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LAS REACCIONES DE CORAZÓN Luis Urbina "La suave patria” difiere significativamente de los poemas que Ramón López Velarde publicó antes de 1921, pues La sangre devota (salida a la luz en 1912) y Zozobra (de 1919) son poemarios que consignan una lucha entre el goce sensitivo y la vida evangélica. Con mayor exactitud, una vida que debía llevarse conforme a las imposiciones del régimen sacramental. Si para comulgar se requiere la confesión de los pecados, y si ceder a las tentaciones carnales es considerado pecaminoso, óbice para la comunión, ¿cómo podía el poeta jerezano disfrutar, sin remordimientos, de las delectaciones que fueron el motivo principal de su poesía? El primer objetivo de este ensayo es elucidar el título de la oda a la patria, poniendo el índice en la manera de adjetivarla: no es aguerrida, no es estridente, es suave. Para comprender tal adjetivación, veamos cómo López Velarde aborda el asunto cívico. El poeta dice que navegará “por las olas civiles” y en el proemio hace la advertencia de que antes de navegar por los piélagos de la épica estuvo consagrado a los motivos de la intimidad, propios de la poesía lírica. Sin embargo ya era momento de proponerse una tarea diferente: impostar la voz, cantando con la gravedad de un tenor que se planta en “la mitad del foro” para asumir por única vez el tono heroico. Por primera y única vez. Si bien escribió al mismo tiempo un texto complementario, "Novedad de la patria", no se trata propiamente de un poema, sino que se le cuenta entre la prosa. Lo más importante de tal texto es que habla de lo mismo que el citado proemio, de la necesidad que siente de concebir una “Patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”. Su concepto es, pues, de una patria que sea “no histórica, ni política, sino íntima”.[1] López Velarde también escribió (nueve años antes) una crónica sobre el tema de “Los soldados”, en donde dice cuán diferentes de Aquiles resultan los hombres de la leva, de quienes comienza por lamentar las caras “cetrinas, despertando la meditación en los adultos aficionados a pensar en la patria, el asombro de los chiquillos y los suspiros en las mozas”, y continúa en una denuncia del prestigio que se les confiere: mera fantasía, porque se quiere

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Exégesis del poema más famoso de López Velarde.

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LAS REACCIONES DE CORAZÓN

Luis Urbina "La suave patria” difiere significativamente de los poemas que Ramón López Velarde publicó antes de 1921, pues La sangre devota (salida a la luz en 1912) y Zozobra (de 1919) son poemarios que consignan una lucha entre el goce sensitivo y la vida evangélica. Con mayor exactitud, una vida que debía llevarse conforme a las imposiciones del régimen sacramental. Si para comulgar se requiere la confesión de los pecados, y si ceder a las tentaciones carnales es considerado pecaminoso, óbice para la comunión, ¿cómo podía el poeta jerezano disfrutar, sin remordimientos, de las delectaciones que fueron el motivo principal de su poesía? El primer objetivo de este ensayo es elucidar el título de la oda a la patria, poniendo el índice en la manera de adjetivarla: no es aguerrida, no es estridente, es suave. Para comprender tal adjetivación, veamos cómo López Velarde aborda el asunto cívico. El poeta dice que navegará “por las olas civiles” y en el proemio hace la advertencia de que antes de navegar por los piélagos de la épica estuvo consagrado a los motivos de la intimidad, propios de la poesía lírica. Sin embargo ya era momento de proponerse una tarea diferente: impostar la voz, cantando con la gravedad de un tenor que se planta en “la mitad del foro” para asumir por única vez el tono heroico. Por primera y única vez. Si bien escribió al mismo tiempo un texto complementario, "Novedad de la patria", no se trata propiamente de un poema, sino que se le cuenta entre la prosa. Lo más importante de tal texto es que habla de lo mismo que el citado proemio, de la necesidad que siente de concebir una “Patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”. Su concepto es, pues, de una patria que sea “no histórica, ni política, sino íntima”.[1] López Velarde también escribió (nueve años antes) una crónica sobre el tema de “Los soldados”, en donde dice cuán diferentes de Aquiles resultan los hombres de la leva, de quienes comienza por lamentar las caras “cetrinas, despertando la meditación en los adultos aficionados a pensar en la patria, el asombro de los chiquillos y los suspiros en las mozas”, y continúa en una denuncia del prestigio que se les confiere: mera fantasía, porque se quiere

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ver en ellos el halo del heroísmo, cuando en realidad marchan hacia la montaña “empapada en sangre, para ser engullidos, en una desgracia vulgar, por el hocico insaciable de la revuelta”.[2] Para el poeta jerezano, la patria no ha de valer por sus héroes —ya sean verdaderos o aparentes— y el asunto cívico es indigno de su confianza y de su entusiasmo: “No; estos guerreros que se confunden entre la pluralidad de la tropa no van a morir gloriosamente en un duelo que después será celebrado en los octosilábicos del romance”. [3]

Tal poeta no hace pronunciamientos ideológicos ni sociológicos, desde luego, y en su propio ámbito que es el de la poesía, la épica se le antojó como una fruta descomunal. Por ello se limitó a “cortar a la epopeya un gajo”. Esto quiere decir, sin embargo, que se propuso cumplir con el requisito de la poesía épica: loar a los héroes; pero al cortar sólo un gajo de la epopeya nacional, le pareció que valía la pena hablar de un solo hombre por admirable en la medida que le resultaba extraño, un tlatoque: Cuauhtémoc. El “único héroe a la altura del arte”. Pero, ¿cuál será este arte que exige altura de quien ha de ser loado? No es otro arte que el de la poesía épica, precisamente la que López Velarde no cultivó, cuando menos hasta ese momento (el ya señalado año de 1921, cuando se cumplió el centenario de la consumación de la independencia).

Todos los versos del proemio se encaminan al propósito de que el asunto cívico suene a la sordina. Es decir, que por singular artificio el clarín deje de ser estridente, para que pueda prodigar una música distinta con respecto a las bandas de guerra. El clarín es un instrumento que se hace sonar cuando cantamos un poema propiamente épico, elevado a rango oficial: el Himno Nacional Mexicano, de Bocanegra. Pero, la sordina produce un sonido muelle y delicado.

En sentido contrario, la sordina es una metáfora del recogimiento en las estancias hogareñas, id est, el "íntimo decoro", [4] de la patria más “íntima” [5] que política, ya que el poeta consideraba que dicha intimidad es heroica, a su manera; aunque estrictamente antónima de la publicidad y de la conmemoración cívica.

De aquí el título del poema: la patria imaginada será suave, en calidad de fémina. Le cantará en voz baja, como se habla

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al oído de una muchacha. De tal manera, al recitar el poema no hay que alzar la voz, sin necesidad (salvo en la loa a Cuauhtémoc), para que se alcancen a escuchar otros sonidos de preferencia: el “golpe de las hachas” que propine un leñador con su movimiento de caderas, cortando los maderos selváticos, mientras se escuchan también las “risas y gritos de muchachas/ y pájaros de oficio carpintero”.

Pero antes de tales versos, en la segunda estrofa, el poeta introdujo un elemento extraño: “Navegaré por la olas civiles/ con remos que no pesan, porque van/ como los brazos del correo chuan/ que remaba la Mancha con fusiles”. Es extraña, en el sentido de extranjera, la referencia al <<correo chuan>> porque sale del territorio mexicano, para trasladarse a la franja marítima que separa el Sur de Inglaterra y el Norte de Francia, especialmente Bretaña y la Normandía. Dicha franja de agua, que hace el símil de las “olas civiles” por las que bogará el poeta, es el famoso Canal de la Mancha.

En cuanto al <<correo chuan>>, mi segundo objetivo es explicar su inclusión en el poema. [6] Los chuanes fueron guerrilleros franceses, bretones y normandos. El nombre se debe a sus líderes, Jean Cottereau y sus hermanos, quienes heredaron el mote de su padre, al que le decían “la lechuza” (chouette).

Hay varias novelas que hablan de los chouanes, mencionaré dos, porque me parecen pertinentes para la explicación del extraño pasaje poético. La primera novela lleva por título El noventa y tres. Es de la pluma de Víctor Hugo. La otra es El caballero Destouches, de Jules Amédée Barbey D´Aurevelly. Es una novela que se conoce también como La virgen Viuda. Ambos relatos ayudarán a saber qué clase de guerrilleros eran los chuanes, precisando su signo ideológico.

En Francia, los soldados republicanos eran llamados por un mote de colorida referencia: los azules. La novela de Hugo comienza cuando un batallón azul camina medrosamente por el bosque, hasta toparse con una viuda desamparada que abraza a sus tres hijos. Son supervivientes de la destrucción de su aldea. Uno de los azules le pregunta a la viuda: “¿Cuáles son tus ideas políticas?” Esta inquisición exige una respuesta adecuada, cual santo y seña, porque de ella depende la vida o la muerte en tiempos agitados, como los de una Revolución. En Francia, las cabezas de la Revolución fueron Marat, Danton y Robespierre. En 1793 estos revolucionarios tuvieron que enfrentarse a la amenaza

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extranjera, además de la que venía del interior, desde el departamento de la Vendée, representada por <<los blancos>>, es decir, la reacción monarquista, que fue protagonizada, precisamente, por la chuanería.

Reaccionaria es toda política que busque restaurar un sistema de gobierno que haya sido derrocado por una revolución. En la citada novela se habla de la acción y la reacción, cual si se tratase de cuerpos que, saliendo de la inercia, se activan conforme a leyes mecánicas, porque se suceden golpes y contragolpes en cruentas venganzas, hasta que un personaje, el capitán de los azules, da ejemplo insólito, quizá exagerado; pero que también se puede explicar: el oficial del ejército asumió una agencia moral para detener la serie de golpes y contragolpes, y romper con la cadena de odio al ofrendar su propio cuello a la guillotina para que su tío, líder de los blancos (quien le había protegido y educado), pudiese escapar de la muerte, aunque, obviamente, la guerra no acabó con tan insólita acción.

Hablo de inercia, acción y reacción sólo en analogía con las leyes del movimiento físico, porque sé que los movimientos políticos y sociales no responden a las mismas leyes que la ciencia física. Pero esta analogía permite decir que los chouanes eran los contras, que eran reaccionarios pues querían regresar al orden antiguo de la monarquía. Hay que señalar cuán candorosa la sencillez —ignorancia, diría yo— que los guerrilleros mostraban en sus acciones políticas. Los enterados decían luchar por lealtad a los príncipes, y los que no se enteraban, solamente fueron arrastrados por la guerra. En este marco se destaca la inquietante situación de la viuda, pues no fue capaz de explicar sus <<ideas políticas>>. Creo que la mayoría de los hombres y mujeres de esa época que se pueden considerar como reaccionarios no entendían las causas de la guerra, únicamente estaban habituados al vasallaje.

Los chouanes mantuvieron la comunicación con su dirigencia que se encontraba exiliada, en Inglaterra. Para ello se organizó una diligencia, en el sentido de un correo. Si se quiere saber con mayor precisión qué o quién es el correo chuan, hay que leer la otra novela, la del Caballero Destouches. El correo chuan no es un grupo de mensajeros, sino una sola persona. Se trata del caballero Destouches, al que sus enemigos le decía “la avispa” porque su cintura era muy estrecha y, sobre todo, por su habilidad guerrera. También era un excelente marinero que “hechizaba las olas —dice

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D´Aurevelly—, así como se ha dicho que Napoleón hechizaba las balas. [ 7] Esa avispa marinera fabricó una pequeña y frágil embarcación, con cuero y apenas tres tablas, con el propósito de mantener comunicados a los príncipes y la guerrilla contrarrevolucionaria, a pesar del cerco que tendieron los guardacostas azules. En una ocasión, tras escapar de los Azules, el caballero se refugió en Inglaterra, en donde los príncipes le encargaron de una misión arriesgada. La misión era transportar a un líder chuan desde Guernessey hasta la costa de Francia. Pero la canoa del caballero Destouches era muy pequeña y rudimentaria, apenas podía sostener un solo hombre y “estuvo a punto de zozobrar cien veces bajo el peso de los dos. ¡Para suprimir toda carga inútil remaron con los fusiles!”. [8]

Aquí está la fuente exacta del correo chuan, del que habla López Velarde. Con base en ella puedo decir por qué la incluye en su poema: porque así como D´Aurevelly fue un literato de la restauración monárquica, consumido por la nostalgia, López Velarde es un reaccionario; pero de corazón.

Al perfilar el aspecto ideológico de “La Suave patria”, digo que éste poeta es un reaccionario de corazón; pero lo hago al compararlo con el sustrato ideológico de Barbey D´Aurevelly, quien es el referente literario más destacable, incluso más que Hugo, debido a las afinidades entre el poeta zacatecano y este otro francés, autor de Las diabólicas. Aunque, cabe reiterar que, en lo político, López Velarde puede ser considerado más un conservador que un restaurador, y, sobre todo, que lo político se empequeñece frente a lo sentimental. Al parecer nunca se es lo suficientemente precavido para no distorsionar el poema con las connotaciones políticas, ni explícito, para determinar la clase de reacción que suscribió su autor: López Velarde es un reaccionario; pero íntimo. En el caso del reaccionario López Velarde hay que matizar, pues no creo que sea exactamente la misma actitud del narrador francés, D´Aurevelly, o sea, que el poeta mexicano quisiera regresar al régimen político anterior a la Revolución Mexicana de 1910, que en este caso es el de Porfirio Díaz. No vale calificarlo de retrógrado en tal sentido; aunque se puede indicar otro horizonte (mejor dicho: poniente) de la regresión histórica: el catolicismo.

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Sin embargo, el énfasis no debe ponerse en lo de reaccionario, sino en el corazón, con el solo propósito de indicar lo sentimental. Así como La Dolorosa recibe las dagas en el pecho, este poeta sufrió en lo más íntimo los estragos de la guerra revolucionaria.

En lo literario, he indicando cómo algunas novelas, que tienen implicaciones políticas, se dejan ver en algunos poemas de López Velarde. Pero es más amable ponderar sus motivos íntimos. En la lectura de “La suave patria”, encontraremos un hombre nostálgico, anhelante de las virtuosas mujeres, tanto de aquellas que le rodearon durante su infancia, como de otras, quizá no tan virtuosas, que conoció a lo largo de su vida. El valor de la patria estriba en su "mujerío". Sobre todo se refiere a las tías y primas, del poeta así como a sus novias. Para mayor complejidad, se trata de todas las mujeres que le atraían en una "dualidad funesta/Ligia, la mártir de pestaña enhiesta/ y de Zoraida la grupa bisiesta"", tal como dice en otro poema (“Treinta y tres"). Y es que la vida de este vate transcurrió entre un harem y un hospital. Zoraida es una de las odaliscas que le atienden en el primero de estos lugares, así como Ligia, en el segundo. Se trata de la mártir cristiana, protagonista de otra novela, Quo Vadis? Si se ve en su totalidad, “La suave Patria" es una alegoría, porque enlaza una serie de tropos, que terminan con la mención de una carreta alegórica, por demás sencilla: una de paja, inspirada en un personaje bíblico llamado Boz, quien, por cierto, también inspiró a Victor Hugo, para el poema Booz endormi. El texto bíblico es Ruth (2,2) en donde dice la protagonista: “Si quieres, iré espigar al campo, donde me acojan benévolamente”. Me atrevo a decir que este versículo está perfectamente relacionado con los versos bucólicos de López Velarde que dicen: “El Niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros del petróleo, el diablo”.

Así se comprende que el poeta haya sido un joven conservador, o, incluso, reaccionario. Llega al extremo de aconsejarle a la patria que, para su dicha, debe ser "siempre igual", y debe imitar al AVE, porque la Salve, María, sigue, y seguirá, "taladrada en el hilo del Rosario". Instancias distintas, con distinta suerte, la Iglesia Católica es "más feliz que tú", le espeta Ramón a nuestra patria, suave; pero laica, muy a su pesar

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Otro poema, “El retorno maléfico”, describe el momento en que se escucha a "alguna señorita/ que canta en algún piano/alguna vieja aria;/ el gendarme que pita..." y entonces viene el sentimiento acuciante: una "íntima tristeza reaccionaria”. López Velarde es un reaccionario; pero íntimo, de corazón.

[1] “Novedad de la patria”, en El minutero, publicado en 1923. [2] En el periódico La Nación, “Vidrios de colores”, México: 30 de agosto de 1912. [3] Idem. [4] “La suave patria”, Loc. cit. [5] “Novedad de la patria”, Loc. cit. [6] Se han hecho otras glosas de la “La suave patria”, como la de Juana Meléndez, que es criticable porque ofrece explicar el poema estrofa por estrofa, escamoteando la número 2 del proemio, limitándose a decir:“o sea que no obstante la actitud épica que aparece en la obra, esta no será una pieza discursiva [sic] y retórica ya que empleará sus propias armas o sea las del artista, del creador. Como los brazos del correo chuan. He aquí el único elemento exótico que emplea el poeta: chuan” (La suave patria de Ramón López Velarde, p. 39 ). Mucho mejores resultaron los textos de Francisco Monterde, de Eugenio del Hoyo y de Eliseo Rangel, porque atinan al referir la novela de Barbey D´Aurevelly. Rangel dice que: “a fines del siglo XIII, durante la guerra civil y religiosa que dividió Francia, en la Bretaña donde peleaban los bravos chuanes, hombres decididos atravesaban el Canal de la Mancha para ir a Inglaterra en demanda de ayuda y de instrucciones de sus jefes allá refugiados”(Los minutos hiperbólicos de López Velarde, pp. 87-88) . [7] El caballero Destouches, traducción de Michel Larèze, México: SEP-Siglo XXI 1982, p. 47. [8] Ibidem, p. 56.

Apéndice

LA SUAVE PATRIA PROEMIO YO que sólo cante de la exquisita partitura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro, a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo para cortar a la epopeya un gajo. Navegaré por las olas civiles Con remos que no pesan, porque van Como los brazos del correo chuan Que remaba la Mancha con fusiles.

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Diré con una épica sordina: la patria es impecable y diamantina. Suave patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva con que me modelaste por entero al golpe cadenciosos de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero. PRIMER ACTO Patria: tu superficie es el maíz, tus minas el palacio del rey de oros y tu cielo las garzas en desliz y el relámpago verde de los loros. El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo. Sobre tu capital cada hora vuela ojerosa y pintada, en carretela; y tu provincia de reloj en vela que rondan los palomos colipavos, las campanadas caen como centavos. Patria: tu mutilado territorio se viste de percal y de abalorio. Suave Patria: tu casa todavía es tan grande, que el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería. Y ei el barullo de las estaciones, con tu mirada de mestiza pones la inmensidad sobre los corazones. ¿Quién, en la noche que asusta a la rana, no miró, antes de saber del vicio, del brazo de su novia, la galana pólvora de los juegos de artificio? Suave Patria: en tu tórrido festín luces policromías de delfín, y con tu pelo rubio se desposa el alma, equilibrista chuparrosa,

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y a tus dos trenzas de tabaco sabe ofrendar aguamiel toda mi briosa raza de bailadores de jarabe. Tu barro suena a plata, y en tu puño su sonora miseria es alcancía; y por las calles del terruño, en calles como espejos se vacía el santo olor de la panadería. Cuando nacemos, nos regalas notas, después, un paraíso de compotas, y luego te regalas toda entera, suave Patria, alacena y pajarera. Al triste y al feliz dices que sí, que en tu lengua de amor prueben de ti la picadura del ajonjolí. ¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena de deleites frenéticos nos llena! Trueno de nuestras nubes, que nos baña de locura, enloquece a la montaña, requiebra a la mujer, sana al lunático, incorpora a los muertos, pide el Viático, y al fin derrumba las madererías de Dios, sobre las tierras labrantías. Trueno de temporal: oigo en tus quejas crujir a los esqueletos en parejas, oigo lo que se fue, lo que aún no toco y la hora actual, con su vientre de coco, y oigo en le brinco de tu ida y venida, oh trueno, la ruleta de mi vida. INTERMEDIO CUAUHTÉMOC Joven abuelo: escúchame loarte, único héroe a la altura del arte. Anacrónicamente, absurdamente, a tu nopal inclínase el rosal; al idioma del blanco tú lo imantas y es surtidor de católica fuente que de responsos llena el victorial zócalo de cenizas de tus plantas.

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No como al César el rubor patricio te cubre el rostro en medio del suplicio: tu cabeza desnuda se nos queda, hemisféricamente, de moneda. Moneda espiritual en que se fragua todo lo que sufriste; la piragua prisionera, el azoro de tus crías, el sollozar de tus mitologías, la Malinche, los ídolos a nado, y por encima, haberte desatado del pecho curvo de la emperatriz como del pecho de una codorniz. SEGUNDO ACTO Suave patria: tú vales por el río de las virtudes de tu mujerío; tus hijas atraviesan como hadas, o destilando un invisible alcoholo, vestidas con las redes de tu sol. cruzan como botellas alambradas. Suave patri: te amo no cual mito, sino por tu verdad de pan bendito como a niña que asoma por la reja con la blusa corrida hasta la oreja y la falda bajada hasta el huesito. Inaccesible al deshonor, floreces; creeré en ti, mientras una mexicana en su tápalo lleve los dobleces de la tienda, a las seis de la mañana, y al estrenar su lujo, quede lleno el país, del aroma del estreno. Como la sota moza Patria mía, en piso de metal, vives al día, de milagro, como la lotería. Tu imagen, el Palacio Nacional, con tu misma grandeza y con tu igual estatura de niño y de dedal. Te dará, frente al hambre y al obús, un higo, San Felipe de Jesús.

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Suave Patria, vendedora de chía: quiero raptarte en la cuaresma opaca, sobre un garañón y con matraca, y entre los tiros de la policía. Tus entrañas no niegan un asilo para el ave que el párvulos sepulta en una caja de carretes de hilo, y nuestra juventud, llorando, oculta dentro de ti el cadáver hecho poma de aves que hablan nuestro mismo idioma. Si me ahogo en tus julios, a mí baja, desde el vergel de tu peinado denso frescura de rebozoz y de tinaja, y si tirito, dejas que me arrope en tu respiración de incienso y en tus carnosos labios de rompope. Por tu balcón de palmas bendecidas el Domingo de Ramos, yo desfilo lleno de sombra, porque tú trepidas. Quieren morir tu ánima y tu estilo, cual muriéndose van las cantadoras que en las ferias, con el bravío pecho empitonando la camisa, han hecho la lujuria y el ritmo de las horas. Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario; cincuenta veces es igual el AVE taladrada en el hilo del rosario, y es más feliz que tú, Patria suave. Sé igual y fiel; pupilas de abandono; sedienta voz; la trigarante faja en tus pechugas al vapor; y un trono a la intemperie, cual una sonaja: la carreta alegórica de paja.