Lectio domingo 2 de pascua
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DOMINGO 2° DE PASCUA La DCuartoina Misericordia
«Dichosos los que crean sin haber visto»
PADRES EUDISTAS Parroquia Santa Mónica
Cali
Ambientación El tiempo pascual es un tiempo para profundizar, durante varios domingos, en los
dones que Dios nos concede a través de la resurrección de Jesús. En este domingo la
Iglesia nos hace reflexionar sobre los dones de la caridad fraterna, la fe y la paz. El domingo pasado celebrábamos la resurrección del Señor. Es el día de Pascua por
excelencia. Pero el "tiempo de Pascua" no se acaba en el domingo pasado. Hoy, y los restantes domingos del año, son el día del Señor. El día en que su resurrección nos reúne para celebrar ese gran acontecimiento y para compartir el gozo de nuestra fe.
Es, también, el día de la acción de gracias a Dios por habernos favorecido de esta
manera. Por la muerte y resurrección del Señor hemos sido perdonados , por su gran misericordia. Una vez más renovamos nuestro arrepentimiento y el ruego de perdón para nuestras debilidades y pecados.
1. Preparémonos: INVOQUEMOS AL ESPÍRITU SANTO
Espíritu de Vida, te invocamos sinceramente: ven en ayuda de nuestra debilidad.
Ven, Espíritu de Dios, y habita en nuestra flaqueza para que tu fuerza sea patente en nuestra existencia. Ven, presencia renovadora para que podamos nosotros, en nuestra fragilidad, recibir la Palabra de la Vida.
Ven a nosotros, injustos y pecadores, para que, por tu poder creador, se encarne en nosotros la Buena Noticia.
Ven a nosotros, Espíritu de la Verdad, toma posesión de nuestro corazón y de nuestra mente, acomódate en nuestro hogar, conduce nuestra vida cotidiana según los designios de Dios Padre.
Ven a nosotros, ven a tu Iglesia y hazla gustar de tu gozo embriagador, en la aceptación diaria y confiada de la única Palabra que salva. Amén.
2. Leamos: ¿QUÉ DICE el texto?
Hech. 15, 12-16: «Nosotros hemos comido y bebido con Él después de su resurrección».
Este es el tercer resumen, o visión de conjunto, que el autor de los Hechos nos propone
sobre la vida de la comunidad de Jerusalén. Se destaca sobre todo la importancia que en ella tenían los apóstoles y cómo las multitudes esperaban de ellos lo que habían esperado
de Jesús. La lectura, muestra cómo vivía la comunidad cristiana en aquellos tiempos y, a la vez,
cómo debería vivir siempre. Siete verbos indican una situación habitual de la comunidad. La Comunidad ha hallado un lugar estable de encuentro junto al templo (el pórtico de Salomón),
se reúne en torno a los apóstoles y muestra una identidad bien definida frente a los otros. En el centro de la narración aparece la presencia y la acción de los apóstoles, en
particular la de Pedro. Los apóstoles realizan signos y prodigios que atestiguan el poder del Resucitado. El pueblo los exalta; aumenta el número de los creyentes y junto a él la fe
suscitada por el poder de curación de los apóstoles, incluso por la sombra de Pedro. Se perfilan aquí los rasgos de la Iglesia, que, mientras se va formando, agrega siempre, por el poder del Espíritu, nuevos miembros, sobre todo mediante la actividad de los apóstoles.
Por otra parte, se habla del crecimiento de la comunidad de los creyentes . ¿No
deberíamos hallar, en este esbozo, un ideal para nuestras comunidades? ¡Sobre todo lo que se refiere al crecimiento de la fe en el Señor!
El éxito de la predicación de los Apóstoles, y del cristianismo, estuvo basado en dos
hechos: la inconmovible convicción de la Iglesia Primitiva en la resurrección de Cristo;
los muchas acciones prodigiosas realizados por los Apóstoles en favor de los oprimidos,
como signo de credibilidad de su misión.
Relato sobre los rasgos esenciales de la Primitiva Comunidad Cristiana. En
otros textos se insiste en la fracción del pan y en el compartir los bienes, aquí se
presentan otros signos mesiánicos: las curaciones y el servicio a los necesitados.
Hay una continuidad entre estas curaciones y las realizadas por Jesús. El gusto por lo
maravi lloso viene a expresar el asombro ante un nuevo mundo y una nueva creación, después de la Resurrección.
Sal. 118(117): «Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia»
Continuamos con la lectura orante de la Palabra de Dios en este Segundo Domingo de
Pascua, con el salmo 118(117), un salmo pascual por excelencia, el texto del salmo más
expresivo de la acción de gracias por la victoria del Señor.
Nada más grande que esta pequeña alabanza: «porque es bueno». Ciertamente, el
ser bueno es tan propio de Dios que, cuando su mismo Hijo oye decir «Maestro bueno» a
cierto joven que, contemplando su Carne y no viendo su DCuartoinidad, pensaba que El era
tan sólo un hombre, le respondió: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios». Con esta respuesta, Jesús quería decir: Si quieres llamarme bueno, comprende, entonces, que Yo soy Dios.
El salmo pascual nos acompaña todavía en este domingo de la octava, como lo ha
hecho toda la semana. Con las palabras del salmo reconocemos el amor -la misericordia- del Señor que se ha manifestado en la Resurrección de Jesús. En El
los hombres pecadores tenemos la demostración viviente de cómo Dios nos ama y nos quiere como hijos, en el Hijo.
Ap. 1, 9-13.17-19: «Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos»
Leeremos el Apocalipsis durante todos los domingos de Pascua de este ciclo C. Nos
ayuda a completar la visión de la Iglesia que, por su parte, nos da la lectura de los Hechos de los apóstoles. Es una mirada sobre la Iglesia vista desde la gloria.
Esto se hace evidente en este primer texto: el VCuartoiente que fue muerto -Jesucristo resucitado- se hace presente a los creyentes, como gran sacerdote para siempre del culto
definitCuartoo. Eso sucede en el «Día del Señor», el Domingo. Es una estupenda forma de enseñarnos el significado de la asamblea dominical.
En el comienzo del libro del Apocalipsis. El Apóstol Juan, exiliado a causa de su fe,
contempla la Verdad de Dios. En este caso, a Cristo resucitado y su papel en la historia: él
es la llave de la historia; está vCuartoo y actCuartoo para siempre, es aun Señor de todas
las formas de Muerte e Infierno.
Juan, condenado por Domiciano, es deportado a la isla de Patmos. Su delito: predicar la palabra de Dios y ser testigo de Jesús. Juan como pastor que sufre, habla a la Iglesia que
sufre, comprendiendo la situación y el porvenir de la misma.
Su experiencia espiritual ocurre precisamente el día memorial de la resurrección del
Señor: el domingo. Juan tiene que «volverse», «convertirse», «retornar a Dios», y justamente porque se convierte puede «ver».
Un misterioso personaje se presenta en medio de siete candelabros de siete brazos: se ha pasado del culto reducido al templo, al culto que se rinde en toda la comunidad eclesial en medio de la cual aparece Cristo resucitado, triunfante, el Sacerdote eterno, el Hijo de Dios, el que vCuartoe, el primero y el último, el que tiene el poder sobre la vida y sobre la muerte.
Ve la realidad de sus iglesias bajo el símbolo de las siete lámparas de oro y en medio
el Señor, con caracteres propios del Antiguo Testamento. El Señor se le presenta como primero y último, e! que fue y será, con poder sobre la muerte.
Jn 20,19-31: «Dichos los que crean sin haber visto»
EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN
R/. Gloria a Ti, Señor.
19Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas, del lugar donde se encontraban los discípulos por miedo a los judíos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con ustedes» 20Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21Jesús les dijo otra vez: «La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío.»
22Dicho esto, sopló y les
dijo: «Reciban el Espíritu Santo. 23
A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengans, les quedan retenidos»-
24Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor» 25Pero él
les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
26Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con ustedes» 27 Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis
manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo sino creyente» 28 Tomás le contestó: «Señor mío y Dios
mío» 29 Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos
los que no han visto y han creído». 30 Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están
escritos en este libro. 31 Éstos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengaqn vida en su nombre.
Palabra del Señor.
R/. Gloria a Ti, Señor Jesús
RE-LEAMOS la Palabra
Las lecturas del segundo domingo de Pascua tienen un punto de referencia fijo en todos los ciclos: el evangelio de las dos apariciones dominicales del Resucitado y de la confesión de fe de Tomás.
Leamos este texto varias veces; subrayemos en él palabras o
expresiones que llamen más nuestra atención. Identifiquemos el ambiente en que ocurre la narración…los
personajes…sus actitudes…miremos de qué manera todo esto se relaciona con nosotros.
Cuando se escribe este evangelio, el Domingo, el «Día del Señor», es ya
el día de la reunión de los cristianos. Estamos en el mismo día de la resurrección y es el mismo día de la efusión del Espíritu.
Cada año leemos y escuchamos este evangelio en el segundo domingo de
Pascua. El motCuartoo es evidente. Se trata de que no perdamos de vista, sino que actualicemos el significado del Domingo cristiano. El domingo es el día de las apariciones, empezando por el «tercer día» después de la muerte de Jesús y continuando ocho días después... y así cada ocho días, hasta hoy. El
Resucitado se presenta en medio de nosotros para actualizar el misterio de su muerte y de su gloria, henchirnos de alegría y confiarnos su misión.
El paralelismo entre la narración evangélica y el texto del Apocalipsis es notable e iluminador:
- En ambos textos el Resucitado está en el centro de la atención. El se
presenta inesperadamente, habla de su muerte y muestra las manos y el costado (Evg.), herido en la pasión, pero habla de ello desde la victoria pascual (Ap.).
- En los dos casos la situación de los discípulos es difícil: se han
encerrado por miedo (Evg.), está deportado el vidente (Ap.) a la isla de Patmos...
- Pero también en los dos casos hay un tránsito del terror o de la duda
a la alegría y el reconocimiento en la fe. - Y, a la vez, hay una misión a cumplir: prolongar la misión de Cristo
(Evg.), escribir todo lo que El muestre (Ap.). - Todo eso en un contexto cronológico idéntico: en el domingo -
kyriaké-, prolongación de aquel primer día de las apariciones. - Por su parte, la primera lectura aporta el tercero de los sumarios de
Lucas (el «flash» sobre la comunidad de Jerusalén, como en los ciclos A y B), en que se destaca el crecimiento de la comunidad; con el bien entendido de que el crecimiento no se realiza por adhesión al grupo, simplemente, sino porque «hombres y mujeres se adherían al Señor». Es lo mismo que dice el primer sumario: «y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando» (Hch. 2,47).
El Señor Jesús, pues, es también el protagonista de este crecimiento.
Todo este análisis nos conduce a una frase del Vaticano II: «Para realizar una obra tan grande -la alabanza de Dios y la santificación de los hombres- Jesucristo está siempre en su Iglesia, sobre todo en las acciones litúrgicas» (Constitución sobre Sagrada Liturgia, (SC). 7). Y los textos paralelos de la Constitución sobre la iglesia, «Lumen Gentium» (LG). 26 y el Decreto sobre el Ministerio de los Obispos, «Christus Dominus» (ChD), 11).
Organización del texto para facilitar la lectura:
Jn. 20,19-20: aparición a los apóstoles y muestra de las llagas Jn. 20,21-23: don del Espíritu para la misión
Jn. 20,24-26: aparición particular para Tomás ocho días después Jn. 20,27-29: diálogo con Tomás Jn. 20,30-31: finalidad del evangelio según Juan
Re-lectura del texto:
“Al atardecer de aquel día, el primero de la semana”: los discípulos están
viviendo un día extraordinario. El día siguiente al sábado, en el momento en el que viene
escrito el cuarto evangelio, es ya para la comunidad “el día del Señor” (Ap 1-10), “Dies Domini” (domingo) y tiene más importancia que la tradición del Sábado para los Judíos.
Mientras estaban “cerradas las puertas”: es una anotación para indicar que el
cuerpo de Cristo Resucitado no está sujeto a las leyes ordinarias de la vida humana.
«Miedo» y «encerramiento» son unas actitudes de los discípulos que Jesús resucitado
supera. A pesar de todo, Ël se les pone en medio. El evangelio subraya que la presencia de Jesús es real, pero distinta de la de antes, y que este Jesús Resucitado es el
mismo que fue crucificado: la resurrección no quita nada de lo absurdo y del sufrimiento
de la muerte, sino que nos hace ir más allá, nos la hace mirar con otra esperanza.
“Paz a ustedes”: no es un deseo, sino la paz que había prometido cuando estaban
afligidos por su partida (Jn. 14,27; 2Tes. 3,16; Ro. 5,3), la paz mesiánica, el cumplimiento
de las promesas de Dios, la liberación de todo miedo, la victoria sobre el pecado y sobre la
muerte, la reconciliación con Dios, fruto de su Pasión, don gratuito de Dios. Se repite por
tres veces en este pasaje, como también la introducción (cfr. Jn.20,19) se repite más adelante (Jn. 20,26) de modo idéntico.
Jesús puede dar aquella paz que proviene de dar la vida. Jesús resucitado, dador de la
paz, lleva la alegría. Quizá podríamos decir: al principio de la comunidad hay ya alegría...
Les mostró “las manos y el costado”: Jesús refuerza las pruebas evidentes y
tangibles de que es Él el que ha sido crucificado. Sólo Juan recuerda especialmente la herida del costado producida por la lanza de un soldado romano, mientras Lucas tiene en cuenta las heridas de los pies (cfr. Lc.24-39). Al mostrar las heridas quiere hacer evidente
que la paz que Él da, viene de la Cruz (cfr. 2Tm. 2,1-13). Forman parte de su identidad de
Resucitado (cfr. Ap. 5,6)
Los discípulos “se alegraron de ver al Señor”: Es el mismo gozo que expresa el
profeta Isaías al describir el banquete divino (cfr. Is.25,8-9), el gozo escatológico, que
había preanunciado en los discursos de despedida, gozo que ninguno jamás podrá arrebatar
(cfr. Jn. 16,22; 20,27. Cfr. También Lc.24,39-41; Mt. 28,8).
“Como el Padre me envió, también yo los envío”: Jesús es el primer misionero,
el “apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos” (Ap. 3,1). Después de la
experiencia de la Cruz y de la Resurrección se actualiza la oración de Jesús al Padre (cfr. Jn. 13,20; 17,18; 21,15,17).
No se trata de una nueva misión, sino de la misma misión de Jesús que se
extiende a todos los que son sus discípulos, unidos a Él como el sarmiento a la vid (cfr. Jn.
15,9), como también a su Iglesia (cfr. Mt. 28,18-20; Mc. 16,15-18; Lc. 24,47-49).
El Hijo eterno de Dios ha sido enviado para que “el mundo se salve por medio de Él” (Jn. 3,17) y toda su existencia terrena, de plena identificación con la voluntad salvífica del
Padre, es una constante manifestación de aquella voluntad divina de que todos se salven.
Este proyecto histórico lo deja en consigna y herencia a toda la Iglesia y de modo particular, dentro de ella, a los ministros ordenados.
“Sopló sobre ellos”: el gesto recuerda el soplo de Dios que da la vida al hombre (cfr.
Gn. 2,7); no se encuentra otro en el Nuevo Testamento. Señala el principio de una c reación
nueva.
“Reciban el Espíritu Santo”: después que Jesús ha sido glorificado viene dado el
Espíritu Santo (cfr. Jn 7,39). Aquí se trata de la transmisión del Espíritu para una misión particular, mientras Pentecostés (Hch. 2) es la bajada del Espíritu Santo sobre
todo el pueblo de Dios.
“A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”: el poder de perdonar o no perdonar (retener) los
pecados se encuentra también en Mateo de forma más jurídica (cfr. Mt. 16,19; 18,18). Es Dios quien tiene el poder de perdonar los pecados, según los escribas y Fariseos (cfr. Mc.
2,7), como según la tradición (cfr. Is. 43,25). Jesús tiene este poder (cfr. Lc 5,24) y lo transmite a aquéllos que participan por sucesión y misión del carisma apostólico. En este poder general está también incluso el poder de perdonar los pecados después del bautismo,
lo que nosotros llamamos “sacramento de la reconciliación” expresado de diversas
formas en el curso de la historia de la Iglesia.
“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo”: Tomás es uno de los protagonistas
del cuarto evangelio; aquí se pone en evidencia su carácter dudoso y fácil al desánimo (cfr.
Jn. 1,16; 14,5). “Uno de los doce” es ya una frase acostumbrada (cfr. Jn. 6,71), porque en
realidad eran once.
Lo mismo que sucedió con María Magdalena, en Tomás, la luz llega de lo alto, de
Jesús. Pues está bien claro que los datos que fundamentan la fe cristiana sólo la engendran
de verdad cuando los informa la otra luz venida de lo alto. «Nadie puede venir a mi si el Padre que me ha enviado no le atrae» (Jn. 6, 44).
“¡Hemos visto al Señor!”: Ya antes Andrés, Juan y Felipe, habiendo encontrado al
Mesías, corrieron para anunciarlo a los otros (cfr. Jn. 1,41-45). Ahora es el anuncio oficial
por parte de los testigos oculares (cfr. Jn. 20,18).
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré ”: A Tomás le
ocurre lo mismo que a la Magdalena. También él sufrirá por la dificultad que tiene para unir la vida mortal con la vida gloriosa de Jesús y por eso querrá tender un puente que las una: las cinco llagas comprobadas con sus propios dedos. Jesús no queda satisfecho con esta fe
inmadura. Quiere una fe apoyada en su palabra, y no en nuestros sentidos, en aquello que podemos ver y tocar. Y esta forma de fe es un don, que hoy se nos concede a través de la
Iglesia Católica.
Tomás no consigue creer a través de los testigos oculares. Quiere hacer su experiencia. El evangelio es consciente de la dificultad de cualquiera para creer en la
Resurrección (cfr. Lc. 24, 34-40; Mc. 16,11; 1Co. 15,5-8), especialmente aquéllos que no
han visto al Señor. Tomás es su (o mejor, nuestro) intérprete. Él está dispuesto a creer,
pero quiere resolver personalmente toda duda, por temor a errar. Jesús no ve en Tomás a
un escéptico indiferente, sino a un hombre en busca de la verdad y lo satisface
plenamente. Es por tanto la ocasión para lanzar una apreciación a hacia los futuros creyentes (cfr. vers. 29).
La duda de Tomás está planteada en el estilo típico de Juan de enfrentar una incomprensión para hacer brotar la aclaración; en este caso afirmar que el único apoyo de la fe en el resucitado es la confianza, creer sin tener demostraciones palpables.
“Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”: Tomás recibe la luz de la Pascua cuando
Jesús se le presenta y se le abre para que toque y compruebe. Este momento lo incluye en el misterio de Pascua y le comunica su dinamismo salvador.
Por esta manifestación condescendiente y misericordiosa de Jesús, Tomás ha vivido la experiencia del Resucitado y ya lo entiende todo. Entenderlo equivale
a saber y comprobar que es verdad lo que intuía de Jesús, que no puede morir.
Jesús repite las palabras de Tomás, entra en diálogo con él, entiende sus dudas y
quiere ayudarlo. Jesús sabe que Tomás lo ama y le tiene compasión, misericordia,
porque todavía no goza de la paz que viene de la fe. Lo ayuda a progresar en la fe. Para
profundizar más en la meditación, se pueden confrontar los lugares paralelos: 1Jn. 1-2; Sal.
78,38; 103,13-14; Ro. 5,20; 1Tm. 1,14-16.
“¡Señor mío y Dios mío!”: Tomás, transformado por la Luz de la Pascua hace la
confesión máxima de la fe. ¡Exclama que Jesús es Dios! La bienaventuranza final se
dirige a todos aquéllos que creerán por la palabra y el testimonio.
Es la profesión de fe en el Resucitado y en su divinidad como está proclamado
también al comienzo del evangelio de Juan (cfr. Jn. 1,1) En el Antiguo Testamento “Señor” y “Dios” corresponden respectivamente a ”Jahvé” y a “Elohim” (cfr. Sal. 35,23-24; Ap.
4,11).
Es la profesión de fe pascual en la divinidad de Jesús más explícita y directa. En
el ambiente judaico adquiría todavía más valor, en cuanto que se aplicaban a Jesús textos que se refieren a Dios. Jesús no corrige las palabras de Tomás, como corrigió aquéllas de
los judíos que lo acusaban de querer hacerse “igual a Dios” (Jn. 5,18ss), y, por tasnto,
aprueba así el reconocimiento de su divinidad.
“Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”: Jesús nunca soporta a los que están a la búsqueda de signos y prodigios para
creer (cfr. Jn. 4,48) y parece reprochar a Tomás. Encontramos aquí un pasaje hacia una fe más auténtica, un “camino de perfección” hacia una fe a la que se debe llegar también
sin las pretensiones de Tomás, la fe aceptada como don y acto de confianza. Como
la fe ejemplar de nuestros padres (cfr. Ap. 11) y como la de María (cfr. Lc. 1,45). Tomás recibe la misión de anunciar la resurrección a quienes no le han visto, de llevar
a toda la gente a creer no en lo que ven sus ojos, sino en lo que dice su Palabra.
Estos que escuchan la experiencia de Tomás son los nuevos discípulos de Cristo:
lo han seguido sin haberlo visto, lo han deseado, han creído en él. Lo han
reconocido con los ojos de la fe, no con los del cuerpo. No han puesto sus dedos en la herida de los clavos, pero se han unido a su cruz y han abrazado sus sufrimientos. No han visto el costado del Señor, pero se han unido a sus miembros a través de la gracia.
A nosotros, que estamos a más de dos mil años de distancia de la venida de Jesús, se
nos dice que, aunque no lo hayamos visto, lo podemos amar y creyendo en Él podemos
exultar de “un gozo indecible y glorioso” (1Pe.1,8).
“Estos signos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre : La
finalidad del evangelio de Juan queda expresada en estos dos últimos versos: no tiene la finalidad de escribir la vida completa de Jesús, sino despertar la fe en Jesús como Mesías e
Hijo de Dios y así alcanzar vida en su nombre. En este marco queda encuadrada la duda de
Tomás ante la aparición de Jesús y la nueva aparición a los ocho días. Creyendo en Él
tenemos la vida eterna. Si Jesús no es Dios, “¡vana es nuestra fe!”.
3. Meditemos: ¿QUÉ NOS DICE la Palabra?
Dentro de la estructura paralela del leccionario en los tres ciclos, el C destaca en la primera lectura la narración de los Hechos de la misión de Pablo (en coherencia con el
evangelio de Lucas, propio del ciclo), y en la segunda lectura se asumen unos cuantos textos del Apocalipsis, libro típico de la cincuentena en diferentes liturgias.
Las lecturas del segundo domingo de Pascua tienen un punto de referencia fijo en todos los ciclos: el evangelio de las dos apariciones dominicales del Resucitado y de la
confesión de fe de Tomás. Casi todos los Evangelios del tiempo pascual tienen que ver con nuestra actual fe en
Jesucristo: como los discípulos después de su resurrección, no podemos ver a Cristo con nuestros sentidos, pero podemos experimentarlo como amor viviente a través de nuestra fe.
El Evangelio de hoy tiene muchos sentidos y enseñanzas. Uno de ellos es Cristo
resucitado entregando a sus discípulos el don de la paz y de una fe renovada "La paz sea con ustedes" es el saludo usual de Jesús resucitado. En los labios del Hijo de Dios esta paz
no es sólo un deseo, sino un don. Las palabras de Jesús realizan lo que significan. Creer en Jesús y seguirlo en la Iglesia produce paz.
La verdadera paz es algo que para mucha gente es aún más importante que el amor.
Paz con nosotros mismos, aceptándonos como somos, tratando al mismo tiempo de ser
fieles a nuestra conciencia cristiana. Paz con los demás, por la práctica de la justicia y del respeto mutuo, y aprendiendo a perdonar unos a otros. Paz con Dios, fuente y sentido último de toda búsqueda de paz. Jesús también concede el don de una fe renovada. Esto acontece
en su diálogo con Tomás, cuya fe no había experimentado todavía la renovación de la resurrección.
La manifestación del Resucitado despierta la FE Cristo se apareció a los apóstoles escondidos en una casa y entró con las puertas
cerradas. Pero Tomás, que no estaba presente durante esta aparición, permaneció incrédulo. Desea ver, no acepta ni le basta con oír hablar de ella. Cierra los oídos y quiere
abrir el corazón. Le quema la impaciencia. Creer en el Señor Resucitado es situarse con fe ante una nueva visibilidad: la presencia
del Señor en la historia por sus signos y gestos salvadores en su Iglesia. De aquí la misión, la infusión del Espíritu y el poder de perdonar.
La aparición a los diez discípulos en el cenáculo tiene un sentido profundo y lógico.
Desde la más antigua predicación apostólica se unen en el mensaje la pasión y la
resurrección como fundamento de la conversión y de la fe a la que sigue la remisión de
los pecados. Juan recoge este esquema y lo trabaja a su estilo. Jesús transmite su Espíritu a sus apóstoles: es el don propio de Jesús en este evangelio, y los hace partícipes de su
misión. De modo que esta aparición nos descubre otro rasgo de la unión entre Jesús y el
Padre, unión a la que en adelante se incorpora la iglesia. Los apóstoles continuarán la misma misión salvadora de Jesús y como él podrán perdonar los pecados. Vencida ya la
muerte, queda vencido así el pecado, el último obstáculo que impedía el acceso de los hombres a la vida gloriosa de Jesús.
Y es definitivamente mejor experimentar a Jesús a través de la fe qué a través de
nuestros sentidos. "Tú crees porque me viste. Bienaventurados aquellos que no ven y creen". Hoy no estamos en situación peor, con respecto a Jesús, que los discípulos
de su tiempo.
Este Evangelio tiene además otro significado importante: Jesús ofrece a los discípulos el don de la paz. La verdadera paz es un don pascual, porque hoy día la paz
es tan importante como el amor, y es uno de los frutos del amor.
Juan narra las apariciones para despertar la fe. Si antes se apoyaba en otros signos,
los de ahora se basan en el nuevo modo de presencia del Señor Resucitado. Pretenden las apariciones, la identificación del Resucitado con el Jesús conocido de los apóstoles.
4. Oremos: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS?
Ven, quédate con nosotros, Señor, y aunque encuentres cerrada la puerta de nuestro corazón
por temor o por cobardía, entra igualmente. Tu saludo de paz es bálsamo
que hace desaparecer nuestros miedos; es don que abre el camino a nuevos horizontes. Dilata los angostos espacios de nuestro corazón.
Refuerza nuestra frágil esperanza y danos unos ojos penetrantes para vislumbrar
en tus heridas de amor los signos de tu gloriosa resurrección.
Con frecuencia también nosotros nos mostramos incrédulos, necesitados de tocar y de ver para poder creer
y ser capaces de confiar.
Haz que iluminados por el Espíritu Santo, podamos ser contados entre los bienaventurados que,
aunque no han visto, han creído.
Que la Pascua que celebramos nos haga dóciles a la Palabra de Dios
y capaces de superar nuestros criterios personales para abrirnos a tu acción misericordiosa y salvadora.
Que quienes tienen dificultades y dudas en la fe
encuentren en tu Pascua la firmeza y la paz.
Verdaderamente eres Tú el camino, la verdad y la vida, aurora sin ocaso, sol de justicia y de paz.
Haz que permanezca en tu amor, ligado como sarmiento a la vid, dame tu paz, de modo que pueda superar mis debilidades, afrontar mis dudas, responder a tu llamada
y vivir plenamente la misión que me has confiado, alabándote para siempre.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
5. CONTEMPLEMOS la Palabra y COMPROMETÁMONOS: ¿Qué NOS PIDE HACER la Palabra
El Misterio de la FE desconcierta Tomás quiere ver con sus ojos y tocar con sus manos a Jesús. No se fía del testimonio,
desconcertante, que le dan sus compañeros, los Apóstoles. Nosotros vCuartoimos en un mundo en el que todo se mide, todo se pesa, todo se palpa y todo se demuestra... ¡o se exige que se demuestre!
Por eso queda tan poco espacio para la fe en aquello que supera toda medida, todo
peso y toda demostración experimental. No hay mucho lugar al testimonio de la Palabra de Dios. ¡Como le sucedía a Tomás!
Sin embargo, hoy al igual que ayer, Jesús resucitado sigue ofreciendo sus dones más esperados y más necesitados:
* la paz (que es su habitual saludo en sus manifestaciones después de la resurrección), * la fe para quienes admiten el testimonio de los que le vieron resucitado,
* y el gozo de saber y experimentar que Jesús vCuartoe en nosotros.
Veamos si nuestra postura personal es semejante a la de Tomás o a la de los otros
Apóstoles. De todos modos no olvidemos lo que dice Jesús, el Señor: «dichosos los que crean sin haber visto porque tendrán vida en mi nombre». Y es que para confirmar la fe,
como dice un comentarista, no es preciso tocar físicamente a Jesús. El ha dejado a nuestro alcance la "experiencia pascual" por la que pasaron también sus
discípulos. Los Apóstoles habían vCuartoido una fantástica etapa de su vida al encontrarse con Jesús, gran Maestro y Profeta. Pero todo hubiera resultado efímero y pasajero de no
haber pasado por la «experiencia pascual de fe», de sentirse resucitados en la misma resurrección de Jesús.
Solamente bajo la fuerza de esa experiencia pascual se puede proclamar que Jesús es el Señor, como hizo Tomás, y llevar el mensaje de la Buena Noticia a todos los hombres (M.
Flamarique).
La fe en Cristo nace a partir de la Resurrección. La Fiesta que estamos celebrando nos asombra...
- Cristo resucitado significa una «nueva creación»: una nueva forma de acceso a El,
distinta a cuando estaba en medio de ellos de modo verificable e inmediato. - Ha surgido un ámbito nuevo de existencia, que supone una forma nueva de
acercamiento y convCuartoencia con Cristo, el acceso de la fe.
- La fe a partir de la Resurrección significa y pide:
* Que tengamos fe en El. Que lo aceptemos de un modo nuevo.
* Que veamos e interpretemos la realidad, de un modo nuevo. * Entrega a lo imponderable y desconcertante de Dios.
* Ruptura de nuestros moldes humanos de apreciación. * Elevarnos a una categoría de existencia y modo de vCuartoir, no controlable, ni
constatable por los sentidos.
* No encastillarnos en nuestra suficiencia. * Morir a uno mismo y resucitar a la nueva vida en Cristo.
La FE es compromiso.
- En los problemas socio-económicos, nos compromete con un trabajo serio por
el progreso del mundo.
- Nos exige actitudes de itinerancia, profetismo, pobreza y testimonio
en un mundo pluralista.
- Si creemos en la Resurrección del Señor, asumimos formas personales y asociadas de compromiso en la fe del Resucitado.
Y nosotros, en la escuela del Apóstol Tomás, queremos asomarnos a esas Llagas
gloriosas de Cristo, porque ante nuestros propios problemas, quisiéramos que no se dieran
esas llagas; a veces quisiéramos que nuestros dolores, dificultades, frustraciones o fracasos
no se dieran. Y resulta que el camino de la Cruz y el camino de la Pascua no es distinto: a Cristo se le ven bien las Llagas ; Cristo va adornado no con joyas ni con
perfumes, no lleva accesorios de última moda, sino lleva sobre su propio Cuerpo el hermoso vestido de las Llagas gloriosas.
Y el mensaje para nuestra propia Pascua es ése: ya no más esconder
nuestro dolor, ya no más hacer de cuenta que nada pasa, ya no más ocultar el rostro ante la pobreza, ante el pecado, ante la soledad,
ante el odio del mundo. El cristiano que ha participado de la fuerza de la resurrección de Cristo no tiene que
esconder el rostro a esas cosas como si no existieran, ni tratar de no pensar en ellas como si
ocurrieran en otro planeta.
Relación con la Eucaristía
«La celebración forma un todo coherente, animado por un dinamismo vivo.
Esta acción parte de la presencia de Cristo en medio de los que están reunidos en su nombre, se extiende a la palabra de Dios mismo que, mediante la proclamación
de las Escrituras, habla a la asamblea, y culmina en la liturgia eucarística. La modalidad eucarística de esa misma y única presencia de Cristo a lo largo de la celebración es como la concreción en la que viene a "tomar cuerpo" Cristo
glorificado que preside la asamblea y la alimenta con su Palabra» (Documento «Jesucristo, pan partido para un mundo nuevo», Congreso Eucarístico
Internacional, Lourdes 1981
Algunas preguntas para pensar durante la semana
1. ¿Me falta paz en algunos aspectos de mi vida? ¿Por qué?
2. ¿Identifico mi fe con la de Tomás, o con las palabras del Señor? 3. ¿Qué tensiones se presentan entre la fe personal y la comunitaria. 4. ¿Cómo vivir superando esas tensione?