Libertad de Prensa

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LA LIBERTAD DE PRENSA EN VENEZUELA Discurso del Orador de Orden Eleazar Díaz Rangel en la Sesión Especial con motivo del 44 aniversario del 23 de enero de 1958 23 de enero de 2002 Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela

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Editorial MINCI para la revolución del pueblo venezolano.

Transcript of Libertad de Prensa

  • La Libertad de prensa en VenezueLa

    Discurso del Orador de Orden Eleazar Daz Rangel en la Sesin Especial con motivo

    del 44 aniversario del 23 de enero de 195823 de enero de 2002 Asamblea Nacional de la Repblica Bolivariana de Venezuela

  • Libertad de prensa en VenezueLa. Junio, 2006. Impreso en la Repblica Bolivariana de Venezuela.Depsito Legal: lf87120063801351

    Directorio Ministro de Comunicacin e informacinWillian Lara Viceministro de estrategia Comunicacional Mauricio RodrguezViceministra de Gestin Comunicacional Teresa Manigliadireccin de publicaciones Gabriel Gonzlezdiseo de portadaArvic Calanche / Lissy Chanda Price diagramacin y MontajeLissy Chanda PriceCorreccinSol Miguez

    Ministerio de Comunicacin e Informacin; Av. Universidad, Esq. El Chorro, Torre Ministerial, pisos 9 y 10. Caracas-Venezuela.www.minci.gob.ve / [email protected]

  • en cualquier momento de 1917, desa-rrollndose como estaba la primera conflagracin mundial, vista la forma como en la prensa y en las agencias noticiosas se restringa la informacin, se ocultaban o de-formaban los hechos, el senador norteamericano Hiram Johnson dijo que la primera vctima en una guerra es la Verdad. Seguramente esa frase no recorri el mundo en esos das, pero recogi una realidad presente desde haca dcadas, si-glos atrs se dira, y se hizo evidente en todos los conflictos armados posteriores y, de manera par-ticular, en la guerra del golfo y en la invasin a Grenada, ac, cerca de nuestras costas orientales, cuando la informacin fue secuestrada y admi-nistrada por las fuerzas expedicionarias.

    De la misma manera, podra decirse que la libertad de prensa es la primera vctima de las dictaduras. Basta mirar un poco esa historia en Amrica Latina. As ocurri en Venezuela en la

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  • dcada de los 50, aunque haya sido el gobierno democrtico y constitucional de Rmulo Galle-gos el que, poco antes de ser derrocado el 24 de noviembre de 1948, suspendi las garantas, li-mitando la capacidad de las movilizaciones po-pulares en su defensa y que los medios divulga-ran lo que estaba ocurriendo.

    Ese Estado carente de las libertades de infor-mar y de opinar se mantuvo y prolong durante todo ese perodo dictatorial, que empez por la clausura de los diarios El Pas, Panorama, El Da, Fronteras y de decenas de semanarios. No era po-sible una noticia que, sencillamente, incomodara no slo al alto poder, a los ms importantes fun-cionarios pblicos, sino al ms insignificante jefe civil. Tampoco se conceba un artculo breve o comentario en una columna o crnica que igual-mente significase una crtica a cualquier gestin gubernamental, por trivial o intrascendente que fuera. Una vigilante censura y una lgica auto-censura en medios, periodistas o colaboradores cerraban cualquier posibilidad de difusin.

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  • 5Algunas veces se produjeron desafos, y cada vez que ocurri, en los primeros aos del rgi-men, a veces por interpolacin mecnica de al-gn linotipista hubo la inmediata reaccin. Es famosa la que apareci en las pginas de El Na-cional el 22 de abril de 1950, cuando en lugar de los miembros de la Junta de Gobierno se ley los tres cochinitos. El diario pudo reaparecer el 3 de mayo. En esos mismos das, El Univer-sal fue suspendido por la interpolacin de una breve nota a favor de la huelga petrolera que se preparaba. Las sanciones fueron debidamente comprendidas como una advertencia a la prensa y la radio, que se limitaba a leer una seleccin de noticias y cada vez que alguien las olvid sufri las consecuencias. El 10 de julio de 1953, como represalia por algunos artculos no publicados, oigan bien, no difundidos pero retenidos en la Junta de Censura, fue salvajemente golpeado por supuestos desconocidos el columnista de El Universal Jos Gonzlez Gonzlez. Entre 1956 y 1957 Miguel ngel Capriles fue convocado 10 veces a la Seguridad Nacional y 16 veces al des-pacho del ministro Vallenilla Lanz, segn se lee

  • 6en Pedro Estrada y sus crmenes, de Jos Agustn Catal.

    En mi libro La Prensa venezolana en el siglo XX, termino el captulo respectivo as:

    Se puede afirmar que durante el pe-rodo de gobiernos militares autoritarios, obviamente de libertad restringida o sin ninguna libertad, el panorama de la prensa y del periodismo fue ensombrecido por rgi-dos controles, la censura y otras formas de represin. Sin embargo, como ya lo dijimos, las empresas periodsticas se desarrollaron como modernas empresas capitalistas

    La represin hacia la prensa no vari hasta enero de 1958, cuando fue obligada a rechazar la insurgencia militar del 10 de enero, comanda-da por el teniente coronel Hugo Trejo. Todos los diarios tuvieron que publicar una nota condena-toria, cuyo texto original les fue enviado desde el Ministerio del Interior, aunque pudieron in-troducir ligeras variantes. El Universal calific el alzamiento de criminal atentado; ltimas No-

  • ticias se hace eco del repudio del pueblo y El Nacional deca: condenamos el exabrupto de las acciones del da de Ao Nuevo.

    Pocos das despus escribo esa misma prensa fue factor fundamental en el derro-camiento de Prez Jimnez. Con la activa participacin de los periodistas y trabaja-dores grficos, agrupados en la Asociacin

    Venezolana de Periodistas, el SNTP y en la Federacin de Trabajadores de la Industria Grfica, comenz el 20 de enero la huelga de

    la prensa, que sirvi como seal catalizado-ra en el desencadenamiento de una huelga general el da 21. Esto y la intervencin de la mayora de las Fuerzas Armadas, oblig al dictador Prez Jimnez a huir en la madru-gada del 23

    No poda ser de otra manera. Despus de la actividad poltica, ninguna otra fue tan afectada durante ese perodo como el periodismo. Debi guardar un obligado silencio. No fue casual que periodistas como Fabricio Ojeda, Claudio Cede-o, Arstides Bastidas, Andrs Miranda, Omar

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  • Prez; editores como Miguel Otero Silva, Miguel ngel Capriles, el Padre Hernndez Chapelln y sindicalistas grficos como Jos Gil Gutirrez, es-tuviesen comprometidos en la lucha final contra la dictadura, y que promovieran dos veces en ese enero la paralizacin de los diarios. La ltima, exitosa, fue el detonante de la huelga general del 21 de enero y de un movimiento militar donde se imbricaron diversos grupos de oficiales de las cuatro fuerzas que estuvieron conspirando, du-rante varios das, sin conexin entre s.

    Es obligante valorar cmo pudo la Junta Pa-tritica en la ms cerrada clandestinidad, ante la ms dura represin de los agentes de la Se-guridad Nacional, desarrollar sus actividades. Los actores principales fueron Guillermo Garca Ponce, por el Partido Comunista, cuyo secretario general, Pompeyo Mrquez, haba impulsado una poltica de unidad nacional contra la dicta-dura; por Unin Republicana Democrtica, apo-yados en una declaracin unitaria de Jvito Vi-llalba en el exilio, inicialmente estuvieron Fabri-cio Ojeda, Jos Vicente Rangel y Amilcar Gmez,

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  • 9pero fue Fabricio quien asumi la representacin permanente y, en diciembre de 1957, asumi su Presidencia; despus lograron la representacin de Accin Democrtica, pese a que, en el exte-rior, Rmulo Betancourt se opona a cualquier contacto con los comunistas; al frente de la reor-ganizacin de su estructura clandestina estaban Simn Sez Mrida y otros dirigentes que, dos aos despus, se separaron de ese partido y for-maron el Movimiento de Izquierda Revolucio-naria. Silvestre Ortiz Bucarn por AD y Enrique Aristigueta Gramko, de Copei, completaban su integracin.

    Sus primeras acciones se limitaron a la redac-cin, impresin y difusin de comunicados. No era menuda tarea en esos aos. Una pequea imprenta que los comunistas haban logrado preservar de tantos zarpazos de la polica, que fue destruyendo gradualmente todo el aparato clandestino de AD, imprimi esos papeles. Con procedimientos riesgosos llegaban los paquetes a los centros de distribucin; despus se mul-tiplicaban y as se repartan de mano en mano

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    y por correo esas hojas de la subversin. Nada de estas actividades se asomaba a la superficie, stas se cumplan con sigilo, con justificadas pre-cauciones. Era preso y poda ser torturado quien cayera en esas tareas. Esas hojas, gradualmente, fueron creando conciencia en, cada da, ms ve-nezolanos de que algo desconocido se mova en contra de la dictadura. Qu era esa Junta Patri-tica? Quines la integraban? En julio de 1957, despus de la rebelin militar del 1 de enero, apareci el primero de esos papeles, y el ltimo. Con mayor periodicidad la Junta Patritica emi-ta un Boletn Informativo multigrafiado, cuyas informaciones nutramos los periodistas cerca-nos a Fabricio Ojeda.

    Ese lento reaccionar del pas tuvo dos antece-dentes. En mayo de 1957, a pesar de que ninguno de los medios dieron cuenta del hecho, ni siquiera La Religin, con motivo del da del obrero, hubo una pastoral de Monseor Arias Blanco sobre la crtica situacin social que fue leda en algunas iglesias, muchos la conocimos por un ejemplar de la revista Time, que alguien trajo a escondidas,

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    y entonces se supo que algo cambiaba en la Igle-sia, como, en efecto, se vio en su rgano oficial dirigido por el padre Jess Hernndez Chapelln. Despus, en diciembre, el burdo fraude en el re-ferendo aclamacionista, igualmente contribuy a generar descontento entre numerosos oficiales, y empezaron o se multiplicaron los contactos entre ellos.

    Se discute que sin 1 de enero, aludiendo a la rebelin dirigida por Trejo, del Ejrcito y Martn Parada, de la Aviacin, no habra habido 23 de enero. Por supuesto, vistos los hechos en cadena, y es lo que trato de unir y relacionar en Das de enero, entre el da 1, y el da 22 hay un proceso in crescendo que termina el da 23 con la huda de Prez Jimnez. Es verdad que ese movimiento estimul a la gestacin de otros, pero la misma circunstancia de que a pesar de haber sido derro-tado por Prez Jimnez y detenidos decenas de oficiales, rebela que existan todas las condicio-nes para que, en algn momento, se produjera la accin militar. La derrota de Trejo, en lugar de desmoralizar, estimul muchas otras pequeas

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    conspiraciones en las cuatro fuerzas, de las cua-les las de la Marina las dirigan algunos de sus comandantes. De manera que pareca inevitable la reaccin en el seno de las Fuerzas Armadas, aunque, indudablemente, fue precipitada por las acciones del 1 de enero.

    Paralelamente, creca el movimiento popular contra la dictadura, Brigadas del Frente Universi-tario de la Juventud Comunista y de la Juventud de AD recorran barriadas distribuyendo hojas volantes, agitando, haciendo pintas, con mtines relmpago, eludiendo la persecucin policial, no siempre con xito. Los calabozos de la Seguridad Nacional fueron desbordados en esos das. Pese a que la Universidad Central estaba infiltrada de espas, era centro de algunas de esas actividades. Su primer grito se haba escuchado el 21 de no-viembre, una manifestacin interna que fue di-suelta por la Seguridad Nacional, reprimida has-ta la Plaza Venezuela y sus alrededores. Hctor Rodrguez Bauza y Hctor Prez Marcano, junto a Jos de la Cruz Fuentes y Rafael Rodrguez Mudarra, de las juventudes Comunista, de AD

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    (que aportaron sus cuotas mayores), de Copei y URD estuvieron al frente de los grupos universi-tarios de la resistencia.

    Pese a las precarias condiciones del movimien-to sindical, igualmente disperso, ilegalizado y perseguido, fue posible que algunos de sus lde-res como Eloy Torres, Amrico Chacn, Dagober-to Gonzlez y Vicente Piate, constituyeran un comit, vinculado a la Junta Patritica, que deba llevar esas consignas al mayor nmero posible de trabajadores. No fue nada fcil ganrselos en esas condiciones, pero progresivamente fue to-mando impulso la lucha antidictadura.

    Mucho ms fluida fue la incorporacin de los sectores profesionales e intelectuales. Estos sus-cribieron un documento que igualmente se edit y distribuy clandestinamente, y que, ms tarde, fue reproducido en multgrafos. Los firmantes estaban encabezados por Mariano Picn Salas, Francisco de Venanzi, Oscar Machado Zuloaga, Eduardo Arroyo Lameda, el presbtero Manuel Montaner, Miguel Otero Silva, Jos Nucete Sardi,

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    Miguel Acosta Saignes y, luego, 300 individuali-dades, a quienes se sum la Junta Directiva de la Asociacin Venezolana de Periodistas.

    Otros sectores de la clase media se hicieron presentes a travs de documentos similares, mdicos, profesores, ingenieros, abogados, los sectores medinistas. Igualmente, se organizaban brigadas de mujeres, eficientsimas en el reparto de propaganda, y en su oportunidad, en la red telefnica para convocar la huelga.

    La inesperada salida de Laureano Vallenilla Lanz, ministro del Interior, y de Pedro Estrada, jefe de la tenebrosa Seguridad Nacional, eran indicios de nuevas dificultades al interior del rgimen y, en efecto, el general Rmulo Fernn-dez, jefe del Estado Mayor, quien percibi el cre-ciente descontento, present un memorandum exigiendo la salida de ambos y otras medidas. Prez Jimnez cumpli algunas, design un ga-binete, casi todo integrado por militares, pero se sinti fuerte y detuvo y expuls a Fernndez.

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    Todos estos hechos, de los cuales la prensa ape-nas difunda lo que autorizaba la censura, contri-buyeron a impulsar las conspiraciones al interior de las Fuerzas Armadas, as como en la calle, en el movimiento civil. Cuando caa una de esas tardes, los caraqueos que transitaban por El Silencio quedaron sorprendidos cuando, inesperadamen-te, surgieron de la nada voces de protesta contra la dictadura y alguien, identificado ms tarde como Alberto Lovera, aos despus preso, torturado y desaparecido por la Digepol, grit un breve dis-curso, y entonces fueron ms las voces de abajo Prez Jimnez!. Nunca antes se haba escucha-do ese grito en pleno centro caraqueo, quizs en marzo de 1954, en la ltima protesta pblica contra el gobierno, cuando se reuna en Caracas la Conferencia de la OEA, donde se sell la suerte del gobierno de Jacobo Arbens en Guatemala. Por supuesto, tampoco tard la accin policial, que se extendi a la avenida San Martn porque El Silen-cio fue apenas el epicentro de la protesta.

    Es en esos das, cuando se establecen los vn-culos entre la Junta Patritica y el Frente Uni-

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    versitario, representados por Fabricio Ojeda y Rodrguez Bauza, y el Comit cvico militar que animaban el farmacutico Oscar Centeno y el Te-niente Jos Luis Fernndez, de la Academia Mi-litar. Fue entonces cuando empez a pensarse en la necesidad de una huelga que propiciara la ac-cin militar. Cmo planificarla casi sin recursos organizativos y con apenas los propagandsticos sustentados en el multgrafo? Hazaosa tarea la que se emprenda.

    El 15 de enero, en la farmacia Gran Avenida, se reunieron oficiales de varias fuerzas, entre quie-nes estuvo el teniente coronel Moncada Vidal y el capitn de fragata Jos Vicente Azopardo, quien en lo sucesivo devendr en coordinador de la ac-cin militar, pues faltaba todava la vinculacin con otros oficiales del Ejrcito y de la Guardia Nacional que ya se saba que andaban en la mis-ma direccin.

    Se agilizaron los contactos, era estimulante ver como esa lucha, cada da, sumaba ms, se haca ms abierta y desafiante; se multiplicaron las

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    acciones estudiantiles y de las juventudes comu-nista y de AD que, a cada rato, deban enfrentar-se a la polica uniformada. Los acontecimientos subterrneos adquieren un ritmo violento, de inusitado dinamismo y multiplicados efectos. Se ha acordado convocar una huelga general el 21 de enero; esa noche insurgiran las unidades militares comprometidas y la palabra clave era Camacaro. Fue febril la actividad en esas ho-ras que vinieron, hasta el lunes 20, cuando de-ban paralizarse los peridicos. Una reunin el domingo anterior con los dirigentes de los pe-riodistas y obreros grficos tom la decisin. A mi me correspondi informarlo inmediatamente a Teodoro Petkoff, cerca de la Iglesia San Pedro, quien la transmiti a la direccin clandestina del PCV.

    Todo march como se haba acordado. En la maana del da 21 no hubo prensa, pese a los es-fuerzos que a ltima hora hizo la Seguridad Na-cional. Cuando, a las siete de la noche, allanaron los peridicos, los encontraron vacos. La falta de peridicos era una seal de anormalidad. Y

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    por supuesto, ni noticieros de radio que fueran ledos. Al medioda comenz la huelga general, al menos en Caracas, y algunas acciones en Pun-to Fijo, Acarigua, Valencia, Maturn y Valle de la Pascua.

    En Caracas todo empez al medioda con un corneteo y toque de campanas en varias iglesias. Varios sacerdotes se la jugaron esos das. Gru-pos ubicados en la plaza Miranda y otros sitios del centro, empezaron a gritar contra la tirana, la agitacin tuvo efectos, la gente se incorpora-ba. Unos corran, siempre es as. La polica, que estaba preparada, intervino rpidamente con el auxilio de agentes de la SN. Hubo choques vio-lentos, empezaron a quemar autobuses y la in-surgencia popular tom tales caractersticas que el gobierno debi dictar el toque de queda desde las seis de la tarde hasta las cinco de la maana. Haba sido una gran demostracin de repudio a la dictadura, extendida a San Juan, San Agustn, Antmano, Catia y otras parroquias. En el balan-ce haba 70 muertos y centenares de heridos y detenidos.

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    La noche fue de espera angustiosa. Decenas de militares comprometidos y los dirigentes de la Junta Patritica, as como de los partidos clan-destinos y otros enterados estuvieron toda la no-che a la espera de un avin que deba sobrevolar Caracas a medianoche. Era la seal del inicio de la accin militar. El vicealmirante Wolfgang La-rrazbal, recin incorporado al movimiento, y el capitn Azopardo, estuvieron en la Comandan-cia de la Marina esperando esa seal. As estaban otros en la Academia Militar y al frente de sus unidades en el Ejrcito o en la Guardia Nacional. Amaneci en el cielo de Caracas, el avin nunca vol.

    Incertidumbre y desnimo el da 22 hasta que, gradualmente, llegaron noticias del alzamiento de la Marina. En Palacio, Prez Jimnez haba ordenado un recorrido por los principales cuar-teles y terminaba la tarde cuando le trajeron noti-cias desalentadoras; es cuando el general Llovera Pez le dice que no hay nada que hacer, todo est perdido. El avin La Vaca Sagrada ya estaba listo en La Carlota. Orden que recogieran sus

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    valores y a medianoche abandon el palacio con algunos de sus colaboradores. Antes, habl con Azopardo en la Escuela Militar, donde funciona-ba el comando insurrecccional, para pedirle que le permitiera salir, y as ocurri. A las dos de la madrugada su avin surc los cielos de Caracas con destino a la Repblica Dominicana.

    En la Academia Militar se form una Junta de Gobierno, otra en el Ministerio de la Defensa, en La Planicie, y esa madrugada coincidieron en Mi-raflores, deben conciliar para integrarse en otra. Una tercera que ha formado el comit cvico-mi-litar llega tarde y queda excluida. La Junta Pa-tritica ni pensaba en Gobierno. Esa maana en la calle, cerca del Palacio Blanco, estn Fabricio, Garca Ponce y Amilcar Gmez gritando civiles a la Junta!, consigna que se convirti en reclamo popular, 24 horas despus estaban complacidos: entraron Eugenio Mendoza y Blas Lamberti. Si en el llamamiento a la huelga solo se exiga am-nista total y nulidad del plebiscito, se pueden imaginar si sus lderes estaban en capacidad de ir ms all en sus exigencias. Das ms tarde,

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    cuando en el Partido Comunista evaluaba ese hermoso y heroico proceso, alguien sostuvo que pretender avanzar ms all poda significar que una victoria tctica se convirtiera en una derrota estratgica. Y as quedaron las cosas.

    Caracas se haba levantado ms temprano que nunca ese 23 de enero, un da como hoy hace 44 aos, desde la madrugada cogi la calle, alboro-zada, llena de alegra, como ros baj la gente de cerros y barriadas y llegaban a la plaza Bolvar, a El Silencio, a Miraflores, a la Ciudad Universi-taria. Eran miles, miles de miles con pancartas, banderolas y consignas improvisadas. Despus, algunos comunistas formaron grupos que pre-sionaron para que libertaran a los presos de la crcel del Obispo, y otros, entre quienes se distin-guan Douglas Bravo y Luben Petkoff, rodeaban la Seguridad Nacional, en la plaza Morelos.

    Haba algunos, mientras tanto, ms preocupa-dos por la toma del poder, que se ocupaban de formar Gobierno.

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    Despus de una laboriosa investigacin, de ha-blar con casi cien personas, escrib as el cierre del libro Das de enero:

    A la hora de la formacin de Gobierno es de tal magnitud ese movimiento que, tanto su real direccin militar como la civil, fueron desbordadas, entre otras razones, porque ni una ni otra tenan real nocin del poder ni era su objetivo conquistarlo. No tuvieron acceso a los altos niveles del Gobierno ni presiona-ron para alcanzarlo. Ninguno de los militares que conspiraron desde fines de 1957, ni de los

    integrantes de la Junta Patritica, para sim-bolizar en ellos el movimiento civil, aspira-ron a formar parte de la Junta ni del Consejo de Ministros. Fueron suplantadas por la alta jerarqua militar y por el poder econmico, los cuales condujeron, con el impulso del movimiento popular, el proceso de rescate de la democracia y de las libertades

    Y as termina mi relacin de los hechos ocurri-dos hace 44 aos, donde se produjeron la unidad popular y la convergencia de un movimiento ci-

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    vil con uno militar que logr el derrocamiento de una dictadura que, hasta semanas antes, pareca inamovible.

    Ahora es oportuno preguntarse qu ocurri con esa libertad que haba sido la primera vctima de la dictadura y que, el 23 de enero, fue la pri-mera en ser rescatada, como se reflej esa maana en las emisoras de radio de todo el pas y en las ediciones extras de los diarios que aparecieron esa tarde?

    Ese ao de 1958 fue de pleno ejercicio de las li-bertades de informar y de opinar, e instrumento para su defensa, como se evidenci en los intentos de regresin de julio y septiembre. Sin embargo, institucionalizada esa naciente democracia, lue-go de las elecciones de diciembre, el perodo que presidi Rmulo Betancourt fue negador de tales libertades. Voy a resumirlo, extrado de La prensa venezolana en el siglo XX: Presiones sobre el diario La Razn, expulsados sus propietarios; decomi-so de ediciones, asalto a talleres, suspensin en varias ocasiones de los semanarios Izquierda y

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    Tribuna Popular, hasta la clausura definitiva; sus-pendidos los diarios Clarn, La Hora; El Imparcial, de Maracay, El Tiempo, de Valera, y El Da, de Acarigua; clausura del diario El Venezolano. En junio de 1962 se estableci la censura, el decreto del Ministerio de Relaciones Interiores deca:

    Se ordena que todas las publicaciones del pas, sea cual fuere su naturaleza, se abstenga de dar informaciones relacionadas con el orden pblico (...) sin consultar pre-viamente con los funcionarios designados al efecto por este Despacho, o por las respecti-vas gobernaciones de Estado (Julio 6, 1962)

    La Cmara de Diputados aprob, en julio de 1963:

    Declarar que la libertad de prensa en Venezuela atraviesa en los actuales momen-tos por una de sus ms graves y difciles etapas, debido a la supresin sistemtica de diversos rganos periodsticos y a la per-secucin de profesionales de la prensa, as como el rgimen de censura vigente

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    Les invito a rastrear las pginas de los dia-rios a ver si encuentran alguna declaracin que refleje la protesta del Bloque de Prensa o de la Sociedad Interamericana de Prensa. Encontrarn una sorpresa, hubo prensa que no public esta declaracin de la Cmara. La AVP, que entonces presida la insigne luchadora Analuisa Llovera, emiti oportunamente su denuncia ante la mis-ma Cmara de Diputados, y form parte de ese expediente.

    En esos mismos aos hubo un boicot contra el diario El Nacional, al cual gradualmente le reti-raron la publicidad como mecanismo de presin contra su lnea informativa. Dos editoriales, del 8 y del 28 de junio de 1961, denunciaron la per-sistencia de los manejos reaccionarios, y su pro-pietario y director, Miguel Otero Silva, escribi en agosto de ese ao que al rechazar la tesis re-accionaria, segn la cual la orientacin poltica y periodstica de una publicacin ha de ser deter-minada por los grandes anunciantes y no por el criterio de los directivos de esa publicacin, El Nacional hace armas en salvaguarda de la inte-

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    gridad y de la decencia del periodismo venezo-lano.

    Cmo concluy ese episodio? Para que re-gresaran los avisos, Miguel Otero Silva y otros miembros de la redaccin de ese diario, debimos salir, junto a varios de sus colaboradores, de la pgina cuatro.

    Tambin guardaron silencio el Bloque y la SIP. Un procedimiento similar utilizaron en Colom-bia contra La Nueva Prensa y otra vez call la SIP.

    El gobierno del doctor Ral Leoni tiene, igual-mente, una historia con agresiones a los medios. Fue clausurado el diario La Extra y suspendida temporalmente la revista Venezuela Grfica. En abril de 1965, fueron allanados los locales de l-timas Noticias, La Esfera y El Mundo, y detenido el editor Miguel ngel Capriles. El Bloque acord investigar los hechos y la SIP se limit a lamen-tar la detencin de Capriles, pero no pidi su libertad ni protest.

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    Durante el gobierno del doctor Rafael Caldera, en octubre de 1971, fue decomisada una edicin del diario El Mundo, allanados los talleres de Cr-tica, de Maracaibo y de La Religin, y confiscada la revista Punto Negro.

    Con Carlos Andrs Prez se suspendi por dos das a Radio Caracas TV, fue decomisada una edicin de la revista Al Margen, y otra de Resu-men, y detenido su editor Jorge Olavarra. En su segundo perodo estableci abiertamente la cen-sura y fueron atropellados varios periodistas. En poca de Luis Herrera Campins se levantaron expedientes a periodistas de izquierda y se abri un juicio a Mara Eugenia Daz.

    Sin embargo, el perodo ms negro, de mayores restricciones a las libertades de opinar y de infor-mar, no dej huellas. Se utilizaron procedimien-tos como en ciertas torturas, cuidando de que no quedaran las marcas y obtenan los mismos efectos, el silencio. Esta vez, no se detuvo a un periodista ni se suspendi ningn medio, pero se control a todos, con la excepcin de El Nacional

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    que insurgi contra ese sistema. Las presiones se ejercieron a travs del chantaje en la entrega de dlares mediante el Rgimen de Cambios Dife-renciales (Recadi).

    En El Diario de Caracas, Marcel Granier escribi que era:

    (...) el instrumento de control de la sociedad ms poderoso del que ha dispuesto ningn gobierno. Ni la dictadura de Juan Vicente Gmez lleg, en sus tiempos negros, a disponer de la dcima parte del poder que representa el rgimen de cambio diferencial

    El Director de The Daily Journal, Tony Bianchi, escribi que:

    sin duda alguna, el peor perodo para la libertad de expresin en Venezuela en los ltimos 10 aos se dio durante el gobierno de Jaime Lusinchi. Utilizando el arma del otorgamiento de dlares a una tasa preferen-cial para la adquisicin de papel peridico

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    en el exterior, el gobierno de Lusinchi pudo controlar, casi por completo, la informacin periodstica en Venezuela

    Debo aclarar que el control inclua la radio y televisin, que igualmente necesitaban importar insumos, equipos, instalaciones, pelculas, para su operatividad. En su oportunidad declar que desde la poca de Prez Jimnez, sta de Lusin-chi era la de mayores limitaciones a la libertad de informar.

    Protestaron el Bloque de Prensa, las cmaras de radio y la de televisin? Nunca. La de radio no lo hizo ni siquiera cuando prohibieron su pro-grama diario del medioda.

    En los aos ms recientes, con el segundo go-bierno de Caldera, y el provisional del doctor Ra-mn J. Velsquez, no se registran limitaciones a estas libertades, sin embargo, no puede olvidarse aquella campaa nacional y en Amrica Latina, encabezadas por el Bloque de Prensa, las cma-ras de los medios audiovisuales y de la SIP, otra

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    vez la inefable SIP!, y la Asociacin Internacional de Radiodifusin, contra la propuesta del doctor Caldera de reclamar para la sociedad el derecho a recibir informacin veraz, reconocer lo que es un principio tico universal del periodismo. Fue despiadada esa campaa que hizo creer que se propiciaba el control de la informacin. Cam-paa que repitieron cuando aqu se discuti en la Asamblea Nacional Constituyente ese y otros principios, como el de rplica, que finalmente fueron incorporados a la nueva Carta Magna por abrumadora mayora. Y vean ustedes como, pese a la desproporcionada campaa, que apenas de-jaba espacio para la defensa de esos principios, en una encuesta se supo que el 70% de los ve-nezolanos estaban de acuerdo con esas proposi-ciones.

    El 15 de noviembre de 1998 el Bloque de Pren-sa fij posicin contra un Presidente que no haba sido electo, llev a la SIP la propuesta de una declaracin alertando sobre las amenazas y peligros a la libertad de prensa en el supuesto de que ganase ese candidato. Era la primera vez que

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    esos organismos se adelantaban a acontecimien-tos que ellos crean ocurriran.

    Desde entonces, hasta ahora, las relaciones de los medios con el Gobierno se han caracterizado por perodos de tensin y, ms escasos, de disten-sin. De duras crticas y ataques del Presidente contra determinados medios, contra algunos pro-pietarios y, en sus primeros tiempos, contra varios periodistas, y del uso, a veces desmedido, de las cadenas audiovisuales. De parte de la mayora de los medios, de la prensa, la radio y la televisin, ha habido una persistente campaa contra el Pre-sidente y contra su gobierno. Desde 1936, hasta ahora, nunca el gobierno ni su respectivo jefe de Estado, haban sido objeto de los ms persistentes ataques, bordeando los elementales lmites de la decencia, como los que vemos ahora.

    Sin embargo, pese a esas circunstancias, nadie puede mostrar aqu o en el exterior, ejemplos de una sola noticia o de un solo artculo que no hayan sido difundidos como consecuencia de la accin gubernamental y no ha habido un perio-

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    dista preso o perseguido, un medio suspendido o clausurado. Aunque se han percibido amena-zas de lesionar el ejercicio del periodismo y de vulnerar la libertad de expresin, hasta ahora, ni las llamadas intimidaciones han ejercido alguna influencia en la lnea opositora de la mayora de los medios.

    No obstante, en el exterior se tiene la creencia de que en Venezuela no existe libertad de pren-sa. Se entiende que sea as entre quienes slo se guan por las informaciones que les llegan des-de aqu, lejos. Pareciera existir una ley conforme a la cual la gente tiene tendencia a confiar ms en las noticias en tanto el centro de los aconte-cimientos est ms distante, porque le resulta ms difcil verificarlas. Pero aqu, en Venezue-la, nadie repito puede mostrar ejemplos de concretas limitaciones a la libertad de informar y de opinar. Sin embargo, se han producido tantas declaraciones, planteamientos y denuncias en el exterior, como nunca antes, en ninguna poca; y podra ocurrir que repetida tantas veces esa mentira, pudiese ser creda por muchos como

  • una verdad. Una vez escribi Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique y estudioso de la comunicacin, que si la prensa, la radio y la televisin lo dicen, es verdad an cuando sea mentira.

    No quiero concluir sin algunas referencias al papel que en estas especiales condiciones que vive Venezuela le corresponde a la Asamblea Nacional, donde hace pocas horas se desarroll un amplio debate, el quinto, creo, desde su insta-lacin, sobre la libertad de prensa. Me satisfizo, como creo que a todo el pas, y antes que nada, al gremio periodstico, cmo coincidieron en rechazar los atropellos que con demasiada fre-cuencia se cometen en la calle contra reporteros y fotoreporteros en pleno trabajo profesional. Pese a todos los esfuerzos para que distingan el ejercicio profesional de las polticas editoriales e informativas de los medios, es evidente que esos grupos fanatizados, partidarios del Go-bierno, han continuado acosando o atacando a trabajadores de los medios. Esta unanimidad en el repudio debera reflejarse en los partidos que

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  • tienen o pudieran tener alguna capacidad de in-fluir en esas conductas. No se les puede seguir tolerando.

    Al lado de esa, mi satisfaccin, debo expresar-les mi sorpresa porque en las ocasiones en que se ha planteado la conveniencia de exhortar a los medios a dictar mecanismos de autorregulacin en la conducta tica, no mereciera igualmente los votos de todos. Varios de los ms importan-tes diarios de Amrica Latina tienen sus respec-tivos libros con las respectivas normas ticas, y entre los ms recientes pronunciamientos sobre tan importante materia, estn el de la III Cum-bre de Jefes de Estado de las Amricas, reunida hace poco en Qubec, Canad, donde se compro-metieron a fomentar la auto-regulacin de los medios de comunicacin, incluyendo normas de conducta tica. Ms recientemente an, la Con-ferencia Episcopal de la Iglesia, en un documen-to dedicado a los medios, que tan poca difusin ha tenido, vuelve sobre ese asunto. La Asamblea Parlamentaria de la Unin Europea tiene en vi-gencia desde hace casi diez aos el Cdigo de

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    tica Periodstica. La tica, como ha escrito Ga-briel Garca Mrquez, no es condicin ocasional, sino que debe acompaar siempre al periodismo como el zumbido al moscardn. Qu ha hecho que las iniciativas tradas al seno de la Asamblea no encontraran igualmente unnime apoyo?

    Ac, en Venezuela, los periodistas tenemos un Cdigo de tica que rige nuestra conducta profe-sional, corresponde a los medios y a sus organis-mos dotarse igualmente de esos instrumentos. La democracia, toda la sociedad, los lectores y dems usuarios de los medios, ganarn.

    Pienso que esta Asamblea Nacional, escenario de la confrontacin y del dilogo poltico, ambos inherentes a la democracia, nos enva seales equvocas cuando debe enfrentar algunas situa-ciones concretas. En la oportunidad de la reac-cin habida por la forma como fueron aprobadas las 49 leyes surgidas de la ley habilitante, creo que sta sigue siendo la instancia institucional para escuchar las reservas, crticas y propuestas de reformas, examinarlas, discutirlas y, si es el

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    caso, introducir en aquellas leyes que lo requie-ran los cambios necesarios.

    Aqu, en esta misma Asamblea Nacional, el Presidente Chvez trajo su mensaje anual en un tono que todos celebramos, que entraa, inevi-tablemente, dilogo sin descartar confrontacin cuando hay intereses opuestos irreconciliables. Entre las instancias para esa apertura y bsque-da de acuerdos donde sea posible, pocas con tantas condiciones para que sea epicentro de esa poltica.

    Quiero ofrecer apenas dos ejemplos. El de la leyes de Pesca y de Espacios Acuticos, que llev a que ms de mil embarcaciones de la llamada flota de pargo-mero, de Margarita, tuvieran que paralizar sus actividades, no en el paro empresa-rial del 10 de diciembre, sino hace poco. Ms de mil pescadores artesanales que consideran ne-cesarios algunos reajustes para que no terminen lesionados sus intereses. Y el del sector turismo, que junto a la nueva poltica impositiva, la ley correspondiente de la habilitante se suma a los

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    factores que pueden golpear duramente esa ac-tividad. Es muy difcil conocer las propuestas y hacer, si es el caso, algunas concesiones?

    La Asamblea Nacional tiene otra deuda con el pas, y me atrevera a decir, con la Constitucin Bolivariana en tanto recibe el mandato de ejercer el control sobre el Gobierno y la Administracin Pblica. Pienso que no ha tenido la diligencia y celeridad para enfrentar ese monstruo de mil ca-bezas que es la corrupcin. Ni investig los casos ms recientes de gobiernos anteriores, ni lo hace con los que se han presentado y denunciado en estos aos, donde aparecen civiles y militares. Inconcebible que a estas alturas nadie haya sido sancionado por hechos de corrupcin. Ese flagelo no ha hecho sino extenderse, sin que el Ministe-rio Pblico, la Contralora General, los tribunales y esta Asamblea hayan sido suficientemente acti-vos y diligentes para promover las investigacio-nes en profundidad y los juicios respectivos para castigar a los culpables por qu siguen siendo impotentes?, qu impide enfrentarlo con deci-sin y coraje? y por qu esta soberana Asamblea

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    Nacional no ha asumido la vanguardia de ese combate?

    Termino mis palabras, ciudadano Presidente, ciudadanos diputados. Lo hago complacido por la oportunidad que ustedes me dieron para decirles cuanto he dicho. Conscientes de que en la situa-cin que vive el pas, cancelado un ciclo histrico iniciado en octubre de 1945, en una incierta tran-sicin cuyo desenlace no est claro, y donde cada vez es ms difcil asumir posiciones de equilibrio que propicien el dilogo. No s si estas palabras mas las ven inscritas en esa bsqueda.

    Hoy se desarrollaron dos manifestaciones de signos opuestos, con un aparente comn denomi-nador, celebrar los 44 aos del 23 de enero, cada una desde pticas distintas, aunque heterogneas, y que quisiera no sean irreconciliables. Qu suce-der si adems de distintas, maana sean opues-tas y terminen por enfrentarse?, qu ser del pas si las posiciones extremas devienen dominantes?, acaso no nos llevarn a violentos enfrentamien-tos de impronosticables desarrollos? He dicho.