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UNIDAD EDUCATIVA A DISTANCIA MARIO RIZZINI 2011 RECOPILACIÓN DE LEYENDAS ECUATORIANAS Las leyendas son historias inverosímiles, creadas a través del tiempo por el ingenio popular, en las que se refleja un poco de folklor, mitos y costumbres de un pueblo, por lo general son de dos tipos, las que aluden a los tiempos remotos o primigenios y las que se refieren simplemente a los tiempos históricos pasados. Los protagonistas de las leyendas son por lo general de cualidad heroica. ESTUDIANTES DE LOS SEGUNDOS AÑOS DE BACHILLERATO DE LA UNIDAD EDUCATIVA A DISTANCIA MARIO RIZZINI AVENIDA DON BOSCO Y FELIPE II 2888141

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Las leyendas son historias inverosímiles,

creadas a través del tiempo por el ingenio popular, en las que se refleja un poco de folklor, mitos y costumbres de

un pueblo, por lo general son de dos tipos, las que aluden a los tiempos remotos o primigenios y las que se

refieren simplemente a los tiempos históricos pasados. Los protagonistas de las leyendas son por lo general de

cualidad heroica.

ESTUDIANTES DE LOS SEGUNDOS AÑOS DE

BACHILLERATO DE LA UNIDAD EDUCATIVA A DISTANCIA

MARIO RIZZINI AVENIDA DON BOSCO Y FELIPE II

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MITOS

LEYENDAS Y

CUENTOS

Por los segundos años de bachillerato Unidad Educativa a Distancia “Mario Rizzini”

Año Lectivo 2010 - 2011 Coordinado por

Msc. Pablo Farfán P.- Rector Msc. Segundo Tapia A.- Vicerrector

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INTRODUCCIÓN

Las leyendas son historias inverosímiles, creadas a través del

tiempo por el ingenio popular, en las que se refleja un poco de

folklor, mitos y costumbres de un pueblo, por lo general son de dos

tipos, las que aluden a los tiempos remotos o primigenios y las que

se refieren simplemente a los tiempos históricos pasados. Los

protagonistas de las leyendas son por lo general de cualidad

heroica.

La mayoría de leyendas ecuatorianas, tienen su origen en las

épocas de la conquista española y republicana. No obstante, a

quienes sostienen que, al ser Ecuador un país multicultural, en las

que se destaca la cultura Shuar de la Amazonía, y que es a esta

cultura, a la que pertenece la primera leyenda ecuatoriana.

Las leyendas ecuatorianas nacen de anécdotas y experiencias de

célebres personajes de ese tiempo, que al ser transmitidos de una

a otra persona, el ingenio popular va dejando huellas hasta

convertirla en una historia un tanto real y un tanto ficticia.

Las leyendas constituyen solo una de las posibilidades de

comunicación través de los mensajes lingüísticos tradicionales, ya

que estos comprenden muchas formas: diferentes de expresión,

romances, coplas, refranes, las propias leyendas y otros.

Las principales razones que nos han llevado a la realización del

presente trabajo bibliográfico podemos destacar:

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Las raíces, las costumbres y tradiciones de un pueblo,

debemos conocerlas y trasmitirlas de unas generaciones a

otras, ya que constituyen parte de nuestra identidad, de nuestra

idiosincrasia. En los actuales momentos, nuestra sociedad, en

general y sobre todo nuestros jóvenes, se hallan alienados por

culturas de otros países, sin dar el valor que tiene nuestra cultura

ecuatoriana, que como ya comentamos, es una de las más ricas del

mundo, por ser multicultural y multiétnica. Pensamos

equivocadamente que todo lo que viene de afuera (exterior), es

mejor, sin embargo, no hay nada más lejos de la realidad.

Es importante rescatar y divulgar entre la sociedad la

importancia que tienen los mitos, las leyendas, los juegos

tradicionales y ancestrales, etc., que hablan de nuestras vivencias

cotidianas, entre otras podemos destacar: Cantuña, la caja ronca,

el padre Almeida, el gallito de la catedral, el cura sin cabeza, la

capa del estudiante, el duende, las brujas sobre Ibarra, la viuda

del farol, etc.

De ahí que, recobre importancia este pequeño trabajo, ya

que, con su información queremos llegar a los jóvenes para que

comprendan y se den cuenta de la riqueza cultural con la que

contamos, sólo así podremos rescatar nuestra identidad y sentirnos

orgullosos de quienes somos.

Por último, hemos elaborado este trabajo, como uno de los

requerimientos solicitados por el Ministerio de Educación, previo a

la obtención de nuestro título de Bachiller.

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INDICE Página

Contenido INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………2

Cantuña…………………………………………………………………………....6

El Gallito de la Catedral.........................................................8

Brujas sobre Ibarra…………………………………………………………. 10

La capa del estudiante……………………………………………………. 15

El sapo Kuartam se transforma en tigre…………………………..16

¿Hasta cuándo Padre Almeida?.........................................17

La Caja Ronca 1………………………………………………………………..22

La Caja Ronca 2………………………………………………………………..24

El Duende…………………………………………………………………….….27

Las velas de Amador………………………………………………………..29

La Piedra Encantada………………………………………………………...32

Los Gagones…………………………………………………………………….33

Los hijos del Padre Chimborazo………………………………….……35

El Chuzalongo…………………………………………………………….…...37

La Dama Tapada-………………………………………………………….….43

La Bruja…………………………………………………………………………...48

El lago del Diablo……………………………………………………………..50

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La leyenda del cedrón………………………………..………..………..52

En busca de un tesoro a través de los ojos de mi

princesa…………………………………………………………………………..54

Una Madre es sagrada en la vida……………………………………..56

El Cura sin Cabeza 1………………………………………………………...58

El Cura sin cabeza 2………………………………………………………...59

Ni para Dios ni para el diablo……………………………………………61

El diablo del retamal………………………………………………………..62

El huambra ocioso…………………………………………………………..63

Encuentro con el diablo…………………………………………………..64

El perro encadenado……………………………………………………….65

La mujer del velo……………………………………………………………..66

Amigas para siempre……………………………………………………….68

El hijo del Diablo……………………………………………………………..71

El penacho de Atahualpa………………………………………………...72

El regreso del más allá…………………………………………………….73

El diablo enamorado……………………………………………………….74

El farol de la viuda..............................................................76

La mujer que engañó al diablo.......................................... 79

La leyenda del mishqui y los raposos………………………………81

Enigma y seducción en las lagunas………………………………….85

BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………….....86

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Cantuña

Famosa es la leyenda que cuenta cómo el convento de San

Francisco de Quito fue construido por Cantuña mediante pacto con el

diablo. Ésta relata cómo Cantuña contratista, atrasado en la entrega

de las obras, transó con el maligno para que, a cambio de su alma, le

ayudara a trabajar durante la noche. Numerosos diablillos trabajaron

mientras duró la oscuridad para terminar la iglesia. Al amanecer los

dos firmantes del contrato sellado con sangre: Cantuña por un lado, y

el diablo por el otro, se reunieron para hacerlo efectivo.

El indígena, temeroso y resignado, iba a cumplir su parte cuando

se dio cuenta de que en un costado de la iglesia faltaba colocar una

piedra; cuál hábil abogado arguyó, lleno de esperanza, que la obra

estaba incompleta, que ya amanecía y con ello el plazo caducaba, y

que, por lo tanto, el contrato quedaba insubsistente.

Ahora bien, la historia, a pesar de haber contribuido al mito, es

algo diferente. Cantuña era solamente un guagua de noble linaje,

cuando Rumiñahui quemó la ciudad. Olvidado por sus mayores en la

historia colectiva ante el inminente arribo de las huestes españolas,

Cantuña quedó atrapado en las llamas que consumían al Quito

incaico.

La suerte quiso que, pese a estar horriblemente quemado y

grotescamente deformado, el muchacho sobreviva. De él se apiadó

uno de los conquistadores llamado Hernán Suárez, que lo hizo parte

de su servicio, lo cristalizó, y, según dicen, lo trató casi como a propio

hijo. Pasaron los años y don Hernán, buen conquistador pero mal

administrador, cayó en la desgracia. Aquejado por las deudas, no

atinaba cómo resolver sus problemas cada vez más acuciantes.

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Estando a punto de tener que vender casa y solar. Cantuña se le

acercó ofreciéndole solucionar sus problemas, poniendo una sola

condición: que haga ciertas modificaciones en el subsuelo de la casa.

La suerte del hombre cambió de la noche a la mañana, sus

finanzas se pusieron a tal punto que llegaron a estar más allá que en

sus mejores días. Pero no hay riqueza que pueda evitar lo inevitable:

con los años a cuestas, al ya viejo guerrero le sobrevino la muerte.

Cantuña fue declarado su único heredero y como tal siguió gozando de

gran fortuna. Eran enormes las contribuciones que el indígena

realizaba a los franciscanos para la construcción de su convento e

iglesia. Los religiosos y autoridades, al no comprender el origen de tan

grandes y piadosas ofrendas, resolvieron interrogarlo. Tantas veces

acudieron a Cantuña con sus inoportunas preguntas que éste resolvió

zafarse de ellos de una vez por todas. El indígena confesó ante los

estupefactos curas que había hecho un pacto con el demonio y que

éste, a cambio de su alma, le procuraba todo el dinero que le pidiese.

Algunos religiosos compasivos intentaron el exorcismo contra el

demonio y la persuasión con Cantuña para que devuelva lo recibido y

rompa el trato. Ante las continuas negativas, los extranjeros

empezaron a verlo con una mezcla de miedo y misericordia. A la

muerte de Cantuña se descubrió en el subsuelo de la casa, bajo un

piso falso, una fragua para fundir oro. A un costado había varios

lingotes de oro y una cantidad de piezas incas listas para ser fundidas.

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El Gallito de la

Catedral...

El Gallito de la Catedral...

En los tiempos en que Quito era una ciudad llena de imaginarias

aventuras, de rincones secretos, de oscuros zaguanes y de cuentos de

vecinas y comadres, había un hombre muy recio de carácter, fuerte,

aficionado a las apuestas, a las peleas de gallos, a la buena comida y

sobre todo a la bebida. Era este don Ramón Ayala, para los conocidos

"un buen gallo de barrio".

Entre sus aventuras diarias estaba la de llegarse a la tienda de

doña Mariana en el tradicional barrio de San Juan. Dicen las malas

lenguas que doña Mariana hacía las mejores mistelas de toda la

ciudad. Y cuentan también los que la conocían, que ella era una

"chola" muy bonita, y que con su belleza y sus mistelas se había

adueñado del corazón de todos los hombres del barrio. Y cada uno

trataba de impresionarla a su manera.

Ya en la tienda, don Ramón Ayala conversaba por largas horas con sus

amigos y repetía las copitas de mistela con mucho entusiasmo. Con

unas cuantas copas en la cabeza, don Ramón se exaltaba más que de

costumbre, sacaba pecho y con voz estruendosa enfrentaba a sus

compinches: "¡Yo soy el más gallo de este barrio! ¡A mí ninguno me

ningunea!" Y con ese canto y sin despedirse bajaba por las oscuras

calles quiteñas hacia su casa, que quedaba a pocas cuadras de la

Plaza de la Independencia.

Como bien saben los quiteños, arriba de la iglesia Mayor, reposa

en armonía con el viento, desde hace muchos años, el solemne "Gallo

de la Catedral".

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Pero a don Ramón, en el éxtasis de su ebriedad, el gallito de la

Catedral le quedaba corto. Se paraba frente a la iglesia y exclamaba

con extraño coraje:- "¡Qué gallos de pelea, ni gallos de iglesia! ¡Yo soy

el más gallo! ¡Ningún gallo me ningunea, ni el gallo de la Catedral!".

Y seguía así su camino, tropezando y balanceándose, hablando

consigo mismo.

- "¡Qué tontera de gallo!"

Hay personas que pueden acabar con la paciencia de un santo, y

la gente dice que los gritos de don Ramón acabaron con la santa

paciencia del gallito de la Catedral. Una noche, cuando el "gallo" Ayala

se acercaba al lugar de su diario griterío, sintió un golpe de aire, como

si un gran pájaro volara sobre su cabeza. Por un momento pensó que

solo era su imaginación, pero al no ver al gallito en su lugar habitual,

le entró un poco de miedo. Pero don Ramón no era un gallo

cualquiera, se puso las manos en la cintura y con aire desafiante, abrió

la boca con su habitual valentía.

Pero antes de que completara su primera palabra, sintió un golpe

de espuela en la pierna. Don Ramón se balanceaba y a duras penas

podía mantenerse en pie, cuando un picotazo en la cabeza le dejó

tendido boca arriba en el suelo de la Plaza Grande. En su lamentable

posición, don Ramón levantó la mirada y vio aterrorizado al gallo de la

Catedral, que lo miraba con mucho rencor.

Don Ramón ya no se sintió tan gallo como antes y solo atinó a

pedir perdón al gallito de la Catedral. El buen gallito, se apiadó del

hombre y con una voz muy grave le preguntó:

- ¿Prometes que no volverás a tomar mistelas?

- Ni agua volveré a tomar, dijo el atemorizado don Ramón.

- ¿Prometes que no volverás a insultarme?, insistió el gallito.

- Ni siquiera volveré a mirarte, dijo muy serio.

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- Levántate, pobre hombre, pero si vuelves a tus faltas,

en este mismo lugar te quitaré la vida, sentenció muy

serio el gallito antes de emprender su vuelo de regreso

a su sitio de siempre.

Don Ramón no se atrevió ni a abrir los ojos por unos

segundos. Por fin, cuando dejó de sentir tanto miedo, se

levantó, se sacudió el polvo del piso, y sin levantar la

mirada, se alejó del lugar.

Cuentan quienes vivieron en esos años, que don Ramón nunca más

volvió a sus andadas, que se volvió un hombre serio y muy responsable.

Dicen, aquellos a quienes les gusta descifrar todos los misterios, que en

verdad el gallito nunca se movió de su sitio, sino que los propios vecinos

de San Juan, el sacristán de la Catedral, y algunos de los amigos de don

Ramón Ayala, cansados de su mala conducta, le prepararon una broma

para quitarle el vicio de las mistelas. Se ha escuchado también que

después de esas fechas, la tienda de doña Mariana dejó de ser tan

popular y las famosas mistelas de a poco fueron perdiendo su encanto.

Es probable que doña Mariana haya finalmente aceptado a alguno de

sus admiradores y vivido la tranquila felicidad de los quiteños antiguos

por muchos años.

Es posible que, como les consta a algunos vecinos, nada haya

cambiado. Que don Ramón, después del gran susto, y con unas cuantas

semanas de por medio, haya vuelto a sus aventuras, a sus adoradas

mistelas, a la visión maravillosa de doña Mariana, la "chola" más linda

de la ciudad y a las largas conversaciones con sus amigos. Lo que sí es

casi indiscutible, es que ni don Ramón, ni ningún otro gallito quiteño, se

haya atrevido jamás a desafiar al gallito de la Catedral, que sigue

solemne, en su acostumbrada armonía con el viento, cuidando con gran

celo, a los vecinos de la franciscana capital de los ecuatorianos.

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Brujas sobre Ibarra

Desde arriba del Torreón, la ciudad, en las

noches de luna, parecía una maqueta parda

llena de tejados, que guardaban jardines

atiborrados de buganvillas, nogales e higos.

Más arriba, en cambio, se distinguían las

palmeras chilenas: enjutas y lustrosas, pese a

la intensidad nocturna y las exiguas farolas, alumbradas con mecheros

que –de cuando en cuando- eran revisados por el farolero, envuelto

en un gabán descolorido que no impedía apreciar su silueta

recorriendo esa luz mortecina que golpeaba las paredes de cal.

Más arriba, aún, el parque de Ibarra era un minúsculo tablero de

ajedrez sin alfiles, donde destacaba el afoso Ceibo, plantado tras el

terremoto del siglo XIX y que –según decían- sus ramas habían

caminado una cuadra entera. La noche caía plácida sobre las

enredaderas y la luna parecía indolente a las sombras que pasaban,

pero que no podían ser reflejadas en las piedras. ¿Quiénes miraban a

Ibarra dormida? ¿Quiénes tenían el privilegio de contemplar sus

paredes blanquísimas engalanadas con los fulgores de la luna?

¿Quiénes pasaban en un vuelo rasante como si fueran aves

nocturnas? ¿Quiénes se sentaban cerca de las campanas de la

Catedral a mirar los tejuelos verdes y las copas de los árboles?

No es fácil decirlo: unas veces eran las brujas de Mira, otras las de

Pimampiro y muchas ocasiones las de Urcuquí. Eran una suerte de

correos de la época, acaso a inicios de siglo, que viajaban abiertas los

brazos, por los cielos estrellados de Imbabura.

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Por eso no era casual que las noticias –que por lo general se

tardaban en llegar cuatro días desde Quito- se conociera más aprisa

en los corrillos de estas tres poblaciones unidas por un triángulo

mágico: que ha iniciado la revolución de los montoneros alfaristas,

que el Congreso ha sido disuelto, que llegaron las telas de los

libaneses o que fulano ha muerto.

Todas noticias importantísimas que –de no ser por las voladoras-

hubieran llegado desgastadas. Pero, a diferencia de lo que se cree de

las brujas, que van en escoba, llevaban un traje negro y tienen la

nariz puntiaguda, las del sector norteño ecuatoriano poseían trajes

blanquísimos y tan almidonados que eran tiesos. Por eso cuando las

voladoras pasaban los pliegues de sus vestidos sonaban mientras

cortaban el viento. Algunos las tenían localizadas. Por eso cuando

pasaban por encima de las casas, existían los atrevidos que se

acostaban en cruz y con esta fórmula las brujas caían al suelo.

Otros, en cambio, preferían decirles que al otro día vayan por sal

y de esta manera conocían su identidad. Pero las voladoras de Mira

también tenían sus hechizos. Quienes se burlaban de las brujas

terminaban convertidos en mulas o gallos. Y eso, al parecer, le

sucedió a Rafael Miranda, un conocido galeno de Ibarra, de inicios de

siglo. Cuentan los abuelos que el doctor Miranda desapareció un día

sin dejar rastro. Sus amigos lo buscaron por todos lados

infructuosamente. Sus familiares estaban desesperados. El tiempo

pasó. Una tarde, un conocido del doctor Miranda recorría unas huertas

por Mira y miró a un hombre desaliñado con un azadón. Creyó

reconocerlo.

Al acercarse comprobó con estupor que se trataba del famoso doctor

Miranda. Lo sacó del lugar y tras curaciones prodigiosas el galeno

volvió a su estado normal y nunca más se sintió gallo.

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Brujas sobre Ibarra

Otra historia, en cambio, sirvió para que Juan José Mejía, el

popular y primer sacamuelas de Carchi e Imbabura, justificara una

parranda de tres días. Cuando le preguntaron porque no había llegado

a la casa contestó sin inmutarse: ―Estuve en Mira amarrado a la pata

de una cama, convertido en gallo y recién me escapo de las brujas‖.

Claro que estuvo en Mira y, acaso, le brindaron –como a muchos- el

famoso tardón, que es una bebida que basta un solo trago para que el

confiado visitante termine por los suelos, en un remolino de

carcajadas.

Por eso los políticos de turno o las autoridades, que siempre

ofrecen solucionar todos los problemas, se dan cuenta de los fatídicos

brebajes demasiado tarde: quedan arrumados en las sillas de madera,

con un olor imperceptible a aguardiente, que es uno de los

ingredientes del tardón, elaborado de papa y de secretísimos

compuestos que ha sido imposible develar. Cuando alguna autoridad

trataba de levantarse caía en cuenta que sus honorables posaderas

estaban como pegadas a la silla. ¿Cuáles eran las palabras mágicas

para volar? De boca en boca ha llegado hasta estos días lo que decían

las brujas ecuatorianas: ―De villa en villa y de viga en viga, sin Dios ni

Santa María‖ y tras pronunciar este conjuro levantaban vuelo.

Y hasta había quienes intentaron realizar una aventura aérea.

Cuentan que un mireño insistió a una maga para que le iniciara en su

arte. Tras las súplicas decidió confiarle el secreto. Lo primero que le

indicó es que tenía que utilizar uno de sus trajes níveos. Aguardaron la

noche y subieron a la chimenea de un horno... -Tienes que repetir

esta fórmula, le dijo la encantadora. Tras decir ―de villa en villa, de

viga en viga, sin Dios ni Santa María‖, extendió sus brazos y salió

disparada por el cielo. Nuestro personaje se emocionó, pero al repetir

el conjuro lo hizo de esta manera: ―de villa en villa, de viga en viga,

con Dios y Santa María‖.

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Dicho esto, desplomase cuan largo era en el patio de la casa, en

medio de los ladridos de los perros y de los vecinos que lo

encontraron magullado y vestido de traje blanco, con cintas y encajes.

Aunque pidió discreción, al otro día toda Mira conoció esta historia y

su único argumento fue, se enredó en la vestimenta. Obviamente, no

pudo aclarar qué hacía subido en la chimenea y con un vestido de

dama. Hay quienes dicen que las brujas aún pasan por los tejados de

Ibarra. Es posible. Mas, nunca se han caracterizado –como lo eran

acusadas en la Inquisición Española- de artilugios malévolos.

Su único delito, podría decirse, es volar para conocer tierras lejanas

o para visitar a algún amante venturoso que abre su puerta antes que

la maga tope el suelo. Hay quienes dicen haberlas visto reunidas

practicando iniciaciones antiquísimas, en medio de un prado. Con

suerte, si levantamos a mirar el cielo en una noche de luna es posible

que localicemos a una bruja que regresa del sur y pasa por encima del

pequeño Ceibo, del parque Pedro Moncayo, que ha empezado a brotar

sus hojas.

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La capa del estudiante

Comenzó cuando un grupo de estudiantes se preparaban

para rendir los últimos exámenes de su año lectivo. Uno

de ellos, Juan, estaba muy preocupado por el estado

calamitoso en el que se hallaban sus botas y el hecho de

no tener suficiente dinero para reemplazarlas.

Para él era imposible presentarse a sus exámenes en semejantes

fachas; sus compañeros le propusieron vender o empeñar su capa,

pero para él eso era imposible. Finalmente le ofrecieron algunas

monedas para aliviar su situación, pero la ayuda tenía un precio; sus

amigos le dijeron que para ganárselas debía ir a las doce de la noche

al cementerio del Tejar, llegar hasta la tumba de una mujer que se

quitó la vida, y clavar un clavo. Juan aceptó.

Casualmente aquella tumba era la de una joven con la que Juan

tuvo amores en el pasado y que se quitó la vida a causa de su

traición. El joven estaba lleno de remordimientos, pero como

necesitaba el dinero, acudió a la cita.

Subió por el muro y llegó hasta la tumba señalada, mientras

clavaba, interiormente pedía perdón por el daño ocasionado. Pero

cuando quiso retirarse del lugar no pudo moverse de su sitio porque

algo le sujetaba la capa y le impedía la huida, sus amigos le esperaban

afuera del cementerio, pero Juan nunca salió.

A la mañana siguiente, preocupados por la tardanza se

aventuraron a buscarlo y lo encontraron muerto. Uno de ellos se

percató de que Juan había fijado su capa junto al clavo, no hubo ni

aparecidos ni venganzas del más allá, a Juan lo mató el susto.

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El sapo Kuartam se transforma

en tigre Un shuar iba de cacería e incrédulo imitó el canto del sapo

Kuartam, que vive en los árboles. ―Kuartam-tan, Kuartam-tan‖, lo

retó en medio de la noche, pero nada paso. ―Kuartam-tan, Kuartam-

tan, a ver si me comes‖, dijo y rió. No lo hagas, le había dicho su

mujer, porque puede transformarse en un tigre. No le carey,

Kuartam, el sapo, se convirtió en felino y lo comió. Nada se escuchó

de su ataque, pero la mitad del cuerpo del shuar había

desaparecido.

Al alba, la muchacha decidió matar a Kuartam. Llegó hasta el

árbol donde el batracio cantó la noche anterior. Tumbó el árbol que

al caer mató a Kuartam, que se había convertido en sapo con un

estómago inmenso. La mujer cortó rápidamente la panza de

Kuartam y los pedazos del shuar rodaron por los suelos.

La venganza no le devolvió la vida al shuar, pero su mujer

pudo contar que nunca es bueno imitar a Kuartam. A lo lejos de la

tupida floresta se escuchó un nuevo ―Kuartam-tan, Kuartam-tan‖,

sin saber si era un sapo o un shuar a la espera de un tigre.

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¿Hasta cuándo Padre Almeida?

Una mueca se desvaneció leve cuando el joven cura Manuel de

Almeida diviso la altura de una de las ventanas y la mínima

distancia de los muros, que a él –en su primer día en el convento-

le resultaron tentadores. El joven acababa de egresar del noviciado

y atrás –le pareció a él- había quedado las cuitas de amor

doblegadas por las oraciones y los pasajes bíblicos. Ahora, entraba

en la abadía franciscana de San Diego, construida como una suerte

de retiro casi a las faldas del Pichincha y de amplias estancias

donde el silencio era el dominante, ante el susurro de los rezos.

Hijo de Tomás de Almeida y Sebastiana Capilla, el muchacho lo

primero que hizo al entrar en su oscura celda fue guardar bajo la

estera sus naipes y extrajo de su habito franciscano una carta

perfumada. La abrió y releyó una caligrafía preciosa de evocadoras

palabras de a un tiempo que parecía no pertenecerle más. Suspiró y

tuvo la sospecha que está aún enamorado... Pero ese amor que

antaño le había empujado a entrar al convento se había

transformado en un amor a los deleites mundanos. A él le ocurrió

que esa expansión amatoria le prevenía de los peligros de ciertos

ojos que casi había olvidado.

Pero se enfrentaba a dos realidades: ya no era novicio y ahora

se encontraba en una casa de clausura y la puerta tenía unos

goznes infranqueables, pero recordó el muro. El tonsurado se paseó

muchos días por los jardines del convento hecho para místicos,

fundado en 1597 por fray Bartolomé Rubio con el nombre de los

Descalzos de San Diego de Alcalá, para que no quedara duda de

que el monasterio no era solamente de retiro sino de clausura,

donde los cilicios, que lastimaban sus carnes, y penitencias eran

habituales.

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El encapuchado iba cabizbajo, con el cejo duro, y estaba tan

ensimismado que los otros religiosos se contuvieron de importunarlo

por temor a distraer a un santo en ciernes. Una noche se encontraba

en sus meditaciones, en las afueras de su celda. La Luna caía grave

sobre el huerto y entre el movimiento de las ramas alcanzó a divisar a

un monje que trepaba el paredón. Lo siguió después de procurarse

una capa.

Detuvo al cura en fuga y comprobó que era fray Tadeo, quien

tenía fama de taciturno y que exhalaba un olor a rosas debido a su

candidez. El descubierto no tuvo más que aceptar que iría primero a la

Cruz de Piedra. Mas, con los días de parranda que siguieron a esa

notable noche, el fray Almeida supo que su conjurado acompañante

tenía una manceba denominada Percherona, que vivía cerca del Sapo

de Agua. Fue en esa casa donde el padre Almeida armado de una

guitarra sacó más de un suspiro a las damas de la noche,

especialmente –según los rumores- a Catalina:

Mujercita tan bonita

Mujercita ciudadana,

que sales de mañanita

al toque de la campana.

Mujercita tan bonita.

¿A dónde vas tan temprano?

Quién fuera el feliz curita

que te ve junto al manzano.

La animada concurrencia estaba integrada por una nutrida

delegación de dominicos, agustinos y los representantes franciscanos

que tenían un acto más: fray Tadeo era un intérprete del arpa y con

los fragores del licor sus melodías tenían la virtud de llevar a todos los

religiosos y las muchachas a una apoteosis que parecía derramarse

por el zaguán hasta inundar las callejuelas oscuras de Quito, la ciudad

de las campanas.

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Un amanecer fatal, los parranderos tardaron

más de la cuenta en regresar al convento de

San Diego y cuando franquearon la tapia

fueron sorprendidos por el padre guardián

quien puso el grito en el cielo y hasta allí

acabó la fama de santo de fray Tadeo y fray

Almeida fue conducido de las orejas a su

celda.

Después de entregarles sus respectivos látigos, los tonsurados

permanecieron en sus celdas por ocho días mientras el resto de la

congregación escuchaba los azotes de los curas penitentes. Las tapias

del jardín fueron levantadas al mismo tiempo que el padre Almeida

colocaba masas de pan para despistar las huellas que dejaron los

latigazos en las patas de su maltrecha cama.

El franciscano no se avenía a la soledad, pero aún cuando

recordaba los ojos de su Catita –como él la llamaba-, perdidos entre

los talanes de la urbe. Una tarde, mientras se entonaban las loas en la

capilla, el cura jaranero tuvo una inspiración: divisó el enorme Cristo y

dedujo que por su cuerpo de madera podía alcanzar el alfeizar de la

ventana y de allí escabullirse, desde el Coro, hasta llegar a la Capilla

hasta respirar la humedad de la calle.

Fray Tadeo terminó sus días de juerguista cuando le dijo que una

cosa era el premio de las noches junto a la Percherona pero otra muy

distinta condenarse a los infiernos por profanar la figura de Nuestro

Señor Jesucristo subiéndose por sus costados y que por nada del

mundo aceptaría semejante pretensión, aunque –en honor a viejas

noches de parranda- le prometió no abrir la boca eso sí augurándole

un castigo que se cerniría sobre el cura Almeida por irse de jolgorio

por el busto del Crucificado.

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Fray Almeida lo tentó advirtiéndole sobre ese Dios benigno y

piadoso que perdona a las pobres criaturas en sus deslices y

flaquezas y que no hay oración que no pueda ablandar a Cristo,

aunque tenga que servir de escalera. Fray Tadeo se quedó pensando

en el sacrilegio del cura en el mismo instante en que el padre Almeida

trepaba por el Cristo doliente para alcanzar el goce de bailar, jugar las

cartas, cantar, zapatear y reír junto con los otros curas y ciertos ojos

de una muchacha.

El Cristo le prestaba su hombro cada noche, aunque el fraile

procuraba no mirarle a los ojos hasta llegar a sus citas clandestinas,

en medio de abundante licor. Una madrugada, el monje llegó tan

borracho que se descolgó por los brazos del Cristo y estuvo a punto

de caer. ¡Cristo ayúdame!, le dijo balbuceando mientras su cuerpo se

abrazaba a la imagen, llena de llagas y de ojos de vidrio, que no le

impedían reflejar su ternura. Cerca al hombro del Crucificado escuchó

una voz trémula:

- ¿Quosque tandem pater Almeida? Quedó suspendido el cura en

los brazos de madera y yeso, y supuso que se trataba de una broma

de algún hermano que al descubrirle lo retaba en latín. Hubo silencio.

Miró los ojos de la imagen y los labios de la figura se movieron:

- ¿Quosque tandem pater Almeida? Esas palabras en latín

parecían repetirse en un eco que salía del Coro y que avanzaba sigiloso

hasta contener toda la bóveda y después concentrarse en el

embriagado cuerpo del cura Almeida, que logró bajarse del Crucificado

para contestarle en el mismo idioma que servía no sólo para las misas.

- Usque ad rediveam Domine... Manuel de Almeida amaneció en

su resaca y recordó el suceso pero dedujo que no era otra cosa que el

producto de su borrachera. Una y otra vez volvió a descolgarse de la

cruz y escuchar las quejas del Cristo y su misma respuesta se sucedió

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en varias noches, porque el cura parecía pertenecer más al mundo de los

goces que de las constantes penitencias que sus hermanos

enclaustrados. El Cristo tampoco desfalleció en su intento y lo retó en

castellano:

- ¿Hasta cuándo padre Almeida?

- Hasta la vuelta Señor, fue la contestación del fray que muy

contento se dirigió a una noche más de aventuras deliciosas.

Más, cerca de la Plaza de San Francisco encontró un cortejo fúnebre

y curas encapuchados que se dirigían lentamente, con cirios en sus

manos. El séquito avanzaba por la noche quiteña en medio de lamentos

espectrales y el ataúd parecía deslizarse de las manos de los

franciscanos, que no mostraban su rostro. El padre Almeida se acercó a

un sacerdote y le inquirió sobre el nombre del muerto. Es el padre

Almeida, le replico. No puede ser verdad, se dijo, y espera que pasara

otro encapuchado quien le contestó que era el padre Almeida quien se

encontraba en el ataúd.

Desconfiado aún preguntó a otro: ¿quien ha muerto?, hermano. Y la

respuesta fue contundente: el padre Almeida del convento de San Diego. No

quiso saber más y se acercó al féretro descubierto y levantó la capucha para

comprobar con pavor que su rostro demacrado era el que tenía entre sus manos.

Regresó a mirar sólo para confirmar que el cortejo fúnebre era conducido por

esqueletos, con hábitos de franciscanos, que se movían con sus cirios, dejando a

su paso un olor a Muerte y cipreses gastados.

Despavorido llegó el padre Almeida hasta el Cristo de madera y le pidió

perdón por todas sus faltas y corrió a encerrarse en su celda para comprobar,

entre rezos, que otra vez volvía la mañana. El día llegó y el cura arrepentido

entró a un proceso de ayuno y penitencia que le duró largos años, más allí de su

designación de Visitador General. Vivió, ahora sí, una vida entregada a la

contemplación y rezos, a esa misma imagen que alguna vez lo transportó a los

esplendores de la noche y de la parranda, cuando se deslizaba por el Crucificado

convertido en escalera.

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La Caja Ronca 1

Había una vez en San Juan Calle un chiquillo curioso que quería

saber en qué sueñan los fantasmas. Pues este pequeño había

escuchado sobre unos aparecidos que merodeaban en las noches de

Ibarra, sin que nadie supiera quiénes eran, pero que de seguro no

pertenecían a este Mundo.

-¡Ay Jesús!, decía Carlos, ojalá no salgan la noche en que tengo

que regar la chacra.

Sin embargo, este muchacho de 11 años era tan preguntón que

se enteró que las almas en pena vagaban a medianoche para asustar

a todos los que salían. Estos seres, según decían, penaban porque

dejaron enterrados fabulosos tesoros y hasta que alguien los

encontrara no podían ir al cielo.

Estos entierros estaban en pequeños baúles de maderas duras para

que resistieran la humedad de las paredes. Carlos moría de ganas de

conocer a esas almas en pena, aunque sea de lejos y fue a la casa de

su amigo Juan José para que lo acompañara al regadío.

-¡Qué estás loco!, dijo Juan José. Yo estaba en el barrio cuando

hablaron de la Caja Ronca, que era como habían denominado a esa

procesión fantasmal.

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-No seas malito, le dijo Carlos. Y luego de insistir, los dos chicos

caminaron hasta el barrio San Felipe. Empezaron a regar los sembríos

y después prendieron una fogata y esperaron que el tiempo

transcurriera, eso sí evitando hablar de la temible Caja Ronca.

Atraídos por la magia del fuego no tardaron en dormirse,

mientras un ruido pareció entrar por el portón del Quiche Callejón.

Despertaron y el sonido se hizo cada vez más fuerte. Entonces se

acercaron a la hendidura y lo vieron todo:

Un personaje extraño rodeado de fuego daba órdenes a sus

fieles, que caminaban lentamente como arrepintiéndose.

Los curiosos estaban pegados al portón como si fueran estatuas.

Y entonces la puerta sonó. A su lado se encontraba un penitente con

una caperuza que ocultaba sus ojos. Les extendió dos enormes velas

aún humeantes y se esfumó como había llegado. A Juan José le

pareció que una carroza contenía la temible Caja Ronca, que no era

otra cosa que algún baúl lleno de plata perdido en el tiempo y el

espacio y que buscaba unas manos que lo liberaran de su antiguo

dueño.

Ni cuenta se dieron cuando se quedaron dormidos, ni aún en el

momento en que sus pies temblorosos los llevaron hasta sus casas de

paredes blancas.

En San Juan Calle, las primeras beatas que salieron a misa los

encontraron echando espuma por la boca y aferrados a las velas fúnebres.

Cuando fueron a favorecerles comprobaron que las veladoras se habían

transformado en canillas de muerto.

Fue así como, de boca en boca, se propagaron estos sucesos y los chicos

fueron los invitados de las noches cuando se reunían a conversar de los

sucesos de la Caja Ronca...

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La Caja Ronca 2

El niño salió de casa y, con la cabeza caída sobre el

pecho, fue a sentarse en una piedra detrás del muro. Ahí se

quedó sumido en negreces de pensamientos. Estaba triste.

Había visto hace poco en la casa, entrar al padre Arenas para

administrar los santos óleos a su hermano mayor. De seguro

que no iba a recuperarse. Ahora mismo era únicamente un

montón de huesos sobresaltados con unos ojos de borrego

agonizante. Ya no reconocía a nadie.

Los hechos habían empezado hacía poco más de un

mes. Una noche había estado junto con su hermana en la casa

de la abuela.

Ella sabía de aquellos espantables cuentos de almas y

aparecidos, de muertos .que se enderezan en las tumbas y

caminan arrastrando cadenas. Según se supo después, por boca

de su hermana, aquella noche la abuela Alegría se había

esmerado particularmente contando la historia de la caja ronca.

Más tarde habían bajado hasta la casa. Su hermana había

entrado a acostarse directamente, mientras su hermano, con lo

valiente que era, había decidido alejarse unos cuantos metros

hacia el sur para orinar. Fue en ese momento cuando en el

interior escucharon un grito largo, que al principio era de su

hermano y a medida que se alargaba dejaba de ser cristiano y

se asimilaba más al bramido de un animal. Un grito de loco.

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Todos salieron de casa y corrieron orientándose por el

clamor que, para ese momento, era ya un rugido bronco. Lo

encontraron paralizado de miedo, orinado en los pantalones y

sin poder articular una palabra, lo llevaron como a una estatua

hasta el interior. Lo arroparon. Lo abrigaron con muchas

cobijas. Le dieron aguas de toronjil y manzanilla. Solamente a

la madrugada la fiebre que lo incendiaba le permitió en delirios

contar lo que había ocurrido. Con una voz áspera, que no era

propia, dijo que había estado mirando al frente de la quebrada,

en la parte más funesta. Que había oído y visto la caja ronca:

un carro de madera como los que usan los chicos para

divertirse; pero que era de llamas, ardiente. En la mitad iba un

alma llorando y gritando sus pecados; que de nada le servía

porque detrás iban los diablos empujando el carro, corriendo

para llevarla más pronto.

Al amanecer no tenía fiebre; pero nunca más volvió a

hablar. Abría los ojos como si no conociera nada de este

mundo y todo le asustara. No podía vestirse por sí mismo. No

se movía de un rincón del cuarto donde pasaba acurrucado y

con la cara escondida. No podía comer. Todo vomitaba, y sólo

alcanzaba a pasar un poco de agua.

Trajeron a mama Nati, la curandera, quien dijo que el

muchacho estaba brujeado, que había que hacer una limpia con

montes y agua bendita. Se la hicieron. Después vino de Gualantambo

un doctor. Lo vio y dijo que ya no era cuestión suya arreglar eso, que

estaba en un tris del otro lado. Que él no se metía. Se fue.

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Por eso trajeron al padre Arenas, para que le de los

santos óleos. Es lo único que se puede hacer en tales casos.

Pero su hermano está triste. La noche en que se oyó el grito

también él salió corriendo y puede jurar que vio por allá, por el

costado más oscuro del camino, unas chispas que se

desvanecían. Todo era verdad. Él lo vio y le ocurrirá igual.

(Osvaldo Encalada V.)

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El Duende

El duende es uno de los personajes del que se tiene

referencia en todo país, sin embargo lo describiremos según la

versión de la provincia de Manabí: Este duende es travieso por

excelencia, coqueto, mirón y enamoradizo.

Sea para tratar de llevarse a muchachas jóvenes de cabellos

largos o grandes ojos para embarazarlas; sea para echar a

perder los guisos arrojando sal o ceniza, o sea para esconder los

objetos más queridos de señoras y señoritas, lo cierto es que

este personaje condensa las más profundas inquietudes y

temores, deseos y curiosidades de los hombres con respecto al

mundo femenino, que es el universo favorito del duende para

hacer gala de su ingenio ambiguo y peligroso.

Es un personaje chiquito con los tobillos torcidos atrás, se

viste de rojo; otra descripción habla de una especie de animal

pequeño y feo. Sea como fuere su apariencia cuando se

enamora 'lo hace de verdad' y empieza a desplegar estrategias

como molestar haciendo travesuras o impidiendo que el novio se

acerque, es muy celoso.

Se dice de un secreto para protegerse del duende, que

consiste en colocar una guitarra desafinada y un espejo en el

cuarto de la mujer. La idea es que se enoje cuando quiera tocar

la guitarra y se refleje en el espejo su rostro horrible, entonces

se aleja avergonzado de su fealdad.

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Se dice también que existen 'duendas' que persiguen a los

hombres solteros o casados, que son objeto de sus amores.

De su apariencia se sabe que son gorditas, chiquitas y de

pies virados. Un rasgo importante de estos seres del imaginario

popular, es que se no se trataría de duendes aislados, sino de

toda una 'nación' dispersa en cuevas, huecos, barrancos,

quebradas, que son sus sitios preferidos para vivir y recrear

sus costumbres y formas de procreación similares a las de los

humanos.

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Las velas de Amador

Don Juan Tenorio había llorado sobre la tumba

de Doña Inés. Al final, acaso, había entendido

que el Amor era una expiación. Por eso, en la

escena del teatro se develaba una estatua. En

medio de las sombras Doña Inés sale de su

tumba y exclama: ―Don Juan mi mano

asegura/esta mano que a la altura/tendió tu

contrito afán/y Dios perdona a Don Juan/al pie

de la sepultura‖.

Cuando el relato de Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, cruzó el

mar desde España, el actor llegó tan maltrecho que se lo confundió

con cualquier personaje entregado a los lances amorosos. Y había una

diferencia: los donjuanes de América no sufren por amor. Sin embargo

el personaje se había convertido en sinónimo de buscador de

aventuras amatorias y por eso no fue casual que en San Miguelito, en

Tungurahua, el cazador de fragancias del pueblo sea conocido como

Don Tenorio, olvidándose el de Juan, porque hasta el nombre no

había podido desembarcar de España.

Este mozuelo llevaba una máxima: la empresa amatoria más

ardua lo catapultaría a ser la admiración de todas las muchachas del

pueblo. Por este motivo eligió a una hija de María, como se conocía a

las doncellas que estaban con la profesión de beatas en el cuello. La

joven llegaba temprano a la iglesia envuelta en una chalina negra y su

cara cubierta de un velo casi imperceptible, aunque se podía intuir su

cabellera larga. Don Tenorio la espera con paciencia. Sabía que no hay

diligencia mejor que la realizada con cautela.

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La damisela declinó, al inicio, la invitación pero ante los ruegos

aceptó encontrarse en las primeras sombras de la tarde. Los jóvenes

parecieron entenderse con las miradas. La mujer lo condujo hasta una

casa apartada. Al cerrar la puerta, una habitación mínima se develó

ante la insistencia de un escaso fuego producido por siete velas. Las

siluetas se proyectaron en las paredes ásperas con olor a tierra. Las

sombras parecían disiparse y cuando Don Tenorio se acercó el leve

resplandor se consumió. Las palabras se quedaron flotando en el aire.

El joven llamó tiernamente a su futura amada pero no obtuvo

respuesta. Después a tientas intento localizar una cerilla pero fue

inútil. Palpó la pared y tampoco encontró la salida.

Fue allí que comenzaron los fatigosos gritos envueltos en un eco

bronco, en medio de una estancia oscura. Su cuerpo cayó al suelo sólo

para comprobar que la tierra era más húmeda que antes. Para el

tercer día Don Tenorio tenia la garganta lacerada y sus leves quejidos

eran cada vez más distantes. Pero no dio tregua y siguió gritando

mientras sus manos arañaban la pared, con rastros de sangre. Ese día

el sepulturero del pueblo llegó más temprano y escucho unas voces

que salían de una tumba.

Antes de que el aliento se le termine llego hasta la casa del

teniente político con la inesperada noticia y la cara desencajada como

un mal agüero. Cuando los dos hombres se dirigieron al cementerio ya

les acompañaba una muchedumbre ansiosa por escuchar las voces

que salían del cementerio. El panteonero, junto con algunos vecinos,

cavó rápidamente la fosa y en medio de terrones negruzcos apareció

la cabeza de Don Tenorio, con los ojos lastimados por la luz.

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Fue sacado al vilo y antes que pudiera decir nada se arrodilló

delante de medio pueblo y pidió perdón por su único delito:

burlador de mujeres. Los viejos de San Miguelito aun no se ponen

de acuerdo en las versiones del hecho. Hay quienes aseguran que

Don Tenorio entró en un convento; otros dicen que una alma del

otro mundo se enamoro del mozuelo. Más, en los textos de Zorrilla

se puede encontrar una alegoría de lo sucedido en San Miguelito y

es cuando la sombra de Doña Inés exclama:

Más tengo mi purgatorio

en este mármol mortuorio

que labraron para mí.

Yo a Dios mi alma ofrecí

en precio de tu alma impura

y Dios, al ver la ternura

conque te amaba mi afán

espera a Don Juan

en tu misma sepultura.

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La Piedra Encantada

Esta leyenda cuenta que en el Barrio Obrero había una

gran piedra que obstaculizaba el paso a una parte de la ciudad

que era considerada alejada, oscura y pantanosa. Esta piedra

encantada tenía el poder de conceder el deseo que uno quisiese,

sea dinero, amor, trabajo, bienes materiales o capitalizar

venganzas. La piedra no hablaba con nadie y nadie escribía sobre

ella. Decían que tenía memoria y que todo lo almacenaba en su

interior. Además tenia el poder para castigar a los niños que eran

desobedientes con sus padres por lo cual era de respeto por los

traviesos menores de edad.

Los adultos mantenían esta leyenda para mantener

alejado a los niños de este sitio por tratarse un lugar para

encuentros amorosos.

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Los Gagones

Los gagones son unas criaturas imaginarias que tienen

forma de un perrito faldero de pequeño tamaño y de color blanco.

Estos animales, que aseguraba la gente que los veía, aparecían solo

por la noche, cuando personas con grado de familiaridad tenían

relaciones prohibidas y los asustaba al dar gemidos que imitaban a

los lloriqueos de un bebé recién nacido.

Por eso se cantaba:

Compadre que a la comadre

No le mece las caderas

No es compadre “de a deveras”

Se creía que si se atrapaba al Gagón y se tiznaba la frente

con un carbón, las personas que habían sorprendido a este animal,

al otro día veían que aparecía la tizne en la frente de los individuos

que vivían en estas condiciones, es decir mantenían relaciones

prohibidas siendo compadres o tenían lazos familiares cercanos

(primos, sobrinos, etc.).

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No pocas veces, sobre todo el habitante pueblerino

estigmatizaba a varias personas, llamándoles ―gagones‖ y por esto

se hizo muy popular. Un señor que dizque guardaba relaciones

maritales con su hermana y apodado ―El carne asada‖, al que

todos pugnaban por conocerlo, cuentan que, estos animalitos que

eran tan blancos como un ―copo de nieve, pululaban

ordinariamente por las veras de los acueductos que conducían las

aguas que movían los molinos de ―Mama Miche Machuca‖, lugar en

el que se escondían o mejor desaparecían, luego de sus andanzas

por los barrios en donde se albergaban ciertas parejas, para sus

fines sensuales. La casa y los molinos de la aludida señora estaban

situados casi al terminar la ―Calle Larga‖ de la ciudad de Cuenca.

Cuentan los vecinos del barrio, que la mencionada señora

era pariente cercana del Gran Machuca y Vargas, por lo que ella

también se las daba de ―muy brava‖ y por esto siempre mantenía

riñas con sus clientes ya que los mismos reclamaban por el peso

de los granos que le entregaban para su trituración. Decían

también que su esposo era calmado, comunicativo, un caballero de

apellido Alvarado, que se preciaba de ser descendiente directo del

primer molinero español, de ese apellido que viniera a nuestras

tierras.

(Leyenda cuencana)

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Esos niños tan rubios, de pelo casi blanco, esos niños que

tienen dificultad de mirar la luz, porque ésta parece hacerles daño, los

albinos, ustedes los conocen, ¿verdad? Pues, los albinos eran

considerados por los primitivos pobladores del Ecuador, sobre todo por

los de las regiones centrales del país, como seres de origen divino.

Veamos por qué.

Nuestros antepasados creían que el sol, la luna, las montañas,

los ríos y muchos otros elementos de la naturaleza eran dioses y, tal

como muchos otros pueblos de la antigüedad, daban características

humanas a la relación entre esos seres. Así por ejemplo inventaron un

matrimonio entre el padre Chimborazo y la madre Tungurahua. En

esta divina unión, se decía, las cosas no siempre eran muy

armoniosas.

La madre Tungurahua parece que tenía amores con el monte

Collay, (al que hoy conocemos con el nombre de Altar), este enfureció

de tal manera al padre Chimborazo que, golpeándole ferozmente, le

dio la forma caprichosa y llena de picos y aristas que tiene ahora.

La diosa montaña se sentía bella y estaba muy orgullosa de su

aspecto y del de su esposo, pero le molestaba mucho que sus hijos,

los montes cercanos y no muy altos, carecieran de sus cumbres

nevadas, de su brillo y blancura, reprochándosele siempre de manera

muy agria al Chimborazo. Imaginemos el divino reclamo:

- Tú eres el Apu, el señor de la nieve, y yo, fíjate cómo brillo

con la luz del padre Sol, pero mira, ninguno de nuestros hijos es como

nosotros.

Los hijos del Padre

Chimborazo

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Y debía ser una queja constantemente repetida, tantas veces,

que el dios, fastidiado, decidió vengarse de las recriminaciones de su

compañera, teniendo un hijo blanco como la nieve en alguien que no

fuese la madre Tungurahua.

Por entonces, una hermosa y joven pastora andaba con su

rebaño por las faldas del Chimborazo. El padre de los montes la vio y

se enamoró eligiéndola para que fuera la madre de su hijo

blanquísimo.

Con tal fin, dejó caer a los pies de la muchacha un diminuto

fréjol blanco.

- Un porotito. Dijo ella. Y recogiéndolo lo guardó en su cintura,

entre la faja y la piel.

Como ustedes lo habrán adivinado ya, era una semilla

prodigiosa y extendió sus raíces basta el vientre de la muchacha.

Entonces ésta empezó a sentir que algo extraño ocurría en su cuerpo.

Estaba embarazada del señor de las nieves.

Pasado el tiempo de gestación la pastora dio a luz a un niño

blanquísimo, de cabellos blancos como la cumbre del Chimborazo,

cuyo hijo era.

La madre Tungurahua debe haber tenido tanta ira como tuvo

el padre de los montes cuando ella coqueteaba con el Collay.

Y los descendientes del hijo del Apu de la nieve, los albinos,

fueron semejantes a él.

Por eso nuestros imaginativos antepasados prevenían a

las hijas y nietas jovencitas contra los peligros de andar solas por

los montes, de repente alguno se enamoraba de ellas, les decían.

Adaptación literaria de Jorge Dávila Vázquez

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El Chuzalongo

Juan Íñiguez Vintimilla

En la Sierra, como en la Costa, es general la creencia de

que existe un ser misterioso y maléfico, fruto de los amores

clandestinos de padres con hijos o hermanos con hermanas, al que

le dan el nombre de Chuzalongo.

El nombre obedece a la descripción que de él hacen

campesinos y montañeses. Traza de racional, no más alto que un

niño de dos años, rostro blanco y chapudo, labios gruesos morados,

nariz chata de hornilla, orejas grandes y vencidas hacia fuera, a

modo de sopladores, ojos verdes pequeños, con un punto negro de

fuego en el centro, y pelo corto, ralo y tieso de color rojo de braza

de candela.

El cuerpo, según unos, lleva cubierto de escamas de

pescado, y, según otros, que aseguran haberle visto de cerca, lo

tiene del color de la cara, pareciendo moreno por el carate y la

suciedad.

Lo monstruoso de este extraño personaje, a quien da

existencia la imaginación popular, está en los atributos sexuales,

tan descomunalmente desarrollados, que—usando las propias

palabras de la indígena que me refería—los lleva migllados,

tajallishcas y cargados.

* * *

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Me ha dicho que ella le ha visto, en una mañana de sol, a

eso de las once, ir por la carretera que cruza los montes de Copzhal,

en las alturas de Paute, balanceándose, paso entre paso, y me ha

referido, como ocurrida en esos montes, la tragedia, siguiente.

Sí, amo doctorcito! existe ese jueyo animal. ¡Santo Dios! Las

gentes dicen que nace del machinamiento del padre con la hija, del

hermano con la hermana... ¡Asco de gente! Como si no hubiera

tantas mujeres en el mundo para más de eso!

—Pero ¿qué mal puede hacer esa criatura?

—Allí verá, patroncito! Para mi es el mismo enemigo malo.

Mata a la gente haciéndole zhungazhca.

— ¿Y qué es eso de Zhunguazhca?

— ¡Cómo tan será!... Porque tiene tan largo será... Todos

dicen... Ya le voy a contar... ¡Dios misericordioso! lo que pasó con las

hijas de Andrés Gómez, y con el mismo Andrés.

— ¿Y no pueden matarlo? ¡Cuento de viejas!

—No-muere, amito!... ! Dios nos guarde!

—¿Cómo fue eso de las hijas de Gómez?

—Andrés Gómez era hombre de jortunidad, casado y buen

cristiano. Tenía dos hijas solteras, la una de 25 y la otra de 18 años;

gordas, buenas mozas... ¿Qué les iba a faltar muertos de hambre a

la pata? Pero diga, patroncitol... Ya así sería de ser. ¡Pobres

criaturas!

Vivían en Copzhal. Ya volteaba el mes de Julio. No alcanzándose

con la cosecha de su posesión de abajo, les mando el padre a las dos

solteritas a cuidar la posesión del cerro, allí tan estaba ya todo amarillando,

y acababan los daños la mazorca.

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Había buena casa, con corral para que no lleve el raposo a los

borregos, ni los moras-maqui al ganado. i Puh! ¡Quién como é1...Era

rico, rico mismo el Gómez!

Las chiquillas subieron haciendo adelantar a los animales:

vacas con leche, yuntas, borregos y chivos. De la posesión de abajo

estaba alairito la de arriba. Todo el día les vio el taita estar allí, hasta

las seis de la tarde, que metieron los animales.

Después de apicotarles en el corral, cuyas puertas atrancaron,

entre las dositas se pusieron a cocinar. Habían entresacado parugs

para mote y tortillas. Mientras la mayor atizaba la candela, haciendo

hervir el mote y calentando el tiesto tortillero, la menor molía el

grano, preparaba la masa y amasaba el quesillo para el zhungo;

poniéndose luego ambas a las tortillas que asaban en el tiesto.

Entretenidas en eso, no se habían dado cuenta del paso de

las horas, cuando, a eso de las nueve, estando en lo más fino, oyeron

en las cercanías de la casa un silbo triste, muy triste. No hicieron

caso. Más tarde, otra vez el silbo. Ni juicio tampoco. Pasado un buen

rato, nuevamente el silbo...Entonces, levantándose la Manuela, que

era la mayor, salió a ver. ¡Qué pena! encontrándose con un guagüíto,

suquito, tiritando de frío. Le hizo entrar con cariño dándole un

puestito cerca del fogón para que se abrigue; pero él, calladito se

acomodó en un banco que había en un rincón, buscando lo más

oscuro.

No habían comido todavía. Cuando llegó la hora, le dieron

también a él su plato. Lo recibió, y durante todo el tiempo que estuvo

con ellas, hasta la hora de acostarse, había estado calladito y humilde

en su rincón. Sólo en los ojitos, dizque le brillaba un punto de

candela, como una cabeza de alfiler.

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Estaban convencidas de que el inocente huésped había

estado muerto de hambre, pero no había sido así, sino que cuanto le

dieron botaba atrás del banco en que estaba sentado, devolviendo

los trastos vacíos.

Lavados los platos y arreglado todas las cosas, las solteritas

se acostaron a dormir, dándole también al guagua un cuerito y una

pollera para cama. Y apagaron la luz.

¡Qué noche para el pobre Gómez! Sacudía el viento las

ramas, aullaban los perros, chillaban las lechuzas y lloraba el

cuzcungo. Todo anunciaba desgracias en el vecindario. Los padres

de las chiquillas habían pasado, de claro en claro, sobrecogidos y

temblando por sus hijas. Algo muy grave estaba pasando en los

alrededores.

-Amaneció. Desde el primer momento Andrés Gómez era

todos ojos, observando su posesión del cerro. De ver que siendo ya

las once del día, los animales permanecían en la picota, tuvo

corazonadas de que algo había sucedido con las hijas, y, dejando de

todo, subió a verlas.

Taita diosito del cielo! Sangre. . . sangre desde los umbrales

de las puertas. . . Y las puertas cerradas. . . ¡Qué misterio era

ese!...Llamó... estrujó... Estaban aldabadas por dentro. Le iba

creciendo la cabeza, y se le ponían los pelos de punta, ¡Eso no era

cosa de malhechores! Allí no había crimen. ¡Eso era obra del

Enemigo!

Gómez era hombre de esfuerzo. Metió hombro a todo pulso.

Saltó la aldaba, y se le presentó el más aterrador y doloroso

espectáculo. Sus hijas violadas, muertas, nadando en sangre y

derramando también sangre por la boca...

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La una yacía sobre la cama, con el presentó el más aterrador

y doloroso espectáculo.

Sus hijas violadas, muertas, nadando en sangre y

derramando también sangre por la boca... La una yacía sobre la

cama, con el medio cuerpo colgando fuera de ella, y la otra, en el

suelo sobre la estera de desvestirse, que había delante del catre...

Ya no quedaba sino la venganza. Loco de desesperación y de

cólera, tomó Andrés su machete montañero, con que podía hacerse

la barba, y, siguiendo el rastro de la sangre se internó en el monte,

en busca del monstruo.

Iba como la tempestad con las tinieblas de la noche en el

alma y el rayo del furor en las entrañas Le buscaría a la sangrienta

fiera hasta encontrarla. Y no sería hombre, si no lo trajese al

matador de sus. Hijas, vivo o muerto.

El día era claro. Un sol canicular hacía vibrar el aire. Las aves

acurrucadas entre las ramas, le vieron pasar por el bosque, y, dando

chillidos, como cuando cruza un enemigo, saltando de rama en rama,

subían a refugiarse en lo más espeso.

Anduvo Andrés largo de una hora, por senderos que jamás

había trajinado, siguiendo la huella de sangre, y al fin, llegó a una

llanada circuida de boscaje, que servía de paradero a los venados y

otros animales silvestres.

¿Qué era lo que veía? ¡Cómo imaginar barbaridad semejante!

No viéndole nadie hubiese dado crédito! Allí estaba tendido

descansando el diminuto monstruo de cabeza roja, con los órganos

de la generación extendidos sobre la grama, en zigzag, como un

cable o una serpiente de muchas brazas, haciéndolos secar al sol.

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A él!... A él! Fue directamente sobre el Maligno, con el

machete en alto y el corazón resuelto. La perversa bestia ni si quiera

tomó una actitud defensiva. Se paró tranquilamente, sin que alce su

cuerpo más de una cabeza de arado sobre el suelo. Sólo los ojos

dizque le relampagueaban, y del punto de tinta de sus pupilas

verdes, dizque escapaban dos flechas luminosas y azuladas, que

quimbliaban como la lengua de una víbora.

Le echó el tajo mortal en la cabeza, como para dividirle en

dos, con toda la fuerza de su brazo de chacarero bien comido; y el

machete pasó como si fuera un espantajo de humo o de niebla;

cayendo Andrés de bruces a los pies del enemigo, arrastrado por el

peso de su propio cuerpo.

De tarde, bajaron tres cadáveres.

— Pero esto es cierto? — Pregunté con incredulidad.

—Tan cierto, señor, patroncito, como que estamos aquí.

Andrés Gómez era mi vecino y acompañé a la viuda en el velorio.

Cuando terminó Victoria Yupangui su relación, dirigiéndome

a un joven que estaba conmigo, y que había vivido mucho tiempo en

las montañas de la provincia de El Oro, le dije:

—¿Qué le parece?

—En cuanto a que el Chuzalongo existe—me contestó—es lo

más cierto. Yo lo he visto en las montañas de Santa Rosa. Suquito de

pelo colorado y tieso, tal como dice la Victoria. Se lo mira con pavor

tal, que cuando se le encuentra o se advierte su pisada en los

senderos del bosque, no se hace sino regresar, o cambiar de rumbo,

tomando la dirección opuesta. Me han dicho que mata con la mirada,

y que muchas montubias doncellas— han perecido víctimas de su

lascivia.

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No se ganaba en Guayaquil el rumboso título de TUNANTE,

por los años 1700, quien no había seguido siquiera una vez a la

TAPADA, en alta noche por los callejones y vericuetos por los cuales

llevaba ella a sus rijosos galanes.

Nunca se la veía antes de las doce ni jamás nadie oyó, en la

aventura de seguirla, las campanadas del alba, a las 4 de la

madrugada.

¿De dónde salía la tapada? Nunca se supo; pero el

trasnochador de doce y pico que se entretuviese por alguno de los

callejones de Alonzo o la Cruz, del Ahorcado o la Velería, el

Descomulgado o la Curtiembre, por Chínguere o la Encrucijada, y

pasando las ruinas de la Muralla por donde hoy Junín, tomase hacia

el Bajo, de seguro que el rato menos pensado tenía andando delante

de sí, a dos varas invariables, siempre como al alcance de la mano

pero nunca alcanzable, a una mujer de gentilísimo andar, cuerpo

esbeltísimo, y que aunque siempre cubierta la cabeza con mantilla,

manta o velo, revelaba su juventud y su belleza, y a cuyo paso

quedaba un ambiente de suavísimo perfume a nardos o violentas,

reseda o galán de noche.

Todo galanteador, fuese viejo verde o joven sarmiento,

sentíase irresistiblemente atraído como medianímicamente inspirado

para dirigirle los piropos. Y ella delante y él detrás, camina y camina,

sin que ella alterara su ritmo pero sin dejarse nunca alcanzar ni

disminuir la distancia de una vara a lo sumo; pues bajo no se sabía

qué influencia, el acosador no podía avanzar a franquear esa

distancia.

La Dama Tapada-

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Y camina, camina, la damita cruzaba célere con la pericia de

una buena conocedora de los vericuetos, siempre por callejones y

encrucijadas, sin franquearse a calles anchas. Zas... zas... las

almidonadas arandelas de su pollera unas veces. Suas... Suas...

suas... los restregos de sus sayas de tafetán, otras, pues nunca se

repetían sus trajes, salvo la manta o el velo.

Sólo pequeños esguinces de su gallarda cabeza, como

animando a seguirla: sólo algo así como el eco imperceptible de una

ahogada sonrisa juvenil, eran los acicates del galán que se

empecinare en seguir a caza tan difícil. Y cosa curiosa: a su paso los

rondines dormían, si alguno estaba en la calle; y nadie que viniera de

frente parecía verla: la visión era sólo para el persecutor, que ya

perdida la cabeza y el rumbo, seguía inconsciente, hipnotizado,

cruzando callejas y callejas sin saber por dónde ni hacia donde le

llevaban su curiosidad o malicia y el irresistible imán que lo precedía.

...Cuando de pronto... la tapada se detenía a

raya... Daba media vuelta de precisión

militar, y levantándose el velo que cubría su

faz, no decías sino estas frases:

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-Ya me ve usted cómo soy... Ahora, si quiere seguirme,

siga... Y el rostro tan lindamente supuesto, se mostraba en verdad,

bellísimo, fino, aristocrático, blanco, sonrosado, fresco, griego,

magnífico... pero todo era una visión de un segundo.

Inmediatamente, como hoy podemos ver en las combinaciones de la

película esas transformaciones entre sombras y disfumaciones...

todas las facciones iban desapareciendo como en instantánea

descomposición cadavérica: a los bellísimos ojos sucedían grandes

cuencas que a poco fosforecían como en azufre; a los lindos labios

las descarnadas encías, a las mejillas los huesos; hasta que

totalizada la calavera, un chocar macábrico de crótalos eran las

mandíbulas de salteados dientes... Y un creciente olor de cadaverina

reemplazaba la cauda de aromas anteriores...

Otra media vuelta de la dama... y el que alcanzara a verla la

hubiera visto como evaporarse al llegar a la vieja casa abandonada

de don Javier Matute, calle del Bajo, junto al callejón del Mate,

después Roditi... El que no alcanzaba a ver esto, allí quedaba,

paralizado y tembleque, pelipuntiparado, sudorifrío y baboso, o loco

o muerto... Sólo el que había visto a la TAPADA podía adquirir el

rumboso título de TUNANTE.

Y agrega la leyenda que el alma en pena era de una bella

que en vida había abusado del comercio de la carne, sin ser

carnicera

Guayaquil, Trascripción: Modesto Chávez Franco

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Un testimonio

Yo descubrí a Dios por medio de lágrimas. Murió mi tierno

hijo de 11 años de edad, Santiaguito, cuando yo tuve 40 hasta que el

momento, ¿Quién era Dios para mi? Nada más que un señor con el

que debía manejarme con obligación – de vez en cuando iba a misa

los domingos, siempre de pie al fondo de la iglesia mirando el reloj.

Sin embargo una mañana de diciembre la iglesia de la

medalla milagrosa de Loja , se convirtió para mi el templo donde se

celebraron las exequias de mi hijo, las tristes exequias de aquel

ángel que yo amaba m{as que a mi vida. Ese día renuncie a ser

hombre y me quedé como tonto, humillado de sobrevivir,

perfectamente cobarde e infeliz . Dios me vio perdido y Dios vino

hacia mí. Después de tantos años de segura espiritual tuvo lugar la

revelación de la muerte y resurrección de Jesús que me llevaría a la

mía y a la de mi hijo.

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Conocía a medias palabras de Jesús, las conocía pero… él

vino hacia mi a tocar con su pulgar mi corazón diciéndome

―ABRELO― y ahora que tengo el pelo gris y otros ángeles en mi

hogar, miro hacia atrás y miro el don de Dios para de rodillas decirle,

¡Gracias señor, yo te amo! Ahora ya sé por qué te lo llevaste…

Santiaguito, aunque poco disfruté de tu amor me siento feliz

porque sé que estas disfrutando del amor de Dios, ese amor del que

espero merecérmelo algún día….

―Camina hacia la luz, donde los que llegaron antes que tú,

te guardan ansiosos de sentir tu presencia…. te recibieron con los

abrazos abiertos, llenos de amor , risas y sentimientos , más felices

de lo que puede llegar alguien a ser en el cielo o en la tierra. No

exista el dolor ni el sufrimiento. La tristeza es una imposibilidad

absoluta. Los que seguimos en la Tierra te extrañamos mucho y te

envidiamos más… Yo tu padre en vez de pensar de pensar que te

rendiste, admiro tu valor y coraje que por fin escogiste la libertad.

Mi corazón nunca perderá el amor que te guardo y si de

pronto ves en la luz al final del túnel; una sombra que te abre los

abrazos, acude a ella, por que será la mía la que ansiosamente

estará a tu lado‖.

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Lo que cuentan……..

La Bruja

Un joven se enamora y se casa con una

señorita, cuando ya estaban casados, en la noche él se daba

cuenta que ella salía cuando el reloj marcaba las doce esto se

repetía los martes y los viernes él se preguntaba a dónde se iba ella

y un día decide hacerse el dormido y vigilar a dónde iba; de repente

ella se levanta se arregla y sale, él se dirige hacia la terraza y

escucha que ella repite tres veces SIN DIOS Y MARIA y volaba. El decide hacer lo mismo y repite las mismas palabras

porque pensaba que él también podía volar y no funcionó, vuelve a

su habitación y espera que su esposa regrese y le dijo que le lleve a

donde iba ella, la mujer le dijo, bueno. Le arregla, le advierte que

iban a un lugar en donde él no podía repetir la palabra Jesús.

Cuando llegan, él mira en la llanura mucha gente y dice Jesús y

María y si decía Jesús todos desaparecen y se dio en cuenta que

en el lugar que él estaba no era una llanura era un tanque muy

hondo que estaba encantado y quedó atrapado y él decía que

nunca más podría salir de ahí.

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Pasaron unos días cuando un buitre llegó hacer su nido en

ese lugar, él se alimentaban de las migajas de los alimentos que el

buitre traía para sus crías, los pequeños buitres crecieron y se

fueron. Él se dijo así mismo, ahora ya no voy a tener de dónde

comer entonces, al segundo día, el buitre regresó y él se agarró de

sus patas logrando salir del tanque, cuando llegó a su casa se

encontró con la sorpresa que su mujer ya había estado con otro

hombre y que tuvo un hijo, el decidió irse a vivir en otro lugar, el

cual conoció a una mujer muy sincera y humilde y se enamoró de

ella, y su vida comienza lleno de felicidad con su nueva familia, por

otro lado la bruja se quedó sola ya que su nuevo marido la

abandonó sin dejar rastro.

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El lago del Diablo

En un pueblo había cierto anciano llamado Pedro, el mismo

que tenía un hijo llamado Juan. Un día, al cumplir los 20 años, su

padre le dijo:

-Hijo mío, he guardado este secreto hasta que cumplas 20

años: atrás de esta llanura hay un lago que llaman del Diablo, en el

centro hay un árbol de manzano que da manzanas de oro, el que coge

una de éstas inmediatamente se secará el agua y quedará a la vista

un hermoso palacio.

Juan preguntó a su padre por qué el palacio asoma en el lago.

Él le contestó:

-Antiguamente había un rey degenerado que no se preocupaba por su

pueblo y, en castigo, el diablo inundó el palacio.

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Al día siguiente, Juan salió en busca del árbol de los frutos de

oro. Pasó por la llanura y cuando estaba en el camino más peligroso

oyó una carcajada. Regresó a ver y no vio nada. Se subió a un árbol

en el cual estaba un pajarito de bello plumaje. Nuevamente oyó la

carcajada y se preguntaba ―¿quién era?‖ Entonces; vio al pajarito que

batía las alas y que, con una voz dulce, le dijo:

-Juan, no desmayes. Sigue hasta encontrar el lago del diablo.

Enseguida el pajarito emprendió vuelo. Juan siguió avanzando

y nuevamente oyó la carcajada del diablo y dijo ―Dios mío, dame

fuerzas‖.

Hasta que al fin vio el lago del diablo y en el centro el árbol de

las manzanas de oro. Cuando se disponía cogerlas un dragón de

dieciocho cabezas lo iba a devorarlo; entonces Juan dijo ―Dios mío, no

me abandones‖. Se armó de valor, cogió su espada y se dispuso a

combatirlo. Cuando la primera cabeza iba a devorarlo, de un solo

golpe la cortó y así sucedió con las demás. Luego cogió una manzana

de oro y en ese momento las aguas se secaron y apareció el famoso

castillo. Entró a éste y vio a su padre con una hermosa doncella, el

cual le dijo:

-Por valiente, te casarás con esta doncella y serás rey de este

pueblo.

Juan fue rey del pueblo y vivió feliz con su querida esposa.

Quito, 1962

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La leyenda del cedrón

Llovía torrencialmente en la estancia del cedrón, como

adorando al fogón estaba tuita la gente, dijo un viejo de repente:

-Os voy a contar un cuento, ahora que el agua y el viento,

traen ala memoria mía algo que nadie sabía y que yo diré al

momento…..

-Alcánceme un amargo, pa` suavizar mi pecho, por que voy a

entrar derecho, al asunto porque es largo, haré fuerza sin embargo

pa`llegar hasta el final, y si escucha cada cual con espíritu sereno,

verán como un hombre bueno llegó a ser criminal.

Allá por mis años de mozo, y perdonen la distancia, sucedió

en esta estancia un crimen misterioso. En un alazán precioso, llegó

aquí un desconocido; mozo lindo y bien cumplido que al hablar con el

patrón quedó en la estancia de peón, siendo después muy querido.

Al poco tiempo no más el amor lo picoteó y el mocito se casó

con la hija del capataz. Todo marchaba al compás de la dicha y del

amor y pa`grandeza mayor, Dios, les mandó con cariño un blanco y

hermoso niño, más bonito que una flor.

Así, pasaron los años, muy felices en su choza, ella alegre y

buena moza, él fuerte y sin desengaños; pero motivos extraños,

vinieron; y la traición deshizo del mocetón, sus más preciados

anhelos, y el fantasma de los celos, se metió en su corazón. Aguantó

el mozo callado, hasta dar con la evidencia, y un día fingió una

ausencia, que jamás había pensado dijo que,‖ tenía un ganado que

llevar pa`la tablada pa´ ganarse algunos pesos, que era una buena

volada… y así, entre risas y besos, se despidió de su amada.

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Y al otro día , a la una de la mañana justamente, volvió el

hombre de repente , convertido en fiera humana…de un golpe ,

echó la ventana, al suelo, hecha mil pedazos , y avanzando a

grandes pasos lleno de rabia y furor , vio que su único amor

descansaba en otros brazos…

Con un sordo movimiento en seguida se sintió; luego un

cuerpo cayó y otro cuerpo en el momento. Ni un gemido, ni un

lamento, salió de la habitación; y cuando cumplió su misión y los

vio a los difuntos, los enterró a los dos juntos, allá donde está el

cedrón…. en la estancia se sabia que la ingrata le engañaba, pero

a él nadie le contaba de la desgracia en que vivía, por eso la policía

no hizo caso mayormente, pues dijeron: ―¡la inocente se fue con

su gavilán…! En cambio los dos están descansando eternamente

. ¡Ahijuana! …grito un paisano, si es verdad lo que habla el

viejo, ese era un macho conejo, yo le besaría la mano! ¡ y yo, fui

mijo; yo fui mijo … el que maté a tu madre desgraciada por que en

la cama abrazada con otro hombre la encontré ! hizo bien tata

querido, dijo el hijo sin encono. Venga viejo le perdono, por lo

mucho que ha sufrido; pero ahora tata le pido, que no la maldiga

más, que si fue mala y audaz, por mi perdónela padre, que una

madre siempre es madre... ¡Déjela que duerma en paz…!

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En busca de un tesoro a través de

los ojos de mi princesa

Cuenta la historia que un joven llamado Santiago, salió de

su casa con su rebaño en busca del sueño que había tenido, el cual

consistía en un tesoro muy valioso.

Caminó por largos días junto a su rebaño por las montañas

de la ciudad desorientada y sin saber a dónde ir decidió acampar

cerca de un pueblo, mientras descansaba sus ovejas se alimentaban,

volvió a tener el sueño con su tesoro y miró que el camino que

tenía que coger era a través de los ojos de su princesa, asustado y

un poco tembloroso despertó retomando nuevamente el camino, se

encontró con una mujer llamada Martha quien lo hospedó en su

cabaña y tenía una hermana llamada María, quien siempre

permaneció escuchando las enseñanzas que decía el señor ―DIOS‖;

pero Santiago no se sintió cómodo, agradeciéndoles se retiró y así

pasaron los días encontrándose con un vendedor de piedras

preciosas a quien le había contado su sueño. Este sonrió y dijo: hijo

se ve que el sol y el polvo le ha hecho mal.

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Sin embargo, Santiago continuó con su camino sin saber

que más adelante le tocaría vivir una de las mas grandes tristezas

al haber perdido todas sus ovejas a cambio de un burro, el cual

estaba enfermo y no tenía mucho tiempo de vida; pero sin

embargo nada de eso le impidió que siga su camino

encontrándose un poco más tarde con una bella joven llamada

Sheccid de la cual se enamoraría por primera vez, a la cual no le

llamaría por su nombre sino como ―Los ojos de mi princesa‖

Recorriendo así juntos largos días de caminos en busca

de su gran tesoro y agotados de caminar tanto decidieron tomar

un descanso. Él volvió a soñar con su tesoro y los ojos de su

princesa, en el sueño le decían que tiene que escoger entre su

princesa y el tan anhelado tesoro… Si escogía el tesoro él viviría

rodeado de lujos y de palacios pero seria infeliz durante toda su

vida; en cambio si escogía a su princesa, él seria el hombre más

feliz de la Tierra no por el dinero sino por el amor de su princesa.

Despertando de esa manera con lágrimas en sus ojos

miró que aún tenia a su princesa junto a él la abrazó y con

palabras entrecortadas le comentó del sueño que acabó de tener

y manteniendo su voz y mirada firme dijo pues si para recobrar

lo recobrado tuve que haber perdido, si para conseguir lo

conseguido tuve que soportar lo soportado, tengo por bien

sufrido lo sufrido tengo por bien llorado y lo llorado porque

después de todo he comprobado que lo que tiene el árbol de

florido, vive de lo que tiene sepultado y no podrás irte nunca por

que eres mi novia eternamente.

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Una Madre es sagrada en la vida

Una hija ordenaba a su mamá que haga todo

lo que ella quería, su mamacita lo hacía, pero a veces le

faltaba el tiempo y no alcanzaba hacerlos, cuando su hija

regresaba y no encontraba hecho lo que le había ordenado, le

gritaba y le golpeaba, su mamá le decía que no debía hacerlo,

que no sea majadera; ni una hija rebelde y que le iba a llevar el

diablo. Su mamá de mucho sufrimiento, murió su hija se quedó

muy sola, y hacia todo lo que ella quería ya que fue un favor la

muerte de mamá, no acudía a misa y se portaba mal con todas

las personas que le rodeaban, el diablo siempre le perseguía

hasta que un día se la llevó, y había dejado su sombrero en un

árbol de nogal, sus vecinos estaban preocupados porque ella no

aparecía y ellos le buscaban y solo miraban su sombrero

colgado en aquel árbol.

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Pasaron 15 días y la encontraron gracias a unos perros,

porque ella había estado en una quebrada boca arriba toda

rasguñada y maltratada, sus vecinos pidieron auxilio hacían todo

lo posible por sacarla; pero todo era en vano en el lugar que ella

estaba llovía y caía rayos, llamaron al cura, el bendijo el lugar y

calmó toda esa tempestad con la gracia de Dios la sacaron y le

dieron eterna sepultura.

Informante: Luis Morocho Quinde

56 años

Valle Salado

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El Cura sin Cabeza 1 La leyenda del Cura sin cabeza, nace en el seno de la cultura

popular; transmitidas vía oral; sus pasajes han sido corregidos,

aumentados u omitidos, de acuerdo al encanto y carisma de sus

narradores.

Estos personajes que se caracterizaban por ser estrafalarios no

dudaban en poner en juego todas sus habilidades caso teatrales y su

verbo suelto para captar más la atención de los más incautos, llegando

en ocasiones a transformase ellos mismo en parte del cuento. Muchos

de estos hombres se encuentran en la memoria de los abuelos

recordándolos con simpatía, como al famoso Taita Chazna- Cacho,

cuyo apodo nacía de la palabreja quichua «chazna» que significaba así

y «cacho» que equivalía a sea; es decir; «así sea», que era la frase a

la que contestaba a cualquier pregunta.

No se quedaba atrás el Mocho Alfaro, ardiente admirador del General

Eloy Alfaro y padrino de uno de sus vástagos, que en reconocimiento al Viejo

Luchador durante el periodo revolucionario hacía un alto en las esquinas para

gritar Viva Alfaro, mueran los Frailes. Otro ilustre de la época era Luis

Villavicencio, mejor conocido como «Atacocos», versado en cuestiones

bíblicas, se paraba en la esquina de las actuales calle Larga y Benigno Malo

para regalar a los transeúntes en Semana Santa su fina capacidad de orador

con su Sermón de las Tres Horas.

Cuando el estiaje azota y las noches cuencanas se vuelven frías y

oscuras, la luz de una vela alumbrará la imaginación de los niños bajo el

macabro relato de sus padres, que incapaces de mentir contarán la pura

verdad acerca del Cura sin Cabeza….

Realizado por Luis Quituizaca Segundo de Ciencias Básicas El Valle

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El Cura sin Cabeza 2

Un día, mientras un hombre del pueblo, en el siglo

diecinueve, narra una hazaña épica y describe, por ejemplo,

“El caballo alado” con el cual un héroe peleaba y viajaba,

llega un poeta culto pero de imaginación más viva, sabe muy

bien que no hay caballos alados, pero al mismo tiempo

piensa que sería muy bello ver volar a los caballos,

siguiéndoles con las miradas cuando despegan del suelo

recogiendo las patas, bajo el vientre y suben golpeando el

aire con sus alas enormes.

Cómo sería de bello y sorprendente ver a una persona

que se ha vuelto invisible, y más todavía, como en el caso del

“Cura sin cabeza” o de cabeza invisible, verle no correr sino

volar tras la ilusión que tenía en su pensamiento.

Parece que este sacerdote, que con hábil maniobra

colocaba sobre su solideo, parte del manteo tan largo como

sus deseos sensuales, para atemorizar al pueblo que en las

sombras de la noche transitaba por los barrios desolados de

Cuenca.

Cuando algunos valientes seguían sus pasos, lo veían

descansar en los amplios jardines de la casa de una dama.

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Yo no sé por qué pero decían los vecinos que de

preferencia iba al barrio de San Roque, que aseguraban era el

lugar de sus idilios, pero al fin, como no hay cosa que no se

descubra, como decía la comadre Chepita, se le identificó

plenamente, y, una mañana cuando las campanas tañían,

algunos feligreses que acudían a la misa del gallo a las cinco de

la mañana, ele pues, este taita curita sí estaba con cabeza........

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Ni para Dios ni para el diablo

Cuentan que había una vez en un pueblito del Valle,

una mujer que nunca se acordaba de Dios, nunca se iba a misa

ni nombraba al Señor, tampoco pedía perdón por los malos

actos que cometía. Un día se enfermó gravemente y no pudo

recuperar la salud. Se quejaba y estuvo largo tiempo en

agonía.

El diablo que conocía toda su vida, llegó, la colocó en

un ataúd y cuentan que... le llevaba por los angostos caminos

del pueblo; en el trayecto ella se quejaba y al llegar a la orilla

de la laguna el diablo asentó el ataúd...

Ella se quejó ¡Ayyyyy.... Jesús!

El diablo le dijo: - ahora si te acuerdas de Jesús -y de una

patada botó el ataúd a la laguna, donde el alma no es ni para

Dios ni para el diablo.

Relato de Miguel Collaguazo El Valle

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El diablo del retamal

Cuando yo era niña mi padre salió de la casa a las

tres de la mañana para ir a pie a Cuenca, siempre llevaba amarrados a

la cintura: un machete y un chicote de Tucumán para ahuyentar a los

animales que le encontraban.

Llegó a Ucubamba, en un sitio en que había un retamal y

muchas piedras, en una de ellas estaba acostado alguien quien parecía

ser el diablo, entonces hizo sonar el chicote, caminó un poco más y vio

al diablo que llevaba a un blanquito hacia el camino y a un negrito

hacia la quebrada. Luego soltó al blanquito que parecía ser un alma en

vida (es decir un alma que sale de un cuerpo vivo), entonces, mi papá

le fue siguiendo al almita que iba adelante, pasó el puente de Monay,

luego llegó a Perezpata y entró a una casa, perdiéndose.

Él por curiosidad se acercó al patio en donde vio a un hombre

que hablaba con otra persona y le decía que un negro intentó llevarse

su alma, porque tenía dolor de su cuerpo.

Relator: Sra. Rosa Elena Chalco. Paccha

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El huambra ocioso Jirucho Llivisaca era un joven muy inquieto, un día su mamá

le dijo:

- Jirucho anda a ver los borregos y los traes a la casa-

Como el muchacho no obedecía, los taitas le han mandado a

dormir afuera por ocioso y desobediente. Él se ha subido a dormir en

una planta de higo y a la madrugada estaba la nube baja,

cuando...la mamá oye que Jirucho está gritando y el taita dijo: -deja

pues que duerma afuera huambra desobediente...

Cuando gritó de nuevo –Ayyyyyyyyyy- y el taita le dijo a la

mamá anda a ver que pasa con el huambra, cuando la mamá salió,

vio que le estaba llevando a guicupones ―la guaca‖ y regresó

corriendo a llevar cosas benditas para perseguir y quitarle a la guaca

el huambra, salió con rosarios, quemando ramos benditos para

traerle de regreso a la casa.

Desde ese momento Jirucho cogió escarmiento para ser mejor

persona.

Relato de Zoila Adela Tacurio

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Encuentro con el diablo Había una vez un hombre llamado Alfredo Sinchi que

era borracho y mocero. Cierto día se emborrachó y

venía a pegarle a Chana, que era su mujer, y a sus

hijos. Cogía lo primero que se le cruzaba y les

pegaba, luego agarraba el machete que siempre

pasaba en el umbral de su casa.

Hasta que un día llegó borracho a pegarles y Chana se dio en cuenta,

cuando Alfredo estuvo parado en la puerta su esposa ya no tuvo

tiempo de esconder el machete, él buscaba y buscaba pero el

machete estuvo ahí mismo, le pegó a su mujer y montado en su

caballo salió de su casa.

Cuando al pasar por una quebrada del pie de un zigsal

grande se abrió una puerta y salió el diablo y le dijo:

-¿A dónde vas? ¿Por qué vienes pegándole a tu mujer?, yo

escondí el machete por eso no lo encontraste, ahora vuelve a tu casa

y pídele perdón a tu mujer y no vuelvas a tomar donde tu moza y...

peor a pegarle a tu mujer o a tus hijos,... ya que advierto si no haces

caso regresaré y te llevaré en cuerpo y alma para mi....

El hombre regresó asustado a su casa y se compuso, pidió

perdón a su mujer e hijos y nunca más volvió a portarse mal con su

familia.

Relato de Cruz Quizhpe Guncay el Valle.

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El perro encadenado

Este monstruo sobrenatural, para la era de nuestros relatos

tradicionales, no era más que según la ―beatas‖ de entonces, que en

todo veían duendes y fantasmas, la encarnación del demonio,

porque era un perro con cuernos y de sus ojos nacían ascuas, que

encandilaban en las tinieblas, y que Dios había consentido que

saliera del infierno, para ver de morigerar un tanto a frailes y

―curuchupas‖, que entonces eran el azote de la incipiente sociedad

cuencana y que, eran los transeúntes de la noches, en sus andanzas

amorosas.

Este enorme fantasma transformado en perro, arrastrando

una pesada cadena pululaba las noches, por ciertos barrios ―non

sanctos‖ haciendo cabriolas y produciendo un gran estruendo al

arrastrar la cadena por las calles llenas de guijarros y de altibajos,

además de tiempo en tiempo emitían aullidos, no ladridos, eran tan

funestos o mejor funambulescos, tales aullidos que a veces

coincidían con el graznido de un búho, eran de mal augurio, sobre

todo para los campesinos o indígenas de nuestros lares; pues seguro

que quien los percibía estaba para morir muy pronto, por lo que un

jocoso e ilustre bardo decía:

El búho grazne,

El perro aúlla,

El indio muere;

Parece chanza

Pero sucede

Realizado por Luis Quituizaca Segundo de Ciencias Básicas El Valle

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La mujer del velo

Uno de los donjuanes más grandes de la historia según mi

abuela, fue en su día un señor llamado Luís, conquistador,

embaucador, mentiroso y aprovechado, que sacaba el dinero de su

víctima y aun así día a día ganaba la confianza y amor de la mujer

que se propusiera, pues era una belleza e inteligencia suprema y

tenía ese don enamoradizo que levantaba pasiones por allá donde

fuera. Cualquiera que se encontrara en su camino caería rendida en

sus brazos...

Luís enamoraba con poemas, con miradas insinuantes y

detalles exquisitos que solo él sabía calar y dejar mella en sus

enamoradas... Pues bien, Ana, como otras tantas se enamoró

locamente de él, de tal forma que cuando Luís perdió el interés en

ella, Ana se suicidó por amor, por ese amor verdadero que creía

haber vivido. No sin antes jurar que se lo llevaría con él para estar

juntos en la eternidad.

Dicen que el día de los muertos, Luís llevaba unas copas de

más debido a que había tomado en un lugar de dudosa reputación

cuando de pronto vio en las sombras a una mujer de un cuerpo

divino y de belleza sobrehumana, solo que en el rostro llevaba un

velo negro en señal de luto.

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Luís quería acercarse a ella, y ella se iba alejando más y

más, hasta desaparecer... y todas la noches sucedía lo mismo; él

pensaba que iba a morir de amor y pasó una semana; fecha que iba

a cumplir un año difunta su amante suicida.

Al pasar por el panteón, de nuevo vio a la misma silueta de

aquella bella mujer dentro del panteón pidiendo a gritos ayuda, y él,

caballero, apresuró el paso en busca de la dama, Ana, al verlo dijo:

- gracias al cielo, alguien me ha escuchado- el caballero le

dijo por qué estaba en el panteón, - respondió:

- Venía a ver a mi hermana que hoy cumple un año de

muerta, un mal hombre la enamoró y ella se mató por él. ¿Qué crees

que se merece? por quedar bien con la hermosa dama contestó -

merece ser enterrado vivo con la mujer a la que hizo sufrir para que

ella lo pueda amar- y ella respondió - pues esto ha de pasar- lo

agarró de la cintura y él sumamente emocionado le quitó el velo y al

ver ¡horror, la amante estaba allí carcomida por los gusanos que se

veían en su boca y ojos! lo hundió sumergiéndole en la tierra,

cumpliendo así su deseo.

Mi abuela dice que le han dicho, que por esos días se

escuchan los gritos desgarradores de un hombre mientras una mujer

canta.

Realizado por Luis Quituizaca El Valle

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Amigas para siempre

Año 1982. Alicia y Sara eran dos chicas, ambas de 15 años,

e íntimas amigas desde la más tierna infancia. Vivían en el mismo

barrio, estudiaban en el mismo instituto, iban a la misma clase... en

fin, eran inseparables. Sin embargo, tenían caracteres muy

diferentes. Alicia era alegre y extrovertida, mientras que Sara era

muy tímida y callada.

Cierto día, Sara le propuso a Alicia:

- ¿Por qué no hacemos un juramento de sangre?

-¿Qué?

- Mira, por si algún día perdemos el contacto, juramos que la que

muera antes de nosotras dos, irá a avisar a la otra.

- Qué tontería, Sara, nosotras siempre estaremos juntas.

Ante la insistencia de Sara, y entre asombrada y divertida, Alicia al

final aceptó la propuesta. Ambas se practicaron un corte con una

navaja en el dedo índice de la mano derecha, y sellaron el pacto a

la luz de unas velas.

Pasaron los años. Alicia había terminado sus estudios de

derecho, tenía un buen trabajo, una casa preciosa y un marido y un

hijo maravillosos. Hacía mucho que no veía a Sara, la amiga de su

juventud, aunque a veces se acordaba de ella cuando se veía la

cicatriz de su dedo índice. Al final, la vida les había llevado por

caminos distintos y no habían vuelto a verse desde que acabaron el

instituto.

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Una noche, Alicia tuvo una horrible pesadilla: iba

conduciendo, cuando de repente un camión invadía su carril y

chocaba con su coche.

Se despertó empapada en sudor, y justo en ese momento,

oyó llamar al timbre de la casa. Eran las 3 de la madrugada. Miró a

su marido, que dormía profundamente a su lado, en ese momento,

el timbre volvió a sonar con insistencia. Maldiciendo por lo bajo y

preguntándose quién podría ser a esas horas, Alicia se levantó y fue

a abrir la puerta.

Cuando abrió la puerta y vio a la mujer que estaba en el

porche, abrió la boca, totalmente anonadada. Aunque había

cambiado bastante, la reconoció enseguida. Allí, terriblemente

pálida, ojerosa y con una enorme herida sangrante en la cabeza,

estaba su antigua amiga Sara.

- ¡Por Dios, Sara! ¿Qué ha ocurrido? Entra, te curaré esa herida.

- ¡Cuánto tiempo sin vernos! Sara no se movió de donde estaba.

- He venido a cumplir mi promesa, Alicia. He muerto y vengo a

decírtelo.

Alicia se quedó sin habla.

- Ya que la vida nos ha separado, estaremos juntas en la muerte.

Te estaré esperando...- dijo Sara levantando el dedo índice. Acto

seguido, desapareció.

Alicia empezó a notar un dolor persistente en su propio

dedo índice, al mirárselo descubrió que lo tenía empapado en

sangre, como si se le hubiera vuelto a abrir el corte que se hiciera

años atrás... Lanzó un alarido estremecedor y cayó desvanecida al

suelo.

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Al día siguiente, despertó en su cama y pensó que todo

había sido un mal sueño. Encendió el televisor para desayunar, y

lo que vio la dejó helada: la noche anterior, a las 3 de la

madrugada, había habido un accidente de tráfico: un camión

había chocado con un coche, y la conductora del mismo había

fallecido en el acto.

A partir de aquél día, su vida se convirtió en un auténtico

infierno. No comía, se olvidaba de recoger a su hijo en el colegio,

no rendía en el trabajo... Y todas las noches tenía el mismo

sueño, en el cual oía llamar a la puerta, y al abrir veía a Sara

levantando el dedo índice y diciendo "te estaré esperando", tras lo

cual siempre se despertaba con un dolor insoportable en su dedo

lleno de sangre.

Su marido no entendía lo que le estaba pasando, los

médicos no encontraban ninguna explicación, y finalmente

internaron a Alicia en un psiquiátrico. Allí no hizo sino empeorar,

ahora en sus pesadillas veía a Sara junto a su cama.

Una noche, un celador del psiquiátrico oyó un espantoso

ruido de cristales rotos que provenía de la habitación de Alicia.

Al entrar en la habitación vio que la ventana estaba rota,

se asomó y vio a Alicia tirada sobre la acera en medio de un

charco de sangre. Tenía una gran herida en la cabeza y a su lado,

en el pavimento, alguien había escrito con su sangre: "AMIGAS

PARA SIEMPRE".

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El hijo del Diablo

Hace mucho tiempo, no sé la fecha

exacta, ni si es verdad, en el municipio de Calera, cuentan que una señora perdió a su esposo en un accidente, quedó sola con su

único hijo, que era un bebé.

Esta señora se empezó a volver loca porque no podía sacar adelante sola a su niño, y llegó un momento en el que prácticamente estaba

loca de remate, ese día tiró al niño en el arroyo que pasa por el centro del municipio, donde no había nadie, el niño murió de hambre y frío.

Después de varios días unos señores encontraron el cuerpo del bebé y lo enterraron, pero el llanto de ese niño sigue en el arroyo, incluso se dice que se aparece por las noches flotando en el

agua.

El rumor seguía corriendo y un señor que venia en una bicicleta de

trabajar, escuchó un llanto de un niño en un árbol de ese arroyo, se acercó al árbol y vio a un bebé que estaba abandonado, lo levantó y lo destapó para verlo, y al destaparlo era un bebé muy hermoso y el señor dijo, que niño tan bonito, y al terminar el bebé le contestó con voz de ultratumba:

- ¡No!, ya hasta tengo colmillitos.

El señor se asustó tanto que tiró al niño y se subió a la bicicleta gritando atemorizado ya que creía que había visto al mismo diablo, al cabo

de unos días este señor murió en extrañas circunstancias.

Las personas que viven por ese arroyo aún siguen escuchando el llanto, y les creo, porque yo lo he oído, muchos tienen miedo de pasar por el

lugar y encontrarse al niño abandonado, presagio de su muerte.

Luis Quituizaca Segundo de Ciencias Básicas El Valle

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El penacho de Atahualpa

Cuenta la leyenda que muerto el último Shyri, los jefes del Reino de Quito proclamaron como legítima dueña de la corona a la joven y bella Pacha, hija única del último jefe Shyri.

Huayna Cápac, el conquistador inca, fue donde la reina

Pacha a ofrecerle su amistad. La soberana escuchó con orgullo sus promesas de paz. Sin embargo, la inteligencia y hermosura de Pacha conquistaron el corazón de Huayna Capac, que desde aquel

día sólo quiso agradarla. La princesa aceptó ser su esposa.

Pacha y Huayna Cápac vivieron en un hermoso palacio

llamado Incahuasi. Allí nació el futuro soberano, el príncipe Atahualpa, quien desde muy pequeño aprendió la importancia de acatar y cumplir las leyes y las decisiones que impartía su padre.

Un día que practicaba con su lanza, le llamó la atención una

linda guacamaya de hermosos colores. Al instante sacó su arco,

disparó con certeza y la mató. Con la guacamaya muerta corrió en busca de su madre. Pacha no lo recibió contenta, al contrario, le hizo notar que había incumplido con la ley.

Le recordó el mandato de su tribu: "Se mata al enemigo

solamente en la guerra, porque él también posee armas para

defenderse. No así a las aves, que adornan la naturaleza con sus

colores y la llenan de encanto con sus trinos". Pacha arrancó una

pluma de la guacamaya y la puso en el penacho del pequeño, para

que no olvidara nunca la lección aprendida.

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El regreso del más allá

En una apuesta dos amigos coterráneos de este pueblo,

consolidaron un trato; el primero que muera tendría que regresar al

día siguiente del más allá y todas las noches, cuando el otro duerma, a

hacerle cosquillas en las plantas de los pies como señal de que existía

vida después de la muerte, y que ha solicitado la eternidad en este

mundo para el amigo que quede con vida.

Todo este convenio de alguna forma fue producto un poco de

la mofa, la ironía y de la risa. Con el transcurrir de los años resultó que uno de los amigos

falleció, para sorpresa del colega, que había olvidado la apuesta, entonces cuentan y dan testimonio en el pueblo de que el amigo muerto regresó del más allá como se había condicionado en el pacto,

para hacerle cosquillas en los pies al compañero, todas las noches, eternamente.

Desesperado el compañero que se había quedado rezagado en esta vida, buscó toda oportunidad para evadir el sueño y desde ese

entonces contaban en el pueblo que a la media noche, se oía el caminar atormentado de un sonámbulo o la risa incesante y explosiva, después de oírse un cosquilleo.

Hay quienes aseguran, que en el parque Calderón, hasta estos

días, hay noches que se encuentra a un hombre misterioso,

angustiado y con profundas ojeras, que evita a toda costa conciliar su

sueño, o caso contrario, se oye hasta en las últimas casas del pueblo

el sonido interminable de una risa, que se confunde con el llanto.

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El diablo enamorado

Cuentan que una distinguida dama de la localidad, llegó a amasar una inmensa fortuna, en la forma más extraña e

inimaginable, capaz de concebir mente de mortal alguno. De acuerdo a la leyenda, conocedora de su hermosura, la mujer aprovechando que el diablo se encontraba de visita en el pueblo,

por las inmediaciones de su casa, cerca del cuarto que residía, escondido detrás de la puerta, espiando desde alguna rendija; comenzó a enamorarle al diablo.

En el tocador de su alcoba, sentada frente al espejo, todas

las noches, ante los ojos ocultos del diablo, se peinaba y maquillaba vanidosamente, resaltando su belleza; mientras el diablo observaba, curioso y coqueto.

El diablo como todo un caballero correspondió con

galanterías; comenzó a visitar la recámara de la dama, vestido con

terno y corbata. Por doquier, al día siguiente se encontraban regadas bolas

redondas, pequeñas, de carbón de piedra, levitando; en hileras, acompañadas de un olor a nogal y a azufre. La mujer se pasó días enamorando al diablo.

Con toda la fama de mujeriego, audaz y suspicaz, el diablo

llegaba perfumado, de etiqueta y con tabaco, dispuesto a

emprender la conquista, para declarar a la bella dama su amor.

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La mujer relucía los más variados abrigos de pieles, zapatos y alhajas, mandados a traer de lugares distantes y exóticos, para impresionar a tan siniestro galán.

Así pasaron los acontecimientos, copiosamente. Hasta que la

dama pudo enamorar al inesperado visitante de las profundidades. Se dice, que en el momento de entregarle sus encantos, la mujer le propuso al diablo, antes, que se metiera en un baúl, para ella

despojarse de sus vestiduras.

El diablo accedió, ansioso, sin perder tiempo. Entró en el

baúl, acomodando los hombros, el rabo y su joroba, con dificultad y para sorpresa del impávido personaje, la mujer cerró el baúl, con candado, hasta darse cuenta el diablo se encontró en una situación

difícil y humillante.

Dicen que la mujer se quedó embarazada, solamente con las

miradas y por el deseo del diablo; este fue el costo de la atrevida aventura. Comentan incluso que después de algunos meses, tuvo un hijo, con dos cuernos en la frente.

Según el relato, desde el instante que ingresó el diablo en el

baúl, la mujer le hacía promesas de soltarlo, con la condición de que

le entregue joyas, oro, propiedades, casas y dinero. Lucifer complacía siempre sus caprichos y exigencias, sin retribuir la dama nunca lo

ofrecido, así lo engañaba todos los días.

El diablo imploraba a la mujer para que le dejara salir,

llegando hasta llorar. La dama nunca abrió el baúl, acumulando una desproporcionada fortuna y refundiendo el baúl como tesoro, en el lugar más recóndito del pueblo.

Aseguran que hasta estos tiempos, todavía se oye hablar que

se encuentra a personas que conocen del antiguo acontecimiento;

buscando el baúl, desesperadamente, en silencio, en todos los lugares de esta ciudad.

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El farol de la viuda

En los días en los que la energía eléctrica era un extraño y

raro fenómeno, décadas atrás, pasadas las altas horas de la noche,

cuenta el vulgo qué, metido en la oscuridad, en medio de las

callejuelas angostas y adoquinadas de Cuenca, aparecía a lo lejos el

resplandor de la luz ávida, intermitente de un farol.

Moviéndose con insistencia, lujuria, de un costado a otro,

agarrado de las manos bellas, pálidas y misteriosas de la "Viuda del

farol".

Cubierta de un traje negro caminaba seductoramente,

dispuesta a lograr una nueva conquista… para el camino a la locura

o a la muerte. Los jóvenes de aquel tiempo temerosos se escondían

o corrían…

Aseguran que la viuda del farol era un alma en pena, que en

su vida terrenal había dado malos pasos. Luego de enviudar, antes

de su deceso, tuvo una vida pecaminosa llena de infidelidad, razón

por la que fue expulsada del purgatorio, del más allá.

Enviada de regreso a la vida, posiblemente para cumplir una

misión o sedienta de venganza.

Desde entonces iba buscando en el camino a caballeros,

jóvenes, hombres casados; impávidos, para seducirles con el menear

incisivo de la luz de su farol.

Los caballeros hipnotizados la seguían, atrás, abúlicos, por la

calle Bolívar, por San Blas, San Sebastián, los chaquiñanes.

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Ella se insinuaba, ante los ojos y oídos escondidos de los

testigos, que se encontraban asombrados tras las rejas de las

ventanas y balcones.

Se iba por las casas, llegaba a las puertas grandes, barrocas,

desproporcionadas, coloniales, de dos hojas, que se encontraban

aseguradas con puntales de madera, resguardadas de la viuda del

farol.

Ella tocaba las puertas, llamaba a los maridos de cada

pocilga, con cánticos, melodías seductoras, con lamentos, voces

obscenas.

El sonido y la luz del candelabro ingresaban por las rendijas

de las ventanas, por debajo de las puertas. La familia, la esposa, se

encargaban de proteger, y sobre todo de guardar al marido, al padre

de familia para que no caiga en la seducción de la viuda. Les

amarraban en los cuartos más distantes, en los sótanos. Oraban,

hasta que la viuda buscara otra casa, por lo general con voces de

angustia era frecuente oír: ¡Busque otra puerta!

Una vez que caía en tentación algún caballero, ante la

provocación de la dama, esta la llevaba, haciéndole recorrer por

todas las calles del pueblo, avergonzándoles, en presencia de las

miradas solapadas y la burla de la gente; para luego guiarles a los

barrancos del río Tomebamba, a los despeñaderos y acantilados del

Vado y San Sebastián.

Entonces, a solas, asentaba el farol en un costado y se

desvestía, se sacaba el abrigo y el vestido negro, poco a poco.

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El caballero observaba ansioso, la luz del farol iba

desvaneciéndose conforme la mujer iba despojándose de sus

vestiduras, mientras al hombre, en una metamorfosis, le nacían

cuernos en la cabeza, en la frente: "igualitos a los que luce Lucifer".

La viuda se destapaba pausadamente, hasta que al final, un

instante antes de apagarse el farol y de descubrirse por completo el

rostro, la viuda alegre desaparecía.

El hombre caía inconsciente al barranco, algunos morían,

otros quedaban locos y heridos, pero todos con dos cuernos en la

frente… deshonrados.

La gente del pueblo aseguraba haber visto en ese tiempo,

esconderse en los portones de las pocilgas ó de las casonas, de vez

en cuando en conflictos, a hombres convertidos en diablos, con unos

extraños cuernos y con un rabo en las posaderas, que se quedaba a

veces atascado en las rendijas de las puertas que dan a la calle, que

se cerraban en el apuro.

Contaban que los familiares de algún caballero desaparecido,

acostumbraban buscarlo en los despeñaderos, para luego refundirle

en algún lugar recóndito de la casa, para siempre

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La mujer que engañó al diablo

En esta Cuenca maravillosa, afortunada por su entorno y su

gente, vivía una mujer, propietaria de una cantina apartada, a quién llamaban Mama Guada.

Sin duda representa nuestro motivo de orgullo y complacencia, debido a que de acuerdo a lo que cuentan nuestros abuelos, fue la única persona que ha existido en este mundo que

pudo engañar al diablo. Ante la incredulidad de las personas y según la leyenda, el

diablo siempre está detrás de cada persona. A nuestras espaldas, acechándonos, astuto y rápido para esconderse y desaparecer, cuando nos damos la vuelta; burlándose de esta manera de cada

mortal. Este personaje siniestro, por doquier acudía a este mundo,

para llevarse las almas de los pecadores. Mama Guada, que

sospechaba de las habilidades del diablo y que conocía sus intenciones, un día se dio cuenta que el mismo se encontraba cerca de su cantina; en búsqueda del alma perdida de un hombre que ya

bebía aguardiente algunos días y que había abandonado su casa. La mujer esperó el momento oportuno y para sorpresa del

diablo, salió de su escondite, sin darle tiempo a que reaccione.

El diablo exhausto y asustado, interrogó a la mujer, que ¿cómo se llamaba?, que ¿quién era?, contestando la misma ¡Mamá Guada!

No podía salirse del asombro!, nadie antes había conseguido engañarle y descubrirle.

Mamá Guada no contenta, aprovechó la oportunidad para reprocharle, humillarle y hacerle ver lo mal que se había portado y las maldades que cometía, para que reflexionara.

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El diablo agachó la cabeza, se sentó en una silleta,

avergonzado y cabizbajo, estaba sudando y enrojecido.

Se cubrió el rostro con las manos, casi lloraba, hasta que imploró para que Mamá Guada, callara en sus acusaciones.

Mamá Guada, hábilmente le hizo prometer al diablo que desde ese instante tendría que ser más benevolente, un poco más comprensivo y que sólo así podía irse y regresar al infierno con un poco de calma…

El diablo apenas pudo, salió a carreras.

Desde ese entonces, cuentan que el diablo es menos malo y que no se le ha vuelto a ver más rondando por las inmediaciones del pueblo.

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La leyenda del Mishqui y los raposos

Me había contado mi abuelo cuando era niña, una hermosa leyenda que siempre la guarde en mi corazón como regalo precioso y

hoy quiero compartir con todos ustedes.

Abuelo, le pregunté, ¿Por qué nos dicen raposos?, él con su

calma y cariño de siempre me relató de la siguiente manera: Hace unos cien años atrás en un sector de nuestra comarca, se dio una sequia de muchos meses. No había agua para el ganado, los

borregos; las hierbas se secaron murieron los cuyes, conejos; la sementera no dio frutos, no había que comer, las gallinitas sucumbieron de hambre todo era desolado, desierto, el viento soplaba

y llevaba las hojas secas de las chamanas, shadanes, capulíes y todas las plantas. Abuelito me da miedo le dije, mientras él seguía contándome, ¡así dicen que pasó!

Toda estaba seco, los habitantes morían cada día de sed, hambre, enfermedades, nadie hacía nada; una mañana apareció en medio de la faldada una planta grande, sus hojas eran colosales,

habían salido de la nada; el panorama cambiaba, pero nunca nadie había visto aquellas plantas que sus hojas terminaban en puntas afiladísimas.

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Los hombres y mujeres se preguntaban como sobrevivían,

no hay agua; otros decían son un regalo del creador. Un buen día tres hombres salieron para analizar la planta, buscaron la más grande y comenzaron a cavar, mientras más cavaban las raíces

crecían, crecían hasta encontrar agua que les daba vida; regresaron a sus casas y contaron lo sucedido

Al día siguiente en las primeras horas decidieron arrancar una hoja de la planta, mientras Sebastián trabajaba sus amigos miraban como una baba unía a la hoja con el tronco y lo llamaron

siso; la hoja se resistía a salir y Gutún que era bien fornido tomo en las manos la hoja que le llamo rapla y con la ayuda de Pamar desprendieron el cogollo, pero se escucho un sonido que decía

penco, y así le llamaron a la nueva planta.

Al día siguiente en las primeras horas decidieron arrancar

una hoja de la planta, mientras Sebastián trabajaba sus amigos miraban como una baba unía a la hoja con el tronco y lo llamaron siso; la hoja se resistía a salir y Gutún que era bien fornido tomo en

las manos la hoja que le llamo rapla y con la ayuda de Pamar desprendieron el cogollo, pero se escucho un sonido que decía penco, y así le llamaron a la nueva planta.

Muy por la mañana del siguiente día encontraron en el

hueco realizado lleno de un líquido dulce y agradable que bebieron

intensamente hasta saciar la sed; ese día huequieron cientos de plantas, mientras más plantas agujereaban más aparecían. A los

pocos meses regaban las sementeras con este bendito líquido, las hiervas y todo comenzaba a surgir en abundancia.

Pasaron algunos meses y las plantas iban escaseando pero las lluvias iban llegando y la vida retornó a la normalidad. Mi abuelo calló y yo le pregunté que porque nos decían raposos, ¡ah, me

olvidaba, respondió!

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Pasaron algunos años y las plantas escaseaban, un buen día

Gutún salió a recoger el pulcre o mishqui que así lo llamaron al líquido dulce y nutritivo, le fueron siguiendo dos perros guaguas un

cari y una hembra, regresaron todos felices a la casa. Al otro día cuando taita Gutún fue a extraer el pulcre no encontró nada y vio

como sus dos perros se alejaban por el monte, ¡estos grandísimos han aprendido a tomarse el pulcre!, tomó el machete y les siguió, les alcanzó en la cumbre, pero no los podía coger, alzo su machete

y al caer corto la cola al perro y de otro machetazo a la perra; los dos maldijeron su suerte y juraron venganza para siempre mientras se perdieron a lo lejos , decidieron vivir en una cueva. Desde ese

momento se convirtieron en salvajes, sus crías tenían el rabo en forma de soto.

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Los descendientes de estos perros salvajes se les llamo

raposas, les llegó a gustar el pulcre tanto que se convirtió en su

bebida preferida; los habitantes de la comarca tapaban con piedras pero nada impedía que estos cumplan su cometido, más aún cuenta la leyenda que siempre que ellos ven primero al ser humano les

atonta y les roba las gallinas, especialmente los borregos, son vivísimos, astutos y muy intrépidos; cada vez que roban el pulcre o un animal dice que se ríen mientras descansan plácidamente en su

cueva. Los lugareños salieron a vivir en el pueblo y los puebleños les

apodaron de raposos porque les gusta el mishqui y el borrego al igual que el animal del soto, pero eso no es nada; mientras taita Gutún camina por las calles siempre le veían acompañado de dos perros con

el rabo cortado, todos les veían menos él, y cuando le decía raposo se reía por no explotar, mientras manifestaba que triste suerte de haber cortado el rabo a sus perros; al momento se llenaba de

orgullo de ser del puente de Jerusalén a la banda cruzando la montaña, es que allí vio la luz del alba con la melodía del ruiseñor y el chirote. A todos los habitantes de ese lugar y otros cercanos nos

llaman así, será por la leyenda o quizás por molestar; pero los perros y sus descendientes aún viven en las cuevas de los territorios aledañas de esta breve leyenda. Agradecí a mi abuelo y me siento

feliz de ser de ese lugar.

Por: Elvia E. Morocho B.

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ENIGMA Y SEDUCCION EN LAS LAGUNAS

La fascinación que ejercen en los hombres los lagos, lagunas, quebradas y corrientes de agua es constante en todas las

culturas; en Imbabura las lagunas tienen numerosas leyendas. En tiempos inmemoriales vivió en la laguna de Cunrro un

gigante orgulloso que consideraba que todas las lagunas de la provincia eran sólo charcos, sin suficiente profundidad para bañarse en ella. Fue así como:

Llegó primero a la laguna de San Pablo y se metió en sus aguas. En pocos pasos recorrió todo el lago y en el lugar más

profundo el agua apenas le llegó a las rodillas. Pasó enseguida a la laguna de Mojanda y el agua allí no le llegó sino a los tobillos. Pasó luego a la laguna de Cuicocha y el agua de ese lago hermoso y

agreste le llegó hasta los muslos. Llegó finalmente a la laguna de Yahuarcocha y el agua allí apenas le cubrió los pies.

Con esto, el gigante acabó por convencerse que, en verdad,

en toda la provincia no había un solo lago suficientemente profundo... alcanzó a divisar, arriba del Imbabura, una pequeña laguna... y una vez allí, no sólo con confianza sino con arrogancia, se

metió en sus aguas frías y negras. Pues, sintió que el piso y que todo su inmenso cuerpo se hundía, desesperado trató de sostenerse y al asirse de la roca más próxima, la perforó, formándose así la Ventana

del Imbabura.

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BIBLIOGRAFÍA

Leyendas y tradiciones quiteñas. En Monografías.com

García Edgar. ―Dos leyendas ecuatorianas‖. Imaginaria, Nº

35, oct., 2000

Diccionario de Mitos y Leyendas - Equipo NAyA. En

http://www.cuco.com.ar/

El Diccionario de Mitos y Leyendas es una producción del

Equipo NAyA. En http://www.naya.org.ar/

www.edufuturo.com www.inquito.com

www.quitovende.com www.quito.gov.ec www.teletica.com www.guatelinda.com/foro/viewtopic.php?f=7&t=1645 –

quesabesdecuenca.blogspot.com/ http://www.ecuazona.com/verdetallesdelanoticia.php?no

ticia=261

http://www.ecuazona.com/verdetallesdelanoticia.php?noticia=262

http://www.ecuazona.com/verdetallesdelanoticia.php?noticia=259

http://www.padulcofrade.com/monograficos/leyendas_y_tradiciones/cruz_del_diablo.html

http://lanaveva.wordpress.com/2009/04/19/paseo-en-cuenca-puerta-san-juan-a-plaza-de-las-angustias-y-la-leyenda-del-diablo/

http://www.dibujosparapintar.com/cuaderno_de_dibujo-dibujo.php?id=8173&v=1