Letras Volantes Enero

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Narrativa breve Número 11 Enero 2011 Juan José Arreola Juan José Arreola

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Literatura breve.

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Narrativa breve Número 11 Enero 2011

Juan José ArreolaJuan José Arreola

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Juan José Arreola Zúñiga

Nació en Jalisco, en Zapotlán el Grande, llamado actualmente Ciudad Guzmán; el 21 de septiembre de 1918 y murió en Guadalajara, Jalisco, el 3 de diciembre de 2001. Juan José Arreola fue el cuarto hijo del matrimonio formado por Felipe Arreola y Victoria Zúñiga. Entre 1926 y 1929 desarrolló sus estudios básicos en su ciudad natalpero no estudió formalmente más allá del tercer año de primaria.En 1930 empezó a trabajar como encuadernador, e inició una larga serie de oficios. En 1934 escribió sus tres primeros textos literarios. Después de tres años, en 1937, se instaló en México, D.F., y se inscribió en la Escuela Teatral de Bellas Artes.En 1948, gracias a Antonio Alatorre, encontró trabajo en el Fondo de Cultura Económica como corrector y autor de solapas. Obtuvo una beca en El Colegio de México gracias a la intervención de Alfonso Reyes. Su primer libro de cuentos Varia invención, apareció en 1949, editado por el FCE. Para 1950, comenzó a colaborar en la colección Los Presentes, y recibió una beca de la Fundación Rockefeller.

En 1952 apareció la que muchos consideran su primera gran obra Confabulario, gracias a la cual recibió en 1953 el Premio Jalisco en Literatura. En 1955 fue galardonado con el Premio del Festival Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes. En 1963, año en que recibió el Premio Xavier Villaurrutia, salió a la luz pública otra de sus grandes obras, la novela La feria. En 1964 dirigió la colección El Unicornio, y se inició como profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México.

En 1969, recibió la Presea de Reconocimiento de parte del Grupo Cultural "José Clemente Orozco", de Ciudad Guzmán. En 1972 se publicó la edición de Bestiario, que completaba la serie iniciada en 1958, con Punta de plata. En 1977, fue acreedor del Premio Nacional de Periodismo de México en divulgación cultural, por su trabajo en Canal 13.En 1979 recibió el Premio Nacional en Lingüística y Literatura, en la Ciudad de México. Diez años más tarde, se hizo acreedor al Premio Jalisco en Letras (1989).En 1992 participó como comentarista de Televisa para los Juegos Olímpicos de Barcelona, ese mismo año, recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, que se concede al conjunto de una producción literaria, y se entrega en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En 1995, recibió el Premio Internacional Alfonso Reyes; y en 1998, el Premio Ramón López Velarde. En 1999, con motivo de su ochenta aniversario, el Ayuntamiento de Guadalajara, le entregó reconocimiento y lo nombró hijo preclaro y predilecto,

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CORRIDOHay en Zapotlán una plaza que le dicen de Ameca, quién sabe por qué. Una calle ancha y empedrada se da contra un testerazo, partiéndose en dos. Por allí desemboca el pueblo en sus campos de maíz. Así es la Plazuela de Ameca, con su esquina ochavada y sus casas de grandes portones. Y en ella se encontraron una tarde, hace mucho, dos rivales de ocasión. Pero hubo una muchacha de por medio. La Plazuela de Ameca es tránsito de carretas. Y las ruedas muelen la tierra de

los baches, hasta hacerla finita, finita. Un polvo de tepetate que arde en los ojos, cuando el viento sopla. Y allí había, hasta hace poco, un hidrante. Un caño de agua de dos pajas, con su llave de bronce y su pileta de piedra. La que primero llegó fue la muchacha con su cántaro rojo, por la ancha calle que se parte en dos. Los rivales caminaban frente a ella, por las calles de los lados, sin saber que se darían un tope en el testerazo. Ellos y la muchacha parecía que iban de acuerdo con el destino, cada uno por su calle. La muchacha iba por agua y abrió la llave. En ese momento los dos hombres quedaron al descubierto, sabiéndose interesados en

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durante una ceremonia protocolar efectuada en el Hospicio Cabañas en Guadalajara.Víctima de una hidrocefalia, que lo aquejó durante sus últimos 3 años, muere a los 83 años en su casa en Jalisco, dejando a su viuda, tres hijos y seis nietos.Fue muy aficionado al ajedrez. Esta afición lo llevó a invitar a Guadalajara al adolescente Bobby Fischer, entonces campeón de ajedrez de los Estados Unidos, y que posteriormente sería campeón mundial de ajedrez.Su cultura fue amplia. La obra de Arreola se inscribe en el llamado realismo mágico y se caracteriza por una inteligencia profunda y

lúdica. Juega con los conceptos, con las situaciones, utiliza símbolos, metamorfosea personajes, parodia. Se nota una clara influencia de Kafka. Ama los textos breves y significativos. Es clásico por su forma. En el universo de su obra se rompen las leyes lógicas y naturales hasta un extremo casi alucinatorio. En ello se nota, como en el caso de Borges, un escepticismo fundamental.

(Información tomada de Wikipedia)

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lo mismo. Allí se acabó la calle de cada quien, y ninguno quiso dar paso adelante. La mirada que se echaron fue poniéndose tirante, y ninguno bajaba la vista. -Oiga amigo, qué me mira. -La vista es muy natural. Tal parece que así se dijeron, sin hablar. La mirada lo estaba diciendo todo. Y ni un ai te va, ni ai te viene. En la plaza que los vecinos dejaron desierta como adrede, la cosa iba a comenzar. El chorro de agua, al mismo tiempo que el cántaro, los estaba llenando de ganas de pelear. Era lo único que estorbaba aquel silencio tan entero. La muchacha cerró la llave dándose cuenta cuando ya el agua se derramaba. Se echó el cántaro al hombro, casi corriendo con susto. Los que la quisieron estaban en el último suspenso, como los gallos todavía sin soltar, embebidos uno y otro en los puntos negros de sus ojos. Al subir la banqueta del otro lado, la muchacha dio un mal paso y el cántaro y el agua se hicieron trizas en el suelo. Ésa fue la merita señal. Uno con daga, pero así de grande, y otro con machete costeño. Y se dieron de cuchillazos, sacándose el golpe un poco con el sarape. De la muchacha no quedó más que la mancha de agua, y allí están los dos peleando por los destrozos del cántaro. Los dos eran buenos, y los dos se dieron en la madre. En aquella tarde que se iba y se detuvo. Los dos se quedaron allí bocarriba, quién degollado y quién con la cabeza partida. Como los gallos buenos, que nomás a uno le queda tantito resuello. Muchas gentes vinieron después, a la nochecita. Mujeres que se pusieron a rezar y hombres que dizque iban a dar parte. Uno de los muertos todavía alcanzó a decir algo: preguntó que si también al otro se lo había llevado la tiznada. Después se supo que hubo una muchacha de por medio. Y la del cántaro quebrado se quedó con la mala fama del pleito. Dicen que ni siquiera se casó. Aunque se hubiera ido hasta Jilotlán de los Dolores, allá habría

llegado con ella, a lo mejor antes que ella, su mal nombre de mancornadora.

CUENTO DE HORROR

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

CLÁUSULA III

Soy un Adán que sueña con el paraíso, pero siempre me despierto con las costillas intactas.

FELINOSSi no domesticamos a todos los felinos fue exclusivamente por razones de tamaño, utilidad y costo de mantenimiento. Nos hemos conformado con el gato, que come poco.

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Bronce en el museo Juan José Arreola, en Ciudad Guzmán, Jalisco.

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PARÁBOLA DEL TRUEQUEAl grito de «¡Cambio esposas viejas por nuevas!» el mercader recorrió las calles del pueblo arrastrando su convoy de pintados carromatos. Las transacciones fueron muy rápidas, a base de unos precios inexorablemente fijos. Los interesados recibieron pruebas de calidad y certificados de garantía, pero nadie pudo escoger. Las mujeres, según el comerciante, eran de veinticuatro quilates. Todas rubias y todas circasianas. Y más que rubias, doradas como candeleros. Al ver la adquisición de su vecino, los hombres corrían desaforados en pos del traficante. Muchos quedaron arruinados. Sólo un recién casado pudo hacer cambio a la par. Su esposa estaba flamante y no desmerecía ante ninguna de las extranjeras. Pero no era tan rubia como ellas. Yo me quedé temblando detrás de la ventana, al paso de un carro suntuoso. Recostada entre almohadones y cortinas, una mujer que parecía un leopardo me miró deslumbrante, como desde un bloque de topacio. Presa de aquel contagioso frenesí, estuve a punto de estrellarme contra los vidrios. Avergonzado, me aparté de la ventana y volví el rostro para mirar a Sofía.

Ella estaba tranquila, bordando sobre un nuevo mantel las iniciales de costumbre. Ajena al tumulto, ensartó la aguja con sus dedos seguros. Sólo yo que la conozco podía advertir su tenue, imperceptible palidez. Al final de la calle, el mercader lanzó por último la turbadora proclama: «¡Cambio esposas viejas por nuevas!». Pero yo me quedé con los pies clavados en el suelo, cerrando los oídos a la oportunidad definitiva. Afuera, el pueblo respiraba una atmósfera de escándalo. Sofía y yo cenamos sin decir una palabra, incapaces de cualquier comentario. -¿Por qué no me cambiaste por otra? -me dijo al fin, llevándose los platos.No pude contestarle, y los dos caímos más hondo en el vacío. Nos acostamos temprano, pero no podíamos dormir. Separados y silenciosos, esa noche hicimos un papel de convidados de piedra. Desde entonces vivimos en una pequeña isla desierta, rodeados por la felicidad tempestuosa. El pueblo parecía un gallinero infestado de pavos reales. Indolentes y voluptuosas, las mujeres pasaban todo el día echadas en la cama. Surgían al atardecer, resplandecientes a los rayos del sol, como sedosas banderas amarillas. Ni un momento se separaban de ellas los maridos complacientes y sumisos. Obstinados en la miel, descuidaban su trabajo sin pensar en el día de mañana. Yo pasé por tonto a los ojos del vecindario, y perdí los pocos amigos que tenía. Todos pensaron que quise darles una lección,

MUSEO JUAN JOSÉ ARREOLA, EN CIUDAD GUZMÁN, JALISCO.

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poniendo el ejemplo absurdo de la fidelidad. Me señalaban con el dedo, riéndose, lanzándome pullas desde sus opulentas trincheras. Me pusieron sobrenombres obscenos, y yo acabé por sentirme como una especie de eunuco en aquel edén placentero. Por su parte, Sofía se volvió cada vez más silenciosa y retraída. Se negaba a salir a la calle conmigo, para evitarme contrastes y comparaciones. Y lo que es peor, cumplía de mala gana con sus más estrictos deberes de casada. A decir verdad, los dos nos sentíamos apenados de unos amores tan modestamente conyugales. Su aire de culpabilidad era lo que más me ofendía. Se sintió responsable de que yo no tuviera una mujer como las de otros. Se puso a pensar desde el primer momento que su humilde semblante de todos los días era incapaz de apartar la imagen de la

tentación que yo llevaba en la cabeza. Ante la hermosura invasora, se batió en retirada hasta los últimos rincones del mudo resentimiento. Yo agoté en vano nuestras pequeñas economías, comprándole adornos, perfumes, alhajas y vestidos. -¡No me tengas lástima!Y volvía la espalda a todos los regalos. Si me esforzaba en mimarla, venía su respuesta entre lágrimas: -¡Nunca te perdonaré que no me hayas cambiado! Y me echaba la culpa de todo. Yo perdía la paciencia. Y recordando a la que parecía un leopardo, deseaba de todo corazón que volviera a pasar el mercader. Pero un día las rubias comenzaron a oxidarse. La pequeña isla en que vivíamos recobró su calidad de oasis, rodeada por el desierto. Un desierto hostil, lleno de salvajes alaridos de descontento. Deslumbrados a primera vista, los hombres no pusieron realmente atención en las mujeres. Ni les echaron una buena mirada, ni se les ocurrió ensayar su metal. Lejos de ser nuevas, eran de segunda, de tercera, de sabe Dios cuántas manos... El mercader les hizo sencillamente algunas reparaciones indispensables, y les dio un baño de oro tan bajo y tan delgado, que no resistió la prueba de las primeras lluvias. El primer hombre que notó algo extraño se hizo el desentendido, y el segundo también. Pero el tercero, que era farmacéutico, advirtió un día entre el aroma de su mujer, la característica emanación del sulfato de cobre. Procediendo con alarma a un examen minucioso, halló manchas oscuras en la superficie de la señora y puso el grito en el cielo. Muy pronto aquellos lunares salieron a la cara de todas, como si entre las mujeres brotara una epidemia de herrumbre. Los maridos se ocultaron unos a otros las fallas de sus esposas, atormentándose en secreto con terribles sospechas acerca de su procedencia. Poco a poco salió a relucir la verdad, y cada quien supo que había recibido una mujer falsificada.

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EL RINOCERONTE. CUENTO DE JUAN JOSÉ ARREOLA ILUSTRADO POR FRANK ARBELO

(ESPAÑA, 2008)

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El recién casado que se dejó llevar por la corriente del entusiasmo que despertaron los cambios, cayó en un profundo abatimiento. Obsesionado por el recuerdo de un cuerpo de blancura inequívoca, pronto dio muestras de extravío. Un día se puso a remover con ácidos corrosivos los restos de oro que había en el cuerpo de su esposa, y la dejó hecha una lástima, una verdadera momia. Sofía y yo nos encontramos a merced de la envidia y del odio. Ante esa actitud general, creí conveniente tomar algunas precauciones. Pero a Sofía le costaba trabajo disimular su júbilo, y dio en salir a la calle con sus mejores atavíos, haciendo gala entre tanta desolación. Lejos de atribuir algún mérito a mi conducta, Sofía pensaba naturalmente que yo me había quedado con ella por cobarde, pero que no me faltaron las ganas de cambiarla. Hoy salió del pueblo la expedición de los maridos engañados, que van en busca del mercader. Ha sido verdaderamente un triste espectáculo. Los hombres levantaban al cielo los puños, jurando venganza. Las mujeres iban de luto, lacias y desgreñadas, como plañideras leprosas. El único que se quedó es el famoso recién casado, por cuya razón se teme. Dando pruebas de un apego maniático, dice que ahora será fiel hasta que la muerte lo separe de la mujer ennegrecida, ésa que él mismo acabó de estropear a base de ácido sulfúrico. Yo no sé la vida que me aguarda al lado de una Sofía quién sabe si necia o si prudente. Por lo pronto, le van a faltar admiradores. Ahora estamos en una isla verdadera, rodeada de soledad por todas partes. Antes de irse, los maridos declararon que buscarán hasta el infierno los rastros del estafador. Y realmente, todos ponían al decirlo una cara de condenados. Sofía no es tan morena como parece. A la luz de la lámpara, su rostro dormido se va llenando de reflejos. Como si del sueño le salieran leves, dorados pensamientos de orgullo.

PUEBLERINA Al volver la cabeza sobre el lado derecho para dormir el último, breve y delgado sueño de la mañana, don Fulgencio tuvo que hacer un gran esfuerzo y empitonó la almohada. Abrió los ojos. Lo que hasta entonces fue una blanda sospecha, se volvió certeza puntiaguda. Con un poderoso movimiento del cuello don Fulgencio levantó la cabeza, y la almohada voló por los aires. Frente al espejo, no pudo ocultarse su admiración, convertido en un soberbio ejemplar de rizado testuz y espléndidas agujas. Profundamente

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EL RINOCERONTE -PARTE 3-. CUENTO DE JUAN JOSÉ ARREOLA ILUSTRADO POR FRANK

ARBELO (ESPAÑA, 2008)

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insertados en la frente, los cuernos eran blanquecinos en su base, jaspeados a la mitad, y de un negro aguzado en los extremos. Lo primero que se le ocurrió a don Fulgencio fue ensayarse el sombrero. Contrariado, tuvo que echarlo hacia atrás: eso le daba un aire de cierta fanfarronería. Como tener cuernos no es una razón suficiente para que un hombre metódico interrumpa el curso de sus acciones, don Fulgencio emprendió la tarea de su ornato personal, con minucioso esmero, de pies a cabeza. Después de lustrarse los zapatos, don Fulgencio cepilló ligeramente sus cuernos, ya de por sí resplandecientes. Su mujer le sirvió el desayuno con tacto exquisito. Ni un solo gesto de sorpresa, ni la más mínima alusión que pudiera herir al marido noble y pastueño. Apenas si una

suave y temerosa mirada revoloteó un instante, como sin atreverse a posar en las afiladas puntas. El beso en la puerta fue como el dardo de la divisa. Y don Fulgencio salió a la calle respingando, dispuesto a arremeter contra su nueva vida. Las gentes lo saludaban como de costumbre, pero al cederle la acera un jovenzuelo, don Fulgencio adivinó un esguince lleno de torería. Y una vieja que volvía de misa le echó una de esas miradas estupendas, insidiosa y desplegada como una larga serpentina. Cuando quiso ir contra ella el ofendido, la lechuza entró en su casa como el diestro detrás de un burladero. Don Fulgencio se dio un golpe contra la puerta, cerrada inmediatamente, que le hizo ver estrellas. Lejos de ser una apariencia, los cuernos tenían que ver con la última derivación de su esqueleto. Sintió el choque y la humillación hasta la punta de los pies. Afortunadamente, la profesión de don Fulgencio no sufrió ningún desdoro ni decadencia. Los clientes acudían a él entusiasmados, porque su agresividad se hacía cada vez más patente en el ataque y la defensa. De lejanas tierras venían los litigantes a buscar el patrocinio de un abogado con cuernos. Pero la vida tranquila del pueblo tomó a su alrededor un ritmo agobiante de fiesta brava, llena de broncas y herraderos. Y don Fulgencio embestía a diestro y siniestro, contra todos, por quítame allá esas pajas. A decir verdad, nadie le echaba sus cuernos en cara, nadie se los veía siquiera. Pero todos aprovechaban la menor distracción para ponerle un buen par de banderillas; cuando menos, los más tímidos se conformaban con hacerle unos burlescos y floridos galleos. Algunos caballeros de estirpe medieval no desdeñaban la ocasión de colocar a don Fulgencio un buen puyazo, desde sus engreídas y honorables alturas. Las serenatas del domingo y las fiestas nacionales daban motivo para improvisar ruidosas capeas populares a base de don Fulgencio, que achuchaba, ciego de ira, a los más atrevidos lidiadores. Mareado de verónicas, faroles y revoleras, abrumado con desplantes, muletazos y

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EL RINOCERONTE -PARTE 7-. CUENTO DE JUAN JOSÉ ARREOLA ILUSTRADO POR FRANK

ARBELO (ESPAÑA, 2008)

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pases de castigo, don Fulgencio llegó a la hora de la verdad lleno de resabios y peligrosos derrotes, convertido en una bestia feroz. Ya no lo invitaban a ninguna fiesta ni ceremonia pública, y su mujer se quejaba amargamente del aislamiento en que la hacía vivir el mal carácter de su marido. A fuerza de pinchazos, varas y garapullos, don Fulgencio disfrutaba sangrías cotidianas y pomposas hemorragias dominicales. Pero todos los derrames se le iban hacia dentro, hasta el corazón hinchado de rencor. Su grueso cuello de Miura hacía presentir el instantáneo fin de los pletóricos. Rechoncho y sanguíneo, seguía embistiendo en todas direcciones, incapaz de reposo y de dieta. Y un día que cruzaba la plaza de armas, trotando a la querencia, don Fulgencio se detuvo y levantó la cabeza azorado, al toque de un lejano clarín. El sonido se acercaba, entrando en sus orejas como una tromba ensordecedora. Con los ojos nublados, vio abrirse a su alrededor un coso gigantesco; algo así como un Valle de Josafat lleno de prójimos con trajes de luces. La congestión se hundió luego en su espina dorsal, como una estocada hasta la cruz. Y don Fulgencio rodó patas arriba sin puntilla. A pesar de su profesión, el notorio abogado dejó su testamento en borrador. Allí expresaba, en un sorprendente tono de súplica, la voluntad postrera de que al morir le quitaran los cuernos, ya fuera a serrucho, ya a cincel y martillo. Pero su conmovedora petición se vio traicionada por la diligencia de un carpintero oficioso, que le hizo el regalo de un ataúd especial, provisto de dos vistosos añadidos laterales.

Todo el pueblo acompañó a don Fulgencio en el arrastre, conmovido por el recuerdo de su bravura. Y a pesar del apogeo luctuoso de las ofrendas, las exequias y las tocas de la viuda, el entierro tuvo un no sé qué de jocunda y risueña mascarada.

TEORÍA DE DULCINEA

En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos. En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.

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MAGRITTEPaloma Díaz - Mas

Aquella gota de agua se había pasado toda la tarde viendo una exposición de Magritte. Cuando salió a la calle, seguía lloviendo: miles de señores con paraguas caían incesantemente del cielo.

ÁNGEL DE LUZAgustín Monsreal

“Mamá está en mi cuarto”, le dije a mi hermana. “Dice que quiere hablar contigo, que vayas.”Mi hermana me miró con lástima, aunque también con reproche. “No puede ser”, me contestó. “Mamá está muerta”. “Ya lo sé, pero ahí está. Ven a ver”. “Bueno, está bien. Vamos”. Y atravesamos la pared cogidos de la mano.

EL GRAFÓGRAFOSalvador Elizondo

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

RATONESAlfonso Reyes

Tenía unas bodegas llenas de ratones. Se hizo traer una gata, que extinguió la plaga. Un día la gata se comió un merengue, y se

desencantó y volvió a ser princesa. La princesa era muy agradable. Pero la casa se llenó de ratones.

LA PUNTA DE LA MADEJAGustavo Masso

Cuando ella descubrió su primera cana quiso arrancarla de un tirón, pero como el odioso pelo blanco se prolongaba, jaló y jaló, mientras su cuerpo se destejía, hasta que sólo quedó una niña llorando asustada.

VISORCarlos Alberto Castrillón

Aturdido por la feroz matanza, se llevó las manos a la cabeza y no tenía cabeza.

COMUNICACIÓNPablo Urbanyi

El y ella. Los encontramos sentados en los dos extremos de un sofá de tres plazas. Él la observa con un poco de temor. Por fin se anima a hablar: Él: Parece que estás de mal humor, ¿qué te pasa? Ella: No me pasa nada. Y te ruego que no hagas suposiciones sobre mí. Breve pausa: Él: ¿Es por algo que dije? Ella: No.Él: ¿Es por algo que no dije? Ella: No. Él: ¿Es por algo que hice? Ella: No. Él: ¿Es por algo que no hice? Ella: No. Una pausa más larga. Toma aire y remarcando con claridad las palabras: Él: ¿Es por algo que yo dije casualmente con relación a algo que hice y que no debí haber hecho ni dicho, o, por lo menos debería haberlo hecho y dicho de otra manera y tomando en cuenta tus sentimientos? Ella: Algo así. Pero basta, no insistas.

TEXTOS TOMADOS DE AQUÍ Y ALLÁ.

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ENCUENTRO CON EL DIABLOCuento Sufí

Cierto hombre devoto, convencido de que era un sincero buscador de la Verdad, se sometió a un largo curso de disciplina y estudio.Tuvo muchas experiencias con varios maestros, tanto en su vida interna como externa, por un periodo considerable de tiempo.Un día meditando, vio de pronto al diablo sentado a su lado.Aléjate, demonio - gritó -, tú no tienes ningún poder para dañarme, pues yo estoy siguiendo el Camino de los Elegidos.La aparición se esfumó.Un verdadero sabio que pasaba por allí, le dijo con tristeza: ¡Ay, amigo! Has puesto tus esfuerzos sobre bases tan inseguras como tu miedo inalterado, tu avaricia y tu autoestima, y has llegado a tu última experiencia posible.¿Y por qué? - preguntó el buscador.Ese diablo es en realidad un ángel. Diablo es como tú lo has visto.

TABÚEnrique Ánderson Imbert

El ángel de la guarda le susurró a Fabián, por detrás del hombro. ¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino. ¿Zangolotino? - pregunta Fabián azorado. Y muere

SER O NO SERCuento sufí.

Nasrudín va por el camino con su carretilla y dos mulas. Fatigado por el viaje se detiene y se pone a dormir. Cuando despierta descubre que le faltan las mulas. Entonces reflexiona: “Si yo soy Nasrudín me han robado dos mulas. Pero si no soy Nasrudín, encontré una carretilla”.

Y TÚ QUE DICES DE TI MISMOCUENTO JASÍDICO.

El día en el que el Rabino Menájem Méndel de Vitebsk fuera designado rabino de los jasidim de Minsk, se ubicó en el podio y leyó ante la congregación la carta de nombramiento, plena de elogios y alabanzas, que le habían enviado los dirigentes de la comunidad.

El sabio dijo: "¡Feliz de mí! Dentro de ciento veinte años, cuando llegue el momento de abandonar este mundo, me presentaré ante el tribunal celestial con esta carta de nombramiento y demostraré que soy estudioso y justo, modesto y piadoso. Si hicieren falta testigos, podré mencionar a los dirigentes de la comunidad que firman esta carta.

Pero qué habré de hacer si me preguntaren: ¿Y tú, Méndel? ¿Qué dices tú de ti mismo? Allí se me acabarán todos los argumentos".

UNA PEQUEÑA FÁBULAFranz Kafka

− “Ay”, dijo el ratón, “el mundo se está haciendo más chiquito cada día. Al principio era tan grande que yo tenía miedo, corría y corría, y me alegraba cuando al fin veía paredes a lo lejos a diestra y siniestra, pero estas largas paredes se han achicado tanto que ya estoy en la última cámara, y ahí en la esquina está la trampa a la cual yo debo caer”.−"Solamente tienes que cambiar tu dirección”, dijo el gato, y se lo comió.

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De salida:Nuevamente las complicaciones ajenas nos forzaron a retrasar la salida de Letras Volantes, pero estamos trabajando para corregir esta situación.Agradecemos la correspondencia de nuestros amigos en Torreón y Saltillo, Coahuila, Hermosillo, Sonora, Mérida, Yucatán; De nuestra amiga Ivonne Fernández, quien nos escribe desde algún rincón de Chile.Como ustedes saben, esta es una publicación sin afán de lucro. Invitamos a los posibles lectores a compartir sus textos, opiniones y comentarios.Feliz inicio de año.Letras Volantes.

A LOS POSIBLES LECTORES:

Letras volantes es una publicación no lucrativa, cuya finalidad es compartir el cada vez más limitado placer de la lectura.Nuestro objetivo es elaborar una publicación participativa, lúdica, variada.Letras volantes no tiene costo, se edita con la ayuda voluntaria de quienes deseen integrarse a este esfuerzo.Invitamos a todos cuantos se interesen a que envíen sus opiniones, sugerencias o colaboraciones a la siguiente dirección electrónica:

[email protected]¡Hasta la próxima!

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Títeres en los PalomaresMural de Daniel Manrique.

Tepito Arte Acá.