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ERRANCIA CAIDAL NOVIEMBRE 2018 http://www.iztacala.unam.mx/errancia/v18/caidal_1.html LETRAS NEGRAS DEL XIX Poe, Baudelaire y los decadentismos literarios francés y mexicano GIBRÁN LARRAURI OLGUÍN “Ininterrumpido decadentismo”. Este es el leitmotiv de la historia humana. Así lo fue para Walter Benjamin, el filósofo migrante que vio en Baudelaire y su obra el signo del espíritu moderno occidental y sus contradicciones. Baudelaire, a su vez, algo semejante vio en Poe. Me referiré aquí particularmente al decadentismo como movimiento literario del último tercio del siglo XIX. Movimiento que germinó originalmente en Francia para luego implantarse en Hispanoamérica, sobre todo en México. Hablaré, pues, de la influencia que Poe y Baudelaire tuvieron en él. * La posición decadente finisecular se esforzó por representar estética y literariamente el estado de sublime deterioro que sufría el espíritu. Decadente es aquél que sufre la atomización que anuncia la modernidad. Aquel que ve, como mártir, nacer las metrópolis, el ascenso del

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LETRAS NEGRAS DEL XIX

Poe, Baudelaire y los decadentismos literarios francés y mexicano

GIBRÁN LARRAURI OLGUÍN

“Ininterrumpido decadentismo”. Este es el leitmotiv de la historia humana. Así lo fue para

Walter Benjamin, el filósofo migrante que vio en Baudelaire y su obra el signo del espíritu

moderno occidental y sus contradicciones. Baudelaire, a su vez, algo semejante vio en Poe.

Me referiré aquí particularmente al decadentismo como movimiento literario del último

tercio del siglo XIX. Movimiento que germinó originalmente en Francia para luego

implantarse en Hispanoamérica, sobre todo en México. Hablaré, pues, de la influencia que

Poe y Baudelaire tuvieron en él.

*

La posición decadente finisecular se esforzó por representar estética y literariamente el estado

de sublime deterioro que sufría el espíritu. Decadente es aquél que sufre la atomización que

anuncia la modernidad. Aquel que ve, como mártir, nacer las metrópolis, el ascenso del

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capitalismo industrial, y con ellos, ve también nacer la pérdida de lo singular y de la

sensibilidad.

El decadentismo literario del que ahora hablo es la letra nostálgica, neurótica y erótica que

acompaña a ese espíritu finisecular, a esa temporalidad en la que se tendía el piso para la

caída de varios patriarcas.

El decadentismo fue, entonces, testimonio y crítica de la afectividad finisecular

decimonónica de la ciudad. Fue también contrapeso de la hegemonía positivista en la que se

sostenían ideológicamente las formas de gobierno. En Francia el movimiento se ubica en la

década de los 80’s del siglo XIX. Se puede establecer su inicio con la publicación de A

contrapelo de Joris-Karl Huysmans en 1884, especie de “Biblia decadente”. De manera tal

vez menos exacta, se lo puede ubicar con la aparición del periódico Le Décadent en 1886,

dirigido por Anatole Baju.

El propio Baju, junto a Luc Vajarnet, otorgó una posible definición del tono decadente. Lo

hizo en el número uno de su publicación. Entre otras cosas allí puede leerse lo siguiente:

Disimular el estado de decadencia al que hemos llegado sería el colmo de la insensatez.

Religión, costumbres, justicia… todo se desmorona, o mejor: todo sufre una transformación

ineluctable.

La sociedad se descompone bajo la acción corrosiva de una cultura delicuescente.

El hombre moderno está hastiado.

Refinamiento de apetitos, de sensaciones, de gustos, de lujos, de placeres; neurosis, histeria,

hipnotismo, morfinomanía, charlatanería científica, schopenhauerismo a ultranza: tales son

los patrones de la evolución social(1).

1 Anatole Baju & Luc Vajarnet, “¡Lectores!”, en Antología del decadentismo. Perversión, neurastenia

y anarquía en Francia, selección, traducción y prólogo de Claudio Iglesias, Caja Negra, Buenos

Aires, 2015, p 243.

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Según Paul Bourget en sus Ensayos de psicología contemporánea, que datan de entre 1883

y 1886, el estilo decadente en literatura es: “aquel en el que la unidad de la obra se

descompone y deja lugar a la autonomía de la página; la página deja lugar a la autonomía de

la frase; la frase, a la autonomía de la palabra”(2). La disolución cultural es transportada por

el decadentismo a la escritura, para diluir así la ilusión de unidad de los significantes. El

decadentismo francés opera un ejercicio de descomposición textual que trata de acentuar que

un texto es siempre rehecho, reescrito, por el lector, forma de contra atacar al simbolismo y

su suposición de un previo lazo de unión natural entre escrito y lector, relación garantizada

por la supuesta universalidad del símbolo. La posición decadentista estuvo inspirada por la

no-relación, por la no identidad entre sujeto y mundo. Se enarbola por tanto como un lugar

en donde se encarna el malestar social. En este sentido, la actitud decadente exponía la

negatividad de la época, orgullosa se mostraba de devenir su síntoma. En palabras de Claudio

Iglesias:

Festejar la decadencia es festejar la rotura de los lazos sociales, la independencia de los

individuos con respecto al conjunto. Si la sociedad es un organismo –y la episteme de la

época no lo discute-, los espíritus nerviosos son células que enferman y se independizan,

agigantadas, poniendo en riesgo la vida de la totalidad(3).

El decadentismo erige lo patológico como protesta de una humanidad que asiste a la erosión

de la comunidad por la frialdad del progreso científico y el funcionamiento del orden

industrial. El decadentismo es, por tanto, tumor maligno de verdad en el cuerpo positivista

de la cultura finisecular del XIX.

Además de Baju y Huysmans, otros autores que distinguen al movimiento literario

decadentista en Francia son notablemente Jean Lorrain, autor de La mandrágora (1899) y

2 Paul Bourget, citado en Claudio Iglesias “Prólogo”, en Antología del decadentismo. Perversión,

neurastenia y anarquía en Francia, selección, traducción y prólogo de Claudio Iglesias, Caja Negra,

Buenos Aires, 2015, p. 15. 3 Claudio Iglesias “Prólogo”, en Antología del decadentismo. Perversión, neurastenia y anarquía en

Francia, selección, traducción y prólogo de Claudio Iglesias, Caja Negra, Buenos Aires, 2015, pp.

15-16.

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Octave Mirbeau, autor de Los 21 días en la vida de un neurasténico (1901). Cabe señalar, no

obstante, como lo hace notar Iglesias, que tal movimiento literario suele ser expulsado de las

historias literarias francesas. Existe un olvido sospechoso del decadentismo en esos recuentos

literarios. Otro tanto ha pasado en México, en dónde sus representantes son prácticamente

desconocidos, incluso para los aficionados a la lectura.

*

En el caso mexicano, el decadentismo se coloca formando parte de un movimiento literario

más amplio y que puede identificarse como el inicio de la literatura moderna en

Latinoamérica. Me refiero, por supuesto, al “modernismo”.

El modernismo, como dice Domínguez Michael, es el nombre que adoptó en América Latina

el cúmulo de influencias literarias -sobre todo francesas- durante el último tercio del siglo

XIX. Simbolismo, parnasianismo, realismo, satanismo y decadentismo quedan identificados

de este lado del Atlántico como modernismo(4).

En México el modernismo se erigió como una batalla contra los nacionalismos literarios, las

posiciones políticas del conservadurismo, el materialismo utilitario, paralelamente se

4 Christopher Domínguez Michael, “Enésima invitación al modernismo”, en Confabulario,

suplemento literario de El Universal, 22 de abril de 2017,

http://confabulario.eluniversal.com.mx/?s=modernismo

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enalteció a favor del liberalismo y el cosmopolitismo. Así mismo, el modernismo abogó por

el cruzamiento en la literatura, por dar cabida en sus escritos a la más amplia influencia de

estilos y a la más amplia gama de afectos.

Máximos representantes del modernismo latinoamericano son Rubén Darío y José Martí.

Para el caso mexicano está Manuel Gutiérrez Nájera, a quien se le atribuye haber escrito la

primera novela del modernismo: Por donde se sube al cielo, que data de 1882.

A la primera generación modernista mexicana, abanderada por Gutiérrez Nájera, pero

también por Duffo y Díaz Mirón, sigue una segunda autoproclamada decadentista. Si para el

caso francés hay duda en cuanto a poder establecer el año de inicio del decadentismo, para

el mexicano tal vez la haya menos.

Sin duda, el texto “Cuestión literaria. Decadentismo”, publicado en el periódico El País, el

15 de enero de 1893, es el punto de partida más firme del decadentismo literario mexicano.

Su autor fue el polémico José Juan Tablada, posteriormente introductor del haikú a la

literatura mexicana y en realidad introductor de varios tonos de la vanguardia literaria en

México. En su texto-manifiesto Tablada dijo:

Resolvimos, de común acuerdo, ligarnos y obrar en igual sentido para apoyar en México la

escuela del decadentismo, la única en que hoy puede obrar libremente el artista que haya

recibido el más ligero hálito de la educación moderna.

A nuestros cerebros han penetrado como a un claustro la negra procesión de las verdades

modernas, y en cada celdilla hay una enlutada monja que duda y llora… (5)

Según Tablada, decadentista era aquel que se distingue estar tomado por un poder para sentir

“lo suprasensible, que no por ser raro deja de ser un hecho casi fisiológico en ciertas

idiosincrasias nerviosas, en ciertos temperamentos hiperestesiados(6).

5 José Juan Tablada, “Cuestión literaria. Decadentismo”, en La construcción del modernismo

(antología), introducción y rescate de Belem Clark & Ana Laura Zavala Díaz, UNAM, México, 2011,

p. 107. 6 Ibid. p. 109.

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Como en el caso francés, el decadentismo literario mexicano, representado además de por

Tablada por personalidades como Ciro Ceballos y Bernardo Couto, se erigió como reacción

artística ante la insensibilidad afectiva que traía consigo la santificada modernidad. El

decadentismo mexicano de alguna manera vislumbró la revolución armada de la sociedad

mexicana, pues su oponente común lo constituyeron las ideas rectoras del positivismo. Lo

que casi veinte años después se resolvería en conflicto armado, de alguna manera ya estaba

prefigurado en los excesos de la vida decadentista y sus embates contra el higienismo de la

cultura porfirista.

Si se tuviera que escoger una obra representativa del decadentismo mexicano seguramente

se tendría que escoger un cuento, pues eso fue lo que más escribieron sus autores. No

obstante, me parece que esa obra bien puede ser también una poesía. Me refiero precisamente

de aquella composición que le costara a Tablada su empleo en el periódico El País por ser

considerada obscena, antirreligiosa y que atentaba contra la moral porfiriana. La poesía data

de enero de 1893 y se llama “Misa negra”. Aquí la trascripción de los primeros cuatro versos:

¡Noche de sábado! Callada

está la tierra y negro el cielo;

late en mi pecho una balada

de doloroso ritornelo.

El corazón desangra herido

bajo el cilicio de las penas

y corre plomo derretido

de la neurosis de mis venas.

¡Amada, ven!... ¡Dale a mi frente

el edredón de tu regazo

y a mi locura, dulcemente,

lleva a la cárcel de tu abrazo!

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¡Noche de sábado! En tu alcoba

hay un perfume de incensario,

el oro brilla y la caoba

tiene penumbras de sagrario.(7)

Como resulta evidente, un rasgo que distingue al decadentismo literario es su afán por

acentuar el carácter hiper erótico que subyace en la igualmente exacerbada moral cristiana

representativa del poder. En suma, los recursos de los decadentistas para ejercer su crítica

pertenecían al mundo de la bohemia: la afición por el alcohol, el éter, la absenta, por el burdel,

la prostitución y las formas homosexuales del amor. En la literatura decadentista la mujer

oscila entre las figuras de la musa santa y la femme fatale. En esta narrativa la mujer es

siempre convocante de la belleza perversa, el crimen y la angustia. Esta característica del

decadentismo, se ha dicho en muchos lados, contribuyó, no sin ambigüedades, a desarraigar

a la mujer del papel nutricio y materno que mayoritariamente se le imponía. Por otro lado,

existe también en los decadentistas el recurso a lo monstruoso, así como a enarbolar el reino

de los sueños como más verdadero que el de la vigilia.

Para los decadentismos la modernidad no era la entrada en la felicidad sino la inauguración

triunfante de la desespiritualización. El decadentismo renuncia así a los entretenimientos

modernos para inmolarse en la rebeldía literaria y estética. En este sentido, los decadentistas

en México parecen haber sido de los primeros en vaticinar y mostrar la precarización de la

vida que trae consigo el capitalismo avanzado. Sus orgías, sus asesinatos, sus pasiones

desbocadas y sacrificiales, sus soledades e incomprensiones se han convertido en hábito en

la humanidad contemporánea.

7 José Juan Tablada, “Misa Negra”, en Los mejores poemas, presentación, edición y notas de Héctor

Valdés, UNAM, México, 2016, p. 22.

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*

Tanto para decadentistas franceses como mexicanos Baudelaire representa un punto de

partida. Aquel escritor que abogara por la embriaguez y que declaraba al aburrimiento como

la más fatal tragedia de la vida moderna, fue para los decadentistas lo que se puede llamar un

“jefe espiritual”.

Alberto Leduc, también perteneciente al decadentismo literario mexicano, en una nota de

defensa de Tablada, después de que éste había sido objeto de la censura por la publicación

de “Misa Negra”, alude de manera muy puntual al valor de Baudelaire en los ideales literarios

y las convicciones morales de su movimiento artístico. Refiriéndose a la juventud de Tablada

(ser joven, uno de los peores pecados de un decadentista, según la derecha literaria de aquel

entonces) Leduc escribió:

Y ese caso del adolescente es el autor de la “Misa negra”, único mexicano que comprende

fielmente al incomparable Pontífice de lo artificial y de los decadentes, a Carlos Baudelaire,

el melancólico amante de la tenebrosa taciturna.

En esos cerebros [de los “adolescentes”], como en el del jardinero que cultivó Flores del

mal, se codean la voluptuosidad y el misticismo en fórmulas que descompone la luz, y éste,

lo mismo que todos los discípulos de Baudelaire, traduce su sentimiento de decadencia en

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ritmos o en frases, que no son producidas por una actitud, sino por un verdadero estado de

absoluto e irremisible desaliento(8).

A su vez, para Baudelaire, Edgar Allan Poe representó en la literatura la máxima denuncia

de las imposturas del modo de vida propuesto por la burguesía. Quiero decir que, sin la

producción de Poe y la mediación de Baudelaire, las potencias críticas del decadentismo, no

por nada casi olvidadas en las historias de la literatura, no hubiesen sido las mismas y en el

extremo tal vez no hubiesen existido. Así lo entendían también los agresivos críticos de los

decadentes mexicanos. En una nota adversa al decadentismo que data también del año de

1893, un crítico literario representante de la literatura mexicana conservadora y nacionalista

de entonces, aseveró enfurecido:

El calosfrío alcohólico de Poe, el sollozo histérico de Baudelaire o las visiones neuróticas

de Rollinat, no pueden ni podrán representar jamás las sensaciones de la gran mayoría de

cuerpos sanos. La poesía o la prosa no tienen por único fin, a Dios gracias, el servirle de

vehículo a los desequilibrados para que éstos nos cuenten sus noches de insomnio o sus

majaderías de poseídos. Leemos sus producciones porque tenemos aficiones literarias que

nos llevan a estudiar todo: lo fisiológico y lo morboso. Hacemos en literatura exactamente

lo que el médico o el estudiante de medicina que lo mismo leen un tratado de fisiología que

un curso de clínica interna(9).

La cita deja muy en claro la paternidad de Poe y Baudelaire en el decadentismo, a la vez que

muestra el tipo de pensamientos contra los que se oponía entonces el movimiento en México.

En este sentido, según Emilio Ocina Aya, la obra y vida de Poe representaron para

Baudelaire: “la eterna condición del hombre, encarnada en la condición específica del

hombre en la barbarie de la sociedad burguesa”(10).

8 Alberto Leduc, “Decadentismo”, en La construcción del modernismo (antología), introducción y

rescate de Belem Clark & Ana Laura Zavala Díaz, UNAM, México, 2011, p. 135. 9 José Primitivo Rivera Fuentes (Pílades), “Borrones, I. Decadentismo”, en La construcción del

modernismo (antología), introducción y rescate de Belem Clark & Ana Laura Zavala Díaz, UNAM,

México, 2011, p. 120. 10 Emilio Olcina Aya, “Sobre Baudelaire y Poe: nota introductoria”, en Charles Baudelaire, Edgar

Allan Poe, Fontamara, México, 1989, p. 13.

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En lo sucesivo quiero rescatar algunos de los puntos de vista más sobresalientes de

Baudelaire sobre Poe. Puntos en los que queda muy de manifiesto, según me parece, la

importancia del escritor angloamericano en esos movimientos literarios latinos etiquetados

como decadentismos.

*

Me apoyo sobre todo en dos textos de Baudelaire: “Edgar Allan Poe, su vida y sus trabajos”

publicado en 1852, y “Nuevas notas sobre Edgar Poe”, publicado a su vez en 1857. De ellos

quiero destacar tres aspectos: la relación de Poe con la sociedad norteamericana; la

concepción y la presencia de la perversidad en la obra de poetiana; y señalar la manera en la

que Baudelaire concibió el poema “The Raven”. Si establezco estos tres puntos es porque:

relación de irrelación con la sociedad de origen, agudización de la potencia pulsional, y

enaltecimiento de las temáticas que muestran el dolor de existir a través de lo sublime, fueron

a la postre signos distintivos de los decadentismos.

Poe y Norteamérica

La obra de Poe fue recurrentemente calificada en su país de origen, en términos peyorativos,

de “decadente”. Ante este fenómeno Baudelaire declarará en defensa: “¡Literatura

decadente! Palabras vacías que a menudo oímos salir, con la sonoridad de un bostezo

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enfático, de las bocas de esas esfinges sin enigma que velan ante el portal de la Estética

clásica”(11).

En sus ensayos Baudelaire no deja de señalar el maleficio, el encierro que seguramente le

representó al autor de “Berenice” haber nacido en la arrogante sociedad de los Estados

Unidos de Norteamérica. Ese encierro se traduce en Poe, de acuerdo siempre a Baudelaire,

en diatriba feroz de la sociedad del dinero. Afirma el francés: “Los diversos documentos que

ahora he leído me han convencido de que los Estados Unidos fueron para Poe una enorme

jaula, una gran oficina de contabilidad y de que durante toda su vida realizó siniestros

esfuerzos para escapar a la influencia de esa atmósfera antipática”(12). Un poco más adelante

añade: “El americano es un ser positivo, satisfecho de su potencia industrial y algo envidioso

del viejo continente. ¿Apiadarse de un poeta a quien el sufrimiento y la soledad podían llevar

a la locura? Para eso no tiene tiempo […] ¡Es tan urgente llegar! Tiempo y dinero, ahí está

todo”(13). Desde su posición marginal Poe y su obra le señalan a la arrogancia del american

way of life su inherente negatividad:

Desde dentro de un mundo glotón, hambriento de materialidades, Poe se elevó hasta los

sueños. Asfixiado por la atmósfera americana, escribió en el encabezamiento de Eureka:

‘Ofrezco este libro a los que han puesto su fe en los sueños como en únicas realidades’. Fue

pues una admirable protesta; lo fue y la realizó a su modo, in his own way. El autor que, en

el Coloquio de Monos y Una, desata torrencialmente su desprecio y su asco por la

democracia, el progreso y la civilización, es el mismo autor que, para seducir la credulidad,

para arrobar la cretinez de los sueños, ha asentado más enérgicamente la soberanía humana

y ha inventado los bulos más halagadores para el orgullo del hombre moderno. Bajo este

punto de vista, Poe se me representa un ilota que quiere avergonzar a su amo.(14)

Poe y la maldad

11 Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, Fontamara, México, 1989, p. 111. 12 Ibid. p. 21. 13 Ibid. p. 23. 14 Ibid. p. 114.

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A la elevación de los sueños como aquello que por antonomasia se opondrá al culto de la

materialidad utilitaria, al ansia de transparencia y la arrogancia yoica, Poe suma de manera

sistemática, a su proyecto y estilos literarios, la dimensión del mal como algo imposible de

ser erradicado por el progreso tecnocientífico. Según Baudelaire, “Poe se nos presenta bajo

tres aspectos: los de crítico, poeta y novelista; además, en el novelista hay un filósofo”(15). La

filosofía de Poe es una filosofía del mal. En tono adorniano podríamos decir que Poe es santo

patrono del lado oscuro de la Ilustración. Dice en este tenor el autor francés:

Pero hay algo que importa más que todo: advirtamos que este autor, producto de un siglo

engreído, hijo de una nación más engreída que ninguna otra, vio claramente, afirmó

imperturbablemente la maldad natural del hombre. Hay en el hombre, dice, una fuerza

misteriosa que la filosofía moderna no quiere tener en cuenta; y, sin embargo, sin esa fuerza

sin nombre, sin esta inclinación primordial, una infinidad de acciones humanas

permanecerían inexplicadas, inexplicables. Estas acciones sólo atraen porque son malas,

peligrosas; poseen la atracción del abismo. Esta fuerza primitiva, irresistible, es l

perversidad natural, que lleva al hombre a ser incesantemente a la vez homicida y suicida,

asesino y verdugo.(16)

Baudelaire ahincará en esta concepción del mal de Poe apoyándose particularmente en un

análisis del cuento “El gato negro”, texto de una crudeza estremecedora en donde pienso se

adelanta una descripción muy cernida de lo que ya en pleno siglo XX Arendt llamará

“banalidad del mal”.

Atención particular a los sueños y afirmación de una maldad inherente a la existencia, además

de haber sido temas centrales para el decadentismo de Huysmans o de Ceballos, son, como

tal vez se intuya, temas de los que se ocupará el psicoanálisis, discurso que, no es mera

coincidencia, será también parido por el halo finisecular decimonónico. Hay, en este sentido,

una notable afinidad entre decadentismo y psicoanálisis: ambos nutren sus discursos de temas

y objetos comunes, esencialmente la neurosis y la singularidad femenina; ambos se oponen

15 Ibid. p. 53. 16 Ibid. p. 116.

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a considerar que el positivismo posee el patrimonio de la verdad; y por supuesto, ambos serán

denostados por la ideología del bien, de lo útil y del progreso.

A través de este parentesco expongo la hipótesis de que uno de los antecedentes más cercanos

del discurso psicoanalítico en México, la presencia aquí de una semejante sensibilidad a la

suya, ese afán de hallar la verdad humana más en lo anormal, en el síntoma valga decir, que

en lo constante y bien pulido, lo hallo más en las literaturas modernista y decadentista que en

la psiquiatría o la piscología de aquellos tiempos. Poe, puede que el único representante del

romanticismo en América, de acuerdo con la evidencia y a lo que de él dijo Baudelaire,

adelanta o al menos se acerca mucho a algunas concepciones y problemáticas sobre la

subjetividad moderna que devendrán “freudianas” apenas inicie el siglo XX.

El cuervo

En cuanto al poema “El cuervo”, para muchos la máxima creación de Poe -lo cual es

llamativo pues éste escribió muchas más narraciones que poesías- Baudelaire dice lo

siguiente en su estudio de 1852:

En una noche de tormenta y lluvia, un estudiante oye que dan golpes primero a su ventana,

luego a su puerta; abre, creyendo tener visita. Se trata de un pobre cuervo extraviado, atraído

por la luz de la lámpara. Ese cuervo domesticado ha aprendido a hablar con otro dueño, y

la primera palabra que por casualidad sale del pico del siniestro cuervo alcanza de lleno uno

de los compartimentos del alma del estudiante, haciendo que de él surjan una serie de

pensamientos dormidos: una mujer muerta, mil aspiraciones frustradas, mil deseos

defraudados, una existencia rota, un torrente de recuerdos que se derraman en la noche fría

y desolada. El acento es grave y casi sobrenatural, como los pensamientos del insomnio; los

versos caen uno a uno, como lágrimas monótonas.(17)

Ese cuervo es verdadera encarnación de lo ominoso, llamada silvestre que despierta el dolor

reprimido causado por la vida implacable. El cuervo devendrá, desde el genio de Poe, parte

17 Ibid. p. 55.

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del zoológico perturbador de todo moderno estado de bienestar; devendrá el símbolo de

aquello que no quiere escucharse y que sin embargo tocará a la puerta, en especial por las

noches…

Cinco años después, Baudelaire continúa sobre aquello que a su parecer constituye la

genialidad de “El cuervo”:

Muchos, sobre todo aquellos que hayan leído ese poema singular titulado El Cuervo, se

escandalizarían si yo analizara el artículo en que nuestro poeta, con aparente ingenuidad,

pero con cierta impertinencia que no me disgusta, explica minuciosamente el tipo de

construcción que empleó, la adaptación de ritmo, la elección del estribillo -lo más breve

posible, y lo más susceptible de aplicaciones variadas, y al mismo tiempo lo más

representativo posible de la melancolía y la desesperación, adornada por la más sonora de

las rimas nevermore, nunca más-, la elección de un ave capaz de imitar la voz humana, pero

de una ave -el cuervo- estigmatizada en la imaginación popular por un carácter funesto y

fatal- la elección del más poético de los tonos, el melancólico-, del más poético de los

sentimientos, el amor a una muerta.(18)

En 1859 Baudelaire otorga la traducción al francés de “El cuervo”(19). A esta traducción la

acompaña un pequeño texto titulado “Génesis de un poema”. En él se puede leer lo siguiente

a propósito del himno fúnebre:

El más singular de los poemas. Rueda sobre una palabra misteriosa y profunda, terrible

como el infinito, que millares de labios crispados han ido repitiendo desde el comienzo de

los tiempos y que, con un hábito trivial de la desesperación, más de un soñador ha escrito

en un rincón de su mesa para probar su pluma: ¡Nunca más! La inmensidad, fecundada por

la destrucción, está de arriba abajo impregnada de esa idea, y la humanidad no embrutecida

18 Ibid. p. 134. 19 Hasta donde sé, la primera traducción de “El Cuervo” hecha en México fue la realizada por Ignacio

Mariscal en 1869. En 1885 encontramos la de Felipe G. Cazeuneuve, aparecida en el periódico El

Partido Liberal. Más adelante, destacan las ofrecidas por Ricardo Gómez Robelo en 1904, la cual se

publicaría en Revista Moderna de México; y por supuesto, la de Enrique González Martínez,

publicada en 1945, revisada posteriormente por Salvador Elizondo. Cfr. Rafael Heliodoro Valle,

“Fichas para la Bibliografía de Poe en Hispanoamérica”, Revista Iberoamericana, 1949.

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no vacila en aceptar el Infierno para escapar de la desesperación irremediable contenida en

esta palabra.(20)

Entre “nevermore” -“nunca más”- y decadentismo existe una indudable comunión, pues el

decadentismo es el estado de ánimo correspondiente a lo que nunca más será, a lo que está

dejando de ser. Por supuesto, “El Cuervo” se enarboló como máximo referente lírico e

ideológico de los decadentismos francés y mexicano. Y en el extremo, puede sostenerse que

la concepción del ánimo del poeta, establecida por Edgar Allan Poe, fue erigida por Lorrain,

Huysmans, Couto, Ceballos, Tablada, y el resto de los decadentistas, como uno de los

orientadores de su labor creativa y crítica. Tal concepción del carácter del verdadero poeta

moderno, de acuerdo con Baudelaire, se distingue por lo siguiente:

‘Genus irritabile vatum!’ Que la raza de los poetas (entendiendo la palabra en su más amplia

acepción, comprendiendo a todos los artistas) sea terrible, eso está claro: pero por qué, eso

ya no me parece tan generalmente conocido. Un artista no es un artista más que su por

exquisita sensibilidad por lo bello, una sensibilidad que le proporciona placeres

embriagadores, pero que al mismo tiempo implica, encierra una sensibilidad igualmente

exquisita ante toda deformidad y toda desproporción […] Los poetas descubren la injusticia,

nunca donde no la haya, pero sí muchas veces allí donde miradas no poéticas pueden no ver

ni rastro de ella. La célebre irritabilidad poética no tiene pues nada que ver con el

temperamento, tal como vulgarmente se entiende, sino con una clarividencia supranormal

ante lo falso y lo injusto(21).

De manera que la irritación clarividente es la compañera de la crítica, incluso tal vez su

verdadera causa. De ello sufren los poetas, esos prototipos solitarios de la providencia que

allí están para leer y escribir la barbaridad de los tiempos.

20 Ibid. pp. 155-156. 21 Ibid. p. 128.

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En este breve escrito, evidentemente más descriptivo que expositivo, he propuesto, por un

lado, la reintroducción en la inquietud crítica contemporánea de las obras comprendidas en

los decadentismos francés y mexicano, partiendo del presupuesto de que, a mi entender,

estamos en un tiempo de celeridad de la decadencia espiritual por el avance de las lógicas de

dominio del capitalismo. Una renovada temporalidad del “nunca más”. No hay contradicción.

Por otro lado, he insistido en ubicar a Baudelaire y a Poe no sólo como escritores sino como

filósofos críticos de la modernidad y como motores anímicos del decadentismo. Si Poe y

Baudelaire sobrevivieron al tiempo y a la censura, a diferencia de lo que pasó con la mayoría

de los decadentistas, tal vez sea porque lo que en éstos últimos es revisión, paráfrasis, en los

primeros fue lugar original, gesto fundacional.

Finalmente, y como un efecto tal vez periférico, al pasar pretendí apuntar la posible

influencia, la convergencia, que tales literaturas han tenido en y con el nacimiento del

discurso del psicoanálisis en México y en extenso en América, discurso que se separa del

espíritu instrumental positivista que distinguió, y en buena parte distingue, a la mayoría de

los abordajes psicológicos, psiquiátricos y terapéuticos de aquellos días y de estos. Como

adelantaba, las sensibilidades del modernismo y del decadentismo tal vez fertilizaron el

pequeño suelo donde germinaría la sensibilidad de algunos hacia el psicoanálisis ya en el

siglo XX. Después de todo, Poe, Baudelaire y los decadentistas franceses y mexicanos

marcaron una ruptura, tanto como Freud hizo, con los Lombroso, los Gener y los Nardau,

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encargados de hacer que los efectos de la realidad finisecular, percibidos y portados por

algunos y algunas, no fueran más que innata patología a eliminar o bien a invisibilizar.

Ciudad de México, septiembre de 2017, septiembre de 2018.