Liberalismo: ideas, sociedad y economía en el siglo XIX

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Ediciones Universitarias de Valparaíso Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Liberalismo: ideas, sociedad y economía en el siglo XIX Eduardo Cavieres F.

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Ediciones Universitarias de ValparaísoPontificia Universidad Católica de Valparaíso

Liberalismo: ideas, sociedady economía en el siglo XIX

Eduardo Cavieres F.

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© Eduardo Cavieres Figueroa, 2016Registro de Propiedad Intelectual No 261.759

ISBN 978-956-17-0672-9Derechos Reservados

Tirada: 300 ejemplares

Ediciones Universitarias de ValparaísoPontificia Universidad Católica de Valparaíso

Calle 12 de Febrero 187, ValparaísoE-mail: [email protected]

www.euv.cl

Dirección de Arte: Guido Olivares S.Diseño: Mauricio Guerra P. / Alejandra Larraín R.

Corrección de Pruebas: Osvaldo Oliva P.Impresión: Salesianos S.A.

HECHO EN CHILE

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

CONTEXTOS HISTÓRICOS Y MARCO CONCEPTUAL . . . . . . . . . 13

LA CONSTRUCCIÓN DE LA FISCALIDAD EN CHILE,1818-1838. DISCUSIÓN LEGISLATIVA Y ACCIÓN EJECUTIVA . . . . . 27

ESTADO, FINANZAS Y GESTIÓN PÚBLICA . . . . . . . . . . . . . . . . 59

LA SOCIEDAD TRAS EL ESTADO.LAS PRESIONES POR UNA SOCIEDAD LIBERAL . . . . . . . . . . . . 87

LAS DIFERENCIAS ENTRE UN LIBERALISMODE PRINCIPIOS Y EL LIBERALISMO ECONÓMICO . . . . . . . . . . 117

INVERSIONISTAS E INVERSIONES EXTRANJERAS.REAFIRMACIÓN DE CRECIMIENTO SIN DESARROLLO . . . . . . 137

LA OTRA MIRADA: LA CONSTRUCCIÓNDE LOS IMAGINARIOS EN EL CHILE DEL SIGLO XIX . . . . . . . . 157

CONSIDERACIONES FINALES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189

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Presentación

Desde los años 1980, primero en la Universidad de Madison – Wisconsin, USA y, posteriormente en la Universidad de Essex, en Inglaterra, uno de los tiempos y problemas a los cuales le he prestado gran atención ha sido el siglo XIX, a la relación economía-sociedad y al liberalismo de la época. A partir de mi Tesis doctoral transformada rápidamente en libro, Comercio chileno y comerciantes ingleses. Un ciclo de historia económica, 1820-1880, con ediciones en Valparaíso en 1988 y en Santiago en 1999, ambas com-pletamente agotadas, han sido innumerables las comunicaciones, confe-rencias, artículos que he presentado sobre el particular. Ello me ha permiti-do profundizar en muchos aspectos y, al mismo tiempo, ir reconstruyendo relatos historiográficos que, lógicamente, nunca terminan por alcanzar un desarrollo definitivo. Han emergido nuevos temas, nuevas interrogantes, nuevas formas de presentar los resultados de la investigación, otras tantas consideraciones metodológicas y analíticas. En paralelo, a lo largo de los años, junto a las publicaciones realizadas en el país sobre el siglo XIX, en el extranjero fueron publicándose, entre otras, las siguientes:

1994 Foreign Investors and Investments in Chile, 1860-1930. State of the Art and Perspectives, Proceedings. International Economic History Association, Universita Bocconi, Paris, pp. 131-139.

1995 La deuda interna y externa de Chile, 1820-1880. Actitudes y de-cisiones en las políticas económicas del s. XIX, en R. Liehr (ed.), The Public Debt in Latin America: An Historical Perspective, Frankfurt am Main: Vervuert Verlagsgesellschaft, pp. 171-208.

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1995 La educación chilena en perspectiva histórica, 1860-1973. Problemas, avances, limitaciones, Paedagogica Historica, International Journal of the History of Education, Ghent-Bélgica, Issue 2, Vol.25, pp. 447-464.

1995 Inversionistas e inversiones extranjeras en Chile, 1860-1930, en C. Marichal (Coordinador), Las Inversiones extranjeras en América Latina, 1850-1930. Nuevos debates y problemas en Historia Económica comparada, F.C.E., México D.F., pp. 214-228.

1995 Aislar el cuerpo y sanar el alma. El régimen penitenciario chile-no,1843-1928. Iberoamerikanisches Archiv, 3-4, Jahrgang 21, Berlin, pp. 303-328.

1997 Estado nacional y mercados supra-regionales en la primera mitad del s. XIX. El caso de Valparaíso. En Rossana Barragán, D. Cajías y S. Qayum (Comp.)., El siglo XIX. Bolivia y América Latina, Coord. de Historia, La Paz- Bolivia, pp. 169-178.

1998 Expansión del capitalismo periférico en el Pacífico Sur. S. XIX. Crecimiento económico dependiente, en América Latina en la Historia Económica. Boletín de Fuentes. Vol. 9. Casas comercia-les. Instituto Mora, México D.F., pp. 41-54.

2000 La organización de la hacienda pública chilena: 1817-1822. Las ba-ses de una experiencia existosa. ¿Ideas o decisiones? América Latina en la Historia Económica, Hacienda Pública. Obras Públicas. Instituto Mora, México D.F., pp. 33-49.

2001 Crecimiento y modernización. La experiencia chilena de los sectores di-rigentes, s. XVIII al XX. En Gladys Lizama (Coord.), Modernidad y modernización en A. Latina. México y Chile, s. XVIII al XX. Universidad Guadalajara, Centro Inv. Barros Arana; Guadalajara, México, pp. 141-172.

2003 Comercio, diversificación económica y formación de mercados en una economía de transición. Chile en el s. XIX, en María Alejandra Irigoien y Roberto Schmit (eds.), La desintegración de la Economía colonial. Comercio y moneda en el interior del espacio colonial, 1800-1860; Edit. Biblos, Buenos Aires 2003, pp. 93-110.

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2007 Conservadurismo y liberalismo en Chile en la época de Juárez. Tensiones y conflictos entre tradición y modernidad; en Sara Ortelli y Cuauhtémoc Hernández América en la época de Juárez, Colección Bicentenario Nacimiento Benito Juárez, 1806-2006, México D.F., pp. 257-286.

2007 Liberalismo y neoliberalismo en Chile y América Latina. Diversas formas, una realidad. Acta Scientiarum Socialium, Universitas Kaposváriensis, Hungría, Vol. XXVI, pp. 15-26.

2009 En el contexto de Alberdi y la Guerra del Paraguay: Estado, capi-talismo y sociedad en los conflictos del Cono Sur; Nuevo Mundo. Mundos Nuevos (Rev. Electrónica, indexación Revues.org.: EHESS, INSHS-CNRS, etc.).

2010 Independencia, liberalismo y Estado. Chile y sus contextos. Problemas y perspectivas de análisis; en Pedro Pérez H. e Inmaculada Simón Ruiz (Coords.). El liberalismo, la creación de la ciudadanía y los estados nacionales occidentales en el espacio Atlántico, 1787-1880; Universidad de Alcalá, España- Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia, pp. 17-54.

2011 Independencia y República. Procesos factuales y construcción de los imaginarios en el Chile del s. XIX; en S. Rinke et al. (Hrgs.), Bicentenario: 200 Jahre Unabhängigkeit in Lateinamerika; DDHM. Verlag, Stuttgart, pp. 265-282.

2012 Las frustraciones de la Unión Americana. En los contextos de la Guerra del Paraguay: Estado y Sociedad en los conflictos del Cono Sur, 1860-1880; en Horacio Crespo, J. M. Palacio y G. Palacios (Coords.). La Guerra del Paraguay. Historiografías. Representaciones. Contextos; El Colegio de México, México D.F., pp. 299-322.

2015 Discusión legislativa y acción ejecutiva: la construcción de la fiscalidad en Chile, 1818-1838, en Pedro Pérez H. y Eva Sanz J. (Coords.), Fiscalidad, integración social y política exterior en el pensamien-to liberal atlántico, 1810-1930; Marcial Pons Eds., Madrid, pp. 151-170.

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En la última década, como Profesor Investigador en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Alcalá, España, ha sido permanen-te la colaboración mutua con el Director de dicho Instituto, el Dr. Pedro Pérez Herrero, sobre tópicos ligados al liberalismo y, junto con ello, las motivaciones a seguir replanteándonos sobre el carácter y la historia del liberalismo. A través de seminarios, coloquios, proyectos, pero especial-mente a través del constante diálogo con Pedro Pérez y los significados académicos de la conversación, me he obligado a realizar nuevas síntesis, nuevas reflexiones y nuevas preguntas sobre el siglo XIX. Por otra parte, un frustrado proyecto sobre un análisis comparativo de la historia econó-mica de Chile y Argentina, para los siglos XIX y XX, apoyado abierta y entusiastamente por Adolfo Zaldívar L., ex Senador de la República y ex Embajador de Chile en Argentina, nos llevaron a concordar en derivar los esfuerzos de investigación hacia una síntesis, ordenamiento y complemen-tación de lo que ya había escrito sobre el s. XIX chileno. Precisamente, se trataba de no despojarme de lo publicado y de mis ideas esenciales sobre dicho período, pero sobre ello y pensando en la actualmente muy necesaria y urgente tarea de replantearnos sobre el uso y abuso de los concatenados conceptos liberal, liberales y liberalismo, es que he re-visitado dicho siglo XIX y de ello ha surgido esta nueva versión de mis estudios. Los tiempos con Pedro Pérez y los ya pasados con Adolfo Zaldívar, quien presumía correctamente de sus conocimientos sobre la historia, fueron esenciales para decidirme a realizar el intento. No ha sido fácil estructurar un nuevo orden y estructura de contenidos y, por ello, mis disculpas previas por re-peticiones de citas o ideas. Esta no es exactamente una nueva historia sobre el liberalismo del siglo XIX en Chile. He preferido esta nueva presentación temática antes que una recopilación de artículos ya editados. Por lo demás, los historiadores y los estudiantes de historia, quizás en busca de la siempre necesaria novedad respecto a autores y a nuevas perspectivas de análisis, fácilmente olvidan hoy a quiénes hace dos, tres, o cuatro décadas, realiza-ron igualmente importantes innovaciones historiográficas que merecen ser recordadas para construir un relato igualmente sólido hacia delante.

Una segunda razón de la pertinencia de este libro es el pretender incursio-nar más directa y críticamente en lo que se dice ser el liberalismo actual,

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un liberalismo no sólo distorsionado respecto a los orígenes del concepto sino, además, sin memoria histórica. Hoy, cualquiera, y todos, se dicen li-berales y fustigan su propio pasado sin re-conocerlo. Al menos, cada cierto tiempo, es necesario volver a mirar hacia atrás para pensar adecuadamente el presente y resolver lo que efectivamente debe resolverse en aras de un mejor futuro.

Alcalá de Henares, España.Valparaíso, Chile.

2014-2015.

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Contextos históricos y marco conceptual

Creo que los procesos de independencia latinoamericana tienen que ver, fundamentalmente, con algo que termina siendo nacional, pero que res-ponde a unos movimientos, sino de Historia universal, por lo menos a unos movimientos de Historia Occidental, y que son el reflejo de pensamientos intelectuales, de la Ilustración; de situaciones más conflictivas, como la Revolución Francesa; pero, también, de unas acciones y unas decisiones mucho más profundas como lo fue, en 1776, el caso de la Independencia de los Estados Unidos, no necesariamente por lo que llegó a ser esa Nación, sino por lo que se dijo que podía ser. Una nueva sociedad, nuevos concep-tos, entre los que se distingue el de self government, el que nos podemos autogobernar, el que todos estamos llamados a participar de los gobier-nos. Incluso, en las teorías filosóficas del siglo XVIII, en los gobiernos que siempre son necesarios. En medio de todo ello, se dio un proceso, muy importante, que fue el proceso de construcción de un liberalismo doctrina-rio, que emana desde la Ilustración, pero que, como tal, como liberalismo y como doctrinario, más que un hecho histórico factual, fue y sigue siendo fundamentalmente una idea, un deseo, un propósito.

En escritos y conferencias de Foucault referidos, precisamente, a la Ilustración, éste señalaba la extensión acontecida desde el siglo XV en cuanto al arte de gobernar a los hombres; en dos sentidos: por una parte, desplazamiento con respecto al eje religioso, laicización, por otra parte, desmultiplicación de ello en variados dominios, gobernar a los niños, la familia, la casa, los ejércitos, las ciudades, el propio cuerpo y el propio

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espíritu. En el fondo, el cómo gobernar. Al mismo tiempo, desde la propia gobernabilidad, aparece el ¿cómo no ser gobernado? Analizando a Kant, Foucault, observaba que, finalmente, todo no sería tan diferente al proble-ma de la libertad de conciencia: “el derecho de pensar como uno quiera, siempre y cuando obedezca como debe”. En el fondo, distinción entre el uso privado y el uso público de la razón1. En definitiva, en forma muy sim-ple, se perfila el gran y fundamental problema entre Ilustración y liberalis-mo. Ambas parten positivamente de los mismos supuestos: libertad, pero en el acaecer histórico se contradicen en cuanto a que la libertad requeriría, además, de igualdad.

Se da, entonces, una situación compleja que estaba ocurriendo en paralelo en espacios distantes: la maduración de los llamados Estados nacionales en una doble dimensión: por una parte, la consolidación del Estado moderno pensado desde la filosofía política en un largo recorrido que se hace evi-dente a partir del siglo XVI; por otra, y vuelvo a Foucault, la materializa-ción del Estado moderno que ocurre al mismo tiempo, o en tiempos muy contiguos, tanto en Europa como en Latinoamérica. Por ello, siempre es necesario no soslayar contextos a partir de acontecimientos europeos, no en una descripción lineal de la Historia, de un Napoleón, de unos ejércitos franceses que pasan por España porque su objetivo es Inglaterra, que se detienen en Bayona, que hay allí unos actos de abdicaciones, unas forma-ciones de juntas, etc., sino, más bien, como algo que no está separado, sino que corresponde a un mismo proceso.

También el proceso tenía sus antecedentes en las relaciones Inglaterra - colonias americanas. En abril de 1774 el parlamento británico aprobó las Leyes Coercitivas para disciplinar a Massachusetts y Boston, las cuales, en general, vinieron a reforzar los poderes de los gobernadores frente a las posibilidades de representación de los colonos. Entre ellas, estaba la Ley de Acuartelamiento, que podía incluso confiscar edificios privados para el alojamiento de las tropas, o la Ley del gobierno de Massachusetts, por la cual los miembros del Consejo o Cámara Alta no serían ya nombrados por

1 Michel Foucault, Sobre la Ilustración, Tecnos [2003], Madrid 2007, pp. 6-7 y 77.

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la Asamblea, restringiéndose las reuniones ciudadanas, sino reforzaban el poder del gobernador para nombrar jueces y sheriffs. En el mismo año, se agrega la Ley de Québec que permitía a los habitantes franceses el uso del francés y la práctica del catolicismo romano, pero que además entregaba territorios que varios Estados, Pensilvania, Virgina y Connecticut, habían reclamado como suyos. Las leyes coercitivas y la de Québec fueron deno-minadas como las leyes intolerables, que manifestaban que Gran Bretaña utilizaba su poder en contra de los intereses económicos y políticos lo-cales. Dichas leyes tuvieron el efecto de convertirse en el embrión de la protesta colonial uniendo a las colonias frente al poder monárquico y la administración colonial. De hecho, y en paralelo, ya desde 1772 se venían promoviendo la formación de Comités de Correspondencia, en base a la unión de comerciantes importantes con artesanos y con la colaboración de la multitud, pero en 1774, a ellos se unieron los agricultores que per-judicados por el cierre de Boston comenzaron a formar comités en cada ciudad y condado, sustituyeron a la autoridad oficial y organizaron mi-licias propias. En todo caso, dentro de estos grupos, el poder comenzó a desplazarse hacia sectores radicales de clase media y de la multitud, que, más inclinados hacia la igualdad política y económica, convirtieron el mo-vimiento limitado de resistencia en un movimiento popular. Fue sorpresa para los británicos que, “todas las colonias se sintieran amenazadas por las leyes coercitivas y decidieron ayudar a Boston, y que en esta resistencia emergiera un poder político paralelo al de la Corona –local, de condado y provincial; pero también interprovincial o intercolonial–. Mientras por toda la costa barcos cargados de mercancías iban en ayuda de Boston; de Nueva York a las Carolinas, todas las localidades establecieron Comités de Correspondencia, organizaron milicias y decidieron coordinar intercolo-nialmente el nuevo poder de los comités, convocando en septiembre de 1774 el Primer Congreso Continental en Filadelfia2.

En dicho Congreso participaron 55 delegados que representaron a 12 de las 16 colonias (estuvieron ausentes las más recientes de Georgia, Québec, Nueva Escocia y las Floridas) y allí se aprobó la postura más radical, con-

2 Aurora Bosch, Historia de Estados Unidos, 1776-1945. Crítica, Barcelona 2010, pp. 16-17.

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tenida en las Resoluciones del Condado de Suffolk, Massachussets, que recomendaban la resistencia abierta a las leyes coercitivas, reconocían los nuevos poderes surgidos, ponían en práctica medidas contra el consu-mo de productos británicos y perseguían a los enemigos de la libertad. Filadelfia pasó a convertirse en la ciudad más radical en donde una elite de ricos comerciantes cuáqueros y anglicanos, a través de la Corporación de la Ciudad de Filadelfia, había dominado la vida política hasta 1774. Estaba compuesta por 12 individuos que no tenían que enfrentar los town meetings ni elecciones abiertas aun cuando existía igualmente la Asamblea Provincial, dominada por moderados, y que hasta entonces se había man-tenido al margen del movimiento… de resistencia3.

Es parte de lo que sabemos: ¿Fue una revolución liberal? ¿Fue efectiva-mente popular? Depende cómo hoy lo veamos y qué contenidos usemos para definir los conceptos. David McCullough, biógrafo de John Adams, el segundo mandatario norteamericano, obtuvo el Premio Pulitzer por su libro sobre el mandatario, lo cual le llevó a convertirlo en una miniserie de TV. Según el relato, cuando John Quincy Adams se convirtió en el quinto Presidente norteamericano, recibió la tarea de celebrar el 50º Aniversario de la Independencia y para ello el artista John Trumbull pintó la celebre escena que cuelga en la rotonda del Capitolio en Washington DC y que to-dos conocemos como la Firma de la declaración de la Independencia de los Estados Unidos. El Presidente en ejercicio invitó privadamente a su padre a conocer el Cuadro y allí se habría dado un sentido diálogo entre el artista y John Adams cuya primera impresión fue restar méritos a la obra com-parando la estética con la obra del holandés Rubens. Trumbull argumentó en la singularidad de la escena y preguntó si el ex mandatario sentía que el cuadro les hacía justicia. Adams replicó, y esto es muy interesante, que en cuanto a la singularidad del cuadro no podía opinar: todos los que Ud. pintó están muertos, cada uno de ellos, excepto por mí y Jefferson, pero le diré esto: no tiene nada que ver con la historia. Trumbull argumentó: investigamos cuidadosamente el parecido con lo sucedido. La respuesta:

3 Ibidem, p. 19.

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Ninguna escena como esta tuvo lugar en la vida real. No hubo ni un momento, ni un día, en que todos los delegados se reunieran para estampar sus firmas. Es una cuestión de detalles… Me permi-to recordarle, señor, que ya vivíamos una guerra en oposición a la escena de tranquilidad… No deje que la posteridad se diluya con ficciones disfrazadas de licencia poética o gráfica… Es una obser-vación bastante común en Europa, señor Trumbull, que nada es tan falso como la historia moderna. Yo no vacilaría en añadir que nada es más falso que la historia moderna europea, salvo la historia moderna de América… Considero que la verdadera historia de la Revolución Americana se perdió para siempre4.

¿Qué sabemos realmente del pasado? En el caso de Chile, en los orígenes de lo que terminaría siendo el nacimiento del nuevo Estado, pensamos que el Cabildo santiaguino fue el centro de los hechos y que desde allí surgie-ron las acciones que condujeron a la Junta de septiembre de 1810. Es lo que los testimonios nos dicen. Que dicho Cabildo representara los anhelos del pueblo o fuese el bastión de los mercaderes de la época es una cuestión que merece ciertas discusiones y precisiones5, pero no hay duda en que se constituyó efectivamente en el ámbito legítimo del conjunto de las teorías políticas traducidas en acciones concretas respecto a la soberanía. Esta es una situación que merece considerarse. El peso del Cabildo santiaguino colonial, desde sus representaciones “criollas” respecto a las autoridades superiores de representación monárquica nunca fue sub-estimada por el propio Cabildo y, en gran parte, el Chile histórico se desarrolló desde la región central en detrimento de las posibilidades e intereses de las regiones externas a ellas. La raíz de las principales familias del reino estuvo radi-cada en Santiago y todos aquellos que fueron a la minería del Norte o a establecer relaciones comerciales hacia la frontera en el Sur, o estuvieron ligados a esas consideraciones socio-familiares o se dejaron supeditar a las

4 Tom Hanks y G. Goetzman (Directores), John Adams, HBO Films, 2007, Cap. 7, sección 5.

5 Ver, por ejemplo, Gabriel Salazar, Construcción del Estado en Chile, Sudamericana, Santiago 2005, 84-93.

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mayores influencias de éstos en todas las esferas del Poder. Obviamente, en historia todo está sujeto a transformaciones y a nivel de las familias ello también ocurre de modo que en el caso de las elites igualmente se produ-cen permanentemente tensiones entre quienes van siendo excluidos de las mayores ventajas y quienes al mismo tiempo luchan por ascender, compe-tir e incluso rivalizar con los miembros de la cúspide de la jerarquía social y económica. Aun cuando Santiago siguiera pensándose no sólo como la “gran aldea” desde donde surgía el mayor número de directrices de la so-ciedad colonial, sino también en donde se actuaba en consecuencia de ello, las divisiones de opiniones en la ciudad, en el Cabildo, al interior de las principales familias santiaguinas, se reproducían también a nivel regional. Debe agregarse, además, que ésta no era sólo una cuestión de ideas, sino también de intereses y precisamente, por ello, esta situación referida a la diferenciación entre un gobierno local, con pretensiones de lo nacional, y un gobierno nacional propiamente tal, fue cuestión muy importante. Al menos por algún momento. A lo largo de los siglos XIX y XX y aún en la actualidad, más allá de una cuestión de tipo de Estado, el centralismo santiaguino siguió siendo y es una realidad indudable.

Los gestores de la transformación, ¿eran liberales, reformistas o progresistas?6 El constitucionalismo no fue ni es esencialmente liberalismo. El problema central era y sigue siendo el de las representaciones, pero entonces no con los significados actuales ni con los contenidos historiográficos vigentes; más bien, lo de siempre, consideraciones sociales y representaciones colec-tivas. En lo general, en Chile partimos en términos de la gestación de una institucionalidad válida para Europa y América Latina, al mismo tiempo, y en base a los mismos fundamentos, porque correspondían prácticamente al mismo proceso histórico, que después Benedict Anderson, y el mismo Hobsbawm, lo han definido desde el punto de vista de la construcción de los imaginarios nacionales, la construcción, como lo llama Hobsbawm,

6 Ver Eduardo Cavieres, La Independencia y el Primer Congreso Nacional en Chile: ni ilustra-dos ni liberales: ¿simplemente republicanos?; en Ivana Frasquet (ed.), Jamás ha llovido reyes el cielo… De Independencias, revoluciones y liberalismos en Iberoamérica; Univ. Andina, Corpo-ración Editora Nacional, Quito 2013, pp. 261-282.

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de la tradición desde el punto de vista de esta relación entre el Estado y la sociedad propiamente tal. La conciliación de ambas situaciones en Estados nacionales, que incluso, el mismo Fernand Braudel en su última obra, so-bre la identidad de Francia, la relaciona más bien con la segunda mitad del s. XIX que con el pasado anterior: expansión de ferrocarriles y de los sistemas nacionales de educación. No es solamente el problema de querer ser, sino también corresponde todo esto a las cosas, a los medios, a las posibilidades existentes para que estos Estados pudieran materializarse. A nivel de Chile, ¿cuáles eran efectivamente las posibilidades existentes para que pudiera desarrollarse en términos políticos, sociales, económicos, cul-turales? En esto no solamente existe un punto de reflexión, sino más bien unos cuantos problemas y temáticas profundas que para no equivocarnos, ni para no distorsionar realidades a partir de lo que nosotros quisiéramos que hubiese pasado: “me hubiese gustado que la historia hubiese sido otra”. Frente a ello, es siempre necesario considerar todas las posibilidades y no sólo aquella con la cual coincidimos. Se ha hecho muy común el enjuicia-miento a los padres de la patria, a los dirigentes y a las elites del siglo XIX, a parte de los partidos políticos y a los empresarios del s. XX, a la insti-tucionalidad de las primeras décadas del s. XXI, etc., etc., y hay razones para hacerlo, muchas, pero también debe tenerse en cuenta que la historia siempre se está reescribiendo y que se hace desde el presente al pasado, y no viceversa, por lo cual las interpretaciones que surgen actualmente durarán hasta el momento en que vengan otras interpretaciones que dejen sin vali-dez lo que se intenta construir hoy día. Por ello, es más importante hacer preguntas que construir juicios definitivos sobre el pasado. Las últimas dé-cadas han dado serias lecciones sobre el particular. Basten dos ejemplos: el cambio del relato histórico en la propia Unión Soviética a partir de 1989 y la discusión sobre la ley de memoria histórica en España, ley de regulación de la memoria.

No hay duda alguna en pensar que, en tendencias seculares, durante el siglo XIX, la sociedad chilena (como la gran mayoría de las sociedades latinoamericanas de la época) vivió un largo, pero muy concreto proceso de liberalización de parte importante de sus estructuras tradicionales. Por un problema de conceptos, generalmente se observa la situación sólo des-

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de dos perspectivas de análisis: por una parte, desde la historia política, a partir del triunfo del liberalismo como maduración de un proyecto de go-bierno a partir de la década de 1860; por otra, desde la historia económica, en relación con los crecimientos económicos de la segunda mitad del siglo XIX y la sólida inserción, para esas décadas, de la economía chilena en la economía nor-atlántica. Con mucho menos énfasis, se ha visto el problema desde perspectivas más globales, por ejemplo, desde una visión ideológica de la sociedad o, en términos más concretos, en relación con la moderni-dad de entonces.

En realidad, Estado liberal, liberalismo y liberalización son conceptos rela-cionados que abarcan una realidad mucho más compleja que la expresada por simples miradas políticas o económicas. Ellas forman parte de esa rea-lidad, pero no en términos únicos o aislados. Muy por el contrario, podría-mos pensar, hipotéticamente, que la propia Independencia del país, dadas las circunstancias de la época y casi dialécticamente, tenía que desembocar en un pensamiento liberal que, a lo largo del siglo, se impusiera no sólo sobre sus tradicionales oponentes conservadores, sino fundamentalmente sobre los rasgos tradicionalistas de la misma sociedad. Es en este senti-do que el concepto de modernización se nos presenta como un concepto bastante plástico para entender, desde otras perspectivas, el problema del liberalismo desde una mirada lo más global posible. En todo caso, y es muy importante subrayarlo, ya no estábamos hablando del liberalismo doctri-nario de comienzos de siglo.

Un primer problema relativo al tema se refiere, lógicamente, a las actitudes y comportamientos de las elites, y digo elites para poder observar, desde el centro del poder, a diversos grupos que formando parte del mismo gru-po dirigente, se diferencian, precisamente, por sus particulares visiones de valor sobre la vida, la sociedad y el Estado. Desde este punto de vista, la aristocracia chilena del s. XIX es una y varias aristocracias a la vez. Por una parte, no logra superar sus viejos sentimientos señoriales que, reiterada-mente, cada vez que se ha enriquecido por su participación en actividades mercantiles o mineras, le hace volver la vista hacia la tierra y a los valores asociados a ella. Por otra parte, siempre está abierta a la incorporación de nuevos miembros que le puedan inyectar los medios económicos que le

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permitan seguir subsistiendo como grupo dirigente. Así, siempre está en una situación mucho más dinámica de lo que se cree; acepta el cambio, siempre y cuando el cambio no perjudique su estabilidad y no derrumbe la construcción institucional que, a pesar de las diferencias e incluso de los momentos de conflictos entre aquellos que se sitúan en el ala liberal del poder y los ubicados en el ala conservadora del mismo, le permite seguir manteniendo un orden bastante específico.

Se pretende reiteradamente observar a la elite chilena del siglo XIX como un grupo social fuertemente cohesionado en términos del poder, pero a la vez fraccionado y tensionado respecto a las divisiones de ese mismo poder que se pretende siempre concentrar en su totalidad. Al mismo tiempo no se presta siempre la misma atención al peso de las ideas y a las necesarias y a veces también dramáticas transiciones entre un orden tradicional, con-servador y otro más moderno, liberal. Se olvida las influencias de la ilus-tración y el liberalismo europeo que también dividió grupos, familias y a individuos, pero que sin duda alguna realizó aportes innegables a la lenta evolución social del país. En Chile, desde los inicios de la vida republicana, los principios liberales tuvieron una adecuada recepción y su ideario, a pesar de lo subyacente en términos de la defensa del orden conocido, tuvo éxito y fue compartido por “la gran mayoría de los sectores políticos dadas las características del país”7. A pesar de las críticas al período, muchas de ellas bien fundamentadas, nuestras miradas actuales sobre el liberalismo del s. XIX recogen su carácter ilustrado en el sentido de observar, en dicho liberalismo, positivos elementos como la modernización del aparato polí-tico, la adopción de órdenes constitucionales, la secularización de algunas instituciones de la vida social, los relativos éxitos en el plano económico, etc. Incluso, en más de algún caso, se ha visualizado, en el conjunto de to-dos estos procesos, valoraciones más superiores y complejas como el haber

7 Iván Jaksic y Sol Serrano, El gobierno y las libertades. La ruta del liberalismo chileno en el siglo XIX; en Iván Jaksic y Eduardo Posada C. (Eds), Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX, FCE, Santiago 2011, la cita en pág.177. El capítulo, de interesante lectura, en pp. 177 a 206.

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sido la cuna de la República y de la democracia del s. XX 8.

Por lo demás, hoy en día, la ecuación vuelve a repetirse y a reiterarse: de-mocracia liberal y crecimiento económico son los fundamentos de la mo-dernización de la sociedad. Desde esas miradas ilustradas de la sociedad, desde arriba, la ecuación tiene mucho sentido y más de algún fundamento. Desde una mirada crítica a la sociedad, desde abajo, pueden desconocer-se porfiadamente avances importantes en la transformación de esa misma sociedad. ¿Alternativa de análisis? Primero, replantear el problema en tér-minos de las circunstancias específicas del mismo tiempo en estudio; en se-gundo lugar, superar la dicotomía entre un proyecto político y un proyecto económico que no se ven traspasados por elementos ideológicos comunes a los sectores dirigentes; en tercer lugar, diferenciar entre una situación de modernización de la sociedad que, en sus resultados, sabemos se caracteriza por ser limitada, insuficiente e incompleta y un espíritu de modernidad que alcanza a los mismos sectores dirigentes, pero que no se proyecta con-cretamente a los otros sectores de la sociedad, lo cual, lógicamente, explica porqué, a pesar de los cambios, las continuidades históricas aparecen fuer-tes y decisivas a la hora de los balances de estos procesos.

En general, la economía chilena del diecinueve ha sido observada tradi-cionalmente a través de dos períodos bien delimitados en el paso del me-dio siglo. Hasta los años 1850, ella habría estado caracterizada por una política oficial neo-mercantilista y proteccionista, cuyos objetivos habrían sido el estímulo y fomento de actividades económicas nacionales, tanto en lo concerniente al comercio, la industria y la producción de materias primas, como en lo referente al transporte marítimo. A partir de 1860, el ascenso al poder de los gobiernos liberales habría significado, igualmente, la implantación de una política económica liberal representada, entre otros aspectos, por la expansión de la banca, las medidas monetarias (emisión de papel moneda), el predominio de las actividades financieras (sociedades anónimas) y la legislación aduanera de los años 1864 y 1872.

8 Se destacan, entre otros, los trabajos sobre el particular de Julio Heise, por ej., Historia de Chile. El periodo parlamentario, 1861-1925, 2 Vols., Santiago 1974-1982.

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Sin embargo, recientes trabajos sobre varios de estos aspectos han demos-trado que más que etapas diferentes y opuestas, las diversas políticas eco-nómicas oficiales y las tendencias de la economía chilena obedecerían más a un ajuste a las realidades del momento y a una visión pragmática que a la aplicación ortodoxa de alguna de las doctrinas económicas imperantes en la época9. Por otra parte, a través de nuestras propias investigaciones, hemos observado que por sobre las diferencias que se pueden establecer en el tiempo, el siglo XIX, en particular su economía, especialmente por su tipo de inserción en el mercado nor-atlántico, dominado por Inglaterra, muestra una caracterización general de evolución y crecimiento acumula-tivo, cuyas debilidades que ya venían causando ciertas inquietudes, se ex-teriorizaron intensa y bruscamente con la crisis mundial de 1873-1876 10.

Aún así, todavía en julio de 1873, a escasos meses del desencadenamiento de la gran contracción que comenzó a fines de ese año, Marcial González, uno de los economistas liberales más importantes de la época, recordaba que...

basta apelar al testimonio de los hechos para convencernos de que los temores que se tienen en contrario son infundados, exageradas las quejas y vana y muy vana la alarma introducida en el mercado por los autores que a la vez son las víctimas verdaderas de esta extraña situación que atravesamos. Si hay entre nosotros, señores, algo tan claro como la luz, es el desarrollo constante de la prospe-ridad material de nuestro país. Para comprender esta verdad basta ver la topografía de Chile, sus producciones y consumos, su mo-vimiento terrestre y marítimo, sus estados de aduana, sus entradas

9 Sobre el tema, y desde diferentes perspectivas, varios estudios han tratado de precisar más profundamente el carácter de la política económica de la época. Entre ellos, merecen destacarse los trabajos de Robert Will, La política comercial económica de Chile, 1810-1864, El Trimestre Económico, México DF, Nº 106, 1960, pp. 238-257; John Rector, Merchants, Trade and Comercial Policy in Chile, 1810-1840, Ph.D. Diss., Indiana University, 1976; Sergio Villalobos y Rafael Sagredo, El proteccionismo económico en Chile, s. XIX, Santiago 1987.

10 Me es inevitable referirme a mi propio estudio sobre el siglo XIX, Comercio chileno y co-merciantes ingleses, 1820-1880. Un ciclo de historia económica [1988], Edit. Universitaria, segunda edición, Santiago 1999.

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y gastos generales, la abundancia de trabajos de toda especie, el adelanto de sus poblaciones, su vida toda de ayer y de hoy11.

Efectivamente, hasta comienzos de la década de 1870, a la luz de las estadís-ticas de la producción y del comercio, del desarrollo de la urbanización, de las obras de infraestructura, la economía chilena gozaba de un crecimiento que se observaba siempre continuo, y variados aspectos de las relaciones sociales experimentaban su entrada por el camino de la modernización. El ritmo alcanzado por las actividades privadas y la riqueza que se acumulaba en el sector más beneficiado por el sistema (compuesto tanto por chilenos como por extranjeros), parecían confirmar tal optimismo. Sin embargo, en una economía fuertemente privada y con tan positivos índices, ¿qué papel jugaba el Estado?, ¿cuáles fueron los recursos con que contaba?, ¿porqué y bajo qué circunstancias éste debió asumir un rol de inversionista y en qué rubros de la actividad nacional? Además, en una economía en expansión, ¿cuáles fueron las causales profundas de un endeudamiento permanente y en constante ascenso?

Es necesario, por tanto, estudiar los alcances concretos del liberalismo ilus-trado en la gestación del Estado y las razones por las cuales se evoluciona rápidamente desde fundamentos doctrinarios sobre la naturaleza del hom-bre y de los cuerpos sociales hacia un pragmatismo político-económico y hacia formas de readecuación de las relaciones entre Iglesia y Estado en las primeras décadas del siglo XIX. Por otra parte, debe contextualizarse correctamente las situaciones a nivel latinoamericano en la discusión de los fundamentos doctrinarios del liberalismo y de sus consideraciones en los inspiradores del movimiento revolucionario independentista propia-mente hispánico o en sus influencias provenientes desde Estados Unidos y México.

No hay duda alguna que la Independencia no fue una acción espontánea, sino respondió a todo un proceso que se fue gestando internamente tanto a partir de la conjunción de requerimientos de la modernización del siglo XVIII como en torno a las nuevas discusiones políticas y filosóficas sobre

11 Marcial González, Los negocios y las crisis, Santiago 1873, p. 215.

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las relaciones del Estado con la sociedad, discusiones que fueron, además, creciendo dialécticamente en la medida que la nueva expansión capitalis-ta del comercio superaba abiertamente las restricciones impuestas por el orden colonial. Desde estas consideraciones, la construcción de una idea republicana y del papel de las instituciones y de los individuos dentro de ellas fue mucho más que la materialización de algunos proyectos concretos que, en todo caso, sea por sinceras aspiraciones de cambio, por reales y urgentes necesidades económicas del Estado, por adecuaciones del sector económico criollo, por alteraciones de los objetivos nacionales provocados por el mercantilismo y el capitalismo inglés, etc., etc., distaron mucho de alcanzar las metas discursivas de las primeras décadas del siglo XIX.

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La construcción de la fiscalidad en Chile,1818-1838. Discusión legislativa y acción ejecutiva

El problema y los contextos

Referirnos a los inicios de la fiscalidad en Chile significa conocer los con-textos económicos desde donde surge y, al mismo tiempo, los avances his-toriográficos existentes respecto a ello. En este último sentido, me parece importante recuperar estudios que fueron fundamentales para poder avan-zar más sólidamente en estas temáticas.

Cuando pensamos en aspectos económicos relativos al proceso de emanci-pación ello nos lleva, en primer lugar, a considerar un ya viejo e inconcluso debate: ¿cuáles fueron los antecedentes económicos de la Independencia de Chile? Esta pregunta, convertida en afirmación, dio el título a unos de los libros escritos sobre el tema que, aunque discutible en sus conteni-dos, marcó una época de la historiografía chilena. Hablamos de Hernán Ramírez Necochea que, en 1959, a través de su libro Antecedentes económi-cos de la Independencia de Chile (Santiago, 1959) argumentaba como tesis que, a fines del siglo XVIII, el país había alcanzado “un grado de madurez relativamente alto”, que su economía estaba en desarrollo y que producto de ello necesariamente tenía que entrar en conflicto con las ataduras del monopolio impuesto por la corona española. Algunos años después, apa-rece el libro de Sergio Villalobos El comercio y la crisis colonial, un mito de la independencia (Santiago 1968), y a partir de él algunas discrepancias entre ambos historiadores: según el mismo Villalobos, a pesar de aceptar el planteamiento de un desarrollo colonial y un creciente antagonismo de

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intereses con la metrópolis, dos alcances a la tesis de Ramírez Necochea aparecían fundamentales: primero, que el grado de madurez logrado por Chile no era tan alto y, en segundo lugar, que no hubo restricciones comer-ciales que impidieran la expansión de su economía.

Desde entonces, la polémica no fue aclarada definitivamente, pero hubo una serie de estudios sobre el período que en general se limitaron a tomar como antecedentes a uno, a otro, o a ambos autores, sin entrar en una in-vestigación detallada sobre el tema. Ello, con la excepción, debemos recor-dar, de Marcello Carmagnani que, en una perspectiva mucho más amplia, temática y cronológicamente, ampliamente documentada y con un marco teórico globalizador de las múltiples inter-relaciones entre los diversos ele-mentos participantes, directa o indirectamente, de un sistema económico, saltó desde la explicación coyuntural del fenómeno al análisis de la es-tructura desde su conformación a través de los siglos coloniales hasta su maduración hacia 1830. En su libro Los mecanismos de la vida económica en una sociedad colonial, Chile 1860-1930 (edic. español, Santiago 2001), Carmagnani demostró cómo, entre 1760-1769/1820/1829, el valor global del comercio interno estuvo en aumento y con ello efectivamente la inde-pendencia habría estado enmarcada al interior de un proceso económico de más larga duración12. La explicación última de elementos o intereses económicos como causales y motivaciones de la independencia, siguen es-tando al nivel de la discusión.

En cambio, numerosos temas monográficos nos han ayudado a compren-der más detalladamente el período considerado como un todo. Así, se han realizado estudios sobre la herencia colonial y las permanencias durante las tres primeras décadas del siglo XIX como la tesis doctoral de Errol Dean Jones en donde éste observó cómo, junto a transformaciones producidas en la composición social interna de la aristocracia, un pequeño grupo de individualidades provenientes lógicamente de la misma aristocracia, ha-brían tratado de superar sus intereses económicos basados en el comercio y

12 Marcello Carmagnani, Los mecanismos de la vida económica en una sociedad colonial, Chile 1860-1930 [1ª edic. en francés año 1973], Santiago, DIBAM, 2001.

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la agricultura a fin de fomentar la minería, la industria y otros sectores de la vida nacional13. En el gobierno, tal grupo habría estado representado por Diego José Benavente con aliados, entre otros, como Camilo Henríquez, Manuel de Salas, Bernardo Vera y Pintado o Joaquín Campino. Posible de ser vistos como cercanos a las ideas federalistas de Norte América, pero tomando sus ideas de los reformadores de fines del siglo XVIII, su filosofía, inmadura, confusa y paradójica a la vez, incluía un activo rol económico para el gobierno. Por lo demás, según Jones, ellos creían que se debería proteger y estimular la industria, proveer de crédito y servicios bancarios a los empresarios y cooperar con los comerciantes y fabricantes para per-mitir el máximo de libertad e iniciativa económica posible, situación tan contradictoria como los discursos contemporáneos acerca de las políticas económicas. En un momento en que se supone el proteccionismo esta-ba alcanzando sólidas bases de funcionamiento, una carta al editor de El Cosmopolita en el año 1822 aparecida y firmada como “un solitario”, se-ñalaba: “Nuestro tarifado es tan bárbaramente liberal que a través de él hemos arruinado nuestra pequeña y naciente industria. Para proteger el comercio extranjero hemos reducido los impuestos a las importaciones y, más notablemente, hemos decretado impuestos sobre nuestra producción en forma interna y en el tráfico externo”14.

La menor o mayor precisión de esta afirmación es fácil de observar a través de los diferentes Reglamentos y leyes de aduana de esos años, pero lo más importante es que esconde todo un problema mucho mayor que la histo-riografía de los últimos años ha intentado, con bastante detalle, aclarar: el problema de las innovaciones planteadas a niveles de relaciones comercia-les externas y las políticas económicas desarrolladas por los primeros go-biernos. En este sentido, en su momento, fueron varias las obras que desta-caron por sus investigaciones que impulsaron ciertamente el conocimiento y el interés por un período de tanta importancia en nuestra historia, pero que, sin embargo, no entregaron una explicación integral acerca de pro-

13 Errol Dean Jones, The weight of the night: political, economic and social transformation in Chile, 1810-1830; Tesis Doctoral, Texas Christian University, 1971.

14 El Cosmopolita, Santiago 10 de agosto de 1822.

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blemas tan decisivos como el origen y desarrollo de la expansión minera, la rápida constitución de los nuevos vínculos comerciales internacionales, la temprana presencia del capitalismo inglés o, lo que quizás merece una mayor atención por englobar todos los otros aspectos, la sustitución, reor-ganización, renovación y transformación del sector mercantil tradicional producto de la emergencia de un grupo diferente conformado por comer-ciantes y empresarios nacionales y extranjeros15.

Al respecto, se puede pensar lógicamente que desde fines del período co-lonial y a través de todo el siglo XIX, los tres más importantes sectores participantes de la economía nacional fueron la minería, el comercio y la agricultura. Debido a su localización regional y a sus sistemas de produc-ción y comercialización, aparentemente la minería y la agricultura habrían mantenido sus relaciones socio-económicas tradicionales. Por el contra-rio, de acuerdo al estado actual del conocimiento sobre la época, el área mercantil, representada especialmente por los comerciantes santiaguinos, habría mostrado, como efectos inmediatos del proceso de independencia, cambios substanciales. Hasta ese momento, a través de sus relaciones eco-nómicas y políticas con Lima, ellos controlaban internamente no sólo las importaciones sino todo el sistema de exportaciones mediante el control de las bodegas de Valparaíso y de sus inversiones en el tráfico de los bienes producidos o comercializados en los puertos mineros del norte. Así, por lo menos los comerciantes criollos, deberían haber estado en las mejores condiciones para tomar en sus manos el desarrollo económico post-colo-nial y aprovechar la promoción y el esfuerzo desplegado por los primeros

15 Ver el ya citado John Rector, Merchants and Trade and Comercial Policy in Chile, 1810-1840…; Stanley F. Edwards, Chilean Economic Policiy Goals: 1811-1829. A Study in Late 18 th. Century Social Mercantilism and Early 19 th. Century Economic Reality, Tesis Doc-toral, Tulane University, 1971. Podemos agregar los artículos de Robert Will, The Intro-duction of Classical Economics into Chile, Hispanic American Historical Review [Durham, N.C.], vol. 44, february 1964, pp. 1-21 y el igualmente ya citado La política económica de Chile, 1810-1864… sin olvidarnos, nuevamente, de la obra de Sergio Villalobos y Rafael Sagredo, El proteccionismo económico en Chile, siglo XIX… o de la tesis de Jacqueline Ga-rreaud, A Dependent Country: Chile 1817-1861, Tesis Doctoral, San Diego, Universidad de California, 1981.

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gobiernos a fin de incentivar las actividades productivas, de comercio y de transporte nacional. No obstante, en un momento en que el sector comer-cial comenzaba el inicio de su expansión requiriendo de un mayor capital, estos comerciantes no reinvirtieron en la propia actividad y prefirieron re-orientar su dinero hacia actividades con menor riesgo económico y mayor prestigio social.

Dos factores habrían sido importantes en su decisión: por una parte, el reducido mercado local; por otra, la presencia de inversionistas y comer-ciantes extranjeros con mayores medios y el respaldo de fuertes empresas europeas. Como resultado, habrían sido desplazados por los agentes de casas comerciales inglesas y por un nuevo sector mercantil nacional rela-cionado con ese grupo extranjero. Según el viajero inglés John Miers, este proceso se habría facilitado por una redistribución parcial de las ganancias inglesas debido a que el considerable aumento de las mercaderías llega-das al país provocó la baja en sus precios, permitiendo la participación de nuevos sectores nacionales en el comercio actuando como intermediarios de los capitalistas ingleses. En suma, después de 1820, los comerciantes chilenos relacionados a la economía inglesa, habrían reemplazado a los an-tiguos intermediarios españoles que hasta 1810 habrían mantenido, junto a comerciantes españoles, el dominio económico local.

Nos parece y percibimos que más que rupturas y cambios tan precisos como los señalados, lo que se dio fue una continuidad en los elementos esenciales de la estructura económica, que los cambios y modificaciones se produjeron en una forma progresiva a través de un proceso temporal mucho mayor y que el análisis de este tipo de problemas descansa funda-mentalmente en las relaciones sectoriales comercial y minera, relaciones que además permiten obtener una serie de otros conocimientos tales como los niveles del presupuesto nacional, modificaciones en la productividad y propiedad minera, origen en de las relaciones comerciales Chile-Europa y Estados Unidos, modificaciones con respecto a las vías y medios de comu-nicaciones comerciales Chile-Perú, Bolivia, Buenos Aires, etc.

Aun cuando se ha insistido en el rol jugado por los sectores económicos existentes, que efectivamente tuvieron una importancia decisiva en mu-

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chos aspectos, no se puede debilitar el papel asumido por el Estado y, más concretamente, por los diversos gobiernos que debieron pensar y decidir sobre las opciones que podían manejar tratando de ser consecuentes con sus principios doctrinales y con actitudes mucho más pragmáticas para re-solver las dificultades inmediatas. Sobre el particular, muy recientemente, una Tesis doctoral sobre el tema ha sido publicada y ella se refiere central-mente y con bastante detalle, a la organización de la hacienda pública, a la formación de un cuerpo burocrático y a los desarrollos paralelos de ambas situaciones. Como lo señala su autora, “la fiscalidad y la administración forman la estructura básica de cualquier gobierno”16.

En estos contextos, ¿con qué posibilidades y cómo podían los nuevos go-biernos republicanos, en particular Chile, organizar sus respectivas hacien-das públicas? ¿Podían pensar en proyectos utópicos de una nueva economía o debían, finalmente, aceptar las condiciones existentes a objeto de poder solucionar sus problemas inmediatos de liquides y suficientes recursos para poder financiar al menos sus mínimas necesidades? Este es el problema central de los desarrollos que se presentan a continuación.

Leyes y disposiciones económicas: la búsqueda

Desde comienzos del proceso de Independencia, los nuevos gobiernos patriotas trataron de crear nuevas condiciones para un mejor desarrollo del comercio. Si, por una parte, se trataba de proteger e impulsar ciertas actividades consideradas importantes para el crecimiento económico, por otra, se tuvo en consideración el favorecer el comercio externo para buscar allí una fuente importante de ingresos fiscales que permitieran balancear el todavía inexistente presupuesto nacional. Lógicamente, los comerciantes deseaban, además, poder extender sus negocios más allá de las restricciones que les habían sido impuestas a través del sistema colonial. Así, la primera ley económica aprobada por un gobierno propiamente chileno, el decreto

16 Elvira López T., El proceso de construcción estatal en Chile. Hacienda pública y burocracia (1817-1860), Santiago, Centro Investigaciones Barros Arana, DIBAM, 2014, p. 26.

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de libre comercio del 21 de febrero de 1811, estuvo orientada a la prosecu-ción de dos proposiciones fundamentales: el comercio con todos los países amigos de España y el desarrollo de algunas actividades económicas nacio-nales, en particular de la agricultura y la industria. El decreto establecía lo que él mismo denominaba libre comercio, pero ello no significaba en modo alguno la adopción oficial de una política doctrinalmente liberal. Más bien, la ley reflejaba el pensamiento económico de la época al modo como había sido representado en los escritos pertinentes de un grupo de perso-nalidades criollas, cuyos análisis acerca de la estagnación económica local a menudo eran precisos, pero cuyas soluciones eran en diversos aspectos neo-mercantilistas. De hecho, la mayoría de ellos habían exteriorizado su esperanza en la corona española para la obtención de lo que consideraban eran sólo necesarias reformas.

De acuerdo con la ley de 1811, cuatro puertos quedaron abiertos al co-mercio externo: Valparaíso, Talcahuano, Valdivia y Coquimbo. Al mismo tiempo y a fin de proteger a los comerciantes criollos, los extranjeros fue-ron excluidos del comercio interno: la ley restringía sus operaciones co-merciales a los límites geográficos de los puertos y sus ciudades capitales cuando no estaban en la costa y les permitía sólo actuar como mayoristas. Los resultados de la legislación fueron inmediatos: los impuestos aduane-ros aumentaron desde 12.752 pesos en 1811 a 101.892 pesos en 1813, año en que el Reglamento para la Apertura y Fomento del comercio y navegación, vino a estructurar e incluso a reemplazar en el terreno práctico a la ley inicial.

Interesante, desde un punto de vista ilustrado, fue el cómo, el 2 de enero de 1813, la Junta de Gobierno remitió al Senado el texto de creación de una Sociedad Económica de los amigos del país que había sido presentada por el Cabildo de Santiago y que el legislativo aprobó sin modificaciones de fondo. Se trataba de una institución no formalizada como parte del go-bierno, sin jurisdicción sobre nadie y con funciones pacíficas y amigables. En cambio, tenía por objeto principal “todas las cosas que tuviesen relación con la riqueza nacional, y deberá promoverlas, como la pesca, la navega-ción, la mineralogía”. Más detalladamente, se ocuparía del fomento de la agricultura y cría de ganados, de la industria popular y de los oficios, de los

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secretos de las artes, de las máquinas y de la educación que tuviese relación con la economía política industrial. Debía cuidar de escuelas patrióticas que se establecerían para la agricultura y las artes y otras para mujeres espe-cializadas en el hilado al huso y al torno, tejido, bordados y otras cosas de la industria mujeril. Más importante, a la Sociedad le correspondería otorgar los títulos de maestros y oficiales en todas las artes y oficios17.

No fue más que un deseo y un proyecto. Entre 1814 y 1817, consecuen-temente con el período de Restauración española, estas primeras medidas económicas fueron anuladas, pero ya la lección había sido muy clara para los futuros gobiernos patriotas republicanos: las políticas arancelarias de-bían considerarse como el medio más importante para obtener los recursos fiscales. Posteriormente, sea que hubiera una mayor influencia de doctrinas proteccionistas, o que las posturas liberales fuesen más fuertes, este hecho pasó a ser una constante a lo largo de la mayor parte del siglo.

Las preocupaciones de los gobiernos por el buen funcionamiento del apa-rato fiscal, se vieron reflejadas igualmente en 1817. Muy de inmediato al asumir el poder político de la nueva Nación, las nuevas autoridades inten-taron aprobar un Reglamento de Hacienda, presentado como Reglamento General Administrativo de la Hacienda Pública, por el Ministro Contador de la Tesorería General don Rafael Correa de Saa, el cual fue entregado al Ministro del Departamento de Hacienda y por éste a don Bernardo O’Higgins, sin que fuese promulgado definitivamente. El documento constaba de 240 artículos y 19 estados de asignación de gastos y suel-dos y comenzaba con una pequeña Introducción redactada por el propio Director Supremo:

Elevado a la Suprema Magistratura del Estado por los votos del pueblo más generoso, no han sido otros mis desvelos que por su alivio y prosperidad. Y conociendo que la mejor administración del Erario, y sus rentas, no solo lo hace abundar, sino que ali-

17 Dictamen del Senado sobre los Estatutos de la Sociedad Económica de Amigos del País, 2 de enero 1813; Biblioteca Nacional de Chile (en adelante BNCh.), Sesiones de los Cuerpos Legislativos, Tomo I, pp. 267 y ss.

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via al ciudadano contribuyente, he mandado formar un plan de Hacienda, y de administración pública, en que consultándose la más sabia economía, se minoren tanto los gastos posibles, el nú-mero de empleados y las ingentes dotaciones, cuanto las molestias con que suele afligirse el público. Importa demasiado el que sin olvidar la seguridad de las rentas. Se alivie a los pueblos de esos gravámenes, y de los más que serían consiguientes a llenar las car-gas del Estado si no se evitara una administración dispendiosa. Conducido por estos principios y después de un maduro acuerdo, he resuelto el arreglo de la Hacienda Pública, sus rentas, tribunales y oficinas del Estado […]18.

En esos años, aun cuando el gobierno de O’Higgins mostraba preocupa-ción por llevar a cabo algunas obras materiales y culturales de significación para la época (fundación de mercado de abastos, cementerio general y pa-seo de la Alameda en Santiago, término de la construcción del Canal del Maipo, reapertura del Instituto Nacional y de la Biblioteca Nacional), las urgencias más significativas decían relación con la superación definitiva del estado de guerra interno y el apoyo a las empresas militares de consolida-ción de la independencia a nivel latinoamericano y, en concreto, del Perú. El 21 de noviembre de 1817, se impuso una contribución mensual a los empleados civiles, equivalente a porcentajes desde un dos hasta un 25% de las rentas. La ley señalaba que el gobierno no quería “exceptuar ni a los mismos empleados civiles que contribuyen al acrecentamiento y cobro de los haberes fiscales”, y determinaba el reintegro de esas sumas en cuanto el Estado se desahogara de sus necesidades19. El 30 de diciembre del mismo año, se decretaba un empréstito interno por $ 300.000, que afectaba a todos los ciudadanos pudientes, en proporción a sus haberes, en forma

18 Reglamento General de 1817, Archivo Nacional de Chile, Fondos Varios, Vol. 335, Intro-ducción. El texto completo, fjs. 1-64v ha sido estudiado por Eduardo Cavieres, La orga-nización de la Hacienda Pública chilena: 1817-1822. Las bases de una experiencia exitosa. ¿Ideas o decisiones?, América Latina en la Historia Económica. Boletín de Fuentes, Vols. 13-14, Hacienda y Obras públicas, Enero-diciembre 2000, pp. 33-50.

19 R. Anguita, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta el 1 de junio de 1913, Santiago 1912-1913, Tomo I, Imprenta Barcelona, Santiago 1912, p. 47.