el hombro.—Está bien, no te preocupes. —Se obligó a empujar las puertas de cristal de

la planta baja y salió.—Kate, si hay algo que pueda hacer por ti, si puedo ayudarte de alguna

manera… —La siguió un poco más y luego se quedó parado junto a la puerta yla vio correr hacia su automóvil.

—Nada —dijo Kate para sus adentros—. No hay nada que puedas hacer.

En el último momento desistió de acudir a Templeton House. Decidió no recurrira Laura, a Annie, o a cualquiera que hubiera podido abrazarla y consolarla yestar de su parte. Aparcó el coche a un costado de la carretera en vez de seguir elcamino escarpado y sinuoso. Bajó del coche y caminó en dirección a losarrecifes.

Lo soportaría todo sola, se prometió. Ya había recibido golpes fuertes ysobrevivido a tragedias con anterioridad. Había perdido a sus padres, y no existíanada más devastador que eso.

Cuando iba al colegio había fantaseado con chicos que jamás se interesaronpor ella. Y lo había superado. Su primer amante, en la universidad, se habíaaburrido de ella; le había roto el corazón y la había abandonado. Y ella no sehabía desmoronado por eso.

Una vez, años atrás, había soñado con encontrar ella sola la dote de Serafina;con llevarla orgullosa a su casa y ofrecérsela a sus tíos. Y había aprendido a vivirsin ese triunfo.

Estaba asustada. Estaba muy asustada.De tal palo, tal astilla. Oh, santo Dios, ¿todo aquello saldría a la luz ahora? ¿Se

sabría todo? ¿Y qué pasaría luego? ¿Cómo afectaría esto a las personas que laamaban y que habían puesto tantas esperanzas en ella?

¿Cómo decía la gente? « Se lleva en la sangre» . ¿Ella había hecho algo, habíacometido algún estúpido error? Diablos, ¿cómo podría pensar con claridad ahoraque su vida estaba patas arriba y hecha añicos a sus pies?

Tuvo que envolverse el cuerpo con los brazos para protegerlo de la brisaprimaveral, que ahora parecía gélida.

No había cometido ningún crimen. Se obligó a recordar que no había hechonada malo. Había perdido un trabajo, solo eso.

Y no tenía nada que ver con el pasado, nada que ver con la sangre, nada quever con sus orígenes.

Con un sollozo, se apoyó contra una roca. ¿A quién trataba de engañar? Dealgún modo tenía que ver con todo aquello. ¿Cómo podría ser de otra manera?Había perdido lo que más valoraba, después de la familia: el éxito y lareputación.

Ahora era exactamente lo que siempre había temido ser: un fracaso.¿Cómo podría mirar a la cara a cualquiera de ellos y decirle que había sido

despedida bajo la sospecha de haber cometido un desfalco? Que había hecho loque siempre aconsejaba no hacer a sus clientes: poner todos los huevos en lamisma canasta… solo para ver cómo alguien los rompe.

Pero tendría que mirarlos a la cara. Tenía que decírselo a su familia antes deque algún otro lo hiciera. Oh… seguramente alguien lo haría. No tardaría mucho.No podía permitirse el lujo de cavar un hoyo y esconder la cabeza dentro. Todolo que ella era y hacía estaba vinculado a los Templeton.

¿Qué pensarían sus tíos? Sin duda, establecerían comparaciones. Si dudabande ella… Podía soportar cualquier cosa, podía soportarlo todo, salvo la duda y ladecepción de sus tíos.

Rebuscó en su bolsillo, masticó con rencor una Tums y deseó tener a manoun frasco de aspirinas… o alguno de infalibles tranquilizantes que Margo habíatomado en otros tiempos. Pensar que alguna vez había desdeñado esas pequeñasmuletas. Pensar que alguna vez había pensado que Serafina era una estúpida yuna cobarde por haber elegido suicidarse en vez de seguir viviendo y aceptar supérdida.

Miró el mar en lontananza, se levantó y se acercó al borde del abismo. Allíabajo, las rocas eran malvadas. Eso era lo que siempre le había gustado de ellas:eran como lanzas de aristas serradas e implacables que se erguían desafiantescontra el constante y violento romper de las olas.

A partir de ahora tendría que ser como las rocas, pensó. Tendría que erguirsey afrontar lo que viniera después.

Su padre no había sido fuerte. No se había mantenido erguido, no habíaafrontado las cosas. Y ahora, por obra de azar o del destino, ella estaba pagandopor ello.

By ron la estaba mirando desde un lado del camino. Había visto pasar su coche atoda velocidad cuando salía de la casa de Josh. No sabía qué clase de impulso lo

había empujado a seguirla; tampoco sabía qué lo impulsaba a quedarse.Había algo en su aspecto, allí parada al borde del acantilado, sola. Lo ponía

nervioso, y también lo perturbaba un poco. Esa vulnerabilidad otra vez, supuso,esa sensación de estar necesitando a alguien que despertaba su lado protector.

No la habría definido como el tipo de mujer que camina por los acantilados ose queda mirando el mar.

Estuvo a punto de volver a su automóvil y alejarse. Pero se encogió dehombros y decidió que, ya que estaba allí, no era mal programa disfrutar de lavista.

—Qué sitio más estupendo —dijo, acercándose a ella.Sintió un placer perverso al verla sobresaltarse.—Lo estaba disfrutando —murmuró ella, y continuó dándole la espalda.—La vista es tan amplia que pueden disfrutarla dos personas. Vi tu coche y…

—La miró de cerca y vio que sus ojos estaban húmedos. Siempre se habíasentido compelido a secar las lágrimas femeninas—. ¿Has tenido un mal día? —murmuró, ofreciéndole un pañuelo.

—Es el viento.—No hay tanto viento.—Prefiero que te vayas.—Tengo por costumbre satisfacer los deseos de las mujeres, pero en tu caso

no voy a hacerlo, así que ¿por qué no te sientas y me dices qué ha ocurrido? —Latomó del brazo y pensó que la tensión de sus músculos era lo bastante filosa comopara cortar vidrio—. Imagínate que soy un sacerdote —sugirió, y la obligó asentarse con él—. De hecho, alguna vez quise serlo.

—Permíteme responderte con palabras sabias: no digas sandeces.—No, en serio. —La obligó a respaldarse en la roca junto a él—. Yo tenía

once años. Después llegó la pubertad… y el resto es historia.Kate intentó desasirse y ponerse de pie… y fracasó en el intento.—¿Alguna vez se te ha pasado por la cabeza que no quiero hablar contigo?

¿Que quiero estar sola?Para tranquilizarla, porque su voz sonaba indefensa, le pasó una mano por el

cabello.—Se me ha pasado por la cabeza, sí, pero lo he rechazado de plano. Las

personas que sienten pena de sí mismas siempre quieren hablar de ello. Eso,junto con el sexo, fue la razón principal por la que desistí de entrar en elseminario. Y el baile. Los sacerdotes no tienen muchas oportunidades de bailarcon mujeres bonitas… algo que, a mi entender, es tan importante como el sexo.Bueno, ya hemos hablado bastante de mí.

Con gesto decidido, la obligó a levantar el mentón. Estaba pálida, sus largas ytupidas pestañas estaban mojadas y esos ojos, esos profundos ojos de cervatilla,estaban húmedos. Pero…

—No tienes los ojos lo suficientemente rojos… es decir que aún no hasllorado todo lo que necesitas.

—No soy una llorona.—Escucha, encanto, mi hermana recomienda llorar mucho cuando es

necesario. Y te cortaría la cabeza si la llamaras llorona. —Con exquisitasuavidad, deslizó el pulgar por el mentón de Kate—. Gritar también es bueno, yarrojar platos y otras cosas que pueden romperse contra las paredes. Esa era unade las costumbres en casa de mis padres.

—No tiene sentido…—Desahógate —la interrumpió con dulzura—. Haz una catarsis. No tenemos

ninguna cosa para romper, pero podrías gritar hasta cansarte.Las emociones que la embargaban amenazaban con sofocarla. Furiosa, se

liberó de la mano de Byron.—No necesito que tú ni nadie intente aliviarme. Yo sé arreglármelas sola con

mis problemas. Si necesitara una mano amiga, lo único que tendría que hacersería ir a mi casa. A mi casa —repitió.

Y clavó la mirada en la ascendente estructura de piedra, madera y cristal quecontenía todo lo que era precioso para ella.

Se tapó la cara con las manos y estalló en llanto.—Buena chica —murmuró él, aliviado por el flujo natural de las lágrimas—.

Ven aquí ahora. —La estrechó contra él; le acarició el cabello y la espalda—.Suéltalo todo, vamos. Déjalo salir.

Ella no podía detenerse. No le importaba quién era, sus brazos eran fuertes, suvoz comprensiva. Enterró la cara en su pecho y lloró de frustración, de pena, demiedo. Y se dejó consolar y mimar durante ese instante liberador.

By ron apoyó la mejilla sobre su cabello y la abrazó despacio, con muchasuavidad, porque ella parecía muy pequeña y muy frágil. Un abrazo fuertepodría quebrar esos huesos tan finos. Las lágrimas humedecieron su camisa y leenfriaron la piel.

—Lo lamento. Maldita sea. —Kate deseaba apartarse de él, pero Byroncontinuaba abrazándola. Humillada, cerró sus dolientes ojos con fuerza—. Jamáslo hubiera hecho si me hubieses dejado sola.

—Es mejor así. No es saludable quedarse con todo dentro. —Le besó lacabeza y la apartó un poco para estudiar su cara.

No habría podido explicar por qué le resultaba tan encantadora… mojada,hinchada y con el maquillaje corrido. Pero sentía la urgente necesidad deacunarla contra su pecho y besar esa boca suave y triste. Y volver a acariciarla,aunque no tanto para consolarla como…

« Una jugada sucia» , pensó, y se contuvo. Pero no pudo menos quepreguntarse si un hombre en sus cabales, frente a una zozobra tan sexy comoaquella, podía pensar como un sacerdote.

—Tu aspecto no ha mejorado. —Cogió el pañuelo que ella había convertidoen una bola en el puño y le secó la cara—. Pero deberías sentirte mejor, almenos algo mejor para contarme por qué estás tan mal.

—No tiene nada que ver contigo.—¿Y qué?Sintió que otro sollozo se formaba en su pecho y escupió las palabras para no

ponerse a llorar.—Me han despedido.Byron continuó limpiándole y secándole la cara, sin perder la calma.—¿Por qué?—Creen… —Se le quebró la voz—. Creen que yo…—Respira hondo —le aconsejó— y dilo todo de golpe.—Creen que yo he robado dinero de la cuenta de depósito de un cliente. Un

desfalco. Setenta y cinco mil dólares.Sin dejar de mirarla, By ron guardó el pañuelo, ya inservible, en su bolsillo.—¿Por qué?—Porque… porque el formulario 1040 está duplicado falta dinero. Y son mis

clientes.Y mi padre… mi padre. Pero no podía decir eso, no en voz alta.Como pudo, balbuceó lo esencial de su reunión con los socios. Gran parte de

lo que decía era incoherente, los detalles se contradecían y superponían, pero élseguía asintiendo y escuchando.

—Yo no he robado ningún dinero. —Dejó escapar suspiro largo, desesperado—. No espero que me creas, pero…

—Por supuesto que te creo.Era su turno de preguntar.—¿Por qué?Byron se recostó contra la piedra, sacó un cigarrillo protegió la llama del

encendedor con la mano.—Mi trabajo me ha enseñado a conocer a la gente en un abrir y cerrar de

ojos. Tú has estado relacionada con el negocio hotelero la mayor parte de tuvida. Ya sabes cómo es. Muchas veces debes juzgar rápidamente a un huésped oa un miembro del personal. Y es mejor que aciertes. —Hizo un aro de humo y sequedó mirándola—. Lo que vi en ti, Katherine, en los primeros cinco minutos, fueque… bueno, entre otras cosas… que eres el tipo de mujer que preferiría morir arendir su honor o su integridad.

Kate aún respiraba con dificultad, pero el pánico había cedido.—Valoro mi integridad. Bueno, eso creo.—Tengo que añadir que has trabajado para un montón de imbéciles cortos de

vista.—Son asesores financieros —resopló ella.

—Esa es mi chica. —Byron sonrió y deslizó un dedo por su mejilla al ver sumirada fija y penetrante—. Hay un brillo en esos grandes ojos castaños. Muchomejor. Entonces ¿piensas dejar que te pasen por encima?

Kate se irguió y enderezó los hombros.—Ahora no puedo pensar en qué debo hacer ni cómo. Lo único que sé es que

no volvería a trabajar en Bittle aunque vinieran a pedírmelo andando de rodillassobre cristales rotos.

—No me refería a eso. Me refería a que alguien está cometiendo desfalcos yhaciendo que todos los dedos te señalen a ti. ¿Qué piensas hacer al respecto?

—Me importa un bledo.—¿Te importa un bledo? —Byron negó con la cabeza—. Me resulta difícil de

creer. La Katherine Powell que conocí era una luchadora.—He dicho que me importa un bledo. —Y volvió a quebrársele la voz. Si

peleaba, si se acercaba demasiado, si exigía demasiado, ellos podrían descubrirlo que había hecho su padre. Y eso sería mucho peor—. No puedo hacer nada alrespecto.

—Cerebro no te falta —acotó él.—En este momento me falta todo. —Se llevó la mano a la cabeza. En su

interior, todo era emoción desatada y dolor—. Ellos no pueden hacerme nadamás porque y o no tengo ese maldito dinero, y jamás podrán probar que lo tengo.En lo que a mí respecta, encontrar al estafador es problema de Bittle. Solo quieroque me dejen en paz.

Sorprendido por tanta pasividad, By ron se puso de pie.—Yo querría sus cabelleras.—Lo único que quiero en este momento es sobrevivir las próximas horas.

Tengo que decírselo a mi familia. —Cerró los ojos—. Esta mañana creía yesperaba que me ofrecieran ser socia de la firma. Todo lo indicaba así —dijo conamargura—. Me moría de ganas de decírselo.

—¿Por pura vanidad? —Pero lo dijo con dulzura, casi sin veneno.—Supongo que sí. « Mirad lo que he logrado. Sentíos orgullosos de mí

porque…» . Pues bien, eso se acabó. Ahora tendré que decirles que lo he perdidotodo, que mis perspectiva de ascenso o de obtener nuevos clientes son nulas parael futuro próximo.

—Ellos son tu familia. —Dio un paso hacia ella y le apoy ó las manos sobrelos hombros—. Los miembros de una familia se defienden unos a otros, seapoyan y se acompaña.

—Ya lo sé. —Por un instante, quiso cogerle la mano. Tenía manos grandes yreceptivas. Quería cogérsela y llevársela a la mejilla. Pero retrocedió y diomedia vuelta—. Eso lo hace más difícil. Ni siquiera puedo decirte lo difícil que lohace. Ahora vuelvo a sentir pena de mí.

—Esas cosas van y vienen, Kate. —Consciente de que estaban buscando y al

mismo tiempo evadiendo el contacto físico, By ron le deslizó un brazo por elhombro—. ¿Quieres que te acompañe?

—No. —Estaba asombrada, porque por un instante había deseado decir quesí. Descansar la cabeza sobre aquel hombro ancho, cerrar los ojos y dejarsellevar—. No, tengo que hacerlo sola. —Volvió a apartarse de él, pero lo miró alos ojos—. Ha sido muy amable por tu parte; en serio, muy amable.

Byron sonrió y sus hoyuelos se volvieron más profundos.—Tus palabras no habrían sido tan insultantes si no te hubieras mostrado tan

sorprendida.—No quise ser ofensiva. —Se las ingenió para esbozar una sonrisa—.

Pretendía ser agradecida. Estoy muy agradecida… padre De Witt.Para probar el terreno, By ron acarició su corta melena.—Dadas las circunstancias, prefiero que no pienses en mí como en un

sacerdote. —Deslizó la mano hasta la nuca de ella—. Es por esa cosa del sexo,otra vez.

Kate también los sentía… inoportunos, sutiles espasmos hormonales.—Hum. —Parecía una respuesta tan buena como cualquier otra. Y muy

contundente, por cierto—. Será mejor que haga lo que tengo que hacer. —Retrocedió, sin dejar de mirarlo—. Te veré uno de estos días.

—Por supuesto. —Avanzó un paso y ella volvió a retroceder.—¿Qué haces?Divertido con la actitud de ambos, By ron enarcó las cejas.—Voy a buscar mi coche. He aparcado detrás del tuyo.—Ah, bueno. —Con tanta soltura como permitía la situación, Kate dio media

vuelta y fue hacia el automóvil. By ron la siguió—. Ah, ¿ya has visto aquella casa,la de Seventeen Mile?

—A decir verdad, he quedado para verla esta noche.—¡Qué bien! Me parece muy bien. —Hizo sonar las llaves en su bolsillo antes

de sacarlas—. Bueno, espero que te guste.—Ya te contaré. —Cubrió la mano de Kate con la suya, sobre el capó.

Cuando ella lo miró con suspicacia, él sonrió—. Mi padre me enseñó a abrir lapuerta a las mujeres. Considéralo un detalle sureño.

Kate se encogió de hombros y se escabulló en el interior del coche.—Bueno… adiós.—Seguiré en contacto.Ella hubiera querido preguntarle qué diablos quería decir eso, pero él ya se

alejaba en dirección a su propio coche. Además, ella sabía muy bien de quédiablos se trataba.

5

—Es una infamia. Es insultante.En un extraordinario despliegue de carácter, Laura iba de un extremo a otro

del invernadero. Treinta minutos antes, Kate había interrumpido la quietud de sustareas domésticas y Laura había pasado de resolver los misterios de lapuntuación y las tablas de multiplicar con sus hijas a recibir el impacto de lo quele había ocurrido a Kate.

Observando la reacción de su amiga, Kate se alegró de haber tenido lasuficiente presencia de ánimo para pedirle que hablaran en privado. El fugazresplandor en los ojos grises, el rubor furibundo que coloreó sus mejillasmarfileñas y los gestos desaforados quizá habrían asustado a las niñas.

—No quiero que te enfades —empezó a decir Kate.—¿Que no quieres que me enfade? —Laura daba vueltas a su alrededor; su

abundante melena color bronce, que le llegaba al mentón, se agitaba con cadamovimiento; su boca, normalmente bella y suave, ostentaba una mueca dedesprecio—. Y según tu criterio, ¿qué tendría que hacer cuando disparan a mihermana un balazo entre los ojos?

« Pues sí —pensó Kate—, esto sí que habría asustado a las niñas» . Si nohubiera estado tan triste, se habría reído. Laura la Serena se habíametamorfoseado en Laura la Iracunda. A pesar de su metro sesenta, parecíacapaz de pelear diez asaltos seguidos con el campeón mundial.

—¡No quieres que me enfade! —repitió Laura. Su cuerpo frágil y pequeño,similar al de un hada, parecía más alto cuando recorría a grandes zancadas laexuberante estancia de paredes acristaladas—. Para que lo sepas, no estoyenfadada. Estoy mucho más que enfadada y a años luz de sentirme ofuscada,¿cómo se atreven? ¿Cómo se atreven esos imbéciles con cabeza diminuta apensar por un minuto, por un mísero instante siquiera, que tú eres capaz de robardinero?

Golpeó las ondulantes frondas de una palmera plantada en una maceta.—Cuando pienso en todas las veces que los Bittle fueron invitados a esta casa,

me hierve la sangre. Te han tratado como a una delincuente común. Te hanescoltado hasta la puerta del edificio. Me sorprende que no te hay an puesto lasesposas y llamado a una brigada especial. —El sol que se filtraba por las paredes

acristaladas danzaba ferozmente en sus ojos—. Miserables, son unos imbécilesmiserables.

Se abalanzó, con su metro sesenta de furia desatada, sobre el pequeñoteléfono blanco que estaba junto al sillón con coj ines.

—Llamaremos a Josh. Vamos a demandarlos.—Espera un momento. No, un momento, Laura. —A medio camino entre el

llanto y la risa, Kate apoyó la mano sobre la de su amiga. No recordaba por quédemonios había dudado en ir allí, a Templeton House. Allí era, precisamente,donde necesitaba estar—. No sé cómo expresar cuánto aprecio tu diatriba,pero…

—Mi diatriba, como tú dices, ni siquiera ha comenzado.—No tengo motivos para demandarlos. La evidencia…—Me importa una mierda la evidencia. —Entrecerró le ojos al ver que Kate

estallaba de risa—. ¿De qué diablos estás riendo?—Jamás me acostumbraré a oírte decir « mierda» . No es natural en ti. —

Pero tragó saliva porque la risa se acercaba peligrosamente a la histeria—. Yverte hecha una furia de una punta a otra de esta habitación tan elegante, entrelos hibiscos y los helechos, es un espectáculo impagable. —Contuvo el aliento—.No he venido aquí para hacerte perder los estribos, aunque está obrandomaravillas sobre mi lastimado ego.

—No es una cuestión de ego. —Laura tuvo que hacer un gran esfuerzo paracontrolarse. Casi nunca perdía los estribos, porque tenía un carácter fuerte,incluso peligroso—. Estamos hablando de difamación, de una pérdida deingresos. No dejaremos que se salgan con la suy a, Kate. Tenemos un abogado enla familia, y vamos a usar sus servicios.

No tenía sentido recordarle que Josh no era amante de los litigios. Y, porcierto, no podía decir a Laura que la sola idea de continuar con aquel asunto, enespecial a través del sistema legal, le provocaba náuseas. En cambio, se esforzópor aligerar las cosas.

—Quizá podamos pedirle que los demande por lucro cesante, solo paramolestarlos un rato. Siempre me ha gustado esa figura.

—¿Cómo puedes bromear?—Porque tú me has hecho sentir muchísimo mejor. —De pronto sintió ganas

de llorar y abrazó a Laura con fuerza—. Mi corazón sabía que estarías de milado, pero mi cabeza, mis entrañas… Estaba tan hecha polvo. Diablos. —Aflojóel abrazo y se llevó una mano al estómago—. Volveré a empezar.

—Ay, Kate, querida, lo lamento mucho. —Con extrema dulzura, Laura lepasó una mano por la cintura—. Vamos a sentarnos. Nos beberemos un té o unacopa de vino y comeremos una tableta de chocolate y ya veremos cómoresolver esta situación.

Kate se tragó las lágrimas y asintió.

—Prefiero el té. Últimamente el alcohol y y o no nos llevamos bien. —Sonriódébilmente—. El chocolate nunca falla.

—Muy bien. Tú quédate allí sentada. —En otro momento habría ido ellamisma a la cocina, pero no quería dejar sola a Kate, así que cruzó el relucientepiso de mármol hasta el intercomunicador junto a la puerta: un sistema que Peterhabía insistido en instalar para llamar a los sirvientes. Murmuró un par deinstrucciones y volvió a sentarse junto a Kate.

—Me siento tan inútil —dijo Kate—. Tan desamparada. No creo habercomprendido en su momento cómo se sintió Margo el año pasado cuando laecharon del piso.

—Tú estuviste junto a ella. Como Margo y yo, y el resto de la familia,estaremos junto a ti ahora. Todos los que te conocen saben que no puedes haberhecho algo así.

—Bastará con que uno no lo crea —murmuró Kate, pensando en By ron—.No obstante, muchos lo creerán. La cosa se sabrá muy pronto, te lo aseguro.Pero yo estoy acostumbrada a defenderme —prosiguió—. Las muchachasdelgadas con más cerebro que encantos tienden a ser invisibles durante la escuelasecundaria… o dan batalla.

—Y tú siempre has dado batalla.—No estoy en forma. —Cerró los ojos y se respaldó. La estancia olía como

un jardín. Pacífica, tranquila. Necesitaba volver a encontrar la calma—. No séqué voy a hacer, Laura. Es probable que esta sea la primera vez en mi vida queno tengo un plan. —Volvió a abrir los ojos y vio preocupación en los de Laura—.Sé que sonará tonto, pero todo lo que soy y lo que he querido ser estabarelacionado con mi carrera. Yo era buena en lo mío. Más que buena. Necesitabaserlo. Elegí Bittle porque era una firma con muchos años, con prestigio, porqueofrecía numerosas oportunidades de progreso, porque estaba cerca de casa. Megustaba la gente que trabajaba allí… y eso que casi nadie me gusta. Me sentíacómoda y valorada.

—También te sentirías cómoda y valorada en la empresa Templeton —dijoLaura en voz muy baja, cogiéndole la mano—. Sabes que podrías tener un puestoallí mañana mismo si quisieras. Mamá y papá siempre te han querido en laempresa.

Y sabían que sobre ella pesaba una mancha que databa del una generaciónatrás. No, jamás se lo preguntaría.

—Ya han hecho demasiado por mí.—Eso es ridículo, Kate.—Para mí, no. No puedo recurrir a ellos como si fuera un bebé de pecho. Me

odiaría a mí misma si lo hiciese. —Era lo único que se sentía capaz deargumentar. Quizá fuera una cuestión de orgullo, pero era lo único que lequedaba—. Ya resultará bastante difícil llamarlos y contarles lo que ha ocurrido.

—Tú sabes mejor que nadie cómo reaccionarán. Pero, si te apetece, yopuedo llamarlos.

¿Lo recordarían?, se preguntó Kate. Solo por un instante, ¿lo recordarían? Y laduda. También tendría que afrontarla. Sola.

—No, los llamaré por la mañana. —Pasó la mano por su falda estrecha azulmarino e intentó ser pragmática—. Tengo poco tiempo para sopesar misopciones. El dinero no es un problema inmediato. He ahorrado un poco y ademástengo los ingresos, por magros que sean, de la tienda. —De pronto cay ó en lacuenta—. Ay, Dios. Ay, Dios mío… ¿Crees que esto afectará a nuestro negocio?

—Por supuesto que no. No te preocupes.—¿Que no me preocupe? —Saltó Kate.Otra vez sentía el estómago revuelto.« La tercera socia de Pretensiones es sospechosa de desfalco» . « Asesora

financiera esquilma las cuentas de sus clientes» . « Mujer de veintiocho años,otrora niña bajo la custodia de los Templeton, está siendo investigada» .

Kate cerró los ojos con fuerza, aterrada por lo que esa maldita investigaciónpodría revelar. Lo que se lleva en la sangre. « Piensa en el ahora —se dijo—. Unpaso por vez» .

—Diablos, Laura, no se me había ocurrido hasta este momento. Podríaarruinarlo todo. Muchos de mis clientes compran allí.

—Basta y a. Eres inocente. No me sorprendería si muchos de tus clientesconsideraran que todo este asunto es una reverenda estupidez.

—La gente se comporta de forma extraña cuando se trata de dinero, Laura, ycon respecto a la gente que contratan para que los asesore.

—Es probable que tengas razón, pero tú comenzarás a asesorarme. Ni se teocurra discutir —manifestó Laura antes de que Kate pudiese abrir la boca—. Notengo mucho que hacer desde que Peter me esquilmó en el divorcio, pero esperoque tú lo arregles. Y ya es hora de que empieces a visitar la tienda. Margo y y onos las ingeniamos para llevar los libros, pero…

—Todo es según el cristal con que se mire —concluy ó Kate.Complacida, Laura enarcó una ceja.—Pues bien, entonces… será mejor que te ocupes de proteger tus

inversiones. Antes estabas demasiado ocupada, pero ahora te sobra el tiempo.—Eso parece.—Y si también pasas un tiempo detrás del mostrador, aliviarás en algo la

presión que sentimos Margo y yo.Kate se quedó boquiabierta.—¿Acaso esperas que me transforme en dependienta? ¿Que trabaje allí con

regularidad? Maldita sea, Laura, y o no soy vendedora.—Margo tampoco lo era —le espetó Laura en un tono tranquilo—. Ni y o. Las

circunstancias cambian. O te doblas o te rompes, Kate.

Hubiera querido recordar a Laura que se había licenciado en Harvard. Quese había graduado con honores un año antes de lo previsto. Que había estado apunto de ser socia de una de las firmas más respetadas en la zona, y que habíamanejado millones de dólares cada año a través de esas cuentas.

Volvió a cerrar la boca porque nada de todo aquello importaba ahora.—No sé distinguir un Armani de… nada.—Ya aprenderás.Sabía que era una actitud autocomplaciente, pero igualmente hizo un mohín.—Ni siquiera me gustan las joyas.—A las clientas, sí.—No comprendo por qué diablos la gente atiborra sus casas de objetos que

solo sirven para acumular polvo.Laura sonrió. Si lo que Kate quería era discutir, allí estaba ella.—Es muy fácil. Para que nosotras podamos seguir con la tienda.—Buena respuesta —admitió Kate—. No me ha ido nada mal los pocos

sábados que he podido echaros una mano. Solo hay que tratar con gente, día trasdía.

—Ya te acostumbrarás. Realmente te necesitamos para llevar los libroscontables. No te lo pedimos antes porque no queríamos presionarte. En realidad,Margo quería… pero y o logré disuadirla.

Una de las numerosas heridas que pensaba lamer en soledad se había curado.—¿En serio?—No lo tomes a mal, Kate, pero hace casi diez meses que hemos abierto. No

habían pasado los primeros diez días cuando Margo y yo decidimos quedetestamos la contabilidad. Odiamos los formularios. Odiamos los porcentajes.Odiamos calcular los impuestos sobre las ventas que debemos enviar todos losmeses.

Laura exhaló un suspiro y bajó la voz.—No te lo habría dicho, ella me rogó que no te lo dijese, pero…—Pero ¿qué?—Pues, Margo… No creemos estar en condiciones de poder pagar los

servicios de un contable permanente, al menos no por ahora. De modo queMargo ha pensado tomar clases.

—Clases. —Kate parpadeó—. ¿Clases de contabilidad? ¿Margo? Dios noslibre.

—Y de gerencia comercial. Y de informática. —Laura le guiñó el ojo—.Pero ahora, con la llegada del bebé, serían demasiadas cosas. Yo sé bastante deordenadores —añadió, con la esperanza de fortalecer su argumento—. Tengo quehacerlo, puesto que organizo convenciones de trabajo y eventos especiales en elhotel. Pero el comercio minorista es algo completamente distinto. —Conociendola importancia de las oportunas pausas, esperó un segundo y dejó que cay era la

ficha—. No veo cómo podría tomar algunas clases. Ya tengo demasiado con mitrabajo en Templeton, la tienda y las niñas.

—Por supuesto que no puedes. Debíais haberme llamado cuando teníais esasdificultades. Yo hubiera cogido al toro por los cuernos.

—Te habías quemado las pestañas trabajando durante seis meses. No nosparecía justo.

—¿Justo? Diablos, estamos hablando de negocios. Lo primero que harémañana por la mañana será darme una vuelta por aquí y echar un vistazo a esoslibros.

Laura se esforzó por esbozar una sonrisa complacida, para nada presuntuosa,cuando Ann Sullivan entró empujando el carrito del té.

—Las niñas han terminado los deberes —empezó Ann—. He traído más tazasy platos para que merienden con vosotras. Pensé que quizá os gustaría disfrutarde una buena taza de té con rosquillas.

—Gracias, Annie.—Señorita Kate, es bueno ver… —Su sonrisa de bienvenida se apagó al ver

los ojos hinchados y enrojecidos de Kate—. ¿Qué te ocurre, querida?—Oh, Annie. —Kate cogió la mano que Ann había posado sobre su mejilla, y

se acarició con ella—. Mi vida es un desastre.—Iré a buscar a las niñas —dijo Laura, levantándose—. Y una taza más —

añadió, señalando a Ann—. Nos daremos un banquete de té con rosquillas yjuntas desenredaremos este ovillo.

Como Kate siempre había sido la más rara de todas, y también la másinquieta, tenía un lugar privilegiado en el corazón de Ann. Después de haberllenado las dos tazas y escogido dos porciones de tarta bañada en chocolate, Annse sentó junto a Kate y le pasó un brazo por encima del hombro.

—Ahora bébete el té y cómete algunos dulces mientras le cuentas todo a lavieja Ann.

Con un suspiro, Kate se acurrucó. Dorothy, de Kansas, tenía razón. No habíamejor lugar que la casa de una.

—No me gusta que pase todo el tiempo hablando del software —murmuró Margoal oído a Laura, detrás del mostrador de Pretensiones—. No quiero ni enterarmede cómo funcionan esas cosas.

—Nosotras no tenemos por qué saber nada —respondió Laura en unmurmullo—. Para eso está ella. Piensa en todas esas noches de domingo quehemos sufrido con los libros de contabilidad.

—Tienes razón. —Pero Margo hizo un mohín—. Sinceramente, creía haberhecho algunos progresos. Pero, a juzgar por lo que ella dice, parece que y ohubiera sufrido una muerte cerebral.

—¿Quieres ir a ayudarla al cuarto del fondo?—No. —Eso era definitivo. Margo observó a una clienta que curioseaba,

calculó nueve segundos más antes del próximo y sutil intento de venta—. Pero nome gusta cómo se ha tomado lo que le ha ocurrido. No tiene ningún sentido quenuestra Kate rehuy a el combate.

—Está herida, conmocionada. —Laura también estaba preocupada por laactitud resignada de Kate—. Solo se está tomando un tiempo para recuperarse.

—Ojalá sea así. No sé cuánto tiempo más seré capaz de impedir que Josh seabalance sobre Bittle. —Un resplandor marcial iluminó sus ojos azulmediterráneo—. Para el caso, yo tampoco podré contenerme mucho más.Imbéciles, miserables.

Siguió murmurando mientras se acercaba a la clienta, pero su rostro sufrióuna metamorfosis. Belleza sofisticada, etérea.

—Es una lámpara preciosa, ¿verdad? Perteneció a Christie Blinkey. —Margodeslizó un dedo sobre la pantalla de madreperla—. Le diré un secreto: fue unregalo de Billy, y ella y a no deseaba conservarlo.

¿Verdad o ficción?, se preguntó Laura, ahogando la risa. Había pertenecido aChristie Blinkey, pero el comentario al margen probablemente era mentira.

—Laura. —Con el aspecto sufriente que había adoptado después de laprimera hora que había pasado revisando los libros, Kate salió de la oficina delfondo—. ¿Os habéis dado cuenta de la cantidad de dinero que desperdiciáishaciendo pedidos pequeños? Cuanto más pidamos cada vez, menos nos costarácada envío. Tal como lo venís haciendo hasta ahora…

—Ah, sí, tienes razón. —Quizá para defenderse o por necesidad, Laura mirósu reloj—. Vay a, tengo clase de piano. Debo irme.

—Y estáis comprando la cinta de regalo en una tienda minorista en lugar derecurrir al mayorista —añadió Kate, persiguiendo a Laura hasta la puerta.

—Habría que matarme. Adiós. —Y escapó corriendo.Kate giró sobre sus talones, dispuesta a sermonear a Margo. Pero su socia

estaba ocupada, desplegando todos sus encantos con una clienta por una estúpidalamparilla que ni siquiera podía iluminar un armario, y mucho menos unahabitación.

Los sermones ay udaban. Hacerse cargo y mandar le sentaba bien. Aunquesolo se tratara de cajas y cintas de regalo.

—Señorita. Oh, señorita. —Una mujer salió del probador con un par deescarpines bordados con lentejuelas blancas—. ¿Los tiene también del númerotreinta y ocho, horma estrecha?

Kate miró el calzado, miró a la mujer, y se preguntó por qué diablos alguienquerría un par de zapatos cubierto de lentejuelas iridiscentes.

—Todo lo que tenemos está a la vista.—Pero estos son demasiado pequeños. —Solo sabía quejarse y agitar los

zapatos bajo las narices de Kate—. Combinan a la perfección con el vestido quehe escogido. Debo tenerlos.

—Mire —empezó Kate, pero tuvo que apretar los dientes ya que Margo lainterceptó con una feroz mirada de advertencia.

Recordó la rutina que Margo le había metido en la cabeza. Detestabarecordarla, pero lo hizo: « Pretensiones ofrece artículos exclusivos, uno de cadamodelo. Pero estoy segura de que podremos encontrar algo especial parausted» . Empezaba a echar de menos su ordenador, pero acompañó a la clienta alsector de ropa.

Tuvo que reprimir un grito. Había zapatos tirados por todas partes, en vez deestar dispuestos ordenadamente en los estantes. Media docena de vestidos defiesta estaban apilados de cualquier manera sobre una silla. Otros se habían caídosobre el pequeño y pulcro Aubusson.

—Se lo ha probado todo, ¿verdad? —comentó Kate con una fría sonrisa.La mujer lanzó una risilla cantarina que fue como un sablazo en la cabeza

para Kate.—Oh, es que siempre me enamoro de todo… pero soy muy decidida cuando

por fin me decido.Palabras dignas de pasar a la historia.—Muy bien, ¿y por cuál de los vestidos se ha decidido?Pasaron veinte minutos, veinte minutos de tartamudeos y balbuceos, de

interminables ohs… y ahs… hasta que la clienta se decidió por un par dezapatillas blancas con moños de satén.

Kate luchó para acomodar los metros y metros de tul blanco de la falda delvestido sin el cual aquella mujer no podía vivir. El tul, pensó Kate cuando por finpudo meterlo en una bolsa, que indudablemente haría que la pobre mujerpareciera una tarta de bodas gigantesca.

Una vez finalizada la tarea, Kate le entregó el vestido, los zapatos y el tíquetde la venta… y hasta esbozó una sonrisa.

—Muchísimas gracias por comprar en Pretensiones.—Ah, adoro venir aquí. Permítame ver esos pendientes.—¿Pendientes? —Kate se sintió desfallecer.—Sí, esos. Creo que quedarán maravillosos con el vestido, ¿no le parece?

¿Podría sacarlo de la bolsa para volver a verlo?—Usted quiere que saque el vestido de la bolsa. —Con una sonrisa feroz, Kate

se apoyó sobre el mostrador—. ¿Por qué no…?—Ah, los cristales austriacos son la gracia de estos pendientes, ¿verdad? —

Veloz como una saeta, Margo pasó detrás del mostrador y con toda eleganciaempujó a Kate hacia un lado—. Tengo un brazalete que parece haber sido hechopara ellos. Kate, por favor, ¿podrías desenvolver el vestido mientras y o abro elescaparate?

—Desenvolveré el maldito vestido —murmuró Kate, dándoles la espalda—.Pero no lo envolveré de nuevo. Y nadie podrá obligarme. —Con ganas de pelea,frunció el ceño al oír la campanilla de la puerta.

Y lo frunció todavía más al toparse con la sonrisa de Byron.—Buenos días, señoritas. Curiosearé un poco hasta que tengáis un momento

libre.—Tú estás libre —dijo Margo a Kate, intencionadamente—. Yo terminaré

con esto.Cuando se trata de soportar lo insoportable, lo mismo da una cosa que otra,

pensó Kate. Y abandonó con desgana su puesto detrás del mostrador.—¿Buscas algo en especial?—Para el día de la Madre. Hace un par de meses compré aquí el regalo de

cumpleaños de mi madre, y me convertí en héroe. He pensado que podríaencontrar otro caballo ganador. —Se acercó un poco más y le rozó el mentón conlos nudillos—. ¿Cómo estás?

—Bien. —Avergonzada por el recuerdo de haber llorado en sus brazos, sepuso rígida y dio media vuelta—. ¿Tienes algo específico en mente?

Por toda respuesta, él le puso la mano sobre el hombro y la obligó a darse lavuelta.

—Creía que nos habíamos despedido en términos semiamistosos, por lomenos.

—Y así fue. —Intentó recomponerse. No tenía sentido echarle la culpa detodo, aunque resultaba más satisfactorio—. Solo estoy un poco alterada. Heestado a punto de golpear a esa clienta.

By ron enarcó una ceja y miró, por encima de la cabeza de Kate, a la mujerque suspiraba por un brazalete.

—¿Porqué?—Quería ver unos pendientes —dijo Kate entre dientes.—Santo Dios, ¿adónde iremos a parar? Si prometes no golpearme, juro que

jamás querré ver un par de pendientes en esta tienda. Y es probable que noquiera verlos jamás en ninguna otra parte.

Kate supuso que aquello merecía, por lo menos, una sonrisa.—Lo siento. Es una larga historia. Y bien, ¿qué es lo que más le gusta a tu

madre?—Los pendientes. Lo siento. —Chasqueó sonoramente la lengua—. Es difícil

de resistir. Es una médica clínica con nervios de acero, mal genio yperdidamente sentimental en todo lo relacionado con sus hijos. Pienso en flores ycorazones. Cualquier cosa que tenga ese simbolismo elemental.

—Qué bonito. —Esta vez sí sonrió. Le encantaban los hombres que, ademásde amar a sus madres, las comprendían—. No conozco todo el género que hayaquí. Es mi primera semana en la tienda.

Se la veía tan pulcra como un alfiler, pensó Byron, con su impecable trajegris y su corbata a rayas con nudo Windsor. Los zapatos, demasiado recatados,no deberían incitarlo a imaginar sus piernas. Sorprendido de estar haciendoprecisamente eso, By ron carraspeó para aclararse la garganta.

—¿Y cómo van las cosas?Kate miró de reojo a Margo.—Creo que mis socias piensan despedirme. Más allá de eso, van bastante

bien. Gracias. —Pero como él no dejaba de mirarla, cambió de actitud—. Tú hasvenido a comprar un regalo, ¿verdad?, no a ver cómo estaba yo o algo parecido.

—Puedo hacer ambas cosas a la vez.—Preferiría que tú… —La puerta volvió a abrirse, anunciando la entrada de

tres mujeres risueñas y charlatanas. Kate aferró el brazo de By ron con puño deacero—. Mira, y o estoy contigo. Necesitas toda mi atención. Te descontaré undiez por ciento de la compra si me mantienes ocupada hasta que se hayan ido.

—A ti sí que te gusta la gente, ¿o me equivoco, Katherine?—Soy una mujer desesperada. No te burles de mí. —Sin soltarle el brazo, lo

guio hasta un rincón de la tienda.—Hoy llevas otro perfume —comentó él, permitiéndose aspirar de cerca el

aroma de su cabello—. Sutil, pero apasionado.—Me lo ha puesto Margo, tomándome por sorpresa —dijo con mirada

ausente. Esta era su nueva vida. La anterior había terminado, y tendría quearreglárselas lo mejor posible con lo que le había quedado—. Le gusta quepromocionemos el género. Si no me hubiese escapado a tiempo, me habríapuesto joyas por todas partes. —Conservando una distancia prudente, miró a susocia y le hizo una mueca—. Mira, me ha obligado a ponerme este prendedor.

By ron echó un vistazo a la sencilla media luna de oro que adornaba su solapa.—Es muy bonito. —Sus ojos se detuvieron un instante en la suave turgencia

de sus pechos—. Simple, clásico y discreto.—Sí, claro. ¿Para qué sirven los prendedores, excepto para hacer agujeros en

la ropa? Muy bien, volvamos a los negocios. Si estás de acuerdo, tenemos unacaja de música que podría convertirte en héroe por segunda vez.

—Una caja de música. —Volvió a concentrarse en el negocio que teníanentre manos—. Podría ser.

—La recuerdo porque Margo acaba de comprarla en una subasta en SanFrancisco. Ella te dirá la fecha y el diseño. Yo solo puedo decirte que es preciosa.

Se la mostró: una caja de caoba reluciente lo bastante grande para guardarjoyas o cartas de amor. Sobre la tapa comba había una pintura de una jovenpareja con atuendo medieval, un unicornio y un círculo de flores. El interior erade terciopelo azul oscuro y dejaba escapar los dulces acordes de Für Elise.

—Tenemos un problema —murmuró Byron.—¿Por qué? —Kate enderezó la espalda—. Es hermosa, es útil, es romántica.

—Pero… —se frotó la barbilla— ¿cómo haré para mantenerte ocupada si yame has mostrado el regalo perfecto?

—Ah. —Kate volvió a mirar por encima de su hombro. Las tres nuevasclientas estaban en el sector de ropa y emitían sonidos de hembras en plenacacería. Tratando de no sentirse culpable miró a Margo, quien embolsaba porsegunda vez el tul con mano experta—. ¿Quieres ver alguna otra cosa? Nunca esdemasiado pronto para comprar un regalo de Navidad.

Byron ladeó la cabeza.—Tienes que aprender a conocer a tus clientes, Kate. Aquí tienes a un

hombre que viene a comprar un regalo para el día de la Madre tres días antes dela fecha. Un regalo que tendrá que enviar a Atlanta de la noche a la mañana: Esetipo de cliente jamás compra un regalo de Navidad hasta después del veintiunode diciembre.

—Eso es poco práctico.—Me gusta ser práctico en mi trabajo. La vida es otra cosa.Cuando él le sonrió, las arrugas de su cara se hicieron más profundas. Le

gustaban esas arrugas, y se descubrió preguntándose cómo sería pasar un dedopor esos encantadores hoyuelos. Sorprendida de su audacia, lanzó un suspiro.Despacio, muchacha.

—Quizá prefieras ver alguna otra cosa… Digo, para comparar.—No, me llevaré esta. —Le sorprendía comprobar que la hacía sentir

incómoda, y que esa incomodidad era de índole sexual. Con toda deliberaciónapoy ó sus manos sobre las de Kate—. ¿Y si tardo en decidirme por el papel deregalo?

Sí, definitivamente Byron trataba de seducirla. Más tarde pensaría si aquellole gustaba o no.

—De acuerdo, eso funcionará. —Sonrió complacida a Margo cuando secruzaron y apoyó con cuidado la caja de música sobre el mostrador.

Margo cerró la puerta tras su complacida clienta y sus labios dibujaron unasonrisa seductora al ver a By ron.

—Hola, By ron. Qué alegría verte por aquí.—Margo. —Él le cogió la mano y se la llevó a los labios. El gesto fue tan

automático como la sonrisa de ella—. Estás estupenda, como siempre.Ella lanzó una carcajada.—No solemos ver muchos hombres por aquí, y aún menos hombres guapos y

galantes. ¿Has encontrado algo que te guste?—Kate me ha salvado la vida con el regalo para el día de la Madre.—¿De veras? —Kate envolvía con cuidado el regalo elegido por By ron.

Margo se apoyó sobre el mostrador, la cogió de la corbata a rayas rojas y azulesy tiró con fuerza—. Recuérdame luego que te mate. Perdóname, By ron. Tengoclientes.

Kate clavó sus ojos furibundos en la espalda de Margo, que se alejaba.—¿Ves? Te lo dije. Me quiere muerta.—Una de las definiciones de familia es: en constante estado de ajuste.Kate enarcó una ceja.—¿La has sacado del diccionario Webster?—Del diccionario De Witt. Me gusta el papel con las violetas pequeñas.

Margo es una mujer notable.—Jamás he conocido a un hombre que no pensara lo mismo. Aunque no, no

es exactamente así —se corrigió, midiendo el papel de regalo—. El exmarido deLaura no la soportaba. Pero claro, no la soportaba porque Margo es hija del amade llaves y él es un esnob recalcitrante. Y yo creo que, además, la deseaba.Todos los hombres la desean. Y eso lo irritaba.

Intrigado por su manera enérgica de trabajar, por el modo casi matemáticocon que había dispuesto la caja y doblado los extremos del papel de regalo,Byron se apoyó sobre el mostrador. Advirtió que sus manos eran absolutamenteencantadoras. Finas, hábiles y sin adornos.

—¿Y qué sentía él por ti?—Ah, también me odiaba. Pero no tenía nada que ver con sus fantasías

sexuales. Yo soy la pariente pobre que tiene el coraje de decir lo que piensa. —Sintió que se le revolvía el estómago, levantó la vista y frunció el ceño—. No sépor qué te he contado todo esto.

—Podría deberse a una necesidad reprimida de hablar con alguien. Pasaslargos períodos sin hablar, pero luego te metes en una conversación y olvidas queno te gusta hablar con la gente. Ya te he dicho que puede ser un pasatiempoagradable.

—No me gusta hablar con la gente —murmuró Kate—. Con la mayoría de lagente. ¿Prefieres cinta púrpura o blanca?

—Púrpura. Me interesas, Kate.Cansada, volvió a levantar la vista.—No creo que sea necesario que lo digas.—Es solo una observación. Pensaba que eras fría, almidonada, descortés,

fastidiosa y centrada. Por lo general no me equivoco tanto con la gente.Kate hizo un nudo con la cinta y rizó los extremos.—Tampoco te has equivocado esta vez. Salvo por lo de almidonada.—No, es probable que seas descortés y fastidiosa, pero estoy reconsiderando

el resto.Eligió un moño grande y suntuoso.—No necesito una valoración de mi carácter.—No te he pedido permiso para hacerla. Es otro de mis pasatiempos. ¿Tienes

una tarjeta de regalo?Kate frunció el ceño por enésima vez, buscó una tarjeta que combinara con

el papel y la estampó sobre el mostrador bajo sus narices.—Podemos enviarlo enseguida.—Contaba con eso. —Le entregó su tarjeta de crédito y buscó un bolígrafo

para escribir la nota—. Ah, a propósito, hice una oferta por la casa que merecomendaste. Al igual que la caja de música, es exactamente lo que buscaba.

—Me alegro por ti. —Después de una corta búsqueda, encontró el formulariode envío y lo deslizó junto al paquete. Reprimió las ganas de preguntarle por lacasa, lo que le había gustado, las condiciones de la venta. Maldita conversación.

—Por favor, escribe el nombre y la dirección donde quieres que lo enviemos;FedEx pasará a recogerlo a primera hora de la mañana. Ella lo recibiráveinticuatro horas antes del día de la Madre y tú te ahorrarás una llamadatelefónica lloriqueante.

By ron levantó la cabeza.—Mi madre no lloriquea.—Me refería a ti. —La sonrisa maliciosa se esfumó de sus labios cuando vio

entrar a dos nuevas clientas.—¿No es maravilloso? —Byron escribió el nombre y la dirección de su

madre—. Terminamos justo a tiempo para que puedas atender a tus nuevasclientas.

—Escucha, De Witt. By ron…—No, no, no te rebajes. Apáñatelas tú sola. —Guardó su tarjeta de crédito, su

recibo y, sin esperar ayuda de nadie, arrancó su copia del formulario de envío—.Nos vemos uno de estos días, muchacha.

Fue hacia la puerta a grandes zancadas. Las palabras « Señorita, ¿podríamostrarme estos pendientes?» sonaron como música en sus oídos.

6

A Byron no le gustaba interferir en las decisiones de los directivos de sudepartamento, pero sabía —y quería que ellos supiesen— que en Templeton losproblemas llegaban rápidamente hasta la jerarquía más alta. Su interés por loshoteles, y toda su problemática interna había comenzado durante un verano deestrecheces en el Doubletree de Atlanta. En los tres meses que había trabajadoallí como botones no solo había aprendido cómo llevar correctamente el equipajede los huéspedes, si no mucho más; también había ganado suficiente dinero paracomprar su primer coche de segunda mano.

Había aprendido que los dramas y las tragedias ocurrían todos los días, nosolo tras las puertas cerradas de las habitaciones y las suites, sino detrás delmostrador de recepción, en los departamentos de ventas y marketing, en lasáreas de mantenimiento e ingeniería. De hecho, en cada uno de los recovecos deesa ajetreada colmena que era todo gran hotel.

Aquello lo había fascinado. Se sintió impulsado a conocer otros aspectos deesa gran maquinaria trabajando como recepcionista y conserje. La curiosidadque sentía por los demás, por saber quiénes eran, qué esperaban de la vida,cuáles eran sus sueños, le había permitido hacer carrera.

No era el médico —no era un secreto para nadie— que sus padres hubieranquerido que fuese. Ni tampoco era ese muchacho viajado y mantenido pormensualidades regulares que podría haber sido por su origen y sus circunstancias.Disfrutaba de la profesión que había elegido, y la constante diversidad de la vidaen un gran hotel no dejaba de intrigarlo.

Su destino era resolver problemas, puesto que sabía considerar tanto lasnecesidades y conflictos del individuo como los problemas que generaba unaempresa como aquella. No le había costado decidirse por la cadena hoteleraTempleton. Había pasado mucho tiempo estudiando hoteles: los extravagantes, losopulentos, los pequeños y pulcros, las cadenas de ritmo febril, los europeostradicionales con su sereno encanto y los fastuosos de Las Vegas.

Templeton le había gustado porque era una empresa familiar, estable sinllegar a ser aburrida, eficiente sin sacrificar el encanto, y, por encima de todo,atractiva.

By ron jamás había tenido que preocuparse por aprender los nombres de las

personas que trabajaban con él o a sus órdenes. Estaba en su naturalezainteresarse por los demás y retener en la memoria los datos. Por eso, cuandosonrió y saludó con un informal « Buenos días, Linda» a la recepcionista querecibía a un huésped, no se dio cuenta de que el corazón de la mujer comenzó alatir más rápido ni de que sus dedos titubearon sobre el teclado al verlo dirigirsehacia las oficinas.

Ese era otro sector de la colmena. Teléfonos que sonaban sin parar, faxesinterminables, el zumbido de las impresoras, el golpeteo de teclados. By ron pasójunto a montones de cajas apiladas y escritorios atiborrados de cosas.Intercambió algunos saludos al pasar, e hizo que varios hombros se enderezarany que más de una empleada deseara haber retocado su color labial.

Encontró la puerta abierta y a Laura Templeton sentada frente a su escritorio,con el teléfono pegado a la oreja. Ella sonrió al verlo entrar y le señaló una silla.

—Estoy segura de que podremos componer ese entuerto. El señor Hubble,del servicio de comidas… Sí, sí, comprendo que es muy importante. El señorHubble… —Se interrumpió y puso los ojos en blanco—. ¿Cuántas sillas extranecesitará, señorita Bingham? —Escuchó pacientemente con una sonrisa hastiada—. No, por supuesto que no. Y estoy segura de que os sobrará espacio si utilizáisla terraza. No, no creo que vaya a llover. Será una noche maravillosa y el cóctelresultará de lo más elegante. El señor Hubble… —Apretó los dientes—. ¿Qué leparece si hablo con el señor Hubble en su nombre y después le cuento? Sí, almediodía. Lo haré. Por supuesto. De nada, señorita Bingham. —Colgó elauricular—. La señorita Bingham está loca.

—¿Hablamos de la convención de los ortodoncistas o de la de los decoradoresde interiores?

—La de los decoradores. En el último momento ha decidido que debe haceruna pequeña fiesta esta misma noche, e invitar a sesenta de sus socios y amigosmás íntimos. Por razones que no puedo explicar, no confía en que Bob Hubblepueda llevarla adelante.

—Templeton —dijo By ron, y le sonrió—. El problema es que te apellidasTempleton. Lo que te coloca en una posición privilegiada.

« Aunque nadie lo adivinaría viendo su oficina» , pensó Byron. Pequeña, llenade cosas y sin ventanas. Sabía que ella había elegido el puesto y el lugar detrabajo cuando tomó la decisión de dedicar parte de su tiempo a trabajar mediajornada en el hotel.

By ron no entendía cómo se las arreglaba para atender a su familia y suhogar, la tienda y el hotel. Pero Laura parecía la serenidad misma y la eficaciasin estridencias. Hasta que uno se acercaba un poco más y la miraba a los ojos.En estos, oscuros y profundos como un lago gris, había duda, preocupación ypesar. « Resabios de un matrimonio destruido» , pensó él.

—No era necesario que vinieses, By ron. —Terminó de garabatear unas notas

mientras hablaba—. Yo podría haber ido a tu oficina esta mañana.—No te preocupes. ¿Algún problema con la cuadrilla dental?—Cualquiera pensaría que los ortodoncistas son gente decorosa, ¿verdad? —

Con un suspiro, retiró algunos papeles de un archivo—. Hemos recibido quejas deambos bandos, pero todo se puede solucionar.

—Aún no he sabido de nada que tú no puedas solucionar.—Gracias. Pero es una situación delicada. Uno de los odontólogos estaba

disfrutando, por así decirlo, de un momento íntimo con una de sus colegas…cuando el incauto marido decidió visitarla por sorpresa.

—Diablos, este trabajo parece hecho a mi medida. —By ron se recostó en suasiento—. Es como un interminable culebrón.

—Para ti es fácil hablar así. Pero yo pasé una hora entera esta mañanaocupándome de la penitente. Se sentó donde estás tú, lloró hasta el cansancio yme soltó la sórdida historia de su matrimonio, sus amantes y su terapia.

Fatigada por el recuerdo, Laura presionó el extremo interno de sus ojos conlas yemas de los dedos para aliviar la tensión que parecía haberse alojado allí.

—Este es su tercer marido, y dice ser adicta al adulterio.—Tendría que ir al programa de Oprah. Las mujeres adictas al adulterio y los

hombres que las aman. ¿Quieres que hable con ella?—No, creo que he podido tranquilizarla. Nuestro problema es que el marido

en cuestión no se ha sentido muy feliz al encontrar a su esposa y su… —dio unrespingo—… su cuñado, apenas cubiertos con las batas gemelas Templeton.

—Esto cada vez se pone mejor. Cuéntame más.—El marido rompió los dientes de un puñetazo al cuñado, quien, para aclarar

los términos, está casado con la hermana de nuestra heroína. También rompióprótesis dentales y otras cosas por el estilo por valor de varios miles de dólares. Ycausó algunos daños en la habitación, nada grave. Un par de lámparas yceniceros. —Hizo un gesto de desdén—. Pero tenemos un problema: el tío de losdientes rotos amenaza con demandar al hotel.

—Otra víctima. —Si el relato no lo hubiese divertido tanto, By ron habríasuspirado—. ¿Y qué motivos aduce?

—Que el hotel es responsable por haber dejado entrar al marido. Él —elmarido— llamó al servicio de habitaciones desde un teléfono interno y pidióchampán y fresas para la habitación de su esposa. También le había compradoun ramo de rosas —añadió—. Esperó que llegara el pedido, se escabulló en lahabitación detrás del camarero, y… bien, el resto es historia.

—No creo que vayamos a tener ningún problema, pero me haré cargo delasunto. Dame el archivo, por favor.

—Te lo agradezco. —Aliviada, Laura le pasó la carpeta—. Yo no tendríaningún inconveniente en hablar con él, pero tengo la impresión de que nosimpatiza con las mujeres que poseen cierto poder. Y, para serte franca, estoy

abrumada. Los ortodoncistas celebran su banquete esta noche y el grupo de loscosméticos llegará mañana.

—Y no olvidemos a la señorita Bingham.—Claro está. —Miró su reloj y se levantó—. Será mejor que vaya al servicio

de comidas. Y hay otra cosa más.By ron se puso de pie y enarcó una ceja.—¿Los decoradores se están matando a golpes en el vestíbulo?—Todavía no. —Porque lo apreciaba, sonrió. Ocultar sus nervios era como

una segunda piel para Laura—. Es una idea que se me ha ocurrido para latienda… pero dado que afecta también al hotel, quería consultarla primerocontigo.

—Laura, el hotel es tuyo.—No, por el momento solo trabajo aquí y tú eres el jefe. —Cogió su bloc de

notas y comenzó a pasarlo de una mano a la otra—. El otoño pasado organizamosuna recepción y una subasta de caridad en la tienda. Pretendemos hacerlo todoslos años. Pero se me ocurrió que podríamos planear otro evento. Publicidaddirecta, para serte franca. Un desfile de moda, con ropas y accesorios de latienda, durante el receso navideño. El salón de baile Blanco sería ideal, y estarálibre el primer sábado de diciembre. Pensé que podríamos mostrar ropa de gala,trajes elegantes, vestidos de baile y accesorios, todo proveniente de la tienda.Haríamos publicidad del evento en el hotel y en el Resort, y ofreceríamosdescuentos a los empleados y huéspedes de Templeton.

—Llevas el negocio en la sangre. Escucha, Laura, tú organizas convencionesy eventos especiales. —Le pasó la mano sobre el hombro cuando salían de laoficina—. No necesitas mi aprobación.

—Me gusta poner el punto sobre las íes, por así decirlo. Lo hablaré con Katey con Margo y prepararé una propuesta formal.

—De acuerdo. —Acababa de darle la oportunidad que estaba esperando—.¿Y cómo está Kate?

—Se está adaptando. De vez en cuando nos saca de quicio a Margo y a mí,por supuesto. No es una vendedora nata —dijo Laura con convicción—. Pero eslo suficientemente competitiva como para salir adelante. —Su sonrisa se suavizóy se hizo más amplia—. Y si Margo o y o metemos las narices en los libros,resopla de fastidio. Lo que es una verdadera bendición. Pero…

—¿Pero?—La han herido por dentro. Todavía desconozco la gravedad del daño, porque

está demasiado rígida, se controla demasiado. No quiere hablar de lo que haocurrido, ni siquiera pensar en lo que habría que hacer. Se cierra como una ostracuando alguno de nosotros intenta tocar el tema. Kate solía ser la campeona delos berrinches, arrojaba cosas contra las paredes…

Ahora sus dedos se movían inquietos, jugaban con el lápiz, con las hojas del

bloc de notas.—Lo está asimilando sin presentar batalla. Cuando la carrera de Margo cay ó

en picado y dejó de ser la representante de Bella Donna, Kate quería organizaruna protesta. A decir verdad, quería que fuésemos a Los Ángeles e hiciéramosuna barricada en Rodeo Drive.

El recuerdo de aquello la hizo sonreír.—Nunca se lo dije a Margo, porque me las ingenié para convencer a Kate de

no hacerlo. Pero así es ella. Cuando debe enfrentarse a un problema personal notiene ninguna dificultad: escupe, pega y araña a diestra y siniestra. Pero esta vezno. Esta vez se ha contenido, y no comprendo por qué.

—Estás muy preocupada por ella —dijo Byron.—Sí, lo estoy. Y Margo también… De lo contrario, y a habría estrangulado a

Kate una docena de veces. Pretende que, cada día, completemos una hoja dealgo que llaman libro de cuentas ajustadas.

—De casta le viene a la contable —dijo él.—Y lleva uno de esos memos electrónicos en el bolsillo todo el tiempo. Ha

comenzado a hablar de comercio electrónico y de entrar en la red. Esespeluznante. —Byron lanzó una carcajada y Laura se contuvo y negó con lacabeza—. Permíteme una pequeña pregunta… —empezó—. ¿Todo el mundo sedesahoga contigo de esta manera?

—Tú no te has desahogado. Yo he preguntado.—Josh dijo que eres el único hombre que quiere para este puesto. Es fácil ver

por qué. Eres tan distinto de Peter… —Esta vez no solo se contuvo, sino queapretó los dientes—. No, no empezaré otra vez con eso. Ya se me ha hecho tardey la señorita Bingham está esperando. Gracias por quitarme de encima a losortodoncistas.

—Ha sido un placer. Quizá no te lo digan a menudo, pero eres un punto afavor para los hoteles Templeton.

—Intento serlo.Laura se marchó y By ron hizo lo propio en la dirección opuesta, estudiando

su preciso y escrupuloso informe en el camino.

Al final del día se reunió con Josh en el resort Templeton. La oficina, situada en laplanta ejecutiva, era una habitación inmensa, cuyas ventanas daban a una de laspiscinas del resort semejantes a lagunas, bordeada por una plataforma con mesasde madera de pino gigante de California bajo sombrillas rosadas y plantas dehibiscos en flor.

El interior, pensado para la comodidad y el placer de los hombres denegocios, incluía sillones mullidos tapizados en cuero, lámparas déco y unaexquisita acuarela de las calles de Milán.

—¿Te apetece una cerveza?Byron exhaló un suspiro bajo y profundo. Aceptó la botella que le ofrecía

Josh y la destapó.—Siento molestarte al final del día, pero no he tenido un minuto libre hasta

ahora.—El día no termina nunca en el negocio hotelero —dijo Josh.—Son palabras de tu madre. —Byron sonrió complacido. Susan Templeton

era una de las personas que más apreciaba—. ¿Sabes?, si tu padre se retirasediscretamente como un buen caballero, le pediría a ella que se casara conmigo.—Bebió otro trago de cerveza y señaló con un gesto la carpeta que había dejadosobre el escritorio de Josh—. Iba a enviártelo por fax, pero después pensé quesería mejor traerla personalmente.

En vez de sentarse detrás del escritorio, Josh cogió la carpeta y se dejó caeren un sillón junto a By ron. Echó un vistazo a los informes, que le provocarondistintas reacciones: una risilla ahogada, un gruñido, un suspiro y un insulto entredientes.

—Yo pienso lo mismo —dijo Byron—. Hace unas horas tuve unaconversación con el doctor Holdermen. Continúa hospedado en el hotel. Le hanpuesto unas prótesis provisionales en la boca y tiene un hermoso ojo hinchadodebido al golpe del cornudo. Yo creo que no tiene motivos válidos para unademanda, pero está lo suficientemente enfadado y avergonzado como parainiciarla de todos modos.

Josh asintió y sacó sus propias conclusiones.—¿Y qué nos recomiendas?—Dejar que lo haga.—De acuerdo. —Josh arrojó la carpeta sobre el escritorio—. Se la pasaré al

departamento jurídico con esa recomendación. Ahora… —Se recostó en el sillóncon la botella de cerveza en la mano y miró a By ron con curiosidad—. ¿Por quéno me dices para qué has venido a verme? Sabes que puedes manejar unentuerto de este tipo con los ojos cerrados.

Byron se frotó la barbilla.—Nos conocemos demasiado bien.—Ya llevamos diez años juntos. ¿Qué te tiene tan preocupado, By?—Kate Powell.Josh enarcó las cejas.—¿En serio?—No de esa manera —se apresuró a decir By ron—. Fue algo que Laura dijo

hoy, que me hizo pensar en toda la situación. Bittle hizo algunas acusacionesgraves en su contra, y no obstante la cosa quedó allí. Y Kate tampoco ha hechonada. Ya han pasado casi tres semanas.

—Estoy a punto de perder los estribos otra vez. —Para aplacar el desborde de

sus emociones, Josh se levantó y comenzó a andar de una punta a otra—. Mipadre solía jugar al golf con Larry Bittle. No sé cuántas veces lo habremosinvitado a casa. Conoce a Kate desde que era niña.

—¿Has hablado con él?—Kate casi me corta la cabeza cuando amenacé con hacerlo. —Josh frunció

el ceño y bebió su cerveza de un solo trago—. Estuvo bien que me lo impidiera,pero luego dio por zanjado el asunto. Parecía tan conmovida que no quise insistir.Diablos, he estado tan absorbido por Margo y el bebé que lo he dejado pasar.Hoy fuimos al médico y escuchamos los latidos del corazón. Fue increíble.Puedes escuchar los latidos, son como golpecillos rápidos. —Se interrumpió alver la sonrisa burlona de Byron—. Kate —repitió.

—Tranquilo. Tienes permiso para solazarte en tu paternidad obsesiva yexpectante durante unos segundos.

—Hay algo más. Aunque no es excusa para haber descuidado a mi hermana.—Volvió a sentarse; le palpitaba un músculo de la mejilla—. Hemos decididollegar a un acuerdo con Ridgeway. El miserable engaña a Laura, la deja colgada,ignora a sus hijas, nos roba a la mitad del personal del hotel… y nosotrosterminamos firmándole un cheque por un cuarto de millón de dólares solo paraevitar un juicio por finalización anticipada de contrato.

—Es duro, sí —admitió By ron—. Pero luego desaparecerá del mapa.—Más le vale esfumarse.—Siempre podrás volver a romperle la nariz —sugirió By ron.—Eso sí. —Josh rotó los hombros para relajarse—. Digamos que he estado un

poco distraído estas últimas semanas. Y Kate siempre ha sido tan autosuficienteque uno casi da por sentado que se las arreglará sola.

—Laura está preocupada por ella.—Laura se preocupa por todo el mundo, excepto por sí misma. —Josh caviló

un momento—. No he sabido qué hacer con Kate. No quiere hablar del tema, almenos no conmigo. No sé si debo encararme a Bittle desoyendo su voluntad. ¿Eseso lo que pretendes que haga?

—No es asunto mío. Lo cierto es que… —Byron se quedó mirando sucerveza unos segundos. Luego levantó sus ojos serenos y claros hacia Josh. Lohabía pensado a fondo, como hacía con todos los problemas, y había llegado auna sola conclusión—. En caso de que Bittle decidiera demandarla, ¿no seríamejor que Kate tomara medidas desde ahora?

—Sobre su cabeza, pendería la amenaza de un importante juicio pordifamación, suspensión injustificada, lucro cesante y perturbación emocional.

By ron sonrió y terminó su cerveza.—Vale, el abogado eres tú.

Le había llevado casi una semana, pero Josh estaba absolutamente satisfechocuando entró en Pretensiones. Acababa de salir de una reunión con los socios deBittle y Asociados.

Cogió a su esposa por la cintura y la besó apasionadamente, para regocijo delas clientas que se encontraban en la tienda.

—Hola.—Hola. ¿Y qué haces en mis dominios a estas horas?—No he venido a verte a ti. —Volvió a besarla y se contuvo de apoyar la

mano sobre su vientre tercamente plano. No veía el momento de que creciera—.Necesito hablar con Kate.

—El capitán Queeg está en la oficina, jugando a las canicas y hablando defresas.

Josh dio un respingo.—Hasta no hace mucho la llamabais capitán Bligh, si no me equivoco.—No era lo bastante loco. Kate está rehaciendo el sistema de archivo. Por

códigos de color.—Santo Dios. ¿Qué nos espera luego?Margo entornó los ojos.—Ha instalado una pizarra para anotar las novedades.—Alguien tiene que detenerla. Voy a entrar. —Respiró hondo—. Si pasan

veinte minutos y no he salido… recuerda que siempre te he amado.—Muy gracioso —masculló ella.Y mantuvo la sonrisa hasta que su marido entró en la oficina de atrás.Josh encontró a Kate murmurando algo sobre los archivos. Tenía el cabello

erizado y los dedos índice y corazón de la mano derecha llenos de gomaselásticas.

—En menos de un año —dijo sin darse la vuelta— Laura y tú os las habéisingeniado para archivar mal la mitad de las cosas. ¿Por qué diablos habéis puestoel comprobante del seguro contra incendios en el archivo de los paraguas?

—Habría que molerlas a palos.Sin encontrarle la gracia, Kate volvió la cabeza y lo fulminó con la mirada.—No tengo tiempo para ti, Josh. Tu esposa ha convertido mi vida en un

infierno.—Mira por dónde… ella dice exactamente lo mismo de ti. —A pesar de la

feroz mirada de advertencia, se acercó a Kate y le besó la punta de la nariz—.Me han dicho que estás codificando los archivos por colores.

—Alguien tiene que hacerlo. El software que instalé mantiene los registrosvirtuales en orden, pero en el comercio minorista siempre conviene tener unacopia en papel. Le dije a Margo que lo hiciera hace ya varios meses, pero

parece más interesada en vender baratijas.—¡A quién se le puede ocurrir vender cosas en una tienda minorista!Kate respiró hondo, negándose a admitir lo estúpidas que sonaban sus

palabras.—Quiero decir que, a la larga, ningún negocio puede funcionar bien si uno no

se ocupa de los pequeños detalles. Margo archiva el calzado con la ropa, en vezde hacerlo bajo el rubro accesorios.

—Tendremos que castigarla. —Cogió a Kate por los hombros—. Deja quesea yo quien lo haga.

Kate resopló y se lo quitó de encima.—Vete ya. No tengo tiempo para reírme.—No he venido para hacerte reír. Necesito hablar contigo. —Señaló una silla

—. Siéntate.—¿No podemos hablar en otro momento? Tengo que volver al salón dentro de

una hora. Y primero querría dejar estos archivos solucionados.—Siéntate —repitió Josh, dándole un codazo fraternal—. Vengo de una

reunión en Bittle.La impaciencia abandonó sus ojos, dejándolos fríos y vacuos.—¿Cómo dices?—No pongas ese tono de voz, Kate. Ya era hora de coger al toro por los

cuernos.Kate continuó empleando el mismo tono de voz, sereno y helado. Pero el

miedo le atenazaba las entrañas.—¿Y decidiste que debías tú ser quien cogiera al toro por los cuernos?—Así es. Como tu abogado…—Tú no eres mi abogado… —le disparó.—¿Quién se presentó en el juzgado para salvarte de aquella multa por exceso

de velocidad hace tres años?—Tú, pero…—¿Y quién se ocupó del papeleo de tu apartamento antes de que firmaras el

contrato de renta?—Sí, pero…—¿Quién redactó tu testamento?Kate adoptó una expresión belicosa.—No entiendo qué diablos tiene que ver todo aquello con esto.—Ya veo. —Se miró las uñas con gesto indolente—. El hecho de haberme

ocupado de todos los pequeños e incómodos detalles legales de tu vida no meconvierte en tu abogado.

—No te da derecho a ir a hablar con Bittle a mis espaldas. Sobre todo porquete pedí que no lo hicieras.

—De acuerdo, eso no me da ningún derecho. Pero ser tu hermano, sí.

Traer a colación la lealtad familiar en aquel momento era, en opinión deKate, un golpe bajo. Bajísimo. Se levantó de un brinco.

—No soy la hermana inútil y desamparada de la familia, y no permitiré quese me trate como tal. Puedo ocuparme sola de mis asuntos.

—¿Cómo? —Sintiéndose desafiado, Josh también se puso de pie—.¿Organizando los archivos por códigos de color aquí escondida?

—Sí. —Josh le había gritado, y Kate no se quedó atrás—: Tratando de sacarprovecho de la situación. Siguiendo adelante con mi vida. Sin llantos y sinlamentos.

—Echándote atrás y bajando la guardia. —Le clavó el índice en el hombro—. Negando lo que te ocurre. Pues bien, ya ha durado bastante. Bittle ycompañía han sabido que les espera una demanda legal.

—¿Una demanda legal? —La sangre desapareció de su rostro. Podía sentircómo se iba gota a gota—. ¿Les has dicho que pensaba demandarlos? Ay, Diosmío. —Mareada, tuvo que apoy arse sobre el escritorio.

—¡Eh! —Alarmado, la cogió por el brazo—. Siéntate. Respira hondo.—Déjame sola. Déjame sola, maldita sea. ¿Qué has hecho?—Lo que había que hacer. Vamos, querida, siéntate.—Maldición. —Explotó por fin, y le pegó un puñetazo en el hombro—.

¿Cómo te atreves? —Había recuperado el color y temblaba de ira—. ¿Cómo teatreves a amenazarlos con un juicio?

—No les he dicho que pensabas demandarlos de inmediato. Me limité ainsinuarles que podría ocurrir y los dejé rumiando esa hipótesis.

—Te dije que no te metieras en esto. Es asunto mío. Mío. —Alzó los brazos ycomenzó a girar—. ¿Quién te ha dado esa brillante idea, Joshua? Voy a matar aMargo.

—Margo no tuvo nada que ver con esto. Aunque si te molestaras en abrir esosojos de muñeca que tienes últimamente, aunque no fuera más que cinco minutos,verías que está muy preocupada por ti. Que todos estamos muy preocupados.

Sabía que podría volver a empujarla con el dedo, así que decidió que lomejor era dejar las manos en los bolsillos.

—No tendría que haberlo dejado correr tanto tiempo, pero he tenidodemasiadas cosas en la cabeza. Si By no me hubiera dado un empujoncillo,probablemente habría tardado más… Pero lo habría hecho de todos modos.

—Un momento. —Levantó una mano. Respiraba con dificultad—. Repite leque has dicho. ¿Byron de Witt te ha hablado de mí?

Comprendiendo que había metido la pata, Josh intentó una veloz retirada.—Tu nombre salió en la conversación, eso es todo. Y entonces me di cuenta

de…—Mi nombre salió en la conversación. —Ahora respiraba entre dientes; los

tenía tan apretados como los puños al costado del cuerpo. La furia era mejor que

el pánico, sin duda—. Ah, apuesto a que sí. Ese hijo de puta. Tendría que habersabido que es incapaz de mantener la boca cerrada.

—¿La boca cerrada?—No trates de disculparlo. Y quítate de mi camino. —El empujón fue tan

violento e inesperado que lo hizo tambalear. Antes de que pudiera impedírselo,Kate ya había llegado a la puerta.

—Un momento, maldita sea. No he terminado.—Vete al infierno —gritó por encima del hombro.Algunas clientas miraron a su alrededor, nerviosas, cuando Kate salió de la

oficina como un tornado. Lanzó una mirada furibunda a Margo y se fue dando unportazo.

—Bien. —Sin perder la sonrisa, Margo entregó un paquete a una clienta queno cabía en sí del asombro—. Son treinta y ocho dólares con cincuenta y trescentavos, y usted me ha dado cuarenta. —Siempre sonriente, le dio el cambio—.Y el espectáculo ha sido gratis. Por favor, vuelva a visitarnos.

Con la cautela de quien sabe que está metido en problemas, sobre todo si esosproblemas lo miran desde unos ojos azules enardecidos, Josh se acercó almostrador.

—Lo lamento.—Después hablaremos de eso —dijo en voz muy baja—. ¿Qué le has hecho

para que se ponga así?Como todas las mujeres, se ponía del lado de ellas.—Intenté ayudarla.—Sabes que no soporta que la ayuden. ¿Por qué, en vez de arrancarte la

cabeza, salió de aquí hecha una furia… como si fuera a arrancarle la cabeza aotro?

Josh suspiró, se rascó la barbilla y arrastró los pies.—Ya me ha arrancado la cabeza. Y ahora va por la de By ron. En cierto

modo, él me sugirió que la ayudara.Margo comenzó a tamborilear sus uñas pintadas de rojo sobre el cristal del

mostrador.—Ya veo.—Tendría que llamarlo para avisarlo. —Pero cuando intentó coger el teléfono

que estaba sobre el mostrador, Margo lo detuvo con mano firme.—Oh, no. Me parece que no. No vamos a estropearle el momento a Kate.—Margo, lo justo es lo justo.—La justicia no tiene nada que ver con esto. Y tú estarás muy ocupado

atendiendo clientes para hacer llamadas personales.Josh enterró las manos en los bolsillos.—Cariño, tengo una reunión en un par de horas. No tengo tiempo para

ayudarte en la tienda.

—Gracias a ti me he quedado corta de personal. —Sabiendo que esa excusano la llevaría muy lejos, encorvó los hombros—. Y además me siento un pococansada.

—¿Cansada? —El pánico irrumpió en escena—. Tendrías que descansar lospies.

—Quizá tengas razón. —Aunque se sentía briosa como un caballo, acercó untaburete a la caja registradora y se sentó a horcajadas—. Me quedaré aquísentada durante la próxima hora, y solo cobraré las ventas. Ah, Josh… querido,no olvides ofrecerles champán a nuestras clientas.

Satisfecha consigo misma, se quitó los zapatos y se dispuso a observar cómosu adorable marido atendía una tienda llena de mujeres.

El único espectáculo que hubiera preferido presenciar estaba a punto decomenzar en la oficina del ático del Templeton Monterey.

La primera analogía que vino a la mente de Byron fue la de un ciervo salvaje,posiblemente rabioso, dispuesto a atacar.

Kate cortó las protestas de su sorprendida secretaria como un cuchillo filosocorta la gelatina temblorosa. Se enfrentó a ella con la ferocidad de una mujer-lobo y bien podría haberla noqueado como una campeona de peso pluma siBy ron no hubiese indicado por señas a su secretaria que ya era momento deretirarse.

—Bien, Katherine. —Apenas esquivó el golpe cuando ella cerró la puerta deun tremendo portazo—. Qué inesperado placer.

—Voy a matarte. Te arrancaré de cuajo esa nariz entrometida y te la meteréen esa bocaza.

—Aunque estoy seguro de que será muy divertido, ¿no te apetecería beberalgo primero? ¿Un poco de agua? Estás un poco acalorada.

—¿Quién diablos te crees que eres? —Saltó hacia el escritorio y estampó laspalmas de las manos sobre la lustrosa y despejada superficie—. ¿Qué derechotienes a inmiscuirte en mis asuntos? ¿Acaso te parezco una mujercilla sin cerebroy de voluntad débil que necesita un hombre que la defienda?

—¿Qué pregunta prefieres que responda primero? ¿Por qué no vamos pororden? —dijo antes de que ella volviera a gritar—. Tú sabes muy bien quién soy.Me he inmiscuido en tus asuntos como cualquier amigo solícito y preocupado loharía, y no, no me pareces descerebrada ni pusilánime. Me pareces terca, brutaly potencialmente peligrosa.

—No tienes idea de lo peligrosa que puedo ser.—Esa amenaza tendría mucho más peso si primero te quitaras las gomas

elásticas de los dedos. Desmerecen mucho tu imagen.Un sonido estrangulado salió de su garganta cuando bajó la vista y descubrió

que las gomas elásticas marrones seguían todavía en sus dedos. Con unmovimiento hábil y rápido, se las arrancó y las lanzó contra él. Con la mismahabilidad y rapidez, By ron las atajó antes de que le dieran en la cara.

—Buena puntería —comentó—. Apuesto a que jugabas a la pelota en elcolegio.

—Creí que podía confiar en ti. —Por razones que no quería analizar, leardieron los ojos al pensarlo—. Incluso, por un breve y estúpido momento, penséque podrías llegar a gustarme. Ahora veo que mi primera impresión, que indicaque eres un imbécil arrogante, vanidoso y sexista, era totalmente acertada. —Lasensación de haber sido traicionada era tan acuciante como la furia—. Yo estabahecha polvo cuando me encontraste en los acantilados; era vulnerable. Todo loque te dije allí era un secreto. No tenías ningún derecho de contárselo a Josh.

Byron dejó las gomas elásticas sobre el escritorio.—No dije nada a Josh acerca de lo que ocurrió en los acantilados.—No te creo. Fuiste a verlo y…—Jamás miento —dijo en tono cortante. Kate percibió una voluntad de acero

bajo los exquisitos modales—. Sí, fui a verlo. A veces se necesita que alguienajeno a la familia ponga las cosas sobre la mesa. Y tu familia está muy afectadapor lo que te ha ocurrido, Kate. Y más preocupada aún por tu actitud al respecto.

—Mi actitud no es…—Asunto mío —concluyó la frase por ella—. Es raro que algo tan inofensivo

como el hecho de que yo haya hablado con Josh desate en ti una tempestad deinjurias y venganza, pero más raro aún es que una acusación de desfalco te hagaadoptar la posición fetal y chuparte el dedo.

—Tú no sabes lo que hago ni lo que siento. Y no tienes derecho a juzgarme.—No, tienes toda la razón en eso. Pero si no te miraras el ombligo todo el

tiempo, verías que nadie te está juzgando. Yo puedo ver las cosas desde fuera yte digo que tu familia sufre por ti.

Sus mejillas perdieron el color, hasta volverse blancas como huesos.—No me des sermones sobre mi familia. No te atrevas. Ellos son lo más

importante del mundo para mí. Si he adoptado esta actitud, es precisamente pormi familia.

By ron ladeó la cabeza.—Lo que quiere decir…—Lo que quiere decir que eso tampoco es asunto tuy o. —Se llevó las manos

a los ojos, intentando controlarse—. Nada ni nadie me importa más que mifamilia.

Él la creyó sin dudar, y eso hizo que sintiera todavía más pena por ella.—Tu manera de manejar la situación no da resultado.—¿Cómo diablos lo sabes?—Porque me lo han dicho. —Su voz era suave ahora, toda señal de malestar

había desaparecido—. Margo, Laura, Josh. Porque sé lo preocupado y furiosoque estaría y o si se tratara de mi hermana.

—Pues bien, no se trata de tu hermana. —Había enfado contenido en su voz,pero sus mejillas seguían mortalmente pálidas—. Soy capaz de manejar lasituación. Josh ya tiene bastante con lo suyo. No necesita que nadie haga que sele remuerda la conciencia para ocuparse de mis asuntos.

—¿De verdad piensas que lo ha hecho por remordimiento de conciencia?Kate tartamudeó un poco y recuperó la compostura.—No tergiverses mis palabras, De Witt.—Esas fueron tus palabras, Powell. Ahora, si se te ha pasado el berrinche,

podemos hablar del tema.—¿De qué berrinche…?—Me han dicho que eran tu especialidad. Pero ahora que he podido verlo con

mis propios ojos, debo decir que mis informantes se quedaron cortos.Jamás hubiera pensado que el castaño oscuro y brillante de los ojos de Kate

pudiera transformarse en fuego hasta que vio cómo ocurriría.—Te mostraré qué es un berrinche. —De un solo manotazo, hizo volar todos

los papeles de su escritorio. Luego alzó el puño cerrado—. Sal ya mismo dedetrás de ese escritorio.

—Ah, no me tientes. —Su voz era serena, sus ojos peligrosamente fríos—.Jamás he golpeado a una mujer en mi vida. Y jamás he creído necesario tenerque decirlo. Pero tú, Katherine, me incitas a romper todos los límites. Ahorasiéntate o vete.

—No voy a sentarme ni voy a irme hasta que no… —Se le quebró la voz yahogó un grito estrangulado, llevándose una mano bajo los pechos.

Ahora Byron sí dio la vuelta a su escritorio, maldiciendo entre dientes.—Maldita sea. ¡Maldita sea! ¿Qué te estás haciendo a ti misma?—No me toques. —Los ojos se le habían llenado de lágrimas por aquel dolor

ardiente en la boca del estómago, pero se resistió cuando Byron quiso llevarlahasta una silla.

—Vas a sentarte. Tratarás de relajarte. Y si no recuperas el color dentro demedio minuto, llevaré tu flaco trasero al hospital.

—Déjame en paz. —Buscó sus pastillas contra la acidez, aunque sabía queera como intentar apagar un incendio forestal con una pistola de agua—.Enseguida me pondré bien.

—¿Te sucede a menudo?—No es asunto tuyo. —Gritó de dolor y sorpresa cuando él hizo presión con

los dedos sobre su abdomen.—¿Te han sacado el apéndice?—Quítame las manos de encima, doctor Matasanos.By ron frunció el ceño y deslizó las yemas de los dedos hacia la cara interna

de su muñeca.—¿Otra vez te has saltado las comidas? —Antes de que pudiera rehuirlo, le

cogió la cara entre las manos y la miró durante largo rato. Muy despacio, elcolor volvía a sus mejillas. Y en sus ojos había nuevamente más furia que dolor.Pero Byron también vio otras cosas—. No estás durmiendo bien. Estásextenuada, estresada y mal alimentada. ¿Así es como manejas tus asuntos?

Le tembló el estómago, con una mezcla de dolor y nervios.—Quiero que me dejes sola.—No siempre conseguimos lo que queremos. Kate estás exhausta. Y alguien

tendrá que cuidarte hasta que tú te decidas a hacerlo. Quédate quieta —le ordenócon un murmullo ausente. Apoyó una mano sobre su hombro y miró el reloj—.Debo quedarme aquí clavado hasta después de las seis. Pasaré a recogerte a lassiete. ¿Vas a estar en la tienda o en tu casa?

—¿Qué diablos estás diciendo? No pienso ir contigo a ninguna parte.—Estoy molesto conmigo mismo por haber manejado tan mal las cosas. Tú

pareces sacar lo peor de mí —añadió, más que nada para sí mismo—. De modoque tendrás una comida decente y la oportunidad de hablar civilizadamente deestos cólicos que padeces.

Aquel tono pausado, aquel destello ardiente en sus ojos que advertía que encualquier momento lo pausado podía transformarse en algo diferentecomenzaban a asustarla.

—No quiero comer contigo, y no tengo ganas de ser civilizada.Byron sopesó la propuesta y se puso a la altura de sus ojos.—Veámoslo de este modo. O vienes a cenar conmigo o ahora mismo cojo el

teléfono y llamo a Laura. Tardará aproximadamente dos minutos en llegar aquí,y cuando llegue le diré que ya van dos veces que te he visto empalidecer ydoblarte en dos.

—No tienes ningún derecho.—No, Kate, lo único que tengo es un martillo. Que hace añicos todos los

derechos. —Volvió a mirar su reloj—. Tengo que atender una llamada enconferencia dentro de cinco minutos. De no ser así, continuaríamos hablando.Dado que lo más razonable para ti sería volver a tu casa y descansar un poco,supongo que regresarás a la tienda. Pasaré a buscarte a las siete.

Atrapada, lo apartó de sí y se puso de pie.—Cerramos a las seis.—Entonces tendrás que esperarme, ¿no te parece? Y no cierres de un portazo

al marcharte.Por supuesto que lo hizo, y él no pudo menos que sonreír. Pero su sonrisa

desapareció cuando levantó el auricular y marcó rápidamente un número.—Páseme con la doctora Margaret de Witt, por favor. Soy su hijo. —Volvió a

mirar el reloj y maldijo entre dientes—. No, no puedo esperar. ¿Podría pedirle

que me llame cuando tenga un momento libre? A mi oficina antes de las seis, ami casa después de las siete. Gracias.

Colgó y se puso a ordenar los papeles que Kate había desparramado. Casidivertido, se guardó en el bolsillo las gomas elásticas que le había lanzado.Dudaba de que Kate aprobara que llamase a su madre, médica clínica, parapedirle un diagnóstico de sus síntomas por teléfono.

Pero alguien tenía que cuidarla. Lo quisiera ella o no.

7

Kate se prometió no perder la calma. Había quedado como una imbécil alaparecer de ese modo en la oficina de Byron como una furia desatada. Aunque,a decir verdad, no le habría importado tanto… si hubiese dado resultado. Nohabía nada peor que ver sofocado un buen ataque de nervios por la razón, lapaciencia y el control.

Era más que humillante.Tampoco le importaba recibir órdenes, para el caso. Con el ceño fruncido,

echó un vistazo a la tienda que acababa de cerrar. Podía irse sencillamente, pensómientras golpeteaba con los dedos el mostrador. Podía salir ahora mismo e ir adonde se le antojara. A su casa, a dar una vuelta en coche, a cenar a TempletonHouse. Quizá esa sería la mejor opción pensó pasando la mano con un gestoautomático sobre el dolor que le atenazaba el estómago. Tenía hambre, eso eratodo. Una buena comida en Templeton House, una noche en compañía de Lauray las niñas calmaría todos los malestares y los nervios.

Y Byron recibiría su merecido si ella no estaba allí cuando llegara paraacorralarla. Porque esa era su intención, estaba segura. Tranquilizar a la víctimacon razones, con promesas de conversaciones serenas y luego, pum, dispararleentre los ojos.

Y ese, lo sabía muy bien, era el motivo que la impulsaba a quedarse. KatePowell jamás le daba la espalda a un desafío.

« Déjalo que venga» , se dijo torvamente. Y comenzó a ir de un lado a otrode la tienda. Podía manejar a By ron de Witt con los ojos cerrados. Los hombrescomo él estaban tan acostumbrados a salirse con la suy a con una sonrisa fácil yuna palabrilla susurrada al oído que no sabían cómo actuar con una mujer bienplantada sobre sus dos pies.

Además, ahora que sus finanzas estaban un tanto alicaídas, reconocía laconveniencia de una comida gratis.

El dolor atenazador volvió, como un eco burlón. « Son los nervios» , pensónuevamente. Por supuesto que estaba nerviosa. Sabía mejor que nadie quePretensiones apenas podía cubrir tres salarios y permanecer a flote. Teníansuerte de haber superado la barrera del primer año. Pero las probabilidades noles eran favorables.

Contempló con el ceño fruncido un sofisticado rinoceronte de cristal con labase de oro amarillo. ¿Durante cuánto tiempo podrían continuar vendiendo cosastan estúpidas como esa? La etiqueta del precio la hizo reír. ¿Novecientos dólares?¿Quién en su sano juicio pagaría casi mil dólares por algo tan ridículo?

Margo, decidió, y sus labios volvieron a dibujar una sonrisa. Margo teníadebilidad por lo caro, lo ridículo y lo frívolo.

Si Pretensiones se iba por el agujero del retrete, Margo estaría a salvo. Ahoratenía a Josh, un bebé en camino, una casa hermosa. Estaba a una distancia sideralde su situación del año anterior, pensó Kate, y se alegró por ella.

Laura sí era motivo de preocupación, y también las niñas. Kate sabía que nomorirían de hambre. Los Templeton no lo permitirían. Continuarían viviendo enTempleton House, lo que significaba mucho más que tener techo y comida. Allísiempre tendrían un hogar. Dado que Laura era demasiado orgullosa para tocarla renta de sus acciones Templeton, podía trabajar en el hotel y ganarse la vida, yde hecho ganársela bastante bien. Pero ¿cuán gravemente herido resultaría suego si la empresa que ella misma había iniciado fracasaba?

Kate había descubierto lo difícil que era funcionar con el ego hecho pedazos.Tenían que lograr que la tienda fuera un éxito. Era el sueño de Margo, y se

había convertido en el de Laura. Era todo lo que le quedaba a Kate. Todos susordenados y pequeños planes se habían arruinado. Ya no sería socia de Bittle, yno tenía ninguna probabilidad de salir al ruedo con su propia firma en el futuro.« Nada de bonitas placas de bronce en la puerta de su oficina. Nada de oficina» ,pensó, y se dejó caer en un banco de madera pintada.

Todo lo que tenía ahora eran noches de insomnio, jaquecas que jamás sealiviaban del todo, un estómago que se negaba a comportarse y Pretensiones.

« Pretensiones» , pensó con una tenue sonrisa dibujada en los labios. Margohabía elegido bien el nombre. Las tres propietarias estaban llenas de pretensiones.

Los golpes en la puerta le hicieron dar un respingo, luego maldecir entredientes y después enderezar los hombros antes de levantarse para ir a abrir. Hizoseñas a By ron para que se apartara, salió a la pequeña veranda bordeada demaceteros floridos y volvió a echar la llave a la puerta.

Peatones y automóviles pasaban a su lado con todo el ruido y la animaciónque casi siempre los acompañaban. Turistas, pensó con mirada ausente, en buscadel lugar perfecto para disfrutar de una cena de vacaciones. Trabajadores queregresaban a sus casas después de un largo día. Parejas en sus primeras citas.

¿Dónde encajaba Kate Powell?—No voy porque tú me hayas dicho que fuera —dijo sin rodeos—. Voy

porque quiero hablar con calma y dejar clara la situación, y porque tengohambre.

—Muy bien. —La cogió del codo—. Iremos en mi coche. Me las heingeniado para encontrar lugar en el aparcamiento de enfrente. Es una zona

demasiado concurrida.—Es una excelente ubicación —empezó a decir mientras él la conducía hacia

el bordillo—. Está a pocos minutos del Muelle de los Pescadores y el agua. Losturistas son parte importante de nuestro negocio, pero también muchos residentesvienen a comprar aquí.

Dos chavales en una bicicleta tándem alquilada pasaron a toda prisa junto aella, riendo como hienas. Era una noche hermosa, pletórica de luces y aromassuaves. Una noche para caminar por la play a, o para arrojarles migajas de pan alas gaviotas, como aquella pareja lo hacía ahora a orillas del agua. Una nochepara las parejas, pensó. Se mordió el labio.

—Puedo seguirte —dijo a By ron—. Para el caso, hay docenas derestaurantes a los que podemos ir a pie.

—Iremos en mi coche —repitió él, maniobrando con suavidad y firmeza através del atestado aparcamiento—. Y te traeré de vuelta al tuyo cuandohayamos terminado.

—Nos ahorraríamos tiempo y molestias si…—Kate. —Se dio la vuelta y la miró, lo hizo fijamente, y se tragó el reproche

que tenía en la punta de la lengua. La pobrecilla estaba exhausta—. ¿Por qué nopruebas algo nuevo? Ve con la corriente.

Abrió la puerta del acompañante de su Mustang de segunda mano y esperó,bastante divertido, que ella se encogiera de hombros con su acostumbradofastidio. Kate no lo decepcionó.

Ella lo observó mientras daba la vuelta al coche. Se había aflojado la corbatay desabotonado el cuello de la camisa. El estilo fácil y desenfadado combinababien con esos hombros de jugador de béisbol, supuso, con ese cabello deandariego. Decidió reconsiderar su estrategia y esperar hasta que estuvierancenando para soltarle el sermón que le tenía preparado.

Si era necesario, podía decir tonterías como la mejor.—Así que te gustan los automóviles clásicos.By ron se sentó al volante. Apenas encendió el motor, la radio explotó con

Marvin Gaye. Bajó el volumen hasta reducirlo a un murmullo antes de cruzar elaparcamiento.

—Mustang sesenta y cinco, con motor 289 V-8. Un automóvil como este noes solo un medio de transporte, es un compromiso.

—¿En serio? —Le gustaban los asientos bajos y separados color blancocrema, y ese desplazarse de pantera domesticada, pero no se le ocurría nadamenos práctico que tener un coche más viejo que ella—. ¿No tienes que dedicarmucho tiempo a cuidarlo, a conseguir piezas?

—Ese es el compromiso. Funciona perfectamente; es como un sueño —añadió. Y acarició con cariño el tablero antes de sumergirse en el tráfico—. Hasido mi primer…

—¿Tu primer qué? ¿Tu primer coche?—Así es. —Sonrió al verla tan perpleja—. Lo compré cuando tenía diecisiete

años. Lleva recorridos más de noventa mil kilómetros y todavía ronronea comoun gatito.

Kate hubiera dicho más bien que « rugía como un león» , pero no era asuntosuy o.

—Nadie conserva su primer coche. Es como el primer amante.—Exactamente. —Bajó la velocidad antes de girar—. Y ya que has sacado el

tema, tuve a mi primera amante en el asiento de atrás, una dulce noche deverano. La bella Lisa Montgomery. —Dejó escapar un suspiro de nostalgia—.Me abrió las puertas del paraíso; Dios la bendiga.

—Las puertas del paraíso. —Incapaz de resistir la tentación, Kate estiró elcuello y escrutó el inmaculado asiento trasero. No era muy difícil imaginar doscuerpos jóvenes buscándose a tientas—. Y todo eso en la parte de atrás de unviejo Mustang.

—Un Mustang clásico —la corrigió Byron—. Al igual que Lisa Montgomery.—Pero a ella no la conservaste.—No se puede conservar todo, excepto los recuerdos. ¿Recuerdas tu primera

vez?—En el dormitorio de la residencia universitaria. No he sido lo que se dice

una adelantada. —Marvin Gay e había dado paso a Wilson Pickett. Kate comenzóa seguir el ritmo con el pie—. Él era el capitán del equipo de debate y me sedujocon el argumento de que el sexo, junto con el nacimiento y la muerte, era laexperiencia humana fundamental.

—Genial. Tendré que probarlo alguna vez.Kate miró de reojo su perfil. El héroe perfecto, decidió, con apenas un toque

de rudeza.—No creo que necesites hacer discursos.—Nunca está de más tener uno o dos de reserva. ¿Y qué le pasó al capitán del

equipo de debate?—Estaba acostumbrado a explicar lo que pensaba en menos de tres minutos.

Y trasladó esa capacidad a la experiencia humana fundamental.—Ah. —Byron tuvo que reprimir una sonrisa—. Qué lástima.—En realidad, no. Eso me enseñó a no abrigar expectativas poco realistas y a

no depender de nadie para satisfacer mis necesidades básicas. —Kate miró a sualrededor. Dejó de marcar el ritmo con el pie y volvió a ponerse tensa—. ¿Porqué estamos en Seventeen Mile?

—Es un camino bonito. Disfruto recorriéndolo cada día. ¿Te he dicho quefinalmente acordé alquilar la casa que voy a comprar hasta que nos hayamosinstalado?

—No, no me lo habías dicho. —Pero comenzaba a comprender lo que

ocurría—. Dij iste que íbamos a cenar y a mantener una conversación civilizada.—Y eso vamos a hacer. Pero también podrás echarle un vistazo al favor que

me hiciste.A pesar de los múltiples argumentos en contra que Kate esgrimió, By ron

entró en una calle y aparcó detrás de un Corvette de un negro resplandeciente.—Es del sesenta y tres, el primer año que el Stingray salió de Detroit —dijo,

señalando el auto—. Trescientos sesenta caballos de fuerza, iny ección. Unabelleza absoluta. El Chevette original era un tesoro antes de que lo rediseñaran.Ya no se fabrican carrocerías como esta.

—¿Para qué necesitas dos coches?—No se trata de una necesidad. De todos modos, tengo cuatro coches. Los

otros dos están en Atlanta.—Cuatro —murmuró Kate.Ese pequeño capricho de Byron le resultaba divertido.—Un Chevy cincuenta y siete, motor V-8 de cuatro mil seiscientos

centímetros cúbicos. Azul claro, paneles laterales blancos, todos los detallesoriginales. —Había afecto en su voz. Kate pensó que esa calidez sureña queenvolvía sus palabras era la misma de un hombre que describía a una amante—.Tiene tanta clase como dicen las canciones que se han escrito sobre él.

—Billie Joe Spears. —Kate también sabía algo de música—. Chevroletcincuenta y siete.

—Ese es el mejor. —Sorprendido e impresionado, By ron le sonrió—. UnGTO sesenta y siete le hace compañía.

—¿« Tres dobles y cuatro velocidades» ?—Pues claro. —Le sonrió de oreja a oreja—. Y un trescientos ochenta y

nueve.Ella le devolvió la sonrisa.—¿Y qué diablos son esos tres dobles, automovilísticamente hablando?—Si no lo sabes, llevará un poco de tiempo explicártelo. Pero antes quisiera

saber si quieres una lección en serio.Apoy ó una mano sobre la de Kate y clavó los ojos en la casa. Ella estaba lo

suficientemente relajada como para no retirarla.—Es fabulosa, ¿no te parece?—Es bonita. —Pura madera y cristal, pensó, plataformas en dos niveles,

macetas en plena floración, y aquel maravilloso ciprés inclinado y mágico—. Yala he visto antes.

—Desde fuera. —Sabiendo que ella jamás esperaría a que él diera la vueltaal coche hasta su puerta, By ron se inclinó sobre Kate para abrirla. Y aspiró elsimple aroma del jabón. Disfrutándolo, dejó vagar perezosamente la mirada desu boca a sus ojos—. Tú serás otra primera.

—¿Cómo dices?

Diablos, ¿estaba perdiendo la cabeza o en realidad esperaba ese tonocortante?

—Mi primera invitada. —Bajó del coche y cogió su maletín y su chaqueta.Empezaron a subir por el sendero, y él le cogió la mano con gesto amistoso—. Seoy e el mar —señaló—. Está muy cerca. Y también he podido ver un par defocas.

Era encantador… casi demasiado encantador, pensó Kate. El paisaje, lossonidos, el aroma de las rosas y los jazmines que se abrían por la noche. Losúltimos rayos del sol derramaban colores vividos y conmovedores sobre el cielooccidental. Las sombras retorcidas de los árboles eran largas y profundas.

—Muchos turistas suelen andar por aquí —dijo para combatir el hechizo—.¿No te molestarán?

—No. La casa está lejos del camino y los dormitorios dan al mar. —Hizogirar la llave en la cerradura—. Solo tengo un problema.

Kate se alegró al oír aquello. Tanta perfección la ponía nerviosa.—¿Cuál?—Prácticamente no tengo muebles.Abrió la puerta y así dejó al descubierto la veracidad de sus palabras.No tendría que haberle gustado tanto. Los suelos vacíos, las paredes vacías, el

espacio vacío. Y, no obstante, le pareció maravillosa esa manera en que elvestíbulo conducía a la sala. La más simple de las bienvenidas. Las anchaspuertas acristaladas de la pared de enfrente parecían explotar con la impactantepuesta de sol, y parecían pedir que las abrieran.

Los suelos de pino amarillo relumbraron bajo sus pies cuando entró y caminósobre ellos. Por el momento no había alfombra que domesticara aquel océano deresplandor.

Ya conseguiría una, imaginó Kate. Era lo más práctico y sensato. Perotambién sería una verdadera lástima.

Viendo la casa desde fuera, jamás hubiera dicho que los cielorrasos eran tanaltos o que las escaleras que conducían al primer piso eran anchas, tan anchascomo los barrotes tallados de la baranda ornamentada que bordeaba el segundopiso.

Podía apreciar con cuánta inteligencia, con cuánta sencillez una habitación setransformaba en otra, de tal modo que la casa parecía ser un inmenso y únicoespacio vital. Paredes blancas, suelos dorados y la bella luz sangrante del oeste.

—Estupenda vista —atinó a decir, preguntándose por qué tendría las palmasde las manos húmedas.

Sin pensar, se acercó a una caja de embalar, sobre la que había un fantásticoequipo de música. El único mueble de la casa era una mecedora destartalada,cuyos brazos estaban sujetos con cinta adhesiva.

—Veo que tiene lo básico.

—No tiene sentido vivir sin música. Compré la mecedora en una subastacasera. Es maravillosa de tan horrible que es. ¿Te apetece un trago?

—Un poco de soda, o agua. —El alcohol no formaba parte de su lista deopciones por un par de motivos, y By ron era uno de ellos.

—Tengo agua mineral Templeton.Kate sonrió.—Entonces tienes la mejor.—Te enseñaré la casa en cuanto hay a puesto en marcha la cena. Ven a

hacerme compañía a la cocina.—¿Sabes cocinar? —La sorpresa le dio impulso para seguirlo.—Pues… sí. Te apetece sémola y sésamo, ¿verdad? —Esperó unos segundos,

dio media vuelta y no quedó decepcionado al ver aquella mueca de espanto en sucara—. Solo bromeaba. ¿Qué me dices del marisco?

—Nada de cangrejos ni langostinos.—Yo preparo un estofado de cangrejo para chuparse los dedos, pero lo

reservaremos para cuando nos conozcamos mejor. Si el resto de la casa no mehubiera gustado, igualmente me la habría quedado por esto.

La cocina tenía mosaicos en damero blancos y marrones, con una isla centralque resplandecía como un témpano. Una banqueta empotrada bordeaba unaamplia ventana curva, que miraba a los maceteros florecidos y al césped verdeoscuro.

—Bajo cero —comentó By ron, y pasó la mano con cariño sobre el frente deacero inoxidable de una ancha nevera—. Horno a convección, cocina económicaJenn-Air, armarios de teca.

Sobre la mesa había un enorme cuenco azul, lleno de frutas frescas ybrillantes. El puño que parecía atenazar el estómago de Kate le anunció que, si nocomía pronto, moriría.

—¿Te gusta cocinar?—Me relaja.—De acuerdo, ¿por qué no te relajas? Yo miraré.Kate tenía que admitir que era un espectáculo impactante. Mientras ella

sorbía su agua helada, él cortó en rodajas un conjunto de coloridas hortalizas. Susmovimientos eran veloces y, en opinión de Kate, profesionales. Intrigada, seacercó para ver mejor sus manos.

Tenía manos muy bonitas, ahora que las miraba bien. Dedos largos, palmasanchas, con las uñas cuidadosamente cortadas sin perder por ello un ápice de sumasculinidad.

—¿Has tomado clases de cocina o algo por el estilo?—Algo por el estilo. Teníamos un cocinero. Maurice. —Byron cortó un

pimiento rojo en largas y perfectas tiras—. Una vez dijo que me enseñaría aboxear. Yo era alto y muy delgado, y siempre me daban palizas en la escuela.

Kate retrocedió un poco y lo miró de arriba abajo. Hombros anchos, cinturafina, caderas estrechas. Piernas y brazos largos, por cierto. Y como se habíaremangado las mangas de la camisa, pudo apreciar unos antebrazos de aspectoun tanto peligroso.

—¿Qué ocurrió? ¿Has tomado anabolizantes?Byron chasqueó la lengua y dedicó todo su afán culinario a una cebolla.—Comencé a hacer ejercicio y logré aumentar el volumen de brazos y

piernas… pero tenía doce años y era patéticamente tímido.—Sí. —Kate bebió otro sorbo de agua, recordando su propia adolescencia. El

problema era que ella jamás había aumentado el volumen de nada. Seguíasiendo la más débil de la carnada—. Es una edad difícil.

—Entonces Maurice dijo que me enseñaría a defenderme, pero que antesdebía aprender a cocinar. Según él, era solo una manera más de llegar a serautosuficiente. —Byron vertió aceite en una gran sartén de hierro forjado quehabía puesto a calentar sobre el fuego—. Seis meses después pude moler a golpesa Curt Bodine… Me envenenaba la existencia en aquella época.

—A mí me torturaba Candy Dorall, hoy Lichtfield —dijo Kate—. Siemprefue mi enemiga.

—¿La extremadamente petulante Candace Lichtfield? ¿Pelirroja, presumida,cara de falsa, con una risita estúpida más que molesta?

Cualquiera que describiese a Candy con tanta precisión merecía una sonrisa.—Creo que podrías llegar a gustarme, después de todo.—¿Alguna vez le diste un buen golpe en esa nariz que tiene?—No es suya. Le hicieron una rinoplastia. —Kate probó una tira de pimiento

—. Y no, pero la encerramos desnuda en un armario. Dos veces.—No está nada mal, pero es cosa de muchachas. Yo, en cambio, tuve que

darle una paliza a Curt; así salvé mi orgullo masculino y me gané la consiguientereputación de macho. Y era capaz de preparar un soufflé de chocolate parachuparse los dedos.

Kate lanzó una carcajada. By ron hizo una pausa en su tarea y se dio la vueltapara mirarla.

—Vuelve a hacerlo. —Al ver que no respondía, sacudió la cabeza—. Tendríasque reírte más a menudo, Katherine. Es un sonido fascinante. Asombrosamentepleno y rico. Como algo que podría salir flotando por la ventana de un burdel enNueva Orleans.

—Supongo que has querido hacerme un cumplido. —Volvió a levantar el vasode agua y lo miró a los ojos—. Pero casi nunca me río con el estómago vacío.

—Ya lo resolveremos. —Arrojó un puñado de ajo picado al aceite caliente.El aroma fue inmediato y maravilloso. Después siguió la cebolla y Kate sintió

que se le hacía la boca agua.Byron destapó un recipiente y echó langostinos y vieiras en la sartén. Kate

pensó que aquello se parecía un poco a ver trabajar a un científico loco. Unchorro de vino blanco, una pizca de sal, un poco de ralladura de jengibre.Sacudidas y meneos rápidos para mezclar todos aquellos deliciosos trozos dehortalizas.

En menos tiempo del que habría llevado a Kate repasar un menú, ya estabasentada delante de un plato suculento.

—Muy bueno —dijo después del primer bocado—. Es realmente bueno. ¿Porqué no trabajas como crítico gastronómico?

—Cocinar es un pasatiempo.—Como conversar y los coches viejos.—Los coches antiguos. —Le gustaba verla comer. Había decidido el menú

porque quería que ingiriese algo sano. La imaginaba picoteando comida basura,cuando se acordaba de comer, y recurriendo luego a los antiácidos. No era deextrañar que estuviera tan delgada—. Si quieres, puedo enseñarte.

—¿Enseñarme a qué?—A cocinar.Kate despedazó un langostino.—Nunca dije que no pudiera cocinar.—¿Sabes cocinar?—No, pero no dije que no pudiera. Y no necesitaré hacerlo mientras existan

las comidas para llevar y los hornos microondas.Como ella no había querido beber vino, él también había optado por el agua.—Apuesto a que te han reservado un lugar junto a la ventanilla de comida

para llevar de McDonald’s.—¿Y qué? Es rápido, es fácil y te llena el estómago.—No tengo nada en contra de una buena ración de patatas fritas de vez en

cuando, pero cuando se transforman en la dieta básica…—No empieces, By ron. Y es por eso que estoy aquí, en primer lugar. —

Recordó su plan y puso manos a la obra—. No me gusta que la gente, en especialsi se trata de alguien que apenas conozco, interfiera en mi vida.

—Tenemos que llegar a conocernos mejor.—No, no tenemos. —Era extraño que se sintiera tan distraída, tan interesada

y tan a gusto. El tiempo se le pasaba volando, pero lo único que quería era darleuna merecida monserga—. Tus intenciones quizá hayan sido buenas, pero notenías ningún derecho de ir a ver a Josh.

—Tus ojos son fantásticos —dijo, y los vio entornarse con suspicacia—. Nosé si es porque son tan grandes, tan oscuros… o porque tu cara es delgada, perocortan el aliento.

—¿Es uno de los discursos que guardas bajo la manga?—No, es una simple observación. Estaba mirando tu cara y se me ocurrió

que tiene todos esos contrastes. Los pómulos arrogantes de Nueva Inglaterra, la

boca gruesa y sensual, la nariz angulosa, los grandes ojos de cervatilla. Nodebería funcionar, pero funciona. Y funciona mejor cuando no estás pálida ycansada, aunque eso le añade una cierta fragilidad que desconcierta.

Kate se revolvió en su asiento.—No soy frágil. No estoy cansada. Y mi cara no tiene nada que ver con el

tema que estamos discutiendo.—Pero me gusta. Me ha gustado desde un principio, incluso cuando tú no me

gustabas. —Apoyó una mano sobre la de Kate, entrelazando los dedos, y dijo—:Ahora me pregunto, Kate, ¿por qué te has esforzado tanto para impedir que temirara más detenidamente?

—No tengo ninguna necesidad de esforzarme. Yo no soy tu tipo, y tú tampocoeres el mío.

—No, no eres mi tipo —admitió él—. No obstante, de vez en cuando me gustaprobar algo… diferente.

—Yo no soy una nueva receta. —Retiró la mano y apartó su plato—. Y hevenido aquí para mantener, en tus propios términos, una charla civilizada.

—Esto me parece civilizado.—No utilices ese tonillo razonable. —Tuvo que cerrar los ojos, bien cerrados,

y contar hasta diez. Pero solo llegó hasta cinco—. Detesto ese tono razonable.Acepté venir a cenar contigo para poder aclarar las cosas serenamente, sinperder los estribos, como esta mañana.

Para dar más énfasis a sus palabras, se inclinó un poco hacia delante… y sedistrajo al ver el fino halo dorado que bordeaba las pupilas de By ron.

—No quiero que te entrometas en mi vida. Y no encuentro otra manera másclara de decirlo.

—Está muy claro. —Como todo parecía indicar que habían terminado decomer, recogió los platos y los llevó al fregadero. Luego volvió a sentarse, sacóun cigarro de su bolsillo y lo encendió—. Pero hay un problema. Tengo ciertointerés por ti.

—Sí, claro.—¿Te resulta tan difícil de creer? —Lanzó una bocanada de humo, sopesando

la situación—. Al principio, a mí también me resultó difícil. Después me dicuenta del motivo de mi interés. Tengo una marcada tendencia a resolverproblemas y rompecabezas. Las respuestas y las soluciones son esenciales paramí. ¿Te apetecería un café?

—No, no quiero café. —¿Acaso no sabía que la volvía loca saltando de untema a otro con esa manera lenta y sureña de arrastrar las palabras? Porsupuesto que lo sabía—. Y yo no soy un problema ni un rompecabezas.

—Sí que lo eres. Mírate un poco, Kate. Andas por la vida con los nudillosblancos de tanto apretar los puños. —Con toda deliberación, le cogió una mano yle hizo aflojar el puño—. Casi puedo ver cómo tus nervios devoran lo poco que te

molestas en meterte dentro del cuerpo para seguir andando. Tienes una familiaque te quiere, una formación sólida y una mente brillante, pero te detienes en laspequeñeces como si fuesen nudos a desatar. Jamás se te ocurre pasar uno poralto. No obstante, cuando la injusticia te golpea en plena cara, o recibes el insultode haber sido despedida de un trabajo que era parte esencial de tu vida… tequedas allí sentada, cruzada de brazos, sin hacer nada.

Y eso la irritaba, la hería y la avergonzaba. Pero como no podía explicárselo,ni a él ni a ninguno de los que la querían, se le había hecho una úlcera.

—Hago lo que me conviene. Y no he venido aquí partí que me analices.—Aún no he terminado —dijo sin perder la calma—. Tienes miedo de ser

vulnerable, incluso te da vergüenza. Eres una mujer práctica, y no obstante apesar de que sabes que estás físicamente debilitada no haces nada al respecto.Eres una mujer honesta, pero inviertes toda tu energía en negar que podría haberuna mínima chispa de atracción entre nosotros. Y por eso me interesas. —Diouna última calada a su cigarro y le aplastó la punta—. Me interesa eserompecabezas que hay en ti.

Kate se levantó muy despacio para demostrarle —y demostrarse— quetodavía dominaba la situación.

—Comprendo que pueda ser difícil para ti —difícil no, prácticamenteimposible— aceptar que no me interesas para nada. No soy vulnerable, no estoyenferma y ni siquiera me siento un poquito atraída hacia tu persona.

—Bien. —By ron descruzó las piernas y se levantó—. Podemos poner aprueba al menos una de esas tres afirmaciones. —Sin dejar de mirarla a los ojos,le puso una mano en la nuca—. A menos que tengas miedo de equivocarte.

—No me equivoco. Y no quiero…Decidió que era más simple no dejar que terminarse la frase. Esa mujer era

capaz de discutirle a un muerto. Posó suavemente sus labios sobre los de Kate, enun susurro que era también una promesa. Cuando ella intentó apartarloapoy ándole una mano sobre el pecho, By ron le pasó el brazo por la cintura y laatrajo con dulzura hacia sí.

Para disfrutar de ese momento, rozó con la lengua el borde de sus labios hastaque por fin se abrieron. Pensó, ingenuamente, que había oído el cruj ido de losgoznes de otra puerta que se abría al paraíso.

Entonces ella tembló y él despertó de sus ensoñaciones. Aflojó el abrazo yvio que seguía pálida, con los ojos sombríos y nublados. Le dio unos besos ligerosen los extremos de la boca y vio cómo se agitaban sus pestañas.

—Yo no… no puedo… Dios santo. —La mano apoyada contra su pecho secerró en un puño—. No tengo tiempo ni ganas de esto.

—¿Porqué?Porque la cabeza le daba vueltas, el corazón le latía desbocado y la sangre le

corría por las venas como nunca antes.

—No eres mi tipo.Esa boca inteligente dibujó una sonrisa.—Tú tampoco eres mi tipo. Imagínate.—Los hombres como tú siempre hacen daño. —Sabía bien, sabía muy bien

que debía evitarlo a toda costa… pero no pudo impedir que sus manos ledesnudaran el pecho y aferraran ese maravilloso vello con reflejos dorados—.Es la ley.

By ron volvió a sonreír.—¿La ley de quién?De haber podido concentrarse, Kate habría replicado con elegancia.—Oh, al diablo con todo —murmuró, atrayéndolo hacia sí y obligándolo a

besarla.Los nervios y el deseo parecían emerger de ella en oleadas veloces, voraces.

Él no podía resistirlas, apenas pudo enfrentarse a nada una vez que la boca deKate inició el embate. Tendría que haber sabido que ella no buscaría unencuentro lento y gradual, ni tampoco se solazaría en la dulzura fácil de unaseducción perezosa. Pero jamás habría pensado que las fogosas embestidas deaquella boca movediza minarían su cordura innata.

En el lapso de un segundo, pasó de disfrutarla a devorarla.La estrechó con violencia entre sus brazos, olvidando que tenía los huesos

largos y frágiles y la carne suave y escasa. La mordió locamente porque esaboca, esa boca carnosa y ardiente, parecía hecha para que él la devorara. Elperfume del jabón era absurdamente sexy. Casi podía saborearlo mientras lerecorría el cuello con besos calientes, salvajes.

—Es solo porque hace mucho tiempo que no tengo relaciones sexuales —murmuró con el poco raciocinio que le quedaba cuando sus ojos se cruzaron.

—Es igual, lo que sea. —Cogió su pequeño y firme trasero entre las manos yahogó un gemido contra su garganta.

—Un año —balbuceó—. Bueno, en realidad casi dos, pero después de losprimeros meses una ni siquiera… Dios, tócame. Voy a gritar si no me tocas.

¿Dónde? By ron estaba al borde del pánico. Era incapaz de distinguir una partede otra. Estaba inmerso en toda ella. El instinto lo llevó a tirar de la cintura de sualmidonada blusa blanca para liberarla de la falda, mientras luchaba pordesabrochar los botones.

—Arriba. —Maldijo entre dientes la terquedad de los botones. No le quedabacordura suficiente para asombrarse por la manera en que le temblaban los dedos—. Mejor vayamos arriba. Tengo una cama.

Desesperada, Kate le aferró la mano y comenzó a frotarla, ella misma,contra su pecho.

—Aquí tienes el suelo.A pesar de todo, By ron lanzó una carcajada.

—Estoy empezando a amar a las mujeres prácticas.—Aún no has visto nada… —Entonces ocurrió lo inesperado.La primera oleada de dolor fue seguida tan rápidamente por la segunda que

apenas pudo sofocar un gemido.—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Te he hecho daño?—No, no es nada. —Byron intentó enderezarla, pero ella se dobló en dos—.

Es solo una punzada. Es… —Pero el ardor se propagaba como una lengua defuego. Sintió miedo, y su piel se cubrió de un sudor frío y pegajoso—. Dame unminuto, solo un minuto. —A ciegas, intentó recuperar el equilibrio apoyándose enalgo. Y se hubiera caído si By ron no la hubiese agarrado.

—Al diablo con todo —masculló entre dientes—. Al diablo con todo. Ahoramismo te llevo al hospital.

—No. Espera. —Desesperada por encontrar alivio, deslizó el brazo pordebajo de sus pechos e hizo presión—. Llévame a casa.

—En menos que canta un gallo. —Como un guerrero que ostentara el botínconquistado, By ron la cogió en brazos y la llevó hasta la puerta—. Ahorra salivay después grítame todo lo que quieras. Pero ahora vas a hacer todo lo que yodiga.

—He dicho que me lleves a casa. —No se molestó en oponerse cuando él lasentó en el coche.

Necesitaba concentrar toda su energía en combatir el dolor.By ron salió del camino dando marcha, atrás. No dijo nada cuando ella sacó

una Tums del frasco que solía llevar en el bolsillo. En cambio, cogió el teléfonodel coche y marcó un número.

—Mamá. —Conducía a toda velocidad, los neumáticos chillaban al tomar lascurvas. Hasta interrumpió a su madre, quien empezaba a disculparse por nohaberle devuelto la llamada—. No te preocupes. Escucha. Tengo una amiga, unamuchacha de un metro sesenta, cuarenta y cinco kilos de peso con suerte, deunos veinticinco años. —Maldijo entre dientes, sujetando el auricular entre elhombro y la oreja para poner el cambio—. No es eso —respondió ante lainevitable pregunta—. Ahora mismo la estoy llevando al hospital. Tiene un dolorabdominal. Parece ser que le ocurre con frecuencia.

—Es solo estrés —murmuró Kate, con la respiración entrecortada—. Y tupésima cocina.

—Sí, es ella. Puede hablar y está lúcida. No lo sé. —Miró de reojo a Kate—.¿Te han hecho alguna cirugía abdominal?

—No. Ni lo menciones.—Sí, y o diría que vive bajo un montón de estrés y lo sufre. Hará unos

cuarenta y cinco, cincuenta minutos que hemos comido —dijo en respuesta a laspreguntas precisas de su madre—. No, nada de alcohol ni de cafeína. Pero sealimenta a base de café y devora Tums como si fuesen pastillas de chocolate.

¿Sí? ¿Tienes sensación de ardor? —preguntó a Kate.—Es solo una indigestión —musitó ella—. El dolor estaba cediendo. ¿Verdad

que sí? Por el amor de Dios, ¿verdad que sí?—Sí. —Byron volvió a prestar atención a su madre y asintió. Empezaba a

comprender hacia dónde apuntaban las preguntas de su madre—. ¿Con quéfrecuencia padeces ese terrible dolor bajo el esternón?

—No es asunto tuyo.—No querrás que me enfurezca justo ahora, Kate. No te conviene. ¿Con qué

frecuencia?—Muy a menudo. ¿Y qué? No me llevarás a ningún hospital.—¿Y el dolor que te estruja el estómago?Como él describía sus síntomas con precisión meridiana, Kate cerró los ojos

y lo ignoró.By ron cambió dos o tres palabras más con su madre.—Gracias, me lo imaginaba. Yo me haré cargo. Sí, te mantendré informada.

Lo prometo. Adiós. —Colgó el teléfono. Sin apartar los ojos del camino, masculló—: Felicidades, señorita terquedad, tienes una bonita úlcera.

8

Por supuesto que no tenía una úlcera. Kate se consoló pensando que Byronquedaría como un imbécil por haberla llevado a la sala de urgencias del hospitalcon un caso de acidez nerviosa.

Las úlceras eran cosa de pusilánimes reprimidos que no sabían cómoexpresar sus emociones, que tenían miedo de afrontar lo que ocurría en suinterior. Kate suponía que manifestaba bien sus emociones, y en cada ocasión.

Simplemente, se encontraba bajo una situación más estresante que decostumbre. ¿A quién no se le revolvería un poco el estómago después de haberpasado dos meses como los que acababa de vivir? Pero estaba controlando lasituación. Cerró los ojos y apretó los párpados para combatir el constante ardor.La estaba controlando a su manera.

En cuanto Byron aparcara el coche, le explicaría una vez más, con todacalma, que Kate Powell podía cuidar muy bien de sí misma.

Y por supuesto que lo hubiera hecho, si hubiera podido controlar larespiración. Pero Byron frenó de golpe frente a la sala de urgencias, bajó delcoche dando un portazo y la sacó de su asiento sin que pudiera hacer otra cosaque chillar.

Luego fue peor, porque estaba dentro, con todos los sonidos y olores típicos deun hospital. Las salas de urgencias eran todas iguales, en todas partes. El aireestaba cargado de miedo, desesperación y sangre fresca. Antisépticos, alcohol,sudor. El rechinar de las suelas de goma y el susurro de las ruedas sobre ellinóleo. Quedó paralizada. Era todo lo que podía hacer para evitar encogersecomo una bola en la dura silla de plástico donde Byron la había sentado.

—No te muevas —le ordenó en un tono cortante, y luego avanzó decididohacia la enfermera de admisiones.

Kate ni siquiera lo oyó.Fragmentos de recuerdos la asaltaban. Escuchaba el penetrante y

desesperado ulular de las sirenas, veía titilar y girar las luces rojas. Volvía a tenerocho años, y aquel sordo palpitar en lo más profundo de ella dolía como unaherida. Y la sangre… casi podía olería.

No era suy a. O apenas una parte ínfima de toda esa sangre lo era. Solo teníaalgunos rasguños. Contusiones, le habían dicho. Heridas menores. Un golpe leve.

Nada que amenazara la vida. Nada que alterara la vida.Pero se habían llevado a sus padres en unas camillas, aunque ella había

llamado a su madre a gritos. Y jamás habían vuelto.—Es tu noche de suerte —dijo Byron, acercándose—. No hay demasiado

movimiento. Van a verte ahora.—No puedo estar aquí —murmuró—. No puedo estar en un hospital.—Esa es la clave de la cuestión, chiquilla. Aquí es donde están los médicos.

—La ayudó a ponerse en pie y se sorprendió al verla tan dócil como un perrilloobediente.

La llevó con la enfermera y se sentó a esperar.Kate se convenció de que cuanto más cooperara, más pronto la dejarían ir. Y

tenían que dejar que se fuera. Ya no era una niña sin capacidad de decisión.Entró en el estrecho sector donde realizaban los exámenes médicos y sintió unescalofrío al oír que se cerraba la cortina de plástico a sus espaldas.

—Veamos qué ocurre.La doctora de guardia era joven y bonita. Cara redonda, ojos pequeños tras

las gafas con montura metálica, cabello negro peinado hacia un lado y sujeto conun par de horquillas.

Recordó que, antes, había sido un hombre quien la había atendido. Tambiénjoven, pero con los ojos exhaustos y viejos. Respondió mecánicamente a laspreguntas de rigor. No, no era alérgica a nada, no la habían intervenidoquirúrgicamente, no tomaba medicamentos.

—Por favor, acuéstese en la camilla, señorita Powell. Soy la doctora Hudd.Permítame examinarla. ¿Siente dolor en este momento?

—No, creo que no.La doctora Hudd enarcó una ceja.—¿No siente dolor o cree que no lo siente?Kate cerró los ojos y se obligó a volver al aquí y ahora.—Un poco.—Avíseme si aumenta.« Manos suaves» , pensó Kate cuando estas comenzaron a examinarla. Los

médicos siempre parecían tener manos suaves. Tuvo que ahogar un grito cuandola doctora hizo presión bajo su esternón.

—Es aquí, ¿no? ¿Con qué frecuencia le ocurre?—Ocurre.—¿La molestia suele aparecer después de comer, digamos una hora después

de haber comido?—A veces. —Suspiró—. Sí.—¿Y cuando bebe alcohol?—Sí.—¿Tiene vómitos?

—No. —Kate se pasó la mano por la cara pegajosa—. No.—¿Mareos?—No. Bueno, no exactamente.La doctora Hudd frunció apenas sus labios sin pintura; apoyó las y emas de los

dedos sobre la muñeca de Kate.—Tiene el pulso un poco acelerado.—No quiero estar aquí —dijo Kate a bocajarro—. Odio los hospitales.—Sí, a mí me pasa lo mismo —murmuró la doctora, mientras hacía

anotaciones sobre una tablilla—. Descríbame el dolor, por favor.Kate clavó los ojos en el cielorraso, fingiendo que hablaba en voz alta consigo

misma.—Es un ardor en el abdomen, o un malestar constante. —No iba a quedarse

allí, pensó para tranquilizarse. Sobre esa camilla, detrás de esas cortinas—. Másbien como punzadas de hambre en el estómago. Pueden ser muy intensas.

—No me cabe duda. ¿Y qué ha hecho hasta ahora para aliviar su malestar?—Mi acidez estomacal —dijo Kate, ya sin fuerzas—. My lanta.La doctora chasqueó la lengua y le palmeó la mano.—¿Está usted muy estresada, señorita Powell?Mi padre era un ladrón, yo he perdido mi trabajo y la policía podría llamar a

mi puerta de un momento a otro. No puedo hacer nada al respecto, nada…excepto empeorar las cosas.

—¿Quién no? —Trató de no saltar cuando la doctora le levantó un párpado yencendió una lucecilla para revisarle las pupilas.

—¿Cuánto hace que padece estos síntomas?—Me parece que desde siempre. No lo sé. Han empeorado en los últimos dos

meses.—¿Duerme bien?—No.—¿Toma algo para dormir?—No.—¿Y para el dolor de cabeza tampoco?—No, gracias. Tengo muchísimos calmantes. Nuprin —dijo, anticipándose a

la pregunta—. Excedrin. Los voy alternando.—Ajá. ¿Cuándo fue su último chequeo médico? —Como Kate no respondía,

la doctora se enderezó y volvió a fruncir los labios—. Hace mucho, ¿verdad?¿Quién es su médico de cabecera?

—Veo al doctor Minelli una vez al año para la citología vaginal. Nunca estoyenferma.

—Pues ahora está haciendo una excelente imitación. Permítame ponerme asu altura con mi imitación de un examen de rutina. Veamos su tensión.

Kate se sometió sin chistar. Estaba más tranquila ahora, segura de que la

ordalía casi había terminado. Suponía que la doctora garabatearía una receta yallí acabaría todo.

—La tensión es un poco alta, el corazón es fuerte. Usted está por debajo de supeso normal, señorita Powell. ¿Sigue alguna dieta?

—No. Jamás hago dieta.—Tiene suerte, entonces —dijo Hudd, con un sesgo suspicaz en la mirada.Era una mirada que Kate reconocía, una mirada que la hizo suspirar.—No padezco un desorden alimenticio, doctora. No soy bulímica ni

anoréxica. No me doy atracones, no tomo laxantes ni pastillas. Siempre he sidodelgada.

—Entonces ¿no ha perdido peso últimamente?—Un par de kilos, tal vez —admitió Kate—. Mi apetito es esporádico. Mire,

he tenido problemas en el trabajo que me han dejado exhausta. Eso es todo.Créame, si pudiera elegir, preferiría tener curvas en vez de ángulos.

—Bueno, cuando hay amos resuelto este problema, podrá tener todas lascurvas que desee. Haremos algunas pruebas y …

De pronto, Kate cogió a la doctora por la muñeca.—¿Pruebas? ¿Qué clase de pruebas?—Nada que incluya cámaras de tortura, le doy mi palabra. Haremos algunas

radiografías y un enema, por supuesto. Y recomiendo una endoscopia. Son paradetectar y eliminar posibilidades.

—No quiero pruebas. Solo déme una pastilla y déjeme salir de aquí.—No es tan sencillo, señorita Powell. Pediré que le hagan las radiografías lo

antes posible. Trataré de que le hagan el gastrointestinal a primera hora de lamañana. Una vez que la hayan admitido…

El pánico era blanco, pensó Kate. Habitaciones blancas y mujeres deuniforme blanco.

—Ni sueñe con retenerme aquí.—Solo hasta mañana —la tranquilizó la doctora—. No es que no respete el

diagnóstico de su novio…—No es mi novio.—Pues… si yo estuviera en su lugar, me gustaría que lo fuera. Pero, en

cualquier caso, él no es médico.—Su madre lo es. Habló con ella antes de venir aquí. Pregúntele. Quiero que

venga. Tráigalo aquí.—De acuerdo. Intente calmarse. Iré a hablar con él. Usted quédese acostada

e intente relajarse. —La doctora empujó suavemente sus hombros hacia abajo.Cuando se quedó sola, Kate luchó por respirar hondo y serenarse. Pero el

terror la sobrevolaba como un ave de presa.—Todavía discutiendo —empezó a decir By ron, entrando en la sala.Kate saltó como un resorte.

—No puedo quedarme aquí. —Aferró la pechera de su camisa con manostemblorosas—. Tienes que sacarme de este lugar.

—Escucha, Kate…—No puedo quedarme aquí hasta mañana. No puedo pasar la noche en un

hospital. No puedo. —Se le quebró la voz en un susurro—. Mis padres.By ron se sintió confundido. ¿Acaso esperaba que llamara a los Templeton a

Francia para que apoy aran su decisión? Luego recordó que los padres biológicosde Kate estaban muertos. Se habían matado en un accidente. Hospital.

Y entonces supo que lo que había creído ver en sus ojos —dolor físico y malgenio— era terror puro y duro.

—Está bien, Kate. —Para tranquilizarla, apoyó los labios sobre su frente—.No te preocupes. No vas a quedarte.

—No puedo. —Respiraba con dificultad; la histeria, que hervía a fuego lento,comenzaba a subir a la superficie.

—No te quedarás. Te lo prometo. —Le cogió la cara entre las manos hastaque los ojos de ella anegados en lágrimas se clavaron en los suyos—. Te loprometo, Kate. Ahora mismo hablaré con la doctora y luego te llevaré a casa.

La histeria cedió y fue reemplazada por la confianza.—Está bien. De acuerdo. —Cerró los ojos—. Está bien.—Solo dame un minuto. —Pasó al otro lado de la cortina para hablar con la

doctora—. Tiene una fobia. No me había dado cuenta.—Mire, señor De Witt, a la may oría de la gente no le gusta estar en un

hospital. A veces, a mí tampoco me gusta.—No hablo del típico malestar. —Frustrado, se pasó una mano por el cabello

—. Pensaba que se trataba solamente de eso. Pero es mucho más que un simplemalestar. Escuche, sus padres murieron en un accidente cuando ella era niña. Noconozco los detalles, pero debe de haber pasado por un hospital. Tiene pánico dequedarse aquí, y no es de las que sienten pánico por cualquier cosa.

—Necesita hacerse esas pruebas —insistió la doctora.—Doctora… Hudd, ¿verdad? Tiene una úlcera, doctora Hudd. Presenta todos

los síntomas que indican los libros. Ambos lo sabemos.—¿Porque su madre lo ha dicho?—Mi madre es jefa de medicina clínica en el Atlanta General.Hudd levantó las cejas.—¿La doctora Margaret De Witt? —Volvió a suspirar—. Impresionante. He

leído muchos artículos suyos. Aunque estoy de acuerdo con su diagnóstico,también estoy segura de que ella aprobaría mi procedimiento. Todo indica unaúlcera de duodeno, pero no puedo descartar otras posibilidades. Las pruebas sonde rigor.

—¿Y si el paciente está tan perturbado, tan destruido emocionalmente que lasola idea de pasar unas pruebas agrava su estado? —Esperó un segundo—.

Ninguno de los dos puede obligarla a hacerse esas pruebas. Ella se irá caminandoy continuará tragando Tums hasta que se le haga un agujero tan grande en elestómago como para que entre un palo de golf.

—No, no puedo obligarla a hacerse las pruebas —admitió Hudd, irritada—.Pero sí puedo recetarle una medicación… a cambio de la promesa de quevolverá, como paciente externa, para hacerse una radiografía si los síntomaspersisten.

—Me ocuparé de que lo haga.—Más le vale. Tiene la tensión alta y ha bajado de peso. Es un volcán de

estrés. Diría que está al borde del colapso nervioso.—Yo me haré cargo de ella.La doctora Hudd titubeó un instante y observó a By ron. Luego asintió.—Estoy segura de que lo hará. —Abrió la cortina y volvió a mirarlo antes de

irse—. ¿El doctor Brian De Witt es su padre?—Cirugía torácica.—Y usted es…—Trabajo en hostelería. —Sonrió con un irresistible encanto—. Pero mis

hermanas son médicas. Las tres.—En todas las familias hay uno, por lo menos.

—Lo siento —murmuró Kate. Había apoy ado la cabeza contra el asiento delcoche. Tenía los ojos cerrados.

—Limítate a cumplir las órdenes de la doctora. Toma tus medicinas ydescansa. Y y a basta de jalapeños.

Sabía que lo decía para hacerla sonreír, e intentó complacerlo.—Y y o que me moría de ganas de comer unos cuantos. No quise

preguntártelo hasta no estar segura de que podríamos fugarnos, pero ¿cómohiciste para convencerla de que no me hospitalizara?

—Razones, encanto, compromiso. Y además invoqué el nombre de mimadre. Es cosa seria.

—Ah.—Y prometí —añadió— que si esto vuelve a ocurrir, vendrás a hacerte las

radiografías… como paciente externa. —Cogió la mano de Kate y la apretósuavemente—. No es algo que puedas ignorar, Kate. Tienes que hacerte cargo delo que ocurre y cuidarte.

Ella volvió a enmudecer. Estaba demasiado avergonzada. Y aún sentía esospequeños lengüetazos calientes de pánico revoloteando en su estómago.

Cuando volvió a abrir los ojos, vio la extensión de Big Sur que la luna parecíabesar, la pendiente de los acantilados, la fugacidad de los bosques, la pronunciadacurva del camino apenas cubierta por pequeños bancos de niebla. Los ojos se le

llenaron de lágrimas. Antes de que el coche frenara por completo en la cima delcamino, la puerta de la casa se abrió de par en par y Laura salió corriendo.

—Oh, cariño, ¿estás bien? —Con la bata bailándole entre las piernas, Lauraabrió la puerta del coche y estrechó a Kate entre sus brazos—. ¡Estaba tanpreocupada!

—Ha sido solo un susto. Una tontería. Yo… —Vio que Ann se acercaba a todaprisa y estuvo a punto de romper a llorar.

—Ven, niña querida. —Con un arrullo, deslizó el brazo por la cintura de Kate—. Vamos a llevarte dentro.

—Yo… —Pero era demasiado fácil descansar la cabeza sobre el hombro deAnn. Aquello despertaba recuerdos de galletas calientes y té dulce. De sábanassuaves y manos frescas.

—By ron. —Laura lo miró, distraída—. Agradezco tanto que hayas llamado.Yo… —Miró a Kate, quien se dirigía hacia la casa con Ann—. Por favor, entraun momento. Permíteme ofrecerte un café.

—No, iré a casa. —Era obvio que Laura solo podía prestar atención a Kate—.Luego pasaré a ver cómo se encuentra. Adelante.

—Gracias. Muchísimas gracias. —Y se alejó corriendo.Byron vio cómo alcanzaba a las otras dos y flanqueaba a Kate del otro lado.

Las tres desaparecieron por la puerta de la casa como si fueran una.

Durmió doce horas seguidas y despertó descansada y aturdida. Estaba en elcuarto de su infancia. El empapelado de las paredes era el de siempre, lasmismas sutiles franjas color pastel. Las cortinas de su adolescencia habían sidoreemplazadas por otras de encaje que la brisa mecía débilmente. Habíanpertenecido a su abuela y también habían engalanado el dormitorio de su madre.La tía Susie pensó que le darían algún consuelo cuando se fue a vivir a TempletonHouse. Y tuvo razón.

Ahora le aportaban consuelo.Más de una mañana, tendida en la enorme y mullida cama de cuatro pilares,

había mirado ondear aquellas cortinas. Y se había sentido cerca de sus padres.Si solo pudiera hablar con ellos ahora. Para tratar de entender por qué su

padre había hecho lo que hizo. Pero ¿qué consuelo podía haber en ello? ¿Quéexcusa podría justificar semejante acto?

Tenía que concentrarse en el presente. Encontrar una manera de vivir en elpresente. Y no obstante, ¿cómo no dejarse invadir por el pasado?

Supuso que la casa tenía la culpa, o casi toda la culpa. Conservaba tantosrecuerdos. Allí había historia, épocas, gente, fantasmas. Como los acantilados, losbosques, los cipreses de extrañas formas… tenían magia propia.

Enterró la cara en la almohada, que tenía una funda de lino irlandés. Ann

siempre se ocupaba de que la ropa de cama desprendiese un leve perfume alimón. Había flores sobre la mesilla de noche, un florero Waterford colmado defresitas de aroma dulcísimo. Y una nota manuscrita junto al florero. Katereconoció la letra de Laura y se estiró para cogerla.

Kate:No he querido despertarte antes de irme. Margo y y o atenderemos la

tienda esta mañana. No queremos verte asomar las narices por allí. Annieha accedido a encerrarte con llave en tu cuarto si fuera necesario. Tienesque tomar la medicación a las once en punto, a menos que te quedesdormida. Una de nosotras pasará por casa a la hora del almuerzo. Túdebes quedarte en la cama. Si vuelves a pegarnos otro susto como este…Ya te amenazaré en persona.

Te quiero,

LAURA

Típico de ella, pensó Kate, y dejó la nota a un lado. Pero no podía quedarseen la cama todo el día. Tendría demasiado tiempo para pensar. No, decidióllamar las cosas por su nombre: tiempo para cavilar. De modo que encontraríaalgo que le impidiera cavilar. Su maletín no debía de estar lejos. Solo tendríaque…

—¿Y qué crees que vas a hacer, jovencilla? —Ann Sullivan apareció en elumbral con una bandeja en las manos y un brillo severo en los ojos.

—Iba… iba al baño. Eso es todo. —Con cautela, terminó de bajarse de lacama y se metió en el cuarto de baño.

Sonriente, Ann apoy ó la bandeja y acomodó las almohadas. Todas sus niñascreían que podían mentir cuando era la hora de la verdad, pensó. Y solamenteMargo sabía cómo hacerlo. Esperó, firme como un soldado, hasta que Katevolvió. Luego se limitó a señalarle la cama.

—Ahora quiero verte comer, tomar tu medicina y comportarte como unabuena niña. —Como si fuera algo que ocurría todos los días, acomodó la bandejasobre el regazo de Kate—. Así que una úlcera, ¿eh? Pues ya lo sabes, no nosvamos a arredrar por eso. No, por supuesto que no. La señora Williamson te hapreparado unos deliciosos huevos revueltos con tostadas. Están para chuparse losdedos. Y una infusión. Dice que la manzanilla te suavizará las entrañas. Ytambién comerás un poco de fruta. El melón es muy bueno.

—Sí, señora. —Se sentía capaz de comer durante horas—. Lo lamento,Annie.

—¿Qué es lo que lamentas? ¿Ser tan cabezota? Pues tienes sobradas razonespara hacerlo. —Pero se sentó en el borde de la cama y, como se ha hecho desde

siempre, apoy ó la mano sobre la frente de Kate para ver si tenía fiebre—. Hasagotado todas tus energías hasta caer enferma. Y mírate, señorita Kate, no eresmás que un saco de huesos. Quiero que comas hasta el último bocado de esoshuevos.

—Pensé que era acidez estomacal —murmuró. Luego se mordió el labio—.O cáncer.

—¿Qué disparate es ese? —Pasmada, Ann le cogió el mentón obligándola alevantarlo—. ¿Temías tener cáncer y no hiciste nada al respecto?

—Pues… pensaba que si se trataba de acidez estomacal podría vivir con eso.Y si era cáncer, de todos modos moriría. —Hizo una mueca ante la severamirada de Ann—. Me siento como una idiota.

—Me alegra escucharte decir eso, porque lo eres —Ann chasqueó la lenguay le sirvió una taza de manzanilla—. Yo te adoro, señorita Kate, pero jamás enmi vida me he enfadado tanto con alguien. No, ni se te ocurra. No te atrevas aecharte a llorar mientras te reprendo.

Kate se sorbió los mocos, aceptó el pañuelo que Ann le ofrecía y se sonóruidosamente la nariz.

—Lo lamento —repitió.—Laméntalo, entonces. —Exasperada, le alcanzó otro pañuelo de papel—.

Pensaba que Margo era la única de vosotras dos que podía sacarme de quicio. Túhas esperado veinte años para hacerlo, mi niña, pero has logrado igualarla.¿Alguna vez le has dicho a tu familia que te sentías mal? ¿Alguna vez se te ocurriópensar lo que hubiera sido para nosotros si terminabas en el hospital?

—Pensé que podía manejar la situación.—Pues bien, no has podido, ¿o me equivoco?—No.—Cómete esos huevos antes de que se enfríen. La señora Williamson se ha

quedado en la cocina, preocupada por ti. Y el viejo Joe, el jardinero, ha cortadosus preciosas fresitas para que las vieras al despertar. Por no hablar de Margo,que me ha tenido al teléfono durante media hora o más esta mañana de lopreocupada que está por ti. Y el señor Josh, que ha venido a verte antes demarcharse a trabajar. ¿Y acaso crees que la señorita Laura ha podido pegar ojoen toda la noche?

Mientras la sermoneaba, Ann había untado un montón de tostadas conmermelada de moras.

—Por no mencionar cómo se sentirán los Templeton cuando se enteren —concluy ó, pasando el plato a Kate.

—Oh, Annie, por favor, no…—¿Que no se lo diga? —dijo Ann con una mirada feroz—. ¿Era eso lo que

ibas a decirme, señorita? ¿Que no diga nada a las personas que te han amado ycuidado, que te han dado un hogar y una familia?

Nadie untaba la mermelada ni lo avergonzaba a uno como Ann Sullivan,pensó Kate con tristeza.

—No. Yo misma voy a llamarlos. Hoy.—Ahora sí que nos entendemos. Y cuando te sientas un poco mejor irás a ver

al señor De Witt y le agradecerás personalmente que te haya cuidado.—Yo… —Kate vio venir una nueva reprimenda y se puso a jugar con la

comida—. Ya le he dado las gracias.—Y volverás a dárselas. —Levantó los ojos cuando la sirvienta golpeó

suavemente la puerta abierta.—Con permiso. Acaba de llegar esto para la señorita Powell. Puso a los pies

de la cama una enorme caja blanca de florista.—Gracias, Jenny. Espera un momento y decidiremos qué florero usar. No, tú

termina de comer —prosiguió Ann—. Yo abriré el paquete.Deshizo el lazo, abrió la caja y la habitación se llenó de un intenso aroma a

rosas. Dos docenas de rosas amarillas de largos tallos resplandecían sobre unlecho de relucientes hojas verdes. Ann se permitió un suspiro mudo, femenino.

—Trae el baccarat, ¿quieres, Jenny ? El alto que está en la biblioteca.—Sí, señora.—Ahora sé que estoy enferma. —Divertida, Kate abrió el sobrecillo que

acompañaba a las flores—. Imagínate lo enferma que estaré que Margo me hamandado un ramo de flores. —Se quedó boquiabierta después de leer la tarjeta.

—Por lo visto no ha sido Margo. —Con el privilegio que dan el tiempo y elafecto, Ann cogió la tarjeta que Kate aún sostenía entre los dedos y la ley ó—:« Relájate, By ron» . Bueno, bueno, bueno.

—No hay por qué decir « bueno» . Solo siente lástima por mí.—No se envían a nadie dos docenas de rosas amarillas por pura simpatía,

niña querida. Es una invitación al romance.—Lo dudo.—En todo caso, intenta seducirte.Kate recordó aquel abrazo desbocado en la cocina. Ardiente, intenso,

bruscamente interrumpido.—Quizá. En cierto sentido. Si yo fuera de las que se dejan seducir.—Todas lo somos. Gracias, Jenny. Deja que me ocupe yo.Ann cogió el florero que había traído la sirvienta y fue al cuarto de baño a

llenarlo de agua. No se sorprendió para nada, y se sintió más que complacida, alver que Kate aspiraba el perfume de un capullo cuando regresó.

—Ahora bébete tu té mientras yo arreglo las flores. Es muy relajantehacerlo.

Cogió un par de tijeras del antiguo escritorio, desplegó el papel que envolvíalas flores sobre el tocador y se puso a trabajar.

—Es algo que exige su tiempo, que hay que disfrutar. No tiene ninguna gracia

meterlas de cualquier manera en cualquier florero.Kate apartó sus pensamientos de la detallada lista de las cualidades de Byron

de Witt. Seguro de sí mismo, amable, sexy, entrometido. Sensual.—Se hace lo que hay que hacer.—Si eso es lo que pretendes. A mi leal entender, señorita Kate, siempre se ha

apresurado mucho por hacer lo que hay que hacer, sea lo que fuere. Y haolvidado el placer de hacer las cosas. Quizá resulte productivo hacer rápidamenteuna cosa para pasar enseguida a otra, pero no es divertido.

—Yo me divierto —murmuró Kate.—¿Últimamente? Por lo que he podido ver, incluso has transformado la

búsqueda semanal del tesoro en una tarea programada. Permíteme que te hagauna pregunta. Si en medio de tanta búsqueda eficiente, por una de esascasualidades de la vida encontraras el tesoro de Serafina, ¿qué harías con él?

—¿Qué haría con él?—Eso es lo que te he preguntado. ¿Te apoderarías de las riquezas y

recorrerías el mundo en barco, tomarías el sol en una playa tranquila,comprarías un coche de lujo? ¿Pondrías tu dinero en fondos de inversión y bonoslibres de impuestos?

—El dinero bien invertido trae más dinero.Ann deslizó un tallo en el florero con suavidad.—¿Y para qué? ¿Para apilarlo ordenadamente en un sótano? ¿Eso es utilizar

los medios para llegar a un fin, o ponerle un fin a los medios? No es que no hayashecho un excelente trabajo ayudándome a construir un buen nido, querida, perotienes que tener sueños. Y a veces los sueños deben estar más allá de tu alcanceinmediato.

—Tengo planes.—Yo no he dicho planes. He dicho sueños. —Esto sí que era extraño, pensó

Ann. Su propia hija siempre había soñado demasiado. Sin embargo, la señoritaLaura había tenido pequeños sueños que le habían roto el corazón. Y la señoritaKate jamás se había permitido soñar—. ¿Qué estás esperando, preciosa? ¿O esque tienes que llegar a ser tan vieja como yo para darte un gusto, para disfrutar?

—Tú no eres vieja, Annie —dijo Kate con dulzura—. Nunca serás vieja.—Díselo a las arrugas que cosecho en la cara cada día. —Pero sonrió al

darse la vuelta—. ¿Qué estás esperando, Katie?—No lo sé con exactitud. —Su mirada se dirigió al florero de cristal detrás de

Ann, lleno hasta reventar de flores amarillas que relumbraban como la luz delsol. Si se tomaba esa molestia, podía contar con los dedos de una mano lacantidad de veces que un hombre le había enviado rosas—. En realidad no lo hepensado.

—Entonces ya es hora de que lo hagas. Lo primero de la lista será lo que tehaga feliz. Dios es testigo de que eres buena para hacer listas —dijo como si

nada; luego fue al ropero a buscar la bata que Kate siempre tenía en su cuarto enTempleton House—. Ahora puedes ir un rato a la terraza, a sentarte al sol.Siéntate y no hagas nada, salvo soñar un poco.

9

Una semana de mimos era una excelente medicina para cualquiera. Para Katerepresentaba una sobredosis de arrumacos. No obstante, cada vez queamenazaba con irse a su casa y volver a trabajar, todos aquellos que escuchabansus quejas embestían a coro contra ella.

Se decía que ya era hora de pasar página y se esforzaba por dejarse llevar, ircon la corriente, aceptar la vida como se presentaba.

Y se preguntaba cómo alguien podía vivir de esa manera. Se obligó arecordar que era un atardecer magnífico. Que estaba sentada en el jardín conuna niña acurrucada en su regazo y otra a sus pies. Hacía y a varios días que suúlcera —si es que se trataba de una úlcera— no le dolía.

Y allí, en el hogar de su infancia, había encontrado una paz que durantemucho tiempo había echado en falta.

—Ojalá pudieras quedarte a vivir con nosotros para siempre, tía Kate. —Kay la levantó la vista. Tenía los ojos grises y dulces, y la cara de ángel—. Nodejaríamos que te enfermases ni que te preocuparas demasiado.

—Tía Margo dice que eres una buscapleitos profesional. —Ali sofocó unarisilla y, con sumo cuidado, comenzó a pintar de color rosa las uñas de los pies deKate—. ¿Qué es un pleito?

—Tía Margo. —¿No era ya bastante malo, pensaba Kate, que le estuviesenpintando las uñas con laca rosa brillante? ¿Además había que añadir un insulto ala injuria?—. Pues ella sale beneficiada de que a mí, por esas cosas de la vida,me gusten los pleitos.

—Si no volvieras a tu apartamento, podríamos jugar contigo todos los días. —Para Kay la, ese era el mayor soborno—. Y mamá y tú podríais tomar el técomo Annie me ha contado que hacíais cuando erais pequeñas.

—Todas podremos tomar el té cuando venga a visitaros —le recordó Kate—.Eso es más especial.

—Pero si vivieras aquí, no tendrías que pagar un alquiler. —Ali tapó el frascode laca; parecía saber demasiado para sus diez años—. Hasta que recuperes tubase financiera.

Una sonrisa picara pasó, fugaz, por los labios de Kate.—¿De dónde has sacado eso?

—Tú siempre andas diciendo esa clase de cosas. —Ali sonrió y apretó lamejilla contra la rodilla de Kate—. Y mamá trabaja mucho últimamente y nadaes como antes. Todo es mejor cuando estás aquí.

—A mí también me gusta estar con vosotras.Conmovida y llorosa, Kate acarició el rizado cabello de Ali. Una mariposa

amarilla como el sol se acercó revoloteando y se posó con gracia en la corola deuna petunia roja. Por un instante, Kate abrazó a la niña contra sus piernas yobservó cómo la mariposa abría y cerraba suavemente sus alas mientras libabael néctar.

¿Le sería difícil quedarse así, como estaba ahora, para siempre? Dejarsellevar. Olvidarlo todo. Comprendió que no sería para nada difícil. ¿Y acasoaquello no era parte del motivo que lo hacía imposible para ella?

—Tengo que regresar a mi casa. Eso no significa que no pasaré muchotiempo con vosotras. Todos los domingos, eso seguro, hasta que encontremos eltesoro de Serafina.

Levantó la vista, aliviada, al escuchar ruido de pasos. Si las cosas seguían así,estaría dispuesta a hacer todo lo que quisieran sus sobrinas.

—Aquí viene el pleito con patas.Margo se limitó a enarcar una ceja con elegancia al ver que las niñas no

podían contener la risa.—Lo consideraré una broma privada. Estoy demasiado emocionada para

molestarme contigo. ¡Mirad! —Levantó su tersa blusa de lino y tiró de la cinturaelástica de sus pantalones—. Esta mañana no he podido subirme el cierre de lafalda. Ya empieza a notarse. —Con el rostro radiante, se puso de lado—.¿Vosotras os daríais cuenta?

—Pareces una ballena varada —dijo Kate secamente, pero Kay la se levantóde un brinco y corrió a apoyar la oreja sobre el vientre de Margo.

—No escucho nada —se quejó—. ¿Estás segura de que él está allí dentro?—Completamente segura, pero no puedo garantizar que sea un « él» . —De

pronto sus labios temblaron y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Se ha movido,Kate. Esta tarde, mientras ayudaba a una clienta a decidir entre un Armani y unDonna Karan, sentí este… este cosquilleo. Sentí moverse al bebé. Sentí… sentí…—Margo se derrumbó y estalló en llanto.

—Ay, Dios. —Kate se levantó como un resorte y empujó con suavidad a lasniñas, que miraban, los ojos redondos como platos, hacia el sendero de piedra—.Eso es muy bueno —les aseguró—. Llora porque es feliz. Decidle a la señoraWilliamson que necesitamos una jarra de limonada llena hasta el tope, de la queella prepara y hace burbujas.

Regresó junto a Margo y la estrechó entre sus brazos.—Solo estaba bromeando. No estás gorda.—Quiero estar gorda —sollozó Margo—. Quiero andar como un pato. No

quiero seguir durmiendo boca abajo.—De acuerdo. —Entre divertida y preocupada, Kate le palmeó el hombro—.

De acuerdo, querida, será como tú quieras. De hecho, creo que ya hascomenzado a anadear. Un poco.

—¿En serio? —Margo respiró hondo y dejó de llorar—. Ay, mierda,escúchame. Estoy loca. Hace ya varios días que hago este tipo de cosas. Hesentido moverse al bebé, Kate. Voy a tener un bebé. No sé nada acerca de sermadre. Estoy tan asustada. Tan feliz. Diablos, he estropeado mi maquillaje.

—Gracias a Dios que has vuelto. —Un poco conmovida también, condujo aMargo hasta una silla—. ¿Qué hace Josh cuando tienes un ataque de llanto?

—Me da los pañuelos de papel.—Perfecto. —Sin demasiada esperanza, Kate buscó en sus bolsillos—. No

tengo ninguno.—Yo sí. —Margo se sonó la nariz y suspiró—. Malditas hormonas. —Se secó

las mejillas con un pañuelo limpio y luego pasó una mano experta por su coquetatrenza francesa—. He venido a ver cómo estabas.

—A diferencia del tuyo, mi estómago parece estar en perfecta calma. Todoestá en orden. Creo que ese asunto de la úlcera no ha sido nada.

Recuperada, Margo enarcó una ceja.—Ah, ¿en serio? ¿De verdad lo crees así?Kate reconoció aquel tono y se preparó para presentar batalla.—No empieces con tus sermones.—He esperado muchos días para sermonearte. Pero ahora te sientes bien. Así

que puedo decírtelo: eres una imbécil insensible y egoísta. Has vuelto locos depreocupación a todos los que tienen el poco seso de interesarse por ti.

—Ah. Y hubiera sido muy sensible y generoso de mi parte lloriquear yquejarme —dos cosas en las que tú eres una experta— y…

—… cuidar de ti misma. —Margo terminó la frase por ella—. Ver a unmédico. Pero no, claro que no, tú eres demasiado inteligente para hacer eso,estás demasiado ocupada.

—Ya, déjame en paz.—Hermana, acabo de empezar y no pienso pararme aquí, como el mono del

cuento. Durante una semana todos te han palmeado la cabeza y te han mimado.Ya es hora de que tengas tu dosis de realidad. El señor y la señora Templetonestán a punto de llegar.

Un sentimiento de culpa invadió a Kate.—¿Por qué? No hay ninguna necesidad de que viajen. Es solo una estúpida

úlcera.—Ah, ahora admites que tienes una úlcera. —Margo se puso de pie y dio la

vuelta a la silla—. Si este fuera un programa de doce pasos, habrías completadoel primero. Los Templeton hubieran tomado el primer avión cuando Laura los

llamó, pero Josh y ella los convencieron de que todo estaba bajo control y de queprimero concluy eran sus negocios. Pero nada los disuadirá de ver con sus propiosojos que su preciosa Kate se encuentra bien.

—Pero si y o misma he hablado con ellos. Les he dicho que no era nadagrave.

—No, por supuesto que no, nada grave. Te suspenden del trabajo porsospecha de desfalco y terminas en la sala de urgencias del hospital. En realidadno tienen por qué preocuparse. —Apoyó las manos sobre sus caderas—. ¿Quiéndiablos te crees que eres?

—Yo…—Josh está furioso, echa la culpa de todo a Bittle, y se siente fatal por no

haberse enfrentado a ellos en el momento en que te despidieron.—Eso no tiene nada que ver con lo que me ha ocurrido. —Kate también se

levantó de un brinco. Gritaba tan alto como Margo, decibelio por decibelio—.Josh tampoco tiene nada que ver.

—Es muy propio de ti. Tan pero tan propio de ti… Nadie tiene que ver connada cuando se trata de ti. Por eso Laura no deja de culparse por no haberprestado atención a cómo te sentías, a lo que hacías. Eso no significaabsolutamente nada para ti.

Alertada por los clamores de la batalla, Laura llegó corriendo con lalimonada a punto de derramarse de la jarra de cristal.

—¿Qué está pasando aquí? Margo, deja de gritarle.—Cállate —gritaron Margo y Kate al unísono, mirándola.—Se podían escuchar vuestros gritos desde la cocina. —Haciendo un esfuerzo

para no depositar bruscamente la jarra de limonada sobre la mesa de cristal,Laura la apoyó con suavidad. Con los ojos muy abiertos, y fascinadas, sus hijascontemplaban la pelea a tres bandas.

—Tengo que gritar —insistió Margo—, para que las palabras penetren en esacabeza dura que tiene. Tú estás demasiado ocupada sintiendo lástima por ellapara poder gritarle.

—No metas a Laura en esto. —Pero mientras lo decía, Kate se abalanzósobre Laura—. Y tú no tienes por qué diablos culparte de mis problemas. No eresresponsable de mí.

—Señoras. —Sin saber si debía reírse o enfadarse, Josh se paró detrás de sussobrinas y cogió los vasos que aún tenían en las manos—. ¿Os parece que esta esmanera de dar una fiesta?

—Nadie ha pedido tu opinión. —La voz de Kate vibraba de furia—. No quieroque ninguno de vosotros se meta más en mi vida. No necesito que nadie me vigileni se preocupe por mí. Soy perfectamente capaz…

—De enfermar —concluy ó Margo.—Todo el mundo enferma —rugió Kate—. Todo el mundo tiene dolor.

—Pero solo aquellos que son capaces buscan ay uda. —Laura apoy ó lasmanos sobre los hombros de Kate y, con firmeza, la obligó a sentarse en la silla—. Si tuvieras un poco de sentido común, habrías ido al médico, te habrías hechoun análisis en el hospital. En cambio, te comportas como una idiota y perturbas atoda la familia.

—No podía ir al hospital. Tú sabes que no puedo… no puedo.Laura recordó y se frotó la cara con las manos. « A esto conducen los

arrebatos temperamentales» , pensó. A meter el dedo en la llaga de una amigaquerida.

—Está bien. —Ya en un tono más dulce, se sentó en el apoy abrazos de la sillade Kate. Cruzó una mirada con Margo, y supo que ella también había recordadoaquel estremecedor miedo infantil de Kate—. El mal ya está hecho. Pero ahoradebes empezar a cuidarte para que no vuelva a suceder.

—Lo cual significa que tienes que empezar a comportarte como una simplemortal —dijo Margo, sin intención alguna de acicatearla.

—¿Todavía están enfadadas? —susurró Kay la, que seguía aferrada alpantalón de Josh.

—Un poco, quizá. Pero creo que y a ha pasado lo peor.—Mamá nunca grita. —Conmocionada e incómoda, Ali se comía las uñas—.

Jamás grita.—Pues a mí solía gritarme. No es fácil hacerla gritar. Tiene que ocurrir algo

muy pero muy importante. Y una vez me pegó en medio de la nariz —dijo Josh.Fascinada, Kay la se estiró y pasó los dedos por la nariz de Josh, quien se

había acuclillado junto a ella.—¿Sangró y todo?—Y todo. Kate y Margo tuvieron que quitármela de encima. Luego se sintió

muy mal. —Josh sonrió con picardía—. Aunque y o había empezado la pelea.¿Qué os parece si bebemos un poco de esa limonada?

Ali fue detrás de su tío y observó a su madre con una mirada curiosa yrepleta de admiración.

Debía hacerlo, recordó Kate. Era domingo por la mañana. Sus tíos llegarían amedia tarde. Antes de enfrentarse a ellos tenía que ver a By ron.

Era su nuevo plan para llevar una vida saludable. Afrontar los problemaspersonales y emocionales con el mismo cuidado que ponía en las cuestionesprácticas. ¿Por qué, se preguntaba, era más difícil?

Deseaba que no estuviera en casa. Mucha gente salía a desay unar fuera losdomingos por la mañana, o bien iba a la play a. O a alguna parte. Pero sus doscoches estaban en la entrada. Aparcó detrás de ellos. Desde allí se escuchaba lamúsica atronadora que salía por las ventanas. Creedence Clearwater Revival.

Durante un momento escuchó la ferviente advertencia de John Fogerty sobre lamala luna creciente.

Esperaba que no fuese un presagio.Era difícil relacionar el aspecto físico de aquel hombre —suave y elegante—

con su gusto por el rock sucio y agresivo y el impaciente Motown. Pero, bueno,no había ido allí a juzgar sus gustos musicales. Estaba allí para mostrarle suagradecimiento y poder así pasar página a ese delicado capítulo de su vida.

Kate reaccionó, bajó del coche y enfiló hacia la casa. Actuaría de maneracasual, breve, amistosa y alegre. Transformaría todo aquel embrollo en unabroma acerca de sí misma, demostraría que apreciaba la consideración y lapreocupación de Byron. Y se iría al diablo.

Respiró hondo, pasó las manos por encima del tejano y llamó a la puerta.Tuvo que reírse de sí misma. Ni siquiera Superman podría escuchar sus golpescon el estruendo de la música. Apretó la campanilla con fuerza. Retrocedió,impresionada, al escuchar las notas metálicas de Hail, Hail, the Gang’s All Here,pero luego le invadió la risa. Disfrutando de lo absurdo de la situación, volvió allamar una segunda y luego una tercera vez.

Byron apareció en la puerta, sudoroso e increíblemente sexy con unospantalones cortos andrajosos y una sudadera con las mangas arrancadas.

—Yo no elegí la melodía del timbre —se apresuró a aclarar—. Pero no puedocambiarla hasta no haber firmado la escritura.

—Apuesto a que les dices lo mismo a todos. —Se dio el gusto de mirarlo dearriba abajo—. ¿Acaso he interrumpido una sesión de lucha libre?

—Estaba levantando pesas. —Retrocedió un paso—. Entra.—Mira, puedo volver cuando no estés ocupado haciendo ejercicio. —Diablos,

tenía unos músculos asombrosos. En todas partes. ¿Cómo no se había dado cuentaantes?

—Casi había terminado, de todos modos. ¿Te apetecería un refresco? —Leofreció la botella de Gatorade que tenía en la mano. Como ella la rechazó con unmovimiento de cabeza, se bebió lo que quedaba—. ¿Cómo estás?

—Bien. Por eso he venido a verte. Para… —Byron se acercó, cerró la puertatras ella y Kate dio un brinco—. Para decirte que estaba bien. Y paraagradecerte muchas… cosas. Las flores. Eran muy bonitas.

—¿Has tenido recaídas?—No. No es para tanto. De veras. —Nerviosa, se encogió de hombros y juntó

las palmas de las manos—. Una de cada diez personas termina con úlcerapéptica. De todos los niveles socioeconómicos. No hay ninguna evidenciairrefutable de que ataque, y a sabes, a personas con un alto nivel de estrés y conuna agenda sobrecargada.

—Hemos estado investigando, por lo visto. —Una sonrisa jugueteaba en suslabios.

—Bueno, me ha parecido lo más lógico. En todos los sentidos.—Ajá. ¿Y tus investigaciones también han revelado que las personas con

ansiedad crónica tienden a ser más susceptibles y a agravar así su situación?Kate hundió sus manos inquietas en los bolsillos.—Puede ser.—Siéntate. —Señaló con un gesto la única silla de la casa y fue a bajar el

volumen de la música.—No puedo quedarme. Mis tíos llegarán hoy.—Su vuelo no aterrizará hasta las dos y media.Tenía que saberlo, por supuesto. Se descubrió retorciendo los dedos y se

obligó a parar.—Sí, pero tengo cosas que hacer. Y tú también. De modo que solo…La salvó un sonido de uñas contra la madera y la sorprendente aparición de

dos bolas saltarinas de pelo amarillo.—Pero mira esto. —Se arrodilló automáticamente y cogió en brazos a los

cachorros, que parecían locos de contentos—. Oh, sois tan bonitos. Y muy dulces,¿a que sí? Y estupendos.

Por lo visto, los cachorros estaban de acuerdo. Le pasaron las ansiosaslenguas por la cara, ladrando y babeando, subiéndose uno encima del otro parallegar más cerca.

—Te presento a Cabo y a Rabo —dijo Byron, sentándose en el suelo junto aella.

—¿Cuál es cuál?Byron comenzó a rascarle la panza peluda a uno de los cachorros, que

entornó los ojos de puro éxtasis.—No lo sé. Supongo que lo resolveremos con el tiempo. Hace apenas dos días

que los tengo.Kate levantó a uno para mirarlo de cerca y olvidó que estaba ansiosa por irse.—¿Qué son?—Un poco de esto y otro poco de aquello. Una mezcla de golden retriever y

labrador.Antes de que el segundo cachorro la abandonara, Kate le besó el hocico.—Te siguieron hasta tu casa, ¿verdad?—Los adopté en el refugio de animales. Tienen ocho semanas. —By ron

encontró los restos de un hueso de cuero bien masticado y lo arrojó sobre lamadera lustrosa para que los cachorros fuesen a buscarlo.

—¿Te molesta que te pregunte qué harás con estos dos cachorros cuandovay as a trabajar?

—Los llevaré conmigo… durante un tiempo. Luego supongo que cercaréparte del jardín de atrás, y se harán compañía el uno al otro cuando yo no esté encasa. —Los cachorros volvieron dando tumbos y saltaron encima de él—. Solo

iba a traerme uno, pero luego… bueno, son hermanos y me pareció lo más justo.—La miró de reojo y descubrió que sonreía—. ¿Qué?

—Nadie lo adivinaría con solo mirarte.—¿Adivinar el qué?—Que eres un tierno.Byron se encogió de hombros y volvió a tirar el hueso.—Hubiera dicho que una mujer práctica como tú apreciaría el valor de

traerlos a ambos. Tener un perro de repuesto es un plan sensato.—Sí, claro.—Diablos, Kate… ¿Alguna vez has estado en uno de esos refugios? Te

rompen el corazón. —Aguantó los besos mojados y sucios de los insistentescachorros—. Esa gente hace un gran trabajo, no me malinterpretes. Pero todosesos perros y gatos, allí solos, esperando a que alguien se los lleve. O…

—Sí. —Se estiró para acariciar al perro que By ron tenía sobre el regazo—.Los has salvado. —Volvió a mirarlo a los ojos—. Eres bueno haciendo eso.

Byron le envolvió el tobillo con la mano y tiró de ella hasta que sus rodillaschocaron.

—Yo tiendo a apegarme a las cosas que salvo. Y a ti se te ve bien. —Adelantándose a sus intenciones, By ron dejó la mano donde estaba paraimpedirle retroceder—. Descansada.

—No he hecho otra cosa que descansar toda la semana. Y comer. —Sonrióapenas—. He engordado medio kilo.

—Muy bien, y a puedes aflojarte la faja.—Tal vez no sea mucho para ti, campeón, pero he pasado la mayor parte de

mi vida tratando de desarrollar algo parecido a una buena figura. He probadotodo lo que publican las revistas y los suplementos dominicales de los periódicos.

Byron tuvo que sonreír.—Me tomas el pelo.—No, hablo en serio. Allí estaba yo, frente a Margo —que a mi leal entender

nació curvilínea— y al cuerpo menudo y femenino de Laura. Siempre heparecido su hermano menor desnutrido.

—Tú no pareces el hermano menor de nadie, Kate. Créeme.Sintiéndose tontamente halagada, se encogió de hombros.—En cualquier caso…—A pesar del asombroso aumento de peso y la falta de síntomas —la

interrumpió—, irás a ver a tu médico de cabecera.—No tengo otra opción. Mi familia en pleno lo exige.—Para eso están las familias. Nos has dado un buen susto.—Lo sé. He sido sermoneada por expertos a causa de mi despreocupada y

egoísta forma de ser.By ron sonrió y le palmeó las piernas.

—¿Te remuerde la conciencia?—Todo el tiempo. He pensado tatuarme « Lo lamento» en la frente para no

tener que repetir siempre lo mismo. Y hablando de disculpas —respiró hondo yse sopló el flequillo—, tenía toda la intención de irme de aquí sin haber tocado eltema, pero estoy tratando de enmendarme.

Frunció el entrecejo, como siempre que debía afrontar una cuestión espinosao una tarea incómoda. Y esta cumplía ambos requisitos.

—La otra noche, antes de que me… diera el ataque, nosotros estábamos…—A punto de caer al suelo, si mal no recuerdo. —Se inclinó sobre el cachorro

que se había quedado dormido en su regazo y comenzó a peinarle el pelo de laoreja—. Parece que hemos llegado a buen puerto, después de todo.

—Lo que quiero decir es que las cosas se nos fueron de las manos. Ha sidotanto culpa mía como tuy a —añadió.

—Las culpas se reparten cuando existe un error.—A eso voy. —Tendría que haber sabido que no resultaría tan fácil. Cabo o

Rabo se le había enroscado en el muslo y roncaba. Se entretuvo acariciándole lacabeza—. Nosotros… y o no me voy a la cama con el primer hombre que secruza en mi camino.

—Íbamos al suelo, en realidad —le recordó. Todavía le resultaba difícil entraren la cocina y no imaginar lo que podría haber sido—. Y jamás he pensado quelo hicieras. De lo contrario, no habrías pasado dos años sin tener relacionessexuales.

Kate se quedó boquiabierta.—¿De dónde has sacado semejante idea?—Me lo dij iste tú —dijo sin inmutarse— mientras yo trataba de quitarte la

ropa.Kate cerró la boca y exhaló por la nariz.—Ah. Pues bien, eso ayuda a fortalecer mi posición. —Incómoda, lo observó

levantar con suavidad al cachorro de su regazo y apoyarlo a un lado; el pequeñose enroscó sobre sí mismo y continuó durmiendo—. Lo que ocurrió fue solo cosadel momento. —Byron repitió el procedimiento con el segundo cachorro. Elcorazón de Kate comenzó a latir desbocado—. Un estallido hormonal.

—Ajá. —Ni siquiera la tocó, solo se inclinó hacia delante hasta que su bocaexperta rozó la suya.

Kate casi podía sentir cómo su mente se agitaba temblorosa y cómo sucerebro se fundía. Bueno, después de todo necesitaba distraerse, ¿verdad? Teníaque descargar toda esa tensión. Le pareció lo más sensato del mundo descruzarlas piernas, rodearle la cintura con ellas y hundirse.

—Y esto lo confirma —murmuró. Deslizó los dedos entre sus cabellos y tiró—. Prueba que tengo razón.

—Cállate de una vez, Kate.

—De acuerdo.Fue maravilloso, increíblemente ardiente. Hasta ese instante no supo lo fría

que había sido. Hasta que las mejillas sin afeitar de Byron se frotaron, ásperas,contra su piel no supo lo suave que podía ser. O lo gratificante que resultaba serlo.

Dejó escapar un gemido prolongado y agradecido cuando las manos deBy ron se deslizaron bajo su camiseta para acariciarle la espalda y luegocogieron y apretaron sus pechos erectos. Los golpecitos suaves de sus pulgaressobre los pezones dispararon un rayo de calor hasta el centro mismo de sucuerpo, y su entrepierna comenzó a latir dolorosamente. Arqueó la espalda yempujó la cabeza de By ron hacia abajo, haciendo que la boca de él reemplazaralas manos.

Él chupaba a través del algodón, atormentándose con fantasías de quésensaciones le produciría su carne, qué sabor tendría bajo su lengua. Ella eratan… delgada. Ese torso recto, casi de niño, jamás lo habría atraído. No había lamenor insinuación de una cadera de mujer, y sus pechos eran pequeños.

Y firmes, y calientes.Su manera de moverse contra él, esa anhelante avidez de mujer y a al borde

de abandonarse lo excitaba hasta la locura. Quería, necesitaba empujarla con susexo, desgarrar la tela de sus tejanos y penetrar en ella hasta que ambos aullarande placer.

En cambio… rozó con sus labios los de Kate, deslizó una mano entre suscuerpos y la dejó en libertad. Se estremeció cuando ella tuvo un espasmo, y seordenó respirar cuando dejó caer la cabeza, en completo abandono, sobre suhombro.

« Bien —pensó Byron—, uno de los dos tiene que contenerse» .Ella tardó unos segundos en darse cuenta de que él se había detenido y que

solo la estaba abrazando.—¿Qué? —Apenas podía articular palabra—. ¿Por qué?Las preguntas aturdidas casi lo hicieron sonreír.—He decidido que no quiero que sea un estallido hormonal. Para ninguno de

los dos. —Aflojó el abrazo y observó su cara enrojecida, los ojos pesados yvidriosos—. ¿Te sientes mejor ahora?

—No pienso… —En efecto, no podía pensar—. No lo sé… ¿Acaso noquieres…?

Él le estampó en la boca un beso que sabía a frustración oscura, turbulenta.—¿Esto responde a tu pregunta? —La cogió por los hombros y la sacudió un

poco para reconfortarla.—Intentas confundirme. —Una parte de su cerebro comenzaba a

despertarse, y con ella volvía a aflorar su carácter—. Esto es solo una versiónbarata de Luz de gas.

Esta vez By ron sí sonrió.

—Diablos, eres la peor de todas. Escúchame bien, Katherine. Te deseo. Notengo la menor idea de por qué, pero te deseo con locura. Si hubiera obedecido ami primer instinto, estarías echada boca arriba, desnuda, y yo me sentiríamuchísimo mejor de lo que me siento ahora. Pero sería un imbécil redomado sipermitiera que después te levantaras como si nada y me dijeras que solo te heayudado a acabar con tu sequía sexual.

Kate volvió a enfocar los ojos.—Lo que acabas de decir es espantoso.—Sí, lo es. Y has sido tú quien lo ha expuesto en esos términos. No pienso

darte esa oportunidad. Lo que sí te estoy dando es la oportunidad deacostumbrarte a la idea de tenerme como amante.

—De todo lo que…—Cierra la boca por una vez —dijo mansamente—. Iremos despacio, nos

mostraremos juntos en público, tendremos algunas charlas razonables y nosdaremos un tiempo para conocernos.

—En otras palabras, las cosas se harán a tu manera.Byron ladeó la cabeza y asintió.—Sí, así es. —Cuando ella intentó desasirse, By ron suspiró y la retuvo entre

sus brazos—. Cariño, soy tan terco como tú y muchísimo más fuerte. Eso meotorga cierta ventaja, ¿sabes?

—No puedes obligarme a quedarme si yo no quiero.Él le dio un beso amistoso en la nariz.—Eres muy pendenciera, pero tus brazos son como mondadientes. Pero y a lo

arreglaremos —añadió, ignorando los sonidos estrangulados que Kate emitía—.De hecho, no hay mejor momento que el presente.

Kate pensaba que había recibido todas las sorpresas que podía tolerar en unasola mañana, pero tuvo otra cuando él la cogió en brazos y se la colgó sobre elhombro.

—¿Te has vuelto loco? Bájame, eres un hijo de puta que solo sabe adorar susmúsculos. Te haré encerrar por abuso.

—Precisamente, vamos a ocuparnos de los músculos —dijo en voz muybaja, y la llevó a una habitación contigua—. Créeme, no hay nada como hacerejercicio para aliviar la tensión. Si tenemos en cuenta tu úlcera y tu deseo deaumentar de peso, tendrías que añadir esta actividad a tu rutina diaria. —La dejóen el suelo, detuvo el puñetazo que ella iba a propinarle y le dio un amistosoapretón de mano—. No me cabe duda de que querrás que ese puño tenga unpoco de fuerza. Hoy trabajaremos tus bíceps.

—Esto no está ocurriendo —dijo ella, y cerró los ojos—. Ni siquiera estoyaquí.

—También debemos ocuparnos de tu dieta y de tu nutrición, pero ya loresolveremos. —Tendrían que ocuparse de un montón de cosas, pensó, en cuanto

ella dejara de estar débil y ya no pareciera que bastaba un soplo de viento paraderribarla—. Por ahora, creo que deberías empezar con pesas de medio kilo. —Cogió dos mancuernas de un soporte—. Quiero que llegues al kilo.Probablemente querrás comprarte pesas para mujer.

Ella volvió a abrir los ojos.—¿Has dicho pesas para mujer?—No te ofendas. Ahora fabrican conjuntos de pesas forradas en plástico de

distintos colores. —Le puso una pesa en cada mano y le hizo doblar los dedos entorno a ellas. Lo único que le impedía dejarlas caer sobre los pies de Byron era lacuriosidad.

—¿Por qué haces esto?—¿Quieres decir además de porque me encuentro extrañamente atraído por

ti? —Le sonrió a los ojos, y le hizo pegar los codos a la cintura—. Creo que estásempezando a gustarme. Ahora imagínate que levantas y bajas estas pesas en elbarro. Concéntrate en tus bíceps y mantén los codos en su lugar.

—No quiero levantar pesas. —¿No era aquel el mismo hombre que, unosminutos atrás, la había llevado al borde de un increíble orgasmo?—. Quierogolpearte.

—Piensa que podrás golpearme mucho más fuerte cuando hayasdesarrollado algo de musculatura. —Guiaba sus brazos hacia arriba, luego haciaabajo—. Exactamente así, pero resiste la presión en ambos sentidos.

—Son demasiado ligeras. Es una tontería.—No te parecerán tan ligeras después de varias vueltas. Vas a sudar mucho

antes de que termine contigo.Ella le sonrió con dulzura.—Sí, eso es lo que pensé antes. —Complacida consigo misma, bajó las pesas

y luego las levantó. Un relámpago atravesó su mente—. Maldita sea, By ron,¿acaso pretendes salvarme de nuevo?

Él se paró detrás de ella y corrigió la postura de sus hombros.—Tú limítate a hacer pesas, encanto. Después nos ocuparemos de los

detalles.

10

Era fantástico tener en casa a tía Susan y a tío Tommy. Por un momento temióque su cara dejara traslucir algo… o, peor aún, que en las de ellos se evidenciasealgo. El conocimiento de los delitos pasados, dudas sobre su propia inocencia.Pero solo había encontrado preocupación… y aceptación.

La visita de sus tíos la había obligado, de alguna manera, a prolongar suestancia en Templeton House. Era difícil verlos todos los días con las preguntasque pretendía ignorar martilleándole el cerebro. Preguntas que no se atrevía aformular.

Se apegó a la rutina para labrar el sendero que intentaba seguir. Pasaba losdías en la tienda; el trabajo era un desafío para la mente y la mejor manera detenerla ocupada, y las noches con su familia, un consuelo para el corazón. De vezen cuando, una cita con Byron la ayudaba a mantenerse despabilada.

Él era un elemento nuevo. Verlo, pensar en él la ayudaba a no plantearse elgiro que había dado su vida. Había decidido pensar en él como quien emprendeun experimento. Kate prefería esa palabra a « relación» . Y no podía decirse quefuera un experimento desagradable. Un par de cenas, alguna salida al cine de vezen cuando, una caminata por los acantilados.

Y además estaban aquellos besos prolongados, perturbadores, que élaparentemente se complacía en prodigar. Besos que hacían que el corazón seagitara en su pecho como una trucha arrebatada al agua, besos que parecíansaltos mortales de los sentidos. Besos que, cuando terminaban, la dejabandolorida y frustrada. Y con comezón.

By ron controlaba por completo la relación… mejor dicho: « elexperimento» , se corrigió. Ahora que se sentía un poco más serena —deacuerdo, más saludable— se ocuparía de equilibrar el poder.

—Cuánto me alegra ver lo que estoy viendo. —Susan Templeton se detuvo enel umbral, cogida del brazo de su marido—. Nuestra Kate jamás había soñadodespierta, ¿verdad, Tommy?

—No. Nuestra chiquilla siempre fue demasiado sensata.—Cerró la puerta de la oficina a sus espaldas. Juntos, su esposa y él, habían

diseñado la logística de esa maniobra. Y, siguiendo a pie juntillas el plan,flanquearon el pequeño escritorio donde Kate fingía trabajar.

—Estaba tratando de calcular nuestro presupuesto de publicidad para elpróximo trimestre. —Puso el protector de pantalla en el monitor de su ordenador—. Si tenéis un gramo de inteligencia, os quedaréis aquí escondidos antes de queMargo os ponga a trabajar.

—Le he prometido un par de horas. —Thomas le guiñó el ojo—. Ella creeque me ha persuadido con sus encantos, pero yo me muero por hacer funcionaresa vieja caja registradora.

—Quizá puedas darme algunas pistas para ser una buena vendedora. Todavíano he podido tomarle el gusto.

—Tienes que amar lo que vendes, mi pequeña Katie, aunque en realidad loodies. —Echó un vistazo de experto a la oficina y apreció los estantes ordenados,la organización del espacio laboral—. Alguien ha estado poniendo orden en estoslares.

—Nadie sabe poner las cosas, y a las personas, en su lugar mejor que Kate.—Susan apoyó una mano sobre la de Kate y la miró con sus dulces ojos azules—. ¿Por qué no has puesto a Bittle en el suyo?

Kate negó con la cabeza. No le entró el pánico solo porque hacía ya variosdías que esperaba que uno de los dos sacara el tema. Tenía preparada unarespuesta racional.

—No tiene importancia.Pero los ojos de Susan estaban fijos en ella, tranquilos, pacientes, a la espera.—Tenía demasiada importancia —se corrigió—. Pero no dejaré que me

afecte.—Escucha una cosa, niña…—Tommy —murmuró Susan.—No. —Cortó en seco a su esposa en un arrebato temperamental. A

diferencia de los de Susan, sus ojos gris pizarra llameaban de furia—. Sé que tegustaría manejar este asunto con mano de seda, Susan, pero no pienso seguirte eljuego.

Se apoyó sobre el escritorio; resultaba imponente. Era un hombre alto,musculoso y acostumbrado a tener el control, y a fuera de los negocios o de sufamilia.

—Esperaba más de ti, Kate. Has dejado que te pasaran por encima, hasarrojado la toalla sin defenderte siquiera. Le has dado la espalda a aquello por loque has trabajado toda tu vida. Peor aún, enfermas en vez de hacer frente a lasituación. Me avergüenzo de ti.

Nunca antes le había dicho palabras como aquellas. Palabras que habíaevitado toda su vida que le dijese. Y ahora tenían la fuerza de un fustazo en plenacara.

—Yo… y o no me llevé ningún dinero.—Por supuesto que no te llevaste ningún dinero.

—Hice lo mejor que pude. Sé que te he defraudado. Lo siento.—No estamos hablando de mí —replicó él—. Estamos hablando de ti. Es a ti

a quien has defraudado.—No, yo… —Vergüenza de ella. Él se sentía avergonzado de ella. Y estaba

furioso—. Siempre he puesto lo mejor de mí en mi trabajo. Traté de… creía queestaba a punto de convertirme en socia, y entonces…

—Entonces ¿la primera vez que tienes un revés te derrumbas? —Se inclinóhacia delante y la apuntó con el dedo—. ¿Esa es tu respuesta?

—No. —Incapaz de enfrentarse a él, se miró las manos—. No. Ellos teníanpruebas. No sé cómo, porque te juro que jamás cogí ningún dinero.

—Danos un poco de crédito, Katherine —dijo Susan con voz serena.—Pero ellos tenían los formularios, con mi firma. —El aire no le llegaba a los

pulmones—. Si me hubiera enfrentado a ellos, quizá me habrían demandado. Lacosa podría haber llegado a los tribunales. Hubiera tenido que… Vosotros habríaistenido que… Sé que corren rumores y que es desagradable para vosotros. Pero sino hacemos nada, ya pasará. Simplemente pasará.

Esta vez Susan levantó una mano antes de que su esposo pudierainterrumpirla. Ella también estaba acostumbrada a tener el control.

—Te preocupa que nosotros nos sintamos avergonzados.—Todo es un mismo reflejo. Todo es parte de lo mismo, ¿no? —Cerró los

ojos, bien cerrados—. Sé que lo que hago repercute en vosotros. Si solo pudieradejarlo atrás, construir algo mejor con la tienda. Sé que estoy en deuda convosotros.

—¿Qué idiotez es esa? —explotó Thomas.—Chis, Tommy. —Susan se respaldó en su silla y cruzó las manos—. Quiero

que Kate termine de decir lo que tiene que decir. ¿Qué es lo que nos debes, Kate?—Todo. —Levantó la vista. Tenía los ojos anegados en lágrimas—. Todo.

Todo. Odio haberos decepcionado, saber que os he decepcionado. No pudeimpedirlo, no estaba preparada. Si pudiera cambiar las cosas, si solo pudieravolver atrás y modificar…

Se derrumbó; temblaba porque comprendió que había mezclado pasado ypresente.

—Sé que me habéis dado mucho y quería devolveros algo a cambio. Si measociaba al…

—Habría sido una justa recompensa por nuestra inversión —concluy ó Susan.Se puso de pie muy lentamente, porque le temblaban todos los músculos delcuerpo—. Eso es insultante, arrogante y cruel.

—Tía Susie…—Cierra la boca. ¿De verdad crees que esperamos que nos pagues por

haberte amado? ¿Cómo te atreves a pensar una cosa así?—Pero yo quise decir…

—Sé lo que quisiste decir. —Temblando de furia, se aferró al hombro de suesposo—. ¿Crees que te llevamos a nuestra casa, que te acogimos en nuestrasvidas porque sentíamos lástima de la pobrecilla huérfana? ¿Crees que fue un actode caridad…? Peor aún, ¿la caridad que va acompañada de deudas yexpectativas? Oh, sí —prosiguió con furia desatada—. Los Templeton sonfamosos por sus obras de caridad. Supongo que te alimentamos, te vestimos y teeducamos porque anhelábamos que la comunidad fuera testigo de nuestragenerosidad. Y te amamos, te consolamos, te admiramos y te inculcamosdisciplina porque esperábamos que llegaras a ser una mujer con éxito que luegonos retribuiría el tiempo y el esfuerzo que habíamos invertido en ella alcanzandouna importante posición social.

En vez de interrumpir lo que él mismo no podría haber dicho mejor, Thomastendió un pañuelo a Kate para que se secara las lágrimas.

Susan se apoy ó sobre el escritorio. No levantó la voz, ni siquiera el enfado lehabía hecho levantar la voz.

—Sí, nos compadecimos de la niña pequeña que había perdido a sus padresde una manera tan trágica, tan brutal y tan injusta. Nuestros corazones penabanpor aquella chiquilla, que parecía perdida pero que era valiente. Pero te diré unacosa, Katherine Louise Powell, desde el instante mismo en que traspasaste elumbral de Templeton House has sido nuestra. Nuestra. Fuiste mi hija entonces, ylo sigues siendo ahora. Y lo único que nos deben nuestros hijos, a mí y a su padre,es amor y respeto. Jamás, nunca jamás te atrevas a echarme de nuevo en carami amor.

Giró sobre sus talones, salió de la oficina y dejó que la puerta se cerrara conun suave clic a sus espaldas.

Thomas dejó escapar un hondo suspiro. Las reprimendas de su esposa eranescasas y espaciadas, pero siempre brillantes.

—Esta vez sí que has metido la pata, ¿verdad, mi pequeña Katie?—Oh, tío Tommy. —Veía el mundo que había intentado construir hecho

pedazos en sus manos—. No sé qué hacer.—Para empezar, ven aquí. —Kate se acurrucó en su regazo y enterró la cara

en su pecho, y él comenzó a mecerla—. Jamás pensé que una muchacha tanbrillante pudiera ser tan tonta.

—Lo estoy echando todo a perder. No sé qué hacer. No sé cómo arreglar lascosas. ¿Qué es lo que hago tan mal?

—Muchas cosas, diría y o. Pero nada que no pueda arreglarse.—Estaba tan furiosa conmigo…—Bueno… eso también puede arreglarse. ¿Sabes cuál es uno de tus grandes

problemas, Kate? Has pasado tanto tiempo con la cabeza metida en los númerosque crees que todas las cuentas deben cuadrar. Pero nunca es así cuando se tratade personas y sentimientos.

—No quería meteros en este lío. Lastimaros, recordaros que… —Sederrumbó otra vez y sacudió la cabeza con ferocidad—. Siempre quise ser lamejor para vosotros. La mejor en la escuela, en los deportes. En todo.

—Y nosotros admiramos tu espíritu competitivo, pero no si te abre un agujeroen el estómago.

Exhausta de lágrimas, apoy ó la cabeza contra su hombro.La cobardía le había abierto ese agujero en el estómago. Ahora tendría que

enfrentarse a todo: lo que había sido, lo que era y lo que vendría.—Voy a resolver las cosas, tío Tommy.—Acepta mi consejo y dale a Susie un poco de tiempo para enfriarse. Se

vuelve sorda cuando está furiosa.—De acuerdo. —Kate respiró hondo y se enderezó—. Entonces supongo que

empezaré por Bittle.Una ancha sonrisa iluminó la cara de Thomas.—Esa es mi Kate.

En el aparcamiento de Bittle y Asociados, Kate movió el espejo retrovisor paradarle un último vistazo crítico a su cara. Margo había hecho un pequeño milagro.La había llevado a rastras al primer piso y había borrado todas las huellas delcataclismo con compresas frías, colirio, lociones y maquillaje. Kate decidió quey a no parecía haber pasado veinte minutos sufriendo como una niña por lareprimenda de su tía. Parecía una persona eficiente, preparada y decidida.

Perfecto.Se convenció de que no tenía importancia que todas las conversaciones se

hubieran interrumpido apenas ella había puesto un pie en el vestíbulo del primerpiso. No le importaron las miradas ni los murmullos, las sonrisas forzadas ni lossaludos repletos de matices de curiosidad. De hecho, aquellos gestos la ay udarona abrir los ojos.

Las pocas personas que la saludaron con afecto, que se desviaron de sucamino para interceptarla en su marcha hacia el segundo piso y ofrecerle apoyo,le demostraron que había hecho más amigos de los que creía en Bittle.

Le bastó dar la vuelta al pasillo para toparse cara a cara con el dragón.Newman enarcó una ceja y devolvió a Kate una mirada breve, helada.

—Señorita Powell. ¿En qué puedo servirla?—He venido a ver a Marty.—¿Tiene cita?Kate levantó el mentón. Sus dedos se cerraron todavía con más fuerza sobre

el asa de su maletín.—Me ocuparé de eso con Marty y su secretaria. ¿Por qué no va a avisar al

señor Bittle padre que la empleada en desgracia ha invadido los recintos

sagrados?Como un guardia suizo que protegiera la realeza, Newman cambió de

posición.—No veo razón alguna para…—Kate. —Roger asomó la cabeza fuera de su oficina, clavó los ojos en el

cielorraso a espaldas de Newman y le dedicó su mejor sonrisa—. Qué alegríaverte. Esperaba que vinieras uno de estos días. Ah, señora Newman, tengo elinforme que necesitaba el señor Bittle padre. —Al igual que un mago saca unconejo de la chistera, Roger mostró un fajo de papeles—. Tenía prisa por leerlo.

—Muy bien. —Lanzó una última mirada de advertencia a Kate y se marchóa toda prisa por el pasillo.

—Gracias —murmuró Kate—. Creo que podríamos haber llegado a lasmanos.

—Apuesto hasta el último centavo a que ganabas tú. —En señal de apoy o, lepuso una mano sobre el hombro—. Esta situación es una mierda. Hubiera queridollamarte, pero no sabía qué decir. —Dejó caer la mano y la metió en el bolsillo—. Cómo actuar.

—No tiene importancia. Yo tampoco sabía qué decir. —Hasta ahora. Ahoratenía mucho que decir.

—Escucha. —La condujo hacia la puerta de su oficina pero no la invitó aentrar, algo que a Kate no le gustó—. No sé hasta qué punto los ha presionado tuabogado.

—¿Mi abogado?—Templeton. Los socios se encerraron a deliberar después de su visita.

Parece que ha revuelto el avispero. Quizá eso sea positivo, no lo sé. Tienes quemanejar el asunto como mejor te parezca. Lo único que puedo decirte es quehay opiniones divididas entre los socios sobre si deben o no demandarte.

Frunció aún más el ceño. El tono de su voz, como el de un conspirador, erabajo y dramático.

—Amanda lleva las armas y Bittle hijo le protege las espaldas. Creo queCalvin y Bittle padre están indecisos, y Marty absolutamente en contra.

—Siempre es bueno saber quién está de tu parte y quién quiere tu cabeza —murmuró Kate.

—Y toda esta locura por unos miserables setenta y cinco mil —dijo Rogercon disgusto—. Después de todo, no has matado a nadie.

Kate retrocedió y estudió su cara.—Robar es robar, y a sea setenta y cinco centavos o setenta y cinco mil

dólares. Y yo no he robado un céntimo.—No he insinuado que hayas robado. No era eso lo que quería decir. —Pero

había cierta duda en su voz, incluso cuando le cogió la mano para reconfortarla—. Quise decir que todos han tenido una reacción exagerada. Tengo la impresión

de que si devolvieras el dinero, harían borrón y cuenta nueva.Con lentitud y firmeza, Kate retiró la mano.—¿Eso crees?—Sé que cualquiera de las dos probabilidades es horrible, pero diablos, Kate,

los Templeton ganan esa suma de dinero todos los días. De ese modo eliminaríasla posibilidad de que te demandaran y te arruinaran la vida. A veces hay queelegir el mal menor.

—Y a veces hay que ser fiel a los propios principios. Gracias por el consejo.—Kate. —Dio un paso hacia ella, pero Kate no se detuvo ni miró atrás.Roger se encogió de hombros y entró de nuevo en su oficina.Ya se había corrido la voz. Marty salió a recibirla personalmente. Le tendió la

mano y estrechó la suy a con un apretón amistoso, profesional.—Me alegra que hayas venido, Kate. Entra, por favor.—Tendría que haber venido antes —empezó a decir mientras pasaban junto a

la secretaria de Marty, quien ponía todo su empeño en parecer desinteresada yatareada.

—Pensaba que lo harías. ¿Te apetece algo? ¿Café?—No. —Era el mismo Marty de siempre, pensó Kate, mientras se sentaba.

Desde la camisa arremangada hasta la sonrisa afable—. Quiero aclarar lascosas. Ante todo, permíteme decirte cuánto agradezco que me hay as recibido.

—Sé que no has cometido ningún desfalco, Kate.Las palabras de Marty interrumpieron en seco el discurso que había

preparado.—Si lo sabes, ¿por qué…? Bueno, ¿por qué?—Lo sé —dijo él— porque te conozco. Las firmas y los formularios

indicaban otra cosa, pero estoy seguro de que hay una explicación. Tan segurocomo de estar aquí sentado. —Movió apenas la mano para hacerle saber que nohabía terminado, que estaba ordenando sus pensamientos. El gesto casi la hizosonreír; era familiar… Como el propio Marty—. Algunas personas, eh, creen quetengo una convicción tan honda respecto a este asunto porque me… siento atraídopor ti.

—Pero eso es una tontería.—A decir verdad, tú me gustas… me gustabas. Me gustas. —Se interrumpió y

pasó las manos sobre su cara, cada vez más roja—. Kate, amo a mi esposa.Jamás hubiera…, es decir, más allá de haberlo pensado alguna vez, jamás habríahecho el menor intento de… Nunca —dijo.

La había dejado literalmente muda.—Hum… —fue todo lo que pudo articular a modo de respuesta.—No he dicho esto para avergonzarnos a ninguno de los dos. Aunque parece

que ese ha sido el resultado. —Carraspeó para aclararse la garganta, se puso depie y sirvió dos tazas de café con manos temblorosas. Al ofrecerle la suya a

Kate, recordó—: Perdona, has dicho que no te apetecía.—He cambiado de parecer. —¿Qué era un poco de acidez comparado con

una sorpresa de ese calibre?—. Gracias.—Solo lo he mencionado porque la gente que me conoce bien ha notado, en

cierto modo, que yo… No es que tú hayas hecho nada para alentarme, ni y otampoco habría hecho nada en caso de que tú lo hubieras hecho.

—Comprendo, Marty. —Con un leve suspiro, observó su rostro ancho,inofensivo y familiar—. Me siento halagada.

—Esto quizá enturbie un poco la situación, por así decirlo. Lo lamento. Perosiento que tu trabajo en esta empresa habla por sí solo. Y y o seguiré haciendotodo lo posible para impedir que te demanden y para llegar al fondo de estasituación.

—No creo haberte valorado como debía mientras trabajaba aquí. —Dejó lataza a un lado y se levantó—. Quiero hablar con los socios, Marty. Con todosellos. Creo que ya es hora de que tome una posición.

Marty asintió, como si solo hubiera estado esperando que lo dijera.—Veré qué puedo hacer.No tardó demasiado. Muchos lo consideraban un perro faldero de Bittle, pero

sabía qué botones apretar. Treinta minutos después, Kate estaba nuevamentesentada ante la larga y lustrosa mesa de la sala de conferencias.

Fiel a la estrategia que había pergeñado en el camino, miró a los ojos a cadauno de los socios y luego clavó la vista, con firmeza, en Bittle padre.

—Hoy he venido aquí, sin mi abogado, con la intención de mantener unencuentro informal. Incluso personal. Sé que vuestro tiempo es valioso, yagradezco que hayáis destinado estos minutos a escuchar lo que tengo quedeciros.

Hizo una pausa y volvió a mirar, una por una, las caras reunidas en torno a lamesa. Luego volvió a concentrarse en el socio fundador.

—He trabajado para esta firma durante casi seis años. Le he consagrado mivida profesional, y también parte de mi vida personal. Mis metas no eranaltruistas. Trabajé duro para conseguir nuevas cuentas, para mantener las queme habíais signado ordenadas y viables, con el objetivo de aumentar los ingresosy la reputación de Bittle, y con la clara ambición le poder sentarme a esta mesacomo socia. Jamás, mientras he trabajado para vosotros, he cogido un centavo deuna cuenta. Como usted bien sabe, señor Bittle, he sido criada en una familia quevalora la integridad.

—Son sus cuentas las que se están cuestionando, señorita Powell —dijoAmanda con brusquedad—. Su firma. Si ha venido a darnos una explicación,estamos dispuestos a escucharla.

—No he venido a dar explicaciones. No he venido a responder preguntas nitampoco a formularlas. He venido a dejar en claro algo. Jamás he hecho nada

ilegal o contrario a la ética. Si hay una discrepancia en las cuentas, y o no soyresponsable de ello. Estoy dispuesta a decirle esto mismo, si es necesario, a todosy cada uno de los clientes involucrados. Así como estoy dispuesta a presentarmeante un juez y defenderme de estos cargos.

Comenzaron a temblarle las manos, y las cruzó con fuerza debajo de lamesa.

—Si no se presentan cargos y este asunto no se resuelve de manerasatisfactoria en un plazo de treinta días, pediré a mi abogado que demande aBittle y Asociados por despido improcedente y difamación.

—Se ha atrevido a amenazar a esta empresa. —Aunque su voz era baja ycontenida, Lawrence estrelló el puño contra la mesa.

—No es una amenaza —replicó Kate, sin perder la calma… aunque suestómago ardía—. Mi carrera ha sido destruida, mi reputación dañada. Siesperabais que me quedara sentada sin hacer nada al respecto, entonces no mesorprende que me hayáis creído capaz de robar fondos de mis propias cuentas.Porque no me conocéis en lo más mínimo.

Bittle se recostó en su silla. Juntó las yemas de los dedos y reflexionó unmomento.

—Te ha llevado algún tiempo llegar a esta conclusión, Kate.—Sí, así es. Este trabajo lo era todo para mí. Estoy empezando a creer que

todo es demasiado. No podría haberle robado, señor Bittle. Usted me conocebastante bien para estar seguro de eso.

Hizo una pausa breve. Quería que él la recordara, que recordara quién eraella.

—Si necesitáis responder alguna pregunta —prosiguió—, formularos esta:¿por qué habría y o de robar unos míseros setenta y cinco mil dólares cuando, encaso de necesitar o querer dinero, lo único que tenía que hacer era recurrir a mifamilia? ¿Por qué me habría roto el culo por esta empresa durante todos estosaños cuando podría haber tenido un buen puesto en la organización Templeton siasí lo hubiera querido?

—Ya nos hemos hecho esas preguntas, Kate —le informó Bittle—. Y esaspreguntas son la única razón por la que aún no hemos resuelto este asunto.

Kate se puso de pie, muy despacio.—Entonces yo os daré la respuesta. No estoy segura de que sea agradable,

pero sé que la respuesta es: por orgullo. Soy demasiado orgullosa para habertomado de esta empresa un solo dólar que no sea mío. Soy demasiado orgullosapara quedarme de brazos cruzados cuando me acusan de desfalco. Señora Devin,caballeros, gracias por vuestro tiempo. —Desvió la vista y sonrió—. Gracias,Marty.

Ni siquiera un murmullo la acompañó hasta la puerta.

Paró de temblar cuando entró en la autopista 1 y comprendió hacia dónde laguiaba su instinto. Antes de aparcar el coche y echar a andar rumbo a losacantilados, ya había recuperado la calma.

Había muchas cercas que reparar, trabajo por hacer, responsabilidades queatender. Pero, por un instante, solo existieron Kate y el tranquilizador rumor delmar. Hoy tenía color zafiro, ese azul perfecto que fascinaba a los amantes, lospoetas y los piratas. La espuma que lamía las rocas allá abajo recordaba unapuntilla de encaje en el ruedo de una falda de terciopelo.

Descendió entre los riscos, disfrutando de los remolinos de viento que le traíanese sabor a mar y a sal. Pastos y flores silvestres desafiaban a los elementos ycrecían, abriéndose paso en el suelo árido y las grietas de las piedras. Lasgaviotas sobrevolaban el paisaje, sus pechos eran tan blancos como la luna,mientras el sol dorado hacía relumbrar sus alas desplegadas.

Diamantes brillaban sobre el agua, y, a lo lejos, las crestas espumosas de lasolas parecían cruzar el mar como ligeros corceles. Aquella era una música quejamás se detenía. El agua que se retiraba y volvía, el estruendo de las olasrompiéndose, los gritos pavorosamente femeninos de las gaviotas. ¿Cuántas veceshabía ido allí a sentarse, a contemplar, a pensar? No podía contar las horas.

A veces iba solo para estar allí, otras para sentarse en soledad y resolveralguna cuestión espinosa. Durante sus primeros años en Templeton House habíaido allí, a esos acantilados, frente a ese mar, bajo ese cielo, a llorar en silencio loque había perdido. Y a lidiar con la culpa de ser feliz con su nueva vida.

Nunca había soñado en ese lugar, siempre se había dicho que los sueñospodían esperar hasta el año próximo o el siguiente. El presente siempre habíatenido prioridad. Lo que había que hacer de inmediato.

Parada sobre el amplio borde del acantilado, se preguntó qué debía hacerahora.

¿Convendría llamar a Josh y decirle que siguiese adelante con lospreparativos de la demanda contra Bittle? Pensaba que sí, que debía hacerlo. Pordifícil y potencialmente peligrosa que fuera semejante acción, y a no podíaignorar —ni fingir ignorar— lo que habían hecho con su vida. No había nacidosiendo una cobarde ni la habían criado como tal. Era hora de enfrentarse a esaparte de ella que albergaba un férreo miedo al fracaso.

En cierto sentido había actuado como Serafina; había arrojadometafóricamente su vida desde un acantilado en vez de jugar las cartas que lehabía dado el destino.

Pero eso había quedado atrás. Un poco tarde, tenía que admitirlo, pero habíahecho lo correcto. Había actuado como una Templeton, pensó con una sonrisamientras bajaba con cuidado por una pendiente abrupta y oblicua. Tío Tommysiempre decía que no te podían apuñalar por la espalda si mirabas de frente a tusagresores.

El primer paso era hablar con su tía. De algún modo tendría que solucionarlas cosas. Miró hacia atrás y, como estaba demasiado abajo para poder ver lacasa, la evocó en su mente.

Siempre allí, alta y fuerte y a la espera. Un refugio. ¿Acaso no había estadoallí para Margo cuando su vida parecía hecha trizas? ¿Para Laura y sus hijasdurante el período más difícil de sus vidas?

Había estado allí para ella, pensó Kate, cuando estaba perdida y muerta demiedo y embotada de dolor. Y allí seguía estando en ese momento.

Sí, había hecho lo correcto. Volvió a mirar el mar. No se había rendido. Porfin había recordado que una buena y ruidosa batalla era mejor que una rendiciónmuda y digna.

Se rio un poco y respiró hondo. Al diablo con la rendición, decidió. Era tandespreciable como arrojarse cobardemente desde un acantilado. La pérdida deun trabajo, de una meta o de un hombre no era el fin de nada. Era solo un nuevocomienzo.

Byron de Witt era otro de los pasos a dar, decidió. Ya era hora de un nuevocomienzo. La estaba volviendo loca con esa paciencia suya, y había llegado elmomento de recuperar el control de la situación. Tal vez lo mejor sería pasar porsu casa más tarde y abalanzarse sobre él.

La sola idea la hizo reír a carcajadas. « Imagínate la cara que pondría» ,pensaba agarrándose el estómago. ¿Qué hacía un atildado caballero sureñocuando una mujer lo tiraba al suelo y le arrancaba la ropa? ¿Acaso no seríafascinante averiguarlo?

Quería ser abrazada, acariciada y poseída. Se dio cuenta cuando la risa setransformó en un deseo ardiente y húmedo. Pero no por cualquiera. Por alguienque pudiera mirarla como él lo hacía, con esa manera profunda de mirar, comosi pudiera ver en su interior lugares que ella misma aún no se había atrevido aexplorar.

Quería ese misterio, quería medirse con un hombre lo bastante fuerte comopara ser capaz de esperar lo que deseaba.

Diablos, lo deseaba.Si había tenido la fuerza necesaria para juntar coraje y encararse a los socios

de Bittle, si tenía suficiente amor para reparar el daño que le había hecho a su tíaa la que tanto adoraba, entonces tendría entereza de sobra para controlar a By ronde Witt.

Ya era hora de dejar de hacer planes y ponerse manos a la obra.Dio media vuelta y comenzó a escalar el angosto sendero.Estaba justo allí, como si la hubiera estado esperando. Al principio se quedo

mirándola, segura de que era fruto de su imaginación. ¿Acaso no había bajadopor ese mismo camino? ¿Acaso Laura, Margo y ella no habían rastreado hasta elúltimo milímetro de ese sector de los acantilados en los últimos meses?

Se acuclilló muy despacio, como si sus huesos fueran viejos y frágiles. Lamoneda estaba caliente por el sol, relumbraba como el oro en el queseguramente había sido forjada. Sintió la textura, el rostro suave del monarcaespañol muerto hacía tiempo. Le dio la vuelta sobre la palma de la mano en dosocasiones, y las dos veces leyó la fecha como si esperase que fuera a cambiar. Oa desvanecerse como un sueño de vigilia: 1845.

El tesoro de Serafina, o una pequeña parte, había sido arrojado a sus pies.

11

Kate rompió todos los récords en el camino de regreso a Pretensiones. Nisiquiera el agente de policía que la hizo detener para soltarle un sermón sobre lasleyes de tráfico y ponerle una multa por exceso de velocidad pudo nublar sualegría… o persuadirla de circular más despacio. Llegó a Monterey en menos deveinte minutos.

Demasiado excitada para buscar donde aparcar respetando las normasvigentes, zigzagueó entre los vehículos en marcha, aparcó en doble fila yatravesó corriendo el incesante flujo de turistas. Dobló a la izquierda, evitó porpoco una colisión frontal con un niño en patinete y entró dando tumbos por lapuerta de la tienda.

Tenía los ojos desorbitados.—Empecé a llamar desde el coche. —Jadeante, se llevó ambas manos al

corazón, que palpitaba desbocado, mientras Margo la miraba boquiabierta—. Mehe quedado sin aire. Tendré que tomarme más en serio esos ejercicios que me haenseñado Byron.

—Has tenido un accidente. —Margo dejó plantada a la clienta que estabaatendiendo y llegó junto a Kate unos segundos antes que Thomas. Mientrasllamaba a Susan, se apresuró a coger a Kate del brazo.

—¿Estás herida? Será mejor que te sientes. —La llevó casi en volandas hastauna silla.

—No estoy herida. Y no ha habido ningún accidente. —Su nivel de adrenalinahabía subido tanto que le sorprendía que no lo vieran rebotar contra las paredes—. Bueno, he tenido un incidente menor con el niño del patinete, pero ambossalimos ilesos. No quise llamaros porque no habría sonado lo bastante dramáticopor teléfono.

Entonces se echó a reír, y su risa fue tan fuerte y tan honda que tuvo quecogerse las costillas. Margo la obligó a meter la cabeza entre las piernas.

—Ahora respira con normalidad —le ordenó—. Quizá has tenido una recaída.Tendríamos que llamar al médico.

—No, no, no. —Sin parar de reírse, Kate metió la mano en el bolsillo ymostró la moneda como si fuese un tesoro—. Mira.

—Maldita sea, Kate, ¿de dónde has sacado mi moneda?

—No es tuya. —Kate cerró el puño antes de que Margo pudiera arrebatársela—. Esta es mía. —Se levantó de un brinco y le dio un beso en la boca a Margo—.Mía. La encontré en los acantilados. Estaba allí, a plena luz. Mira, ni siquiera tienehuellas de sal o arena. Estaba allí, como si nada.

Tras haber llegado a la conclusión de que el rubor que cubría el rostro deKate no era producto de un ataque de úlcera, Margo intercambió una silenciosamirada con Thomas.

—Siéntate, Kate, trata de respirar normalmente. Déjame terminar lo queestaba haciendo.

—No me cree. —Margo volvió con su clienta y Kate sonrió de oreja a oreja—. Piensa que le he robado su moneda y que me he vuelto loca. Todo por culpadel estrés. —Echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada de lunática—. Elestrés es un asesino.

—Quizá un vaso de agua —murmuró Thomas. Levantó la vista aliviado al verque su esposa bajaba corriendo las escaleras—. Kate parece estar un poquitínhistérica.

Con calma y eficiencia, Susan cogió la botella de champán de la cubitera dehielo y llenó un vaso hasta la mitad.

—Bebe —le ordenó—. Luego respira.—De acuerdo. —Kate obedeció, pero no podía parar de reírse—. Todos me

estáis mirando como si tuviera dos cabezas. No he perdido la chaveta, tíoTommy. Te lo juro. Solo he encontrado parte de la dote de Serafina. Iba andandopor los acantilados y la vi. Reluciente como un penique y muchísimo másvaliosa.

—Estaba allí, como si nada —siseó Margo cuando pasó a su lado con unacaja de Limoges en forma de sombrero para el sol—. Al diablo. Por favor,llévesela arriba, señora Templeton. Subiré en cuanto pueda.

—Buena idea —aprobó Kate—. Arriba hay más champán. Vamos anecesitar muchas botellas. —Volvió a meterse la moneda en el bolsillo y jugó unpoco con ella mientras trepaba por la escalera de caracol. Lo primero es loprimero, se obligó a recordar apenas entró en la cocina—. Necesito hablarcontigo, tía Susie.

—Hum. —Con la espalda rígida, Susan fue hacia la cocina y puso a herviragua en la tetera.

Las pequeñas ventanas ojo de buey dejaban entrar la brisa y la miríada decampanas y silbatos característica del verano en Cannery Row. Pero Susan nodecía nada.

—Todavía estás enfadada conmigo. —Kate inhaló aire y coraje—. Me lomerezco. No sé cómo pedir disculpas, pero no soporto pensar que te he hechodaño.

—Yo detesto saber que tú sientes lo que sientes.

Kate cambió de pie el peso del cuerpo. Se quedó mirando la bella fuente decristal con pie colmada de frutas frescas que estaba sobre la mesa. Queríaencontrar las palabras correctas.

—Jamás me habéis dado nada que debiera devolveros. He sido y o quien haforjado esas cadenas.

Susan se dio la vuelta. La miró a los ojos.—¿Porqué?—No soy buena para explicar las cosas que no forman parte de la lógica. Me

desenvuelvo mejor con los hechos que con los sentimientos.—Pero yo ya conozco los hechos, ¿verdad? —dijo Susan en voz muy baja—.

Tendrás que intentar explicar tus sentimientos si queremos solucionar esto, Kate.—Ya lo sé. Te quiero tanto, tía Susie.Las palabras y la intensa emoción que había en ellas disolvió una capa del

enfado de Susan. Pero el ofuscamiento seguía presente, y debajo, la herida.—Jamás lo he dudado, Kate. Me pregunto por qué tú has podido dudar de lo

mucho que te quiero.—Yo no dudo de eso. Es solo que… —A sabiendas de que iba a echarlo todo a

perder si seguía por ese camino, Kate se deslizó en un taburete y cruzó las manossobre la mesa—. Cuando llegué a vuestra casa, vosotros y a conformabais unaunidad. Un todo. Templeton House, tú y el tío Tommy, todo tan abierto yperfecto. Como una fantasía. Una familia.

Las palabras parecían chocarse unas con otras en su prisa por salir.—Estaba Josh, el príncipe de la corona, el heredero natural, el hijo varón,

inteligente y dorado. Laura, la princesa, dulce y adorable y gentil. Margo, lapequeña reina. Deslumbrante, en verdad asombrosa, y tan segura del lugar queocupaba. Y luego yo, herida y extraña, piel y huesos. Yo era el patito feo. Esoproduce dolor —dijo al ver los ojos llameantes de Susie—. No sé de qué otramanera describirlo.

Se obligó a hablar más despacio, a escoger mejor las palabras.—Vosotros erais tan buenos conmigo. Todos vosotros. No me refiero a la

casa, la ropa o la comida. No me refiero a las cosas materiales, tía Susie, aunquehayan sido conmovedoras para una niña criada en un ambiente de clase mediacomo yo.

—¿Crees que te hubiéramos tratado de otra manera si no hubiésemos gozadode ciertos privilegios?

—No. —Kate hizo un gesto negativo con la cabeza—. En lo más mínimo. Yeso era lo más conmovedor. —Hizo una pausa. Se miró las manos. Cuando volvióa levantar los ojos, los tenía húmedos de lágrimas—. Y es mucho másconmovedor —repitió— ahora porque… he sabido lo de mi padre.

Susan se quedó mirándola, con la cabeza apenas ladeada.—¿Has sabido qué?

—Lo que hizo. Los cargos que presentaron en su contra. —Enferma yaterrada, Kate vio cómo el ceño de su tía se fruncía… aunque luego se despejópor completo.

—Ah. —Dejó escapar un largo, larguísimo suspiro—. Santo Dios, lo habíaolvidado.

—¿Tú… lo habías olvidado? —Atónita, Kate se pasó la mano por el cabello—.¿Habías olvidado que mi padre era un ladrón? ¿Habías olvidado que robó y fueprocesado, que vosotros pagasteis sus deudas y acogisteis a su hija en vuestracasa? ¿A la hija de un…?

—Basta. —Fue una orden tajante en lugar de la simpatía que Susan hubiesepreferido manifestar. Pero conocía a su Kate—. No estás en condiciones dejuzgar lo que hizo un hombre hace veinte años, lo que había en su mente o en sucorazón.

—Él robó —insistió Kate—. Cometió desfalco de fondos. Vosotros lo sabíaistodo cuando me acogisteis. Sabíais lo que él había hecho, lo que era. Ahora meencuentro bajo sospecha por una cosa muy parecida. Tan parecida que es casi lamisma.

—Y ahora sé por qué te quedaste sentada de brazos cruzados, y luegoenfermaste. Oh, mi pobrecilla, mi chiquilla tonta. —Susan le cogió la cara entrelas manos—. ¿Por qué no nos dij iste nada? ¿Por qué no nos dejaste saber lo quepensabas, lo que sentías? Te habríamos ayudado a pasar el mal trago.

—¿Por qué no me lo dij isteis? ¿Por qué nunca me dij isteis lo que había hechomi padre?

—¿Con qué objeto? Ya es bastante carga para una niña el haber quedadohuérfana. Tu padre cometió un error, y habría pagado por ello.

—Vosotros pagasteis. —Intentó tragar, no pudo—. Devolvisteis lo que habíarobado con vuestro propio dinero. Y lo hicisteis por mí.

—¿Crees que eso tiene alguna importancia? ¿Que Tommy o y o le hemosdado importancia a eso alguna vez? Lo único que nos importaba eras tú, Kate. Tú.—Echó hacia atrás el cabello de Kate—. ¿Cómo te enteraste?

—Por un hombre, un cliente que vino a verme. Había sido amigo de mipadre. Pensaba que y o lo sabía.

—Lamento que te hayas enterado de esa manera. —Susan dejó caer lasmanos y retrocedió—. Quizá tendríamos que habértelo dicho cuando ya erasmayor. Y luego fue pasando el tiempo y aquello quedó en el olvido. Qué falta decoordinación —murmuró apenada—. ¿Te enteraste poco antes de lo que ocurrióen Bittle?

—Un par de meses antes. Hice averiguaciones, busqué artículos en los diariosy contraté a un detective.

—Kate. —Exhausta, Susan apoy ó las y emas de los dedos sobre sus párpados—. ¿Por qué? Si necesitabas saber, comprender… nosotros te lo habríamos

explicado. Solo tenías que preguntar.—Si vosotros hubierais querido hablar del tema, lo habríais hecho antes.Susan lo pensó un momento y asintió.—Está bien. Tienes razón, es cierto.—Solo necesitaba saber, estar segura. Luego traté de dejarlo a un lado. Tía

Susie, intenté olvidarlo, enterrarlo. Quizá lo habría conseguido, no lo sé. Y luego,de repente, me encontré en medio de todo esto. La discrepancia en los fondos delas cuentas de mis clientes, la explicación que no pude dar, las investigacionesinternas, mi suspensión. —Su voz se quebró como un cristal, pero se obligó aproseguir—. Era una pesadilla, un eco de lo que debió ocurrirle a mi padre. Mesentía incapaz de reaccionar, de pelear y hasta de pensar. He tenido tanto miedo.

Kate apretó los labios.—No creí que pudiera decírtelo. Me daba vergüenza decírtelo, tenía miedo de

que pensaras… de que solo por un segundo pudieras pensar que y o había robado.Porque mi padre lo había hecho. Podía soportar cualquier cosa, menos eso.

—No puedo volver a enfadarme contigo, Kate, ni siquiera por haber pensadosemejante estupidez. Ya has sufrido bastante, querida. —Susan la estrechó en susbrazos.

—Se sabrá —murmuró Kate—. Sé que pronto se sabrá, y que la gentehablará. Algunos pensarán que robé dinero porque mi padre robó dinero.Pensaba que no podría soportarlo. Pero puedo. —Se enderezó en su asiento y sesecó las lágrimas—. Puedo soportarlo, pero lo lamento. Lamento que esto vay a aafectaros.

—Crie a mis hijos para que aprendieran a valerse por sí mismos ycomprendieran que la familia permanece unida, pase lo que pase. Creo quedurante un tiempo olvidaste la segunda parte.

—Tal vez. Tía Susie… —Tenía que terminar, soltarlo todo—. Vosotros nuncame habéis tratado como a una extraña, desde el primer momento en que pisévuestra casa. Jamás me habéis tratado como una deuda o una obligación. Peroy o sentía la deuda, la obligación, y quería, siempre, ser la mejor en todo. Jamáshe querido que os preguntarais si habíais hecho bien al acogerme, al amarme.

Con el corazón todavía sobrecogido, Susan se cruzó de brazos.—¿Acaso crees que medimos nuestro amor por los logros de las personas que

nos importan?—No. Pero y o sí lo hacía… y aún lo hago. Es un defecto mío, tía Susie, no

vuestro. En los primeros tiempos, me iba a la cama todas las nochespreguntándome si a la mañana siguiente cambiaríais de opinión y me enviaríasde vuelta a mi casa.

—Oh, Kate.—Luego comprendí que no lo haríais. Supe que no lo haríais —repitió—. Me

hicisteis parte de la unidad, parte del todo. Y perdóname si te hago enfadar o te

lastimo, pero estoy en deuda con vosotros por eso. Estoy en deuda contigo y conel tío Tommy por ser quienes sois y lo que sois. Habría estado perdida sinvosotros.

—¿Alguna vez has pensado, Kate, en lo que tú hiciste para llenar aún másnuestras vidas?

—Pensé en lo que podía hacer para que vosotros os sintierais orgullosos demí. No podía ser bella como Margo ni amable por naturaleza como Laura, peropodía ser inteligente. Podía trabajar duro, hacer planes, ser sensata y tener éxito.Es lo que quería para mí misma, y para vosotros. Y… hay otra cosa que deberíassaber.

Susan dio media vuelta para apagar la tetera que ya hervía, pero no vertió elagua caliente sobre el té.

—¿Qué, Kate?—Estaba tan feliz en Templeton House que pensaba que jamás habría estado

allí contigo, con todos vosotros, si la carretera no hubiera estado helada esanoche, si no hubiésemos salido y el coche no hubiera patinado y se hubieraestrellado. Si mis padres no hubieran muerto.

Levantó los ojos hacia Susan.—Y y o quería estar allí, con vosotros. Fueron pasando los años y llegué a

amaros mucho más de lo que recuerdo haberlos amado a ellos. Y me parecíahorrible estar contenta de vivir con vosotros y no con ellos.

—Y has regado esa pequeña y fea semilla durante todos estos años. —Susansacudió la cabeza. Se preguntó si los padres y los hijos alguna vez llegarían acomprenderse unos a otros—. Eras una niña, apenas tenías ocho años. Tuvistepesadillas durante meses y has sufrido más de lo que debería sufrir ningún niño.¿Por qué debías continuar pagando por algo que estaba fuera de tu control? Kate.—Le acarició suavemente las sienes con las yemas de los dedos—. ¿Por qué notendrías que haber sido feliz? ¿Hubiera sido mejor que te aferraras al dolor, alduelo y a la tristeza?

—No.—¿Por eso elegiste la culpa?—Me parecía que lo mejor que me había ocurrido en la vida había salido de

lo peor. Jamás pude encontrar la lógica a aquello. Era como si mi vida hubieraempezado la noche en que mis padres murieron. Sabía que si hubiera ocurrido unmilagro y mis padres se hubieran presentado en la puerta de Templeton House,y o habría corrido a tus brazos y te habría suplicado que me dejaras quedarcontigo.

—Kate. —Susan negó con la cabeza y le quitó el cabello de la cara—. Si DiosTodopoderoso hubiera llamado a la puerta, y o habría peleado con uñas y dientescontra Él para tenerte conmigo. Y no me siento para nada culpable por eso. Loque ocurrió no ha sido culpa tuya ni mía. No tiene sentido pensar así. Las cosas

son como son.Kate asintió, casi a punto de creerle.—Por favor, di que me perdonas.Susan retrocedió y la miró a los ojos. « Su hija» , pensó. Un regalo nacido de

una tragedia. Tan compleja, tan dividida en su interior. Y tan preciosa.—Si sientes que me debes algo por —¿cómo dij iste?— hacerte parte de la

unidad, págame aceptando ser quien eres, lo que has hecho de ti misma. Asíquedaremos empatados.

—Te prometo que lo haré, pero mientras tanto…—Estás perdonada. Pero —prosiguió mientras Kate moqueaba— tendremos

que resolver esta cuestión juntos. Todos juntos, Kate. Si Bittle se mete con unTempleton, tendrá que vérselas con todos ellos.

—De acuerdo. —Kate se secó una lágrima rebelde—. Ya me siento mejor.—No me cabe la menor duda. —Sus labios dibujaron una sonrisa—. Yo

también.Margo irrumpió en la cocina un tanto alterada y con los ojos desorbitados.—Déjame ver esa moneda —exigió. Y hundió la mano en el bolsillo de Kate

antes de que pudiera impedírselo.—¡Eh!—Ay, santo Dios. —Margo la miró incrédula, y luego miró el doblón que

tenía en la otra mano—. Fui a revisar mi bolso. Estaba convencida de que queríasgastarme una broma estúpida. Son idénticas.

Y, por algún extraño misterio, el mundo volvió a ponerse en su lugar.—Eso intentaba decirte —empezó Kate.Pero lanzó un gruñido cuando Margo la estrechó con fuerza.—¡Son idénticas! —gritaba Margo. Y sostenía las monedas frente a la cara de

Susan—. ¡Mire, señora Templeton! Serafina.—Indudablemente provienen del lugar correcto y pertenecen a la época

correcta. —Frunció el ceño mientras miraba las monedas, en un intento decalmar los ánimos—. Tú has encontrado esta, Kate.

—No, esta. —Con un ademán de quien se sabe propietario, Kate arrebató lamoneda que Margo sostenía en la mano izquierda—. Es mía —proclamó.

—No puedo creerlo. Han pasado tantos meses desde que encontré la primera.Hemos pasado tanto tiempo buscando y rebuscando y hemos paseado por todaspartes ese estúpido detector de metales. Y así como así, tú te has tropezado conella.

—Estaba allí, a la vista.—Precisamente. —Margo cacareó en son de triunfo—. Al igual que la

primera. Es una señal.Kate puso los ojos en blanco.—No es magia, Margo. Es pura suerte. Hay una diferencia. Dio la casualidad

de que pasé por allí justo después de que alguien la hubiese pateado o el agua lahubiese desenterrado o lo que sea.

—Ja. —Fue todo lo que Margo pudo decir—. Tenemos que avisar a Laura.Ay, ¿quién diablos puede recordar dónde está con esa loca agenda que tiene?

—Si te tomaras la molestia de consultar el calendario semanal que hecolocado en la oficina, sabrías exactamente dónde está. —Dándose aires desuperioridad, Kate miró el reloj—. Si la memoria sirve para algo, te informo queestará en el hotel media hora más. Luego tiene una reunión con la maestra deAli. Después de eso…

—Qué importancia tiene. Iremos ahora mismo… —Margo se detuvo en seco—. Diablos, no podemos cerrar la tienda a media tarde.

—Haced lo que tenéis que hacer —le dijo Susan—. Tommy y y o podemosatender el negocio durante una hora.

—¿En serio? —Margo le sonrió, radiante—. Jamás me hubiera atrevido apedíroslo, pero esto es tan excitante… y es cosa de las tres.

—Todo ha sido, siempre, cosa de las tres —dijo Susan.

—Le ha levantado el ánimo. —Margo remoloneaba en el vestíbulo del hoteldespués de la breve entrevista con Laura—. Es frustrante tener que esperar hastael domingo para volver a buscar, pero con la apretada agenda de Laura tenemossuerte de que así sea.

—¿No te parece que hace demasiadas cosas?Kate observó el amplio vestíbulo, con sus cuidadas plantas en macetas, con la

secreta esperanza de ver pasar a By ron, como una exhalación, en alguna misiónejecutiva. Pero lo único que vio fueron huéspedes sin rumbo cierto, botonesatareados, y un grupo de mujeres paradas junto a las puertas giratorias conmontones de bolsas de compras a sus pies y una expresión de agotamiento felizen las caras.

—Sé que le gusta ocupar su tiempo —prosiguió Kate—. Y es probable queeso la ayude a no pensar en… ciertas cosas. Pero apenas tiene un minuto paraella en todo el día.

—Ah, por fin te has dado cuenta. —Margo meneó la cabeza y suspiró—. Yano puedo seguir regañándola. Cuando sugerí que contratáramos media jornada auna empleada para la tienda y que redujera sus horas de trabajo en el hotel…casi me corta la cabeza. —Con la mirada ausente, se pasó la mano por el vientre.El bebé estaba haciendo de las suy as—. Sé que la mayor parte del salario quepercibe en el hotel está destinado a la educación de las niñas.

—Ese miserable de Peter. —Kate empezó a rechinar los dientes de solopensarlo—. Demostró ser una alimaña abyecta quedándose con el dinero deLaura, pero quedarse también con el de sus hijas… Eso lo rebaja a un nivel más

bajo que el lodo. Laura tendría que haberlo hervido a fuego lento en el juicio.—Eso es lo que yo hubiera hecho —admitió Margo. Divertida, notó que dos

hombres sentados en el vestíbulo trataban de llamar su atención—. Lo quehubieras hecho tú. Pero Laura tiene que manejar la situación a su manera.

—Y su manera es tener dos empleos, criar sola a sus dos hijas y soportarlotodo porque es demasiado buena para ponerle el freno a nadie. No puedecontinuar trabajando veinte de las veinticuatro horas que tiene el día, Margo.

—Intenta decírselo. —Dejándose llevar por la fuerza de la costumbre, dedicóuna sonrisa rápida y coqueta a los hombres esperanzados.

—Deja de jugar con esos vendedores de seguros —le ordenó Kate.—¿Eso es lo que son? —Despreocupada como siempre, Margo echó hacia

atrás su larga cabellera negra—. De todos modos, Josh y yo hemos presionado aLaura hasta donde hemos podido. No entra en razones. A ti nadie podía decirteque te tomaras vacaciones, ¿verdad? ¿Que vieras al médico?

—De acuerdo, de acuerdo. —Era lo último que quería escuchar—. Tenía misrazones, y te las explicaré cuando tendamos un poco más de tiempo. Tendría quehabértelo dicho antes.

—¿El qué?—Ya hablaremos de eso —prometió. Se acercó y besó a su amiga, dejándola

atónita—. Te quiero, Margo.—Ahora dime, ¿qué es lo que has roto?—Nada. Bueno, todo, pero estoy empezando a recomponerlo. Pero volviendo

a Laura… Tendríamos que hacer algo más que señalar los defectos. Tal vezocuparnos de las niñas durante unas horas cada semana. O hacer algunas de lastantas diligencias que siempre tiene entre manos. Tanta preocupación echará aperder mi buen humor. —Sacó la moneda del bolsillo y la vio resplandecer—.Cuando hay amos encontrado el tesoro de Serafina, todo lo demás seráirrelevante.

—Cuando lo encontremos, abriré una nueva sucursal de Pretensiones. EnCarmel, creo.

Sorprendida, Kate miró a Margo.—Pensé que darías la vuelta al mundo en crucero, o que renovarías tu

guardarropa de alta costura.—La gente cambia. —Margo se encogió de hombros—. Pero bien podría

conformarme con un crucero corto y un recorrido por Rodeo Drive.—Es un alivio saber que la gente nunca cambia del todo. —Pero tal vez se

pudiera cambiar, pensó Kate. Tal vez se debiera—. Mira, hay algo que megustaría hacer. ¿Puedes ocuparte de la tienda hasta la hora de cerrar?

—Con el señor y la señora Templeton a cargo, ni siquiera tengo que volver. —Con una picara sonrisa, Margo le mostró las llaves de su coche—. Si pudieraconvencerlos de atender la tienda durante un mes, duplicaríamos nuestras

ganancias. Ah, dale saludos a By ron.—No he dicho que fuera a ver a By ron.Margo, quien ya se había puesto en marcha, le sonrió con malicia por encima

del hombro.—Por supuesto que lo has dicho, compañera.Era desmoralizante darse cuenta de que resultaba tan evidente. Lo bastante

desmoralizante como para que comenzara a buscar argumentos para disuadirse así misma de subir al ático. En eso estaba todavía cuando salió del ascensor.Cuando le dijeron que el señor De Witt estaba en una reunión, decidió que era lomejor.

Desconcertada, volvió a bajar; pero en vez de dirigirse a su coche, fue haciala piscina. Apoyada sobre el muro de piedra que la bordeaba, se puso a mirar eljuego de agua de la fuente del patio y a la gente que, sentada a las coquetasmesas de vidrio, bebía coloridos refrescos bajo las alegres sombrillas. Detectóplacas con nombres en algunas solapas, que identificaban a los asistentes aconvenciones que habían hecho una pausa en sus seminarios.

Alrededor de la piscina curva revestida de azulejos había todo tipo de cuerposrelucientes de pantalla solar, tendidos en tumbonas a rayas. Algunos leían revistasy periódicos, otros escuchaban música con auriculares. Los camareros deelegantes uniformes en colores pastel llevaban bebidas y tentempiés desde el barubicado junto a la piscina. Otros huéspedes chapoteaban y jugaban en el agua, osimplemente flotaban, soñando.

Ellos sí que sabían relajarse, pensó Kate. ¿Por qué diablos ella jamás habíadesarrollado esa sencilla capacidad? Si se recostara sobre una de aquellastumbonas, se quedaría dormida a los cinco minutos. Así estaba entrenado sucuerpo. Y si el sueño se negaba a llegar, la inquietud le habría hecho levantarse eirse, pues su mente siempre le había ordenado no perder el tiempo.

Dado que todo indicaba que aquel era un día festivo en la vida de KatePowell, decidió probar cómo era perder el tiempo. Se sentó frente a la barra ypidió algo con el prometedor nombre de Monterey Sunset. Se reflejó durante casimedia hora; miraba ir y venir a la gente, escuchaba partes de conversaciones.Luego pidió otro trago.

Después de todo, no estaba tan mal eso de perder el tiempo. Especialmente siuna se sentía tan ligera por dentro. Era una agradable sensación de vacío. Comosi se hubiera librado de algo que la venía devorando desde hacía mucho tiempo.

Ya era hora de cerrar esas grietas en su vida, o quizá de ignorarlas y seguiradelante. Había algo prometedor en aquella sensación de vacío, y eran lasposibilidades de llenarlo.

Cogió su bebida y echó a andar por los jardines del hotel. A cada pasorecordaba que debía disfrutar del aroma de las camelias y de los jazmines yapreciar las vividas tonalidades de las cascadas de buganvillas. Se sentó en un

banco de piedra, cerca de dos cipreses. Y no pudo evitar preguntarse cómo hacíala gente para no hacer nada y no volverse loca.

Probablemente lo mejor sería ir por etapas, decidió. Al igual que en elejercicio físico, más de una hora la primera vez sería excesivo. Se levantó con laidea de regresar a la tienda y revisar el inventario, pero en ese momento escuchósu voz.

—Asegúrese de ultimar los detalles con la señora Templeton mañana.Debemos mantenerla al tanto de los cambios.

—Sí, señor, pero necesitaremos más personal… por lo menos dos camarerosmás y un barman de repuesto.

—Tres camareros más. Queremos un ritmo afable. Creo que la señoraTempleton estará de acuerdo en que es lo mejor para el tercer bar. No queremosque el personal vaya de aquí para allá entre los huéspedes con cubiteras de hielo,¿verdad? Ahora bien, Lydia, tenga en cuenta que la señora Templeton nos estáobservando con lupa.

—Sí, señor, pero esa gente cambia de parecer todo el tiempo.—Esa es su prerrogativa. Nosotros tenemos que adaptarnos. Quería hablar

con usted, Lydia, sobre el servicio de café de obsequio que ofrecemos todas lasmañanas en la terraza este. Hace un par de semanas lo mejoramos un poco en elresort, y está funcionando muy bien.

Dobló por el sendero y vio a Kate sentada en el banco de piedra con uncolorido cóctel en la mano y una misteriosa sonrisa en los labios. Y perdió el hilode sus pensamientos.

—¿Señor De Witt? —insistió Lydia—. ¿El servicio de café?—Ah, sí. Revise el memo con mi secretario. Está todo allí. Hágame saber su

opinión. —Si bien no la echó de manera explícita, la intención era evidente—.Analizaremos todo esto con la señora Templeton mañana por la mañana.

Cuando Lydia por fin se marchó, By ron se acercó al banco y miró a Kate.—Hola.—Hola. Estoy practicando.—¿Practicando qué?—No hacer nada.Pensó que era como toparse con un cervatillo en un jardín encantado…

aquellos ojos oscuros, profundos, extrañamente rasgados, el perfume cálido yhúmedo de las flores.

—¿Y cómo lo llevas?—No es tan fácil como parece. Estaba a punto de abandonar.—Concédele unos minutos más —sugirió By ron, y se sentó junto a ella.—No pensé que los directivos se preocuparan por cosas menores como un

servicio de café de obsequio.—Cada detalle es una parte, y las partes componen el todo. Y hablando de

detalles —le hizo volver la cara hacia él y besó apenas sus labios—, estásestupenda. En serio. Revivida, diría yo.

—Me siento revivida. Es una larga historia.By ron sonrió.—Me gustaría escucharla.—Creo que a mí me gustaría contártela. —Pensaba que él era alguien con

quien podía hablar. No; no lo pensaba, lo sabía—. He venido a contarle algo aLaura, y luego decidí darme una vuelta por el hotel y probar cómo es no hacernada.

By ron tuvo que disimular su decepción. La había encontrado allí sentada ypor un momento le pareció que lo estaba esperando.

—¿Te apetecería contarme los detalles… durante la cena?—Me encantaría. —Se levantó y le tendió la mano—. Siempre que cocines

tú.By ron titubeó. Hasta ese momento, había evitado estar completamente a

solas con ella. Cuando eso ocurría parecía olvidar ciertos pequeños detalles,como los buenos modales y aquello de que hay un momento para cada cosa.Ahora estaba allí de pie, tendiéndole la mano, con una leve sonrisa que dejabavislumbrar que ella comprendía su dilema. Y que lo disfrutaba.

—De acuerdo. Tendré la oportunidad de estrenar la parrilla que compré haceun par de días.

—Yo llevaré el postre y nos encontraremos en tu casa, ¿qué opinas?—Parece un buen plan.Como si pretendiera ponerlos a prueba a ambos, Kate se puso de puntillas y le

dio un beso fugaz en los labios.—Soy imbatible haciendo planes.Kate se marchó y Byron se quedó de pie donde estaba, con las manos

enterradas en los bolsillos. Sabía que uno de los dos tendría que alterar sus planes.Por cierto, sería muy interesante ver quién.

Aquellos éclairs de chocolate laminados, cremosos, decadentes, le habíanparecido la opción perfecta. Kate dejó el paquete de la pastelería sobre la mesade la cocina de Byron y se puso a mirarlo por la ventana. Había dejado la puertaabierta, como invitándola a pasar. Y ella había aceptado la invitación. Y, enmedio del estruendo de un agostado Bruce Springsteen, notó que Byron habíaconseguido un par de muebles más para acompañar la destartalada mecedora.

La mesita con el tablero encastrado parecía un objeto costoso y único, aligual que la lámpara de lágrimas de colores y la gruesa alfombra de diseñogeométrico. Aunque se moría de ganas por ver el resto de la casa, se obligó aentrar en la cocina.

Y allí estaba él, en el jardín de atrás, peleando con los cachorros por uncalcetín. Se le veía tan natural en tejanos y camiseta como antes con su trajehecho a medida y su corbata de seda. Le entraron ganas de haberse tomadotiempo para pasar por su casa y ponerse… cualquier cosa, pensó, menos esepulcro traje de tela espigada y aquellos zapatos recatados. Para remediarlo, sequitó la chaqueta y desabrochó el primer botón de la blusa antes de reunirse conél.

Salió a la terraza de pino americano. Terraza a la que Byron había dado untoque personal distribuy endo, aquí y allá, algunos maceteros de terracota llenosde geranios y pensamientos y zarcillos de vid. Cerca de las puertas de cristaldoble se erguía, nueva y reluciente, una compleja y algo aterradora parrilla agas. Los dos sillones de pino americano, con sus mullidos almohadones azulmarino, permitían apreciar el jardín que bajaba hacia el mar.

Había cercado el jardín con una valla baja de madera para impedir que suspreciosos cachorros escaparan sin interrumpir la maravillosa vista. Una puertacancela junto a la escalinata de la playa brindaba un fácil acceso al mar.

By ron había plantado algo a intervalos regulares a lo largo de la cerca. Katealcanzaba a ver los plantines tiernos y los ordenados montoncillos de paja yestiércol que los rodeaban y protegían. Imaginaba que él mismo los habíaplantado. Alguna clase de vid trepadora con flor que, con el tiempo, crecería yvestiría de color la cerca.

Un hombre paciente, By ron de Witt. Alguien que disfrutaría viendo crecer yflorecer y enzarzarse aquellas vides, año tras año.

Kate sabía que él sentiría una serena satisfacción cuando asomara el primercapullo. Luego lo cuidaría. Era un hombre que disfrutaba cuidando cosas.

Los cachorros ladraban, el mar murmuraba y el viento se filtraba, suave,entre las temblorosas hojas de los cipreses. El azul profundo del cielo poco a pocofue virando a índigo con matices escarlata, y Kate sintió un dulce cosquilleo en elcorazón. Había lugares perfectos en el mundo, pensó. Y, según parecía, By ronhabía encontrado uno de ellos y lo había hecho suy o.

Y a él también se le veía perfecto, con el viento meciendo sus cabellos y loscachorros a sus pies. Ese cuerpo musculoso y longilíneo, que hacía la boca agua,tan cómodo y sensual con esas prendas informales, esos tejanos de algodón. Sureacción ante aquello, ante él, sin precedente alguno, era echársele encima yarrancarle la ropa con los dientes. Deseaba saborear y poseer. Deseaba serposeída.

Deseaba.Sintió que se le aflojaban las piernas. Bajó el corto tramo de escaleras hasta

el jardín. Los cachorros corrieron a recibirla, brincando y ladrando. Se agachópara acariciarlos, sin quitarle los ojos de encima a By ron.

—¿Qué has plantado a lo largo de la cerca?

—Visteria. Tardará un poco en prender. —Miró la valla en toda su extensión—. Pero vale la pena esperar. Siempre había una visteria en flor trepando por elenrejado de mi dormitorio, en Georgia. Es un aroma que te acompaña toda lavida.

—Has hecho mejoras increíbles en la casa. Aquí fuera es una preciosidad.Debe de llevarte mucho tiempo añadir tantos detalles.

—Cuando uno encuentra lo que ha estado buscando, lo cuida. —Avanzó haciaella—. Si te apetece, podemos dar un paseo por la play a después de cenar. —Lepasó una mano por el cabello, como un momento antes había hecho con losperros. Luego retrocedió—. Mira esto. —Chasqueó dos veces los dedos—.Sentados.

Los dos cachorros se sentaron, agitando los rabos con frenesí. By ron les hizodar la pata y, tras un momento de confusión, echarse. Pero sus cuerpecillostemblaban de entusiasmo contenido.

—Impresionante —comentó Kate—. ¿Todos hacen lo que tú dices?—Es cuestión de pedirlo de la manera correcta y con cierta frecuencia. —

Sacó dos bizcochos para perros del bolsillo trasero de su pantalón—. Y el sobornocasi nunca falla. —Los perros atraparon los bizcochos en el aire y corrieron adarse un festín—. Tengo un exquisito Bordeaux esperando. ¿Qué te parece si voya buscarlo y me cuentas cómo ha sido este día tan interesante en tu vida?

Kate le apoyó la mano en el pecho. Sintió el calor, los latidos.—Me parece que hay algo que quiero decirte.—De acuerdo. Entremos. —Pensó que sería mejor hablar en su cocina bien

iluminada, lejos del ocaso majestuoso y la seductora brisa nocturna.Pero Kate no apartó la mano de su pecho y se acercó todavía más. Debía de

ser el color del atardecer, pensó By ron, lo que hacía brillar sus ojos con aquelresplandor erótico, entre las sombras.

—Había decidido evitar a los hombres como tú, en el terreno personal —empezó a decirle—. Iba a ser una suerte de principio, una regla empírica. Soymuy propensa a las reglas y a los principios.

By ron enarcó una ceja.—¿Y a las generalizaciones?—Sí, y a las generalizaciones, porque casi siempre tienen algún fundamento.

De lo contrario, no hubieran llegado a ser generalizaciones. Después de un par deexperiencias desafortunadas decidí que cuando algo, o alguien, parecedemasiado bueno… probablemente será malo para mí. Tú podrías ser malo paramí, By ron.

—¿Hace mucho tiempo que cultivas esta teoría?—A decir verdad, sí. Pero quizá necesite algunos ajustes. En cualquier caso,

no me gustaste cuando te conocí.—Esa sí que es toda una sorpresa.

Kate sonrió y se le acercó aún más, causándole desconcierto.—No me gustaste porque te deseé desde el primer momento. Y eso era muy

desagradable para mí. Verás, prefiero desear cosas tangibles que se puedenobtener con tiempo, planificación y esfuerzo. No me gusta sentirme incómoda nidesear a alguien a quien no comprendo, que a todas luces no me conviene y que,además, no cumple con mis condiciones.

—¿Tú también tienes condiciones? —No le importaba sentirse furioso yexcitado al mismo tiempo.

—Por supuesto que las tengo. Una de mis condiciones principales es no serexigente. Y creo que tú lo eres, y ese será, sin lugar a dudas, mi may or error. Yuna de las cosas que odio, y que odio profundamente, es cometer errores. Peroestoy tratando de ser más tolerante conmigo misma.

—¿Es otra de las cosas que has decidido probar, como no hacer nada?—Exactamente.—Ya veo. Bien, ahora que hemos dejado en claro que esta novedosa relación

que mantienes conmigo es para ti una práctica de tolerancia personal, iré apreparar la cena.

Kate lanzó una carcajada y apoyó la otra mano sobre el pecho de Byron.—Te irrito. No sé por qué me resulta tan gracioso.—No me sorprende, Katherine. Eres irritante y pendenciera por naturaleza, y

nada te gusta más que agitar el avispero.—Tienes razón, tienes toda la razón del mundo. La facilidad que tienes para

comprenderme es aterradora. Y cuanto más paciente te muestras, más ganas medan de acicatearte. No estamos hechos el uno para el otro, By ron. Sino todo locontrarío.

—¿Y quién dijo que lo fuéramos? —Cerró los dedos sobre sus muñecas eintentó apartar de su pecho las manos de Kate.

—Llévame a la cama —dijo simplemente, y deslizó sus manos desde lospuños ahora laxos hasta los hombros—. Ahora mismo.

12

By ron no era un hombre fácil de impresionar. Pero esa simple exigencia lo hizotambalear al igual que lo hubiera hecho un golpe certero a la mandíbula. Hastaese momento estaba seguro de que ella querría terminar lo que apenas habíacomenzado entre ambos. Se había preparado para sentir una furia fría, y se habíaprogramado para que todo aquello le importara un bledo.

Pero como sin lugar a dudas habría sido una locura tocarla, mantuvo lasmanos quietas a los costados del cuerpo.

—Quieres que te lleve a la cama, ahora, porque es un error, porque hasllegado a la conclusión de que no te convengo y porque, definitivamente, noestamos hechos el uno para el otro sino todo lo contrario.

—Sí. Y porque quiero verte desnudo.By ron lanzó una carcajada e intentó retroceder, pero ella lo aferró por la

nuca.—Creo que necesito un trago —musitó él.—No me obligues a ser brusca contigo, By ron. —Se acercó aún más, pegó su

cuerpo al de él y lo estrechó con firmeza—. Estuve haciendo ejercicio. Bah, esun decir. Creo que de ser necesario podría forzarte.

By ron se convenció de que todo era una broma sin gracia y le pellizcósuavemente un bíceps. El pequeño músculo parecía arcilla entre sus dedos.

—Sí, y a eres toda una amazona, encanto.—Tú me deseas. —Se abrió camino hasta su garganta—. Si no me deseas,

tendré que matarte.La poca sangre que le quedaba a By ron en la cabeza bajó directamente a su

entrepierna.—Creo que mi vida está a salvo. Kate… —Sus manos se afanaban por

desabrocharle el cinturón—. ¡No… demonios! —Luego se ocuparon del cierrerelámpago—. Diablos —murmuró él, y se abandonó a sus instintos animales eltiempo suficiente para devorar su boca.

Ella ronroneó como un gato montes que acaba de abatir una presa.—Espera. —La aferró por los hombros y la empujó hacia atrás—. Espera un

maldito minuto. —Trató de serenar su respiración—. ¿Sabes cuál es el problemade este tipo de aventuras amorosas?

—No. ¿Cuáles?—Estoy tratando de recordarlo. —Hubiera querido pasarse las manos por la

cara, pero no se atrevía a soltarla—. Ya está, ya lo tengo. Que por muyplacenteras que sean en el momento, uno siempre acaba insatisfecho. Las cosasno serán así entre nosotros. Esto no será una aventura más. Y tú tendrás queaceptarlo.

¿Qué demonios le ocurría? Se suponía que los hombres no se complicabancuando se trataba de sexo.

—De acuerdo, le pondremos otro nombre.—Hay condiciones, Kate. —Sin quitarle las manos de los hombros, la hizo

retroceder despacio hacia la casa. Ya podía verla desnuda y anhelante—.Confianza. Honestidad. Afecto. Una vez que te toque, nadie más que yo podrátocarte.

—Todavía no he visto en la puerta de mi casa una fila de hombres ansiosospor ponerme la mano encima. —Sus pies tropezaron con los escalones.Automáticamente comenzó a subir, siempre de espaldas. Él la miraba de esamanera que la ponía nerviosa y la excitaba a la vez. Como si pudiera ver algoque estaba más allá, algo que nadie había visto nunca, ni siquiera ella misma—.No me acuesto con cualquiera.

—Yo tampoco. Considero que la intimidad es algo serio. Y quiero tenerintimidad contigo, Kate, dentro y fuera de la cama. Punto final.

—Mira… —Tenía la garganta reseca y las hormonas desatadas—. Esto no esun contrato de negocios.

—No. —La hizo retroceder sin dificultad por la cocina—. Es un contratopersonal. Es mucho más comprometido, más importante. Tú has puesto las cartassobre la mesa. —La levantó en brazos—. Y y o aclaro los términos.

—Yo… Quizá tenga mis propios términos.—Será mejor que los expongas, entonces. Estamos a punto de cerrar el trato.—No compliquemos las cosas.—No es una opción. —Ya habían llegado a la cima de la escalera. By ron

dobló a la izquierda y traspasó el umbral de una habitación bañada por las últimasluces vividas de la puesta de sol.

—Somos adultos sanos y sin ataduras —dijo ella. Cada vez hablaba másrápido—. Y esta es una relación física de mutuo acuerdo.

—El sexo es mucho más que una relación física. —Con una sonrisa, la tendiósobre la cama—. Supongo que tendré que enseñarte.

Entonces la besó. Un largo, suave y perezoso encuentro de los labios que seprolongó hasta hacer vibrar cada nervio de su cuerpo como las cuerdas de unarpa. Anhelante, lo atrajo aún más hacia ella… hasta que todo el calor queemanaba de su cuerpo pareció concentrarse en sus bocas.

By ron podría haberla devorado de una vez y para siempre. A pesar de

saberlo, se moderó.—Tesoro, a los caballeros del sur nos gusta ir despacio. —Entrelazó los dedos

de Kate con los suyos para impedir que abatiera sus defensas con aquellasmanitas menudas y nerviosas—. Ahora relájate. —Inclinó la cabeza y lerecorrió el mentón con besos suaves—. Y disfruta. —Comenzó a bajar por elcuello—. Tenemos todo el tiempo del mundo…

Kate estaba convencida de que la mataría con su paciencia, que con tantadulzura la haría trizas. Los labios de Byron eran tiernos, cálidos; recorrían surostro con deliciosa y devastadora lentitud. Cada vez que se topaban con lossuyos, el beso era apenas más profundo, apenas más ardiente. Hasta que Katesintió que se le derretían los músculos.

Ese cambio de ritmo excitaba a By ron hasta la locura. El sonido de larespiración de ella, bajo, profundo y lento, el vértigo cuando una exhalaciónterminaba en un gemido, en un suspiro. La temblorosa impaciencia setransformó, poco a poco, en una entrega absoluta. Cuando Byron le desabotonó lablusa y dejó a la vista la sencilla camisola blanca que llevaba debajo, Kate gimióde placer.

Fascinado por la simpleza de sus formas, pasó las y emas de los dedos por elsuave algodón, y luego por su piel, aún más suave. Sobre las curvas más sutiles.La respiración de Kate volvió a agitarse bajo aquellas caricias ligeras comoplumas. By ron entrelazó nuevamente sus dedos, levantó la camisola y deslizó sulengua sobre el pezón.

Ella se mordió los labios y arqueó el cuerpo hacia atrás. Tan menuda,pensaba él, tan firme. Tan sensible. Deslizó la lengua bajo el algodón y lehumedeció el otro pecho, y la sintió estremecerse bajo su cuerpo.

Succionaba lenta y dulcemente, saboreando el oscuro placer de sentirlapalpitar y revolverse bajo sus caricias, y disfrutando de los gemidos breves eindefensos que se agolpaban en su garganta a medida que él aumentaba lapresión y la velocidad.

Cuando sintió que él mismo moriría si no se hundía en ella, cuando suscaderas empujaban como si fuera a explotar si no la penetraba, By ron se apartóy salió de la cama.

—¿Qué? ¿Qué? —Abotagada y desesperada, Kate se sentó de golpe.—La luz se está yendo —dijo en voz muy baja—. No puedo verte y necesito

verte.Se oyó el chasquido de un fósforo. La llama, por un instante intensa, se

suavizó al rozar el pabilo de una vela. Luego encendió otra, y luego una tercera.Y de pronto, a la temblorosa luz de las velas, la habitación se tornó suntuosa yromántica.

Kate se llevó la mano a un pecho, y se asombró al darse cuenta de que aquelcosquilleo ardiente y trémulo que tenía allí dentro era suy o. ¿Qué le estaba

haciendo? Quería preguntárselo, pero tuvo miedo de escuchar la respuesta.Entonces By ron se quitó la camiseta por la cabeza y la arrojó a un lado. Kate

lanzó un suspiro de alivio. Ahora… había llegado el momento. Todo aqueltorbellino de sensaciones se sosegaría y entraría en el reino de lo comprensible.

Él se quitó los zapatos. Kate apenas se sorprendió cuando la descalzó y deslizóuna mano por su pierna, justo hasta el ruedo de su arrugadísima falda.

—¿Podrías quitarte la camisola?Como hipnotizada, parpadeó al mirarlo.—¿Qué? Ah.—Despacio —dijo. Y le retuvo la mano antes de que hiciera el primer

movimiento—. No tenemos prisa.Hizo lo que le pedía porque sentía los brazos pesados. By ron dejó vagar su

mirada perezosa por el rostro y el pecho de Kate. Luego volvió a mirarla a losojos. Entonces le quitó la camisola de algodón y la dejó a un lado. Con los ojostodavía fijos en los suyos, la recostó sobre la cama.

—No dejas de mirarme —murmuró ella. Su piel tembló cuando él deslizó lasmanos bajo su falda, cuando sus dedos aferraron la cintura de sus medias de seday comenzaron a tirar hacia abajo—. No sé qué esperas.

—Yo tampoco. Pensé que lo averiguaríamos juntos. —Bajó la cabeza y posólos labios sobre la cara interna de sus muslos—. Ahora entiendo por qué siemprecaminas como si fueras a llegar diez minutos tarde a una cita de cinco minutos.Son tus piernas. Son tus largas, larguísimas piernas.

—Byron. —Se estaba quemando. Santo Dios, ¿acaso no podía sentirlo?—. Noaguanto más.

Pero él sabía que sí, que podría resistirlo. Y le desabrochó la falda.—Todavía no he comenzado. —Le bajó la falda y tembló ante la visión de

aquel cuerpo esbelto y anguloso sobre su cama. Apoy ó una rodilla sobre elcolchón y la tomó en sus brazos. Ella se dobló hacia atrás y se apretódesesperadamente contra él.

Los ojos de By ron se oscurecieron peligrosamente cuando miró el rostro deKate, el despliegue de sensaciones y luz, el temblor inocente de las pestañas y loslabios. Luego, la total rendición, a sí misma y a él, cuando el orgasmo la atravesócomo una llamarada.

Deseando más con tanta intensidad como ella, apoy ó la boca sobre su pechoy la llevó, sin prisa y sin pausa, otra vez a la cima.

—No puedo. —Aterrada por lo que él hacía salir de ella, por lo que parecíacrear dentro de ella, lo agarró por el cabello—. No estoy …

—Claro que puedes. —Jadeó las palabras antes de fundir sus bocas en unbeso.

Kate estaba empapada en un sudor que parecía emanar de sus poros. By ronjamás había conocido a una mujer que fuera tan receptiva y, al mismo tiempo,

se resistiera tanto. La necesidad, el impulso de demostrarle que él era el único,absolutamente el único que podía despertar esa receptividad y romper esaresistencia hizo que cambiase el placer último por un nuevo y torturante laberintode sensaciones.

Parecía el dueño soberano de su cuerpo. Kate había perdido el control, y lavoluntad de recuperarlo. Sus manos, sus labios estaban en todas partes. Y cadavez que creía que aquello por fin terminaría, By ron volvía a dominarla… y luegoproseguía con una inagotable paciencia.

Kate era dolorosamente consciente de su cuerpo y del de By ron, de lamezcla y los contrastes, de la carrera de pulsaciones. La luz de las velastemblaba sobre su rostro, sobre aquellos músculos marcados y sudorosos. Eracasi demasiado bello para soportarlo. Su sabor era potente, como una drogamisteriosa de efecto lento que se le había metido en la sangre, convirtiéndola enuna adicta.

Se colocó encima de ella, y esperó a que abriera los ojos y lo mirara.—No te deseaba —dijo con voz estrangulada, a punto de perder el control—.

Después, no he deseado otra cosa. Quiero que lo entiendas.—Por el amor de Dios, By ron. ¡Ahora!—Ahora —repitió, penetrándola—. Pero no solo esta vez.

La roja bruma ardiente que nublaba su mente se fue disipando poco a poco.Recuperó la conciencia del mundo exterior, de lo que estaba fuera de su propiocuerpo. La luz de las velas aún oscilaba sobre sus párpados cerrados y dibujabafiguras tenues, irreales. Se había levantado un poco de viento y las cortinasparecían susurrar en las ventanas. Kate volvió a oír la música, el lento palpitar delclarinete en el equipo de música de la planta baja, el gemido de respuesta delsaxo tenor. Y aquel olor a cera caliente, derretida, y a sudor, y a sexo.

Aún tenía el sabor de su piel en la boca, y podía sentirlo, sólido y fuerte, bajosu cuerpo. By ron la había hecho acostarse encima de él. Por temor a aplastarla,suponía ella. Todo un caballero.

¿Y qué debía hacer ahora?, se preguntó. ¿Cómo comportarse en ese instanteque seguía a un encuentro sexual tan espectacular y desmedido? Iniciarlo era unacosa; participar era, clara y fabulosamente, otra. Pero estaba segura de que esosprimeros segundos posteriores sentarían un precedente para el futuro.

—Puedo escuchar cómo tu mente vuelve a ponerse en movimiento —murmuró él. Había un deje de diversión en su voz mientras le acariciaba elcabello revuelto—. Es fascinante. No creo haberme sentido nunca antes tanatraído por el cerebro de una mujer. —Como ella empezó a moverse, le acaricióla espalda y le pellizcó amistosamente el trasero—. No, no te vay as todavía. Tucabeza me gana con ventaja.

Kate se arriesgó y levantó la mirada para observarlo. Esos preciosos ojosverdes que tenía estaban a medias cubiertos por unos relajados párpados. Unasonrisa lánguida suavizaba esa boca que pocos minutos antes la había llevado aléxtasis. Era el vivo retrato del animal macho plenamente satisfecho.

—¿Tendríamos que sentir vergüenza? —se preguntó ella en voz alta.—No tenemos por qué. Me parece que los dos deseábamos esto desde que

nos vimos por primera vez. Lo supiéramos o no.—Lo que da pie a la siguiente pregunta.Ah, esa mente metódica, práctica y ordenada.—Que es, ¿qué dirección tomaremos a partir de ahora? Tendremos que

hablar de eso.Él se volvió encima de ella y, antes de pudiera seguir hablando, le devoró la

boca con un beso largo, profundo y perturbador.—Pero, primero, vamos a lo práctico.La tomó en sus brazos y la bajó de la cama. Su cuerpo dio un respingo. Era

tan extraño dejarse llevar de esa manera, experimentar la excitantevulnerabilidad de ser superada físicamente.

—No estoy segura de que me guste cómo haces estas cosas.—Cuando estés segura, házmelo saber. Mientras tanto, voto por una buena

ducha y una exquisita cena. Estoy muerto de hambre.

No, no tenían de qué avergonzarse, concluyó Kate. De hecho, era sumamenteagradable llevar puesta una de sus camisetas descoloridas y escuchar la voz delija de Bob Seger moliendo un rock. By ron le había pedido que preparara laensalada mientras él asaba la carne en el grill. Y Kate disfrutaba haciéndolo…adoraba los colores y las texturas de las hortalizas que él había seleccionado. Suaroma a huerto estival. No recordaba haber sido jamás tan consciente delaspecto y del olor de los alimentos. Le gustaba comer, por supuesto, pero el saborsiempre había sido el estímulo principal. Ahora sabía que había algo más en todoaquello. Estaba la sensación de la comida, la manera en que armonizaban ocolisionaban los distintos ingredientes.

Las hojas húmedas y plumosas del corazón de la alcachofa, el tronco firmede la zanahoria, el sutil amargor del pepino, la delicadeza de las verduras frescas.

Apoyó el cuchillo de cocina sobre la mesa y parpadeó. ¿Qué demoniosestaba haciendo? ¿Enamorándose de una ensalada? Santo Dios. Con cuidado, sesirvió media copa del vino que By ron había descorchado antes. Aunque en losúltimos tiempos no había tenido nada de acidez, todavía conservaba un ciertorecelo del alcohol. Bebió el primer sorbo con cautela.

Allí estaba Byron, al otro lado de las puertas de cristal. Hablaba a los perrosmientras daba la vuelta a los trozos de carne. El fuego y el humo ondulaban con

la brisa.Estaban cocinando juntos, pensó Kate. Ella llevaba puesta su camiseta. Los

perros pedían las sobras. La música estaba sonando.Todo era tan serenamente doméstico. Y aterrador.—Cariño… —Byron abrió las puertas deslizantes—. ¿Podrías servirme una

copa de vino? La carne está casi a punto.—Claro. « Tranquila, encanto —masculló para sus adentros—. Solo ha sido

una noche agradable y placentera entre dos adultos bien dispuestos. Nada por quéalterarse» .

—Gracias. —Byron cogió la copa que ella le tendía e hizo girar el vino antesde beberlo—. ¿Prefieres comer fuera? Hace una noche estupenda.

—De acuerdo. —Y también es más romántico, se dijo mientras llevaba losplatos y los cubiertos al jardín.

¿Por qué no disfrutar de una copa de vino a la luz de las estrellas con elhombre que acababa de convertirse en su amante? No había nada de malo enello.

—Se te ha formado esa arruguilla entre las cejas —comentó tras haberprobado y aprobado su ensalada mixta—. La que se te forma cuando intentascalcular lo próximo que vas a decir.

—Calculaba cuánto podré comer de esta chuleta sin reventar. —Sin quitar losojos del plato, cortó otro bocado—. Sabe muy bien.

—Aunque me siento más que satisfecho dándote de comer, sé que no es lacomida lo que te anda dando vueltas en el cerebro. —Iba a pedirle que lo mirara,pero eligió el camino más directo. Apoyó una mano sobre su muslo desnudo yella levantó la vista del plato—. ¿Puedo hacértelo más fácil? Quiero que te quedesconmigo esta noche.

Kate cogió su copa de vino y se puso a jugar con ella.—No tengo ropa para cambiarme.—Nos levantaremos temprano. Así tendrás tiempo de pasar por tu casa y

cambiarte antes de ir a trabajar. —Se inclinó sobre la mesa y le pasó la yema deldedo por el cuello. Ese cuello tan largo, tan fino—. Quiero volver a hacer elamor. Quiero dormir contigo. ¿Eso no es complicar las cosas, verdad?

Como efectivamente no se trataba de una complicación, Kate asintió.—Me quedaré… pero no quiero escuchar ninguna queja cuando el

despertador suene a las seis.By ron se limitó a sonreír. Tenía la costumbre de levantarse y salir a correr

por la playa todos los días… antes de las seis de la mañana.—Como tú digas. Pero hay algo más. He dicho que había condiciones. Y

hablaba en serio.Era lo que ella había intentado encerrar bajo siete llaves en el fondo de su

mente. Dispuesta a elegir las palabras con cuidado, continuó masticando.

—No tengo ningún compromiso con nadie —empezó a decir.—Sí, lo tienes. Tienes un compromiso conmigo.Un fugaz escalofrío de alarma le recorrió la espina dorsal.—Quise decir que no tengo ningún compromiso con nadie más. No pretendo

verme con nadie mientras estemos… juntos. Aunque podría pensarse que, por lamanera en que me presenté aquí esta noche, el sexo es para mí algo casual.

—Nada es casual para ti. —Llenó las copas de vino hasta el borde—. Pero elsexo es lo más fácil. No exige pensar demasiado: el instinto irrumpe, y el cuerporesponde.

Escrutó el rostro de Kate. Tenía una expresión cauta, como la de un cervatilloque inesperadamente se hubiera topado con un venado de gran cornamenta en elbosque. O con un cazador.

—Siento algo por ti.El corazón de Kate dio un vuelco. Siguió cortando la carne con el tenedor y el

cuchillo, como si la forma y el tamaño de cada bocado fueran cosa de vida omuerte.

—Creo que ya hemos hablado de eso.—No se trata solo de deseos, Katherine, son sentimientos. Hubiera querido

ponerlos en orden antes de que llegáramos a esta etapa. Pero… —Se encogió dehombros, comió un bocado y esperó a que ella asimilara las palabras—. Megustan los mapas.

Su cerebro, ya perplejo, cayó en la más absoluta confusión.—Los mapas.—Los lugares de interés. Las rutas que van de un sitio a otro. Me gusta

planificar derroteros. Una de las razones por las que me interesan los hoteles esque son como un mundo: autónomos, llenos de movimiento y lugares y gente.

Mientras hablaba, separó el hueso de lo que quedaba de carne en su plato.Luego hizo lo mismo con el de Kate y les dio un festín a sus perros que tenían losojos redondos como monedas.

—Los hoteles están en continuo movimiento. Solo el edificio permaneceinmóvil. Pero dentro hay nacimientos, muertes, acontecimientos políticos,pasiones, celebraciones y tragedias. Como cualquier universo, el hotel se muevemás o menos de cierta manera, por una ruta determinada. Pero los desvíos, lassorpresas, los problemas siempre están allí. Y uno los explora, los disfruta, losresuelve. Eso me encanta.

Kate se quedó pensando. By ron, por su parte, se recostó en la silla y encendióuno de sus consabidos cigarros. Ella no tenía la más peregrina idea de cómohabían pasado de un debate sobre su relación al trabajo de Byron, pero tampocole importaba. Otra vez relajada, cogió su copa de vino.

—Por eso eres tan bueno en tu trabajo. Mis tíos te consideran el mejor, y sonmuy exigentes.

—Por lo general, damos lo mejor de nosotros cuando hacemos algo que nosgusta. —La observó a través de una nube de humo—. Tú me gustas.

Los labios de Kate dibujaron una tímida sonrisa.—Pues… y a está todo dicho, entonces —susurró inclinándose hacia él.—Tú eres un desvío —murmuró Byron. Le tomó la mano antes de que se

entretuviera demasiado con alguna parte de su cuerpo y se la llevó a los labios—.Cuando trazo el mapa de la zona a la que voy a trasladarme, suelo anticiparalgunos desvíos.

—Yo soy un desvío. —Se sintió lo suficientemente insultada como para retirarla mano—. Eso sí que es un halago.

—Pretende serlo. —Le sonrió con picardía—. Mientras estoy en estamisteriosa y tan atractiva ruta alternativa, no me preocupa saber cuánto medemoraré en recorrerla.

—¿Y yo estoy aquí para que me recorras? ¿De eso se trata?—Preferiría decir que vamos a recorrerla juntos. Dónde terminemos

dependerá de ambos. Pero hay algo que tengo claro. Te quiero conmigo. Todavíaignoro por qué, pero no puedo prescindir de ese deseo. Me basta con solo mirartepara sentirlo.

Nadie la había hecho sentirse tan deseada en toda su vida. By ron noempleaba palabras dulces y sentimentales, no componía odas a sus ojos, y sinembargo se sentía vital y viva y muy deseada.

—No sé si sentirme confundida o seducida, pero también me basta con eso.—Bien. —La tensión que lo atormentaba cedió. Volvió a llevarse la mano de

Kate a los labios—. Ahora que te has relajado, ¿por qué no me hablas delfascinante día que has tenido?

—¿Mi día? —Se quedó mirándolo. Tenía la mente en blanco. Un segundodespués le brillaban los ojos—. Ah, sí, mi día. Lo había olvidado por completo.

—No puedo decirte lo gratificante que es eso para mí. —Le apoyó la manosobre el muslo y comenzó a deslizaría, muy despacio, hacia arriba—. Si teapetece seguir olvidándolo un rato más…

—No. —Le apartó la mano con firmeza y sonrió—. Me moría de ganas decontártelo, pero luego empecé a idear estrategias para llevarte a la cama y cay óun par de peldaños en la lista de prioridades.

—¿Qué te parece si entonces me llevas a la cama por segunda vez yhablamos más tarde?

—No. —Se colocó fuera de su alcance—. Ya te he conseguido, guapo. Lasegunda vez puede esperar.

—Ese sonido que escuchas es mi ego que se desinfla. —Volvió a acomodarsecon su cigarro y su vino. Hizo un gesto con la copa—. De acuerdo, muchacha.Suéltalo de una vez.

Kate se preguntó qué sentiría al decirlo en voz alta.

—En marzo me enteré de que, poco antes de morir, mi padre había robadofondos de la agencia publicitaria para la que trabajaba. —Lanzó un suspiro y sellevó una mano al estómago—. Dios.

La pieza que faltaba en el rompecabezas acababa de encajar en su lugar.—En marzo —repitió By ron. Observó su rostro—. ¿No habías sabido nada

antes?—No, nada. Siempre espero que la gente se horrorice. ¿Por qué no te

horrorizas?—Las personas cometen errores. —Suavizó la voz al comprender cuánto

había sufrido Kate—. Ha sido un duro golpe, ¿verdad?—No lo llevé muy bien. Pensaba que sí, pero no. Pensaba que podría

enterrarlo, olvidarme de todo. Pero no funcionó.—¿No hablaste con nadie?—No podía. Margo supo que estaba embarazada, Laura tiene tantos

problemas y… yo estaba muerta de vergüenza. Esa es la verdad. No podíaenfrentarme a ello.

Entonces había enfermado de preocupación, culpa y estrés.—Y entonces ocurrió lo de Bittle.—Parecía imposible que estuviera ocurriendo. Una especie de ironía

cósmica. Quedé paralizada, By ron. Nunca he tenido tanto miedo de algo, nuncame he sentido tan indefensa. Ignorarlo parecía ser la única solución. Pensaba queasí desaparecería; de algún modo, mágicamente quizá, desaparecería. Creía quesi me mantenía ocupada con otras cosas, no pensaba en eso, no reaccionaba…tarde o temprano me sentiría mejor.

—Algunos presentan batalla —murmuró él—, otros se desploman y otroscavan trincheras.

—Y yo hundí la cabeza en la tierra. Bueno, el mal está hecho. —Como sibrindara a su salud, alzo la copa—. Hablé con mis tíos. En vez de mejorar lascosas, las empeoré. Los herí. Quise explicarles por qué me sentía agradecida ydije las cosas equivocadas. O yo estaba equivocada y no supe expresarme. Mi tíase enfadó mucho conmigo. No recuerdo haberla visto jamás tan furiosaconmigo.

—Ella te quiere, Kate. Verás que muy pronto podréis aclarar las cosas.—Ya me ha perdonado. Casi del todo. Pero aquello me hizo comprender que

debía enfrentarme a lo que ocurría. A todo. Hoy he estado en Bittle.—Has comenzado a cavar tus trincheras.Kate exhaló un suspiro contrariado al escuchar aquello.—Ya era hora de que lo hiciera.—Y ahora, ¿vas a castigarte por no haber sido la dama de hierro, por haber

necesitado tiempo para reunir fuerzas y coraje?Se le crispó el extremo de la boca. Sí, había sentido la tentación de hacerlo.

Según parecía, By ron la conocía muy bien.—No, ahora voy a concentrarme en resolver las cosas.—No tenías por qué ir sola a Bittle.Miró la mano que cubría la suya. ¿Qué lo impulsaba a ofrecerle apoyo con

tanta facilidad? ¿Y qué la impulsaba a contar casi a ciegas con su ofrecimiento?—No, tenía que ir sola. Para demostrarme y demostrarles a todos en Bittle

que podía con ello. Solía jugar a béisbol en el colegio. Era buena con el bate. Dosfuera, una carrera por detrás, y base. Me concentraba en la sensación del bate enmis manos porque tenía el estómago revuelto y me temblaban las piernas. Si meconcentraba en la sensación del fresno sólido en mis manos y mantenía mis ojosclavados en los del lanzador… seguía igual de aterrada, pero nadie se dabacuenta.

—Eres capaz de transformar un juego en una cuestión de vida o muerte.—El béisbol es cuestión de vida o muerte, sobre todo en el noveno

lanzamiento. —Sonrió apenas—. Así me sentía cuando entré en Bittle. Dosafuera, haciendo base en el noveno lanzamiento y con dos bolas que habíanpasado delante de mis narices mientras me había quedado allí parada con el batesobre el hombro.

—Entonces llegaste a la conclusión de que, perdido por perdido, mejorintentar un juego de cintura.

—Sí, por fin lo comprendes.—Cariño, he sido lanzador durante toda mi carrera universitaria. A los

bateadores como tú me los comía crudos.Al ver que ella reía, la preocupación de Byron disminuyó un poco. Kate

bebió un sorbo de vino y contempló el cielo estrellado.—Fue bueno. Fue justo. Hasta fue bueno tener miedo, porque pude hacer algo

con eso. Exigí una reunión con los socios y allí estuve, de vuelta en la sala deconferencias, como el día en que me despidieron. Solo que esta vez devolví elgolpe.

Respiró hondo antes de lanzarse a relatar, jugada por jugada, lo que habíaocurrido en la sala de conferencias. By ron la escuchaba admirado por la firmezaque había adquirido su voz, por la dureza de su mirada. Quizá se sintiera atraídopor su vulnerabilidad, pero esa mujer decidida y llena de confianza en sí mismano era menos seductora.

—¿Y estás preparada para afrontar las consecuencias, si deciden presentarcargos en tu contra?

—Estoy preparada para defenderme y afrontar todas las consecuencias quese te ocurran. Y estoy preparada para investigar quién me ha tendido unatrampa. Porque alguien lo ha hecho. Ya sea porque tenía interés en eliminarme oporque le convenía. Alguien me ha utilizado para estafar a la firma y a losclientes, y no pienso dejar que salga impune.

—Puedo ayudarte. —Levantó la mano antes de que Kate empezara a hacerobjeciones—. Percibo las intenciones de la gente. Y he pasado toda mi vidaadulta preocupándome de las intrigas y las raterías mezquinas de una granorganización. Si tú eres experta en números, yo soy el campeón de laspersonalidades y de las motivaciones.

Podía verla sopesar en su mente todas las posibilidades. Sonrió.—Volvamos al ejemplo del béisbol. Tú eres la bateadora, yo soy el lanzador.

Tú haces juegos de cintura. Yo los esquivo.—Ni siquiera conoces a las personas involucradas.Ya se ocuparía de conocerlas, pensó torvamente. Pero mantuvo un tono de

voz amable.—Entonces háblame un poco de ellas. Eres lo suficientemente práctica para

admitir que es ventajoso tener un punto de vista neutral.—Supongo que no estará de más. Gracias.—Podemos empezar con las biografías mañana. Ahora comprendo por qué

estabas tan alterada. Has tenido un día demoledor.—Me ha costado un poco reponerme después de haber ido a Bittle. Y luego

debía enfrentarme a tía Susie. Me di un respiro en los acantilados y…Se levantó de un brinco.—¡Demonios, lo olvidé! ¡No puedo creer que lo haya olvidado! Dios santo,

¿qué hice con ella? —Se palmeó las caderas como una tonta, y luego recordó quesolo llevaba puesta una camiseta tres números más grande—. En el bolsillo.Enseguida vuelvo. No te vayas.

Entró en la casa como un ray o. By ron meneó la cabeza. Esa mujer era uncúmulo de contradicciones. Se puso de pie para recoger los platos. No teníasentido recordar que él las prefería calladas, tranquilas y sofisticadas. ComoLaura, pensó. Una mujer de modales impecables, culta y bien educada.

Pero jamás había sentido ese deseo ardiente y luminoso por Laura. Ni pornadie, a decir verdad.

En cambio, Kate, ese desvío plagado de baches y tan a menudo insoportable,no cesaba de fascinarlo.

¿Cómo reaccionaría su complicada y turbulenta Kate si le dijera queempezaba a creer que se estaba enamorando de ella?

—¡Ja! —Triunfante, entró como una exhalación en la cocina, dispuesta adejarlo perplejo. Sonrió presuntuosa cuando él la miró. Sus ojos eran oscuros eintensos—. La he encontrado.

Estaba roja como un tomate y desaliñada. Su cabello corto parecía unapeluca, y aquellas piernas largas y delgadas estaban demasiado pálidas bajo elruedo de su camiseta. No se podía hablar de su figura, pues no la tenía; purohueso y ninguna curva. El escaso maquillaje que se había molestado en ponerseesa tarde era una mancha negra bajo sus ojos. Y tenía la nariz torcida. ¿Cómo no

se había dado cuenta antes? Su nariz estaba ligeramente fuera de foco, y su bocaera a todas luces gigantesca para una cara tan delgada.

—No eres hermosa —dijo como quien pronuncia una verdad inmutable. Katefrunció el entrecejo—. ¿Por qué pareces hermosa si no lo eres?

—¿Has bebido demasiado vino, De Witt?—Tu cara está mal hecha. —Como si quisiera demostrárselo a sí mismo, se

acercó a ella para mirarla de cerca—. Es como si el que la fabricó hubierautilizado dos o tres partes sueltas de la cara de otro.

—Todo lo que dices es muy halagador —dijo ella con impaciencia—. Pero…—A simple vista, tu cuerpo es igual al de un crío, o al de un adolescente, puro

brazos y piernas.—Muchísimas gracias, Mister Universo. ¿Podemos dar por concluida tu

crítica no solicitada sobre mi aspecto?—Casi. —Esbozó una sonrisa y le rozó el mentón con la y ema de los dedos—.

Me gusta tu aspecto. No llego a entender por qué, pero me gusta tu aspecto, tumanera de moverte. —Le rodeó la cintura con los brazos y la atrajo hacia él—.Tu olor.

—Es una nueva manera de seducirme…—Tu sabor —prosiguió. Y recorrió su cuello con los labios.—Y asombrosamente eficaz —atinó a decir entre un temblor y otro—. Pero

me gustaría que vieras esto.By ron la cogió en brazos, la sentó sobre el mármol de la cocina y apoyó las

manos sobre sus glúteos desnudos.—Voy a hacerte el amor aquí mismo. —Cerró los dientes sobre el pezón que

se erguía contra el fino algodón—. ¿Te parece bien?—Sí. Excelente. —Echó la cabeza hacia atrás—. Donde quieras.Satisfecho con el resultado obtenido, By ron le dio un suave beso en los labios.—¿Qué querías que viese?—Nada. Solo esto.Cogió la moneda que ella tenía entre los dedos y se quedó mirándola.—¿Una moneda española? Un doblón, supongo. ¿No es de Margo?—No. Es mía. La encontré. —Respiró hondo y exhaló—. Diablos, ¿cómo lo

haces? Es como si desconectaras algo en mi cabeza. La encontré —repitió.Luchaba por recuperar la sensatez invadida por los sentidos—. Hoy, en losacantilados. Estaba allí, a la vista. La dote de Serafina. Ya conoces la leyenda.

—Claro. —Intrigado, hizo girar la moneda en su mano—. Los desventuradosamantes. La joven española que queda atrapada en Monterey cuando el hombreque ama va a pelear contra los norteamericanos. Y cuando se entera de que lohan matado en combate, enloquece de dolor y se arroja al vacío desde losacantilados.

Levantó la vista de la moneda de oro y la miró a los ojos.

—De los acantilados que están frente a Templeton House, según dicen.—Tenía una dote —añadió Kate.—Claro. Un arcón con su tesoro de novia, obsequio de un padre amante e

indulgente. Hay quienes aseguran que Serafina lo escondió para ponerlo a salvode los invasores hasta que su amado regresara. Otros dicen que se lo llevó al marcon ella.

—Bien. —Kate le quitó la moneda de la palma—. Me quedo con la primeraversión.

—¿Laura, Margo y tú no habéis estado recorriendo esos acantilados durantemeses?

—¿Y? Margo encontró una moneda el año pasado. Y ahora yo he encontradootra.

—A este paso, a mediados del próximo milenio seréis ricas como jamás lohabíais imaginado. ¿Crees en las leyendas?

—¿Por qué lo preguntas? —Lista para enfurruñarse, cambió de tercio—.Serafina existió. Hay documentación y…

—No. —La besó con dulzura—. No lo eches a perder. Es hermoso saber quecrees en algo así. Y más hermoso aún, si cabe, es saber que quieres que yo locrea.

Kate observó su rostro.—Y tú, ¿lo crees?By ron cogió la moneda de oro y la colocó de manera tal que reluciera como

una promesa entre ellos.—Por supuesto —dijo sin más.

13

Se desataron tormentas incesantes; violentas lluvias apedreaban la costa barridapor vientos huracanados. Si bien aquel diluvio tenaz prometía evitar los peligrosde una estación demasiado seca, crecía el temor a las inundaciones y a losdeslizamientos de lodo.

Kate intentó no tomar el espantoso clima como algo personal. Pero no habíaduda de que le impedía continuar con la búsqueda del tesoro. Incluso cuando laslluvias cedían, los acantilados estaban demasiado húmedos y resbaladizos.

Tendrían que esperar.Pero varias cosas la mantenían entretenida. La temporada estival de

Pretensiones estaba alcanzando su punto álgido. Los turistas atestaban CanneryRow, se amontonaban en el muelle y hacían colas interminables para visitar elacuario. Las galerías comerciales vibraban con los sonidos de los juegoselectrónicos y el retintín de las monedas, y las familias paseaban por las callescomiendo helados con cucuruchos.

La ajetreada atmósfera carnavalesca de las calles era sinónimo de negocios.Algunos daban de comer a las gaviotas y miraban las embarcaciones. Otros

querían echar un vistazo a la calle que Steinbeck había inmortalizado. Unoscuantos preferían disfrutar del sol de la eterna primavera de Monterey o recorrertoda la costa.

Pero muchos, muchísimos, quedaban hechizados por los magníficosescaparates de Margo, y entraban a curiosear. Y los que curioseaban casisiempre compraban.

—Vuelvo a ver el signo del dólar en tus ojos —murmuró Laura.—Hemos superado en más de un diez por ciento las ventas del año pasado en

este mismo período. —Kate levantó la vista de su escritorio y miró a Laura—.Según mis cálculos, Margo podría pagar todas sus deudas hacia finales delpróximo trimestre. Y nosotras habremos cancelado nuestras deudas cuandocomience la temporada de vacaciones.

Laura entrecerró los ojos y se acercó un poco más a la habitación del fondo.—Creía que ya no teníamos deudas.—Desde el punto de vista técnico no las tenemos. —Hablaba y garabateaba

números al mismo tiempo—. Percibimos un porcentaje mínimo a modo de

salario. Tenemos una reserva para la compra de género. Y están los gastosoperativos.

Siguió trabajando con una sola mano para coger su taza de té… y trató deimaginar que era café.

—Inicialmente, la mayor parte del género era propiedad de Margo, y ellallevó la parte del león de esas ganancias para ponerse al día con sus acreedores.Poco a poco hemos ido comprando nuevo género, que se paga con…

—Ahórrame los detalles, Kate. ¿Estamos perdiendo dinero?—Hasta ahora sí, pero…—Yo he recibido dinero todos los meses.—Por supuesto que sí. Tienes que vivir. Todas tenemos que vivir. —Se corrigió

de inmediato.Pero una nube de culpa oscureció los ojos de Laura.Kate se dispuso a explicárselo, así que dejó la taza sobre el escritorio y apartó

el teclado.—Te diré cómo son las cosas, Laura. Cogemos lo que necesitamos, lo que

tenemos derecho a coger, y volvemos a invertir el resto en la tienda. Todastenemos gastos personales, además de los gastos del negocio. Primero pagamoslos gastos y luego reinvertimos las ganancias, si es que las hay.

—Y si no hay ganancias, estamos en números rojos, y eso significa que…—Eso significa que así es la realidad. No tiene nada de raro que una empresa

nueva pierda dinero al principio. —Kate reprimió un suspiro, preguntándose porqué diablos no habría iniciado la discusión de otra manera—. Olvídate de loslibros may ores por un momento. Acabo de darte una buena noticia. Cuandolleguemos al final de este año no solo percibiremos un salario mínimo ypagaremos viejas deudas, sino que también obtendremos ganancias. Gananciasreales. Es extraordinario, tratándose de un negocio que apenas ha cumplido susegundo año de vida. De acuerdo a mis proyecciones, tendremos una ganancianeta aproximada de cinco dígitos.

—Entonces ¿vamos por buen camino? —dijo Laura, cautelosa.—Sí, vamos por buen camino. —Kate sonrió y acarició las teclas de su

ordenador como si fueran sus hijos adorados—. Si la subasta de caridad resultatan buena como la del año pasado, estaremos por las nubes.

—Justamente de eso he venido a hablarte. —Laura titubeó y frunció el ceñoante los números de la pantalla—. ¿Dices que vamos por buen camino?

—Si no confías en tu contable, ¿en quién vas a confiar?—Tienes razón. —Tenía que creerle—. Bien, entonces no tendrás

inconveniente en firmarme algunos cheques.—Has venido al lugar indicado. —Tarareando, Kate cogió las facturas que

Laura le tendía… y se atragantó—. ¿Qué diablos es todo esto?—Bebidas. —Laura le dedicó su mejor sonrisa, radiante, esperanzada—.

Entretenimientos. Ah, y publicidad. Todo relacionado con la subasta.—Demonios, ¿vamos a pagarle semejante suma a un trío de idiotas cuy a

música de cámara solo sirve para embotar el cerebro? ¿Por qué no ponemos unCD? Le he dicho a Margo que…

—Es una cuestión de imagen, Kate. Y no es un trío de idiotas. Tienen muchotalento. —Le palmeó el hombro. Ahora comprendía por qué Margo le habíapedido que pasara las facturas—. Es la tarifa del sindicato, como ocurre con loscamareros.

Kate abrió la chequera con un gruñido.—Margo tiene que hacerlo todo a lo grande, con muchos aspavientos y

ornamento.—Y por eso la queremos. Solo piensa cómo cantará esa caja registradora una

semana después de la subasta. Piensa en todas esas clientas ricas y materialistascon un montón de dinero para gastar.

—Tratas de endulzarme el oído.—¿Funciona?—Vuelve a decir « un montón de dinero para gastar» .—Un montón de dinero para gastar.—Bueno. Ya me siento mejor.—¿De veras? ¡Bravo! —Laura dio un respingo y contuvo el aliento—. En

cuanto al desfile de modas que hemos programado para diciembre… ¿Siguespensando que es una buena idea?

—Es una gran idea. Un evento de este tipo, bien realizado, representa unbeneficio económico, y además genera nuevos clientes.

—Es lo que yo digo. Muy bien, aquí tienes mi presupuesto preliminar. —Conlos ojos cerrados, dejó caer los números sobre el regazo de Kate. Oyó cómosoltaba un gruñido y, cuando volvió a abrirlos, vio que tironeaba de la espalda desu blusa.

—¿Qué haces?—Intento sacar el cuchillo que acabas de clavarme por la espalda. Dios mío,

Laura. Tenemos la ropa, tú tienes los contactos con las modelos. ¿Para quénecesitas tanto dinero?

—Decorados, publicidad, bebidas. Está todo en la lista. Es negociable —dijoretrocediendo—. Considérala una lista modelo. Tengo que volver al salón.

Kate tragó saliva con cierta dificultad y miró la puerta con el ceño arrugado.El problema, decidió, era que sus dos socias estaban demasiado acostumbradas aser ricas y aún no habían caído en la cuenta de que ya no lo eran. Mejor dicho,de que Pretensiones no lo era.

Margo se había casado por amor. Pero se había casado con un Templeton, yTempleton era sinónimo de dinero.

Laura era una Templeton y, a pesar de haber sido esquilmada por su

exmarido, siempre tendría acceso a sumas millonarias. Solo que no recurriría aellas.

Pues bien, la buena y vieja Kate, siempre práctica, tendría que mantener lascosas a flote.

La puerta volvió a abrirse, pero ella ni se molestó en darse la vuelta.—No me presiones, Laura. Juro que recortaré esta lista modelo tuy a hasta

que no puedas servir otra cosa que unos helados infantiles y soda de sifón.—Kate. —La voz de Laura sonó tan extraña que Kate giró de golpe su silla.—¿Qué ocurre? ¿Qué…?Se interrumpió al ver a un hombre junto a Laura. Cincuentón, y a punto de

quedarse calvo. Tenía una papada incipiente y ojos pardos, dulces. El traje quellevaba era pulcro y barato. En algún momento de su vida había abierto nuevosorificios en su cinturón de cuero marrón para dar cabida a su barriga.

Pero sus zapatos dispararon la señal de alarma. No podría haber explicadopor qué aquellos lustrosos zapatos negros acordonados con doble nudo gritaban« policía» a viva voz.

—Kate, este es el detective Kusack. Quiere hablar contigo.No supo cómo se las ingenió para levantarse, pues al instante había dejado de

sentir las piernas. Pero allí estaba, frente a él, demasiado sorprendida de podermirarlo cara a cara.

—¿Estoy arrestada?—No, señora. Necesito hacerle algunas preguntas sobre un incidente ocurrido

en Bittle y Asociados.Su voz sonaba como el rebotar de cascajos sobre papel de lija. Le traía el

estúpido recuerdo del correoso rock and roll de Bob Seger.—Tengo que llamar a mi abogado.—Margo está tratando de encontrar a Josh. —Laura se puso a su lado.—Está en su derecho, señorita Powell. —Kusack estiró su labio inferior y se

quedó mirándola—. Quizá sea mejor que se reúna con nosotros en la comisaría.Si hace el favor de acompañarme, prometo no robarle demasiado tiempo. Veoque está ocupada.

—Está bien. —Retuvo a Laura por el brazo—. Está bien. No te preocupes. Tellamaré.

—Iré contigo.—No. —Kate cogió su cartera; tenía los dedos entumecidos—. Te llamaré en

cuanto pueda.

La llevaron a una sala de entrevistas que parecía diseñada para intimidar.Intelectualmente, lo sabía. Las paredes lisas, la mesa con cicatrices y lasincómodas sillas en el centro, el ancho espejo que en realidad era una ventana

simulada… todo formaba parte de una escenografía destinada a ayudar a lapolicía en su tarea de sacarle información a los sospechosos. Por mucho que sucarácter práctico le ordenara no sentirse afectada, a Kate se le había puesto lacarne de gallina.

Porque ella era la sospechosa.Josh estaba a su lado. Tenía más aspecto de abogado que nunca con aquel

traje gris cortado a medida y la corbata oscura a rayas. Kusack cruzó las manossobre la mesa. Manos grandes —advirtió Kate, distraída— con una estrechaalianza de oro fino por todo adorno. « Kusack se come las uñas» , pensó. Y sequedó mirando, fascinada, aquellas uñas carcomidas y lastimosamente cortas.

Durante unos segundos no se oyó otra cosa que el murmullo del silencio, lamisma expectativa enmudecida que se percibe en los teatros antes de que selevante el telón del primer acto de una obra importante. Estuvo a punto de lanzaruna carcajada histérica al evocar aquella imagen.

Primer acto, primera escena… y ella, la protagonista estelar.—¿Le apetecería beber algo, señorita Powell? —Los músculos faciales de

Kate se endurecieron al escuchar la voz de Kusack. Su mirada fue de las manos ala cara del detective, quien la observaba con una impenetrable expresión—.¿Café? ¿Coca-Cola?

—No. Nada.—Detective Kusack, mi clienta está aquí por petición suy a. Ha venido con

ánimo de cooperar. —Apretó la mano de Kate bajo la mesa para darle fuerzas,pero su refinada voz sonaba fría y dura—. Nadie desea más que nosotros queeste asunto se aclare. La señorita Powell está dispuesta a hacer una declaración.

—Le estoy muy agradecido, señor Templeton. Señorita Powell, quisiera querespondiese a algunas preguntas para tener claras ciertas cosas. —La sonrisaamable y casi familiar del policía le daba escalofríos—. Procederé a leerle susderechos. Es solo un procedimiento formal.

Recitó las palabras que todo el que hubiese visto un episodio de una seriepolicial, desde Kojak a NYPD Blue, sabía de memoria. Kate miraba la grabadora,que registraba en silencio cada palabra, cada inflexión de la voz.

—¿Comprende sus derechos, señorita Powell?Lo miró a los ojos. Se había levantado el telón. Ella estaría a la altura de los

acontecimientos.—Sí, los comprendo.—Usted trabajó para la firma financiera Bittle y Asociados desde… —Pasó

las páginas de un cuaderno pequeño muy manoseado, y leyó las fechas.—Sí, me contrataron apenas me gradué en la universidad.—¿Harvard, verdad? Hay que ser muy inteligente para entrar en Harvard.

Veo que también se ha graduado con honores…—He tenido que estudiar mucho para lograrlo.

—No me cabe duda —dijo—. ¿Qué clase de trabajo hacía en Bittle?—Declaraciones de impuestos, planificación financiera e inmobiliaria.

Asesoría de inversiones. Podía trabajar en equipo con el corredor de un clientepara crear o ampliar la cartera de inversiones.

Josh levantó el dedo índice.—Quiero dejar constancia de que, mientras mi cliente fue empleada de la

firma, benefició a la empresa incorporando nuevas cuentas. Su desempeñolaboral no solo era impecable, sino extraordinario.

—Ajá. ¿Y cómo hacía para incorporar nuevas cuentas, señorita Powell?—A través de contactos, de relaciones laborales. También por recomendación

de clientes cuyas cuentas ya controlaba.La interrogó acerca de los detalles cotidianos de su trabajo. Formulaba las

preguntas con parsimonia, como si no tuviera ninguna prisa. Kate comenzó arelajarse.

—Pues yo nunca he podido sacar nada en claro de todos esos formularios quedebemos rellenar para el Tío Sam. —Kusack se rascó la cabeza—.Acostumbraba a desparramarlos sobre la mesa de la cocina y me ponía manos ala obra. Con una botella de Jack Daniel’s al alcance de la mano para aliviar elagobio. —Esbozó una sonrisa ganadora—. Hasta que mi esposa se hartó. Ahora lellevo todos mis papeles a H & R Block en abril… y que se las compongan ellos.

—Entonces se comporta como un típico cliente, detective Kusack.—Siempre están cambiando las normas, ¿no es cierto? —Volvió a sonreír—.

Las personas como usted entienden las normas. Y también saben tomar atajos.Josh iba a objetar el doble sentido de la pregunta, pero Kate negó con la

cabeza.—No. Quiero responder. Entiendo las normas, detective Kusack. Mi trabajo

consiste en diferenciar el blanco del negro, y reconocer los grises. Los buenoscontables utilizan el sistema para evadir el sistema cuando eso es posible.

—Es una especie de juego, ¿verdad?—Sí, en cierto modo. Pero el juego también tiene sus reglas. Yo no habría

durado un mes en una firma con la estructura y la reputación de Bittle de nohaber respetado las reglas del juego. El contable que manipula una declaraciónde impuestos o engaña a Hacienda pone en peligro su integridad y la de sucliente. No me educaron para engañar.

—Usted se ha criado aquí, en Monterey, ¿verdad? Bajo la custodia de Thomasy Susan Templeton.

—Mis padres murieron en un accidente cuando yo tenía ocho años. Yo…—Su padre fue acusado de desfalco antes de morir —comentó Kusack.Kate se puso blanca como el papel.—Los cargos presentados veinte años atrás contra el padre de mi cliente y

jamás probados nada tienen que ver con este asunto —intervino Josh.

—Es solo un dato más, abogado. Y una interesante coincidencia.—Me he enterado de los problemas de mi padre hace muy poco tiempo —

musitó Kate. ¿Cómo lo había averiguado tan rápido? ¿Por qué había investigado asus padres?—. Como he dicho, mis padres murieron cuando y o era una niña. Mehe criado en Templeton House, en la zona de Big Sur. —Respiró hondo—. LosTempleton jamás me han considerado como alguien que estaba bajo su custodiani me han criado como tal. Siempre me trataron como a una hija.

—Resulta extraño que no le hay an ofrecido un puesto en la organizaciónTempleton, ¿sabe? Una mujer con sus capacidades… Y ellos que tienen tantoshoteles y fábricas.

—Yo preferí no trabajar para la organización Templeton.—¿Y por qué?—Porque no quería que de alguna manera siguieran manteniéndome.

Deseaba independizarme y ellos respetaron mi decisión.—Y la puerta siguió abierta —apuntó Josh—. En caso de que Kate quisiera

utilizarla. Detective, no veo relación alguna entre este interrogatorio y el asuntoque tenemos entre manos.

—Me propongo empezar por el principio. —A pesar de la grabadora,continuaba tomando notas rápidas en su manoseada libreta—. Señorita Powell,¿cuál era su salario en Bittle en el momento de su despido?

—Cincuenta y dos mil netos, más bonificaciones.—Cincuenta y dos mil. —Kusack asintió, y pasó las hojas de su libreta como

si verificase los datos—. Es un descenso en picado para alguien que ha conocidoel lujo de Templeton House.

—Era lo que ganaba, y me bastaba para cubrir mis necesidades. —Una gotade sudor helado le recorrió la espalda—. Sé hacer rendir el dinero. Y, en un año,sumaba unos veinte mil más en concepto de bonificaciones.

—El año pasado abrió una tienda.—Con mis hermanas. Con Margo y Laura Templeton —afirmó Kate.—Implica un riesgo… iniciar un negocio, digo. —Los dulces ojos estaban

fijos en ella—. Y costoso.—Puedo mostrarle todas las estadísticas, todas las cifras.—A usted le gusta apostar fuerte, señorita Powell.—No, no me gusta. No como se apuesta en Las Vegas o en el hipódromo. La

suerte siempre favorece a la casa. Pero valoro una dosis cautelosa e inteligentede riesgo en las inversiones. Y considero que Pretensiones cumple con esosrequisitos.

—Algunos negocios necesitan una gran inversión económica. Como sutienda… Hay que reponer género, cubrir los gastos fijos.

—Mis libros están limpios. Usted puede…—Kate. —Josh le apoyó una mano sobre el brazo en señal de advertencia.

—No. —Furiosa, se sacudió la mano de Josh—. El detective insinúa que,siguiendo los pasos de mi padre, y o he tomado el camino fácil. Que he utilizadofondos de Bittle para mantener a flote la tienda. Y no pienso tolerarlo. Hemostrabajado duro y con perseverancia para poner en marcha la tienda. Margo,sobre todo. No pienso tolerarlo, Josh. No permitiré que metan la tienda en todoesto. —Fulminó a Kusack con la mirada—. Puede consultar los libros cuando levenga en gana. Están en la tienda. Puede analizarlos renglón por renglón.

—Agradezco su ofrecimiento, señorita Powell —dijo Kusack con voz dócil.Abrió una carpeta y sacó algunos papeles—. ¿Reconoce estos formularios?

—Por supuesto. Ese el formulario 1040 I que rellené para Sid Sun, y el otro esun duplicado alterado.

—¿Esta es su firma?—Sí, en ambas copias. Y no, no puedo explicarlo.—¿Y estas órdenes de reintegros en el ordenador de las cuentas de depósito

de Bittle?—Es mi nombre y mi código.—¿Quién tenía acceso al ordenador de su oficina?—Todos.—¿Y a su código de seguridad?—Que y o sepa, nadie más que yo.—¿Usted no se lo dio a nadie?—No.—Lo guardaba en la cabeza.—Por supuesto.Sin dejar de mirarla, Kusack se inclinó hacia delante.—Debe de ser difícil guardar todo tipo de números en la cabeza.—Soy buena para eso. La may oría de la gente memoriza números.

Seguridad social, claves bancarias, números de teléfono, fechas.—Yo tengo que anotarlo todo. De lo contrario, acabo confundiéndolos. Pero

supongo que usted no tiene ese problema.—No veo…—Kate. —Josh volvió a interrumpirla. Intentó calmar su impaciencia con la

mirada—. ¿Dónde guardas los números?—En la memoria —respondió hastiada—. No me olvido. Hace años que no

miro el código de seguridad.Con los labios apretados, Kusack estudiaba sus uñas carcomidas.—¿Dónde lo miraría si tuviese necesidad de hacerlo?—En mi agenda electrónica, pero… —Se quedó sin voz cuando cayó en la

cuenta de lo que había dicho—. En mi agenda electrónica —repitió—. Lo tengotodo allí.

Cogió su cartera, revolvió dentro y sacó la gruesa agenda forrada en cuero.

—Por si acaso —dijo. Abrió la agenda—. Tener una copia de seguridad es laprimera regla. Aquí está. —Localizó la página, casi al borde de la risa—. Toda mivida en números.

Kusack se rascó la barbilla.—Consérvela.—Acabo de decirle que es mi vida. Y es cierto, literalmente. Siempre la llevo

en la cartera.—¿Dónde guarda su cartera… es decir, durante las horas de trabajo?—En mi oficina.—Y siempre la lleva con usted. Mi esposa, por ejemplo, no da dos pasos sin

su bolso de mano.—Solo cuando salía del edificio. Josh. —Aferró la mano de su hermanastro

—. Solo cuando salía del edificio. Cualquiera de la firma podría haber averiguadomi código. Diablos, cualquiera. —Cerró los ojos—. Tendría que haberlo pensadoantes. Pero no podía pensar.

—Pero su firma está en los formularios, señorita Powell —le recordó Kusack.—Es una falsificación —le espetó, poniéndose de pie—. Escúcheme bien,

¿acaso cree que arriesgaría todo lo que he conseguido con mi trabajo, y todo loque me han dado, por setenta y cinco mil míseros dólares? De haber necesitadodinero, habría cogido el teléfono y llamado a mis tíos, o a Josh, y ellos mehabrían dado dos veces esa cantidad sin hacer ni una sola pregunta. No soy unaladrona, y si lo fuera, no tenga la menor duda de que no dejaría pistas tanimbéciles como esas. ¿Qué clase de idiota utilizaría su propio código y su propionombre y dejaría una pista tan patéticamente obvia en los papeles?

—¿Sabe una cosa, señorita Powell? —Kusack volvió a cruzar las manos sobrela mesa—. Yo me hice esa misma pregunta. Y le diré qué pienso. Esa personatendría que ser una de estas tres cosas: estúpida, estar desesperada o muyinteligente.

—Yo soy muy inteligente.—Lo es, señorita Powell. —Kusack asintió—. Claro que lo es. Es lo bastante

inteligente para saber que setenta y cinco de los grandes no son moco de pavo.Lo bastante inteligente para poder esconderlos donde no fuera fácil encontrarlos.

—Detective, mi cliente niega tener conocimiento alguno del dinero encuestión. La evidencia no solo es circunstancial sino altamente cuestionable.Ambos sabemos que esto no basta para tener un caso, y ya ha abusado bastantede nuestro tiempo.

—Valoro su cooperación. —Kusack acomodó los papeles y volvió a ponerlosen la carpeta—. Señorita Powell —prosiguió, mientras Josh la llevaba hacia lapuerta—, una cosa más: ¿Cómo se rompió la nariz?

—¿Perdón?—La nariz —dijo con una sonrisa tonta—. ¿Cómo se la rompió?

Perpleja, se llevó la mano a la nariz y sintió la familiar falta de simetría.—Noveno lanzamiento al fondo, quise batear un doble en una pésima

imitación de Pete Rose. Me la rompí contra la rodilla del defensor.Por un brevísimo instante, Kusack sonrió de oreja a oreja.—¿Bueno o fuera?—Bueno.La observó mientras se iba. Después volvió a abrir la carpeta y se puso a

estudiar las firmas de los formularios. « Estúpida, desesperada o muyinteligente» , pensó.

14

—No me cree. —La reacción se manifestó en cuanto la puerta se cerró tras ella.La furia y la rectitud que la habían sostenido hasta entonces cedieron paso almiedo.

—Yo no estoy tan seguro —murmuró Josh. La condujo fuera del área deentrevistas. Sentía el temblor de su cuerpo a través de la mano que le habíaapoyado sobre la espalda—. Pero lo que en verdad importa es que no tienen uncaso. Lo que tienen no basta para presentarse ante los tribunales, y Kusack losabe.

—Sí que importa. —Se llevó una mano al estómago revuelto. Esperaba queesa vez no fuera una úlcera. Pero, vaya consuelo, si el diagnóstico alternativo eramiedo y vergüenza—. Importa lo que él piensa, lo que piensa Bittle, lo quepiensan todos. Por mucho que yo no quiera, importa.

—Escúchame. —La obligó a mirarlo y le puso las manos sobre los hombros—. Te has comportado muy bien allí dentro. Más que bien. Quizá no hay astomado el camino que yo te hubiera recomendado como tu abogado, pero hasido eficaz. Los registros de tu agenda electrónica abren una nueva línea deinvestigación. Ahora piensa quién te ha llevado hasta allí.

—Tú. —Pero al ver que Josh negaba con la cabeza, frunció el ceño. Se obligóa pensar con claridad, puesto que él esperaba una respuesta—. Él. Kusack.Quería que le dijera que tenía escrito el código en algún lugar.

—En algún lugar accesible. —Josh aflojó las manos sobre sus hombros—.Ahora quiero que dejes de pensar en esto. Hablo en serio, Kate —prosiguió,aunque ella y a había abierto la boca para protestar—. Deja que Kusack haga sutrabajo, déjame hacer el mío. Tienes gente que te respalda. Te pido que novuelvas a olvidarlo.

—Estoy asustada. —Apretó los labios; no quería que la escucharan ni siquieraen Admisión—. No tuve miedo cuando me hizo enfadar, pero ahora estoyaterrorizada. ¿Por qué sacó a relucir lo de mi padre, Josh? ¿Cómo se ha enterado?¿Qué razones pudo haber tenido para hurgar tan lejos en mi pasado?

—No lo sé. Pero voy a averiguarlo.—En Bittle deben de saberlo. —La desesperación era una piedra hundiéndose

en su estómago—. Si Kusack lo sabe, los socios también. Tal vez lo supieran desde

hace tiempo, y por eso…—Basta, Kate.—Pero ¿y si nunca descubren quién lo ha hecho? Si no lo descubren, yo

siempre seré…—He dicho basta. Nosotros lo descubriremos. Es una promesa… no de tu

abogado, sino de tu hermano mayor. —La atrajo hacia él, le besó la coronilla yvio a By ron, que avanzaba por el vestíbulo. Sabía reconocer una intensa furiacuando la veía, y decidió que era justo lo que Kate necesitaba para olvidarse dela entrevista.

—Vaya… excelente coordinación. Llevarás a Kate a casa, ¿verdad?Ella se dio la vuelta, entre confundida y avergonzada.—¿Qué haces aquí?—Laura me avisó. —Miró a Josh para indicarle que hablarían más tarde y

comenzó a guiar a Kate hacia la puerta—. Salgamos de aquí.—Tengo que volver a la tienda. Margo está sola.—Margo puede arreglárselas sin ti. —Bajaron los peldaños, pasaron junto a

recepción y salieron al sol radiante, cegador—. ¿Te sientes bien?—Sí. Algo revuelta por dentro, pero bien.Byron había traído su Corvette, el aerodinámico cupé negro deportiva.

Circular en un automóvil que tenía treinta años hacía que el día resultara aún mássurrealista.

—No tenías por qué venir.—Eso es evidente. —Tragándose la impotencia, By ron encendió el motor con

violencia—. Si hubieras necesitado mi ayuda, me habrías llamado. Ahora estásobligada a soportarme.

—No hubieras podido hacer nada —comenzó. Dio un respingo ante la miradafulminante que él le lanzó antes de cruzar el aparcamiento velozmente—. No meacusaron de nada.

—Bien, es nuestro día de suerte, ¿verdad?Quería conducir. Deseaba hacerlo rápido para disipar la rabia burbujeante,

antes de que hirviera y los quemase a los dos. Para evitar toda posibilidad deconversación, subió él volumen de la radio del coche. Los acordes furibundos dela guitarra de Eric Clapton abrasaban el aire.

« Perfecto» , pensó Kate, y cerró los ojos. Música mala, automóvil deportivo,sureño temperamental ardiendo a fuego lento. Se dijo que ya tenía bastantespreocupaciones con la migraña en ciernes y la probable visita de su viejocompañero, el señor Úlcera.

Buscó las gafas de sol en la cartera, se las puso y tragó las pastillas en seco.La luz parecía más serena, más amable a través de las gafas oscuras. El viento legolpeaba la cara y refrescaba sus mejillas ardientes. Solo tenía que echar lacabeza hacia atrás y levantar la cara para ver el cielo.

Byron no decía palabra. Conducía a toda velocidad por la autopista 1. ElCorvette semejaba una reluciente espada negra capaz de atravesar el mar y lasrocas. Cruzó una nube baja, nacida del leve vapor, y volvió a emerger rugientehacia la luz del sol.

By ron había luchado contra la sensación de impotencia y furia que le habíaprovocado la llamada de Laura: « La policía se ha llevado a Kate parainterrogarla. No sabemos qué harán. Vino un detective a la tienda y se la llevó» .

El temblor producto del miedo en la voz normalmente serena de Laura habíadesatado en él una violenta reacción en cadena. La pena y la decepción habíanalimentado el miedo. Kate no lo había llamado.

La había imaginado sola… sin importar que Laura le hubiera asegurado queJosh estaba con ella. La había visto sola, asustada, a merced de las acusaciones.Su imaginación sobreestimulada la veía esposada y con grilletes en los pies.

Y él no podía hacer otra cosa que esperar.Ahora Kate estaba sentada junto a él, los ojos escudados tras esas gafas

oscuras que hacían que su piel se viera aún más pálida. Tenía las manos cruzadassobre el regazo, engañosamente quietas si uno no advertía que los nudillos estabanblancos. Y ella le había dicho que no lo necesitaba.

Sin cuestionarse el impulso, frenó a un lado del camino, ante los acantiladosde Templeton House, donde una vez había llorado sobre su hombro.

Kate abrió los ojos. No le sorprendió que se hubiera detenido allí, en aquellugar apacible y al mismo tiempo trágico. Iba a abrir la puerta, pero By ron se leadelantó y la abrió de un empujón.

« Una vieja costumbre» , decidió ella. Aunque, con esa dura expresión en elrostro de él, no podía decirse que fuese un gesto cortés.

Caminaron en silencio hasta los acantilados.—¿Por qué no me has llamado? —By ron no pretendía preguntarle eso en

primer lugar, pero se le escapó de la boca.—No lo pensé.Se abalanzó sobre ella tan rápida e inesperadamente que Kate tropezó,

aplastando un ramillete de florecillas silvestres.—No, por supuesto que no. ¿Qué maldito lugar ocupo yo en tu agenda,

Katherine?—No sé qué quieres insinuar. No se me ocurrió llamarte porque…—Porque no necesitas a nadie, salvo a Kate —le espetó—. Porque no quieres

necesitar a nadie que pueda perturbar ese libro may or de pérdidas y gananciasque tienes en la cabeza. Yo no habría podido ay udarte en nada práctico, entonces¿para qué molestarse?

—Eso no es verdad.¿Cómo podría embarcarse ahora en una discusión? ¿Cómo apagar la furia que

encendía los ojos de Byron? Sentía la imperiosa necesidad de taparse los oídos

con las manos y cerrar los ojos, bien cerrados, para no ver ni escuchar nada.Para poder estar sola en la oscuridad.

—No entiendo por qué estás tan enfadado conmigo, pero no tengo suficienteenergía para pelearme contigo ahora.

Él la aferró por el brazo antes de que ella diera media vuelta.—Bien. Entonces te limitarás a escucharme. Trata de imaginar lo que sentí al

enterarme por otra persona que la policía te había llevado. Visualizar lo quepodría estar ocurriéndote, por lo que estabas pasando, y no tener ningún poderpara cambiarlo.

—Es que así fue. No hubieras podido hacer nada.—Podría haber estado allí. —Gritaba sobre el viento que le encrespaba el

cabello con su caricia salvaje—. Podría haberte hecho compañía. Podrías habersabido que había alguien a quien le importabas. Pero ni siquiera se te ocurriópensarlo.

—Maldita sea, By ron, apenas podía pensar. —Se apartó bruscamente y echóa andar por el sendero de piedra. Unos pocos pasos bastarían para alejarla deltorbellino de emociones, de la avalancha, del diluvio… que podría partirla enpedazos—. Era como estar desenchufada o congelada. Tenía demasiado miedopara pensar. No te lo tomes tan a pecho.

—Pues sí, me lo tomo muy a pecho. Tenemos una relación, Kate. —Esperó.Ella se dio la vuelta, muy despacio, y lo miró con aquellos ojos protegidos por lasgafas oscuras. By ron hizo un esfuerzo, se tragó el orgullo y habló con mesuradacalma—. Creía haber dejado claro lo que eso significa para mí. Si no puedesaceptar los términos básicos de una relación conmigo, entonces ambos estamosperdiendo el tiempo.

No pensó que algo pudiera superar el dolor de cabeza, el ardor de estómago oel cosquilleo de la vergüenza en su sangre. Pero no contó con la desesperación.De algún modo, la desesperación siempre se hacía lugar.

Le ardieron los ojos al mirarlo; By ron permanecía quieto, como un titán, bajoel sol y el viento.

—Bien, el hecho de que me abandones es el broche de oro de este día.Pasó junto a él con la idea de correr a Templeton House, cerrar la puerta e

impedir la entrada a nadie más.—Maldita sea. —La obligó a darse la vuelta y le tapó la boca con un beso que

sabía a frustración amarga—. ¿Cómo puedes ser tan cabezota? —La sacudió unpoco y volvió a besarla hasta que ella se preguntó por qué su cerebrosobrecargado no reventaba—. ¿Eres incapaz de ver nada, a menos que esté enlínea recta ante tus ojos?

—Estoy cansada. —Detestaba, aborrecía el temblor de su voz—. Me sientohumillada. Estoy asustada. Déjame sola.

—Nada me gustaría más que poder dejarte sola. Marcharme y apuntarte en

la lista de mis malas apuestas.Le quitó las gafas de sol y se las metió en el bolsillo. Llevaba rato deseando

ver sus ojos. Y ahora reconocía en ellos el mismo enfado, la misma pena quenublaban los suy os.

—¿Crees que necesito el torbellino y las complicaciones que has traído a mivida? ¿De verdad piensas que lo soporto todo porque lo pasamos bien en la cama?

—No tienes que soportar nada. —Le golpeó el pecho con los puños cerrados—. No tienes que soportar absolutamente nada.

—Ya lo creo que no. Pero lo soporto todo porque creo que estoy enamoradode ti.

Se habría sorprendido menos si él la hubiese levantado en brazos y lanzadosobre el arrecife. Se apretó las sienes con las manos en un vano intento de acallarel bullicio que atormentaba su cerebro.

—¿Es difícil encontrar una respuesta? —La voz de Byron era filosa y suavecomo una espada recién aceitada—. No me sorprende. Las emociones no secuentan en ordenadas columnas, ¿verdad?

—No sé qué se supone que debo decir. No es justo.—No se trata de justicia. Y permíteme aclararte que esta situación me gusta

tan poco como a ti. Estás muy lejos de ser la chica de mis sueños, Katherine.Aquello le hizo echar chispas por los ojos.—Ahora sí sé qué decir. Vete al infierno.—Qué falta de imaginación —le espetó él—. Ahora métete esto en ese chip

de ordenador que tienes por cerebro. —La levantó por los codos hasta que losojos de ambos estuvieron al mismo nivel—. Detesto cometer errores tanto comotú, de modo que voy a tomarme el tiempo necesario para saber qué es lo quesiento, exactamente, por ti. Si decido que tú eres lo que deseo, entonces te tendré.

Ella entornó los ojos, en los que brillaban luces inquietantes.—Qué increíblemente romántico.Una sonrisa fugaz y genuina se dibujó en sus labios.—Tendrás romanticismo, Kate. En grandes cantidades.—Puedes meterte tu retorcida idea del romanticismo y a sabes don…La interrumpió con un beso suave, quedo.—Estaba preocupado por ti —murmuró—. Tenía miedo por ti. Y me hirió que

no recurrieras a mí.—No quise hacerte daño… —Se desasió antes de que se le derritieran los

huesos—. Estás tergiversando las cosas. Intentas confundirme. —Cerró los ojos yse abandonó al dolor—. Ay, Dios, se me parte la cabeza.

—Ya lo sé. Se te nota. —Como un padre tranquiliza a su hija, rozó con loslabios su sien izquierda y luego la derecha—. Vamos a sentarnos. —La llevóhasta una roca, se puso detrás de ella y comenzó a masajearle los músculostensos del cuello y los hombros—. Quiero cuidarte, Kate.

—No quiero que me cuiden.—Lo sé. —By ron contempló el mar por encima de su cabeza. La luz del sol

se filtraba entre las nubes, derramándose sobre el agua. Supuso que ella no podíaevitarlo, así como él no podía evitar su necesidad de proteger y defender—.Tendremos que llegar a un acuerdo respecto a ese punto. Tú me importas.

—Ya lo sé. Tú también me importas, pero…—Parece un buen lugar para detenerse —le dijo—. Te estoy pidiendo que

pienses en mí. Y que aceptes que puedes recurrir a mí. Para las pequeñascosas… y para las grandes. ¿Puedes aceptar esa responsabilidad?

—Puedo intentarlo. —Quería creer que los medicamentos por fin estabanhaciendo efecto y aliviaban el dolor. Pero una parte de ella, la parte que siemprehabía considerado estúpida, pensaba que la mejoría se debía al mar y a losarrecifes. Y a él—. No pretendía hacerte daño, By ron. Odio hacer daño a lagente que me importa. Eso, para mí, es lo peor de todo.

—Lo sé. —Hizo presión con los dedos en la base del cuello, en busca de lostenaces nudos de tensión. Sonrió cuando ella se apoy ó contra él.

—Cuando te vi aparecer en la comisaría, me dio vergüenza.—También lo sé.—Pues… es agradable ser tan transparente.—Yo sé observar. Parece que es una especie de capacidad innata. Es una de

las razones por las que creo que puedo estar enamorado de ti. —Sintió la tensiónque volvía a sus músculos—. Relájate —sugirió—. Ambos podemos aprender avivir con esto.

—Para decirlo con palabras suaves, mi vida es un cataclismo.Miró a lo lejos el horizonte. El cielo siempre se juntaba con el mar, pensó, por

muy distantes que estuvieran. Pero las personas no siempre podían, no siempreencontraban ese punto de unión.

—También conozco mis propias limitaciones —prosiguió—. No estoy listapara dar ese tipo de salto.

—Yo tampoco estoy seguro de estarlo. Pero si lo doy, te llevaré conmigo. —Rodeó la piedra y se sentó junto a ella—. Soy un experto en resolvercomplicaciones, Kate. Podré hacerlo contigo. —Cuando abrió la boca parareplicar, By ron apoy ó dos dedos sobre sus labios—. No hagas nada. Volverás aponerte tensa. Ibas a decirme que no te dejarás manejar, y yo pensabaresponderte que si permitieras que otro tomara el control de vez en cuando, notendrías tantos dolores de cabeza. Y luego íbamos a seguir diciendo cosas hastaque uno de los dos volviera a enfadarse.

Kate lo miró con el entrecejo fruncido.—No me gusta tu manera de pelear.—Siempre les he sacado canas verdes a mis hermanas. Suellen

acostumbraba a decir que yo utilizaba la lógica como un gancho de izquierda.

—¿Tienes una hermana llamada Suellen?Byron enarcó una ceja.—Por Lo que el viento se llevó. Mi madre eligió nombres de escritores y de

personajes literarios para sus hijos. ¿Te parece mal?—No. —Retiró un hilo de su falda—. Suena muy sureño, eso es todo.Byron reprimió una carcajada. ¿Kate se daría cuenta de que hacía que el sur

pareciera algo de otro planeta?—Cariño, somos sureños. Suellen, Charlotte, como una de las Bronté, Meg, de

Mujercitas.—Y Byron, como lord.—Exactamente.—No tienes la palidez poética ni el pie torcido de nacimiento, pero sí el

mismo tipo de belleza soñadora.—Aduladora. —La besó suavemente en respuesta—. Supongo que te sientes

mejor.—Supongo que sí.—Bien… —Deslizó el brazo sobre sus hombros—. ¿Cómo ha sido tu día?Kate lanzó una débil carcajada, volvió la cabeza y frotó su cara contra la

curva del cuello de By ron.—Un desastre. Un verdadero y absoluto desastre.—¿Quieres hablar de eso?—Quizá. —Si se concentraba, después de todo no era tan difícil apoyarse

contra un hombro fuerte—. Tendría que llamar a Laura. Le prometí que lo haría.—Josh le dirá que estás conmigo. No se preocupará, te doy mi palabra.—Se preocupará, la llame o no la llame. Laura se preocupa por todos. —Kate

permaneció en silencio un breve instante y empezó su relato con la aparición deKusack en la tienda.

Byron no la interrumpió. Se limitaba a escuchar, evaluar y considerar.—No creo que me haya creído. Esa manera que tenía de mirarme, con esa

especie de paciencia gatuna, ¿sabes? Cuando mencionó a mi padre, se me puso lamente en blanco. Sabía que tendría que haber estado preparada para eso. Desdeque empezó todo esto sabía que eso sería lo peor y que tenía que estar preparada.Pero no lo estaba.

—Te dolió —murmuró Byron—. Más que todo el resto.—Sí. —Se echó hacia atrás y le cogió la mano, perpleja y aliviada de que él

la comprendiera con tanta facilidad—. Me dolió que ese extraño, ese policía,pudiera ensuciar la memoria del hombre que trato de recordar. El que solía hilarsueños ridículos para complacerme, el que, así quiero creerlo, solo deseaba lomejor para mí. No puedo defenderlo, By ron, porque hizo algo que va contratodas las cosas en las que yo creo.

—Eso no significa que no amaras a tu padre ni que no tengas derecho a

recordar todo lo que tenía de bueno.—Lo estoy intentando —murmuró Kate—. El problema es que debo

concentrarme en lo que ocurre ahora. Es más duro de lo que imaginaba. CuandoKusack me enseñó los formularios, no pude explicar por qué los dos tenían mifirma. Pero Josh piensa que la entrevista ha salido bien, en especial esa historiadel código de seguridad.

—La estafa electrónica ha medrado codo a codo con el microchip. Has dichoque las extracciones comenzaron hace más o menos un año y medio. ¿Quiéntuvo acceso a tu ordenador durante ese período?

—Docenas de personas. —¿No era por eso que el suyo era un caso perdido?—. En Bittle no hay demasiados controles en ese sentido. Es una buena firma.

—Entonces ¿quién necesita dinero, quién es inteligente y quién te apuntaríacon el dedo?

—¿Quién no necesita dinero? —replicó, irritada porque su mente se negaba aseguir un camino lógico—. Bittle contrata a gente inteligente, y no sé de nadieque me tenga ojeriza a nivel personal en la empresa.

—Tal vez no se trataba de algo personal sino de una cuestión de interés. Esuna cantidad discreta de dinero —murmuró—. Tal vez la necesitaban para unaprueba médica… o para pagar pequeñas y molestas deudas. Y el momento,Kate… ¿has tomado en cuenta el momento?

—No puedo seguirte.—¿Por qué ahora, por qué tú? ¿Es pura coincidencia que hayas sabido lo de tu

padre casi en el mismo momento en que se descubrió el desfalco?—¿Qué quieres insinuar?—Que tal vez alguien se enteró y lo utilizó en tu contra.—No se lo he dicho a nadie.—¿Qué hiciste? El día en que te enteraste, ¿qué hiciste?—Me quedé sentada frente a mi escritorio, devanándome los sesos. No quería

creerlo, así que hice mis averiguaciones.Byron hubiera apostado todo su dinero a que lo haría.—¿Cómo?—Entré en la web de la biblioteca de New Hampshire, pedí que me enviaran

por fax copias de algunos artículos publicados en los diarios, contacté con elabogado que se había ocupado de los detalles y contraté a un detective.

Byron lo pensó un instante. Cada uno de esos pasos generaba información:registros telefónicos, registros en el ordenador, pistas en papel.

—Y anotaste la información en tu agenda electrónica.—Pues… sí, los nombres y los números telefónicos, pero…—¿Y utilizaste tu ordenador para las conexiones a y desde New Hampshire?—Yo… —Empezaba a comprender, volvía a sentirse inquieta—. Sí. Allí

estaban los registros de los faxes enviados y recibidos. Si alguien tenía interés en

mirarlos. Pero para eso tendrían que haber tenido mi contraseña y…—Que está anotada en tu agenda electrónica —concluyó Byron—. ¿Quién

sería la última persona de la que hubieran sospechado si la hubiesen visto salir detu oficina cuando tú no estabas?

—Cualquiera de los socios, supongo. Una de las secretarias ejecutivas. —Loshombros volvieron a ponérsele rígidos, y no era para sorprenderse—. Demonios,cualquiera de los otros contables de esa planta. Nadie le daría la menorimportancia al hecho de ver salir a un asociado de la oficina de otro.

—Entonces nos concentraremos en esos. El tercer Bittle del que hablabas.¿Cómo se llama… Marty?

—Marty no robaría fondos de su propia compañía.—Eso está por verse. Mientras tanto, ¿cómo crees que reaccionaría si le

pidieses que te consiguiera las fotocopias de los formularios en cuestión?—No lo sé.—¿Por qué no lo averiguamos?

Una hora más tarde, Kate colgaba el teléfono en la cocina de By ron.—Tendría que haberlo sabido. Hará las fotocopias en cuanto pueda y te las

llevará al hotel. —Esbozó una sonrisa—. Es como una pequeña intriga. Mesorprendió que no me pidiera la contraseña. Creo que se está divirtiendo a logrande.

—Nuestro hombre infiltrado.—Tendría que haber considerado esta opción desde un principio. Ahora,

además, me siento estúpida.—Las emociones tienden a nublar el pensamiento lógico —le dijo él—. De no

ser por eso, yo mismo podría haberme dado cuenta antes.—Bien… —No estaba segura de poder asimilar esa manera de pensar justo

ahora—. Como sea, Marty me ha contado que decidieron recurrir a la policíadespués del espectáculo que les di el otro día. Su padre no estaba de acuerdo,pero hubo may oría de votos.

—¿Te arrepientes de haberte enfrentado a ellos?—No, pero empezarán a circular rumores en grandes cantidades. —Sonrió,

tratando de restarle importancia al asunto—. ¿Qué se siente al tener comoamante a una sospechosa de desfalco, de dudoso linaje?

—Creo que antes tengo que probarla. —La atrajo hacia él.Sus manos subieron por su espalda hasta la nuca y el nacimiento del cabello,

en una caricia que y a había aprendido a anticipar.Kate le ofreció sus labios entreabiertos.—Supongo que eso quiere decir que esta tarde no irás a trabajar.—Supones bien. —Sin dejar de besarla, le hizo dar un rodeo para salir de la

cocina.—¿Adónde vamos? ¿No te he dicho que me encanta hacer el amor sobre el

suelo?—Todavía no te he mostrado mi nuevo sofá —susurró en su cuello.—Ah. —Dejó que la recostara sobre los generosos almohadones—. Es muy

bonito —murmuró cuando By ron hizo que se hundiera en ellos con todo sucuerpo—. Largo. —Le desabotonó la blusa y dejó sus pechos descubiertos. Ellase arqueó al sentir sus manos—. Suave.

—Como nunca llegamos al dormitorio… —Bajó la cabeza y comenzó a darleleves mordiscos en los pechos—. Quería algo… cómodo… en la planta baja.

—Muy considerado de tu parte —jadeó.Byron le cerró la boca con un beso.Era tan fácil abandonarse al deseo, perder la cabeza, satisfacer las exigencias

de su propio cuerpo. Por placer. Por sensaciones. Por sabores y texturas. Leaflojó la corbata cuando los labios de él volvieron a buscar los suyos; desabrochólos botones que impedían que la carne se uniera con la carne.

Pero él no le permitió acelerar el ritmo, y su impaciencia fue extinguiéndose,y su cuerpo se derritió como cera caliente.

Los hombros anchos y fuertes de Byron, su cabello gloriosamente dorado enlas puntas, sus sutiles arrugas en las mejillas. Aquel torso largo, cubierto de unligero vello. Se regocijaba en la sensación de esas manos suaves que la recorríantoda, demorándose aquí, presionando allí… llevándola por fin a un orgasmoprolongado, trémulo, que se derramó por su cuerpo como vino caliente.

By ron pensó que era asombroso observarla, seguir los destellos de placer,tensión y liberación que jugaban sobre su rostro. La excitación había hecho subirla sangre a sus mejillas, sus ojos tenían el mismo brillo oscuro de un exquisitocoñac añejo. Bajo su cuerpo, el de Kate se arqueaba y fluía, temblaba, cada vezmás erótico, más húmedo.

El gusto a jabón y sal entre sus pechos lo hechizaba. La sensación de aquellasmanos pequeñas e inquietas que gozaban de su propia carne despertaba en él unoscuro deleite. La necesidad de penetrarla, de unir sus dos cuerpos y hundirse enella hasta lo más hondo era sobrecogedora.

La penetró y vibró de placer cuando esos músculos exóticamente femeninosse cerraron en torno a él. Pero todavía no era suficiente.

La levantó e hizo que le rodeara el cuello con los brazos y la cintura con laspiernas. Devoró con labios apremiantes los gemidos que salían trémulos de suboca, y luego recorrió la esbelta y blanca columna de su cuello, donde el pulsolatía furiosamente.

Kate suspiró su nombre, cegada por la necesidad primaria de llegar alclímax. Sus caderas bombeaban, con la velocidad de un taladro neumático; elansia era enloquecedora, el placer insoportable. Estaba dispuesta a suplicar si era

necesario, pero no tenía más palabras. Le clavó los dientes en el hombro.Sentía un fuego ardiente y violento en su interior. Absorta e indefensa, se

aferró a él… y sintió la magia del ritmo compartido cuando él se derramó enella.

El teléfono la despertó una hora más tarde. Desorientada, Kate cogió el auricularantes de poder recordar que no estaba en su casa.

—Sí, diga.—Oh. Perdone. Debo de haberme equivocado de número. Estoy llamando a

la residencia de Byron de Witt.Confundida, Kate miró a su alrededor. La antigua cómoda de roble, las

cálidas paredes verdes y las cortinas blancas, las bellas acuarelas marinas. Unlimonero enano en flor en una maceta frente a la ventana. Y el arrullador,incesante sonido del mar.

El dormitorio de Byron.—Ah… —Incorporándose, se pasó la mano por la cara. Las frescas sábanas

color marfil se deslizaron hasta su cintura—. Es la residencia del señor De Witt.—Ah, no sabía que ya había conseguido un ama de llaves. Supongo que está

en el trabajo. Iba a dejarle un mensaje en el contestador automático. Dile queLottie ha llamado, ¿me harás ese favor, cariño? Puede llamarme a cualquierhora esta noche. Él tiene mi número. Adiós.

Sin haberse despertado del todo, Kate se quedó mirando el auricular yescuchando el tosco zumbido del tono del dial.

¿Ama de llaves? ¿Lottie? ¿Él tiene mi número? Diablos, mierda.De un golpetazo colgó el auricular y se levantó de un salto. Todavía tenía su

olor en la piel… y él ya estaba recibiendo llamadas de una muñeca llamadaLottie. Típico, decidió, y miró a su alrededor en busca de su ropa. Que habíaquedado abajo, recordó, cuando él la había subido en brazos al dormitorio. Lehabía ordenado dormir una siesta. Y ella, relajada después de haber hecho elamor, había obedecido con la docilidad de una oveja.

¿Acaso no se había dicho a sí misma desde un principio que los hombrescomo él eran todos iguales? Cuanto más guapos, cuanto más encantadores…mayor escoria eran. Los hombres apuestos como Byron tenían montones demujeres revoloteándoles alrededor todos los días de la semana.

Y él había dicho que creía amarla. Qué miserable. Con la energía que le dabasu justificada furia, bajó las escaleras con paso marcial y comenzó a recoger suropa. Escoria. Cerdo. Basura. Ignoró sus bragas y se enfundó la falda y la blusa.Estaba luchando con los botones cuando Byron entró por la puerta de la terrazacon los perros pisándole los talones.

—Pensé que aún seguirías durmiendo.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.—Apuesto a que sí.—He llevado a los perros a correr un poco por la playa. Podríamos volver

más tarde. La tormenta ha traído unos caracoles muy bonitos. —Entró en lacocina mientras hablaba. Kate lo siguió, con la actitud de un francotirador—. ¿Teapetece una cerveza? —Destapó una botella y bebió un buen trago. Bajó labotella y vio el resplandor del acero en sus ojos—. ¿Algún problema?

—¿Problema? No, qué problema podría tener… —Sin poder contenerse,levantó el puño cerrado y se lo clavó en el estómago. Era como haber golpeadouna roca—. Cuando veas a Lottie, asegúrate de decirle que no soy tu malditaama de llaves.

By ron se frotó la barriga, más sorprendido que dolorido.—¿Eh?—Ah, brillante. Siempre tienes respuestas tan agudas, De Witt. ¿Cómo te

atreves? ¿Cómo te atreves a decir las cosas que me has dicho, a hacer lo que hashecho cuando tienes una… una vagabunda llamada Lottie bajo la manga?

No estaba del todo claro, pero empezaba a entender.—¿Lottie ha llamado? —aventuró.Kate emitió el mismo sonido gutural que le había escuchado hacer una o dos

veces antes. Por el bien de Kate y por el suyo propio, retrocedió con las manoslevantadas.

—Te harás daño si vuelves a golpearme.Kate clavó los ojos en la mesa de la cocina, donde había un cajón lleno de

cuchillos de mango negro. By ron no crey ó que Kate fuera capaz de hacerlo, nisiquiera por un instante, pero se interpuso entre ella y los utensilios filosos.

—Ahora bien, adivino que el teléfono te ha despertado, y que era Lottie. Y,para que lo sepas, Lottie no es ninguna vagabunda.

—Yo digo que lo es, y aunque no lo fuera… tú sigues siendo un mentiroso, dosveces escoria. ¿Cuánto tiempo más pensabas engañarla diciéndole que y o era tuama de llaves? ¿Y quién me ibas a decir que era ella?

By ron estudió su cerveza un instante y trató de atenuar el brillo de sus ojosantes de mirarla.

—Mi hermana.—Pero qué original. Me voy.—No tan rápido. —No le costó trabajo cogerla con un solo brazo por la

cintura y depositarla sobre una silla. Pateaba y se retorcía, pero él era más fuerte—. Lottie —dijo, y volvió a sentarla en su lugar— es mi hermana.

—No tienes ninguna hermana llamada Lottie —dijo ella—. Idiota, haceapenas unas horas me has dicho los nombres de tus hermanas. Suellen, Meg y…

—Charlotte —terminó él, sin molestarse en disimular su regodeo—. Lottie.Pediatra, casada y madre de tres hijos. Y tiene un sentido del humor lo bastante

retorcido como para apreciar que mi amante la tache de vagabunda. —Lasmejillas de Kate se pusieron rojas de vergüenza—. ¿Ahora te apetece unacerveza?

—No. —Con la voz estrangulada y el orgullo herido, se puso de pie—. Te pidodisculpas. Por lo general, no saco conclusiones apresuradas. He tenido un díadifícil, cargado de emociones.

—Ajá.Maldito By ron.—Estaba dormida cuando ha llamado, y no me dio ocasión de decir nada.—Así es Lottie.—Y lo di por sentado. Estaba dormida —repitió, furiosa—. Desorientada.

Estaba…—Celosa. —Byron concluyó por ella y la acorraló contra la nevera—. Está

bien. Me gusta… hasta cierto punto.—A mí no me gusta, bajo ningún concepto. Lamento mucho haberte

golpeado.—Tendrás que trabajar esos músculos si quieres causar algún impacto. —Le

cogió el mentón con la mano y le hizo levantarlo—. No habrías recurrido a loscuchillos, ¿verdad?

—Por supuesto que no. —Miró los cuchillos con ojos entornados y se encogióde hombros—. Probablemente no.

Byron dejó caer la mano y bebió otro trago de cerveza.—Me aterras, cariño.—Lo lamento de veras. No tengo ninguna excusa por haberme comportado

de ese modo. Ha sido una estupidez. —Juntó las manos. Las confesiones siempredolían—. Hace un par de años tuve una relación con alguien. Me cuestaestablecer ese tipo de relación, y él no era precisamente un tío fiel.

—¿Lo amabas?—No, pero confiaba en él.By ron asintió y dejó la cerveza a un lado.—Y la confianza es más frágil que el amor. —Le cogió la cara entre las

manos—. Puedes confiar en mí, Kate. —Apoy ó los labios sobre su frente y luegola miró con una sonrisa de oreja a oreja—. Jamás correría el riesgo de que mecortaras alguna parte importante del cuerpo con un cuchillo de cocina.

Ya más tranquila y sintiéndose una tonta, Kate se acurrucó en sus brazos.—Jamás lo habría usado. —Lo besó en los labios, sonriendo—.

Probablemente.

15

—Todo esto es tan increíblemente estúpido. —Desnuda, y a punto de reventar deimpaciencia, se soplaba el flequillo de los ojos—. Me siento como una imbécil.

—Deja en paz tu cabello —le ordenó Margo—. Me he esforzado demasiadoen adecentarlo para que ahora lo eches a perder. Y deja de morderte los labios.

—Detesto tener los labios pintados. ¿Por qué no me dejas verme la cara? —Kate estiró el cuello, pero Margo había cubierto el espejo del probador—.Parezco un pay aso, ¿verdad? Has hecho que parezca un payaso.

—A decir verdad, más bien pareces una ramera barata. Pero te queda bien.Quédate quieta, maldita sea. Tengo que ponerte esto.

Sufriente y resignada, Kate levantó los brazos y Margo la enfundó en lo queparecía un instrumento de tortura del medievo.

—¿Por qué me haces esto, Margo? Te he firmado el cheque con el que pagara ese estúpido trío de cuerdas, ¿no es cierto? Y hasta he aprobado las trufas…aunque sé que las olisquean los cerdos y son espantosamente caras.

Con la expresión de un general que guía a sus tropas a la batalla, Margo ajustóel corsé.

—Has aceptado que fuera tu asesora de imagen esta noche. La recepción yla subasta de caridad anual es el evento más importante de Pretensiones. Así queahora deja de cacarear.

—Y tú deja de jugar con mis tetas.—Ah, pero las quiero tanto. Ya está. —Margo retrocedió y sonrió satisfecha

—. No he tenido mucho de donde coger, pero…—Tú cierra el pico, señorita Pezones —masculló Kate. Luego se miró la

pechera y lanzó un grito—. ¡Diablos! ¿De dónde han salido?—¿Asombroso, verdad? Con el arnés apropiado, esas cachorrillas se levantan

solas.—Tengo pechos. —Atónita, Kate palmeó la prominencia que surgía del satén

y del encaje negros—. Y escote.—Todo es cuestión de colocarlas en la posición correcta y aprovechar al

máximo lo que la naturaleza nos ha dado. Aunque sea casi nada.—Cállate. —Sonriendo, Kate se pasó las manos por el torso—. Mira, mamá.

Soy una chica.

—Y eso que aún no has visto nada. Ponte esto. —Margo le arrojó unaminúscula pieza de encaje elástico.

Kate estudió el portaligas, lo estiró un poco y resopló.—Bromeas.—Pues no seré y o quien te lo ponga. —Margo palmeó el bulto bajo su

resplandeciente túnica color plata—. A los siete meses y algunos días, doblar lacintura no es tan fácil como solía ser.

—Esto parece la prueba de vestuario de una película porno. —Después deuna breve lucha, Kate acomodó la diminuta prenda en su lugar—. Dificulta unpoco la respiración.

—Son medias de seda —aclaró Margo—. Será mejor que te sientes paraponértelas. —Con los brazos en jarras, Margo supervisaba la producción—. Notan rápido, que las desgarrarás. No son como tus medias de fabricación industriala prueba de balas.

Kate la miró de reojo con el ceño fruncido.—¿Tienes que estar ahí mirándome?—Sí. ¿Dónde está Laura? —se preguntó Margo, y comenzó a ir de una punta

a otra del probador—. Ya tendría que estar aquí. Si los músicos no aparecen enlos próximos diez minutos, no tendrán tiempo para acomodarse en sus lugaresantes de que lleguen los invitados.

—Todo saldrá bien. —Tiesa como un palo, Kate alisó las medias sobre suspiernas—. ¿Sabes, Margo? Creo que sería mejor que esta noche mantuviera undiscreto segundo plano. Con este nubarrón sobre mi cabeza, las cosas se vuelvenmás difíciles.

—Cobarde.Kate levantó la cabeza con la velocidad del ray o.—No soy ninguna cobarde. Soy un escándalo.—Y el año pasado el escándalo era yo. —Margo se encogió de hombros—.

Quizá podamos inventar algo para que Laura represente ese papel el añopróximo.

—No es gracioso.—Nadie lo sabe mejor que y o. —Margo apoyó la mano sobre la mejilla

sonrojada de Kate—. Nadie comprende mejor que yo lo asustada que estás eneste momento.

—Supongo que no. —Reconfortada, Kate volvió la cara sobre la palma deMargo—. Es que ya ha pasado demasiado tiempo. Me paso la vida esperando aque el personaje de Kusack entre en escena y me lleve a rastras, encadenada.No basta con que ellos no puedan demostrar que lo hice, si yo no puedodemostrar que no lo hice.

—No pienso decirte que ya lo superarás. Eso tampoco bastaría. Pero teaseguro que nadie que te conozca lo cree posible. ¿No me has dicho que By ron

ha encontrado la punta del ovillo?—En realidad no me ha explicado nada. —Movió un poco la cadera y tiró de

la goma del cinturón de encaje—. Murmuró el equivalente de « que tu lindacabecita no se preocupe por nada» . Odio eso.

—A los hombres les gusta jugar al caballero andante, Kate. No tiene nada demalo permitirles hacerlo de vez en cuando.

—Hace y a varias semanas que Marty nos consiguió las fotocopias. Las heleído miles de veces, renglón por renglón, pero… —Se retractó—. Bueno, todoshemos estado muy ocupados, y los altavoces de la policía no me han arrancadode mi sueño para decirme que estoy rodeada.

—No te preocupes. Si eso ocurre, no permitiremos que te atrapen con vida. Siesta noche hacen una redada en la tienda, By ron te ay udará a escapar en uno desus coches tan masculinos.

—Si es que viene. Tenía que volar a Los Ángeles esta mañana. Creí que te lohabía dicho.

—Regresará a tiempo.—No estaba seguro. —Kate no quería lamentarse—. No tiene importancia.—Estás loca por él.—No lo estoy. Tenemos una relación muy madura y satisfactoria para

ambos. —Distraída, volvió a tirar de la goma—. ¿Cómo se ajustan estas cosas?—Dios. Déjame a mí. —Resoplando, Margo se arrodilló y le mostró cómo

ajustar las medias en el portaligas.—Perdonadme. —Laura se detuvo en el umbral de la puerta, y empujó la

lengua contra su mejilla—. Me parece que estoy de más. Quizá os interesecompartir algo conmigo.

—Otra comedianta. —Kate miró hacia abajo, vio la cabeza de Margo y lanzóuna carcajada—. Diablos, esto sí que es un escándalo. Ex símbolo sexualembarazada y sospechosa de desfalco celebran su estilo de vida alternativo.

—¿Puedo ir a buscar mi cámara? —preguntó Laura.—Listo —proclamó Margo. Y extendió la mano—. Deja de reírte como una

tonta, Laura, y ayúdame a levantarme.—Perdona. —Mientras ayudaba a Margo a ponerse de pie, miraba a Kate de

arriba abajo. Estaba sentada en una elegante silla Reina Ana, y llevaba puesto uncorpiño negro con portaligas de encaje del mismo tono y medias negras de seda—. Pues, Kate, se te ve tan… distinta.

—Tengo tetas —proclamó. Y se levantó de la silla—. Margo me las ha dado.—¿Para qué están las amigas? Quizá quieras terminar de vestirte, a menos

que hayas decidido que ese será tu atuendo esta noche. Los músicos han llegadounos segundos después que yo.

—Magnífico. Laura, es el de color bronce, largo hasta el suelo. —Margo hizoun gesto vago y se dirigió al salón principal—. Ahora vuelvo.

—¿Por qué diablos cree que necesito que me vistan? Ya hace varios años queme visto sola.

—Deja de protestar. —Laura cogió el vestido que Margo había elegido—. Laay uda a no ponerse nerviosa por lo de esta noche. Y… —Laura frunció los labiosmientras estudiaba el vestido—. Tiene un ojo clínico. Te quedará estupendo.

—Detesto todo esto. —Kate suspiró con ganas y se metió dentro del vestido—. Quiero decir, está muy bien para ella… le encanta. Y tú… estás muyelegante envuelta en papel de estaño. Yo no podría llevar ni en sueños eso quellevas. ¿Y qué es, por cierto?

—Es antiquísimo —dijo Laura, sin dar demasiada importancia al elegantevestido de noche en tonalidades plata hecho a medida—. Quiero llevarlo porúltima vez antes de ponerlo a la venta. Lista, ya está todo abrochado. Retrocedeun poco, déjame verte.

—¿No parezco una estúpida, verdad? Mis brazos y a no están tan mal comoantes. Quiero decir… que los bíceps y a están asomando. También he comenzadoa trabajar los deltoides. Los hombros huesudos no son para nada atractivos.

—Estás bellísima.—En realidad no me importa, pero no quiero parecer estúpida.—Muy bien, habéis acabado justo a tiempo —anunció Margo, entrando a

toda prisa. Se sostenía el vientre con una mano e intentaba ignorar el hecho deque el bebé parecía decidido a quedarse sobre su vej iga. Ladeó la cabeza, estudiódurante unos minutos su creación con los ojos entornados, y asintió—. Estupendo,de veras, estupendo. Solo restan los últimos detalles.

—Oh, escucha.—Oh, mamá, ¿tengo que ponerme este exquisito collar de piedras preciosas?

—Lloriqueó Margo mientras lo sacaba de la caja—. Oh, por favor, no meobligues a llevar también esos delicados pendientes.

Kate clavó los ojos en el cielorraso mientras Margo la adornaba.—¿Puedes imaginarte lo que le hará a ese bebé? Apenas asome la cabeza al

mundo, lo enfundará en un Armani con todos sus accesorios.—Chiquilla malcriada. —Margo sacó un atomizador de su bolsillo y la roció

con perfume antes de que Kate pudiera impedirlo.—Sabes que odio que me hagas eso.—¿Y por qué otro motivo lo haría? Ahora date la vuelta y… redoble de

tambores, por favor.Con ademán teatral, Margo retiró la tela que cubría el espejo.—Por todos los demonios. —Kate quedó boquiabierta, paralizada frente al

espejo.Aún podía reconocer a la antigua Kate, pensó aturdida.Pero ¿de dónde habían salido aquellos ojos exóticos… y esa boca

indiscutiblemente erótica?

Su figura era, a todas luces, una figura de mujer con todas las letras.Enfundada en un color bronce resplandeciente, su piel parecía bruñida.

Carraspeó un poco y giró, y volvió a girar.—No está mal —atinó a decir.—Un emparedado de queso caliente no está mal —la corrigió Margo—.

Pero, guapa, a ti se te ve peligrosa.—Puede que sí —Kate sonrió y observó las cadencias sensuales de su boca

de sirena—. Maldita sea, ojalá By ron llegue a tiempo. Solo esperad a que me veaasí.

By ron estaba haciendo lo imposible por llegar. El viaje a Los Ángeles había sidoinoportuno pero necesario. En circunstancias normales, habría hecho unrecorrido completo y visitado también los hoteles y resorts de Santa Bárbara, SanDiego y San Francisco. Sabía que para el personal de cada hotel Templeton eraimportante tener esa conexión personal con la sede central.

Josh manejaba las fábricas, los huertos y viñedos y las plantas industriales, ycontinuaba supervisando personalmente las sedes internacionales. Pero By ronera el responsable de California. Y él jamás tomaba a la ligera susresponsabilidades.

Además, aún quedaban por calmar algunos ánimos tras el reinado de PeterRidgeway, que a todas luces había sido tan frío como eficiente.

Sabía lo que se esperaba de él: el toque personal que era el sello de laorganización Templeton y la garantía de su prosperidad. Recordar nombres,caras y detalles.

Hasta en el vuelo de regreso había dictado a su asistente una gran cantidad dememos, despachado incontables faxes y cerrado una última reunión a través delteléfono móvil.

Ahora estaba en su casa y se le había hecho tarde, pero lo había previsto. Conesa destreza que da la costumbre, colocó velozmente los gemelos en la camisa desu esmoquin. Tal vez debería llamar a Kate a la tienda para avisarle que iba encamino. Miró el reloj . La recepción había comenzado dos horas antes.Seguramente estaría ocupada.

¿Lo echaría de menos?Quería que lo echara de menos. Quería que mirara en dirección a la puerta

cada vez que alguien entrara. Y que esperara anhelante. Quería que pensara enél, que deseara tenerlo allí, a su lado, para compartir comentarios yobservaciones sobre los demás invitados. Como siempre hacían las parejas.

Ansiaba ver ese interrogante en sus ojos, esa mirada suy a que decíaclaramente: « ¿Qué estás haciendo aquí, De Witt? ¿Qué pasa entre nosotros? ¿Ypor qué?» .

Y ella continuaría buscando la respuesta práctica, racional. Y él aportaría elfactor emocional.

Era una buena mezcla, decidió mientras ajustaba el nudo de su corbata negra.Estaba dispuesto a esperar a que Kate llegara a la misma conclusión. Al

menos por un tiempo. Ella necesitaba salir de la crisis y dejar atrás toda aquellaamargura. Y él pretendía ayudarla. Bien podía esperar a que se despejara latormenta antes de mirar hacia el futuro.

Sonó el teléfono junto a la cama. Pensó dejar que atendiera el contestadorautomático. Familia o trabajo, supuso, dos cosas que podían arreglárselas sin élpor un par de horas. Pero Suellen estaba esperando su primer nieto y …

—Diablos. —Cogió el teléfono—. De Witt.Escuchó, preguntó y verificó. Y, con una sonrisa sombría en el rostro, colgó.

Según parecía, tendría que hacer una parada antes de la fiesta.

Kusack todavía estaba en su oficina. Era la noche de bridge de su esposa y lehabía tocado ser la anfitriona. Él prefería un sencillo bocadillo de albóndigas yuna soda tibia en la comisaría a los minúsculos bocadillos para señoras que en esemomento se servían Chez Kusack. Definitivamente prefería el aroma del caférecalentado, la abrumadora insistencia de los teléfonos y los incesantesaltercados y quejas de sus colegas a los perfumes empalagosos, las risillas y loscotilleos de una partida de bridge entre señoras.

Siempre había papeles por revisar. Aunque jamás se resignaría a admitirlo, legustaba revisar papeles y se lanzaba sobre ellos como un san bernardo atraviesauna tormenta de nieve. Con ritmo lento y constante.

Le gustaba esa parte tangible del papeleo, hasta la rebuscada jerga policial,imprescindible para los informes oficiales. Se había adaptado a los ordenadorescon más facilidad que muchos policías de su edad. Para Kusack un teclado era unteclado, y él había usado lo que denominaba método bíblico de mecanografía —busca y encontrarás— durante toda su carrera profesional.

Jamás le había fallado.Golpeaba las teclas y sonreía para sus adentros a medida que las letras

aparecían en la pantalla, cuando fue interrumpido por un hombre de esmoquin.—¿Detective Kusack?—Sí. —Se recostó en la silla y evaluó el esmoquin con ojo policial. No era

alquilado, decidió. Hecho a medida y muy caro—. No es noche de graduación, yde todos modos está demasiado viejo para esos trotes. ¿En qué puedo servirlo?

—Mi nombre es By ron de Witt. He venido para hablar de Katherine Powell.Kusack lanzó un gruñido y cogió su lata de soda.—Creía que su abogado se llamaba Templeton.—No soy su abogado. Soy su… amigo.

—Ajá. Pues, amigo, no puedo discutir los asuntos de la señorita Powell con elprimero que entre por esa puerta. Por muy bien vestido que esté.

—Kate olvidó mencionar que usted era un hombre afable. ¿Puedo pasar?—Póngase cómodo —digo Kusack con desgana. Quería regresar a la

monotonía de sus papeles, no hablar de tonterías con el príncipe encantado—. Losservidores públicos con miserables salarios siempre estamos a su disposición.

—No le robaré demasiado tiempo. Tengo una prueba a favor de la señoritaPowell. ¿Le interesa, Kusack, o debo esperar a que termine de cenar?

Kusack se pasó la lengua por los dientes y miró la mitad restante de subocadillo de albóndigas.

—La información es siempre bienvenida, señor De Witt, y estoy aquí paraservirlo. —Al menos hasta que se dispersaran las jugadoras de bridge—. ¿Qué eslo que cree tener?

—He conseguido copias de los documentos en cuestión.—¿De veras? —Kusack entrecerró sus ojos mansos—. ¿De veras? ¿Y cómo lo

ha hecho para conseguirlas?—Sin violar ninguna ley, detective. Y cuando las copias estuvieron en mi

poder hice aquello que, a mi torpe y civil entender, habría que haber hecho desdeun principio. Se las mandé a un perito calígrafo.

Kusack se recostó en su silla, cogió lo que quedaba de su cena y le hizo unaseña para que continuara con la mano que le había quedado libre.

—Acabo de recibir el informe de mi experto por teléfono. Le pedí que me loenviara por fax. —Byron sacó una hoja del bolsillo, la desplegó y la apoyó sobreel escritorio de Kusack.

—Fitzgerald —dijo Kusack con la boca llena—. Buen hombre. Lo consideranel mejor en su campo.

Eso había dicho Josh, recordó By ron.—Hace más de una década que fiscales y abogados defensores por igual

emplean sus servicios —dijo.—Sobre todo los defensores… de clientes ricos —masculló Kusack. Allí se

olía claramente el tufillo de los Templeton—. Cuesta una fortuna.« Y tiene una agenda muy apretada» , pensó Byron. De allí la demora en

obtener el informe.—Más allá de sus honorarios, detective, tiene una reputación impecable. Si se

toma la molestia de leer el informe, verá que…—No tengo necesidad de leerlo. Ya sé lo que dice. —Era una bajeza de su

parte, supuso Kusack, pero le gustaba torcer el brazo a aquel hombre que no teníaun gramo extra de grasa en el cuerpo y podía llevar un uniforme de librea sinparecer un imbécil.

By ron cruzó las manos. La paciencia era, y siempre había sido, su mejorarma.

—Entonces ya ha hablado con el señor Fitzgerald en relación a este tema.—No. —Kusack buscó una servilleta y se limpió la boca—. Tenemos nuestros

propios peritos calígrafos. Hace un par de semanas llegaron a una conclusión. —Reprimió un eructo por educación—. Las firmas de los formularios alterados sonuna copia exacta. Demasiado exacta —añadió antes de que Byron pudierainterrumpirlo—. Nadie escribe su nombre de la misma, exacta y precisa maneracada vez que firma. Todos los formularios alterados tienen la misma firmaprecisa, trazo por trazo, curva por curva. Son imitaciones. Probablementecalcadas de la firma de la señorita Powell en el formulario 1040 I original.

—Si sabe todo eso, ¿por qué sigue aquí sentado? Ella está viviendo un infierno.—Sí, me lo imagino. El problema es que debo poner todos los puntos sobre las

íes. Así es como funciona. Todavía nos falta investigar un par de cosas.—Puede ser, detective, pero la señorita Powell tiene derecho a conocer el

estado de sus pesquisas.—Da la casualidad, señor De Witt, de que ahora mismo estaba terminando

mi informe sobre los progresos de esta investigación. Tengo que ver al señorBittle mañana a primera hora y luego continuaré investigando.

—No me dirá que cree que Kate ha imitado su propia firma.—¿Sabe una cosa? Creo que es lo suficientemente astuta como para hacer

algo tan inteligente como eso. —Hizo una bola con la servilleta, apuntó y acertóen un cesto rebosante de papeles—. Pero… no la creo tan estúpida ni tancodiciosa como para haber arriesgado su trabajo y su libertad por unos míserossetenta y cinco mil dólares. —Hizo rotar los hombros, que se le habían puestorígidos después de tantas horas ante su escritorio—. No la creo capaz de arriesgarsu trabajo ni su libertad por ninguna suma de dinero.

—Entonces cree que es inocente.—Sé que es inocente. —Kusack lanzó un breve suspiro y se ajustó el cinturón

—. Mire, De Witt, hace mucho tiempo que vengo haciendo este trabajo. Sé cómomirar los antecedentes de las personas, sus costumbres y sus debilidades. Yo diríaque la debilidad de la señorita Powell, si queremos llamarla así, era dar el grangolpe en Bittle. Ahora bien, ¿por qué habría de arriesgar algo que deseaba tantopor un poco de dinero? No apuesta, no consume drogas, no se acuesta con el jefe.Si quisiera dinero fácil, siempre podría recurrir a los Templeton. Pero no. Inviertesesenta horas semanales en Bittle y aumenta su cartera de clientes. Eso indicaque es trabajadora y ambiciosa.

—Podría haberle dado a entender que la creía.—No es mi trabajo tranquilizar las almas ansiosas. Y tengo mis razones para

mantenerla en ascuas. La evidencia es lo único que construye o destruye un casoen la vida real. Y reunir una evidencia lleva tiempo. Ahora… le agradezco queme haya traído esto. —Devolvió el informe del experto a By ron—. Si sirve dealgo, puede decir a la señorita Powell que el departamento de policía no piensa

acusarla de nada.—Eso no es suficiente —dijo Byron, levantándose.—Algo es algo. Todavía tengo que rastrear esos setenta y cinco mil, señor De

Witt. Luego habremos terminado.Todo indicaba que tendría que darse por satisfecho con eso. By ron volvió a

guardar el informe en su bolsillo y miró a Kusack.—Usted jamás creyó que Kate fuera culpable.—Siempre inicio mis investigaciones con la mente abierta y libre de

prejuicios. Quizá lo hizo, quizá no lo hizo. Después de tomarle declaración, supeque no lo había hecho. Por la nariz.

By ron sonrió con curiosidad.—¿No olía a culpable?Kusack lanzó una risotada, se levantó y se estiró un poco.—Ahí lo tiene. Usted diría que yo tengo nariz para olfatear a los culpables.

Pero yo hablaba de la nariz de la señorita Powell.—Lo lamento. —Byron negó con la cabeza—. He perdido el hilo.—Alguien que se zambulle de cabeza en la tercera base y se rompe la nariz

para marcar un doble tiene cojones. Y estilo. Alguien que ansia tanto ganar noroba. Robar es demasiado fácil, y este tipo de robo es demasiado vulgar.

—En la tercera base —murmuró By ron con una sonrisa tonta—. Entonces asífue como se lo hizo. No se lo había preguntado. —Como Kusack también sonreía,By ron le tendió la mano—. Gracias por su tiempo, detective.

La multitud ya se había dispersado cuando Byron llegó a la fiesta. « Treshoras tarde» , pensó sobresaltado. La subasta obviamente había terminado, y soloquedaban algunas personas bebiendo o conversando. La fragancia del jazmínnocturno en flor se mezclaba con el aroma de los perfumes y el vino.

Primero vio a Margo, quien coqueteaba con su esposo. Se dirigió hacia ella,pero sus ojos buscaban a Kate.

—Lamento llegar tan tarde, Margo.—Y haces bien. —Hizo un mohín y le dio un beso fugaz en los labios—. Te

has perdido la subasta. Ahora tendrás que venir la semana próxima y compraralgo muy pero muy caro.

—Es lo menos que puedo hacer. A propósito, estás estupenda.« Si ni siquiera te has molestado en mirarme» , pensó ella. Y disimuló una

sonrisa al verlo escrutar ansiosamente el salón.—Hemos recaudado más de quince mil dólares para la organización

Wednesday ’s Child. Nada me hace más feliz que recaudar dinero para ay udar alos niños discapacitados.

Josh la abrazó desde atrás y ambos apoyaron sus manos, en ademánprotector, sobre el vientre de Margo. El bebé no paraba de moverse.

—Margo está tratando de no jactarse por la cantidad de nuevos pedidos de

género.—Es un evento de caridad —dijo con voz engolada… y lanzó una carcajada

—. Querido mío, ya verás lo que haremos la semana próxima. De hecho, Kateestá en la oficina anotando todos los pedidos.

—Iré a avisarle que he llegado. A decir verdad, y o… —Se interrumpió,dividido entre dos lealtades. Después de todo, Josh era su abogado—. No, tengoque decírselo a ella primero. Quedaos aquí hasta que regrese.

Iba a cruzar el salón cuando Kate salió de la oficina.—Aquí estás. —Le sonrió radiante—. Pensé que te habías quedado en Los

Ángeles. No tenías que… —Se interrumpió al ver que él la miraba como si lehubiesen hecho una lobotomía en el viaje de regreso—. ¿Qué ocurre?

Byron se las ingenió para cerrar la boca y volver a respirar.—De acuerdo, ¿quién eres tú y qué le has hecho a Katherine Powell?—Diablos, un tío no te ve durante unas pocas horas y… ¡ah! —Se le iluminó

la cara y giró sobre sus pies, tratando de parecer sofisticada—. Lo habíaolvidado. Es obra de Margo. ¿Qué opinas?

Primero se dirigió a Margo:—Dios te bendiga —dijo con fervor. Luego cogió la mano de Kate—. ¿Qué

opino? Creo que se me ha parado el corazón. —Le besó los dedos, pero queríamás; la besó en la boca.

—¡Vay a! —Un tanto sorprendida por la vertiginosa profundidad del beso, dioun cauteloso paso atrás—. Mira lo que logran un poco de emplasto en la cara yun sostén con armazón.

Byron bajó la vista.—¿Eso es lo que tienes ahí debajo?—No vas a creer lo que tengo ahí debajo.—¿Cuánto tardaré en averiguarlo?Divertida con su reacción, Kate se puso a juguetear con su corbata.—Pues, muchachote, si juegas bien tus cartas podemos…—Maldita sea. —Le cogió ambas manos—. Es asombroso cómo una mujer

sexy puede ponerle a uno la mente en blanco. Tengo noticias para ti.—¡Pues vaya! Si prefieres hablar de cosas mundanas y no de mi ropa

interior…—No me distraigas. Vengo de ver al detective Kusack. Por eso he llegado

tarde.—¿Has ido a verlo? —El sensual rubor abandonó por completo sus mejillas—.

¿Te ha llamado él? Lo lamento, By ron. No tienes por qué involucrarte en esto.—No. —La sacudió apenas—. Quédate quieta. Fui a verlo porque finalmente

recibí el informe que esperaba. Había enviado los documentos que nos dio MartyBittle al perito calígrafo que Josh me recomendó.

—¿Perito calígrafo? No me habías dicho nada. Josh tampoco.

Byron se apresuró a proseguir al ver la chispa de enfado en su mirada.—Queríamos esperar hasta tener los resultados. Y ya los tenemos. Eran

falsas, Kate. Copias de tu firma.—Copias. —Le temblaban las manos—. ¿Puede probarlo?—Es uno de los profesionales más respetados de este país. Pero no lo

necesitamos. Kusack ya había verificado las firmas. Sabe que son falsas. No teconsidera sospechosa, Kate. Según parece, jamás ha creído que lo fueras.

—Me creyó.—Recibió el informe de su perito poco antes de que yo recibiera el mío.

Mañana por la mañana llevará a Bittle esos datos y un informe sobre losprogresos de la investigación.

—Yo… apenas puedo creerlo.—No te preocupes. —Apoyó los labios sobre su frente—. Tómate tu tiempo.—Tú me creíste —dijo conmovida—. Desde el primer día, en los acantilados.

Ni siguiera me conocías, pero me creíste.—Sí, te creí. —Volvió a besarla y sonrió—. Debe de ser esa nariz.—¿Qué nariz?—Te lo explicaré más tarde. Ven, tenemos que contárselo a Josh.—De acuerdo. By ron… —Le apretó el brazo—. Has ido a ver a Kusack antes

de venir aquí. ¿Llamarías a eso una hazaña digna de un caballero andante?« Parece una pregunta capciosa» , pensó él.—Podría considerarse así.—Eso pensé. Escucha, no quisiera que esto se convierta en un hábito, pero

gracias. —Conmovida y agradecida, lo besó suavemente en los labios—.Muchísimas gracias.

—De nada. —Como no quería ver sus ojos llenos de lágrimas, sino sonrientes,recorrió con la yema del índice su bello hombro desnudo—. ¿Eso significa quepuedo ver tus prendas íntimas?

16

Kate siempre supo para qué eran las mañanas de domingo. Eran para dormir.Durante su carrera universitaria las había utilizado para estudiar más o terminarmonografías y proyectos. Pero una vez incorporada al mundo del trabajo, habíadecidido destinar aquellas horas del día a su propia satisfacción.

By ron tenía otra idea de las cosas.—Tienes que ofrecer resistencia de ambos lados —le decía—. Aislar

mentalmente el músculo que estás trabajando. Este. —Hizo presión sobre eltríceps mientras ella levantaba y bajaba la pesa de tres kilos sobre su cabeza yhacia atrás—. No aflojes el brazo —le ordenó—. Como si tuvieras que levantarlay bajarla no en el aire sino en el lodo.

—Lodo. Bien. —Intentó imaginar un estanque de lodo espeso y cenagoso enlugar de una enorme y mullida cama con sábanas frescas—. ¿Y por qué estoyhaciendo esto?

—Porque es bueno para ti.—Bueno para mí —murmuró ella.Se miró en el espejo. Había pensado que se sentiría ridícula con el escueto

sostén deportivo y las ajustadas mallas de ciclismo. Pero en realidad no estabatan mal. Además tenía a By ron. Después de todo, un hombre musculoso encamiseta y pantalones cortos era un regalo para la vista.

—Ahora extiende los brazos. No olvides los estiramientos. Vuelve a las pautasde concentración. ¿Recuerdas?

—Si, si, si.Se sentó en el banco, miró con el ceño fruncido la pesa que levantaba y

bajaba, y trató de imaginar que sus bíceps aumentaban de volumen. « Adiós,debilucha de cuarenta y seis kilos —pensó—. Hola, fisicoculturista» .

—Y cuando terminemos con esto, tú irás a preparar tostadas, ¿vale?—Ese fue el trato.—He conseguido un entrenador personal y un cocinero —dijo sonriente—.

Estupendo.—Eres una mujer con suerte, Katherine. Ahora con el otro brazo.

Concéntrate.La hizo trabajar con resortes y pesos muertos, la obligó a hacer contracciones

y estiramientos. Aunque había completado su rutina dominical antes dearrancarla de las sábanas, ambos se ejercitaron y transpiraron juntos hasta queByron anunció que por ese día habían terminado.

—Entonces seré una fisicoculturista, ¿eh?Él sonrió. Le frotó los hombros y continuó el masaje a lo largo de los brazos.—Por supuesto que sí, muchachita. Te pondremos un bikini diminuto, te

frotaremos aceite por todo el cuerpo y te mandaremos a competir.—En tus mejores sueños.—Esos no son mis sueños —dijo con franqueza—. Créeme. He descubierto

en mí un deseo latente por las mujeres delgadas. De hecho, se está manifestandoen este mismo momento.

—¿En serio? —No puso objeciones cuando Byron deslizó las manos por suespalda hasta encontrar sus glúteos.

—Me temo que sí. Mmm. —Sus dedos recorrían y estrujaban—. Esto merecuerda que mañana debemos trabajar la parte inferior del cuerpo.

—Detesto las flexiones.—Eso es porque no tienes mi ventajoso punto de vista.Miró el espejo detrás de ella. Vio cómo sus manos se colocaban en el lugar

preciso, la observó moverse contra él, la vio temblar cuando él apoy ó los labiossobre la maravillosa curva entre el cuello y el hombro.

Era casi ridícula aquella manera de desearla, una y otra vez, sin descanso.« Como la respiración» , pensó. Y subió a besos hasta su oreja. « Como la vida» .

—Creo que deberíamos terminar la rutina matinal con algún ejercicioaeróbico.

Kate lanzó una curiosa mezcla de gruñido y suspiro.—El NordicTrack no, By ron. Te lo suplico.—Tenía otra cosa en mente. —Sus labios ya habían bajado a la mejilla—.

Creo que te gustará.—Ah. —Captó la idea cuando By ron comenzó a estrujarle un pecho—. Has

dicho que el ejercicio aeróbico es esencial en este tipo de entrenamiento.—Tú ponte en mis manos.—Esperaba que dijeras eso.Se entregaba con tanta facilidad, pensó Byron. Con tanta vehemencia. Su

manera de mover los labios, la danza de las lenguas, la presión de los cuerpos.Todas sus viejas fantasías sobre la mujer de sus sueños se habían esfumado. Yhabían cambiado y resurgido en ella. Solo en ella.

No podía quitarse una imagen de la cabeza. La noche anterior, con aquelvestido ajustado que dejaba los hombros al descubierto. Aquella piel tersa,aquellas sorprendentes curvas. La boca ancha, húmeda.

Y, bajo el vestido, la fantasía lasciva del encaje negro. Verla así hizo que setambalease. Había sido tan inesperado, tan poco práctico para su práctica Kate.

Era una parte de ella que le había encantado explorar. Y saber que ella misma lahabía explorado también había sido brutalmente erótico.

Ahora también lo excitaba fatalmente, con el atuendo de gimnasia empapadode sudor que anhelaba arrancarle con los dientes.

Ambos estaban desnudos hasta la cintura cuando cay eron sobre la esterilla.Kate reía. Y rodaban juntos, y tironeaban de las últimas barreras. Era

maravilloso, en verdad, sentirse tan… desatada. Por completo liberada. Ya no sepreguntaba cómo era posible que Byron supiera dónde y cómo tocarla. Como silo hubiera sabido desde siempre. Y su cuerpo era tan fuerte, tan duro. Comohacer el amor en un sueño. Rodó encima de él y derramó toda su dicha en unbeso.

« Sí, tócame —pensaba—. Y saboréame. Aquí. Y aquí. Dame. Otra vez.Siempre otra vez» . El corazón le latía desbocado y sentía correr la sangre por lasvenas. Una y otra vez, segundo a segundo, By ron provocaba en ella un fragor desensaciones contradictorias. Olas de calor, escalofríos expectantes, temblores deanhelo, premura de dar.

Quería tenerlo para siempre, impregnarse en él. Perderse. Lo hizo entrar enella, y tembló hasta sofocarse en el instante supremo de la unión. Se arqueó haciaatrás, atormentándose con el poder, gimiendo bajo la textura de las manos deByron, que subían implacables y torturaban sus pechos ávidos.

Las retuvo allí, aferrándolas con sus dedos tensos, y comenzó a moverse.Byron se sintió desmay ar al verla así. El cabello oscuro, corto, enmarcaba su

rostro radiante. La respiración densa, palpitante; los labios entreabiertos. Elesbelto cuello de cisne inclinado hacia atrás, los ojos de cervatillo cerrados. Laluz del sol se derramaba sobre su cuerpo, tan brillante y tan plena que era comosi estuviesen al aire libre, en una pradera verde y fresca. Podía imaginarla así,una Titana de sangre ardiente, lujuriosa y entregada.

Quería conducirla lentamente al clímax, que quedara saciada. Pero Kateaceleró el ritmo, y lo arrastró con ella. Sus gemidos y sus gritos le hicieron hervirla sangre, y embistió con un furor desesperado.

Estalló debajo de ella, dentro de ella. Con un largo y glorioso suspiro, Kate sedejó caer sobre su cuerpo y lo besó en los labios.

Se puso a cantar en la ducha. Era algo que jamás hacía, ni siquiera cuando estabasola. Kate era consciente de que no tenía una voz de soprano. Mientras seenjabonaban y hacían espuma, By ron se le unió en una espantosamentedesafinada, aunque sentida, versión de Orgullosa Mary.

—No tenemos nada que envidiarles a Ike y a Tina —proclamó Kate,secándose el cabello.

—En absoluto. Excepto, quizá, el talento. —By ron se puso una toalla a la

cintura, se frotó la cara y se preparó para afeitarse—. Eres la primera mujer conquien me he duchado que canta tan mal como yo.

Kate se enderezó. Lo miró esparcir la crema de afeitar.—Ah, ¿de veras? ¿Y con cuántas mujeres has tenido el placer de ducharte?—La memoria es traicionera. —Le sonrió con picardía. Disfrutaba de aquel

brillo fulminante en sus ojos—. Y un auténtico caballero jamás lleva la cuenta.Kate lo observó deslizar la navaja a través de la espuma, y abrir un sendero

limpio, suave. Se dio cuenta de que nunca antes había visto afeitarse a unhombre. Excepto a Josh, claro, pero los hermanos no contaban. Se negó a dejarsedistraer por el interesante ritual masculino. En cambio, sonrió con dulzura y miró,por encima del hombro de Byron, el espejo empañado.

—¿Qué te parece si me dejas afeitarte, querido?Él enarcó una ceja.—¿Parezco tan estúpido como para poner en tus manos un instrumento

cortante? —Limpió el filo de la navaja—. No creo.—Cobarde.—¿Qué crees?Kate resopló, le clavó los dientes en el hombro y fue a vestirse al dormitorio.—Kate. —Esperó a que se diera la vuelta y le lanzara esa mirada altanera,

tan propia de ella—. Solo hay una mujer ahora. —Una sonrisa breve, casi tímida,se dibujó en sus labios. Y desapareció por el vano de la puerta.

Con cuidado, By ron retiraba la espuma y los restos de barba. El cuarto debaño estaba lleno de niebla y calor, y del olor de ambos. Ella había puesto asecar su toalla, pulcra y eficiente como siempre. El pequeño vaporizador queutilizaba para humectarse la cara estaba sobre el mármol del lavabo. Se habíaolvidado de usarlo. Pero no se había olvidado de poner sus prendas de gimnasiaen el cesto de la ropa sucia ni de tapar el tubo de pasta dental. No, jamás pasaríapor alto ningún detalle práctico.

Pero siempre olvidaba los extras, en especial cuando tenían que ver con ella.No se permitía entrar a curiosear en una tienda, soñadora, y comprarse algunatontería. Pero jamás se olvidaría de apagar las luces ni de darle otra vuelta algrifo para evitar que goteara.

Siempre pagaba sus cuentas a tiempo, pero olvidaba hacer una pausa paraalmorzar cuando tenía otras preocupaciones en la cabeza.

No tenía la menor idea de cuánto lo necesitaba. By ron sonrió y bajó lacabeza para quitarse el sobrante de espuma. Ni tampoco sabía lo que él mismoacababa de descubrir. Ya no creía que podía estar enamorándose de ella. Ahorasabía que ella, con todos sus contrastes y complej idades, su fuerza y su debilidad,era la única mujer que siempre amaría.

Se secó la cara, se puso loción para después del afeitado y decidió que esepodía ser el momento perfecto para decírselo. Entró en el dormitorio. Kate

estaba de pie junto a la cama, vestida con unas mallas negras y una viejasudadera de los Yankees.

—¿Ves esto? —preguntó ella.Y blandió un mordisqueado hueso de cuero frente a sus ojos.—Sí, lo veo.—Estaba en mi zapato. No entiendo cómo mi zapato ha podido salir ileso. —

Le arrojó el hueso a By ron y se pasó las manos por el cabello para comprobar siy a estaba seco—. Fue Cabo, de eso estoy segura. Rabo tiene mejores modales.La semana pasada fue la cabeza de pescado que encontró en la play a. Tienesque ponerle un poco de disciplina, By ron. Es muy rebelde.

—Pero Kate… ¿esa es manera de hablar de nuestro hijo?Ella suspiró, puso los brazos en jarras y esperó.—Hablaré con él. Pero si consideraras el aspecto psicológico del asunto,

estarías de acuerdo en que te deja cosas en el zapato como muestra del granafecto que siente por ti.

—Y eso incluy e la vez que se meó en él.—Bueno, estoy seguro de que aquello fue un error. —Se pasó la mano por la

boca para disimular la risa—. Y ocurrió fuera de la casa. Los habías llevado apasear por la play a y… Veo que no me crees.

—No creo que te resultara tan gracioso si usara tus zapatos como retrete. —Como si les hubieran dado pie a ello, se oy eron unos ladridos frenéticos y losembates de dos cuerpos caninos en pleno crecimiento—. Yo me ocuparé de ellos—anunció Kate—. Tú eres demasiado blando.

—Sí, ¿y quién les ha comprado collares con sus nombres? —murmuró él.—¿Qué?—Nada. —En franca retirada, By ron abrió el cajón de la ropa interior—.

Bajaré en un minuto.—A preparar tostadas —le recordó ella. Y bajó como una saeta a calmar a

los perros—. Bueno, chicos, a callar. Si seguís ladrando, no habrá paseo por laplay a. Y nadie jugará al calcetín con ninguno de vosotros.

Los cachorros entraron corriendo y se le tiraron encima, dos masas de pelo ypatas que crecían de manera alarmante. Justo cuando comenzaba a regañarlos,se lanzaron hacia la puerta de enfrente y volvieron a armar un tremendoalboroto.

—Sabéis muy bien que vuestra puerta es la de atrás —empezó, y entoncessonaron las estúpidas campanillas. Era evidente que By ron se había encaprichadocon ellas—. Oh. —Ridículamente complacida, sonrió a los perros—. Os felicito,chicos. Estabais dando la voz de alarma. Prestad atención, si es un vendedorambulante, quiero que hagáis esto. Mirad, mirad… tenéis que mostrar los dientes.

Les mostró cómo hacerlo, pero ellos solo se chocaban uno contra el otromeneando los rabos con sus sonrisas caninas.

—Ya aprenderéis —decidió. Y abrió la puerta.Se le borró la sonrisa de la cara.—Señor Bittle. —Automáticamente cogió a los perros de los collares para

impedirles brincar de alegría sobre los humanos recién llegados—. Detective.—Lamento molestarte un domingo, Kate. —Bittle miró a los perros con

desconfianza—. El detective Kusack me dijo que vendría a hablar hoy contigo, yle he pedido que me dejara acompañarlo.

—Su abogado me dijo que podría encontrarla aquí —dijo Kusack—. Tienetoda la libertad de llamarlo, por supuesto, si prefiere que nos acompañe.

—Pensaba… me han dicho que ya no era sospechosa.—He venido a disculparme. —Bittle la miró con ojos solemnes—. ¿Podemos

entrar?—Sí, por supuesto. Cabo, Rabo, nada de brincos.—Bonitos perros. —Kusack adelantó una mano carnosa, que fue debidamente

olfateada y lamida—. Yo tengo una vieja sabueso heinz. Ya está muy vieja, lapobrecilla.

—Pónganse cómodos, por favor. Llevaré a los cachorros afuera. —Eso le diotiempo de recomponerse. Volvió a entrar cuando los perros se lanzaron a corrercomo locos por el jardín trasero—. ¿Les apetecería un café?

—Por nosotros no te molestes —empezó Bittle, pero Kusack se recostó en laantigua mecedora y murmuró:

—Si de todos modos iba a prepararlo…—Yo lo prepararé —se ofreció Byron, quien bajaba las escaleras.—Oh, Byron. —Una sensación de alivio recorrió el cuerpo de Kate—. Ya

conoces al detective Kusack.—Detective.—Señor De Witt.—Y te presento a Lawrence Bittle.—De Bittle y Asociados —dijo Byron con frialdad—. ¿Cómo le va?—He conocido tiempos mejores. —Bittle aceptó el formal apretón de manos

—. Tommy me ha hablado de usted. Esta mañana temprano hemos ido a jugar algolf.

—Iré a preparar el café. —Byron lanzó a Kusack una mirada de advertencia,que indicaba claramente que cualquier asunto importante que se trajeran entremanos tendría que esperar.

—Es bonito este lugar —dijo Kusack.Kate, quien no se había movido de su sitio, se retorcía los dedos.—Lo está montando poco a poco. By ron se toma su tiempo. Hace solo un par

de meses que vive aquí. Eh… ha pedido que le mandaran algunas cosas deAtlanta. Él es de allí. De Atlanta. —« Deja ya de balbucear, Kate» , se ordenó.Pero no pudo—. Y también está buscando algunas cosas aquí. Muebles y esas

cosas.—Un paisaje increíble. —Kusack se acomodó en la mecedora, pensando que

esa silla sí que sabía dar la bienvenida a un hombre—. En el jardín de enfrente dela casa que está al comienzo del camino han construido un pequeño campo degolf. —Meneó la cabeza—. El tío puede salir de su casa y lanzar unas cuantasbolas. Solía traer a mis hijos allí abajo. Las focas los fascinan.

—Sí, son estupendas. —Mordiéndose el labio, Kate miró hacia la cocina—. Aveces se las escucha aullar. ¿Ha venido a interrogarme, detective Kusack?

—Tengo algunas preguntas. —Olfateó el aire—. Nada como el aroma delcafé preparándose, ¿verdad? Hasta el veneno de la comisaría huele como elparaíso antes de que uno lo pruebe. ¿Por qué no se sienta, señorita Powell? Quierorecordarle que puede llamar a su abogado si lo desea, pero no necesitará al señorTempleton para lo que tenemos que hablar.

—Está bien. —Pero se reservaría la posibilidad de llamar a Josh. No estabadispuesta a dejarse embaucar por la charla informal y las sonrisas paternales—.¿Qué desea?

—¿El señor De Witt le ha mostrado el informe de su perito calígrafo?—Sí. Anoche. —Kate se sentó en el brazo del sillón. Era lo mejor que podía

hacer—. Decía que las firmas eran copias. Alguien duplicó mi firma en losformularios alterados. Utilizó mi firma, mis clientes, mi reputación. —Volvió alevantarse cuando Byron entró con una bandeja—. Perdóname —dijorápidamente— por los problemas que te causo.

—No seas ridícula. —Retomó con facilidad su papel de anfitrión bieneducado—. ¿Cómo prefiere el café, señor Bittle?

—Con un poco de leche, gracias.—Detective.—Como sale de la cafetera. —Probó el contenido de la taza que Byron le

ofrecía—. Esto sí que es un café. Estaba a punto de comentarle los progresos dela investigación a la señorita Powell. Iba a explicarle que nuestras conclusionesconcuerdan con las de su perito. Hasta este momento, todo indica que letendieron una trampa para comprometerla en el caso de que las discrepanciasllegaran a descubrirse. Estamos investigando otras áreas.

—Quiere decir a otra gente —murmuró Kate. Y tuvo que hacer un esfuerzopara no estampar la taza en el plato.

—Digo que mi investigación sigue avanzando. Me gustaría preguntarle si tienealguna idea de quién querría presentarla como chivo expiatorio. Hay muchísimascuentas en la firma. Solo han tocado las que estaban a su cargo.

—Si alguien ha hecho esto para perjudicarme, no tengo la menor idea dequién podría ser.

—Tal vez usted le ha venido como anillo al dedo. Los cargos contra su padrehacían de su persona la candidata perfecta, y quizá le han dado una idea a

alguien.—Nadie lo sabía. Yo misma me he enterado poco antes de la suspensión.—Qué interesante. ¿Y cómo se enteró?Con gesto ausente, se pasó la yema de los dedos por la sien y comenzó a

explicar.—¿Ha tenido algún problema con alguien? ¿Una desavenencia? ¿Quizá un

choque de personalidades?—No me he peleado con nadie. No todos los que trabajan en la firma son

íntimos amigos y confidentes, pero nos llevamos bien.—¿Nada de rencores? ¿Ofensas menores?—Nada fuera de lo común. —Dejó el café a un lado; apenas lo había

probado—. Hemos tenido un problema con Nancy, de facturación, por unafactura mal archivada durante el vencimiento impositivo de abril. Los ánimosestán muy caldeados en esa época. Creo que discutí con Bill Feinstein por habercogido la mitad de mi resma de papel en vez de autoabastecerse. —Sonrióapenas—. Luego me dejó tres cajas en la oficina para reparar el daño. No legusto a la señora Newman, pero a ella nadie le gusta… excepto el señor Bittlepadre.

Bittle clavó la vista en su café.—La señora Newman es muy eficiente y un poco territorial. —Dio un

respingo al ver que Kusack tomaba nota de todo—. Hace más de veinte años quetrabaja para mí.

—No he querido decir que fuera capaz de hacer algo así —exclamó Kate,horrorizada—. ¡No he querido decir eso bajo ningún concepto! No podría acusara nadie. Con el mismo criterio podría decirse que Amanda Devin lo hizo. Protegesu estatus de única socia femenina como un halcón escruta el cielo en busca debuitres. O… o Mike Lloyd, del departamento de correspondencia, porque nopuede asistir a todas las clases de la universidad. O Stu Cominsky, porque no hequerido salir con él. O Roger Tornhill, porque sí salí con él.

—Lloyd, Cominsky y Tornhill —murmuró Kusack, tomando nota de todo.Kate dejó de andar de una punta a otra.—Usted puede escribir lo que le venga en gana en esa pequeña libreta suya,

pero yo no pienso repartir culpas. —Levantó el mentón—. Sé lo que se siente.—Señorita Powell. —Kusack la miró y empezó a golpetear su corto y grueso

lápiz sobre su rodilla—. Esto es una investigación policial. Usted está involucrada.Tendremos que tomar en cuenta a todos los miembros de la firma para la quetrabajaba. Es un proceso largo y tedioso. Si usted coopera, podremos abreviarlo.

—No sé nada —dijo con obstinación—. No sé de nadie que necesitara tanto eldinero, o que pudiera desear involucrarme en un delito. Lo que sí sé es que ya hepagado todo lo que estoy dispuesta a pagar por algo que no hice. Si quierearruinarle la vida a otro, detective, no cuente conmigo.

—Valoro su posición, señorita Powell. Se siente insultada y no puedo culparla.Usted hace su trabajo, hace lo que se espera de usted y recibe un cubo de aguafría. Justo cuando ve que el arco está a su alcance, alguien le pega un puntapié enlos dientes.

—Es una manera elegante y muy precisa de decirlo. Si supiera quién me hadado el puntapié, sería la primera en decírselo. Pero no voy a poner a alguien,cuy o único delito ha sido irritarme, en el banquillo de los acusados.

—Piénselo —sugirió Kusack—. Cerebro no le falta. Si se decide a pensarlo,creo que encontrará algún cabo suelto.

El detective se levantó. Bittle siguió su ejemplo y dijo:—Antes de que nos vay amos… Kate, necesito unos minutos de tu tiempo. En

privado, si no hay objeción.—De acuerdo, y o… —Miró a By ron.—Quizá le interese apreciar el paisaje, detective. —Con un gesto, By ron lo

condujo hacia las puertas corredizas—. ¿Ha dicho que tenía un perro?—La vieja Sadie. Fea como el pecado, pero más buena que el pan. —Su voz

se dejó de escuchar en cuanto By ron cerró las puertas.—Una disculpa no basta. —Bittle fue directo al grano—. Dista mucho de ser

suficiente.—Trato de ser justa y comprender su posición, señor Bittle. Es difícil. Usted

me ha visto crecer. Conoce a mi familia. Tendría que haber sabido quién soy yo.—Tienes toda la razón del mundo. —Parecía muy viejo. Muy viejo y muy

cansado—. De alguna manera, he traicionado mi amistad con tu tío, una amistadmuy importante para mí.

—Tío Tommy no es rencoroso.—No, pero he hecho daño a uno de sus hijos, y no es algo fácil de olvidar

para ninguno de los dos. Puedo decirte, y te lo digo sinceramente, que en unprincipio ninguno de nosotros te creía capaz de cometer un delito. Necesitábamosuna explicación, y tu reacción ante nuestras preguntas fue, pues… como si túmisma te hubieses cavado la fosa. Es comprensible ahora, dadas lascircunstancias, pero en aquel momento…

—Ustedes no sabían lo de mi padre, ¿verdad?—No. Nos enteramos después. Había una fotocopia de un artículo de un

periódico en tu oficina.—Ah. —« Tan simple como eso» , pensó, « y tan estúpido» . Se le habría

caído al guardarlos en su maletín—. Ya veo. Y eso ayudó a empeorar las cosas.—Complicó el asunto. Quiero decirte que cuando el detective Kusack me

llamó, me sentí inmensamente aliviado. Y no fue una gran sorpresa para mí.Jamás pude conciliar a la mujer que yo conocía con alguien capaz de cometeruna estafa.

—Pero sí la concilio lo suficiente para suspenderme —repuso.

Y sintió que se le quebraba la voz.—Sí. Por mucho que lo lamentara en su momento, y por mucho que lo

lamente ahora, no tenía otra opción. He llamado a cada uno de los socios y les hedado a conocer esta nueva información. Dentro de una hora nos reuniremos paraanalizarla. Y a debatir el hecho de que tenemos un estafador trabajando paranosotros. —Hizo una pausa para poner en orden sus pensamientos—. Tú eresmuy joven. Sería difícil para ti comprender los sueños de toda una vida, y lamanera como cambian. A mi edad hay que ser muy cauteloso, muy selectivocon los sueños. Uno empieza a tomar conciencia de que cada sueño podría ser elúltimo. La asesoría financiera ha sido mi sueño durante la mayor parte de mivida. Lo he alimentado, he derramado el sudor de mi frente y he impulsado amis hijos a compartirlo. —Sonrió apenas—. Y parece imposible que alguienpueda soñar con una asesoría financiera.

—Comprendo. —Quería tocarle el brazo, pero no podía.—Pensé que comprenderías. La reputación del estudio es la mía. Verlo

perjudicado de esta manera me hace comprender lo frágil que puede ser inclusoun sueño tan prosaico como ese.

No pudo evitar decir lo que pensaba.—Es una buena asesoría financiera, señor Bittle. Usted ha logrado algo sólido

allí. Las personas que trabajan para usted lo hacen porque usted los trata bien,porque consigue que formen parte del todo. Eso no es nada prosaico.

—Quisiera que consideres la posibilidad de volver. Comprendo que puedaresultarte incómodo regresar hasta que no se haya resuelto este asunto. Sinembargo, Bittle y Asociados se sentiría orgulloso de tenerte otra vez a bordo.Como socia.

Al ver que no decía nada, Bittle dio un paso hacia ella.—Kate, no sé si esto hará que las cosas funcionen peor o mejor entre

nosotros, pero quiero que sepas que este ofrecimiento ya había sido debatido yvotado antes de esta… esta pesadilla. Habías sido aprobada por unanimidad.

Tuvo que sujetarse del brazo del sillón.—Ibais a hacerme socia.—Marty te propuso. Espero que seas consciente de que siempre has tenido

todo su respaldo y su confianza. Amanda lo secundó. Ah, creo que por eso ledolió tanto cuando creyó que habías cogido dinero de las cuentas de depósito. Tehas ganado el ofrecimiento, Kate. Espero que, tras haberte tomado un tiempopara pensarlo, lo aceptarás.

Era difícil hacer frente a la desesperación y el júbilo al mismo tiempo. Pocotiempo atrás hubiera saltado de alegría ante semejante ofrecimiento. Abrió laboca, segura de que aceptaría.

—Necesito tiempo. —Oyó sus propias palabras con una especie de vagasorpresa—. Tengo que pensarlo.

—Por supuesto. Por favor, antes de considerar una oferta de otro estudio,danos la oportunidad de negociar.

—Lo tendré en cuenta. —Le tendió la mano. By ron y el detective regresaronjusto en ese momento—. Gracias por haber venido a verme.

En un estado de absoluta perplej idad, Kate acompañó hasta la puerta a Bittley al detective Kusack y se despidió de ambos. Volvió a entrar en silencio y sequedó allí parada, inmóvil, mirando el vacío.

—¿Y bien? —preguntó él.—Me ha ofrecido hacerme socia. —Pronunció muy despacio cada palabra,

sin saber si debía saborearlas o sopesarlas—. No solo para reparar lo que haocurrido. Ya lo habían votado antes de que sobreviniera el desastre. Está dispuestoa negociar mis condiciones.

Byron ladeó la cabeza.—¿Por qué no sonríes?—¿Eh? —Parpadeó, lo miró y lanzó una carcajada—. ¡Socia! —Se colgó del

cuello de By ron y él la hizo girar en el aire—. Byron, no sé cómo decirte lo queesto significa para mí. Estoy demasiado deslumbrada para poder decírmelo a mímisma. Es como… es como haber sido eliminada de las ligas menores y luegoser contratada para batear para los Yankees.

—Los Braves —la corrigió Byron, leal hasta el final a su equipo local—.Felicitaciones. Creo que deberíamos acompañar las tostadas con un cóctel.

—Vale. —Lo besó con fuerza—. Y no te excedas con el champán.—Solo una gota, te lo prometo —le aseguró. Cogidos del brazo, entraron en la

cocina. By ron la soltó para sacar el champán de la nevera—. Y bien, ¿no vas allamar por teléfono?

Ella abrió el armario de cristal donde guardaba las copas.—¿Llamar por teléfono?—¿A tu familia?—Ajá. Es demasiado importante para decirlo por teléfono. En cuanto

terminemos de comer. —Sonrió como una tonta cuando el corcho hizo plop—.Entonces iré a Templeton House. Esto requiere un toque personal. Es la maneraperfecta de enviar a tío Tommy y a tía Susie de vuelta a Francia. —Levantó sucopa en cuanto Byron terminó de servir—. A la salud de Hacienda.

Byron silbó entre dientes.—¿Estamos obligados?—De acuerdo, que se vayan todos al infierno. A mi salud. —Bebió, hizo girar

el champán en la copa y volvió a beber—. Vendrás conmigo, ¿verdad?Pediremos a la señora Williamson que prepare una de sus increíbles comidas.También llevaremos a los perros. Podemos… ¿qué diablos estás mirando?

—Te miro a ti. Me gusta verte feliz.—Pon a punto esa tostada francesa y me verás en pleno éxtasis. Estoy

muerta de hambre.—Deja sitio al maestro, por favor. —Sacó los huevos y la leche—. ¿Por qué

no pasamos por tu apartamento a recoger un par de cosas tuyas? Podríamosprolongar la celebración si tú te quedaras una noche más.

—De acuerdo. —Estaba demasiado excitada para poner objeciones, aunqueaquello quebrantaba su regla tácita de no quedarse allí más de dos nochesseguidas—. Yo contesto —dijo cuando sonó el teléfono—. Tú sigue cocinando. Yponle canela a rabiar. ¿Diga? Hola, Laura. Estaba pensando en ti. —Sonriendo, seacercó a mordisquear la oreja de By ron—. Pensábamos pasar por allí más tardey autoinvitarnos a comer. Tengo algunas noticias que… ¿Cómo?

Enmudeció de golpe y la mano que había levantado para juguetear con elcabello de Byron cayó pesadamente a un costado de su cuerpo.

—¿Cuándo? A las… sí. Oh, Dios mío. Dios mío. Bueno, ahora mismo iremospara allí. Vamos en camino. Margo —dijo, y apagó su teléfono móvil—. Josh laha llevado al hospital.

—¿El bebé?—No lo sé. No lo sé. Es demasiado pronto para el bebé. Tenía dolor y algo de

pérdidas. Dios mío, By ron.—Ven. —Aferró la mano que buscaba la suya—. Vamos.

17

Gracias al cielo, By ron iba al volante. Por mucho que intentara mantener lacalma, sabía que le habrían temblado las manos. Solo tenía a Margo en la cabeza.

Veía imágenes intermitentes de las tres cuando eran niñas. Sentadas en losacantilados, le arrojaban flores al mar y a Serafina. Margo desfilando por eldormitorio con su primer sostén, seductora y curvilínea, mientras Laura y Katela contemplaban con la envidia de las que tienen el pecho plano. Margo rizando elcabello de Kate para el baile de promoción y deslizando luego un condón en sucartera… por si acaso.

Margo en Templeton House… siempre volvía a Templeton House.Desesperada cuando su mundo se había desplomado, furiosa porque habían

hecho daño a un amigo suyo. La determinación y la bravura cristalina con quehabía luchado para reconstruir su vida.

Vestida de novia y avanzando por la nave principal de la iglesia en dirección aJosh, tan bella y deslumbrante, envuelta en kilómetros de satén blanco y encajefrancés. Llorando cuando entró en la tienda y anunció que no tenía la gripe sinoque estaba encinta. Otra vez llorando cuando sintió moverse al bebé. Yconmovida sobre las prendas minúsculas que su madre ya había empezado acoser. Luciendo su vientre prominente, radiante cuando sentía un puntapié.

Margo, siempre tan apasionada, tan impulsiva y tan fascinada con la idea deser madre.

« El bebé… —Kate cerró los ojos con fuerza—. Santo Dios, el bebé» .—No quiere saber si es niña o niño —murmuró Kate—. Dijo que quería que

fuese una sorpresa. Ya han escogido los nombres. Si es niña, se llamara Suzanna,por tía Susie y Anna. John Thomas si es varón, por el padre de Margo y tíoTommy. Oh, By ron, ¿y si…?

—No pienses en los « ¿y si…?» . Solo aguanta. —Retiró la mano de la palancade cambios para acariciar la suya durante unos segundos.

—Lo estoy intentando. —Tuvo que contener un escalofrío cuando Byronfrenó en el aparcamiento frente al alto edificio blanco—. Démonos prisa.

Temblaba como una hoja cuando llegaron a la puerta. By ron la detuvo unmomento y observó su rostro.

—Puedo ir solo y averiguar qué ocurre. No tienes necesidad de entrar.

—Sí, quiero hacerlo. Puedo controlarme.—Ya sé que puedes. —Entrelazó sus dedos con los de Kate.Margo estaba en la planta de maternidad. Cuando cruzaron el pasillo a

grandes zancadas, Kate bloqueó los sonidos y los olores del hospital. Por lo menosesa planta le traía buenos recuerdos familiares. Los bebés de Laura. La prisa y laalegría desbordante de ser parte de aquellos nacimientos había limado el filo másinsidioso del pánico, le había hecho recordar cuánto había que luchar para queuna pequeña vida llegara al mundo.

Y le había hecho comprender que ese era un lugar de nacimiento, no demuerte.

Lo primero que vio fue el rostro de Laura.—Te estaba esperando. —Aliviada, estrechó a Kate entre sus brazos—. Todos

están en la sala de espera. Josh está con Margo.—¿Qué ha pasado? ¿Margo está bien? ¿Y el bebé?—Hasta donde sabemos, todo está bien. —La guio hasta la sala de espera,

esforzándose por mantener una serenidad ficticia—. Según parece, ha entrado enel proceso del parto prematuramente. Y tuvo una hemorragia.

—Oh, Dios mío.—Han detenido la hemorragia. La han detenido. —Laura respiró hondo para

tranquilizarse, pero sus ojos reflejaban miedos indecibles—. Annie ha entrado averla. Dice que Margo está resistiendo. Los médicos están tratando deestabilizarla, de interrumpir el proceso del parto.

—Es demasiado pronto, ¿verdad? Está en el séptimo mes. —Kate entró en lasala de espera, vio rostros preocupados y acalló con firmeza sus propios temores—. Annie. —Cogió las manos de la mujer entre las suyas—. Se pondrá bien. Túsabes mejor que nadie lo fuerte y obstinada que es.

—Parecía tan pequeñita en esa cama. —Se le quebró la voz—. Como unaniña. Está demasiado pálida. Tendrían que hacer algo por ella. Está demasiadopálida.

—Nos vendría bien un café, Annie. —Susan le deslizó un brazo sobre loshombros—. ¿Por qué no me acompañas a buscarlo? —Acarició el brazo de Katey condujo a Annie fuera de la sala.

—Susie se ocupará de ella —murmuró Thomas. Solía pensar que era muypoco lo que podía hacer un hombre en situaciones como aquella, o demasiadopara poder imaginarlo—. Siéntate, mi pequeña Katie. Tú también estás muypálida.

—Quiero verla. —Las paredes comenzaban a cerrarse sobre ella. Y ademásestaba el denso, paralizante olor del miedo—. Tío Tommy, tú les dirás que mepermitan verla.

—Por supuesto que se lo diré. —Le besó la mejilla y meneó la cabeza endirección a Laura—. No, tú quédate aquí. Yo iré a ver a las niñas. Aunque estoy

seguro de que se lo están pasando bien en la guardería.—Están preocupadas. Sobre todo Ali. Adora a Margo.—Iré a hacerles compañía. Dejo a todas mis mujeres en tus manos, By ron.—Las cuidaré bien. Sentaos —murmuró, empujándolas hacia un sillón—. Iré

a ayudar a Ann y a vuestra madre con el café. —Al marcharse, vio que secogían las manos.

—¿Puedes decirme qué ha pasado? —preguntó Kate.—Josh nos avisó desde el teléfono de su coche. No quería perder tiempo

llamando una ambulancia. Trataba de parecer tranquilo, pero yo me di cuenta deque estaba aterrorizado. Dijo que Margo se sentía cansada y algo doloridadespués de anoche. Cuando se levantaron esta mañana no se encontraba bien. Yse quejó de que le dolía en la parte de la cintura.

—Ha estado trabajando mucho. Todos los preparativos de la subasta.Tendríamos que haberlo pospuesto este año.

« Y yo tendría que haber levantado más peso» , pensó Kate.—Todo estaba bien cuando se hizo el último control médico —dijo Laura. Se

pasó una mano por la frente—. Pero tal vez tengas razón. Dijo que iba a tomaruna ducha y luego lo llamó a gritos. Sangraba y tenía contracciones. Cuandollegamos al hospital, y a la habían ingresado. Todavía no la he visto.

—Nos permitirán verla.—No te quepa la menor duda. —Laura aceptó el café que By ron le ofrecía,

sin olvidar darle las gracias.—Esperar es lo peor. —Byron se sentó al lado de Kate—. Siempre es así. Mi

hermana Meg lo pasó muy mal con su primer bebé. Treinta horas de parto, loque equivale al resto de tu vida cuando vas de una punta a otra de la sala deespera.

« Habla —se dijo—. Continúa hablando y dales otras cosas en qué pensar» .—Abigail era robusta; pesaba casi cuatro kilos. Meg juró y perjuró que jamás

tendría otro bebé. Luego tuvo dos más.—Para mí fue tan fácil… —murmuró Laura—. Nueve horas con Ali, solo

cinco con Kay la. Salieron como si nada.—Memoria selectiva —la corrigió Kate—. Recuerdo como si fuera hoy que

casi me rompes todos los huesos de la mano cuando estabas en la sala de partos.Eso fue con Ali. Y con Kay la tú…

Se levantó de un salto al ver a una enfermera en el vano de la puerta. Esquivóla mesita, lista para presentar batalla.

—Queremos ver a Margo Templeton. Ahora.—Eso me han informado —dijo la enfermera secamente—. La señora

Templeton desea veros. Tendréis que ser breves. Por aquí, por favor.Comenzó a avanzar por un ancho pasillo. Kate bloqueó el sonido de hospital

del calzado con suela de goma sobre el linóleo. « Había tantas puertas —pensó—.

Puertas blancas, todas cerradas. Tanta gente detrás de las puertas. Camasrodeadas de cortinas. Máquinas que siseaban y hacían toda clase de ruidos. Tubosy agujas. Médicos de ojos tristes y cansados que venían a decirte que tus padreshabían muerto, que se habían ido. Y te habían dejado sola» .

—Kate. —Laura acarició la mano que aferraba la suy a.—Estoy bien. —Se ordenó volver al aquí y ahora y aflojó el puño—. No te

preocupes.La enfermera abrió la puerta de la habitación. La habían diseñado para que

fuera acogedora, alegre. Para dar la bienvenida a una nueva vida. Unamecedora, paredes pintadas de cálido marfil con plantas de hojas oscuras enfloración y los afables acordes de una sonata de Chopin eran las partes quecomponían el sereno conjunto.

Pero la máquina estaba allí, con su pulso regular y artificial, y el taburetegiratorio que usaban los médicos, y la cama con sus vallas protectoras, y lassábanas blancas almidonadas.

Margo estaba acostada, pálida, con los ojos vidriosos y la magnífica cabellerapeinada hacia atrás. Algunos rizos sueltos caían húmedos sobre su cara. La bolsade suero que colgaba junto a la cama goteaba un líquido claro dentro de un tuboy en el interior de su cuerpo. Tenía una mano apoyada sobre el vientre,protectora, y la otra en la de Josh.

—Aquí estáis. —Sus labios se curvaron en una débil sonrisa y apretó la manode su esposo para tranquilizarlo—. Tómate un respiro, Josh. Adelante. —Frotó lasmanos unidas de ambos contra su mejilla—. Tendremos una charla de mujeres.

Josh vaciló, dudando entre hacer lo que Margo le pedía y estar a más de unpaso de distancia de ella.

—Esperaré fuera. —Bajó la cabeza para besarla y acarició dulcemente elvientre de su esposa—. No te olvides de respirar.

—Hace años que respiro. Casi he logrado normalizar el ritmo. Vete al pasilloy camina de un extremo a otro como un futuro padre.

—Se portará bien —le aseguró Laura.Se sentó en el borde de la cama y palmeó el muslo de Josh.—Estaré fuera —repitió él.Y esperó a llegar al pasillo para pasarse las manos nerviosas por la cara.—Está aterrado —murmuró Margo—. Y Josh no se aterra ante nada. Pero

todo saldrá bien.—Claro que sí —dijo Laura, y miró el monitor que transmitía con señales

eléctricas los latidos del corazón del bebé.—No, hablo en serio. No voy a perderlo. Estoy algo adelantada, eso es todo.

—Miró a Kate—. Creo que es la primera vez en mi vida que llego temprano aalgo.

—Oh, no lo sé. —Con el mismo tono ligero, Kate se sentó en el lado libre de

la cama—. Te desarrollaste temprano.Margo resopló.—Es cierto. Oh, aquí viene otra —dijo con voz trémula, y comenzó a respirar

lentamente para sobrellevar la contracción. Por instinto, Kate le cogió la mano yrespiró con ella.

—Son muy suaves —musitó Margo—. Ahí dentro hay algo quesupuestamente las vuelve más espaciadas. —Miró de reojo el suero intravenoso—. Esperaban detenerlas de golpe, pero parece que el bebé quiere salir. Sietesemanas antes de lo previsto. Oh, Dios. —Cerró los ojos y apretó los párpados. Elmiedo sobrevolaba su mente por mucho que se esforzara en alejarlo—. Tendríaque haber dormido más siestas. No tendría que haber pasado tanto tiempo de pie.Tendría que…

—Basta —la interrumpió Kate—. No es momento para lamentarse.—A decir verdad, cuando estás de parto es el mejor momento para la

autocompasión. —Recordando sus propios partos, Laura acarició el vientre deMargo para consolarla—. Pero no para la culpa. Tú te has cuidado muy bien, yhas cuidado al bebé.

—Y te has aprovechado al máximo de la situación. —Kate levantó una ceja—. ¿Cuántas veces he tenido que bajar y subir las escaleras de la tienda porque túestabas encinta y y o no? —Quería llorar, y se prometió hacerlo a gritos cuandotodo hubiera pasado—. ¿Y los antojos que te daban por las tardes… y y o teníaque ir al Muelle de los Pescadores a buscarte un yogur de fresa helada con bañode chocolate? ¿Crees que compré eso?

—Compraste el yogur —señaló Margo—. A decir verdad, no me molestaríacomerme uno ahora.

—Olvídalo. Confórmate con masticar hielo pulverizado.—Voy a hacer las cosas bien. —Margo respiró hondo—. Sé que el médico

está preocupado. Josh también lo está. Y mamá. Pero voy a hacer las cosas bien.Vosotras sabéis que puedo.

—Por supuesto que puedes —murmuró Laura—. Este hospital tiene una delas mejores salas de partos del país. Y ofrece los mejores cuidados para losprematuros. Yo formé parte del comité que ay udó a recaudar fondos paracomprar nuevos equipos, ¿recuerdas?

—¿Quién puede recordar todos los comités en los que has estado? —dijo Kate—. Todo saldrá bien, Margo. Nadie sabe lo que quiere, y cómo conseguirlo,mejor que tú.

—Quiero este bebé. Pensé que podría interrumpir el proceso del parto, perobueno… según parece, el niño ya me domina. Nacerá hoy. —Sus labiosvolvieron a temblar—. Es tan pequeño.

—Y tan fuerte —añadió Kate.—Sí. —Margo esbozó una sonrisa sincera—. Fuerte. El médico todavía tiene

esperanzas de interrumpir el proceso del parto, pero no lo logrará. Sé que naceráhoy. ¿Tú me comprendes? —preguntó a Laura.

—Absolutamente.—Y el médico se ha puesto imposible con el parto. Solo acepta a Josh. Yo

quería que vosotras también lo presenciarais. Las dos. Tenía la imagen de un granacontecimiento ruidoso e impúdico.

—Lo tendremos después. —Kate se inclinó y le dio un beso en la mejilla—.Te lo prometo.

—De acuerdo. Está bien. —Margo cerró los ojos y tuvo una nuevacontracción.

—Es fuerte —dijo Laura a Kate cuando salieron al pasillo.—Lo sé. Pero no me gusta verla asustada.—Si el goteo no interrumpe el parto, no le quedará tiempo para estar

asustada. Lo único que podemos hacer es esperar.Y esperaron. Una hora. Dos. Inquieta, Kate iba de una punta a otra de la sala,

fastidiaba a las enfermeras y bebía demasiado café.—Come —ordenó By ron, pasándole un emparedado.—¿Qué es?—Cuando la máquina expendedora expulsa un emparedado, uno no pregunta

qué es. Simplemente se lo come.—De acuerdo. —Le dio un mordisco. Tenía un sabor parecido a la ensalada

de pollo—. Está tardando demasiado.—Solo han pasado tres horas —la corrigió—. Los milagros llevan tiempo.—Supongo. —Como necesitaba combustible, volvió a dar un mordisco—.

Tendríamos que estar allí, con ella. Sería mejor si estuviéramos con ella.—Esperar es difícil. Y para algunos es más difícil todavía. —Le peinó el

cabello con los dedos—. Podríamos dar un paseo por los jardines, sacarte atomar un poco el aire.

—No, estoy bien así. —Maldita sea si lo estaba—. Es más fácil concentrarmeen Margo que pensar dónde estoy. Las fobias son tan…

—¿Humanas?—Estúpidas —decidió—. Fue una noche horrible en mi vida. La peor que

tendré que atravesar jamás, espero. Pero fue hace veinte años. —Si dejabavagar su mente, había sido ay er—. De todos modos, he podido estar en unhospital dos veces antes de hoy, cuando Laura tuvo a sus hijas. Quizá hay a sidomás fácil porque participé, y el parto no te permite pensar en otra cosa. Pero estoes lo mismo. Quiero quedarme aquí.

By ron le cogió la mano y la trajo de vuelta al presente.—¿Apuestas a que será niña o niño?—No lo había pensado. ¿Cuán… cuánto debe pesar un bebé para tener

posibilidades de sobrevivir?

—Será hermoso —dijo By ron, ignorando la pregunta—. Solo piensa en lacombinación de genes. Muchas veces se piensa que el bebé tendrá suerte ysacará los mejores rasgos de sus padres. Ya sabes, los ojos de la madre, lamandíbula del padre. Lo que sea. Este tiene oro en polvo por todas partes.Terminará siendo un malcriado.

—¿No me digas? Tendrías que ver la habitación que le han preparado Josh yMargo. Ya quisiera yo vivir allí. —Lanzó una carcajada, y ni siquiera se diocuenta de que Byron le había servido té en lugar de café—. Han comprado unacuna increíble, antigua… y un andador pasado de moda que encontraron en Bath.Habíamos organizado una fiesta para el bebé en Templeton House la semana queviene. Teníamos tantas… —Se le quebró la voz.

—Tendréis que organizar un evento posparto. ¿Qué le has comprado tú?—Es una tontería. —Hacía girar la taza en sus manos, una y otra vez. Trataba

de no llorar ni gritar ni salir corriendo e irrumpir en la sala de partos—. Margosiente fascinación por los diseñadores italianos. Sobre todo Armani. Y tienen unalínea infantil. Es ridículo.

—¿Le has comprado un Armani al bebé? —Lanzó una carcajada… que setransformó en un rugido al ver que Kate se ponía roja como un tomate.

—Es una broma —insistió ella—. Solo quiero gastarle una broma. —Pero sedescubrió sonriendo—. Supongo que la primera vez que el bebé vomite sobre elArmani, la broma me la habrán gastado a mí.

—Eres increíblemente dulce. —Le cogió la cara entre las manos y la besó—.Increíblemente.

—Es solo dinero.Reconfortada, apoyó la cabeza contra el hombro de Byron y miró a su

familia. Laura había regresado de ver a las niñas y estaba sentada con Ann. Sustíos estaban de pie junto a la ventana. El brazo del tío Tommy rodeaba loshombros de su tía. Había un televisor empotrado en la pared. La CNN transmitíalas noticias del domingo, daba información acerca de un mundo que no teníanada que ver con aquella sala llena de gente que esperaba.

Otros iban y venían, y traían con ellos expresiones de preocupación,expectativa o entusiasmo. Oía los ecos vacíos del sistema de altavoces, los pasosrápidos y eficientes de las enfermeras, las risas ocasionales.

Vio a un hombre joven que acompañaba a su esposa embarazada, con unvientre enorme, en el pasillo. Le frotaba la espalda muy concentrado y ella dabapasos lentos y medidos.

—A Laura le gustaba caminar cuando estaba de parto —murmuró Kate.—¿Hum?—Margo y y o la acompañábamos a caminar por turnos, le frotábamos la

espalda, respirábamos con ella.—¿Y su esposo?

—Su esposo. —Hizo un gesto despectivo, y miró a Laura para asegurarse deque no pudiera escucharlos—. No tenía tiempo para el método Lamaze. No loconsideraba necesario. Yo la acompañé a las reuniones durante sus dosembarazos, y Margo me reemplazaba cuando era necesario.

—Pensé que Margo vivía en Europa en aquella época.—Sí, pero volvió para los partos. Kay la se adelantó unos días y Margo estaba

trabajando. El plan era que Margo pasara la última semana con Laura enTempleton House, pero cuando llamó desde el avión, Laura acababa de entrar enel proceso del parto. Margo fue al hospital directamente desde el aeropuerto.Estuvimos con ella —dijo con ferocidad—. Siempre estuvimos con ella.

—¿Y Ridgeway?—Aparecía cuando todo estaba limpio y ordenado. Hacía lo que estoy segura

consideraba un intento viril de ocultar su decepción porque los bebés no teníanpenes. Le daba un regalo costoso a Laura y se marchaba. Miserable.

—No he tenido oportunidad de conocerlo —dijo Byron—. No puedo decirque me haya formado una opinión favorable de él a partir de los informes. Por logeneral, prefiero sacar mis propias conclusiones de primera mano. —Se quedócallado un momento—. Pero creo que en este caso puedo hacer una excepción ydespreciarlo.

—Haces muy bien. Y ella ha hecho bien en quitárselo de encima. En cuantodeje de sentirse culpable por habérselo quitado de encima, estará de parabienes.Ay, Dios, ¿por qué tardan tanto? No aguanto más. —Se levantó de un salto—.Tienen que decirnos algo. No podemos seguir aquí sentados.

Una enfermera con zapatillas desechables de color verde apareció en el vanode la puerta.

—Entonces es probable que queráis acompañarme a dar un corto paseo.—Margo —balbuceó Ann. Y se levantó enseguida.—La señora Templeton se encuentra bien. Y el señor Templeton está en las

nubes. En cuanto al bebé, será mejor que lo veáis con vuestros propios ojos.Venid conmigo, por favor.

—El bebé. —Ann cogió la mano de Susie—. Ha tenido el bebé. ¿Cree queestará bien? ¿Será sano?

—Ya lo veremos. Vamos, abuela —murmuró Susan.Y comenzó a guiarla hacia la puerta.—Estoy aterrada. —Temblando como una hoja, Kate aferraba la mano de

By ron—. La enfermera sonreía, ¿verdad? No habría sonreído si hubiera ocurridoalgo malo. Te das cuenta por los ojos. Te das cuenta si las miras a los ojos. Hadicho que Margo estaba bien. ¿Verdad que ha dicho que Margo estaba bien?

—Eso fue exactamente lo que dijo. Pronto podrás verla por ti misma. Y miraesto.

Se acercaron a una puerta de cristal. Josh estaba de pie, detrás de la puerta,

con una sonrisa que batía todos los récords. Sostenía en brazos un bulto pequeñocon una mota de cabello dorado, coronada por un lazo azul eléctrico.

—Es un varón. —Thomas apoyó la mano sobre el cristal y dijo con voz rota—: Mira a nuestro nieto, Susie.

—Dos kilos y medio —proclamó Josh. Bamboleaba alegremente a su hijo enel aire para que toda la familia lo viera—. Dos kilos y medio. Diez dedos en lasmanos. Diez dedos en los pies. Dos kilos y medio. —Bajó la cabeza y rozó con loslabios la mejilla del bebé.

—Es tan menudo. —Con ojos llorosos, Kate abrazó a Laura—. Y tanhermoso.

—John Thomas Templeton. —Laura tenía el rostro bañado en lágrimas—.Bienvenido a casa.

Lo mimaban y arrullaban del otro lado del cristal, y protestaron ruidosamentecuando una enfermera vino a llevárselo. Cuando Josh salió por la puerta seabalanzaron sobre él como aldeanos sobre un héroe conquistador.

—Dos kilos y medio —volvió a decir. Y enterró la cara en el cabello de sumadre—. ¿Has escuchado bien? Pesa dos kilos y medio. Los médicos dicen queeso es muy bueno. Tiene todos los órganos completos y en perfectofuncionamiento. Van a hacerle algunas pruebas porque no terminó de cocinarse,pero…

—A mí me ha parecido que estaba en su punto —dijo Byron—. Fúmate uncigarro, papá.

—Diablos. —Josh se quedó mirando el cigarro que Byron le ofrecía—. Papá.Ah. Tendría que ser yo quien convidara a los cigarros.

—Ocuparme de los detalles es parte de mi trabajo. Abuela. —By ron ofrecióun cigarro a Ann, que los hizo reír a todos metiéndoselo en la boca.

—¿Y Margo, Josh? —Laura le cogió la mano—. ¿Cómo está ella?—Asombrosa. Es la mujer más asombrosa del mundo. El bebé salió

chillando. ¿No te lo había dicho? —Lanzó una carcajada, levantó a Laura envolandas y la besó. Las palabras salían a borbotones de su boca—. Aullaba. Yapenas hubo salido… Margo se echó a reír. Estaba exhausta, y ambos estábamosmuertos de miedo. Y entonces salió.

Conmovido, juntó las manos y miró a su familia.—Es increíble. No podéis imaginaros. Bueno, claro que podéis, pero no es lo

mismo que estar allí. El bebé llorando a gritos, Margo riendo a carcajadas y losmédicos que dicen: « Vaya, parece que tiene buenos pulmones» . Parece quetiene buenos pulmones —repitió Josh con voz entrecortada—. Parece que todomarcha bien.

—Por supuesto que sí. —Thomas le dio un abrazo de oso—. Es un Templeton.—No es que no estemos contentos de verte. —Kate le apartó el cabello de la

cara—. Pero ¿cuándo nos dejarán entrar a ver a Margo?

—No lo sé. Dentro de unos minutos, supongo. Ha pedido a la enfermera quele llevara su cartera. —Sonrió con alegría renovada—. Quería retocar sumaquillaje.

—Típico. —Kate dio media vuelta y se colgó del cuello de Byron—. Típicode ella.

18

La semana siguiente al nacimiento de J. T. Templeton fue vertiginosa ycomplicada. La agenda de Laura no le permitía pasar más de unas horas en latienda. Y dado que Margo estaba consagrada de lleno a su hijo recién nacido,Kate tuvo que arreglárselas sola con los resultados de la exitosa recepción. Elparto adelantado había echado por tierra sus vagas esperanzas de seleccionar ycontratar a una empleada de media jornada.

Kate había quedado expuesta a sus propios recursos. Abría la tienda todos losdías y aprendía a controlar el impulso de apurar a las clientas que curioseaban.Aunque jamás comprendería el encanto de perder el tiempo en una tienda, seobligaba a valorar que otras personas pudieran disfrutarlo de ello.

Estudiaba las listas de inventario y trataba de identificar los artículos másesotéricos de Pretensiones. Pero por qué alguien querría tener un pastillero dediseño con incrustaciones de perlas iba más allá de su comprensión.

Su rotunda franqueza a veces era aceptada de buen grado y otras tomadacomo un insulto. Por cada mujer que valoraba que le dijesen si una prenda no lesentaba bien, había dos que montaban en cólera.

Para poder soportarlo, recordaba que podía encerrarse al menos una hora aldía en la oficina y estar sola, con la única y gloriosa compañía de sus librosmay ores.

Ellos jamás le replicaban.—El cliente siempre tiene la razón —murmuraba para sus adentros—. El

cliente siempre tiene la razón… aunque sea un imbécil sin remedio.Salió del probador. Una clienta acababa de informarle que el Donna Karan

tenía la etiqueta de la talla equivocada. De ninguna manera podía ser una tallacuarenta porque era demasiado ajustado de caderas.

« Demasiado ajustado de caderas, mi culo» . La vieja bruja no podría metersiquiera un muslo en una talla cuarenta, ni aunque lo engrasara con aceite paramotores.

—Señorita, oh, señorita. —Otra clienta chasqueó los dedos, al igual que uncomensal que le ordenara otra botella de vino a una camarera demasiado lenta.

Kate sonrió con los dientes apretados.—Sí, señora. ¿En qué puedo servirla?

—Quiero ver este brazalete. El Victoriano. No, no, le he dicho el Victoriano,no la esclava de oro.

—Perdone. —Kate siguió la dirección en que apuntaba el dedo y volvió aintentarlo—. Es encantador, ¿verdad? —Remilgado y cursi—. ¿Desea probárselo?

—¿Cuánto cuesta?« Tiene una etiqueta, ¿no?» . Sin dejar de sonreír, Kate dio la vuelta a la

etiqueta y leyó el precio.—¿Y qué son esas piedras?« Oh, mierda» . ¿Para qué diablos había estudiado sus lecciones?—Creo que este es un granate… y una cornalina y… —¿Cómo se llamaba la

amarilla? ¿Topacio? ¿Ámbar? ¿Cetrina?—. Cetrina. —Se arriesgó. Le sonaba másVictoriano.

Mientras la clienta estudiaba el brazalete, Kate observaba el movimiento de latienda. Ella sí que era una chica de suerte. Estaba atestada y Laura ya noregresaría. Todavía faltaban tres horas para cerrar, y suponía que en ese margende tiempo lo que quedaba de su cerebro se ablandaría hasta parecer una bola dearroz frío.

Le entraron ganas de sollozar cuando oyó el sonido de la puerta al abrirse.Pero cuando vio quién había entrado quiso aullar.

Candy Litchfield. Su enemiga de siempre. Candy Litchfield, con su andaraltanero y cimbreante y su figura estilizada, con su cabellera roja en cascada ysu naricilla perfecta… Y escondido debajo, un corazón de víbora.

Había traído a sus amigas. Kate sintió que el corazón le daba un vuelco.Matronas de la alta sociedad, con sus peinados impecables, sus ojos sagaces y suszapatos italianos.

—Nunca he podido encontrar aquí nada que me guste —proclamó Candy convoz clara y sonora—. Pero Millicent me ha comentado que vio un atomizador deperfume que podría formar parte de mi colección. Claro que en esta tienda todocuesta el doble de lo que vale.

Empezó a recorrer el salón envuelta en una densa nube de envidia y mala fe.—¿Desea que le muestre alguna otra cosa? —preguntó Kate a la clienta,

quien observaba a Candy con el mismo interés que había mostrado antes con elbrazalete.

—No. —Titubeó un instante, pero la avaricia ganó la partida y sacó su tarjetade crédito—. ¿Podría envolverlo para regalo, por favor? Es el aniversario de mihija.

—Por supuesto.Colocó el brazalete en una caja, lo envolvió, le puso un lazo y lo metió en una

bolsa… sin dejar de vigilar los movimientos de Candy. Dos clientas se marcharonsin comprar, pero Kate se negó a responsabilizar por ello a las malintencionadascríticas de Candy.

Sintiéndose como Gary Cooper al final de A la hora señalada, abandonó supuesto de vigía detrás del mostrador y salió a enfrentarse con ellas.

—¿Qué buscas, Candy ?—Curioseo en una tienda minorista abierta al público. —Esbozó una sonrisa

de labios finos. Exudaba un halo no demasiado sutil de Opium—. Creo quetendrías que ofrecerme una copa de champán de mala calidad. ¿No es esa lapolítica de la tienda?

—Sírvetelo tú sólita.—Una amiga me ha dicho que había un vaporizador qué podría gustarme. —

Candy miró las vitrinas.Su mirada se detuvo en un diseño precioso con forma de mujer, hecho de

cristal rosa esfumado.Habría confesado su edad antes que mostrar la más leve señal de interés.—No imagino a qué se habrá referido —murmuró con desgana.—Probablemente ha malinterpretado tu gusto. —Kate sonrió—. Mejor dicho,

ha cometido el error de creer que tienes gusto. ¿Y cómo está el muchacho de lapiscina?

Candy, quien tenía fama de revolcarse con hombres muy jóvenes entremarido y marido, se erizó como un puercoespín.

—¿Y qué se siente atendiendo un negocio? Supe que te habían despedido. Porrobar fondos de los clientes, Kate. Qué… vulgar.

—Alguien debe de haber podado tus viñas antes de tiempo, Candy Can.Tienes información atrasada.

—¿De veras? —Llenó una copa de champán hasta el borde—. ¿No me digas?Todo el mundo sabe que, con la influencia de los Templeton, todos tus delitosmenores serán borrados de un plumazo. Como los de tu padre. —Sonriócomplacida al comprobar que había dado en el blanco—. Pero solo un imbécil tepermitiría manejar sus cuentas a partir de ahora. —Bebió un sorbo condelicadeza—. Después de todo, donde hubo fuego… Tienes mucha suerte detener amigos ricos que te arrojen migajas. Pero siempre la has tenido.

—Siempre has querido ser una Templeton, ¿verdad? —dijo Kate con dulzura—. Pero Josh jamás te ha mirado dos veces. Solíamos reírnos tanto de esoMargo, Laura y yo. ¿Por qué no acabas tu champán y vas a meneársela a tumuchacho en la piscina, Candy? Estás perdiendo el tiempo aquí.

La piel de Candy se puso negra como la noche, pero mantuvo la voz serena.Siempre había querido dividir para reinar. Pero jamás había podido marcar untanto cuando Margo o Laura se encontraban cerca. Aunque ahora Kate estabasola… Esta vez tenía municiones de sobra.

—He oído decir que te estás viendo mucho con By ron de Witt. Y que éltambién te está viendo mucho.

—Me halaga muchísimo que te hayas interesado por mi vida sexual, Candy.

Te avisaré cuando lancemos el vídeo.—Un hombre astuto y ambicioso como Byron tendrá muy presentes las

ventajas de mantener una relación con la hija adoptiva de los Templeton.Imagínate lo alto que podrá llegar teniéndote a ti como trampolín.

Kate se puso pálida y Candy sintió una oleada de placer. Bebió un poco másde champán. Con ojos ardientes de malicia, estudió a Kate por encima del bordede la copa. La malicia se transformó en sorpresa cuando Kate echó la cabezahacia atrás y lanzó una carcajada.

—Diablos, tú sí que eres idiota. —Sin poder parar de reírse, Kate tuvo queapoy arse sobre el mostrador—. Y pensar que creíamos que eras una viborillamalvada. No has sido más que una consumada estúpida todo este tiempo. ¿Deverdad crees que un hombre como Byron necesita utilizar a alguien? —Empezaban a dolerle las costillas y tuvo que respirar hondo varias veces. Algoque vio en los ojos de Candy le dio la clave—. Ah, y a entiendo. Ya entiendo.By ron tampoco se ha dignado a mirarte, ¿verdad?

—Víbora —siseó Candy. Estampó la copa sobre el mostrador y se abalanzósobre Kate—. No podrías conseguir un hombre ni aunque bailaras desnuda frentea un pelotón de marines. Todo el mundo sabe por qué se acuesta contigo.

—Todo el mundo puede pensar lo que le venga en gana. Mientras tanto, yodisfruto.

—Peter dice que es un ambicioso y un arribista.Eso sí que despertó el interés de Kate.—¿Así que Peter anda diciendo eso?—Los Templeton lo despidieron porque Laura lloriqueó cuando se

divorciaron. Estaban tan preocupados por proteger a su mimada hija queignoraron el hecho de que Peter es un gran hotelero. Durante todos estos años hacontribuido a convertir la cadena Templeton en lo que hoy es.

—Oh, por favor. Peter jamás ha construido nada salvo su ego.—Usará todo su talento para abrir su propio hotel muy pronto.—Con dinero de los Templeton —comentó Kate. Pensó en Laura y las niñas

—. Qué… ironía.—Laura pidió el divorcio. Peter tenía derecho a una compensación

financiera.—Tú sí que sabes cómo sacar provecho de las disoluciones matrimoniales. —

Kate decidió que la visita de Candy no era tan molesta después de todo…teniendo en cuenta que traía noticias tan interesantes—. ¿Piensas invertir parte delo que te pagan tus exmaridos en el hotel de Ridgeway?

—Mi asesor financiero, que no es un ladrón, lo considera una buena inversión.—Volvió a sonreír con sorna—. Creo que me gustará estar en el negocio hotelero.

—Por supuesto, pasas mucho tiempo en hoteles… por horas, claro.—Qué chistosa eres. Nunca pierdas ese sentido del humor, Kate. Te hará

falta. —La sonrisa permanecía impertérrita, pero tenía los dientes apretados—.By ron de Witt te utilizará hasta haber alcanzado la posición que desea. Después…y a no te necesitará.

—Entonces tengo que aprovecharlo ahora. —Ladeó la cabeza—. Así que lehas echado el ojo a Peter Ridgeway. Eso sí que es fascinante.

—Nos hemos encontrado varias veces en Palm Springs y hemos descubiertoque tenemos muchos intereses en común. —Se alisó el cabello—. No olvidesdecirle a Laura que Peter está muy bien. Pero que muy bien.

—No lo olvidaré —dijo Kate. Candy se dirigió hacia la puerta—. Y darésaludos de tu parte a By ron. No, pensándolo bien… le daré solo los míos.

Rio con desprecio. Dio media vuelta cuando una clienta, que estaba cerca delmostrador, carraspeó para llamar su atención. Los ojos de la mujer iban de lapuerta a Kate, brillantes y cautelosos como los de un pájaro.

—Ah, quisiera que me muestre esos bolsos de noche. Si no es molestia.—Enseguida. —Kate le sonrió radiante. Por alguna razón, la visita de Candy

la había puesto de excelente humor—. Será un placer. ¿Ya ha comprado en estatienda?

—Sí, un par de veces.Kate cogió del estante tres bolsos pequeños y ridículamente adornados con

pedrería.—Valoramos a nuestras clientas. ¿No le parecen estupendos?

—Y luego ha dicho que tenía la suerte de tener amigos ricos que me arrojanmigajas. —Kate se metió una galleta casera de chocolate en la boca—. Así quegracias, pues supongo que eres una de mis amigas ricas.

—Qué imbécil. —Margo, quien estaba sentada en la tumbona del patio, sedesperezó.

—Pero dio en el blanco cuando me echó en cara lo que hizo mi padre.Margo bajó los brazos lentamente.—Lo lamento. Maldita sea, Kate.—Sabía que tarde o temprano alguien me lo echaría en cara. Detesto que,

habiendo tanta gente en el mundo, hay a tenido que ser justamente ella. Y lo quemás rabia me da es que esa miserable hay a podido comprobar el efecto delgolpe. Ojalá no me importara, Margo.

—Cuando amamos a alguien, todo nos importa. Lamento no haber estado allí.—Entornó los ojos, pensativa—. Necesito una manicura. Creo que Candy se hacelas manos los miércoles. ¿Qué te parece si le doy su merecido?

Kate sonrió alborozada de solo imaginar el encuentro… y el resultado.—Tómate un par de semanas para ponerte en forma, campeona. Y luego ve

y hazla morder el polvo. Sabía que me sentiría mejor si venía a desahogarme

contigo.—Recuérdalo la próxima vez que sientas que algo te carcome las entrañas.—Jamás permitirás que lo olvide, ¿verdad? —musitó Kate—. Ya te he dicho

que fue un error no decíroslo a ti y a Laura. He sido una estúpida.—Cuando lo hayas dicho a intervalos regulares durante uno o dos años,

olvidaremos todo el asunto.—Tengo amigos tan comprensivos… Demonios, estas galletas son mortales

—murmuró Kate con la boca llena—. Debe de ser grandioso tener aquí a Annie,cocinando y metiendo bulla.

—Vaya si lo es. Jamás hubiera creído que podríamos volver a vivir bajo elmismo techo, ni siquiera a corto plazo. Ha sido muy considerado y generoso porparte de Laura insistir en que mamá se quedara con nosotros un par de semanas.

—Hablando de Laura. —Kate había decidido ir a ver a Margo al salir detrabajar, pues sabía que Laura estaba demasiado ocupada para visitarla a esahora—. Candy mencionó a Peter.

—¿Y?—Ha sido la manera en que lo mencionó. Primero nos atacó a mí y a By ron.—Perdón. —Margo se dio el gusto de comer una galleta—. ¿Cómo?—Pues… ha dicho que él es un arribista y que me está utilizando para ganar

puntos con los Templeton. Ya sabes, cada vez que me provoca un orgasmo, elloslo ascienden un grado.

—Patético. —Miró a Kate con los ojos entornados—. ¿No habrás compradopescado podrido?

—No. —Sacudió la cabeza con fuerza—. No. Podría haberlo comprado si setratara de cualquier otro, pero no de Byron. Ha sido una maniobra muy hábil desu parte. Pero él no está hecho de esa pasta. Me he reído en su cara cuando lodijo.

—Te felicito. ¿Y eso qué tiene que ver con Peter?—Según parece, la idea la ha sacado de él. Al menos en parte. Me parece

que se han vuelto… íntimos.—Diablos. ¡Qué imagen tan espeluznante! —Margo fingió un escalofrío—.

Dos babosas en capullo.—Ha insistido en que se lo dijera a Laura. No sé si debo.—Olvídalo —dijo Margo de inmediato—. Laura no necesita saber esas cosas.

Si se entera, pues bueno. Además, con los antecedentes amatorios de Candy, lomás probable es que y a hayan terminado.

—Eso pensaba yo. —Kate jugaba con el resto de su capuchino ycontemplaba el paisaje—. Es tan hermoso este lugar… Nunca te he dicho quehas hecho milagros en esta casa. La has convertido en un hogar.

—Es un hogar. Lo fue desde un principio. —Margo sonrió—. Y te lo debo a ti.Fuiste tú quien me habló de él.

—Parecía hecho para ti… para ti y para Josh. ¿Crees que a veces se puedesaber si un lugar es ideal para una?

—Estoy segura. En mi caso fue Templeton House. Era demasiado pequeñapara recordar dónde había vivido antes, pero desde el primer día fue mi hogar,siempre. Mi apartamento en Milán.

Margo se interrumpió y Kate se revolvió en la silla, incómoda.—Lo lamento. No he querido evocar viejos recuerdos.—No hay problema. Yo amaba ese apartamento. Tal como era. Allí también

me sentía en casa. En aquella época era ideal para mí. —Se encogió de hombros—. Si las cosas hubieran seguido como estaban, aún lo sería. Pero nada es igualque antes. Yo tampoco. Y después vino la tienda. —Sonrió y se enderezó en latumbona—. ¿Recuerdas que yo estaba fascinada con ese edificio enorme yvacío, mientras Laura y tú poníais los ojos en blanco y os preguntabais sitendríais que sacarme de allí a rastras?

—Olía a marihuana rancia y a telarañas.—Y yo lo amé en cuanto lo vi. Sabía que podía sacarle algo bueno. Y lo hice.

—Miró los acantilados con ojos brillantes—. Tal vez la maternidad me hay avuelto filosófica, pero no me resulta difícil decir que necesitaba hacer algo allí. Yjamás lo habría hecho sin ti y sin Laura. Déjame ser sensiblera por un momento—dijo al ver que Kate hacía una mueca—. Tengo derecho. He comenzado apensar que las cosas se mueven en círculo, si una las deja. Estamos juntas enesto, tras haber pasado por distintas circunstancias. Pero estamos juntas. Siemprelo hemos estado. Eso tiene valor.

—Sí. Tiene valor. —Kate se levantó y fue hasta el borde del patio.La hierba estaba muy verde, moteada de pequeñas flores coloridas. El cielo

otoñal todavía tenía aquel azul brillante, que se reflejaba en las ondas del mar ymás allá, a lo lejos.

« Ese era un hogar» , pensó Kate. No el suyo, aunque allí se sentía en casa, aligual que en Templeton House. Tenía miedo de haberse enamorado del ciprésinclinado, de los viñedos en flor y de la madera y los cristales de una casa enSeventeen Mile que no era suy a.

—Para mí, siempre ha sido Templeton House —dijo. Y reemplazó la imagende las terrazas a varios niveles y las anchas ventanas por las torres y la piedra desu infancia—. La vista desde mi dormitorio, cómo olía después de que arreglaranlas flores. Jamás he sentido lo mismo por mi apartamento en la ciudad. Era soloun lugar cómodo para estar.

—¿Vas a conservarlo?Confundida, Kate se dio la vuelta.—Por supuesto. ¿Por qué no habría de hacerlo?—Pensé que… dado que estás viviendo en casa de By ron…—No estoy viviendo allí —dijo Kate, en un tono abrupto—. No vivo con él.

Solo… me quedo a dormir algunas noches. Eso es otra cosa.—Si quieres que lo sea. —Margo ladeó la cabeza—. ¿Qué te preocupa tanto

de él, Kate?—Nada. Precisamente. —Dejó escapar un suspiro y volvió a sentarse—. Iba

a preguntarte… teniendo en cuenta que eres una experta en estas cuestiones.Margo esperó.—¿Y bien? —Impaciente, comenzó a marcar un ritmo con los dedos sobre el

brazo de la tumbona.—Espera, estoy tratando de encontrar las palabras. —Se llenó de coraje y

miró a Margo directamente a los ojos para poder detectar el menor pestañeo—.¿Puedes volverte adicta al sexo?

—Ya lo creo que puedes —replicó Margo sin pestañear ni una vez—. Si lohaces bien. —Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba—. Apostaríaa que By ron lo hace muy bien.

—Hace que me estremezca de pies a cabeza —dijo Kate secamente.—Y encima tú te quejas.—No, no me quejo. Solo estoy preguntando. Yo jamás había… Mira, no es

que no haya tenido relaciones sexuales antes. Pero jamás había sentido elhambre de sexo que siento ahora. Con él. —Puso los ojos en blanco y sonrió parasí misma—. Diablos, Margo, estoy cinco minutos con él y ya quiero morderlo.

—Y, dado que su sabor te gusta, ¿cuál es el problema?—Pues me preguntaba si podría volverme demasiado dependiente en ciertos

aspectos.—¿Dependiente de una vida sexual extraordinaria?—Sí, precisamente. De una vida sexual absolutamente extraordinaria.

Después la gente cambia y pasa a otra cosa.—A veces sí. —Margo pensó en sí misma y en Josh. Sonrió—. Y a veces no.—A veces sí —repitió Kate—. Candy me ha dejado pensando…—Oh, por favor. Maldita sea, Kate, has dicho que no habías creído una

palabra de toda esa mierda.—¿De que By ron me estaba utilizando? Por supuesto que no. Pero me ha

hecho pensar en nuestra relación. Si lo que tenemos es una relación. En realidadno tenemos nada en común… bueno, excepto el sexo.

Con un largo suspiro, Margo se recostó en la tumbona y cogió otra galleta.—¿Y qué hacéis cuando no estáis inmersos en esos benditos torbellinos de

pasión?—Muy gracioso. Hacemos cosas.—¿Por ejemplo?—No lo sé. Escuchar música.—¿Os gusta la misma música?—Pues claro. ¿A quién no le gusta el rock and roll? A veces miramos

películas. By ron tiene una fabulosa colección de películas antiguas en blanco ynegro.

—Ah, esas películas viejas que tú adoras.—Mmm. —Se encogió de hombros—. Damos paseos por la playa, o él me

obliga a hacer ejercicio. Es inflexible con eso. —Más que complacida, mostrósus bíceps—. Ya tengo definición muscular.

—Mmm. Imagino que no habláis mucho, ¿verdad?—Por supuesto que hablamos. Del trabajo, de la familia, de la comida. Le

interesa mucho el tema de la alimentación.—Pero siempre habláis de cosas serias, ¿no?—No, quiero decir que nos lo pasamos bien. Nos reímos muchísimo. Y

jugamos con los perros o él arregla uno de sus coches y yo miro. Ya sabes… esaclase de cosas.

—Déjame ver si he comprendido bien. Os gusta la misma música, el mismotipo de películas, lo que se traduce en que podéis divertiros juntos. Disfrutáis delos paseos por la play a, haciendo ejercicio y compartís el afecto por dos chuchossin pedigrí. —Margo meneó la cabeza—. Ya veo cuál es el problema. Si no fuerapor el sexo, seríais una pareja de extraños. Déjalo ahora mismo, Kate, antes deque la cosa se ponga todavía más fea.

—Tendría que haber sabido que convertirías todo esto en una broma.—La bromista eres tú. Escúchate un poco. Tienes un hombre magnífico, una

relación estupenda y satisfactoria que incluye un sexo increíble e interesescompartidos… y estás aquí sentada buscándole la quinta pata al gato.

—Pero… si descubres las posibles carencias antes de que se presenten,puedes trabajar sobre eso.

—Esto no es una auditoria, Kate, es una relación amorosa. Relájate ydisfrútala.

—La disfruto. Casi siempre. Casi. —Volvió a encogerse de hombros—. Tengodemasiadas cosas en la cabeza. —Quizá había llegado el momento de comentarque le habían ofrecido ser socia en Bittle—. Se aproximan, eh… algunoscambios. —Se interrumpió al ver que Ann salía de la casa con el bebé.

—El hombrecillo ha despertado hambriento. Ya le he cambiado los pañales—dijo Ann. Sin dejar de arrullarlo, se lo entregó a Margo, quien lo esperaba conlos brazos abiertos—. Sí, claro que sí. Le he cambiado los pañales y le he puestouno de sus elegantes conjuntos. Tú sí que eres un caballerito. El orgullo de laabuela.

—Oh, ¿no es precioso? —Margo lo acunó en sus brazos. Al oler a su madre,J. T. pidió a gritos su alimento—. Cada vez que lo miro me parece más bello. Ycomo buen hombre que es, lo único que quiere es que la mujer se abra la blusa.Aquí tienes, amorcito.

J. T. se acurrucó feliz en su pecho. La amasaba con sus pequeños puños y

tenía sus ojos azules de recién nacido fijos en los de su madre.—Ha aumentado ciento veinte gramos —dijo Margo a Kate.—Al paso que va, dentro de una semana estará listo para medirse con los

pesos pesados. —Hechizada, Kate se sentó en el borde de la tumbona y leacarició el suave vello de la cabecita—. Tiene tus ojos y las orejas de Josh.Huele tan bien… —Aspiró el perfume a talco y leche del bebé y decidió queesperaría otra oportunidad para hablar de negocios—. Quiero tenerlo en brazoscuando acabéis.

—Te quedarás a cenar, señorita Kate. —Ann se llevó las manos a la espaldapara reprimir las ansias de modificar la posición en la que Margo amamantaba alprecioso niño—. El señor Josh tiene una reunión a última hora en el hotel y tú nosharás compañía. Y podrás tener en brazos al bebé todo lo que quieras.

—Bien… —Kate pasó la yema del índice por la curva de la mejilla de J. T.—. Dado que me has conquistado.

La Bay Suite del Templeton Monterey era funcional y elegante. Tenía variasmesas negras laqueadas con enormes urnas de porcelana colmadas de capullosexóticos, y un gran sofá curvo en brocado azul hielo, cubierto de almohadonescuy as tonalidades evocaban las de una alfombra oriental. Las cortinas de los dosventanales estaban abiertas a los gloriosos colores del crepúsculo. Muy despacio,el sol se iba hundiendo en el mar.

La mesa del área del comedor tenía el tamaño de una mesa paraconferencias; las sillas eran de respaldo alto y tallado, con asientos tapizados.Habían servido la cena en vaj illa de porcelana color blanco hueso, y la habíanacompañado con un fumé blanc de las bodegas Templeton.

Podrían haber celebrado la reunión en Templeton House, pero Thomas ySusan consideraban que era la casa de Laura. Y lo que tenían entre manos, pormuy agradable que fuera, era una cuestión de negocios.

—Si el establecimiento de Beverly Hills tiene un punto débil, es el servicio dehabitaciones. —By ron miró de reojo las anotaciones junto a su plato—. Lasquejas son las de siempre: demasiado tiempo de espera, confusión en los pedidos.La cocina funciona bien. El cocinero es un tanto…

—Temperamental —sugirió Susan con una sonrisa.—En realidad iba a decir aterrador. Me asustó. Quizá todo se reduzca al hecho

de que un hombre grande como un ropero, con acento de Brookly n y unacuchilla de carnicero en la mano me hay a echado de su cocina, pero no ha sidofácil.

—¿Y usted se fue? —Quiso saber Thomas.—Razoné con él. A distancia prudencial. Y le dije, con toda sinceridad, que

hacía las mejores coquilles Saint Jacques que he tenido el privilegio de saborear.

—Siempre ha sido así con Max —apuntó Josh—. Si mal no recuerdo, loscocineros de planta trabajan como máquinas.

—Así parece. Le tienen miedo. —Con una sonrisa, By ron probó su pollo alestragón—. El problema no está en la preparación, sino en el servicio.Naturalmente hay ciertas horas en que la cocina y el servicio estánsobrecargados, pero el servicio de habitaciones se ha relajado demasiado.

—¿Alguna sugerencia?—Recomiendo trasladar a Helen Pringle al establecimiento de Beverly Hills.

Si ella está de acuerdo, por supuesto, y con un puesto de gerente. Tiene muchaexperiencia y es eficiente. La echaremos de menos aquí, claro está, pero creoque podría resolver el problema de Los Ángeles. Y por cierto, es la primerapersona que recomendaría para un ascenso.

—¿Josh? —Thomas quiso conocer la opinión de su hijo.—Totalmente de acuerdo. Tiene una tray ectoria impecable como subgerente.—Ofrecedle el puesto. —Susan cogió su copa de vino—. Con el

correspondiente aumento de salario y beneficios.—Muy bien. Creo que con esto damos por cerrado el caso Beverly Hills. —

By ron revisó sus notas. Ya habían hablado de San Francisco. San Diego requeríauna visita personal de comprobación, pero no había por qué preocuparse en loinmediato—. Ah, tenemos una pequeña cuestión aquí, en la nave may or. —By ron se rascó la mejilla—. Los de mantenimiento han pedido nuevas máquinasexpendedoras.

Thomas enarcó una ceja y comió el último bocado de su salmón.—¿El personal de mantenimiento recurre a usted por lo de las máquinas

expendedoras?—Hubo un problema con la fontanería en el sexto piso. Fuimos saboteados

por un niñito que decidió ahogar a sus Power Rangers en el retrete. Ha sido undesastre. Tuve que bajar a calmar a los padres.

Y había terminado por mandarlos a la piscina y ayudado al fontanero adetener la inundación. Pero eso era harina de otro costal.

—Estaba supervisando la expulsión de los guerreros, por así decirlo, cuandosalió el tema de las máquinas expendedoras. Quieren de nuevo su comida basura.Según parece, hace un par de años desterraron las patatas fritas y los dulces y lasreemplazaron por manzanas y bizcochos sin grasas. Creedme, me arden lasorejas de escuchar tantas quejas por las interferencias de la corporación en losgustos personales.

—Habrá sido cosa de Ridgeway —decidió Josh.Susan hizo un gesto despectivo, pero se llevó la servilleta a los labios para

disimular una sonrisa. Imaginaba a By ron, tan elegante con su traje y susbrillantes zapatos, chapoteando sobre las alfombras empapadas y escuchando lasquejas del fontanero sobre los tentempiés.

—¿Alguna recomendación?—Contentarlos. —Byron se encogió de hombros—. Dejarles comer sus Milky

Ways.—De acuerdo —dijo Thomas—. ¿Y ese es el problema más grave que tiene

el personal en Templeton Monterey ?—Siempre hay conflictos menores, cosas de todos los días. Por ejemplo, la

mujer muerta en la ochocientos tres.Josh hizo una mueca.—Detesto que ocurran esas cosas.—Tuvo un ataque cardíaco y murió mientras dormía. Tenía ochenta y cinco

años y había llevado una buena vida. La sirvienta se pegó un gran susto.—¿Cuánto tiempo tardasteis en calmarla? —preguntó Susan.—¿Después de que pudimos darle alcance? Salió corriendo a gritos por los

pasillos. Una hora, aproximadamente.Thomas sirvió más vino y levantó su copa.—Es un alivio para Susie y para mí saber que California está en buenas

manos. Muchos creen que dirigir un hotel equivale a sentarse en una eleganteoficina a revolver papeles y molestar a la gente.

—Calma, Tommy. —Susan le palmeó el brazo—. Peter ya no es un problemapara nosotros. Ahora podemos odiarlo por razones estrictamente personales. —Sonrió a By ron—. Pero estoy de acuerdo con mi esposo. Regresaremos aFrancia el fin de semana con la tranquilidad de saber que las cosas aquí marchansobre ruedas. —Ladeó la cabeza—. En el aspecto profesional… y personal.

—Os lo agradezco mucho.—Nuestra Kate está muy feliz —empezó Thomas—. Muy fuerte y saludable.

¿Ya tenéis planes?—Oh, oh, aquí viene. —Con una sonrisa, Josh se recostó en la silla y meneó la

cabeza—. Lo siento, By, pero voy a sentarme a mirar cómo capeas la tormenta.—Es una pregunta razonable —insistió Thomas—. Sé cuáles son las

perspectivas del hombre, eso es obvio. Quiero saber cuáles son sus intenciones.—Tommy —dijo Susan, paciente—, Kate es una mujer adulta.—Es mi niña. —Se le nubló el rostro y apartó el plato de la comida—. Permití

que Laura hiciera las cosas a su modo y mira lo que le ha pasado.—No voy a hacerle daño —dijo Byron. La pregunta no lo había ofendido

tanto como podría esperarse. Después de todo, había sido criado en la viejaescuela, donde la preocupación y la intromisión familiar marchaban codo a codo—. Ella es muy importante para mí.

—¿Importante? —replicó Thomas—. Una buena noche de sueño esimportante.

Susan suspiró.—Come tu postre, Thomas. Ya sabes cuánto te gusta el tiramisú. Trabajar

para Templeton no le obliga a responder a preguntas personales, By ron. Ignórelo.—No lo pregunto como su jefe. Lo hago como padre de Kate.—Entonces le responderé con el mismo espíritu —dijo Byron—. Kate se ha

convertido en parte esencial de mi vida y tengo la intención de casarme con ella.—Dado que ni siquiera se lo había confesado a sí mismo hasta ese momento, sequedó callado y contempló su copa con el ceño fruncido.

—Muy bien, entonces. —Complacido, Thomas dio una palmada sobre lamesa.

—Ella aún no lo sabe —murmuró By ron. Y suspiró—. Les agradecería queme permitiese hacer las cosas con su Kate a mi manera. Todavía no ha llegado elmomento de comunicárselo.

—Dentro de unos días ya no podrá entorpecerle el camino —aseguró Susan aByron—. Estaremos a diez mil kilómetros de distancia.

Thomas clavó el tenedor en la cremosa torta.—Pero volveré —advirtió. Y sonrió a By ron de oreja a oreja.

Después de todo, él era un hombre detallista. By ron tuvo que recordárselo a símismo apenas regresó a su casa. Sabía manejar problemas sensibles. Sin dudapodría manejar algo tan básico como proponerle matrimonio a la mujer queamaba.

Ella no querría nada espectacular, pensó. Kate no soportaría la tradicionalpetición de mano, rodilla en tierra. Gracias a Dios. Preferiría algo más directo,más simple. Llegó a la conclusión de que la clave estaba en la forma. Y se aflojóla corbata.

No lo formularía como una pregunta. Empezar diciendo « Querrías…»ofrecía demasiadas posibilidades a que la respuesta fuese « No» . Lo mejor seríausar una frase afirmativa, parecida a una orden, a una verdad en la medida de loposible. Porque, después de todo, se trataba de Kate. Y lo más sabio, porque setrataba de Kate, sería tener a mano una lista de motivos racionales y sensatospara contraer matrimonio.

Si al menos se le ocurriera uno, uno solo.Ya se había quitado los zapatos cuando se percató de que algo andaba mal.

Tardó otro minuto en darse cuenta. Era el silencio. Los perros siempre salían asaludarlo cuando subía por el camino. Pero esa noche no había ladridos. Corrió ala puerta de la terraza, la abrió presa del pánico… y vio que tampoco habíaperros.

Llamó, silbó, bajó corriendo los escalones para revisar la cerca que losmantenía a salvo en el jardín de atrás. Su mente frenética se aterró ante laposible existencia de raptores de perros, y y a se estaba imaginando los titularesde los periódicos: « Roban mascotas y las venden para experimentos» .

El primer ladrido feliz le aflojó las rodillas. Habían sorteado la valla deseguridad, pensó. Fue hacia la playa. De algún modo se las habían ingeniado parasalir y dar un paseo por su cuenta. Eso era todo. Tendría que darles una buenareprimenda.

Subieron corriendo la escalera. Movían los rabos sin parar, en una explosiónde alegría y devoción. Le saltaron encima, lo lamieron y olfatearon con aqueldeleite trémulo que desplegaban siempre, no importaba que él hubiera estadoausente muchas horas o ido simplemente a buscar leche al colmado.

—Estáis castigados —les informó—. Los dos. ¿Acaso no os he dicho quedebéis quedaros en el jardín? Pues bien, ya podéis olvidaros de mordisquear loshuesos de jamón que os he traído de la cocina del hotel. No, no tratéis deenmendaros —dijo. Y se rio al ver que le ofrecían sus patas levantadas para quelas estrechara—. Considerad que estáis en la perrera… hablo en serio.

—Bueno, así sí que aprenderán a comportarse. —Kate subió el último escalóny se detuvo, sonriente bajo la luz de la luna—. Pero esta vez yo tengo toda laculpa. Les he pedido que me acompañaran a la playa. Y, como auténticoscaballeros que son, no han podido negarse.

—Estaba preocupado por ellos —balbuceó.No podía parar de mirarla. Estaba allí de pie, el cabello agitado por la brisa,

todavía sin aliento por la subida. Estaba allí, simplemente, como si él hubierapedido ese deseo y se hubiera cumplido.

—Lo siento. Tendríamos que haberte dejado una nota.—No esperaba verte esta noche.—Lo sé. —Incómoda, como le ocurría siempre que se dejaba llevar por los

impulsos, enterró las manos en los bolsillos—. Fui a visitar a Margo después decerrar la tienda, comí con ella y jugué con el bebé. Ha aumentado ciento veintegramos.

—Lo sé. Josh me lo ha dicho. Y me ha mostrado las fotos. Más de seisdocenas.

—Yo he visto los vídeos. Me encantaron. De todos modos, iba de regreso a miapartamento. —Su apartamento, pensó. Aburrido, vacío, sin sentido—. Y encambio he terminado aquí. Espero que no te moleste.

—¿Parezco molesto?La estrechó entre sus brazos, muy despacio. La atrajo poco a poco hacia él.

Durante tres palpitantes segundos, clavó sus ojos en los de Kate. Rozó apenas suslabios y se apartó. Volvió a besarlos y cambió de ángulo. Después… sus labiosdevoraron, abrieron, doblegaron su boca. Suave, profundo, intenso, el beso la hizotemblar de pies a cabeza. Aún tenía las manos en los bolsillos, demasiado flojaspara poder moverse. Los músculos de los muslos se le pusieron laxos, se leaflojaron las rodillas. Cuando él dejó de besarla, Kate hubiera jurado quetitilaban estrellas en sus ojos.

—Bien —musitó ella.Pero él volvía a besarla de aquella manera hechizante, devastadora y

deliciosa. Como si pudieran quedarse para siempre allí, acariciados por la suavebrisa marina y atrapados por la muda pasión.

Respiró hondo cuando él apartó los labios. Los ojos de By ron estaban tancerca y eran tan transparentes que podía verse reflejada en ellos. La emoción lahizo tambalear y esbozó una sonrisa casual a manera de excusa.

—Si tengo que adivinar, me atrevería a decir que no estás molesto.—Te quiero aquí. —Le cogió las manos y se llevó las palmas, una por una, a

los labios. Volvió a mirarla—. Te necesito.Vio que Kate luchaba por recobrarse, por volver a poner los pies sobre la

tierra. No pensaba permitírselo.—Vamos adentro —murmuró, abrazándola—. Te lo demostraré.

19

Habían pasado varios días, y ella seguía allí.Para By ron, la mejor manera de descansar de la rutina de levantar pesas era

correr cinco kilómetros por la playa. Para una mujer que acostumbraba aempezar el día con dos tazas de café negro muy caliente era difícil hacerse a laidea de correr al alba.

Para consolarse, Kate se dijo que la experiencia era lo único que importaba.Y lo más importante de todo eran los gofres que él le había prometido sialcanzaba la marca.

—Entonces tú, digamos que… —resoplaba, bufaba y trataba de no perder elritmo— realmente disfrutas con esto.

—Es adictivo —le aseguró Byron. Avanzaba a paso de caracol para animarlapoco a poco. Y de paso admiraba lo hermosas que eran sus piernas en pantalonescortos—. Ya lo verás.

—No creo. Solo lo pecaminoso es adictivo. El café, los cigarrillos, elchocolate. El sexo. Uno no se vuelve adicto a las cosas sanas.

—El sexo es una cosa sana.—Es sano pero pecaminoso… en el buen sentido. —Los perros huyeron de la

rompiente y se sacudieron; pequeños proy ectiles de agua volaron y destellaronbajo el sol cada vez más intenso.

El amanecer también tenía sus encantos, después de todo. La luz eradolorosamente bella, y los olores tan frescos, tan renovados que parecíanirreales. El aire tenía la frescura justa para ser tonificante.

Tenía que admitir que sentía los músculos relajados. Aceitados, en ciertomodo, como si su cuerpo se estuviera transformando en una máquina bienafinada. Se sentía una estúpida al comprender que se había sentido mal durantetanto tiempo solo porque cambiar le resultaba demasiado complicado.

—¿Dónde corrías en Atlanta? Allí no hay playas.—Tenemos parques. Pistas cubiertas cuando hace mal tiempo.—¿Echas de menos aquello?—Echo de menos algunas cosas. Los magnolios. El sonido de las voces lentas.

A mi familia.—Jamás he vivido lejos de aquí. Jamás he querido hacerlo. Me gustaba ir a la

escuela cuando vivía en la costa este. Ver la nieve, la escarcha en las ventanas.Las hojas de los árboles en octubre, en Nueva Inglaterra. Pero siempre hequerido vivir aquí.

Divisó a lo lejos la escalinata de la playa. De haber podido, sus tobillosdoloridos habrían aplaudido.

—Margo ha vivido en muchísimos lugares. Y Laura ha viajado mucho másque yo.

—¿Hay algún lugar que te gustaría conocer?—No, en realidad no. Bueno… Bora Bora.—¿Bora Bora?—Tuve que hacer un trabajo sobre ese lugar cuando estaba en el colegio. Ya

sabes, un trabajo geográfico. Me pareció magnífico. Uno de esos lugares a losque me prometí que iría cuando pudiera tomarme unas verdaderas vacaciones.Vacaciones de esas en que no haces absolutamente nada. Oh, gracias al cielo —dijo, y se dejó caer en la arena, frente a la escalinata—. Lo he logrado.

—Y te dará un calambre atroz si dejas de moverte. —Sin piedad alguna, laobligó a ponerse de pie—. Sigue caminando. Los músculos tienen que enfriarse.¿Y por qué no has ido a Bora Bora?

Kate dio tres pasos, se dobló por la cintura y respiró.—Vamos, By ron, la gente real no va a Bora Bora así como así. Era solo un

sueño. ¿Crees que correr puede dislocar los órganos internos?—No.—Estoy segura de haber oído rechinar mis ovarios.By ron empalideció un poco.—Por favor. —Le pasó la botella de agua que había enterrado en la arena,

junto a la base de la escalinata.Silbó para llamar a los perros antes de empezar a subir.—En un día normal yo me estaría levantando. Iría dando tumbos a la cocina,

donde mi cafetera automática programada estaría soltando las últimas gotas decafé. Saldría de mi casa a las ocho y veinticinco, llegaría a la oficina a las ochocuarenta y cinco. Encendería la cafetera y me sentaría frente a mi escritorio conla primera taza a las ocho cincuenta y cinco.

—Y habrías consumido tu primera dosis de antiácidos a las nueve cincuenta ycinco.

—No era tan malo. —Sin decir más, cruzaron el jardín hacia la casa. Losperros empujaron la verja y fueron directo a sus platos, ansiosos por tomar eldesay uno—. No he tenido ocasión de hablar con Margo y Laura sobre mi posibleretorno a Bittle.

By ron sacó del armario una bolsa de veinte kilos de alimento para perros.—¿No has tenido ocasión?—Está bien… no he encontrado la mejor manera de decírselo. —Cambió de

posición mientras las pepitas rebotaban, ruidosas, en los platos de plástico—.Siento que las estoy abandonando. Sé que no es así. Sé que ellas no pensarían eso.Comprenderían que es lo mejor para mí.

By ron volvió a poner la bolsa en su lugar. Hizo señas a los perros para queempezaran a comer.

—¿Y lo es?—Por supuesto que lo es. —Se echó el cabello hacia atrás—. Cómo se te

ocurre decir eso. Para eso he estudiado y trabajado como un burro. Es todo loque siempre he querido.

—Entonces está bien. —Le dio una palmada amistosa en las nalgas y entró.—¿Qué has querido decir con « entonces está bien» ? —Corrió tras él con el

ceño fruncido—. Me han ofrecido asociarme a la firma, con campanas yclarinetes. Me lo he ganado.

—Absolutamente.Como siempre hacía, subió a darse una ducha. Kate lo seguía pisándole los

talones.—Pues claro que me lo he ganado. Y el maldito asunto de los documentos

alterados está a punto de resolverse. En cualquier caso, yo estoy limpia. El restoes problema del detective Kusack. Y de la empresa. Tendré más control sobre lascosas cuando sea socia.

—¿Todavía te preocupa?—¿El qué?Se quitó la sudadera de manga corta y la tiró en el cesto de la ropa sucia.—Esclarecer las discrepancias en las cuentas de depósito.—Por supuesto que sí.—¿Y por qué no has seguido investigando?—Bueno, yo… —Hizo una pausa. By ron abrió el grifo y se metió en la ducha

—. He estado muy ocupada. Además, no es mucho lo que puedo hacer. Y con elembarazo de Margo, la subasta y Laura que me abruma con todos los detalles deese desfile de moda que quiere organizar, pues no he tenido tiempo.

—Bueno —dijo complaciente.—Eso no significa que no me importe. —Disgustada, se desnudó y se metió

bajo el chorro de agua junto a él—. Solo significa que he tenido otras prioridades.Hace dos semanas que todo está revolucionado. Las firmas falsificadas, elofrecimiento, el bebé. No me ha parecido bien decir a Laura y a Margo quetendría que dejar la tienda justo cuando Margo no puede trabajar. Y hasta queella pueda hacerlo y yo regrese a Bittle, sinceramente no veo qué podría hacerpara descubrir quién ha tratado de perjudicarnos, a mí y a la empresa. Pero encuanto esté de vuelta, puedes apostar hasta el último centavo a que averiguaréquién me tendió la trampa.

—Tiene sentido.

—Por supuesto que tiene sentido. —Irritada sin saber por qué, metió la cabezabajo el agua—. Y también tiene sentido que acepte el ofrecimiento. Es el caminomás práctico.

—Tienes razón. Sin lugar a dudas es lo más práctico. Pretensiones es unainversión. Bittle es tu carrera.

—Por supuesto. —Las palabras complacientes de Byron la inquietaron en vezde tranquilizarla—. Entonces ¿por qué estamos discutiendo?

—No tengo la menor idea. —By ron le dio un beso ausente en el hombro, salióde la ducha y empezó a secarse—. Iré a preparar el desay uno —anunció. Conuna sonrisa, se dispuso a bajar las escaleras.

Su Kate era tan transparente como el cristal.

Kate trabajó hombro con hombro con Laura durante toda la mañana. Seprometió que, apenas tuvieran un momento libre, la haría sentarse y le explicaríacuáles eran sus planes. Continuaría llevando la contabilidad, por supuesto.Algunas noches por semana, quizá un domingo… con eso bastaría para conducirlas finanzas de Pretensiones. Naturalmente estaría muy ocupada como socia deBittle, pero también estaría en condiciones de delegar gran parte del trabajo queestaba acostumbrada a realizar.

Tendría más poder, más libertad de acción. Y, por supuesto, másresponsabilidades. Su agenda estaría sobrecargada, pero estaba acostumbrada aeso. Su trabajo en la tienda la había mantenido ocupada, por supuesto, perotambién le había dejado largas brechas de tiempo vacante totalmenteinnecesarias.

Se convenció de que le haría feliz volver a priorizar sus horas. Ese era suestilo.

Y sería una bendición no tener que hablar de tonterías con extraños. Que no lepidieran su opinión sobre las prendas de moda ni asesoramiento a la hora deescoger un regalo. Sería un verdadero alivio volver a sentarse frente al ordenadory no tener que hablar con nadie durante horas.

—A mi hermana le encantará —dijo una clienta.Kate retiró con cuidado la etiqueta del precio de una túnica de cachemira

color coral.—Espero que sí.—Oh, estoy segura. Esta es su tienda favorita. Y también la mía. —La mujer

sonrió complacida al mirar toda la parafernalia que había desplegado sobre elmostrador—. No sé cómo me las ingeniaba antes de que abrierais. Dígame si nohe encontrado un fabuloso tesoro para mis regalos de Navidad.

—Ha empezado pronto a comprar —murmuró Kate. Parpadeó un par deveces y volvió a concentrarse—. Quiero decir que todos se pondrán muy

contentos.—Mi madre jamás se compraría algo tan frívolo como esto. —Recorrió con

la yema del índice la delicada silueta de un Pegaso de cristal—. Para eso son losregalos. ¿Y dónde, si no aquí, podría encontrar un reloj antiguo de bolsillo para mipadre, un cachemira para mi hermana, botones de zafiro para mi hija, un caballoalado de cristal para mi madre y un par de mocasines Ferragamo de gamuzaazul marino para mí?

—Solo en Pretensiones —dijo Kate con una sonrisa.El exuberante buen humor de aquella mujer le había levantado el ánimo.La clienta se echó a reír y retrocedió un paso.—Tenéis un lugar estupendo. ¿Podría envolverlo todo para regalo, excepto los

mocasines? Creo que haré un último recorrido por la tienda para ver si he pasadopor alto algo qué debo tener.

—Tómese su tiempo. —Kate sonrió para sus adentros y comenzó a envolverlos regalos.

Descubrió que tarareaba mientras colocaba el reloj de bolsillo sobre un lechode algodón. Y bien, ¿qué tenía de malo tararear? No tenía nada de malo disfrutardel trabajo, aunque no fuera el que una había elegido. El trabajo provisional eracasi un juego.

Levantó la vista del paquete. Laura bajaba las escaleras del segundo piso yconversaba con una clienta.

—Sé que Margo lo eligió durante un viaje de compras a Londres el añopasado, señora Quint.

—Oh, llámeme Patsy, por favor. Vengo de compras tan a menudo que sientoque somos viejas amigas. Y esto es justo lo que estaba buscando. —Miróembobada el portalápices de madera de cerezo que Laura había apoy ado sobreel mostrador—. Pero bueno, aquí siempre encuentro lo que busco. Por eso vengotan a menudo. —Lanzó una carcajada ante su confesión de fidelidad. Entoncesvio el caballo de cristal—. ¡Oh, es precioso! Encantador. Alguien me ha ganadopor la mano.

—He sido yo. —La primera clienta levantó la vista de las polveras engastadasen pedrería que estaba mirando y sonrió—. Es hermoso, ¿verdad?

—Divino. ¿Tiene otro parecido? —suplicó a Laura.—Creo que tenemos un dragón alado… en cristal de Baccarat, que todavía no

hemos exhibido en las vitrinas. ¿Kate?—En inventario, tiene precio pero no tiene la etiqueta. Está en el almacén. Iré

a buscarlo en cuanto termine con esto.—No, y o lo encontraré. Espero. Si no le importa aguardar unos minutos.—En absoluto. ¿Sabe una cosa? Hasta a mi esposo le gusta comprar aquí —

confesó Patsy a Kate cuando Laura se marchó en busca del dragón—. Y no esun logro menor, teniendo en cuenta que es una hazaña conseguir que vay a a

comprar una lata de guisantes. Creo que le gustan las vendedoras bonitas,además.

—Estamos aquí para servirles. —Kate pegó una etiqueta dorada en elenvoltorio del cachemira.

—Quiero ver esa polvera. —La primera clienta golpeó el cristal de la vitrina—. La que tiene forma de corazón. A mi cuñada le encantará.

—Permítame mostrársela.Mientras las dos clientas cantaban las loas de la polvera, Kate envolvió el

Pegaso. E iniciaron un nuevo debate cuando Laura apareció con el dragón. Perohubo un suspiro unánime cuando se abrió la puerta.

—¡Oh, qué hermoso bebé! —Patsy juntó las manos bajo el mentón—.Pero… si es un ángel.

—Lo es, ¿verdad? —Margo cambió de posición el portabebés para enseñarlesa su hijo—. Tiene diecisiete días.

Hicieron un alto en los negocios, pues todas sentían la imperiosa necesidad deadmirar los dedos, la naricilla, y comentar lo despiertos y brillantes que eran losojos del pequeño J. T. Cuando Kate trajo la cuna del cuarto del fondo yacomodaron al bebé a sus anchas, las mujeres rodearon a la criatura.

—Tendrías que haberme llamado si querías salir un rato —la regañó Laura—.Habría pasado a recogerte.

—Mamá me ha traído hasta aquí. Tenía que hacer unas compras en elmercado. Creo que planea abarrotar mi cocina de tal modo que, si quedamosencerrados durante un año, no nos falten provisiones. —Margo se sentó en unasilla, con la cuna a su lado—. Diablos, sí que echo de menos este lugar. ¿Y cómovan las cosas por aquí?

—¿Has visto a esas dos que acaban de irse? —Kate le sirvió una taza de té.—Se iban a almorzar juntas, sí.—Pues se han hecho amigas de pronto, hace quince minutos, gracias a un par

de animales míticos de cristal. Ha sido divertido presenciarlo.—Es la primera vez que la tienda está vacía desde que abrimos esta mañana

—añadió Laura—. Hemos atendido a un montón de clientas ansiosas porcomprar sus regalos de Navidad antes del día de Acción de Gracias.

—Y pensar que yo las detestaba —suspiró Margo—. Ya he hablado con mimédico. Dice que si me quedo sentada detrás del mostrador la may or parte deltiempo, a partir de la semana que viene puedo comenzar a trabajar unas horas aldía.

—No hay prisa —objetó Kate—. Nosotras podemos arreglarnos solas.—No me gusta que os arregléis sin mí. Puedo traer a J. T. conmigo. Los bebés

nublan el cerebro de las compradoras.—Pensaba que ibais a entrevistar niñeras.—Eso haremos. —Con un mohín, Margo se inclinó sobre su hijo y le

acomodó la sábana—. Pronto.—No quiere compartirlo —murmuró Laura—. Sé lo que se siente. Cuando

Ali nació, yo… —Se interrumpió al ver entrar a un trío de nuevas clientas.—Yo me haré cargo —se ofreció Kate—. Seguid con vuestra charla de

madres.Durante los siguientes veinte minutos le mostró a una de las clientas todos los

pendientes de diamantes que tenían en existencia, mientras la segunda husmeabalos objetos de arte y la tercera admiraba al dormido J. T.

Ayudó a servir el té, salvó a un esposo frenético con un regalo de aniversariocomprado en el último momento, y volvió a colgar las prendas que habíanquedado desparramadas en el probador.

Meneó la cabeza al comprobar lo mal que trataban la seda algunas mujeres ysalió. Habían entrado más clientas, que curioseaban entre un continuo murmullode voces femeninas. Alguien había encendido una lámpara art déco paracomprobar el efecto, y arrojaba una suave luz dorada sobre la pared del rincón.Margo reía con una clienta; de puntillas, Laura intentaba alcanzar una caja deembalaje. Y el bebé dormía.

Era un lugar maravilloso, pensó de pronto. Un pequeño cofre de tesoroscolmado de lo más sublime y lo más tonto. Y lo habían hecho ellas tres. Condesesperación, con sentido práctico y, sobre todo, con amistad.

Era extraño que alguna vez hubiera creído que se trataba solo de un negocioque se medía en términos de pérdidas y ganancias, de beneficios y gastos. Yresultaba aún más extraño que no se hubiera dado cuenta hasta ese momento delo feliz que se sentía siendo parte de algo que implicaba tanto riesgo, que era tanridículo y tan entretenido al mismo tiempo.

Fue hacia donde estaba Laura.—Había olvidado que tengo una cita —dijo rápidamente—. ¿Puedes ocuparte

de la tienda hasta que regrese? No tardaré más de una hora, espero.—Claro. Pero…—No tardaré. —Cogió la cartera del mostrador antes de que Laura pudiera

hacerle ninguna pregunta—. Te veré luego —gritó. Y salió como un rayo.—¿Adónde diablos va tan deprisa? —preguntó Margo.—No lo sé. Ha dicho que volvería pronto. —Preocupada, miró a través del

escaparate la silueta de Kate que se alejaba—. Espero que esté bien.

No estaba segura de estarlo. Era una prueba. Volver a Bittle, sopesar sussentimientos. Su reacción sería una prueba.

El vestíbulo le resultó familiar, y hasta acogedor con sus colores opacos y susmuebles funcionales. Cromo y cuero, nobles y fáciles de limpiar. Y pilas deMoney, Time y Newsweek al alcance de la mano, para que las hojearan los

clientes.La recepcionista principal apenas le sonrió, con un poco de vergüenza mal

disimulada. Subió por la escalera, como de costumbre, y recorrió el primer piso.Tampoco había allí nada fuera de lo común, pensó. Secretarios y operadores deordenadores atareados como abejas y completamente concentrados en la tareaque debían realizar. Un empleado del departamento de correspondencia pasóempujando su carro. Como siempre a esa hora, debía entregar el correo de latarde. Se escuchaba el ronroneo de un fax.

En el segundo piso, el zumbido de los negocios continuaba. Los asesoresfinancieros se afanaban en la rutina diaria, cada uno en su oficina. Los teléfonosno paraban de sonar y eso le recordó que, después de todo, ya estaban en lamitad del último trimestre del año. Los clientes empezaban a llamar para pedirasesoramiento. Querían incluir más deducciones, postergar sus rentas hasta elpróximo ciclo impositivo, saber cuánto debían destinar a sus planes Keogh dejubilación privada.

Aunque ella sabía muy bien que la mayoría de los clientes esperarían hasta laúltima semana de diciembre y llamarían presos del pánico. Aquello le inyectabaalgo de adrenalina a la actividad contable.

Se detuvo frente a su antigua oficina. Nadie la había ocupado. Su ordenador ysu teléfono estaban sobre el escritorio, pero por lo demás estaba vacía. El faxestaba mudo ahora, pero podía recordar el ruido que había hecho durante eltiempo que ella estuvo allí.

Las cortinas de la ventana tras el escritorio estaban cerradas. Se dio cuenta deque casi siempre las dejaba cerradas. Trabajaba con luz artificial, sin mirarjamás el paisaje.

El estante, al alcance de la mano desde el escritorio, había servido para apilarsus libros de consulta, manuales impositivos y resmas de papel. Nada superfluo,pensó. Nada de distracciones. Y nada de estilo, por supuesto. Suspiró en silencio.Una abeja más en la colmena.

Santo Dios, sí que era aburrida.—Kate.Se dio la vuelta. Por suerte habían venido a interrumpirla.—Hola, Roger.—¿Qué haces?—Me miro al espejo. —Señaló su oficina vacía—. Nadie la está utilizando.—No. —Sonrió débilmente y le echó un vistazo—. Se dice que van a

contratar a un nuevo socio. Hay muchos rumores —añadió. La miró a la cara.—No me digas —murmuró Kate con indiferencia—. ¿Y?—Me sorprende verte aquí. Ese policía ha estado viniendo muy a menudo.—Eso no me preocupa, Roger. No he hecho nada por lo que deba

preocuparme.

—No, por supuesto que no has hecho nada. Jamás pensé lo contrario. Teconozco demasiado bien. —Sobresaltado y nervioso, miró por encima de suhombro—. Bittle padre convocó una reunión de personal la semana pasada yanunció que ya no estabas bajo sospecha. Ahora todos se miran unos a otros. Yse preguntan quién habrá sido.

—No es para sorprenderse, ¿verdad? —Curiosa, estudió su rostro—. Noobstante, solo una persona tendría que preocuparse, además de hacer preguntas.¿No lo crees así, Roger?

—El dedo acusador te apuntó primero a ti —dijo él—. ¿Quién sabe a quiénapuntará ahora?

—Creo que el detective Kusack sabe hacer su trabajo. Y además está el FBI.—¿Cómo… el FBI está metido en esto?—Alterar formularios impositivos es un delito federal.—Nadie alteró los formularios que se presentaron al Servicio de Rentas

Internas. Nadie quiso perjudicar al gobierno.—No. Solo a mí y a unos pocos clientes. Miserable.Roger echó la cabeza hacia atrás, como si ella lo hubiera golpeado.—¿Qué demonios estás insinuando?—Estás sudando como un cerdo. ¿Sabes? No creo haberte visto sudar jamás.

Ni siquiera en la cama. Ni siquiera cuando me anunciaste que una de mismejores cuentas pasaría a tus manos. Pero ahora sudas a mares.

La aferró del brazo cuando pasó junto a él.—No seas ridícula. ¿Estás acusándome de alterar formularios?—Eres un hijo de puta. Tú sabías dónde guardaba todos mis registros. Sabías

cómo manejar las cosas y hacer que el dedo acusador apuntara hacia mí. Ytambién descubriste lo de mi padre, ¿verdad? —La furia corría como lava por susangre ardiente—. Y has tenido el coraje de intentar seducirme por segunda vezdespués de lo que habías hecho. Y y o que no comprendía por qué diablos habíasvuelto a interesarte por mí. Solo era otra manera de cubrirte las espaldas.

—No sabes lo que dices.Sí, sudaba hasta por los codos. Estaba aterrado. Aterrado como una mísera

liebre cegada por las luces delanteras del coche que va a matarla. Quería verlosufrir. Dios, cómo quería verlo sufrir.

—Quítame las manos de encima, Roger. Ahora.Thornhill la aferró todavía con más fuerza y acercó su rostro al de Kate.—No puedes probar nada de lo que dices. Si intentas colgarme ese sayo,

quedarás como una imbécil. Yo te abandoné. Conseguí esa cuenta porque soymejor, más innovador. Porque trabajo más que tú.

—Conseguiste esa cuenta porque te acostaste con una mujer solitaria yvulnerable.

—Como si tú jamás te hubieses acostado con un cliente —dijo en voz muy

baja, aplacada por la furia.—No, jamás lo he hecho. Y robaste ese dinero porque eres codicioso, porque

era fácil y porque querías sacarme de en medio.—Te lo advierto, Kate, si intentas difamarme ante Bittle, y o…—¿Qué? —Le escupió las palabras en la cara. Sus ojos centelleaban,

desafiantes—. ¿Exactamente qué?—¿Hay algún problema? —Newman apareció en el pasillo, con su pavoroso

y silencioso estilo de siempre. Tenía los labios fruncidos en un gesto dereprobación, como de costumbre.

Kate le lanzó una sonrisa feroz.—No creo que haya ningún problema. —Liberó el brazo del puño ya flojo de

Thornhill—. ¿Tú qué dices, Roger? Creo que el señor Bittle me está esperando,señora Newman. Lo he llamado desde el coche.

—La recibirá ahora mismo. Su teléfono está sonando, señor Thornhill. Si mehace el favor de acompañarme, señorita Powell. —Newman miró a Roger porencima del hombro. Se había quedado inmóvil en medio del pasillo, con el rostrosombrío—. ¿Se encuentra bien? —preguntó a Kate, que se frotaba el brazodolorido.

—Estoy bien. —Respiró hondo cuando Newman abrió la puerta de la oficinade Bittle—. Gracias.

—Kate. —Bittle se levantó de su escritorio y le tendió la mano en señal debienvenida—. Me alegra mucho que hayas llamado. —Le estrechó las dosmanos—. Me alegra muchísimo.

—Gracias por recibirme.—Siéntate, por favor. ¿Qué puedo ofrecerte?—Nada. Estoy bien así.—Señora Newman, avise a los socios de que Kate está aquí.—No, por favor, no es necesario. Prefiero hablar a solas con usted.—Como gustes. Eso es todo, señora Newman. —Se sentó en una silla junto a

Kate en vez de ocupar su lugar detrás del escritorio—. Ojalá pudiera decirte algosobre los progresos de la investigación. Pero el detective Kusack tiene máspreguntas que respuestas.

—No he venido por eso. —Pensó en Roger. No, no lo señalaría con el dedo,no todavía. Lo haría sufrir, y sudar, hasta encontrar alguna manera certera deprobar lo que había hecho. Y entonces lo vería arder en su propio fuego—. Hevenido por su ofrecimiento.

—Bueno. —Complacido, Bittle se recostó en la silla y cruzó las manos—.Estamos ansiosos por tenerte de vuelta. Todos estamos de acuerdo en que nosvendrá muy bien un poco de sangre nueva. Para una asesoría financiera de estascaracterísticas es muy fácil que el trabajo se convierta en algo monótono.

—No es monótono, señor Bittle. Es una excelente asesoría financiera. Me he

dado cuenta de todo lo que he aprendido durante los años que trabajé aquí.Sin tener la menor idea de lo que iba a decir, Kate también cruzó las manos

sobre su regazo.—Ante todo, permítame decirle qué he pensado mucho en lo que ha ocurrido

y he llegado a la conclusión de que, dadas las circunstancias, usted hizo lo quedebía hacer. Lo que yo misma hubiera hecho de haber estado en su lugar.

—Te lo agradezco, Kate. Te lo agradezco muchísimo.—Yo cometí el error de no enfrentarme a la situación y es probable que

también quiera darme un respiro con respecto a eso. No siempre puedoarreglármelas sola. No siempre tengo todas las respuestas.

Exhaló un débil suspiro. Eso sí que era difícil de asumir.—Señor Bittle, cuando me licencié tenía una sola meta: llegar a ser socia de

esta empresa. Trabajar para usted ha sido una de las mejores experiencias de mivida. Sabía que si lo lograba, si cumplía los requisitos y llegaba a ser socia…entonces sí sería la mejor. Para mí es muy importante ser la mejor.

—Esta firma jamás ha tenido un socio con una ética laboral tan excelsa. Sibien comprendo que puede preocuparte el momento en el que te propusimos sersocia, quiero que sepas que, por muy arrepentidos que estemos de haberteinvolucrado en un episodio como este, eso no tiene nada que ver con nuestradecisión de hacerte socia.

—Ya lo sé. Y para mí es muy importante saberlo. —Abrió la boca. Tenía el síen la punta de la lengua, pero negó con la cabeza—. Lo lamento, señor Bittle, nopuedo volver aquí.

—Kate. —Volvió a cogerle la mano—. Créeme cuando te digo quecomprendo que te sientas incómoda. Esperaba que no estuvieras dispuesta aaceptar nuestra oferta hasta que este asunto se resolviese del todo. Y estamosdispuestos a darte todo el tiempo que necesites.

—No es cuestión de tiempo. O quizá sí. He tenido tiempo parareacomodarme y reconsiderar mis valores. Durante los últimos meses me hedesviado del camino que me había trazado cuando todavía estaba en el colegio. Yme gusta, señor Bittle. Nadie está más sorprendida que yo al verme tan feliz alfrente de una tienda de segunda mano en Cannery Row. Pero soy feliz, y notengo intenciones de cambiar de estado.

Bittle se recostó en la silla y juntó las yemas de los dedos, como hacíasiempre que debía enfrentarse a una situación difícil.

—Permíteme hablarte como un viejo amigo, alguien que te conoce desdeque eras niña.

—Por supuesto.—Tú eras una mujer con metas, Kate. Has consagrado todo tu tiempo y

esfuerzo a alcanzar el éxito en el campo profesional que has elegido. Un campo,debo añadir, para el que estás especialmente dotada. Es probable que ahora

necesites un descanso. Todos necesitamos un descanso de vez en cuando. —Separó los dedos y volvió a juntarlos—. Pero perder de vista esa meta ydedicarte a una tarea para la que no solo no tienes las condiciones básicas, sinoque además es inapropiada para ti, es una pérdida de tiempo y talento. Cualquiercontable de mala muerte puede manejar las finanzas diarias de una tienda, ycualquier adolescente en edad escolar puede cobrar las ventas.

—Tiene razón. —Complacida ante aquella descripción lógica y carente deemociones, Kate le sonrió—. Tiene toda la razón del mundo, señor Bittle.

—Pues entonces, Kate, si quieres tomarte unos días más para poner en ordentus ideas…

—No, mis ideas están en perfecto orden. Yo misma me he dicho lo que ustedacaba de decirme. Lo que estoy haciendo no tiene ningún sentido. Es ilógico,irracional y fruto de las emociones. Y es probable que sea un error, también,pero tengo que hacerlo. ¿Sabe?, es nuestra tienda. De Margo, de Laura y mía. Ytambién es nuestro sueño.

20

Se había llevado una botella de champán de la tienda, y luego decidió apostarmás alto y cocinar algo. Con Byron tenían un acuerdo tácito —él cocinaba y ellalavaba los platos—, puesto que él le llevaba ventaja en las artes culinarias. Perodado que iban a celebrar una nueva etapa en su vida, Kate quiso darse unaoportunidad.

Siempre había pensado que cocinar era una especie de habilidad matemática.Podía comprender las fórmulas, analizar las proporciones y prever la respuesta,pero no disfrutaba del proceso.

Protegida por un delantal con pechera, y arremangada hasta los codos, pusoen fila los ingredientes como si fuesen elementos en un laboratorio de física.

Primero el antipasto, decidió. Y miró con cautela los hongos que acababa delavar. No sería fácil rellenarlos con queso, pero la receta decía que debíahacerse. Quitó las puntas y los cortó en finas láminas, tal como indicaba lareceta. Siguiendo los pasos, los frio con cebollas tiernas y ajo, y sonrió al percibirel aroma.

Cuando añadió los trozos de pan, el queso y las especias estaba fascinadaconsigo misma.

Feliz de la vida, no tardó mucho en rellenar con la mezcla los sombreros delos hongos y meterlos en el horno.

Luego tuvo que marinar los pepinos, trocear los pimientos y acondicionar lostomates. Ah, claro… y las aceitunas. Luchó con la tapa de un frasco de gordasaceitunas negras y maldijo cuando el horno anunció el punto de cocción. Corrió asacar los hongos.

Lo tenía todo bajo control, por supuesto. Se chupó el pulgar que sin quererhabía rozado el grill que quemaba. Todo era cuestión de eficiencia. ¿Qué diablostenía que hacer ahora?

Cortó el queso en rodajas y se esmeró para lograr la combinación perfectade albahaca y aceite de oliva que deseaba para untar el pan que pensaba servir.

Una llamada urgente a la señora Williamson, la cocinera de TempletonHouse, logró tranquilizarla. Gracias a eso pudo distribuir con toda meticulosidadel antipasto sobre una bandeja.

¿Dónde demonios estaba Byron?, se preguntó. Y deslizó la uña del dedo índice

sobre la receta de la pasta con pesto.—Hojas de albahaca cortadas bien gruesas —leyó. ¿Qué diablos quería decir,

exactamente, « cortadas bien gruesas» ? ¿Y por qué demonios había que gratinarel parmesano si cualquier don nadie con dos dedos de frente podía comprarlo enlata en el supermercado? ¿Y dónde iba a encontrar piñones?

Los encontró en un recipiente debidamente etiquetado en la alacena deByron. Tendría que haber supuesto que no faltarían en su despensa. Disponía detodo lo necesario para comer, preparar un buen plato y servir la mesa. Losingredientes, medidos con sumo cuidado, fueron a parar a la licuadora. Katedecidió que una pequeña plegaria no le haría mal a nadie. Cerró un ojo, rezó envoz alta y encendió la licuadora.

Todo giraba en perfecta armonía.Ya más sosegada, puso agua a hervir para la pasta y preparó la mesa.—Perdón —dijo Byron desde la puerta de la cocina—, creo que me he

confundido de casa.—Muy gracioso.Los perros, que le habían estado haciendo compañía… siempre alerta a

cualquier sobra que pudiera caer al suelo, corrieron a saludarlo. Como su olfato ysu curiosidad lo habían guiado directo a la cocina, todavía tenía el maletín en lamano. Lo dejó a un lado para acariciar a los perros y miró a Kate con unasonrisilla tonta.

—Tú no sabes cocinar.—Que no sepa no significa que no pueda hacerlo. —Ansiosa por conocer el

resultado de sus esfuerzos, cogió un hongo de la bandeja y lo metió en la boca deByron—. ¿Y bien?

—Tiene buen sabor.—¿Tiene buen sabor? —Enarcó una ceja—. ¿Solo eso?—¿Un sabor extraordinario? —aventuró él—. Te has puesto un delantal.—Por supuesto que me he puesto un delantal. No pienso llenarme la ropa de

salpicaduras.—Se te ve tan… doméstica. —Apoy ó las manos sobre sus hombros y le dio

un beso—. Me gusta.—Pues no te acostumbres. Esta es una ocasión excepcional. —Fue a sacar el

champán de la nevera—. Recuerdo cuando Josh atravesó esta fase y queríacasarse con Donna Reed.

—Donna Reed. —Abrió la puerta para que salieran los perros y se acomodóen un taburete—. Pues, ahora que lo pienso, se le veía muy sexy con esosdelantales de cocina.

—Después lo superó y decidió conquistar a Miss Febrero. —Destapó labotella con un eficaz y rápido giro de muñeca—. Pero siempre ha querido aMargo, por supuesto. Donna y Miss Tetas Enormes eran solo distracciones.

Sacó dos copas de champán del armario y se dio la vuelta con una sonrisamaliciosa.

—Si no me equivoco, ahora tendría que preguntarte: « ¿Y cómo ha ido el día,cariño?» .

—Ha ido bien. Pero esto es mejor. —Aceptó la copa que ella le ofrecía y sedispuso a brindar—. ¿Qué estamos celebrando?

—Me alegra que te des cuenta de que me he metido en este lío solo porqueestamos celebrando algo. —Lanzó un suspiro y miró a su alrededor. Por muycuidadosa que hubiera querido ser, la cocina estaba llena de platos y utensiliossucios—. ¿Por qué lo haces? Digo, cocinar.

—Disfruto haciéndolo.—Eres un hombre enfermo, By ron.—El agua está hirviendo, Donna.—Oh, claro. —Cogió el paquete de pasta seca y frunció el ceño—. Hay que

sacar los espaguetis de la caja y ponerlos a hervir. Olvidemos la estética, deacuerdo, pero ¿cómo puedo saber cuánto son trescientos gramos?

—Tendrás que calcularlo a ojo. Sé que va en contra de tu naturaleza, pero enesta vida todos tenemos que correr riesgos de tanto en tanto.

Al verla tan preocupada, estuvo a punto de decirle que estaba poniendodemasiados espaguetis. Pero se encogió de hombros. Después de todo, era sucena. Para distraerse, se puso a mirar cómo las puntas del lazo del delantalacentuaban las curvas de su precioso culito.

¿Cómo estaría completamente desnuda bajo ese tosco delantal blanco?Kate se volvió al oír la carcajada.—¿Qué ocurre?—Nada. —Bebió otro sorbo de champán—. Una fantasía inesperada y

ligeramente embarazosa. Ya pasó. Casi. ¿Por qué no me cuentas qué ha sucedidopara que decidieras lanzarte a esta campaña doméstica?

—Te lo contaré. Estuve… Mierda, me he olvidado del pan. —Con la frentearrugada, deslizó la bandeja en el horno y ajustó la temperatura y el tiempo decocción—. Es imposible conversar y atender todos los detalles de la comida almismo tiempo. ¿Por qué no pones un poco de música y enciendes las velas?Ayúdame con eso mientras termino aquí.

—A tus órdenes. —Se levantó para hacer lo que le había pedido… y volvió asu puesto—. Katherine, acerca de esa pequeña fantasía… —Meneó la cabeza,divertido consigo mismo—. Quizá la probaremos más tarde.

Demasiado preocupada para prestarle atención, Kate le indicó con unademán que se fuera y volvió a concentrarse en sus asuntos.

Cuando por fin estuvieron sentados a la mesa, envueltos en deliciosos aromasa la vacilante luz de las velas y arrullados por la voz de Otis Redding, Kate pensóque las cosas no habían salido tan mal.

—Puedo apañármelas muy bien con esto —proclamó después de haberprobado y aprobado las pastas—. Una vez al año, digamos.

—Está delicioso, de veras. Y lo agradezco muchísimo. Es fabuloso volver acasa y encontrarse con una mujer hermosa y una comida casera.

—Tenía un exceso de energía. —Partió el pan en dos y le ofreció una mitad—. Pensaba arrastrarte al dormitorio apenas traspasaras el umbral, y luegosupuse que podría esperar hasta después de la cena. De todos modos estabahambrienta. Mi apetito ha mejorado en los últimos meses, no cabe duda.

—Y tu nivel de estrés también —comentó él—. Has dejado de engulliraspirinas y antiácidos como si fueran dulces.

Era cierto, admitió. Ya no consumía esas cosas. Y se sentía mejor que nuncaen su vida.

—Pues bien. Hoy hice algo que me hará seguir por ese camino o memandará de vuelta a la farmacia. —Miró muy seria las burbujas del champán ybebió un sorbo—. He rechazado el ofrecimiento de Bittle.

—¿Lo has rechazado? —Apoyó su mano sobre la de Kate y comenzó ajuguetear con sus dedos—. ¿Y estás satisfecha con tu decisión?

—Creo que sí. —Por pura curiosidad, dijo—: No pareces muy sorprendido.Yo misma no sabía que iba a rechazarla hasta que estuve sentada en la oficina delseñor Bittle.

—Quizá tu mente no lo sabía, pero tu instinto sí. O tu corazón. Te has integradoa Pretensiones, Kate. Esa tienda es tuy a. ¿Por qué abandonarías algo propio paraser parte de algo que ha construido otra persona?

—Porque es lo que siempre he querido, lo que siempre he ambicionado. —Sin creerlo del todo, se encogió de hombros—. Resulta que me ha bastado consaber que soy digna de ocupar ese lugar. Pero es un poco aterrador cambiar asíde rumbo.

—No es un cambio tan radical —la corrigió él—. Eres socia de una tienda yestás a cargo de las cuentas.

—Mi título universitario, toda mi educación…—No creerás que estás tirándolos por la borda, ¿verdad? Eso forma parte de

ti, Kate. Ahora lo utilizarás de otra manera, eso es todo.—No podía volver a esa oficina, a esa… vida —decidió—. Todo parecía tan

rígido. Hoy Margo ha venido a la tienda con el bebé. La gente le prestabaatención y estaba encantada con él, y Margo estaba allí sentada con la cuna a sulado, y Laura tuvo que ir a buscar un dragón con alas, y y o envolví para regaloun reloj de bolsillo y separé unos mocasines… —Se interrumpió en seco,avergonzada—. Estoy parloteando y jamás balbuceo.

—No te preocupes. Comprendo lo que quieres decir. Te divierte trabajar allí,ser parte de la tienda. Te sorprende algo que has ayudado a crear.

—Jamás me gustaron las sorpresas. Siempre he querido saber cuándo, dónde

y cómo para poder estar preparada. Si una no está preparada, comete errores. Yy o odio cometer errores.

—¿Y estar allí te hace sentir bien?—Todo indicaría que sí.—Entonces no hay nada más que decir. —Levantó la copa y tocó la suy a—.

Adelante.—Espera a que se lo diga a Margo y a Laura. —La sola idea la hizo reír a

carcajadas—. Margo y a se había ido cuando regresé a la tienda y Laura tuvoque salir corriendo a recoger a las niñas, de modo que no tuve ocasión dehablarles. Por supuesto que tendremos que hacer algunos cambios. Es ridículo notener una pizarra con nuestros horarios de trabajo. Y hay que reestructurar porcompleto el sistema de precios. El nuevo software que acabo de instalardinamizará nuestra… —Calló de golpe al ver que By ron se estaba riendo de ella—. No se puede cambiar de la noche a la mañana.

—No tienes que cambiar, Kate. Eso es lo que tus socias necesitan de ti.Aprovecha tus puntos fuertes, muchacha. A todas luces, la cocina italiana es unode ellos. Este pesto está delicioso.

—¿De veras? —Probó otro poco—. Parece bastante bueno. Quizá puedaprepararlo alguna otra vez. En ocasiones especiales.

—No pienso discutir contigo. —Envolvió con fruición los espaguetis en eltenedor—. Hablando de ocasiones especiales, y a que vas a ser tu propia jefa,podrías tener horarios un poco más flexibles. Por varios motivos que no vienen alcaso, no podré viajar a Atlanta en Navidad. Por eso he pensado tomarme algunosdías para ir a visitar a mi familia el día de Acción de Gracias.

—Me parece muy bien. —Se negó a reconocer que se sentía desilusionada—.Estoy segura de que tu familia se alegrará de verte, aunque sea durante unospocos días.

—Me gustaría que vinieses conmigo.—¿Cómo? —El tenedor quedó a medio camino de la boca.—Me gustaría que vinieras conmigo a Atlanta para Acción de Gracias y

conocieras a mi familia.—Yo… no puedo. No puedo cruzar el país en avión así como así. No hay

tiempo suficiente para…—Dispones de un mes para arreglar tus horarios. Atlanta no es Bora Bora,

Kate. Es Georgia.—Sé muy bien dónde está Atlanta —dijo con terquedad—. Mira, además del

factor tiempo, Acción de Gracias es una celebración familiar. No se lleva acualquiera a celebrar el día de Acción de Gracias con la familia.

—Tú no eres cualquiera —dijo con voz serena. Oh, había pánico en sus ojos.Muy bien. Podía leerlo perfectamente. Aunque le irritaba, decidió seguiradelante—. Donde y o he nacido, si una mujer te importa de verdad, la invitas a

conocer a tu familia. Y quieres que tu familia la conozca. En especial si estásenamorado de esa mujer y quieres casarte con ella.

Kate dio un respingo como si se hubiera quemado con agua hirviendo, yestuvo a punto de derribar la silla cuando se levantó de un salto.

—Espera un minuto. Un momento. Dios mío. ¿De dónde has sacado eso?Preparo una estúpida comida y ya tienes delirios de grandeza.

—Te amo, Kate. Quiero casarme contigo. Sería muy importante para mí siaceptaras pasar unos días con mi familia. Estoy seguro de que Margo y Lauraestarían dispuestas a adaptar sus horarios de trabajo para que puedas hacer unviaje corto en esas condiciones.

Tuvo que intentarlo varias veces hasta poder pronunciar palabra.—¿Cómo puedes quedarte ahí sentado y hablar de horarios laborales con la

misma facilidad con la que hablas de matrimonio? ¿Acaso te has vuelto loco?—Pensé que valorarías mi lado práctico. —Sin saber quién lo irritaba más, si

él mismo o la propia Kate, llenó su copa hasta el borde.—Pues no, no lo valoro. Así que basta ya. No sé de dónde te ha venido esta

loca idea del matrimonio, pero…—Yo no lo llamaría loca idea —dijo, con la vista fija en la copa—. En

realidad lo he pensado mucho y muy bien.—Ah, no me digas. ¿Así que lo has pensado? —La rabia comenzaba a hervir

bajo el pánico. Y Kate se dejó llevar—. Así haces tú las cosas, ¿verdad? Así escomo funciona Byron de Witt, con su estilo sereno, considerado y paciente.Ahora lo entiendo todo —chilló, cada vez más enfadada—. Cómo es posible queno me haya dado cuenta antes. Eres muy inteligente, By ron. Muy astuto. Yasquerosamente traicionero. Me has ido enredando poco a poco en tu telaraña,¿verdad? Te has ido apoderando poco a poco. Sin prisas pero sin pausas.

—Tendrás que explicarme lo que quieres decir. ¿De qué me he apoderadoexactamente?

—¡De mí! Y no creas que no lo veo todo claro. Primero fue el sexo. Es difícilusar la cabeza cuando no eres más que una enorme glándula hinchada ypalpitante.

Podría haberse reído, pero prefirió pinchar una aceituna con sumo cuidado.—Si mal no recuerdo, el sexo fue tanto idea tuya como mía, sobre todo al

comienzo.—No intentes confundir las cosas —le dijo Kate.Y estampó las manos sobre la mesa.—No intento en absoluto confundir las cosas, como dices tú, con los hechos.

Prosigue, por favor.—Luego vino la campaña « volvamos saludable a Kate» . Hospitales,

malditos doctores, medicinas.—Supongo que advertirte de que tenías una úlcera ha sido otra de mis

estrategias para confundir las cosas.—Yo podía controlar la situación. Podría haber ido al médico por mi cuenta.

Y después empezaste a prepararme comidas sanas. « Tienes que tomar undesay uno decente, Kate. Debes parar un poco con el café» . Y sin darme cuentaaquí me tienes, comiendo a horarios regulares y haciendo ejercicio físico.

Byron se pasó la lengua por los dientes y miró su plato.—Estoy muy avergonzado. Te he tendido una trampa diabólica. Es

imperdonable.—No te hagas el cínico conmigo, embustero. Compraste dos cachorros.

Afinaste el motor de mi coche.Se frotó la cara con las manos antes de ponerse de pie.—De modo que conseguí los perros y te arreglé el coche para hacerte caer

en mis redes perversas. Estás actuando como una tonta, Kate.—No. Sé muy bien cuándo actúo como una tonta, y ahora no lo estoy

haciendo. Has ido avanzando poco a poco, por etapas, hasta conseguir queprácticamente viva aquí.

—Cariño —dijo con una mezcla de afecto y exasperación—, vives aquí.—¿Lo ves? —Levantó los brazos al techo—. Vivo contigo y ni siquiera me he

dado cuenta. Y hasta te preparo la comida, por el amor de Dios. Jamás hecocinado para un hombre en toda mi vida.

—¿De veras? —Conmovido, dio un paso hacia ella. Quiso tocarla.—No te atrevas. —Temblando de furia, se escudó detrás de la isla central de

la cocina—. Todavía te atreves a confundir las cosas hasta ese punto. Te dije queno eras mi tipo, que no iba a funcionar.

Con la paciencia a punto de agotarse, By ron comenzó a balancearse sobre sustalones.

—Al diablo con los tipos. Ha funcionado, y eres perfectamente consciente deque nuestra relación es muy buena. Te amo, y si no fueras tan terca, admitiríasque también tú me quieres.

—Tú no sabes cuáles son mis sentimientos, De Witt.—Está bien… Entonces yo te quiero. Hazte responsable de eso.—No tengo que hacerme responsable de nada. Tú tienes que responsabilizarte

de tus sentimientos. Y en cuanto a tu semiencubierta propuesta de matrimonio…—Yo no te he propuesto matrimonio —dijo Byron, sin perder su proverbial

calma—. He dicho que quería casarme contigo. No te lo he pedido. ¿De quétienes tanto miedo, Kate? ¿De que yo sea como ese sinvergüenza de Thornhill,que te utilizó hasta que algo más apetecible se le cruzó en el camino?

Kate se puso fría como el hielo.—¿Y cómo diablos sabes lo de Roger? Has vuelto a entrometerte en mis

asuntos, ¿verdad? ¿Por qué no me sorprende?Byron pensó que ya no tenía sentido seguir mordiéndose la lengua. Lo mejor

era soltarlo todo de una vez por todas.—Cuando alguien me importa tanto como tú, sus asuntos son importantes para

mí. Su bienestar es importante para mí. De modo que averigüé algunas cosas. Túle diste su nombre a Kusack, y yo me he mantenido en contacto con Kusack.

—Te has mantenido en contacto con Kusack —repitió ella—. Entonces sabesque ha sido Roger quien me tendió la trampa.

Byron asintió.—Y, según parece, tú también lo sabes.—Hasta esta tarde no había atado todos los cabos. Pero me atrevería a decir

que tú lo sabes desde hace tiempo y no has creído necesario comentármelo.—Todas las pistas conducían a él. El conflicto personal entre vosotros, el

acceso a tu oficina. Thornhill hizo llamadas telefónicas a New Hampshire en lamisma época en que tú supiste lo de tu padre.

—¿Y cómo sabes lo de las llamadas telefónicas?—El investigador de Josh consiguió la información.—El investigador de Josh —repitió ella—. Así que Josh también lo sabe. Y, no

obstante, ninguno de los dos ha creído necesario compartir conmigo unainformación tan útil como esa.

—No la hemos compartido contigo porque habrías corrido a ver a Thornhill yse lo habrías echado en cara. —Byron admitió para sus adentros que él mismohubiera querido borrarle la cara a puñetazos—. No queríamos alertarlo de ningúnmodo antes de que concluyera la investigación.

—No queríais —le espetó—. Qué lástima, porque y o ya se lo eché en cara yarruiné vuestros planes. No tenías ningún derecho a hacerlo a mis espaldas, aadueñarte de mi vida.

—Tengo todo el derecho de hacer lo que sea necesario para protegerte yayudarte. Y eso es lo que he hecho. Y lo que pienso continuar haciendo.

—Me guste o no a mí.—Como tú digas. Yo no soy Roger Thornhill. No lo soy, y jamás te he

utilizado.—No, tú no eres de los que utilizan a los demás, By ron. ¿Sabes qué eres? Un

manipulador. Eso es lo que haces tú, manipular a la gente. Y por eso eres tanbueno en tu trabajo… esa paciencia, ese encanto, esa habilidad para poner a losotros de tu lado sin que se den cuenta de que están siendo manipulados. Bien,conmigo ya no podrás hacerlo más. No me dejaré manipular. Y puedes apostartu cabeza a que no podrás manipularme para que me case contigo.

—Espera un momento, maldita sea.Le obstruy ó el paso, impidiéndole salir. Ella lanzó un grito cuando él la aferró

del brazo. Temiendo haberse excedido en el uso de la fuerza y cegado por lafuria, By ron se sobresaltó y aflojó la presión. Vio que tenía cardenales en elbrazo. Su cerebro fue presa de una ofuscación espantosa y oscura.

—¿Qué diablos es esto? —preguntó.Kate sintió que el corazón se le salía por la boca bajo aquella mirada fija e

implacable.—Suéltame.—¿Quién te ha hecho estas marcas?Alzó el mentón en actitud defensiva. La furia que destellaba en los ojos de

By ron era tan mortífera como la hoja de una espada bien afilada.—Ya he presenciado tu número del caballero andante, By ron. No tengo

interés en verlo de nuevo.—¿Quién te ha puesto la mano encima? —insistió él, recalcando las palabras.—Alguien que tampoco ha podido aceptar un no por respuesta —le espetó.Se arrepintió amargamente de sus palabras, incluso antes de pronunciarlas.

Pero era demasiado tarde. Los ojos de By ron se volvieron vacuos e indiferentes.Con perfecta calma, se apartó de su camino.

—Estás confundida. —Su voz era deliberadamente fría y serena—. Yo puedoaceptar un no por respuesta. Y dado que ese parece ser el caso, creo que notenemos nada más de qué hablar.

—Te pido disculpas por lo que acabo de decir. —Las mejillas le ardían devergüenza—. Ha sido totalmente innecesario. Pero no me gusta que teentrometas en mis asuntos ni que supongas que voy a encajar en tus planes.

—Entendido. —Lo había herido, y By ron sintió que el dolor era como unaroja bola de fuego en sus entrañas—. Esto se termina aquí, como ya he dicho. Esevidente que tenías razón desde un principio. Queremos distintas cosas y no va afuncionar. —Con la intención de alejarse de ella fue hacia la mesa y se sirvió unacopa de champán—. Puedes llevarte tus cosas ahora mismo o cuando te vay abien.

—Yo… —Se quedó mirándolo, perpleja. Era increíble que pudiera cerrar deaquel modo la puerta entre ambos, sin inmutarse—. Yo no… no puedo… me voy—atinó a decir.

Y salió corriendo.Byron escuchó el portazo y se sentó muy despacio, como si fuera un anciano.

Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Era una ironía que ella lo creyera unbrillante estratega cuando hasta un ciego que pasara al galope podría ver cómo lohabía echado todo a perder.

Regresó a casa, por supuesto. ¿Adónde iban las personas cuando estaban heridas?La escena que encontró en el salón era tan alegre, tan familiar y tan idéntica a loque le habían ofrecido y ella había rechazado que tuvo ganas de gritar.

Josh estaba sentado en la mecedora junto al fuego; los destellos de lasondulantes llamas jugaban sobre su rostro y el de su hijo dormido. Laura servía

café en preciosas tazas de porcelana, mientras su hija menor remoloneaba a suspies. Margo estaba acurrucada en un extremó del sillón con Ali, y juntas mirabanuna revista de modas.

—Kate. —Laura levantó la vista y sonrió para darle la bienvenida—. Llegasjusto a tiempo para el café. He tenido que sobornar a Josh con uno de esosjamones glaseados con miel que prepara la señora Williamson para convencerlode que trajera al bebé.

—Quizá haya dejado algunos restos —añadió Margo—. Si es que tieneshambre.

—Solo me serví por segunda vez.—Te serviste por segunda vez dos veces, tío Josh —señaló Kay la. Y se fue a

ver al bebé, como lo venía haciendo cada cinco minutos.—Eres toda una espía. —Y le pellizcó la nariz.—Tía Kate está enfadada —Ali se irguió en el sillón—. Estás enfadada con

alguien, ¿no es cierto, tía Kate? Tienes la cara roja como un pimiento.—Es verdad —aprobó Margo, tras haberla mirado más de cerca—. Y hasta

oigo rechinar sus dientes.—Fuera. —Kate señaló con el dedo a Josh—. Tú y yo hablaremos más tarde,

pero ahora vete. Y llévate tu testosterona contigo.—Jamás voy a ninguna parte sin ella —dijo Josh sin inmutarse—. Y estoy

muy cómodo aquí.—No quiero ver a hombres. Si veo a un hombre dentro de los próximos

sesenta segundos, tendré que matarlo con mis propias manos.Josh respiró hondo y fingió sentirse insultado, pero se levantó.—Llevaré a J. T. a la biblioteca y beberemos oporto y nos fumaremos unos

cigarros. Y hablaremos de deportes, coches y herramientas.—¿Puedo ir con vosotros, tío Josh?—Por supuesto. —Tendió a Kay la su mano libre—. No soy ningún sexista.—Tienes que ir a acostarte dentro de media hora, Kay la —le recordó Laura

—. Ali, ¿por qué no vas a hacer compañía a tío Josh hasta que sea la hora de ir ala cama?

—Quiero quedarme aquí. —Hizo asomar su labio inferior y se cruzó debrazos—. No tengo que irme solo porque tía Kate vaya a gritar e insultar. No soyun bebé.

—Déjala que se quede. —Kate hizo un ademán grandilocuente con los brazos—. Nunca es demasiado pronto para aprender cómo son en verdad los hombres.

—Sí, a veces es demasiado pronto —la corrigió Laura—. Allison, ve a labiblioteca con tu tío o sube a darte un baño.

—Siempre tengo que hacer lo que tú dices. No lo soporto. —Salió hecha unafuria y subió las escaleras con grandes pisotones para ir a rumiar su descontentoa solas.

—Bien, eso sí que ha sido agradable —murmuró Laura. Y se preguntó porenésima vez qué había ocurrido con su dulce y obediente Ali—. ¿Qué nota decolor te propones añadir, Kate?

—Los hombres son unos cerdos. —Cogió una taza de café y se la bebió de untrago, como si fuera whisky.

21

—¿Y tu conclusión es…? —dijo Margo después de una larga pausa.—¿Para qué los necesitamos de todos modos? ¿Qué otro propósito pueden

tener más allá de la procreación? Por otra parte, con los adelantos de la ciencia,pronto podremos resolver esa cuestión en un laboratorio.

—Muy placentero —decidió Laura. Y se sirvió otra taza de café—. Quizá nolos necesitemos para el sexo, pero todavía dependemos de ellos para laeliminación de insectos de gran tamaño.

—Habla por ti —intervino Margo—. Yo preferiría matar arañas a olvidarmedel sexo. Y bien, Kate… ¿vas a decirnos qué crimen ha cometido Byron otendremos que adivinarlo?

—El muy rastrero, el astuto hijo de puta. No puedo creer que haya sido tanidiota para tener una relación con un hombre como ese. Jamás se llega a conocera las personas, ¿verdad? Nunca se llega a descifrar qué hay detrás de susvidriosos ojos de muñeco.

—¿Qué ha hecho, Kate? Sea lo que fuere, estoy segura de que no es tan malocomo crees. —Kate se quitó la chaqueta con fastidio y Laura se levantó de unsalto al ver los cardenales—. Santo Dios, Kate… ¿te ha golpeado?

—¿Qué? Oh. —Restó importancia a los cardenales con un ademán—. No, porsupuesto que no me ha golpeado. Esto me lo hice en Bittle, tropecé con algo.By ron es incapaz de golpear a una mujer. Es algo demasiado directo para alguiencomo él.

—Bien, ¿entonces qué ha hecho, por el amor de Dios? —insistió Margo.—Os diré lo que ha hecho. Os diré lo que ha hecho —repitió. Comenzó a

caminar de un extremo a otro de la sala con una mezcla de furia y desasosiego—. Me ha pedido que me case con él. —Sus palabras fueron recibidas ensilencio. Se dio la vuelta—. ¿Habéis escuchado lo que he dicho? Me pidió que mecasara con él.

Laura lo pensó un poco.—¿Y tiene las cabezas de todas sus anteriores esposas guardadas en un

armario?—No me estáis prestando atención. No comprendéis lo que digo. —

Desesperada por serenarse, Kate respiró hondo y tiró de su cabello—. Está bien.

Byron sabe cocinar, me obliga a tomar vitaminas, me hace hacer ejercicio. Yme excita tanto y de tal manera que estoy ansiosa por echarme sobre cualquiersuperficie que se preste y tener experiencias sexuales inenarrables. Ha ido a vera Kusack y se ha entrometido en mis asuntos, con Josh, a mis espaldas; dice queno quiere que yo me preocupe. Me ha comprado un ropero para que pueda dejarmi ropa en su casa. Por supuesto, ha comprado esa casa. —Retomó la marcha—.Y esos malditos perros de los que se enamoraría hasta un corazón de piedra. Micoche nunca ha funcionado tan bien como ahora, ni siquiera cuando era nuevo. Ysiempre trae flores a casa, con tanta constancia y regularidad que ni siquiera medoy cuenta.

—Flores, no. —Margo se llevó una mano al pecho—. Santo Dios, ese hombrees un rufián. Hay que detenerlo.

—Cállate, Margo. Sé que no estás de mi lado. Nunca estás de mi lado. —Segura de la lealtad de Laura, Kate cayó de rodillas frente a ella y le aferró lasmanos—. Me ha pedido que vaya con él a Atlanta para Acción de Gracias.Quiere que conozca a sus padres. Dice que me ama y que quiere casarseconmigo.

—Querida —toda simpatía y comprensión, Laura le estrechó las manos—, séque esta noche has pasado un auténtico calvario. Es obvio que ese hombre estáfuera de sus cabales. Estoy segura de que Josh hará que lo arresten.

Anonadada, Kate apartó las manos.—Tienes que estar de mi lado —insistió.—¿Quieres que sienta pena por ti? —El chispazo de furia que atravesó los ojos

de Laura hizo parpadear a Kate.—No… sí. Yo… no. Solo quiero que me comprendas.—Te diré qué es lo que comprendo. Tienes a un hombre que te ama. Un

hombre bueno, considerado y atento, que está dispuesto a compartir contigo lascargas y los placeres de la vida. Un hombre que te desea, a quien le importas losuficiente como para querer hacerte feliz y evitarte preocupaciones. Un hombreque te quiere en la cama y fuera de ella. Un hombre que desea que conozcas asu familia porque los ama y quiere que te vean. ¿Y eso no te basta?

—No, no he dicho eso. Es solo que… —Se levantó. La confusión y el calordel enfado la hacían tambalearse—. Yo no he planificado…

—Ese es tu problema. —Laura, la menuda y delicada y también furiosaLaura, se puso de pie—. Todo debe seguir el perfecto orden de los planes deKate. Pues bien, la vida es desordenada.

—Ya lo sé. Pretendía decir que…Presa de una furia y de una frustración que jamás se hubiera creído capaz de

sentir, Laura arrasó con las protestas de Kate.—Y si crees que tu vida no es la apropiada, prueba un rato la mía. Prueba a

no tener nada. —Su voz era amarga—. Un matrimonio vacío, un hombre que

deseaba tu apellido más que a ti y que ni siquiera se molestó en disimularlo unavez que te tuvo por esposa. Prueba a volver a casa todas las noches sabiendo queno habrá nadie para abrazarte, que tú tendrás que resolver todos los problemasque se presenten, que no tienes a nadie en quien apoy arte. Y que tu hija te culpepor no haber sido capaz de retener a su padre bajo el mismo techo.

Cruzó el salón y clavó los ojos en las llamas chispeantes de la chimenea. Susamigas la observaban en silencio.

—Prueba a sentirte no amada, no deseada. Prueba a arrastrarte a la camacada noche preguntándote cómo hacer para que funcione, para que las cosasvuelvan a ser lo que eran. Y luego ven llorando a pedirme consuelo.

—Lo lamento —murmuró Kate—. Lo lamento muchísimo, Laura.—No. —Exhausta y avergonzada, Laura rechazó el abrazo de Kate y volvió a

sentarse—. No, yo lo lamento. No sé de dónde ha salido todo esto. —Apoyó lacabeza contra el almohadón unos segundos y cerró los ojos. La furia se diluíapoco a poco—. Sí, lo sé. Quizá estoy celosa. —Volvió a abrir los ojos e intentósonreír—. O quizá solo pienso que eres una estúpida.

—Tendría que haberme mudado aquí cuando Peter se fue —empezó Kate—.Tendría que haberme dado cuenta de que eran demasiadas las cosas que debíasafrontar sola.

—Oh, basta. No se trata de mí. Es que estoy demasiado sensible. —Laura sefrotó las sienes palpitantes—. Ese no ha sido el primer enfrentamiento que hetenido con Ali en el día de hoy. Me irrita mucho.

—Puedo mudarme ahora. —Kate se sentó junto a Laura.—No es que no seas bienvenida —le dijo Laura—, pero no quiero que te

mudes aquí.—Vía de escape bloqueada —murmuró Margo.—No quiero una vía de escape. —Kate luchaba por controlar sus emociones

—. Podría ayudarte con las niñas, compartir los gastos.—No. Esta es mi vida. —Laura sonrió con amargura—. Tal como es. Tú

tienes tu propia vida. Si no amas a By ron, eso es otra cosa. No puedes amoldartus sentimientos a los suyos.

—¿Estás bromeando? —Margo fue a buscar la cafetera—. Está loca por éldesde hace meses.

—¿Y qué? Las emociones no son ninguna garantía cuando se trata de algo tanimportante como el matrimonio. No fueron suficientes en el caso de Laura. —Kate suspiró y se encogió de hombros—. Lo lamento, pero no lo fueron.

—No, no lo fueron. Si quieres garantías, envía el cupón al fabricante cuandocompres una tostadora.

—Está bien, tienes razón, pero eso no es todo. ¿No os dais cuenta de que hajugado conmigo? ¿De que me ha manipulado desde que iniciamos la relación?

Margo lanzó un sonido ronco de felino.

—Ser manipulada por un hombre fuerte y guapísimo. ¡Pobrecilla Kate!—Tú sabes muy bien lo que quiero decir. Jamás permitirías que Josh

manejara todos los hilos e hiciera todas las jugadas. Te digo que By ron tiene unamanera de hacer las cosas por lo bajo… y que sin darme cuenta acabo y endo enla dirección que él quiere.

—Cambia de dirección si no te gusta el destino —sugirió Margo.—Una vez dijo que y o era un desvío. —Kate frunció el ceño al recordar

aquello—. Dijo que le gustaba tomar desvíos largos e interesantes. Ahora piensoque lo que dijo era bastante encantador.

—¿Por qué no vuelves y hablas con él en lugar de discutir? —Laura ladeó lacabeza. Podía imaginar la escena que había ocurrido en la cocina de By ron—. Esprobable que se esté sintiendo tan infeliz y frustrado como tú.

—No puedo. —Kate negó con la cabeza—. Me ha dicho que me llevara miscosas cuando lo crey era conveniente.

—Ay, ay, ay. —Esta vez sí que Margo miró a Kate con verdadera simpatía—.¿Con ese tono cortés y educado que tiene?

—Precisamente. Eso es lo peor. Además, no sabría qué decirle. No sé lo quequiero. —Sin saber qué hacer, enterró la cara en las manos—. Siempre piensoque sé lo que quiero, y luego las cosas cambian. Estoy cansada. Es muy difícilrazonar cuando una está cansada.

—Entonces habla con él mañana. Esta noche te quedarás a dormir aquí. —Laura se puso de pie—. Tengo que acostar a las niñas.

—Me ha hecho sentir tan avergonzada… —murmuró Kate cuando se quedó asolas con Margo.

—Lo sé. —Margo se acercó más a ella—. A mí me ha hecho sentir quemataré a Peter Ridgeway si alguna vez asoma su horrenda cara por aquí.

—No me había dado cuenta de que aún se sentía tan herida y tan desdichada.—Se pondrá bien. —Margo le palmeó la rodilla—. Nosotras la ay udaremos.—Yo… eh… No voy a trabajar en otra asesoría financiera.—Por supuesto que no.—Todos vosotros parecéis saber lo que voy a hacer antes de que yo misma lo

sepa —masculló Kate, irritada—. Bittle me ha ofrecido ser socia.—Felicitaciones.—He rechazado su oferta esta tarde.—Caramba, caramba. —Margo sonrió de oreja a oreja—. ¡Pues sí que

hemos tenido un día agitado!—Y Roger Thornhill es el estafador.—¿Cómo? —Margo estampó la taza contra el plato—. ¿Esa viscosa

comadreja que te puso los cuernos con tu propia clienta?—El mismo que viste y calza. —Kate se alegró al ver que algo de lo que

decía enardecía a Margo—. Me he dado cuenta por su manera de actuar cuando

me encontré con él hoy, en Bittle. Es lo bastante astuto como para cometer undesfalco y y o era su principal rival para el puesto de socio. Ha querido conseguirdinero fácil y sacarme de en medio, todo por el mismo precio.

—¿Se lo has dicho a Kusack?—No. Según parece, By ron, el policía y tu marido, que tendrá que vérselas

conmigo en breve, ya lo sabían.—Y te dejaron en la ignorancia. —Margo comprendía a la perfección; ese

sentimiento ay udó a Kate a levantarse—. De vez en cuando hay que recordar alos hombres que ya no son cazadores salidos de las cavernas, ni deben lucharcontra los dragones ni ser pioneros en la conquista del oeste mientras nosotras nosacurrucamos en torno al fuego. Te ay udaré a recordárselo a Josh.

A las nueve cuarenta y cinco de la mañana siguiente, Kate abrió la cajaregistradora de Pretensiones. Esa mañana atendería la tienda sola. Seenorgullecía de poder hacerlo. Laura estaba en su despacho en el hotel y Margoaún tenía la baja por maternidad. Decidió disfrutar de esos últimos minutos antesde quitar el cerrojo de la puerta y colgar el cartel de « Abierto» .

Había llevado sus propios CD. Margo prefería la música clásica. Kateprefería los clásicos del rock: Beatles, Stones, Cream. Puso música, fue al lavaboy llenó de agua la regadera de cobre. Estaba decidida a disfrutar de los pequeñosy agradables deberes que imponía una tienda elegante.

No iba a pensar, ni siquiera un segundo, en Byron de Witt.En ese momento estaría en la suite del ático, probablemente en una reunión o

atendiendo una llamada en conferencia. Quizá le estaría echando un vistazo alitinerario de un viaje a San Francisco. ¿No había dicho que tenía que volar?

Ya no tenía importancia, recordó. Y salió a la veranda a regar las macetas depensamientos y margaritas. Podía volar adondequiera que le viniese en gana… ala luna, si por ella fuese. Ya no le interesaban sus asuntos. Todo había terminado.Era un capítulo de su vida que se había cerrado.

Tenía que preocuparse por su vida, ¿no? Después de todo, estaba iniciando unanueva etapa. Una nueva carrera con una nueva meta que alcanzar. Tenía en lacabeza varias ideas para mejorar y agrandar la tienda. En cuanto Margo volvieraal trabajo, harían una reunión. Una reunión para planearlo todo. Y además estabael desfile de modas. Había que hacer publicidad. Y debían discutir otraspromociones para las vacaciones.

Lo que necesitaban era una reunión semanal dedicada a la creatividad y aanalizar los progresos. Sí, ella la organizaría y le adjudicaría un horario fijo. Nose podía pretender llevar con éxito un negocio sin reuniones semanalesdebidamente estructuradas. No se podía vivir la vida sin una estructura, sin planesy metas específicos.

¿Por qué diablos By ron se negaba a ver que ella tenía planes y metasespecíficos? ¿Cómo se había atrevido a plantearle la idea del matrimonio,echando por tierra todos sus objetivos cuidadosamente trazados?

Uno no se casaba con alguien que había conocido hacía menos de un año. Lasrelaciones tenían sus etapas. Etapas estrictas, cautas y sensatas. Quizá, solo quizá,después de dos años, después de haber limado todas las asperezas de la relación,de haber comprendido los fallos y defectos del otro y haber aprendido aaceptarlos o a transigir con ellos, entonces, y solo entonces, uno comenzaba adiscutir la posibilidad del matrimonio.

Era necesario explicar qué pretendía uno del matrimonio, asignar papeles ydeberes. Quién se ocuparía de hacer las compras, quién pagaría las cuentas,quién sacaría la basura, por el amor de Dios. El matrimonio era una empresa,una sociedad, un compromiso a gran escala. Las personas racionales no selanzaban a la aventura sin antes haber comprobado todos y cada uno de losdetalles.

¿Y los hijos? Era obvio quién iba a tenerlos… si es que decidían tenerlos. Pero¿y el reparto de las responsabilidades? Los pañales y la colada, los horarios de lascomidas y las visitas al pediatra. Si no se especificaban las responsabilidadeshasta el último detalle, sobrevenía el caos… y un bebé debía estar a cargo de unadulto responsable.

Un bebé. Ay, Dios, ¿cómo sería tener un bebé? No sabía lo que representabatener un bebé. Pensar en todos los libros que tendría que leer, todos los erroresque estaba condenada a cometer. Había que tener tantas… cosas para un bebé.Andadores y asientos para el coche y cunas.

Y toda esa ropa diminuta y adorable, pensó soñadora.—Está anegando los pensamientos, señorita Powell.Dio un respingo y derramó un chorro de agua sobre sus zapatos. Miró a

Kusack como si no lo viese. La cabeza le daba vueltas. Solo le había faltadoponerle nombre al bebé que no había concebido con el hombre con quien notenía la menor intención de concebirlo.

—¿Soñaba despierta? —Kusack le sonrió de aquella manera tan familiar.—No, yo… —Jamás soñaba despierta. No era una soñadora. Era una

pensadora. Una mujer de acción—. Tengo muchas cosas en la cabeza.—Apuesto a que sí. Quería hablar con usted antes de que abriera. ¿Le

importaría que entrase?—No, por supuesto que no. —Todavía un poco atontada, apoyó la regadera en

el suelo y abrió la puerta—. Hoy estoy y o sola. Mis socias están… no están aquí.—Quería hablar a solas con usted. No he querido asustarla, señorita Powell.—No, no se preocupe. —Su corazón desbocado parecía haber recuperado un

ritmo normal—. ¿Qué puedo hacer por usted, detective?—En realidad he venido a ponerla al tanto de los progresos de la

investigación. Supuse que, después de todos los problemas que ha tenido, merecíaconocer los resultados que le son favorables.

—Eso dice mucho de usted —murmuró Kate.—Su novio me condujo hasta Roger Thornhill.—No es mi novio —le espetó Kate. Luego se recompuso—. Si se refiere al

señor De Witt.—A él me refería. —Sonrió un poco avergonzado y se tiró de la oreja—.

Jamás he sabido cómo abordar esas cosas. Como sea, el señor De Witt mecondujo hasta Roger Thornhill. El hecho es que yo ya estaba mirando en esadirección. Veo que la noticia no la ha dejado muda —comentó.

—Yo misma lo descubrí ayer. —Se encogió de hombros y se dio cuenta deque ya no le importaba.

—Pensé que lo haría. Thornhill tiene un pequeño problema con el juego. Lasapuestas son una de las mejores razones para necesitar dinero fácil.

—¿Roger juega? —Eso sí que la sorprendió—. ¿Quiere decir que apuesta a lascarreras de caballos y cosas por el estilo?

—Apuesta en Wall Street, señorita Powell. Y ha perdido dinero de maneraconstante en los últimos dos años. Se pasó de listo, por así decirlo, y perdió eltanto. Y además estaba su relación personal con usted. Si a eso añadimos lainformación acerca de su padre y el hecho de que fue él quien encontró elrecorte del periódico en su oficina y se lo entregó a Bittle…

—Caramba. —Asintió—. No lo sabía.—Un poco demasiado oportuno, a mi modo de ver. En mi línea de trabajo, las

conexiones por lo general no son coincidencias. Usted tuvo un pequeño entuertocon él ayer en Bittle.

—¿Y usted cómo lo sabe?—La señora Newman. Tiene ojos y orejas de lince, y un excelente olfato. —

Sonrió—. Le pedí que me avisara si sucedía algo fuera de lo común. A ellatampoco le agradaba el tufillo de Thornhill, si me permite la expresión. Y estuvode su lado desde un principio, señorita Powell.

—¿Perdón? —Kate señaló su oreja, como si de pronto hubiera perdido lacapacidad auditiva—. ¿Newman estaba de mi lado?

—Durante la primera entrevista que tuve con ella por este asunto, me dijoque, si la tenía a usted en el punto de mira, me había equivocado de cabo a rabo.Dijo que Katherine Powell no era capaz de robar siquiera un clip para papeles.

—Ya veo. Siempre he pensado que yo no le gustaba.—No sé si usted le gusta o no, pero la respeta.—Entonces ¿va a interrogar a Roger?—Ya lo hice. Tuve que acelerar la marcha cuando me enteré de que usted

había tenido un cruce de palabras con él. De modo que anoche fui a hacerle unavisita. Ya había hecho las maletas e iba de camino al aeropuerto.

—Bromea.—No, señora. Tenía reservado un vuelo para Río de Janeiro. Ha vivido sobre

ascuas desde que se probó la inocencia de usted. No sé qué le dijo ayer en laoficina, pero lo hizo reaccionar. Ya se ha buscado a un abogado, pero supongoque llegaremos a un trato hacia el final del día. Llaman a esto un delito sinvíctima. Supongo que en este caso el nombre no resulta de lo más apropiado.

—No me siento una víctima —murmuró Kate—. No sé lo que siento.—Pues yo sentiría que me han dado por culo… si me perdona la expresión.

—Se encogió de hombros—. La carrera del señor Tornhill se ha ido al carajo yen los próximos años tendrá que pagar una tonelada de multas, y a su abogado. Yel gobierno federal lo hospedará durante un buen tiempo.

—Irá a la cárcel. —Como su padre hubiera ido de no haber muerto, pensó.Por una equivocación, por un error de juicio. Por un instante de codicia.

—Como ya he dicho, haremos un trato. Pero no creo que pueda evitar unatemporada en la sombra. ¿Sabe? Tal como son hoy las cosas, usted podríademandarlo si quisiera. Difamación, sufrimiento emocional y dolor, todo eso. Yase lo explicará su abogado.

—No tengo interés en demandar a Roger. Lo único que me interesa es pasarpágina.

—Me lo imaginaba. —Volvió a sonreírle—. Usted es una buena persona,señorita Powell. Ha sido un placer conocerla, incluso en estas circunstancias.

Kate lo pensó un segundo.—Supongo que puedo decir lo mismo, detective Kusack. Incluso en estas

circunstancias.Kusack se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo.—Ya es hora de abrir, ¿verdad?Kate miró su reloj .—Casi.—Me pregunto… —Volvió a tirarse de la oreja—. Mi esposa tiene un

cumpleaños uno de estos días. Mañana, para ser más exacto.—Detective Kusack —le sonrió radiante—, ha venido al lugar indicado.

Kate intentaba convencerse de que se sentía estupenda, revitalizada. Habíadejado atrás todos sus problemas. Estaba iniciando una nueva etapa de su vida.

No tenía motivos para ponerse nerviosa por ir a casa de Byron a por suscosas. Era mediodía… la hora del almuerzo. No estaría allí. Simplementerecogería sus cosas, como él se lo había pedido, y cerraría definitivamente esecapítulo.

No se arrepentiría. Fue divertido mientras duró; nada duraba para siempre ytodo lo bueno llegaba tarde o temprano a su fin.

Si le venía otro tópico a la cabeza, iba a gritar.Subió por la rampa de la casa de Byron. La llave que había retirado

meticulosamente de su llavero estaba en su bolsillo. Pero cuando metió la manopara buscarla, se topó con la moneda de Serafina. La contempló perpleja.Hubiera jurado que la había guardado en el primer cajón de su joyero.

La hizo girar en su mano. Un rayo de sol rozó el canto, y la moneda lanzó unaluz cegadora. Por eso le lloraban los ojos, decidió. Por el reflejo del oro, sinolvidar que se había quitado las gafas de sol. No porque sintiera una súbita ydesgarradora conexión con aquella muchacha, erguida al borde del acantilado,dispuesta a acabar con su vida.

Kate Powell no estaba acabando con su vida, se dijo con firmeza. La estabamirando de frente. Solo los débiles perdían las esperanzas. La aguardabanmuchos años de felicidad en su vida. Años. Y no pensaba quedarse allí paradallorando por una moneda vieja y una oscura ley enda.

Aquello era la realidad. Parpadeó para ahuyentar las lágrimas. Su realidad, yella sabía muy bien lo que hacía.

Encontró la llave y volvió a guardar la moneda en el bolsillo. Pero usar lallave fue más difícil de lo que había imaginado, pues sabía que sería la últimavez.

Solo era una casa, pensó. No tenía motivos para amarla, no tenía por quésentir esa dolorosa sensación de bienvenida al abrir la puerta. No tenía ningunarazón para ir hasta los ventanales y tener ganas de llorar porque los cachorrosestaban durmiendo la siesta al sol.

Y los geranios florecían en los maceteros de piedra gris. Las campanillas decobre y bronce sonaban, mecidas por la brisa marina. Las conchas que habíarecogido con By ron en la playa descansaban en un cuenco de cristal de bocaancha sobre la mesa de pino americano.

Era todo tan perfecto, tan increíblemente perfecto. Por eso quería llorar.Cuando los perros alzaron las cabezas al unísono y empezaron a ladrar y a

correr, Kate se dio cuenta de que no había oído llegar el coche. Pero ellos sí.Reaccionaron como siempre que reconocían el sonido de Byron cuandoregresaba a casa.

Presa del pánico, se dio la vuelta y miró la puerta. By ron entró justo en esemomento.

—Lo siento —dijo de inmediato—. No sabía que volverías temprano a casa.—No tenías por qué. —Pero él sí sabía, gracias a una oportuna llamada de

Laura, que ella estaría allí.—He venido a llevarme mis cosas. Yo… pensé que sería mejor hacerlo

mientras tú estabas en el trabajo. Así resultaría menos difícil.—Es difícil ahora. —Dio un paso hacia ella. Entrecerró los ojos—. Has estado

llorando.

—No, en realidad no. Ha sido… —Deslizó los dedos en el bolsillo y tocó lamoneda—. Ha sido por otro motivo. Y luego supongo que fue por los perros.Parecían tan dulces allí dormidos, en el jardín. —Ahora estaban en la puerta, ymeneaban los rabos sin parar—. Voy a echarlos de menos.

—Siéntate.—No, no puedo. Quiero volver a la tienda y… y quiero disculparme, By ron,

por haberte gritado como lo hice. Lo lamento muchísimo, y odiaría pensar que nisiquiera hemos podido ser civilizados. —Cerró los ojos ante lo absurdo de suspalabras—. Esto es muy difícil.

Él quería tocarla, se moría de ganas de tocarla. Pero conocía sus propiaslimitaciones. Si llegaba a rozar con la mano su cabello, querría seguir, tendría queseguir tocándola. Y luego la estrecharía contra él y suplicaría.

—Entonces tratemos de ser civilizados. Si no quieres sentarte, nosquedaremos de pie. Hay algunas cosas que quiero decirte. —Vio cómo ella abríalos ojos; adivinó la cautela y la desconfianza que había en ellos. ¿Qué demoniosveía cuando lo miraba?, se preguntó. ¿Por qué no podía adivinarlo?

—Yo también quiero disculparme. Anoche manejé muy mal la situación. Y,a pesar de que corro el riesgo de que vuelvas a mandarme al carajo, admito queno estabas tan desacertada en algunas de tus… ¿cómo llamarlas, apreciacionessobre mi carácter?

Avanzó hacia los ventanales, haciendo sonar las monedas que tenía en elbolsillo. Los perros, que jamás perdían las esperanzas, montaban guardia del otrolado del cristal.

—Me gusta planificar las cosas. Tenemos eso en común. Admito que te heinducido a vivir aquí. Me pareció que eso ayudaría a que ambos nosacostumbráramos. Porque y o te quería aquí, conmigo.

Byron se dio la vuelta y la miró. Ella hubiera querido tener una respuesta,pero no encontró ninguna.

—Quería cuidarte. Tú consideras que la vulnerabilidad es señal de debilidad.Yo la considero un lado suave y muy atractivo de una mujer fuerte, inteligente ycapaz de resistir los golpes del destino. Está en mi naturaleza proteger,recomponer —o al menos intentar recomponer— lo que está mal. No puedocambiar por ti.

—Yo no quiero que cambies, By ron. Pero yo tampoco puedo cambiar.Siempre me resistiré a que me digan por dónde debo ir, por muy buenas quesean las intenciones.

—Y cuando veo a alguien que amo exhausto hasta el punto de caer enfermo,desamparado, herido… hago lo que sea necesario para modificar las cosas. Ycuando quiero algo, cuando sé que está bien que lo desee, hago lo imposibleporque suceda. Te amo, Kate.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas. Lágrimas que provenían directo del

corazón.—No sé cómo manejar esto. No sé qué hacer. No tengo ni idea de cómo

resolverlo.—Lo sé. ¿Sabes? De vez en cuando, a nadie le hace daño dejar que otro sepa

cómo resolver la situación.—Quizá. No lo sé. Pero ha habido muchas cosas en todo esto que tenía que

pensar por mí misma. Y hay otras de las que ni siquiera me doy cuenta. Hanarrestado a Roger.

—Ya lo sé.—Por supuesto que lo sabes. —Quiso reír y no pudo. Dio media vuelta—.

Cuando Kusack vino a avisarme, al principio ni siquiera sabía cómo me sentía.Aliviada, reivindicada… pero había algo más. Pensé en mi padre. Habría ido a lacárcel, al igual que Roger. Es el mismo delito, el mismo castigo. Los dos son unosladrones.

—Kate…—No, déjame terminar. Me ha llevado mucho tiempo llegar hasta aquí. Mi

padre cometió un error, un error que se paga con la cárcel. Por mucho que meduela saber eso, también sé que jamás intentó eludir la culpa ni quisocomprometer a nadie. No era como Roger. Mi padre se habría enfrentado a susactos y habría pagado por su crimen. Hoy me he dado cuenta de que esa es unagran diferencia. Puedo vivir con eso, y perdonar, y recordar lo que él fue paramí durante los primeros ocho años de mi vida. Era mi padre, y me amaba.

—Eres una mujer hermosa, Katherine.Ella negó con la cabeza y se secó las lágrimas.—Tenía que sacarlo fuera. Parece que siempre puedo expulsar lo que tengo

atascado dentro cuando estoy contigo. Me preocupa que sea tan fácil hacerlo.—Te preocupas demasiado. Déjame ver si puedo hacer algo. Intentemos una

simple prueba lógica. Tengo treinta y cinco años. Jamás he estado casado, nicomprometido, ni he vivido formalmente con ninguna otra mujer. ¿Por qué?

—No lo sé. —Se pasó las manos por el cabello. Hizo un esfuerzo por usar elintelecto y no dejarse llevar por las emociones. Lo miró a los ojos—. Podríahaber varias razones. Porque te resistías al compromiso, porque estabasdemasiado entretenido saboreando bellezas sureñas, porque estabas demasiadoconcentrado en tu carrera.

—Podría haber sido por cualquiera de esas razones —admitió él—. Pero tediré la verdad. No me gusta cometer errores más que a ti. Estoy seguro de queexisten otras mujeres con las que hubiera podido ser feliz y tener una vidaagradable. Pero a mí no me bastaba. He esperado porque tenía esta imagen de lamujer de mis sueños con quien compartiría mi vida.

—No vas a decirme que yo era la mujer de tus sueños porque sé muy bienque no lo era. —Miró sin ver el pañuelo que él le ofrecía—. ¿Qué?

—Otra vez estás llorando. —Ella se lo arrebató de un tirón y se secó laslágrimas—. Algunos tenemos sueños más flexibles y hasta nos puede gustar quecambien de forma. Mírame, Kate —musitó. La dulzura de su voz la atrajo y nopudo evitar mirarlo—. Te estaba esperando.

—No es justo. —Se llevó las manos al corazón y empezó a retroceder—. Noes justo que me digas esas cosas.

—Hemos dicho que seríamos civilizados. En ningún momento hablamos dejusticia.

—No quiero sentir lo que siento. No quiero sufrir así. ¿Por qué no me dejaspensar?

—Piensa en esto. —Ahora sí la tocó, la atrajo hacia él hasta que sus carascasi se rozaron—. Te amo. —Y la besó—. Quiero pasar mi vida contigo. Quierocuidarte y que me cuides.

—No soy la clase de mujer a la que se le dicen esas cosas. —Le estampó lamano sobre el pecho—. ¿Por qué no te das cuenta de eso?

Tendría que acostumbrarse a escuchar esas cosas, porque venían de él. By ronsonrió apenas y deslizó las manos por su espalda.

—No. Ya lo veo. —De un salto, Kate se puso fuera de su alcance—. Veo esamirada que asoma en tus ojos. « Kate necesita que la tranquilicen y la acaricieny la persuadan» . Pues no va a funcionar. Simplemente no funcionará. Estoyponiendo en orden algunas cosas —masculló. Y comenzó a ir de una punta a otrade la cocina—. Tengo la tienda. ¿No es suficiente impacto emocional darmecuenta de que adoro estar allí? ¿Cómo se supone que debo adaptarme de pronto atodo esto? El amor no tiene reglas. Oh, y ya me había dado cuenta sola. Hepasado toda la noche revolviéndome en la cama porque me habías dicho quepasara a recoger mis cosas cuando lo creyera conveniente. —Se dio la vuelta yle lanzó una mirada fulminante—. Eso sí que fue un golpe bajo, De Witt.

—Sí, lo fue. —Le sonrió, feliz de saber que había pasado una noche tan tristey atormentada como la suy a—. Me alegra comprobar que di en el blanco.Anoche me heriste.

—¿Ves? Eso es lo que ocurre cuando te dejas atrapar por el amor. Hieres yeres herido. Yo no pedí enamorarme de ti, ¿verdad? No lo planifiqué. Y ahora nopuedo soportar la idea de estar sin ti, de no sentarme a la mesa todas las mañanasy verte preparar el desayuno, de no oírte decir que me concentre cuando mehaces levantar esas malditas mancuernas. De no pasear por la play a contigo yesos perros sarnosos. Y quiero un bebé.

By ron esperó un segundo, atónito.—¿Ahora?—¿Ves? ¿Ves lo que has hecho? —Se dejó caer en el sillón y enterró la cara

en las manos—. Solo escucha lo que acabo de decir. Soy un desastre. Estoy loca.Estoy enamorada de ti.

—Ya sé todo eso, Kate. —Se sentó junto a ella y la hizo descansar sobre supecho—. Y me sienta muy bien.

—¿Y si a mí no me sienta bien? Podría echarlo todo a perder, lo sabes.—Está bien. —Le besó la mejilla y frotó su cabeza contra su hombro—. Me

gusta recomponer cosas. ¿Por qué no miramos el conjunto ahora y nosocupamos de los detalles en el camino?

Kate suspiró y cerró los ojos. Se sentía en casa. Y era una bendición.—Quizá seas tú quien lo eche a perder.—Entonces tú te encargarás de que todo vuelva a su lugar. Confío en ti.—Tú… —Esas palabras, viendo la mirada de Byron supo que era sincero,

tenían más poder sobre ella que cualquier declaración de amor—. Deseo queconfíes en mí. Necesito saber que confías en mí, y que confiarás. Pero elmatrimonio…

—Es un paso práctico y lógico. —Byron completó la frase por ella y la hizosonreír.

—No lo es. Y, además, nunca me lo has pedido.—Lo sé. —Le devolvió la sonrisa—. Si te lo pidiera, existiría la posibilidad de

que dijeras que no. No voy a permitirte que digas que no.—Solo vas a convencerme sin que me dé cuenta hasta que ya esté hecho.—Esa es la idea.—Muy astuto de tu parte —murmuró ella. Podía sentir los latidos del corazón

de Byron bajo la palma de su mano. Rápidos y no del todo estables. Quizáestuviera tan nervioso como ella—. Supongo que como la mayoría de mis cosasy a están aquí, y dado que te amo tanto y que me he acostumbrado a los platosque cocinas, creo que no es tan mala idea. Casarme, digo. Contigo. Entonces,parece que tu idea ha funcionado.

—Gracias a Dios. —Se llevó la mano de Kate a los labios—. Te he esperadotoda mi vida, Kate.

—Lo sé. Yo también te esperaba.Byron ladeó la cabeza y le sonrió, mirándola a los ojos.—Bienvenida a casa.

NORA ROBERTS. Seudónimo de Eleanor Wilder. También escribe con elpseudónimo de J. D. Robb. Eleanor Mari Robertson Smith Wilder nació el 10 deOctubre de 1950 en Silver-Spring, condado de Montgomery, estado de Mary land.En su familia, el amor por la literatura siempre estuvo presente. En 1979, duranteun temporal de nieve que la dejó aislada una semana junto a sus hijos, decidiócoger una de las muchas historias que bullían en su cabeza y comenzó aescribirla… Así nació su primer libro: Fuego irlandés. Está clasificada como unade las mejores escritoras de novela romántica del mundo. Ha recibido variospremios RITA y es miembro de Mistery Writers of America y del Crime Leagueof America. Todas las novelas que publica encabezan sistemáticamente las listasde los libros más vendidos en Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. Comoseñaló la revista Kirkus Reviews, « la novela romántica con Suspense románticono morirá mientras Nora Roberts, su autora megaventas, siga escribiendo» .Doscientos ochenta millones de ejemplares impresos de toda su obra en elmundo avalan su maestría.

Nora es la única chica de una familia con 4 hijos varones, y en casa Nora solo hatenido niños, por eso describe hábilmente el carácter de los protagonistasmasculinos de sus novelas. Actualmente, Nora Roberts reside en Mary land encompañía de su segundo marido.

Notas del editor digital

[1] En la traducción oficial aparece como Pretensiones el nombre de la tienda yen la primera y tercera parte se la nombra como Vanidades. En el inglés originalaparece como Pretenses. <<