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Las palabras que me habitan

Las palabras que me habitan(obra poética)

QUINTÍN GARCÍA

Diputación de Salamanca2016

1ª Edición: abril, 2016© Diputación de Salamanca© Quintín García

Diseño y maquetación: www.trafotex.com

Fotografía de cubierta: David Arranz

I.S.B.N.: 978-84-7797-489-5

Depósito legal: S. 141-2016

EdicionEs diputación dE salamanca

sEriE autorEs salmantinos, nº 67

DIPUTACIÓN DE SALAMANCAe-mail: [email protected]: //www.lasalina.es

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Imprime: Imprenta Provincial

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QUINTÍN GARCÍA:LA POESÍA COMO UN ITINERARIO

HACIA LA LUZ

José Luis Puerto

Ser poeta: un modo de estar en el mundo

Percibimos –desde hace ya años, desde que conocemos su andadura lírica– en la trayectoria creadora de Quintín García (Piña de Esgueva, Valladolid, 1945), cómo se cumple en él ese designio hölderliniano de que, antes que otra cosa, ser poeta es un modo de estar en el mundo.

Y ese modo de estar en el mundo en contacto con la pala-bra, con la vida del espíritu, con los misterios del ser y del cos-mos…, ese modo vigilante y atento a detectar esas hierofanías, a las que también podemos denominar epifanías, que de continuo se producen y que tantas veces nos pasan desapercibidas…, ese modo de tener la mirada abierta a la vida de la naturaleza, pero también a la vida de los otros…, ese modo de ser poeta, en defi-nitiva, lo percibimos siempre en una lectura atenta de la poesía de Quintín García.

Hilos poéticos

En la escritura poética de Quintín García, percibimos de continuo una actitud atenta, vigilante, percibimos una mirada y un alma abierta hacia el ser (tanto existencial como social), hacia

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Quintín García: la poesía como un itinerario hacia la luz

el mundo y el cosmos (el campo, la naturaleza, la tierra y los cielos), y también hacia la vida del espíritu (pese al carácter reli-gioso, en algunos momentos, de su escritura, preferimos situarla en un plano más amplio, que nos atrevemos a llamar espiritual).

Y esos tres grandes hilos –lo existencial y social; lo natural y lo cósmico; más lo espiritual– son, creemos, los que trenzan y ar-ticulan, en grandes líneas, ese su decir poético, que, no obstante, tiene muy variadas y diversas ramificaciones.

En ese sentido, nos atrevemos a proponer –a la hora de abordar, a través de una imagen, la poesía de Quintín García– la figura del árbol, que, procedente de una raíz soterrada y de un tronco sólido, se va ramificando y trazando celosías hacia la luz; de tal modo que, siendo a la vez uno, percibimos en él, en el de-sarrollo de su copa, un despliegue de formas y de rítmicas, que configuran una belleza nunca rutinaria, sino siempre vibrante.

El decir, como designio del poeta

Por su formación religiosa, Quintín García conoce muy bien la tradición bíblica, de la que procede no poca de nuestra poesía y también de nuestra literatura, desde sus orígenes me-dievales, hasta prácticamente hoy mismo.

Nuestro poeta reivindica, para su función y misión creado-ra, el designio profético que ha de cargar el poeta sobre sus hom-bros. Y ese designio no puede ser nunca el de desentenderse de la realidad, de lo que ocurre, de la injusticia, violencia, opresión que sufren tantos seres humanos, sino que ha de ser el de decir, el de no callarse, el de poner el dedo en la llaga.

Él mismo lo expresa en su poema «paisajes de muerte 1» (en Elegías para un tiempo de víctimas, 2014): «Pero el viento que arrastra / un hedor amarillo / reclama para sí el nimbado designio / del profeta: decir»…

Es –según lo acabamos de indicar– el mismo designio que Quintín García reclama como misión para el poeta: la labor profética

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de decir, de no callarse, de poner el dedo en la llaga, de señalar el dolor y la herida que sangra y que duele. En este sentido, la analogía en nuestra tradición poética contemporánea entre poeta y profeta la encarna, acaso mejor que ningún otro, la fi-gura de León Felipe; y en él procede indudablemente de una raíz bíblica, que también percibimos en la poesía de Quintín García, que, por ejemplo, –en su libro que acabamos de citar–, aparte del uso en las titulaciones de las letras hebreas (álef, bet, guímel, dálet, he, vau), se muestra también en las citas del Antiguo Testamento, con textos procedentes de «Lamentacio-nes» o de «Jeremías».

Y no hemos de olvidar –y en parte de la escritura poética de Quintín García está esto presente– que, en la poesía de tra-dición semítica, y particularmente judaica, aparece siempre una expresión muy significativa, y en ocasiones problemática y ator-mentada, con la divinidad, como percibimos, por ejemplo, en la poesía de Paul Celan.

Una palabra purificada

En el decir poético de Quintín García, advertimos también la presencia de una palabra que nos gustaría llamar purificada, esto es, libro de esos acarreos sociales, comerciales, publicita-rios… que enturbian y velan los significados profundos de la len-gua, en pro de intereses espurios en la mayoría de las ocasiones.

Los lenguajes sociales velan, mientras que el decir poético –en el caso de Quintín García es muy claro– desvelan y revelan; en definitiva, iluminan la condición del ser humano y su presen-cia en la tierra y en el cosmos.

Y, en Quintín García, esta palabra purificada –al igual que en otros poetas de la Meseta; pienso en San Juan de la Cruz, Jorge Guillén, Claudio Rodríguez o Antonio Colinas– está atra-vesada por una luz y por una musicalidad muy puras; luz y mu-sicalidad de altura, de elevación; porque, en el fondo, podríamos percibir la Meseta como una gran patena ofrecida a los cielos.

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Quintín García: la poesía como un itinerario hacia la luz

Y esta musicalidad y esta luminosidad y esta pureza de la palabra poética de Quintín García podemos advertirlas, por ejemplo, en estos versos de Páramos de la luz (2004):

Una vez aprendido el nombre verdaderode las cosas y palpadas con mis manoslas distintas formas y colores; y sorbidoel humo, tan gris, mentiroso, de las cúpulasdoradas donde ardí, vuelvoandando, desnudode horizontes, por los mismossurcos largos, inextinguiblespor los que me marché…

Claridad, don de la claridad respiran estos versos. El poeta, tras un itinerario a esa fascinación de las cúpulas doradas, a ese deslumbramiento del mundo, que afecta también a la expresión y al lenguaje, ha realizado un camino de regreso a la raíz, a la desnudez de la tierra y también a su claridad, a esos surcos lar-gos, infinitos, que no utilizan rodeo alguno para alcanzar su meta.

Y, en este itinerario, el poeta ha percibido –en un rasgo muy castellano y universal al tiempo– que la belleza más ver-dadera se alcanza, se logra a través de la esencialidad y de esa desnudez de la que habla en sus versos. Porque la poesía –como se intuye aquí– es una andadura, un itinerario hacia la esenciali-dad, hacia la desnudez, es un ir andando, descalzos, para alcanzar lo universal verdadero, ese último objetivo que tiene la palabra poética –como ocurre en la escritura de Quintín García– de des-velar y revelar lo humano, la tierra, el cosmos, al tiempo que po-ner el dedo en la llaga de los males del mundo.

El territorio de la raíz

Hablábamos de la figura del árbol, para referirnos a la poe-sía de Quintín García. La raíz, el tronco y las ramas. Ese partir de

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lo telúrico y oscuro del origen, para proyectarse en la universali-dad luminosa de los cielos. Y esto es lo que ocurre en esta poesía.

Hay en ella un punto de partida, un territorio ineludible, que es el de la raíz, el del territorio del origen, donde están las vivencias primeras, esas que dejan huella en el modo de ser de cada uno, en los modos de comportarse e incluso en los modos de concebir el mundo.

El territorio de la raíz podemos advertirlo, en la obra de Quintín García, en libros como los titulados Páramos de la luz, Herida morada la memoria, o Brindis ritual y quizás último. ¿Qué claves nos vamos a encontrar en este territorio? ¿Qué nos descu-bre el poeta sobre él? ¿A través de qué simbolizaciones podemos hacernos con sus significaciones más profundas? Recorramos al-gunos itinerarios como lectores, para desvelar algunas contesta-ciones a las preguntas que acabamos de hacernos.

La luz, como no podía ser menos, es una de las simboli-zaciones recurrentes del poeta, para plasmar esa profunda vin-culación de la tierra con el cielo, en un ámbito tan elevado, tan especial y tan puro como es la Meseta.

El poeta nos habla de las «heridas / de la luz»; de «la sed de luz», que asocia con su niñez; del itinerario «hacia / la claridad más pura». Toda la tierra para él, para su percepción del mundo, son «páramos de luz y de horizontes». Todo esto en Páramos de la luz (2004).

En Herida morada la memoria (2010), nos habla de los días dulces «de la primera luz»; de la vinculación de los seres «a una misma luz / y a los trigales», esto es, al cielo y a la tierra. Y también percibe el poeta con amargura esa orfandad simbólica de la luz, que es un modo de aludir a ese exilio del origen, que, de un modo u otro, toca vivir a la mayor parte de los seres humanos.

El poeta, en Brindis ritual y quizás último (2006), siente la necesidad de brindar por los antepasados y lo hace de esto modo tan expresivo y elocuente, vinculando la luz con ellos:

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Quintín García: la poesía como un itinerario hacia la luz

El día tan azul brindaré primero por quienesse marcharon más allá de la luz y esperanla consumación para el encuentro…

La luz es –en la poesía de Quintín García– no solo uno de los símbolos más poderosos del territorio del origen, de la niñez, de la infancia, sino también el nexo, el vínculo que nos liga con las distintas generaciones, con nuestros antepasados, aquello que se marcharon más allá de la luz, y con los que han de venir. So-mos eslabones de la larga e interminable cadena de la vida. Somos puntos de ese surco infinito que va trazando el tiempo y que nos engloba a todos.

Celebrar la niñez

En la poesía de Quintín García –y esta es otra de las claves de la honda significación que tiene en su escritura el territorio del origen– se celebra de continuo la niñez. Hay una memoria de la niñez que es fulgor y es cántico, que es celebración.

Hablaba –y lo practicaba en su poesía– el gran poeta fran-cés Saint-John Perse de esa necesidad de celebrar la infancia que tiene el poeta; que tiene, en definitiva, el ser humano; porque en ella reside, en la conciencia y en la sensibilidad de cada uno, el territorio más paradisiaco de nuestro paso por el mundo; pese a que la de millones de seres humanos esté marcada, por desgra-cia, por el sufrimiento, la tristeza, las carencias y tantos modos de explotación.

Como también, en un capítulo memorable de Hacia un sa-ber sobre el alma, María Zambrano vinculaba infancia y poesía, como elementos que se imantan y de los que se desprende ese fulgor que adquiere la creación verdadera.

Una primera observación que nos interesa recoger aquí es la clara percepción que el poeta tiene de la infancia, de la niñez como don. «Regreso / a aquella infancia azul, dádiva / donde ha-bité tan dulcemente».

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La infancia como cosmos –ese habitar suavemente en ella, que nos lleva a un universo del que habla el pensador francés Gaston Bachelard en su obra La poética del espacio– y como don aparece, de modo transversal, en los versos de Quintín García; de ahí que sea un territorio de prodigio y un ámbito privilegiado de la memoria.

Lo dicho hasta aquí sobre la infancia puede rastrearse en Páramos de la luz.

Pero, en Bodegón de aromas y recuerdos, el poeta da un paso más. Percibimos aquí que la infancia del poeta está marcada por una ritualidad casi religiosa, que, por otra parte, no ha sido un fenómeno local ni aislado, sino que ha constituido y configurado el existir del mundo campesino.

Así, el poeta –como huellas de una intensa ritualidad en la que transcurriera su existir de niño– nos habla de «aquel / pan antiguo que besábamos al iniciar / mi padre santiguándose la co-mida familiar.»

Nos habla también de «la sagrada / memoria de los míos que me enseñaron / a vivir contigo en la lejana casa solariega, a compartir / infancia y correrías por aquel corral antiguo»… Son algunas de las claves de esta visión de la niñez, como verdadera patria del poeta; que sigue la estela rilkeana de que la niñez es la verdadera patria del ser humano.

Cartografía del origen

El territorio del origen alienta siempre en el decir poético de Quintín García. En clave arqueológica, nos habla de su naci-miento en la «vieja / Pincia romana, sentada / sobre lábil serpien-te tenue y plata / de una Esgueva de ovas verdes».

También, ya en clave agrícola y casi metafísica, de esos lar-gos «surcos de trigo y piedras / altivas en el páramo que el tosco / arado romano horadaba / en el vientre huraño y ocre / de la tierra»…

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Quintín García: la poesía como un itinerario hacia la luz

Y, en clave naturalista, nos traza, en una ágil y esencial pin-celada, el siguiente apunte paisajístico, vinculado con el ardiente verano del cereal: «Sinfonías también de infiernos / de gavillas por coger al rojo vivo, / de cielos salvajes en olores / a espliego, a tomillo, cielos / de sabores al aire, al agua, / a la tierra y al fuego, prístina / raíz de mí.»

Aquí, el poeta universaliza su raíz. Porque percibe que, desde su origen, existe en un cosmos primordial –los cuatro constituyentes del cosmos, según los filósofos presocráticos: aire, agua, tierra y fuego–, del que tiene no solo vivencia y experien-cia, sino también memoria.

Pero, al tiempo que la cifra del territorio del origen se tra-za a través de los cuatro elementos universales que constitu-yen el cosmos –observados ya por los pensadores de la Grecia arcaica–, el poeta no se conforma con ello, sino que siente la necesidad de plasmarnos una cartografía toponímica del terri-torio de su origen.

Aparecen, de este modo, para ubicarnos, dentro de la Meseta, en el territorio del origen, topónimos envueltos en expresiones como: la ya aludida «vieja / Pincia romana», para nombrar su Piña de Esgueva natal, río al que alude como «una Esgueva de ovas verdes», «Valdepiña», «aquel lejano Aréva-lo», «al amor del Adaja», «la Moraña cereal y pinarera», «la Moraña / de soles y de hielos» (en una doble caracterización –naturalista y cósmica– de tal comarca abulense) y otros varios topónimos.

Pero hay otra cartografía más sutil sobre el territorio del origen, trazada a base de nombres comunes, que imantan de un modo más poderoso aún esta poesía, por el poder evocador que tienen. Son nombres comunes como «surcos», «páramo», «arado», «vientre», «tierra», «mochil», «horizonte», «caminos de silencio», «gavillas», «raíz»…, capaces por sí mismos de confi-gurar y de evocar todo un cosmos primigenio de un claro valor universal y universalizante.

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El compartir, como actitud vital

El poeta cultiva también lo que podríamos llamar hoy una poesía de la conciencia (uno de los rótulos que suelen aparecer en las caracterizaciones de la poesía española actual), de induda-ble contenido social; representada, acaso mejor que por ningún otro de sus libros, por el titulado Elegía para un paisaje de sombras asesinadas en el mar (2012).

En Bodegón de aromas y recuerdos, nos lo deja ya dicho: «me enseñaron … a compartir». Esto es, me enseñaron el ejercicio de la solidaridad con los otros. De ahí que podamos advertir que tal actitud vital, y poética, cultivada con plena conciencia y respon-sabilidad por el hombre y poeta adulto, procede ya de los predios de la infancia.

El poeta da voz y clama –en Elegía para un paisaje de som-bras…– por esa humanidad precaria, víctima de la injusticia y del mal que el ser humano provoca y no detiene en el mundo de hoy.

Desfilan ante nuestros ojos y ante nuestra conciencia de lectores esos «agrios guarismos de sombras / y vísceras regresados del fragor / asesino del mar y sus patrones», esas «diez mil naos con sus guarniciones / de salto (que) chocan / contra los acantila-dos y fenecen / antes de llegar a Ítaca»; guarismos que escucha-mos en «el telediario / de la noche» y que apenas nos inmutan; o también esos «cuerpos y almas, devastados» que «arden en las alambradas y altas / almenas con que nuestras Autoridades / nos defienden de los salteadores / y leprosos mientras se beben / con bacardí un concierto de vihuelas / y cruces y medallas para hon-rar / la antigua memoria conquistadora / de la Patria.»

Advertimos aquí una visión crítica del mundo contempo-ráneo, de la realidad tan injusta que vivimos, que expulsa a millones de seres humanos de ese paraíso de la dignidad, que está presente en la poesía de Quintín García (en ámbitos como los de la niñez y esa naturaleza vivida y asumida como propia); una visión que plasma un mundo inhumano, contra el que el poeta clama.

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Quintín García: la poesía como un itinerario hacia la luz

Y continúa esta jeremiada del poeta, que nos habla de «or-las fúnebres», de «herrumbrados fantasmas, espectros / sin dere-cho a nombre y apellidos, sólo / ceros y ceros»… y de otras distin-tas perspectivas trágicas que ejemplifican ese mundo caótico en que vivimos, ese desorden que atenta contra el cosmos y contra lo sagrado y la dignidad que todos los seres humanos merecen por el solo hecho del solo existir.

Estamos ante un sueño, ante una jeremiada, ante una esce-nificación, ante una perspectiva dramática, en seis actos, que un heraldo anunciador nos comunica, para despertarnos de nuestra comodonería, de esa perspectiva de desentendernos de los pro-blemas del mundo en que vivimos, sentados comodísimamente en nuestro más íntimo y más egoista sofá.

El poeta, al final, nos indica que despierta del sueño; pero, en tal despertar, se encuentra con una obstinada realidad en la que los poderosos siguen sobre sus pedestales, desentendidos de las pers-pectivas tan lacerantes que tantos millones de personas sufren.

(Y soñé, sí. Pero al despertarme aún seguían de pie, ensoberbecidas, las patrias con sus dulcespatriarcas. Y huíande sí mismos los cadáveres)

«El halo del misterio»

Toda la poesía de Quintín García está atravesada por un muy sutil halo de espiritualidad. Es una poesía que no se desen-tiende del misterio, sino que lo aborda, lo contempla de frente y lo expresa a través de su palabra.

Se trata de un tipo de espiritualidad en el que advertimos varias huellas; por una parte, las vivencias campesinas de reli-giosidad popular, de las que tuviera experiencia en la niñez; por otra, de esa raíz semítica –acentuada por su formación religiosa–

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que procede de la Biblia y de una raíz cristiana, ya muy decan-tada en occidente y en nuestra cultura; y, en fin, por su frecuen-tación de los místicos castellanos, como Teresa de Ávila y Juan de Yepes, esto es, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

La herencia campesina de religiosidad popular que el poeta recibe, debido a su origen, aparece diluida en su poesía. La religiosidad campesina está marcada por una fuerte rituali-zación, que, por ejemplo, asoma a los versos del poeta a través de esa bendición de la mesa familiar, en el momento de la comida, que corresponde a la figura paterna, en una secuencia a la que ya hemos aludido, pero que vuelve a resultar impres-cindible aquí:

Te elevosobre las cabezas de esta congregación devotareunida para celebrarte y besotu frente bendita y alabada como aquelpan antiguo que besábamos al iniciarmi padre santiguándose la comida familiar.

Hay aquí un aroma, una suerte de reminiscencia de úl-tima cena. En toda ritualización hay siempre algo de sagrado. Y, aquí, se subraya a través de un lenguaje en el que aparecen términos y expresiones como: «congregación devota», «frente bendita y alabada», «pan antiguo que besábamos» o «mi padre santiguándose».

No vamos a incidir más en esa suerte de metafísica religio-sa (y no religiosa) que recorre la poesía de Quintín García. La atraviesa de modo muy transversal y los lectores la irán detec-tando. En cuanto a su «devoción» por Teresa de Ávila y Juan de Yepes, no hay más que seguir sus escritos en prosa y artículos, para percibir cómo ambos son verdaderos maestros y modelos para nuestro poeta, indudablemente por esa sintonía que llama-ríamos castellana que está en la base de todos ellos, de estos tres escritores.

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Quintín García: la poesía como un itinerario hacia la luz

El espacio intermedio

Uno de los motivos que aparece en una de las entregas poéticas, apegadas tanto a lo religioso como a lo artístico, es el bien conocido en la cultura europea, ya desde tiempos antiguos, y renovado en los modernos y contemporáneos, denominado «el espacio intermedio».

En Quintín García, lo percibimos en su entrega titulada De las sombras a la luz (1999), que lleva como subtítulo «(en «La Anunciación» de fra Angelico)», donde, sirviéndose de la ecfra-sis, un recurso muy utilizado en toda la poesía contemporánea, desarrolla y plasma el autor un contenido espiritual, sirviéndose también de uno de sus símbolos que ya conocemos y del que hemos tratado: la luz (y, en este caso, su reverso: la sombra).

El misterio cristiano de la anunciación es uno de los ejem-plos en los que se plasma ese concepto del «espacio intermedio»; concepto que, además, ha sido muy subrayado en la representa-ción pictórica de tal misterio, ya desde los pintores renacentistas, como ocurre en el italiano fra Angelico, del que se sirve Quintín García, para desarrollar su decir poético en este caso.

¿Y cómo podemos plasmar qué es el espacio intermedio? Tratemos de hacerlo. Toda manifestación, de cualquier tipo que sea, para que pueda ser, para que pueda producirse, re-quiere de un espacio intermedio. En el caso de la anunciación del ángel a la Virgen, de que va a ser concebida sin mancha y dará a luz al Niño Dios, vemos –en la representación pictóri-ca– que el ángel se halla a un lado del cuadro y en el opuesto la Virgen; entre ambas figuras, se desarrolla todo un espacio intermedio (a veces, con un punto de fuga hacia un fondo lumi-noso de paisaje; en otras, es ocupado por un jarrón de azucenas, símbolo de María; o por la paloma simbolizadora del Espíritu Santo), que es el que hace posible tal manifestación, en este caso divina.

Quintín García, en su poema, apoyándose en el cuadro de fra Angelico, nos va trazando verbalmente todas las secuencias

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del misterio divino: desde la presencia de los «rayos de luz» (simbolización del espíritu divino), hasta la escucha del «sí de los labios de esa joven / que recoge sus manos sobre el vientre / como quien entrevé los primeros latidos»; un sí que se cifra en el «fiat, sea, hágase», que el poeta también enuncia.

Pero ¿dónde nos lleva el poeta?, ¿por qué ha utilizado este misterio cristiano de la anunciación? En el fondo lo ha hecho porque ha intuido que la poesía también requiere de la acepta-ción del misterio, es un sí, un hágase. Y es que, en el poeta, que también ha de recibir otra llamada, otra anunciación –como le ocurriera a María–, hay siempre, por ello, algo de femenino, pues la poesía requiere un vaciarse por parte del poeta, requiere esta-blecer en su interior anímico una estancia vacía, para que puede acceder a ella el ángel, la inspiración, la llamada, el anuncio, de los que surge la palabra reveladora e iluminadora.

Por ello Quintín García recurre, de nuevo aquí, al símbo-lo de la luz, que ya hemos analizado en su escritura. Nos habla del «fulgor de la palabra / hecha anunciación». En el cuadro, sí, como en el misterio de la anunciación, hay dos mitades, pero hay también ese espacio intermedio entre ellas, para hacer posible ese «fulgor de la palabra» de que habla el poeta.

Luego, ese «fulgor de la palabra» es potenciado a través de términos, conceptos y símbolos, como los de «fuego» («somos hijos del fuego») y «música» («Hay música de cámara / en esos labios dulces / que pronuncian palabras»); muy significativos y potenciadores ambos, de lo que ha de ser la palabra poética: in-tensa y musical.

Pero hay más. El poeta nos habla de un itinerario simbólico clave y regenerador en la vida de todo ser humano: el itinerario desde la tiniebla, la oscuridad o la sombra hacia la luz, la claridad o el fulgor. Esa es la clave.

El poeta, reiterativamente, a modo de letanía y casi de con-juro, nos indica: «Venimos de las sombras a la luz», «Venimos de la noche hacia el albor», «Venimos de la noche hacia la luz».

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Quintín García: la poesía como un itinerario hacia la luz

Coda

Y este itinerario simbólico que traza el poeta, Quintín Gar-cía, de las sombras a la luz, de la noche hacia el albor, o de la noche hacia la luz –que es universal y del que todos tenemos experiencia–, es el que recorre toda su poesía, una poesía que busca, por encima de todo, esa luz que nos humanice; esa luz que, a través de una palabra purificada, clara, diáfana, musical y de altura –como corresponde a un poeta verdadero de la Meseta– se convierte también en belleza y en revelación. Que esa ha de ser una de las funciones que hoy, como siempre, ha de tener la poesía cuando es verdadera.

No hemos pretendido ni querido realizar un análisis profe-soral y tedioso en torno a la poesía de Quintín García. Tampo-co hemos querido acotar de modo analítico y acabado el corpus poético del autor castellano. Hemos querido partir más bien de nuestra perspectiva –que reivindicamos– como lector, porque sin lector (que recrea lo que el autor crea) no hay tampoco crea-ción posible.

Y, desde tal perspectiva, hemos querido trazar unas claves –desde lo que Antonio Colinas llama «pensamiento inspirado», concepto de raíz zambraniana–, que, creemos, pueden iluminar (así lo desearíamos) la escritura poética de Quintín García, un poeta verdadero.

La Alberca, 20 de marzo de 2016mañana del Domingo de Ramos,

vísperas del inicio de la primavera.

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SUMARIO

Páramos de luz Primer Premio en el Certamen de Poesía “Pucela 2004”. Círculo

Vallisoletano de Baracaldo ................................................................... 23

Bodegón de aromas y recuerdos 1.º Premio del VI Cocurso de Poesía “Tostón o cochinillo de Aré-

valo”, 2007 ............................................................................................. 25

Brindis ritual y quizás último 1.º Premio del Certamen Literario “De la viña y el vino”. Cofradía

del vino de Navarra. Olite, 2006 ........................................................ 33

De las sombras a la luz, en La Anunciación de fra Angélico 1.º Premio del Concurso de Poesía Ruta de la Plata. Cáceres, 1999 . 39

Elegía por un paisaje de sombras asesinadas en el mar 2.º Premio en el Concurso en defensa del Emigrante de la Fundación

CEPAIM, 2012 ...................................................................................... 43

Noche de laberínticos vuelos de murciélagos 1.º Premio ex aequo en el XX Premio Nacional de Poesía. Peñaranda

de Bracamonte, 2014 ............................................................................ 51

Paisajes de muerte 2.º Premio del XI Premio Nacional de Poesía, 2004. Peñaranda de

Bracamonte ............................................................................................ 57

Redoble de la luz arrancada a la noche 2.º Premio en el IX Premio Nacional de Poesía. Hermandad de Co-

fradías de Semana Santa. Peñaranda de Bracamonte ....................... 61

Memoria de ti resucitada Homenaje a Pepe Ledesma de la revista Álamo. Salamanca. Mayo,

2007 ........................................................................................................ 69

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Sumario

Del río y sus enigmas. De amicitia Caius Laelius fue la persona a la que Cicerón dedicó su Diálogo

De amicitia convirtiéndole desde entonces en el símbolo literario del buen amigo. Babilafuente, enero de 2012 .................................. 75

Contra el olvido En el libro Rutas para el camino. Homenaje a Bernardo Cuesta, están

publicados un poema dedicado a él, Del río y sus enigmas (De ami- citia), y un largo poema en prosa que hace de epílogo del libro, Contra el olvido. El libro está editado por la ONG Acción Verapaz en Editorial San Esteban, Salamanca ................................................. 79

Almendro en luz 1.º Premio del Concurso de Artículos literarios La flor del almendro.

La Fregeneda, Salamanca. 2003 ......................................................... 85

Del invierno a la luz Asociación Cultural «El Zurguén», 2009. Morille. Salamanca ........ 89

Carne en fulgor Premio Kutxa. Ciudad de Irún, 2006. San Sebastián....................... 107

Íntimos retornos a Teresa Edición digital en la Editorial Bubok, 2015. Edición en papel Grá-

ficas Lope. Salamanca .......................................................................... 141

Elegías para un tiempo de víctimas Accésit del XIII Certamen por la Libertad y la Paz de la Fundación

contra el Terrorismo y la Violencia Alberto Jiménez-Becerril.................. 175

PÁRAMOS DE LUZ*

* Primer Premio en el Certamen de Poesía “Pucela 2004”. Círculo Vallisoletano de Baracaldo.

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Tierras de fuego y hielo, heridasde la luz, donde nací, viejaPincia romana, sentadasobre lábil serpiente tenue y plata de una Esgueva de ovas verdes, cuerpospúberes y cangrejos de entonces, fontanaprimordial en la que bebí canciones y fragancias maduras del aire a zarzamoras en los largos veranos y silvestres.

Largossurcos de trigo y piedrasaltivas en el páramo que el toscoarado romano horadabaen el vientre huraño y ocrede la tierra y el aire para saciar la sed de luzde mis ojos de niño.

Mochil de veranos inextinguibles, de ojos que crecían desbocados como caballossin brida hacia el horizonte y el origen de las cosas, haciala claridad más purapor largos caminos de silencio.

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En este mismo instanteregreso a aquella luz primera, a aquellos páramos de luz y de horizontes, guarecidosaún en la sonora música púber

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Páramos de luz

de Valdepiña que tocouna y otra vez en mi memoria.

Sinfonías también de infiernosde gavillas por coger al rojo vivo,de cielos salvajes en oloresa espliego, a tomillo, cielos de sabores al aire, al agua, a la tierra y al fuego, prístinaraíz de mí. Regresoa aquella infancia azul, dádiva donde habité tan dulcemente.

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Una vez aprendido el nombre verdadero de las cosas y palpadas con mis manoslas distintas formas y colores; y sorbidoel humo, tan gris, mentiroso, de las cúpulas doradas donde ardí, vuelvo andando, desnudode horizontes, por los mismos surcos largos, inextinguiblespor los que me marché. Y dejootros paisajes, otras incertidumbres y sombras, labradoscon la gubia de un tiempoya colmado, al cuidado de olvidos y de ebrios silencios.

¿Por cuánto tiempo aún? Sólola luz.

BODEGÓN DE AROMAS Y RECUERDOS*

* 1.º Premio del VI Cocurso de Poesía “Tostón o cochinillo de Arévalo”, 2007.

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1Elevo entre mis manos, dolidas ya de cosechas y reúmas, la cazuela de barro donde habitas, tostón bendito, en tu última morada, ahora relimpio y dispuesto para el rito final entre aromas de incienso y de tomillos. Te elevosobre las cabezas de esta congregación devotareunida para celebrarte y besotu frente bendita y alabada como aquel pan antiguo que besábamos al iniciarmi padre santiguándose la comida familiar.

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Y al besarte invoco la sagrada memoria de los míos que me enseñaron a vivir contigo en la lejana casa solariega, a compartir infancia y correrías por aquel corral antiguo, arca de Noé donde cada animal teníais vuestra hornacina de perfiles mudéjares, hoy vacío y herido de nostalgias y ortigas, como yo, comoaquéllos que ahora nombro en mis adentros con temblory a quienes ofrezco este encuentro familiar y tu ritual sacrificio, cochinillo bendito. ¡Va por ellos!

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Invoco también, agradecido, la memoriade los tuyos, tostón hermano de aquellas oncecriaturas en blanco y rosa que la cerda Polaca nos traíacomo una bendición celestial para matar el hambreque habitaba en el calendario de posguerra entre

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Bodegón de aromas y recuerdos

mendrugos de pan, garbanzos en cocido castellano un díay otro día y otro día, piñones, sopas de ajo y redondaspatatas, diminutas, que con los de tu razahabíamos de compartir a la hora del alba –¡niños,no os las comáis todas, que a ver qué le echo luego a La Polaca!–, decía mi madremientras nos separaba de aquel frugal manjar caliente, pote negro de tres patas donde hervía la vida al amor de la lumbre, antesde salir hacia la escuela de mapas de hule y tinterosde azulada anilina, o a acarrear espigas y vientos y horizontes de luz azul en las altas llanuras de aquel lejano Arévalo, tan lejano como los viejos veranos, ay, al amor del Adaja.

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¡Va por ellos también!, por los tuyos, tantoscomo yo cuidé con mimos de hojas verdesde berzas y cáscaras y caricias en el lomo de estas mismas manos, ya dolidas de fuegos y caminos, que te rinden veneración y culto, cochinillo de Arévalo, biznieto largo de aquella raza antigua hecha sangre cocida en la matanza familiar, mondongo y chicharrones crujientes, ahora horneada tu piel de brillos y fulgores como la capa de un rey en noche de galas y victorias, revestidade mantecas y vinagres labradas en los agrios hielos del invierno, tersa y churruscada como una tentación, como la manzana sonrosada y primera del primer Paraíso, recreado hoy aquí en el íntimo mesón donde habito y te celebro con los míos.

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Quintín García

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En esta hora penúltima de herencias dejoguardada sobre el sagrario de barro que te acoge, tostón bendito y alabado, baluarte y pendón de estas tierras de la Moraña cereal y pinarera envueltas en las nieblas y glorias de sus viejas leyendas, la memoria ennoblecida de tu especie, sagrado tótem desde antiguo, que sostenías firmes las manos y los pies de cuantos araban la tierra en tareas de Sísifo un año y otro año, o beldabanel trigo para el pan candeal, o robaban a las cepas su sangre para el vigor del año y los caminos,y para la fiesta. Hoy tótem párvuloy aleve, pero dispuesto también para que comulguemos de tu carne y hagamos de tu sangre nuestra sangre por los siglos de los siglos.

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Déjame, pues, cochinillo de aromas y recuerdos, criado en la Moraña de soles y de hielos, antes de rendirte pleitesía con el primer mordisco voraz y agradecido, ofrecerte en brindis sagrado a honor y gloria de cuantos nos precedieron, tuyos y míos:¡Va por ellos! ¡Y a la saludde todos los presentes! Amén.

BRINDIS RITUAL Y QUIZÁS ÚLTIMO*

* 1.º Premio del Certamen Literario “De la viña y el vino”. Cofradía del vino de Navarra. Olite, 2006.

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1Con la jarra de este vino ritual y sus proclamas presidiendo la mesa para la celebración –En el nombre del Padre…– de mi ochenta cumpleaños ¿por quién he de brindar y derramarme en esta hora de brumas, quizás última, que me acusade haber vivido tanto al arrullo benigno de las vides y sus evocaciones y delirios, lejosde las escaleras mecánicas y de la esbeltezde los rascacielos?

En día tan azul brindaré primero por quienes se marcharon más allá de la luz y esperan la consumación para el encuentro. Es lágrima y silencio y plegaria mi brindis: ¡Va por ti, padre!, te recuerdo a la sombra de un carro que manaba leche y miel ejerciendo de pelícano sacrificial: tomad y bebed, nos decías mientras asperjabas el viento con la sangre de tus venas. Comed de la cazuela y bebed de la bota ennegrecida de chorretones y de soles, es el pan y el vino, granados, de mi esfuerzo.

Abríamos el pico como pájaros nuevos seducidos por el ácido sabor sagrado de la sangre. Y el vino encendía de besos y músicas sonoras aquellos ojos aurorales abriéndose a la vida cuando aún era abril. Pero llegó la noche. Y te marchaste. Por eso te recuerdo en el bermejo amor del vino y abrazo tu memoria en la roja teja perdurable de la jarra. ¡Va por ti!

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Brindis ritual y quizás último

2

Brindaré también por los presentes, sarmientos todos que sois de aquella cepa inicial que mi padre plantó –… en el nombredel Hijo…– en esta casa solariega. Conmigohabéis vendimiado la heredad y recogido tantas veces el mosto sudor sagrado de mis días sembradosen los surcos amarillos dispuestos para el parto, quizásúltimo. ¡Va por vosotros y por vuestros horizontes el vino de la jarra y pongo en ella con un beso las huellas de la herrumbre que el tiempo largo ha ido dejando sobre mis labios, escarnecidosya de olvidos y batallas pendientes! ¡Bebedme con el vino!

Brindo al fin por mí, desperdigado y roto por los caminos que la sed ha ido marcándome en la piel de estas tierras y su ancha memoria. De anillos y sandalias en los pies me desnudo para la última revelación. Me atosigan igualmente la ropa pegadiza y los círculos obstinados de ceniza que rodean mi tronco de viejo roble que ha de ser sacrificado. ¡Va por él!

3Miro la belleza del vino construido para ser meditado y acompañarel paso débil de los caminantes, y entonces sus destellos atemperan mis miedos a otros viajes cercanos de sendas tan ignotas, y me salvan de las ruinas que atisbo detrás de las paredes recias de la casa que nos habita y sus caricias.

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Quintín García

En esta hora familiar y dulce de la carne mía marchita –…y del Espíritu Santo…– prueboel vino y me dejo guiar por sus palabras escritas en el umbroso recorrido por mis venas: ellas me reconcilian, indulgentes, con cuanto he sido y cuyas cenizas pueblan ya los jardines de la casa solariega y la rosa de los vientos.

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Ahora que inhabitáis mi sangre y corréis a lomos de potros desbocados, invoco tu vigor, vino, para los fríos del invierno próximo; invoco tu color de cerezas en sazón y violines como bálsamo de mis ojos heridos ante el claroscuro del enigma a punto ya de abrirse e inundarme con sus aguas purificadoras; busco el sabor carnal de tu cuerpo incorpóreo, lúbrico, para mi lenguahuérfana por soledumbres y silencios. Indago en la agria planicie de tu piel, vino, tu alma o señal, miniada sabiduría arrancada a las videsa las que serví como un criado antiguo y fiel y que os dono en herencia y memoria de mí, hijos, con el brindis final y mi rúbrica:

Vigía aún sobre la proa de la mesa solariega que proclama mi ochenta cumpleaños, aún de pie, y ajeno al ruido ronco de las torres de Babel y sus estelas y fulgores, pero cierto de ser anegado por la mar y el Hades que vienen a mi encuentro, brindo con el fuego de este vino nuevo que arde en mis manos

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Brindis ritual y quizás último

por la inmortalidad de cuantos nos precedieron, tantos; de cuantos, presentes, celebramos el rito heredado de los dioses, quizás último; y de quienes nos sucedan por los siglos de los siglos, … amén. ¡Salud!

DE LAS SOMBRAS A LA LUZ*

en La anunciación de fra Angelico

* 1.º Premio del Concurso de Poesía Ruta de la Plata. Cáceres, 1999.

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Dibujó fra Angelico rayos de luz atravesando el cuadro y el tiempo se detuvo, se detuvo el aire para escuchar el sí de labios de esa jovenque recoge sus manos sobre el vientrecomo quien entrevé los primeros latidos, el halo del misterio, la fuerza poderosa de la vida naciendo de la súbita luz que inunda la morada como un trueno: fiat, sea, hágase.

Y el hechizo fulgor de la palabra hecha anunciación y juramento rompió el cuadro en dos mitades: anverso, verde vegetación, oscura tierra, manzana, desencanto, huidahacia el exilio, noche, en una parte; en la otra: reverso, albores, sienas, azules, día, alas de vuelos altos, arquerías sin puertas ni ventanas para augurar un instante de luz eterno, sucediéndose en un azul perenne: venimos del invierno hacia la luz. (Proclamami alma la grandeza del Señor)

Desde entonces somos hijos del fuego.Porque es fuego en quietud, delicada ternura el candor de esos ojos derramándose sobre los nuestros ahora que los miro, como entonces hiciera el ángel sin apenas atreverse. (Porque ha mirado la humillación de su esclava)

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De las sombras a la luz. En La Anunciación de fra Angelico

Hay música de cámara en esos labios dulcesque pronuncian palabras –(....a los hambrientoscolma de bienes…)– para el libramiento de los ojos que han sido encantados por el áspid.Palabras –(…y a los ricosdespide vacíos…)– para la exoneraciónde la cárdena mordedura de la muerte y de la inanición de las manos vacías ante el desprecio enfurecido de los débiles asesinados en el mar. O crucificadoscomo Cristos rotos contra las vallasde espino diseñadas por quienes habitanlas altas nuevas Torres de Babel –el FMI,el Mercado, las Patrias. Palabraspara curar el hastío en las sienes cuando el cierzo zarandea la tenue arboladura de mis huesosal final de la tarde.

Venimos de las sombras a la luz: fuimos también nostalgia de manzanas y abalorios,paraísos perdidos en la imaginaciónhasta sabernos hijos de los diosescuando concebidos en el fuegode ese rayo de luz.

Venimos de la noche hacia el albor:Porque aún sigue la joven –se llamaba María– a pesar de la ceniza de los siglos sobre el cuadro abrazando su vientre, ofreciéndose para curar la orfandad de los náufragos.

Venimos de la noche hacia la luz.

ELEGÍA POR UN PAISAJEDE SOMBRAS ASESINADAS

EN EL MAR*

Nuestros perseguidores eran raudos,más que las águilas del cielo;nos acosaban por los montes,

en el desierto nos tendían emboscadas.

Lamentaciones 4, 19

“Éstos, ¿no son hombres?¿No tienen almas racionales?”

Sermón de antonio montesinos

a los primeros conquistadores de América.

* 2.º Premio en el Concurso en defensa del Emigrante de la Fundación CEPAIM, 2012.

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ACTO 1º

Inexorable como una maldición de nuevosdioses sedientos, repetido y repetido, el telediariode la noche relincha cartografías y aguas abisales, agrios guarismos de sombras y vísceras regresados del fragor asesino del mar y sus patrones: señores, diez mil naos con sus guarniciones de asalto chocan contra los acantilados y fenecenantes de llegar a Ítaca.

O sus cuerpos y almas, devastados, arden en las alambradas y altas almenas con que nuestras Autoridades nos defienden de los salteadores y leprosos mientras se beben con bacardí un concierto de vihuelas y cruces y medallas para honrar la antigua memoria conquistadora de la Patria.

¡Derramemos –dice el heraldo–, una lágrima, dos, por ellos, por quienes son exterminados bajo el cascarón derruido de su sino!

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Elegía por un paisaje de sombras asesinadas en el mar

ACTO 2º

Yo me persigno, pobrecillos, vienen huyendo, míralos, míralos, –¿cuándo cenamos, Luisa?, es hora–. Mientras me recupero del mensaje cifradodel heraldo, ¡ay!, voy ordenando la muda orografía gris de los platos en derredor de la mesa y miro receloso en la distancia el escaparatede orlas fúnebres por si me asalta la cárdena mordedura de sus muertes:

Del hontanar catódico se yerguenherrumbrados fantasmas, espectrossin derecho a nombre y apellidos, sóloceros y ceros como geranios fenecidos, minotauros quebrados por la luz cenital de la noche más oscura, fugaz linaje huyendo de la nada hacia la nada. Presiento por mi espalda una turbamulta de alacranes, el eructo ronco de los buitres que olfatean el aire turbio de una carne tan triste.

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Quintín García

ACTO 3º

Se le han quedado mudas, un instante, las palabras al heraldo, hueras las palabras y el rictus pesarosode sus labios. Sobre mi mesa dispuesta para el ágape repican los cuchillos contra los tambores hechoscon la piel de los antiguos esclavos, las cucharas declaman a cuatro voces mixtas el húmedo pregón de un Dies irae. Y yo fabrico hachones malvas funerarios en su honor con las manecillas del reloj varado en esta hora avergonzadade las 9 de la noche (¿cuándo cenamos, Luisa?) para poder ingresar en el fúnebre rito:

Continúan el desfile los ceros sin nombre contra el ventanal amargo amontonándose, entrechocando perfiles por salir los primeros a decir sus palabras de ceniza. Bailan los ceros una danza de sonidos sin sílabas; bailansobre las aspas en cruz que marcan en la pantalla ritual las 9 de la noche –vertical revelación horizontal y repetida– seis millones de ceros sin nombre, sólo un número sobre el prestado sudario: el 0. Y escuetamente, en sobreimpresión, la signación de las patrias: Etiopía,Mali, Mauritania, África Occidental,Siria, Argelia, Túnez…

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Elegía por un paisaje de sombras asesinadas en el mar

ACTO 4º

Un hilo de pésames ensayados zurce en rojo y violeta el crespón de sus lejanas fotografías que recorre la agria geografía catódica y alcanzala ensalada de puerros dispuestasobre el mantel purísimo, verdes, blancos, purísimos; cárdenas, sanguinolentas, sus miradas raptadas por el éter, yertas. Apaga eso, cariño, nosotros somos vegetarianos.

ACTO 5º

Apagué. De regreso se me habían quedado asidas a los dedos como lapas a la herrumbre de un barco las sombras fantasmales de esos ceros inertes, de pie sin piernas sobre la redondez de mi mesa camilla, blanca, purísima, sobre la redondez herida de la tierra que limita a las 9 de la nochecon mi plato de puerros, fusilados, verdes.

Echa aceite, cariño, se me han quedado secos, hoy los niños no vienen, están haciendo surfing con el colegio.

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Quintín García

ACTO 6º

Cesan en el sopor asustado de mi vientrelas voces de la Farsa, el bailegris de las máscaras, sólo números, tibios, fusilados, verdes como los puerros, glaucos los ojos del miedo que persigue a los ciervos al amanecer por las sabanas sin dioses protectores. Sabesu carne amarga de zarzamoras a destiempo, qué ascocasi cruda, violeta, amarga. PonEl Tiempo si quieres, cariño, quizáshaya olas sobre el Atlánticoy corran peligro nuestros hijos.

ACTO 7º

Señores, hasta mañana, cortó el heraldo. Felices sueños.

(Y soñé, sí. Pero al despertarme aún seguían de pie, ensoberbecidas, las patrias con sus dulcespatriarcas. Y huíande sí mismos los cadáveres).

NOCHE DE LABERÍNTICOSVUELOS DE MURCIÉLAGOS*

Entre mis ruinas me levanto,solo, desnudo, despojado,

sobre la roca inmensa del silencio,como un solitario combatiente

contra invisibles huestes.

La poesíaoctavio Paz

* 1.º Premio ex aequo en el XX Premio Nacional de Poesía. Peñaranda de Bracamonte, 2014. Tema: Los laberintos de la soledad, Octavio Paz.

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1¿De dónde cuelgo yo mis ojos vulnerados, estas casas vacías que me habitan, el frío invierno de mis huesos y silencios? ¿De dóndela herida soledumbre de mis noches siguiendo y siguiendo, unahora tras otra, este laberíntico vuelo de murciélagos, el sordo reptar de las serpientes? ¿Acaso de estos brazos ya muñones y baldíos? ¿Del quicio de mi puerta removido por tantas tormentas y derrotas? ¿O de las diademas y tiaras que adornan las cabezas de los dioses al uso?

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Colgaré –me dije– esta historia mía de hombre, desolada, de los hombros patronales de tronos, dominaciones y potestades ( la Bestia, la Gran Ballena Blanca, las Torres de Babel –torres KIO, torres Petronas, torres Gemelas redivivas–, la Gloria de Bernini hipostasiada, el Mercado, las Patrias) que me susurran paraísos a la carta: nuestros vigías salvarán tu nave.

O de la bífida lengua de la serpiente, siempre enhiesta y en ascuas, siempre viva, que me ofrece en sus escaparates flambeados refulgentes frutas prohibidas, adagios de violines de marfil, mientras subo la senda.

Quizás te convenga colgarla –insistí– de los dulces augures (diosecillos virtuales, el Gran Hermano catódico e icónico, la Wikipedia…), tan solícitos, que te gritan desde el ágora: siempre que llueve escampa y ya verás cómo mañana sale el sol.

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Noche de laberínticos vuelos de murciélagos

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Pero siguió lloviendo tanto, tanto, que cuando por fin escampaba estaba ya calado hasta los huesos, a puntito de ahogarme, la cara entumecida, amarga de cenizas la lengua y los andares, derrotado (Laoconte dolido de serpientes). Y además había siempre alguien que robaba el sol por muchos días y soltaba de la madriguera del Averno a los cuatro jinetes –rojo, negro, verdeamarillo y blanco– de El Apocalipsis aprovechando sin duda la complicidad obscena y bastarda de la noche: mi boca solo acertaba a imitar, torpe, en sorda bocina, el grito de El Grito de Munch: la ceguera y el frío se me hicieron persistentes. (En fin, tampoco allí había percha donde asir mis soledades y cobijar estos ojos heridos de zozobras, menesterosos de luz y paraísos: Creció mi sed).

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Así que prescindí de los dulces augures, tan solícitos, y de los cantos de sirena del Becerro de Oro y de los buitres –el Ángel Exterminador, el filicida dios Cronos y sus devastaciones, la Gran Crisis deicida, Wall Street– que día y noche me asaltaban con sus altavoces desde los altos, turbadores cascabeles de La Farsa. Ya puestos me atreví incluso a prescindir de mis castillos en el aire, tan carne de mi carne aunque sin carne y huesos, fantasmas áureos que me han acompañado desde la larga orilla de la infancia. Me quedé desnudo. (Alguien me había borrado, inmisericorde, del número de los 144.000 salvados, escritos en el Libro).

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Quintín García

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Hasta de mis lamentaciones prescindí, a veces tan convincentes. Y una vez purificado del exangüe fulgor de los líquenes adheridos a mis pies, me puse, como Sísifo, a subir por mi cuenta la piedra acodada a los ijares. Me puse a aprender que nunca se hace cumbre sino con la muerte; que detrás de una cima viene otra, y otra, y otra; que la piedra se cae; que la vida es sólo tener las manos llenas de tejer día a día la choza de espadañas, la choza, ay, donde guarecernosde la lluvia, la que hemos de dejar en herencia a los vientos y a los hijos. Aprender que sólo nos corresponde un trocito de sol. Y de tierra –la justa para asentar los pies–. Y de fuego. Y saber que es bastante. Por lo menoshasta la partida final contra la muerte. (Solo nos examinarándel dolor de las manos).

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Desde entonces he perdido esa obsesión por encontrar perchas ajenas donde colgar mi ropa y mi condena. O quizás me he acostumbrado a que sólo es posible esperanzarse en la sola andadura de mis pies. ¡Miento!: hay calor y luz en las manos tendidas de cuantos menesterosos arroja La Bestia contra los acantilados. Y de los ciegos y mudosa los que el miedo arrancó los ojos y la boca y claman señalespara ascender la senda. Con ellos subiré la piedra. Y tejeré la choza de espadañas. Con ellos beberé del fuego y de la miel que logremos robar a los salteadores. De ellos seré testigo, enmudecidocentinela en esta larga noche de huerto de los olivos, antihéroemelancólico alimentado de las brumas inocentes de la Arcadiao del núbil asteroide de El Principito.

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Noche de laberínticos vuelos de murciélagos

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De ahora en adelante me pasaré las noches vigilando la oculta andadura del sol, tan lenta, tan oscura, por esos mundos ignotosque le ocultan hasta su exacta cita con el alba. No vaya a ser que algún día alguien vuelva a robar el sol –tronos, dominaciones, el Hongo nuclear, los Agujeros Negros, el Lehman Brothers– y no haya luz con que lavarme y renacer, prístino, al flujo verdadero de las cosas. Ni fuego en los abrazos de los náufragos con que consolar esta carne dolida y fría, esta historia de hombre tan crecida de soledumbres y de laberínticos vuelos de murciélago.

PAISAJES DE MUERTE*

* 2.º Premio del XI Premio Nacional de Poesía, 2004. Peñaranda de Bracamonte. Tema: Y llegó la esperanza.

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1Como amargo rumor traído por el viento,de lejos llegan gritos con los ojos cerrados y la boca cerradapara que no pronuncien la sentencia.

Pero el viento que arrastraun hedor amarillo reclama para sí el nimbado designiodel profeta: decir he ahí el crimen, he ahí el crimen.

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Desde entonces crecieronen los jardines del viejo paraísorosales erizados de alfanjes, rojas manospara la sangre. Desde entonces el viento guarda la memoria cainitadel fulgor amarillo en las pupilas del sayón,esa errática señal de la sangreengarzada en su frente.

Y expulsaa los moradores del Edén.

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Desde entonces, cada noche,los heraldos de los ciervos heridos por la muerte irrumpen en mi alcobaa pedirme venganza, a que tomede sus lenguas de víctimas la herencia,

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Paisajes de muerte

la flor amarilla del venenoy rocíe con sus pétalos las jambasde todas las estanciashasta la vieja costumbre de la sangre.Hasta la desolación.

4

Y me sumen en llantos: las hojas arrancadas al último abedul camino del invierno arrastran de nuevo hasta mi puertael silbo agraz de la serpiente,la magulladura de la carney la ceniza. Y el alba, mancillada,desnace en las sombras huyendode las bífidas lenguas amarillas de las víboras.

5

¡Con qué nevero prístino, con qué lluvia o luz laváramosesta herida amarilla de la sangre!

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Pero nada, nunca, ningunapalabra de luz será de nuevodicha por nadie sino solo crimenpor el viento que llegadel Éufrates: ¿dónde,Caín, la yerta mudezde Abel?

REDOBLE DE LA LUZ ARRANCADA A LA NOCHE*

Se consumen en lágrimas mis ojos,de amargura mis entrañas,

se derrama por tierra mi hielpor la ruina de la capital de mi pueblo,

muchachos y niños de pechodesfallecen por las calles de la ciudad.

Lamentaciones 2,11

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,clamando: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”

Pero el cadáver, ay, siguió muriendo

césar vaLLejo

Poemas Póstumos. Masa. 3ª estrofa

* 2.º Premio en el IX Premio Nacional de Poesía. Hermandad de Cofradías de Se-mana Santa. Peñaranda de Bracamonte.

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אÁLEF

Estoy herido, verde, remansado, pudriéndome como el agua de la balsa del molino de mi infancia, agria, pudriéndose, pudriéndome de insaciados castillos en el aire y de brazos de árboles antiguos seccionados y verde putrefactoque el viento de la vida deposita en el caucelargo de mi río y están ahí pudriéndose, esperando a que el molinero abra las compuertas y movilice el agua y continúe y crezca por su senda. Y muela. A ver si llega el día.

בBET

Porque la vieja balsa de mi infanciaretenía el agua seis días a la semana: y el aguase pudría, quieta, estancada, fétidade lamentos y de ansias, sedienta: gatos ahogados,panza arriba, y tenues pájaros azulesaturdidos con los ojos poblados de moscasverdes hacia el sol del mediodía. Hasta que al séptimo día el molinero abría las compuertas y toda la balsa se vaciaba con estruendo

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Redoble de la luz arrancada a la noche

y el agua remansada renacía y crecían y crecían sus fauces enfurecidas avanzando, retumbando como un aleluya de Haëndel estruendoso de quieneslograban entrar en tierra prometida.Y se precipitaba en cascada el agua como si ejércitode hunos contra las aspas dispuestas del molino y se hacía el milagro:los granos del rubio candeal se sustanciabanen pan y hostias sobre el altar de aquellas ruedas de piedra que girabany giraban. Y molían. Al día siguiente el molinero repartía dulce la hogaza por las casas. A ver si llega el día.

גGUÍMEL

A ver si llega ese séptimo día y alguien abre las compuertas de la balsa y estalla el agua, este agua mía remansada, verde gris ceniza de cincuenta y ocho años, secos, pudriéndose, y puedo precipitarme en cascada sobre las aspas giratorias de estas piedras ciclópeas, mausoleos anclados, dólmenes funerarios eternizados (comoel monolito imperial, contaminado, en mitad de la Urbe, el Lehman Brothers, las torres KIO, la Gloria de Bernini hipostasiada) Y descalabrarlos. A ver si llega el día.

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Quintín García

דDÁLET

Y descalabrarlos para que de su frente corra rojala sangre de la piedra y se mezclefebril con la blancura de la harinahecha torta de leche inicial guardadaen la memoria de cuando fuimosniños, ahora tan cansados, pudriéndonos, remansados como la panza arriba de los gatos, verdes como las moscas al sol de los pájaros azules derribadosen la balsa antigua y rediviva.

A ver si llega el día... A ver si llega el día.

זHE

Mover, mover las grandes piedras, exequiales, ciclópeas. Y molerpara la hogaza azucarada y las hostiascolmadas del canto y el abrazo. (Estápetrificado el salmo y la palabra, sin luz, sin armonía. Tengo sed. Como los gatos panza arriba de la balsa o los ojoscon moscas verdesde los pájaros).

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Redoble de la luz arrancada a la noche

A ver si llega el día... A ver si llega el día.

הVAU

Pero no llega el día, porque los calendarios con los níveos deseos no tienen pies para correr por los cauces antiguos, putrefactos, de los ríos ni manos que abran las compuertas y arrojen luz contra la desesperanzay me salven. Y nos salven. (Las hojas de los calendarios nunca se caen, nunca; han de ser arrancadas)

No llegará el día, porque los calendarios con los días amarillos de la suerte –… ¡a ver si llega!..., ¡a ver si llega!…– sólo son balsas donde nos juntamos los cobardes, aunque secos sedientos (como los gatos, como los pájarosazules devastados)

זZAYIN

No, no llegará el día si no lo creemos, si no lo creamos con estas manos verdes, heridas, ocupadas ahoraen deletrear unas líneas de azul y poesía

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Quintín García

tendidas hacia dónde; manossólo gritando, sólo llorandoputrefacción y sombras; pero sin bajaraún desde el desaliento a la tierra y las viejascenizas con que amasar adobes iniciales, humildescomo las sonrisas de los adoloridos, para con ellossuplantar por pequeñas estancias donde la luzlos densos mausoleos y los templos que ahogancon sus manos de hierro e ignominiael salmo y la palabra.

חJET

Sí,el día de la luz hay que engendrarlocon horcas y guadañas como las piedrasengendraban la harina inmaculada, dulce,en el molino de mi infancia: triturandoel grano candeal.

Igual que el solengendra el alba: con dolor de oscuridades.

MEMORIA DE TI RESUCITADA*

* Homenaje a Pepe Ledesma de la revista Álamo. Salamanca. Mayo, 2007.

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El verbo se hizo fuego en Pepe Ledesma una noche de nieblas, en diciembre, bajo las piedras ciclópeas de La Clerecía que se abismabancontra su carne frágil, apenasun liviano juglar de capa y gorra que movía las manos y los labios de luz vertiginosamente en mitadde los charcos de sombras, y tronabansus labios a la noche ascuas y lavas íntimas:

Calle de la Compañía, silencios, melancolías.

Veníamos de uno de esos actos repetidosde lecturas y cenas tardías con vino y confidenciasy Pepe se miraba en el espejo lloroso del piso de la calley hurgaba y hurgaba su alma adolorida, desnudo contra la piedra y la noche, y las nieblas del fondo, y recitabaposeído de nadas existenciales y de muertes:

Calle de la Compañía. tristezas y losas frías.

Estaba Pilar, que había urgidoa la representación como si en bodas de Caná, y Emilio, cuyas barbas, remojadasen la niebla, emanaban de forma natural dulcesmaldades asturianas y versos súbitos. También Bernardo y Juanito Huarte y yo, estatuas silentes, destelladas ante el fulgor del profeta consumiéndose en mitad de la zarza. Y sin embargoPepe Ledesma remaba en las capas de adentro, donde somos tan nuestros y tan solos, y partía la vida

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Memoria de ti resucitada

en doble filo, en esos dos surcos, yuxtapuestos,que nos cultivan y florecen:

Calle de la Compañía. soledades, alegrías.

Serían esas horas desnudas y altasde la una, o quizás, de las dos de la madrugada, envejecidas de sombras y neoclásicas arquitecturas, cuando los ojos se niegan a mirar ya cansados de los vaivenesdel día y de las andaduras de los pies en carne viva, y Pepe, solo frente a la vertical frialdad de la Pontificia, apenasempinado en las últimas escalerillas paraarroparse de las orfandades de la vida, recordaba:

Calle de la Compañía. copla de la infancia mía.

Sonaban jolgorios de campanas para estrenaruna fecha nueva en el reloj de la Plaza contigua y confidente, pero Pepe indagaba signos y señales, presentíaestertores de su propia muerte, tan traída, en las vísceras de un tiempo huido calle abajohacia las nieblas del ábside de las Úrsulas y la agria escultura de don Miguel de Unamuno. Y llorabacon los últimos truenos de su voz:

Calle de la Compañía. ¡D. Miguel en la agonía!

(Aún sigo, Pepe Ledesma, oyendoen los fantasmas que me habitan aquel verbotuyo incendiado en mitad de las sombrasde la calle de la Compañía, cuando en estos alcores del balneario de Babilafuente se cae también la tarde y hay nieblas en el valle largo y miro

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Quintín García

los halos y fulgores que emanan tus huesos dormitandoen Encinas –raíz y tierra última, seminal–, lamidosdulcemente por el Tormes que corre y corre tenaz, arrastratu voz ardiendo hacia la Mar o seno primordial, y se hace intemporal con el paso del tiempo tu memoria que me llega en el viento. Y la respiro.Y en mí te resucita).

DEL RÍO Y SUS ENIGMAS–de amicitia–*

En memoria de Juan José González Maestro,de Alfredo Encinas y de Bernardo Cuesta,

compañeros de ruta y amigos,que se han marchado más allá de la noche.

* Caius Laelius fue la persona a la que Cicerón dedicó su Diálogo De amicitia convirtiéndole desde entonces en el símbolo literario del buen amigo. Babilafuente, enero de 2012.

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Del río de la vida y su inhóspita caricia, fugazmansión de sombra y luz, se marchó ayer Caius Laelius, aquel siamés azul injertado a mis pies, que estrenó conmigo himnos inocentes, romeríasde julio, dulces tubas de maizales, aromas de almendros en flor dispuestosen las sendas. Y el pan bregado con sudor que robábamoscon otros a los días de agosto.

Durante años celebramos nuestras sangres audaces, quizás alborozadas, con el fuego sideral de la noche de san Juan. Allícrecimos lavándonos la herida abierta de la vida, siempre sombra y luz, sed voraz, en el agua lustral del río y sus enigmas.

Guiados por un fulgor cenital y sus anhelos, anduvimos, juntos aún, tantas leguas por aire y mar y fuimosavefrías o feroces tiburones, o tórtolas amatorias según la estación y la orientación de los alisios.

Hasta que un día el sol, heridotambién en sus fulgores insaciables, nos empujó en su misma dirección: hacia la noche. Y fuimos expulsados del Edén. Allíse descabalgaron nuestros pies y la sangrecompartida, aún temprana, hubo de ser

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Del río y sus enigmas. De amicitia

realojada entre relinchos en naos diferentes para los últimossilencios. Mientras nos repartíamosdeprisa la herencia común de los caminosy tantos violines rasgados a dúo.

Huyó entonces la luz. Se abismó la herida. Las vocesdel ruiseñor se apagaron en las cárcavasvírgenes del monte. La sedrepicaba una y otra vez, ávidacomo la lluvia del invierno en los cristales del alma hacia la revelación de los enigmas. Y era agria la contemplación de las huellas sembradas en los rostros. Y lenta y gris la aproximación al estuario.

Hasta que ayer Caius Laelius se fue más allá de la noche. Quizás seré mañana yo: por si lográramos estrenar juntos de nuevo el fuego azul de aquella estrella, mírala, mírala. Y curar, al fin, tras de los fontanalesprístinos del río, esta herida de ceguedad y sed.

CONTRA EL OLVIDO*

* En el libro Rutas para el camino. Homenaje a Bernardo Cuesta, sacerdote dominico en la comunidad de Babilafuente, fallecido en Enero de 2012, están publicados un poema dedicado a él, Del río y sus enigmas (De amicitia), y un largo poema en prosa que hace de epílogo del libro, Contra el olvido. El libro está editado por la ONG Acción Verapaz en Editorial San Esteban, Salamanca.

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Que no nos rinda tu muerte, Bernardo. Ni el olvido. Si acaso sólo el llanto.

Deja llenas las copas con el vino y granadas las espigas de trigo candeal para la hogaza compartida, como si no te hubieras ido. Déjalas sobre la lápida gris de Riofrío, sobre las páginas dul-ces de este libro florecido en tu memoria, sobre la redonda mesa matriarcal, eucarística, de Babilafuente. Para cuando te visite-mos. Para poder alentar el alma herida, compañero.

Y que siga estando viva, y que nos hable y nos provoque a la esperanza, tan difícil, la media sonrisa de tu fotografía, esa en la que estás revestido con la sudadera azul y el anagrama en negro de Acción Verapaz, la que preside el recordatorio que te hicimos con tu testamento espiritual. Fotografía que acaba de esculpir Chuchi Sánchez para tu aniversario en una placa de pie-dra de Villamayor colocada como homenaje en el Centro Multi-cultural de Villoruela. Como si no te hubieras ido.

Que no nos rinda tu muerte, compañero. Ni el olvido.

Deja abierto este libro, mosaico con tus voces y nuestras añoranzas, y que el viento zarandee sus hojas y expanda las es-poras de tu lengua hecha letra, hecha carne seminal y dádiva de luz para sembrar de nuevo nuestros surcos. Como si no te hubieras ido.

Como abierta se ha quedado también la puerta de tu casa de Babilafuente, resistente morada fraternal que estrenamos hace 32 años, ¿te acuerdas?, para que sigan entrando todos los que llegaron aquel agrio 20 de enero de 2012 con el llanto en las manos, a borbotones, por tu muerte. Y los que llegan ahora a llenarnos de abrazos, como si no te hubieras ido.

Que no nos rinda tu muerte.Ni el olvido.

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Contra el olvido

Que por febrero, igual que a los ásperos brazos, dolidos por los hielos, de los almendros que pueblan las laderas pardas del Balneario, te nazcan –nos nazcan– nuevas flores. Y te resuciten –y nos resuciten– del largo invierno de tu muerte, como si no te hubieras ido. Porque siempre Amanece. Y seremos convocados contigo, Bernardo, como los jilgueros y las abejas al néctar de las flores del almendro, a la final Fiesta sideral al llegar la Primavera.

Para entonces, como si no te hubieras ido, volveremos a cantar, juntos de nuevo, viejas canciones –De segar de los secanos ya vienen los segadores…– entre todas las gargantas de los muchos hermanos, tantos, que han bordado esta redonda mesa matriarcal de emociones y de rezos.

Que no nos rinda tu muerte, compañero. Ni el olvido.Si acaso sólo el llanto.

No hemos cerrado el balcón de tu habitación por si los au-llidos del perro del vecino te despiertan cualquier día. Para que sigas oyendo, como si no te hubieras ido, los gritos desgarrados de las campanas de la torre cercana cuando tocan a muerto (ante-ayer lloraron por José, el marido de Juli, la catequista, que entró en esa negra rueda de la mala fortuna apenas detrás de ti) O cuando tocan a las fiestas de Águedas. O a la bendición de cam-pos por San Isidro. O a los cantos de boda. Para que sigas oyendo también, como si no te hubieras ido, las correrías de los niños que pasan por debajo estrenando la vida.

No hemos cerrado el balcón de tu habitación para que pue-dan seguir saliendo por él los últimos gemidos de tu cuerpo mal-herido, tan amargos. Y se los lleve el viento. Y ardan en una ho-guera sacrificial, purificadora, sobre el muro del lago, en el final del canal, con los patos y los cormoranes en un croar azul y poli-fónico rindiéndote tributo. Por si allí puedas seguir comulgando con el hálito sosegado de los peces, del tomillo y el espliego, de las águilas. Como si no te hubieras ido.

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Quintín García

Pongámonos a cantar contigo y con Alfredo por si olvida-mos el amargor de las ausencias las viejas canciones que apren-dimos de las gargantas de los muchos testigos que dejaron en tus manos, Bernardo, en nuestras manos, la memoria ancestral de estos pueblos que nos ahijaron con ternura:

De segar de los secanos ya vienen los segadores… De beber agua de aljibe… De recoger la cebada…De segar de los secanos… Lo que cuesta el trabajar…, si cuatro pillos supieran, no abusarían del pobre, ni tampoco del jornal…De segar de los secanos…

Volvamos, sí, a cantar juntos, como en una gran coral, todos los que hemos puesto nuestra mano en este libro para celebrar tu memoria y defenderla contra el tiempo, todos los que te amamos y te estamos sintiendo, como si no te hubieras ido, en esta hora de tu primer Aniversario.

Para que no nos rinda tu muerte, Bernardo. Ni el olvido.

Nos seguimos viendo en el recuerdo. Adiós. Hasta la Amanecida, compañero del alma, compañero.

ALMENDRO EN LUZ*

A mi madre, que fue una extraordinaria narradora oral.

* Artículo escrito en la inmediatez de la muerte de mi madre. Y en vísperas del estallido de la guerra de Iraq (2003). 1.º Premio del Concurso de Artículos li-terarios La flor del almendro. La Fregeneda, Salamanca. 2003. Este texto está recogido en el libro Paisajes de almendros en flor en las fuentes de Babilafuente de Quintín García. Salamanca, 2014.

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Vengo desde las heces del dolor, almendro en luz, desde la frialdad de la muerte que llega y se impone como una ciega noche, que corta con sus manos de niebla mis raíces y se sube a mi frente y me hierra con fuego la cicatriz de la orfandad para siempre. Llego desde estos páramos donde el viento helado de-vasta los trigales y corre la voz de que acampan en los valles las tibias de los corsarios y los buhoneros. Oigo recitar agrios cantos de elegía a los limoneros que circundan la mar. Y, lacerada, la mar embravece de estruendos y huracanes.

Pero tu altar de anchos brazos de cristal y luz de nácar, al-mendro, refulge en el silencio. Un silencio hondo, como de vien-tre en gestación, bello, en el que soy introducido por las águilas. Todo tu reino de ribazos y crestas nevadas de nieves violetas se fecunda en el silencio. Hasta las abejas laboran en tus pétalos con un ronroneo callado, rumoroso. Solo barrunto, entre olores de aliagas y de espliegos primerizos, el aullido sordo, orgásmico, de la corriente subterránea de la vida que inunda de armonías el cielo añil.

Por eso soy arrastrado en peregrinación a tus blancores, dulce almendro en flor. Quiero plantar mi tienda en tus estam-bres de oro. Ofrendar mi carne magullada sobre tu altar de dios benigno de febrero; saborear con mi lengua áspera de fríos y or-fandades el calor de tus manos; sentir el temblor de tus caricias. Me acompañan una larga procesión de hormigas que trepan tu híspida corteza en busca de turrones. Hasta que llegan al esta-llido de la luz en tus corolas. Allí sus pupilas son transverbe-radas de mística belleza, trascendidos sus cuerpos torpemente articulados. Allí el salto de la larga ascensión de las especies: del cebo en el estómago como única ansiedad y guía, a la emoción sublime y temblorosa de los ojos; de la materia –blanca, violada, adolescente–, al dulzor traslúcido del espíritu.

Vengo de lejos, desde la roja soberbia de la vida: desde los rascacielos y las víboras y las tierras heridas por un rayo que re-corre la faz de la tierra en un carro de fuego. Todo lo consume y sacrifica.

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Almendro en luz

Llego hasta ti desnudo, almendro en flor, almendro en luz, silencio, sinfonía, laberinto de líneas y blancores, a buscar la leni-tud de la belleza. Y en ella ser curado, redimirme trascendido por ella, elevado, como las hormigas que trepan tu áspera corteza, sobre la herrumbre condición de mi especie.

Vengo desde el invierno hasta la luz, como en una Anuncia-ción de fra Angelico.

DEL INVIERNO A LA LUZ*

“Nadie sabe en qué noche de octubre solitario,de fatigados duendes que ya no ocurre,

puede inmolarse la perdida infanciajunto a recuerdos que se están haciendo”.

m. Benedetti

* Asociación Cultural «El Zurguén», 2009. Morille. Salamanca.

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EXORDIO

Tenue luz morada, tenueya el pulso de mis manos estériles del frío del invierno, oscurecida y súbita la espera hasta la noche que cierne sus alas de gavilán o búhosobre este septiembre de cenizas en oro fatigadoy cantos de sirena.

Cuando siento, cada vez que se acallan las olas, la carcomaen las coyundas del barco, y que el reloj ha oxidado con la lluvia mis piesy tiemblan, ansío sólo andar la senda, monte arriba, del ríohacia sus fuentesy allí lavar mis manosy mi lengua con la arena primerade la infancia. Arenaque restregue y limpiela sangre, piel a piel,pegada como brea y harapos a los flancos después de largos vuelos.

Y purifique y guardede las nieblas mi miraren retirada. Y del olvido.Y me salve.

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Del invierno a la luz

NÁUFRAGO EN LA LLANURA GRIS

I

Plantado como un mástilen la llanura gris y solitario,desnudado de ajenas sombras y abaloriosen mitad de las tierras del panque han florecido apenasen este abril anunciador, entreveo y recuerdo (y sólo en el recuerdo leo y esclarezco)un chopo encalladoen el ocre pergamino de la tarde.

Un chopo azul y pardo, vestido de tristezascomo mis ojos (que sólo ya recuerdan),quizás sediento de mar y de riberas,que proyecta aquellos páramos dulcesde mi infancia hacia los cielos.

II

Con la raíz anclada a la profundaveta roja de arcillas y de limos, irrumpiendo desde el viejo vientre fértilde aquellas tierras de leyendas antiguas(naciendo ahora en la honda noriafría que desciende hacia mí mismo), ese chopo caricia me sostiene y alienta, me llenade procelosos recuerdos de naufragios.

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Quintín García

Me recoge a la vuelta de la vidacomo una madre ancianaque aún recorta imaginarioscaballos de cartón para sus hijos.

A la hora del llantome acabará ofreciendo,ya en redonda amistadbajo su tronco, un trenzado agreste de nostalgiasen fina copa de cristal.

III

En los días de fiesta, cuando se vistede verano o de otoñospara endulzar la desabridaquimera de la vida(cuando me resucita hoyen el recuerdo de una música azul), baila el chopo exiliado en la llanura gris su danza solitariaen un místico vals estoico y verticalconsigo mismo.

Y al final del baile y la cantiga,al amor de la tierra cárdenade sol y de intemperies, me recuentacomo si abuela en negro a los piesde la lumbre, la larga singladura de sus alas,dolidas ya y yertas.

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Del invierno a la luz

IV

Están hoy las crestas turbias de las olasrompiendo contra su arboladuray él enfila la quilla frente al vientoy enarbola las velasy las dirige raudo a sotaventopor si lograra salvar intactasu mediana y el mástil,por si mereciera un día másseguir viviendo(por si recupero la serenaquietud tras la tormentade cuanto fui), marinero de tierraresignado al albur de las mareascomo viejo labriego castellano.

Sigue ahí, a golpes de silencio, estremecido por el fragor de la sangreque le llega verdecida un día másdesde el hondón del fuego, dándoseen comunión a las hormigas,cumpliendo su destino solitario, signoy señal de cuantos navegamos.

V

Durante el día cruzan alígeroslos puntos cardinales de su arquitecturala nube y el jilguero, anidael arco iris en sus brazos,(como yo me alimento ahorade su clara luz, de su recuerdo),lejos de los rascacielosy de los escaparates, en tenue,

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Quintín García

monótona digestión del tiempoy sus medidas.

Vienen y van las estacionesen esa inmensa ruedadel eterno retorno que nos nombraa cada uno en cada tiempoy el chopo no pregunta nuncapor qué, cuándo, con quiénni se rebela. ¡Está!(como la piedra, como el páramo,como el labriego), ascético varón de soledades.

VI

Varado luego en mitad de la noche,que es estación de esperapara que nazca el alba,descansa su gastada arboladaduramientras le arrulla el silbolejano de los cucosy ensaya a cuatro voces con mi llanto(náufrago de tantas intemperies como él,la cara ya tatuadade olvidos y memoria, resurrección y muerte)el viejo, póstumo oficio de tinieblas.

VII

Por las brumas ácidas de noviembre,cuando mi memoria se pierde en el lejano,

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Del invierno a la luz

albo blancor de las primeras nieves de la infancia,a tientas entreveo la figura estoica y verticaldel chopo en la llanura grisderrotada de nostalgias de la mar.

A los días (no recuerdo cuántos,ni cómo, sólo un sabor de orfandad en la mirada), se asomó la muerte a sus solapas.

Revestido de librea y oropeles, el fuego ofició sus funerales –y los míos–en la mañana fría.

¿Volverán nuestras cenizasa germinar en la llanura gris?

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Quintín García

MEMORIAL DEL OLIVO Y LA LUZ

I

Todavía ahí como un ingenteseno verde, ancladoal costado ya sombríode mi infancia, erguido en zigzag,irrumpiendo en trasparentes luces interiores desde la roja tierra entraña roja de la sangrecomo una arquitectura de perfilesde fuego. Como ríoo corriente sumergida que vay viene de norte a surpor los paisajes de un nuevo paraísodonde un dios antiguoha premiado a sus siervoscon el lábil balanceo griscaricia de ese olivoniño viejo que me poseedulcemente.

Volver, sí, al paraíso a tomar posesión de los alcores, de la tierray el viento que escribieron mi rostropúber en su corteza sonrosadade olivo niño viejo.

II

Me vio nacer. Y crecer.Todo luz. Todo fulgor

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Del invierno a la luz

y claridad amasados en su lenta,verde eternidad de eterna primavera.

Claridad que aún discurre,como entonces,por la honda noria que desciende hacia mí mismodesde el vientre en sazónde ese olivo niño milenario.Que aún perduraen las líquidas raícesy en el mismo claro cielo todavía compartidos.

Luz, claridad que me pervive y anega de luminosas nieblas esmeraldascomo si misterioso mensajero de la mar, olivo niño viejo, faro,vigía desde entoncesde mis sueños.

III

¿Venimos o regresamos a la infancia?

He seguido desde mi devenirsu lento, persuasivo caminar de milenario castillo medieval injertado en el azulpergamino de mi alba.

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Quintín García

He vuelto tantas vecesdesde el fragorhasta el dintel de su templopara implorar, convicto, su recuerdo,viático y señal que ofrece siempresortilegios de amor, lágrimas arrancadas año a año, agriamentea la tierra. Y fui correspondido.

Me he ido para regresarinterminablemente.

IV

Milenario castillo de amorosas estancias–¡cuántos brazos de cristalpara abrazar el cielo!– sobre un troncoerguido en zigzag, materia dulce, de olivo niño viejo donde hemos sido convocadosa la algazara y al mosto rumorosoencobrecido del aceite,lagrimal relicario de fulgoresque me trae del mar vellones de niebla, llamaradasde luz y versos esmeraldapara la sed. ¡¡Brindemos!!

V

Cuando cierro los ojossueño una incesante fábula velada

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Del invierno a la luz

de tordos asilándoseen sus ramas de cristal de olivoniño viejo, perennes,en sus jambas de eterna catedralque clava las agujas de su torreón celesteen el raudo aletear, efímero,de las nubes que pasan y del tiempo.Para seguir su largo vuelo.

Yo también, como los tordos,habito su intemperiede olivo niño viejoun momento de miel, ese instantede súbita pasiónmientras cruzo alígero, fugazhacia la noche. Me despiertoen la herrumbrecondición de mis piesvarados en su quilla.

VI

Para transitar el río de la noche, cuando la luz, alta, se extravíeen el silencio, en sus brazos de cristal de olivo niño viejoconstruiré una barca, Caronte, con la quilla pintada de verdor esmeralda.

Y al fin, al alba,cansado de horadar tantos umbrales,

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Quintín García

de aprehenderla señal inicial de los olvidos,viajaré tras la última danzahasta el rompeolas de su corazón. Allíconfiaré mis cenizasa la perenne, verdeeternidad de sus cabellos,por si puedo seguir siendoalimentado por su mosto, y como él,eternamente peinadopor el viento.

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Del invierno a la luz

HERIDA MORADA LA MEMORIA

I

Regreso, olmo, a tu primera edadde verdes claridades, regreso, a pesar de las nieblas, al brocal aquel del pozo donde juntos arrojábamos con el eco de tu nombre preguntas y preguntas y el agua ascendía, a borbotones, respuestas y vaticiniosen los cangilones roncos de la noria.

Fueron los días, dulces, de la primera luz.Y de la casa solariega. Los díasde los altos páramos que corríancomo liebres salvajes por detrásde la Casa del Monte, aquel cofrede enigmas y de piedras caídasdonde dormía el sol todas las noches con todos los fantasmas que entonces habitaban mis ojos. Días guardadosen el viejo territorio baúldonde mora, herida, estamemoria mía.

II

Ahora que es tiempode humildad y de vendimias,mientras oigo gemirlas coyundas de este cuerpo barco zozobradoregreso en silencio a aquella horalibertada de la tarde tras la escuela

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Quintín García

cuando mis manos leían en tu piel, olmo,las letras de un rojo poema jeroglíficoque las hormigas escribían con sus manos de tiza. Los dos nos contábamos luegofábulas de mariposas amarillas. Convoco entre estas piedras náufragasde la antigua casa solariega(que nos perviven de pie sobre sí mismas) tu leve y niña y verde arquitectura donde me bañé desnudo con los pájaros por si encontrara claridad de aurorapara descifrar la trazada heridade mi vuelo, este amargor herrumbre de palomar vacío.

III

Uncidos a una misma luz y a los trigales nos nacieronen esta tierra clara, áspera, Castilla,quieta como un silencio de encinasal despertarse el alba, cuandoel cielo aún llorabamiradas asesinas. Juntoscrecimos, niños de adobe y de pedrisca, persiguiendoun destino sueño de besanasque miraban al infinito mundoa través de las aguas niñas de La Esgueva.

Sin laúdes de tuna, pronto,un alazán de sombras

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Del invierno a la luz

me aventó de la casa solariegacomo quien descuaja del marco la ventanaa carne viva, entre ladridosde albos corderos destetados.Tú te quedaste, olmo niño,a guardarme la ausenciadurante una eternidad, un llanto,una eternidad –o quizás un poema. Lejos, me asomé a otros pozos, otras historiasme contaron e hice festines con otros comensales.Pero confieso que no volvió a saberme el pan como sabía,ni las hormigas con las que me crucésupieron escribir rojos poemas jeroglíficoscon sus manos de tiza, ni el eco de los pozosprofundos a los que bajé suposalmodiar otros nombres como el tuyo.

IV

Ayer volví, quizás nunca partiera. Había muerto el olmo de la infancia de un dolor frío, esquivo, cuando aúneran días de bailar primaveras. Ciegaahora la casa solariega. Huérfanos, sin luz, mis pies y la memoria.

Sentado a aquella misma lumbre, ahora entre cenizas y amargores –cuanto dure el otoño hasta la luz, cuanto me dure el llanto o quizás el poema–,invocaré tu nombre, olmo,

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Quintín García

junto al brocal donde gira y girala noria de herrumbrados cangilones.

Regreso, olmo, a mi primera edadpara salvarte del olvido. Regreso,a pesar de las nieblas, a tu primera luz para salvarme.

CARNE EN FULGOR*

“Veía un ángel cabe mí,en forma corporal, hermoso mucho,

el rostro tan encendido...Veíale en las manos un dardo de oro largo...

que me parecía meter por el corazóny me llegaba a las entrañas...

Y me dejaba toda abrasadaen amor de Dios”.

santa teresa

Libro de la vida

* Premio Kutxa. Ciudad de Irún, 2006. San Sebastián.

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I

Ángeles y dardos que abrasan: lo cuentas como una guerra interior de claridades: tu carne ardiendo en éxtasis, Teresa,enajenada en Él, en Él transverberada por arrebatos de luz que descoyuntantu mirada como si ojos de una damade Picasso –azul y verde– que venen direcciones contrapuestas: tierray cielo. Lo cuentasextrañada del tiempo y sus rigores, levitando de un cienoque a todos nos moldea y erosiona.Y cercena los pies cuando crecemos,si queremos trepar en águila estaturamás allá de este friso de hombre, de sombras,que no alcanza sino a lo impuestoy anodino. Lo cuentasposeída de dardos incendiariosque hoy regresan, en este instante mismo,de tedios antiguos y de olvidos, tan de otoño, hasta el dintel de mi puerta y se asilan dulcemente en mi piel tras de la cita.

Y la arden y anegan y la abrasancomo a ti entonces, herido también yo en tus heridas de ángeles y arcanos mientras oigo en mis venas habitándomelos latidos de tu vuelo, los requiebros que nuevamente dicen

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Carne en fulgor

para mí tus náufragas palabras.

II

Carne embriagada, Teresa,en mosto de granados y de salvias que asciende hasta la Séptima Morada y rompe las barreras y límites, los bordesde esta raza nuestra de cárceles y barro: ingrávida torre de Babel tu carneque toca el cielo –¿cómo decirlo?–con sus dedos de adobecomo los míos. Y se asustapero vence el vértigode una caída libretiritando de luzhasta el íntimo, terrenalterritorio del cuerpo:glorificacióndel barro y de sus ojostranscendidos.

Como aquel viejo Apolo que hollólas ligeras costuras de la lunay sus enigmas al final de los sesentay regresó con la armadura vestida de mirtos y laureles.Y los labios laceradosde nueva

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Quintín García

y más clara luz,como mudo profetaenceguecido ante la zarza.

Quizás tan alto no llegue mi resuelloni la estatura de mi fiebre. Ni alcance a dar alcance, Teresa, a la palomade tus vuelos. Pero ¡vuelo!,aunque prendido en los últimosdestellos de tu estela. Y deslumbradoy niño.

III

Carne ígnea tu carnetransverberada en noche de tabores, en blancoresde nieve y altas cimaspor donde transitan vientos de manzanas olorosas y pájaros amarillos y fértiles tras la nochedestilan paraísos de luz,epifanías donde habitas, Teresa de Jesús –un instante, un sueño–, incendiada por un dardo amorosoque en manos de un arcángelde oro llegaba a tu corazóny lo transía.

¿Será, quizás, el ángelfotografía, o trasunto,

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Carne en fulgor

o remembranzade algún retablo en ororecamado? ¿Será,quizás, locura o confusiónde lenguas o lúbrico destello?

Terrenal metáfora con ojos en la cara y cuerdas azucaradas de guitarra,y castañuelas y lápices para poder dibujar en trazos de coloresla voz de Aquel que es en el silencio y sin embargonos anega de silbos amorosos.Forma tan niña de balbucirsobre Quien es sin forma ni gesto ni estatura: sólo es como si fuera un ángelde los que pinta en azules frá Angélico,en las manos un dardo... y me dejabaabrasada toda. Como si fuera...

Manera o arpegio álgidopara gritar ese abrazo que sientes e inflama tu piel con el sólo saber de su Presencia. Desahogado lenguaje como de fuenteprístina. Pero formas de hablaral fin y al cabo: como las de Juande la Cruz y sus noches oscurasy sus llamas y cánticos.O las de Pablo de Tarso, destelladode otra luz, no visible, en su caídadel caballo.

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IV

Formas de hablar: hoytu misma voz, perturbadora, Teresa, por mujer, e indócil, mi propia voz desata y enardece para tartamudear también, aunque en más frío aderezo y masculino el fragor de ese abordaje de Él sobre mi orilla como untenue Temblor, una Pregunta;acaso, a días, tantos, una Zozobra o Duda que se enrosca como las serpientes en mi garganta y me ahoga. Un Silencio.

Como una Certidumbre también –eres Tú y no una sombra y vienestras el fugaz aleteo de oropelesy de rostros dolidos en la senda–, un Alientoo Beso. O Medicina. Y siempreuna sospecha de otro Ríodonde el mío amamanta de sus ubreso se funde y anega.

O diríacon voz más niña aún y ruborosa: su Presencia es, a días, como si fuera leche dulce de Madre para curar la orfandad de los labios en la noche, ávidos, la mordedura de las víborasque acechan: El Becerro,

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Carne en fulgor

La oscura Máscara que confunde las miradas y La Bestia.

¿Formas de hablar tan sólo? No.

Dádiva, interior alumbramiento, músicade oboes y dulzainas, teofaníavertical tu carne embebecida en Él, por Él transverberada.

V

Del fríohielo y las fríassoledumbres de Ávila–piedra de almena y dólmenes,pardos páramos, rastrojeras amarillas frente al solo azul del cielo– en rápido arrebato de la carneal transido ardor del dardo:roja hoguera, temblor,tenue brisa, espasmo, llama,llaga y hierro candente, quejay gozo a la vez en el corazón;amor, dulzura, mielen la boca escocida por la sedque desencadenan las noches oscuras–Auschwitz, Hiroshima, Vietnam, Sarajevo, Ruanda, Iraq, Palestina, Sudán, Palestina...–; grito

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Quintín García

de silencios numinosos,contento y embeleso, ay, trágico dulzor amargopor querer aprehender entre esas manosde barro –¡cómo decirlo!– el suavísimo fragor del dardo, el berrido errante del Ciervo vulneradoque habita por los montes,el paso raudo, la leveandadura de un Vientoque se oye y se siente –¿dónde?,¿dónde?– y ya ha pasado.

Y quedanuestra estancia silenciosa, deshabitada,turbia, como el cuerpoen horas de oscura mudezo álamo en invernal desnudamiento.

Queda, sí, de nuevo, la penumbra anidada en mis ojoscomo nido de mirlos piadores, vacíoya, abandonado de sus blancosmoradores, cuya ausencia al albaagría el sabor de las encías,estría la piel, huérfana, de los labios.

VI

Cómo decirlo, dices tantas veces. Cómo decirlo, asustada tu lengua de poder traspasarla densa, clandestina frontera

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Carne en fulgor

que separa el territoriode los hombres –sólodeseo y sombras– y de los dioses. Lengua asustada de poderreunirlos y engastar unoen otro, Teresa, como se engasta,ardoroso, el viento, hoy, en la encinade enfrente y la cubre de abrazos. ¡Cómo decirlo...! Cómo pintarcon las palabras lo que la carnesiente cuando Él la posee con un besoy nos incendia y extasía.

Cómo decirlo... y sin embargohabla tu boca libertadora y abrelos ojos de quienes mendigamos luz,ardor y claridades y no mármoles de Carrara y catedrales y Glorias de Bernini para escalar un cielo tan sólo de cúpulas de oro y de leyes que Él no habita,sino en las claras oquedades de la carne. Pero cómo decirlocon voces de silencio y arrebato. Y no con los horrísonos gritos, ensoberbecidosde los tronos, dominaciones,bulas, potestades. Y menosinfectando su Voz –sólo rumor–con nuestras voces de pájarosde mal agüero, tan de pluma.(Y más las de los cetros y palacios,tan de barro) Sólo eco somos. Él rumor del viento que recorre el viejo camino

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Quintín García

del Verbo hacia la carnedonde hizo morada. Y moratodavía en otras carnes, andrajosas,pútridas, heridas. Ahora tú, Teresa, con tu dardo enrojecido inviertes la dirección de la senda y peregrinasla carne entera y su alborozopara arrancar, en rauda travesía,un resquicio de luz a su Semblante.

Cómo decirlo, dices. Y yotiemblo contigo en tus temblores:nada vale todo lo que hablamos: juegode niños, balbuceos, buclesde retórico artificio para la improbableaventura de ascender estos ojosde tierra, indóciles, pesados,a la altura del Viento. Para rastrearel rastro de su Rostro, entreabrirla puerta oscura del Castillo. Nada vale todo cuanto hablamos: nunca,ninguna palabra será dichapor nadie que mida exactamentela estatura de la Luz. Siemprefulgirá el misterio.

Pero ¿cómono bailar la música que suena entre los dedos y arrastra los pies tras la armoníadulce de esa Arpa?

Baila, dilo, Teresa.

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VII

Qué clara agua tus Moradaspara saciar esta sed. Qué rojasy lúbricas esas manzanasarrancadas al árbol de la vidadonde ocultos saberes, dondeuna cervatilla de frágiles piesde cristal retoza con el Ciervo,requiebra en las claras praderasde un nuevo paraíso. Qué saborde moras salvajes y timbales en la boca, al tiempoagria y dulce, azul de fresco mar,blanca de prístinosneveros rebosando en deshielostus palabras, sabia,sabrosa Teresa de Jesús.

Horas de cálamo y cabos de ceragastados en la noche altade íntimas confidencias y fragores. Horas al alba como velas hinchadas caminando en alta mar, caminando, rolandopor las olas levantiscas de las fundacionesy palacios, navegando ruecas de marfilpara dejar bordadas en los páramos,secos, las húmedas estelasde tus valles, Teresa. Y leo,sin embargo, que por estosraudales y valses de rubiossauces encrespados o conciertos

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con que generosamentenos obsequias, azuzaroncontra ti, liebre Teresa, los perros de la Inquisición.

¿Y quién inquirió al Inquisidor?, ¿quién?¿Quién devolverá la luzde tantas candelas apagadaspor el dedo heridor de los tártaros:El Becerro, La oscura Máscaray La Bestia revestida de tiaras? Sóloel tiempo ha serradolos dientes de los perrosque olisqueaban tu rastro.Sólo el fulgor de tus palabrasha abierto avenidas de luzen las ciegas noches de sangrey carne vulnerada construídaspor los tártaros y sus eternoscómplices que habitanoros empudrecidosy doseles. Pero hiedeel humo de las víctimas que el viento airoso de noviembre arrastra desde entonces y fermenta con miedos las ventanas de los justos:¡Viva Galileo! Y GiordanoBruno. Y Teilhard de Chardine Yves Congar. Y Leonardo Boff.Y Ernesto Cardenal, pintor primitivista,poeta nica, perdedor, hendidopor un rayo pontifical. Y fray Luis

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de León, encarcelado y al finlibre con su indómitodecíamos ayer. ¡Viva Juan de la Cruz!, lanceado también como ellos, como tú, Teresa, por dara la caza alcance.

VIII

Qué clara agua donde seguir bebiendo.Donde quemarme en el relámpago de tus palabrashasta ser traspasadode nuevo por el dardo:porque yo siento a vecesun dardo como el tuyo. Sí,a pesar del pudor desasosegado que enrojece mi rostro, a pesar del recelo de gritarloen el ágora donde nuevos profetasofician funerales por el Ciervo:yo también siento a veces–cómo decirlo sin que parezcauna presunción de fino gustadorde vinos o unafantasmagoría de turbio visionario–un ángel como el tuyo que me deja mensajes serigrafiados con pan de oro y trazos picassianos en mis ojos:

Cuando es inviernoy penden de los árboles

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negros augurios de toroscorniabiertos y crecen en mis manoslos líquenes de la escarchay se agrietan las paredesde la bóveda celestey a los ángeles que traeny llevan los dardos hirvientesy dulcísimos se les cierran las alasy se caen como fardosinútiles sobre el cieno, Él pone su Tienda y adolece conmigo.

Cuando la carne se agría y llora,se consume por las fiebresdel olvido, o esa salvajepeste de las hambresque asola los ojosdesolados de los huérfanos,Él pone su Tienda y grita con mis gritos.

Cuando llegan las lluvias torrencialesy todo es zozobra y desazón, oscurasceladas del invierno y desnudezy nada, Él pone –o su ángel, qué más da– su Tienda junto a la puerta, fría,de mi estepa y hace fuegoy me pasa en silencio su pañuelode lágrimas y aligera mis hombrosy junta sus manoscon las míaspara la siembra de la luz. Y después de las muertes

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resucita en la memoriaamarillecida de los vientos. Entonces,como a los sauces en abril, me crecen,renacidos, unos tallos de luz, hijos no de sangre, en el tronco,unos ojos altivos de águila, comolos de los dioses, para encontrarla exacta dirección de los caminos.

IX

Él me contagia –lo jurocon la severidad de los testigos–,desde el vacío, ebrio, de las cosas y desde el sencilloaleteo equilibrio de los pájaros,de su Luz, que prendenuevamente en mi carne los rayos de su dardo: saberque se puede hacer cumbrecon la piedra a la espaldaaunque seala vez cincuenta y ochoque subimos la ladera, oh Sísifo,derrotado en tu desesperanza. Saberque todo grano de maíz, que todo grano para nacer ha de pudrirse.Que siempre que llueve escampa.

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Que esta espondilitis anquilosanteque me inclina a la tierrahasta besarla y me encarcela prematuramentese compensa, se contrabalanceacon la tensión, erguiday vertical como un suspìro, de mi mirada hacia lo alto de donde viene la luz cada mañana hechatorrente y dádiva, de donde llegará la Luz.

Saberque quizás la vida no sea sino dejarse llenar de amaneceres para luego dejarse poseer pacientemente por el negrovelo de las muertes. He ahí la ley. Saber que esas sonlas reglas de este juegoo Farsa que nos tieneatrapados: amanecer y muerte.(Para aprender, un día, a Amanecer).

Aunque sea después de larga luchacon un ángel que huye y se encubreentre las sombras. Aunque quedemos heridos en el talón, vencidos, por el soloeco de su Nombre, sin el dulzordefinitivo de su Aura, como el viejoJacob en el comienzo de las revelaciones.

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X

Luz y luzque yo siento reencarnada en mí,en mí transverberada –séque exageran las palabras–por el fulgor de ese dardo, párvulo, que me abrasa, Teresa,como a ti, pequeñoaprendiz yo de tus andariegassendas y celestes. ¿O es un sueño imposible, unaquimera, unade esas fantasías de juventudque vuelve rezagaday huida de sí misma?, ¿un ansiade ascensión nunca satisfecha –complejode astronauta– enquistada como un cáncer que roe y roe con afán de termitas en mi hígadoy me sube su vapor etílicoa los ojos y los desvaríay enajena haciéndoles mirarfantasmas? No.Porque los sueños, aunque tengan cuerpos como los nuestros, y movimiento, y hastaluz azulada en plena noche,no tienen carne, ni fragancias,ni arboladura de encinasdonde duermen los pájaros.Ni embelesan.

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No es un sueñomi sueño, ni tu sueño, Teresa:Ese aullido de la bestia, insomne,que me despierta a las tres de la mañanay hiende las monótonas coyundas de mi almohada y muerdela médula maleada de los huesoses llamada a atravesarel dintel árido que separalas fronteras impuestas por el sueño;es el grito encendidocontra la pesadamansedumbre del plomoque hunde y hunde nuestros piesen el ciénago. Es nostalgiade la Mar.

Porque somos tierra, sí,carne, sí, pero carne y barro enaltecidos, trasterrados.

XI

El ígneo bramido del Ciervoque viene por los montescon sus sones de fiesta,o el dardo que atraviesalos pliegues más ocultos, o el ángelque trae y lleva palomas mensajeras,que transverbera las paredes de hielode este rudo corazón, Teresa, no essino la oculta señal, el signode otro Manantialde donde brota el agua

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para la sed. Es la centellaque se desprende del Fuegoy viene a posarse, mansa, sobre mi frentey la incendia y participa. Es la marcaen el talón, como la del ángela Jacob al llegar el alba, el hierrocon que es herradoen las ancas el hombre transcendido–como los erales en el campopara la áspera pelea hacia la muerte–que ha aprendido a treparpor sus propias columnashasta un techo más alto.

¿O acaso no soñabaZaratustra –y su profeta,y yo, y tantos– con una nuevamusculatura para el nuevosuperhombre, ese tótem erectoexpuesto en mitad de la plazapara que todos copiemos un rasgode su eterno vigor y lozanía?

Es el mismo gigante polimorfo.

La misma huella, la misma esquirladesprendida de las constelacionesque gime su regreso, el mismo señuelo. Es el mismo: el de Juan de la Cruz con su llama de amorque el de Teresa de Jesús con su dardode oro largo y su ángel; o el de fray

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Luis con su cantar; el mismo ciclópeo titán que toca con sus dedosla intrincada espesura del Umbral.

XII

Pero nos enseñarona matar al padre, Teresa. Y desde entonces el cielosólo es azul y está habitadopor apolos y vencejos.Y por los excrementos de las sucesivasguerras siderales. Y los agujerosnegros, tan negros y agujeros. Y las capas de ozono,vulneradas.

Es la eternaconfusión de lenguas y la tibiavariedad de razasy colores con que cada unoda a su caza alcance. Tododepende del aumentode las lentes o el perfilque aparezca en la pantalla.O el sabor de la herencia.

Es la eterna rotación de la miradasobre La Farsa, ese caleidoscopio fúlgido que los niñosmiramos voraces en su eterno

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movimiento. Frente al obsceno,ùnico pensamiento, estancadode los impostores.

Es ahora momento de hipótesis, caminosabiertos, ensayar nuevas formasde hacer crecer los ojospara nuevos horizontes. Y de ventanas, no de muros ciegos, abrumadores,de viejas catedrales que hablan de sí mismas, que golpean los ojoscon sus piedras e inciensos (y negociancon las bodas reales o el terroral abismo y a la muerte).

Tambiénde apuestas, sí, tambiénde apuestas es momento en medio de las noches oscuras, de su opacoSilencio. De sus ausencias. Y de su Luzrecobrada. Apostar por un camino,luchado, descubierto, para andarla senda que nos llevehasta la cumbre.

Y de humildescertezas: lo que la piely los ojos nos van dictando: cuandocorren los días y dejanun poso de ceniza y diamantes,de claridad y dudasen la lengua: los dos polos opuestos

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al mismo tiempo en persistentee irreversible antinomia. Es horade aceptar la sinuosaincertidumbrede nuestras andadurasde homo técnicusaún desnudo, aúnmono erguido oteandonuevas singladuras en el cóncavo seno de la carne. Sí,carne de mono, pero carneascendente, transcendidacomo blanca mano luzdel Greco en sus pinturas.

XIII

Se me ofrece: Un cielo de apolos y vencejos, ese lugarque transitan las nubes en el espaciofinal de los telediarios, o un cielode arcángeles sin sexo –el epiceno– que bailan en eternas, melifluasbodas reales, insípidas (como las nuestras), vestidos todosde etiqueta y pedigree, con adargas y casullas, áureaslibreas de vasallos (con su sobrefalday su canesú...), ¡qué horror, como las nuestras!

Yo me apunto, Teresa, más biena ese otro cielo tuyo

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–abrasada toda en amor–hecho de tierra dulce, agria,dulciagria, que dibujas como estado de gloria de tu corazóncuando Él te habita. Pero también construyéndose poco a poco, a tientas,con los frutos, agridulces, claro,que nacían de tus manos: hecho de pequeños palomares, de carretas,de horas de pluma y fundaciones.

Necesito, Teresa, un cielo rebajado hasta mi altura, que haga juego con mi tallade enano. Por eso no quiero paraísosdemasiado lejanos. Reniegode esos cielos deshilvanados de la ropaque usamos cada día, la que hueleal sudor por el tragoamargo de la vida. Indagoa tientas, desesperadamente,una silueta de Él –un rumor– construídade barcos desahuciados, de humosy llanto de suburbio en las megalómanasciudades infernales donde habita El Becerro. O de milpas y tubasde maíz en algún ranchito párvulo,sediento, desangrándose, de El Salvador–donde vive Ángel, mi amigo, que te lee y te manda, Teresa,sus saludos–.

Sencillamente luchopor un cielo de dardos incendiados

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que nos ardan y empujen a poseerla Tierra a los desheredados.

XIV

¿Qué arcano bebedizo te inunday enajena, Teresa, cuando dices: “Causa dolor tan grandeque hace quejar,y tan sabroso que nunca querría le faltase”? La sola Vozde Aquel que te arrastrahasta hollar las últimas escalasque unen tierra y cielo, cegueray claridad, amanecery noche. Para luego estallaren aquietada dulcedumbrey arrebato en carro de fuego al mismo tiempo –¡que no se marchitesu figura!–.

¿Qué hechizolancea tu corazón y lo revistede zarzas incendiadas y Carmelos?La sola presencia de Aquelque se hace manos de tizacomo las de los payasos en el circopara pintar de alborozos la oscura tarde fría; que se haceojos en llanto por el amargorde los paisajes –Chechenia;un 11 de septiembre: Torres Gemelas;

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Madrid: un 11 de marzo (tempranolevantó la muerte el vuelo); Iraq, Gaza, Jerusalén, todos los días,todos los días...–.

Que se hacevinos de boda, pies de antílope para las largasandaduras, besos, palabrasde áloe y sándalo en la herida, mágico sortilegio de demiurgopara edificar paraísos de luza través de la carne.

Sí,la misma carneque alimenta las hogueras para el sacrificio o se quiebraen mil pedazos de cristalde Bohemia: tu carne,Teresa, mi carne, su carne.La carne toda, heredadade la estirpe: eros y thánatosgrabados en la misma cara,única, que nos ha sido dada.

XV

Carne dura, enrojecidala de tantos mártiresque sigue recorriendolas oscuras alcantarillas de los templosde cualquier signo o credo

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como la de los toros antaño sacrificados a Isis.(Ofrendados hoy a El Becerro, La Máscara que enceguecey a La Bestia).

Carne huérfana, lechal,en sangre maceradacomo la de los corderos pascuales,carne de Jesús, Teresa de Jesús, dulce de los arreboles olorososde María Magdalena o de las lágrimasa Lázaro, sangre en latidos de rebelión e irafrente a los idólatrasy salteadores de templos, amarga sangre también la que corría hasta las raícesasustadas de los olivos en el Huertoy se hacía luego óleopara la quebrada andadura hacia el Gólgota(o Auschwitz, Hiroshima,Vietnam, Sarajevo, Burundi, Iraq, Palestina,Sudán, Palestina...) o para los espasmos de los clavos.

Carne de Él en tu carne, Teresa, en mi carne, transidas, inhabitadas, engarce del diamante en el hierro,del viento azul y húmedode la mar en las oquedadesgrises de la piedra

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o el bronce–Chillida–;conquista del viejo sueño de Babel: tocar el cielocon estos débiles dedos de tierra, forma excelsa del arte y la metáfora.

Quizás sólo,y tanto –cómo decirlo–,culminación de la dádiva y la gracia, encarnamientode la luz y sus fulgoresen el polvo inane, tibiocomo suprema leyque rige los destinosde esta estirpe que habitamos.

Desde entoncessomos hijos de dioses, leónidasde su constelación en nuestro barro,frágiles centellas transidas de nostalgiashasta regresar a la Hoguerao Vientre original.

XVI

Fría, lívida tu carne,mi carne después de las hogueras.Y lacia la fina corola de cristaldonde bebiéramos, Teresa,la embriagadora mielde tanta llamarada. Hay que expulsaren vómitos y soledadesla lava del volcán, la escoriacruda y gris que la fragua

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del ardido corazón producedespués de haber nacidoen el río que llevahasta la Luz. Toda verdad,como las rosas, tiene su tallo amargo.

Y amargay adolece bajar de los tabores a la árida, yerta planicie donde reinan los tristes graznidos de los cuervos:esa mar mancillada, en llantosde Raquel en Ramáporque todas las noches prostituye su vientre y cumpleel encargo de arrojarcontra los acantiladosnuevos trenes inocentes hacia el holocausto:pies, manos, alastronchadas de ángelesexcluidos del paraísopor los pérfidos dientes de los tiburones: El Becerro, La Máscara, La Bestia– que emitenlánguidas baladas y embelecosdesde los chiringuitos de la playa.(¡Acibarada noche oscurablasonada por muros de aguay alambradas con que repeler la sedomnívora de los cuerpos extrañosque gritan a la puerta!)

Amarga y adolece bajarde los carmelos porque

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cómo ahuyentarsedel abrazo del Soly sus rigores y signosy no morir. Cómo salir luego de las clarasestancias donde habita la Luzy seguir viendo.

Perola carne es carne, cenizaquebradiza y tienesus límites marcados (no puedeel astronauta vagar sin escafandra por tierras siderales. Sólo Antoinede Saint Exupéryen El Principito) y necesitalas nieblas, el frescor de los vallespara no fenecer por el fulgordetenido de la nieve en la altura.

XVII

Bajar de los tabores, Teresa,hasta los caucesdel río de las sombras: mancharselas manos sin mancharsecon el brillo heridor de El Becerrode Oro, sumergirse en la ceguedad de La Máscara obscena y mentirosapara poder decirel veneno de sus vísceras.Y aguantar de pie, verticales,enhiestos como los cipresesde los cementerios, a pesarde las humillaciones de La Bestia

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que rige los destinosy aniquila. Saberinterpretar el color amarillocuando llega noviembrey hace frío en la casa.

Regresarcon los ánades viajerosal lugar de la partida como los álamos,desnudos, regresan al inviernoinexorablemente. Arrodillarsey beber en las cuencas de la carneel acíbar de los cactus, el hedoramarillo de las zarzas –Auschwitz,Hiroshima, Chechenia, Torres Gemelas, Madrid 11 de marzo, Iraq, Palestina...–. Y entoncescon el rescoldo del fulgor robado a los dioses aún recienteen el rostro, iluminarlas pupilas vulneradas de los huérfanos,acompañar la solasingladura de los náufragos.

Romper la carne –roja,amarilla, eucarística–como se rompe un espejoen mil pedazos para darseen cada uno de ellos. He ahí la ley: dejarse derruir,pudrirse, para nacer en los alboresde una nueva primavera. Subir,subir de nuevo, como Sísifo,tras la memoria vigilantede los supervivientes

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encontrados de pie en los taludesdel sendero hasta la puerta del Castillo donde crecen los dardos que nos llagan, Teresa.

Y solazarse allíen aquietada esperahasta la Luz final,inmarcesible. Trocartras de la larga herida de la muerte y sus hocesesta carne con sus sombras y olvidos, tan de invierno, estos ojos devorados de presbicia,en una carne de luz, germinal, crecidasu estatura más alláde las paredes impuestas,desconchadas, de la casa solariega:carne transverberadaen dulcedumbres de oro, donde habitar, Teresa.

EPÍLOGO

Al fin, tras larga cháchara, vuelo bajo de ave migratoriahacia el Enigma, fatigadode mis propios lamentos, silabeoel amargor de nuevas orfandades: qué poco dicen las palabras, cómosólo nos visten partede nuestras desnudeces y entrelazan

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las orillas diferentes sólo con levísimos hilos de araña, caedizos. Peroa la vez, sólo las palabrasarrancadas de la carne –comolo fue del mármol el Moisés de Miguel Ángel– salvanla abisal distancia entre la Orilla otray ésta. Es puente levadizo, escala, luz que desteje el caos y abre los caminos, la palabra. Porque fue la Palabra en el principio, antes de que la carne fuera edificada, trascendida.

Sin embargo no todas las palabras participan igual de los fulgores. Comolas mías, sin canto, a pesar de la cadencia –artificioy pasión– con que la lengua se afana. Todo ha sido audaz atrevimiento. Apenasun zumbido de mosca cojonera en posde su Semblante, un balido de niño, un aleteo torpe enceladoen tu alto vuelo, palomamensajera, sabia Teresa de Jesús.

Por eso, mejor, dínoslas tú de nuevo, tus palabrasengendradas de luz y dardos, antes de terminar esta andadura de invidente,de famélico que se muere de sed.Dínoslas tú más despacio quizás, en mástenue arrullo y confidente, para quenos regresen a las calladas

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oquedades de la carne, al seno,templo visible de veladas lucesy de sombras donde habito. (Bajanhasta el lecho de mi río los jironesdel ocaso) Para renacer con tus palabras, Teresa, a esealto estado, sobrio, de aquietada ebriedad: desvelarcada uno de los nombrescon que nombras su Silencio. Y allí,al fin, ver:

“Veía un ángelcabe mí, en forma corporal,hermoso mucho, el rostrotan encendido, en las manosun dardo de oro largo...que me parecía meter por el corazóny me llegaba a las entrañas...y me dejaba abrasada todaen amor de Dios”.

ÍNTIMOS RETORNOS A TERESA*

V Centenario del nacimiento de Teresa de Ahumada y de Jesús: momento

de resurrección y de presencias

* Edición digital en la Editorial Bubok, 2015. Edición en papel Gráficas Lope. Salamanca.

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1

Como un náufrago o sombra herida hace al llegar a la orilla memoria del agrio camino recorrido, así yo, desorientado aún en la turbiedad de las aguas, azotado de derrotas frente a la Fiera y su número signado en el frontis de todas las megápolis, peregrino de nuevo por las lacias posadas donde descansé un instante en mis viajes contigo, Teresa de Cepeda y de Jesús. Y siento cómo mi piel florece de nostalgias de ti: nos vimosuna vez, ¿recuerdas?: paja y barro, Gotarrendura, destellos de ángeles heridos, sin trompetani adarga, palomar relicario del Libro de los Siete Sellos –Las Moradas– y vientos amarillos vestidos con ese azulde mediados de septiembre que incuba desde siglos y siglos ansias de luz en la gris intemperie de los caminos (que se acuerdan de ti, niña de Ahumada, y recitan tus versos a la vihuela esculpidos en el trantrán de las viejas carretas).

Puro azul, desnudo, como traído de La Anunciación de fra Angelico, que engendraen los ojos gemidos por derribar tantas fronterasentre el cielo y la tierra como la carne impone: Gemidos de la especie y sus urgencias íntimas, anhelantepor conquistar con estas manos tan de carne y humo, como tú entonces, ese territorio que no se sabe qué, o Rostro, o Luz, o Séptima Morada más allá del infinito azul y del enigma.

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Íntimos retornos a Teresa

2

Y más acá, sí, más acá, mucho más acá, o Rastro de Él que olfateo en tu estela como sétter viciado por los vientos que desprende la Caza. O Hálito suyo, o aleve Latido que aprehendo en la teja sin lustre, en el adobe mínimo de Gotarrendura. En los rostros también de quienes han sido vulnerados y arrastran sus pies, inocentes, por las ténebres sendas en esta hora, desalentada, en que reinan corsarios o piratas de ojos vacíos y garfio que asaltan cada día con espadas de acantola esperanza de los ciervos heridos. Que defienden su Isla del Tesoro y fuerzan al mar a un parto repetido y repetido de máscaras fenecidas,sin nombre, grises, marcadas con el número áureo del Becerro sobre sus pateras, escupidas como si abisales alimañas asesinas cada noche contra mi televisión.Y me enceguecen.

Nos vimos una vez, Teresa (que no la primera: aún reprimo el vómito, la macabra repulsa ante el brazo descuajado del tiempo), en Gotarrendura. Vine desde la podredumbre resistida. Y el ansia. Vinedesde la Gran Tribulación. Arrebatado por el hambre y la sed, con la cara signada con trazos de un pasado sin frutos, con arena en las manos y los ojos ya tuertos. Vine por si la Luz, oh testigo de Patmos.

3

Sentí la luz allí, paja y barro, Gotarrendura, donde nacieron tus pies primeros, andariega mujer

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de indómita figura y Fundaciones. Donde brotó tu sed de Mar. Y desde entonces aprendieron mis labios a sorber, de bruces sobre secarral pajizo, de tu fuenteagria y dulce a la vez para mi sequedad.

Desde entonces gritan en mi noche las señales de tu antigua trazada, Teresa: signos, memoria, sortilegios.

Y han andado mis pies tras de tus pies buscando en tus zureos de enamorada paloma mensajera –criadaen ese palomar de rojas tejas ahora restaurado– la músicacallada, el amoroso silbo de Aquél que ardeen una zarza inextinguible y enamora: Vivo sin vivir en mí…

4

Cómo cantar yo, Teresa cantadora, tu canto si apenas mi lengua se ha ensayado en las largas partituras de tu polifonía. Cómo saborear el dulce centelleo de su Nombre: Nubeo Viento o Beso o Río o Alce fugitivo que habitala espesura del sueño de las cosas, sombra y luz, y relincha en bramidos de mar tras del eco proceloso de la muerte. Cómo acostumbrar estos ojos de présbita sesentón asustadizo al fulgor de los celajes tras de los que se esconde si no he logrado aún abrir el velo de las sombras. Ni apenasiniciado el viaje que me conduce más adentro, a más dulcesmoradas y frutas prohibidas. Si sólo su brisa, fronteriza, de femeninos aromas seminales y dulzores ha sido presentida.

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Íntimos retornos a Teresa

Mas lucharé con Él, silente Ser sin nombre ni figura, aunque me hiera como a Jacob al canto de los gallos. Por si yo también, Teresa,fuera transverberado. Y lograra algún día la serena quietud de las últimas moradas.

5

Gotarrendura, paja y barro, memoria, rumor de lumbres, frescor de frescos arroyales para mis ojos calcinados en la aridez continuada del Berlanas, que es ríoagostado que refleja desde entonces la frigidez continua de mi frente:

Veníahirviendo el aire, recuerdo, ¿tú no, Teresa? –sin duda fuimos todos antaño primavera–, aquel viento incendiado de las cuatro de la tarde, quizás crucificado en las esquinas de adobe y solaneras. Y en el pico exangüe de los pardales que agonizabandetrás de las cortinas.

Veníadesde las rastrojeras y besanas por donde ardía aún la noche de oscuras soledumbres y vacíos, de jinetesrojo y negro de un nuevo Apocalipsis, de sombras y promesas de amanecer por esos montes y riberas de Juan de la Cruz en Fontiveros, al otro lado escaso, convexo de un páramo sin ritosni fronteras. (Por donde crecieron también, luminosas,las tubas de fuego y armonías de Tomás Luis de Victoria.)

Me traía el viento, herido de clarores y requiebrosde ángeles, las voces de Juan de Yepes

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en las tuyas, Teresa: ¿Adónde te escondisteAmado, y me dejaste con gemido?

Y reclamado, detuve mis pies, dolidos de tiemposy de ausencias, por si lograba beber de aquella frágil ánfora y saciaba los gemidos de la herida.

6

Fue allí, lejos de oropeles y de farsas dondese declararon tus primeras guerras interiores para dar alcance a la Paloma de tus vuelos. Dondeestallaron tus primeras ansias de la Luz que permanecen, verdecidas aún, en ese cofrecillo de adobe y teja, palomar de Gotarrendura, y nos redimende la esbeltez soberbia de los rascacielos de Manhattan y del espeso esplendor de las catedrales, hechas torres de Babel de piedra y mármoles donde reinala Fiera.

Como esabasílica –¿otra?– que te han de construir, Teresa, los traficantes, moderna y neoclásica –¡¡moderna!!–, pero tan antigua como el deseo de encerrar la memoriadolorida del Cordero en la estrechez de los muros y piadosos inciensos para no oír sus gritos.

Caprichoensoberbecido, como los salvajesacantos funerarios de los dioses, donde amaestrartu voz indócil, que construyó Moradas interiores, vuelos del espíritu, torrentes incendiados de sueños

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Íntimos retornos a Teresa

para la Reforma: palabras escritas con tu sangrey trasverberaciones.

Basílica esplendente edificada sobre los limos llorosos, violentados de un Tormes trasvestido de lutos y torrenteras de protesta, usurpado en cantos y fulgores por el crotorar vacío de los faraónicos embalsamadores de su propia memoria. Un Tormes que acaso llora por la estólida intemperiede una colonia de lazarillos que mitigan los agrios bebedizos de la crisis, tan cobardes, al solo abrigo inhóspito, frío, de los atrios interminados del templo.

7

Veo en la distancia desafecta una mano untuosa y seráfica que ofrece a besar, Teresa, tus huesos incorruptos –estrellade este auto sacramental sin sacramento, sólo marketing– a una hueste de buscadores de ídolos, llegadossobre estos páramos calcinados de Alba. (A tanto el paquete completo con que ha de alimentarse la boca voraz del Becerro y la Bestia.)

Y serán expulsados de la fiesta los sin traje de bodas y billete cerrado, aquellos que venían, menesterosos, de la Gran Tribulación, los del hambre y la sed, indagadores de tu estrella que guía –y no de sus guías, papagayos de rutina y propina– porque el Verbo se hizo carne en tu verbo y sus destellos, Señora, y no en sus piedras. (El vacuo griterío de la Farsa devorará las moradas del silencio.)

Y devendrán esas piedras ebúrneas en cárceles para tus pies de indómita mujer reformadora, que no en ostensorio de tus sueños de ver a Dios en las interiores

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moradas del Castillo y en la lepra cercana de los atribulados, ya lo verás, Teresa, ya lo verás: el orollama al oro. Y a la herrumbre.

Los camellos antiguos correrán tras los pastos por las navesdesnudas de la nueva basílica en busca del ojo de la aguja. Hasta batir un nuevo récord: y el ojo se hará grande, más grande, a la medida de las ingentes gibas y de las bocas voraces de los profetas oficiales en este tiempo de algarabíasy oropeles donde pastorea la Sierpe de las Siete Cabezas.

8

Sólo en la desnudez desvalida del adobe y la teja, Gotarrendura, sólo desde la claridad de tu memoria que allí habita, Teresa, se llegana oír los gritos de un Dios que se revela en la pequeñez de la carne y del barro, en las heridasde todos los que lloran. Sóloahí se oye el rumor del Viento que hace nuevoel camino del Verbo hacia la carne y buscaallí morada para esta larga noche en intemperie.

Atisbo, sí, en la desnudez despojada de las cosas y su ebriosilencio el parpadeo fugaz de las señales, el ecorumoroso de unos pies, como de ángel, que acercan a mis ojos, mi Señora Teresa, la pervividallama de tus palabras: …que muero porque no muero.

¿Cómo transverberar el grosor de los muros del Castillo?¿Cómo indagar en el limo del foso –donde yo bebiera con las salamandras hace un instante, un sueño– la llaveperdida que me abra los goznes de aposentos más adentro y sacien los gemidos de la herida?, que no seavivir, sino estar muriendo.

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Íntimos retornos a Teresa

9

Oigo los gritos de Él, que se muestran, como en un espejo, en la debilidad de la carne, en mitadde la oscura noche de cuantos han sido derrotados.

Debilidad de la carne y noche oscura de las que habláistantas veces los místicos y que han de sertraducidas del culto –¡y oculto!– lenguaje de las abstracciones y las algarabías líricas por palabras rajadas de par en par como se raja una sandía de carnosas rojeces, dulces, y se daa los hijos al comienzo de una comida familiar: tomady comed: palabras abiertas de par en par, como las largas besanas de Gotarrendura, para decir que Evangelista y Jacquelin y Lino tenían hambre en una aldea de la República Dominicana, Vallejuelo, de fresay piel caribe, ¡hambre!, como tuvieron hambre su madre y su abuela, ¡hambre!, y su perro Chingolo que pulula desvencijado y tiene sueños –¡por el hambre!– en la noche oscura de su alma con una perra yankee, Lesli, que le ofrece restos de hamburguesa y ración de desprecio y coca-cola –¡toma, come, sucio perro latino!– debajo del puente de Brooklin, una nochey otra noche, cada vez más oscuras.

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Tenían hambre, claro, hambre como una lepra negra pegada a la cara y a las manos, sanguinolenta, Evangelistay Jacquelin y Lino y el perro Chingolo que en cada amanecerdesayunaba olores lejanos y trasuntos sagrados de cualquier McDonald yankee redentor, escaparate

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con fulgores de soul para las doce cabezas de la Serpiente babilónica.Tenían hambre, sí, o lepra sanguinolenta, o místicay carnal noche oscura, y salió del mar María un díade nieblas y zozobras como una sirena color chocolate y fue sembrando en los surcos vacíos, pero abiertos, de Vallejuelo arados y operaciones matemáticas. Y noches de estudio e ínsulas Baratarias en el corazón hasta multiplicar el pan y las cebollas. Y se hizola luz, una leve luz en el ingente territorio de tinieblas.

(Tú no has conocido, Teresa, a María, ni a Glicia, mujerestransverberadas por un dardo samaritano, pero cuando vuelvan a poner barro en nuestros ojos para ver y curarnos del frío del invierno yo te las presentaré en Gotarrendura, espéranos, espéranos, espéranos.)

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A la amanecida del día séptimo, había crecido el pan –como un milagro allí fabricadopor chamanes antiguos; como un agosto aquí de espigas satisfechas– y las cebollas inundaban las ventanas de Vallejuelo y se bailaban canciones de Juan Luis Guerra en la plaza y salsa y merengue y llovíacafé, llovía café, y se abrazaba Chingolo con una perra nativa y llovía café, llovía café, y arroz graneado y miely batatas y fresas al amanecer del séptimo día, ay, María,yo te amo porque amas a Evangelista, a Jacqueliny a Lino y al perro Chingolo que no ha huido a la gran ubre yankee.

Y amas los sones caribe del viento en la noche fría mientras dibujas con palotes de niña en las paredes

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Íntimos retornos a Teresa

de barro de tu casa nubes y nubes preñadas de morados por si al día siguiente quisieran seguir lloviendo café.

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Amo a María y a Jacquelin, Teresa de Ahumada y de estas tierras secas, nuestras, esquilmadas por antiguos guerreros que mandaron sus naves para buscar especias y bautizar en nombre del Ajusticiado en una cruz. (Y ajusticiaron ellosa cuantos se resistían a entregar su almay el oro de sus cuellos.)

Amoa María y a Lino, y al perro Chingolo. Y al tractor Bernardo, construido con guirnaldas pintadas por los niñosen las tardes libertarias de los sábados, que voló como don y pequeña justicia por los aires desde estas llanuras samaritanas de Las Villas aupadopor los pechos ardorosos que caminaban blasfemando contra la noche oscura del hambre y el rico Epulón por los surcos recién estrenados en verde para la esperanza.

A la vuelta del viento el café llovido y las cebollashabían dilatado nuestros ojos hasta hacerse globos terráqueosde colores y de razas, grandes, los ojos, inabarcables, nuestros,incendiados por el fuego y el ansia. Fuimos sanados de presbicia.

Y la tenue luz nos redimió de la larganoche oscura, la nuestra, oronda, girandoy girando sobre sí misma, amontonada,infértil.

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Palabras rajadas de par en par también, como las tuyas de claridad y fuego, Teresa, para publicar en alto, aunque con un cierto pudor adolescentemi confesión: los amo.

Y al amar a Jacquelin, a Lino, lo juro, siento la ternura –si me paro a sentirla, que no siempre,y hay días que me arrastro, ciego como topo silvestre, guiado sólo por el solo cascabeleode las cosas– de Aquél que me dio ojos para conocerlos y hombros para arrimar al carro de bueyes y al arado de Vallejuelo.

Confiesoque veo a Dios en las cebollas multiplicadas, condecoradas

–caballosblancos del Apocalipsis–, como tú en las cazuelas humildes y en las jofainas que lavaban los pies de las hermanas. Veo a Dios en la fotografía de Evangelista y el pobre Chingolo. Y en el abrazo de María y de Glicia, ese Diosdel barro y del labriego que yo aprendí cuando peregrinéa tus pies primeros, Gotarrendura, y a tu luz, Teresa.

Amoa Dios al amarlos, sí, y en la ternura de Él –como si un dardo de oro largo– que siento cobijada en mis sienes –haremosmorada en él– cobijo yo, y honro, las vidas de cuantos nombro en este canto.

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Amo al hombre que hay en esas manos heridas de lepray llanto de las que comulgo derrotas y cadáveres.

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Íntimos retornos a Teresa

Y aunque lleguen de lejos construyen para mí otropaisaje del que habito, alimentan quizás un delirio o ínsula Barataria feraz de justicia que me mece siquiera sea un instante.

Lino, Evangelista y hasta el perro Chingolo sonel levadizo, la senda que me acerca hasta el Castilloporque en su amor amo a Dios, que discurre, aquietado,por debajo de estas cosas y de los ríosque nacen en nuestro corazón. Y a veces,sólo a veces, alza la mano como una niña de escuela, temblorosa, y balbuceaaquí estoy, aquí estoy, aquí estoy…

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Claro que es un Dios pequeñito, apenassin mayúsculas ni grandes catedrales –¡qué lástima, tan hierático y carnal el Pantocrátor!–, desvalidocomo esa luz melocotón, primera, que escindeel día de la noche sin un ruido. Pequeñoy primigenio como el pan, la lluvia, el aire,la tierra, el fuego, el silencio, la noche,la palabra inicial balbucida de un niño, el balidodel viento. O el de un cordero recién nacidoen el páramo adusto. Un Dios frágilhecho carne en un rostro con síndrome de Down –que noen los negros jinetes que extienden las plagas de la Bestia y sus sicarios del FMI y el Lehman Brothers–; hecho temblor en una rosa nacida ya en noviembrefrente a las heladas asesinas.

Hecho mano tetrapléjica pendida de una silla de ruedas, desgajada, y el ojo, sin embargo, abierto,

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muy abierto. Un Dios herido como una lágrima negra. Derrotadocon la muerte que llega y golpea, ciega, cuando llega y cuando quiere y es puerta que se abre, sí, pero cierra también tantas ventanas y por ello nos parte en dos, amargo cuchillo tártaro o cuerda rota de un viejo violín, amuleto obligado y costumbre, la muerte. A vecesalimaña en la noche y vértigo sin fondo ni horizonte.

A veces cima última (con Dios al fondo) que corona la andadura, larga, por lugares inhóspitos y, piadosa, con otra faz y con flores de los hijos a los pies, nos descansa del agrio espesor de los ojos y sus llantos.

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Yo abrazo en mi corazón a un Dios sin tiara ni sutiles vestes escolásticas, sin insignias de patrón ni férreasarmaduras para las Cruzadas, sin poderesde demiurgo –¡qué lástima!–, desvelado sólo en el fulgor oscuro de la zarza y el desierto, en el inane adobe que construye y abriga, guarda, fiel, el frescor, la memoria, Gotarrendura, pero no relumbra ni embelesacomo los rosetones rojiazules de las catedrales góticas.

Un Dios a modo y semejanza del Nazareno aquel, débil por extraño ser en tierra extraña de espadas y de templos al que rompieron como se rompe en mil pedazos un cristal que nos refleja y señala: el sanador que incendiaba las cuencas vacías de los ciegos. Urgido de prisas y de amores, como lo pintó Pasolini en la pantalla.

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Íntimos retornos a Teresa

17

Azoto mi mente, Teresa, con nubes negras y presagiosde cuervos picos torvos mientras piensosi debiera pasar estas sentencias por el ojo de gavilán de los antiguos dragones, como hacías tú por inferior condición de mujer y sin estudios ni encargo –no es para mujer, que les vienenilusiones, decían–. (Aunque, siempre, al final, herías los ojos de los cercenadores que censuraban desde sus torres ebúrneas y sus tronos, dominaciones, potestades, tanta luz, tanta luz como nacía de tu cálamo. Ellos son hoy cenizas en mausoleos de mármol. Y tú, Teresa, candelabro de los siete brazos para la luz.)

En eso hemos ganado, quizás, y aunque siguen las torres encastilladas y soberbias de la Inquisición, hoyhay otras tablillas, otras aulas, otras arenas y otros vientosdonde escribir su Nombre. Hoy habla también de Diosquien de Él tenga noticia, no quien haya sacado bula, o goceoficio de trono y cetro que, al cabo, se compraen mercados y vasallajes.

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¿Hablar de Dios? Sóloinsinuar su Luz. Sólo tejer con estas manos de Aracne, tan de Jacob en la luchaal alba contra el ángel, una lejana imagen. O duda.O temblor. Balbucir sólo el tenue soplode su Viento...

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¡Cómo será!, ¡cómo será! Todos hemos sido invitados a balbucir su Nombre. Inclusoquienes lo siguen usando travestido en púrpurasy fuegos incendiarios, en acicaladosmantos de ídolo de madera o leyesmientras un papagayo recita dulces cuentos de hadas. Travestido para no oír sus voces verdaderas, para ver mejor sus falsos ojos despavoridos de feroz guerrero que nos enfrenta y rompeen míseras batallas. ¡Todos!: según las huellas y señales que nos hayan sido desveladas.

¡Todos!: no sólo los que esquilan la voz a los corderos. ¡Todos!: los primeros quienes no tengan lengua y sólo hablen con los signos preclaros del vino en las heridas.

Incluidos los que yerran y erramos. ¡Todos!:desde la orfandad de los ojos y la frágil inteligibilidad de los susurros. ¡Todoshemos sido convocados al Enigma y al Ágape!

Sólo serán excluidos los soberbios.

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Decir su Nombre, mas con temblor.Como hacías tú, Teresa, al hablar en Moradas Terceras:

«… que estoy con tanto temor escribiendo esto, que no sé cómo lo escribo, ni cómo vivo cuando se me acuerda…».

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Y en Libro de la Vida:

«…saber escribir esto, yo no lo sé, mas quedó muy impreso en mi alma…».

O al comenzar tus libros, para no zaherir el orgullo de los examinadores:

«…Por obedecer al Señor y a Vuestras Mercedes, diré algu-nas cosas… desde mi ruyndad… y por mal estilo…».

¡Qué verdad! ¿Quién posee las palabras de fuegonecesarias para abrir esa Puerta sellada, para henderel Magma hirviente que arde en el centro de la tierrao dar a la caza alcance?

Nadie, nadie, nadie.

A mis manos se le escapa Dios en símbolos y distancias como pulpo de mil brazos veladoen profundidades abisales. Como sinuosocancerbero del Enigma.

Nadie, nadie, nadie.

20

¡Cómo hacer ver a este ojo mío, macerado ya de tantas idas y venidas de la luz, una Luz otramás allá de la luz! ¡Y decir a mi lengua una Palabra otra más allá de la palabra con la que comercioel vivir de cada día! ¡Cómo andar con mis piesde barro un Horizonte tras del horizonte que divisa mi frente!

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Por eso a estas alturas de mi ansia me fatiganlos discursos en piedra lapidaria o letra pontifical sobre Él: y más, estas mis propias frondosidades y chácharas sin anteshaber dejado claro cuanto de Él no sé: todo.

No sé de su color, ni del fulgor de su semblante, ni de la exacta medición de su estatura, de la que otros tanto hablan. Ni del arpegio dulce de su música: sólome llega un denso vestigio de silencios, Teresa. Y ecos.

¿Cómo descifrar su clave?

21

Ni siquiera sé del largo trayecto de su biografíay me pregunto siempre por el origende su origen. Y recorro un sinnúmero de veces el lábil laberinto de glaciares y horizontes oblicuospara no solucionarlo nunca nunca.

De ahí que debiera hacer pasar mi lengua por el fuegopara purificarse antes de balbucear siquiera. Para revestirse con los gritos de impotencia del muchacho aquel llamado Jeremías en el tiempo antiguo de las revelaciones:

«Mira, Jahvé, que no sé expresarme, que apenas he nacido».

Y dijo Yahvé entonces:

«Pondré yo mis palabras en tu boca».

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Íntimos retornos a Teresa

Mas ¿dónde encontrarlas en tiempos sin desiertosni habitantes de Nínive que escuchen los clarinesde los nuevos profetas huidos del vientre viscoso de la Gran Ballena blanca?

¿En qué violín o arpa si las grandes orquestas que se proclaman sus intérpretes tienen las cuerdas devastadas por la herrumbrey el ruido?

Pero hay siempre, cuando busco, testigos de su aura en las orillas de los ríos, en los vertederos de las megápolis amarillas o en la fuente del pueblolavándose el sudor de los caminos.O en aquella tarde primera de fuego y luz, de tejay adoberas, en Gotarrendura.

En sus señales bebo hasta cerciorarme del vigor de su voz.

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Quizás sólo pueda decir de Él cuanto de ti aprendí, Teresa (no de los soberbiosdiscursos inerrantes de los soberbios), y de cuantos signados en la frente habitan las orillas de las sendas:

amor, amor, esapalabra sumergida en sangres, engendradorade fuego y de nostalgias: amor.

Palabra sin contornos como tienen los templos y sus brillos, pero llena de temblores, Amor, Amor, Logoshecho desvelamiento y luz, Aroma originante, anterioral despertar de las cosas y su sueño, pero señal

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fiel como un faro de mar siempre en su sitio. Amorque nos posee y colma. Que nos abrasa. E impele luegocon su soplo nuestras manos a abrazarla mancera del arado y cultivar batatas y miel, y cebollas,y fresas dulces. Y hacer llover café y merenguehasta el amanecer. Hasta curaresa lepra que recorre la piel de Vallejuelo. Y de Haití. Y de todo el Sur del viejo mapamundi que aprendimos en la escuela. Hoy reproducida también aquí, en las ventanas en llanto de la casa de al lado, tantosdesahuciados de la vida, recortada por los buitres –torresKIO, el Lehman Brothers, el FMI– su estatura y la digna belleza de su rostro y sus manos, dadas para hacer subir el mundo hacia la cumbrey tan vacías hoy, tan vacías.

(Eros es Dios: Ágape, Origen, Vértigo, el Todopor contraste y piedad derramado en la frente de los cantos fríos del camino, solos, y en la mirada derrotada de los que no tienen nada. Allídonde el vacío urge su Presencia, Dádiva.)

23

Amo, sí, Teresa, a ese Dios que se quedó a vivir en las cuencas sajadas de las víctimas.Amo y lloro y rabio a la vezcuando me siento frente al televisor y escuchoel crujir desvencijado de las paterascontra las puertas del Fuerte y el ¡bum! ¡bum! de los cañonesque defienden la Isla contra los salteadores y leprosos.

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Recojo todos los días, todos los días, a los pies de los periódicos los ojos negados ya para la luz de la mañana, de quienes han sido gaseados esa nocheen este nuevo viejo Holocausto que nos poseecomo una nube tóxica que todos respiramos, todos, todos. Nube regurgitada por los belfossoberbios de la Bestia.

24Pero, además de llorar, ¿qué hago yo? Nada, nada, si acaso vaciarme de patrias y fronteras –sóloquiero ser caballero andante de una Barataria de felinianas ubres justicieras–.

Tal vez mirar y mirar piadosamente y apenas tartamudear este grito: kyrie eleison: me acuso de impotencias, de agriasdesesperaciones cada noche cuando me persiguela vaciedad de mis manos. Cuandosueño con esa patria grande que un díahan de habitar los justos y los débiles –si fuéramos, ay,capaces, si fuéramos capaces, ay, de construirla–. Porque las Bienaventuranzas sólo sonhorizontes para orientar los barcos perdidos en la niebla, no metas regaladaspor un viento impetuoso. (Y yo tambiénrefugio tantas veces mi pereza en los rizos oblicuosde la suerte o en las leyes caprichosas del destino–qué fatalidad: siempre la veleta soplando en la dirección aventajada del poderoso–.O en los milagros.)

Por esoapenas siento ahora el calor de Dios en mis mejillas como lo sentía antes con María y Jacquelin y Lino. Como

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tú lo sentías, Teresa, hecho dardo que se clavaba en tu corazón y lo abrasaba.

¿O es, quizás, esta culpa y vacío o serpiente reptando por mi almohada, que me persigue tras el llanto repetido de los despojados como si fuera un ángel que llama con su dardo a mi corazón y lo transita?

25

Sí, pero el ángel de la desolación y la derrota: apenas un muñeco de trapos rotos y plastilina, sin alas, aherrojado en un rincón del colegio de párvulosdespués de una representación festiva, cuando ya todos han huido a sus respectivas rapiñasy orfandades. Un ángel sin espada flamígera ni lengua que traduzca los mensajes.

Ha sido afligida la Palabra, devorada por los dientes de sierra de la Gran Ballena blanca ocultaen las profundidades grises del océano. Allídonde habitan los ejércitos, uniformadospara el gran combate por el Trono y el Becerro. Y enmudecido el Verbo. Gritan, sin embargo, con sus tubas de incienso y sus ternos en oroy pedrería, con sus áureas antenas y pináculoslos fieles servidores de los ídolos.Y se han hecho tiniebla dolorida los amaneceres.

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Los del hambre y la sed, los ciervos huidos a las viejas catacumbas se preguntan entonces: ¿Cómo adorar a Dios después de Auschwitz…? ¿Cómoindagar su Rostro, Teresa, de piadosos fulgores y leer al mismo tiempo las viejas historias de Cruzadas en su Nombre, antiguas y recientes? ¿O estar viendolas máscaras pintadas de muerte, descarnecidas, desdivinizadas del África negra, de la Yihad, de Irak y Palestinatodos los días, todos los días? Mejorseguir estando huérfanos de dioses tan sanguinarios.

¿Quién será seducido por el Alá incendiario de las TorresGemelas descuartizadas por un queroseno sacrificial y yihadista? ¿Y por el Alá de las vías del tren asesinadas que segaron caminos para siempre y pararon a sangre y fuego el reloj de la estación de Atochaun 11 de marzo, tan temprano, sin alba, de 2004?

Sólo las hienas de la ira.

27

Ante esas máscaras yertas, esculpidas en llantos, víctimas sagradas del Becerro traídas por el río de los telediarios hasta mi cena cada 9 de la noche, ¿quién podrá impetrar impunemente el pan de cada día bajo la mayestática Gloria de Bernini o el resplandoráureo de la Capilla Sixtina? ¿O cómo leer suras y versículos bíblicos en aquella basílica de piedras preciosas y obscenos esplendores vaticanos

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en el pulmón desvalido del África –Costa de Marfil 1990–,[construida

oficialmente con dádivas candorosas, pero en verdad edificada, palmo a palmo, de sida y sangre derrotada y manos apenas iniciadas a la vida y consumidas ya por las víboras que ofrecen a los niños un kalashnikov en bandolera?

Sólo los mercaderes del opio, Teresa, sólo.

¡Cómo celebrar sacrificios con pan y vino donde no hay pan ni hay vino que llevarse a la boca y todala sangre ha sido ya ofrendada al dios Mamón y su cohorte!

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Por eso me es imposible ya –¡y a tantos!– vislumbrar su Rostro en los rayos de luz en oro recamadosni en los rosetones de catedral hechosvidriera y luz, dios antiguo y medieval desvelado en las formas domadas de la piedra y sus colores:Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison.

Rezar ahí, arrobados en el paraíso fariseo del incienso, dulcespolifonías de Palestrina en connivenciacon los coros arcangélicos sumirá, Teresa, a las almas en los altos grados de la posesión beatífica (o lo que sea), mashiela el ansia enrojecida de justicia y las manosateridas de inviernos de cuantos anhelan oírotra música para su lepra ante las puertasblindadas de las catedrales. Y, además –lo digoporque lo he experimentado en mi piel de ebrio

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Íntimos retornos a Teresa

consumidor de sangre de machos cabríosy de inciensos–, los cantos arcangélicosentumecen la carne –no en vano han de seroficiados por castrati– para la pelea de Jacob con el ángel en el filo mismo entre la claridad y las sombras de la que salió herido en el talón y anduvo cojo el resto del camino.

Como tantos,como yo, heridos por la pasión y la búsqueda, y la duda y quizás el silencio. Y la noche oscura (como tú, Teresa, como fray Juan) y la tiniebla y la desesperación y la rabia o el vacíode un mundo de víctimas.

¡Cómo rezar, sí, al Dios del Corderodespués de Auschwitz!

Silencio, silencio, silencio…

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Después de Auschwitz, Hiroshima, Siberia, Kigali... Y Abu Ghraib y Palestina y las nuevas viejasplagas de Egipto del ébola y el nuevo Holocausto que sustituye el gas por las pateras y las dentelladas metálicas del mar, cetáceo ingente de ojos ciegos para mejor devorar el grito de los párvulos profetas, ¡cómorezar, cómo rezar!

Silencio, silencio, silencio…

Y tinieblas y desolación y desencanto… Y ese triste asco oxidado que le nace a los costados lacios de mi barco.Y lo encalla.

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¡Cómo rezar, Teresa, cómo rezar! Quizás, sólo,si rezar no fuera sino llorar y seguir poniendo la mano en el arado por si llueve mañana café en Vallejuelo, y batatasy miel al amanecer, lejos de ese olor acre de la sangrede los toros sacrificados en el templo y el brillo áureo de catedrales y basílicas. (Aunque seaen tu honor, perdona, Teresa. No te honranlos alabastros repetidos, sino la fértilrevelación de tus palabras.)

30

Pero yo sí recé, Teresa, en Gotarrendura a un dios débil, sin mayúsculas, de barroy teja que llora y llora sin consuelo en los inviernos de la lepra, tiritando.

A un dios derrotado en Auschwitz, Hiroshima, Siberia…; deshumanizado en Guantánamo y Abu Ghraib y en las dictaduras del cono Sur, Este, Oeste y Norte que comulgaban con hostias de sangre torturada y crimen; negado en Jerusalén y Gaza y en el Templode mármoles azules de Wall Street; pintarrajeado de señor feudal de cetro y trono en los palaciosde las tibias marquesas y los cardenalescolor púrpura.

A un diosen llantos, sin poderes, inconsolable junto al cuerpo roto y magullado, por los hierros y cristales, de Verónica, derribada de sus 21 años núbiles al borde de una carretera hacia la gloria que sin embargo conducía a ninguna parte:hacia la muerte.

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También recé a ese Dios vegetal, apenasuna dulce semilla de maíz, de cebolla, o unos ojos grandes, grandes, negros, negros,de patoja maya que sonríe y baila como María y Lino y Evangelista cuando el sudor de sus manos andinas o caribe son capaces de hacer llover café.

Recé si rezar fuera escuchar una luz más alláde las piadosas monsergas para urgirmis manos a la misericordia: a rellenarde carne tantas cuencas vacíashasta recobrar la vista. Y con ella, luego,hendir los ocultos celajes del enigma.

Seguiré rezando, Teresa, contigo, por si logro abrir, al fin, los goznes de tu Libro de los Siete Sellos, escalarlas arriscadas almenas del Castillo, guarecermeen las dulces Moradas donde habita la Luz. Y hacer crecer un palmo con tu herencia de vuelos y Reformas el mundo en el que habito.

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EPÍLOGO

αPues sí que me ha traído lejos aquel fulgor íntimo, desnudo, de Gotarrendura, paja y barro, palomarrelicario y vientos amarillos vestidos con ese azulde mediados de septiembre.

De aquel pozo o fuente tanta luz, tanta clara memoria de ti guardada entre el cielo y la tierra, inextinguible, azul. Allí fue el fuego que arde los ojos y purificala lengua para el canto. Y las claras cenizas amarillas de septiembre hechas señal y signo, hechas don, manantial, que sembraron de nostalgias mi miradapor ti, Teresa de Ahumada y de Jesús. Y orientaronmis pies tras de la Zarza.

βVi allí un cielo abierto y tú, Teresa, montadaen un caballo blanco como jinete del Apocalipsis, recorríaslos páramos, yermos, de la Gran Tribulacióncon el Libro de los Siete Sellos en la mano derramandosus hojas de nieve y luz sobre las cabezasde los humillados por la Sierpe y sus estatuas.

Hasta que fuimos rescatados del oprobio. Y recibimosun salario de luz.

Vi también una tierra nueva incendiada por la ira de los mansos de donde eran expulsados los idólatras

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y paseada por las calles, sin diadema de zafirosni afeites, desnuda en su mentira áurea, la GranProstituta de Babilonia (que seguíaofreciendo salvoconductos para el miedo.)

γPero en otro escenario veía cómo el Dragón de las siete cabezas y sus secuaces, uniformados por el diseñador de La Guerra de las Galaxias, antesde que dieras a luz, Teresa, perseguían yalos frutos de tu cálamo. Y al nacertus palabras, indómitas teas incendiarias, calladamúsica de guerras interiores y altos vuelos, eran arrojadas a un paisaje de huesos desolados: sarcófagos en mármol recamado, esplendentespináculos de torres de Babel –torres KIO, torres Petronas, torres inconclusas, aserradas, de la basílica de Alba, la Gloria de Bernini hipostasiada–, lacias flores de acanto, relicarios en plata y telarañas, construidospara ennochecer tus luminarias y proclamasen oscuros corredores y ranciasvolutas de incienso y terebinto.

Hasta que un día fueron derrotadoslos secuaces del Dragón: allílos iniciados recibieron sobre su frente la sangre del Cordero y su estandarte:

δVi sentados al banquete a tullidos, ciegosy a tantos arrojados al borde del camino, a los lacerados

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por la lepra: a Lino, Evangelista y al perro Chingolo. Y a María y Glicia. Y a Roberto en las selvasdulces del Perú, vestido de amahuaca y con la vozronca, gritona y núbil de los viejos profetas. Voz sepultada en el vacío por el rotor potentede los helicópteros que reconquistan el gas de Camisseay su oro líquido. Vi juntos, como en un concierto ingente de rock, a los 144.000 ahogados en las venasabiertas de la América Latina y África.

Sitial también, primero, en ese Tronopara Andresito, que llama ahora a mi puerta, sin noche ni día en su mirada, saludando con su lengua de trapo párvula, y me trae un ángel niñoen sus ojos de Down: un ángel testigo en barro y teja del Reino del Cordero.

εHuye luego de mí la visión y sus destelloscuando bajo del monte y se anegan mis pies en las arenas calcinadas de las sombras, ¿dóndela luz? ¿Dónde el silbo amoroso de la música callada escuchada más arriba a las puertas de la Séptima Morada o dulce Territorio que no se sabe qué?

Una y otra vez vuelve, después de la dulzura y el frontalesplendente de las cosas, el reverso, la nocheoscura, la derrota, ese amargo entramado o textura de tierra de lo humano y su agrio

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perfume. Vuelve la oscura noticia de Dioscomo una herida abierta, sin sutura.

ζHe ahí la tarea o lucha de Jacob con el ángelen cada amanecida a pesar de ser una y otra vez herido por él en el talón: mantener limpias las adargas para una nueva pelea por si un díalograra alcanzar –más allá del vencido destino de Sísifo– la cima del Enigma y sus señales:esa Luz más intensa, más intensa, y ya nocegadora. Y desvelar, al fin, su Rostro.

O al menos oír, veraz, el serenobramido de un Viento impetuosoque mantenga vivo en mí el fuego,la espada y el anhelo.

Mientras tanto aprenderé a andar, aunque herido,los caminos. Pero altivo. Por eso, a pesar del naufragio y del aullido álgido del miedo, y del hastío, pienso hacerme otra vez a la mar de tus altos vuelos, Teresa. Antes de que me quede definitivamente varado en la sal y el llanto, azotadode derrotas frente a la Fieray sus Crisis deicidas.

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y ωPostdata:

¡Volveremos a vernos, Teresa, en la luminosidad de tu Libro de los Siete Sellos, oh testigode Patmos! Y quizás, de nuevo,en Gotarrendura, paja y barro, palomarrelicario donde anida la eterna memoria de tus vuelos, brasa ardiendo aún en las noches oscuras de mi mediodía, rocío febril contra el olvido y los ídolos.

¡Dios te guarde!

ELEGÍASPARA UN TIEMPO DE VÍCTIMAS*

A las víctimas: a quienes han sido arrancados de la vida, tantos;

y a quienes aún perviven en el llanto.

* Accésit del XIII Certamen por la Libertad y la Paz de la Fundación contra el Terro-rismo y la Violencia Alberto Jiménez-Becerril.

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אÁLEF

Por tierra yacen en las callesniños y ancianos,

mis vírgenes y mis jóvenescayeron a cuchillo...

Lamentaciones 2, 21

PAISAJES DE MUERTE

1

Como amargo rumor traído por el viento,de lejos llegan gritos con los ojos cerrados y la boca cerradapara que no pronuncien la sentencia.

Pero el viento que arrastraun hedor amarillo reclama para sí el nimbado designiodel profeta: decir he ahí el crimen, he ahí el crimen.

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Elegías para un tiempo de víctimas

2

Desde entonces crecieronen los jardines del viejo paraísorosales erizados de alfanjes, rojas manospara la sangre. Desde entonces el viento guarda la memoria cainitadel fulgor amarillo en las pupilas del sayón,esa errática señal de la sangreengarzada en su frente.

Y expulsaa los moradores del Edén.

3

Desde entonces, cada noche,los heraldos de los ciervos heridos por la muerte irrumpen en mi alcobaa pedirme venganza, a que tomede sus lenguas de víctimas la herencia,la flor amarilla del venenoy rocíe con sus pétalos las jambasde todas las estanciashasta la vieja costumbre de la sangre.Hasta la desolación.

4

Y me sumen en llantos: las hojas arrancadas al último abedul camino del invierno arrastran de nuevo hasta mi puertael silbo agraz de la serpiente,

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la magulladura de la carney la ceniza. Y el alba, mancillada,desnace en las sombras huyendode las bífidas lenguas amarillas de las víboras.

5

¡Con qué nevero prístino, con qué lluvia o luz laváramosesta herida amarilla de la sangre!

6

Pero nada, nunca, ningunapalabra de luz será de nuevodicha por nadie sino solo crimenpor el viento que llegadel Éufrates: ¿dónde,Caín, la yerta mudezde Abel?

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Elegías para un tiempo de víctimas

בBET

Miradle avanzar como una nube,sus carrozas como un huracán,

sus caballos son más rápidos que águilas,¡ay de nosotros!, estamos perdidos.

jeremías 4,13

ODA DESOLADA

1

Revestido de alfanjes y dientesenvenados de serpiente, coronado de estrellas devastadas para reinar sobre la noche más oscura, ángelexterminador, desciendes desde tu alto nido de gavilán o buitre para sembrar de muertes los cansados caminos de la sangre, para regresar donde el fragor de la quijada y conquistarcon tus garras de fuego y llantos el sitial territorio de los dioses. Desciendesen vuelos rasantes sobre los paisajes del miedo, al fin desalentados e inermes, para decir: soy el que soy, mientras escupescontra las heridas cuencas vacías de las víctimas,

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Quintín García

enmudecidas ya. Revestido de nochecomo los hijos de las sombras, allídonde las oquedades y las hienas.

2

Nunca así, cawboy de inocentes cabelleras conquistadas, los sueños de regresar al viejo paraíso reclamados en la escuela, cuando niños, harán nacerpalmeras y sus frutos de dátiles dorados, ni redimirá la luz nuestros ojos vulnerados. Ni alcanzaremos a granar las espigas del ansiado El Verano de Vivaldi, sino sólo ceniza, tanta ceniza y tantos llantos.

Pero al final de la jornada, cuando las dunas devuelvan la exacta ponderación de los rostros, recogerás, héroe conductor de caravanas de serpientes, un salario de agraces, el inextinguible hedor del veneno que pustula los labios y escarnece, estesordo murmullo de tantas palabras asesinadas, mientrassuenan para ti en las crestas de los maizales ya tardíoslos tristes compases de El Invierno, ángelsin alas ya, ángel caído, náufrago de tus propias tempestades.

3

En el canto del cárabo, al levantarseel día, mas aún en la noche larga de sombrasy estrellas erizadas, escucho señales y signos, ángel exterminador, de tu derrota

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Elegías para un tiempo de víctimas

escritos con los lúgubres caracteres del antiguo sueño bíblico sobre los rostros desvalidos de las víctimas: “Contado,pesado, dividido”.*

* Daniel cap. 5.

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Quintín García

גGUÍMEL

Una voz se oye en Ramá, lamentosy llanto amargo. Es Raquel que llora a sus hijos, que rehúsa

consolarse con su pérdida porque no existen

jeremías 31, 15

EL AGRIO ULULAR DE MI TELEVISIÓN

1

Súbita luz letal, fulguraciónde la fría materia de la muerte que avanza como candente hierro fúnebre sobre los paisajesvulnerados de mi casa y nos inunda y ciega con su revelación cuando caela noche en los telediarios.

2

Luz letal y súbita que llegaa través del agrio ulular de la televisióncuando mis hijos y yo habitábamosese cielo dulce de los príncipes azules o el paisajeencantado de Las mil y una Noches

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Elegías para un tiempo de víctimas

y dicta, estremecida, su sentencia.

3

Luz letal, heraldo de los ciervos heridos por la muerte, que llega y nos invadey nos deslumbra y ciegay ya nos ha matado a mis hijos y a mí,ya estamos muertos, ahorasin sonrisas ni mágicasalfombras, cuando aún era abrilen las paredes rosa de mi estancia.

4

Porque la muerte, aunque hedoramarillo traído de tan lejos, engendra también muertes, en la noche o al alba, en las cuencas deshabitadas de nuestros ojos, cuencasenvilecidas por la lepra contagiosa de este tantán asesino de la televisión.

5

Ya nos ha matado, ay, a mis hijos y a mí esa luz gris, fulgente, como si dientes de hiena descuartizando el aire, sin antes habernos podido despedirdel exangüe caballo elegíaco de El Guernica(justo detrás, arriba, de la televisión, baratareproducción de calendario), que escupe

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Quintín García

aullidos por los ojos sobre los aullidos picassianos de la mujer gris, enmudecida,madre yerma del hijo desnacido entre sus manos.

6

Muertos mis hijos y yo en mitaddel fulgor cainita del telediariosin antes haber aprendido a morirde esos brazos en cruz que crucifican,como si un camposanto de amapolas en sangre,la ancha, torva geografía de mi cuarto de estar con Los fusilamientos del tres de mayo.

7

Si nos hubieran anunciado las sirenasel olor fúnebre, amarillo, de la muerteque llega en rompeolas tras de los trémulos bramidos de la televisión descuartizada por los rayos,hubiéramos aprendido a morir de esos ojos anónimosgritando, balbuciendo terrores –sólo luz, pero luz herida; sólo mirar, desorbitado– con que Goya resucita en mis estancias cada día la testamentada costumbre de la sangre.

8

Ya estamos muertos por la luz súbita y letalque nos despierta, como un hierro candente, de la eterna sonrisa donde habitábamos a esa hora huérfana, desnuda, del duermevela.

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Elegías para un tiempo de víctimas

Ya estamos muertos sin haber aprendido a morirde estos poemas rotos, ángeles quebrados de cobriza melancolía, sanguinolentos cuajarones de ira, de César Vallejo –España, aparta de mí este cáliz– que gritan con sus blancos pañuelos desgarrados, roncos de dolor y derrotas, desde una balda alta, acobardada, de mi estantería.

9

Ya estamos muertos, sí, mis hijos y yopor el súbito y letal fulgor asesino de la televisión.Y abiertas nuestras carnes en canal como sireses, fulminados también al son elegíaco de los trombones amoratados del Requiem de Mozart, nos subimos, de rodillas, al fúnebre desfile de las víctimas, una por una abrazadas, fundidosnuestros rostros con sus rostros en luz, heridos, eternamenteesculpidos en el éter de mi cuarto de estar.

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Quintín García

דDÁLET

Al fin de la batallay muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: “No mueras, te amo tanto”.Pero el cadáver, ay, siguió muriendo.

césar vaLLejo

Poemas Póstumos. Masa. 1ª estrofa

¿DÓNDE LA LUZ?

1

¿Es que acaso nunca nunca han de girar hacia los camposmalvas de la Arcadia las manecillas de los muchos relojes vulnerados que me llegan con los dedos en sangre, ni se enciendenotros paisajes de luz y melodías y ha de ser siempre este tiempo mío un campo de agraces y de sombras, tan enfermo, siempre siempre? Me rebelo.

¿O es que la ancestral loba que amamanta la manada sólo ofrece una leche de errátiles

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Elegías para un tiempo de víctimas

quijadas y de alfanjes, turbadores, inmutableestela ensangrentada en los espejos, inexorablementemultiplicada y multiplicada en las agrias olas de este río que corre intemporal por las venas eviternas de la ira? Me rebelo.

¿Hasta siempre, jamás, siempre, nunca, quién sabe, ya veremos, quizásmañana escampe? Me rebelo.

2

Ay, me niego a los tristes ciervos devastados por el vuelogavilán de los dioses o el fulgorcegador, enrojecido, de las patrias.

Me niegoal oro que funde en espadas los toscos arados que en sueños arrastraron los bueyes por los páramos de luz. Y al tributo exigido por quienes habitan las torres de Babel y comercian con la turbiedad de la lengua y sus revelaciones asesinas. Y la anegan en sangres.

Me niego.

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Quintín García

3

Y exijo el sagradoderecho al fulgor de la Zarzaantigua en el Horeb y a la luziniciática del Sermón de la Montaña:

ciervos de túnicas de seda y manos blancas, resucitadosde sus viejos despojos, escribenen las reverdecidas catacumbasel nuevo abecedariode la misericordia. Metenla mano en la hura del áspidcoros de niños refugiados hasta entonces en los búnkeres. Y con los dientes vaciados de la sierpeesculpen sobre los montes heridoslos colores de un intenso arcoiris.

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Elegías para un tiempo de víctimas

זHE

Se consumen en lágrimas mis ojos,de amargura mis entrañas,

se derrama por tierra mi hielpor la ruina de la capital de mi pueblo,

muchachos y niños de pechodesfallecen por las calles de la ciudad.

Lamentaciones 2,11

ARCOÍRISA los verdugos

1

qué barro o ponzoña o acíbar o fétida sustancialos construye

qué destino de efímera quimera

qué andadura errante y desoladapor los yermos fratricidas campos de los cactus (esporasde un mítico Caín siempre en celotras del aliento agriode la muerte) los arroja

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Quintín García

a ese nido o cubilmadriguera de víboras

qué rayo o fuegoo lluvia ácida de envilecida tormentalos devuelvea la roja fúnebreinane ignominia de la sangre.

2

¿registraré mi nombre y habitaréesa cara canalla de la historia? ¿beberéde su misma copa y dormiré luegola borrachera de sus flujos de sangre?

me rebelo: ¡cómo cuándo con qué luz o nievelaváramos la herida amarilla de esta nochela vil violación de las palabras esa letal ceguera de la sangreque anega de cenizas las miradas de los ciervos!

¡qué lengua virgenpronunciara de nuevo el fulgorveraz de una palabra el bramidogenesíaco del verbo y germinaraal costado del Tigris el rito nuevo de la aurora el verdor húmedo de un nuevo paraíso!

qué arcoíris manos de niños tejieran sobre los montes heridos

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Elegías para un tiempo de víctimas

y nos librara al fin prontode este fétido barro emponzoñadode esta ciega tormentay sus desolaciones –¡cuándo!–.

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Quintín García

הVAU

Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporóse lentamente,abrazó al primer hombre; echóse a andar...

césar vaLLejo

Poemas Póstumos. Masa. 5ª estrofa

EPÍLOGO POR SI UNA NUEVA LUZ

Alzo mi estatura, postrada de agravios,y mi dedo, mínimo, aunque erguido, contra el ángel exterminador que ha ido sellando con fuego los desalentados balidos, la memoriarota de cuantos ciervos han sidoexpulsados del Edén, ofrendados en las altas piras de los templos de la iraal dios Ares, impío estandarte de la tribu.

Alzo, sí, mi dedo y señalo en el ágora,como en un antiguo cantar de ciegos, los nombres de los ciervos heridos, escritosuno a uno, esculpida su memoria por los siglosen el mármol de este Muro.

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Elegías para un tiempo de víctimas

Alzo mi frente e impetro al arcoíris, ángelpara la luz, por si una nueva luz –¡cuándo!–, mientras sorbo, amargo, el último veneno, amarillo, de este invierno,inextinguible lugar de desalientos.

Alzo finalmente mi grito contra el obscenodesfile de cadáveres, gritos uncidos a los tristes lamentos de los cárabos y al despertardolido de los mirlos, gritos injertadosen las palabras que aquí grito en carne viva, gritos construidos con las tubas de un réquiem inconcluso, gritosdepositados como rojas rosas inmortalesen las tumbas heridasde las víctimas.

¡Va por ellas!

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ÍNDICE

Quintín García: la poesía como un itinerario hacia la luz. José Luis Puerto .................................................................................. 7

Sumario ........................................................................................................... 21

Páramos de luz ............................................................................................ 23

Bodegón de aromas y recuerdos .............................................................. 25

Brindis ritual y quizás último ................................................................ 33

De las sombras a la luz, en La Anunciación de fra Angélico .. 39

Elegía por un paisaje de sombras asesinadas en el mar .............. 43

Noche de laberínticos vuelos de murciélagos ....................................... 51

Paisajes de muerte ....................................................................................... 57

Redoble de la luz arrancada a la noche ............................................. 61

Memoria de ti resucitada .......................................................................... 69

Del río y sus enigmas. De amicitia ....................................................... 75

Contra el olvido ........................................................................................... 79

Almendro en luz ........................................................................................... 85

Del invierno a la luz ................................................................................. 89

Carne en fulgor ............................................................................................. 107

Íntimos retornos a Teresa ......................................................................... 141

Elegías para un tiempo de víctimas ..................................................... 175