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IGNACIO GONZALEZ JANZEN LA TRIPLE-A editorial CONTRAPUNTO

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IGNACIO GONZALEZ JANZEN

LA TRIPLE-A

editorialCONTRAPUNTO

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COLECCION M EM O RIA Y PRESENTE Director: Eduardo Luis Duhalde

Horacio Verbitsky EZEIZASergio Ciancaglini — Martín Grano vsky C RO NICAS DEL AP O C A LIP SISMaría Seoane — Héctor Ruiz Núñez L A N O C H E D E LO S LAPIC ESAlipio E. PaolettiCOMO LO S N AZIS, COMO E N VIETN AMN oem í Ulla — Hugo EchaveDESPUES D E L A NO CH E(Diálogo con Graciela Fernández Meijide)

Tapa: Virginia Nembrini

© Ignacio González Janzen © Editorial Contrapunto SRL

Tucumán 1438, 1° of. 110 Buenos Aires

IS B N 950-47 -0008-XQueda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina

PROLOGO

Después de releerlo creo que la mayor virtud de este libro es la exposición de los nexos profundos entre momentos en apariencia tan distintos como la Sema­na Trágica, los golpes militares de 1930, 1945, 1955 y 1966, y la emergencia de la Triple A .

Me pregunto si la capacidad de Ignacio González Janzen para ubicarse por encima de las fronteras par­tidarias, que siempre han oscurecido el análisis de es­tos fenómenos, la debe a su exilio de más de una déca­da o al conocimiento íntimo que difícilmente tenga al­guien que no haya pasado como él por el por el Cole­gio Militar, por algunos grupos del nacionalismo ca­tólico, y por el peronismo. La combinación de proxi­midad y distancia produce un efecto muy atractivo.

Testimonio de un protagonista, pero también in­vestigación periodística original, y reflexión inteligen­te sobre los motivos ideológicos y sociales de la violencia, esta obra puede llegar a convertirse en un clásico, de consulta obligatoria.

Los grupos armados irregulares son el recurso extremo de todas las derechas, para reprimir la agita­ción obrera o la insurgencia popular en algunos casos, y desestabilizar a gobiernos hermafroditas que por su ambivalencia inspiran desconfianza a las clases domi­nantes en otros. Sus vínculos con lo que hoy se llama la internacional negra resuenan con un aire familiar en nuestra política, pero las revelaciones de Gonzales Jansen nos dan la letra precisa de una melodía que hasta ahora sólo sabíamos tararear.

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Desde la Liga Patriótica protegida por el radicalis­mo en 1919, la Legión Cívica que conspiró con Uribu- ru contra Yrigoyen una década después, los coman­dos civiles católicos de Mariano Grondona y Mario Am adeo que se batieron por Cristo Rey y contra Pe­rón Presidente, los grupos de choque universitarios como el SUD, hasta las custodias sindicales de la UOM en la décadas del 60 y 70, González Jansen tra­za una geografía de las tinieblas, en guerra contra la convivencia democrática, el laicismo, el sufragio uni­versal, las reivindicaciones de los trabajadores; y una zoología del terror, tan diversa que comprende a co­roneles croatas, sacerdotes franceses, diputados rosa­dnos y jueces federales.

Hay probablemente imprecisiones en el texto, debi­das a la imposibilidad de una verificación en archivos locales de cada fecha y todos los nombres. Pero lo esencial está en estas páginas de lectura febril, que provocarán varias sorpresas y algún escándalo, apor­te estimable a la escritura de temas centrales de nuestra áspera historia, que hoy se insinúan en el inci­piente debate cultural sobre la etiología de la violencia argentina.

HORACIO VERBITSKY

A la memoria de

Jorge Money, Dardo Cabo y Rodolfo Ortega Peña

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LA TRIPLE-A

A fines de 1972, el abogado Juan Carlos Ortiz, apo­derado del Partido Justicialista durante la gestión de Jorge Paladino (y excluido con él del movimiento pero­nista) se jactaba entre sus amigos de los planes de José López Rega y José Ignacio Rucci para “ impedir que Héctor Cámpora y la izquierda asuman la conducción del peronismo” . Ortiz aseguraba que “ pese a las pe­queñas discrepancias” entre Rucci y López Rega, el secretario de la CGT y el secretario privado del general Perón, estaban de acuerdo en “ unir a todos los grupos dispuestos a enfrentarse con el camporismo en una ba­talla decisiva” ■. Ese abogado se convirtió, entonces, en la primera persona en anunciar el pacto entre los grupos de derecha para crear la Alianza Anticomunista Argenti­na, !a Triple-A.

Ortiz estaba bien informado: destituido Paladino, se había puesto a las órdenes de López Rega, en lo que se­ría una estrecha e imperecedera relación.

Poco después, en Madrid, López Rega e Isabel Mar­tínez expresaban en público sus preocupaciones: “ ¿Qué sucede si Perón se muere y Cámpora se queda con el po­der?...” El interrogante los obsesionaba. Repetían una y otra vez: “ Somos nosotros los legítimos herederos del general, y no vamos a permitir que nos roben su legado” .

Rucci sabía, por su parte, que la democratización del peronismo constituía una amenaza para la burocracia sindical. Podía convertirse en el epitafio para una pode-

1 Abal Medina, Juan Manuel: ex secretario del Movimiento Peronista. Entrevista con el autor.

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rosa conducción que carecía de sustento popular y era el fruto de muchos años de componenda con el régimen, colaboración con las patronales, corrupción y fraude en las elecciones sindicales. El dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), Lorenzo Miguel, compartía esas inquietudes: la movilización de las bases era cada vez más fuerte, más crítica, capaz de rebasarlos en un proce­so que pondría fin a su hegemonía.

Otro sector que observaba con temor el desarrollo de la movilización popular era la vieja partidocracia, cuyos elementos conservadores o reformistas temían ser re­emplazados.

En cambio, los nuevos “ aliados” de la derecha pero­nista, los nacionalistas de derecha vinculados a la reac­ción católica, apostaban “ doble contra sencillo” en fa­vor de una guerra santa, y ofrecían sus servicios como fuerza de choque para “ exterminar a la infiltración mar- xista” .

El 25 de mayo de 1973, cuando Héctor Cámpora asumió la Presidencia de la República, los términos del enfrentamiento eran muy claros: el peronismo había luchado durante 18 años enfrentando al régimen, que había derrotado a la dictadura y lograba elTetorno de su líder, fortalecía su hegemonía en la lucha de liberación nacional y social; la derecha del peronismo —forjada en la conciliación con el enemigo y la degradación de los contenidos revolucionarios del movimiento— quedaba expuesta al riesgo de una derrota y a la marginación.

Dos proyectos se enfrentaban. Y el imperialismo, la oligarquía y la reacción militar —forzados a un repliegue desde el fracaso del Gran Acuerdo Nacional (GAN) en 1971— se reincorporarían al escenario de la mano de sus viejos socios. Las contradicciones políticas, sociales y económicas se agudizaban rápidamente, ape­nas arbitradas por un líder cuyos golpes de timón coinci­dían con el sistema largamente cuestionado.

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El 20 de junio de 1973, en Ezeiza, se inició la escala­da de la derecha. Todos los grupos subordinados a Ló­pez Rega y a la burocracia sindical desplegaron sus fuer­zas para controlar la multitudinaria recepción a Perón. Fueron ellos, encabezados por Rucci y Miguel, así como dos provocadores de la talla de Jorge M. Osinde y Nor­ma Kennedy, los que impusieron un dispositivo que pre­tendía evitar la aproximación de las columnas de la ten­dencia revolucionaria. Adjudicaron a sus planes una enorme importancia política —erigirse en guardia preto- riana de Perón— y reclutaron para ello a elementos pa- rapoliciales, paramilitares, mercenarios extranjeros, guardaespaldas sindicales y activistas de extrema de­recha.

En ese primer “ estado mayor” de la federación de grupos de derecha se destacaron, también, Manuel Da- miano, Luis Rúbeo, Alberto Brito Lima, Julio Yessi, Felipe Romeo, Eduardo Auguste y José Miguel Tar­quini —jefes e “ ideólogos” de pequeñas bandas—, así como un buen número de ex oficiales del Ejército como Ciro Ahumada, Mario Franco, Fernando del Campo, Roberto Chavarri, Mariano Smith y el general Miguel Angel Iñiguez.

El resultado de ese “ bautismo de fuego” —según la cuidadosa investigación de Horacio Verbitsky— fue tre­ce muertos identificados, y aproximadamente 400 heri­dos2. El caos y fuego a discreción provocado por Iñi­guez y Osinde no acabó con el “ enemigo” , pero frustró la recepción de Perón y dejó un tendal de víctimas entre el pueblo peronista.

Desde ese 20 de junio en adelante, los ataques, aten­tados, agresiones, secuestros y crímenes perpetrados por la derecha se convertirían en un cruento recuento, pri­mero intermitente y luego cotidiano. Rucci y López Re-

2 Verbitsky, Horacio: “ Ezeiza” ; Editorial Contrapunto, Bs. As., 1985, págs. 117-8.

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ga compartieron, pese a sus agrias disputas, la jefatura de esa “ policía interna” de neto corte fascista. La com­petencia entre ellos concluyó el 25 de septiembre de1973, cuando Rucci fue emboscado por la guerrilla. Des­de entonces, López Rega quedó como jefe supremo de los escuadrones de la muerte, a los que reforzó con una “ Unidad Especial” formada por mercenarios, y el apo­yo de los nuevos jefes que impuso en la Policía Federal.

El “ hombre clave” en la organización terrorista for­jada por López Rega fue el comisario Alberto Villar, un oficial especializado en contrainsurgencia de acuerdo al modelo de la Interampol promovido por los Estados Unidos. Villar estructuró las fuerzas antiguerrilleras de la Policía Federal y las dirigió personalmente durante la dictadura militar. Su nombre era sinónimo de la repre­sión antiperonista; en agosto de 1972 encabezó el asalto a la sede central del Partido Justicialista, donde eran ve­lados los restos de mártires de Trelew, para apoderarse de los féretros. Despedido por Cámpora, fue reincorpo­rado por López Rega como Jefe de la Policía Federal.

El comisario Villar se rodeó de la escoria de tres ge­neraciones de policías: un centenar de hombres en su mayor parte dados de baja deshonrosamente, procesa­dos e incluso encarcelados por delitos comunes, desde el asalto a la extorsión, el contrabando, el tráfico de dro­gas y la trata de blancas.

Los oficiales que acompañaron a Villar en la ejecu­ción de este capítulo de la guerra sucia, fueron, entre otros, los comisarios Luis Margaride, Esteban Pidal, • Elio Rossi y “el chacal” Héctor García Rey; el subcomi- sario Juan Ramón Morales; el subinspector Rodolfo Eduardo Almirón Cena; los suboficiales Jorge Ortiz, Héctor Montes, Pablo Mesa, Oscar Aguirre y Miguel Angel Rovira.

Margaride se inició en la policía en 1933 y en el mo­mento de ser ascendido a comisario general contaba en

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su hoja de servicios con 62 “ distinciones” , entre las que se destacaba su participación en la represión político- sindical. López Rega lo designó subjefe de la Policía Fe­deral.

La “ Unidad Especial” de la Triple-A que cometió los asesinatos de las víctimas de mayor renombre —polí­ticos, legisladores, dirigentes de base, sindicalistas com­bativos, intelectuales y religiosos progresistas— fue en­cabezada por Morales.

Jefe de la Brigada de Delitos Federales de la Policía Federal a principios de los años sesenta, Morales era el arquetipo del oficial corrompido y vinculado a la delin­cuencia. Junto con Almirón Cena y los suboficiales José Vicente Lavia y Edwin Farquarsohn, se asoció con la banda de Miguel “el loco” Prieto para efectuar asaltos, secuestros, contrabando y todo tipo de delitos graves.

Morales y Almirón Cena, descubiertos al ser deteni­do Farquarsohn cuando extorsionaba a un comerciante, procedieron a eliminar a sus cómplices fusilándolos en descampado; el mismo método que utilizarían diez años más tarde para asesinar a cientos de argentinos. López Rega designó a Morales jefe de la custodia de Bienestar Social, y a Almirón Cena responsable de la seguridad de Isabel Martínez.

Los jefes de otros comandos de la Triple-A también se desempeñaron como funcionarios de Bienestar So­cial: el teniente coronel (RE) Jorge Manuel Osinde en la Secretaría de Deportes; Julio Yessi, presidente del Insti­tuto Nacional de Acción Cooperativa; Jorge Conti en Prensa junto con Salvador Paino, Roberto Vigliano y José Miguel Vanni.

Las oficinas de “El Caudillo”, publicación dirigida por Felipe Romeo y financiada por López Rega, en la avenida Figueroa Alcorta (Palermo Chico) fueron el “ cuartel general” de Morales y Almirón Cena, hasta que en forma casual las descubrió el teniente del Ejército

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Juan Segura. La denuncia del oficial, que motivó una investigación del juez federal Teófilo Lafuente, no sirvió para nada: López Rega fue informado a tiempo por sus amigos militares y ordenó que sus agentes desalojaran el edificio.

Algunos autores insisten en que la Triple-A comenzó a operar después de la muerte de Perón. Pero lo cierto es que la organización terrorista se manifestó públicamente en noviembre de 1973, asumiendo su responsabilidad en el atentado contra el senador radical Hipólito Solari Yri- goyen, uno de los abogados que intervinieron en el caso Trelew. Enseguida, el secretario del Movimiento Pero­nista, Juan Manuel Abal Medina, el diputado peronista Rodolfo Ortega Peña, y el sacerdote Carlos Mujica, fueron “ condenados a muerte” . Abal Medina sobrevi­vió a dos atentados; Ortega Peña y Mujica cayeron ase­sinados.

El método de la Triple-A no tardó en volver rutina­ria la terrible historia del militante popular “ arrestado” en su casa o por la calle por un grupo de hombres con credenciales policiales, para luego aparecer acribillado en los baldíos de Lugano o cerca de las piletas de Ezeiza. Los atentados con bombas y los ataques con ráfagas de ametralladora estremecieron las noches de Buenos Aires y algunas capitales de provincia. Los secuestros, viola­ciones y ejecuciones de mujeres se incorporaron al ritual del terror. La eliminación de familias enteras se practicó como forma brutal de “ escarmiento” . La Triple-A re­currió a la voladura con explosivos de sus víctimas, ’ adoptando procedimientos cada vez más despiadados.

Las Fuerzas Armadas, cuyos organismos de inteli­gencia conocían en detalle las estructuras de la Triple-A, permitieron la matanza porque coincidía con sus previ­siones en materia de contrainsurgencia. Los oficiales que se desempeñaban en la Presidencia (Damasco, Díaz, Bauzá, etc.) guardaron un riguroso silencio sobre los crí­

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menes, aún cuando se enteraron de algunas “ opera­ciones” con antelación. Un oficial del Ejército —que por razones obvias no puedo identificar— me advirtió a mediados de 1974: “ Ya hemos recibido órdenes de no tomar prisioneros; a los guerrilleros del ERP debemos eliminarlos en el acto; a los peronistas podemos interro­garlos antes de liquidarlos” . La guerra sucia de López Rega era un “ anticipo” de la que preparaban los secto­res más reaccionarios de las Fuerzas Armadas.

Incluso algunos altos oficiales, como el general Carlos Suárez Masón y el almirante Emilio Massera, mantenían ya una estrecha relación con López Rega, co­mo nuevos miembros de la Logia Propaganda Dos a la que pertenecía el cabo de policía ascendido a comisario general el 3 de mayo de 1974.

Muy pocos políticos enfrentaron con valentía el terrorismo de Estado. El líder del radicalismo, Ricardo Balbín, le entregó personalmente a Isabel Martínez un informe puntual sobre la Triple-A; fue un gesto digno, pero tan absurdo como desestimar la complicidad de la viuda de Perón. El diputado nacional Horacio Sueldo —jefe del Partido Revolucionario Cristiano— denunció los crímenes de los grupos parapoliciales y se vio obliga­do a esconderse para que no lo mataran; otro tanto ocurrió con el diputado Héctor Sandler —de UDEL- PA— perseguido y forzado más tarde al exilio.

La complicidad con la Triple-A se manifestó en muy diversas formas. La embajada de los Estados Unidos instrumentó nuevos programas de cooperación con la Policía Federal, bajo la cobertura de “ asistencia para la lucha contra el narcotráfico” . Las Fuerzas Armadas dieron un paso al frente cuando el 27 de septiembre de1974 el gobierno sancionó una Ley Antisubversiva, cuyo texto sostenía que la violencia imperante era el resultado del “ extremismo marxista” . La burocracia sindical par­ticipó en el aquelarre derechista y fue premiada con la

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Ley de Asociaciones Profesionales que centralizaba y re­forzaba el poder de los burócratas. Unos meses antes, en enero de 1974, una reforma al Código Penal, aprobada por la mayoría peronista en el Congreso, otorgaba ma­yores instrumentos represivos al Poder Ejecutivo.

El 7 de noviembre de 1974 el gobierno del dúo Martínez-López Rega decretó el Estado de Sitio en todo el territorio nacional, “ por tiempo indeterminado” . Aún cuando no es el tema de estos apuntes, resulta ine­vitable recordar que las organizaciones guerrilleras ha­bían desenterrado las armas y enfrentaban al gobierno. El recuerdo nos lleva también a reflexiones inevitables: por un lado, la resistencia armada peronista apuntó al lópezrreguismo que se instauraba violentamente en el poder (hasta el 5 de octubre de 1975 no entró en comba­te con el Ejército); por otro, ninguna violencia política en ese lapso podría compararse con el terrorismo de Es­tado. La tesis de un enfrentamiento reducido a dos “ microfracciones” —extrema derecha y extrema iz­quierda— sólo pretende encubrir las complicidades con un sistema que el 11 de marzo de 1973 había sido repu­diado por las grandes mayorías nacionales.

López Rega, invitado por el Ejército a Tucumán co­mo observador de las maniobras antiguerrilleras, fue aplaudido por sus anfitriones cuando proclamó: “ Yo quisiera, si pudiera, empuñar el fusil y ser el primero en combatir la subversión” . Hablaban el mismo idioma.

En una solemne ceremonia en el Colegio Militar de la Nación, la presidente Martínez dijo en su arenga a los subtenientes que recibían sus sables de oficiales: “ La violencia, como expresión salvaje de los enemigos del orden y el trabajo, ha merecido el unánime repudio de nuestra sociedad” . Era el mismo lenguaje.

El cinismo del discurso oficial no tenía límites. El mi­nistro Alberto Rocamora proclamó que “ la subversión de izquierda está actuando en forma continua, y en cam­

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bio las denominadas AAA actúan en forma esporádica; no sé de qué signo son ni quién alienta a las Tres A ” . El ministro del Interior, Antonio Benítez, contestó durante una interpelación parlamentaria: “ Al gobierno no le consta la existencia de la Triple-A” .

En declaraciones a la prensa, el mismo Benítez expli­caba: “ No sabemos si en realidad existen o no las Tres A; ignoramos si es la propia izquierda terrorista con una nueva denominación” .

El ministro de Trabajo, Carlos Ruckauf, fue más preciso: “ Mi opinión es que el país está en guerra y que toda la sociedad argentina tiene que tomar conciencia que el enemigo encara una guerra to tal” .

La Triple-A recreó, con una violencia de magnitud inédita, la represión que el pueblo argentino conoció en las horas más dolorosas de su historia. Más de dos mil muertos en 30 meses. Los ancestros del terrorismo de derecha —el nacionalismo fascista y la reacción mili­ta r— podían sentirse orgullosos de sus descendientes. La reacción católica que convocó durante años a una “ guerra santa” contra la insurgencia popular, podía mostrarse satisfecha. El vandorismo disfrutó el extermi­nio de viejos dirigentes sindicales que lo combatieron sin tregua, así como de cientos de activistas de base promo­tores de la democratización.

Sin embargo, el terrorismo de Estado lópezrreguista y sus cómplices no pudieron garantizar el proyecto de restauración monopólica en la Argentina de 1975. La es­calada represiva no logró paralizar a la clase obrera, ni el gobierno resistió la movilización popular contra los nuevos gestores de una antigua sumisión al imperialis­mo. Los trabajadores y el pueblo peronista —como ocurrió tantas veces en el pasado— rebasaron a la bu­rocracia sindical y en julio de ese año forzaron la desti­tución de López Rega y de su ministro de Economía, Ce­lestino Rodrigo.

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Isabel Martínez permanecería algunos meses más en la Presidencia, mientras el titular del Senado, Italo Luder, se convertía en virtual vicepresidente. Los miembros del gabinete subieron y bajaron en asombrosas sucesiones, sin aportar nada a la resolución de la crisis. Los burócra­tas sindicales se enfrentaron entre ellos. La Triple-A cambió de nombre y surgió el Comando Libertadores de América.

De la guerra sucia ” de López Rega a la guerra sucia de las Fuerzas Armadas había un paso: el golpe militar. Los partidarios de la restauración plena del sistema pu­sieron en marcha la conspiración que culminó en marzo de 1976. La misión histórica del peronismo, por cuyos objetivos lucharon durante 30 años tres generaciones de argentinos, quedó postergada, sin aliento, al concluir su experiencia más nefasta. El pueblo, conciente de la tra­gedia, se replegó frente a la ofensiva brutal de la dicta­dura.

La Triple-A fue adoptada por los militares. El gene­ral Otto Paladino, director de la SIDE, incorporó al or­ganismo a los elementos parapoliciales y derechistas que se quedaron sin empleo. El Ejército llegó a otorgarles grados militares honorarios al reclutarlos para las fuer­zas de tarea y el Batallón 601. El terrorismo de Estado pondría en jaque a la Nación.

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LOS ANCESTROS DE LA TRIPLE-A

Al investigar el origen de la Triple-A resulta inevi­table hacer un poco de historia; hurgar en el pasado en busca de antecedentes, y observar cómo y cuándo sur­gieron grupos paramilitares derechistas en la Argentina, cuáles fueron sus objetivos y qué papel desempeñaron. Esta labor permite comprobar la existencia de una con­cepción político-ideológica que subsiste a lo largo de los años, que se expresa a través de organizaciones que sur­gen y desaparecen sobre todo en momentos de crisis, y que constituye el embrión latente de futuras experiencias militares. Es la historia del fascismo vernáculo.

En enero de 1919 la agitación obrera estalló en torno a los talleres de Vasena y las manifestaciones se exten­dieron por la ciudad de Buenos Aires. Para la clase do­minante y el gobierno la “ Semana Trágica” fue el pre­ámbulo de un movimiento revolucionario. La represión fue muy severa y —por primera vez—, junto al Ejército y la policía, aparecieron operando grupos de civiles ar­mados, comandos paramilitares, que con absoluta im­punidad descargaban sus armas contra los trabajadores.

Así, con el nombre de Liga Patriótica Argentina, y bajo la jefatura del dirigente alvearista Manuel Carlés, surgió la primera organización paramilitar argentina ha­ce más de medio siglo.

Sin embargo, no fue Carlés sino Leopoldo Lugones el hombre llamado a darle coherencia a la “ nueva de­recha” que surgía en la década de los años 20. Brillante intelectual, que durante años había sustentado posi­ciones progresistas, Lugones regresó de Europa en 1921 impresionado por el avance del fascismo y dio un vuelco de 180 grados modificando su discurso político. Un ciclo

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de conferencias suyo en el Teatro Coliseo, patrocinado por la Liga Patriótica y el Círculo Tradición Argentina, sentó las bases de un movimiento nacionalista autorita­rio, que proponía una alianza cívico-militar para “ sal­var al país” y combatir la “ acción subversiva de conspi­radores extranjeros de ideas izquierdistas” .

El ideario de Lugones en su conversión a la derecha “ definía en el plano político a la fuerza como autoridad, como reconocimiento de un mundo que implicaba jerar­quía y orden', es decir, una organización social que asu­miera la realidad de una aristocracia, de la que, por su­puesto, Lugones se sentía parte. Para él, la única institu­ción capaz de mantener estos valores era el Ejército que, según su opinión, se había mantenido al margen de la corrupción igualitaria y democrática” 3. No sería extra­ño entonces, que proclamara: ‘Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada” 4.

La prosa incendiaria de Lugones desde las páginas del diario La Nación revivió el pensamiento expuesto por Manuel Gálvez en E l espíritu de aristocracia y otros ensayos', por Ricardo Rojas en La restauración naciona­lista', los de Ernesto Palacio y Carlos Bunge. Eran los ideólogos del militarismo, del golpismo, de una teoría que repudiaba a la democracia.

El nacionalismo de derecha condenaba las formas democráticas de gobierno, la Constitución de 1853, el laicismo de 1884, la Ley Sáenz Peña y en general todos los logros progresistas impulsados por legisladores radi- _ cales y socialistas. Orientaba su fobia contra los in­migrantes, los judíos, los masones, los comunistas, los anarquistas. En contra de la “ vieja república” liberal,

3 Allub, Leopoldo, “ El colapso de la democracia liberal y los orígenes del fascismo colonial en la A rgentina” , Revista Mexicana de Sociología, Vol. XLII, N° 3, pág. 1109-1110.

4 Lugones, Leopoldo, “ La patria fuerte” , Biblioteca del Círculo Militar,Buenos Aires, pág. 17.

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proponía una “ nueva república” aristocrática capaz de “ excluir al populacho” .

Así surgió La Nueva República, publicación que sir­vió de foro al fascismo atávico, y que puede considerar­se como la abuela de tantas otras semejantes que circu­lan hasta nuestros días. Sobre ella escribió palabras elo­cuentes uno de sus fundadores:

“ Éramos en verdad muy pocos en número cuando La Nueva República empezó con certeros impactos al corazón del ya deteriorado régimen, su guerra ideológi­ca contra la democracia individualista. Un pequeño gru­po de ciudadanos ‘suicidas’ (sic), alentados desde 1927 por los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta (jóvenes entrerrianos de formación clásica, admiradores de Bur- ke y de Rivarol); por el talentoso y rebelde literato orte- guiano Ernesto Palacio (filósofo, poeta, historiador y gran prosista); por el doctor Juan E. Canilla (muy dado a leer obras de Maistre y Charles Maurras); por César E. Pico (discípulo de Santo Tomás de Aquino y del lapida­rio Donoso Cortés); y por el inolvidable adalid y amigo —en esos fervientes años de lucha cívica en las calles porteñas— Roberto de Laferrere... Sin contar la enorme influencia que sobre nuestras mentes y voluntades vírge­nes —no plasmadas del todo por el laicismo escolar del 84— tuvo, a la sazón, Leopoldo Lugones: tan platónico en su ética republicana (luego de abandonar el anarquis­mo fue espartano en la manera de organizar militarmen­te el Estado-Nación) cuanto antiizquierdista empecina­do y agresivo en política.” 5.

Estos sedicentes nacionalistas, capaces de definirse como “ suicidas” y “ vírgenes” a la vez, contribuyeron con su talento histriónico y su vocación conspirativa al golpe de 1930 y al derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, tra ta n d o de ju s tif ic a r desde u na p e rsp ec tiv a

5 Ibarguren, Federico, “ Los orígenes del nacionalismo argentino” , Cel­sius, Buenos Aires, 1969, pág. 12.

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“ patriótica” las ambiciones e intereses del general José Félix Uriburu. Nada menos que de Uriburu, un verdade­ro precursor en materia de negociados entre jerarcas del Ejército y empresas transnacionales: “ Tanto Uriburu, como su vicepresidente y cinco ministros más, estaban relacionados, como accionistas, socios territoriales o abogados, con la Standard Oil” 6.

Son los mismos nacionalistas de derecha que ocupan puestos públicos y cátedras universitarias, en Buenos Aires y en los gobiernos provinciales, durante la “ Déca­da Infame” . Y que se desgarran las vestiduras cuando la oligarquía los margina del gobierno que ellos encumbra­ron. Son los que organizaron su propia agrupación pa- ramilitar, la Legión Cívica, que desfila con el brazo en alto por la avenida de Mayo y luce camisas pardas. Los que en 1933 designan a Lugones jefe civil (Pellesson fue el jefe “ militar” ) de la Unión de Agrupaciones Naciona­listas (UNA) y después constituyen la Guardia Argenti­na. Los nostálgicos del suicidio aferrados al duelo de sus frustraciones, que claman al cielo cuando Lugones se suicida.

Nacionalistas de derecha enemigos de ese nacionalis­mo popular y revolucionario que se nuclea en la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA) surgida en junio de 1935. Para ellos, Raúl Scalabrini Or- tiz, Alfredo Herrera, Luis Dellepiane, Arturo Jauretche u Homero Manzi eran los abogados de un argentino anónimo sin derecho a expresarse.

Gestos espectaculares pero carentes de público. A h í' están en la oligarca plaza San Martín, en las tardes de los primeros de mayo, subidos a un palco que imita a un yunque gigantesco, los oradores de la Alianza de la Ju­ventud Nacionalista (AJN). Los membretes se suceden unos tras otros, mientras la clase trabajadora y el pueblo

6 García Lupo, Rogelio, “ Mercenarios y monopolios en la Argentina” , Legasa, Buenos Aires, 1985, pág. 54-55.

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pasan de largo.La derecha estridente reaparece el 4 de junio de 1943

en torno a los militares comprometidos en una nueva “ revolución nacional” , dispuestos a colaborar con el general Arturo Rawson como antes lo habían hecho con su homólogo Uriburu. Ni siquiera sospecha el rumbo que van a tomar los acontecimientos; el fenómeno de masas que está por irrumpir, la proyección del movimiento que se está generando. A ellos les importa más la desig­nación de Martínez Zuviría, Olmedo y Goyeneche en el ministerio de Educación, que el nombramiento del coro­nel Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Gustavo Martínez Zuviría, más conocido como H u­go Wast, era el mayor representante del prejuicio antiju­dío. Todo un teórico autor de panfletos como Oro y Kahal, financiados por la Oficina de Prensa de la emba­jada de la Alemania nazi. Goyeneche era un veterano de la Falange y de la División Azul españolas, que había te­nido “ el honor” de estrechar la mano de Hitler en Berlín. “ ¿Y Perón?... ¿Quién era ese coronel de apelli­do italiano?”

El 17 de octubre de 1945 los nacionalistas de derecha se terminaron de enterar quién era Perón, y corrieron a incorporarse a un movimiento que pensaron que podrían controlar. No accedieron a ningún puesto clave, pero durante algún tiempo convivieron con el peronis­mo. Algunos evolucionaron ideológicamente en el pro­ceso y permanecieron leales al gobierno. Otros volvieron a conspirar, desde las filas de la reacción católica, en medio del conflicto entre el peronismo y la jerarquía del clero.

Sobre la miseria ideológica de ese nacionalismo es preciso recordar la opinión —precisa y ponderada— de Juan José Hernández Arregui: “ Actuaron como intelec­tuales sin conciencia de su debilidad ideológica dentro

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de la clase a que pertenecían” . Hernández Arregui dio testimonio objetivo de esa derecha hacia el pueblo y en particular al peronismo. “ Cuando después de 1946 una mejor distribución de la riqueza elevó al pueblo, esa cla­se infecunda y perversa, vio demagogia y despilfarro porque el pueblo comía” , señaló al referirse a las críticas del ideólogo nacionalista Máximo Etchecopar con res­pecto al gobierno popular.

“ Etchecopar —diría Hernández Arregui— insinúa su admiración por los comandos civiles como expresión de la vida heroica... Admira al niño bien, según él, un ti­po psicológico positivo; pero el cabecita negra le da gri­ma. Prefiere el orden a la justicia. Y es natural. Es el or­den no distributivo de las clases dominantes.” 7

Textos esclarecedores recogidos por el maestro: “ Otro escritor nacionalista, Rodolfo Irazusta, lo dirá con abierto encono de clase. Ellos, enemigos cristianos de la lucha de clases: ‘En lugar de la revolución que queríamos nacional, sobrevino una revolución social de característico corte colectivista internacional que preten­dió aplicar postulados europeos correspondientes a las naciones superpobladas... en vez de concordia, lucha de clases; en vez de conciencia nacional, fortalecimiento de estratos sociales; en vez de valorización del trabajo y es­tímulo del esfuerzo económico espontáneo del país, re­gulación, persecución del capital criollo; en vez de cultu­ra, procacidad; en vez de prosperidad, miseria; en vez de libertad, cesarismo’ ” .

(¡Nacionalistas de derecha que en 1974-75 salen a matar peronistas y atentan contra el propio J. J. Her­nández Arregui!)

A la sombra del peronismo, la Alianza de la Juven­tud Nacionalista (AJN) cambió de nombre y se convirtió

7 Hernández Arregui, Juan José: “ La formación de la conciencia na­cional” ; Editorial Plus Ultra, Bs. As. 1973, págs. 262/3/4.

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en la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN). Pero no cambió de identidad, y bajo la jefatura de Juan Queral- tó o Guillermo Patricio Kelly siguió siendo una fuerza de choque de orientación derechista —anticomunista— que proclamaba y practicaba la “ pedagogía de la violen­cia” . Luego Queraltó y Kelly tomarían caminos diferen­tes: el primero reaparece en 1973 vinculado a López Re­ga; el segundo, abiertamente enfrentado.

En busca de una “ nueva oportunidad” , los naciona­listas volvieron a agruparse en 1955 en torno a otro ge­neral golpista: Eduardo Lonardi. Participaron en la “ Revolución Libertadora” del 16 de septiembre, y com­pitieron sin éxito con los liberales en la lucha por el po­der. Fue la época en que Mario Amadeo, Marcelo Sánchez Sorondo, Luis María de Pablo Pardo, M ariano. Grondona, Raúl Damonte Taborda, el sacerdote Her­nán Benítez y el general Justo León Bengoa figuraron como ideólogos y dirigentes de un “ movimiento na­cional” que tenía muy poco de nacional y mucho menos de movimiento.

En contraste, durante el gobierno de Frondizi, al ca­lor del debate por una educación “ laica” o “ libre” —o sea oficial y laica, o mixta y eventualmente confe­sional— el país fue escenario de un conflicto en el que revivieron viejas contradicciones y prejuicios. Surgió un estridente movimiento juvenil dirigido por el clero, cu­yas pistolas y cachiporras fueron bendecidas en las es­cuelas católicas, que se enfrentó con el activismo de iz­quierda.

Al concluir el conflicto universitario, que abrió las puertas a un aluvión de instituciones privadas, esos jóve­nes “ libres” asumieron como alineamiento político el nacionalismo-católico.

Las filas del nacionalismo de derecha se nutrieron con una joven generación de reemplazo, que antes de vi­vir su propia experiencia comenzó a alimentarse con los

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textos de Manuel Gálvez, Federico Ibarguren y Leopol­do Lugones. La emulación invitó a reproducir la Liga Cívica y la Unión de Agrupaciones Nacionalistas de los años 30, y viejos cuadros reaparecieron como maestros dignos de crédito.

La Unión Cívica Nacionalista (UCN), un pequeño partido en estado vegetativo pero que tenía personería jurídica, resucitó por efecto de esta eclosión juvenil. Su único local, en Tucumán 415, se convirtió en la sede del Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT). Los militan­tes de Tacuara vivieron un proceso singular, aferrados muchos de ellos a convicciones fascistas que los llevaron a aliarse con la derecha peronista, mientras otros evolu­cionaban hacia posiciones revolucionarias y se integra­ban al peronismo a través de sus organizaciones más combativas.

En 1960 Tacuara era un movimiento claramente fas­cista, anticomunista, orientado por la reacción católica. Su jefe nacional era un joven muy delgado, de lentes muy gruesos y apellidos muy conocidos: Alberto Ez- curra Uriburu. Provenía de una familia de católicos na­cionalistas, y con el tiempo ingresaría a un seminario y se ordenaría sacerdote.

El destartalado local de Tucumán 415 ocupaba tres habitaciones, en las que todas las tardes se reunían 30 ó 40 hombres muy jóvenes, y ocasionalmente alguna in­tegrante de la organización. Era un movimiento de hombres y las mujeres se reducían a ser sus admirado­ras. Una cruz de Malta azul y blanca o una estrella fede- ’ ral, identificaba a los miembros. Otro símbolo común era un crucifijo colgando del llavero, como una espada a la cintura.

Tacuara no tenía otros locales. Sus integrantes se en­contraban en bares y galerías comerciales en diversos barrios de la capital. Eran famosos sus centros de reunión: El Galeón de Flores; El Blasón en Pueyrredón

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y Las Heras; el Santa Unión en la avenida Santa Fe; Las Delicias en la avenida Callao. En algunas parroquias un cura ultramontano les prestaba un salón, y las conferen­cias de los viejos nacionalistas se escuchaban en la libre­ría Huemul.

La inmensa mayoría de los jóvenes miembros de Ta­cuara pertenecía a la clase media porteña, pero en los círculos más activos se destacaban algunos empobreci­dos aristócratas de provincia (Larreta, Anzoátegui, Carrillo, Posse, Pueyrredón, Vieyra, Uriondo, etc.) que contribuían a un confuso culto al abolengo hispano, proporcional al prejuicio contra los judíos y las ideolo­gías “ foráneas” (anarquismo, socialismo, marxismo, etc.).

Los principales centros de reclutamiento eran las es­cuelas secundarias, tanto oficiales como católicas. Pero en los colegios católicos reservados a la alta burguesía, como El Salvador, Lasalle, Champagnat o Cardenal Newman, la pertenencia a Tacuara era un estigma. El je­fe de Tacuara en el elegante Cardenal Newman, Ricardo Aduriz (con el tiempo poeta y diplomático colaborador de la dictadura de Videla), sostenía que “ la militancia nacionalista era antagónica con la gente bien” . Pero el rechazo, en todo caso, se vinculaba más con el vandalis­mo de Tacuara que con sus creencias o consignas.

La organización barrial constituyó la forma más corriente de nucleamiento, y en cada zona se fue desta­cando un jefe rodeado de un grupo de activistas. Grupos de características distintas que, a la larga, evoluciona­rían de diversa forma. A principios de la década del 60, adquirieron el nombre de Fortines y su prestigio interno dependía de la capacidad de movilización, de propagan­da y enfrentamiento. No competían en calidad intelec­tual, sino en grados de violencia. Proliferaron sus aten­tados contra instituciones judías, teatros independientes y cualquier local sospechoso de albergar alguna activi­

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dad izquierdista.El Fortín Recoleta reunía a un núcleo selecto de los

fundadores de Tacuara: Guillermo MalmGreen, Juan Carlos Lucero Smith, Mariano Gradin, Emilio Berra Alemán, Bernardo Lasarte, Alberto Gelly Cantilo, Eduardo Vocos y Juan Carlos Coria, entre otros. Los apellidos del barrio Norte y Palermo se distinguían cla­ramente del resto. Eran el entorno de Ezcurra Uriburu, y fueron con el tiempo los que permanecieron más ape­gados a la ideología original.

Para organizar a los estudiantes secundarios y evitar que fueran reclutados por alguna fracción “ indepen­diente” o algún caudillo de barrio, Ezcurra Uriburu creó la Unión Nacional de Estudiantes Secundarios (UNES) y consiguió un pequeño local en el barrio de Once. La jefatura de UNES, por decisión vertical del je­fe de Tacuara, recayó en tres jóvenes en los que con­fiaba plenamente: Juan Carlos Coria, “ Tincho” Gueva­ra Lynch y Bernardo Lasarte.

A nivel universitario Tacuara organizó “ sindicatos” similares a los que existían en la España franquista, pero sólo logró consolidarse en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Grupos muy pequeños actuaron algún tiempo en Ingeniería, Ciencias Económicas y Arquitectura, mientras en Medi­cina y Ciencias Exactas contaban con media docena de adeptos que de tanto en tanto arrojaban panfletos o co­locaban un petardo.

El Sindicato Universitario de Derecho (SUD) se con­virtió en agrupación reconocida oficialmente por las autoridades universitarias, y durante un par de años funcionó en un local en el ala norte de la Facultad. Ad­ministraba una librería que vendía textos de estudio y li­teratura nacionalista. En muchos aspectos fue el local que reemplazó a Tucumán 415 cuando éste fue clausura­do.

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El SUD, con unos 60 militantes y un centenar de afi­liados, fue uno de los pilares de la Concentración Na­cional Universitaria (CNU), creada como organismo co­ordinador de la derecha peronista en las universidades a principios de los años 70.

Muchos abogados jóvenes que se destacaron en la derecha peronista provenían del SUD. Entre ellos, los hermanos MalmGreen y los hermanos Lucero Smith, Carlos Moreno Crespo, José Luis Cordero, Eduardo Auguste, Guillermo Dassen, Eduardo Petigiani, Raúl Cardoso, Roberto Sabino, Horacio Savoia, Osvaldo Marino, Enrique Grassi Susini y Jorge Quiroga. Algu­nos prosperaron en la función judicial, y al amparo de la dictadura fueron jueces, fiscales e incluso camaristas.

Mención especial requieren los miembros de Tacuara que ingresaron al Colegio Militar de la Nación y otras instituciones militares y policiales. La mayoría de ellos no soportó la disciplina, pero algunos permanecieron en las Fuerzas Armadas y se graduaron. El caso más noto­rio es el de Pedro Lavaisse, que después de ser jefe de las milicias de la Guardia Restauradora Nacionalista (GRN), un desprendimiento de Tacuara, se graduó en el Colegio Militar con destacado promedio y se convirtió en oficial del arma de Infantería (becado en Francia en 1976, efectuó cursos de “ especialización” ).

Hay oficiales como Sánchez Sorondo y Berra Ale­mán que están emparentados con militantes demasiado conocidos del nacionalismo de derecha. Cuando hace años la policía arrestó a un activista de Tacuara de apellido Garro, por haber arrojado una granada en el estreno de la película “Morir en M adrid”, resultó que era hermano del militar César Garro, entonces en el ba­tallón de Infantería del Colegio Militar.

Por su parte, un militante de primera línea del na­cionalismo derechista, Alejandro Giovenco, perteneció a la Gendarmería Nacional. También “el francés” Do­

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mínguez colaboraba con el Servicio de Inteligencia de Gendarmería.

Monseñor Victorio Bonamín, cuando era capellán militar, se jactaba de que los cadetes “ mejor inspirados” provenían de las organizaciones nacionalis­tas. Es un hecho que en la década del 60 fueron muchos los aspirantes que tenían ese origen, sin que ello fuera un impedimento para que ingresaran al Ejército.

La historia de Tacuara no concluye en una fecha pre­cisa, pues la organización se diluye y prácticamente de­saparece a mediados de la década del 60. Sus miembros se dispersan en diversas direcciones, tanto en busca de una “ pureza ideológica” a la derecha, como en una evo­lución política que los conduce en la dirección contraria.

Una fracción, dirigida por el sacerdote Julio Mein- vielle, el veterano activista Augusto Moscoso, Juan Luis Gallardo y Domingo Taladriz, denunció “ desviaciones a la izquierda” y fundó la Guardia Restauradora Na­cionalista (GRN). Contó con la adhesión de un amplio sector de jóvenes católicos y eligió como dirigentes a Bernardo Lasarte, Horacio Maldonado y Juan Carlos Coria.

Otros grupos derechistas se nuclearon en torno al profesor Bruno Genta y al brigadier Gilberto Oliva.

En contraste, y en un proceso muy distinto, diversos grupos que pertenecieron a Tacuara renegaron del na­cionalismo burgués, denunciaron el fascismo y se desplazaron de derecha a izquierda en busca de alterna­tivas revolucionarias. Las luchas populares, con el pero­nismo como principal protagonista, fueron uno de los factores fundamentales en la evolución de muchos cuadros. Los militantes más lúcidos comprendieron que un abismo separaba la realidad de la retórica.

Surgieron grupos como el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT) que incorporó ele­

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mentos teóricos del marxismo para el análisis de la reali­dad nacional, y que muy pronto se desprendió del nombre Tacuara. En ellos militaron dirigentes como Jo­sé Baxter, José Luis Nell y Alfredo Ossorio, y militantes como Cafatti, Rossi, Iglesias Barbeito, Arbelos, Roca, Valdez y muchos otros.

Dispuestos a incorporarse a la resistencia armada, que hasta entonces era patrimonio exclusivo de los di­versos grupos de la Juventud Peronista, Baxter y Nell organizaron un asalto al Policlínico Bancario de Buenos Aires. Desde una “ nueva perspectiva” —tan radical co­mo el cambio que operaban en sus concepciones— inauguraban, sin tener plena conciencia de ello, la guerrilla urbana. Más tarde, refugiados en Uruguay, co­laborarían en la creación del MLN Tupamaros.

Otro grupo nacionalista-peronista, creó el Movi­miento Nueva Argentina (MNA). Su jefe era Dardo Ca­bo, hijo del sindicalista Armando Cabo (entonces vincu­lado a la burocracia gremial encabezada por Augusto Vandor). El MNA usó como sede una unidad básica en la esquina de French y Austria, en Palermo, y reorgani­zó la Confederación General Universitaria (CGU). Entre sus miembros más activos se destacaron Emilio Abras, Américo Rial, Rodolfo Brieva, Edmundo Ca- labró, Andrés Castillo, Jorge Money, Ricardo Ahe, An­tonio Valiño, Manuel Corral Puig, Horacio Carril, Juan Carlos “el loco” Castro, Mario Granero, Héctor Flores y Eduardo Petigiani.

. El MNA se convirtió en 1966 en uno de los principa­les nucleamientos de la Juventud Peronista: tal vez el más activo de todos. Y a su vez, recorrió un proceso en que sus miembros se fueron decantando a izquierda y derecha. Ese mismo año desvió un avión de Aerolíneas Argentinas hacia las islas Malvinas, en una acción deno­minada Operación Cóndor, y los participantes fueron encarcelados en Río Grande, Tierra del Fuego. Al salir

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de la prisión, los activistas del MNA se dividieron y la agrupación desapareció.

La fracción encabezada por Dardo Cabo formó un nuevo núcleo denominado Descamisados, que con el tiempo se incorporó a las guerrillas peronistas. Otros miembros del MNA se vincularon estrechamente a la de­recha peronista, y en el caso de Américo Rial su nombre apareció en el directorio de la revista Las Bases cuando la publicación quedó bajo el control de López Rega.

Una agrupación también vinculada en sus orígenes al nacionalismo que se atomizó en 1965, fue Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional (JAEN) en­cabezada por Rodolfo Galimberti, Ernesto Jauretche y Roberto Ahumada. La importancia de este grupo estri­ba en que participó activamente en la organización de la Juventud Peronista (Regionales) integrante de la ten­dencia revolucionaria del peronismo, y que Galimberti fue reconocido formalmente por Perón como dirigente nacional.

Pero, en todo caso, ni la dispersión de Tacuara, ni el hecho de que el gobierno de Illia la pusiera fuera de la ley, significó que sus componentes de derecha desapare­cieran. Los partidarios de Meinvielle y Genta permane­cieron activos, como también sobrevivió el SUD y apa­reció la CNU a la sombra de la derecha sindical, con Rucci como nuevo mecenas.

Los miembros de Tacuara que confirmaron su iden­tidad derechista acompañaron el golpe militar de Onga- nía en 1966 y colaboraron con la dictadura. Le dieron así, continuidad a la tradición golpista reaccionaria de sus antecesores de 1930 y 1955. Para ellos, el coronel Francisco Guevara, mentor de Onganía, era un nuevo Lugones, otro Lonardi. Una vez más fueron tropa de asalto del régimen en la universidad, festejando la Noche de los Bastones Largos.

El nacionalismo de derecha encontró en el gobierno

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de Onganía —basado en principios ideológicos que ela­boró la reacción católica—, no sólo un excelente campo de acción, sino un marco de relaciones entre militares y burócratas sindicales que permitiría el desarrollo de un eje determinante a lo largo de muchos años.

Los miembros de esa “ comunidad ideológica” fas­cista que sobrevivió a la defunción de Tacuara, se pu­sieron a las órdenes, sucesivamente, de cada militar que se proclamó nacionalista y los convocó a una “ cruzada para salvar a la patria” . Así, conspiraron junto a los ge­nerales Rauch, López, Rosas, Labanca, Uriburu y Ville­gas, y los coroneles Molina y Reimundes, y algunos co­modoros y brigadieres golpistas.

Ni las conspiraciones abortadas ni los golpes frustra­dos lograron modificar la vocación de los émulos de La Nueva República. Pero cuando la dictadura comenzó a retroceder, y el peronismo se perfiló claramente como el gran vencedor en el proceso, esa misma derecha se desprendió de la tutela militar para reforzar su relación con la derecha peronista.

El estanciero Manuel Anchorena, jefe del Movi­miento Federal, apareció como “ íntimo amigo” de José Rucci, mientras la CNU se convertía en “ el polo doctri­nario” de la UOM y la CGT. Alejandro Giovenco y “ Titi” Castrofini reorganizaron las custodias sindicales; algunos miembros de la Guardia Restauradora, como Julio Yessi y Felipe Romeo, coludidos con Alberto Brito Lima, formaron la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA). Ricardo Fabriz y Horacio “ Cacho” Bustos acompañaron a Leopoldo Frenkel en la creación del Comando de Planificación. José Miguel Tarquini codirigía la revista El Caudillo y Rial publicaba Las Ba­ses financiados por López Rega, mientras Alejandro Saes-Germain se dedicaba al periodismo “ independien­te” .

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El 25 de mayo de 1973, mientras Héctor Cámpora asumía la Presidencia, un buen número de activistas de extrema derecha se infiltraban en el gobierno por los ca­nales sindicales y el ministerio de Bienestar Social. Emi­lio Abras, designado secretario de Prensa, se rodeó de sus viejos compañeros, entre ellos Emilio Berra Alemán.

Los paramilitares amateurs, en proceso de convertir­se en profesionales, formaron el “ estado mayor” del te­niente coronel Osinde en Ezeiza. Eran los “ oficiales” del ejército privado que preparaban Rucci y López Re­ga, los “ teóricos” que redactaban proclamas y comuni­cados con depurado estilo falangista, los asesores que reclamaban una “ guerra de exterminio contra la infiltra­ción comunista” . Y también se encumbraron, como los hermanos Rivanera Carlés, en el Estado Mayor de la Po­licía Federal a las órdenes del comisario Alberto Villar.

La federación que agrupó a los diversos núcleos de la derecha peronista (CNU, JPRA, ALN, Comando de Organización, Juventud Sindical, Agrupación 20 de No­viembre, Agrupación 17 de Octubre de Bienestar Social, etc.) fue impulsada por los nacionalistas de derecha que actuaban en todos los grupos de los que, en algunos ca­sos, eran fundadores.

El ministro López Rega promovió la organización, financió y armó las fuerzas de choque que constituyeron la Triple-A. Pero la mayor parte de los “ recursos huma­nos” empleados fueron proporcionados por esa federa­ción de grupos de derecha, de extracción fascista. Anti­guos militantes de Tacuara y GRN, con miembros del CNU y el C de O, compartieron con la escoria de la poli­cía, a las órdenes de Juan Ramón Morales y Rodolfo Al- mirón Cena, las siniestras acciones de la Triple-A.

Otros nacionalistas de derecha, encabezados por el abogado Alberto Ottalagano, ocuparon el rectorado de la Universidad Nacional de Buenos Aires el 17 de sep­tiembre de 1974. Pertenecían a la misma federación y

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formaron un “ cuerpo de celadores” integrado por para- militares y parapoliciales. Algunos de estos elementos cobraban tres sueldos: como miembros de la custodia presidencial, la seguridad de Bienestar Social y la policía privada de Ottalagano. Sus “ ideólogos” eran el sacer­dote Sánchez Abelenda, decano de Filosofía y Letras, y Raúl Zardini, de Ciencias Exactas, Walter Beveraggi Allende y Luis María Bandieri.

El alejamiento de López Rega del gobierno en julio de 1975, como resultado de las luchas populares y la mo­vilización de las bases sindicales, provocó una desbanda­da entre sus hombres; algunos abandonaron el país, en dirección al Paraguay o a España; otros se reacomoda- ron y aguardaron “ tiempos mejores” .

La nueva oportunidad de entrar en acción se presen­tó con el golpe militar en marzo del 76: los veteranos de Tacuara, de la Triple-A, fueron asimilados a las fuerzas represivas de la dictadura. Reaparecen, entonces, en los grupos de tareas que secuestran, torturan y asesinan. Antiguos militares de Tacuara como Juan Martín “Cris­to ” Ciga Correa, Federico Zarattini y José Luis Resio —miembros de la custodia de Ottalagano— se convier­ten en personal militar calificado.

Ciga Correa, alias “ mayor Mariano Santa M aría” (un seudónimo muy “ occidental y cristiano” ) y Zaratti­ni, fueron asignados por el Ejército a misiones en el ex­terior del país, como instructores de contrarrevoluciona­rios en Centroamérica. Misiones en las que trabajaron a las órdenes de oficiales como los coroneles Santiago Villegas, Osvaldo Riveiro y Julio César Durand, y el ma­yor Hugo Miori Pereyra.

Al mismo tiempo, el nacionalismo de derecha, como ocurrió en 1966 con Onganía, en 1976 encontró en Vide- la un tutor profético. Activistas como Ricardo Cu- rutchet, Miguel Angel Ferreyra Liendo, Jerónimo Puen­te, Eduardo Viale, Javier Pacheco, Rómulo Lucena,

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Antonio Caponnetto, Raúl Albornoz, Ricardo Berno- tas, Ignacio Arteaga, Alonso Riva, Domingo Demarla o Enrique Vidal Molina, no perdieron oportunidad de re­vivir el antiguo ideario del fascismo atávico.

El nacionalista Curutchet, desde las páginas de Ca­bildo , intentó repetir las hazañas golpistas de La Nueva República en 1930. Hay continuidad política e ideológi­ca; contumacia antidemocrática. La prédica contra las instituciones republicanas es constante.

Los paramilitares que surgieron en la Semana Trági­ca están bien muertos, pero mal enterrados. Los hombres y los nombres se suceden: Liga Patriótica, Unión Cívica Nacionalista, Guardia Argentina, Alianza Libertadora... Lonardi y los Comandos Civiles en 1955. Tacuara y la Guardia Restauradora... Guevara y Onga­nía en 1966. La CNU, la derecha peronista, la Triple-A... Videla y los grupos de tareas... El patrón ideológico es como un hilo conductor; de golpe en gol­pe; de tumba en tumba.

Los ancestros de la Triple-A, los miembros de la Triple-A, los herederos de la Triple-A, pertenecen a una misma familia. Una familia que cambia de apellido, pe­ro sigue siendo la misma a lo largo de los años. Una fa­milia emparentada con la reacción, la oligarquía y el im­perialismo.

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LOS MUCHACHOS VANDORISTAS

El drama que vivió el pueblo argentino a partir de1974, por la descomposición del gobierno peronista y el retorno de la oligarquía y los militares al poder, se gestó en un largo proceso que exhibe a la burocracia sindical entre los aliados de la reacción. Carentes de compromiso revolucionario, sumisos frente a los opresores de turno, predispuestos a la conciliación con el régimen, muchos sindicalistas traicionaron a la clase trabajadora y cola­boraron con sus enemigos. Renunciaron a la lucha en 1955, renegaron de la Resistencia, conspiraron contra Perón en 1965, aplaudieron al golpismo en 1966 y coha­bitaron con la dictadura durante años. Se unieron a la derecha y reclutaron mercenarios para oponerse a los cambios que reclamaban las bases.

En septiembre de 1955, cuando los obreros peronis­tas se enfrentaron desarmados a las tropas de la “ Revo­lución Libertadora” , sus dirigentes burócratas corrieron a pactar con los golpistas. En Rosario las bases sindica­les se movilizaron, lucharon en las calles y convocaron a un paro; estaban dispuestos a resistir. En cambio, la de­legación regional Rosario de la Confederación General del Trabajo (CGT) repudió “ la infame maniobra con que mal intencionados y perturbadores del orden pre­tenden engañar a la clase trabajadora incitándola al pa­ro” .

El secretario de la CGT, Hugo Di Pietro, encabezó una delegación que el 25 de septiembre entró a la Casa Rosada a “ dialogar” con el general Lonardi, y ense­guida firmó un llamamiento al movimiento obrero para “ coadyuvar a la realización de los propósitos del gobier­no” .

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John William Cooke se refirió a esos burócratas sin­dicales como “ flores de invernadero buscando siempre el calor oficial, que en la primera confrontación proyec­taron sus temores y compromisos al conjunto de la clase trabajadora, como si ésta compartiese esas debilidades nacidas en la dulce ociosidad de los cargos ejercidos sin vocación revolucionaria” .

A menos de un mes del cuartelazo gorila se intentó la primera huelga general: fue el 17 de octubre —al cumplirse el décimo aniversario de la histórioca gesta pe­ronista—, pero los resultados fueron muy pobres debido a la “ pruedente oposición” de la conducción sindical. Sólo algunos dirigentes, como Luis Natalini, Andrés Framini y Sebastián Borro, desafiaron las medidas represivas adoptadas por el régimen.

Esos mismos burócratas se opusieron al programa de La Falda, adoptado en 1957 por una asamblea de delga­dos, y en contraste se sumaron en 1958 a la “ integra­ción” que les propuso el gobierno de Arturo Frondizi.

En enero de 1959 Frondizi anunció la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre y los trabajadores de esa empresa se movilizaron contra la iniciativa del go­bierno. La huelga en el frigorífico fue el detonante de un movimiento sindical que se tradujo en más de 50 conflic­tos laborales con la participación de un millón y medio de obreros en la Capital Federal. Movilización de base, desbordando a la burocracia.

Cuando el 17 de enero de 1959 Frondizi envió tan­ques Sherman de 35 toneladas contra las puertas del L i­sandro de la Torre ocupado por los trabajadores, sólo Sebastián Borro —uno de los héroes de la Resistencia— fue identificado como “ alborotador” por la prensa del régimen. La burocracia estaba negociando prebendas. Sin embargo, espontáneamente, esa misma madrugada estalló la huelga general, mientras el barrio de M atade­ros protagonizaba una “ pueblada” levantando barrica­

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das, cerrando el tránsito por la avenida General Paz, re­sistiendo a las tropas del Ejército y a los efectivos de la policía.

En marzo de 1961 una comisión formada por 20 diri­gentes sindicales se hizo cargo de la CGT en calidad de “ dirección provisoria” . En ella figuraron hombres muy conocidos y otros que con el tiempo serían —por diver­sos motivos— “ célebres” : Andrés Framini, Manuel Ca­milas, Augusto Timoteo Vandor, Rogelio Coria, José Alonso y Rosendo García. El régimen jugaba sus cartas: legalidad y asimilación... Ellos tendrían que optar entre la propuesta del régimen y las esperanzas de los trabaja­dores.

Desde un primer momento se destacó la UOM como uno de los sindicatos más poderosos, mejor organizados y con mayor patrimonio, debido a la importancia del sector industrial al que pertenecían sus afiliados. Y Van­dor, un ex-suboficial de la Marina de Guerra, empleado en la empresa transnacional Philips, asumió su conduc­ción y la hegemonía en la burocracia sindical.

En 1962 un plenario conjunto de la CGT y de las 62 Organizaciones Gremiales Peronistas adoptó un progra­ma de lucha en Huerta Grande. Sin embargo, Vandor y otros burócratas optaron por la propuesta del régimen y mediatizaron las reivindicaciones de las bases.

La embajada de los Estados Unidos no era ajena a esta situación: en una maniobra convergente con el régi­men, dispuesta a integrar a los dirigentes sindicales, pro­movió su captación financiando las actividades del Insti­tuto para el Desarrollo del Sindicalismo Libre, ligado a la AFL-CIO y sometido a la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) vinculada a la CIA.

Becas, viajes, seminarios e invitaciones tentaron a la burocracia, y el dirigente José Alonso, del sindicato del Vestido, fue un “ excelente” alumno y propagandista de estos cursos auspiciados por el gobierno norteamerica­

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no. Alonso visitaba la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires “ al menos una vez por semana” .

El abogado Rubén Sosa, delegado personal de Perón en esos años, afirma que el general sabía perfectamente qué ocurría en las filas del movimiento sindical, pero desde el exilio trataba de mantener la unidad del pero­nismo a cualquier costo. Incluso, con referencia a la pe­netración de las agencias norteamericanas, Perón decía que “ es como pedir al lobo que nos enseñe cómo cuidar ovejas” .

Sosa recuerda que en 1963 las bases de la UOM trata­ron de expulsar a Vandor de la dirección sindical. Fue entonces cuando el burócrata pactó definitivamente con el gobierno y la patronal su permanencia. Para “ ganar” las elecciones internas, Vandor acordó el despido de los candidatos de oposición, y triunfó con sólo el 10% de los votos. A cambio demoró durante tres meses el inicio de discusiones para renovación de convenios colectivos de trabajo, lo que significaba un beneficio de cientos de millones de pesos de entonces para las patronales.

La Unión Industrial Argentina (UIA) “ muy agrade­cida” , en 1963 publicó por primera vez la foto de Van­dor en su revista con la siguiente leyenda: “ Dirigente obrero de grandes condiciones” .

“ Vandor, avalado por la fuerza de su sindicato y el apoyo gubernamental del que siempre gozó, no se limitó a ejercer la conducción y la hegemonía del movimiento obrero organizado, sino que manejó a su antojo el orga­nismo máximo de conducción política del peronismo: él Consejo Superior del Peronismo. Su poder llegó a tal grado, que en la Argentina de 1963 y hasta su muerte, Augusto Vandor fue, después de Perón, el mayor diri­gente del peronismo a nivel institucional.” 8

8 Dr. Rubén Sosa, ex delegado personal de Perón: entrevista del autor.

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El general Perón, en condiciones muy desfavorables, libró una dura batalla con el vandorismo. Decía enton­ces: “ no sólo estoy muy lejos del país, sino que no tengo los medios materiales para contrarrestar tanto engaño y corrupción... Ellos se reparten millones de pesos y tien­tan a muchos compañeros, mientras los muchachos ha­cen piruetas para imprimir unos panfletos...” 9 Para enfrentar las maniobras participacionistas de la burocra­cia, creó un “ cuadrunvirato” formado por Andrés Fra­mini, Julio Antún, Hilda Pineda y Rubén Sosa.

“ La misión que nos encomendó el general —recuer­da Sosa— era casi suicida: romper la estructura oficial del vandorismo y la hegemonía sindical de la UOM; lograr elecciones libres en los sindicatos para que las ba­ses eligieran nuevos dirigentes; democratizar la estructu­ra partidaria para promover dirigentes con mentalidad revolucionaria. Una tarea que, además del riesgo perso­nal que implicaba, resultaba titánica por la enorme desproporción entre el aparato vandorista y nuestras po­sibilidades.”

Sin embargo, la ofensiva de Perón logró una serie de éxitos parciales que obligaron a Vandor a retroceder. En diciembre de 1963 Vandor envió una delegación a Madrid ofreciendo “ lealtad y acatamiento” , y se comprometió a contribuir activamente en la “Operación Retorno”. Fue una farsa: muy poco después la burocra­cia vandorista lanzó la consigna de “ estar contra Perón para salvar a Perón” , y las contradicciones se agudiza­ron.

El enfrentamiento entre Perón y el vandorismo se torna definitivo en 1965, y alcanza a todos los sectores del movimiento popular. Incluso las diversas fracciones de la Juventud Peronista, hasta entonces “ verdaderos forros” de algunos sindicatos, rompen con la burocra-

9 Mensaje grabado de Perón a los editores de “ Retorno” , 1964.

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cia, con la excepción del denominado “ Comando de Or­ganización” encabezado por Alberto Brito Lima.

La Juventud se independiza de los burócratas que hasta entonces la utilizaban a su antojo, ratifica su leal­tad a Perón y se enfrenta con el vandorismo. Envar El Kadri se separa de la Construcción, Eduardo Salvide del Calzado, Gustavo Rearte de Navales... El Movimiento Nueva Argentina (MNA), encabezado por Dardo Cabo, rompe sus estrechos nexos con los vandoristas.

Brito Lima, en cambio, permanece con los Jabone­ros subordinados a la burocracia, en su pequeño feudo del barrio de Los Perales, en Mataderos.

Perón presiona con una ofensiva que incluye el envío de Isabel Martínez a la Argentina, para oponerse a la de­signación de candidatos vandoristas en elecciones de go­bernadores. Los cuadros históricos de la juventud, el MNA y algunos dirigentes sindicales forjados en la Re­sistencia, constituyen la custodia de Isabel y la acompa­ñan en un gira por el interior del país.

Carente de experiencia política, Isabel tiembla, tarta­mudea, llora. Pero logra su objetivo. El candidato de Perón, Ernesto Corvalán Nanclares, se impone al de Vandor, Alberto Serú García. Los que la acompañamos a todas partes soportamos los golpes, las presiones. Fi­nalmente Isabel regresa a España. La acompaña López Rega.

En el seno de las 62 Organizaciones Andrés Framini presenta una lista alternativa a la conducción de Van­dor; es derrotado. Junto a Framini se alinean los sindi­calistas leales, que después integran el Movimiento Re­volucionario Peronista (MRP). José Alonso, con el apo­yo de Perón —transmitido por Isabel— se enfrenta tam­bién al vandorismo. En enero de 1966, unos 20 sindica­tos afiliados a las 62 publican una solicitada firmada “ 62 Organizaciones de Pie junto a Perón” .

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El 13 de mayo de 1966 Vandor encabeza personal­mente a los matones de su custodia que respondieron a tiros a la hostilidad verbal de un grupo de militantes de base. El hecho ocurrió en la confitería La Real, en Avellaneda, y allí cayeron acribillados el obrero Juan Zalazar y uno de los más prestigiosos héroes de la Resis­tencia peronista, Domingo Blajaquis. También Rosendo García, dirigente de la UOM - Avellaneda, que sugesti­vamente ya competía con Vandor.

Obrero de una curtiembre, “ filósofo” a su manera, Blajaquis era uno de esos hombres excepcionales cuyas vidas entroncan plenamente con las luchas revoluciona­rias. Un hombre para el cual la militancia peronista pa­saba por una entrega total, la coherencia ideológica, la lucha y la lealtad a Perón. Había logrado sobrevivir a la represión del régimen y, como ocurriría con muchos otros viejos militantes, fue asesinado por un burócrata que no vacilaba en desplegar un enorme retrato de Pe­rón detrás de su escritorio.

Ese mismo año, Vandor y su corte acompañan al ge­neral Onganía cuando los militares derriban al presiden­te Arturo Illia. La burocracia sindical negocia su rela­ción con la dictadura. Se establecen vínculos que dura­rían varios años, y que son un antecedente de la segunda alianza que se gesta en 1976, diez años después.

La lucha entre las bases sindicales peronistas y la bu­rocracia fue permanente, y en ella cayeron decenas de militantes obreros. Los burócratas impidieron la de­mocracia sindical, crearon grupos armados cada vez más poderosos, institucionalizaron la violencia y se enri­quecieron en complicidad con las patronales y el régi­men militar.

En 1968 surgió la CGT de los Argentinos, encabeza­da por Raimundo Ongaro, como expresión de esa lucha que no perdió continuidad desde 1955. Una lucha que no puede ser olvidada por ningún motivo, porque marcó

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una división muy clara entre peronistas y vandoristas, y es una referencia fundamental para comprender la dis­torsión de derecha en las filas del movimiento.

La muerte de Augusto Vandor y José Alonso no re­solvió nada, porque otros burócratas aguardaban el mo­mento para sucederles. El tesorero de Vandor, Lorenzo Miguel, asumió de inmediato la conducción de la UOM y el “ sindicalismo peronista” oficial. El secretario de Prensa de Vandor, José Ignacio Rucci, se encaramó a la Secretaría General de la CGT en 1970.

A diferencia de Vandor, Miguel y Rucci recomponen la relación de la burocracia con Perón. Un reacomodo oportuno, inteligente, en el marco de un proceso que muestra los avances del movimiento popular frente a la dictadura, y anticipa el retorno del peronismo al poder. Perón, político, concilia y acumula fuerzas; confía en un liderazgo que se acrecienta; abraza a los “ hijos pró­digos” .

La reincorporación del vandorismo al peronismo —relativa, en la medida de que muchos de los burócra­tas jugaron a dos puntas y mantuvieron un pie en la puerta— no significó la disolución de una fracción de derecha, sino todo lo contrario. Los “ hijos pródigos” regresaron con sus propios ahijados y sobrinos, los mili­tantes fascistas y los pistoleros profesionales reclutados para oponerse a la “ infiltración marxista” .

Rucci fue un gran promotor de la creación de una “ policía interna” en el peronismo. Una fuerza de cho­que dirigida a enfrentar y liquidar a la tendencia revolu-' cionaria; esa tendencia que surgió en 1955 y se opuso desde entonces a los burócratas, que permaneció fiel a Perón durante 18 años, y que justamente por eso reco­gió la adhesión de los jóvenes que se incorporaron al movimiento al despuntar la década del 70.

La coalición de derecha dentro del peronismo se for­mó ante la certidumbre, basada en la experiencia, de que

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el repudio de la mayoría sería un aluvión incontenible. Sabían que podían ser desbordados (como ocurrió final­mente en junio de 1975). Tenían plena conciencia de su aislamiento y desprestigio, y observaban con temor las movilizaciones populares, las nuevas organizaciones, las consignas de viejos luchadores revividas por una genera­ción emergente.

Pese a las diferencias (las agrias disputas entre Rucci y López Rega y Miguel y Osinde y Rúbeo; los ajustes de cuentas pendientes entre Fernández Rivero, Giovenco y Norma Kennedy; los enfrentamientos porque la UOM tenía más recursos que la CGT, o porque López Rega re­tenía los fondos de Bienestar Social), la derecha se fede­ró para sobrevivir. Se repartieron los hombres y las ar­mas, concurrieron juntos a Ezeiza, reclamaron juntos la destitución de Cámpora, y contribuyeron con sus efecti­vos y su “ potencia de fuego” a la formación de la Triple-A.

Muerto Rucci, López Rega asumió la jefatura de la federación derechista. Miguel no se la disputó: prefirió aparentar una neutralidad que le permitiera “ negociar la postguerra” . Pero sus tropas permanecieron activas, al servicio de esa “ policía interna” que comenzó a se­cuestrar, torturar y asesinar antiguos y nuevos militantes peronistas, así como activistas de los partidos de izquier­da.

La UOM contaba con más recursos económicos que la CGT, y reclutó pistoleros entre el lumpen y mercena­rios vinculados a los cuerpos policiales, tanto como mili­tantes de extrema derecha provenientes de Tacuara, la Guardia Restauradora, la Alianza y la CNU.

A fines de 1973 la UOM tenía un pequeño ejército que, según uno de sus jefes, Alejandro Giovenco, era “ tan fuerte como un batallón de infantería” 10. Me reuní

10 Alejandro Giovenco, ex custodio de Lorenzo Miguel: entrevistas con el autor.

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entonces en dos oportunidades con Giovenco, en un bar en la esquina de Rodríguez Peña y Cangallo, a media cuadra de la sede de la UOM. Nos interrogamos sobre un mismo tema: ¿en qué momento habría una ofensiva frontal? Se jactó de que “ no será una batalla porque es­tamos listos para borrar a los bolches del m apa” , asegu­rando que “ los milicos ya nos dieron luz verde y la cana hace lo que nosotros queremos” . Me dijo “ podemos ar­mar diez mil hombres en 24 horas, pero no va a ser nece­sario: con mucho menos limpiamos Buenos Aires en quince días” . Nos despedimos al terminar el café: “ cuídate; —me recomendó— te van a hacer boleta” .

Tres meses después, Giovenco murió en una esquina de la avenida Corrientes, cuando le explotó una bomba en su portafolios. Salía de la UOM. ¿Accidente o pur­ga?... nunca se supo.

Giovenco había sido jefe de la Juventud del Partido Revolución Libertadora, y junto con Enrique Doson y Martín González Moreno, miembro de la Dirección Na­cional de esa agrupación antiperonista en representación de su escuálida “ rama juvenil” . El Partido seguía los li­ncamientos del almirante Isaac Rojas, el vicepresidente de la Libertadora, y reunía a los nostálgicos del 55.

Sin estudios ni oficio, Giovenco se incorporó como soldado regular a la Gendarmería Nacional, y colaboró con el Servicio de Inteligencia de la institución. Según él, “ los oficiales de Inteligencia de la Gendarmería son na­cionalistas católicos que se proponen hacer la Revolu-, ción Nacional” .

En 1965 Giovenco reniega de sus convicciones anti­peronistas y se incorpora al Movimiento Nueva Argenti­na. Al año siguiente participa en la Operación Cóndor que los lleva a las Malvinas a las órdenes de Dardo Ca­bo. Sin embargo, encarcelados en Río Grande, Tierra del Fuego, Giovenco y “ Tití” Castrofini se separan de Cabo y Andrés Castillo, a quienes acusan de “ izquier­

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distas” . Desde entonces, militan en la derecha del pero­nismo como integrantes de distintas custodias.

En noviembre de 1971 Giovenco tenía a su cargo la “ seguridad” de la sede del Consejo Justicialista, y cuan­do Jorge Paladino fue defenestrado por Perón, el local fue asaltado por el Comando de Organización de Brito Lima. El ex gendarme resistió a tiros, en un incidente en el que Norma Kennedy recibió un balazo en un pulmón y Enrique Castro murió a consecuencia de heridas gra­ves.

En 1973 la derecha peronista olvidó sus discrepan­cias y reorganizó sus fuerzas. Giovenco se incorpora a la custodia de Lorenzo Miguel, junto con otros militantes de los grupos fascistas: Jorge Dubchack {elpolaco) cuyo padre fue guardaespalda de Vandor, Alejandro Pino Enciso, José Pedrotti, Jaime Lemos; el jefe del CNU, Patricio Fernández Rivero, que “ cobraba un sueldo pe­ro sólo iba de visita de cuando en cuando” , según re­cuerdan otros miembros de la custodia que prefieren permanecer en el anonimato (“ M acho... no me identifi- qués porque esos hijos de puta todavía andan sueltos” ).

Dubchack era ahijado del comisario Alberto Orsi y tenía dos empleos: uno en la custodia de Miguel, otro en la Policía de la Provincia de Buenos Aires (legajo 87.011); dos sueldos. Era uno de los “ hombres de con­fianza” de Fernández Rivero.

Durante 1974 la custodia de la UOM participó en atentados contra unidades básicas de la tendencia revo­lucionaria. Dubchack fue reconocido en el allanamiento de la UB “ 9 de Junio” de La Plata. El topo que recuer­da las andanzas de “ la patota de Miguel” , sostiene que “ hicieron varias boletas, sobre todo en la zona sur” de Buenos Aires.

Pero los conflictos internos reaparecieron, cuando surgieron discrepancias entre Miguel y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró. La frac­

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ción principal de la CNU se pasó del lado de Calabró en 1975 y Miguel decidió sacarse de encima a los muchachos de Fernández Rivero. El 24 de julio se inició la purga con el asesinato de Dubchack, ejecutado por los incondicionales del líder de la UOM.

Eduardo “el O so” Fromigué, Juan Carlos “Cicuta” Acosta, Pedro “la Yegua” Tursi, Néstor Sansinena y Juan Carlos “el Gallego” Rodríguez participaron “ en el caso Dubchack: le regalaron un arpa” , según Osvaldo Bujalis. Las operaciones las dirigía Aníbal Martínez, de la Juventud Sindical.

Una semana después le toca a Alejandro Enciso, también de la CNU. Los muchachos de la UOM “ lo lle­naron de plomo y le echaron la culpa a la guerrilla” , se­gún afirmaciones del abogado Cordera.

La CNU respondió de inmediato: el 2 de agosto de1975 atacaron la casa del “O so” Fromigué en La Plata, e intercambiaron disparos durante media hora hasta que llegaron efectivos de la policía y del Regimiento 7. Fro­migué y su padre resultaron heridos. La prensa informó que “ la vivienda de uno de los miembros de la custodia de Miguel fue atacada por elementos subversivos” .

La vendetta continuó: el 12 de octubre un comando de la CNU asesinó a sangre fría a Fromigué, “Cicuta” Acosta y Graciela Chef Muse, mientras comían en el res­taurante M i Estancia, en Florencio Varela. La esposa de Fromigué, Silvia Rodríguez, resultó herida. En la puerta del restaurante quedó abandonado el auto de los muer-^ tos, un Ford Falcon de propiedad de la UOM en el que" la policía encontró una ametralladora Halcón, dos pis­tolas y una apreciable cantidad de proyectiles.

Algunos meses más tarde, al producirse el golpe mili­tar en marzo de 1976, los hombres de Miguel se dispersa­ron. El local de la UOM en la calle Cangallo fue cerrado y sus archivos desaparecieron. Concluía un capítulo en la historia del vandorismo, y se iniciaba otro que —con

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el tiempo— pondría un manto de olvido sobre una épo­ca que es preciso recordar. La memoria es un antídoto contra la resurrección de los sicarios.

Algunos autores, al referirse al Peronismo de la Vic­toria o a Los deseos reales del justicialismo, emplean un extraño malabarismo para preservar la imagen de la bu­rocracia sindical, u omitir sus responsabilidades en la ge­neración del fenómeno derechista y la violencia criminal que lo caracterizó. Eluden la gravedad del daño causado por el vandorismo al movimiento peronista, y ocultan la complicidad de la burocracia con la Triple-A.

“ Es preciso que no pueda especularse nuevamente con la desmemoria... que la burocracia sindical —que es un estilo, una visión, implantados por la clase dirigente y no absorbida en la tierra fértil de las bases obreras— sea desterrada para siempre” , escribió John William Cooke en 1964.11

11 Cooke, John William: Mensaje al Cabildo Abierto Telefónico de FO- ETRA, 1964.

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LA TEOLOGÍA DE LA REACCION

La reacción católica que inspira al nacionalismo de derecha tiene una estrecha relación con el surgimiento de organizaciones paramilitares anticomunistas, y con la violencia practicada por esas organizaciones. Sacerdotes y laicos emparentados en el arraigo de sus posiciones in- tegristas, nucleados en grupos que desarrollan una in­tensa y permanente actividad confesional y política, for­maron un buen número de los cuadros que constituye­ron las fuerzas de choque de la derecha a lo largo de más de medio siglo.

Militantes católicos, de neto corte fascista, se en­cuadran en las agrupaciones cívicas que en 1930 acom­pañan el golpe militar, y que entonces tienen como má­ximo exponente al doctor Alberto Baldrich y sus “ cami­sas pardas” . Reaparecen en 1943 en torno a Gustavo Martínez Zuviría y Juan Carlos Goyeneche, durante una breve gestión en el ministerio de Educación. Participan en el primer gobierno peronista y luego se enfrentan con Perón al calor de la oposición clerical. Forman parte de los Comandos Civiles que luchan contra el peronismo en 1955.

Manuel Rodríguez Ocampo, un nacionalista católi­co, es el autor de los versos de la Marcha de la Libertad, el himno de la Revolución Libertadora. La primera gra­bación se efectúa en los sótanos de la iglesia del Socorro, y son los católicos hermanos Gómez Carrillo los que la cantan a coro. Toda la poesía recuerda a la marcha fa­langista Cara al Sol, y exhibe el ideario del nacionalismo católico.

Los católicos acompañan al general Eduardo Lonar­di en su breve gestión, y poco más tarde le declaran la

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guerra al gobierno “ judeo-comunista” de Arturo Fron­dizi. Participan en los enfrentamientos internos del Ejército a la hora de los choques entre azules y colora­dos.

Son nacionalistas católicos, civiles y militares, los que preparan el golpe militar contra el gobierno radical de Arturo Illia, en 1966; y los que en 1971, encabezados por el teniente coronel Fernando Baldrich, intentan un nuevo alzamiento desde las guarniciones de Azul y Ola- varría.

El golpe militar contra Illia es uno de los momentos estelares de la reacción católica. Los golpistas provienen de los principales grupos integristas que actúan en esa época: el movimiento de los Cursillos de Cristiandad, los Cooperadores Parroquiales del Cristo Rey con su re­vista Verbo, los discípulos de la Ciudad Católica, de Genta y Meinvielle.

El general Juan Carlos Onganía asume la presidencia rodeado de cursillistas y miembros del Ateneo de la Re­pública, y están presentes los principales dirigentes de la burocracia sindical encabezada por Augusto Vandor, como expresión concreta de una nueva alianza militar- sindical, un eje que volverá a expresarse años después en momentos cruciales.

Uno de los principales mentores del golpe fue el co­ronel Juan Francisco Guevara, sin duda el militar más involucrado en la actividad de los Cooperadores Parro­quiales del Cristo Rey. Un oficial nacionalista católico de extrema derecha, antiguo lonardista, antiperonista,’ por cuyo conducto muchos otros oficiales se incorporan a los Cursillos y participan de sus retiros espirituales en el seminario de Villa Devoto y en la quinta “ La Monto­nera” de Pilar.

Los Cursillos de Cristiandad, basados en el viejo sis­tema jesuíta de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, durante tres días ofrecían un foro de refle­

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xión inducida y meditación temática, así como un espa­cio conspirativo en términos políticos.

Los Cooperadores Parroquiales del Cristo Rey ini­ciaron su actividad en la Argentina en 1959, basándose en la experiencia y reproduciendo la organización de su matriz francesa, los grupos Verbe (Verbo) y Cité Catho- lique (Ciudad Católica) fundados en Francia en 1946. Los teólogos franceses Jean Ousset y Jean Madiran aportaron los elementos básicos de su pensamiento in- tegrista.

Jean Ousset es autor de una obra fundamental para el grupo: un manual de anticomunismo titulado El Marxismo-leninismo, que en Argentina fue traducido y prologado por el coronel Guevara, y publicado con un prefacio de monseñor Antonio Caggiano.

El desarrollo de las teorías de Ousset, impregnadas del pensamiento monárquico-corporativo del francés Charles Maurras, tuvo su auge durante el gobierno del mariscal Petain en Vichy, en la Francia unida al eje nazi- fascista de Hitler y Mussolini.

A su vez, el vocabulario que cobra vigencia durante el gobierno de Onganía, al ponerse de moda los “ cuer­pos intermedios” , proviene de las obras de Michel Crouzet sobre orden corporativo, corporaciones, cuer­pos sociales, municipio y familia, sustentos de un régi­men de corte fascista.

En 1962, tres años después de fundada la rama ar­gentina de los Cooperadores Parroquiales, se produce un hecho que no pasa inadvertido: llega al país el sacer­dote francés Georges (Jorge) Grasset. La actividad del grupo se refuerza con la presencia de Grasset, cuyo currículum nos muestra a uno de los cuadros más acti­vos del integrismo fascista.

Grasset actuó durante un largo período en Argelia, sobre todo a lo largo de la guerra de independencia que inicia el Frente de Liberación Nacional (FLN) en 1954.

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Claro está, no fue capellán de los patriotas argelinos, si­no de los colonialistas franceses, y en 1957 alienta el al­zamiento de los pieds noirs (los colonos) encabezados por militares derechistas como Salán, Juin y Challé. El padre Georges fue el guía espiritual de la Organización del Ejército Secreto (OAS) que reivindicó la “guerra su­cia” francesa contra los nacionalistas argelinos.

La estrecha relación de Grasset con el ejército colo­nial francés, con los militares derrotados en Dien Bien Phu por los revolucionarios vietnamitas y humillados en Argelia por los combatientes del FLN, forjó en el reli­gioso una mentalidad reaccionaria que define sus pasos.

Grasset emigra de Argelia a la España franquista (santuario de la OAS) en donde se une a los requetés de Sixto de Borbón, príncipe de París que pretendía el tro­no español. De Madrid viaja a Buenos Aires para asumir la dirección de Verbo, además de negociar la inmigra­ción a la Argentina de un grupo de pieds noirs expulsa­dos de Argelia.

En Buenos Aires, Grasset constituye su “ estado ma­yor” con Roberto Gorostiaga (fundador de la revista Roma) y el coronel Juan Francisco Guevara. Son los conspiradores de tiempo completo que preparan la toma del poder mediante un golpe militar.

El coronel Guevara es el referente fundamental en 1966 de la reacción católica en las filas del Ejército. A su lado aparecen otros militares integristas: los generales Eduardo Conessa, Alejandro Lanusse, Francisco Imaz. (entonces designado gobernador de la provincia de Buenos Aires), Eduardo Señorans (jefe del SIDE) y Gus­tavo Martínez Zuviría, el hijo mayor del superfascista Hugo Wast. El último en incorporarse es el general On­ganía, pero en él recae la titularidad del Ejecutivo gol- pista.

Entre los civiles se destacan los miembros del Ateneo de la República (la logia que funcionaba en la avenida

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Santa Fe 1821): Mario Díaz Colodrero y Carlos Men- dioroz, del Opus Dei; Jorge Mazzinghi, de Verbo; na­cionalistas católicos de derecha como Mario Amadeo, Ignacio Anzoátegui, Bonifacio Lastra, Francisco Muro de Nadal, Ricardo Zorraquín Becú y Máximo Etcheco­par.

Aún cuando Marcelo Sánchez Sorondo, el director del periódico nacionalista A zu l y Blanco, se mantuvo a cierta distancia del Ateneo de la República y del grupo Verbo, no pasa inadvertido que uno de los cerebros del golpe, Máximo Etchecopar, era un ex secretario de re­dacción de A zu l y Blanco.

Uno de los acólitos de Grasset es designado goberna­dor de Córdoba: Carlos Caballero; su gestión tuvo la pe­culiaridad de reivindicar, al menos en términos declama­torios, “ las virtudes del corporativismo” fascista.

Muchos de los militantes del nacionalismo católico fueron designados en cargos públicos, y otros apare­cieron colaborando directamente con la Policía Federal en tareas represivas. Durante el asalto de la Universidad se hizo famosa, como foto de portada, una en la que Ra- damés “huevito” Marini ayuda a un policía a golpear a un profesor en la Noche de los Bastones Largos.

Una mención especial requiere la prédica ultramon­tana del profesor Jordán Bruno Genta, que durante un largo cuarto de siglo se dedicó a denunciar los “ peligros” que “ amenazan” al país: el comunismo, la masonería, los judíos y el peronismo. Nacionalista de extrema derecha, Genta aparece vinculado a los sectores más reaccionarios del integrismo militante, así como a los golpistas católicos uniformados o de traje y corbata. Su teoría de la Contrarrevolución alimentó especialmen­te a los conspiradores de la Fuerza Aérea, con quienes desarrolló estrechas relaciones.

El 17 de octubre de 1955, apenas un mes después del triunfo del general Eduardo Lonardi, el profesor Genta

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dictó una conferencia que inició con la siguiente afirma­ción:

“ Dos corrientes ideológicas que tienen el mismo diabólico origen y son igualmente anticatólicas, antina­cionales y antimilitares: la masonería y el comunismo, están socavando los fundamentos espirituales de la so­ciedad argentina. Y en los últimos diez años, vehiculiza- das oficialmente por Perón, han precipitado la descom­posición moral y material de la Patria .” 12

Ferviente antiperonista, Genta hace responsable a Perón de la “ revolución anticristiana” , y define al pero­nismo como “ vehículo” de la masonería y el comunis­mo. Sus afirmaciones son categóricas, y sus discípulos lo suficientemente acríticos como para comulgar con ruedas de carreta. Algunos oficiales superiores de la Fuerza Aérea, como el brigadier Cayo Antonio Alsina,lo adoptan como guía espiritual.

Genta plantea claramente un eje clerical-militar y aboga por un golpe restaurador de la Ciudad Católica:

“ Es nuestra convicción personal, antigua por lo de­más, que tan sólo una política católica y militar puede contener la descomposición masónica y comunista de la Patria. Tan sólo una política fundada en las dos institu­ciones fijas e inmutables que permanecen en medio de la movilidad de todas las otras, la Iglesia de Cristo de or­den sobrenatural y las Fuerzas Armadas de la Nación de orden natural, puede superar la subversión bolchevique de todas las jerarquías sociales y la anarquía hecha eos- # tumbre en la vida de la República.”

“ Sabemos lo impopular que es este pensamiento -re­conoce—, pero nos complace declararlo porque define para nosotros, la única política prudente, la única real y

12 Esa misma conferencia, titulada “ La masonería y el comunismo en laRevolución del 16 de septiembre” , fue publicada en un folleto del autor(Pellegrini Impresores, Alvarez Jonte 2315, Buenos Aires, 1955).

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verdadera en esta encrucijada de la Patria.” 13Cayo Antonio Alsina, inspirado por Genta, intenta

sin éxito un golpe militar contra el presidente Arturo Frondizi. El fracaso no diluye el belicismo de los contrarrevolucionarios, que se recluyen en la Escuela de Aviación de Córdoba, adonde llevan a Genta como profesor de tiempo completo. Al amparo del comodoro De la Vega y del brigadier Gilberto Oliva, el profesor Genta fue maestro de varias generaciones de cadetes de la Fuerza Aérea y sus ensayos fueron libros de texto du­rante varios años.

Algunos observadores vinculan, no sin razón, la estridencia integrista del discurso del brigadier Jesús Ca- pellini en 1975, así como los arraigados principios reli­giosos de los pilotos que combatieron en las Malvinas, con la prédica de Genta.

Otro ejemplo de esta arrogancia teocrática lo en­contramos en la extensa obra del Dr. Carlos A. Di- sandro, que durante décadas dedicó sus mejores horas a dictar conferencias y escribir folletos y libros orientados “ a la defensa de la Fe” y “ la lucha contra la herejía judeo-cristiana” 14

La obra de Disandro, difundida desde su cenáculo integrista en la ciudad de La Plata, es un recurso inago­table de citas de San Pablo, San Agustín, San Basilio, San Atanasio, San Buenaventura, Santo Tomás, etc., reivindicando la Ciudad de Dios frente a “ los enemigos de la Iglesia y de la Patria” : los revolucionarios de cual­quier signo, los comunistas, los masones, los judíos, los liberales y “ esa perversión denominada democracia” .

Así, Disandro advierte que es “ altamente nocivo pa­ra la Iglesia y para la Nación la actividad de sectas masó­nicas y paramasónicas. Doctrinalmente condenadas, de­bemos anhelar y procurar la estricta recognición de las

13 Ibid. pág. 25.14 Disandro, Carlos A ., “ La Herejía Judeo-Cristiana” , Editorial

Struhart, Bs. As., 1983, pág. 78.

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mismas y en lo posible su relegación y extinción, por una verdadera política de soberanía nacional y por una ver­dadera vigencia de la cultura cristiana. Toda alianza con tales sectores sería gravemente dañosa, comporta una capitulación sin sentido frente a la revolución mundial y preanuncia el derrumbe de toda forma de soberanía po­lítica y de justicia” .

Disandro, sin mayores preocupaciones, también se erige en vocero de la “ Iglesia y la Nación” , como si le pertenecieran a título individual. Y obviamente convoca a la guerra contra “ los enemigos históricos” .

“ Nuestra convocatoria —explica en sus libros el pro­fesor platense— es para esos rumbos, que ustedes des­cubrirán y consolidarán en años más densos. Entretan­to, tal como lo enseña San Juan Crisóstomo, debemos enfrentar sin ambages y con dureza la persona de los he- resiarcas, clamar en la Iglesia para que el espíritu cure esas llagas y transitar con corazón apaciguado en el si­lencio sobrecogedor de las águilas, que vuelan en torno de la llama inextinguible. Esta llama purifica, cuando funde.” 15

Traducido al lenguaje cotidiano de la reacción cató­lica y el nacionalismo de derecha, “ enfrentar sin amba­ges y con dureza la persona de los heresiarcas” equivale a eliminarlos de la forma más expeditiva. No es casual que en la contraportada del libro, el editor presente la obra con diversas consideraciones, entre las cuales hace refe­rencia a una “ guerra civil religiosa” que —según él— es “ conducida por las sectas judío-cristianas” .

Tampoco es casual que la obra pertenezca al fondo editorial de la Editorial Struhart & Cía. que se ha dedi­cado durante los últimos quince años a tres tipos de publicaciones: libros y manuales anticomunistas, en par­ticu lar los especializados en contrainsurgencia;

15 Ibid. pág. 139-140.

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bibliografía católica de extrema derecha, y coediciones con el Círculo Militar que enriquecen las bibliotecas castrenses.

Sin embargo, es preciso destacar que fue el jesuita Julio Meinvielle el sacerdote que más aportó al de­sarrollo del arsenal ideológico de la reacción católica y la extrema derecha, y que su obra basada en una certi­dumbre dogmática sin límites se proyectó a lo largo de 40 años, desde su primer ensayo “Concepción católica de la política” (1932) a su última conferencia en la Ciudad de México, ante el VI Congreso de la Liga Mun­dial Anticomunista (WACL) “Civilización cristiana ver­sus com unism o”, a fines de agosto de 1972, poco antes de morir atropellado por un automóvil en Buenos Aires.

Menvielle escribió más de 20 libros, dictó cientos de coñferencias y fue asesor de diversos círculos civiles y militares durante cuatro décadas. Predicó la Ciudad Ca­tólica y sus ensayos fueron reproducidos por la mayoría de las publicaciones católicas de derecha, como Gla- dium, la Biblioteca del Pensamiento Nacionalista A r­gentino, Ediciones Theoria, Presencia, Nuestro Tiem­po, Cruzada, Verbo, Huemul, Cruz y Fierro, etc.

Durante mucho tiempo Meinvielle fue asesor y guía espiritual de la Unión Cívica Nacionalista (UCN), la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES) y el Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT). Su rup­tura con Tacuara se produjo debido a la influencia en esa organización del sociólogo fascista francés Jaime María de Mahieu, autor de dos ensayos {“ElEstado co­munitario” y “La Economía Comunitaria ” )16 que el sa­cerdote consideró perniciosos por “ izquierdistas” . La

16 Jaime María de Mahieu, que también publicó un Diccionario de Cien­cias Políticas, fue el mentor, en tiempos de Onganía, de un centro de estudios privado denominado Universidad Argentina de Ciencias Sociales (UACS) re­ducto de un “ ala izquierdista” de Tacuara y el Movimiento Nueva Argentina (MNA).

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fracción de Tacuara que se separó siguiendo a Mein­vielle, a su amparo y bajo su dirección formó la Guardia Restauradora Nacionalista (GRN), acaudillada por los abogados Juan Carlos Coria y Bernardo Lasarte.

Meinvielle fue el nexo entre muchos generales, coro­neles y brigadieres nacionalistas, golpistas, y las organi­zaciones juveniles de derecha. Los militantes de Tacuara primero, y de la GRN después, se vincularon por su in­termedio a la mayor parte de conatos y alzamientos, pla­nes conspirativos y “ revoluciones” que se produjeron desde 1955 a 1972.

En los centros de la reacción católica, Meinvielle fue definido como el super teórico de su tiempo. En el pró­logo a su obra “El comunismo en la Revolución A n ­ticristiana”, otro de los exponentes de su pensamiento, Carlos Alberto Sacheri, lo califica como “ el máximo teólogo de la Cristiandad en lo que va del siglo veinte” .

Algunas citas tomadas de esa misma obra, sintetizan su argumentación confesional y sus posiciones políticas. El propio Meinvielle inicia el primer capítulo con una afirmación categórica:

“ El presente libro quiere determinar con precisión qué sitio ocupa el comunismo en la Revolución anticris­tiana. Pero ello no es posible si no se determina, a su vez, el significado y alcance de la misma Revolución an­ticristiana. La Revolución anticristiana no puede ser ca­racterizada en toda su significación si no se fija el carác­ter necesariamente cristiano que ha de revestir el m ovi-. miento de la historia después que Cristo se ha hecho pre­sente entre nosotros.” 17

Así, “ establecido” en el primer párrafo “ el carácter necesariamente cristiano” de la historia, todo el anda­miaje de la retórica integrista se proyecta consecuente­mente.

17 Meinvielle, Julio, “ El Comunismo en la Revolución Anticristiana” ,Cruz y Fierro Editores, Bs. As. 1982, pág. 9. Ibid. pág. 21.

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Se convoca a los “ elegidos” : “ Todo este problema del fin de la historia, determinado por el número de pre­destinados, depende de una enseñanza clara y determi­nada del Apóstol que dice: todo coopera en bien de los que aman a Dios, de aquéllos que en sus designios son llamados” .18 Y los que mejor “ cooperan” , claro está, son los Cooperadores del Cristo Rey.

Se les enseña “ historia” : “ La Ciudad Católica al­canzó su momento de plenitud histórica en el siglo XIII, cuando la sabiduría culminó con Santo Tomás de Aquino, cuando la prudencia política logró forma mara­villosa con San Luis, rey de Francia, cuando el arte se iluminó en el pincel del Beato Angélico. Unos siglos des­pués, la Revolución anticristiana rompe la unidad de la Ciudad Católica. Y se inicia un proceso de degradación que alcanza cada vez capas más profundas de la ciudad, amenazándola con una ruina y muerte total. El comu­nismo significa esta ruina y muerte total de la Ciudad Católica” .19

Se les explica la “ condición humana” : “ el hombre no puede, sin la Revelación y sin la Gracia Sobrenatural, realizar la perfección de su naturaleza y de su razón; sin auxilios sobrenaturales el hombre se ha de ir degradan­do; ha de ir descendiendo a grados más infrahumanos de condición” .20

Se los pone sobre aviso: “ Sinagoga y masonería son los agentes, encarnaciones del diablo, que movilizan el combate de la Contra-Iglesia a base de mentira y de cri­men” .21

Para el autor “ Las universidades oficiales argenti­nas, que, por naturaleza, constituyen la matriz donde se generan nuestras clases dirigentes, están entregadas lisa

18 Ibid. pág. 27.19 Ibid. pág. 42.20 Ibid. pág. 59.21 Ibid. pág. 82.

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y llanamente al comunismo soviético. La sociedad ar­gentina dedica sumas fabulosas del erario público a la perversión sistemática de las inteligencias de lo que debe ser su mejor juventud y las clases dirigentes del m añana” .22 Quede claro: son las “ universidades ofi­ciales” , no las privadas.

No hay “ nada peor que un revolucionario” : “ El pri­mer revolucionario fue Lucifer, quien en su rebelión sembró el mal donde Dios creó el bien. El programa del católico no es la Revolución, porque, como hemos dicho, la sociedad actual no es fundamentalmente mala, sino, por el contrario, sus cimientos cristianos la hacen fundamentalmente buena” .23

Meinvielle también se refiere a la democracia: “ Nada más tiránico que el gobierno del Estado democrático li­beral, que al ser sirviente de la plutocracia internacional, corrompe toda la vida nacional” 24

Y también algunos principios de economía: “ En el terreno económico hay una comunidad de actividad y de intereses entre empresarios y obreros... no son antago­nistas... Son cooperadores de una obra común” .25 ¿Se­rán los Cooperadores Parroquiales del Cristo Rey?

Finalmente: “ ¿Quiénes son los agentes que el diablo utiliza para la realización de sus maquinaciones? En la providencia actual el cristianismo tiene un enemigo pri­mero y natural que es el judío. No en vano el Señor los acusa de ‘hijos del diablo’ (Juan, 8, 44). En segundo lu­gar, los paganos. En la crucifixión, los judíos actúan.co- mo los verdaderos instigadores y responsables mientras los gentiles se desempeñan como ejecutores. De aquí que los enemigos del cristianismo sean los judíos, masones y

22 Ibid. pág. 85.23 Ibid. pág. 103-104.24 Ibid. pág. 106.25 Ibid. pág. 107.

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comunistas” .26Con este último párrafo de las obras escogidas de

Meinvielle, que pertenece a su ensayo: “Ubicación exac­ta de la década del 70 en la revolución anticristiana”, cerramos el muestrario. Omito los comentarios con una salvedad: estos principios, bases de la dogmática propia de la reacción católica, se convierten en algo sumamente peligroso, cuando el que los lleva en la cabeza tiene, ade­más, una Colt 45 en la mano.

Meinvielle fue el ideólogo de tres generaciones distin­tas de católicos derechistas. La mayor acompañó el gol­pe militar de Uriburu en 1930 y conoció sus primeros en­sayos- La intermedia perteneció al clan del general Lo­nardi y los nacionalistas católicos que auspiciaron la Re­volución Libertadora. La más joven, que ahora es gene­ración intermedia, se formó en los grupos fascistas y nutrió las organizaciones paramilitares en la década del 60 y del 70. Sus seguidores pasaron de la Guerra Santa a la Guerra Sucia, y el país conoció los estragos de la Alianza Anticomunista Argentina, el Comando Liberta­dores de América y la “ batalla contra la subversión” durante la dictadura.

En los días que precedieron a la aparición oficial de la Triple-A, cuando era inminente la ofensiva de exter­minio organizada por los grupos fascistas, los seguido­res de Meinvielle reeditan uno de sus clásicos: El poder Destructivo de la Dialéctica Comunista'1'1-, la obra es re­comendada por Carlos Sacheri en el número 142 de la revista Verbo (mayo de 1974).

La misma edición de Verbo, con un Testimonio de Solzhenitsin en portada, es un buen ejemplo de la apolo­gía anticomunista de los integristas: artículos de Alfredo Di Pietro, Alberto Falcionelli, Henri Taublier y Andrés Olivares, coinciden en Ja denuncia de la “ conspiración comunista mundial” . Los espacios dedicados a Notas y

26 Ibid. pág. 167-168.27 Meinvielle, Julio, "E lpoder Destructivo de la Dialéctica Comunista”,

Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1973.65

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Comentarios reproducen información tomada de la publicación superfascista española Fuerza Nueva, y elo­gian un editorial publicado por la derecha peronista en Mayoría (29.3.74) convocando a la lucha contra la “ in­filtración marxista” en el peronismo.

Los acólitos de Verbo, que lo son al mismo tiempo de Meinvielle, Genta, Sacheri, Grasset, Disandro o Go­yeneche, se nutren de los textos de Miguel Angel Iribar- ne, Ignacio Garda Ortiz, Roberto Pincemin, Juan Carlos Montiel, Alberto Fariña Videla, Juan Olmedo, Jorge Ferro, Carlos Pezzano, Fernando Estrada, Rubén Calderón Bouchet, Juan Octavio Lauze, Luis Roldán, Federico Cantero Núñez, Alberto Caturelli, Carlos Buela, Francisco Pastrana, Fulvio Fabio Ramos, Eduar­do Martín Quintana, M arta Cortiñas, Juan Manuel La- vanchy, Eduardo Zubizarreta, Carmelo Palumbo y Ber- nardino Montejano, entre muchos otros ensayistas de la reacción católica.

Muchos sacerdotes, como el jefe nacional de Ta­cuara Alberto Ezcurra Uriburu, secretario privado de monseñor Adolfo Tortolo; monseñor Victorio Bonamín (ex capellán del Colegio Militar de la Nación); Octavio Nicolás Derisi, rector de la Universidad Católica Argen­tina (UCA); Antonio Royo Marín; J. B. Bossuet; Her­nán Benítez; Gerónimo Fernández Rizo; monseñor Emi­lio Ogñenovich; Enrique Lombardi; e incluso ese exce­lente escritor digno de mejores prédicas, Leonardo Cas- tellani, figuran entre los religiosos que convocan a la guerra.

El denominado Instituto de Promoción Social Ar­gentina (IPSA), colateral de Verbo, que ya en 1969 or­ganizó un congreso sobre “ Orden económico o subver­sión” , prepara a sus seguidores con otro congreso: “ Or­den natural o socialismo” . Y más tarde, al amparo de la dictadura, “ Libertad y libertades” (1977) y “ El destino común de las patrias del Cono Sur” (1978).

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En 1980, el IPSA realiza en la provincia de Córdoba un “ magno evento” , con la asistencia de lo más repre­sentativo de la reacción católica a nivel internacional: Jean Ousset, de Francia; Julián Gil de Sagredo, de Es­paña; Federico Wilhemsem, de los Estados Unidos; Pe­reda Crespo y Muggenburg, de México; Vicente Ugarte del Pino y Sergio Tapia, del Perú; Carlos Podestá, del Paraguay; Juan Antonio Widow, de Chile, y Martín Gutiérrez y Diego Ferreiro, del Uruguay. La rama con­fesional de la internacional fascista.

Han pasado más de diez años desde que la Triple-A causó estragos sin límites en la sociedad argentina (crí­menes, migración forzada, destrucción de instituciones culturales, aniquilamiento de cristianos progresistas, etc.) y la reacción católica permanece impertérrita, ape­gada al mismo vocabulario que expresa su ideología. Mencionamos una edición de Verbo de 1974 y podemos observar en archivo una edición, por ejemplo, de 1984... La misma manifestación doctrinaria, los mismos pre­juicios religiosos y políticos, la misma línea corporativa y fascista, los mismos peligros para la sociedad en la que deambulan con una cruz y una pistola al cinto.

Al conmemorar el 25° aniversario del grupo Verbo, Juan Antonio Lauze afirmó en un editorial: “ Nuestro trabajo es un servicio... Nuestro movimiento es la so­ciedad misma... El desarrollo anhelado está en las orientaciones, las reacciones, el espíritu de cuerpo social sobre el que actuamos desde 1959...” Ahora la batalla es contra el divorcio, e incluye textos de monseñor Manuel Menéndez, del obispo Antonio Quarracino, de figuras claves del Episcopado, como monseñor Rodolfo Nolas- co o el obispo auxiliar de Morón, Carlos Galán.

Junto a la tradicional prédica anticomunista, anota­mos el mismo discurso incendiario de Sánchez Abelenda en 1974, revivido por el obispo de Mercedes, Emilio Og­ñenovich: “ No aceptaremos la complicidad del silencio

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cobarde... Ocuparemos un puesto en las trincheras con honor e hidalguía en defensa de los valores fundamenta­les... Guay cuando se intente avasallar principios en los que está el futuro de la patria. Habrá católicos que no serán muy practicantes, pero guay cuando se les toca la Iglesia o sus principios... Saben jugarse, saben luchar de pie... Dios está con nosotros y la Virgen nos acom paña” .28

28 VERBO, “ En defensa de la Familia” , Buenos Aires, mayo de 1984,

LITERATURA PARABELLUM

Una creencia muy divulgada sostiene que los cuadros de la derecha —tanto de la reacción católica como del nacionalismo burgués—, civiles o militares, carecen de formación intelectual. Hay incluso quienes suponen que los militantes fascistas no tienen pasión por la lectura, o que sencillamente desprecian todo lo que tenga que ver con el arte tipográfico. Se trata de hombres de acción —piensan— que expresan sus dogmas y consignas violentamente. Es un error.

La extrema derecha cuenta con un “ segmento culto” , formado por clérigos, abogados y periodistas, que formulan y recrean sus dogmas y consignas. Son los que piensan para el conjunto o, como propone el lema de la revista Verbo, los que se dedican a la “ formación para la acción” . Algunos dirigentes se ufanan de sus bibliotecas, y lo cierto es que más de una —como la que tuvo en vida Juan Carlos Goyeneche—, son motivo de prestigio entre sus pares y discípulos. Hay autores prolí- ficos (Hilaire Belloc, Nicolás Berdiaeff, Salvador Borre­go, Rubén Calderón Bouchet, Leonardo Castellani, Ju ­lio Meinvielle, etc.), temas variados y numerosos títulos. También un buen número de editores y bastantes libre­ros especializados.

El número de editoriales derechistas que hay en Ar­gentina es insospechable, y supera ampliamente al del resto de los países de habla hispana. Además, la Argen­tina comparte con España y Francia los primeros pues­tos en producción de literatura fascista, publicaciones integristas y folletos extremistas.

Algunas de esas editoriales tienen un pequeño fon­

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do, otras incluyen ediciones “ comerciales” más o me­nos profanas, y las hay que gozan de subsidios religiosos o mecenas uniformados. Ya mencionamos la estrecha relación de las ediciones Struhart con el Círculo Militar, y basta observar la publicidad en las páginas de Verbo para sorprenderse con las fuentes de financiamiento en diversas épocas (Bodegas Etchart, Renault Argentina, Olivetti, Líneas Aéreas Austral, Tamet, Llavetex, Pepsi- Cola, etc.).

En Francia las ediciones fascistas son el subproducto de grupos de monárquicos nostálgicos, admiradores de Petain, católicos integristas y militantes de organiza­ciones como la Acción Francesa. Sin embargo, la pro­ducción es inferior a la española o la argentina. Sólo los seguidores del obispo Marcel Lefebvre, y los adeptos al Club du Livre Civique (49 rué des Renaudes, París), di­rigido por Jean Ousset, se mantienen activos.

En España, el curso de los acontecimientos políticos alteró una tradición editorial franquista que fue muy im­portante hasta 1980. Han desaparecido las oficinas de las Ediciones del M ovimiento (Gaztambide 59, Madrid) desde las que su legendario director, Agustín del Río Cisneros, publicó y reeditó durante años las obras del Caudillo, de José Antonio Primo de Rivera y José Luis Arrese, entre otros autores falangistas.

En Madrid y Barcelona sobreviven algunas edito­riales fascistas, impresores católicos de derecha y antico­munistas, pero ya sin la influencia del pasado. Son vestir gios de una época superada. En una entrevista reciente con el administrador de la Editorial Speiro (General Sanjurjo 38, Madrid) el hombre me confesó con humil­dad: “ Los camaradas argentinos nos llevan ladelantera... producen mucho más que nosotros” .

En Argentina, en cambio, los editores de derecha tienen su público y no muestran mayor preocupación por los efectos de una crisis ideológica. Una encuesta

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efectuada en 1986 me mostró empresarios más o menos prósperos, algunos de los cuales incluso exportan. La uruguaya Editorial del Plata (Soriano 1327, Montevi­deo) abastece con libros argentinos a los fascistas y la re­acción católica oriental.

Los distribuidores y libreros argentinos especializa­dos en bibliografía derechista, tampoco se quejan. El Club del Libro Cívico (colateral de Verbo) tiene una se­de en Capital Federal (Uruguay 839) y otra en Tucumán (San Lorenzo 558). Hay librerías de derecha al menos en una docena de provincias; desde la Librería Martín Fierro (Roca 5) en Bahía Blanca, a la Librería San Pío X (Rivadavia 740) en San Luis.

Una caso excepcional es la antigua librería Huemul (Av. Santa Fe 2237) en Capital Federal, en cuyos estan­tes se acumuló durante años el grueso de las existencias en libros de derecha, y en cuya trastienda dictaron con­ferencias los teóricos del fascismo. Su veterano admi­nistrador, el señor Sánchez, se queja: “ los tiempos han cambiado y la gente joven ya no compra nuestras edi­ciones... además, todo el barrio Norte está en manos de los judíos y —obviamente— no son buenos clientes para nuestros libros” .

La biblioteca de un militante de derecha, por lo ge­neral es un buen muestrario de los elementos que nutren su ideología: algunos ensayos sobre Teoría del Estado (en particular Ernesto Palacio) y Economía Política; obras de revisionismo histórico; lecturas religiosas dog­máticas acordes a un pensamiento preconciliar; narra­ciones fascistas y manuales anticomunistas; textos anti­masones y antijudíos.

No es difícil confeccionar un catálogo elemental con los autores y títulos fundamentales de la bibliografía de­rechista. En primer lugar las obras generalmente decora­tivas: los clásicos que casi nadie lee por el esfuerzo que requieren; lo que se conoce como los fundamentos

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aristotélico-tomistas de la reacción católica. Por ejemplo, de Aristóteles, la Gran Ética y La Política; de Santo Tomás de Aquino, la Suma Teológica, El Hombre Cristiano, La Justicia; de San Agustín, Medita­ciones, Confesiones, y sobre todo La Ciudad de Dios, obra a la que se hacen frecuentes referencias como signo de erudición. También algo de Gilbert Chesterton.

El revisionismo histórico ocupa varios estantes, en los que se confunden autores de diversas posiciones, sal­vo los escritores “ francamente marxistas” . Una gama muy sutil de colores permite algunas obras y excomulga otras. El sacerdote jesuíta Guillermo Furlong es símbolo de pureza inmaculada, mientras Raúl Scalabrini Ortiz es de dudosa “ intuición izquierdista” . Los Gálvez, tanto Jaime como Manuel, gozan de prestigio. Los Ibarguren, Carlos y Federico, son respetados. Julio Irazusta es re­comendado por la revista Verbo. José María Rosa es considerado “ dem asiado peronista” , y A rturo Jauretche “ deformado por el populismo” . Pedro de Pa-oli comparte con Vicente Sierra y Fermín Chávez un es­pacio aceptable.

En cambio, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós, Rodolfo Ortega Peña, y en general los autores identificados con el nacionalismo revolucionario, están prohibidos. Para los militantes de derecha, Jorge Abe­lardo Ramos es “ un miserable judío trotskista” .

La historia del nacionalismo derechista está escrita: el texto base es Revolución Nacional o Comunismo, de Atilio García Mellid condimentado con Orígenes del Nacionalismo Argentino de Federico Ibarguren, y El Nacionalismo de Bruno Genta.

Hilaire Belloc ocupa un lugar destacado entre los his­toriadores europeos, sobre todo con La Crisis de Nuestra Civilización. Otro tanto ocurre con Otto von Gierke: Teorías Políticas de la Edad Media. Un clásico de la movilización chauvinista es Gottlieb Fichte: Dis-

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cursos a la Nación Alemana. Y Oswald Spengler, con La Decadencia de Occidente, cierra el círculo.

Los manuales de anticomunismo más baratos son los del general André Beaufre {La Guerra Revolucionaria), Nicolás Berdiaeff (Cristianismo y Lucha de Clases), Alain Besancon (Breve Tratado de Sovietología), Vladi- mir Bukovsky (El dolor de la libertad), Christopher Dawson {El Movimiento de la Revolución Mundial), Al­berto Falcionelli {Sociedad Occidental y Guerra Revolu­cionaria), Jean Ousset {Marxismoy Revolución), y entre otros, el célebre librito de monseñor Fulton Sheen, El comunismo y la conciencia occidental.

Los textos antijudíos son numerosos: el principal incluye los Protocolos de los Sabios de Sión, según la versión de monseñor E. Jouin. Enseguida, de H. Belloc:

t Los Judíos; con el mismo título, Los Judíos, de RogerPeyrefítte; de Meinvielle Los judíos en el misterio de la historia; de Disandro, La herejía judeo-cristiana. El ra­cismo se exhibe en sus expresiones más burdas, bajo la pretensión de un “ análisis cristiano” .

Las narraciones y crónicas nazi-fascistas tienen un lugar destacado. Son varios los títulos del escritor mexi­cano Salvador Borrego, entre ellos Derrota mundial e Infiltración mundial, cargados de una enorme dosis de anticomunismo y antijudaísmo. También testimonios de jerarcas nazis como Cornelio Codreanu, Adolfo Eich- mann, Charles Maurras, Benito Mussolini, Hans Rudel, Heinz Schmidt, Luis de la Sierra, Horia Sima, Otto Skorzeny. Y por supuesto M i Lucha, de Adolfo Hitler.

En los primeros años de la década del 60 las organi­zaciones derechistas tenían serias dificultades económi­cas para imprimir sus publicaciones. Grupos como Ta­cuara o la Guardia Restauradora Nacionalista siempre efectuaban colectas para mimeografiar folletos o editar efímeros periódicos. Cada división en sus filas, cada nueva fracción, necesitaba de una nueva expresión de

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prensa para anunciar su existencia, y contrarrestar la propaganda adversa. Así, las sucesivas escisiones de Ta­cuara tuvieron sus folletos, y cada banda compitió con su propia prosa.

El nacionalismo de derecha recuerda anécdotas tra­gicómicas en torno a su voracidad impresora: el Movi­miento Nacional-Socialista encabezado por Ornar Elgo- yen decidió, en una oportunidad, robarse un mimeó- grafo que pertenecía al sacerdote Julio Meinvielle. Los nazis atacaron a los clericales, y Elgoyen terminó en la cárcel de Villa Devoto. Juró vengarse, pero al salir de la prisión murió en un accidente automovilístico.

Una de las primeras imprentas “ propias” de los na­cionalistas fue la Editorial Los Cerrillos, regenteada por los hermanos Benítez. Hacía trabajos comerciales y publicaba folletos derechistas. En la misma época, la fracción izquierdista de Tacuara, encabezada por Joe Baxter, adquirió una imprenta relativamente moderna con parte de los fondos obtenidos en el asalto al Policlí- nico Bancario.

Por su parte, los grupos alineados en la derecha pe­ronista, como el Comando de Organización (CdeO) y el Movimiento Nueva Argentina (MNA) imprimían sus pe­riódicos en los sindicatos que les daban sustento. El MNA tuvo dos publicaciones de amplia difusión compa­radas con el resto: una fue Nueva Argentina, en la etapa de compromiso con Augusto Vandor, y la otra fue Re­torno, en la época en que se disciplinaron a Perón frente a la burocracia sindical.

Algunos años más tarde, los principales redactores de Nueva Argentina aparecen en la revista Las Bases, encabezados por Américo Rial, un antiguo colaborador de Manuel Damiano en el Sindicato de Prensa. Del mis­mo origen, pero famoso por su vocación fascista, es Emilio Abras, secretario de Prensa del gobierno peronis­ta en 1973. La matriz era Tacuara.

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Ya en 1971 desaparecen las limitaciones editoriales para los grupos fascistas: la UOM y la CGT son pródi­gas en el financiamiento de las publicaciones de la de­recha peronista y el nacionalismo derechista. La corte de la que se rodea José Ignacio Rucci, incluyendo al estan­ciero Manuel de Anchorena, pone sus imprentas a dis­posición de las nuevas bandas, como la Concentración Nacional Universitaria (CNU).

Al asumir el gobierno peronista el 25 de mayo de 1973, es López Rega el que ocupa el lugar de Rucci en la difusión de impresos derechistas. Así surge El Caudillo, dirigido por Felipe Romeo y costeado por el Ministerio de Bienestar Social.

Romeo con el tiempo “ ahorra” lo suficiente como para establecer su propia empresa editorial RO.CA, aso­ciado nada menos que con el general Ramón Camps. Ya es la época de la dictadura, y RO.CA SRL. publica, entre otros títulos, E l poder en la sombra, del propio ge­neral Camps.

En la actualidad son muchos los libros que publican las editoriales derechistas, y una cantidad nada despre­ciable los folletos fascistas que circulan al amparo de la libertad de imprenta. Con el título de Baluarte Nacional y dirigida por Aldo Bacre se hace la apología de la dicta­dura. Javier Ferro y Gustavo Guasti publican Militancia de la Contrarrevolución, órgano del grupúsculo Falange de la Fe. Héctor Hernández y Fabián Alberto reeditan el mensaje de El Caudillo en una publicación denominada Barbarie. Ricardo Curutchet sigue editando la ultra­montana, anticomunista, antijudía, Cabildo, vocero del Movimiento Nacionalista de Restauración (MNR).

Durante muchos años, toneladas de papel y miles de horas de rotativas se han invertido en la Argentina en imprimir esto que denominamos literatura Parabellum. Son las municiones que preceden a las balas, e ignorarlas es una forma de cerrar los ojos ante amenazas concretas.

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Conocerlas, por el contrario, ofrece la alternativa de permanecer en guardia frente al peligro que representan.

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UN CRIMINAL DE GUERRA EN LA CORTE DEL GENERAL

Un personaje clave en los últimos años de vida de Perón fue el croata Milosz de Bogetich. Apareció repen­tinamente en Puerta de Hierro a principios de la década del 70, se incorporó al círculo de amistades del general, asumió la jefatura de su custodia, y hasta el día de hoy escolta y consuela a Isabel Martínez.

Alto, elegante, siempre bien vestido, Bogetich habla­ba poco en público pero —cuando lo hacía— era para repetir la misma frase: “ Yo siempre le digo al general que hay que eliminar a los bolcheviques...” En 1972 viajó con Perón de Madrid a Buenos Aires y se alojó en la residencia de la calle Gaspar Campos. Permaneció siempre en un ángulo oscuro, detrás de Perón, a un cos­tado de Isabel. Era un enigma: un curioso desconocido del que nadie sabía nada a ciencia cierta, ni siquiera los dirigentes que más frecuentaban Puerta de Hierro.

Algunas publicaciones de la época señalaron que Bo­getich era un coronel croata, “ un emigrado refugiado en España” . Un militar español comentó que era “ un aventurero con muchos amigos en la embajada de los Estados Unidos” . Eran datos insignificantes, pero se convirtieron en la punta del ovillo: la madeja cedió con el tiempo y una minuciosa investigación me llevó de Madrid a Belgrado, de allí a Zagreb y por último a Asunción del Paraguay. Penetramos al mundo clandes­tino del terrorismo ustacha, una red internacional secre­ta que cobija a los croatas que colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

En Yugoslavia, el profesor Andjelko Maslic, un ex-

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perto en asuntos de Defensa Nacional, me introdujo en viejos archivos guardados en una computadora. Co­menzamos: el verdadero nombre es Mile Ravlic, y de Bogetich es el apellido falso con que deambula por el mundo desde 1945.29

Maslic me presentó a otro experto: “ El señor Jurje- vic —dijo— se dedica al estudio de la emigración fascis­ta y el movimiento terrorista ustacha” . Muy pronto em­pezamos a armar el rompecabezas.

Mile Ravlic, alias Milosz de Bogetich, nació el 15 de abril de 1919 en la pequeña localidad de Glavinja- Donja, en la región de Mostar. Sus padres lo enviaron a la escuela primaria de Imotski y a la secundaria de Sinj. En 1938 ingresó a la facultad de Agronomía de la Uni­versidad de Zagreb, y se afilió al Partido Campesino Croata (cuyas siglas en croata son HSS), una organiza­ción de extrema derecha.

Cuando los ejércitos de Hitler invadieron Yugoslavia en abril de 1941, dividieron el país, crearon el “ Estado Independiente Croata” e instalaron el gobierno colabo­racionista dirigido por Ante Pavelic30. Fue un momento crucial para los croatas: unos pasaron a la clandestini­dad y se incorporaron a la resistencia encabezada por Josip Broz Tito, otros se convirtieron en funcionarios y agentes del fuhrer local (el poglavnik Pavelic). Mile Ravlic dejó sus estudios y comenzó a trabajar en el Mi­nisterio del Interior, a las órdenes del criminal de guerra Andrija Artukovic (extraditado en 1986 de los Estados Unidos después de un largo proceso, bajo la acusación • de genocidio contra 700 mil civiles).

29 Todos los datos de este capítulo fueron suministrados al autor por el De­partamento de Seguimiento de la Migración Ustacha, del Ministerio de Defensa de Yugoslavia.

30 Sobre el tema, González Janzen, Ignacio, “ Yugoslavia: Guerra de Libera­ción” , Instituto de Estudios Sociales de la Universidad de Guadalajara México 1978.

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Ravlic fue asignado al Servicio Secreto ustacha y en dos años obtuvo el grado de capitán (el de coronel lo ad­quirió por su cuenta junto con el apellido de Bogetich). Se destacó como oficial del Departamento de “ Inspec­ción” (UNS) que guiaba a las tropas de la SS alemana y la Gestapo en la persecución de los patriotas.

A los 23 años de edad, Ravlic era un brillante oficial al servicio de la ocupación militar de su propio país. Se proclamaba, como todos los ustachas (palabra croata que significa “ insurgente” ) soldado del nacionalismo católico. Extraño nacionalismo que proclamó rey de la Croacia “ independiente” al duque italiano de Spoleto, y que para subsistir necesitó del apoyo de 22 divisiones del Ejército alemán y 15 divisiones italianas.

Ravlic colaboró con el general ustacha Luburic, res­ponsable de todos los campos de concentración en Croa­cia, y participó en las matanzas perpetradas en la mis­ma ciudad de Sinj en donde cursó la secundaria. Tam­bién participó en la ejecución de rehenes, en la época en que los ustachas decidieron fusilar cien personas por ca­da uno de sus miembros ultimados por la resistencia.

Para tener una idea del grado de barbarie desplegado por las fuerzas colaboracionistas ustachas, basta señalar que el mariscal de campo alemán von Weiss —jefe máxi­mo de los ejércitos de ocupación—, ordenó la disolución del grupo denominado Legión Negra, comandado por Jure Francetic, “ porque las atrocidades que cometen contra la población nos ponen a todo el pueblo en contra y son altamente contraproducentes...” Juicio muy esclaredor por provenir de uno de los responsables de la muerte de un millón 700 mil yugoslavos, o sea el 11.2 por ciento de la población total.

Pero sigamos con Ravlic que comulgaba piadosa­mente en la catedral de Zagreb a los pies del arzobispo Alois Stepinac, según una foto de la época. Derrotados los nazis por el Ejército de Liberación Nacional Yu­

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goslavo (ELNY) huyó a Austria en 1945 y enseguida pa­só a Italia. En Trieste se presentó a las autoridades de ocupación norteamericanas, demostró ser “ un antico­munista de confianza” y fue designado traductor de la Policía Militar del Ejército de los Estados Unidos.

Al amparo de la Comisión Pontificia de Asistencia, un organismo del Vaticano que protegía y reubicaba a los refugiados y emigrados de postguerra, Ravlic consi­guió una nueva identidad, un pasaporte y una visa para la Argentina. En ese entonces, el diplomático argentino que actuaba como enlace con la Comisión Pontificia era José Antonio Güemes, que por su labor fue designado Caballero de la Orden de Malta, y que en 1973 reaparece como funcionario del gobierno peronista.

Ravlic viajó de Trieste a Buenos Aires en la misma época en que llegaban a la Argentina los más prominen­tes jefes de la emigración ustacha, entre ellos el poglav- nik Ante Pavelic. Y Buenos Aires se convirtió en l‘a sede del gobierno en el exilio del “ Estado Independiente de Croacia” .

Algunos de los más destacados criminales de guerra croatas encontraron refugio en la Argentina. No sólo Pavelic, “ presidente” en el exilio, sino ocho de los once miembros de su “ gabinete” : el conde Petar Pejacevic (“ canciller” ), Vjekoslav Vrancic (“ vicepresidente” ), Jozo Dumandzic (“ ministro de Correos y Telégrafos” ), Ivica Frkovic (“ ministro de Bosques y Minas” ) y otros peligrosos nostálgicos como Himlija Beslagic y Jozo Tu- rina. Y sobre todo Stjepan Hefer, que con el tiempo re­emplazaría a Pavelic en la jefatura de la internacional secreta croata.

Ese “ gobierno en el exilio” , que sólo fue reconocido por el rey Hussein de Jordania y el general Chiang Kai Shek de Taiwán, nunca llegó a administrar ni los telégra­fos ni los bosques de Yugoslavia, pero lanzó cientos de

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acciones terroristas contra el pueblo yugoslavo, ordenó el asesinato de diplomáticos yugoslavos en varias partes del mundo, el secuestro de aviones y un sinfín de ata­ques similares, que costaron cientos de víctimas durante 30 años.

En Buenos Aires, Ravlic trabajó activamente en la organización secreta y participó en la fundación del Ho­gar Croata que funcionó durante mucho tiempo en su sede de Salta 2148. También colaboró con los frailes us­tachas franciscanos Lino Pedisic, Marijan Zlovecera y Cecelja, en la apertura del Centro Croata Espiritual y de una escuela de la comunidad de Morón. Intervino en la fundación del Partido Forjador del Estado Croata y en el Movimiento de Liberación Croata (HOP) en 1956.

Ivo Rojnica, un emigrado radicado en Olivos, al que las autoridades de Zagreb vinculan con la desaparición de las reservas de oro de la ciudad, se convirtió en un po­deroso empresario de la industria textil y mecenas de los prófugos ustachas. “ Probablemente —afirmó Jurje- vic— es el administrador de los fondos de las organiza­ciones clandestinas.”

La red secreta se tejió cuidadosamente, sobre la base de 250 mil emigrados que se establecieron en la Argenti­na, Alemania Federal, Australia, Canadá, Chile, Espa­ña, Estados Unidos, Paraguay, Suiza y otros países. Cerca de un centenar de comités en otras tantas ciuda­des. Exactamente 3.764 prófugos condenados en ausen­cia por crímenes de guerra, según el Ministerio de Justi­cia de Yugoslavia.

Muchos de ellos envejecieron planeando fantásticas restauraciones del poder perdido, y celebrando todos los 10 de Abril la fundación de su “ Estado” . En algunos casos, como en California cuando era gobernador Ro- nald Reagan, con el aliciente de una resolución del Parlamento local reconociendo formalmente la fecha.

Sin embargo, Pavelic y Hefer, desde Buenos Aires,

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no sólo no se dieron por vencidos, sino que fueron in­corporando a una nueva generación (“ los hijos de los veteranos” ) a la lucha, y los lanzaron a acciones terro­ristas en Europa e incluso contra territorio yugoslavo.

Pavelic emigró a España en 1957, después de un atentado que sufrió en Buenos Aires cuando un desco­nocido le acertó varios tiros. Murió en el Hospital Ale­mán de Madrid, con la bendición papal de Juan XXIII en 1959. Dejó una vacante.

Ravlic fue uno de los aspirantes a cubrir esa vacante dentro de la organización secreta. Había residido en los Estados Unidos y obtenido la ciudadanía norteamerica­na y era el enlace entre los grupos de los distintos países. Pero gastaba más de lo que sus seguidores le propor­cionaban, y fue entonces cuando encontró una extraña fórmula para resolver sus problemas económicos: se pu­so a las órdenes del general Trujillo, y comenzó a reclu­tar emigrados croatas para la custodia del dictador do­minicano. Contaba con el respaldo de la CIA y pudo es­tablecer una oficina en Alemania Federal, designando como su representante a Vinko Secen.

El negocio dominicano funcionó bastante bien, has­ta que la CIA decidió liquidar a Trujillo. Entonces se inicia una segunda época, en que Ravlic envía mercena­rios croatas al Congo, a Biafra y finalmente a Vietnam. La “ empresa” adquiría el rango de una transnacional, y su sede se estableció en Madrid. Junto al ex capitán us­tacha apareció otro criminal de guerra, Ante Ciliga.

En la capital de la España franquista, Ravlic perma-' necio durante varios años y coordinó la red secreta mientras hacía buenos negocios como “ asesor de seguri­dad” de diversas dictaduras. Mantenía buenas rela­ciones con la Em bajada de los Estados Unidos y la CIA. Son sus amigos norteamericanos quienes lo ponen en contacto con José López Rega.

Así aparece en Puerta de Hierro el ‘ ‘coronel de Boge-

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tich” , por entonces un distinguido empresario de 50 años de edad, de modales refinados y tan cosmopolita como sus andanzas lo permiten. Un hombre que ha vivi­do en Argentina (en donde dejó una esposa e hijos) y se interesa por la lucha del “ mundo libre” contra el comu­nismo.

¿Amigos comunes?... ¡Muchos! El general Alfredo Stroessner del Paraguay, en donde su socio Dinko Sakic administra una “ Granja Croata” que sirve de aguanta­dero para los veteranos, y en donde se ocultan los terro­ristas que actúan en Europa. Además, entre sus clientes figura el Ministerio de Defensa paraguayo, al que ha provisto de “ expertos” durante años. Buenos amigos como Humberto Barchini, el propietario del Hotel Guaraní de Asunción, que le presta su residencia en Punta del Este, Uruguay.

Y los amigos de Hafer, como el sacerdote Julio Mein­vielle, con el que el sucesor de Pavelic viajó en 1972 a México para participar en el Congreso de la Liga Anti­comunista Mundial. El círculo se torna cada vez más estrecho: mercenarios, agentes secretos, anticomunistas profesionales, sacerdotes integristas, terroristas de de­recha...

Reencuentros en España: Vjekoslav-Maks Luburic, el ex jefe de los campos de concentración de Croacia, del que Ravlic fue asistente en 1942. El mundo es mucho más pequeño de lo que mucha gente supone.

Hefer, ya anciano, se jubila. Le sucede un hombre más activo: Vjekoslav Vrancic, líder del “ ala reforma­da” del HOP. Pone a prueba una vez más a los “ muchachos” , y asesinan al cónsul yugoslavo en Frank- furt, Edvin Zdovc. Huyen, se refugian en la “ Granja Croata” en Paraguay.

De vez en cuando Ravlic se refiere a “ mis hombres en la Argentina” , y asegura que “ ya tienen instruc­ciones precisas para actuar” . Y cuando en 1973 regresa

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a Buenos Aires con Perón, “ sus hombres” lo están espe­rando: Zdravko Beño, Kouac, Brajkovic y Barisic le cuentan cómo “ combatieron” en Ezeiza el 20 de junio. El premio —se jactaría Beño en Asunción— fueron mil dólares para cada uno y “ una breve entrevista con el ge­neral” .

Ravlic, alias Milosz de Bogetich, revive en Buenos Aires su agencia asesora en “ asuntos de seguridad” . Re­comendado por la Presidencia consigue muchos clien­tes, en particular algunas embajadas de Europa occiden­tal. Según confidencias de “ el negro” Anzorena: “ Nos dieron ropa impecable, unos fierros bárbaros, nos lleva­ron a tirar a un polígono en La Tablada y nos pusieron a estudiar inglés; me tocó escoltar funcionarios ingleses” .

Otro negocio: tráfico de armas. Llegan a Buenos Aires algunos embarques con pistolas y metralletas, ad­quiridas sin la autorización ni la franquicia reglamenta­ria, pero con el visto bueno de Presidencia.

Pero Ravlic-Bogetich tiene problemas: se enfrenta con López Rega, al que considera un “ bufón” , y compi­te con él por los favores de Perón e Isabel Martínez. Plantea que es “ un payaso irresponsable” que no puede “ conducir la lucha contra los enemigos del general” . Llega a insultar a López Rega delante del general.

Algunos testigos de estos enfrentamientos aseguran que “ el croata era un nazi con pretensiones de señor feudal, que no soportaba las pequeñas miserias y el ser­vilismo afeminado del brujo” . A su vez, López Rega obviaba los insultos del “ nazi” porque sabía que “ P e-' rón le tenía un enorme afecto y escuchaba atentamente sus consejos” .

La muerte de Perón resolvió los problemas de López Rega con su contrincante croata: Ravlic se fue de la Ar­gentina el mismo día de los funerales. De Bogetich re­aparece en España como “ secretario privado” de Isabel Martínez, y en años recientes viaja muy seguido al Para­

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guay para reunirse con los dirigentes del peronismo “ verticalista” . Su influencia se traslada del general a su viuda; una influencia siniestra, inconclusa.

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LOS CAZADORES DE SINARCAS

La influencia ideológica del nacionalismo reacciona­rio en la derecha peronista se hizo patente a principios de la década del 70. La relativa vaguedad de la doctrina peronista permitió la incorporación de principios y una fraseología reservada hasta entonces a pasquines ultra­montanos, mientras algunos dirigentes políticos y sin­dicales adoptaban la verborragia fascistoide de sus nuevos aliados. Así apareció la sinarquía como “ enemi­go principal” y se elaboró una teoría en torno a “ la gran conspiración mundial de los sinarcas” . Conspiración en la cual —según ellos— participaban todas las fuerzas políticas opuestas a sus designios, en especial los “ in­filtrados” en el peronismo.

La sinarquía fue definida como un organismo supra- nacional de poderes tan amplios y decisivos, que harían de él un verdadero gobierno oculto del mundo. Una suerte de mafia o masonería tan ecléctica y desacomple- jada, que reuniría desaprensivamente a fuerzas tan dis­pares y antagónicas como son, por ejemplo, el capitalis­mo y el comunismo. La mayor victoria de la sinarquía habría sido el triunfo de las potencias aliadas en la Se­gunda Guerra Mundial, porque “ Stalin, Churchill y Ro- osevelt pudieron repartirse el mundo entre ellos” en la conferencia de Yalta.

Sobre esta teoría se explayó López Rega en una serie de notas publicadas en el órgano oficial del Movimiento Justicialista, Las Bases, con el título genérico de “Ana­tomía del Tercer M undo”. En la edición correspondien­te al 3 de agosto de 1972, bajo el subtítulo de “Qué en­tendemos por imperialismo”, sostenía lo siguiente:

“ Siguiendo la ruta de nuestra labor, especificaremos

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que existen en la actualidad dos corrientes ideológicas de todos conocidas. Entre ambas se reparten la hegemonía del plano mundial. Estas dos ideologías, por la propia gravitación de los acontecimientos, tienden a cristalizar­se en el más crudo Imperialismo.”

(Sigue la cita y nos apegamos al texto original, respe­tando su singular sintaxis, su rara grafía y sus prosopo- péyicas mayúsculas.)

Estas ideologías “ las hallamos enfocadas en la RU­SIA COMUNISTA y en el Capitalismo feudal de los ES­TADOS UNIDOS DE NORTEAMERICA, junto a los restos anquilosados de una INGLATERRA decadente ( . . . )

“ El Capitalismo feudal, se expresa en un cerrado de- moliberalismo individualista. Ambas potencias tratan de imponer a los demás Pueblos sus puntos de vista, sus soluciones milagrosas, sus regímenes de Gobierno y sus pensamientos propios, por encima de la cultura y de­rechos ancestrales de los Pueblos. Cuando no los pueden convencer o comprar, los sojuzgan de mil mane­ras diferentes (...)

“ Las dos ideologías actuales del Capitalismo y del Comunismo parecieran estar en pugna entre sí, puesto que la una defiende el predominio del Capital y la otra, aparentemente defiende los intereses populares y espe­cialmente obreros. Pero los hechos nos demuestran que ello es solamente aparente. Cuando un peligro de des­bordamiento de alguna de las tendencias se hace eviden­te, ambas ideologías en su núcleo central, se unen por la ’ presión de sus intereses comunes como ocurrió en el ca­so de la Segunda Guerra Mundial, donde RUSIA, los ESTADOS UNIDOS e INGLATERRA, se coaligaron en una alianza sospechosa para combatir el avance del Socialismo Nacional (sic) que en el transcurso de los tiempos demostró que no era tan malo como lo presen­taban, y que los democráticos libertadores, tampoco

eran tales libertadores democráticos. ¡Hoy todo el mun­do tiende hacia un Socialismo Nacional!”

(Hacemos un paréntesis: más allá de la “ sospechosa alianza” internacional contra el fascismo que preocupa­ba a López Rega, no pasa inadvertida la pretensión de igualar socialismo nacional con nacional-socialismo... ¿Confusión? No, un acto intencional para reconcep- tualizar las consignas de Perón sobre el socialismo na­cional, adjudicándoles connotación fascista.) Y volve­mos al texto:

“ Todo lo actuado obedece a un medular y concien­zudo Plan, muy hábilmente manejado desde las sombras de ideologías diferentes en la teoría y aparien­cia, pero que están estrechamente unidas, cuando en la práctica peligra de alguna manera la hegemonía del po­derío imperialista.

“ Se desenvuelven, en los terrenos fértiles de la traición y en la más absoluta falta de respeto por los de­rechos humanos, tan mentados filosóficamente, pero tan poco considerados por la sinarquía internacional” .31

Concluye el texto de López Rega. Y surge la curiosi­dad de descifrar qué quiere decir sinarquía y de dónde salió el término.

La etimología es simple: sinarquía se compone de las raíces griegas sine, que quiere decir con, y archia, que significa gobierno. Es decir, con gobierno, o un sistema opuesto a la anarquía y el desorden.

Lo que resulta sorprendente, en todo caso, es que la única organización sinarquista contemporánea es un movimiento católico de extrema derecha que con el nombre de Unión Nacional Sinarquista, surgió en Méxi­co para “ luchar contra el caos inspirado por el gobier­no” , cuando era presidente el general nacionalista Láza­ro Cárdenas. La sinarquía —de acuerdo con este ori-

31 Las Bases, Año I, N. 18, págs. 40/41.

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gen— se vincularía directamente con la reacción católi­ca.

Pero todavía más sorprendente es el resultado de una investigación realizada por el escritor Gregorio Selser, que exhibe la paradoja de que el mayor enemigo de la si­narquía en la Argentina, escribía en el periódico El Si­narquista de México.

Selser descubrió que en la edición 264 de El Sinar­quista, en 1937, aparece una colaboración especial del sacerdote Julio Meinvielle, en la que se describe la “ conspiración mundial” en términos similares a los de López Rega, pero sin usar el vocablo sinarquía... Dice el texto:

“ La nueva cristiandad no será del todo nueva, como han querido fingir los filósofos, sino que será la antigua, renovada, restaurada. El sacerdocio y el poder de los príncipes trabajarán juntos en esa restauración de los derechos de Dios y de los pueblos (...) El mundo moder­no es un mundo cadavérico, con la particularidad de que ahora, cuando está a punto de disolverse en polvo, se conservan los tipos de los diversos estados de descompo­sición por los que ha pasado: el racionalismo cartesiano (...) el liberalismo de Rousseau (...) El capitalismo bur­gués persevera junto al socialismo y el comunismo como si fueran enemigos. En realidad son hermanos en dife­rentes edades; todos los hijos de una misma rebelión marchan a idéntico caos, aunque con paso diferente.” 32

Es pasible suponer que Mieinvielle adoptó más tarde el término sinarquía para uso exclusivo en la Argentina, con una interpretación distinta a la de sus propios lecto­res que todavía se proclaman sinarcas.

Lo cierto es que en una entrevista que le hizo el pe­riódico A zu l y Blanco a Meinvielle en 1967, el religioso fundamentalista explicó que la sinarquía es un “ gobier-~ Selser, Gregorio, “ La Sinarquía” , en Marcha, Montevideo, diciembre

1972.

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no invisible” :“ La sinarquía —dijo— es la expresión actual del go­

bierno mundial, o del poder oculto mundial, que va ela­borando planes acordes con los diversos momentos his­tóricos. En la actualidad existe un plan sinárquico, que sigue los lineamientos de Yves d ’Alveydre y se cumple ahora en Francia. Sinarquía significa confluencia de po­deres, una unidad que concilia todas las tendencias y en este caso especial, procura la convergencia del capitalis­mo y del comunismo. Se agrupa al capitalismo, en cuan­to es gobierno de los grupos de poder económico, de las finanzas, de la gran industria, del alto comercio, para aliarlo a la política obrerista —porque los sindicatos tienen su lugar en el gobierno sinárquico— del comunis­mo, un comunismo tecnocratizado. Toda esa política es­tá manejada por el gran capital. Para llegar a una defini­ción más técnica, habría que acudir a las categorías he- gelianas y de este modo concluir que la sinarquía es una síntesis entre la tesis capitalista y la antitesis comunista.” 33

Por desgracia, estos dislates del máximo teólogo del nacionalismo de derecha se convirtieron en parte del dis­curso oficial del peronismo triunfante y provocaron confusión entre los partidarios desprevenidos. La de­recha propiciaba una cacería de brujas para eliminar a la oposición interna, y los nuevos argumentos incluían la “ amenaza” de la sinarquía, “ siniestra conspiración” en la que era posible englobar a todas las creencias y disi­dencias.

El propio general Perón contribuyó a esa situación al referirse, en más de una oportunidad, a la sinarquía... Y en una oportunidad, al reunirse con un grupo de sacer­dotes católicos en Vicente López, describió a la sinar­quía como una alianza secreta del capitalismo, el comu-

33 Azul y Blanco, “ Reportaje a Julio Meinvielle” , Bs. As., 17-7-67, págs.

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nismo, el sionismo y la Iglesia Católica, manejada desde las Naciones Unidas.

El discurso de Perón al que nos referimos —nunca desmentido ni corregido— fue publicado por el periódi­co A sí en diciembre de 1972. El texto afirma:

“ Nosotros desde 1946 a 1955 liberamos el país. Na­die metía sus narices acá sin que se llevara su merecido. Este era un país soberano. Pero la sinarquía interna­cional manejada desde las Naciones Unidas, que hemos visto funcionar acá donde estaba el comunismo y el ca­pitalismo unido (actuó) contra este país que se había li­berado. Estaba, además, el sionismo, que también ac­tuó. La masonería, y desgraciadamente la Iglesia Católi­ca. ¿Por qué? Porque habíamos cometido el delito de comenzar a pensar por nosotros mismos. Pero esa sinar­quía internacional nos echó encima todo su poder y ter­minó por aplastarnos.” 34

Nadie, entonces, tomó muy en serio las desopilantes palabras del general. Algunos de los presentes en el acto las calificaron como “ expresiones circunstanciales” , mientras otros dijeron que eran resabios del 45, en alu­sión a la Unión Democrática que agrupó a comunistas y conservadores... Sin embargo, esta incoherencia —de forma y de fondo— subyacente en ese discurso de Perón alusivo a la sinarquía, quedó impresa en letras de molde invitando a una reflexión.

34 A sí, “ El sermón de Vicente López” , Bs. As., 12-XII-1972, N° 862, págs18/23.

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LA INTERNACIONAL FASCISTA

La historia de la Triple-A tiene un “ capítulo espa­ñol” que resulta fundamental para descifrar el crip­tograma del terrorismo de derecha, sobre todo sus vín­culos con la internacional fascista.35 Madrid fue el aguantadero del nacionalismo de derecha argentino du­rante el franquismo, un santuario para la reacción polí­tica, y escuela de cuadros para los falangistas. Pero tam ­bién en Madrid se forjó la relación entre López Rega y el coronel guatemalteco Máximo Zepeda, fundador en su país de la Nueva Organización Anticomunista (NOA); la todavía más estrecha relación del ex cabo de policía con la embajada de los Estados Unidos; el nexo con los legionarios franceses de la OAS, y el pacto López Rega- Rucci para “ la formación de un ejército peronista capaz de eliminar a la infiltración marxista” .

Es una historia larga y, sin embargo, prácticamente desconocida. Se inicia en 1936, en los albores de la Guerra Civil española, cuando algunos jóvenes naciona­listas argentinos como Juan Carlos Goyeneche y Marce­lo Sánchez Sorondo se ofrecen como voluntarios en las filas franquistas. Goyeneche, el más destacado de ellos, acompaña a la División Azul española al frente ruso du­rante la Segunda Guerra Mundial; incluso visita a Hitler en Berlín. Se establece, así, una relación muy íntima entre ellos y los jerarcas de la España de Franco.

35 Las fuentes informativas utilizadas para este capítulo son las publicaciones “ Cambio 16” y “ Diario 16” de España, “ L ’Express” de Francia y “ La Re­pública” , de Italia, así como diversas entrevistas efectuadas por el autor, entre otras, con el Director de la Seguridad del Estado de España, Julián Sancristóbal.

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Entre los amigos de Goyeneche en Madrid figuraron el ministro secretario general del Movimiento, José Luis Arrese; el ideólogo de la Falange, Raimundo Fernández Cuesta; el jefe de “ los azules” , Alejandro Rodríguez de Valcárcel; el general Agustín Muñoz Grandes; algunos cuadros fascistas de primer orden como José Antonio Girón, Ramón Serrano Suñér y Blas Piñar (más tarde je­fe de Fuerza Nueva); Camilo Alonso Vega, Pilar Primo de Rivera (hermana del fundador de la Falange) y el ine­fable ministro de Información y Turismo de Franco; Manuel Fraga Iribarne. Y por aquello de que “ tus ami­gos son mis amigos” , los nacionalistas de derecha argen­tinos siempre fueron muy bien recibidos en España.

El propio Franco apreciaba a Goyeneche, y manifes­tó ese afecto en la dedicatoria de sus libros (Diario de una Bandera, Raza, y Masonería) que su admirador ar­gentino guardaba celosamente en la biblioteca.

Pero Goyeneche, además, fue el nexo de dos genera­ciones de derechistas argentinos con los nazis de diversos países europeos refugiados en España. Entre ellos, el belga León Degrelle, ex general de la SS a quien Hitler concedió en dos ocasiones la Cruz de Hierro, y que llegó a San Sebastión en el último avión que cruzó toda Euro­pa con la cruz gamada desde el frente del Este, un día después de la rendición de Alemania en mayo de 1945. Degrelle, que desde hace años se llama Juan Ramírez, vive en su residencia de Torreblanca del Sol, en la . ciudad malagueña de Fuengirola, centro de reunión de viejos y jóvenes fascistas.

Es difícil reconstruir la lista de viajeros, becarios y estudiantes que se formaron en la España franquista, pero algún día se hará sobre la base de los archivos del Instituto de Cultura Hispánica que en Buenos Aires pre­sidió Goyeneche, y de los que hay copias en Madrid.

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Entre tanto, es posible señalar que el grueso de los cuadros más activos de Tacuara y la Guardia Restaura­dora Nacionalista disfrutaron de las becas del Instituto.

En los anales del “ contacto europeo” figuran dos de los jefes históricos del activismo de derecha: el máximo dirigente de Tacuara, Alberto Ezcurra Uriburu, y el fun­dador de la Guardia Restauradora Nacionalista, Bernar­do Lasarte. Ambos permanecieron un largo período en Europa como becarios, en Roma y Madrid respectiva­mente.

Ezcurra Uriburu, sacerdote católico, cursó estudios en el Colegio Pió Latinoamericano de Roma, un semi­nario superior al que acuden religiosos de nuestro conti­nente. Pero, además, dedicó su estancia en Italia para estrechar relaciones con los grupos fascistas y neofascis­tas, en especial con el Movimiento Social Italiano (MSI), de Giorgio Almirante.

Por su parte, Bernardo Lasarte, por entonces secre­tario de un juzgado laboral en los tribunales de Buenos Aires, cursó estudios de postgrado en la facultad de Abogacía de la Universidad de Madrid. Su presencia en la capital española coincidió, en 1969, con una de las muchas visitas de Goyeneche, quien lo introdujo en los círculos falangistas, aunque luego Lasarte estableció su propia relación con la derecha española y en particular con la reacción católica integrista.

Otro personaje cuya presencia en Madrid no pasó inadvertida, fue la de Emilio Berra Alemán. En los años sesenta llegó por primera vez acompañado por Héctor Hernández Vieyra, y trabó relación con el mismo círculo de amigos de Goyeneche, más los carlistas de Sixto de Borbón Parma. Regresó a Buenos Aires con su unifor­me de requeté y difundió el pensamiento carlista entre algunos de sus antiguos compañeros de Tacuara. Es la época en que Berra Alemán hace gala de sus relaciones en España, los centros de instrucción y las armas de la

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derecha madrileña.Otro de los nexos establecidos por los grupos de­

rechistas argentinos en España fue el que los vincula con los pieds noirs franceses, los ex colonos que intentaron impedir la independencia de Argelia e implementaron su propia “ guerra sucia” contra los argelinos.

En Madrid y otras ciudades españolas, los miembros de la Organización del Ejército Secreto (OAS) entraron en contacto con los militantes fascistas argentinos en los años sesenta. La OAS surgió en la Navidad de 1960 en Argel, y puso en práctica formas de terrorismo que más tarde exportaron a la Argentina: atentados con explosi­vos, secuestros y ejecuciones. Los cadáveres de las vícti­mas aparecían destrozados, con huellas de torturas y del símbolo o las siglas de la organización terrorista.

Los hombres de la OAS “ condenaron a muerte” al general Charles De Gaulle y efectuaron varios atentados contra la vida del presidente de Francia. El primero tuvo lugar el 8 de septiembre de 1961 y participaron en él De Villemandy, Barbauce, Manoury, Belvisi, Rouviere y Cabanne de la Prade. No tuvo éxito e inauguró la fuga a España.

Otro atentado contra De Gaulle fue el de Petit Cla­m an, cerca de París, el 22 de agosto de 1962. También fracasó, pero fue capturado y condenado a muerte el co­ronel Jean-Marie Bastien Thiry (ejecutado el 11 de mar­zo de 1963). Esto acobardó a otros miembros de la OAS, los que paulatinamente se fueron radicando en España. Entre los más conocidos figuraron el general Raoul Salán, el coronel Antoine Argoud, Maurice Challe, Edmond Jouhand, André Zeller, Jean Charles Prevost, Alain Bougrenet de la Tocnaye y el capitán Jean-Pierre Killy.

El franquismo acogió con los brazos abiertos a los miembros de la OAS, y el tesorero de la organización, que cambió su apellido por el de Ortiz, se convirtió en

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un próspero empresario de Alicante. El capitán Killy, un veterano de Dien Bien Phu (la gran derrota francesa en Vietnam) se incorporó con su mismo grado militar eh la Legión Extranjera española, y fue enviado a reprimir a la población árabe de Villa Cisneros, en el Sahara Occi­dental.

Pero hay dos nombres más que debemos incluir en la lista de los pieds noirs por su relación directa con la

Tripe-A: el de Jean-Pierre Cherid, nacido en Toulouse en 1945, sargento paracaidista del ejército francés en Ar­gelia, y el de Mohamed “ Memed” Khiar, un argelino ci- payo que fue paracaidista francés en contra de su propio pueblo, integró la OAS, y se refugió en España donde ingresó a la internacional fascista.

La mayoría de estos hombres deambulaban por Es­paña en la misma época en que López Rega llegó a Madrid (1965) y todos mantienen contactos permanen­tes con los servicios secretos franquistas. Tienen en co­mún ser derechistas, ex miembros de cuerpos represivos y sobre todo, una indudable fobia anticomunista. Pero mientras López Rega los admira, Perón los descalifica debido a su relación política con De Gaulle.

Esta diferencia de actitudes con respecto a la OAS, plantea un problema para López Rega: su jefe define un paralelo con De Gaulle (que se manifiesta en la gran re­cepción peronista al gobernante francés en Buenos Aires), mientras desde posiciones de derecha, no pero­nistas, la adhesión es inversa: contra De Gaulle y en fa­vor de la OAS.

Sin embargo, entre los antiguos contactos españoles de los nacionalistas de derecha, y las relaciones que de­sarrolló en Madrid el audaz López Rega, hay algunas di­ferencias. López Rega se convirtió en frecuente interlo­cutor del embajador estadounidense en España, Robert Hill, uno de los políticos-empresarios que durante la ad­ministración Eisenhower participó activamente en la in­

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vasión contra Guatemala para derrocar al gobierno po­pular del coronel Jacobo Arbenz.

El embajador Hill designó a uno de sus asistentes pa­ra mantener una estrecha relación con López Rega, y eran usuales los encuentros de ambos en el bar del Hotel Ritz. Fue allí donde fueron presentados el secretario de Perón y uno de los jefes de las bandas terroristas guate­maltecas, el coronel Máximo Zepeda.

López Rega le había señalado a Hill su “ preocupa­ción por la infiltración marxista en el peronismo” , y el embajador lo puso en contacto con un experto en la eli­minación sistemática de opositores. Zepeda trabajaba desde hacia algunos años con la CIA, y su especialidad era la de organizar grupos paramilitares para aniquilar a los comunistas, o a los que ellos calificaban como tales.

Hay que tener presente que Guatemala fue el labora­torio de la CIA en materia de terrorismo derechista, con un saldo de 30 mil muertos y otros tantos desaparecidos. Un registro elemental de las bandas guatemaltecas que actuaron durante un cuarto de siglo, desde la famosa Mano Blanca creada por Raúl Lorenzana (eliminado después del escándalo del secuestro del arzobispo Casa­riego) al Ojo por Ojo, de Oliverio Castañeda, o en­gendros como CADEG, DES, ASA, RAYO, los Buitres Justicieros, la Verdadera Organización Nacional Anti­comunista (VONA) y la Nueva Organización Anticomu­nista (ONA) del coronel Zepeda.

Los asesores estadounidenses y guatemaltecos de Ló­pez Rega, según él mismo comentó en una reunión con Rucci, comparaban a la Argentina con Indonesia, y a Perón con Sukarno: “ un líder tercermundista cuyo mo­vim iento era peligrosam ente copado por los comunistas” . Surgía, según ellos, la necesidad de un “ golpe profiláctico” para evitar el triunfo de “ los mar- xistas” . López Rega debía convertirse en el Suharto que en 1965 arremetió contra los revolucionarios, salvar a

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Perón (que como Sukarno permanecería nominalmente en la presidencia) y garantizar “ la pureza ideológica del peronismo” .

El coronel Zepeda no sólo le entregó a López Rega algunos informes sobre el Plan Yakarta, siguiendo el cual fue virtualmente exterminada la izquierda en Indo- nesa, sino que lo puso al corriente de los apoyos que podría recibir de la CIA para organizar a sus fuerzas de choque y para coordinar un levantamiento de militares anticomunistas.

Según los manuales facilitados a López Rega, era ne- ceario eliminar a los dirigentes políticos y sindicales, a los religiosos progresistas, a los periodistas opositores; a los cuadros medios destacados en tareas de moviliza­ción, agitación y propaganda; e indiscriminadamente, al activismo para aterrorizar al conjunto. “ En Argentina no vamos a necesitar un millón de muertos como en In­donesia, porque con diez mil se resuelve el problema” , le dijo López Rega a Osinde en un reunión en la que se discutía la creación de una fuerza de choque como la re­comendada por Zepeda.

Pero la tarea de la CIA no concluyó entonces, sino que en 1973 la Agencia propuso que Robert Hill, amigo de López Rega, fuera trasladado a Buenos Aires. Así, la belicosa administración Nixon puso de embajador en Argentina, en un momento clave en la historia del país, un hombre de la CIA estrechamente vinculado a los pla­nes de guerra de la derecha en el peronismo.

La tela de araña se extendía lentamente. En 1970 fra­casó en Italia el golpe de estado derechista planeado por el príncipe Valerio Borghese y la logia Propaganda Dos (P-2), y huyeron a España decenas de conspiradores y militantes fascistas. Madrid se convierte en el centro de actividades, refugio y retaguardia de los “ bombarderos negros” , los terroristas italianos.

La tenebrosa fama que precede a los terroristas se

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justifica: los grupos fascistas iniciaron su escalada el 12 de diciembre de 1969 con un atentado criminal contra la agencia del Banco de Agricultura de Milán, con un saldo de 16 muertos y un centenar de heridos. Otro ataque si­milar mató a ocho personas en la plaza de la Loggia de Brescia, mientras los sindicatos de la ciudad hacían un acto para condenar los planes desestabilizadores de la derecha. Una bomba estalló en el tren Italicus y causó doce muertos y 40 heridos.

En Madrid, dirigentes fascistas como Stefano de la Chiaie, Eliodoro Pomar, Franco Freda, Elio Masagran- de y Salvatore Francia, se jactan de sus crímenes. “ Los muchachos trabajan... comenzó la guerra contra el co­munismo” , declaran a la prensa. Pertenecen al grupo Nuevo Orden, de Aldo Semerari y Giuseppe Calzona, alias “ Mario Letti” . Y al grupo Orden Negro, de Cle­mente Graziani y Mario Tuti, alias “ el verdugo de la Toscana” . También está Mario Vannoli, de Vanguardia Nacional.

Por los caminos del franquismo se encuentran con López Rega: está probada la relación del fundador de la Tripe-A, al menos, con Giuseppe Calzona y Stefano de la Chiaie, que visitaban las oficinas del ex cabo de poli­cía en Madrid.

Calzona, amigo de López Rega, es uno de los hombres decisivos en la conexión de la Triple-A con la internacional fascista. Su prontuario indica que nació en Sesantino-Catanzaro (Calabria) el 4 de marzo de 1946. En los archivos policiales romanos anoté que fue convic­to por el asesinato de Alfio Oddo en San Roque (Mon- za), y condenado a 16 años de prisión, pero logró huir rumbo a España.

En 1973, cuando López Rega y sus hombres regresa­ron a la Argentina, los acompañan algunos “ invitados especiales” . Cinco terroristas europeos, tres de la OAS subordinados a Jean-Pierre Cherid y dos italianos del

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grupo de Mario Vannoli llegaron a Buenos Aires una se­mana antes de la masacre de Ezeiza. También viajó a la Argentina Sixto de Borbón Parm a, el jefe de una de las ramas en que están divididos los legionarios carlistas.

Sixto de Borbón, príncipe de París y aspirante enton­ces al trono español, representa al ala más reaccionaria de los carlistas, enfrentado con su propio hermano, Carlos Hugo de Borbón Parm a, un carlista con posi­ciones socialdemócratas, que trabajó como minero en Asturias. El anfitrión de Sixto en Buenos Aires fue Go­yeneche, y su hombre de confianza un veterano de T a­cuara, Emilio Berra Alemán.

Sin embargo, los terroristas europeos no permane­cieron más de cuatro meses en Argentina: sus activida­des “ normales” los requirieron en España y regresaron a fines de noviembre de 1973. Sólo casi dos años des­pués, cuando el estado mayor de la Triple-A emigró en dirección a Madrid volvieron a reunirse.

Así es como aparecen todos juntos otra vez en mayo de 1976, en uno de los momentos críticos de la evolución política española, ya muerto Franco.

El aquelarre de la Triple-A con la OAS, los carlistas de Sixto de Borbón Parm a y los “ bombarderos negros” tuvo lugar en M ontejurra, Navarra, la montaña sagrada de los carlistas, a la que los boinas rojas acuden una vez por año a ratificar su fidelidad a la causa.

La cima de M ontejurra había sido ocupada en años anteriores por los seguidores de Carlos Hugo. En mayo de 1976 Sixto formó una fuerza de choque para apode­rarse del símbolo inequívoco de la tradición carlista. Esa fuerza de choque estuvo integrada por los elementos más conocidos de la internacional fascista: Jean-Pierre Che­rid, de la OAS; Rodolfo Eduardo Almirón Cena, de la Triple-A (ex miembro de la custodia de Isabel Martínez e integrante en España de la custodia de Fraga Iribarne); y los italianos Stefano de la Chiaie, Augusto Cauchi,

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Giuseppe Calzona, Mario Vannoli y Pier Luigi Concute- li. Participan otros argentinos, entre ellos Emilio Berra Alemán, el viejo militante de Tacuara, ladero de Sixto.

Los sucesos de M ontejurra se producen siendo mi­nistro de Gobernación Fraga Iribarne, y jefe de la Guar­dia Civil, el teniente general Angel Campano López (que más tarde aparece involucrado en el golpe de Estado y la ocupación de las Cortes por el teniente coronel Antonio Tejero). La prensa española estimaba en esos momen­tos, que toda la tram a había sido planeada por Fraga Iri­barne para provocar la caída del gobierno de Arias Na­varro.

La fuerza de choque de Sixto se lanzó al asalto de M ontejurra y en los enfrentamientos murieron dos jóve­nes partidarios de Carlos Hugo. La prensa gráfica ilustró ampliamente los sucesos, y en las fotos publica­das se repiten los rostros de los franceses, italianos y ar­gentinos.

En ellas se identifica claramente a Emilio Berra, de pelo corto, camisa blanca, cazadora verde y un pañuelo al cuello... junto a Cherid. La revista Cambio 1 6 lo pre­senta con un apodo que no se le conocía en la Argentina: “el Chacal”.

Después de lo ocurrido en M ontejurra, los servicios secretos españoles decidieron utilizar a miembros de la internacional fascista en la “ guerra sucia” contra un sector del nacionalismo vasco. El coronel José Ignacio San Martín López, uno de los jefes del Servicio Central de Documentación de la Presidencia del Gobierno, ini­ció el reclutamiento en 1976 para organizar una federa­ción de bandas (similar a la Triple-A) que luego operó bajo los nombres de Batallón Vasco Español y Grupos Anticomunistas de Liberación (GAL).

En los GAL y el Batallón participan los carlistas de Sixto, los argentinos de la Triple-A, los hombres de la OAS y los “ bombarderos” italianos. Se estableció un

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centro de coordinación bajo la fachada de una agencia de turismo: Trasalpino, en la que Vannoli ocupó el car­go de director general y Cherid el de jefe de ventas; el propietario “ legal” fue Andreas Meiville.

En el mes de enero de 1977 los GAL iniciaron sus operaciones con el asesinato de varios abogados en un estudio jurídico dedicado a asuntos gremiales. Con la masacre de Atocha se perfila el accionar de las bandas anticomunistas. Poco después se produce un atentado en el bar San Bao, reducto de intelectuales de izquierda, y —más tarde— fue asesinada la militante socialista Yo­landa González.

En la investigación de estas acciones quedó al descu­bierto la rama “ local” del movimiento terrorista: la ma­yoría de los detenidos eran miembros de Fuerza Nueva, la organización política dirigida por Blas Piñar. Entre ellos figuran Ignacio Abad, David Pérez Loza, José Ri­cardo Prieto, Emilio Hellin Moro y Angel Blanco Ferriz. Un argentino, Jorge Cesarsky, fue también arrestado.

Los GAL se reorganizan y dividen su “ trabajo” : los españoles contra los grupos de izquierda, especialmente en Madrid; los extranjeros contra los militantes vascos en la frontera francesa.

El 21 de diciembre de 1978 cruzan a Francia tres terroristas: Cherid, Vannoli y el argentino José María Boccardo Román, y asesinan a José Miguel Beñarán, un dirigente vasco conocido como “ Argala” y “ condenado a muerte” por su participación en el atentado que le cos­tó la vida al delfín de Franco, el almirante Luis Carrero Blanco.

Boccardo Román, uno de los hombres de Almirón Cena, estaba preso en la cárcel de Carabanchel por deli­tos comunes, pero fue excarcelado por el comisario M a­nuel Gómez de Sandoval, uno de los jefes de la Comisa­ría General de Información y promotor de los GAL. El

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mercenario argentino (que dice ser hijo de un odontólo­go asimilado al ejército) fue de Madrid a Bilbao para po­nerse a las órdenes del comisario José Sainz, jefe de la policía local. Con una carta de Almirón entró al coman­do de Cherid, pero el francés lo despidió por cobarde después del atentado contra “ Argala” .

Cherid, cuya relación con Almirón y los agentes del almirante Emilio E. Massera se inició en Madrid en 1976, solicitó en una carta que “ no me manden gili- pollas que tiemblan de miedo a la hora de la acción” , se­gún recordó el señor Sancristóbal.

Le envían entonces cuatro policías: Jesús Alfredo Gutiérrez Argüello, Javier López Mallen, Sebastián So­to y José María Rubio. Planean un atentado en Biarritz pero no logran realizarlo y son arrestados por el servicio secreto francés. El escándalo permite que se filtre más información sobre los GAL, y queda al descubierto la responsabilidad del comisario Roberto Conesa.

Entre tanto, otro escándalo involucró a Almirón Ce­na, que se batió a tiros con su suegro Morales, cuando éste le reprochó que había abandonado a su hija. Che­rid, finalmente, decidió separar de su grupo a los merce­narios de la Triple-A por su arrogancia e “ ineptitud” , y porque “ no son tan valientes como proclaman” .

En cambio, recluta al checoslovaco André Pervins, teniente de la Legión francesa, ex combatiente de In­dochina, Argelia, Biafra y Angola: un “ verdadero hombre de acción” . También incorpora a gente de la mafia marsellesa, como los hermanos Gilbet y Clemerit Perret (dueños de una Patisserie Francaise en Benica- sim, Castellón de la Plana) y al argentino Justo Alemán, que se había escapado de la cárcel de Trento, Italia.

Los hombres de Cherid reciben entonces apoyo de un nuevo socio: los Grupos Especiales del Servicio Estratégico de la Armada Española. Instalan su cuartel

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general primero en el Hotel Chanteclair de Bayona, y luego pasan a Burdeos. Los servicios les pagan 22 millo­nes de pesetas por cada dirigente vasco que matan, y 12 millones por los militantes o cuadros de segundo nivel.

Los hermanos Perret forman una banda con merce­narios franceses y norafricanos: Ivés Peigner, Daniel Seholder, Kader Boudjellal, Mohamed Khiar, y otro ar­gentino, Roberto Maldonado. Mandan un comando a Caracas, Venezuela, en donde asesinan al matrimonio Alfonso Echevarría y Esperanza Arana. En San Juan de Luz ametrallan a José Pagoaga Gallastegui, pero el diri­gente vasco sobrevive. Actúan con “ luz verde” de algu­nos contactos que tienen en el Servicio Secreto de la Ma­rina francesa (SCECE).

Son incontables los atentados y crímenes perpetra­dos en España y Francia por la internacional fascista. La situación comienza a cambiar cuando el presidente Adolfo Suárez desmantela las brigadas político-sociales de la Guardia Civil y reestructura los servicios secretos españoles.

Aislado y ya casi sin apoyo, Cherid muere al explo­tarle una bomba cuando iba a colocarla en un restaurant en Biarritz. Su muerte recuerda a la del argentino Ale­jandro Giovenco, que perdió la vida en circunstancias parecidas. Los últimos operativos de Cherid habían incluido el embarque de armas para la Falange libanesa, contrabando de oro y tráfico de drogas. En 1963 había sido condenado a 30 años de cárcel por asesinato y desde entonces recorría los caminos del terror como mercena­rio derechista. La muerte fue instantánea: un sólo es­tallido de cuatro kilos de explosivo plástico, al mediodía del 19 de marzo de 1984.

Con la victoria de Felipe González y el inicio del go­bierno del PSOE, en 1982, el ambiente de España se convirtió en poco seguro. La mayoría de los terroristas extranjeros se marchó, y los argentinos más comprome­

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tidos se radicaron en Benta, Suiza. No es casual que eli­gieran el mismo reducto que los hombres del Batallón 601 o que López Rega, porque entre ellos ya existia una estrecha relación.

En España, sin embargo, quedaron otros argentinos protegidos por Fraga Iribarne y su asistente Alfonso Osorio, como Almirón Cena. También los apañaba el nostálgico franquista Antonio Izquierdo, director del diario El Alcázar, el ex ministro de Franco y dirigente de la Acción Sindicalista Nacional del Trabajo (ASNT) Jo ­sé Antonio Girón de Velasco, y su lugarteniente José Antonio Asiego Verdugo. A la sombra de grupos como la Nueva Guardia de España, el Frente de la Juventud y el Movimiento Nacional Revolucionario, los hijos de la serpiente quedaron invernando.

LAS PRIMERAS VÍCTIMAS DE LÓPEZ REGA

A mediados de 1973 la derecha peronista inició una violenta ofensiva para desalojar a la tendencia revolu­cionaria del peronismo de las posiciones que tenía en el gobierno, destruir la relación de las organizaciones revo­lucionarias con las masas, frenar la enorme movilización de las bases y, por esa vía, reforzar sus propias posi­ciones. López Rega, desde el ministerio de Bienestar So­cial, y Rucci, desde la CGT, encabezaron esa maniobra. Era un putsch largamente planeado por ellos, pactado en Madrid un año antes y que comenzó a concretarse en torno a los preparativos para el retorno definitivo de Pe­rón a la Argentina.

Los sucesos de Ezeiza el 20 de junio de 1973, como señala Horacio Verbitsky en su investigación de la ma­sacre, constituyeron uno de los pasos fundamentales “ de una tentativa inteligente y osada para aislar a las or­ganizaciones revolucionarias del conjunto del pueblo, pulverizar al peronismo por medio de la confusión ideo­lógica y el terror, y destruir toda forma de organiza­ción política de la clase obrera” .36 La derecha peronista se alió con la derecha a secas, creó una federación de bandas y grupos paramilitares, y salió a matar.

La Triple-A no firmó todos sus crímenes hasta des­pués de la muerte de Perón, y sin duda no fue sino hasta entonces que consolidó su actividad terrorista. Sin em­bargo, en Ezeiza se rompió el huevo de la serpiente, y los muertos del 20 de junio son las primeras víctimas de Ló­pez Rega y su organización, el “ ejército” previsto para “ eliminar la infiltración marxista” .

Un paso muy importante en los planes trazados por36 Horacio Verbitsky, “ Ezeiza” , Editorial Contrapunto, Bs. As., 1985,

pág. 9.

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López Rega era el alejamiento del presidente Héctor Cámpora, que se logró plenamente con el golpe de Ezeiza. Cámpora renunció el 13 de julio de 1973 y el go­bierno quedó en manos de Raúl Lastiri, el propio yerno

. de López Rega. La maniobra siguiente fue imponer la fórmula Perón-Perón, acomodando a Isabel Martínez en el primer lugar en la línea sucesoria, en la certeza de que el general no resistiría a su edad las exigencias y pre­siones de la Presidencia del país.

Al mismo tiempo, López Rega dio su venia para que los grupos paramilitares, apoyados por las estructuras policiales, iniciaran la represión de los peronistas que se oponían a la metamorfosis del movimiento. Los activis­tas de derecha y la policía enfrentaron a tiros las ac­ciones reivindicativas de los trabajadores; los locales de la tendencia y los partidos de izquierda fueron atacados con bombas; muchos militantes fueron secuestrados y asesinados. La serpiente se arrastraba cada vez con ma­yor agilidad.

En la ciudad cordobesa de San Francisco los obreros de la empresa Tampieri hicieron un paro de protesta y se movilizaron en demanda de mejoras salariales. El 30 de julio fueron reprimidos por la policía provincial; una rá­faga de ametralladora asesinó al obrero peronista Oscar Alberto Molina.

El 21 de agosto de 1973 un grupo armado enviado por el ministerio de Trabajo asaltó la sede del Sindicato Ceramista de Villa Adelina. Cuando los trabajadores se hicieron presentes reclamando la devolución de su local*, los matones de la burocracia asesinaron al obrero Juan Carlos Bache.

Bajo un puente del río Primero —provincia de Cór­doba— el 24 de septiembre apareció el cadáver de José Roque Damiano, dirigente de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), que enfrentaba en su sindicato a la conducción burocrática. Su cuerpo presentaba huellas de torturas.

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Al día siguiente, el 25 de septiembre, un comando derechista asesinó en la puerta de su casa al dirigente del Ateneo Evita de la Juventud Peronista, Enrique Grin- berg. Pocos días después, en San Nicolás, provincia de Buenos Aires, fue asesinado el director del diario “ El N orte” , José Domingo Colombo.

El 4 de octubre en Córdoba fue atacada a tiros una asamblea de delegados sindicales en la sede de la CGT regional. Murió el obrero de la construcción Juan Avila. Entre los agresores fueron reconocidos varios activistas de la burocracia: Rito Caro, Pedro Cabral, Villalba y Capdevila.

El 11 de octubre un grupo de “ funcionarios” de Bienestar Social atacó a tiros el barrio San Pablo que se oponía a medidas de erradicación ordenadas por López Rega. Fue asesinado el villero Nemesio Luis Aquino.

El 12 de octubre de 1973 asumió Perón y anunció que el 17 de octubre, fecha máxima del peronismo, no sería festejado para evitar incidentes. Perón desconcer­taba por segunda vez al pueblo: primero, la destitución grotesca de Cámpora; ahora, un nuevo aval al discurso amenazador de la derecha. Perón ya había tomado par­tido.

El 13 de octubre fue asesinado en Rosario un viejo militante de la Resistencia Peronista, el médico Cons­tantino Razzetti, de 54 años de edad, cuando llegaba a su casa después de festejar la asunción de Perón. Estaba “ acusado” de colaborar con la Juventud Peronista, y había sido amenazado de muerte por activistas de la Ju ­ventud Sindical dirigida por Aníbal Martínez.

La Juventud Sindical volvió a la carga a fines de oc­tubre: el dirigente de la JTP y activista de la Unión Tranviarios Automotor (UTA), en conflicto con la bu­rocracia, Pablo Marcelo Fredes, fue secuestrado y fusi­lado.

En Quilmes asesinaron a Isaac Mosqueda, miembro del Consejo local de la JP. Para amedrentar al barrio

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entraron en su casa y mataron a todos los varones que encontraron: Ornar Arce de 13 años, Juan Piray de 18, y Francisco Aristegui de 17. Fue una masacre despiadada, pero la policía no descubrió “ ningún indicio que permi­ta identificar a los agresores” .

A principios de noviembre, en la provincia de Jujuy los mineros de la empresa El Aguilar se declararon en huelga; fueron reprimidos y la policía asesinó al obrero Adrián Sánchez, activista de la JTP. Mientras tanto, en Ensenada, provincia de Buenos Aires, fue asesinado otro miembro de la JTP, Lorenzo Bernardo Perino.

Las bandas terroristas que actuaban con absoluta impunidad asesinaron al ex jefe de la policía de Salta, Rubén Fortuny, un antiguo luchador de la Resistencia que el 25 de mayo de 1973 había asumido su cargo e ini­ciado procesos contra torturadores. Emilio Pavicevich, procesado por diversos delitos, le dió muerte el 27 de no­viembre.

El mismo 27 de noviembre de 1973 también fue asesi­nado Antonio Deleroni y su esposa Nélida Arana. Abo­gado de la CGT de los Argentinos y del Peronismo de Base, fueron baleados en la estación ferroviaria de San Miguel, provincia de Buenos Aires. En el momento en que Deleroni cayó acribillado, su esposa se arrodilló junto a su cuerpo; también la mataron a ella. Un policía que pasaba por el lugar sin saber de qué se trataba detu­vo a uno de los criminales: Ricardo Villanueva, fun­cionario de Bienestar Social, que ofreció como dirección particular legal la de la sede de la Escuela de Conducción Peronista (controlada por adictos a López Rega).

Es en esta etapa, a principios de 1974, donde se ad­vierte el estrecho vínculo entre los paramilitares de de­recha y las fuerzas represivas, tanto policiales como mi­litares. Es el momento, también, en que comienza a per­filarse un procedimiento que más tarde sería cotidiano: el arresto de militantes y su ejecución sumaria: así fueron asesinados Ricardo Silca, Raúl Tettamanti, Héc­

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tor Antelo y Reinaldo Roldán, todos miembros del Par­tido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) que consta fueron detenidos por personal uniformado y más tarde aparecieron muertos o desaparecieron para siempre.

El 17 de enero de 1974, en el interior de su casa y en presencia de sus familiares, fue asesinado el activista de la JP de Capital Federal, Manuel Delgado. Mientras, en Córdoba, el 27 de enero murió el obrero José Roque Contino, después de haber sido secuestrado y sometido a brutales torturas por elementos parapoliciales.

La permanente agresión terrorista a todos los secto­res populares y el accionar de los grupos derechistas am­parado por López Rega, llevó a la JP a denunciar ante Perón lo que ocurría. Pero entonces la respuesta de Pe­rón fue que la juventud debía unificarse, y para ello pro­puso reuniones en las que recibiría conjuntamente a unos y otros. Reuniones frustradas porque era imposible el diálogo entre la tendencia revolucionaria y quienes proclamaban su decisión de exterminarla.

En esos mismos días resultó esclarecedor el hecho que uno de los dirigentes del ala derechista, Alejandro Giovenco, se mató al explotarle una bomba que llevaba en su portafolios cuando caminaba a medianoche por la avenida Corrientes, en pleno centro de la ciudad. Y fue todavía más esclarecedor que la agencia de noticias Té- lam —dependiente de la Presidencia de la República— dejara cesante al periodista que cometió el “ error” de informar en detalle del caso.

Una de las primeras víctimas secuestradas y conduci­das a los bosques de Ezeiza para ser fusilada, fue el re­portero gráfico Julio César Fumarola, asesinado el 6 de febrero. Un crimen que formó parte de la ofensiva contra los medios de comunicación instrumentada por López Rega, y que incluyó otros casos similares. Rober­to Reyna, del diario Córdoba, fue secuestrado y tortura­do. Los talleres y oficinas de El M undo y Noticias

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fueron allanados por la policía y atacados con explosi­vos.

El secretario general del peronismo, Juan Manuel Abal Medina, fue atacado a tiros en las puertas de su domicilio después de recibir una nota en la que lo “ con­denaban a muerte” . El propio general Perón lo fue a vi­sitar al hospital en el que fue internado, y ordenó que una custodia de 40 elementos de la policía se hiciera car­go de su seguridad.

En esa oportunidad Abal Medina le señaló a Perón que el ministro López Rega era el responsable del aten­tado, así como del clima de creciente violencia que resul­taba alarmante. La denuncia fue acompañada por ele­mentos y datos comprobables sobre los escuadrones ya formados por López Rega, así como la participación de elementos policiales en los atentados derechistas. Sin embargo, Perón descalificó la afirmación de Abal Medi­na, y dijo que los atentados los hacía “ la subversión” y “ grupos irresponsables” .

Poco después, y pese a la numerosa custodia que ro­deaba a Abal Medina por orden de Perón, se produjo un segundo atentado: el automóvil del dirigente peronista fue destruido con una carga de explosivos. De inme­diato, la víctima disolvió la custodia y devolvió sus efec­tivos a la Policía Federal, con la convicción de que era más seguro estar solo que rodeado de elementos en los que no podía confiar. 37

A fines de febrero de 1974 se produjo en Córdoba el alzamiento del jefe de la policía local, el coronel Antonio Domingo Navarro, y las bandas de derecha arremetieron con absoluta impunidad. El saldo fue una veintena de muertos.

Los sucesos de Córdoba se iniciaron el 27 de febrero, cuando el gobernador Ricardo Obregón Cano decidió destituir a Navarro para poner fin a la ola de provoca­ciones propiciada desde la Jefatura de policía. Pero Na­

37 Entrevista del autor con Juan Manuel Abal Medina.

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varro no sólo se reveló frente a la autoridad constitu­cional, sino que ocupó la ciudad con los efectivos poli­ciales y repartió armas de guerra a unos 200 militantes de los grupos de derecha. Violentos enfrentamientos —de los que fui testigo— se produjeron en diversos pun­tos de la ciudad, entre manifestantes desarmados que protestaban contra el golpe y los policías y paramilitares movilizados por la derecha.

Al anochecer fueron arrestados en la Casa de Go­bierno de Córdoba el doctor Obregón Cano, el vicego­bernador Atilio Hipólito López, legisladores y sindica­listas leales. En las calles seguían los tiroteos y durante una semana la ciudad permaneció en manos de los gru­pos armados de Navarro.

En la perspectiva de la derecha, el “ Navarrazo” fue una acción estratégica que le daba continuidad a “ la ba­talla de Ezeiza” y reducía considerablemente la oposi­ción al proyecto lopezrreguista de metamorfosis del pe­ronismo. Cerraba un nuevo círculo iniciado con el aleja­miento del gobernador Oscar Bidegain, el 22 de enero de ese año, en la provincia de Buenos Aires.

López Rega combinaba estas maniobras políticas con el incremento de la violencia represiva, con la anuencia de Perón. La Policía Federal fue colocada a las órdenes del comisario Villar, y Coordinación Federal en manos del comisario Margaride. Decenas de activistas de derecha fueron incorporados formalmente a la Poli­cía, y en el Estado Mayor de Villar apareció un ex mili­tante de Tacuara, Federico Rivanera Carlés.

Una de las modestas víctimas de esa última etapa del gobierno presidido por Perón, fue el villero peronista Alberto Chejolán. Fue asesinado cuando marchaba ha­cia la casa de gobierno contra la política de erradica­ciones forzadas por Bienestar Social. Los periodistas que habíamos concurrido a la Plaza de Mayo a infor­marnos sobre qué sucedía, fuimos testigos de la forma

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brutal en que la Guardia de Infantería disparó a quemarropa con escopetas Itaka, a una distancia de ape­nas tres metros. Los oficiales al mando de la tropa hi­cieron un sólo comentario: “ Tenemos órdenes de Bienestar Social de impedir el ingreso de la manifesta­ción a la Plaza de M ayo” .

El asesinato de Chejolán, como todos los demás, no generó ni sumario ni proceso a los responsables, pero provocó un amplio movimiento de protesta impulsado por el sacerdote Carlos Mujica, quien encabezó sus fu­nerales. Mujica había trabajado durante muchos años con los villeros de Buenos Aires, y en mayo de 1973 cola­boró con Bienestar Social en la planificación de solu­ciones a sus demandas más urgentes. Sin embargo, enfrentado con López Rega, se retiró del ministerio y permanecía en su parroquia dedicado a labores pastora­les.

Como “ castigo” por su reaparición en público junto a los villeros, Carlos Mujica fue asesinado el 11 de mayo de 1974 al salir de la iglesia de San Francisco Solano, en que periódicamente oficiaba misa. Contra Mujica dispa­ró a mansalva un hombre joven de barba pelirroja, que según trascendió entre los grupos de derecha era un mili­tante del CNU, de apellido Castro.

Casi al mismo tiempo, en las puertas de la Universi­dad Nacional de Lomas de Zamora fue asesinado bárba­ramente el joven estudiante Hugo Pedro Hansen, mili­tante de la Juventud Universitaria Peronista. En ese cri­men participaron los parapoliciales Félix Navazo y M ar­tín Salas.

A su vez, la militante de JP Liliana Ivanoff —de 20 años de edad— fue secuestrada, violada y asesinada por un grupo derechista en la localidad de Monte Grande.

El 30 de mayo fueron secuestrados y fusilados en la zona Norte del Gran Buenos Aires tres obreros militan­

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tes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Un grupo de hombres fuertemente armados, que se presen­tó como policial, los arrestó en el local del Partido So­cialista de los Trabajadores en la localidad de Pacheco, y poco después aparecieron sus cuerpos acribillados: Carlos Zila, Antonio Moses y Dalmacio Mesa eran acti­vistas de base y delegados de fábrica.

En el preciso momento en que se reunía el X Congre­so de la Federación Juvenil Comunista (FJC) fue asesi­nado en Boulogne uno de los congresales, Rubén Aldo Poggioni, delegado estudiantil ante la Coordinadora Nacional de Escuelas Técnicas. Lo balearon por la es­palda mientras pegaba carteles en relación con el Congreso, y murió en los brazos de sus compañeros. Te­nía 20 años.

La violencia derechista apuntaba especialmente a los militantes sindicales enfrentados con la burocracia. E incluyó en sus listas de “ condenados” a varios dirigen­tes terceristas que criticaban tímidamente a la conduc­ción oficial. Así fueron asesinados Remo Crotta del sin­dicato papelero, y Carlos Borromeo Chavez, de los por­tuarios. Los métodos eran los mismos: secuestro y fusi­lamiento en descampado; pero en esos casos los asesinos culpaban a los grupos guerrilleros y se presentaban ellos mismos como los nuevos “ protectores” del sindicato.

La aparición de cadáveres acribillados a balazos se convirtió en un hecho cada vez más dramático y fre­cuente. Varios automóviles se detenían bruscamente en un lugar baldío, y enseguida los vecinos escuchaban rá­fagas de ametralladoras. La nómina de las víctimas re­sulta interminable: Pedro Úrís, Eduardo Villaverde, Guillermo Pérez, Elena Da Silva, el obrero ceramistaFrancisco García.

En el camino que une las localidades suburbanas de Villa Elisa y Punta Lara, en las cercanías de La Plata,

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apareció el cadáver de Francisco Oscar Martínez, obrero militante de la JTP, y muy cerca de allí, el cuerpo tortu­rado y fusilado de Alfonso Gerardo Grignone, un estu­diante que militaba en la JUP.

Elsa Argañaraz tenía 19 años de edad cuando la se­cuestraron, la violaron, la torturaron y la fusilaron. Entre los miembros de la CNU se comentaba que la “ operación” fue dirigida por Héctor Sarrode, un pisto­lero del Sindicato Naval que actuó a las órdenes de Osin- de en Ezeiza y más tarde se incorporó a la Triple-A.

AQUELARRE EN EL CÍRCULO MILITAR

La “ federación de bandas” de derecha que bajo la conducción de López Rega adoptó el nombre de Alianza Anticomunista Argentina (AAA) perfiló sus planes en el verano del 74. Preveían la muerte de Perón y se prepara­ban para un combate frontal que les permitiera apode­rarse de todos los resortes del gobierno. Su primera “ ac­ción estratégica” había sido la masacre de Ezeiza, un año antes, y el golpe final sería una ofensiva de aniquila­miento contra la tendencia revolucionaria del peronismo y el desplazamiento de los sectores terceristas.

En operaciones preliminares, las bandas ya habían asesinado a un centenar de cuadros medios y militantes de la Juventud Peronista y otras organizaciones de base, habían destruido con explosivos numerosos locales y unidades básicas y tomado por asalto seccionales sindi­cales que se oponían a la burocracia. También habían participado en el “ Navarrazo” en Córdoba y en ac­ciones contra otros gobernadores en Buenos Aires, Mendoza y Neuquén. Estaban listos para la “ guerra to ­ta l.”

El invierno se descolgó en junio y reaparecieron los abrigos encubriendo las pistolas. El frío de las mañanas se interrumpía al mediodía con un rato del sol que invi­taba a un café en las veredas; tres hombres compartieron una mesa en “Las Delicias” de la avenida Callao. Eran viejos conocidos, pero se observaban con recelo en aquel encuentro casual. Alfredo Correa y Juan Carlos “el loco”, veteranos de Tacuara y miembros de la CNU, sabían que su invitado era de “ izquierda.”

La charla se volvió amena y después de un café pi­dieron un whisky. Al fin y al cabo, el invitado lo había

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sacado a Castro de la facultad de Arquitectura una vez en que el SUD fue batido por la FUBA. “ ¿En .qué estás?” , le preguntaron. “ En nada” , respondió el terce­ro con prudencia. “ ¿En nada?” , insistieron. “ En nad a ...” , reiteró. El diálogo se hizo más cordial.

Correa y Castro comentaron que ellos, en cambio, “ estamos hasta las bolas” , y explicaron que “ las cosas están por reventar” . Todo lo que ocurrió hasta ahora, “ no es nada con lo que viene” , dijo Correa. A su vez Castro advirtió una sonrisa: “ Hay momentos en que nos da miedo que la cana se eche atrás y nos meta a todos presos... Algunos están calientes por el ascenso de Ló­pez Rega a comisario general” . Otro whisky. “ Lo que pasa —intervino Correa— es que estamos haciendo el trabajo sucio que ellos no se animan a hacer... Pero yo no me arriesgo a que cambien de idea: me voy a España” .

“ ¿En qué anda Jorge Money?” —preguntó Castro. “ Creo que en nada” , contestó el invitado. “ No jodás; —dijo Correa— está con los bolches...”

La conversación se centró entonces en el viaje de Correa a España, y Castro se refirió a una pequeña cena de despedida. “ Si querés podés venir; —dijo— mañana a la noche en el Círculo Militar” . Correa no se mostró muy de acuerdo... “ Sí... podés venir... si no tenés nada mejor que hacer” . Se despidieron. Castro insistió: “ Ve- ní mañana, no dejés de venir” .

El invitado lo pensó todo el día y también al siguien­te: si en la comida de despedida de Correa seguía la* charla, podían aclararse muchas cosas sobre el “ trabajo sucio” que estaban haciendo los nacionalistas de de­recha y cosas que estaban “ por reventar” . El problema no sería tanto entrar al Círculo Militar, como eventual­mente sacar la cabeza de la boca del león.

• Fue una decisión difícil, temeraria. Con la tarjeta que le había dado Castro, el hombre salió hacia el Círcu­

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lo Militar convencido que era un verdadero convidado de piedra, un comensal cristiano en el Circo Romano. No tenía ningún apuro y fue el último en llegar. El viejo edificio de Santa Fe y Maipú parecía vacío desde afuera; nada indicaba que en el salón comedor había cientos de personas. Cruzó la puerta giratoria y saludó a los porte­ros. Preguntó en qué salón era la reunión y subió lenta­mente las escaleras alfombradas, reconociendo sus pro­pios pasos pesados. Una gran puerta cerrada le flanquea­ba la entrada, y escuchó voces y rumor de gente. En la penumbra pensó en el “ trabajo sucio” al que se había referido Correa. Abrió la puerta y entró al comedor casi cegado por la intensidad de las luces.

Largas mesas con sus manteles blancos corrían para­lelas a la puerta. El salón estaba repleto, pero muy pocas personas se interesaron en ver quién entraba: miraban hacia la izquierda, atentos a alguien que hablaba en voz alta. A la derecha estaba la cabecera con Correa y aquellos que presidían el encuentro. Frente a la puerta, un lugar vacío lo invitó a sentarse. Lo primero que pen­só fue que era demasiada gente para una simple comida de despedida; había por lo menos 250 personas.

Se acomodó en la silla. A su derecha reconoció a “ Cuki” De la Garma, un viejo militante derechista, Jefe de Tacuara en Mar del Plata. Lo vio en retrospectiva de uniforme con camisa parda, arengando a sus seguidores. Se saludaron con un gesto. Miró a un lado y otro, y se dio cuenta que estaban pasando revista a los militantes más conocidos de los grupos nacionalistas: estaban to­dos. Cruzó algunos saludos con un movimiento de cabe­za.

Las palabras “ guerra santa” le llamaron la atención, y descubrió que el que hablaba en el extremo izquierdo del comedor era el sacerdote Sánchez Abelenda, uno de los capellanes de las bandas. Un mozo le preguntó si iba

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a cenar y él respondió que no. Cuando el mozo insistía, una voz interrumpió al cura desde la cabecera: Mariano “ Caballo” Gradín preguntó casi a gritos: “ ¡¿Qué hace acá el mismo tipo que entregó a la prensa una foto de Giovenco con un fierro en la m ano?!...” Un silencio enorme se apoderó del salón mientras varias personas se ponían de pie.

Habían pasado apenas tres o cuatro minutos desde que el último invitado entró al comedor. Y él sabía que Gradín lo apuntaba directamente. El abogado Guiller­mo MalmGreen se paró y preguntó también: “ ¿Quién es ese hijo de pu ta? ...” Una gritería invadió la sala y varias personas empuñaron pistolas.

El convidado de piedra también se paró. Pero no gi­ró hacia la puerta, en la que había un grupo de hombres de cabello corto con aspecto de militares. En un extraño arrebato, gritó: “ Fui yo, ¡¿y qué?!” y mientras lo putea­ba a Gradín caminó hacia la cabecera para increpar a Correa. Sabía que no podía salir y que sólo podía enfrentar la situación creando la mayor confusión po­sible. Desde la cabecera gritó que los mercenarios de Ló­pez Rega eran traidores a Perón, gritó otras cosas por el estilo y sintió que lo alzaban en vilo entre varias perso­nas que lo golpeaban. Lo último que atinó a gritarle a Correa fue que lo hacía responsable de lo que pasara...

La foto de Giovenco había sido publicada por el diario Noticias y la revista Nuevo Hombre cuando el custodio de la UOM había volado al estallar una bomba que llevaba. Giovenco aparecía en la foto de portada* con un revólver 38 en la mano, y la crónica de su vida y muerte incluía cartas de su puño y letra, escritas en la época en que dirigía la Juventud del Partido Revolución Libertadora. Para sus compañeros había sido un golpe muy duro porque dejó en evidencia la militancia antipe­ronista de un cuadro que abogaba por la “ pureza del justicialismo” . Ese material pertenecía al archivo de la

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organización Descamisados —que encabezó Dardo Ca­bo— y que formó parte de la tendencia revolucionariadel peronismo.

Amigo y compañero de Cabo, el invitado figurabaen la lista de sospechosos de haber entregado a la prensa ese y otros materiales que comprometían a la derecha. Ya oportunamente había sido “ condenado a muerte” por el grupo de Giovenco, según afirmó su viuda en una comunicación telefónica con el director de Noticias, Mi­guel Bonasso.

Pero en esos momentos todo pasó demasiado rápi­do: los hombres con aspectos de militares o policías, y otros más que se sumaron al grupo, sacaron a su pri­sionero al corredor del primer piso y cerraron las puertas del salón. Sólo una persona se interpuso y pidió a gritos que lo escucharan; era el “loco” Castro que trataba de impedir que lo mataran, y repetía “ ¡Déjenlo... es unviejo peronista!” .

En esos momentos salió del comedor otro grupo de personas, y un hombre relativamente joven, de baja es­tatura, se presentó como el teniente Antinori y explicó que él había pedido el salón del Círculo Militar y lo que estaba ocurriendo lo comprometía ante el Ejército.

“ ¡A la mierda el Ejército!” gritó otra persona y acla­ró: “ Yo soy Luis Rúbeo, del sindicato de la Carne, y les voy a demostrar cómo se mata a un perro” . Rúbeo tenía una pistola 45 en la mano y golpeó con todas sus fuerzas en la frente del prisionero, abriéndole una herida pro­funda. El hombre cayó al piso y fue pateado por todos los que lo rodeaban, menos Castro que todavía intenta­ba que sus amigos “ paren la m ano.”

Desde el suelo, y mientras se cubría la cabeza con las manos, el hombre escuchó cómo sus agresores se pelea­ban el cadáver: “ Entréguenmelo o lo mato acá adentro” , gritaba Luis Rúbeo. Por su parte, Antinori

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proponía que se lo llevaran y lo mataran “ en otro lado.”

Una persona a la que el resto le decía “ comisario” afirmó que “ si lo dejamos vivo va a identificar a todos” . Castro logró meterse al círculo y con un pie a cada lado del cuerpo del prisionero lo cubrió por un mo­mento de las patadas. Fue un instante y el hombre pudo ver enfrente de él los barrotes de la escalera... ¿podría saltar por el hueco hacia la planta baja? Encogió las piernas y saltó con todas sus fuerzas, pero se encontró de pie todavía a unos pasos de los primeros escalones. “ ¡Se escapa!” , gritó Rúbeo y alzó su 45 con las dos ma­nos. Castro volvió a interponerse y quedó en la línea de tiro; durante algunos segundos los tres se movieron sobre un mismo plano vertical.

“ ¡Córrete que les voy a mostrar lo que hacemos con estos mierdas los muchachos de la Carne!” , gritaba Rú­beo buscando un ángulo para disparar, mientras el pri­sionero saltaba sobre la baranda y caía a un descanso a mitad de la escalera. El hombre rodó y se dio cuenta que estaba en la planta baja. Muy cerca, los porteros, atóni­tos, miraban sin entender qué estaba ocurriendo ni reac­cionar de ninguna forma.

El convidado de piedra no vio la puerta giratoria porque la sangre le cubría los ojos, chocó con ella y vol­vió a caer. Pero se levantó y corrió hacia la calle. El aire fresco de la noche le indicó que estaba en la vereda. Se limpió los ojos con la mano y se alejó hacia la calle Maipú, en dirección al pequeño museo militar rodeado* de cañones antiguos.

Caminó lo más rápido que pudo y cuando se dio vuelta para ver si lo seguían, vio que Antinori y otras personas salían del Círculo Militar en la dirección contra­ria. Al llegar a la esquina vio un taxi detenido por un se­máforo rojo, abrió la puerta y le pidió al conductor que se alejara lo más rápidamente que pudiera. El taxista no

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se impresionó, apretó el acelerador y cruzó el semáforo en rojo; varias cuadras después preguntó “ ¿A’dónde lollevo?” .

El invitado-prisionero-prófugo, se limpió la cara con un pañuelo del taxista. Estaba dolorido pero no aturdi­do. Se fue a su casa a buscar a su esposa y de allí a un lu­gar más seguro. Mientras le curaba la herida en la frente apoyó la mano sobre la máquina de escribir y apretó al­gunas teclas; escribió algunos nombres que nunca olvi­daría y ciertas frases que escuchó esa noche —nombres y frases que eran el preludio de una época sangrienta. H a­bía comenzado a escribir este libro.

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LA HORA DE LAS HIENAS

La muerte del general Perón el primero de julio de1974 marcó el fin de una época, y el inicio de otra. La desaparición del hombre que durante 30 años encabezó el movimiento popular, planteó cambios fundamentales en la situación política del país, y sobre todo en el seno del peronismo. En sus funerales, bajo la lluvia, millones de argentinos sabían o intuían que el futuro era incierto: la vicepresidente Isabel Martínez y López Rega asumían la jefatura del Estado. Las contradicciones que Perón había arbitrado en vida nadie las podría resolver en su ausencia.

En su último discurso, el 12 de junio, tres semanas antes de morir, Perón había dicho que mucho se especu­laba con su sucesión, pero nadie debía llamarse a engaño porque su único heredero era “ el pueblo” . Hermosas palabras, dignas de un jefe moribundo, pero carentes de realismo frente a un conflicto que él conocía perfecta­mente.

Algunos colaboradores de Perón sostienen que le preocupaba la violenta confrontación en las filas del movimiento. Que reaccionó indignado ante la muerte de Rucci, pero enseguida pidió mesura y señaló la necesi­dad de que “ todos entierren los fierros” . Que ordenó a los dirigentes sindicales que no le brinden ningún apoyo a los grupos de derecha. Que después del primero de ma­yo señaló que era fundamental recomponer la unidad del peronismo. Pero en la práctica no adoptó iniciativas para lograr esos objetivos, y cuando menos por omisión fue responsable de la situación imperante a la hora de su muerte. 38

38 Entrevista del autor con el ex secretario general del peronismo, Juan Manuel Abal Medina.

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La ofensiva de los escuadrones de López Rega fue inmediata: había llegado el momento que aguardaban. Plena libertad de acción e impunidad absoluta para los grupos armados de la extrema derecha peronista y sus aliados. Tiempo de hienas.

En los funerales del general Perón fue asesinado por la custodia de la UOM un obrero que viajó de Córdoba a Buenos Aires en una columna del MVP. Eduardo Ro­mero cometió la imprudencia de pedir un vaso de agua en la puerta de la sede metalúrgica de la calle Cangallo, a muy pocas cuadras del Congreso. Los miembros de la custodia de Lorenzo Miguel lo “ arrestaron” y lo su­bieron a un automóvil, a la vista de sus desconcertados compañeros. Su cadáver acribillado apareció al amane­cer.

En esos días una poderosa bomba destruyó las ofici­nas de la Asociación Gremial de Abogados de Buenos Aires, que en reiteradas oportunidades había denun­ciado las limitaciones de los abogados para atender causas políticas como resultado de las amenazas poli­ciales. Mientras, grupos armados enviados por la Secre­taría de Prensa de la Presidencia ocuparon los canales de televisión 9 y 11.

En la provincia de Río Negro fue asesinado Eduardo Soto, militante de la Juventud Peronista. En Capital Fe­deral un artefacto explosivo arrojado al interior del local del Regional I de JP causó 14 heridos; también una gra­nada fue arrojada a ese mismo local días después.

El 31 de julio de 1974 fue asesinado un tribuno dél pueblo: el diputado nacional en ejercicio Rodolfo Orte­ga Peña. Abogado defensor de presos políticos, histo­riador, periodista y militante peronista desde los prime­ros años de la Resistencia, Ortega Peña fue ametrallado en pleno centro de la ciudad.

Con la muerte de Ortega Peña, el lopezrreguismo eli­minaba a uno de sus críticos más severos; a un hombre

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de enorme prestigio en el movimiento peronista, que de­dicó toda su vida a la lucha por la causa nacional y po­pular. Un militante que alternó sus horas en la creación intelectual, el trabajo sindical, la prédica y la acción.

Desde las páginas de la revista Militando, que dirigía con Eduardo Luis Duhalde, Ortega Peña denunció sin tregua la represión dictatorial, la penetración imperialis­ta en Argentina, la traición de los elementos enquistadosen el peronismo.

Durante su sepelio, el comisario Villar —como cuan­do se robó varios féretros de los Mártires de Trelew— lanzó sus efectivos contra la columna que se dirigía al ce­menterio y trató de arrebatar el ataúd, cosa que no logró porque varios parlamentarios resistieron los golpes de la Guardia de Infantería y la Brigada Antiguerrillera.

En agosto fueron detenidos tres activistas de JP: Carlos Baglieto, Pablo Van Lierde y Eduardo Becker- man. La policía los arrestó cuando conversaban en un bar; los llevaron a unos terrenos baldíos y los obligaron a amontonarse en la caja posterior de una camioneta; los fusilaron. Baglieto, herido, sobrevivió al quedar cu­bierto por cuerpos de sus compañeros.

Baglieto denunció públicamente el crimen. Relató cómo fueron conducidos a la muerte, y cómo se los ametralló con armas que tenían el tradicional escudo de la repartición federal. Dijo que los asesinos usaban entre ellos el trato característico entre los uniformados, lla­mándose entre si por los grados policiales que ostenta­ban; destacó que los vehículos tenían equipos de radio policial

Entre julio y septiembre de 1974 se produjeron 220 atentados de la Triple-A —casi tres por día—, 60 asesi­natos —uno cada 19 horas—, y 44 víctimas resultaron con heridas graves. También 20 secuestros; uno cada dos días.

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Crímenes con premeditación y alevosía; víctimas in­defensas. El 6 de agosto fue secuestrado y fusilado Luis Macor, en las proximidades de Punta Lara. Al día si­guiente caen Horacio Irineo Chávez, su hijo Rolando Chávez y el sindicalista Carlos Ennio Pierini.

Horacio Irineo Chávez era suboficial retirado del Ejército y uno de los héroes de la Resistencia peronista. En junio de 1956 acompañó al coronel Santiago Cogor- no en el copamiento del Regimiento 7 de La Plata, y du­rante el resto de su vida luchó en las filas del movimiento popular. Cuando lo asesinaron tenía 66 años de edad y militaba en la “ Agrupación de Base Coronel Cogorno” . Su hijo Rolando era simpatizante de la JP , pero no tenía militancia política. Ambos fueron torturados brutal­mente antes de ser ejecutados.

Carlos Ennio Pierini militó en el peronismo desde su juventud, fue uno de los fundadores del Movimiento Revolucionario Peronista (MRP) y se distinguió como dirigente sindical de los petroleros durante las grandes huelgas de Berisso y Ensenada.

El terrorismo derechista creció en medio del silencio irresponsable de amplios sectores políticos, e incluso del clero. Muy pocos parlamentarios alzaron su voz para condenar los crímenes del gobierno de Isabel Martínez, mientras la Triple-A repartía en los medios de prensa sus comunicados anunciando los nombres de sus futuras víctimas. Las policías Federal y provinciales colabora­ron abiertamente en esta “primera guerra sucia”, como ejecutores o encubridores de las matanzas.

El 11 de septiembre de 1974 fue secuestrado y fusila­do Alfredo Curutchet, otro abogado defensor de presos políticos; él mismo había estado detenido en la cárcel de Rawson durante la dictadura militar.

El contador Juan José Varas, ex Subsecretario de Hacienda del gobierno peronista de Córdoba, fue arres­tado en Aeroparque dentro de un avión de Austral listo

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a despegar... Lo obligaron a descender de la nave a la vista de todos los pasajeros y del personal del aeropuer­to. Su cadáver acribillado apareció en las afueras de Buenos Aires.

Ese mismo 16 de septiembre fue secuestrado y fusila­do el ex vicegobernador de Córdoba, Atilio López, un viejo y prestigioso militante sindical de los sectores com­batientes peronistas y una de las figuras claves del Cor- dobazo.

El 20 de septiembre fue asesinado Julio Troxler, mi­litante ejemplar en las filas del peronismo durante 20 años de lucha. En 1955 era oficial de policía y renunció al ser derrocado Perón. Se incorporó a la Resistencia y fue uno de los pocos sobrevivientes de la Operación M a­sacre realizada en los basurales de José León Suárez en junio de 1956, durante la represión del alzamiento del general Juan José Valle. El gobierno de Cámpora desig­nó a Troxler subjefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, puesto al que renunció después de los su­cesos de Ezeiza.

Julio Troxler... Un hombre ejemplar; otro luchador peronista ultimado cobardemente. Y en esos mismos días el gobierno sancionó una “ Ley Antisubversiva” , afir­mando que la violencia imperante en el país era el resul­tado del “ extremismo marxista” .

En Rosario fueron dinamitados dentro de un auto­móvil los militantes de JP Juan Ferrarrons, María Por- poratto, Jorge Savoia y Osvaldo Marni, después de ser detenidos por gente de civil que se identificó con creden­ciales policiales. La lista de víctimas es interminable: Horacio Efron, Ezequiel Centrángolo, Carlos Kohuot, Mauricio Broghi, José Petric, Carlos Betemps...

Un escuadrón de la Triple-A cortó el tránsito frente al domicilio del profesor Silvio Frondizi, en pleno día y a sólo diez cuadras de la Casa de Gobierno. Ingresó en el

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departamento del prestigioso abogado —hermano del ex presidente Arturo Frondizi— y lo capturó. Su yerno, el profesor Luis Mendiburu fue asesinado cuando trató de defenderlo. La víctima fue arrastrada hasta los vehícu­los cruzados en la calle, mientras numeroso público ob­servaba la escena sin reaccionar. El cadáver de Silvio Frondizi —acribillado con ráfagas de am etralladora- fue encontrado en los bosques que circundan el aeropuer­to de Ezeiza.

En Córdoba fue asesinado Luis Eduardo Santillán, primera víctima de los hombres del comisario Héctor García Rey, un amigo personal de Alberto Villar. Ense­guida los activistas sindicales Arístides Suárez y Pedro Avalos de JTP. Poco después Pedro Quiroga y Eduardo Ernihold.

A mediados de octubre fueron secuestrados y fusila­dos en Buenos Aires los periodistas Pedro Leopoldo Barraza y Carlos Ernesto Laham. El asesinato de Barra- za conmovió a los veteranos de la Resistencia peronista, porque el periodista había militado en las filas del movi­miento popular desde muy joven y fue perseguido, en­carcelado y torturado por sus convicciones.

Lo mismo ocurrió con el asesinato del periodista Jor­ge Money, fogueado militante peronista que provenía del nacionalismo. Money fue secuestrado y fusilado con ráfagas de ametralladora en los bosques de Ezeiza. La Triple-A lo condenó a muerte porque Money conocía las raíces fascistas de la derecha infiltrada en el peronismo, y porque no vaciló en denunciar los crímenes de López' Rega y sus acólitos.

También en ese período fueron asesinados varios mi­litantes de partidos políticos legales, como el Comunista (PC) y el Socialista de los Trabajadores (PST). Entre ellos los activistas Luis Castriello —estudiante fusilado en Barrancas—, y Jesús García —obrero de Bahía Blan­

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ca—, ambos del PC. Y los miembros del PST: Juan Nievas, Rubén Boussas y Arturo Robles Urquiza, se­cuestrados y fusilados en los primeros días' de no­viembre.

La militante comunista Tita Hidalgo fue asesinada en Córdoba por los hombres de García Rey. El crimen se produjo cuando la policía asaltó el local nacional del PC, detuvo y torturó a todas las personas que encontró, y antes de retirarse pintó consignas anticomunistas que firmó con las siglas AAA. Tita Hidalgo murió porque le introdujeron una pistola en la vagina y dispararon, en una demostración de brutalidad que no requiere comen­tarios.

El ingeniero Carlos Llerena Rosas, funcionario del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y miembro del Frente de Izquierda Popular (FIP) también fue ejecutado por la Triple-A.

El corresponsal de la revista brasileña Veja, Augusto Montecinos, fue secuestrado por la Triple-A y amenaza­do de muerte, pero lo dejaron libre, bajo amenaza de muerte para que en un plazo de 24 horas abandonara el país. Lo mismo le ocurrió al periodista alemán Walter Hant, que permaneció una semana en poder de sus se­cuestradores. Lo liberaron y le advirtieron: “ mañana te matamos” .

En Santa Fe fueron secuestradas y torturadas las abogadas Nilsa Urquía y Marta Zamaro. Habían sido detenidas por la policía y puestas en libertad, pero dos días después las capturó la Triple-A. Sus cuerpos atados y amordazados fueron arrojados a un río. Pertenecían a la Asociación Gremial de Abogados de Santa Fe y fueron “ condenadas a muerte” por defender presos po­líticos.

La Triple-A exhibió sus vínculos con las dictaduras sudamericanas con el asesinato de prestigiosos políticos exilados en la Argentina, como el ex jefe del ejército chi­

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leño durante el gobierno de Salvador Allende, general Carlos Prats (asesinado junto con su esposa el 30 de sep­tiembre de 1974).

Algunos exilados uruguayos fueron asesinados en la Argentina, y otros llevados en secreto al Uruguay, don­de los fusilaron. La larga lista de víctimas incluye los nombres de Luís Lattrónica, Daniel Banfi, Guillermo Jabif, María de los Angeles Corbo, Mirta Yolanda Her­nández, Héctor Brum Cornelius, Floreal García Larrosa y Graciela Stefanel, entre otros muchos.

El domicilio del varias veces ex presidente de Ecuador. José María Velazco Ibarra —quien fuera ami­go del general Perón— fue destruido por los escuadro­nes de López Rega con una carga de dinamita.

Por otro lado, la acción de la Triple-A en los medios universitarios, como parte de la “ misión depuradora” del rector Ottalagano, también dejó un sinnúmero de víctimas sobre todo en las universidades de Buenos Aires y La Plata. El 8 de octubre fueron fusilados los profeso­res Carlos Alberto Miguel y Rodolfo Achen; el 4 de di­ciembre Carlos de la Riva, de la facultad de Arquitectu­ra, y al día siguiente el bioquímico Rodolfo Celso Gini. También los dirigentes estudiantiles Enrique Rosconi y Daniel Winer.

El domicilio del ex rector Raúl Laguzi fue atacado con explosivos, y en el atentado murió el pequeño hijo del matrimonio. Otro atentado, contra el local de APU- BA, dejó varios heridos.

La Triple-A también eliminó varios militantes de de­recha, en algunos casos por diferencias y discusiones entre los grupos que la componían, y en otros por sos­pechas sobre su lealtad. Esos crímenes fueron atribuidos a la “ subversión marxista” , e incluso se fraguaron co­municados guerrilleros para ocultar a los verdaderos autores.

Algunas semanas antes de ser asesinado, un ex diri­

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gente de la Guardia Restauradora Nacionalista, José Miguel Tarquini, declaró que tenía miedo de que la Triple-A lo eliminara porque se había enfrentado con los hombres de López Rega. Tarquini compartió la di­rección de la revista El Caudillo con Felipe Romeo, pero debido a diferencias internas renunció y viajó a España donde permaneció unos meses. Al regresar de Europa, Tarquini se opuso a lo que denominaba como “ grupos de delincuentes y mercenarios reclutados por el brujo” , po rque consid erab a que no e ra n “ verdaderos peronistas” . Su muerte fue atribuida a la guerrilla.

En la misma época una escueta noticia publicada en la prensa de Buenos Aires afirmó que uno de los in­tegrantes de la custodia de Bienestar Social fue “ asesina­do por guerrilleros” . Sin embargo, algunos años más tarde, el abogado Enrique Avogadro explicó lo ocurri­do: la víctima se desempeñaba en la custodia de López Rega en las mañanas, y para obtener mayores ingresos comenzó a trabajar en la custodia de Ottalagano en las tardes. Lo mataron los hombres de Ottalagano, porque como era “ nuevo” no lo conocían y creyeron que era un “ infiltrado” . Fue asesinado en los sótanos de la Univer­sidad cuando trataron de “ hacerlo cantar” , sin saber que pertenecía al mismo coro. Cuando se aclaró el “ error” era tarde, y el crimen fue atribuido a la “ sub­versión” . 39

La muerte de dos oficiales superiores del Ejército, los coroneles Martín Rico y Montiel, nunca fue esclare­cida. El gobierno de Isabel Martínez las atribuyó a “ la guerrilla” , pero la verdad trascendió poco después. Hay dos versiones: algunos militares sostienen que el coronel Rico, junto con Montiel, tenían órdenes de investigar la estructura y funcionamiento de la Triple-A, y habrían si­do delatados por otros oficiales que se desempeñaban en la Presidencia y colaboraban con López Rega. Otras

39 Entrevista del autor con el abogado Enrique Avogadro, asesor del Mi­nisterio de Bienestar Social y secretario del rector Ottalagano en 1974-75.

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fuentes sostienen que ambos coroneles investigaban la intervención de López Rega en contratos con empresas italianas vinculadas con la Logia Propaganda Dos de Li­cio Gelli (se mencionó Montedisorí), que afectaban a la “ seguridad nacional” .

Un grupo de militares, encabezados por el coronel Vicente Damasco trabajaba en la Presidencia y sabían perfectamente cómo funcionaba la Triple-A. Incluso al­gunos de ellos habrían participado en reuniones secretas en la residencia de Olivos, en las que se discutía y deter­minaba el nombre de muchas de las víctimas. Compar­ten responsabilidades en el encubrimiento de los críme­nes, incluidas las muertes de sus compañeros Rico y Montiel.

Las Fuerzas Armadas estaban empeñadas en la represión y sus objetivos coincidían con los de la de­recha peronista. Los servicios de Inteligencia de las tres armas conocían en detalle la composición de la Triple- A, pero nunca respondieron a las consultas de varios le­gisladores y dirigentes políticos de oposición. Algunos oficiales del Ejército —e incluso de la Policía federal—

consideraban que López Rega era un “ grotesco persona­je” que desprestigiaba al país, pero su Triple-A apunta­ba al “ enemigo común” y eso era “ positivo” .

La silenciosa complicidad de las Fuerzas Armadas con la Triple-A fue el prólogo de la “guerra sucia”. Muchos de los miembros de la federación de grupos terroristas organizada por López Rega colaborarían más tarde con la dictadura militar en tareas similares.

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EL SABOR DEL PODER

A fines de junio de 1974, cuando era tan evidente co­mo inminente la muerte del general Perón, Isabel M artí­nez y López Rega viajaron a Europa con una misión de la que se desconocen hasta ahora sus implicancias, y que entonces se pretendió justificar con la asistencia de Isa­bel a la conferencia anual de la Organización Interna­cional del Trabajo (OIT).

Algunos ex colaboradores de López Rega, entrevis­tados en diversas oportunidades, confesaron que el viaje tenía como destino inicial la ciudad de Washington, pe­ro finalmente se decidió sortear las inevitables conjetu­ras que provocaría una visita a los Estados Unidos, y se optó por discretos contactos con representantes de la Casa Blanca en Europa. López Rega ofreció al Departa­mento de Estado “ plenas garantías” sobre el carácter de la sucesión presidencial y solicitó mayor respaldo para el gobierno que resultaría de ella; él mismo se presentaba como “ primer ministro” ; anunciaba que había llegado “ su turno” .

Un télex les informó a Isabel y López Rega que la sa­lud del general empeoraba rápidamente, y el ministro de Bienestar Social regresó de inmediato a Buenos Aires mientras ella permanecía unos días más en Europa.

López Rega, mientras Perón se moría e Isabel seguía su gira, asumió en la práctica la jefatura del gabinete que hasta ese momento desempeñaba José Ber Gelbard. Fue una primera semana de poder que le permitió sabo­rear su máxima aspiración, así como los frutos de una paciente labor conspirativa a lo largo de una década.

Perón murió el lunes Io de julio, y el viernes 5 Isabel organizó una extraña reunión en la residencia de Olivos.

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Participó la plana mayor del peronismo: los miembros del gabinete, los jefes parlamentarios, el presidente de la Suprema Corte; los dirigentes de las 62, la CGT y la CGE; así como los comandantes de las Fuerzas Arma­das, y el líder de la oposición tradicional, Ricardo Bal- bín.

En esa reunión en Olivos, a la que no asistió López Rega, Isabel pidió la opinión de los presentes sobre el ti­tular de Bienestar Social: “ ¿Es conveniente o no que continúe en el gabinete?” , preguntó. La sorpresa fue grande, pero algunos supusieron que era una última re­comendación de Perón, y que Isabel estaba dispuesta a cumplirla. Pocos pensaron, en ese momento, que era una maniobra de López Rega para conocer a sus oposi­tores.

Sin embargo, la mayoría optó por una prudente res­puesta de compromiso, y sólo tres ministros compar­tieron con Balbín una severa crítica a la gestión y perma­nencia del ex cabo de policía. Los opositores fueron Jor­ge Taiana, Angel Federico Robledo y Benito Llambí. Y muy poco tiempo tardaron en descubrir que la consulta había sido una tram pa, y que la pareja López Rega- Isabel los eliminaría del gobierno.

Cinco semanas después de la reunión de Olivos, Isa­bel anunció una primera reestructuración de “ su” gabi­nete: el 13 de agosto fueron despedidos Llambí, Roble­do y Taiana, reemplazados por Alberto Rocamora, Adolfo Savino y Oscar Ivanissevich, en los ministerios del Interior, Defensa y Educación respectivamente.' Quedó en claro que la pareja gobernante no aceptaba la más mínima oposición interna a sus planes, y que el lopezrreguismo exigía adhesión incondicional.

Por instrucciones de López Rega, Rocamora inició una serie de maniobras para neutralizar a los partidos de oposición y controlar los medios de comunicación en los

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que podía expresarse. Los canales de televisión 9 y 11 fueron ocupados por grupos armados que respondían a Villone. Apenas una semana después de asumir Roca- mora, la Unión Cívica Radical denunció “ medidas de gobierno que atentan contra la libertad de expresión” .

El equipo económico encabezado por Gelbard fue rodeado por la camarilla de López Rega, y su iniciativa quedó restringida. Los ataques del canciller Vignes contra Gelbard anunciaron el inicio de una ofensiva que culminó en noviembre con la designación de Alfredo Gómez Morales como responsable de las finanzas argen­tinas.

Incluso la poderosa burocracia sindical comprobó que le recortaban sus fueros. El ministro de Trabajo, Ri­cardo Otero, no sólo fue marginado de las decisiones que afectaban a la clase obrera, sino que en muchas oportunidades ni siquiera era invitado a las reuniones de gabinete. Jerarcas como Lorenzo Miguel y Casildo Herreras no podían franquear las puertas de la Casa de Gobierno, y tenían que pedir audiencia con 48 horas de anticipación.

López Rega viajó a Madrid en noviembre sin que el gobierno ofreciera ninguna explicación, y muy pronto se supo el motivo: la guerrilla había retirado del cemente­rio de la Recoleta el féretro del general Aramburu y a cambio exigían la repatriación de los restos de Eva Pe­rón. Para satisfacer la preocupación de las Fuerzas Ar­madas, López Rega había ido en busca del féretro de Evita, con lo que asumía a título individual un acto fun­damental para el conjunto del peronismo. No habría representación popular ni participación partidaria o sin­dical en la recepción de un símbolo histórico del pueblo.

Artífice del operativo, López Rega marginó al movi­miento peronista de la repatriación de Evita. Sólo sus hombres, su pequeño ejército privado, pudo entrar al aeropuerto. Los comisarios Morales y Almirón Cena,

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jefes de la Triple-A, encabezaron un cortejo armado hasta los dientes y de inmediato trasladaron los restos de Eva Perón a la residencia de Olivos, en donde los man­tendrían en su poder.

A fines de 1974 fue intervenida la provincia de Salta, mientras en la Casa de Gobierno y los ministerios se pro­ducía el alejamiento definitivo de los colaboradores de Perón y los funcionarios no comprometidos con el elen­co de Isabel y López Rega.

El único fracaso ostensible se registraba en los me­dios universitarios, donde el interventor Ottalagano era impotente pese a la violenta ocupación de los claustros. El movimiento estudiantil y los trabajadores de la Edu­cación resistieron el asalto de la Triple-A, y las críticas contra la instauración fascista se acumularon hasta for­zar la renuncia del “ ideólogo entrerriano” (Ottalagano era requerido por los tribunales de Paraná por “ defraudaciones y estafas” reiteradas) 40

Los sueños de López Rega se convertían en realidad: el 4 de enero de 1975 se designó como virtual “ primer ministro” al elevar a Secretaría de la Presidencia (con rango de primer ministerio) su secretaría privada de Isa­bel Martínez. Pasó entonces a tener a su cargo formal­mente la coordinación del gabinete, el control de los ase­sores de la Presidencia y la autoridad para determinar la naturaleza y el número de audiencias de Isabel.

El decreto del 4 de enero indicaba que la secretaría de la Presidencia tenía bajo control: la Secretaría Gene­ral de Gobierno, la Secretaría General Técnica, la Secre­taría de Prensa y Difusión, y la secretaría de Informa­ciones del Estado (SIDE).

El 9 de febrero el gobierno dispuso la intervención del Ejército en la lucha contra la guerrilla, tarea que has­ta ese momento correspondía a los cuerpos policiales. El Comando de la V Brigada de Infantería, con asiento en

40 Testimonio del abogado Alfredo César de Paraná, Entre Ríos; entre­vista del autor.

Tucumán, inició distintas operaciones militares con unos cinco mil efectivos, colocando a la provincia en “ estado de guerra” .

El retorno de las Fuerzas Armadas a tareas represi­vas fue un nuevo paso atrás. Ya el 7 de noviembre —tres meses antes— el gobierno había decretado el estado de sitio en to d o el te rr ito rio y por “ tiem po indeterminado” . Pero la reincorporación del Ejército a la represión contrariaba profundamente la voluntad po­pular expresada el 11 de marzo de 1973, y reforzaba el paralelismo con los años de dictadura.

López Rega, enfrentado con los partidos de oposi­ción y en pugna con la burocracia sindical, buscaba el apoyo de las Fuerzas Armadas para establecer un nuevo equilibrio. Sabía que el aislamiento de su camarilla lo podía empujar por un tobogán. Fue así que promovió el reemplazo del general Leandro Anaya por el teniente ge­neral Alberto Numa Laplane, el que algunos observado­res calificaban como “ más próximo” a las posiciones del gobierno.

Laplane se mostraba partidario de un “ profesiona­lismo integrado” , en contraste con otros sectores del Ejército que sostenían un profesionalismo a secas y es­peraban que el caos provocara una situación favorable para la restauración militar. Para la mayoría de la ofi­cialidad, la “ caricatura de gobierno” representada por López Rega era el mejor camino hacia las condiciones propicias para un nuevo golpe.

La situación económica, entre tanto, se tornaba cada vez más explosiva y marcaba graves contradicciones entre el gobierno y la conducción sindical. Gómez Mora­les, carente de un programa definido y apoyo real para abordar la crisis, estaba condenado. López Rega re­currió el 2 de junio de 1975 a Celestino Rodrigo, que proponía “ sincerar la economía” y reconocer que el país estaba al borde de la moratoria. Los vencimientos

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de la deuda externa equivalían a 2.000 millones de dóla­res, y en el Banco Central no había más de cien millones. Rodrigo proponía un plan de austeridad adecuado a las exigencias del FMI y planeaba sacrificar una vez más al país para satisfacer a los acreedores. La clase trabajado­ra sería, claro estaba, la más sacrificada de todas.

El enfrentamiento entre la CGT y el gobierno fue inevitable. Las bases obreras se movilizaron y descoloca­ron a la burocracia, la que a su vez tuvo que reaccionar para no ser superada por los hechos. El 27 de junio una manifestación multitudinaria se descolgó desde el gran Buenos Aires hacia la Playa de Mayo, y los dirigentes sindicales fueron forzados a participar en las protestas.

En el ministerio de trabajo Otero había renunciado después de grotescas disputas con la camarilla de López Rega, y el nuevo titular, Cecilio Conditi, deambulaba impotente entre la presión oficial y el estallido sindical. En el Congreso un grupo de diputados del sector sindi­cal pedía la renuncia del gabinete y la modificación de la línea económica. Los sindicatos exigían paritarias para recuperar la capacidad adquisitiva de los salarios.

Las huelgas del 7 y el 8 de julio fueron determinan­tes, porque quedó en evidencia la profunda ruptura entre las bases del peronismo y el gobierno. Isabel Mar­tínez pidió una tregua a los sindicatos y envió a Raúl Lastiri a dialogar con las 62 y la CGT.

Lastiri regresó cabizbajo de sus consultas con Herra­ras y Miguel: la presión de las bases sindicales era in-^ controlable y podía provocar un estallido social de un momento a otro... “ Rodrigo debe renunciar para salvar a Isabel” , recomendaba la burocracia. Poco después Conditi anunciaba la reanudación de las paritarias: era el fracaso del plan económico y el hundimiento de Ló­pez Rega y su gabinete. Enseguida se produjo la renun­cia de todos los ministros.

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Isabel Martínez se recluyó en la residencia de Olivos, donde no recibía a nadie. El testimonio de un oficial del Regimiento de Granaderos permitió saber algunas de las cosas que ocurrieron: “ La señora Martínez estaba histé­rica y en un momento dado López Rega la golpeó; los gritos hicieron que un teniente primero entrara a la sala y detuviera al secretario privado... El oficial le colocó su pistola en la cabeza a López Rega y le preguntó a la se­ñora qué deseaba que hiciera. “ Déjelo y retírese” , con­testó Isabel.

El jefe del Regimiento de Granaderos, coronel Jorge Sosa Molina, solicitó que se informara al ministro de Defensa, Jorge Garrido, que la situación era “ muy gra­ve” .

López Rega había renunciado a todos sus cargos, pe­ro permanecía en la residencia de Olivos rodeado por sus hombres fuertemente armados. La presidente Martínez- se negaba a hablar y rechazaba las audiencias que le soli­citaban sus ministros. López Rega impedía que los miembros del gabinete entraran a la residencia, y Anto­nio Benítez fue intimidado cuando trató de entrevistarse con Isabel. El deterioro del gobierno creaba una justifi­cada inquietud en los medios políticos, y se temía que las Fuerzas Armadas adelantaran un golpe.

Garrido y Benítez pactaron con los militares: un gru­po de ministros ingresaría a la residencia de Olivos pro­tegido por el Ejército, y convencerían a Isabel Martínez de que reasumiera sus responsabilidades de inmediato. En la madrugada del sábado 19 de julio de 1975, los efectivos de Granaderos desarmaron a la custodia de López Rega y facilitaron la reunión del gabinete con Isa­bel.

El canciller Alberto Vignes asumió la tarea de prepa­rar la partida de López Rega, que por orden de Isabel debía figurar como una “ misión oficial.” Se dijo enton­ces que el secretario privado había sido designado emba­

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jador itinerante, y que debía viajar con urgencia al Bra­sil. El avión de la Presidencia despegó ese mismo día con López Rega a bordo y lo dejó en Brasil.

Durante dos años López Rega fue ministro de Bienestar Social y secretario privado primero de Perón y después de Isabel Martínez. Enseguida de la muerte de Perón conoció el poder prácticamente absoluto y desde la Secretaría de la Presidencia gobernó el país. Conoció el sabor del poder y lo disfrutó, hasta que la reacción de la clase trabajadora y el pueblo exigió su expulsión. Su nombre ocupa un lugar destacado entre los enemigos de la República, y es sinónimo de un capítulo sórdido y trá­gico a la vez.

Pero sería un absurdo suponer que López Rega se encumbró en el poder como un aventurero solitario, ca­rente de poderosos respaldos y sin la complicidad de fac­tores internos y externos. Por el contrario, desde 1965 a1975 se desempeñó al servicio de un proyecto que pre­tendía desfigurar al peronismo y evitar su proyección histórica. En ese sentido, sus mentores y amanuenses, sus cómplices, comparten todas y cada una de sus res­ponsabilidades.

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INDICE

Prólogo..................................................................... ........... 7La Triple-A ........................................................................... 11Los ancestros de la T rip le-A ................................................21Los muchachos V andoristas............................................... 39La Teología de la Reacción ............................................... 53Literatura Parabellum ...........................................................69Un criminal de guerra en la corte del G eneral................. 77Los cazadores de Sinarcas....................................................87La Internacional F a sc is ta ....................................................93Las primeras víctimas de López R e g a ......................... 107Aquellarre en el Círculo Militar ................................... 117La hora de las H ie n a s ..................................................... 125El sabor del poder .......................................................... 135

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Impreso en A.B.R.N. Producciones Gráficas

Oyuela 438 - Villa Dominico . Pcia. Buenos Aires en octubre de 1986