Libro "Cronicas de La Toma. Por una UNLaR democrática"

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CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática

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Crónicas de La Toma. Por una UNLaR democrática. 2013Primera Edición. 2013Editado por Imprenta de la Universidad Nacional de La Rioja y Proyecto Libro –EUniversidad Nacional de La RiojaArgentina

Diseño de portada: Lic. Rodolfo VarelaDiseño y diagramación: Lic. Rodolfo Varela y Lic. Alfredo Parada LarrosaFoto de portada: Julieta Herrera

La edición imprensa de este libro se imprimió en los talleres de la Imprenta de la Universidad Nacional de La Rioja, en la ciudad de La Rioja, provincia de La Rioja, en el mes de diciembre de 2013.

Moreno Castro, Leila Mabel

Crónicas de la Toma. Por una UNLaR democrática. - 1a ed. - La Rioja: Proyecto Libro - E, 2013.

E-Book.

ISBN 978-987-1999-04-0

1. Crónicas. 2. Relatos. I. Título CDD 302.2

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Rector:Prof. Lic. Fabián Calderón

Vicerrector:Prof. Ing. José Gaspanello

Departamento Académico de Ciencias Sociales, Jurídicas y Económicas

Decano: Prof. Cr. Hugo RiboldiSecretario Académico: Prof. Dr. Rodrigo Torres

Licenciatura en Comunicación Social

Director: Prof. Lic. Rodolfo VarelaCoordinadora: Prof. Lic. Leila Torres

Proyecto Libro - ECoordinador: Prof. Lic. Maximiliano Bron

AUTORIDADES

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Los integrantes de este proyecto colectivo y colaborativo, formado por estudiantes bajo la coordinación de la Prof. Lic. Leila Moreno Castro, de la Licenciatura en Comunicación Social, orientación Periodismo, de la Universidad Nacional de La Rioja, dependiente del Departa-mento Académico de Ciencias Sociales, Jurídicas y Económicas, agradecen:

El acompañamiento de la comunidad de la Carrera de Comunicación Social, integrada por estudiantes, docentes y graduados, quienes caminaron a la par en el proceso histórico que este libro relata; y en especial a las autoridades de la misma, el Director, Prof. Lic. Rodolfo Varela, y la coordinadora, Prof. Lic. Leila Torres, que dieron el impulso necesario para que esta publicación viera la luz;

La predisposición y la colaboración del coordinador de Libro –E, editora de libros digitales de la Universidad Nacional de La Rioja, Prof. Lic. Maximiliano Bron, al abrirnos las puertas de un espacio de distribución libre de contenidos generados en esta Casa de Altos Estudios, mediante la modalidad Copyleft bajo licencias Creative commons. Sin dudas, una excelente propuesta que estudiantes, profesores y graduados de la UNLaR tienen a su disposición para generar conocimientos y difundirlos en el marco de una cultura libre.

La cooperación del Secretario General Lic. Carlos Vilte

Y el apoyo permanente a este tipo de proyectos por parte de las autoridades departamentales, Decano, Prof. Cr. Hugo Riboldi y Secretario Académico, Prof. Dr. Rodrigo Torres; como así también de las máximas autoridades de nuestra Univer-sidad, Rector Prof. Lic. Fabián Calderón y Vicerrector, Prof. Ing. José Gaspanello.

Finalmente, vaya el reconocimiento y el agradecimiento eterno a nuestras familias porque sin su sostén, su amor y su fortaleza no hubiéramos llegado hasta aquí.

AGRADECIMIENTOS

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Introducción Por Leila Moreno Castro

La marcha en la que vencimos el miedo Por Daniel Ramayo

La Toma del Rectorado: “¡Basta!”, un grito que se hizo escuchar Por Ayelén Silva

Los guardapolvos blancos entre el frío de Septiembre Por Julio Marinelli

Y los colores caminaron por los pasillos universitarios Por María Inés Chumbita

Resistiendo, de pie, un jueves sin fin Por Juliana Segovia

De guardia en las primeras horas de un día del estudiante distinto Por Bertha Silvestre Nunca el cambio fue tan bueno: Crónica de una (por primera vez) vocera Por Candela Romero

El reto de cocinar en la Toma Por Carla Cholota

“UNLaR somos todos” o cómo los riojanos hicieron suya a la Univer-sidad Por Nancy Fátima Roldán

Compromiso y organización, aspectos clave en un edificio tomado Por Facundo Romero

Tercera Marcha Social: la semilla de la victoria Por Noris Gómez

Y como no sabíamos que era imposible… lo hicimos Por Micaela Campagna

9 de Octubre: El día en que otra Universidad comenzó a ser posible Por Belinda Dávila

Cuando el sol riojano se despidió con un nuevo rector Por Diego Daniel Castro

Epílogo. Hoy más que nunca, Democracia en la UNLaR Por Estudiantes de la Lic. en Comunicación Social

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Por Leila Moreno CastroProf. Titular Cátedra Seminario de Periodismo CulturalUniversidad Nacional de La RiojaLa Rioja/ Argentina

La crónica, como sustantivo, es definida por el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) como una “historia en que se observa el orden de los tiempos” y, en relación al periodismo, como un artículo o información “sobre temas de actuali-dad”. Historia, observación, orden temporal, actualidad, todas palabras reflejadas

en este libro que reúne crónicas sobre un periodo histórico para la Universidad Nacional de La Rioja (UNLaR) y también para la Provincia.

Son textos que partieron de la observación, de vivir tal experiencia, de hacerla propia. La decisión de convertir esos fragmentos de vida en palabras y de darlos a conocer nació en el marco de la Cátedra Seminario de Periodismo Cultural, de la orientación Periodismo, de la Licenciatura en Comunicación Social de la UNLaR. Surgió en el convencimiento de que el lenguaje funciona como antídoto contra la opresión, contra el silencio impuesto, contra el miedo, contra el olvido. Es también un modo de celebrar las posibilidades de expresión que nos brindan las palabras y por ello el género elegido para trabajar fue la crónica que, en su momento, fue la única forma de contar el mundo que nos rodeaba. En nuestra América Latina los primeros “cronistas de las Indias” relataban, maravillados o escan-dalizados, lo que los sorprendía, los conmovía, los asombraba, los aterrorizaba de aquel nuevo mundo. Claramente, se trataban de escritos signados por una visión enclavada en el etnocentrismo, que impulsaba a ver con cristales colonizadores. Pero, aún entonces, las crónicas incluían los ingredientes de narración y enfoque personal que las caracterizarían, luego, como un género particular dentro del periodismo.

Después vendría la era de la imagen, con la fotografía, el cine, la televisión, las pantallas. El lenguaje se potenciaría así en nuevos formatos. Y el desafío de esta Cátedra fue recurrir a las palabras para contar aquellos días históricos, y enriquecerlas con fotografías que son también testimonios de lo vivido.

Pero, ¿cómo hacerlo? ¿cómo relatar tanto? Hay momentos que nos atraviesan, que que-

INTRODUCCIÓN

“La decisión de convertir esos fragmentos de vida en palabras y de darlos a conocer… surgió en el conven-cimiento de que el lenguaje funciona como antídoto contra la opresión, contra el silencio impuesto, contra el miedo, contra el olvido”.

Las palabras como antídoto

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dan congelados en nuestra memoria porque movieron nuestras fibras, porque hicieron acelerar el corazón, porque pensamos que todo estaba perdido o caímos en la cuenta de que habíamos vencido. En fin, instantes que sintetizan un mundo, una lucha. Así, reconstruyendo esos instantes únicos, se fueron conformando pequeñas historias y el proceso de la Toma de la UNLaR, la gran historia, comenzó a escribirse.Se trata de un relato coral, múltiples voces contando días y noches de incertidumbres y certezas, de esperan-zas y frustraciones, de acuerdos y desencuentros, de mucho frío y calor. ¿Es la historia verdadera de todo lo que sucedió en aquellas jornadas? Pues no, con seguridad, no. No es una historia, son muchas. Todas son po-sibles retazos de verdad. “De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas”, escribía Tomás Eloy Martínez y, en este libro, eso queda plasmado. El valor de las narraciones está en que quienes alzan sus voces para contar lo que fue la Toma de la UNLaR son los que la vivieron desde adentro, son los que la padecieron y la disfrutaron casi en igual medida. ¿Quiénes son ellos? Estudiantes universitarios que decidieron levantar sus banderas pidiendo democracia y excelencia académica. Jóvenes, en su mayoría, son los hijos de la era de las imágenes y la sociedad de redes. En las primeras décadas del siglo XXI respiran los aires de la hibridez cultural que borra las fronteras geográ-ficas y redefine las concepciones de comunidad e identidad, gracias al desarrollo inédito de las tecnologías de la información y la comunicación. Son jóvenes que reflejan las crisis de los sistemas de creencias, valores, conocimientos que sostuvieron las instituciones tradicionales en décadas y siglos pasados, y que hoy se ven imposibilitadas de dar respuestas a la generación que hace nuevas preguntas. Muchos han afirmado que son jóvenes descomprometidos; otros, en cambio, han llamado la atención diciendo que el compromiso que se les exige es el apegado a los viejos paradigmas sociales, los mismos que se vieron jaqueados por el propio paso de la historia. Por su parte, los jóvenes demuestran compromiso con aquello que les genera, ante todo, esperanzas de cambio, de transformación verdadera. Esos son los jóvenes que emprendieron una lucha intensa, sin respiro, que se extendió por casi un mes y que tuvo como epicentro a la Universidad Nacional de La Rioja, pero que la sociedad riojana en su conjunto observó, sorprendida en un principio, y acompañó, masivamente, después.

Los que escribieron las crónicas de este libro son los que observaron el proceso de la Toma de la Universidad, sí, fueron testigos, pero también protagonistas. De allí que la subjetividad, la mirada personal, el “yo” esté presente en cada texto. Lejos de los parámetros que nos enseñaron las escuelas tradicionales de periodis-mo acerca de la obligación de perseguir una objetividad inalcanzable; lejos de la despersonalización y los márgenes estrechos que nos establece la redacción de la “pirámide invertida”; lejos de la búsqueda de lo ex-traordinario, lo insólito, lo raro; estas crónicas son el reflejo de un acontecer cotidiano en medio de un hecho inédito. Son crónicas escritas desde adentro, con una primera persona que va relatando y se hace cargo. Son voces que dicen: “Esto lo ví, lo sentí, lo pensé”. Son voces que gritan: “Yo estuve”, “yo lo cuento”, “yo existo”.

En estos textos hay narración, descripción, diálogos, monólogos interiores, que van hilando distintos momentos de la Toma. Así podremos enterarnos de la organización de las marchas, de los preparativos y también del “durante” y del “después”, a partir de las sensaciones que dejaron en cada cronista. Compar-tiremos el miedo, la incertidumbre, el frío, combinados con la decisión, la unión y el coraje en la primera madrugada de un rectorado tomado. Conoceremos las lógicas de organización para mantener la seguridad y la limpieza, y también para difundir las actividades realizadas. Caminaremos por la Ciudad Universitaria tomada, apreciaremos cómo está vestida con múltiples colores y no con un monocorde celeste. Veremos a los estudiantes cumpliendo con las guardias nocturnas, a la intemperie, tapados con colchas y peléandole al frío y al sueño con mates y anécdotas. Percibiremos los olores de las cocinas improvisadas en el edificio. Y podremos revivir las interminables horas de aquel 9 de Octubre que significó el cierre de una etapa y el inicio de otra. Las palabras y las imágenes nos llevarán a esos “aquí y ahora” que cobrarán vida nuevamente con el correr de las páginas.Relatos de un tiempo histórico, eso son, nada más, nada menos. Constituyen un intento de nuestros futuros profesionales del periodismo de luchar contra el olvido de lo vivido, valorando la fuerza del lenguaje para transmitir, para registrar, para dejar huellas que otros, los que vengan, encontrarán. Como sociedad, es una invitación a conocer y a recordar para construir juntos, con memoria y esperanzas, un presente y un futuro con democracia y excelencia académica en la UNLaR, la Universidad de todos. La Rioja, Noviembre de 2013.

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Aquel 17 de septiembre, pocos imaginaban lo que iba a pasar más adelante. Se convocaba a una marcha en la plaza 25 de mayo en contra de los despidos de algunos profesores, bajas en las designaciones de muchos otros y manejos pocos claros que ya tenían un historial de más de 20 años. Pero esa jornada en la que se conmemoraba el aniversario

de la Universidad y el día del Profesor (¿Habrá sido una simple casualidad?, no lo creo) no comen-zó todo. Días atrás había escuchado comentarios de cesantías a docentes con una larga trayectoria acadé-mica en la Universidad, basadas en justificaciones tales como que ya estaban en edad de jubi-larse o que eso ya era sabido y hasta acordado con los mismos profesores. En ese momento algo empezó a generarme ruido, más allá que docentes de Comunicación Social, mi carrera, todavía no eran afectados o por lo menos no se conocía que lo fueran. Percibí un clima enrarecido, disconfor-midad por parte de compañeros, profesores y amigos de otras carreras que comenzaban a dar a conocer, mediante el “boca en boca”, lo que realmente estaba pasando puertas adentro. En un principio fue eso, y el panorama incierto se acentuaba. “¿Qué va a pasar con ese profesor de tal materia que me había ´guardado´ la regularidad?”, “¿Cómo van a ser los exámenes ahora en esa materia?”, “¿Quién se quedará a cargo?” Todas estas preguntas que nos hacíamos se expan-dían en los pasillos, en charlas de grupos de chicos preocupados. Con el correr de los días, los profesores o ayudantes de cátedra afectados por las medidas en contra de su fuente de trabajo, eran cada vez más. En las clases, los docentes poco sabían sobre cómo iba a seguir esta situación. La incertidumbre ya se había trasladado a ellos. “La carrera y la Universidad están atravesando un momento complicado”, “No sabemos cómo va a seguir todo esto”, eran las frases que podíamos escuchar cuando tratábamos de despejar dudas con ellos. Ese era el cuadro. ¿Por qué estoy describiendo todo esto, si yo me planteé escribir sobre la primera marcha y comen-cé esta crónica hablando de aquel 17 de septiembre? Lo describo porque todo lo que fui detallando fue lo que pasó por mi cabeza aquel día en el que decidí concurrir a la marcha. El miedo de ir y quedar “marcado” era real. Desde que ingresé a la UNLaR, he escuchado decenas de historias refe-ridas a casos en los que alumnos y profesores habrían sido denigrados por el sistema que reinaba en la Universidad desde hacía dos décadas; chicos y chicas a los que se les pondrían obstáculos para recibirse por haber estado alguna vez en contra del rector o por el sólo hecho de no compar-tir un mismo pensamiento. Todo eso daba vueltas en mi cabeza aquel día. En la balanza ponía, por un lado, todo lo malo que estaba sucediendo en la Universidad y eso hacía convencerme aún más de que debía estar en la marcha. Pero, por otro lado, el contrapeso era ese temor remarcado anteriormente, porque, a su vez, pensaba en el poco tiempo que quedaba para que terminara de cursar mi carrera y las complicaciones que me podría traer asistir a una protesta. Sin embargo, cuando nos enteramos que los profesores de nuestra Carrera, con los cuales hemos creado un vínculo fuerte (ya que tenemos la posibilidad de tenerlos en varias cátedras a lo largo de los cua-tro años de cursado) eran maltratados, denigrados, ahí se inclinó la balanza. Era el momento de

“El maltrato hacia mis profesores fue lo que me decidió a ir a la marcha, a luchar en contra de ese sistema, y verlos allí, en un día especial para ellos, fue muy gratificante. Fue algo que termi-nó por convencerme de que quienes se jugaban el pellejo no eran sólo los alumnos, también los profesores nos apoyaban y se da-ban fuerzas entre ellos. La lucha evidentemente ya era de todos”.

La marcha en la que vencimos el miedo

Por Daniel Ramayo

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jugarse por ellos. Ese fue claramente el punto de inflexión para que la mayoría de los alumnos de la Comuni-cación se decida a ir a la marcha.

Un especial día del ProfesorMartes 17 de septiembre. La marcha estaba convocada para las 19. Me reuní con unas compañeras para ir juntos. En la charla, camino a la Plaza principal, el tema que primaba era ese miedo a quedar “señalado” pero, a su vez, internamente estábamos convencidos de lo que hacíamos y lo que queríamos que cambiara en la Universidad. De a poco, el miedo se iba esfumando.Otra de las dudas era saber cuánta gente se iba a sumar, cuántos alumnos iban a dar ese paso fundamental, a cruzar esa línea del temor para pasar al otro lado, al de la lucha por una causa justa, al de la valentía.Llegamos a la Plaza y pude observar una cantidad de gente “aceptable” (tampoco pretendíamos llenar la plaza en una primera marcha), pero lo que me motivó y siguió convenciéndome, aún más de que lo que hacía era lo correcto, fue ver a mis compañeros y a chicos de otros años de la carrera allí. Se percibía en cierto modo una unión que pocas veces había visto. También gente mayor nos acompañaba. Algunos se acercaban y nos brindaban palabras de aliento, remarcaban el orgullo que les causaba ver que “los jóvenes luchen por la edu-cación, por la Universidad”; otros buscaban interiorizarse más sobre la causa de la marcha, querían saber qué pasaba. De a poco, la gente se sumaba a ese grupo de alumnos y alumnas de la UNLaR que rodeaban la Plaza principal con pedidos de “Democracia”, “Calidad educativa”, “Libertad”, “Pluralidad”, “Diálogo”, entre otros. A medida que pasaba el tiempo, trataba de observar qué cantidad de personas apoyaba la lucha, nuestra lucha y, para mi sorpresa, el número crecía y crecía, las calles adyacentes estaban colmadas prácticamente.Sin embargo, aunque todo esto era muy sorprendente, hubo algo que fue lo que me marcó ese día: observar entre quienes marchaban a un grupo de profesores, a mis profesores de Comunicación Social. Era por ellos por los que luchábamos, por los que estábamos allí. El maltrato hacia ellos fue lo que me decidió a ir a la marcha, a luchar en contra de ese sistema y verlos allí, en un día especial para ellos, fue muy gratificante. Fue lo que terminó por convencerme de que quienes se jugaban el pellejo no eran sólo los alumnos, también los profesores nos apoyaban y se daban fuerzas entre ellos. La lucha evidentemente ya era de todos.Sin dudas, esa vuelta a casa fue con aires renovados, de esperanzas de que algo se pudiera cambiar. Los estudiantes habíamos dado el primer paso, le hicimos frente a un sistema de corrupción, de propagación del miedo y de sumisión que resistía por años en la Universidad Nacional de La Rioja. Pero esto sólo había sido el comienzo de lo que estaba por venir. La voluntad de lucha y las convicciones estaban más presentes que nunca en el espíritu de los jóvenes. La sociedad riojana poco a poco iba a entender esta lucha y a tomarla como propia. El sistema de poder vigente durante más de dos décadas se empezaba a quebrantar y a mostrar sus grietas. Ya nada volvería a ser lo mismo en la UNLaR ni en la Provincia. Una página importante de la historia se comenzaba a escribir y no había vuelta atrás. Aquella tarde fue una de las más importantes en el proceso de cambio de nuestra Universidad porque fue el día en donde se venció el miedo, se le dijo “basta” a una etapa nefasta. Aquel 17 de septiembre algo empezó a cambiar en todos.

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Miro las fotos en mi cámara, mi computadora, los videos y sobreviene la nostalgia.Quizás se pregunten cómo una persona puede extrañar dormir en el piso, hacer guardias en escaleras, lidiar con pericotes, aguantar que en el aula donde estabas entre todo el tiempo gente pidiéndote cosas, correr a las tres o cuatro de la mañana

por “infiltrados” y tantas cosas más. Sí, se extraña, se extraña eso y la amistad que se construyó en 28 días de la Toma, se extrañan las risas, los cantos, los bailes, las peleas, el trabajo en equipo. Se extraña todo. Viendo fotos, encuentro las de la primera marcha, esas caras tímidas, mis compañeros, mis profes y, de repente, aparecen unas imágenes que me ponen la piel de gallina. Son las de la Escuela de Arquitectura, esa primera tarde noche que marcó un antes y un después en mi vida.Recuerdo estar en la casa de mi abuela cuando recibí ese mensaje de texto que decía: “Somos cada vez más, parece que vamos a pasar la noche acá”. Sin entender lo que pasaba, busqué en los noticieros alguna noticia sobre el tema y al ver ahí todo ese clima de tensión, no dudé en ir y acompañarlos.Al saludar a mi abuela, sus palabras fueron: “Mi´ja no vaya a meterse ahí, tenga cuidado”. Salí lo más rápido que pude y, al llegar a mi casa, antes que decir “hola”, sólo dije: “Los chicos necesitan gente en la Escuela de Arquitectura, van a pasar la noche ahí y yo quiero ir”. A las 21:30 del día 18 de septiembre, yo ya tenía mi mate listo y partía para la Universidad. Al llegar, veo un montón de autos y gente dentro del último edificio, saludé a mis papás que me dejaban con un poco de temor y entré. Era un clima raro, nuevo. Adentro, no sólo me encontré con compa-ñeros, ví profesores, mis profesores, ví parientes, ví amigos. Y, un rato después, se llamó a reunión. Todos estábamos ahí con un mismo propósito, todos, más allá de las diferentes posturas persona-les estábamos allí por una sola razón y era decir: “¡Basta!” Basta de subestimarnos como jóvenes, basta de dejarnos sin docentes, basta de callarnos la boca, basta de miedo, basta de autoridades eternas… ¡Basta!A partir de ese momento ya no habría horarios. Luego de varios planteos y muchísimas propues-tas, se decidió que debíamos tomar el Rectorado, rodearlo y no permitir que nadie saliera de allí con nuestros archivos en la mano. No sé explicar en qué momento llegamos y rodeamos todo el Rectorado, sólo puedo decir que llegamos cantando, saltando, con cartelitos en la mano. Ellos adentro, nosotros afuera. Ellos con miedo, nosotros… lo habíamos perdido hace rato. Sólo se escuchaban cánticos: “Tello decime: ¿Qué se siente haber perdido la UNLaR? Te juro que acá los estudiantes, siempre nos vamos a organizar” o “Che, celeste, no existís, con Tello te vas a ir, te saluda la Asamblea Estudiantil”. Cuando llegó la policía, nos dijo: “Chicos no tengan miedo. Sigan así, tranquilos, pacíficos, que no-sotros estamos con ustedes” y ayudó a salir a quienes estaban adentro y llamaban desesperados pidiendo auxilio porque unos “estudiantes terroristas y caprichosos no los dejaban salir” y tenían “mucho miedo”. Algunos de ellos se quedaron en el edificio con la excusa de “cuidar papeles importantes” y al edificio, de nosotros. ¡De nosotros! Fue la noche más fría de la que tenga memoria. Nos dividimos los pocos que éramos en guardias, cada uno cuidaba una puerta. Nadie entraba, nadie salía.Todavía me recuerdo observando la Universidad vacía, sólo seis chicos/as a mi lado. Sin conocer-nos, compartíamos el frío envueltos en tres colchas, mirando que el móvil de la policía no se vaya

“No sé explicar en qué momento llegamos y rodeamos todo el Rectorado, sólo puedo decir que llegamos cantando, saltan-do, con cartelitos en la mano. Ellos adentro, nosotros afuera. Ellos, con miedo, nosotros… lo habíamos perdido hace rato”.

La Toma del Rectorado: “¡Basta!”, un grito que se hizo escuchar

Por Ayelén Silva

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y esperando que amanezca. Se decía que mucha gente llegaría al amanecer a ayudarnos, a apoyarnos, sólo había que esperar y confiar.Nadie pensó entonces que ése sería el comienzo de un hecho histórico tan grande. Nadie en ese momento pensó que movilizaríamos a una provincia dormida y con miedo. Nunca nadie pensó que nos íbamos a atre-ver a gritar tan fuerte. Y lo hicimos.

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Cruzar el portón de entrada de la UNLaR, ese jueves, era no saber con qué se iba a encon-trar uno. Recuerdo haber manejado hasta allí, cansado y sin dormir, pensando cuál podía ser la situación, la magnitud de todo esto, pero sobre todo, cuál iba a ser mi postura. Te-nía en claro que estaba de acuerdo, que apoyaba, pero a esa altura había cambiado todo y

no iba a bastar con acompañar platónicamente o por internet. Había que poner la cara.Repasé mentalmente lo que nos había llevado a esta situación: el conflicto con los docentes, la virtual pérdida de cátedras por carecer de titulares. Las últimas semanas habían sido un hervidero de rumores, noticias desalentadoras que premonizaban una purga “tellista” como ya había ocu-rrido antes. La situación escaló de golpe cuando el domingo 15 de septiembre, Virginia Gorosito, estudiante de Comunicación Social, organizó un escrache por twitter para hacer repetir el hashtag #FueraTelloRoldánDeLaUNLaR para el lunes en la madrugada. Fue una jugada agresiva, con una demanda mucho mayor de lo que se pedía originalmente, pero resultó un éxito. El martes 17, Día del Profesor y aniversario de la UNLaR, se convocó a una marcha a la que asisti-mos unas 1500 personas. Pocas para lo que se vería luego, pero cruciales para garantizar lo que vendría. Esa mañana, mientras muchos se cuestionaban qué hacer, el rector Tello Roldán desafiaba a “ver cuántos son” los que marchaban. El miércoles, compañeros más involucrados participaron de una sentada pacífica en el rectorado. No pensaba en ese momento que el reclamo fuera a crecer, me parecía que nos habíamos jugado por algo que daría frutos amargos. Desde el trabajo seguía los acontecimientos por redes socia-les y algún medio que se hacía eco -pocos-, pero no tenía idea la olla a presión que estaba por estallar. Por eso fue grande la sorpresa cuando me enteré, tarde ese mismo miércoles, que se había tomado la Universidad. Era una movida inconcebible, estaba maravillado por la noticia. Todavía me había quedado trabajo para hacer pero me mantuve en contacto con compañeros que habían permanecido toda la noche. No dormí tampoco. Al abrigo de una estufa, adelanté laburo y, a las cuatro de la madrugada, metí lo que pude en un bolso y partí.Estacioné el auto sobre la avenida De la Fuente, frente al Predio Ferial. Al bajarme me repetí lo que finalmente había decido en el viaje: sería profesional, un corresponsal, cubriría los hechos objeti-vamente y brindaría mi apoyo en la medida en que pudiera, si se armaba lío, me iba. Simple.Todavía era de noche cuando entré, los faroles naranja de la avenida no dejaban adivinar el alba. Hacía mucho frío, demasiado para mediados de septiembre. No había mucha gente, sin dudas no la cantidad que me habían dicho por mensaje más temprano. Se me hizo un nudo en el estómago: “Esto tiene poca vida”, pensé.Tímidamente me acerqué a las escaleras del rectorado. Sobre ellas me recibió efusivamente Ayelén Silva, una compañera y la primera persona conocida que veía. A pesar del saludo enérgico y el abrazo, todo en ella se veía mal: las ojeras le llegaban al piso, estaba afónica y temblaba levemen-te, envuelta en una colcha. Yo no podía ni empezar a imaginar lo que había sido pasar la noche ahí. La explanada del rectorado tampoco tenía buena pinta, sólo cinco o seis personas permane-cían, algunos parados, otros sentados, todos envueltos en frazadas y hablando en susurros. Ayelén me explicó que hubo mucha gente durante la noche pero se habían retirado para descansar o cambiarse, prometiendo volver al amanecer; el resto se había desplegado en las dos puertas del rectorado para controlar. Ahí fue cuando me enteré que todavía quedaba gente en el edificio del

“Fue la primera victoria y el único intento real de Tello Roldán de plantar oposición a la Asamblea Estudiantil.Su Agrupación Celeste, que había abarrotado actos oficiales con aplaudidores, fue incapaz de poner a los estudiantes en contra de sus compañeros”.

Los guardapolvos blancos entre el frío de Septiembre

Por Julio Marinelli

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rectorado, funcionarios de alto rango que se negaban a salir y que se los había visto muy atareados durante la noche con papeles y documentos.Me dirigí a la Escuela de Arquitectura, un edificio aislado que se encuentra sobre el lado opuesto del predio universitario. El lugar ya era todo un símbolo porque allí se había iniciado todo la tarde anterior y era, me sor-prendió saberlo, el único recinto tomado de toda la UNLaR. El resto estaba libre y preparado para dar clases como de costumbre.En la puerta de Arquitectura me salió al paso Pablo Rojas, “el Juje”, también compañero y quien me había estado actualizando la situación durante la noche. Se lo veía cansado pero de buen humor y, en el edificio del que acababa de salir, se notaba mayor actividad y mejor ánimo que adelante.Mientras la luz solar comenzaba a diluir la noche, recorrimos los módulos de la universidad de regreso al portón. Pablo me contó de la presencia de políticos, profesores, y familiares la noche anterior: había sido grande, dijo, pero le extrañaba que aún no volviera nadie. También él desconocía si cumplirían sus promesas y volverían, pero ambos sabíamos que, si no lo hacían, esto se terminaba.Adelante nos sentamos a charlar con Ayelén y Virginia sobre lo que había pasado y lo que se haría en ade-lante. La idea era resistir y exigir el desalojo de los funcionarios del rectorado; se pensaba que si se tomaba el edificio poca gente aguantaría mucho tiempo adentro, sobre todo, no tener que pasar el frío de dormir en la intemperie. Pero el consenso era no hacerlo por la fuerza -tomar una universidad nacional ya era un delito grave- y un grupo de estudiantes de abogacía se ofreció a redactar un amparo para que la justicia federal forzara el desalojo. El único problema era conseguir transporte para presentarlo en el Juzgado federal en el centro de la ciudad y, como yo tenía auto disponible, me ofrecí a llevarlos. Durante el viaje, conversando con los chicos de Abogacía, me enteré de los “aprietes” que habrían estado su-friendo muchos de sus compañeros: se trataba de la carrera insignia del rector, su fuerte más seguro y donde con más saña había impuesto su autoridad. A muchos alumnos los habrían llamado a sus celulares con amenazas de serias sanciones y el fin de sus vidas académicas, y no eran pocos los que tenían miedo. Todos habíamos escuchado, en un momento u otro, las historias de abusos y arbitrariedades que se habrían come-tido durante más de 20 años de gobierno del Dr. Enrique Tello Roldán: nepotismo, listas negras, elecciones a candidato único, compra de voluntades, “aprietes”. Concluido el trámite judicial, pasamos frente a la casa del ahora ex rector. Todos en el auto coincidimos que las estatuas de leones blancos en el jardín de entrada nos recordaba a escenas del cine negro y nos reímos hasta que llegamos a la Universidad.

Dientes apretadosEran las 8:30 de la mañana y el rostro de la Universidad había cambiado notablemente. La salida del sol había levantado el ánimo sombrío y había congregado a los pies del rectorado a un buen número de medios de comunicación. Había más gente en las escalinatas y varios chicos – entre ellos Virginia y Valentín Maraga- ya estaban dando las primeras notas a lo móviles de radio y televisión.

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Sin embargo, no fue lo único que trajo el sol de la mañana. Es difícil describir el pánico que sentimos cuando vimos surgir una columna de profesores y estudiantes “celestes” –el color del partido hegemónico de Tello Roldán-. Se pidió que todo el bando de la toma se ubicara en las escaleras del Rectorado mientras los tellistas se desplegaban frente nuestro. La “objetividad” y la “imparcialidad” llegaron hasta ahí, hasta el momento en que tuvimos que juntarnos todos en esas escaleras para aguantar el miedo. No éramos más que 200 personas y no sabíamos si podríamos convocar a más. Nadie se fue, sin embargo, y mantuvimos nuestras posiciones mientras un grupo de asambleístas se dispersaron por las aulas para llamar a quien sea posible –las clases en el resto de la Universidad no se habían suspendido-. Sabíamos que alum-nos y docentes fieles al rector habían estado amenazando y “apretando” para que, si no conseguían sumarlos a sus filas, al menos que no vinieran con nosotros. Para compensar, luego supimos que muchos de los que nos hicieron frente ese día no habrían sido más que barrabravas contratados por un sobrino del rector con el objetivo de intimidar y hacer ruido. Fue un momento de dientes apretados en que creímos ver el fin de la protesta muy cerca. Y, de repente... guardapolvos blancos. Un grupo enorme de alumnos de Medicina marchó justo en frente de los “tellistas” y se aglutinó en círculo a los pies de las escalinatas para debatir. Los arengamos y festejábamos cada vez que un grupo se separaba para subir con nosotros. En poco tiempo, el círculo se había consumido como un banco de sardinas atacado por peces espada. Éramos, tranquilamente, tres veces más que nuestros rivales que, descorazonados, se sentaron a masticar bronca. Al frente nuestro, la algarabía forzada de los “celestes” se fue apagando al ver que lo que ocurría no era un pequeño caso aislado, sino un verdadero movimiento. En las aulas se levantaban cada vez más estudiantes y cada minuto que pasaba ya no nos jugaría en contra sino a favor, erosionando el miedo de los indecisos. Ha-cia el mediodía los “tellistas” se habían sentado algunos, marchado otros, y las cámaras y móviles les habían dado decididamente la espalda.Fue la primera victoria, y el único intento real de Tello Roldán de plantar oposición a la Asamblea Estudiantil. Su Agrupación Celeste, que había abarrotado actos oficiales con aplaudidores, fue incapaz de poner a los estudiantes en contra de sus compañeros.En el amontonamiento estudiantil que eran ahora las escaleras todavía había pocas certezas. Pero ya no se sentía el frío. Siempre había una mano lista para cebar un mate, o pasar bizcochos, otros pintaban carteles que iban a empezar a ocupar las paredes célebremente vacías de la UNLaR. Todo estaba por verse aún, nos quedaban, sin saberlo, 28 días de toma por delante. Serían días de frío, ner-vios, miedo, alegría, como pocas veces hemos experimentado. Luchando por nuestro derecho a una educa-ción superior de calidad, maravillándonos por descubrir que amamos nuestra Universidad como no creíamos posible, convencidos de que al compañero que tenemos a nuestro lado, que pone el cuerpo como nosotros, no podíamos dejarlo pelear solo.

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El malestar era evidente. Los rumores se hacían más fuertes a medida que pasaban los días. Era cuestión de tiempo, la bomba iba a explotar. Los años de persecución, de voces acalla-das, de un sistema que no permitía estar en contra y que manejaba a su antojo y según su conveniencia la Universidad Nacional de La Rioja, empezaban a producir un sentimiento de

indignación y se respiraba en los pasillos la tensión y la incertidumbre.Muchos profesores estaban perdiendo parte de su sueldo y hasta su puesto de trabajo y fue en-tonces cuando un grupo de valientes, hastiados por tanta injusticia, decidió convocar a la primera Asamblea General de Estudiantes. En este punto, la tecnología sirvió como medio de comunica-ción y, gracias a las redes sociales, la revolución se fue gestando. No fue simple y debieron enfren-tarse a quienes quisieron amedrentarlos mediante amenazas pero, siempre decididos y sabiendo lo que querían, siguieron adelante.A esa asamblea le siguió la marcha del 17 de septiembre en la plaza 25 de Mayo, la primera de va-rias en las que el pueblo caminó junto a los estudiantes para pedir #DemocraciaEnLaUNLaR. Esta numerosa marcha fue la respuesta al desafío que hizo el entonces Rector Tello Roldan cuando declaró “vamos a ver cuántos son” y fue también el primer paso de lo que vendría después.Los estudiantes fueron más allá y al día siguiente, luego de una nueva asamblea, organizaron una sentada en la Escuela de Arquitectura. Fue en ese momento, y de manera casi espontanea, que se decidió: “De acá no nos vamos”. Los portales de noticias comenzaron a informar tímidamente sobre la toma en ese sector de la Universidad y, sin duda, lo que más animó a la gente que aún no se había sumado fue saber que no sólo eran estudiantes los que estaban allí, sino también sus profesores, acompañando, reclamando por sus derechos laborales y por un cambio en las políticas universitarias. Esto fue un punto de inflexión, no había vuelta atrás, el cambio ya era inevitable.Lo que durante mucho tiempo había estado dormido despertaba lentamente en cada uno de esos jóvenes que buscaban algo tan justo y necesario como la excelencia académica y la democracia. Una democracia pisoteada y burlada por aquellos que sólo persiguen el beneficio propio y que actúan guiados por las ansias de poder. La maquinaria celeste llegaba a su fin.La mañana siguiente a la primera noche que los estudiantes pasaron en la Universidad, los me-dios de comunicación ya anunciaban la toma del rectorado y se decía mucho, se hacían las más variadas conjeturas sobre lo que pasaría. Hasta ese momento, sólo seguía este movimiento a través de esos medios, pero a partir de en-tonces, con un sentimiento de gran admiración hacia los valientes sublevados y, contagiada por ese espíritu de lucha, decidí que quería estar allí, que mi deber era dejar de mirar desde afuera y sumarme.

Una marcha multicolorEse primer día en la toma fue emocionante, el entusiasmo ganaba espacio en los estudiantes que entendían que el único camino posible era la unión y la resistencia. Reconocí las caras de

“Los colores brillaban más que nunca en cada uno de noso-tros. Fue un momento más que especial, estábamos en nues-tro lugar, por primera vez recorriendo los pasillos todos juntos y animándonos a alzar la voz, dispuestos a recuperar ese es-pacio que la maquinaria celeste nos había quitado. La UNLaR nos pertenecía y queríamos defenderla”.

Y los colores caminaron por los pasillos universitarios

Por María Inés Chumbita

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mis compañeros entre la gente, sentados en el pasto tomando mate y me sentí feliz de ver a mis profesores acompañarnos también en ese momento difícil, correspondernos con su presencia, con su apoyo. No existía mejor lugar para estar que ese, rodeada de mis pares y junto a mis docentes exigiendo y resistiendo por mis derechos.Cuando el sol comenzaba a calentar un poco más, se organizó una marcha interna. Los alumnos de las diferentes Carreras se distribuyeron para no abandonar la entrada y la mayoría marchó hacia la Escuela de Arquitectura para comenzar desde allí la caminata. El calor, que se hacía cada vez más intenso, no funcionó como impedimento para que con carteles y bombos atravesáramos, lentamente, cada uno de los módulos de nuestra querida Universidad entonando diversos canticos. Un cartel me llamó particularmente la atención, decía: “No más celeste, que brillen todos los colores”. Pensé que justamente eso era lo que estaba pasando, los colores brillaban más que nunca en cada uno de nosotros. Fue un momento más que especial, estábamos en nuestro lugar, por primera vez recorriendo los pasillos todos juntos, animándonos a alzar la voz y dispues-tos a recuperar ese espacio que la maquinaria celeste nos había quitado. La UNLaR nos pertenecía y quería-mos defenderla.La marcha culminó en el patio contiguo al rectorado y allí vimos caer los últimos vestigios del “tellismo” cuando, de a uno, salieron del edificio los funcionarios que aún resistían en las oficinas. Para ese momento, los estudiantes eran ya una marea irrefrenable que dio la espalda a los que colaboraron para que este gobier-no se perpetuara por más de 20 años, sembrando el miedo a cuestionar y a pensar distinto.Esa misma noche “La Toma” dejó de ser sólo en el rectorado y se extendió a las aulas. Así comenzaba una gesta que por más de 20 días mantendría en vilo al pueblo riojano, un hecho histórico que culminó con la caída del tirano y todo su séquito y que le devolvió los colores a la UNLaR, la esperanza, las ganas de luchar, el sentido de pertenencia a sus alumnos y trabajadores y que logró unir a miles de jóvenes consientes, en pos de lograr un cambio para su futuro y el de toda una sociedad.

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Eran casi las 8 de la mañana, mi conciencia y mi espíritu sabían lo que estaba pasando, y lo que se estaba viviendo en la Universidad; me levanté sin pereza ni quejidos. Como nunca, a esa hora quería estar de pie. Una fuerza enardecedora e inexplicable brotó dentro de mí generando unas ganas insaciables de estar presente en la lucha, acompañar a todos

aquellos estudiantes que desde la noche anterior ya se encontraban acampando y defendiendo a nuestra Universidad.Sin dudas no era un día cualquiera, era un jueves de septiembre que comenzaba a escribir los pri-meros versos de un hecho que quedará marcado en la historia de los riojanos. Las flores, el verde y los pájaros, comenzaban a surgir por los alrededores de la Universidad, intentando advertir la llegada de su amiga primavera.Al ingresar, parecía estar todo tranquilo, a cada paso que daba me topaba con miradas perdidas, dormidas, pero con una fortaleza y luminosidad en los ojos que hasta me transmitían armonía y serenidad al observarlas. Yo también estaba desorientada, no encontraba ningún rostro amigo, ni siquiera conocido, y mientras avanzaba hacia el rectorado, colores, sonidos y cantos a viva voz se hacían más potentes. Dentro del edificio se encontraban aquellas mentes que por años mintieron, dañaron e hicieron de la Universidad un lugar donde sólo reinaba la ambición, el autoritarismo y un miedo desga-rrador que parecía no irse más. Por otro lado, en las afueras, estaba el pueblo estudiantil, una comunidad entera que se había despertado y levantado contra los avasallamientos causados por el dictador y su gobierno. El temor ya no corría por sus venas y eso se reflejaba en las miradas, en las acciones, en los espíritus de cientos de alumnos, profesores, co-docentes, que gritaban: “¡Nunca más!”El sol comenzaba a quemar, las horas pasaban y las personas buscaban refugiarse de los rayos. Con mis compañeros encontramos el lugar ideal para estar, debajo de un árbol, donde su sombra lograba abrigarnos. Sentada en un rincón no podía creer lo que estaba percibiendo, unidad y compañerismo tomados de la mano. En ese momento no existían rivalidades, sólo una meta fija y compartida. Los mates iban y venían, las carcajadas se hacían notar, los carteles comenzaban a llenar de color y de luz a toda la Universidad, era sin duda un ambiente desconocido y, a la vez, esperanzador. El inmenso predio universitario comenzaba a encogerse, cada vez más personas, alumnos, amigos, docentes se unían a la lucha. De pronto, me llamó la atención la enorme cantidad de estudiantes que vestían una prenda blanca, eran, sin duda, estudiantes de Medicina. No era la única sorprendida ante la avalancha de luchadores que comenzaban a avanzar hacia el campo de batalla, mis compañeros también lo estaban. Uno de ellos me preguntó: “¿Tu hermana estudia Medicina, verdad? ¿Sabías que ellos recién se suman a la lucha?” Yo le contesté: “Mi hermana está estudiando Medicina pero ella desde la marcha decidió sumarse, al igual que yo”. Dejé a mi compañero para seguir escribiendo un cartel que estaba a medio terminar. Sin embargo detrás de mí seguían comentando sobre la llegada de los estudiantes, logré escuchar a una chica que, con impotencia y bronca, decía: “Ellos recién se suman porque los amenazaron de que iban a perder

“El frío quemaba nuestra piel y, sentados en el césped húmedo, nos hacía temblar.Cuidar la parte que nos fuera asignada se tornaba imposible, no había café que alejara el sueño ni mantas que nos refugiaran de esa velada cruda. Pero la llama seguía encendida, ni la helada más profunda lograba apagarla”.

Resistiendo, de pie, un jueves sin fin

Por Juliana Segovia

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el año. A muchos chicos se les quitaron las libretas y nunca se las devolvieron, muchos ya estaban a punto de recibirse y temían por lo que podría llegar a pasarles”. Tal historia me desconcertó y la rabia aumentó como también la adrenalina y las ganas de continuar gritando, exigiendo la renuncia del tirano y de sus secuaces.El futuro era incierto, las dudas crecían como hiedra viva, muchas preguntas, pocas respuestas giraban en el aire, sin embargo la revolución y las ansias de cambios se instalaron en la mente de cada uno de nosotros, allí reinaba una sola postura, firme, sólida: terminar con el gobierno dictador.Los minutos pasaron y el cielo comenzó a teñirse de rojo, el viento frío rozaba mis mejillas y los signos de cansancio empezaban a aparecer, pero las ganas de quedarme y seguir de pie eran más fuertes que mi ago-tamiento físico. En eso pensaba mientras caminaba por los pasillos en búsqueda de un cigarrillo que lograra calmar mi ansiedad. En una de esas caminatas, no pude evitar percibir a un señor, ya mayor, que reflejaba emoción a simple vista. El charlaba con un joven y le decía: “Ustedes están haciendo historia, nunca se vivió algo así en esta Universidad. Están cumpliendo nuestros sueños y estamos totalmente agradecidos y orgu-llosos de esta juventud”. No pude contener las lágrimas al escuchar tan sinceras y profundas palabras. Esas frases quedaron marcadas en mi mente y en mi corazón todo ese eterno día.

Rock en una fría madrugadaSin darnos cuenta, la noche nos visitó y, con ella, un frío antártico que congelaba el aliento de todo ser. En medio de la oscuridad, se descubrió a una sabandija que merodeaba por el lugar, era evidente que buscaba corromper la armonía que juntos habíamos logrado, intentaba inyectarnos miedo, como siempre. Sin embar-go eso nos fortaleció en nuestra convicción de cuidar cada rincón de la Universidad. Como dice la conocida frase “Unidos jamás serán vencidos”, eso es lo que se estaba viviendo: unidad, organización y compañerismo. Las amenazas, el temor y la presencia de seres dañinos sólo hicieron redoblar las fuerzas para seguir luchan-do. A raíz de lo sucedido, comenzó la etapa de organización, donde cada carrera se instaló en un aula, con las respectivas donaciones de toda la sociedad riojana, que apoyaba la medida y colaboraba con los jóvenes luchadores. Nosotros, los de Comunicación, nos albergamos en la 102. La madrugada fue intensa. El frío quemaba nuestra piel y, sentados en el césped húmedo, nos hacía temblar. Cuidar la parte que nos fuera asignada se tornaba imposible, no había café que alejara el sueño, ni mantas que nos refugiaran de esa velada cruda. Pero la llama seguía encendida, ni la helada más profunda lograba apagarla.Los chicos iban y venían, un aliento congelado salía por sus labios y de los míos también. El aroma a comida casera se hacía más presente a mi alrededor, los cocineros de la toma, habían preparado un guiso de arroz. Fui en busca de ese alimento que iba a saciar el hambre que tenía, lo saboreé y también lo compartí con mis compañeros de guardia quienes, como yo, vivían el calvario de la madrugada.El viento soplaba más fuerte, la luna emprendía su partida, las melodías de un rock and roll lograron sacudir-me. Las personas que estaban cerca buscaban que pase el tiempo y el frío. El sonido de la guitarra encendía corazones, sus dulces melodías daban la bienvenida al amanecer, que destilaba un naranja enceguecedor, pintando un paisaje tan, tan difícil de explicar. Los primeros rayos del sol iluminaron las nuevas ilusiones. Necesitaba descansar, mi cuerpo enfermo lo pedía a gritos. Quería recuperar energías para seguir luchando junto a los demás. Fue un día agotador, un jueves sin fin, que mi memoria siempre guardará.

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La noche del 20 de Setiembre llegué a la Universidad para sumarme a mis compañeros que mantenían la Toma reclamando por democracia en la UNLaR. En el aula destinada a Comu-nicación, estaban en ese momento nuestros profesores Darío Bazán, Carlos Navarro, Alfredo Parada Larrosa, Rodolfo Varela y Maximiliano Bron; en los módulos se veía mucha gente que

acompañaba a sus hijos en su lucha. A las doce, iniciando el 21 de Setiembre, día de la primavera y del estudiante, mi compañera Candela Romero fue la primera que me abrazó y nos deseamos un felíz día, mientras algunos reconocían que nunca habían pensado pasar ese día en la Universidad y en esas circunstancias. Brindamos con gaseosas y mates. Salí del salón y caminé hacia el Rectorado, allí era el punto de concentración de la Toma. Había un grupo de estudiantes de Medicina que estaban cocinando guiso de arroz para todos. Muchos se abrazaban celebrando el día que empezaba. La música llenaba todo el ambiente, junto a los estu-diantes, estaban padres, niños, profesores, trabajadores administrativos y algunos periodistas que seguían lo que pasaba en la Universidad. De fondo, colgaban carteles en las puertas del Rectora-do: “Fuera Tello”, “Queremos democracia”.Pasaron unos minutos, se encendieron velas y se cantó el himno como una forma de recordar que la Toma era pacífica y que se pedía democracia. Fue el inicio de la celebración por el día del estudiante. Después caminamos hasta la Escuela de Arquitectura, algunos chicos estaban haciendo asado fuera, otros escuchaban música y bailaban. Un módulo más adelante se veía a los estudiantes de Medicina, un grupo cuidaba las escaleras y otro, de Odontología, compartía mates. Más allá se ubicaban los de Abogacía, que habían colocado una mesa fuera y sintonizaban una radio, otra vez música y baile, otra vez brindar con gaseosas y mates. Ya de regreso al salón de Comunicación Social, mis compañeros se ponían de acuerdo con un profesor para armar un grupo de prensa, muchas manos se levantaban para formar parte. Otros debatían sobre la reunión de delegados del día siguiente. En una mesa había agua, mate, café, galletas, que ponían de manifiesto la solidaridad de las personas que apoyaban el reclamo. En tanto, en el sector del Rectorado, se presentaban diferentes artistas; un grupo de estudiantes de Chile cantaron temas de su país; luego fue el turno de las chacareras y también de las baladas en inglés. El público siempre acompañó con palmas. La alegría se palpaba en cada rincón de la Universidad. Una madrugada de guardiaYa era hora de cumplir el turno de guardia. Nos correspondía cuidar la primera escalera, la que comunicaba con las oficinas de los Departamentos académicos. El paso estaba clausurado con sillas y abajo, cerca del cajero automático, había carpas donde dormían algunos. Cerca, estaba una docente que acampaba con su hijo en el patio.La guardia en aquella ocasión fue compartida con alumnos de Trabajo Social, nos sentamos acompañados de café y galletas. Algunos habíamos llevado frazadas, otros se abrigaron con las que fueron donadas. Nos acomodamos en el suelo, intentamos disponer las colchas como si fue-ran una cama, pero no, no eran una cama y se notaba. A medida que las horas pasaban, el frío era más intenso y nos íbamos juntando, acercándonos, para entrar en calor. Para algunos, el sueño

“Miré hacia el cielo y había una hermosa luna que nos alumbra-ba. Y pensé que yo siempre iba a la Universidad a la mañana o a la tarde, que nunca hubiera imaginado estar una madrugada allí, con todos mis compañeros. Me di cuenta que siempre lleva-ría en mi corazón y en mi mente aquella noche, aquella luna que nos acompañaba a hacer historia”.

De guardia en las primeras horas de un día del estudiante distinto

Por Bertha Silvestre

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venció al frío y se durmieron. Miré hacia el cielo y había una hermosa luna que nos alumbraba. Y pensé que yo siempre iba a la Universidad a la mañana o a la tarde, que nunca hubiera imaginado estar una madruga-da allí con todos mis compañeros. Me di cuenta que siempre llevaría en mi corazón y en mi mente aquella noche, aquella luna que nos acompañaba a hacer historia.A las seis y media de la mañana terminó nuestro turno de guardia, nos dirigimos al aula y vimos que había pocos alumnos. Una compañera nos brindó una taza de café bien caliente con unas ricas facturas. Después salimos al patio, todo estaba tranquilo, algunos dormían y otros ya estaban cuidando. Seguimos caminando en dirección a la cocina, allí ya estaban preparando el desayuno para todos los que se habían quedado a dor-mir. En el portón de ingreso, un grupo de jóvenes tomaba su turno de guardia. Otros, como yo, nos marchá-bamos a descansar. La Universidad despertaba a un nuevo día de toma. Cuando los días pasaron y las actividades se normalizaron con las nuevas autoridades elegidas por la Asam-blea Soberana, mientras recorría los pasillos, recordé aquella noche. Ahora percibía quietud, tranquilidad, hasta en el portón había silencio, sólo un policía lo custodiaba. Extrañé aquellos sonidos de música, voces, movimiento de gente constante, todos juntos, todos reclamando democracia. Otra vez volví a pensar que lo vivido había sido histórico y me sentí feliz de haber sido parte.

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Domingo. Si bien asumí el rol con mucho gusto, era tranquilizante saber que un día como éste, La Rioja duerme (incluso los Medios). 10.30 de la mañana y yo llego, casi rutinaria-mente, a pisar el suelo del aula 102. De la montonera de colchas, elijo las más vistosas para cubrir a mis compañeros que todavía duermen y me dispongo a ordenar lo que

dejó la noche (vasos de agua, bidones vacíos, restos de pizza y los micrófonos del karaoke). Tres o cuatro viajes con mis compañeros en busca de agua para lavar las tazas para el desayuno, las ban-dejas y los cubiertos para el almuerzo. Posteriormente nos toca, casi silenciosamente, el lavado de pisos de nuestra zona en el pasillo y dejar todo listo para quienes desean el café y el budín para el desayuno. Sí, parece un día más en la Toma. El módulo I se activa nuevamente: La cocina está en marcha, los compañeros desfilan por los ba-ños con cepillo de diente en mano y caras de dolor de espalda. La mañana transcurre como todas, nos contamos anécdotas de la noche que pasó, entre risas y bostezos. Después del mediodía, comienzan a sonar los teléfonos. Eso, eso era. No era un día más, era EL día. El domingo. A las 20, se estaba por llevar a cabo la primera Marcha Social en apoyo a nuestro pedido de una UNLaR democrática. “¿A qué hora es?”, “Te veo allá”, “Fuerza, estamos con ustedes” son algunos de los mensajes que quedaron almacenados durante la siesta y la primera etapa de la tarde. Los delegados en Asamblea, los demás almorzando, escribiendo carteles y decidiendo quiénes irán a la marcha, dejando guardias mínimas: “No vaya a ser que volvamos y estén los tellistas adentro”, decíamos. Se hacen las 18 y los delegados vuelven a la 102: “¿Lees?”, me preguntan y, lo pensé…: Pensé en el día 1 (el 17 de Septiembre) en donde no me animé a tomar el megáfono para convocar a la gente. Pero sin dudas la Cande que fui había quedado atrás. “Dale”, contesté. “Te acompaña Emilio”, me respondieron. Emilio, un gringo simpaticón y barbudo que moviliza hasta a un celeste.Una delegación de siete mujeres salió a bordo del gol de una docente; todas con mucha incer-tidumbre, incertidumbre que nos soltó la mano en 25 de Mayo y San Nicolás de Bari, cuando empezamos a ver banderas, velas, rostros, enojo, risas, y familia. Mucha familia. Familias comple-tas. Mis compañeros de trabajo, mis amigos y sus hijos, personas que no me detuve a abrazar con todas las ganas que me salían de los poros; ya comenzaba la marcha.Me uní a los compañeros que llevaban nuestra bandera mayor, la de Argentina y, aunque quería, era inútil: no se escuchaba mi canto. Era una literal garganta con arena y un dolor de cabeza po-tenciado cada vez que subía la voz, los pómulos colorados, los pelos despeinados. Pero no, seguí, seguí cantando frente a la risa de los docentes de Arquitectura que me abrazaban y me decían: “Vamos Romero, somos pocos, pero somos, eso es importante”. Al llegar a Pelagio B. Luna, me alcanzaron el megáfono y lo primero que tuve que decir fue: “¡Chicos, paren, el final está acá, acá cerca, nos chocamos!”, mientras todos nos mirábamos asombrados.Me temblaban las manos, estaban húmedas; no me hacía frío, o sí. Llegamos al Palacio de Tribu-nales: Los encargados de logística me dijeron: “Acá, Cande, no nos vamos a organizar para llegar a

“Recuerdo esos aplausos y esa expresión en los rostros de los abuelos, las madres, los docentes, los compañeros, los niños. Me recuerdo abrazando a gente desconocida y sentirme unida a ellos por el mismo reclamo. Nos recuerdo luchadores, nun-ca más callados. Nos recuerdo con ganas de renovar, de elegir. Desde ese día no paro de recordar y de recordarme. Eso soy. Esos recuerdos”.

Por Candela Romero

Nunca el cambio fue tan bueno: Crónica de una (por primera vez) vocera

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la Casa de Gobierno”. “¿A dónde? ¿Yo?”, pregunté.No existe teoría, palabra, canción, Benedetti, Cortázar o algo que pueda describir mi sentir, parada en las escalinatas ante… “Ocho mil, fácil, hay acá, ¿eh?”, según la mujer policía que estaba a mi lado. Y Cande nunca había superado las 25 o 30 almas escuchando algo de lo que decía. Pasé de 30 a 8.000. Era sinceramente indescriptible.“Los estudiantes tenemos tres objetivos innegociables: la renuncia de forma pública del Rector Tello Roldán, que los cargos docentes se concursen y que se reforme el Estatuto que actualmente está en vigencia”, decía con voz ronca que se perdía entre los aplausos. Llegado el final del discurso y mientras el rubio simpaticón se dirigía a todos con lágrimas en los ojos, me sentía aplastada; la energía y la fuerza de cada uno de esos ciu-dadanos, el pedido de todos en conjunto, podían con todo, hasta incluso con la fuerza de los que luchamos. Frente a toda esa fuerza, estábamos nosotros, estaba yo, sintiendo dos manos que me sostenían la espalda, la de Emilio y Maico, su compañera, que no dudó en emocionarse. Ellos saben lo que intento explicar ahora.Cuando cedí el lugar, el doctor me miraba. Papá me miraba con unos ojos que yo no conocía, ojos de orgullo, ojos de sorpresa, me miraba con ojos raros. Me abrazó. No había sentido, en tantos días de toma, un abrazo tan sincero y tan enorme. Desde ese momento no logro encontrar todo lo que dejé atrás, la persona que fui no apareció más. Mientras tanto escuchaba a Emilio: “De ahora en más, somos amigos”, y ya nada más importaba. Un cambio estaba en marcha y la sociedad prometía acompañarnos. En las escaleras, velas; más atrás, manos que sostenían más velas y lágrimas; ojeras; cansancio.“Soy todo lo que recuerdo”, canta el gran Gabo Ferro. Yo recuerdo abrazos entre los pares de lucha, recuerdo el abrazo a mi docente (y compañera) frente a su mirada de orgullo y la de su bebé, algo confundido. Recuerdo a profesores mordiéndose la comisura de los labios, sintiéndose con ganas de reventar en aplausos y no poder al tener cámaras, luces, velas o banderas.Recuerdo esos aplausos y esa expresión en los rostros de los abuelos, las madres, los docentes, los compañe-ros, los niños. Me recuerdo abrazando a gente desconocida y sentirme unida a ellos por el mismo reclamo. Nos recuerdo luchadores, nunca más callados. Nos recuerdo con ganas de renovar, de elegir. Desde ese día no paro de recordar y de recordarme. Eso soy. Esos recuerdos.Ese domingo todo cambió. Lo que fue un “día como todos” pasó a ser “un día de aquellos”; ese domingo unió lazos entre los estamentos y todos juntos nos unimos al pueblo, a esa generación dormida que soltó la sábana para caminar el cambio junto a nosotros. Ese domingo volvimos, las siete mujeres en el gol, con otra actitud, con otra semblanza, con otra expresión. Los días venideros fueron mucho más pesados y dramáticos, pero desde ese día cruzamos el portón de la UNLaR convencidas de nuestro reclamo, dejando atrás esas dudas que nos atacaban. Volvimos a caminar el pasillo del módulo I abrazadas, tapadas con banderas, ansiando cruzar la puerta y aplaudir junto con los que quedaron haciendo guardias o cumpliendo las funciones de prensa. Ese día mi tarea comenzó a tener sentido. Todo comenzó a tenerlo.

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“Los últimos días ya habíamos aprendido la rutina y nos sentía-mos tan relajadas que empezamos a inventar platos de comida, el primero fue ´Pastel revolucionario´; el segundo, ´Pastel de-mocrático a la napolitana´ y cerramos con unas ´Tapizza”

Por Carla Cholota

El reto de cocinar en la Toma

Unirme a la lucha fue una decisión que me costó mucho porque, por un lado, reinaba el miedo y, por el otro, las ganas de luchar por nuestros derechos, por la democracia, por una Universidad libre. Después de pensar y pensar, entendí que mi lugar estaba junto a mis compañeros, en la Toma.

Los días pasaron y llegó el momento de asumir un nuevo reto. Era casi la medianoche de un do-mingo, el primero desde que la Universidad estaba tomada. Se escuchó una voz que decía: “Chi-cos, necesito que alguien vaya a una reunión de cocina en la carpa blanca”. Todos nos quedamos mirándonos, nadie decía nada hasta que con una compañera decidimos ir. Al llegar a la reunión, nos encontramos con un grupo muy motivado, empezamos a organizarnos y las horas pasaron, sin darnos cuenta estaba por amanecer y con él otro desafío estaba por empezar.Armar una cocina de la nada no era tarea fácil, más cuando nunca se habían presentado oportuni-dades como ésas. Lo que más pensaba era qué compañeros me tocarían, acoplarse a la forma de cocinar de otros no es sencillo, sentía muchos nervios y, a la vez, adrenalina.Con un sol radiante y con muchas expectativas y, también, incertidumbre, empezó nuestra maña-na corriendo por los pasillos, pidiendo que nos presten todo lo necesario para cocinar y hablando con nuestros conocidos para conseguir cosas. Así fue pasando la jornada, me retiré a almorzar y al regresar, en la tarde, fue algo emocionante ver que de la nada se comenzaba a improvisar una cocina y empezaban a llegar las cosas. Nos reunimos con los delegados de cocina, escogimos el lugar y en ese momento sentimos que la cena estaba en nuestras manos.Los nervios y las preguntas surgían: “¿qué cocinaremos?” “¿para cuántos?” En mi caso, había cocina-do hasta para diez personas como máximo, pero tener en un módulo ocho carreras era una situación que asustaba a cualquiera.Arrancó el trabajo, recorrí curso por curso, preguntando cuántos chicos se quedaban a cenar, cuántos estaban en las guardias y, al hacer cálculos, me llevé la sorpresa de que eran 290 personas. ¡Era una cosa de locos cocinar para tantos! Allí decidimos preparar, con lo que nos habían dado en la carpa blanca que estaba en la entrada de la Universidad, polenta con salsa. Era lo más sencillo. Por suerte nos sobraron manos, mientras unos lloraban por picar cebolla, otros reían y no faltaba tema de conversación. Unas chicas decían: “Si mi mamá se entera que acá estoy cocinando, no lo va a poder creer”; otras preguntaban cómo se pelaban las cebollas; y estaban los que “peleaban” con la carne porque era una masa de hielo. La noche fue avanzando y la cena estaba casi lista. Para organizarnos mejor, a cada curso se le entregó una cierta cantidad de vales de comida. Cuando todo estuvo listo, se avisó que se acercaran a retirar la cena. De un momento a otro vimos una avalancha de perso-nas, todos llegaban con sus bandejitas. Los nervios nos comían, temíamos que no alcanzara lo que habíamos preparado. A todos se les fue entregando la cena y, con una enorme sonrisa en el rostro, nos agradecían. Terminamos de servir, empecé a recorrer el pasillo para asegurarme que todos habían comido. Al pasar, escuchaba que comentaban que “la cena estuvo muy buena” y me ponía contenta, pero lo que más me emocionó fue llegar a mi curso y ver a todos con cara de felicidad. Los días anteriores habíamos estado comiendo pan y fiambres y cambiar el menú no vino nada mal. Se me puso la “piel de gallina” cuando pidieron un aplauso para “la Cholota, que gracias a ella hemos comido”.Tanto para mis compañeros de cocina como para mí, esa noche fue una gran satisfacción, para ser la primera vez, nos fue muy bien. En la madrugada, estuvimos reunidos los delegados de cocina de todos los módulos y nosotros habíamos sido los únicos que no habíamos tenido problemas. Fijamos

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el menú del día siguiente y así concluyó nuestra jornada inaugural en la cocina. Fue un día agotador pero feliz.Los días pasaron y nos fuimos organizando mejor, porque cocinar un día para 300 y al siguiente para 250 no era cosa fácil, así que se estableció una cifra exacta para cada curso en cuanto a sus vales, tanto para la mañana como para la noche.El cansancio se hacía presente cada jornada pero seguíamos trabajando. Recuerdo una anécdota de la primera semana: las reuniones de los delegados de cocina eran a las dos de la madrugada, una noche terminé mis tareas a la una y decidí acostarme hasta que fuera la hora de la reunión. Me acosté en uno de los colchones que había en el curso donde estaban mis compañeros, dejé puesta la alarma en mi celular y me dormí. Estaba tan cansada que cuando sonó, abrí los ojos sin entender si había amanecido, si era el mismo día. Me levanté y salí envuelta en una frazada; empecé a caminar y recuerdo que, al llegar al segundo módulo, alguien se interpuso sin dejarme avanzar. Entonces, me detuve y ví que era uno de los chicos ecuatorianos. Al parecer notó que seguía un poco dormida y me preguntó a dónde iba, le dije: “Creo que voy a una reunión al tercer módulo”. Me acompañó y puedo decir que terminé de despertarme cuando estaba en la reunión preguntándome cómo había llegado allí. El tiempo siguió corriendo y llegó el sábado y nuestro primer fin de semana en la cocina. Hasta entonces éramos cuatro los que siempre cocinábamos, tanto en la mañana como en la noche. Ese día yo sentía que ya no tenía espalda ni brazos y que estaba a punto de perder mis piernas. Había sido una semana muy intensa, más inten-tando seguir una rutina que era nueva. Mis compañeros estaban igual que yo, así que decidimos que nuestra labor en la cocina terminaba con el almuerzo, que ya nuestros cuerpos no respondían y que cada curso podía encargarse de su cena y de la comida del domingo. Por una parte, sentía que debía descansar pero también me preocupaba qué pasaría, qué comerían los demás esos dos días. Me sentía como si fuera la madre de ellos.Ese domingo que no fui a la Universidad, el tiempo me pesaba muchísimo, me preguntaba qué hacía en casa, pero también sabía que debía descansar. Mi vida había cambiado, ya no era la misma que tenía antes de la Toma, aquella donde iba a clases, veía tele, usaba mi computadora, dormía las horas normales, me comunica-ba con mi familia. En las semanas de la Toma, tenía comunicación con mis padres porque ellos me llamaban constantemente, pero del resto no sabía nada. Soy muy futbolera y no tenía noción de los resultados de los partidos. Decía: “Pregúntenme de la Uni y de la cocina, y les doy información; de la vida fuera de la Universidad, no sé nada”.

No todo color de rosaLlegó una nueva semana y tocaba volver a la cocina. Ese lunes estaba cumpliendo un año más de vida, quise pasarlo allí, mi responsabilidad era estar allí. Con unos rayos de sol que entraban por mi ventana, me levanté muy temprano, motivada, con muchas energías y feliz. Entré a la Universidad, al llegar al primer módulo, escu-ché que decían “ahí viene la morocha, cantémosle el feliz cumpleaños”. No faltaron abrazos y felicitaciones y el canto en cada curso al que entraba, en la noche hasta serenata me regalaron los chicos de Ciencia Política. Pasé un día increíble. Pero como todo no es color de rosa, llegó la noche y los reclamos también. De los cuatro que éramos al princi-pio, una chica se había ido y los otros dos habían estado a la mañana, así que a esa hora yo estaba sólo con unas nuevas ayudantes. Me tocó oír las quejas, se cuestionaba que hubiéramos cerrado la cocina el fin de semana, que lo que se servía era muy poco, que pensaban armar otra cocina, etcétera. Me dolieron tanto esos reclamos, es como si olvidaran que estuvimos colaborando de forma voluntaria, que no éramos empelados de nadie sino seres humanos que habíamos asumido un reto nuevo para nosotros y muy difícil. No se trataba de sentarse y decirle a las ollas: “llénense”; las cebollas, papas y zanahorias no se pelaban ni se picaban solas; tampoco los vales se repartían solos, menos las bandejitas se servían solas. Teníamos merecido un día de descanso y si la porción era pequeña, era porque teníamos que cocinar con lo que nos entregaban y debía alcanzar para todos. Esa noche terminé sintiéndome muy mal, pero había que seguir. Esos momentos estuvieron como también de los otros. De ninguno me arrepiento porque luché por mis derechos y conocí a muchas personas - ¿dónde es-taban que nunca las había visto? -, en especial, con las que compartimos la tarea de la cocina, personas únicas. De los cuatro que empezamos, sólo resistimos dos y luego se sumaron tres chicas más que nos acompañaron

hasta el final. Los últimos días ya habíamos aprendido la rutina y nos sen-tíamos tan relajadas que empezamos a inventar platos de comida, el primero fue “Pastel revolucionario”; el segundo, “Pastel democrático a la napolitana” y cerramos con unas “Tapizza”. El lunes, cuando empezamos a desarmar lo que había sido hasta entonces el lugar de la cocina, sentí una gran tristeza, nos tocaba abandonar nuestra segunda casa. Habíamos formado un buen grupo y nos acostumbramos a vernos cada día y preguntarnos: “¿Qué cocinamos hoy?” Haber formado parte de esta lucha histórica fue una experiencia inolvidable y, si otra vez pudiera hacerlo, no lo pensaría dos veces.

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A veces, el destino se confabula y conjuga lo imposible para que las cosas que tienen que ser, sean. Un rayo de sol se coló por la ventana. Descorro las cortinas y descubro la mañana. Me alisto rápido para desayunar apurada un café, me siento ansiosa, no he dormido bien.

El reloj ya marca las siete. Se hace tarde, pero igual decido caminar hacia el trabajo, antes recojo el diario colgado en una reja del portón de casa, leo un título en letras grandes que anuncia: “Hoy nueva marcha de estudiantes de la UNLaR, exigen renuncia del Rector y autoridades”. Ya voy en camino y, a cada paso que doy, una canción de los 80´ da vueltas en mi cabeza y, sin querer, empiezo a tararearla, aunque no estoy segura creo que es de Marilina Ross y dice algo así: “Algo está sucediendo y tiene que ver contigo, trata de comprenderlo, estás comprometido… Algo de lo deseado se va viendo despacio, lo que querés o lo inevitable se da paso a paso… No te detengas, cree en tus sueños, si alguien te los cuenta anímate a ser el primero…Ser el primero, sin prepotencias. Ya hubo bastante. Trata de mejorar lo que buscas, es lo importante… Algo está sucediendo y tiene que ver con todos, ponerse en movimiento, tal vez sea el modo”. Pienso y me digo en voz baja: “Sí, claro que algo está sucediendo”. Ya va casi un mes de la Toma y se siente en el ambiente que la paciencia se agota.Voy llegando a la Plaza, me detengo frente a una vidriera, hay un cartel pintado a mano que dice: “Nosotros apoyamos a la UNLaR” y, a medida que avanzo, más carteles de apoyo y adhesión en locales comerciales que nunca hubiera imaginado. La Provincia está en plena campaña electoral, sin embargo los afiches, los letreros y mensajes que predominan son los de solidaridad con los estudiantes de la Universidad. Los colectivos, taxis y remises; las columnas del alumbrado públi-co, los cordones de la vereda, una pared cedida por los vecinos, cualquier lugar en la vía pública es bueno para hacer visible y sensibilizar a la sociedad acerca de lo que se vive en este conflicto que se dilata en el tiempo y parece no acabar.

“Dígales que no aflojen”Ya ha pasado el mediodía, salgo de mi trabajo y busco una verdulería, necesito comprar frutas y verduras para llevar a mis compañeros que están en la Toma. Camino por la avenida Perón, a unas cuadras hay una Feria. De repente me sobresaltan los bocinazos, son los autos que responden dando su apoyo. En una esquina los chicos de Medicina, con un pasacalle, se paran en los semá-foros y entregan volantes hechos a mano; solicitan colaboración con alimentos, agua, colchones, etcétera. Piden permiso y pegan un cartel en la luneta de un automóvil. Veo los gestos de simpa-tía y adhesión. Esos guardapolvos blancos despiertan ternura, se compran el corazón de la gente. Llego a la verdulería, le comento al dueño que deseo llevar fruta de estación y verduras frescas, que son para los chicos de la UNLaR. “Además de lo que usted compra, llévese esta otra bolsa con papas, cebollas y morrones, son muchos para los que hay que cocinar. Y dígales a esos jóvenes que no aflojen, que sigan luchando, que el pueblo los va acompañar. Mire, mire, aquí todos apo-

“Además de lo que usted compra, llévese esta otra bolsa con pa-pas, cebollas y morrones, son muchos para los que hay que coci-nar. Y dígales a esos jóvenes que no aflojen, que sigan luchando, que el pueblo los va a acompañar. Mire, mire, aquí todos apo-yamos´, dice el hombre mientras señala un enorme cartel de cartón, colgado de un gancho sobre la balanza: ´UNLaR somos todos´, se leía.

Por Nancy Fátima Roldán

“UNLaR somos todos” o cómo los riojanos hicieron suya a la Universidad

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yamos”, dice el hombre al tiempo que señala un enorme cartel de cartón que colgaba de un gancho sobre la balanza: “UNLaR somos todos”, se leía. Las bolsas de las compras pesan demasiado, exceden mis fuerzas para llevarlas caminando, llamo un taxi.El taxista me saluda: - ¿A dónde la llevo? - A la UNLaR, por favor. – Ah, ¿usted está con esos chicos? – Si, también soy estudiante.- ¡Qué bien! ¡Son muy valientes, una lección nos está dando la juventud! Tantos años aguantándonos cada cosa, ahí tiene el gobernador que tenemos, hace como 30 años que está en el poder. Son iguales que Tello, ocupan un cargo y se atornillan en el sillón por la eternidad. Yo no fui a la Universidad, mis hijos que ya son hombres tampoco, pero tengo tres nietitos pequeños y yo pienso en ellos. A mí me gustaría que se sientan libres y sin miedo cuando vayan a estudiar… ¿Usted cree que puedo entrar? Me gustaría conocer el edificio por dentro, nunca vine acá.Le digo que sí. El taxista camina conmigo, me ayuda a llevar las bolsas. Vamos llegando a la improvisada cocina de Sociales, allí me detengo entrego los víveres y saludo a mi compañera Carly, la chica ecuatoriana que, a esta altura, es una eximia cocinera. Y el taxista continúa su “tour” por los pasillos de los módulos, lo observo mientras se va, camina muy derecho, ensancha los hombros y el pecho, todo lo mira con asombro como quien no quiere perderse nada. Creo que siente que está ante algo muy importante.Se escuchan cánticos, palmas, se ven dibujos, pinturas alegóricas a la Toma; el palpitar de la lucha y la resis-tencia se respira; se siente en la piel y embriaga los sentidos en un estallido de color, donde antes sólo se veía el aburrido y monocromático celeste. Los artistas también dicen presente y cada noche le dan un toque creativo y musical. Es una fiesta del espíri-tu, donde convive lo distinto, lo diverso, lo plural. Nos inspiran los mismos ideales y todos hacemos nuestro esfuerzo desde el lugar que podemos, aportamos con alegría nuestro granito de arena.

Nueva marcha: golpe al autoritarismoHoy es domingo y muchas familias vienen a la Universidad a acompañar a sus hijos en la Toma, traen conser-vadoras y canastas para pasarlo juntos, porque hace tiempo no almuerzan todos en casa. Es hoy un día muy especial, a la tarde se hará la tercera marcha desde que comenzó el conflicto y la segunda llamada “Marcha social”. Hay nervios, reuniones y preparativos. Se definen los carteles, la guardia que perma-necerá en la Toma, quiénes van a conducir la marcha, etcétera. Son las seis de la tarde, me escapo y voy rápido a casa para darme un baño, buscar nuestros carteles y a mi sobrina que me está esperando para ir juntas. Llegamos temprano, antes de las 20. Observamos la columna que viene desde la UNLaR, pero en la Plaza no cabe un alfiler más, es prácticamente imposible moverse. Estoy conmovida, miro alrededor y veo rostros conocidos, están los de gente que siempre participa de reclamos populares y también los de personas que jamás vi en una marcha.

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Camino entre la muchedumbre que, como una marea, me lleva hacia adelante. Encabezando la marcha van los alumnos de la licenciatura en Artes Escénicas, llevan las marcas simbólicas en la piel: Justicia, Democra-cia, Igualdad, Libertad, Derechos, Solidaridad. Una capucha negra en la cabeza (por el terrible mote de “terro-ristas” que recibimos los estudiantes por parte de las autoridades “tellistas”) y las manos atadas con gruesas sogas que buscan librarse de la esclavitud de años.La gente mayor, ubicada a la orilla de la calzada, aplaude emocionada; se ven abuelos con bastón y sillas de ruedas; están los comerciantes, los maestros, las asambleas ambientales, los candidatos políticos que van sin banderas de sus partidos ya que se les había advertido públicamente: “Que vayan como uno más, que nadie intente sacar réditos de esta lucha”. Avanzamos, son cuadras interminables de gente. Una abuela, la madre y la nieta pequeña que lleva un cartel: “Tres generaciones apoyamos a la UNLaR”. Hay niños y bebés en sus cochecitos, “Mi mamá lucha por mí” o “Mis hijos sabrán que he luchado por ellos”, se lee en los carteles que los acompañan. Las madres, los padres, los jóvenes entienden, convencidos, que esa transformación universitaria es parte de una mejor educación, más libre, para las nuevas generaciones. La marcha continúa. “Son cerca de 40 mil personas”, nos dice un policía y mi sobrina me aprieta la mano, se le caen las lágrimas. Ella no lo puede creer, a mí me cuesta también y pienso si al día siguiente los diarios nos darán la primera plana, si aquellos medios que apenas hacían mención de la Toma, ahora decidirán por fin hablar de nosotros. Es que, como es sabido, no se puede tapar el sol con un dedo. Es muy tarde ya, me voy convencida de que esa noche, con ese gran hito estudiantil, se ha dado un golpe al autoritarismo. Tello Roldán es un símbolo de lo que La Rioja ya no quiere más para el pueblo. Al día siguiente lucha continuaría, pero esa noche, en esa Plaza, se ganó una gran batalla. Una pueblada expresando su recla-mo y su sentir como nunca antes vimos. El orgullo de ser riojanos se reflejaba en las miradas.

La parte del mundo que cambiaEn la Toma, sobre todo, se ha vivido una experiencia que nos revela en nuestra más profunda humanidad. Silencios cómplices, risas, momentos compartidos llenos de emociones y también desencuentros. Para mu-chos, se sentaron las bases de grandes y duraderas amistades y de un compañerismo que va más allá de los roles académicos.La pregunta que hacían varios con desconfianza cuando esta quijotada comenzaba era: “¿Quieren cambiar el mundo los jóvenes?”, “¿Se puede?” Nuestra parte de mundo está cambiando, algo nuevo se va gestando. Y para asumir esas inquietudes, tomarlas, potenciarlas en un camino que esquiva los dogmas, las fórmulas mágicas y los mandatos políticamente correctos, se está impulsando el debate entre todos los protagonistas. Porque siempre es más importante y trascendente la creación colectiva que la individual.Yo contemplo el paisaje humano en silencio y me digo a mi misma, como una reafirmación en lo que creo, que los sueños dejan de serlo cuando emprendemos la acción. Ya lo decía Edgar Morín: “No olvides que la realidad es cambiante, no olvides que lo nuevo puede surgir y, de todos modos, va a surgir”.Este es un sueño que surgió y quedó reflejado en la frase, repetida como un rezo a lo largo de estos días, una frase que ha estado en las redes sociales, en las paredes, en el cuerpo, en las voces: “UNLaR somos todos, todos somos UNLaR”.

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Los primeros días de la Toma se vivían como caóticos, todos moviéndose, nadie quieto. Se respiraban aires de cambio o, al menos, aires que buscaban fuerzas para conseguirlo.Desde aquel histórico 17 de septiembre, un sinfín de voces exclamaban una y mil veces que la Universidad es de todos y, rápidamente, con una fuerza pocas veces vista, el grito se hizo

escuchar: “¡Democracia en la UNLaR!”.Aquella noche inolvidable del comienzo de la Toma nos señaló que ya nada volvería a ser lo mis-mo. Se notaba que todos peleábamos por algo en común, con una firmeza y un convencimiento tal que ningún batallón de ejercito podría frenarnos.Comenzaba todo, por el momento, como se podía, simplemente ayudándonos los unos a los otros, era la Universidad que se movía, todos juntos apoyándonos, tratando de hacer las cosas de la manera más correcta y con el mayor compromiso.Guardo todavía y, lo haré por siempre, ese cartelito de “Prensa y seguridad” que los miembros de cada Carrera entregaban a sus pares y que a mí me dieron los compañeros de Comunicación Social. Esas eran mis tareas y trataba de realizarlas con mucha responsabilidad y también buen humor, entre risas y charlas con amigos. Se habían designado a los delegados por Carrera y eran ellos quienes nos representaban en las asambleas diarias, mientras el resto nos ayudábamos en lo que pudiéramos. Las tareas que reali-zábamos dentro del establecimiento eran cada vez más ordenadas y, la verdad, también eran cada vez eran más. Recibíamos donaciones de comida, artículos de limpieza, electrodomésticos, por parte de instituciones y colaboraciones de familias que nos manifestaban su apoyo no sólo con lo material sino también con afecto, cariño y respeto por la lucha que estábamos llevando adelante. Aquellas noches de seguridad en las que algo pasaba realmente, que recuerdo fueron dos o tres, ya estaban atrás y todo se manejaba en un marco de cierta tranquilidad, más allá de que muchas otras veces parecía que sucedía algo pero siempre terminaba en “falsas alarmas” si es que podría decirse así sabiendo lo que estaba en juego, pero por eso justamente la alarma siempre estaba encendida.Pasaban las primeras semanas y nos encontrábamos con imprevistos con los que no contába-mos;, el frío, la lluvia, y las frazadas o alguna cosa que nos pudiera dar siquiera un poco de calor se volvían imprescindibles en aquellas noches de guardia, de desvelo que nos tocaba realizar en cualquier sector de la universidad. Cualquier sector en sentido literal, hasta el cuarto módulo, donde no pasaba nadie, donde el frío se hacía sentir más porque no era un lugar tan concurrido, allí hacíamos guardias y cuidábamos con placer y ganas. Es por eso que el concepto de organización fue el más sobresaliente en toda la etapa de Toma. Jamás en mi vida vi a la Universidad tan limpia, cada rincón, desde el Rectorado hasta el cuarto modulo, estaba sencillamente impecable. No había nada fuera de lugar ni un simple papel de caramelo que uno a veces tira en forma descuidada. Todavía recuerdo los baños, esos que en otra época estaban clausurados porque eran impresentables, de lejos se podían percibir los olores nau-seabundos y el agua estancada. Esos mismos baños ahora contaban con jabón y papel higiénico. Es que todos éramos conscientes que había que cuidar la Universidad y para ello nos organiza-mos.

“A medida que pasaban los días y veíamos que la Toma iba a ex-tenderse, tratábamos de ayudarnos más aún y darle fuerzas al otro, aunque nosotros mismos no las tuviéramos o no supiéra-mos dónde buscarlas… pero cada vez éramos más y eso sacaba lo mejor de nosotros porque veíamos que sí se podía”.

Por Facundo Romero

Compromiso y organización, aspectos clave en un edificio tomado

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Los chicos de Comunicación Social teníamos guardias todos los días de 20 a 22 horas, a continuación de los de Odontología, pero en una ocasión nos comprometimos, con un grupo de chicos de diferentes años de nuestra Carrera, a hacer guardia toda la noche. Recuerdo el frío que pasamos y, al mismo tiempo, cuánto nos divertimos. Algunos se dormían, otros comían, cantaban o bailaban, todo servía para pasar esa noche tan helada que hasta costaba asomar los ojos fuera de las frazadas.Días de 72 horasLas semanas transcurrían y los días parecían tener 72 horas en lugar de 24. No era sencillo porque con el correr de los días, el agotamiento, el cansancio, el hecho de estar tantas horas en un mismo lugar y con la misma gente, muchas veces provocaban mal humor, cambios de ánimos constantes, y eso repercutía en la convivencia. A medida que pasaban los días y veíamos que la Toma iba a extenderse, tratábamos de ayudar-nos más aún y darle fuerzas al otro, aunque nosotros mismos no las tuviéramos o no supiéramos dónde buscarlas. Mientras que las viejas autoridades no daban el brazo a torcer, dentro de la Universidad se respira-ban aires diferentes, de libertad, de democracia, donde cada uno era dueño de manifestarse, a veces distinto, aunque todos terminábamos recordando el objetivo que teníamos en común. Cada vez éramos más, en todo sentido, y eso lógicamente sacaba lo mejor de nosotros porque veíamos que sí se podía. El compromiso, la fidelidad, el compañerismo crecía cada día y eso nos fortalecía.La organización seguía siendo perfecta, los pasillos de la Universidad eran alfombras rojas, por lo impecables y brillantes que se veían, si querías encontrar algo tirado en el piso tenías que buscarlo con la lupa de Sher-lock Holmes, de otro modo, imposible. Sin dudas, aquellos días que parecieron tantos y, a la vez, pocos, serán recordados por siempre. Profesores, no docentes, alumnos, los llevarán consigo por lo que significó, por su trascendencia y porque fue un hecho histórico del cual todos nos sentimos parte. Marcó un antes y un después en nuestra amada Universidad y en cada uno de nosotros porque está claro que no somos los de antes, nos dimos cuenta de lo que se puede lo-grar cuando uno pelea por un objetivo con un convencimiento pleno. Y también fue histórico para el resto de la sociedad, convencida, comprometida como pocas veces suele ocurrir, al menos que me haya tocado verlo en mi vida. Estaré eternamente agradecido y orgulloso por haber acompañado este cambio en la historia. Sí, eso fue la Toma, nada más y nada menos que un verdadero cambio en la historia de la Universidad Nacional de La Rioja.

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“Estaban allí, en el escenario, vestidos y pintados de blanco, con sus brazos entrelazados e inmóviles, pero unidos y en lo alto. Las damas y los caballeros de la ética, el futuro y la esperanza, la democracia, la conciencia, la justicia y la verdad. Juntos, des-de el arte, con fuerza y lucha, por esa calidad educativa -casi, casi perdida- pidiendo igualdad, voto directo y concursos docen-tes”.

Por Noris Gómez

Tercera Marcha Social: la semilla de la victoria

La congoja prevaleciente. Nada estaba cambiando, nadie se quería ir. Se corría entonces la voz: “¡Que se vayan todos!” Albores de la nueva marcha se apresuraban en llegar. La fecha estipulada, el 8 de Octubre, a las 20, nuevamente en la querida Plaza 25 de Mayo. Aquella que cobijó aquel 17 de Setiembre a los primeros caminantes que, casi tímida-

mente, decidieron marchar. Aquella que albergó a miles de ciudadanos convocados para luchar pacíficamente por la Casa de Altos Estudios. Aquella donde la danza, la fuerza y la pasión se unieron para contrarrestar el dolor de la injusticia y la desesperanza, alimentadas por falsas acusaciones de los temerosos opositores a la causa, cuando todavía nada cambiaba para los llamados “terroristas”.Minutos antes de las 19, alisté mi cámara fotográfica y mi celular -por si se acababa la batería-, no quería quedarme sin registrar ni un instante de lo que eso iba a ser. Recordaba lo que había sucedido en las otras marchas y ésta sería mayor, así que había que documentar.Mi cuerpo apenas podía moverse pero yo quería estar allí, así que pedí compañía y ayuda para llegar al lugar. De paso, otro celular más, por si el mío no alcanzaba. Y emprendimos viaje. A cuatro cuadras a la redonda ya se volvía muy difícil pasar, quince minutos más de caminata y, llegando a la Plaza, mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Nunca vi algo así. Nunca sentí algo así. Las otras marchas fueron muy convocantes pero ésta ya lo era antes del horario y lugar estipulado. El alma se me salía del pecho y pensé que no iba a volver a mí. El sonido era atronador. Una mezcla de murga, silbatinas y comparsas se apoderaron de las calles. La gente iba y venía. Todos sabíamos adónde. Todos éramos parte de lo mismo, pero no nos conocía-mos. Me volví tres cuadras y dije: “Ya no puedo estar aquí”. Crucé para hacer la cuarta y me detuve, “tengo que estar allí”, pensé. ¡Qué contradicción! “No he faltado a las anteriores, ¿por qué hacerlo ahora?” Si el esfuerzo, ya estaba hecho…Y volví.Otra vez quince minutos para llegar. Pero ya había el doble de gente o mucha más. ¿De dónde salieron todos? ¿Quiénes eran? Era el pueblo. Estudiantes y sus padres, sus hijos y también sus abuelos; amigos; vecinos. Muchos llevaban envueltos en sus cuerpos una bandera o un cartel con frases para defender nuestra Universidad. Todas las carreras representadas por distin-tos grupos de alumnos. Profesores, docentes, co-docentes, egresados, referentes de algunas sedes de la UNLaR y de distintas universidades, institutos, colegios secundarios, incluyendo el Pre-Universitario “Gral. San Martín”. Diferentes asociaciones, sectores sociales, movimientos, agrupaciones reunidos para un mismo fin.

La caminataEl sonido de los bombos, tambores y redoblantes nos llevó nuevamente al punto de encuentro. No faltaron los platillos, las guitarras y también las cornetas con las panderetas. Gorras, bone-tes, sombreros y galerones. ¡Eso sí que era una fiesta! Ya había empezado la función. “¡Alcen banderas!”, “¡Levanten pancartas!”, brazos en alto y La Marcha comenzó, paso a paso, por calle

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San Nicolás de Bari (O) entre cánticos constantes. La bandera celeste y blanca también marchaba abra-zando cálidamente a quienes la llevaban. Continuamos hasta la intersección de la calle San Martín tomando registro de cada segundo posible. En mi retina quedó cada instante de los que caminaban y la lente los inmortalizó. El impacto: el puño firme de “Docentes en Lucha” que se veía en varios carteles, quienes los llevaban tenían rostros sonrientes, se los veía unidos y fuertes. “Ni terroristas ni delincuentes, estudiantes cons-cientes”, decía otro cartel que sujetaba un joven, también alegre.Corriendo ya por la calle 25 de Mayo, intentando llegar antes para tomarlos de frente y desde lo alto. Lo logramos. Lo mejor que encontré fue una estructura de cemento que servía de sostén a una publicidad. Estaba sobre la grieta del mármol que la cubría, ahí me quedé. Sabía que, más allá del piso, no terminaría en caso que se desmoronara. Y allí venían todos, otra vez. Pero desde ese lugar se veía todo diferen-te. El contraste de la belleza del atardecer y la furia de los ambulantes es algo difícil de definir. Simplemente, una cosa hermosa. Globos de colores sostenidos entre las manos, a lo ancho de la calle, adornaban la marcha. Sus dueños, los que venían adelante. Las caritas pintadas de algunos, otros con antifaces, máscaras y caretas, y algunos más con banderines en mano, agitándose veloces. Silbatos apretados entre los labios al compás de los cánticos y palmas constantes acompañando. “Todos somos UNLaR”, “UNLaR resiste”, “Queremos estudiar, queremos libertad, queremos elegir, queremos democracia

en la UNLaR”, se leía entre otras frases. Y, en medio del tumulto, un hombre vestido de violeta, caminando sobre sus zancos, nos saludaba con

su galera naranja. Él también marchaba.En un instante, ya no estaban. Dos o tres iban quedando. ¡A bajar! De un salto al piso llegué, pero en pie. Sin duda, fue más rápido que subir, el propósito lo valía. Emprendimos la corrida, como persiguiendo al tiempo, para llegar a la esquina de la Plaza. Allí era la concentración.

El reencuentroFrente de la Casa de Gobierno, el escenario de madera me invitó a subir (o al menos eso me parecía). Y ahí estaba yo, otra vez arriba, para ver mejor. Sólo se distinguían los rostros de adelante, los del final… ¿dónde estaba el final? no se veía. ¡Eran muchos!Al frente, la Iglesia Catedral. Los globos también vestían el borde de sus rejas. Grandes banderas de colores danzaban entrelazadas, al paso de la bailanta, festejando entre los dedos de los artistas. Pensé que era la fiesta más grande que podía haber para fotógrafos y camarógrafos. No alcanzaban las diez huellas ni las dos pupilas para tomar cada instante, ninguno se podía dejar pasar. Repito, nunca vi algo igual. Los flashes, cual luciérnagas en la noche, no dejaban de titilar.Y fue ver juntos a los futuros trabajadores del arte, de la tecnología, de la construcción, de la ley, de la salud; a los que danzan y a los que cantan; a los que van a hacer política; a los que traducirán otras lenguas; a los que enseñarán; a los que se dedicarán a las letras; a los que acariciarán la tierra y a los que al suelo estudia-rán; a los que inmortalizan vivencias en una imagen o en un papel, construyendo pirámides o derribándolas; al que hará poesías; al orador y al que modulará su voz; a los que tratarán de hacer justicia; a los que con un diseño pueden también vender; a los que escribirán la historia, una historia como la de hoy. Una lista de nun-ca acabar, imposible nombrarlos a todos, pero lo posible es decir que verlos juntos me emocionó. Los cuatro puntos cardinales parecían haber desaparecido. No había ni un rinconcito vacío.

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El actoSe encendieron nuevamente las cámaras, los micrófonos y grabadores. Por un segundo, la voluntad del si-lencio reinó. Sólo por un segundo. Luego, palabras de encanto, de lucha y de poder. Ese poder que te permite avanzar a paso firme para no claudicar en la batalla. Manos en alto y no “¡alto, las manos!” como les hicieron a nuestros profesores, encubierta y silenciosamente, hasta que la verdad salió a la luz.La euforia y los aplausos. Mucha, mucha emoción. Sólo ver sus rostros era necesario para interpretar el desig-nio de sus almas. ¡Ay, Dios!Sus voces y sus palabras embelesaron a los presentes. A todos. Palabras de aliento, dichas con decisión y coraje, continuaban el acto para defender la justicia perdida de los inocentes. Y allí estaba otra vez, don David y su cabellera verde, que también marchó con todos. Don David ahora protagonista. Fotografiado él, no le faltaron primeros planos. Con su elegante manta que atravesaba su cuerpo y los infaltables globos y peque-ñas cintas que llevaba colgados en uno de sus brazos. Todo al tono con su peinado nuevo. ¿Vestido para la ocasión?De repente, irrumpieron en el escenario ellas y ellos. Con sus manos impedidas por las cuerdas de la maldad y sus rostros escondidos, entenebrecidos. Entre los dientes, anudaron sus lenguas en la tortura, que quedó atorada en sus gargantas. Estaban allí, vestidos y pintados de blanco, con sus brazos entrelazados e inmó-viles, pero unidos y en lo alto. Las damas y caballeros de la ética, el futuro y la esperanza; la democracia, la conciencia, la justicia y la verdad. Juntos, desde el arte, con fuerza y lucha, por esa calidad educativa -casi, casi perdida-, pidiendo igualdad, voto directo y concursos docentes.Después, el rostro de la niña se dirigía hacia el horizonte. Sus manos sostenían un pequeño cartel que decía: “La resistencia no es terrorismo”. Luego, unos, otros y otros más subieron a brindarnos sus palabras para la noble causa. Todos tuvieron su lugar. Nueva suelta de globos. ¡Qué belleza! Todos los discursos que continuaron llegaron hasta mis entrañas. Ciertamente, fue una noche sin igual. La pantalla se encendió. Enseguida, las palabras de una madre y varias personas más. Se representó aquello por lo que se estaba luchando. Al último, el infaltable Himno Nacional Argentino. Un dúo interpretó para todos sus dulces y más bellas que nunca estrofas. “¡Oh juremos con gloria morir!”, se escuchó tronar. Claro está que la idea nunca fue morir. Quien deseó que nuestra Universidad muriera, sepa, no lo lograría. Mientras, la bandera argentina agitándose entre las manos del estudiante, al lado de los intérpretes, majestuosa como siempre.Las lágrimas y la alegría eran una sola cosa. A la luz de las velas, “¡Feliz cumple!” y algo más decía un cartel. Ya nos íbamos. “Oíd el ruido”, escribió la doncella que sentada posó. Pura algarabía. Separándonos un poco del lugar, el “facepaint” de la calavera posó también para mí, “Fuerzas UNLaR”, escribió.La noche de los 50.000, ¡Qué noche! Quedará documentado en la historia de La Rioja y del país lo que mis ojos vieron aquella jornada. Y las orugas salieron a volar…

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La historia, dicen, es algo que se construye a través de las luchas, y las vuelven más genuinas que sus protagonistas sean los jóvenes.8 de Octubre, para cualquiera puede ser un día más, un miércoles como todos, pero para la mayoría de nosotros, los estudiantes universitarios, es “El 8 de Octubre”. La fecha dice

mucho por sí sola, hablar de ese día llena de emoción, de sentimientos encontrados, de alegrías, tristezas pero, sobre todo, de coraje.Un relato de esa jornada histórica puede comenzar por cualquier parte, ya que todo se relaciona, todo se conecta como lazos que llegan a un mismo sitio, como el agua del río que desemboca en un solo lugar. “Tello decime qué se siente haber perdido la UNLaR”, fue lo que se cantó absolutamente todo el día, como una manera de ponernos a tono, también creo como una forma de relajar, de matar los nervios. A veces pienso que lo llevábamos incorporado como un himno. 20 horas, el momento indicado para demostrar nuevamente lo fuertes que éramos, para ver el apoyo de nuestro pueblo y, seamos francos, para demostrar al señor Tello Roldán que éramos muchos, para su desgracia. Ese día, todo giraba en torno a números: desde la elección estratégica de la fecha de la marcha, el 8 de octubre, cumpleaños de ese señor; la cantidad de estudiantes que asistirían ya que no se podía abandonar la Universidad; los carteles; los canticos; todo diseñado estratégicamente. Pensar las frases para pintar los carteles era histórico, nunca antes se había hecho, ni soñar con es-cribir algo para portar en la Universidad y menos escribir lo que pensábamos realmente. Las frases surgieron solas, las acumulábamos hace tiempo, estaban dormidas, pero estaban ahí. No hay mejor remedio, dicen, que desahogar, expresarse y así fue como, a través de esos carte-les, pancartas y gráficas, soltamos todo, dejamos libres a nuestros pensamientos y que pudieran expandirse. Había rabia unida a dolor, pero también esperanza, fe en que las cosas saldrían bien. Café, budín, galletas, mate, gaseosas, todo ayudaba a pasar el tiempo, a canalizar los nervios, a juntar fuerzas. 19 horas, el momento de partir. Caras pintadas de verdes, al mejor estilo “Rambo” podrían pensar algunos pero para nosotros era verde de esperanza. Esperábamos que el tiempo pase y, mientras tanto, el equipo de redacción del boletín “La Toma” intentaba dejar todo listo a la espera de la “gran nota”. No sé si fue la exasperación lo que llevó a que el resto de las notas se terminaran con rapidez, sin errores, sin sobresaltos, como una manera de reservarnos para el momento más esperado. La lucha de todosLlegamos a la avenida Perón. “Corramos así nos unimos a ellos”, gritó un compañero. “Ellos” eran los chicos que venían marchando desde los portones de la Universidad. 19.30 marcaba el reloj, todos con carteles y pasacalles que identificaban a cada Carrera, pero al final todos éramos iguales, todos estudiantes.“Tello, Tello, Tello, Tello, no te lo decimos más, si te parecemos pocos, ¿los celestes dónde están?”, fue otra de las infinitas letras que entonamos y, siendo francos, en ese momento, ya estábamos emocionados. Era una mezcla de nervios y de esperanza de que las cosas se solucionaran. “Logística” se encargó de controlar el tránsito para que, poco a poco, esa gran multitud de alum-

“Si defender nuestros derechos nos convertía en terroristas, yo elegía ese terrorismo, no cambiaba por nada luchar. Secuaces de esa gran batalla eran y son los compañeros y los docentes, jun-tos a la par, por una democracia real, por calidad educativa”.

Por Micaela Campagna

Y como no sabíamos que era imposible… lo hicimos

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nos autoconvocados, con ganas de expresar sus ideas, su descontento, se acercaran al punto de encuentro para sumarse al pueblo que desde siempre nos apoyó. Y así fue, entre canticos, mensajes de apoyo, nervios, la plaza 25 cada vez estaba más cerca. Ya sabíamos que sería algo histórico, sin precedentes en nuestra Pro-vincia.Cuadras y cuadras colmadas de alumnos, familias, niños, todas las generaciones presentes, todos abrazados a una misma causa. Después de caminar y caminar hasta la Plaza, recorrimos las calles céntricas exteriori-zando nuestra voz, cantando, marchando. “Jóvenes católicos”, “Colegio Nº 2”, “ISFDAC” fueron algunos de los carteles que ese día representaban a las instituciones que se solidarizaron con esta causa que ya era de todos. Luego, cada representante de los estamentos universitarios tomó el micrófono para dar a conocer a todos los presentes lo que reclamábamos, el porqué seguíamos con la Toma, el porqué de nuestra insistencia, de nuestra lucha. Emoción, lágrimas, cansancio fueron los ingredientes de aquella noche.Una bandera levantada en lo alto de la Catedral expresaba el sentido que había tomado la lucha, ya no éramos sólo universitarios, éramos toda una sociedad batallando en contra de un sistema opresor. Pedíamos aires de renovación. Éramos cómplices de todo, si defender nuestros derechos nos convertía en terroristas, yo elegía ese terroris-mo, no cambiaba por nada luchar. Secuaces de esa gran batalla eran y son los compañeros y los docentes, juntos a la par, por una Democracia real, por calidad educativa. Muchos dicen: “30 años de democracia, gente que no lo entiende todavía”, y los que no comprendieron fueron justamente ellos, no aprendieron el verdade-ro significado de la democracia. Y tampoco fueron inteligentes, porque cuando los jóvenes se rebelan, no hay nada más legítimo que sus luchas, quizás no serían legales, pero sí legítimas. Boletín “La Toma”, aprender haciendo22.30, había llegado la hora de la redacción, el momento más difícil. Complicado se volvió poder transcribir en pocos minutos todo lo vivenciado, ¿cómo hacer sentir a otros lo experimentado? Pero ahí estaba la magia de las palabras y con ellas intentamos transmitir, dibujar, el resultado de esa gran convocatoria. Como un equipo de profesionales de las mejores redacciones se logró escribir en tiempo récord esa nota, corregirla. La leía una y otra vez y siempre me emocionaba, me llenaba de orgullo ser parte. Y las fotos ayuda-ron a cerrar la idea, a poder materializar la “gran nota”. Más de 50 mil personas, cuadras y cuadras colmadas, carteles de apoyo, discursos emocionantes, bombos, todas aristas de ese gran acontecimiento. Al gran estilo de un medio importante, corríamos a dejar las notas para su maquetación y, luego, imprimirlas. La verdad, se sentía olor a periódico. No existe mejor enseñanza que la de aprender haciendo y eso nos pasó, esta experiencia nos marcó como profesionales. 00.00 comenzaba un día histórico, uno de los más importantes de la historia riojana. Como una escena de ficción, sin saber lo que pasaría, nosotros estábamos en nuestra Universidad, más tranquilos, con la certe-za de que lo vivido había sido único y con el orgullo de saber que nuestro boletín estaría listo en sólo unos minutos.

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El 9 de octubre, sin dudas, fue un día crucial, glorioso e inolvidable para la memoria riojana. Nunca en la historia de la Provincia un movimiento consiguió, en tan poco tiempo, todo lo que se logró en la llamada “Primavera Riojana”. Nadie imaginaba que al final del día tendría-mos nuestras autoridades universitarias elegidas democráticamente, de forma pública y

prolija.En asamblea general, los estamentos universitarios habían decidido la noche anterior que un pe-queño grupo de estudiantes realizara una sentada en el Hospital Escuela y de Clínicas. En ese lugar se llevaría a cabo la reunión de la Asamblea Universitaria integrada por la cúpula “tellista”, ese día se trataría la renuncia del entonces rector Tello Roldán.Llegó el día. Una vez aceptada la renuncia, el clima que reinaba era festivo. No faltaban razones, habíamos acabado con más de dos décadas de un gobierno autoritario, déspota, que había dejado de lado al claustro más importante, al nuestro, a los estudiantes. Afuera, aguardábamos esperanzados, ilusionados, atentos a lo que pudiera suceder. La asamblea era transmitida por numerosos medios riojanos. En ese momento, uno de los consiliarios, el Dr. Daniel Cohen – según lo manifestado durante la semana, “enviado” del secretario de Políticas Universita-rias de la Nación, Martin Gill, para negociar en su nombre; lo que fue negado posteriormente desde esa misma cartera educativa - tomó la palabra para mocionar que la Asamblea entrara a cuarto intermedio por 48 horas. Era una medida provocadora, así lo entendimos, se buscaba dilatar la toma de decisiones. Por su parte, el consejero Dr. Alberto Bruno solicitó que la Asamblea siguiera sesionando “para que de una vez se termine con esto”. Se pidió, entonces, que todos los medios se retiraran de la sala de conferencias para decidir si la Asamblea seguiría sesionando o no.En el exterior del edificio estábamos los “terroristas” -como nos habían llamado en las denuncias penales que presentaron en nuestra contra - apostados, luego de que varios funcionarios “tellistas” intentaran “escapar” por puertas traseras y ventanas. Queríamos que se sesionara ese día, tal como lo había dispuesto la Justicia Federal. La pacifica sentada iba creciendo y la gente se agolpaba en la entrada. Allí, reunidos en asamblea extraordinaria, los delegados de los cuatro claustros decidieron tomar el Hospital, pero sólo por afuera, hasta tanto se aprobara nuestro pedido de que asumieran las autoridades que habíamos elegido democráticamente días atrás. Nos estábamos arriesgando muchísimo, éramos conscien-tes de que era lograr todo o quedarnos sin nada, pero nos impulsaba el apoyo de más de 40.000 personas que nos acompañaron en la marcha del día anterior. Por ello no debíamos desistir, se lo debíamos al pueblo de La Rioja.Luego de analizarlo por cinco segundos, decido entrar como representante de Prensa oficial de la Toma, acompañada sólo por mi bolso y mis ansias enormes de ser testigo de todo lo que estaba sucediendo dentro del edificio. Sabía también que estaba entrando en “la boca del lobo”, que me iba a encontrar con gente que por más de 26 días había hecho todo lo posible por desprestigiar nuestra lucha, pero no me importó. Cuando me acerqué a la puerta, una de las chicas que la custodiaba me miró y me dijo: “¡Suerte compañera!” Ese fue el impulso que necesitaba.

“El Rector y vice caminaron hacia el centro de la sala, allí hicie-ron flamear la bandera universitaria. Esa es una de las imágenes que más me conmovieron. Esa bandera que había permanecido encerrada, quieta, inmóvil, como presa de sí misma por más de 20 años, hoy flameaba y se movía como nunca, era libre y, con ella, lo éramos todos“.

Por Belinda Dávila

9 de Octubre: El día en que otra Universidad comenzó a ser posible

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El miedo de ellosJunto a mi compañero Marcos Domínguez, avanzamos los primeros pasos del hall del Hospital hasta que nos encontramos con una persona conocida que nos puso al tanto de la situación. La Asamblea continuaba delibe-rando, puertas adentro, si seguía o no la sesión.Se abrieron las puertas de la sala de conferencias, ingresamos y vimos las caras de los asambleístas, algunos nos miraban con miedo, otros con desprecio y muchos de ellos ni siquiera se atrevían a mirarnos. Nos colo-camos al frente y empezamos a transmitir a nuestros compañeros, a través de mensajes, todo lo que estaba sucediendo. Se retomó la sesión y fue la seguidilla de renuncias de los decanos de los Departamentos Académicos y de las sedes del interior. En un principio, con cada renuncia renacía nuestra ilusión, pero pronto nos dimos cuenta que con esas acciones estaban dejando a la Asamblea prácticamente sin integrantes para seguir sesionando. Se llamó a cuarto intermedio para que los funcionarios recapacitaran y así poder continuar.Ubicados en el hall del Hospital nos encontramos con el Dr. Cohen, docente de nuestra Carrera de Comunica-ción Social y consiliario del Consejo Superior, quien nos miró de manera desafiante por varios segundos. Luego me contarían que ese mismo profesor habría afirmado que ya sabía “qué interventor bederista (en alusión al gobernador Beder Herrera) iba a venir” a la Universidad. En ese momento caímos en la cuenta de que todo esta-ba armado, habían decidido renunciar para dejar acéfala a la Universidad y así provocar la intervención federal. Era un golpe más, un nuevo intento de quebrarnos. No lo íbamos a permitir, me comuniqué con un compañero que estaba afuera y le informé la situación. Yo, sinceramente, no sabía qué hacer. Mi compañero me decía: “Tranquila, no van a poder. Están c… de miedo”.La situación era tensa, ellos estaban decididos a renunciar y nosotros estábamos decididos a no desistir. O cumplían con lo que pedíamos o seguiríamos con la Toma. Rápidamente los consejeros estudiantiles se acercaron a dialogar con dos estudiantes de la Asamblea Sobera-na para transmitir que estaban de nuestro lado. No podemos decir que les creímos al instante porque ellos, al igual que nosotros, eran estudiantes pero habían elegido estar en la vereda de enfrente. No estábamos seguros de que fuera verdadero lo que nos decían o si sólo se trataba de tirar el último salvavidas para llegar vivos a la orilla.El tiempo pasaba, eran las 14 horas y todavía seguían debatiendo si renunciaban o no; la vicerrectora Valeria Quinteros intentaba convencer al resto de los miembros de que no lo hagan, lo mismo hacía el Dr. Bruno.Mientras afuera, mis compañeros, varios de mis amigos, aguantaban el calor, el viento con tierra y las “chica-neadas” de algunos de los “tellistas” que se acercaban a la puerta de vidrio de la entrada en tono de burla. No-sotros aguardábamos las respuestas y nos llegaban paquetes con comida que mandaban familiares o vecinos solidarizados.

La llegada del JuezEn un momento se escuchó mucho ruido y se percibieron movimientos en la puerta, estaba ingresando el Juez Ad hoc, Nicolás Azcurra, el mismo que había ordenado que la Asamblea se reuniera, el mismo que funcionaría como mediador entre ambos órganos en las horas cruciales que seguirían. El juez se dirigió a una habitación ubicada en el otro extremo del Hospital, pidió reunirse con los miembros de la Asamblea Universitaria y con los de la Asamblea Soberana. Ingresaron todos los requeridos por el juez y se inició una larga reunión. En la espera, mi compañero Marcos me contó que un miembro del Consejo Superior estaba llorando en el baño. Me acerqué al lugar y, efectivamente, vi un hombre de traje que lloraba desconsoladamente. Al verme, se tapó la cara, me alejé y al hacerlo escuché que decía: “¡No puede ser! Fueron once años de gestión con el doctor”. Incrédula, volteé y allí estaba, el mismo hombre, con la cabeza apoyada en la pared, llorando sin poder conte-nerse. Recordé, entonces, las palabras de mi compañero, ellos tenían miedo, los habíamos retirado de su zona de confortabilidad y habíamos expuesto su mal accionar.En tanto esto ocurría, los “revoltosos” cantaban, alentaban y colgaban carteles en la puerta. Varios delegados habían tomado el micrófono para pedir calma, la tensión crecía, corría la información de que autos estaciona-dos en las cocheras habían sido dañados. Me comuniqué con mi compañero que estaba afuera y le pedí que se tranquilizaran, que en las radios se decía que la protesta se tornaba violenta, que llegarían camiones de Gendarmería, cosa que nunca ocurrió pero que en aquel momento nos preocupaba. Luego de insistir con los pedidos, retomó la calma que había prevalecido durante toda la mañana.Concluyó la primera reunión con el juez. Uno de los delegados de la Asamblea Soberana, Emilio, estudiante de Arquitectura, me informó que la propuesta de los “tellistas” era dejarnos elegir al rector y dos decanos, mien-tras que ellos designaban al vicerrector y a tres decanos. Emilio, inmediatamente, agregó: “No vamos a aceptar. O todos los nuestros o ninguno”. Me dio tranquilidad escucharlo, ver su firmeza y, al mismo tiempo, seguía nerviosa.En otro sector se reunieron los delegados de la Asamblea Soberana y los miembros de la Asamblea Universi-taria que habían manifestado su apoyo a nuestra causa, muchos de los cuales habían estado en la Toma de la Universidad, para mí sorpresa y, creo, la de todos. El propósito de la reunión era ver si se llegaba a obtener el quórum necesario para dar continuidad a la sesión y mocionar nuestro pedido de designación como máximas

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autoridades a Fabián Calderón y José Gaspanello. Los cálculos no nos daban a favor, no alcanzábamos el quó-rum. Minutos después llegaron los consejeros estudiantiles y el número se incrementaba en diez pero aun así no se lograba el objetivo. Finalmente, se convocó a los suplentes de los asambleístas que ya se habían retirado por la mañana. Así se consiguió el número de consejeros necesario para sesionar. Se percibía ilusión y esperan-zas. Estábamos a un paso de concretar la meta. Las horas transcurrían mientras el juez interactuaba, dialogaba con representantes de las dos Asambleas. Los funcionarios “tellistas” presentaban un sinfín de propuestas sin tomar en cuenta nuestro pedido. Asimismo, se sucedían las corridas de un extremo a otro del recinto para saber si manteníamos el quórum necesario. Perdí la cuenta de las veces que lo tuvimos y las que lo dejamos de tener, al instante que lo lográbamos pasaba algo que nos hacía retroceder y perderlo, siempre había un funcionario que, a última hora, se arrepentía de darnos apoyo y nos quebraba la ilusión. En esos momentos nos avisaron que, en una de las habitaciones del Hospital, una mujer estaba enferma. Con Ramiro, delegado estudiantil de Medicina, salimos corriendo a socorrerla. Era diabética y tenía un ataque de glucemia, lo cual volvía crítico su estado. Se pidió de inmediato una ambulancia para que sea trasladada. Armamos el operativo para que pudiera salir por la puerta trasera del edificio, la misma que estaba custodiada por mis compañeros. Al llegar allí, nos alarmamos al ver que estaba trabada con vigas y hasta con un banco de plaza. Ramiro empujó la puerta y del otro lado también empujaron, empezamos a gritar que era una urgencia, que había una persona enferma, que nos dejaran pasar. Al reconocernos, mis compañeros de inmediato retira-ron el banco y las vigas, pero una avalancha de chicos apareció corriendo. La mujer se desesperó y yo también. Grité, les hice señas, les traté de explicar que llevábamos a una mujer enferma, que nos dejaran salir. La señora me agradeció y me pidió que buscara a su hija que estaba en la puerta del Hospital. No hizo falta, la joven se acercó llorando, ingresó a la ambulancia y se retiraron de inmediato. Con Ramiro regresamos al recinto, agita-dos pero tranquilos de haber podido ayudar. La tranquilidad nos duraría sólo unos instantes.

Sesiones públicas y nuevos decanosUna vez concluida la reunión con el juez, se decidió que asumieran los decanos propuestos por la Asamblea Soberana. No conforme con esto, un grupo de miembros de la Asamblea Universitaria se amotinaron en la sala de conferencias. Se avanzó con la elección de los decanos, que debía llevarse a cabo por parte de los Concejos Directivos de cada Departamento Académico. Las sesiones, realizadas en el hall de ingreso del Hospital, por primera vez en la historia fueron públicas en sentido literal. Todos, los que estábamos adentro y los que podían ver desde afuera a través de los vidrios, asistimos a ese hecho histórico. Por turno se fueron reuniendo los Consejos Directivos y se redactó el acta para dejar constancia de la elección de las nuevas autoridades. El departamento de Ciencias Aplicadas al Ambiente y al Urbanismo inició la ronda y llamó al nuevo decano para que firmara el acta. El profesor Mauricio Pierfederichi, uno de los primeros en ser injustamente cesanteado o “desvinculado” como le gustaba decir al “tellismo”, por estar en edad de jubilar-se, y también uno de los primeros en unirse a nuestra lucha, se convertía en el nuevo decano departamental elegido democráticamente. Emocionado hasta las lágrimas y escoltado por canticos y aplausos, ingresó al hall para asumir sus nuevas funciones. “Es un buen corolario para mis 27 años en la Universidad”, dijo y recalcó: “Esta lucha es de ellos”, señalando a sus alumnos. Por turno, fueron ingresando los otros profesores que se convertirían en nuevos decanos. Firmaron el acta y con lágrimas agradecieron a los medios de comunicación presentes, a toda la gente y, en especial a los estu-diantes, los que se levantaron y emprendieron la lucha.Al fin teníamos ante nosotros nuevas autoridades, elegidas democráticamente y que asumían la responsabi-lidad de poner en orden a la UNLaR. No iban a estar solos, nosotros estábamos ahí para ellos como lo habían pedido, porque al camino lo recorreríamos todos juntos, codo a codo. Se vivía un clima de profunda emoción, mis compañeros todavía seguían de pie llorando, abrazándose, saltan-do, bailando y festejando. Pero, adentro, el ambiente seguía tenso. Faltaba lo más importante, faltaba designar a la cabeza que iba a dirigir la Universidad en esta nueva etapa, ya teníamos su nombre pero todavía la Asam-blea Universitaria pretendía que nos conformemos con los decanos y que la rectoría la asuma la vicerrectora Quinteros, quien durante todo el día había trabajado conjuntamente con el juez para llegar a un acuerdo. En aquel momento fuimos claros, firmes, y contundentes: “O todos o ninguno”.

La elección del rector y viceDe regreso a la sala de conferencias se presentaron a los nuevos decanos, que eran aplaudidos y ovacionados por un pequeño grupo de asambleístas. La vicerrectora ya había planteado que no estaba dispuesta a asumir el rectorado así que presentó su renuncia indeclinable al cargo y se retiró rodeada de policías. Nadie la siguió, ningún medio, ni siquiera algún funcionario. No sentíamos rencor ni bronca, durante toda la jornada ella había tratado de que las mediaciones llegaran a buen puerto y, desde mi lugar, se lo agradecí, aunque también, a decir verdad, cumplió con su rol y sentí que no tenía otra salida.La conducción de la Asamblea quedó a cargo del secretario José Giromini acompañado por el decano de mayor antigüedad, en este caso era “Pier”, el flamante decano de Ciencias Aplicadas. Se procedió a presentar nuestra fórmula: rector, el licenciado en Trabajo Social, Fabián Calderón, y vicerrector, el ingeniero José “Pepe” Gaspa-

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nello. Se escucharon murmullos que provenían de algunos asambleístas, quienes decidieron no participar de la votación y se ubicaron detrás de los demás. En ese momento pidió la palabra un consejero que pertenecía al Departamento de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Solicitó que se tratara la fórmula de Calderón – Gaspanello. Comenzó la votación y observé que la mayoría levantaba sus manos. Me temblaban las piernas y brazos, hasta que mi rostro se vio invadido por lágrimas de emoción. Giromini terminó de contar y anunció: “Con 52 votos a favor se establece la fór-mula de Rector y Vice”. Volteé mi cara hacia donde estaban mis compañeros de lucha, ubicados en el sector derecho, al fondo. Se abrazaban, lloraban y festejaban. ¡Por fin lo habíamos logrado! Los medios allí presentes se dirigieron inmediata-mente hacia donde estaba el nuevo Rector, quien exultante afirmó: “Hoy comienza una nueva UNLaR”. Ramiro le entregó la Bandera de la Universidad Nueva en un acto lleno de simbolismo. El Rector y vice caminaron hacia el centro de la sala, allí hicieron flamear la bandera universitaria. Esa es una de las imágenes que más me conmovieron. Esa bandera que había permanecido encerrada, quieta, inmóvil, como presa de sí misma por más de 20 años, hoy

flameaba y se movía como nunca, era libre y, con ella, lo éramos todos. Le seguiría el nombramiento de los nuevos decanos de sede, quienes ocuparían el cargo, al igual que todas las autoridades allí elegidas, por un periodo de diez meses. Caminé hacia mis compañeros, mis amigos de lucha, aquellos con los que había convivido todo ese día. Nos fundimos en un abrazo interminable, lloramos, hasta el más arisco se emocionó en aquel momento, ¿cómo no estarlo? Habíamos vencido.La asamblea estaba concluyendo y con ella terminaba mi labor periodística. Las nuevas autoridades se abraza-ban y felicitaban mutuamente, nosotros nos apurábamos por salir y así dar comienzo a la caravana de festejo. El ambiente era otro, muy distinto a lo que se había vivido durante toda la jornada. Era clima de alegría, de sue-ños cumplidos. Fue el momento preciso para cantar, una vez más: “Tello, decime qué se siente haber perdido la UNLaR, te juro que acá los estudiantes siempre nos vamos a organizar” o “Vos celeste no existís, con Tello te vas a ir, te saluda la Asamblea Estudiantil”.

La emoción de la victoriaNos dirigimos hacia afuera, mi compañero Marcos ya había salido, estaba muy cansado y quería encontrarse con su novia que lo esperaba en la puerta. Habíamos permanecido en el Hospital por más de diez interminables horas de mucha tensión y dramatismo.Yo decidí salir detrás de mis nuevos rector y vice. La cantidad de gente que los seguía era impresionante. Mientras daba los pasos hacia la puerta de entrada, el cansancio se hizo presente, mis piernas ya no aguanta-ban, luchaba con la gente que estaba allí para que me dejaran salir, al fin lo logré y, desesperada, busqué a mis compañeros, quería, necesitaba, festejar con ellos. A un costado ví a Valentín Maraga, con quien me había co-municado todo el día para informarle lo que iba sucediendo. Sin dudarlo, los dos nos disolvimos en un abrazo que duro muchísimo y, a la vez, tan poco. Era la primera vez que lo veía llorar y eso me emocionó aún más. Me abracé con todos y cada uno de mis compañeros. En tanto, la caravana ya había iniciado, caminábamos y yo miraba a mi alrededor y no lograba caer en la cuenta de lo que habíamos logrado. Habíamos vencido. Los estudiantes que, por primera vez, nos levantamos frente a un sistema déspota. Jamás en mi vida pensé que el 09 de Octubre de 2013 iba a significar tanto para mí. Después de 26 días de lucha, después de cada marcha, de cada abrazo recibido, de cada lágrima derramada, de cada grito, de cada asamblea, después de consumir cada gota de fuerza que nos quedaba y de recibir “chicaneadas” e insultos por parte de los corruptos, demostramos que éramos más grandes y que nuestra lucha era digna y legitima. La provincia entera nos acompañó, el país se conmovió con nuestro reclamo y el mundo entero fue testigo de los momen-tos en los que hicimos historia.La nueva UNLaR renacía y se establecía como una Universidad pública, democrática, libre y de puertas abiertas. Una UNLaR inclusiva, donde el miedo ya no era el elemento clave para la gestión. Una UNLaR que se llenó de colores, de carteles, y que vió rejuvenecer sus pasillos y aulas. Una UNLaR que no volverá a ser lo que fue por más de dos décadas porque nosotros, los estudiantes, no vamos a permitir que eso suceda nunca, nunca más.42

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Dicen que cuando un hecho es histórico recordás perfectamente el lugar donde te encon-trabas en el momento en que sucedió. Cuando Fabián Calderón salió cargado sobre los hombros de un grupo de personas que vitoreaban su nombre, aquel 9 de octubre por la tarde, supe que ese instante quedaría grabado en la memoria de todos los presentes.

Supe que ése era un hecho histórico.Euforia, alegría, algarabía, exaltación, emoción es lo que se vivía en ese pequeño instante que acaparó la atención de miles de personas de manera simultánea. No importaba nada más que ese suceso. La Rioja se paralizó en ese momento para ver al rector de la Universidad Nacional ser electo después de semanas de conflicto, luchas e incertidumbres, que culminaron con aquella postal. Allí quedaba reflejada la acción de una generación que buscaba libertad y que quedaría inmortalizada por la conquista de la democracia.La jornada comenzó más temprano de lo habitual. Comenzó sin saber que sería un día largo, muy largo. A diferencia de todos, este día amaneció cuando el sol se escondió. Sí, a las 20 horas del día anterior, cuando cincuenta mil almas se congregaron en la plaza principal, el corazón de nuestra ciudad, para apoyar a los alumnos universitarios, a esos guerreros que lucharon a lo largo de tres semanas pidiendo democracia. A esa hora se vieron los primeros rayos de luz después de veintiún años de oscuridad. Las horas siguientes transcurrirían entre tensión, idas y vueltas, negociaciones, acuerdos y des-encuentros. Faltaban unos minutos para las siete de la tarde. El sol volvía a ocultarse detrás de las montañas pero no oscurecía en ese lugar. En los alrededores del Hospital Escuela y de Clínicas, la luz era más intensa que nunca. Ya se habían elegido a las nuevas autoridades de la UNLaR. La tarde históricaYo estoy en la calle, saliendo de un polideportivo al que fui a cubrir una nota programada. Mi labor de movilero me lleva adonde las noticias se encuentran. Pero soy estudiante, no puedo aislarme de los hechos que están pasando relacionados a la Universidad. Sigo todo por radio. Estoy lejos del edifico ubicado sobre avenida Luis Vernet donde se concentra el foco de atención pero mi mente está allí, imaginando todo lo que el medio me relata. Sí, es personal, me lo relata.Me dirijo hacia el lugar con el equipo de trabajo, implorando poder llegar a tiempo. El hecho así lo reclama y nosotros estamos lejos. Vamos en auto intentando avanzar pero el tráfico de las calles céntricas lo hace muy dificultoso. Todo es muy lento, el kilometraje marca 60 pero, a medida que avanzamos, siento que seguimos en el mismo sitio. Es la tensión. Con un grito, desde la radio informan que es inminente la salida de las nuevas autoridades, se oye al cronista transmitir en vivo desde el Hospital. Quiero estar presente, quiero ser parte del gran evento. Parece que no voy a llegar.El auto sigue su marcha y una voz me aisló del relato radial trayéndome de regreso. El chofer ex-clama: “¡Dos minutos!”, advierto entonces que estamos muy cerca, detenidos en los semáforos, a

“Faltaban unos minutos para las siete de la tarde. El sol volvía a ocultarse detrás de las montañas pero no oscurecía en ese lugar. En los alrededores del Hospital Escuela y de Clínicas, la luz era más intensa que nunca. Ya se habían elegido a las nuevas auto-ridades de la UNLaR”.

Por Diego Daniel Castro

Cuando el sol riojano se despidió con un nuevo rector

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dos cuadras, y se puede ver a policías en la avenida Ortiz de Ocampo interrumpiendo el tránsito en dirección al Hospital. Falta poco para llegar, no sé en qué momento saldrán las autoridades pero quiero estar presente cuando eso suceda. Ya ni siquiera escucho la radio. A lo lejos me parece escuchar un top, como los que marcan el tiempo pero no puedo aseverarlo, ya que, incluso, el parloteo del locutor me es indiferente. Mi mente está abocada en lo que sucede a escasos metros de donde estamos.El automóvil gira en dirección a los oficiales que cortan el tránsito. Pasamos y avanzamos a una mayor velo-cidad. Quiero ir más rápido que el vehículo, por eso miro a lo lejos y, entre las rejas del Centro de Educación Física, puede observarse que hay una multitud de personas gritando y alzando los brazos. Finalmente llegamos. Una sensación de tranquilidad y satisfacción me invade por unos instantes, seguida de un estado de emoción y alegría por formar parte de ese momento al que vi gestarse desde los primeros días. Estacionar es imposible así que bajamos corriendo con mi compañero para intentar posicionarnos para nuestra labor. Llevo el micrófono en la mano pero quiero tirarlo, me incomoda tenerlo. Es extraño pero quiero vivirlo desde el otro lado, como estudiante, dejando aflorar todas las sensaciones sin tener que contenerme por mi rol de cronista, pero no es posible, es mi tarea lo que me condujo hasta acá.Bajo de nuestro móvil y levanto la vista. El sol me da sobre los ojos y me hago “visera” con la mano para poder ver lo que está pasando, son los últimos rayos de luz de la jornada. El calor es intenso, pero parece que a nadie le afecta.Puedo dimensionar a la gran cantidad de personas allí presentes. Todos gritando y saltando con gran rego-cijo, celebrando el tan ansiado triunfo. Me siento impactado ante esa imagen. No pensé nunca vivir algo así pero lo veo, sí, estoy presente. El cuadro es emocionante. Me remonta a videos alguna vez vistos en los que la selección nacional se corona-ba campeón por primera vez en la historia. Personas llorando, gritando, saltando, cantando. Se celebra una fi-nal ganada, una gran victoria, el final anhelado. La alegría es inmensa, todos están conmovidos por la noticia.Avanzo. Hay jóvenes por doquier saltando de alegría junto a los docentes y algunos mayores que, estimo, serán empleados universitarios. Todos contentos, agolpados en la puerta del Hospital y extendiéndose hasta la calle. Todavía no lo creo.Sigo, pero ya intentando pasar entre esa muchedumbre que grita el nombre del nuevo rector, a quien no lo-gro ver aún. Lo busco, es el héroe de la jornada, ése que esperábamos durante tanto tiempo y que finalmente llegó, ahora con nombre y apellido, elegido por nosotros. Tomo mi micrófono, ese que segundos atrás quería arrojar y lo levanto atravesando esa gran masa de personas. “¡Permiso, soy prensa!”, exclamo, dejando atrás la marea humana que rodea la puerta como una fortaleza. La atmósfera generada es contagiosa, me atrapa, me incita a gritar junto a ellos, pero no lo hago. Con gran esfuerzo me contengo posicionándome en el rol que me atañe en la ocasión, aunque no puedo evitar sonreír. Sí, estoy contagiado de tanta alegría. Llego hasta la última fila perdiendo a mi compañero en el camino. Todo es muy caótico, por eso una hilera de alumnos de diversas Carreras forma un cordón, un camino por donde, al parecer, saldrá el flamante rector electo. Una estudiante con guardapolvo, visiblemente emocionada, con voz entrecortada, me dice: “¡Pasá, vos sos de prensa!”, me doy cuenta que me reconoció por compartir el aula donde funcionaba Prensa en los días de la

Fotos Ayelén Silva

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Toma. Sus palabras, su tono sintetizaban el ánimo de todos.Una nueva historia se escribeEstando ya al frente de los acontecimientos, sigo a todos camino a la puerta del Hospital. El espacio es muy estrecho pese al vallado impuesto por los alumnos sobre los costados de la improvisada senda. Delante de mí hay cámaras moviéndose intentando buscar una buena toma, flashes que titilan, intermitentemente, bus-cando capturar una imagen. Es evidente que quien se aproxima es el nuevo rector de la Universidad Nacional de La Rioja.Me abalanzo hacia ese sector y lo veo. Es Fabián Calderón, el nuevo rector, sobre los hombros de las personas que lo eligieron como la nueva máxima autoridad universitaria. Calderón levanta y agita los brazos con firmeza. Sonríe jubiloso, lleno de gozo, mirando a todos a su alrede-dor. La multitud se arroja sobre él queriendo abrazarlo y saludarlo. Él estira sus manos, las une con todos con cuantos puede. Baja y comienza a saltar, lo abrazan y se emociona. Comienzan a entonarse los versos de aquella canción que se convirtió en el himno de esta gesta revolucio-naria, esas estrofas que relatan los ánimos de la Asamblea Estudiantil cuando se apoderó de la Universidad y que ahora Calderón también entona con gran fervor. El sol se ocultó por completo detrás de las montañas. La jornada ya se termina pero, vaya paradoja, todo recién empieza. Un miércoles 9 de octubre de 2013, a las siete de la tarde, La Rioja se detuvo contemplando cómo un nuevo rector se iba camino a la UNLaR, sostenido por quienes lo eligieron y lograron establecer otro capítulo en la vida universitaria riojana. Un día que hizo historia por lo que dejó atrás y por el futuro esperan-zador cuyas puertas abrió.

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Hoy más que nunca, democracia en la UNLaRPor estudiantes de la Lic. en Comunicación Social

Como en una historia de terror, el miedo se apoderaba de nosotros, el silencio se convertía en nuestro amigo, gritar, expresarse era un sueño que creíamos inalcanzable. Un sistema opresor invadía con su tiranía todos los ámbitos universitarios. Y un día eso acabó, un día los jóvenes alzamos nuestras voces. Democracia en la UNLaR, eso buscábamos desde un principio, la tan anhelada democracia real, la que nunca existió en nuestra institución y que, después de tantos años, logramos. Estamos logrando. Toda una provincia estuvo apoyando esta causa que fue grande. Cuando se realizó la primera marcha, la sentada en la Escuela de Arquitectura, la toma del Rectorado, no sospechamos nunca llegar adonde se llegó.Sabíamos que era difícil, que las cosas estaban muy oscuras. Había miedo, confusión y por sobretodo una resistencia de las hoy ex autoridades de no dar el brazo a torcer. No entendían que los que estaban en el camino equivocado eran ellos, nosotros teníamos y tenemos a toda una sociedad apoyando, luchando y dándonos fuerzas para seguir adelante.Todo lo que pasó desde aquella primera marcha el 17 de octubre es trascendente y va a quedar marcado a fuego en nuestra memoria, en nuestros corazones. Todo lo que se hizo significó dejar de lado muchas cosas, significo apostar todo a ganar o perder. La organización fue fundamental, costó, pero se logró. El trabajo interdisciplinar también fue clave, permitió el correcto funcionamiento de todo lo que se hizo, desde las Asambleas, las acti-vidades diarias, la cocina, la radio, el boletín, los primeros auxilios, la limpieza. Todo lo hicimos nosotros, cada carrera supo ganar su espacio, el que tanto nos negaron por años. Y entre lágrimas recordamos hoy que logramos una unión entre compañeros como no había ocu-rrido antes. Las carreras se afianzaron y se volvieron fuertes. Nadie más podrá pisotearnos. Bajo el lema “Insistir, resistir y jamás desistir” hemos dejado todo, absolutamente todo en esta causa, luchando, sufriendo, disfrutando y, más que nunca, estamos orgullosos de lo que conquis-tamos.Aquel 9/10/13 quedará siempre marcado como el día en donde la democracia dijo presente y también como el día en el que la cobardía estuvo con la mayoría de los ex funcionarios, que no supieron abrir los ojos, que fueron una vez más títeres del ex rector. Pero en las buenas causas siempre se hace justicia y esa justicia llegó con nuevo rector, vice y decanos, todo en el marco de la tan ansiada democracia real.Toma un sueño, mantenlo, pásalo, que así no podrán detenerte. Eso hicimos. Gracias y mil gracias a toda la comunidad riojana y a la gente de otros lugares que con sus mensa-jes nos mostraron su apoyo. Y hoy, eso que callamos tantos años, se convierte en nuestra voz, con la que ganamos nuestros lu-gares y con la cual nos haremos valer de ahora en adelante. No más silencio. Ante un no, siempre habrá más de 50 mil, sí. Y, por sobre todas las cosas, nunca más seremos los mismos jóvenes que éramos. Haremos valer nuestros derechos en cada espacio. Nadie jamás intentará callarnos. Nunca más los jóvenes sere-mos avasallados. Nunca más esta Universidad será de una persona. De ahora en adelante, es la Universidad de todos. Hoy más que nunca decimos: “Democracia en la UNLaR”.

EPÍLOGO

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