Letras Volantes Diciembre 2010

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Narrativa breve.

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A Roberto Espinosa Galicia

¿Qué es un cuento, cuáles son sus características estructurales y cómo se diferencia de un relato? Estas son sólo algunas de las muchas preguntas que se han formulado en diversos espacios académicos a lo largo del siglo XX, sin llegar a una teorización homogénea, ya que la tradición cuentística se resiste la mayoría de las veces a una definición fija. Con frecuencia se tiende a utilizar los términos relato y cuento como sinónimos.

El relato es una narración generalmente breve y con un tiempo cronológico que cuenta una sola historia convencional, no tiene un final enigmático o ambiguo; su lectura no requiere necesariamente de un ejercicio crítico o una relectura para su interpretación.

Dice el escritor y crítico argentino Ricardo Piglia que una de las características del cuento es que "cuenta dos historias en una

sola". Esta tesis sugiere al lector una resemantización de la diégesis que permite interpretar/conectar las dos historias paralelas: la evidente y la oculta, de tal manera que un cuento encierra en su estructura y en el nivel del significado un enigma. El mismo Piglia afirma que: "la historia secreta se construye con lo no dicho [al interior de la historia], con el sobreentendido y la alusión [de lo que en realidad permanece oculto]".

El cuento, a diferencia del relato, tiene una estructura narrativa más compleja; todos los componentes de la diégesis: personajes, tiempo, espacio y narrador, participan de la historia oculta que produce al final de la historia una inversion de lo pensado hasta entonces por el lector o un cúmulo de dudas o ambigüedades alrededor del texto leído. Dice Lauro Zavala que el cuento "admite muchas posibles interpretaciones". Las preguntas que al final de la lectura surgen en el lector, así como la interpretación final que éste haga de la

una maestra del cuentoonstantemente escuchamos que la realidad suele

sobrepasar a la ficción. Algunas veces el azar, las coincidencias, dejan en el ánimo un cierto sobresalto, como si la mano de un fantasma, un duende, participara súbitamente en nuestras vidas. Este sobresalto es más intenso al considerar la atmósfera que nuestra escritora reseñada creaba con sus cuentos: un ambiente inquietante, propicio para las pesadillas, no en balde Julio Cortázar consideraba a Amparo Dávila una cuentista madura desde su primer libro. Al preparar esta ediciòn dedicada a la escritora zacatecana encontramos un texto publicado en el diario capitalino La Jornada. El texto no tiene firma y no se sabe cómo llegó a la redacción del diario. Debido a la vasta extensión del texto mencionado decidimos transcribir solamente algunos párrafos para nuestros posibles lectores y los invitamos a leer el artículo completo en la página electrónica de La Jornada.

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historia, son quizás una de las características más frecuentes de lo que denominamos cuento.

El nombre de Amparo Dávila (Pinos, Zacatecas, 1928), así como su obra poética y cuentística han merecido muy pocas reediciones y estudios especializados hasta la fecha. Dávila es una escritora poco conocida, a pesar de ser una maestra del cuento. Al igual que Josefina Vicens, su obra es escasa, pero denota una calidad literaria muy importante para las letras mexicanas. En 1950 publicó su primer libro de poemas titulado Salmos bajo la luna, y en 1954 Meditación a la orilla del sueño y Perfil de soledades. Su obra narrativa incluye Tiempo destrozado de 1959, Música concreta de 1964, y Árboles petrificados de 1977, obra con la que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia ese mismo año. De 1966 a 1967 fue becaria del Centro

Mexicano de Escritores. Dávila no pertenece a ninguna generación literaria, sus apariciones en espacios intelectuales y académicos han sido relativamente escasas, y la crítica literaria con frecuencia la ha olvidado.

La opinión que Dávila tiene sobre el proceso creativo y la relación con el autor la encontramos en Los narradores ante el público: No creo en la literatura hecha a base de inteligencia pura o la sola imaginación, yo creo en la literatura vivencial, ya que esto, la vivencia, es lo que comunica a la obra la clara sensación de lo conocido, de lo ya vivido, lo que hace que la obra perdure en la memoria y en el sentimiento.

En Pinos, frío poblado minero de Zacatecas, Amparo experimentó el miedo durante la infancia (tema constante en su narrativa): Una mujer vestida de blanco, con una vela encendida, muy pálida y sin ojos, buscaba algo a través de la larga noche, crujían las puertas y los muebles, pasaban sombras, bultos, se oían voces, suspiros, quejidos, y un hombre con una pierna de palo golpeaba sordamente al caminar, entre los aullidos del viento, la música de los fonógrafos y las carcajadas de las prostitutas en el callejón.

Las descripciones que hace la autora sobre el escenario

donde le tocó vivir su infancia, se reproducen en varios de sus cuentos, mezclándose de esta manera acontecimientos vividos y creación literaria.

En términos generales, los temas que aparecen en la narrativa de Amparo Dávila son la enajenación mental, el peligro, la muerte, el miedo a los animales o seres animalizados, y lo siniestro; la mayoría de estos temas giran en torno a personajes femeninos. Son varios los cuentos magistrales de la autora zacatecana donde utiliza la ambigüedad, las dos historias paralelas la evidente y la oculta, las múltiples interpretaciones e incluso el final abierto o inesperado. Del libro Tiempo destrozado, compuesto por doce cuentos, destacan: "El huésped", "La celda", "La señorita Julia", "El espejo" y "Moisés y Gaspar".

Del libro de cuentos Música concreta destacan "Detrás de la reja", "El desayuno", "Tina Reyes" y el que da título al libro. Estos cuentos tiene como unidad temática la locura, particularmente en personajes femeninos. La vida monótona, ya sea laboral o doméstica, lleva a los personajes de Amparo Dávila a fabular historias tormentosas, trágicas, que viven como reales. Los temas de la locura, la paranoia y el miedo en el que viven sus personajes, los llevan a participar en

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actos siniestros, ya sea como ejecutantes o como seres que padecen y aceptan lo ominoso como una forma de vida o un destino. Los personajes de Dávila que padecen un desequilibrio mental, con frecuencia interiorizan una fijación por el peligro, se sienten atacados por los demás, son seres que terminan asilados en espacios fríos y que se desvanecen frente al horror de sus actos, a su memoria tormentosa, a la soledad y a lo siniestros como condición humana ineludible.

*Este texto llegó a nuestra redacción sin firma. Rogamos al autor que se comunique con nosotros.

Alta CocinaCuando oigo la lluvia en las ventanas vuelvo a escuchar sus gritos. Aquellos gritos que se me pagaban a la piel como si fueran ventosas. Subían de tono a medida que la olla se calentaba y el agua empezaba a hervir. También veo sus ojos, unas pequeñas cuentas negras que se les salían de las órbitas cuando se estaban cociendo. Nacían en tiempo de lluvia, en las huertas. Escondidos entre las hojas, adheridos a los tallos, o entre la hierba húmeda. De allí los arrancaban para venderlos, y los vendían bien caros. A tres por cinco centavos regularmente y, cuando había muchos, a quince centavos la docena. En mi casa se compraban dos pesos cada semana, por ser el platillo obligado de los domingos y, con más frecuencia, si había invitados a comer. Con este guiso mi familia agasajaba a las visitas distinguidas o a las muy apreciadas. “No se pueden comer mejor preparados en ningún otro sitio”, solía decir mi madre, llena de orgullo, cuando elogiaban el platillo. Recuerdo la sombría cocina y la olla donde los cocinaban, preparada y curtida por un viejo cocinero francés; la cuchara de madera muy oscurecida por el uso y a la cocinera, gorda, despiadada, implacable ante el dolor. Aquellos gritos desgarradores no la conmovían, seguía utilizando el fogón, soplando las brasas como si nada pasara. Desde mi cuarto del desván los oía chillar. Siempre llovía. Sus gritos llegaban mezclados con el ruidos de la lluvia. No morían pronto. Su agonía se prolongaba interminablemente. Yo pasaba todo ese tiempo encerrado en mi cuarto con la almohada sobre la cabeza, pero aun así los oía. Cuando despertaba, a medianoche, volvía a escucharlos. Nunca supe si aún estaban vivos, o si sus gritos se habían quedado dentro de mí, en mi cabeza, en mis oídos, fuera y dentro, martillando, desgarrando todo mi ser. A veces veía cientos de pequeños ojos pegados al cristal goteante de las ventanas. Cientos de ojos redondos y negros. Ojos brillantes, húmedos de llanto, que imploraban

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misericordia. Pero no había misericordia en aquella casa. Nadie se conmovía ante aquella crueldad. Sus ojos y sus gritos me seguían y, me siguen aún, a todas partes. Algunas veces me mandaron a comprarlos; yo siempre regresaba sin ellos asegurando que no había encontrado nada. Un día sospecharon de mí y nunca más fui enviado. Iba entonces la cocinera. Ella volvía con la cubeta llena, yo la miraba con el desprecio con que se puede mirar al más cruel verdugo, ella fruncía la chata nariz y soplaba desdeñosa. Su preparación resultaba ser una cosa muy complicada y tomaba tiempo. Primero los colocaban en un cajón con pasto y les

daban una hierba rara que ellos comían, al parecer con mucho agrado, y que les servía de purgante. Allí pasaban un día. Al siguiente los bañaban cuidadosamente para no lastimarlos, los secaban y los metían en la olla llena de agua fría, hierbas de olor y especias, vinagre y sal. Cuando el agua se iba calentando empezaban a chillar, a chillar, a chillar… Chillaban a veces como niños recién nacidos, como ratones aplastados, como murciélagos, como gatos estrangulados, como mujeres histéricas… Aquella vez, la última que estuve en mi casa, el banquete fue largo y paladeado.

Nunca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso de un viaje.Llevábamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz. Representaba para mi marido algo así como un mueble, que se acostumbra uno a ver en determinado sitio, pero que no causa la menor impresión. Vivíamos en un pueblo pequeño, incomunicado y distante de la ciudad. Un pueblo casi muerto o a punto de desaparecer.No pude reprimir un grito de horror, cuando lo vi por primera vez. Era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin parpadeo, que parecían penetrar a través de las cosas y de las personas.Mi vida desdichada se convirtió en un infierno. La misma noche de su llegada supliqué a mi marido que no me condenara a la tortura de su compañía. No podía resistirlo; me inspiraba desconfianza y horror. “Es completamente inofensivo” —dijo mi marido

mirándome con marcada indiferencia. “Te acostumbrarás a su compañía y, si no lo consigues…“ No hubo manera de convencerlo de que se lo llevara. Se quedó en nuestra casa.No fui la única en sufrir con su presencia. Todos los de la casa —mis niños, la mujer que me ayudaba en los quehaceres, su hijito— sentíamos pavor de él. Sólo mi marido gozaba teniéndolo allí.Desde el primer día mi marido le asignó el cuarto de la esquina. Era ésta una pieza grande, pero húmeda y oscura. Por esos inconvenientes yo nunca la ocupaba. Sin embargo él pareció sentirse contento con la habitación. Como era bastante oscura, se acomodaba a sus necesidades. Dormía hasta el oscurecer y nunca supe a qué hora se acostaba.Perdí la poca paz de que gozaba en la casona. Durante el día, todo marchaba con aparente normalidad. Yo me levantaba siempre muy temprano, vestía a los niños que ya estaban despiertos, les daba el desayuno y los entretenía mientras Guadalupe arreglaba

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la casa y salía a comprar el mandado.La casa era muy grande, con un jardín en el centro y los cuartos distribuidos a su alrededor. Entre las piezas y el jardín había corredores que protegían las habitaciones del rigor de las lluvias y del viento que eran frecuentes. Tener arreglada una casa tan grande y cuidado el jardín, mi diaria ocupación de la mañana, era tarea dura. Pero yo amaba mi jardín. Los corredores estaban cubiertos por enredaderas que floreaban casi todo el año. Recuerdo cuánto me gustaba, por las tardes, sentarme en uno de aquellos corredores a coser la ropa de los niños, entre el perfume de las madreselvas y de las bugambilias. En el jardín cultivaba crisantemos, pensamientos, violetas de los Alpes, begonias y heliotropos. Mientras yo regaba las plantas, los niños se entretenían buscando gusanos entre las hojas. A veces pasaban horas, callados y muy atentos, tratando de coger las gotas de agua que se escapaban de la vieja manguera. Yo no podía dejar de mirar, de vez en cuando, hacia el cuarto de la esquina. Aunque pasaba todo el día durmiendo no podía confiarme. Hubo muchas veces que cuando estaba preparando la comida veía de pronto su sombra proyectándose sobre la estufa de leña. Lo sentía detrás de mí… yo arrojaba al suelo tenía en las manos y salía de la cocina corriendo y gritando como una loca. Él volvía nuevamente a su cuarto, como si nada hubiera pasado Creo que ignoraba por completo a Guadalupe, nunca se acercaba a ella ni la perseguía. No así a los niños y a mí. A ellos los odiaba y a mí me acechaba siempre. Cuando salía de su cuarto comenzaba la más terrible pesadilla que alguien pueda vivir. Se situaba siempre en un pequeño cenador, enfrente de la puerta de mi cuarto. Yo no salía más. Algunas veces, pensando que aún dormía, yo iba hacia la cocina por la merienda de los niños, de pronto lo descubría en algún oscuro rincón del corredor, bajo las enredaderas. “¡Allí está ya, Guadalupe!”; gritaba desesperada. Guadalupe y yo nunca lo nombrábamos, nos parecía que al hacerlo cobraba realidad aquel ser tenebroso. Siempre decíamos: —Allí está, ya salió, está durmiendo, él, él, él..

Solamente hacía dos comidas, una cuando se levantaba al anochecer y otra, tal vez, en la madrugada antes de acostarse. Guadalupe era la encargada de llevarle la bandeja, puedo asegurar que la arrojaba dentro del cuarto pues la pobre mujer sufría el mismo terror que yo. Toda su alimentación se reducía a carne, no probaba nada más. Cuando los niños se dormían, Guadalupe me llevaba la cena al cuarto. Yo no podía dejarlos solos, sabiendo que se había levantado o estaba por hacerlo. Una vez terminadas sus tareas, Guadalupe se iba con su pequeño a dormir y yo me quedaba sola, contemplando el sueño de mis hijos. Como la puerta de mi cuarto quedaba siempre abierta, no me atrevía a acostarme, temiendo que en cualquier momento pudiera entrar y atacarnos. Y no era posible cerrarla; mi marido llegaba siempre tarde y al no encontrarla abierta habría pensado… Y llegaba bien tarde. Que tenía mucho trabajo, dijo alguna vez. Pienso que otras cosas también lo entretenían… Una noche estuve despierta hasta cerca de las dos de la mañana, oyéndolo afuera… Cuando desperté, lo vi junto a mi cama, mirándome con su mirada fija, penetrante… Salté dé la cama y le arrojé la lámpara de gasolina que dejaba encendida toda la noche. No había luz eléctrica en aquel pueblo y no hubiera soportado quedarme a oscuras, sabiendo que en cualquier momento… Él se libró del golpe y salió de la pieza. La lámpara se estrelló en el piso de ladrillo y la gasolina se inflamó rápidamente. De no haber sido por Guadalupe que acudió a mis gritos, habría ardido toda la casa. Mi marido no tenía tiempo para escucharme ni le importaba lo que sucediera en la casa. Sólo hablábamos lo indispensable. Entre nosotros, desde hacía tiempo el afecto y las palabras se habían agotado. Vuelvo a sentirme enferma cuando recuerdo… Guadalupe había salido a la compra y dejó al pequeño Martín dormido en un cajón donde lo acostaba durante el día. Fui a verlo varias veces, dormía tranquilo. Era cerca del mediodía. Estaba peinando a mis niños cuando oí el llanto del pequeño mezclado con extraños gritos. Cuando llegué al cuarto lo encontré golpeando cruelmente

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al niño. Aún no sabría explicar cómo le quité al pequeño y cómo me lancé contra él con una tranca que encontré a la mano, y lo ataqué con toda la furia contenida por tanto tiempo. No sé si llegué a causarle mucho daño, pues caí sin sentido. Cuando Guadalupe volvió del mandado, me encontró desmayada y a su pequeño lleno de golpes y de araños que sangraban. El dolor y el coraje que sintió fueron terribles. Afortunadamente el niño no murió y se recuperó pronto. Temí que Guadalupe se fuera y me dejara sola. Si no lo hizo, fue porque era una mujer noble y valiente que sentía gran afecto por los niños y por mí. Pero ese día nació en ella un odio que clamaba venganza. Cuando conté lo que había pasado a mi marido, le exigí que se lo llevara, alegando que podía matar a nuestros niños como trató de hacerlo con el pequeño Martín. “Cada día estás más histérica, es realmente doloroso y deprimente contemplarte así… te he explicado mil veces que es un ser inofensivo.” Pensé entonces en huir de aquella casa, de mi marido, de él… Pero no tenía dinero y los medios de comunicación eran difíciles. Sin amigos ni parientes a quienes recurrir, me sentía tan sola como un huérfano. Mis niños estaban atemorizados, ya no querían jugar en el jardín y no se separaban de mi lado. Cuándo Guadalupe salía al mercado, me encerraba con ellos en mi cuarto. — Esta situación no puede continuar —le dije un día a Guadalupe. — Tendremos que hacer algo y pronto – me contestó. — ¿Pero qué podemos hacer las dos solas? —Solas, es verdad, pero con un odio… Sus ojos tenían un brillo extraño. Sentí miedo y alegría. La oportunidad llegó cuando menos la esperábamos. Mi marido partió para la ciudad a arreglar unos negocios. Tardaría en regresar, según me dijo, unos veinte días. No sé si él se enteró de que mi marido se había marchado, pero ese día despertó antes de lo acostumbrado y se situó frente a mi cuarto. Guadalupe y su niño durmieron en mi cuarto y por primera vez pude cerrar la puerta. Guadalupe y yo pasamos casi toda la noche haciendo planes. Los niños dormían

tranquilamente. De cuando en cuando oíamos que llegaba hasta la puerta del cuarto y la golpeaba con furia… Al día siguiente dimos de desayunar a los tres niños y, para estar tranquilas y que no nos estorbaran en nuestros planes, los encerramos en mi cuarto. Guadalupe y yo teníamos muchas cosas por hacer y tanta prisa en realizarlas que no podíamos perder tiempo ni en comer. Guadalupe cortó varias tablas, grandes y resistentes, mientras yo buscaba martillo y clavos. Cuando todo estuvo listo, llegamos sin hacer ruido hasta el cuarto de la esquina. Las hojas de la puerta estaban entornadas. Conteniendo la respiración, bajamos los pasadores, después cerramos la puerta con llave y comenzamos a clavar las tablas hasta clausurarla totalmente. Mientras trabajábamos, gruesas gotas de sudor nos corrían por la frente. No hizo entonces ruido, parecía que estaba durmiendo profundamente. Cuando todo estuvo terminado, Guadalupe y yo nos abrazamos llorando. Los días que siguieron fueron espantosos. Vivió muchos días sin aire, sin luz, sin alimento… Al principio golpeaba la puerta, tirándose contra ella, gritaba desesperado, arañaba… Ni Guadalupe ni yo podíamos comer ni dormir, ¡eran terribles los gritos…! A veces pensábamos que mi marido regresaría antes de que hubiera muerto. ¡Si lo encontrara así…! Su resistencia fue mucha, creo que vivió cerca de dos semanas… Un día ya no se oyó ningún ruido. Ni un lamento… Sin embargo, esperamos dos días más, antes de abrir el cuarto. Cuando mi marido regresó, lo recibimos con la noticia de su muerte repentina y desconcertante.

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olor a muertoCaritina rompió en llanto cuando

entró a la cocina y sintió que el mundo otra vez estaba por oler a muerto. Calentó tres cucharadas de agua acanelada y se las untó en los ojos antes de que todo volviera a caer en el mismo espiral decadente en el que tenía décadas reincidiendo hasta el cansancio. Pateó como pudo los trozos de manzana ya café para poder encontrar el cedazo mugriento y secarse los ojos. –Esta pinche agua tenía otra cosa.- dijo tallándose los ojos con los nudillos de los índices. Abrió las puertas de la alacena para buscar alguna servilleta limpia, pero el taladrante rechinido de las bisagras le perforó la poca paciencia que le quedaba y la hizo dar un manotazo ciego sobre la madera hinchada, justo ahí donde cincuenta años atrás hubiera estado desmenuzando pollo o despellejando tomates cocidos junto al molcajete de piedra de su madre. La mano aplastó algo que crujió como cucaracha pero olió como ciruela podrida. Caritina busco de nuevo a tientas el cedazo y se lo pasó por los dedos sin lograr limpiarlos en absoluto. -¿Dónde chingados están las servilletas?- le gritó sin esperanza al remiendo de soledad añeja que le quedaba, al tiempo que las rodillas le temblaban y sus piernas cedían como dos cañas secas que la dejaban caer de sentón en el suelo grasiento. El llanto vino más fuerte y ella se lavó las palmas a medias. Extendió su brazo izquierdo sobre el suelo y comenzó a masticar el primer trozo de fruta que pudieron tocar sus dedos. Pasaron tres horas y vino el silencio. A Caritina jamás le había fallado un solo presentimiento: el mundo otra vez estaba por oler a muerto.

Jacobo Tafoya

Termina 2010 y desde esta décima edición de Letras Volantes enviamos nuestros parabienes a los posibles lectores por el año que inicia.En esta oportunidad ofrecemos a ustedes un cuento del escritor lagunero Jacobo Tafoya, a quien agradecemos que haya accedido a compartir con nosotros su trabajo. Mijail Málishev es un académico de la Universidad Autónoma del Estado de México. Deseamos mostrar a ustedes un puñado de aforismos publicados recientemente, con la certeza de que serán de su gusto.La editorial Páginas de espuma reunió cuatro títulos de minificciones de la argentina Ana María Shua bajo el título Cazadores de letras. Sea esta selección de trabajos nuestra particular manera de brindar con ustedes por un 2011 productivo, satisfactorio y justo.

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Mijail Malishev es catedrático de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México.Los siguientes aforismos fueron tomados de la revista Ciencia ergo sum, correspondiente a marzo-junio del 2010, publicada por la UAEM.

La tentación de ser perfecto engendra la Escila de la oscuridad, y de la exigencia de ser claro nace la Caribdis de la trivialidad: dos monstruos que acompañan el pensamiento filosófico desde su nacimiento.

***Tantas cosas hubiera podido hacer y no las he hecho, y al contrario, tantas cosas he hecho, pero hubiera podido no hacer. El pluscuamperfecto me da consuelo y, a la vez, me provoca amargura.

***Por atinado que sea el médico en sus diagnósticos, se pone tenso cuando espera los resultados de la autopsia.

***Al sufrimiento de una derrota se le agrega la humillación de ser vencido por un enemigo digno de desprecio.

***La inspiración no dura mucho, mientras que la crítica nunca se acaba.

***Qué es la sospecha, sino una paranoia del escepticismo.

***Convertir la mosca en un elefante es un milagro mientras la biotecnología no logre resolverlo.

***Lo infinito es la manía de grandeza del instante.

***El hombre es un artificio del ser que es capaz de vivir sólo convirtiendo el ser en su artificio.

***

Cuando veo en la pantalla televisiva cómo los políticos se abrazan, involuntariamente recuerdo la frase: "De la palmada en la espalda a una patada en el trasero la distancia es mínima"

***Todo tiene un pro y un contra: al encontrar la pareja de tus sueños tendrás que preocuparte: ¿cómo estar a la altura de tus sueños?

***Una vez arrojado a la existencia, el hombre, como un ser insuficiente, ya no puede dejar de estar descontento, así como tampoco de alimentar las esperanzas de superarse.

***Si te parece que el futuro devora el presente, estás atareado; y si piensas que el presente engulle el futuro, estás aburrido.

***La propiedad privada pudiera llegar a su fin si la mirada al objeto anhelado nos diera la misma satisfacción que su posesión.

***Se ensimismó y se perdió en el laberinto de su yo.

***No sabemos todo lo que somos capaces de hacer, de lo contrario seríamos insoportables.

***Venimos al mundo sin que nos lo solicitaran, pero no quermos abandonarlo aunque nos lo imploren.

***La famosa frase de Sartre que "el infierno son los otros" es quizá la extrapolación a toda la humanidad de su experiencia con los vecinos del piso superior.

La doble cara de la existencia.La doble cara de la existencia.

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Ana María Shua es una cuentista y novelista cuya

obra ha sido mostrada en números anteriores de Letras Volantes. Nacida en Buenos Aires, en 1951,ha publicado cuatro libros de minificciones, género con el que ha obtenido amplio reconocimiento: La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caso y Temporada de fantasmas. También ha escrito varios libros de cuentos, entre ellos ‘Viajando se conoce gente’. Como cuentista obtuvo el Premio Municipal y el Diploma al Mérito Konex. En 1980 ganó con su novela ‘Soy paciente’ el premio de la editorial Losada.Sus otras novelas son ‘Los amores de Laurita’ (llevada al cine), ‘El libro de los recuerdos’ (Beca Guggenheim), ‘La muerte como efecto secundario’ (Premio Club de los Trece y Premio Municipal de Novela) y ‘El peso de la tentación’. También es autora de poesía y de literatura infantil, con la que ha obtenido varios premios, entre ellos el del Banco del Libro en Venezuela y el White Raven, en Alemania. Sus libros han sido publicados en Brasil, España, Italia, Francia, Alemania, Corea y Estados Unidos.En ‘Cazadores de letras’, editado por Páginas de Espuma, se reúnen sus cuatro libros de minificción a los que se suma un grupo de inéditos bajo el nombre de ‘Fenómenos de circo’.Ofrecemos una selección de algunos de los microcuentos reunidos en ‘Cazadores de letras’.

Quiero dormir.

Ante los Dioses del Sueño, postrada, imploro. Este es tu sueño me responden furiosos. Entonces, quiero despertar. Caminarás, me ordenan, por un largo pasillo. Hallarás dos puertas. Una de ellas guarda tu despertar. La

otra, la más monótona de las pesadillas, que es la muerte. Debes abrir una: el azar o tu ingenio pueden favorecerte. Camino por un largo pasillo hasta alejarme de los Dioses del Sueño. Veo dos puertas. Junto a ellas, inmóvil, espero. Creado por Dioses tan poderosos como los del sueño, tarde o temprano sonará el despertador.

***En la cola, el público se enoja. Unos claman contra el gobierno y otros contra el desgobierno. En su ventanilla, el funcionario, impasible. Pero ese hombre está dormido, se agita delante de mí un señor calvo. No señor, los que estamos dormidos somos nosotros, le explica una señora en voz muybajita (el que se despierta pierde el turno). Muchas horas después doy mi nombre en la ventanilla sólo para descubrir que me he equivocado de sueño.

***Si con el calor sucede que las paredes de su cuarto se ablandan como manteca (y comienzan, incluso, a derretirse un poco), no prenda el aire acondicionado. De todos modos, para usted ya es demasiado tarde y el gasto de electricidad sería inútil.

***

Cañón excelente, increíble potencia de disparo. Lamentablemente, no menor la de su retroceso. Bala llegaría a dar toda la vuelta al mundo si no chocara siempre con cañón un poquito más acá de las antípodas.

***

Pero cuidado: un error minúsculo al pronunciar las palabras secretas (el alargamiento de una vocal o una pausa indebida, el gesto inadvertido de rascarse una pierna) puede causar acontecimientos pavorosos. Como el crecimiento de dos orejas largas, colgantes y peludas en la silla más cómoda de

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la casa, en la que ya nadie se atreverá a sentarse. Como la brusca caída de los pantalones del hechicero neófito en presencia de cuatrocientos demonios y una amiga de su madre. O la completa destrucción del mundo.

Compra esta lámpara: puedo realizar todos los deseos de mi amo, dice secretamente el genio al asombrado cliente del negocio de antigüedades, que se apresura a obedecerlo sin saber que el genio ya tiene amo (el dueño del negocio) y un deseo que cumplir (incrementar la venta de lámparas).

Hay quienes desconfían del narrador omnisciente. Yo desconfío de las palomas. Con una bolsa llena de migas de pan las reúno a mi alrededor y cuando están distraídas picoteando me acerco silenciosamente y desconfío de ellas con todas mis fuerzas. Algunas, las de carácter menoscombativo, desaparecen en el acto. Pero otras me devuelven la desconfianza con tal fuerza que me veo obligada a morder la pantorrilla de una señora mayor (siempre las hay) para aferrarme a la existencia. Las dificultades surgen cuando la anciana y las palomas, que ya me conocen, se ponen de acuerdo antes de mi llegada y me denuncian al guardián de la plaza como narradora omnisciente.

CARICIA PERFECTANo hay caricia más perfecta que el leve roce de una mano de ocho dedos, afirman aquellos que en lugar de elegir a una mujer, optan por entrar solos y desnudos al Cuarto de las Arañas.

SÁDICOSPara aquellos que se complacen en el sufrimiento o en la humillación del prójimo, se propone una combinación de estímulos placenteros de los que no se excluyen ciertos programas de televisión.

ABARATANDO COSTOSAlgunos masoquistas disfrutan con la idea de

que otros asistan a su humillación. Los que pueden hacerlo contratan dos o más pupilas. Pero para los verdaderamente ricos está prevista la participación de cinco mil extras y el alquiler del estadio. (Se rumorea que los espectadores son sádicos, que se les cobra la entrada).

SOFISTICACIÓNPara los más sofisticados (pero admitamos que se trata de una perversión muy cara), la madama está en condiciones de contratar los servicios de su propia esposa.

LOS MASOQUISTASUn pabellón entero está dedicado a esos sujetos melancólicos y generosos, los masoquistas. Cuentan allí con una serie de habitaciones en las que el sufrimiento se gradúa de acuerdo con lo doloroso de los estímulos. Si en las primeras habitaciones son mujeres las que inflingen los castigos, en la sexta se los invita a copular con un cocodrilo y en la octava con el recuerdo de la felicidad perdida.

LOS PULCROS SON ASÍLos pulcros usan muchas prendas de vestir y se las quitan lentamente. Al cabo del primer año se han sacado ya el sombrero y los calcetines, que acomodan con parsimonia sobre una silla. Cuando por fin están desnudos, miran a su pareja con cierta decepción y algunos exigen que se la cambien por una mujer más joven. Como todos los demás, pagan por hora.

DUDOSA PRUEBASi un hombre desciende en sueño al infierno y se le entrega como prueba un diabólico tridente y al despertar el tridente no está allí, ¿es esa suficiente prueba de que ha logrado salir del infierno?

PISTA FALSASeguir el reguero de las manchas, ¿no será peligroso? ¿Cómo saber que conducen hasta el cadáver, y no hasta el asesino?(Pero las manchas son de tinta y llevan hasta la palabra fin).

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CÓDICE FALSOAbate falsifica códice cuya antigüedad atestiguan altas autoridades. Códice incluye crónica de ciertos hechos sobresalientes del pasado. Investigadores descubren nuevas pruebas (documentos, objetos, relaciones) que confirman autenticidad de falsa crónica. Antes de morir, abate confiesa fraude pero tarde, el pasado está allí, fuerte, pesado y comprobable como un dinosaurio fósil, modificarlo provocaría hecatombes en el presente, confesor guarda secreto.

ESPECTROSSi los fantasmas se esconden a tu paso con temblores de sábana, si los esqueletos vuelven a zambullirse de un salto en sus propias tumbas, no te jactes, amigo. Nunca te jactes de asustar a los espectros. Las muecas de terror con que se apartan de tu camino no son más que simulacros con los que pretenden hacerte creer que todavía estas vivo.

LOS AUXILIOS DE LA MEDICINAMi señora siempre tan terca, doctor. Pero a usted lo respeta. Convénzala, por favor, de que se quede quieta, de que no se levante descalza en mitad de la noche, de que no revolee losojos delante de las visitas, convénzala usted, que tiene influencia sobre ella, de que los muertos verdaderos no se mueven ni se quejan, o bien no están muertos del todo, pero por favor, que se decida de una vez, doctor.

LOBOTOMÍA Y PICAHIELOSEl Dr. Walter Freeman inventó una nueva técnica quirúrgica a la que denominó «lobotomía transorbital», empleada en más de veinte mil casos en los Estados Unidos y que le valió sergalardonado con el premio Nobel. Describía el procedimiento de la siguiente manera:«La técnica consiste en aturdir a los pacientes con un golpe y, mientras están

bajo el efecto del “anestésico”, introducir con fuerza un picahielo entre el glóbulo ocular y el párpado a través del techo de la órbita, hasta alcanzar el lóbulo frontal; en este puntoo se efectúa un corte lateral moviendo el instrumento de una parte a otra».Como ven, es una técnica muy sencilla. Ahora quiero que se dividan en parejas para un primer ejercicio práctico. Sobre mi escritorio encontrarán nueve picahielos. Ustedes son dieciocho, la velocidad es una cualidad esencial en futuros cirujanos.

A nuestros posibles lectores:

Este número decembrino representa para nosotros un ejercicio de la esperanza.Algunos mensajes de felicitación y otros comentarios favorables nos animaron a realizar cambios en Letras volantes.Incrementamos el número de páginas para dar cabida a textos e historias más extensas. Es una gran alegría iniciar nuestra edición de doce páginas con la escritora zacatecana Amparo Dávila.Hace unos meses abrimos una página en el servidor issuu.com, a fin de contar con un almacén desde el que se pueda contar con toda la colección de Letras Volantes: Asimismo reiteramos la invitación a quienes deseen participar con sus minificciones y otra suerte de textos breves.Recordamos a ustedes que Letras volantes es una publicación no lucrativa, cuya finalidad es compartir el cada vez más limitado placer de la lectura.Nuestro objetivo es elaborar una publicación participativa, lúdica, variada.Letras volantes no tiene costo, se edita con la ayuda voluntaria de quienes deseen integrarse a este esfuerzo.Invitamos a todos cuantos se interesen a que envíen sus opiniones, sugerencias o colaboraciones a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

¡Hasta la próxima!