Lenguaje

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LENGUAJE, HOMOGENEIZACIÓN Y

GLOBALIZACIÓN

LUIS FERNANDO FIGARI

En HUMANITAS 12

El fenómeno llamado globalización suele abordarse desde varias y

diversas perspectivas. Ya hace mucho tiempo se hablaba de que los

descubrimientos y avances técnicos como que hacían experimentar

al mundo más pequeño. Hoy tal comprobación suele verse como

resultado de la evolución de la economía a escala internacional[1]

,

así como del sorprendente avance tecnológico en las

telecomunicaciones[2]

. Y, como alcance obvio, algunos llegan a

hablar también de una globalización cultural.

En el mismo campo económico, que parecería el más sencillo para

aproximarse al fenómeno, se podría profundizar ampliamente, tanto

en sí mismo como en la dinámica de dimensión globalizadora que

en un sentido más amplio traen consigo las nuevas tecnologías

informáticas. Pero al mismo tiempo que se da este fenómeno y su

secuela la “homogeneización”, ambos se presentan con sentido

ambiguo, o para usar la conocida expresión de John Naisbitt:

“paradójico”. Si bien es innegable el proceso de globalización, éste,

incluso en el campo económico, genera fenómenos concurrentes de

regionalización, de segmentación, así como de particularización, de

singularidad. De este modo, por ejemplo, en el proceso de

globalización del mercado se tiene la presencia de “bloques

económicos” dando una fisonomía singular al mapa de la

macrocompetencia y de la macrocooperación mundial. “Cuanto

mayor es la economía mundial, más poderosos son los pequeños

jugadores”, se puede traducir la “paradoja global” que formula

Naisbitt.

Nadie puede aproximarse al fenómeno de globalización y de

homogeneización de manera simplista. Hoy es incuestionable la

existencia de una economía global. Lo es también su cada vez más

extendida secuela de la extensión universal del “consumismo”.

George Ritzer ha propuesto un concepto para explicar la dinámica

de “homogeneización” que acompaña al proceso de globalización en

su famoso The McDonaldization of society. Obviamente, el patrón

de “consumismo” que emplea el autor norteamericano como base

para explicar su tesis de una emergente cultura global -que va

introduciéndose en diversas dimensiones sociales y culturales de la

vida en el mundo[3]

- a impulsos de lo que denomina

“macdonaldización” no ha quedado incontestado.

En línea semejante Naisbitt señala la oposición de lo “universal” y

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de lo que en jerga sociológica se denomina “tribal”, es decir lo local,

la idiosincrasia particular. Para él se trata de una paradoja más del

fenómeno de globalización, que alcanza incluso al ámbito del

lenguaje. Castells habla de una “oposición bipolar” en la

configuración del mundo de cara al tercer milenio. Considera que la

modalidad de globalización de hoy, con la imposición de sus

decisiones estratégicas, está produciendo un efecto de

desorientación social que lleva a la afirmación de la identidad en el

“ser” más que en el “hacer”. Según señala, esto “tiene como

consecuencia una ruptura entre el instrumentalismo universal y

abstracto y las identidades particulares[4]

, históricamente

enraizadas”. De forma tal que el mundo de hoy se ve sometido a la

tensión conflictual entre “globalización e identidad[5]

“.

En el marco de lo “paradójico” se presentan también las reflexiones

de Benjamin Barber fascinado por dos escenarios que reaparecen

sobrepuestos y retroalimentándose mutuamente. Uno primero de

“retribalización” coloreado por un impulso de defensa de lo propio

en lo que con un término sumamente desafortunado denomina

“jihad[6]

“. Y otro al que llama “McWorld”, que designa a un

impulso de integración y de uniformidad que “presiona a las

naciones hacia un homogéneo parque de diversiones global [one

homogeneous global theme park], un McMundo atado por las

comunicaciones, la información, el entretenimiento y el

comercio[7]

“. Una especie de melting pot o “crisol” universal.

Ciertamente, ambas realidades coexisten y según algunos se

influyen interdinámicamente.

Más allá de las impostaciones y matices con que estos y otros

pensadores tratan y califican el fenómeno, parece indiscutible la

evidencia de un impulso hacia lo que se designa como

“globalización”, así como la persistencia de realidades que reclaman

la pluralidad, la variedad más allá del “corset” de prefijados

parámetros dentro de los cuales se mueve la heterogénea plurioferta

del mercado de hoy, así como la identidad cultural propia que se

resiste a ser absorbida o diluida en un melting pot de una

homogeneización mundial. En el marco de la globalización, muchos

destacan la creciente variedad y pluralidad de productos –un proceso

conocido como customerizing o “adaptación al cliente”- como una

muestra de la heterogeneidad que el actual sistema promueve.

Parece importante destacar para una mayor claridad que una cierta

heterogeneidad en la oferta, respondiendo a variedad de gustos,

parece siempre, moverse dentro de los parámetros de consumismo

que como expresión de la globalidad son ofrecidos, y en tal sentido

forman parte de la “homogeneización” de la globalización del

consumo[8]

. En realidad se trataría de un mecanismo por el cual el

sistema amplifica y consolida la preeminencia homologadora del

mercado.

El proceso de globalización, en sentido amplio, con sus impulsos

hacia la homogeneización constituye una realidad que lleva en cierto

sentido a amenazar la identidad de las personas y los pueblos en

muchos aspectos[9]

. El proceso es innegable, y como acabamos de

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ver trae una contraparte que es la afirmación de lo propio. En el

contexto actual, la armonía de lo mejor de ambos impulsos resulta a

todas luces lo deseable, algo que sólo es posible a partir de una recta

apertura a la verdad. Pero, hay quienes han sucumbido a la falsa

antinomia y a las secuelas, fruto del impulso globalizador y

homogeneizador que se presenta, con graves repercusiones de

fondo, como por ejemplo la falta de confianza ya sea en la

existencia de la verdad, de su dinámica universal, o en la posibilidad

de su aprehensión. Aun cuando el fenómeno no es exclusivo de

nuestro tiempo, hoy parece acrecentarse en forma insospechada

dentro de los nuevos dinamismos que se están dando en el mundo.

Así, las referidas dinámicas de globalización y sus implicancias

vienen siendo un catalizador, especialmente por el sesgo de los

medios de comunicación hacia corrientes de escepticismo radical o

moderado y de relativismo generalizado.

“Políticamente correcto”

La más famosa y discutida de estas corrientes de relativismo es una

que aparece con visos pragmáticos en los Estados Unidos y que -

aunque no carece de argumentos filosóficos[10]

- se presenta más bien

en un contexto de relativismo social, epistemológico y de los

valores[11]

. Se trata de lo que se llama “political correctness[12]

“ o

“políticamente correcto”. El nombre parece aludir a un manual de

urbanidad, pero en verdad no se trata de nada ni remotamente

parecido. Es más bien, como se ha dicho, el fruto de una postura

ideológica relativista, compleja y paradójica, ligada por un lado a la

“homogeneización” a través del lenguaje, y por otro al concepto de

“multiculturalismo[13]

“, y nutrida de esa reiterada afirmación de que

a través de la revolución infotécnica global se recibirán múltiples

ofertas de “verdades” -entre comillas- que exigen un trato igual. Al

parecer esta postura de la praxis e ideología de lo “políticamente

correcto” surge entre los alumnos de campus universitarios

norteamericanos y luego va expandiéndose y tomando fuerza en

ciertas corrientes de pensamiento que le dan sustento y alimentan su

expresión. Berman afirma la existencia de una nueva versión nacida

bajo la influencia del revoltoso París de 1968: “De Derrida y la

filosofía del '68, como un todo, viene la idea del lenguaje y de la

literatura como las amplias estructuras impersonales que determinan

la naturaleza de la sociedad, más que el gobierno o la economía o la

política. Igualmente de Derrida y de los lingüistas... surge la idea de

ofrecer una analogía crucial entre identidad política y análisis

lingüístico. De Foucault y las teorías nietzscheanas de la cultura (y

de Antonio Gramsci, el marxista italiano) viene la idea de considerar

a la cultura como campo de batalla para obtener el poder político.

También de Foucault viene el centrarse en grupos sociales

marginales. Del marxismo viene la idea de aproximarse a un

benéfico cambio social. De Lacan y los freudianos viene el enfoque

en lo crítico y en la dominación masculina. De escritores

tercermundistas viene una variación anti-imperialista de la penosa

visión de tradición intelectual de la civilización occidental[14]

“.

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La etiqueta El término parece haber sido usado ante el gran público hace más de

veinte años, en el ámbito de la campaña electoral presidencial

norteamericana de 1975, por la feminista Karen DeCrow, entonces

presidenta de la Organización Nacional de la Mujer (EE.UU.). El

propósito era y es aún para algunos eliminar todo tipo de realidad o

apariencia de discriminación y prejuicio expresado lingüísticamente,

y según algunos, reforzado socialmente por el lenguaje. Para sus

partidarios el lenguaje sería el vehículo de dominio y de imposición.

El llamado problema del lenguaje sexista y del movimiento hacia un

género neutro que no refleje la llamada “sociedad patriarcal” y evite

el extremismo de una “sociedad matriarcal”, está en marcha en

muchos lugares. Igualmente algunos bajo la “corrección política”

buscan la eliminación del lenguaje agresivo, o violento, e incitador

de violencia.

Al parecer esta reacción de una sensibilidad sumamente intensa y

que percibe el lenguaje como la fuerza subyacente del poder y el

dominio, lleva a una poda del lenguaje, bajo un evidente prisma

ideológico. Parecería, pues, que como según sus partidarios lo

esencial es el lenguaje, al controlarlo se controlaría el poder. Bajo el

amplio paraguas de la “corrección política” surgen subcorrientes

moderadas que buscan una expresión más neutra en el discurso, así

como extremistas que conducen todo bajo su agenda ideológica.

Más allá de los defensores de lo “políticamente correcto” o quienes

lo cuestionan total o parcialmente, cabe señalar el problema de la

ideologización del lenguaje, y de que su uso lleva a disfrazar las

propias opiniones, ciertamente mas allá de toda correcta cortesía.

Obviamente, si de cortesía se tratara, no tendría nada de

cuestionable. Pero, bajo ese amplio y paradójico paraguas

aparentemente bien sonante se desliza, como ya se ha dicho, una

filosofía relativista de grave impacto. George Orwell, el famoso

autor de Granja de animales y de 1984, denuncia con acierto el

“neolenguaje” y el “doblepensar” que hoy cobran inusitada

actualidad en un escenario concreto, diverso al tipo de totalitarismo

que él explicitaba en la figura del “Hermano Mayor[15]

“. Por

ejemplo, cuando les es conveniente resultó que “todo es relativo”,

pero en cuanto se cuestionan las expresiones de la “corrección

política” entonces lo que debería ser relativo según sus postulados se

convierte en absoluto, en una neoexpresión del “doblepensar”[16]

.

Orwell en un ensayo escrito en 1946, titulado La política y la lengua

inglesa, habla de la crisis en que ha caído el idioma inglés, a

propósito de lo cual habla de la vaguedad de la lengua, del uso de

palabras sin sentido que forman parte de oraciones que carecen de

todo sentido -parecería que se adelantó al uso lingüístico en no

pocos de los llamados postmodernistas-. También en lo que hoy se

llama traducción dinámica, se dan algunos de sus cultores que la

llevan al nivel de la “invención” alejándose increíblemente del

sentido original, y así oponiendo “su sentido” subjetivo al del

mensaje que dicen querer traducir, en un nuevo homenaje al

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nominalismo.

En las propias palabras de Orwell, mas bien se ha de entender “el

lenguaje como un instrumento para expresar y no para ocultar o

prevenir el pensamiento”, “se ha de dejar que el sentido encuentre la

palabra que lo expresa y no al revés. En prosa, lo peor que uno

puede hacer con las palabras es rendirse ante ellas”. Estas

reflexiones ya manifiestan las características de lo que llama

“neolenguaje” y del “doblepensar”, que denunciará luego

categóricamente en su obra 1984. El tal “neolenguaje” es una lengua

cuyo vocabulario se reduce poco a poco eliminando ciertas palabras

“fuertes” o de carga fuerte, buscando que las palabras sean

“inofensivas” y exigiendo una nueva manera de hablar “inofensiva”

y homogeneizadora con la intención de controlar la opinión pública

a través de los censores del lenguaje. Hoy la “corrección política”

tiene también sus censores, que vienen a sustituir al “Hermano

Mayor[17]

“, y se da un contrabando ideológico y una opción

metafísica y moral tras la aparente inocencia en la selectividad de

las palabras y en el rigor con que se las quiere imponer. La analogía

entre la “corrección política” y pasajes de denuncia de Orwell

parece sorprendentemente clara en buen número de las situaciones.

El curioso caso de Nozick Esto del “lenguaje inofensivo” de lo “políticamente correcto” se

vincula también con tesis exóticas como las de Robert Nozick, y

encuentra un fuerte impulso en ellas[18]

“. Nozick es de origen judeo-

ruso, nacido en Estados Unidos en 1938, y hoy un prestigioso

intelectual de Harvard. Precisamente también fue de Harvard Henry

David Thoreau -quien murió en 1862- y a cuyo anarquismo idealista

recuperado debe no poco Nozick. Algunos dicen que más que

anarquista es “minarquista” -por su concepción del estado mínimo-.

Los libertarios lo consideran uno de los mayores pensadores. Nozick

conoce bien a los trascendentalistas norteamericanos, en quienes

quizás ha alimentado su individualismo extremo, y, como algunos

de ellos, se siente atraído por visiones del budismo. Todo ello

muestra su huella en sus planteamientos.

El concepto de un Estado anticoercitivo da lugar en él a postular una

anticoercitividad social general y personal, que centra en última

instancia en el juego de derechos/deberes y en el lenguaje. Para

Nozick el discurso orgánico y probatorio que busca expresar un

pensamiento como verdadero y contundente es calificado como

“poseedor de una coercitividad” que resulta semejante

matefóricamente a los gritos violentos y descorteses que se lanzan

dos interlocutores debatiendo. Es decir que –siempre según la

perspectiva de Nozick- ello porta una interrelación negativa. Parte

de que “todo es relativo”, no habría verdad objetiva alguna, y por lo

tanto todo es “subjetivo, todo es punto de vista”, “doxa”,opinión.

Nada es “episteme”, conocimiento. Todo sería proceso, pasos en la

presentación de ideas. Uno de sus mayores argumentos es que

ninguna teoría ha triunfado en sentido definitivo. Así, una filosofía

tendría que mantener simultáneamente planteamientos mutuamente

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excluyentes, pues no ha de rechazar ninguno.

Nozick dice que él no pretende que sus “ideas” sean aceptadas como

verdaderas, sino sólo como “estímulo” para los demás. El ideal de

“prueba” que teóricamente descarta, algunas veces sin embargo se

filtra en sus interminables argumentos que obligan a quien lo lee a

seguirlos uno a uno, en un periplo cansador de recorridos y temas no

pocas veces intrascendentes. Claro que los supuestos estímulos se

presentan en su discurso con la carga de verdaderos, por lo que

llevan un pequeño o grande contrabando que hace que el relativismo

que portan se imponga como verdadero “mediante sutil

coercitividad” -apareciendo falazmente como neutros, al igual que el

agnosticismo funcional-. Se trataría según el autor de

“explicaciones” con la base de supuestos principios o creencias

antagónicas. Al final la herencia analítica, de la que algunos dicen

que se separa, terminaría convirtiendo todo en un hábil “juego de

palabras”, alguna vez sugerentes para comunicar una aproximación

a lo real que desespera de lo real, y de lo verdadero y de la

posibilidad de su aprehensión. Así, pues, toda afirmación explícita,

lógica, secuencial y coherentemente argumentada es considera una

imposición, una ofensa.

Quizá no se da cuenta cuánto cae en aquello que sus “aplaudidas”

teorías del “pensamiento no coercitivo” dicen rechazar. Por ejemplo,

en su extravagante libro The examined life. Philosophical

meditations el filósofo profesional de Harvard dice: “La teología

cristiana ha sostenido que hubo dos transformaciones importantes en

la situación de la humanidad, primero la Caída y luego la crucifixión

y resurrección de Cristo, quien redimió a la humanidad y la proveyó

de una ruta de salida de su estado caído. Cualquier cambio de

situación o posibilidad que se suponía que la crucifixión y la

resurrección habrían de ocasionar, hoy ha terminado: el holocausto

ha cerrado la puerta que Cristo abrió -pontifica Nozick-. (Yo

personalmente no soy cristiano, pero eso no es un obstáculo para ver

-quizá me ayuda a ver más claramente- cuáles son las más profundas

implicaciones para el cristianismo). El holocausto es la tercera

transformación importante. Aún persisten las enseñanzas éticas y el

ejemplo de la vida de Jesús antes de su fin, pero ya no opera más el

mensaje salvífico de Cristo. En este sentido, la era cristiana se ha

cerrado[19]

“. Y sigue en ese tenor.

Aparte de lo gravemente ofensivo de sus planteamientos -totalmente

absurdos para un creyente-, resulta evidente el tono con que se

expresa Nozick. Uno con justicia puede preguntarse: ¿Dónde está la

anticoercitividad? ¿Dónde están las neutras “explicaciones”?

Obviamente no se trata de imponer ideas ni siquiera bajo la falaz

máscara de “exponer, simplemente”, pero tampoco se trata de llegar

al extremo de diluir el pensamiento de tal forma que todo se

confunda y dé lo mismo una cosa que otra, en el más puro

subjetivismo y relativismo. Esto ya ocurre en los Estados Unidos, en

especial en los medios académicos, y en los ecos valorativos y

campañas en la prensa. Cuando los hijos de la Iglesia asumen estas

categorías y no se preguntan cuándo se pasa la frontera de la

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“urbanidad” a la exótica ideologización de los planteamientos

teóricos de un Nozick[20]

, se cruza el Rubicón del reduccionismo y

del relativismo en nombre del falso “respeto al otro” o la “libre

expresión” de una subjetividad caprichosa ubicada en razonamientos

que “pretenden” hincarse ante una cierta racionalidad. Pues, en

realidad, no se respeta al otro, ya que se falsifica la propia creencia y

se la disuelve en un pseudodiálogo que resulta ser sólo “juego de

palabras”, donde la verdad pierde interés y se la enmascara en favor

de la sumisión a unas curiosas condiciones de “diálogo” que la

transforman en una parodia. Como decía Orwell, el lenguaje se torna

en un medio de ocultamiento. En la perspectiva del encuentro

interpersonal, de la respetuosa comunicación de un yo con un tú,

estas ideas “anticoercitivas”, recogidas como en caja de resonancia

en la ideología de la “corrección política”, constituyen una de las

mayores ofensas que se le pueden hacer al otro, que responden a un

individualismo que se sumerge en el solipsismo existencial.

“Pensamiento débil”, “moral débil”

Pero las teorías de la anticoercitividad surgidas en Norteamérica no

están solas. Existe una contraparte europea, o mejor dicho italiana,

que está representada por un profesor de la Universidad de Turín:

Gianni Vattimo. Para él todo pensamiento que afirme ser o buscar

una armonía con el mundo objetivo está totalmente fuera de lugar.

Su categoría básica es el llamado “pensamiento débil” (“pensiero

debole”). Rechaza la metafísica, porque sus categorías estarían

debilitadas. Vattimo teme y rechaza que su pensamiento débil se

transforme en un sistema metafísico -cree que la “aventura

metafísica del pensamiento, como la llama, ha llegado ya a su fin-, o

en un principio de síntesis, y postula más bien que esa condición de

“debilidad” es la que genera la crisis sobre la verdad y la nutre. Para

él no hay verdad como tal. En su ensayo de reivindicación de

Nietzsche y en su uso de Heidegger postula una recuperación del

irracionalismo, al que considera aún “no suficientemente

exorcizado”. Para él “la racionalidad debe debilitarse en su mismo

núcleo, debe ceder terreno, sin temor a retroceder hacia la supuesta

zona de sombras”. Para Vattimo lo verdadero “no posee una

naturaleza metafísica o lógica, sino retórica”. Tenemos acá una

implícita declaración de nominalismo. Así: “Un pensamiento débil

lo es... en virtud de sus contenidos ontológicos, del modo como

concibe el ser y la verdad: en consecuencia, es también un

pensamiento desprovisto de razones para reclamar la superioridad

que el saber metafísico exigía en relación a la praxis”.

Así, hablar de debilidad del pensamiento, de debilidad ontológica, es

hablar también de la debilidad en la expresión de ideas y de débil

adhesión a las mismas. Lenguaje anticoercitivo, pensamiento, moral

y lenguaje débil, y “corrección política”, son todas manifestaciones

del escepticismo y relativismo que hoy está presente en la

anticultura.

El Cardenal Camillo Ruini, en una intervención en Lima, Perú, en el

V Congreso Internacional sobre la Reconciliación en 1996, permite

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captar mejor el alcance de estas graves tendencias: “Característica

de esta situación histórica es el hecho de que la misma fe cristiana es

puesta en entredicho, en sus contenidos de verdad y en sus normas

morales, realizándose fáciles selecciones, escogiendo lo que se

adapta a nuestras sensibilidades, expectativas, intereses y

rechazando en cambio lo que parece oponérseles. Es más, y en

modo incluso más radical, se pone en duda el mismo contenido

esencial de la fe, es decir Cristo, la actuación salvífica de Dios a

nuestro favor, que es sustituida frecuentemente por un genérico

sentimiento religioso sin un compromiso vital. De este modo se

debilita el fundamento mismo y la estructura que mantiene el acto

de fe, esto es la acogida de la revelación y comunicación de sí que

Dios nos hace en su Hijo Jesucristo para nuestra salvación. Esto se

da en el contexto del “pensamiento débil”, para usar una expresión

de moda hoy en Italia, y de las respectivas “adhesiones débiles”, a

toda realidad o institución comunitaria, que caracterizan a las

actuales sociedades y culturas europeas, donde predomina la idea de

la relatividad, equivalencia y, en fin de cuentas, indiferencia de toda

verdad y de toda adhesión. Nos enfrentamos, en ultimo análisis, a un

eclipse del concepto mismo de verdad en nuestra cultura y vida

social y por tanto, como ha dicho el sociólogo italiano Franco

Garelli, con “una relación desligada del concepto de verdad” y en

consecuencia con la “devaluación de las creencias religiosas desde

el rango de las certezas al de las opiniones[21]

“.

Así, además de su dinámica obvia, por esta “neutralidad” o

“pensamiento débil” se puede llegar a verdaderas situaciones

grotescas. Por ejemplo, considerar que la evangelización de la

cultura es una imposición, pues parte de una convicción sobre la

verdad y la posibilidad de su aprehensión y se manifiesta en la

adhesión personal a la fe y sus contenidos que se expresa en un

lenguaje de fe, en un “pensamiento fuerte” ajeno a los relativismos y

que atiende la palabra del Señor Jesús: “Sea vuestro lenguaje: “Sí,

sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno”.

Dentro de este esquema de “corrección política”, de “pensamiento

anticoercitivo”, o de “pensamiento débil” (“pensiero debole”), y de

sus evidentes consecuencias -la suavización u homogeneización

expresiva en relación a otros, así como la “privatización de la

religión”-, lo que se obtiene socialmente es modificar la conducta de

quienes deberían ser consecuentes anunciadores de la verdad,

evangelizadores que tras las huellas del Señor Jesús anuncien la

Buena Nueva. El precio es ingresar a un proceso de

“homogeneización” ya sea por quedarse callados, no proclamar la

doctrina de vida, arrancar las páginas socialmente incómodas del

Evangelio, silenciar los aspectos de la Tradición que molestan al

establishment, no optar abiertamente por una cultura de vida,

aparentar o convertirse en agnósticos funcionales, o relativizar la

propia creencia, atenuarla buscando hacerla menos precisa más

general, menos exigente de coherencia y así pasar como un producto

más, sin identidad marcada, sin la “supuesta” coercitividad que no le

gusta a Nozick, con la “debilidad” que postula Vattimo, sin esa

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incómoda radicalidad de quien sigue al Señor Jesús con la mente y

el corazón, sin molestar a los demás por el contenido de la fe,

sometiéndose a las reglas del mercado establecidas por la

coercitividad blanda o “light” de un “anónimo consenso”.

Acuario y signo de contradicción Ante esto cabe preguntarse dónde queda el Señor Jesús como “signo

de contradicción”. ¿Acaso en el proceso descrito no se opta por

aquel “mundo” negativo en un sentido joánico –por sus ideologías,

métodos y demás- en contra de la fidelidad al Evangelio? ¿Qué hay

de aquello que dice el Espíritu por el Apóstol: “No os conforméis a

este mundo? ¿O quizá hay quien piensa, según la crisis metafísica de

la verdad que estamos considerando, que el Evangelio no tiene

sustento o que no tiene un mensaje megasignificativo, para todas las

culturas, épocas y pueblos? Negar esta rica realidad histórica de la

Iglesia o presentarla de otra forma hoy en día es haber sucumbido a

las teorías de moda que en el fondo portan una carga de relativismo

brutal e incluso en algún caso de nihilismo. Claro que para aquellos

que constituyen el establishment o lo que se llama “cultura de

muerte”, sería quizá mejor un cristianismo sin Iglesia, una adhesión

“débil”, subjetiva y selectiva, o una religión de sólo barniz cristiano,

de sólo barniz, como por ejemplo lo que se da en esa religiosidad

vacua y sincrética del fenómeno que se llama New Age, que llega a

ser un espiritualismo sin trascendencia, un gnosticismo ocultista de

la llamada “era de acuario”, o una especie de panteísmo. Hay que

tomar conciencia de que todos los avances tecnológicos y las

globalizaciones con sus secuelas no han silenciado el anhelo de

trascendencia de los dinamismos más profundos de la mismidad

humana. Y quizá en algunos casos lo han avivado. Ese hambre de

Dios sigue presente y viva en la naturaleza humana. La contestación

del New Age, con su afán de responder al ansia de infinito de la

creatura, es precisamente un sucedáneo que busca sustituir la

verdadera respuesta ofrecida en la Iglesia por el Señor Jesús.

Ciertamente es una falsa o pseudo respuesta pero constituye un

intento de acallar el hambre de Dios, la nostalgia de infinito del ser

humano.

Esto en realidad no es novedad en América. El New Age es un

fenómeno semejante al viejo ocultismo experiencialista, al

trascendentalismo norteamericano del siglo pasado, que expresa una

reedición del paganismo en nuevas coordenadas espacio-temporales.

Aquello de un cristianismo sin Iglesia ya se escuchaba hace unos 28

años, cuando Julio Santa Ana publicaba su Cristianismo sin

religión, en el marco sincretista de secularismo y marxismo. E

incluso entonces era un eco de lo que ya a finales del siglo pasado el

papa León XIII consideraba inaceptable para un hijo de la Iglesia

cuando en su carta Testem benevolentiae nostrae señalaba el error

de quienes considerasen que la Iglesia debe “acercarse algo más a la

cultura de este mundo adulto” y “condescender con los principios y

gustos recientemente introducidos entre los pueblos. Y muchos

creen que estas concesiones han de entenderse no sólo sobre los

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modos de vida, sino también sobre las doctrinas contenidas en el

depósito de la fe”. Para ello, decía el papa León XIII, pretenden

“omitir ciertos puntos de doctrina, como si fuesen de menor

importancia, o atenuarlos de tal manera que ya no conserven el

mismo sentido que constantemente ha mantenido la Iglesia”.

Precisamente al no ser esto novedad no cabe excusa para descuidar

la evaluación de los graves alcances de estas formas en que el

relativismo se presenta hoy, a pesar de que algunos lo vean como

fuerza “homogeneizadora” conveniente para la globalización.

[1]

El profesor Belk, de la Universidad de Utah, señala: “El futuro

comercial de un mundo único... es menos fantasioso y menos

inocente de lo que a primera vista puede parecer” (Russell W. Belk,

Hyperreality and globalization: Culture in the age of Ronald Mc

Donald). [2]

En su informe Our global neighbourhood, la autodenominada

Comission on Global Governance considera que los factores arriba

señalados son sólo algunos de los que están haciendo posible que el

ideal que ellos proponen de un “global neighbourhood” (“barrio

global”) sea una realidad. [3]

El tema de la “homogeneización” no sólo en parámetros y usos

económicos, sino culturales, y lo que ello significa a escala nacional,

contando con la existencia de tradiciones y expresiones locales

propias, ha sido motivo de reflexiones en el pasado. Lo demuestra

fácilmente la existencia de criterios como melting pot y assimilation.

Incluso desde la perspectiva marxista se ha producido una reflexión

en ese sentido. Por ejemplo, el heterodoxo marxista italiano Antonio

Gramsci alude al tema en varios pasajes. Va como ejemplo éste: “La

elaboración unitaria de una conciencia colectiva homogénea

demanda un amplio rango de condiciones e iniciativas. La difusión

desde un centro homogéneo de una homogénea manera de pensar y

de actuar es la principal condición, pero no debe ser ni puede ser la

única” (Cuadernos de la Cárcel, 24,3). [4]

En el prólogo el primer volumen de su trilogía, habla el autor

catalán-estadounidense de “particularistic identities” (ver Manuel

Castells, The information age. Economy, society and culture.

Volume I: The rise of the network society). [5]

En el tomo segundo de su trilogía Castells, como en un mosaico o

quizás más al estilo de “cajón de sastre”, reflexiona sobre la

identidad y esta tensión y algunas de sus manifestaciones concretas

ante la presión globalizadora (ver Manuel Castells, The information

age. Economy, society and culture. Volume II: The power of

identity). [6]

El mismo Barber ofrece una suerte de excusa por el uso de

“jihad” en la edición de 1996 de su libro Jihad vs. Mc World

(Ballantine Books, p. 299). [7]

Benjamin Barber, ob.cit., p.4.

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[8] En todo caso extenderse en esto merecería otro artículo.

[9] En una postura diversa a la de Francis Fukuyama, en El fin de la

historia, Samuel Huntington en The clash of civilizations and the

remaking of world order anuncia un futuro de hostilidades globales

de carácter cultural. Para él la paz será fruto de un mundo

“multipolar”, de “múltiples civilizaciones” coexistiendo si sus áreas

de influencia cultural permanecen intocadas. Su compleja tesis

plantea que lo que se designa como Occidente debe mantenerse

dentro de sus límites y dedicarse a arreglar el caos de valores

morales y principios que están minando su propia identidad. [10]

Paul Berman, en The debate and its origins (1992) apunta como

el trasfondo de la corrección política lo que llama “las diferentes

versiones de la filosofía del „68” (Debating P.C.: The controversy

over political correctness on college campuses, Dell Publishing,

p.7). [11]

Francis J. Beckwith apunta con acierto dos perspectivas

filosóficas que se expresan en y refuerzan esta corriente de la

“corrección política”: “(1) el relativismo epistemológico; y (2) el

relativismo de los valores (value relativism). En este trabajjo he

presentado una crítica filosófica. He concluido que las dos

perspectivas fallan filosóficamente. Siendo, pues, éste el caso, la

base filosófica de la corrección política colapsa” (The epistemology

of political correctness, en “Public Affairs Quarterly”, Bowling

Green, vol.8, n.4, p.338). [12]

La traducción parecería ser “corrección política”, pero hay

quienes sugieren que está mejor expresada en “políticamente

correcto”. Usaremos ambas. [13]

Hoy en día, ante el desprestigio en muchos ambientes del

political correctness, el “multiculturalismo” lo encarna y expresa.

Obviamente por esta palabra no se alude realmente a la respetuosa

coexistencia de diferencias y aportes culturales diversos en un

marco societario común, lo que desde una perspectiva

latinoamericana no ofrecería novedad alguna. En el fenómeno

estadounidense se trata más bien de un proceso de atomización que

se funda en el relativismo. Entre los presupuestos radicales de esta

corriente que señalan Francis J.Beckwith y Michael E.Bauman hay

dos que por ser su falacia tan explícita no requieren mayor

comentario: “todas las culturas han contribuido con igualdad

(equally) a la historia de la raza humana”; y “todo juicio puede ser

reducido a la “pesrpectiva cultural” (Are you politically correct?

Debating America’s cultural standards, Prometheus Books, p.11). [14]

Paul Berman (ed.), Debating P.C., pp. 13-14. [15]

No son escasas las denuncias de profesores, especialmente en los

Estados Unidos, contra la intensa coerción y presión ejercida por

partidarios de lo “políticamente correcto” que, como el orwelliano

“Hermano Mayor”, están siempre el acecho de quien se sale de las

pautas impuestas. [16]

Ver George Orwell, 1984, parte primera, c.III. [17]

Los diversos libros que critican la ideología y la praxis de lo

“políticamente correcto” suelen tener amplios elencos de casos de

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hostigamiento contra quienes no se someten a los parámetros

“políticamente correctos”. [18]

Esto es así a pesar de que en The nature of rationality, Nozick

defiende que la racionalidad es esencial para los seres humanos,

tema no tan grato para algunos defensores de la corrección política

(ver Robert Nozick, The nature of rationality, Princeton University

Press). [19]

Robert Nozick, The examined life: philosophical meditations,

Simon and Schuster, p.239. Presuntuosamente –por decir lo menos-

este ídolo del libertarismo norteamericano dice que judíos y

cristianos pueden aceptar que “cualquier cosa que Cristo haya

alguna vez logrado... hoy ya no es así; vivimos en un estado

irredento... El holocausto ha empujado nuevamente ante nosotros el

tema de la redención, excepto que ahora la redención debe venir de

nosotros mismos, de la humanidad como un todo, con un resultado

incierto” (allí mismo, p.241). [20]

Se entenderá que acentúe lo del aspecto teórico porque de un

libro a otro libro Nozick no parece respetar sus propias teorías. [21]

Card.Camillo Ruini, La misión de la Iglesia frente al Tercer

Milenio en el Magisterio de Juan Pablo II, en V Congreso

Internacional de la Reconciliación. Nueva Evangelización rumbo al

Tercer Milenio, Vida y Espiritualidad, Lima 1996, pp.30-31.