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Las nuevas narrativas, en el entorno social
Universidad de La Laguna, diciembre de 2019 DOI: 10.4185/cil2019-186
ISBN-13: 978-84-17314-11-8/ D.L.: TF 996-2019 / DOI del libro: 10.4185/CAC159 Página | 520
Libro colectivo enlínea: http://www.revistalatinacs.org/19SLCS/libro-colectivo-2019.html
Populismo mediático y sátira política: una perspectiva histórica de la apelación al
“pueblo”
Media populism and political satire: a historical perspective of the appeal to the “people”
Agustín Vivas Moreno - Universidad de Extremadura - [email protected] – Grupo ARDOPA
José Luis Valhondo Crego - Universidad de Extremadura - [email protected] – Grupo ARDOPA
Abstract: Si repasamos el debate académico actual en torno al populismo, se
pueden distinguir dos relatos antitéticos que, comparados, pueden dar la
impresión al lector de que no se está hablando del mismo término. Por un lado,
encontramos a aquellos que entienden el populismo en función de una idea de
“pueblo” reencarnado en la necesidad política de dar sentido a las promesas de
la modernidad. El populismo significa aquí la energía pura y auténtica de los
pueblos en aras de empoderarse y tomar las riendas de sus destinos plantando
cara al poder. Por otro lado, en otros contextos político-mediáticos,
especialmente nos referiremos a Europa y Estados Unidos, el populismo tiene
la connotación negativa de un término ya acuñado por los griegos: demagogia.
La demagogia siempre ha sido parte de la política. El agente de esa
demagogia es la élite y su víctima el pueblo, a quien instrumentaliza bajo la
excusa de empoderarlo. Este texto se ocupa de tratar la cuestión del populismo
a través de la comunicación social de la sátira en diferentes épocas de la
Historia española, desde el siglo XVII hasta el XXI, entendiendo el populismo
en su acepción negativa, como un relato que se reinventa a cada paso en la
Historia y se transforma en función de un mínimo común denominador: el
deseo. El populismo extrae su energía política de esa identificación más
primaria que nos conecta como humanos. A partir de la Colección de Papeles
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Varios del Archivo Histórico de la Universidad de Salamanca (A.U.S.A.) y la
prensa satírica del siglo XXI, realizamos una comparación de lo que se ha
denominado la razón populista. Nuestro análisis confirma una serie de
características presentes en la prensa satírica reciente que ya figuraban en el
Barroco, una época que, como recuerda Maravall, presenta rasgos de una
cultura de masas.
Keywords: Sátira política; Barroco; Populismo; Cultura de masas;
Comunicación Social; Prensa satírica.
1. Introducción
El objetivo de este texto es profundizar y enriquecer el concepto de populismo
político a partir de la comparación de sus expresiones históricas en el Barroco y
en el siglo XXI. Se trata de entender las raíces de ese populismo acudiendo a
documentos del siglo XVII y cotejándolos con los contenidos de una revista
satírica de finales del siglo XXI, como es El Jueves. En ambos casos,
delimitaremos la cuestión a dos estrategias bien establecidas en la táctica del
populismo: construir al pueblo a través de su imagen y la de su antagonista
para apelar a ese pueblo en tiempos de crisis.
Nos centraremos en el caso español, pero muchas de los rasgos aquí
explicados podrían extrapolarse a otros Estados europeos. Para ello primero
tenemos que localizar el objeto de estudio, ese populismo mediático del que
hablamos en relación a la sátira política. El término populismo se presta a
muchas confusiones terminológicas, de hecho, podría ser un perfecto ejemplo
de lo que Laclau (2005) denomina significante vacío. Ha sido empleado por
opciones ideológicas muy distantes, opuestas incluso, en localizaciones
geográficas variadas, por clases sociales diversas y en tiempos históricos
distintos. Además, en la actualidad, hay que diferenciar entre el populismo
político practicado desde los partidos y el que se vehicula a través de los
medios.
Por otra parte, el género de la sátira tiene una larga tradición en Europa,
relacionada con la garantía de la libre expresión en la Modernidad. La sátira es
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un género que funciona con la ironía como mecanismo cognitivo y con la
parodia, otro género literario afín (Hutcheon, 1995).
Finalmente, en esta introducción, debemos tratar señalar las limitaciones a las
que nos exponemos con este intento de explorar los fundamentos históricos de
la sátira populista reciente. Nos remontaremos a la época Barroca, Siglo XVII
en la que, según Maravall (1975), ya existía una Cultura de Masas. Aun así, el
significado de los conceptos no puede ser en muchos casos comparables.
2. Populismo político y mediático
Si repasamos el debate académico actual en torno al populismo (Mudde, C. y
Kaltwasser,2013), se pueden distinguir dos relatos antitéticos que,
comparados, pueden dar la impresión al lector de que no se está hablando del
mismo término. En torno al mismo significante, los académicos desde las
Ciencias de la Comunicación, la Filosofía, la Comunicación Política y la
Sociología han librado una lucha por establecer el significado del término.
Por un lado, encontramos a aquellos que describen el populismo como el
pueblo encarnado en la necesidad política de dar sentido a las promesas de la
democracia en la modernidad. El populismo se entiende aquí como la energía
pura y auténtica de los pueblos en aras de empoderarse y tomar las riendas de
sus destinos plantando cara al poder que, como señalaba Foucault, no
pretende limitarse y siempre se extiende sin medida. Frente a ese poder, el
pueblo crea una red de sentimiento transversal que persigue la democracia
efectiva de abajo-arriba, de las bases a las elites, sorteando los obstáculos que
la “jaula de hierro” de la burocratización o que la hegemonía de la industria
cultural moderna han podido imponer al sistema democrático.
Desde este enfoque, la democracia representativa y la división de poderes no
han demostrado históricamente que se puedan satisfacer las ansias de poder
de la sociedad civil. Más bien han creado un entramado institucional que ha
contribuido al “desencanto del mundo” del que hablaba Max Weber,
convirtiendo al ciudadano en una mera pieza de ese mecanismo, alejado del
poder, aburrido del poder, cínico con el poder. Ese sistema ha agotado las
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energías del pueblo para transformar la sociedad en la que vive. El ciudadano
ha acabado reducido a dos roles gemelos dependientes del Estado y el
Mercado: por una parte, se ha convertido en un contribuyente y un votante
cada cuatro años. Por otra, su poder político ha sido escamoteado por la esfera
económica, de manera que solo es un consumidor cuya independencia política
sólo puede aspirar a votar diariamente a través del dinero que emplea en sus
elecciones de consumo.
El debate político desde la base, a diferentes niveles, en diferentes esferas,
con distintos interlocutores, ha sido sustituido por la agregación de voluntades
en forma de votos o sondeos de opinión. Junto con el sistema político, el
sistema mediático también ha naufragado bajo la hegemonía institucional del
Mercado y el Estado, apartando al ciudadano del poder y convirtiendo el
periodismo en algo no muy diferente del sensacionalismo, transformando la
información en entretenimiento y el debate racional en tertulia emocional de
gestos y pantomima solo dependiente de la lógica del Mercado. Contra esa
institucionalización mercantil y administrativa de la democracia, el populismo
representa, desde este punto de vista, la esperanza de una
desinstitucionalización, una vuelta a la consideración del ejercicio de la política
como elemento constitutivo del ciudadano, que además participa de los
debates políticos-informativos en su comunidad y eleva sus conclusiones hasta
crear círculos virtuosos de opinión que afectan a aquellos que deben tomar las
decisiones en nuestro nombre.
El pueblo no se siente representado por las elites que rotan puntualmente para
mantener por encima de todo un sistema capitalista cuyos jerarcas son de facto
los que condicionan la vida pública de los gobernados. Así que, desde esta
perspectiva, el populismo es una energía política liberadora de las esperanzas
y deseos del pueblo. Su significado está asociado a determinados sistemas
políticos y culturales como, por ejemplo, algunos de los existentes durante todo
el siglo XX en América Latina. Sólo a partir de la consideración de esos
contextos políticos y culturales, se pueden entender las características del
populismo desde este enfoque.
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En resumen, esta perspectiva entiende el populismo como un relato político
que apela a las fuerzas democráticas que todo ciudadano alberga, y lo hace de
forma transversal, obviando las categorías políticas de derecha e izquierda y
centrándose en el eje de poder que separa y blinda a las elites de gobernantes
de sus pueblos gobernados. El populismo interpela, en el sentido de Althusser
(1988), al ciudadano para que recupere su autoestima política, se sienta
partícipe de la sociedad y creador de las opciones de futuro. En esta línea, se
trata de un movimiento regenerador de los sentimientos morales de la
democracia.
Frente a esa idea, en otros contextos político-mediáticos, especialmente nos
referiremos a Europa y Estados Unidos, el populismo tiene la connotación
negativa de un término ya acuñado por los griegos: demagogia. La demagogia
siempre ha sido parte de la política. El agente de esa demagogia es la élite y
su víctima el pueblo, a quien instrumentaliza bajo la excusa de empoderarlo.
Aquí sí se hacen distinciones entre derecha e izquierda. Existe un populismo
de izquierdas y otro de derechas, pero, en esencia, la energía populista en la
historia ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Esta es la opinión de José
Luis Pardo, Catedrático de filosofía de la Universidad Complutense y estudioso
del fenómeno populista en España. Pardo (2016) sostiene que el populismo no
es nada nuevo:
“No se trata, por tanto, de que haya aparecido un nuevo fenómeno
histórico, un nuevo populismo hasta ahora inédito que los
especialistas en filosofía política tuviesen que catalogar
científicamente, como los entomólogos clasifican una nueva especie
de mariposas recién descubierta para evitar confusiones. Se trata de
un episodio más de la muy antigua tradición del “realismo político” a
la que nos hemos referido reiteradamente. No es una “nueva”
realidad política. Sino una posición filosófica acerca de la realidad de
la política en general, una tesis ontológica sobre la naturaleza
(populista) de la política”.
El populismo es un relato proteico, como lo es el capitalismo; un relato que se
reinventa a cada paso en la Historia y se transforma en función de un mínimo
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común denominador: el deseo. Para Pardo, el quid del populismo es haber
aprendido del capitalismo cómo manipular y construir el deseo de los
gobernados. El filósofo sostiene que el populismo es un comunismo
transformado para el siglo XXI. Si el comunismo creaba identidades solidarias a
través de la acción, a través del Trabajo como núcleo fundamental de la vida
social, el populismo extrae su energía política de la identificación más primaria
que nos conecta como humanos: el deseo.
Marx se centró en el Trabajo, Freud lo hizo en el deseo. Para contrarrestar la
fuerza de la solidaridad laboral, el capitalismo recurrió a algo más básico en el
comportamiento humano, la generación y gestión del deseo social, la líbido
transformada en capacidad de consumo y el consumo aplicado a la posibilidad
de convertir en mercancía todo lo que nos rodea y puede ser deseado, y tiene
que ser deseado. Para Pardo, el capitalismo ha triunfado gestionando el
bienestar y creando un Estado de Bienestar Social donde las clases medias
pueden aspirar a todo y donde la voluntad política está supeditada al deseo de
bienestar material, un deseo artificialmente construido.
Pero el Estado de Bienestar tiene sus límites y el capitalismo sus ciclos.
Cuando el capitalismo no puede hacerse cargo del malestar, el populismo
como realismo político entra en juego para gestionar la indignación de aquellos
que se sienten traicionados por el sistema. En el documental de Adam Curtis,
“The Century of the self”, se recupera la figura histórica, y casi inadvertida, del
inventor de las Relaciones Públicas: Edward Bernays (1928). Este sobrino de
Freud retomó las ideas de su tío para convertirlas en praxis social, en
estrategias encaminadas a crear necesidades sociales y deseos dentro del
marco capitalista. Para Pardo, Bernays sería el ejemplo de un populista o un
realista político que aplica sus estrategias a la líbido que circula entre
productores y consumidores.
Por tanto, el populismo puede ser practicado desde premisas racistas,
fascistas, comunistas o capitalistas. No es una doctrina política, es una forma
de realismo o estrategia sin distinciones geopolíticas importantes y con tres
componentes fundamentales:
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1. La construcción política del enemigo.
2. La construcción política del sujeto colectivo y su
malestar.
3. La necesidad de crear relatos que interpelen a aquellos
que sufren el malestar.
Como señala Pardo, “esto [último] es lo más difícil. Para ser políticamente
eficaz, el significante vacío tiene que recoger, como hemos dicho, la mayor
cantidad posible de demandas” (Pardo, 2016: 268). La verdad no existe, o
existe eso que se denomina posverdad. Así establecido, los líderes políticos
están legitimados para prometer lo imposible a sabiendas que no podrán
cumplir, con lo que se corre el riesgo de entrar en una espiral de cinismo.
El populismo no es patrimonio de una ideología política; en realidad, para
Pardo, ni siquiera se tiene que reducir a la política. El Arte también puede ser
populista y él hace una conexión directa entre la esfera del Arte y la de la
política, considerando que el arte moderno y contemporáneo es populista,
como la política moderna y posmoderna. Ambas esferas comparten el cinismo
y el sentido del espectáculo que intenta constantemente apelar a las masas,
como el capitalismo hace a través de construir el deseo de consumo. El
“realismo político” es parte de otras esferas porque todo es política.
Bajo esta idea, el periodismo también puede ser populista. Lo denominamos
entonces populismo mediático, con sus formatos propios, como el
infoentretenimiento o la infosátira. A una política populista le corresponde un
periodismo sensacionalista dentro de la lógica binaria de los sistemas políticos-
mediáticos. Le corresponde lo que Benjamin denominó la estetización de la
política. En vez de construir arenas racionales, donde Jürgen Habermas (1984)
estaría orgulloso de los debates entre iguales sobre asuntos que atañen al bien
común, el populismo edifica plazas en las que las noticias y los debates están
regidos por la emoción y el espectáculo, y todo es equivalente a todo, una
especie de pastiche posmoderno y relativista.
Ahora volvamos al tema de la opinión pública. Según Pardo, el populismo no
da a la gente lo que quiere, sino que lo construye. No proporciona lo que la
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gente desea sino que lo construye para que la gente lo desee, crea la
necesidad en vez de satisfacerla. En el terreno informativo, las noticias no
reflejan la realidad, sino que la construyen. Los sondeos hacen lo mismo.
Ambos construyen el sujeto político a través de construir la opinión pública. El
politólogo Ernesto Laclau (2005) es el estratega detrás de este paradigma que
él concibe como la razón populista y que enmienda el error del comunismo,
imitando la táctica del capitalismo en su construcción social del deseo. Los
medios, la televisión, internet, han sido empleados por las elites para construir
ese deseo. Es lo mismo que dice Slavoj Zizek acerca del cine en el documental
“The pervert’s guide to cinema”. El populismo, señala Pardo, ha inventado la
misma fórmula para la política.
3. La Cultura del Barroco como Cultura de masas
Del anterior epígrafe sintetizamos una idea que pretende aunar las dos
acepciones del populismo. Se puede apelar al pueblo con afán transformador
o como estrategia manipuladora, tanto desde las élites como desde “los de
abajo”. En todo caso, el populismo construye relatos donde se encarna al
pueblo como protagonista que tiene que concienciarse y derrotar a un
antagonista que lo anula. Nuestra intención es comparar esos relatos
constituidos desde dos épocas de crisis económica y social tan distantes como
el Barroco y los inicios del siglo XXI. Antes debemos explorar en qué medida
el siglo XVII español es comparable al XXI en cuanto a la construcción de esos
relatos populistas.
Partimos para ello de la obra clásica de José Antonio Maravall, La Cultura del
Barroco (1975). Para Maravall, la Cultura del Barroco cuenta con las
condiciones de una Cultura de masas en la que el poder ya se sirve de
resortes de acción masiva para persuadir, generar opiniones y gustos.
Es un hecho incuestionable la decadencia española del siglo XVII; en palabras
de Fernández Álvarez: "A la hora de rendir cuentas de su reinado, en el año
1665, por doquiera que se mirase, Felipe IV no podía ver más que ruinas,
desolación, decaimiento, postración total. En suma, decadencia".
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Y dejar de ser lo que se es (o se cree ser), no cabe duda que suscita
sentimientos negativos. Las sensaciones de fracaso y derrota eran abundantes
en el proceso de paulatino desfallecimiento por la que estaba pasando la
Monarquía Hispánica durante el siglo XVII. En general, todos los análisis de
la época concluyen con el diagnóstico de "desolación, decaimiento y
postración total'. En este punto, la conciencia de crisis comporta al mismo
tiempo un clima pesimista de las cosas y del propio mundo. Pesimismo y
conciencia decadente que, a la postre, se estimulan recíprocamente. Los
tópicos barrocos de "la locura del mundo", "el mundo al revés", "el laberinto del
mundo", "el mundo como mesón", o "el mundo como teatro”, - que Maravall tan
brillantemente comenta- son recurrentes en las sátiras de la época, y tienen
como telón de fondo la misma vivencia del decaimiento. Así, la metáfora
implícita de la decadencia como enfermedad lleva a extremos de su
interpretación como fatalidad insuperable.
En este contexto, se puede entender que un género como la sátira pudiese
funcionar a modo de apelación populista por parte de actores sociales
interesados en participar en la conformación de la Opinión Pública.
4. Metodología
Hemos llevado adelante un estudio comparativo exploratorio entre textos
escritos de los siglos XVI, XVII y XVIII y viñetas de El Jueves del siglo XXI. Los
documentos escritos proceden en su mayoría de fondos documentales
conventuales, fundamentalmente de los jesuitas expulsados de España en el
siglo XVIII y de los dominicos del convento de San Esteban exclaustrados en el
s. XIX. En concreto, se trata de una de estas coleccciones facticias: la
Colección de Papeles Varios (P.V.) del Archivo Histórico de la Universidad de
Salamanca (A.U.S.A.), compuesta por casi trescientas unidades de instalación
y cerca de cinco mil agrupaciones documentales.
Repecto a El Jueves nuestro universo se centra en la década de la crisis
(2008-2018) y entre ellos hemos escogido una muestra estratégica
seleccionada por una temática que pueda arrojar resultados sobre lo que
hemos denominado populismo mediático.
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Nuestro objetivo era el de localizar las estrategias populistas en los
documentos del siglo del Barroco y en las representaciones de una revista
satírica del siglo XX y XXI, como El Jueves. Por tanto, nos ocupamos de
examinar textos e imágenes que incluyan apelaciones al pueblo, ya sea por la
identificación de ese «pueblo» o por el señalamiento del enemigo externo
reponsable del problema social en liza. Nos interesa identificar también si
existe un relato construido para relacionar a ambos sujetos dentro de una
lógica narrativa.
5. Resultados
Prácticamente todas las sátiras localizadas en el siglo XVII, de una u otra
forma, presentan un mismo denominador común: el tema de la decadencia y la
conciencia de crisis. Dentro de los documentos, hemos encontrado muchos en
los que se identifica al pueblo, la muchedumbre o el vulgo. Mostramos a
continuación algunos ejemplos en los que son temas comunes la crítica a la
injusticia fiscal y la desigualdad material.i
"El pueblo se ha alborotado
quiso Dios poner remedio;
si esto hazen niños desnudos
que hizieran S[eñ]or los gremios?
Que viendo el incendio arder
no aviuara mas el fuego
por esperar el aliuio
de uos, S[eñ]or i del cielo.
Mirad S[eñ]or por los pobres
(y ya que os eligió el cielo
para su amparo i defenssa)
que no les falle el sustento.
Alibiad de tantas cargas
como ladrones an puesto
pues a Xpto nuestro bien
se la alibió un cirineo.
No permitáis que otra vez
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ya que han cessado los truenos
que baxe Señor el rayo
que destruía todo el Reyno."
La crisis del Reino y su imagen exterior también figura entre los temas de
las sátiras. Hemos encontrado algún ejemplo con los efectos negativos
procedentes de la comparación establecida entre el presente de la Monarquía
Hispánica y el de otros lugares. La conciencia de crisis se incrementa
especialmente cuando se constata lo perdido y la sentida humillación de
España:
"El pueblo llora lastimado
y el reino sin vasallos.
Dfgalo el Privado
por mui possible reparo.
Y los demás reinos miran
y nosotros cansados.
¡que bien vamos!"
La censura a los personajes pudientes de la sociedad es bastante frecuente.
La crítica se esmera en particular con aquellos personajes a los que se les
achaca de manera concreta las dificultades demostradas. Así, mediante la
sátira, la sociedad barroca convierte la idea de exclusión en uno de sus
rasgos definitorios.
"Que muera Oropessa
si se me entiende;
y a Aguilar sin respirar,
y en todo aprieto Juan Prieto"
La condena de personajes políticos y la crítica institucional son tan
comunes como las épocas recientes. Resultan frecuentes, por un lado, la
censura a los políticos, poniendo de manifiesto sus errores y defectos, y por
otro la crítica a las instituciones.
Los conflictos religiosos también fueron blanco de la sátira del Barroco
español. Dada la procedencia conventual de nuestros documentos es obligado
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establecer un apartado propio para esta temática. Sin detenernos en su
explicación son muy frecuentes entre nuestros documentos los conflictos entre
Órdenes Religiosas -Jesuitas y Dominicos por ejemplo- por diferentes y
complejos motivos: asuntos de doctrina moral, descripciones de fiestas,
imbricaciones políticas, etc. Especialmente predominantes son los ataques y
defensas a los Jesuitas.
Por su parte, la sátira de El Jueves abunda en señalar a personajes de la
política profesional como responsables del despilfarro, la desigualdad o los
abusos económicos sobre las clases populares. Las representaciones de los
poderosos siempre llevan aparejada una connotación negativa. Se emplea la
intertextualidad a partir del acervo de la cultura popular. Por ejemplo, se
representa a los políticos del Partido Conservador como “La Familia”, en clara
alusión a la famosa película de El Padrino. Los impuestos injustos son
criticados del mismo modo que en el Barroco, en este caso, en relación al
impuesto que grava la posesión de placas solares, el denominado impuesto al
sol. “Los de arriba” y “los de abajo” son representados icónicamente siguiendo
el significado de la metáfora espacial: las élites aparecen sobre el pueblo, a
veces, presionándolos de modo literal. Quienes organizan las guerras están en
la parte superior de las viñetas, quienes las libran tienen que correr
despavoridos bajo la amenaza de ser aniquilados: “Sus guerras, nuestros
muertos” Exponemos una muestra de estas viñetas (Figura 1).
Los propios pobres se sitúan bajo la tecnología de un móvil con el que se
hacen un selfie mientras presumen de resolución de cámara sin un techo
donde guarecerse. A partir de noticias reales sobre el consumo de electricidad,
los dibujantes construyen identidades antagónicas en las que unos ven la luz,
la factura de la luz en su lecho de muerte. Un matrimonio rico da limosna a un
indigente con la condición de que no se lo gaste en bogavantes ni solomillo.
Un obrero, otra de las representaciones clásicas del pueblo, sostiene una
plataforma con la bandera de España sobre la que aguanta el peso del
Ministro de Hacienda, el Presidente de la Patronal y el director de un periódico
de tirada nacional.
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En la más pura traslación de la metáfora populista y espacial de «los de arriba»
y «los de abajo», éstos (que no llegan a un tercio de la población) sostienen al
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resto, a los de arriba, quienes, además, exigen más sacrificios para salir de la
crisis. De cualquier modo, el obrero sabe quiénes son los que le «aplastan»,
tiene una conciencia de identidad y conoce su posición social.
6. Conclusiones
Las estrategias populistas están presentes en las viñetas de El Jueves tanto
como en los textos analizados del Barroco. Salvando las distancias históricas
existen problemas sociales comunes a ambas épocas y el populismo mediático
funciona de modo similar, construyendo al «pueblo» y a las élites que
gobiernan. Por supuesto que una sociedad postindustrial de producción y
consumo tiene poco que ver respecto a la capacidad de acumulación de
riqueza con una Sociedad precapitalista como la de Barroco. Pero los
sentimientos y actitudes respecto a determinados problemas sociales guardan
semejanzas destacables. Aquello que indicó Benjamin Franklin sobre que lo
único seguro en la vida son los impuestos y la muerte tiene vigencia siglos
después del Barroco. Del mismo modo, a pesar de las diferencias de lo que
llamamos hoy Producto Interior Bruto, las desigualdades siguen existiendo y la
sátira apela a las clases populares a través de relatos en los que el pobre se
preocupa por cuestiones que resultan irónicas en las viñetas.
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https://doi.org/10.1057/s41296-017-0142-y
* Este texto se financia gracias al Proyecto ARDOPA (Ayuda para la realización
de actividades de investigación y Desarrollo Tecnológico, de Divulgación y de
Transferencia de conocimiento por los Grupos de Investigación de
Extremadura). Universidad de Extremadura y Fondos FEDER.
i Todas las sátiras citadas se localizan en la Colección de P.V. de A.U.S.A.: P.V. 32, P.V. 45, P.V.48, P.V. 49, P.V. 50, P.V.68, P.V.69, P.V. 81 y P.V. 118.