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3 José María Iraburu Las misiones católicas Declaración Dominus Iesus Fundación GRATIS DATE Pamplona, 2006 El Espíritu Santo y los misioneros En la difusión del Reino de Cristo por el mundo ocupan un lugar preferente los misioneros y los contemplativos. No es, pues, casualidad que los Patronos de las misiones católicas sean San Francisco de Javier y Santa Teresa del Niño Jesús. Los contemplativos en la oración y en la vida penitente de sus monasterios, y los misioneros al extremo de las fronte- ras visibles de la Iglesia, unidos a toda la comunión eclesial, cumplen bajo la acción del Espíritu Santo una misión grandiosa. Acrecientan de día en día el Cuerpo mís- tico de Jesús. No es raro, pues, que unos y otros, con- templativos y misioneros, sean muy espe- cialmente amados por todo el pueblo cris- tiano. Hacia los misioneros, concretamen- te, sentimos todos gratitud, admiración, amor profundo, y llevándolos siempre en el corazón, siempre hemos de orar por ellos, ayudándoles también con nuestros sacrificios y donativos. En las preces litúrgicas de Laudes, Misa y Vísperas, recordemos con frecuencia a quienes están entregando sus vidas para la gloria de Dios y la salvación presente y eter- na de los hombres. Dios bendiga y guarde a nuestros misioneros, y el Espíritu Santo haga fructificar todos sus trabajos, que a ve- ces están tan poco ayudados, tan dificulta- dos, y que con frecuencia son duros y fati- gosos. El Señor, que les ha enviado, esté siempre con ellos, y sea su fuerza, su paz y su alegría. Los misioneros son hombres católicos, es decir, universales, y son hombres del Espíritu Santo. Por eso Juan Pablo II, en su encíclica misional Redemptoris missio, de 1990, hace notar que en los Evangelios «las diversas formas del “mandato misionero” tienen puntos comunes y también acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas las versiones. Ante todo, la di- mensión universal de la tarea confiada a los Após- toles: “a todas las gentes” (Mt 28,19); “por todo el mundo... a toda la creación” (Mc 16,15); “a todas las naciones” (Hch 1,8). En segundo lugar, la certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: “ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos” (Mc 16,20)» (23). Las misiones disminuyen La Iglesia, para poder evangelizar el mundo, necesita estar fuerte en el Espíri- tu Santo. Sin él, los apóstoles permane- cen acobardados en el Cenáculo. Pero con él, aun siendo pocos e ignorantes, mues- tran una fuerza espiritual capaz de evan- gelizar a todos los pueblos. Lo había anun- ciado Cristo: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea y Samaría, y hasta los últi- mos confines de la tierra» (Hch 1,8). En efecto, «la Iglesia se edificaba y caminaba en la fideli- dad al Señor, e iba en crecimiento por la asis- tencia del Espíritu Santo» (9,31). Por el contrario, aquellas Iglesias loca- les que fallan en su fidelidad al Señor y en

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José María Iraburu

Las misiones católicasDeclaración Dominus Iesus

Fundación GRATIS DATEPamplona, 2006

El Espíritu Santo y los misionerosEn la difusión del Reino de Cristo por el

mundo ocupan un lugar preferente losmisioneros y los contemplativos. No es,pues, casualidad que los Patronos de lasmisiones católicas sean San Francisco deJavier y Santa Teresa del Niño Jesús.

Los contemplativos en la oración y enla vida penitente de sus monasterios, ylos misioneros al extremo de las fronte-ras visibles de la Iglesia, unidos a toda lacomunión eclesial, cumplen bajo la accióndel Espíritu Santo una misión grandiosa.Acrecientan de día en día el Cuerpo mís-tico de Jesús.

No es raro, pues, que unos y otros, con-templativos y misioneros, sean muy espe-cialmente amados por todo el pueblo cris-tiano. Hacia los misioneros, concretamen-te, sentimos todos gratitud, admiración,amor profundo, y llevándolos siempre enel corazón, siempre hemos de orar porellos, ayudándoles también con nuestrossacrificios y donativos.

En las preces litúrgicas de Laudes, Misay Vísperas, recordemos con frecuencia aquienes están entregando sus vidas para la

gloria de Dios y la salvación presente y eter-na de los hombres. Dios bendiga y guarde anuestros misioneros, y el Espíritu Santohaga fructificar todos sus trabajos, que a ve-ces están tan poco ayudados, tan dificulta-dos, y que con frecuencia son duros y fati-gosos. El Señor, que les ha enviado, estésiempre con ellos, y sea su fuerza, su paz ysu alegría.

Los misioneros son hombres católicos,es decir, universales, y son hombres delEspíritu Santo. Por eso Juan Pablo II, ensu encíclica misional Redemptoris missio,de 1990, hace notar que en los Evangelios

«las diversas formas del “mandato misionero”tienen puntos comunes y también acentuacionescaracterísticas. Dos elementos, sin embargo, sehallan en todas las versiones. Ante todo, la di-mensión universal de la tarea confiada a los Após-toles: “a todas las gentes” (Mt 28,19); “por todoel mundo... a toda la creación” (Mc 16,15); “atodas las naciones” (Hch 1,8). En segundo lugar,la certeza dada por el Señor de que en esa tareaellos no estarán solos, sino que recibirán la fuerzay los medios para desarrollar su misión. En estoestá la presencia y el poder del Espíritu, y laasistencia de Jesús: “ellos salieron a predicar portodas partes, colaborando el Señor con ellos” (Mc16,20)» (23).

Las misiones disminuyenLa Iglesia, para poder evangelizar el

mundo, necesita estar fuerte en el Espíri-tu Santo. Sin él, los apóstoles permane-cen acobardados en el Cenáculo. Pero conél, aun siendo pocos e ignorantes, mues-tran una fuerza espiritual capaz de evan-gelizar a todos los pueblos. Lo había anun-ciado Cristo:

«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo quevendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos enJerusalén, en Judea y Samaría, y hasta los últi-mos confines de la tierra» (Hch 1,8). En efecto,«la Iglesia se edificaba y caminaba en la fideli-dad al Señor, e iba en crecimiento por la asis-tencia del Espíritu Santo» (9,31).

Por el contrario, aquellas Iglesias loca-les que fallan en su fidelidad al Señor y en

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su docilidad al Espíritu Santo, aquellas enlas que abundan los errores teológicos,así como los abusos morales, litúrgicos ydisciplinares, quedan débiles y enfermas,sin vocaciones, sin fuerza para el aposto-lado y para las misiones.

Juan Pablo II, en su citada encíclica, se-ñalaba con preocupación, como una «ten-dencia negativa» posterior al Vaticano II,

que «la misión específica ad gentes parece quese va parando, no ciertamente en sintonía con lasindicaciones del concilio y del magisterio poste-rior... En la historia de la Iglesia, el impulso mi-sionero ha sido siempre signo de vitalidad, asícomo su disminución es signo de una crisis de fe»(Redemptoris missio 2).

Esta crisis de fe, que trae consigo ladebilitación de las misiones, es hoy real enno pocas Iglesias, y como siempre, estácausada principalmente por la difusión deerrores contrarios a la fe. En otros escri-tos he estudiado ya esta situación (Cau-sas de la escasez de vocaciones, Pamplo-na, Fundación Gratis Date 20042; Infide-lidades en la Iglesia, ib. 2005).

En el quinto centenario del nacimientode San Francisco Javier

Para ser capaces, con el poder del Es-píritu Santo, de llevar adelante la misiónde evangelizar a los pueblos, necesitamoshoy, pues, reafirmarnos en las grandesverdades de la fe católica. Con ese fin,acabamos de publicar, al mismo tiempoque el presente cuaderno, San Franciscode Javier. Cartas selectas (Pamplona, Fun-dación Gratis date 2006).

Ciertamente las cartas de Javier, y sufascinante figura de misionero, en su quin-to centenario (1506-2006), han de acre-centar en nosotros la llama del espíritumisionero. San Francisco Javier, no obs-tante la breve duración de su acción evan-gelizadora, once años y medio, ha sido,sin duda, uno de los más grandes misio-neros de la historia de la Iglesia. Volva-

mos, pues, nuestra atención y nuestra de-voción hacia este gran patrono de las mi-siones católicas.

No es posible comentar brevemente lavida y la fisonomía espiritual de un Santotan admirable. En su corazón arde pode-rosa la llama del amor a Dios (el celomisional por extender su gloria) y del amora los hombres (el celo misionero por susalvación). El Señor ha concedido a Ja-vier una oración contemplativa muy alta,una vida absolutamente abnegada y peni-tente, una pobreza extrema, una castidadperfecta, una alegría y confianza inaltera-bles, una conmovedora solicitud por losenfermos, una capacidad sorprendente pa-ra «hacerse todo a todos» –niños, capita-nes, comerciantes, frailes, Obispos, cléri-gos, gobernadores, bonzos, reyes–, «paraganarlos a todos» (1Cor 9,19.22), una pru-dente firmeza como fiel superior religio-so, una gran facilidad personal para pro-fundas amistades, una desconcertante uni-dad entre la fortaleza más severa y la ter-nura afectiva más tierna...

El modo misionerode San Francisco Javier

Ya que no es posible comentar aquí tan-tos datos admirables de la personalidad deJavier, me fijaré solamente en uno, cierta-mente dominante, de su fisonomía misio-nera: la parresía apostólica, la audaz for-taleza que mostró siempre, arriesgando enello gravemente su vida, para afirmar laverdad y negar el error.

Conviene que consideremos atentamen-te este valor, porque hoy andamos de élbastante escasos. Estamos escasos de pa-rresía a veces simplemente por cobardía–«tratando de guardar la propia vida»–,pero otras veces, lo que sin duda es toda-vía más grave, por error ideológico.

Piensan hoy no pocos que la evangeli-zación que Cristo, Esteban, Pablo, Javier,

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hacen al mundo (pre-dicar, decir con fuer-za), es un medio erróneo, o que al menosactualmente, dentro de la cultura domi-nante, está superado, y debe ser sustituidopor un diálogo que tantas veces se agotaen sí mismo, sin llegar nunca a «predicarel Evangelio a toda criatura».

Sin embargo, la gloriosa misión que nosha encomendado nuestro Señor Jesucristoes precisamente ésta, predicar la BuenaNoticia a todas las naciones de la tierra(Mt 28,18-20; Mc 16,15-16).

El padre misionero Javier, como evo-caré ahora recordando algunas escenasde su vida, se dedicó con todas las fuer-zas de su alma y de su cuerpo a cumpliresa misión: predicar el Evangelio a lospaganos. Cito en extracto la carta que Ja-vier escribía al Rey de Portugal (8-IV-1552),medio año antes de morir, cuando prepa-raba su viaje misional a la China:

«Vamos a la China dos padres y un hermanolego... Nosotros, los padres de la Compañía delnombre de Jesús, siervos de V. A., vamos a ponerguerra y discordia entre los demonios y las per-sonas que los adoran, con grandes requerimien-tos de parte de Dios, primeramente al rey, y des-pués a todos los de su reino, que no adoren más aldemonio, sino al Criador del cielo y de la tierraque los crió, y a Jesucristo, salvador del mundo,que los redimió.

«Grande atrevimiento parece éste, ir a tierraajena y a un rey tan poderoso a reprender [erro-res y vicios] y hablar verdad, que son dos cosasmuy peligrosas en nuestro tiempo.

«Pero sólo una cosa nos da mucho ánimo: queDios N.S. sabe las intenciones que en nosotrospor su misericordia quiso poner, y con esto lamucha confianza y esperanza que quiso por subondad que tuviésemos en él: no dudando en supoder ser sin comparación mayor que el de el reyde la China. Y pues todas las cosas criadas de-penden de Dios, y tanto obran cuanto Dios lespermite y no más, no hay de qué temer sino deofender al Criador y de los castigos que Diospermite que se den a los que le ofenden» (Doc.109,5).

Javier nos da un ejemplo perfecto deparresía a la hora de «dar en el mundo eltestimonio de la verdad», arriesgando asígravemente su propia vida. Su predica-ción es muy sencilla y sustancial, pues secentra siempre en las grandes verdadesdel Credo y en las principales oracionescristianas. Y su afirmación de la verdades completa, es total, ya que al mismotiempo niega con fuerza los errores quemantienen cautivos en las tinieblas a susoyentes.

Recordaré, por ejemplo, algunos episo-dios de su estancia en el Japón, país paraél tan amado. A fines de 1550, estando enYamaguchi –una de las más bellas ciuda-des japonesas, en la que había un cente-nar de templos sintoístas y budistas, yunos cuarenta monasterios de bonzos ybonzas–, acompañado del hermano JuanFernández, su fiel intérprete, vestidos am-bos miserablemente, en la calle, junto aun pozo, donde pueden, predica la ley delúnico Dios verdadero.

«Javier, de pie, elevaba los ojos al cielo, se san-tiguaba y bendecía al pueblo, y tras una pausa,Fernández iniciaba la lectura [...] Y mientras elbuen hermano predicaba [leyendo en japonés eltexto preparado], Javier estaba en pie, orandomentalmente, pidiendo por el buen efecto de lapredicación y por sus oyentes» (J. M. Recondo,S. J., San Francisco Javier, BAC, Madrid 1988,762).

Normalmente la predicación trataba primerode la Creación del mundo, realizada por un Diosúnico todopoderoso, y de cómo en aquella na-ción, el Japón, ignorando a Dios, «adoraban pa-los, piedras y cosas insensibles, en las cuales eraadorado el demonio», el enemigo de Dios y delhombre. En segundo lugar, denunciaba «el peca-do abominable», la sodomía, que hace a los hom-bres peores que las bestias. Y el tercer punto tra-taba del gran crimen del aborto, también frecuen-te en aquella tierra (762).

Algunos oyen con admiración, otros seríen, mostrando compasión o más bien des-precio. Los nobles no escuchan estas pre-

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dicaciones callejeras, pues ellos no se mez-clan con el pueblo, sino que reciben la pre-dicación de Javier en sus casas. Pero susreacciones son semejantes a las del pue-blo. Más aún, en ocasiones se producen mo-mentos extremadamente peligrosos.

Había «mucha atención en casi todos los no-bles, pero no faltaban quienes, recalcitrantes con-tra el aguijón, lo insultaban. Perdida la cortesía ylas buenas manera proverbiales, los nobles les tu-teaban; entonces Javier mandaba a Fernández queno les diera tratamiento; “tutéales –decía– comoellos me tutean”.

«Juan Fernández temblaba, y la emoción seacrecentaba cuando, tras los insultos, el noblesamurai acariciaba tal vez la empuñadura de laespada. Horrorizado [el hermano Fernández],confesaba que era tal la libertad, el atrevimientodel lenguaje con que el Maestro Francisco lesreprochaba sus desórdenes vergonzosos, que sedecía a sí mismo: “Quiere a toda costa morir porla fe de Jesucristo” (763).

«Cada vez que, para obedecer al Padre, JuanFernández traducía a sus nobles interlocutores loque Javier le dictaba, se echaba a temblar espe-rando por respuesta el tajo de la espada que habíade separar su cabeza de los hombros. Pero el P.Francisco no cesaba de replicarle: “en nada de-béis mortificaros más que en vencer este miedo ala muerte. Por el desprecio de la muerte nos mos-tramos superiores a esta gente soberbia; pierdenotro tanto los bonzos a sus ojos, y por este des-precio de la vida que nos inspira nuestra doctrinapodrán juzgar que es de Dios”» (763-764).

Poco más tarde, Javier y el hermano Fer-nández son llamados a palacio por eldaimyo Ouchi Yoshitaka, uno de los máspoderosos señores del Japón, hombre muyreligioso, adicto a la secta de Shingon, aun-que moralmente depravado. Ya Javier porentonces conoce bien los grandes erroresy las perversiones morales que aquejan alpueblo, y muy especialmente a los bonzosy principales.

En ellos «a la poligamia se unía el pecado ne-fando, mal endémico, propagado por los bonzos,como práctica celestial, introducida desde Chinay compartida hasta en la alta sociedad pública-mente y sin respetos... Los bonzos traían consi-

go sus afeminados muchachos... Los nobles prin-cipales tenían alguno o algunos pajes para lo mis-mo... Otros, menos afortunados, se contentabancon sus criados, particularmente con los solda-dos» (765).

El daimyo Yoshitaka recibe a Javier y asu intérprete con gran atención y corte-sía, acompañado solo de uno de los bon-zos principales, y les pregunta sobre la fi-nalidad de su viaje.

«Nosotros le respondimos que éramosmandados a Japón a predicar la ley de Dios,por cuanto ninguno se puede salvar sinadorar a Dios y creer en Jesucristo, sal-vador de todas las gentes» (765).

El daymo manifiesta entonces su deseo de es-cucharles, y Javier manda al hermano Fernándezque lea del cuaderno que llevan preparado, y éstelo hace durante más de una hora. Yoshikata per-manece sumamente atento. Pero cuando se llegó«al pecado de idolatría y errores en que estabanmetidos los japoneses y vinieron a los pecadosde Sodoma, diciendo que el hombre que cometíatal abominación era más sucio que los puercos ymás bajo que los perros y otros brutos anima-les», el secretario les hizo seña clara de que salie-ran inmediatamente de la sala. Juan Fernándezentonces «temió que los mandasen matar». Noasí Javier, que se mantuvo sereno y confiado.Consiguieron, sin embargo, reanudar la lecturaante el daimyo, «que estuvo muy atento todo eltiempo que leímos, que sería más de una hora, yasí nos despidió» (765-766).

Al poco tiempo, en abril de 1551, el mis-mo Yoshitaka concede a Javier una au-diencia más solemne, a la que el Santo,como nuncio del Papa y embajador del Reyde Portugal, acude vestido con elegancia yllevando preciosos regalos. Como resul-tado del encuentro, el daimyo autoriza lapredicación del cristianismo en sus tie-rras, da licencia a sus súbditos para reci-birlo si así lo quieren, y manda a todosque no hagan agravio alguno a los misio-neros de Cristo (780-782).

Estas escenas de Yamaguchi son de fi-nales de 1550 y comienzos de 1551. En-tre tanto, las discusiones de Javier con

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los bonzos fueron largas y frecuentes,principalmente con los monjes del Zen.Pues bien, a mediados de 1551, «apunta-ba Javier, comenzaron a hacerse cristia-nos [...] Sería por el mes de julio, cuandoJavier contabilizaba quinientas conversio-nes más o menos. Los nuevos cristianos,los quinientos, extremaban su amor a lospadres y eran sobre todo cristianos deverdad» (784).

Cuando a fines de ese año parte Javier del Ja-pón para la India, el número de japoneses cristia-nos ascendía a 2.000, entre ellos dos de los prín-cipes más poderosos del país. La obra evan-gelizadora fue en crecimiento continuo. Veinteaños después de la breve estancia del Santo en elJapón, toda la isla de Amakusa, con su rey Mi-guel, había recibido la fe cristiana, como tambiénpoco después los reyes de Bungo, Arima y Goto.Fueron construidos templos cristianos en variasprovincias, así como escuelas y colegios católi-cos. En Kyushu, en solo dos años más, fueronbautizados más de 70.000 japoneses, entre losque figuraban altos jefes civiles y militares. En1579, el Imperio del Sol Naciente contaba con150.000 cristianos y 54 jesuitas, 22 de los cualeseran sacerdotes.

Pocos años más tarde, con otros hom-bres al frente del Imperio japonés, cam-bió la tolerancia del emperador en perse-cución a muerte de «la religión extranje-ra». Y los mártires japoneses de Nagasaki,en 1597, admirablemente alegres y vale-rosos, dieron testimonio de que la obra mi-sionera de Javier y de sus compañeroshabía producido con la gracia de Dios«cristianos de verdad».

El modo misionero deCristo, Esteban, Pablo...

Hace un momento oíamos a San Fran-cisco Javier que declaraba abiertamenteal gran daimyo japonés: «Nosotros somosmandados a Japón a predicar la ley deDios, por cuanto ninguno se puede salvarsin adorar a Dios y creer en Jesucristo,salvador de todas las gentes». Pues bien,algunos cristianos hoy quedan escandali-

zados por la prepotencia de estas pala-bras de Javier, que en realidad son las mis-mas palabras de Cristo al enviar a sus após-toles (Mc 16,15-16).

La declaración Dominus Iesus, de la Congrega-ción para la Doctrina de la Fe, en el 2000, hacien-do referencia a ciertas teologías de la misión, diceque «no pocas veces, algunos proponen que enteología se eviten términos como unicidad, uni-versalidad, absoluto, cuyo uso daría la impre-sión de un énfasis excesivo acerca del valor delevento salvífico de Jesucristo con relación a lasotras religiones. En realidad, con este lenguaje seexpresa simplemente la fidelidad al dato revela-do, pues constituye un desarrollo de las fuentesmismas de la fe» (15). Al final reproducimos eltexto completo de esta importante Declaración.

Seamos claros: si Cristo es Dios –ver-dad oscurecida hoy en no pocos tratadosde cristología–, el Evangelio solo puedeser proclamado de ese modo. No envía elPadre al mundo su omnipotente Palabrasalvadora para que luego sea ésta presen-tada a los hombres como «una palabramás», entre las muchas que se les propo-nen, prometiendo salvación.

La doctrina de la Iglesia, a la luz de lafe, afirma la posibilidad de salvación delos paganos. Y así lo hace Pedro ya desdeel principio, cuando enseña que «en todopueblo, quien teme a Dios [cree en Dios]y practica la justicia, le es grato» (Hch10,35; cf. Heb 11,6). El Concilio VaticanoII asegura que la salvación de Cristo llega«a todos los hombres de buena voluntad,en cuyo corazón obra la gracia de modoinvisible» (Gaudium et spes 22e), «por loscaminos que Él sabe» (Ad gentes 7a). Ladeclaración Dominus Iesus trata de estetema con cierta amplitud (cf. 8,12,14 y 21).

Pero el mismo Pedro afirma que «nin-gún otro nombre nos ha sido dado bajolos cielos [sino el nombre de Jesús] en elcual podamos ser salvados» (Hch 4,12).Esa convicción de fe es el núcleo del Evan-gelio. No pueden, pues, omitirla los misio-neros en su predicación. Y en la historia

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de la Iglesia, todos los evangelizadoreshan seguido predicando esa verdad, sinavergonzarse de ella. Sencillamente, si nose predica esta verdad, no se predica elEvangelio. Si se silencia cautelosamenteesa fe para no espantar a los infieles, esimposible que ninguno se convierta a lafe. Queda el Evangelio silenciado y nega-do, y la acción misionera inerte.

En todo esto, por otra parte, convienetener muy en cuenta que el martirio, encuanto testimonio supremo, sellado conla entrega de la propia vida, aunque puededarse por la caridad, por la castidad y porcualquiera de las virtudes, prefiriendo siem-pre la muerte al pecado, en definitiva, tienesiempre por causa la fe, la fe en la verdadde Cristo. Así lo entiende Jesús: «estáisbuscando matarme, a mí, que os he di-cho la verdad» (Jn 8,40). Y así lo ha en-tendido siempre la tradición de la Iglesia.

San Agustín: «los que siguen a Cristo más decerca son aquellos que luchan por la verdad hastala muerte» (Trat. evang. S. Juan 124,5).

Santo Tomás: «mártires significa testigos, puescon sus tormentos dan testimonio de la verdadhasta morir por ella... Y tal verdad es la verdad dela fe. Por eso la fe es la causa de todo martirio»(STh II-II, 124,5).

Si leemos las Sagradas Escrituras, fá-cilmente podemos comprobar que tantoen el Antiguo Testamento –los profetas–,como en el Nuevo –Cristo, apóstoles, Apo-calipsis–, siempre los mártires mueren antetodo por dar entre los hombres el testi-monio de la verdad de Dios.

En efecto, Cristo muere por dar a Is-rael el testimonio pleno de la verdad deDios. Si hubiera suavizado mucho su afir-mación de la verdad y su negación delerror, si hubiera propuesto la verdad muygradualmente, poquito a poco, si no hu-biera predicado la verdad con tanta fuer-za a los sacerdotes –que han convertido laCasa de Dios en «una cueva de ladrones»–,a los letrados –«raza de víboras, sepulcros

blanqueados»–, a los ricos –«a un camellole es más fácil pasar por el ojo de unaaguja que a vosotros entrar en el Reino»–,no hubiera sido asesinado, porque, comoÉl bien sabía, el Sanedrín, que habría dejuzgarle y dictar su muerte, estaba inte-grado justamente por sacerdotes, letradosy ricos.

Sin embargo, tanto ama Cristo a loshombres –a los sacerdotes, letrados y ri-cos, a todo el pueblo– que les dice la ver-dad, lo único que puede salvarles: «Pa-dre, santifícalos en la verdad» (Jn 17,17).Y predica la verdad plenamente conscientede que para él va a ser ignominia y muertey para los hombres salvación, libertad yvida. Ésa es su misión, y en ningún mo-mento la traiciona: «Yo he venido al mun-do para dar testimonio de la verdad» (Jn18,37).

Cristo no muere, pues, por curar enfermos,por calmar tempestades, por devolver la vista alos ciegos o la vida a los muertos. Es crucificadopor «dar testimonio (martirion) de la verdad», esasesinado por haber sido en este mundo el «testi-go (martis) veraz» (Ap 1,5).

Todo esto es así, y no puede ser de otromodo. Si «el mundo entero está puesto ba-jo el poder del Maligno» (1Jn 5,19), y siel Maligno es «homicida desde el princi-pio y Padre de la Mentira» (Jn 8,44), ya,sabiendo eso, podemos afirmar con todaseguridad que nada hay en el mundo tanpeligroso como decir la verdad.

Cuando, por ejemplo, leemos la predi-cación del Evangelio que hace el diáconoEsteban al Sanedrín reunido en pleno, nopodemos menos de pensar: «este hombre,hablando así, está buscando su propiamuerte y la vida eterna de sus hermanos».Y así fue (Hch 7).

Del mismo modo, los Apóstoles, desde elprincipio, son perseguidos por evangelizarla verdad de Jesús. El Sanedrín les ordenaseveramente «no hablar en absoluto ni en-

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señar en el nombre de Jesús». Pero ellos,sin dudarlo, afirman: «juzgad por vosotrosmismos, si es justo ante Dios que os obedez-camos a vosotros más que a Él; porquenosotros no podemos dejar de decir lo quehemos visto y oído» (Hch 4,18-20).

Los Apóstoles han recibido de Cristo el man-dato de predicar el Evangelio, y ellos, seguros dela asistencia del Señor, lo predican sin miedo al-guno, sin temor a las consecuencias que puedatraer sobre ellos ese enorme testimonio de la ver-dad. El Sanedrín, entonces, los apresa de nuevo,y «después de azotados, les conminaron que nohablasen en el nombre de Jesús y los despidie-ron. Ellos se fueron alegres de la presencia delConsejo, porque habían sido dignos de padecerultrajes por el nombre de Jesús; y en el templo yen la casas no cesaban todo el día de enseñar yanunciar a Cristo Jesús» (Hch 5,40-42).

Ya se ve, pues, que los Apóstoles predi-can no solo manteniendo las mismas doc-trinas de Cristo, sin avergonzarse de nin-guna de ellas, sino que también siguen elmismo modo suicida –valga la expresión–propio de su Maestro. Ellos, desde el prin-cipio, lo mismo que Jesús, dan su vida porperdida, es decir, no tienen nada que de-fender, nada tienen que perder, pues sesaben ciertamente destinados a la perse-cución y a la muerte; por eso ellos estánlibres para procurar con todas sus fuer-zas persuadir a los hombres de la verdad,sacarlos de las tinieblas en que el Padrede la Mentira los tiene cautivos, procu-rando así su salvación temporal y eterna.

Los Apóstoles, dice San Pablo, «investidos deeste ministerio de la misericordia, no nos acobar-damos, y nunca hemos callado nada por ver-güenza, ni hemos procedido con astucia o falsifi-cando la Palabra de Dios. Por el contrario, hemosmanifestado abiertamente la verdad» (2Cor 4,1-2). Y eso, por supuesto, les lleva a la muerte.

La condición martirial de la predica-ción de San Pablo, concretamente, se re-fleja con frecuencia en sus cartas, donderefiere los innumerables sufrimientos quepasa por dar el testimonio fiel de la ver-

dad evangélica, y donde tantas veces alu-de a la fortaleza extrema que es precisapara atreverse a predicar el Evangelio alos hombres, entre muchas contradiccio-nes, persecuciones y penalidades.

«Yo no me avergüenzo del Evangelio, que es lafuerza de salvación de Dios para todo el que cree»(Rom 1,16). «Después de sufrir mucho y sopor-tar muchas afrentas en Filipos, como sabéis, con-fiados en nuestro Dios, os predicamos el Evan-gelio de Dios en medio de mucho combate. Nues-tra predicación no se inspira en el error, ni en laimpureza, ni en el engaño. Al contrario, Dios nosencontró dignos de confiarnos el Evangelio, ynosotros lo predicamos procurando agradar noa los hombres, sino a Dios, que examina nues-tros corazones» (1Tes 2,2-4; +Gál 1,10). «A mínadie me asistió, antes me desampararon todos...Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas paraque por mí fuese cumplida la predicación y todaslas naciones la oigan» (2Tim 4,16-17).

Por eso San Pablo una y otra vez exhor-ta a sus colaboradores para que sirvan contoda fortaleza el ministerio de la Palabra,arriesgando en ello sus vidas cuanto seapreciso:

«no nos ha dado Dios un espíritu de temor,sino de fortaleza, de amor y de templanza. No teavergüences jamás del testimonio de nuestro Se-ñor y de mí, su prisionero. Al contrario, compar-te conmigo los sufrimientos que es necesario pa-decer por el Evangelio, animado con la fortalezade Dios» (2Tim 1,7-9).

¿Sigue siendo Javiermodelo de los misioneros?

De lo expuesto hasta aquí creo que pue-de concluirse con seguridad que la ac-ción misionera de San Francisco Javier,tanto en el fondo como en la forma, es lamisma de nuestro Señor Jesucristo, Este-ban, Pedro, Pablo, Martín de Tours, Bo-nifacio, Patricio, Mogrovejo, Montfort yde los grandes misioneros de la historiade la Iglesia. Y que por tanto, el modomisionero de Javier es hoy perfectamenteválido y ejemplar.

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Actualmente, sin embargo, son muchosquienes estiman justamente lo contrario.En efecto, no pocos de los que estimancomo un gran misionero a San FranciscoJavier admiran su santidad y su gran co-raje para predicar el Evangelio, pero con-sideran que sus planteamientos misione-ros están hoy completamente superados.Por tanto, de ningún modo el Patrono delas misiones católicas puede servirnos hoyde ejemplo, ya que su modo de evangeli-zar parte de bases teológicas falsas. Hoyla Iglesia, por tanto, ha de cumplir la mi-sión que Cristo le ha confiado en mane-ras misioneras completamente «nuevas».

Los «nuevos» modos de la misión

Nuestro Señor Jesucristo nos anuncióque el Espíritu Santo, a lo largo de la his-toria de la Iglesia, «nos guiará hacia laverdad completa» (Jn 16,13). Esto impli-ca –pensemos, por ejemplo, en la evolu-ción creciente del dogma sobre la VirgenMaría–, que al paso de los siglos la doc-trina católica experimenta continuos cre-cimientos, o si se quiere, renovaciones.Son desarrollos homogéneos, que guar-dan siempre fidelidad perfecta a una mis-ma verdad. Crece la doctrina de la Iglesiacomo un árbol, siempre fiel a sí mismo.

Por eso, cuando los innovadores ense-ñan en la teología una «novedad» que rom-pe la continuidad perfectiva de la tradi-ción de la Iglesia, difunden un error o unaherejía. Los novatori, en efecto, difundendoctrinas que son inconciliables con cier-tas verdades siempre y en todo lugar pro-fesadas por la Iglesia católica.

León XIII, por ejemplo, refiriéndose a ellos ensu encíclica Quod apostolici muneris (1878), com-prueba «la guerra implacable promovida desde elsiglo dieciséis por los novatori contra la fe cató-lica, guerra que ha ido creciendo siempre hastanuestros días».

Si aplicamos estas consideraciones a lateología de la misión, habremos de consi-

derar «nuevos» modos de la misión aque-llos que se manifiestan hoy contrarios ala doctrina y a la práctica evangelizadorade Cristo, Esteban, Pablo, Javier, es decir,que son inconciliables con la enseñanza dela tradición y del magisterio de la Iglesia.

La Misión detenida

El criterio principal de discernimiento,y casi único, que nos dió nuestro Maes-tro es: «por sus frutos los conoceréis» (Mt7,16). El árbol de la verdadera doctrinada buenos frutos, y el falso, malos. Eneste sentido, hemos de considerar negati-vamente los modos nuevos de misionarcuando comprobamos que, en abierto con-traste con la pujanza misionera del comien-zo de la Iglesia, o de la Edad Media, o delXVI en América y Oriente, o del siglo XIXy comienzos del XX, allí donde esos mo-dos nuevos se han aplicado en los últi-mos decenios, se han mostrado absoluta-mente ineficaces.

En realidad, estos modos nuevos de lamisión –conviene decirlo abiertamente–son una inmensa falsificación de las mi-siones, y traen consigo, por supuesto, unfracaso desolador. Juan Pablo II, comoveíamos, señala en la Redemptoris missioque la fuerza activa de las misiones «pa-rece que se va parando», y ve en esta dis-minución de las misiones el «signo de unacrisis de fe» (2).

Describiré, pues, primero esa debilita-ción de las misiones católicas. Y despuésexpondré los errores teológicos que sonprincipalmente su causa.

No luchar contra el pecado,sino contra sus consecuencias

La misión de los misioneros es la mismamisión que Cristo recibe del Padre cuandoviene al mundo: «como mi Padre me en-vió, así también yo os envío» (Jn 20,21).

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Ahora bien, sabemos que el Hijo divino sehace hombre para ser «el Cordero que qui-ta el pecado del mundo» (Jn 1,29). Sabe-mos ciertamente –Él mismo lo ha dicho–que ha venido para «para llamar a los pe-cadores a conversión» (Lc 5,32); que en-trega su sangre para obtenerles «el per-dón de los pecados» (Mt 26,28), y que,por tanto, «en Él tenemos la redención, elperdón de los pecados» (Col 1,14). Enefecto, «Él se ha manifestado al final dela historia para destruir el pecado con elsacrificio de sí mismo» (Hb 9,26).

Ésta es, pues, la misión de Cristo, y ésamisma es, por tanto, ésa tiene que ser lamisión principal de los misioneros de Cris-to: quitar, vencer, con la gracia del Salva-dor, el pecado del mundo.

Por otra parte, quitando el pecado delmundo, con la palabra y la gracia de Cris-to, se quitan también o se alivian en granmedida las terribles consecuencias del pe-cado presentes y futuras. La historia con-firma esta verdad.

Pues bien, los nuevos modos de misióncombaten no tanto el pecado, sino las con-secuencias del pecado, desfigurando y fre-nando así la misión de Cristo. Siguen,concretamente, un camino inverso al queSan Pablo recorre en su acción misione-ra, según ésta se refleja, por ejemplo, ensu carta a los Romanos. En los tres capí-tulos primeros describe el Apóstol los in-numerables males del mundo, y hace deellos el diagnóstico: todos son consecuen-cias del pecado, todos proceden del aleja-miento de Dios. El tratamiento, por tan-to, que expone en los trece capítulos res-tantes, será la vuelta a Dios por la graciade Cristo. Solo venciendo el pecado, po-drán ser superadas sus terribles conse-cuencias.

Las innumerables miserias del hombre: odio,avaricia, mentira, fornicación, violencia, prácti-cas homosexuales, etc., todas ellas proceden de

que el hombre «cambió la verdad de Dios por lamentira, y adoró y sirvió a la criatura en lugar delCreador» (Rm 1,18-32). Por eso, pues, todos pe-caron, y todos quedaron privados de la gloria deDios, y ahora están hundidos en las consecuen-cias de sus propias culpas. Pero ha llegado la ple-nitud de la historia, y a todos se les ofrece la sal-vación por la gracia de Dios, «por la redención deCristo Jesús» (3,23-24).

Ateniéndose a estas verdades, los mi-sioneros de la Iglesia han ido siempre almundo, ante todo, para combatir el peca-do, anunciando y comunicando a CristoSalvador, el único que quita el pecado delmundo. Y al mismo tiempo, sin duda, hantrabajado siempre cuanto han podido paraayudar al mundo –enfermos y oprimidos,pobres y drogadictos, niños y ancianosdesamparados, leprosos, ignorantes y mi-serables– a soportar y a superar las terri-bles consecuencias del pecado propio yajeno, pasado y presente.

La misión secularizada yerra gravemen-te cuando se limita sobre todo a remediarlas consecuencias del pecado. Tivializa deeste modo la naturaleza de los males delmundo, ignora el pecado original, la escla-vitud del Maligno y la necesidad de la gra-cia de Cristo. Consigue, por otra parte, enmuy escasa medida subsanar esas inmen-sas miserias temporales. Falsifica, portanto, completamente la misión de la Igle-sia en el mundo, ya que «el significadoprofundo y completo de la evangelizaciónes ante todo el anuncio de la Buena Nue-va de Cristo Salvador» (Juan Pablo II,25-1-1979).

«Es imprescindible –dice el mismo Papa enotra ocasión– que la Iglesia, desde una posiciónde pobreza y libertad respecto de los poderes deeste mundo, anuncie con valentía la verdad deJesucristo, firmemente convencida de la fuerzatransformadora del mensaje cristiano que, conla fuerza del Espíritu de Dios, es capaz de trans-formar moralmente los corazones, camino pararenovar las estructuras» (30-7-1984). «Y no sediga que la evangelización deberá seguir al proce-so de humanización. El verdadero apóstol del

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Evangelio es el que va humanizando y evangeli-zando al mismo tiempo, en la certeza de que quienevangeliza, también humaniza» (7-7-1980).

En la misma doctrina insiste BenedictoXVI en su mensaje de Cuaresma 2006, alseñalar ciertos errores cometidos por losdiscípulos de Cristo en la historia:

«Con frecuencia, ante problemas graves, hanpensado que primero se debía mejorar la tierra ydespués pensar en el cielo. La tentación ha sidoconsiderar que, ante necesidades urgentes, en pri-mer lugar se debía actuar cambiando las estructu-ras externas. Para algunos, la consecuencia de es-to ha sido la transformación del cristianismo enmoralismo, la sustitución del creer por el hacer.

«Por eso mi predecesor, de venerada memoria,Juan Pablo II observó con razón: “La tentaciónactual es la de reducir el cristianismo a una sabi-duría meramente humana, casi como una cienciadel bien vivir. En un mundo fuertemente secu-larizado, se ha dado una ̀ gradual secularizaciónde la salvación´, debido a lo cual se lucha cierta-mente en favor del hombre, pero de un hombre amedias, reducido a la mera dimensión horizontal.En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino atraer la salvación integral” (enc. Redemptoris mi-ssio 11)».

Hacer el bien,pero no dar testimonio de la verdad

Es evidente que no todas las personas ycomunidades de la Iglesia, ni siquiera lasque «están en las misiones», han recibidodel Señor la vocación misionera específi-ca, la de evangelizar a los hombres en unministerio directo. Las comunidades mo-násticas, por ejemplo, están dedicadas ala oración, la liturgia, la vida penitente. Olas comunidades religiosas asistenciales–como las Misioneras de la Caridad, de lamadre Teresa de Calcuta–, tienen por finla atención benéfica a los más miserables,en una vida de profunda oración, pobrezay penitencia. Pero ni unas ni otras han re-cibido del Señor una vocación específicapara dedicarse directamente a la evange-lización de los hombres. Y la Iglesia, sinduda, siente hacia esas personas y comu-nidades gran amor, admiración y gratitud.

Muy diferente de lo anterior es la falsi-ficación de la vocación misionera, segúnla cual la misión no estaría centrada porel mismo Cristo en la evangelización, esdecir, en el testimonio de la verdad, sinoen las actividades benéficas que en favorde los hombres puedan realizarse. Ése es,sin duda, un error muy grave contra la fecatólica, y paraliza las misiones.

En este sentido, la secularización de lamisión evangelizadora puede hacerse grá-fica con una parábola que refiero en unescrito mío (Sacralidad y secularización,Pamplona, Fund. Gratis date 20053,36-37).

Unos hombres de buena voluntad fue-ron a prestar su ayuda a los habitantes deun país que, por caminar siempre sobrelas manos, cabeza abajo, con los pies poralto, se veían aquejados de innumerablesmales. Unos tenían las manos deforma-das e inútiles, otros sufrían grandes dolo-res en la columna vertebral, algunos pade-cían jaquecas o trastornos visuales, y porsupuesto, todos pasaban grandes miseriasmateriales, pues no podían trabajar sinopoco y mal.

Así las cosas, aquellos hombres de bue-na voluntad se dedicaron a asistirlos contodo empeño: repartieron medicinas, die-ron masajes, aplicaron corrientes terápi-cas, y consiguieron ayudas económicas queremediaran las necesidades más urgentes.

Pero lo que nunca hicieron, quizá porrespeto a la tradición local de los nativos,fue decirles simplemente la verdad: queel hombre está hecho para caminar sobrelos pies, llevando en alto la cabeza. No lesavisaron, al menos suficientemente, de quehaciendo así, muchos de los males que pa-decían se sanarían en seguida, en tantoque habían de perdurar indefinidamentesi persistían en vivir cabeza abajo.

¿Qué pensar de esos hombres de buenavoluntad?... Al mismo tiempo que con ad-mirable generosidad ayudan a esos hom-

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bres cabeza-abajo en sus incontables mi-serias, ¿cómo no les dicen que se pongancabeza-arriba? Si son cristianos ¿cómo nose dan cuenta de que, entre los muchosbienes que han de dar a esos hombres, elbien mayor y más urgente es sin duda «eltestimonio de la verdad»? Nada hay tanbenéfico como la verdad, y nada hay tanmaléfico como el error y la mentira. ¿Cómoesos hombres buenos no se dedican so-bre todo a realizar la misión principal quehan recibido de Cristo Salvador: «haceddiscípulos de todas las naciones... ense-ñándoles a guardar todo lo que yo os man-dé» (Mt 28,19-20)? No se comprende.

Que no prediquen públicamente el Evangeliodonde no es posible, como en ciertos países islá-micos, eso se entiende. Pero que no lo prediquendonde es posible hacerlo –y donde otros de he-cho lo predican–, eso no se entiende.

Por otra parte, no olvidemos otros as-pecto de suma importancia. El hecho deque las misiones se conviertan no pocasveces en obras de beneficencia, trae con-sigo que las misiones de la Iglesia se de-diquen casi exclusivamente a trabajar co-mo organizaciones benéficas en los paí-ses pobres. De hecho, hoy la propagandamisional alude normalmente a países lle-nos de carencias primarias, sin alimentosy medicinas para sobrevivir.

Pero hemos de ser muy conscientes deque actualmente las misiones católicas hande dirigirse igualmente a los países pobresy a los países ricos, muchos de éstos deantigua filiación cristiana, y hoy en su ma-yoría apóstatas.

Los pueblos pobres y paganos necesi-tan urgentemente el Evangelio de Cristo.Pero con igual urgencia lo necesitan hoyestos pueblos ricos, hundidos en una mi-seria intelectual y moral incomparable-mente mayor –pensemos, por ejemplo, enel «matrimonio» homosexual– que la quesufren los países paganos pobres. No ne-

cesitan de la Iglesia con urgencia pan, ca-sas, medicinas, pero, estando perdidos, ago-tados, en tinieblas, llenos de vicios y vio-lencias, neurosis y angustias, cautivos delsexo, de la televisión, del consumo, des-esperados, «sin Cristo, sin esperanza ysin Dios en este mundo» (Ef 2,12; cf. Rm1,18-32), necesitan las misiones católicascon necesidad apremiante y urgente. Ne-cesitan el testimonio de la verdad, el Evan-gelio, Cristo, la gracia de Cristo Salvador.

Pero allí donde la Iglesia pierde la fuer-za del Espíritu Santo para predicar el Evan-gelio, cesa la misión, y defrauda tanto alos países pobres como a los países ricos.

¡Es urgente la misión! ¡Es urgente pre-dicar el Evangelio en todos los pueblos,ricos y pobres! ¡Ay de la Iglesia que noevangeliza!... El lema «id por todo el mun-do», él solo, es muy incompleto –podríaser recibido por cualquier Asociación deAgencias de Viaje–; hay que darlo entero,con el mandato de Cristo: «y predicad elEvangelio a toda la humanidad».

En este mundo, tanto en los países po-bres como en los ricos, la acción más pre-ciosa, necesaria y urgente es predicar elEvangelio de nuestro Señor y Salvador Je-sucristo. ¡Revelar al mundo que Cristo esDios y es hombre, que es camino, verdady vida para todos, Salvador potentísimo!Que al darnos el Espíritu Santo, el amordivino, nos ha hecho posible ser de ver-dad imágenes de Dios, es decir, ser verda-deramente hombres. Que comunicándonosla filiación divina, nos ha revestido de luz,de gracia, de vida sobrenatural y de sal-vación.

Hay que hacer entender al hombre dehoy que sin Dios, reducido a sus propiasfuerzas naturales, tan debilitadas por el pe-cado original y por tantísimas culpas a élañadidas, está perdido, irremediablemen-te perdido; pero que en Cristo y en suIglesia tiene salvación cierta y gozosa.

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Hay que hacerle conocer al mundo cuan-to antes que necesita para su salvacióntemporal y eterna abrirse a la gracia de Dios,y que si se cierra a su ayuda gratuita y so-brenatural, está sujeto a las miserias pre-sentes y a una posible condenación eterna:

«Si no os arrepentís [de vuestros pecados],todos moriréis igualmente» (Lc 13,3). «Entradpor la puerta estrecha. Porque es amplia la puer-ta y espacioso el camino que lleva a la perdición,y son muchos los que entran por él. ¡Qué estre-cha es la puerta y qué angosto el camino que llevaa la vida! ¡Y qué pocos son los que dan con él!»(Mt 7,13-14).

La mayor caridad que se puede tenercon los ricos y con los pobres es decirlesla verdad: que en esta vida, según sea bue-na o mala, se están jugando la vida eterna;que no van a poder salvarse por sus pro-pias fuerzas, y que Dios nos ha dado en laIglesia a un Salvador maravilloso, huma-no y divino, nuestro Señor Jesucristo.

Dialogar sí, pero predicar no.Y dialogar... tampoco

Cuando en el año 2000 la Congregaciónromana de la Fe publicó la declaración Do-minus Iesus, el Cardenal Ratzinger, Pre-fecto de esa Congregación, al presentar-la, hizo referencia a las teologías falsasque, excluyendo la misma posibilidad deuna Revelación plena y definitiva, expre-sada por la Iglesia en dogmas de fe, ha-cen simplemente imposibles las misionescatólicas:

«De acuerdo con tales ideas, el hecho de man-tener que hay una verdad universal, vinculante yválida en la historia misma, que se realiza en lafigura de Jesucristo y es transmitida por la fe dela Iglesia, es considerado una especie de fundamen-talismo que constituiría un atentado contra el es-píritu moderno y representaría una amenaza con-tra la tolerancia y la libertad.

«El propio concepto de diálogo asume un sig-nificado radicalmente diverso al que entendió elConcilio Vaticano II. El diálogo, o mejor dicho, laideología del diálogo, sustituye a la misión y a la

urgencia del llamamiento a la conversión. El diá-logo no es ya el camino para descubrir la verdad[...] El diálogo en las nuevas concepciones ideo-lógicas, que lamentablemente han penetrado tam-bién en el interior del mundo católico y en ciertosambientes teológicos y culturales, el diálogo es laesencia del dogma relativista, y lo contrario a laconversión y a la misión.

«Para el pensamiento relativista, diálogo sig-nifica poner en el mismo plano la propia posi-ción o la propia fe y las convicciones de los de-más, de tal manera que todo se reduce a un inter-cambio de posiciones de tesis fundamentalmenteiguales y, en consecuencia, relativas entre sí, conla finalidad superior de logar el máximo de cola-boración y de integración entre las diversas con-cepciones religiosas».

En efecto, el diálogo, mal entendido, pro-duce el acabamiento total de las misionescatólicas. La propia declaración DominusIesus afirma:

«El diálogo, aunque forma parte de la misiónevangelizadora, constituye solo una de las accio-nes de la Iglesia en su misión ad gentes (cf.Redemptoris missio 55). La paridad, que es pre-supuesto del diálogo, se refiere a la igualdad de ladignidad personal de las partes, no a los conteni-dos doctrinales, ni mucho menos a Jesucristo –que es el mismo Dios hecho hombre– comparadocon los fundadores de las otras religiones.

«De hecho, la Iglesia, guiada por la caridad y elrespeto de la libertad, debe empeñarse primaria-mente en anunciar a todos los hombres la verdaddefinitivamente revelada por el Señor, y a procla-mar la necesidad de la conversión a Jesucristo yla adhesión a la Iglesia a través del Bautismo y losotros sacramentos, para participar plenamentede la comunión con Dios Padre, Hijo y EspírituSanto» (22).

A estas consideraciones sobre el lugarverdadero del diálogo en la misión con-viene añadir algunas otras.

1.– Diálogo y predicación han de ir jun-tos en la acción misionera. Por eso es denotar que cuando la predicación del Evan-gelio cesa, cesa también normalmente eldiálogo. Es decir, en realidad el diálogono suele sustituir a la predicación. Si ob-servamos los modos concretos de algu-

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nas misiones actuales, podremos compro-bar que en ellas han cesado juntamente lapredicación y el diálogo. Entre los misio-neros actuales, aquellos que evangelizan,dialogan; pero aquellos que están perdi-dos en la niebla de la teología del pluralis-mo religioso y de otras ideologías afines,ni predican, ni dialogan. Simplemente, sededican a la beneficencia material.

Siguiendo el ejemplo que da Cristo ensu ministerio evangelizador, las verdade-ras misiones católicas han unido siemprediálogo y predicación. En efecto, los mi-sioneros que han tenido y que tienen unclaro logos de la fe, se atreven a intentarel dia-logo con los hombres, y al mismotiempo se atreven a predicarles el Evan-gelio. Recordaré algunos ejemplos.

–Al referir la primera evangelización deMéxico, el franciscano Jerónimo de Men-dieta (1525-1604), en su Historia eclesiá-stica indiana, dice que en 1524,

«luego como llegaron a México», los frailesmisioneros establecieron conversaciones con losjefes y sacerdotes aztecas. Otro franciscano, aúnmás próximo a los hechos, fray Bernardino deSahagún (1500-1590), en un códice recientemen-te hallado en la Biblioteca Vaticana, el Libro delos coloquios y la doctrina cristiana, da cuenta de«todas las pláticas, confabulaciones y sermonesque hubo entre los Doce religiosos [franciscanos]y los principales y señores y sátrapas de losindios, hasta que se rindieron a la fe de nuestroSeñor Jesucristo y pidieron con gran insistenciaser bautizados» (cf. José María Iraburu, Hechosde los apóstoles de América, Fund. Gratis date,Pamplona 20033, 103).

En aquellos encuentros se hablaba detodo lo divino y lo humano. Y es impre-sionante comprobar en ellos la honradezintelectual de los aztecas y la fuerza per-suasiva de los misioneros franciscanos.La superioridad del Dios cristiano sobrela miseria de los dioses paganos, en ver-dad y potencia, se hacía en aquellos diá-logos tan patente, que las conversionesde los aztecas fueron innumerables (cf.

Lino Gómez Canedo, OFM, Pioneros dela Cruz en México, BAC pop. 90, Madrid1988, 65-70).

–La acción misionera de Javier, por esosmismos años, unía también continuamentediálogo y predicación. Teniendo él un lo-gos de la fe absolutamente firme y claro,dia-logaba largamente, por ejemplo, conlos bonzos y señores japoneses, al mis-mo tiempo que les predicaba el Evangeliocon todo empeño y esperanza.

En una carta a sus hermanos de la Compañía enEuropa (29-I-1552, Doc.96) cuenta Javier quemantiene largos diálogos con los japoneses, y re-conoce que «son hombres de muy singulares in-genios y muy obedientes a razón; y si dejaban dehacerse cristianos, era por temor del señor de latierra, y no porque no conocían que la ley de Diosera verdadera y sus leyes falsas» (96,13). Estandoél y sus dos compañeros alojados en un viejomonasterio de Yamaguchi que les había cedido eldaymo, predicaban el Evangelio dos veces al día.«Al cabo de la predicación siempre había dispu-tas que duraban mucho. Continuadamente éra-mos ocupados en responder a las preguntas o enpredicar. Venían a estas predicaciones muchospadres [bonzos] y monjas, hidalgos y otra mu-cha gente; casi siempre estaba la casa llena, y mu-chas veces no cabían en ella. Fueron tantas laspreguntas que nos hicieron, que por las respues-tas que les dábamos conocían las leyes de lossantos en que creían ser falsas, y la de Dios ver-dadera. Perseveraron muchos días en estas pre-guntas y disputas; y después de pasados mu-chos días, comenzaron a hacerse cristianos; y losprimeros que se hicieron, fueron aquellos que másenemigos nuestros se mostraron, así en las predi-caciones como en las disputas» (96,16).

«Éstos que se hacían cristianos, muchos de elloseran hidalgos; y después de hechos cristianos,eran tan amigos nuestros, que no podría acabarde escribir. Y así nos declaraban muy fielmentetodo aquello que tienen los gentiles en sus leyes.Después de tener verdadera noticia de lo que tie-nen ellos en sus leyes, buscamos razones paraprobar ser falsas, de manera que cada día les ha-cíamos nosotros preguntas sobre sus leyes y ar-gumentos, a que ellos no sabían responder, asílos bonzos como las monjas [...] Los cristianos,como veían que los bonzos no sabían responder,holgaban mucho y crecían cada día en tener más

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fe en Dios; y los que eran gentiles, que estabanpresentes a las disputas, perdían el crédito de lassectas erróneas en que creían (96,17)».

Los bonzos sufrían mucho con todo esto y re-prochaban a los japoneses que, abandonando lasleyes religiosas de sus antepasados, se conver-tían al Evangelio: «respondíanles los cristianosque, si ellos se hacían cristianos, era por parecer-les que la ley de Dios es más llegada a razón quesus leyes; y también porque veían que nosotrosrespondíamos a las preguntas que ellos nos ha-cían, y ellos no sabían responder a las que noso-tros les hacíamos contra sus leyes» (96,18).

Estos diálogos, controversias o dispu-tas versaban –como en México– sobretodo lo divino y lo humano, sobre el Crea-dor, la libertad humana, el bien y el mal, lainmortalidad del alma, la ley natural, la vidafeliz o condenada posterior a la muerte,pero también sobre la esfericidad de la tie-rra, la explicación de la lluvia, los rayos,la nieve, etc.

«Después que nosotros fuimos allá, dejabande platicar de las propias leyes, y platicaban dela ley de Dios. Era cosa para no poderse creer,ver en una ciudad tan grande cómo por todas lascasas se platicaba de la ley de Dios» (96,21). «Enesta ciudad de Amanguche [Yamaguchi], en espa-cio de dos meses, después de pasadas muchaspreguntas, se bautizaron quinientas personas,poco más o menos» (96,22). «Los bonzos estánmal con nosotros, porque les descubrimos susmentiras» (96,26). Por el contrario, «ver el placerde los que ya eran cristianos, ver que los gentilesquedaban vencidos: el placer de estas cosas mehacían no sentir los trabajos corporales. Veía tam-bién por otra parte cuánto trabajaban los cristia-nos en disputar, vencer y persuadir a los gentilesque se hiciesen cristianos; viendo yo sus victo-rias que contra los gentiles alcanzaban y el placercon que cada uno las contaba, era sumamenteconsolado» (96,53).

No imaginemos, pues, a Javier como unmisionero que, crucifijo en mano, va de unalado a otro rápidamente, y solamente pre-dica, ignorando todo diálogo con sus oyen-tes. En absoluto. Como hemos comproba-do por sus mismos relatos, él unía conti-nuamente en su ministerio misional, al me-

nos en cuanto ello le era posible, la predica-ción y el diálogo.

Conviene, pues, que precisemos bien es-ta grave cuestión. El diálogo interreligiosoque misionalmente no vale para nada, ysobre el que la Dominus Iesus pone enguardia, es el que elude la predicación delEvangelio, y se queda en un afable inter-cambio de doctrinas, todas igualmente res-petables. En él se consideran las diversasreligiones como líneas paralelas que, se-gún dicen, se juntarán en el infinito. Estoes el relativismo o incluso el agnosticis-mo religioso en su estado más puro. Es loque decía el Cardenal Ratzinger: «el diá-logo es la esencia del dogma relativista, ylo contrario a la conversión y a la misión».

2.– El diálogo misional debe pretenderla conversión de los hombres, y no debeprolongarse indefinidamente. La misión quelos misioneros deben cumplir por man-dato de Cristo es sumamente urgente: «anadie saludéis por el camino» (Lc 10,4).«Si algún lugar no os recibe y no os escu-chan, marchaos de allí sacudiendo el polvode la planta de vuestros pies, en testimoniocontra ellos» (Mc 6,11). «Cuando os per-sigan en una ciudad, huid a otra, y si tam-bién en ésta os persiguen, marchaos aotra. Yo os aseguro: no acabaréis de reco-rrer las ciudades de Israel antes que ven-ga el Hijo del hombre» (Mt 10,23).

Así pues, no manda Cristo a sus envia-dos que se queden indefinidamente entrequienes rechazan el Evangelio, prolongan-do con ellos un diálogo que durante dece-nios se muestra inútil. Más bien les orde-na que se marchen de allí y que vayan apredicar el Evangelio en otros pueblos quelo reciban. Veamos el ejemplo de dos gran-des apóstoles de la Iglesia.

San Pablo predicó en Atenas un discur-so muy cuidadosamente preparado,

pero «al oír lo de la resurrección de los muer-tos, unos se rieron de él y otros le dijeron: “ya te

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oiremos hablar sobre esto en otra ocasión”». Elnarrador nos asegura que «todos los atenienses yforasteros que allí residían no se ocupaban enotra cosa que en decir y oír la última novedad».No estaban dispuestos a dar crédito a una verdaddefinitiva y universal.

«Entonces Pablo se marchó de entre ellos»(Hch 17). Y ya no vuelve nunca más a la capitalintelectual del mundo de su tiempo. No se quedóallí durante años en un diálogo interminable e in-útil. El verdadero amor a Dios y a los hombrespecadores ponía en su corazón una inmensa ur-gencia para predicar el Evangelio y para formaren otros lugares nuevas comunidades eclesiales.

San Pedro Canisio (1521-1597), envia-do por la Compañía de Jesús a Alemaniapara reafirmarla en la fe católica y com-batir la herejía luterana, asistió a la Con-ferencia de Worms como teólogo católi-co y delegado personal del emperador Fer-nando. Ya se habían producido antes cin-co encuentros similares entre teólogos pro-testantes y católicos.

Pues bien, la Conferencia fue un fracaso com-pleto, al igual que los anteriores encuentros. Pudoasí Canisio conocer por experiencia que era per-der el tiempo discutir interminablemente con teó-logos que se resistían obstinadamente a la Escri-tura, a los Concilios, al Magisterio apostólico y,si llegaba el caso, a la misma razón natural. Enadelante ya no participó en más discusiones. Ycon la fuerza del Espíritu Santo, predicó por to-das partes, fundó escuelas, colegios, seminarios,universidades, escribió textos de controversia yun Catecismo que, traducido a quince lenguas, enpoco más de un siglo tuvo 400 ediciones.

Toda esta labor misionera dio un gran fruto. En1557 unas seis novenas partes de la poblaciónalemana era luterana, dos novenas pertenecía asectas diversas, y solo una permanecía católica.Y unos decenios más tarde, gracias a la inmensaobra misionera de San Pedro Canisio y de otrosapóstoles católicos, una gran parte de Alemaniafue recuperada, hasta el día de hoy, para la fe ca-tólica. Canisio no se quedó sentado muchos díasdialogando en torno a mesas redondas o cuadra-das. La misión evangelizadora le llevaba con ur-gencia a otras actividades misionales sumamentefecundas (cf. Alfredo Sáenz, S.J., La Reforma Pro-testante, Gladius, Buenos Aires 2005, 408-447).

Puede haber, debe haber y hay un diá-logo entre la Iglesia católica y las otrasreligiones del mundo. E incluso una cier-ta co-laboración con ellas en algunas ac-tividades culturales o asistenciales. Peroaquí estamos hablando de la actividad pro-piamente misionera y evangelizadora dela Iglesia.

Enseñar «valores»en vez de predicar a Cristo Salvador

Ésta es otra variante de la secularizacióndel apostolado y de la misión: predicar va-lores, sin predicar a Jesús, el Salvador. Espuro pelagianismo proponer valores mora-les enseñados por Cristo –verdad, libertad,justicia, amor al prójimo, unidad, paz–, yhacerlo, de un lado, en el mismo sentido enque el mundo los entiende, y de otro, sinafirmar a Cristo como único Salvador quehace posible vivir por su Espíritu ésos ytodos los demás valores.

Los cristianos, como los apóstoles, afir-mamos a los hombres –que Cristo mismoes «la verdad», y que sin Él se pierde elhombre en cientos de errores cambiantes(Jn 14,6); –que sólo Cristo «nos ha he-cho libres» (Gál 5,1), y que sin Él todosestán esclavos, cautivos; –que sólo Cris-to nos puede dar «la justicia que procedede Dios» (Flp 3,9), y que sin Él todo escorrupción e injusticia; –que sólo Cristopuede difundir en nuestros corazones lacaridad de Dios, por el Espíritu Santo quenos comunica (Rm 5,5), y que sin Él nin-gún amor, ni siquiera el amor conyugalen muchos casos, perdura y crece; –quesólo Cristo es capaz de congregar y guar-dar en la unidad a todos los hombres queandan dispersos, pues para eso justamenteha dado su vida en la cruz (Jn 11,52); yen fin, –que sólamente Cristo «es nuestrapaz» (Ef 2,14), y que sin Él todo son di-visiones, violencias y guerras. Eso es pre-dicar el Evangelio.

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Ya lo dijo Juan XXIII en la apertura del conci-lio Vaticano II: «El gran problema planteado almundo sigue en pie tras casi dos mil años. Cristoradiante siempre en el centro de la historia y de lavida. Los hombres están con Él y con su Iglesia,y en tal caso gozan de la luz, de la bondad, delorden y de la paz, o bien están sin Él o contra Ély deliberadamente contra su Iglesia, con la con-siguiente confusión y aspereza en las relacioneshumanas y con persistentes peligros de guerrasfratricidas» (11-10-1962).

Y lo mismo dice Pablo VI después del Conci-lio: «Un humanismo verdadero, sin Cristo, noexiste. Y nosotros suplicamos a Dios y os roga-mos a todos vosotros, hombres de nuestro tiem-po, que os ahorréis la experiencia fatal de un hu-manismo sin Cristo. Sería suficiente una simplereflexión sobre la experiencia histórica de ayer yde hoy para convenceros de que las virtudes hu-manas desarrolladas sin el carisma cristiano pue-den degenerar en los vicios que las contradicen.El hombre que se hace gigante sin la animaciónespiritual, cristiana, se derrumba por su propiopeso. Carece de la fuerza moral que le hace hom-bre de verdad; carece de la capacidad de juzgaracerca de la jerarquía de valores; carece de razo-nes transcendentales que motiven de modo esta-ble estas virtudes; y carece, en definitiva, de laverdadera conciencia de sí mismo, de la vida, desus porqués y de su destino» (disc. Navidad1969).

Conviene advertir, por otra parte, quela secularización de la actividad misione-ra pretende normalmente la reconciliaciónde la Iglesia con el mundo. Si solamenteluchamos contra las consecuencias del pe-cado, pero no contra el pecado, los cris-tianos tendremos la aprobación del mun-do –entre otras cosas porque ya no sere-mos cristianos–. El mundo no tiene nin-gún inconveniente en que cuidemos lepro-sos, atendamos ancianos desamparadoso recojamos drogadictos, y no nos perse-guirá si nos limitamos a eso.

Tampoco nos perseguirá si nos limita-mos a predicar valores de paz, solidari-dad, justicia, pues eso es lo que hacen to-dos, cada uno a su manera: marxistas yliberales, masones, budistas y ecologistas.

La persecución, en cambio, será inevita-ble cuando le digamos al mundo que to-dos esos valores seguirán siendo para élinalcanzables si se cierra al Reino de Dios,si desprecia a su enviado, Cristo Salvador,si rechaza a Jesucristo como al Señor úni-co del cielo y de la tierra.

No pretenderla conversión de los hombres

Los «nuevos» misioneros no pretendenla conversión de los hombres. Buscan prin-cipalmente solidarizarse con su condiciónconcreta de vida presente y mejorarla enlo posible. Y así lo declaran algunos abier-tamente, orgullosos de su actitud: «no pre-tendemos convertir a nadie». Resulta muypenoso oirles, y comprobar que «alardeandode sabios, se hicieron necios» (Rm 1,22).

Ya he recordado antes que la misión delos misioneros es exactamente la mismaque Cristo recibió del Padre (cf. Jn 20,21);es una prolongación de la Suya. Ahorabien, es indudable que la misión de Cristoes llamar a los pecadores a «conversión»(meta-noia, cambio de mente), para queentren así en el Reino de Dios. Y esto eslo primero que hace en su misión pública,lo mismo que el Bautista. Y los Apóstoles,después de Pentecostés, poco después deiniciar su misión, reciben la revelación go-zosa de que «¡Dios ha dado también a losgentiles la conversión para alcanzar la vida!»(Hch 11,18).

Cristo, Luz del Mundo, es «el que nos llamóde la oscuridad a su luz admirable» (1Pe 2,9), esÉl quien llama con fuerza a los que están en tinie-blas y sombra de muerte para que entren urgente-mente en el Reino luminoso de Dios. Viene elSeñor al mundo a buscar y salvar a los pecadores,y Él envía a sus apóstoles «para que prediquenen su nombre la conversión para la remisión delos pecados a todas las naciones» (Lc 24,47; cf.Hch 5,31; cf. Vaticano II, Ad gentes 7).

Es ésta justamente la misión que el Señor con-fía, por ejemplo, a San Pablo: «Yo te envío paraque les abras los ojos, se conviertan de las tinie-

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blas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, yreciban el perdón de los pecados y parte en laherencia de los consagrados» (Hch 26,18). Así lohace, concretamente, a los atenienses: reconocien-do su religiosidad, les manifiesta al mismo tiem-po que era vana y errónea. Y les comunica en elnombre del Señor que, «después que Dios ha pa-sado por alto las épocas de ignorancia, ahora mandaa los hombres que se arrepientan todos y en to-das partes» (17,30-31). Ese evangelio, que Jesúsle había confiado, el Apóstol lo predica en todaspartes sin avergonzarse de él y sin temor alguno:«anuncié la penitencia y la conversión a Dios»(26,20).

San Francisco Javier, igual que San Pa-blo, pretende en su misión evangelizadoralibrar a los hombres de «la esclavitud delpecado» (Rm 6,20) y de la cautividad deldiablo, «príncipe», más aún, «dios de estemundo» (Jn 12,31; 2Cor 4,4), de modoque los hombres pasen «del poder de Sa-tanás a Dios». Javier sabe bien, como elApóstol, que su combate misional no essolo contra la carne y la sangre, sino prin-cipalmente «contra los espíritus del mal»(Ef 6,12). Por eso justamente, con ora-ción y trabajos extenuantes, procura y con-sigue la conversión de hombres y pue-blos, «gastándose y desgastándose porsus almas» (2Cor 12,15).

Por el contrario, nada tiene de sorpren-dente que los nuevos «misioneros», que«no pretenden convertir a nadie», no con-viertan a nadie. Después de todo, es muynormal que no se consiga aquello que nose intenta, o que, más aún, se excluye.Nada tienen que ver estos misioneros conSan Francisco Javier, que jugándose enello la vida tantas veces, con sus herma-nos de misión, logra con el poder de Diosla conversión de miles y miles de hom-bres de diferentes pueblos, en conversio-nes verdaderas y perseverantes, que a ve-ces se consumaron en el martirio. Javierhace lo mismo que hicieron Cristo, Pabloy todos los santos misioneros de Dios.

En esto de las conversiones, recuerdo una anéc-dota del Cura de Ars. Un día el señor Próspero de

Garets, amigo suyo personal, le pregunta cuán-tos pecadores estima que se convierten allí al año.Y el Santo, sin advertir que le sonsacan así unaconfidencia, le responde: «más de setecientos».¡Unas dos conversiones al día!... (F. Trochu, Vidadel Cura de Ars, Edit. litgca. española, Barcelona1953, 349). Con razón San Juan María Vianneyes Patrono del clero diocesano. Pues bien, con ra-zón San Francisco Javier es Patrono de todos losmisioneros católicos.

En fin, verdaderamente resulta muypenoso que pueda haber párrocos y misio-neros que, sin haber quizá convertido a na-die en toda su vida, estiman «superados»los modos pastorales del Cura de Ars y losmodos misioneros de Francisco de Javier.Resulta patético: estos ministros del Salva-dor, que no intentan convertir a nadie, per-manecen tranquilos en su convicción, yciertamente consiguen su objetivo con ple-no éxito.

Testimoniar con la vida,pero no con la palabra

El mandato misionero de Cristo es éste:«se me ha dado toda autoridad en el cieloy en la tierra. Id, pues, y haced discípulosa todas las naciones... enseñándoles a guar-dar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20). Pero los «nuevos» misioneros esti-man tal objetivo inalcanzable e impruden-te, y por eso, en conciencia, ni siquiera lointentan. Parece increíble, pero la reali-dad es ésta: pretenden ser misioneros sinpredicar el Evangelio.

Es cierto que a veces la Iglesia puede en-contrar situaciones en las que no es posi-ble el testimonio de la palabra evangeli-zadora, y que ha de contentarse por elmomento con el testimonio de vida cris-tiana que le sea posible.

Así lo declara en el Vaticano II: «se presentan aveces tales circunstancias que imposibilitan du-rante algún tiempo el proponer directa e inmedia-tamente el mensaje evangélico. En estos casospueden y deben los misioneros, con paciencia yprudencia y, a la vez, con gran confianza, dar, al

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menos, testimonio de la caridad bienhechora deCristo y preparar así los caminos al Señor y ha-cerle de alguna manera presente» (Ad gentes 6e).

Pero esa gran verdad puede ser falsifi-cada haciendo norma universal de ciertoscasos particulares. En efecto, si recorda-mos la historia de la actividad misionerade la Iglesia, podemos preguntarnos: ¿quédisposición tenían los griegos corintios pa-ra recibir de Pablo el Evangelio, podridoscomo estaban de politeísmo y lujuria?¿Qué preparación espiritual para la fe cris-tiana encuentraron Martín de Tours, Bo-nifacio, Patricio, Toribio de Mogrovejo, Pe-dro Claver, Comboni y tantos otros gran-des misioneros católicos, en los hombresque efectivamente evangelizaron, y que tan-tas veces eran idólatras, esclavistas, po-lígamos, violentos, llenos de supersticio-nes horribles, practicantes de sacrificioshumanos o aficionados a la antropofagia?

La Iglesia está convencida de que hayque predicar el Evangelio a toda criatura,y que la misión es absolutamente urgente.Y por eso se dice a sí misma: «¡ay de mísi no evangelizara!» (1Cor 9,16).

La Iglesia no-evangelizadora es unaIglesia no-martirial, pues no da en elmundo testimonio de la verdad de Cristo.Es, por tanto, una Iglesia débil y triste, os-cura y ambigua, cautelosa y dividida, ysobre todo es manifiestamente estéril, sincapacidad de conquista y crecimiento, sinvocaciones apostólicas, en disminucióncontinua. No tiene fuerza misionera.

Es una Iglesia que no osa «confesar a Cristo»en el mundo (Mt 10,32-33), y solamente se atre-ve a predicar aquellas verdades cristianas –aque-llos «valores»– que no suscitan persecución. Seatreve, por ejemplo, a predicar bravamente la jus-ticia social, cuando ésta viene exigida y predicadapor todos, también por los mismos enemigos dela Iglesia. Pero no se atreve a predicar la vocaciónfundamental del hombre, la obligación primaria,la más importante, la de creer en Dios, obedecerley darle culto, amándole con todas las fuerzas desu alma; o la castidad de los jóvenes y de los ma-

trimonios, o tantas otras verdades fundamenta-les, allí donde éstas son negadas por el mundo, ytraen ciertamente persecución y marginación con-tra quienes las predican.

La cosa es clara: la Iglesia no-martirial,no tiene fuerza espiritual misionera, temeser rechazada por dar un testimonio clarode Cristo y de las verdades evangélicas. Ypor eso, calla. O más bien habla bajito,y así, al mismo tiempo, evita la persecu-ción del mundo y se hace la ilusión deque ya ha cumplido con su deber.

Pero eso no convierte a nadie.

La teología católica de la misión

La Iglesia católica ha enseñado su fesobre las Misiones en grandes documen-tos modernos, y parece prudente suponerque nuestros lectores, que normalmente sonnuestros amigos, conocen bien su doctri-na. Recordemos

de Benedicto XV, cta. apostólica Maximumillud (30-XI-1919), y las encíclicas de Pío XI,Rerum Ecclesiæ (28-II-1926); de Pío XII, Evan-gelii præcones (2-VI-1951) y Fidei donum (21-IV-1957); de Juan XXIII, Princeps pastorum (28-XI-1959). Del concilio Vaticano II, el decreto Adgentes divinitus (7-XII-1965). Y después del Con-cilio, Pablo VI, exhort. apost. Evangelii nuntiandi(8-XII-1975); Juan Pablo II, encíclica Redemptorismissio (7-XII-1990). Es importante también eldocumento de la Comisión Teológica Internacio-nal, El cristianismo y las religiones (1996).

En todo caso, el texto del Magisterioapostólico que, en las circunstancias ac-tuales, fundamenta con más fuerza la ac-tividad misionera de la Iglesia, es el publi-cado por la Congregación para la Doctrinade la Fe, en la declaración «DominusIesus»; sobre la unicidad y la universali-dad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia(6-VIII-2000).

Tengamos en cuenta, por otra parte, quecualquier error teológico debilita la fe, yconsiguientemente disminuye o impide laactividad de las misiones católicas. En efec-to, «el justo vive de la fe. La fe es por la

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predicación. Y la predicación es por la pa-labra de Cristo» (Rm 1,17; 10,17). Poreso, cuando la fe está débil y vacilante,confundida por enseñanzas falsas, no pue-de evidentemente evangelizar. Bastantese-rá que logre sobrevivir. Por el contra-rio, la parresía misional, que arde en elfuego amoroso del Espíritu Santo, se fun-damenta siempre en una fe católica fir-memente poseída y vivida.

Por eso la difusión de tantos erroresteológicos actuales, especialmente los quese refieren más directamente a Cristo, ala santísima Trinidad, a la Iglesia, a la Eu-caristía y los sacramentos, es la causaprincipal del detenimiento histórico de lamisión católica. Y estos errores del tiem-po presente están descritos y rechazadosen declaraciones de la Congregación dela Fe, como

–Mysterium Filii Dei (21-II-1972), para guar-dar el misterio de la Encarnación y de la Trinidadde ciertos errores modernos;

–Mysterium Ecclesiæ (24-VI-1973), que afir-ma la fe católica sobre la Iglesia frente a ciertoserrores modernos.

A los documentos citados habría queañadir aquí todas las reprobaciones de erro-res modernos –por ejemplo, sobre ciertasobras de Hans Küng o de Edward Schille-beecks, o las instrucciones sobre la Teolo-gía de la Liberación–. Todos esos textosde la Sede Apostólica implican una rea-firmación de las verdades católicas quefundamentan la acción misionera de laIglesia, y rechazan los errores contrarios.

Teologías actuales falsasque impiden la misión

Siguiendo sobre todo la declaración Do-minus Iesus, señalo ahora en síntesis aque-llas doctrinas teológicas que más direc-tamente paralizan o desvían hoy la ac-ción misionera de la Iglesia:

–Estas teologías profesan algún modode agnosticismo filosófico y religioso: no

hay una verdad, hay muchas, y en todocaso ninguna es cognoscible con certe-za. Rechazan, por supuesto, la posibili-dad de dogmas inalterables.

–Niegan la Revelación cristiana, encuanto verdad divina plena y definitiva,pues creen imposible una revelación delAbsoluto infinito en la realidad finita delser humano, histórica y continuamenteevolutiva.

–Niegan la historicidad de los Evange-lios, y muy especialmente de los milagrosde Cristo. No podemos encontrar realmen-te en los Evangelios el testimonio que losApóstoles dieron de las «palabras y he-chos» de Jesús. En el fondo, no es posi-ble predicar el Evangelio como una ver-dad real, objetiva y definitiva.

–Consideran a Cristo como un Maestroespiritual más entre otros Maestros sus-citados por Dios en la historia. Estos teó-logos pasan así del cristocentrismo al teo-centrismo. Algunos de ellos, en el mejorde los casos, reconocen a Cristo como alhombre perfecto y definitivo, que al serimagen verdadera de Dios, puede decirsedivino, siempre que la afirmación se en-tienda en sentido arriano, nestoriano, adop-cionista.

–Confunden el orden natural y el so-brenatural. Unos y otros autores lo hacencon especulaciones filosóficas y teológicasdiversas, pero en el fondo semejantes: lanaturaleza exige la gracia, y por eso mis-mo no distinguen de la gracia el mundocreado.

–Afirman que, en cierta manera, todoslos hombres, aunque ellos mismos no losepan o incluso no lo quieran, estando ele-vados al orden de la gracia, son de hechocristianos anónimos, tengan una u otra víareligiosa, o aunque no sigan ninguna.

–Negando el pecado original, niegan alos hombres una salvación por gracia, por

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don gratuito que libremente han de reci-bir de Dios por Cristo. Se quedan, pues,limitados a un voluntarismo naturalista, aun inmanentismo antropológico, que a ve-ces tiene fondo panteísta. Es el hombre,en definitiva, el que ha de salvar al hom-bre, y no un don exterior venido a él comogracia.

–Reconocen, en coherencia a sus prin-cipios, «otras Revelaciones» divinas, yestiman las religiones paganas como «víasordinarias de salvación», complementa-rias del cristianismo, y no necesariamen-te inferiores a él. No puede, pues, preten-der la Iglesia ser «el sacramento univer-sal de salvación».

–Niegan la soteriología cristiana, con-siderando que la infinita bondad de Dioses incompatible con un infierno eterno, yque Dios, con misioneros o sin ellos, sal-vará ciertamente a todos los hombres.

A la serie de errores enumerados habría queagregar la indicación de muchos otros, que suelenir unidos a ellos: sobre la concepción virginal deCristo, la preexistencia del Verbo, la concienciaque Jesús tiene de quién es y de cuál es el plan deDios sobre su muerte, el sentido sacrificial de laCruz, su valor salvífico universal, la realidad de laResurrección y de las apariciones a los apósto-les, la fundación de la Iglesia, la presencia realeucarística, el falso ecumenismo que pretende lle-gar a la Iglesia verdaderamente Católica por launión de «todas las Iglesias» e incluso de todaslas religiones, etc.

Y a tantos errores doctrinales, aún ha-bría que añadir una serie ilimitada de erro-res gravísimos sobre cuestiones morales.

Estas teologías y otras semejantes, co-mo es lógico, debilitan o paralizan del todola acción evangelizadora de quienes máso menos conscientemente las aceptan. Lasmisiones en ellos quedan detenidas.

Es cierto que estas doctrinas, al no te-ner base alguna ni en la Escritura, ni en laTradición, ni en el Magisterio, es decir, altratarse de gnosis teológicas, son ideolo-

gías muy sofisticadas, lucubraciones pre-dominantemente filosóficas, psicológicas,cosmológicas, que requieren continuos neo-logismos, y que se exponen en textos muycomplejos, a veces deliberadamente ambi-guos, de difícil lectura. Pero a través de in-numerables presentaciones divulgativas,que agravan no pocas veces los erroresoriginales, han alcanzado una difusión muyamplia en los últimos decenios.

Pues bien, quienes están perdidos en me-dio de una niebla de errores tan espesa yoscura, sin apenas luz, pueden seguir asis-tiendo a reuniones y asambleas, puedencontinuar su atención a escuelas y dispen-sarios médicos, pueden también seguir es-cribiendo artículos o libros, pero quedanincapacitados totalmente para el aposto-lado y la misión.

Por otra parte, el cristiano común notiene necesidad alguna de conocer más afondo esas doctrinas contrarias a la Igle-sia. La síntesis de lo que ellas enseñanpuede conocerla con brevedad y seguri-dad en las mismas reprobaciones que laIglesia católica ha hecho de esos errores.

Así ha sido normalmente en la Iglesia. El pue-blo cristiano, que, por ejemplo, no había leído lasobras de los autores pelagianos o semipelagianos,se veía afirmado en la fe católica, y libre de estoserrores, por la reprobación que de ellos hacía laIglesia, sea en los cánones de concilios como el IIde Orange, sea en la Liturgia, o sea en las obras deSan Agustín y de otros autores católicos.

La mayor parte de los grandes erroresantes referidos son tan patentes, que noexigen aquí un análisis y una refutaciónparticular. Pero, en cambio, voy a detener-me, aunque sea muy brevemente, en se-ñalar dos de esos errores, precisamenteporque son quizá menos patentes. Me re-fiero a los cristianos anónimos y a la ne-gación práctica de la posibilidad de unacondenación eterna. Es evidente que am-bos errores tienen especial fuerza parali-zadora de las misiones cristianas.

José María Iraburu

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Sigo aquí el estudio de José Antonio Sayés enLa esencia del cristianismo. Diálogo con K. Rahnery H. U. Von Balthasar (Madrid, Cristiandad 2005).

Los «cristianos anónimos»del P. Karl Rahner, S.J.

La confusión que se da en Rahner entrenaturaleza y gracia lleva derechamente ala teoría teológica de los cristianos anóni-mos. Estando ya toda la vida de la huma-nidad elevada al orden de la gracia, aun-que sea en forma oculta e inconsciente,considera Rahner que

«la predicación [de la Iglesia] despierta explí-citamente lo que ya estaba en la profundidad dela esencia humana, no por naturaleza, sino porgracia. Pero como una gracia que rodea al hombre(también al pecador o incrédulo) siempre comoámbito ineludible de su existencia» (Naturaleza ygracia, en «Escritos teológicos», Madrid, Taurus4,1961,234; cf. Los cristianos anónimos, ib. 6,1969,535-544).

Esta teoría de los cristianos anónimos,aunque ha prevalecido después en muchosambientes, suscita desde el principio gra-ves resistencias, incluso entre teólogos afi-nes a Rahner.

Así, «a juicio de De Lubac –escribe Sayés–, lateoría de los cristianos anónimos no hace justiciaa la novedad del cristianismo ni a su peculiaridadcomo el único camino de salvación. Nadie niega,comenta De Lubac [Paradoxe et mystêre de l’Égli-se, Paris 1967,152], que la gracia de Cristo puedaobrar fuera de la Iglesia, pero no se puede aceptarla existencia de un cristianismo anónimo, exten-dido por todo el mundo, de modo que la únicafunción de la predicación fuera la de explicitarlo,como si la revelación de Jesucristo no fuera otracosa que la puesta al día de lo que ya se encontra-ría desde siempre» (138-139).

La teoría de los «cristianos anónimos»viene a ser un círculo cuadrado. Cristia-no es aquel que confiesa la fe en nuestroSeñor Jesucristo, y está configurado conÉl por medio del bautismo.

«Si con tu boca confiesas a Jesús como Señor,y en tu corazón crees que Dios lo resucitó deentre los muertos, te salvarás» (Rm 10,9).

Una de las críticas más fuertes contrala teología de Rahner en su conjunto –sobre su modo de entender la Revelación,la veracidad del Nuevo Testamento, yotros temas fundamentales, naturaleza ygracia, pecado original, misterio de la En-carnación, disgregación pluralista de lateología, etc.– fue la realizada por el Car-denal José Siri (Gethsémani. Reflexionessobre el movimiento teológico contempo-ráneo, CETE 1981). Concretamente, enla teología de Rahner no se entiende quépueda ser el pecado original en la huma-nidad actual (Sayés 138), en qué queda alpresente ese pecado por el que toda la per-sona humana, en cuerpo y alma, queda«mudada en peor», inclinada al mal y cau-tiva del diablo, según nos lo revela la Es-critura, la Tradición y el Magisterio apos-tólico (cf. p.ej. Rm 6,19-23; 7,15-20; Ef2,1-8; Trento, Dz 1511, 1521).

Por otra parte, la Iglesia, en cuanto «sa-cramento universal de salvación» –fórmu-la tan estimada por el concilio Vaticano II(LG 48; AG 1)–, queda profundamentedevaluada por este teólogo. La fe o la in-credulidad, en orden a la salvación de loshombres, no tienen en modo alguno paraRahner la importancia determinante queCristo les da cuando envía a sus apósto-les (Lc 16,16).

Habremos de concluir, pues, que en unaperspectiva rahneriana, no tiene para lasalvación de la humanidad una importan-cia decisiva que la Iglesia lleve o no ade-lante la gloriosa misión que el Señor leencomendó: «predicar el Evangelio a to-dos los pueblos». Las misiones pueden es-perar, o no darse, o derivarse simplemen-te hacia actividades benéficas, que nor-malmente serán bien recibidas por el mun-do, y que no ocasionarán ni persecuciónni desunión con las otras religiones.

Adviértase, en fin, que entre los cristia-nos anónimos de Rahner y otros errores

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todavía más crasos que en seguida vere-mos –De Mello, Boff, Dupuy, Haight, etc.–,hay una relación indudable. Pero venga-mos ya al segundo error aludido.

Urs Von Balthasar y la esperanzade que ningún hombre se condene

Von Balthasar considera lícito y acon-sejable esperar que todos los hombres sesalven y ninguno se condene (¿Qué po-demos esperar? Tratado sobre el infierno.Compendio, EDICEP, Valencia 1999). Apo-yándose este teólogo en algunos textosque expresan la voluntad universal sal-vífica de Dios (1Tim 2,4-5), «salvadorde todos los hombres» (4,10; cf. Jn 12,31-32; Rm 5,12-21; 11,32; Ef 1,10; Col 1,20),se autoriza a esperar, con una esperanzaque él estima teologal, que ningún hom-bre vaya al infierno.

No logra, sin embargo, Van Balthasar conciliaresa «esperanza» con un gran número de textosdel Nuevo Testamento, en los que el Señor anun-cia en profecía –no en mera posibilidad hipotéti-ca– la salvación de unos y la condenación de otros:«así será la resurrección del mundo: saldrán losángeles y separarán los malos de en medio de losjustos» (Mt 13,49), y «serán arrojados a las ti-nieblas» (25,30); «dirá también a los de la iz-quierda»... (25,41); «muchos intentarán entrar,pero no podrán» (Lc 13,22). Del mismo modoSan Pablo predica el Evangelio de la salvación alos hombres, anunciándoles una posible perdi-ción («no heredarán el reino de Dios»: 1Cor 6,9-10), prediciendo una doble retribución (2Tes 1,5-10), ya que cada uno recibirá según el bien o elmal que haya hecho (2Cor 5,10).

Cuando en el Vaticano II un obispo su-giere que el Concilio afirme que de hechohay condenados, la Comisión del Conci-lio le responde que no es necesario, yaque las palabras de Cristo irán, se conde-narán, suponen que habrá condenados (Ac-tas del Concilio Vaticano II, v.III, p. VIII,Vaticano 1976, 144ss; cf. Lumen gentium48d: «habrá llanto»... «saldrán para la re-surrección de condenación»...)

Es preciso, pues, concluir que en estacuestión tan grave la teología discurridapor Von Balthasar no es conciliable con laEscritura, y tampoco con la tradición ca-tólica.

Salvación o condenación

De todos modos, con la teoría de VonBalthasar o sin ella, hace ya varios dece-nios que en no pocos lugares de la Iglesiase ha renunciado prácticamente a la mi-sión de procurar la salvación eterna delos hombres. No hay fuerza de fe paracreer que los actos cumplidos por el hom-bre en la vida presente –innumerables, sí,pero siempre tan pequeños, condiciona-dos, efímeros– puedan tener una reper-cusión eterna de premio o de castigo, decielo o de infierno. En esos ambientes dela Iglesia, se ha eliminado, pues, sencilla-mente, la cuestión soteriológica (sotería -salvación).

El cristianismo, por tanto, no es una re-ligión de salvación. Cristo y la Iglesia noson ya en la historia del mundo la fuerzadecisiva para salvar a los hombres de unacondenación eterna, a la que el pecadoles llevaría. Con ayudarles en su progre-so temporal –que por lo demás es nece-sario, gracias a la fuerza irresistible de laevolución que obra en el mundo–, tienenya tarea suficiente.

El Cardenal Rouco, Arzobispo de Madrid, re-conocía este hecho en una conferencia sobre Lasalvación del alma: «Probablemente los jóvenesno hayan escuchado nunca hablar de la salvacióndel alma en las homilías de sus sacerdotes». Yconcluía afirmando: «La Iglesia desaparece cuan-do grupos, comunidades y personas se despreo-cupan de su misión principal: la salvación de lasalmas» (El Escorial 30-VII-2004).

En las parroquias, en las misiones, aque-llos que no creen en el purgatorio –y queen un funeral dicen «nuestro hermanogoza ya de Dios en el cielo»–, menos aúncreen en la posibilidad del infierno. Con-

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sideran la salvación como en un dato cier-to y universal.

Esta negación sistemática, permanen-te, de la posibilidad de eterna salvación ocondenación encierra a los cristianos enun cristianismo falso, horizontal y secu-larizado, válido solamente para mejorar enlo posible, en unión con otras fuerzas be-néficas, la vida presente. Como es obvio,en este Evangelio desfigurado las misio-nes católicas quedan paralizadas o trans-formadas en meras instituciones de be-neficencia.

El Evangelio verdadero, el que impulsalas misiones, es muy diferente. «El Padreha enviado a su Hijo como Salvador delmundo» (1Jn, 4,14). El Hijo lo sabe: «yohe venido a salvar al mundo» (Jn 12,47).Los ángeles anuncian en Belén que ha na-cido el «Salvador» (Lc 2,11). Y nosotros«sabemos que Él es verdaderamente el Sal-vador del mundo» (Jn 4,41), el «único»Salvador (14,6; Hch 4,11), el que ha ve-nido del cielo para «llamar a los pecado-res a conversión» (5,32), y «tiene poderpara perdonar los pecados» (Mt 9,6). Poreso, el verdadero misionero, como SanPablo, es aquel que comunica a los hom-bres «el mensaje de la salvación» (Hch13,26), y presenta a la Iglesia, la esposade Cristo, como «el sacramento univer-sal de salvación».

El Evangelio verdadero, el que impulsael celo misionero, es aquel que mantieneviva la palabra de Cristo a través de lossiglos y en todos los pueblos, sin aver-gonzarse nunca de ella. Y esa palabra fuer-te y salvadora dice: «si no os convertís,todos moriréis igualmente» (Lc 13,3.5).«Jesús –como dice el Catecismo– hablacon frecuencia de la gehenna y del fuegoque nunca se apaga» (n.1034). Efectiva-mente, en más de cincuenta ocasiones dis-tintas habla Cristo de la posibilidad de sal-vación o condenación. Y es que no sería

verdadero y pleno su amor a los hombrespecadores si, conociendo esa terrible po-sibilidad de perdición eterna, a la que lle-garán si persisten hasta el fin en sus pe-cados, no les avisara de ella con claras yfuertes palabras. Los pecadores viven con-vencidos justamente de lo contrario: deque sus pecados no tienen mayor impor-tancia, ni van a merecer un castigo eter-no. Por eso siguen pecando.

Según esto, fácilmente se entiende queaquellas Iglesias en las que se elimina prác-ticamente del cristianismo la posible sal-vación o condenación eternas, desapare-cen poco a poco: no hay en ellas aposto-lado, ni hijos, ni vocaciones, ni por su-puesto hay misiones. Y es que, en reali-dad, en un cristianismo falsificado, no so-teriológico, no tiene por qué haber voca-ciones ni misiones.

Los sacerdotes y misioneros que en esasIglesias quedan, son con frecuencia delos que dicen con falsa humildad: «yo nopretendo la salvación de nadie». Nieganla misión que Cristo les ha confiado. Re-niegan de ella.

Teologías actualesmás específicamente anti-misionales

Todos los errores en la fe, como ya he-mos visto, sean cuales fueren, frenan oimpiden la misión. Pero hay algunos erro-res, reprobados por la Iglesia, que son másexplícitamente anti-misioneros. Y debemosconocerlos.

–P. Teilhard de Chardin, S.J. (+1955).Siete años después de su muerte, un moni-tum del Santo Oficio señala en este autor«ambigüedades y errores tan graves, queofenden la doctrina católica».

En los escritos de Teilhard se muestra clara-mente que la creación, el pecado original, el mis-terio de Cristo, la distinción entre naturaleza ygracia, entre materia y espíritu –que surge de lamateria, como un estado superior–, la distinción

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entre la Iglesia y el Mundo –devaluada la primeray exaltado el segundo por la necesaria virtualidadsalvífica de su evolución–, y otros graves temasreligiosos, son concebidos por el autor en formasinconciliables con la fe católica (Monitum del SantoOficio sobre el P. Pedro Teilhard de Chardin,S.J.; 30-VI-1962). En el centenario del nacimien-to de este autor, después de ciertas intervencio-nes equívocas, la Santa Sede, por un comunicadode la Sala de Prensa, hubo de reiterar la vigenciadel monitum aludido (11-VII-1981).

–P. Leonardo Boff, O.F.M. Varios plan-teamientos teológicos de este autor sobreEscritura, Cristo, Iglesia, gracia, relaciónentre la Iglesia y el mundo, etc. fueron re-probados por la Congregación de la Doc-trina de la Fe. Una vez secularizado, Boff,acentuando sus errores, ha derivado ha-cia una religiosidad universal.

(Congregación de la Fe, Notificación sobre elvolumen «Iglesia: carisma y poder. Ensayo deeclesiología militante» del P. Leonardo Boff, O.F.M.,11-III-1985. Han de tenerse en cuenta tambiénlas dos Instrucciones sobre la Teología de la libe-ración, de 6-VIII-1984 y 22-III-1986).

–P. Anthony De Mello, S.J. (+1987). On-ce años después de su muerte, la Congre-gación de la Fe reprueba la teología deeste autor, que había alcanzado «una no-table difusión en muchos países» durantevarios decenios.

«El Autor sustituye la revelación acontecidaen Cristo con una intuición de Dios sin forma niimágenes, hasta llegar a hablar de Dios como deun vacío puro. Para ver a Dios haría solamentefalta mirar directamente el mundo. Nada podríadecirse sobre Dios [...] pues es incognoscible.Ponerse el problema de su existencia sería ya unsinsentido. Este apofatismo radical lleva tambiéna negar que la Biblia contenga afirmaciones váli-das sobre Dios [...] ...los libros sagrados de lasreligiones en general, sin excluir la misma Biblia[...] impedirían que las personas sigan su sentidocomún, convirtiéndolas en obtusas y crueles. Lasreligiones, incluido el Cristianismo, serían uno delos principales obstáculos para el descubrimien-to de la verdad [...] Pensar que el Dios de la pro-pia religión sea el único, sería simplemente fana-tismo. Dios es considerado como una realidadcósmica, vaga y omnipresente. Su carácter per-

sonal es ignorado y en la práctica negado» (Noti-ficación sobre los escritos del Padre Anthony DeMello, S.J., 24-VI-1998).

Es de notar que sus escritos, portadoresde errores tan graves, siguen difundiéndo-se con cierta amplitud en el campo cató-lico, y que siguen apoyados por no pocosprofesores de teología (véase, por ejem-plo, la edición en dos tomos de su Obracompleta, en Sal Terræ, Santander 2003,1603 pgs., preparada por el P. Jorge Mi-guel Castro Ferrer, S.J.).

–P. Jacques Dupuis, S.J. (+2006). LaCongregación de la Fe, aunque reconoceen este religioso, muchos años profesoren la Gregoriana, «su voluntad de mante-nerse fiel a la doctrina de la Iglesia y a laenseñanza del Magisterio», ve necesarioseñalar en su libro sobre el pluralismo re-ligioso

«ambigüedades y dificultades notables sobrepuntos doctrinales de relevante importancia, quepueden conducir al lector a opiniones erróneas ypeligrosas. Tales puntos conciernen la interpre-tación de la mediación salvífica única y universalde Cristo, la unicidad y plenitud de la revelaciónde Cristo, la acción salvífica universal del Espíri-tu Santo, la ordenación de todos los hombres a laIglesia, el valor y el significado de la funciónsalvífica de las religiones» (Notificación a propó-sito del libro del Rvdo. Jacques Dupuis, S.J., «Ha-cia una teología cristiana del pluralismo religio-so», Cantabria, Sal Terræ 2000; 24-I-2001).

–P. Roger Haight, S.J. En su libro Je-sús, símbolo de Dios, la Congregación dela Fe halla «graves errores doctrinalescontra la fe divina y católica de la Igle-sia». Se trata de errores, como los otrosque acabamos de citar, específicamente an-timisionales.

«No es posible continuar afirmando todavía[...] que el cristianismo sea la religión superior oque Cristo sea el centro absoluto al que todas lasotras mediaciones históricas sean relativas»... Elautor propone «una cristología de la encarnación,en la que el ser humano creado o la persona deJesús de Nazaret es el símbolo concreto que expre-sa la presencia en la historia de Dios como Logos»

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[...] Por tanto Jesús es «una persona finita», «unapersona humana» [...] No cree el autor que «Jesússe haya considerado a sí mismo como un salvadoruniversal», ni ve la pasión de Cristo como «unamuerte sacrificial, expiatoria y redentora».

Respecto a la Trinidad divina, «la idea de hi-postizar las diferenciaciones en Dios y de llamar-les personas, de tal modo que estén en recíprocacomunicación dialógica» [...], va contra la doctri-na principal de que «Dios es uno y único».

Y acerca de la misión universal de la Iglesia,cree necesario «reconocer las otras religiones comomediaciones de la salvación de Dios al mismonivel del cristianismo» (Notificación a propósitodel libro «Jesus Symbol of God» del Padre RogerHaight, S.J.,13-XII-2004).

A los autores hasta aquí citados, podríanañadirse muchos otros, de menor alturaideológica, pero en ocasiones de notablefuerza divulgadora.

Sería el caso, por ejemplo, del P. Juan LuisSegundo, S.J., difusor, sobre todo en Hispano-américa, de orientaciones abiertamente anti-mi-sioneras (cf. Horacio Bojorge, S.J., Teologíasdeicidas. El pensamiento de Juan Luis Segundoen su contexto, Madrid, Encuentro 2000).

Reprobación de estas teologías falsas

Las reprobaciones citadas de las doc-trinas de Boff, De Mello, Dupuis, Haighty de otros autores afines a ellos, no cita-dos aquí, así como la declaración DominusIesus, todas fueron firmadas por el Car-denal Joseph Ratzinger, cuando era Pre-fecto de la Congregación para la Doctri-na de la Fe, y aprobadas por el papa JuanPablo II.

En España, gran parte de estos erroresteológicos han sido rechazados por la Con-ferencia Episcopal en su notable instruc-ción pastoral Teología y secularización enEspaña (30-III-2006), que en buena par-te continúa y complementa la DominusIesus. Esta instrucción episcopal, al mis-mo tiempo que reafirma los fundamentosdoctrinales de la acción misionera católi-ca, rechaza muchos de los errores másespecíficamente anti-misionales, aquellos

que hacen imposible no solo la misión adgentes, sino también el mismo apostoladodentro de la Iglesia y, por supuesto, elsurgimiento de vocaciones sacerdotales,religiosas y misioneras.

Afirman los Obispos concretamente que es«erróneo entender la Revelación como el desarro-llo inmanente de la religiosidad de los pueblos, yconsiderar que todas las religiones son “revela-das”, según el grado alcanzado en su historia, y, enese mismo sentido, verdaderas y salvíficas» (n.9).

Lo primero en las misiones católicasha de ser la evangelización

En las misiones católicas ha de revelarsea los hombres el amor de Cristo no sola-mente por la predicación del Evangelio,sino también por la asistencia escolar, sa-nitaria, social, etc. –en la medida de loposible–, pues éstas son también mani-festaciones elocuentes de Su gracia sal-vadora. Pero siempre –al menos siempreque sea posible– ha de afirmarse la pri-macía de la evangelización. Los misio-neros, ante todo y sobre todo, tienen pormisión recibida de Cristo «predicar elEvangelio a toda la humanidad».

Los Apóstoles tienen gran amor a lospobres, y en sus comunidades «no habíapobres» (Hch 4,34). Cuando envían aPablo y Bernabé a predicar, les encomien-dan especialmente que «se acuerden delos pobres». Y el Apóstol organiza una co-lecta (2 Corintios 8-9) que estima como«obra de caridad» (8,7), como una, lite-ralmente, «diaconía de liturgia» (9,12).

Sin embargo, los Apóstoles, al instituira los diáconos, alegan que todos esosbuenos servicios no deben ocuparles de-masiado, pues su deber primero y más ur-gente es evangelizar:

«no es razonable que nosotros abandonemosel ministerio de la palabra de Dios para servir alas mesas... Nosotros debemos dedicarnos asi-duamente a la oración y al ministerio de la Pala-bra» (Hch 6,2.4). Y es lo que siempre exigieron

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de sus colaboradores apostólicos: «Ante Dios yante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos ymuertos, por su venida en majestad te conjuro:proclama la Palabra, con oportunidad o sin ella»(2Tim 4,1-2).

Esta primacía absoluta del ministeriode la evangelización es reiterada en el Va-ticano II cuando trata de los Obispos (CD12), de los presbíteros (PO 4), de los mi-sioneros (AG 5). Pero cuántas veces noes cumplida con fidelidad. Obispos, pá-rrocos y misioneros, que se dedican prin-cipalmente a muchos servicios nobles dela caridad eclesial –administración, dis-pensarios, escuelas, comedores infantiles,orfanatos y asilos, asistencia a innumera-bles compromisos personales, como fu-nerales, centenarios, bodas de plata, deoro o de diamante, etc.: antes, sin autos yaviones, se movían mucho menos–, peroque apenas tienen tiempo y ánimo para«la oración y el ministerio de la Palabra»,no siguen ciertamente el ejemplo de Cris-to y de los Apóstoles, no son fieles a lamisión de ellos recibida.

Conviene no olvidar que los más gran-des misioneros de la historia, nuestro Se-ñor Jesucristo, Pedro y Pablo, Martín, Pa-tricio, Bonifacio, Javier, Mogrovejo, Mont-fort, se dedicaron exclusivamente a pre-dicar el Evangelio, y no establecieron co-medores donde tantos pobres había, nileproserías donde había muchos leprosos,ni escuelas donde reinaba la ignorancia,ni sindicatos obreros donde la injusticiasocial era común y extrema. Predicaronel Evangelio, confesaron a Dios, y die-ron testimonio de la verdad y de la gracia,que salva a los hombres de todos los ma-les presentes y futuros.

La especial alegríade los verdaderos misioneros

Es un dato de experiencia: muchos denosotros podríamos afirmar que la másperfecta alegría que hemos encontrado en

la Iglesia la hemos hallado normalmente enlos contemplativos y en los misioneros.

Cuántos misioneros hoy, cuántos, lejos aveces de sus familias y pueblos, inmunespor la gracia de Dios a todo ese cúmulode errores paralizadores de la verdaderamisión de la Iglesia, predican el Evange-lio, fieles al mandato especial que Cristoles ha dado a ellos, y se entregan un día yotro, a veces por tantos años, a suscitarentre los hombres, como enviados porDios y por la Iglesia, la fe en Cristo, laconversión de los pecados, la filiación di-vina, la bienaventuranza inmensa de la vidaen la Iglesia.

Estos misioneros –unidos a aquellosque, dedicados a las obras benéficas delamor de Cristo y de la Iglesia, anunciantambién el Evangelio y lo confirman consus vidas–, alegran la oscuridad del mun-do con la luz de Cristo, con la Buena No-ticia de la encarnación del Verbo divino yde la salvación por su cruz y resurreción.

Todos los cristianos hemos de alegrar-nos con su alegría y sufrir con sus pena-lidades. Le pedimos al Señor que todosellos puedan decir como San Pablo, «co-mo desbordan sobre nosotros los sufri-mientos de Cristo, así también desbordanuestra consolación gracias a Cristo»(2Cor 1,5; cf. 7,4).

La alegría de las misiones es la alegríade la Cruz de Cristo. La Iglesia martirial,centrada en la Cruz, es una Iglesia fuertey alegre, clara y firme, unida y fecunda,irresistiblemente expansiva y apostólica,que arriesga continuamente su vida en elmundo, bien segura de que la gana per-diéndola. Es una Iglesia que «confiesa aCristo» con fuerza ante los hombres.

La Iglesia verdaderamente misionera esmadre fecunda y alegre. Engendra mu-chos hijos, y tiene numerosas vocacio-nes sacerdotales y religiosas, apostólicas

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y misioneras. El árbol de la cruz es her-moso, y su hoja es perenne. Bajo sus ra-mas se cobijan pueblos de toda raza, len-gua, pueblo y nación.

Pero las Iglesias locales que no evan-gelizan, son necesariamente estériles, ysufren una tristeza que va derivando ha-cia una apostasía generalizada: ya no tie-nen apenas fe, ni culto, ni vida de gracia,ni vocaciones, ni misiones.

La renovación delas misiones católicas

Juan Pablo II, que tanto impulsó unanueva evangelización, lamentaba en su en-cíclica Redemptoris missio, como vimos,un detenimiento notable del impulso mi-sionero en el tiempo posterior al Concilio.Y concretaba:

«El número de los que aún no conocen a Cristoni forman parte de la Iglesia aumenta constante-mente; más aún, desde el final del Concilio, casise ha duplicado» (3).

La nueva evangelización exige, eviden-temente, recuperar la fe en la verdad delos Evangelios y en las grandes certezasde la doctrina católica. En la medida enque una Iglesia local no supere el «confu-so período en el que todo tipo de desvia-ción herética parece agolparse a las puer-tas de la auténtica fe católica» (J. Ratzin-ger, Informe sobre la fe, BAC, Madrid198510,114), no puede tener vocaciones,ni fuerza apostólica para evangelizar yextender el Reino de Cristo por las misio-nes. Lo estamos viendo.

El Evangelio de Mateo y de Juan, dePedro y Pablo, puede ser predicado y, conla fuerza del Espíritu Santo, ha sido y espredicado en todo el mundo, producien-do innumerables conversiones. Por el con-trario, el Evangelio de Teilhard, Rahner,De Mello y de otros teólogos afines esabsolutamente impredicable. Si los mis-mos fieles católicos apenas logran enten-

derles ¿cómo les entenderán los paganos?Pero es que además, de hecho, todos aque-llos que han asimilado sus teorías sobre elsentido de la Encarnación, de los mila-gros de Cristo, de la historicidad de laspalabras y de los hechos narrados en elEvangelio, han quedado mudos. Éstos nopueden predicar el Evangelio a los infie-les, pero tampoco están siquiera en con-diciones de dialogar con ellos.

No serán estos teólogos –a pesar de loque ellos piensan y dicen– los renovado-res de la predicación evangélica en el mun-do de hoy. En absoluto. Hoy el Evangelioes y será predicado, como siempre, en elEspíritu Santo, el único que puede reno-var la faz de la tierra, en la Palabra divinatal como viene expresada en el Nuevo Tes-tamento, en la enseñanza del Catecismode la Iglesia Católica, es decir, en el es-píritu y en las palabras del Bautista y denuestro Señor Jesucristo, de Esteban yde Santiago, de Pedro y Pablo, en el espí-ritu y en las palabras de San FranciscoJavier, Patrono de las misiones católicas.

Los países pobres ansían, quizá sin sa-berlo, el Evangelio de Cristo Salvador. Yaún más lo necesitan los pueblos ricos,en su mayoría apóstatas del cristianismo.A pobres y a ricos han de llegar las mi-siones católicas. Y cuanto peor sea su si-tuación espiritual, aunque estén viviendocomo en aquel Corinto griego, ciudad con-sagrada al dinero y a la sexualidad, másnecesitan el Evangelio de la salvación.

El Señor le dice a San Pablo, cuando estaba enCorinto, rechazado allí por los judíos, y agobiadopor la degradación de los paganos: «No temas; alcontrario, habla y no calles, porque yo estoy con-tigo, y nadie te maltratará, porque en esta ciudadtengo yo un pueblo numeroso» (Hch 18,9-10).

San Francisco de Javier,ruega por nosotros.

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30 Cardenal Ratzinger

CARD. JOSEPH RATZINGER

Prefecto de laCongregación para la Doctrina de la Fe

Contexto y significado de laDeclaración Dominus Iesus

Intervención durante la presentación de laDeclaración «Dominus Iesus».

5 de septiembre del 2000

Es mi intención limitarme a describirbrevemente el contexto y el significadode la Declaración Dominus Iesus [...]

[Relativismo]

1. En el animado debate contemporá-neo sobre la relación del Cristianismo ylas otras religiones, se difunde cada vezmás la idea que todas las religiones sonpara sus seguidores vías igualmente vali-das de salvación. Se trata de una opiniónsumamente difundida non solo en ambien-tes teológicos, sino también en sectorescada vez más amplios de la opinión públi-ca católica y no católica, especialmenteaquella más influenciada por la orientacióncultural hoy prevalente en Occidente, quese puede definir, sin temor de equivocar-nos, con la palabra: relativismo.

[Teología del pluralismo religioso]

La verdad es que la así llamada teologíadel pluralismo religioso se había ido yaafirmando gradualmente desde finales delos años cincuenta del siglo XX, pero so-lamente hoy ha cobrado una importanciafundamental para la conciencia cristiana.

Naturalmente, sus presentaciones sonmuy diversas y no sería justo querer igua-lar en un mismo sistema todas las posi-ciones teológicas que están relacionadasa esta teología del pluralismo religioso. LaDeclaración por tanto no se propone tam-poco describir los trazos esenciales detales tendencias teológicas ni mucho me-nos pretende encerrarlas en una única fór-mula. Más bien, nuestro documento se-ñala algunos presupuestos de naturalezafilosófica o teológica que están en la basede las diversas teologías del pluralismoreligioso actualmente difundidas: la con-vicción de la inaprensibilidad y la inexpre-sabilidad completa de la verdad divina; laactitud relativista ante la verdad, por lacual aquello que es verdadero para algu-nos no lo sería para otros; la contraposi-ción radical entre mentalidad lógica occi-dental y mentalidad simbólica oriental; elsubjetivismo exasperado de quien consi-dera la razón como única fuente de co-nocimiento; el vaciamiento metafísico delmisterio de la Encarnación; el eclecticis-mo de quien en la reflexión teológica asu-me categorías derivadas de otros siste-mas filosóficos y religiosos, sin repararni en su coherencia interna ni en su in-compatibilidad con la fe cristiana; la ten-dencia, en fin, a interpretar textos de laEscritura fuera de la Tradición y del Ma-gisterio de la Iglesia (cf. Declaración Do-minus Iesus 4).

[Jesucristo]

¿Cuál es la consecuencia fundamentalde este modo de pensar y sentir en rela-ción al centro y al núcleo de la fe cristia-na? Es el sustancial rechazo de la identifi-cación de la singular figura histórica, Je-sús de Nazaret, con la realidad misma deDios, del Dios viviente. Aquello que es Ab-soluto, o más bien Aquel que es Absoluto,no puede darse nunca en la historia en unarevelación plena y definitiva. En la historia

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31Presentación de la Declaración Dominus Iesus

se realizan solamente algunos modelos,algunas figuras ideales que nos remiten alTotalmente Otro, el cual, sin embargo, nose puede asir como tal en la historia. Al-gunos teólogos más moderados confie-san que Jesucristo es verdadero Dios yverdadero hombre, pero sostienen que acausa de la limitación de la naturaleza hu-mana de Jesús, la revelación de Dios enÉl no puede ser considerada completa ydefinitiva, sino que siempre debe ser con-siderada en relación a otras posibles re-velaciones de Dios expresadas en los ge-nios religiosos de la humanidad y en losfundadores de las religiones del mundo.De esta manera, objetivamente hablando,se introduce la idea errada de que las reli-giones del mundo son complementarias ala revelación cristiana. Es claro, por tan-to, que también la Iglesia, el dogma, lossacramentos no pueden tener el valor denecesidad absoluta. Atribuir a estos me-dios finitos un carácter absoluto y consi-derarlos incluso como un instrumentos deencuentro real con la verdad de Dios,universalmente válida, significaría colo-car en un plano absoluto aquello que esparticular y tergiversar la realidad infinitadel Dios Totalmente Otro.

[Diálogo]

En base a tales concepciones, afirmarque exista una verdad universal, vinculantey válida en la misma historia, que se cum-ple en la figura de Jesucristo y es trans-mitida por la fe de la Iglesia, es conside-rado una especie de fundamentalismo queconstituiría un atentado contra el espíritumoderno y representaría una amenazacontra la tolerancia y la libertad. El mis-mo concepto de diálogo asume un signi-ficado radicalmente diverso de aquel uti-lizado en el Concilio Vaticano II. El diálo-go, o mejor, la ideología del diálogo, sus-tituye a la misión y a la urgencia del lla-mado a la conversión: el diálogo no es más

el camino para descubrir la verdad, el pro-ceso a través del cual se desvela al otro laprofundidad escondida de aquello que élha experimentado en su experiencia reli-giosa, y que espera ser completado y pu-rificado en el encuentro con la revelacióndefinitiva y completa de Dios en Jesucris-to. El diálogo en las nuevas concepcionesideológicas, introducidas lamentablementedentro del mundo católico y de ciertosambientes teológicos y culturales, es másbien la esencia del «dogma» relativista ylo opuesto a la «conversión» y a la «mi-sión». En un pensamiento relativista diá-logo significa poner en el mismo plano lapropia posición o la propia fe y las con-vicciones de los otros, de manera que todose reduce a un intercambio entre posicio-nes fundamentalmente iguales y por tan-to relativas entre ellas, con el objetivo su-perior de alcanzar el máximo de colabo-ración y de integración entre las diversasconcepciones religiosas.

[Renuncia a la verdad]

La disolución de la cristología, y portanto de la eclesiología a ella subordina-da, pero con ella inseparablemente unida,se convierte en la conclusión lógica de talfilosofía relativista, que paradójicamentese encuentra en la base tanto del pensa-miento post-metafísico del Occidentecomo de la teología negativa del Asia. Elresultado es que la figura de Jesucristopierde su carácter de unicidad y de uni-versalidad salvífica. El hecho de que elrelativismo se presente como bandera delencuentro con las culturas, como la ver-dadera filosofía de la humanidad, en gra-do de garantizar la tolerancia y la demo-cracia, conduce a marginar ulteriormentea quien se empeña en la defensa de la iden-tidad cristiana y en su pretensión de di-fundir la verdad universal y salvífica deJesucristo. En realidad la crítica a la pre-tensión de ser absoluta y definitiva la re-

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32 Cardenal Ratzinger

velación de Jesucristo reivindicada por lafe cristiana, viene acompañada por un fal-so concepto de tolerancia. El principio dela tolerancia como expresión del respetoa la libertad de conciencia, de pensamien-to y de religión, defendido y promovidopor el Concilio Vaticano II, y nuevamentepropuesto por la Declaración, es una po-sición ética fundamental, presente en laesencia del Credo cristiano, puesto quese toma en serio la libertad de la decisiónde fe. Pero este principio de tolerancia yrespeto de la libertad es hoy manipulado eindebidamente sobrepasado, cuando se leextiende a la valoración de los conteni-dos, como si todos los contenidos de lasdiversas religiones e incluso de las con-cepciones arreligiosas de la vida fueran aser puestas sobre el mismo plano, y noexistiese ya una verdad objetiva y univer-sal, dado que Dios o el Absoluto se reve-laría sobre innumerables nombres, sien-do todos verdaderos. Esta falsa idea detolerancia está unida con la pérdida y larenuncia a la cuestión de la verdad, quede hecho hoy es considerada por muchoscomo una cuestión irrelevante o de se-gundo orden. Salta así a la vista la debili-dad intelectual de la cultura actual: al lle-gar a faltar la demanda de verdad, la esen-cia de la religión ya no se distingue de su«no esencia», la fe no se distingue de lasuperstición, la experiencia de la ilusión.En fin, sin una seria pretensión de ver-dad, también la valoración de las otrasreligiones se convierte en un absurdo yuna contradicción, dado que no se poseeel criterio para constatar aquello que espositivo en una religión, distinguiéndolode aquello que es negativo o fruto de lasuperstición y el engaño.

[Otras religiones]

2. Con este propósito, la Declaraciónretoma la enseñanza de Juan Pablo II enla Encíclica Redemptoris missio: «Cuan-

do el Espíritu obra en el corazón de loshombres y en la historia de los pueblos,en las culturas y las religiones, asume unafunción de preparación evangélica» (29).

Este texto se refiere explícitamente a laacción del Espíritu no sólo «en el cora-zón de los hombres», sino también «enlas religiones». Sin embargo, el contextopone esta acción del Espíritu dentro delmisterio de Cristo, del cual nunca puedeser separada. Además las religiones estánincorporadas a la historia y a las culturasde los pueblos, donde la mezcla entre bieny mal no puede nunca ser puesta en duda.Por consiguiente, no debe considerarsecomo præparatio evangelica todo aque-llo que se encuentra en las religiones, sinosólo «cuanto el Espíritu obra» en ellas.De esto se sigue una consecuencia impor-tantísima: el bien presente en las religio-nes es camino a la salvación, como obradel Espíritu de Cristo, pero no las religio-nes en cuanto tales. Esto es por lo demásconfirmado por la misma doctrina delVaticano II a propósito de las semillas deverdad y de bondad presentes en las otrasreligiones y culturas, expuesta en la De-claración conciliar Nostra ætate: «La Igle-sia no rechaza nada de cuanto hay de ver-dadero y santo en estas religiones. Ellaconsidera con sincero respeto aquellosmodos de actuar y de vivir, aquellos pre-ceptos y aquellas doctrinas que, aunquedifieren en muchos puntos de cuanto ellamisma cree y propone, sin embargo noraramente reflejan un rayo de aquella ver-dad que ilumina a todos los hombres» (2).Todo aquello que de verdadero y buenoexiste en las religiones no debe ser perdi-do, por el contrario ha de ser reconocidoy valorado. El bien y la verdad, donde seaque se encuentren, provienen del Padre yson obra del Espíritu; las semillas delLogos son esparcidas por doquier. Perono se pueden cerrar los ojos a los erroresy engaños que están también presentes

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33Presentación de la Declaración Dominus Iesus

en las religiones. La misma ConstituciónDogmática del Vaticano II Lumen gentiumafirma: «Frecuentemente los hombres,engañados por el Maligno, desvarían ensus pensamientos, y terminan por cam-biar la verdad divina por la mentira, sirvien-do más a la creatura que al Creador» (16).

Es comprensible que en un mundo quecrece cada vez globalizado, también lasreligiones y las culturas se encuentren. Es-to no conduce solamente a un acercamien-to exterior de personas y religiones diver-sas, sino también a un aumento del inte-rés por mundos religiosos desconocidos.En este sentido, en orden al mutuo cono-cimiento, es legítimo hablar de un mutuoenriquecimiento. Esto, sin embargo, nadatiene que ver con el abandono de la pre-tensión de la fe cristiana de haber recibi-do de Dios en Cristo el don de la revela-ción definitiva y completa del misterio dela salvación, y más bien se debe excluiraquella mentalidad indiferentista, marca-da por un relativismo religioso, que llevaa decir que «una religión vale lo mismoque otra» (Redemptoris missio 36).

[Plenitud de Cristo y de la Iglesia]

La estima y el respeto por las religionesdel mundo, así como por las culturas quehan dado un objetivo enriquecimiento a lapromoción de la dignidad del hombre y aldesarrollo de la civilización, no disminu-ye la originalidad y la unicidad de la reve-lación de Jesucristo y no limita en modoalguno la tarea misional de la Iglesia: «LaIglesia anuncia y está llamada a anunciarincesantemente a Cristo que es el Cami-no, la Verdad y la Vida (Jn 14,16), en elque los hombres encuentran la plenitudde la vida religiosa y en el cual Dios hareconciliado consigo todas las cosas» (Nos-tra ætate 2). Al mismo tiempo, estas sim-ples palabras indican el motivo de la con-vicción que afirma que la plenitud, uni-versalidad y cumplimiento de la revela-

ción de Dios están presentes solamenteen la fe cristiana. Tal motivo no reside enuna presunta preferencia en relación a losmiembros de la Iglesia, ni mucho menosen los resultados históricos obtenidos porla Iglesia en su peregrinar terreno, sinoen el misterio de Jesucristo, verdaderoDios y verdadero hombre, presente en laIglesia. La pretensión de unicidad y uni-versalidad salvífica del Cristianismo pro-viene esencialmente del misterio de Jesu-cristo que continúa su presencia en la Igle-sia, su Cuerpo y su Esposa. Por eso laIglesia se siente llamada, constitutiva-mente, a la evangelización de los pueblos.Incluso en el contexto actual, marcadopor la pluralidad de las religiones y las exi-gencias de libertad de decisión y de pen-samiento, la Iglesia es consciente de serllamada «a salvar y renovar a toda crea-tura, para que todas las cosas sean reca-pituladas en Cristo y los hombres consti-tuyan en Él una sola familia y un solopueblo» (Declaración Ad gentes 1).

Al reafirmar la verdad que la fe de laIglesia siempre ha creído y tenido pre-sente sobre estos argumentos, y al salva-guardar a los fieles de errores o interpre-taciones ambiguas actualmente difusas, laDeclaración Dominus Iesus de la Congre-gación para la Doctrina de la Fe, aproba-da y confirmada «certa scientia» y «apos-tólica sua auctoritate» por el mismo San-to Padre, desarrolla una doble tarea: porun lado se presenta como un renovadotestimonio autorizado para mostrar almundo «el esplendor del glorioso evan-gelio de Cristo» (2Cor 4,4); y por otrolado, indica como vinculante para todoslos fieles la base doctrinal irrenunciableque debe guiar, inspirar y orientar tanto lareflexión teológica como la acción pasto-ral y misionera de todas las comunidadescatólicas dispersas por el mundo.

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34 Congregación para la Doctrina de la Fe

CONGREGACIÓN PARA LA

DOCTRINA DE LA FE

Declaración Dominus Iesus

sobre la unicidad y la universalidadsalvífica de Jesucristo y de la Iglesia

Introducción

1. El Señor Jesús, antes de ascender alcielo, confió a sus discípulos el mandatode anunciar el Evangelio al mundo enteroy de bautizar a todas las naciones: «Id almundo entero y proclamad el Evangelio atoda la creación. El que crea y se bautice,se salvará; el que se resista a creer, serácondenado» (Mc 16,15-16); «Me ha sidodado todo poder en el cielo y en la tierra.Id, pues, y haced discípulos a todas lasgentes bautizándolas en el nombre del Pa-dre y del Hijo y del Espíritu Santo, y en-señándoles a guardar todo lo que os hemandado. Y he aquí que yo estoy con vo-sotros todos los días hasta el fin del mun-do» (Mt 28,18-20; cf. también Lc 24,46-48; Jn 17,18; 20,21; Hch 1,8).

La misión universal de la Iglesia nacedel mandato de Jesucristo y se cumple enel curso de los siglos en la proclamacióndel misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíri-tu Santo, y del misterio de la encarnacióndel Hijo, como evento de salvación paratoda la humanidad. Es éste el contenidofundamental de la profesión de fe cristia-

na: «Creo en un solo Dios, Padre todopo-deroso, Creador de cielo y tierra [...] Creoen un solo Señor, Jesucristo, Hijo únicode Dios, nacido del Padre antes de todoslos siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Diosverdadero de Dios verdadero, engendra-do, no creado, consustancial con el Pa-dre, por quien todo fue hecho; que pornosotros los hombres y por nuestra sal-vación bajó del cielo, y por obra del Espí-ritu Santo se encarnó de María, la Virgen,y se hizo hombre; y por nuestra causafue crucificado en tiempos de Poncio Pila-to: padeció y fue sepultado, y resucitó altercer día según las Escrituras, y subió alcielo, y está sentado a la derecha del Pa-dre; y de nuevo vendrá con gloria parajuzgar a vivos y muertos, y su reino notendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Se-ñor y dador de vida, que procede del Pa-dre, que con el Padre y el Hijo recibe unamisma adoración y gloria, y que habló porlos profetas. Creo en la Iglesia, que es una,santa, católica y apostólica. Confieso quehay un solo Bautismo para el perdón delos pecados. Espero la resurrección de losmuertos y la vida del mundo futuro».1

(1) Conc. de Constantinopla I, SymbolumConstantinopolitanum: DS 150.

2. La Iglesia, en el curso de los siglos,ha proclamado y testimoniado con fideli-dad el Evangelio de Jesús. Al final del se-gundo milenio, sin embargo, esta misiónestá todavía lejos de su cumplimiento.2 Poreso, hoy más que nunca, es actual el gri-to del apóstol Pablo sobre el compromisomisionero de cada bautizado: «Predicar elEvangelio no es para mí ningún motivode gloria; es más bien un deber que meincumbe. Y ¡ay de mí si no predicara elEvangelio!» (1Co 9,16). Eso explica la par-ticular atención que el Magisterio ha de-dicado a motivar y a sostener la misiónevangelizadora de la Iglesia, sobre todoen relación con las tradiciones religiosasdel mundo.3

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35Declaración Dominus Iesus

(2) Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio1: AAS 83 (1991) 249-340. –(3) Cf. Conc. Ecum.Vat. II, Decr. Ad gentes y Decl. Nostra ætate; cf.también Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nun-tiandi: AAS 68 (1976) 5-76; Juan Pablo II, Enc.Redemptoris missio.

Teniendo en cuenta los valores que és-tas testimonian y ofrecen a la humanidad,con una actitud abierta y positiva, la De-claración conciliar sobre la relación de laIglesia con las religiones no cristianas afir-ma: «La Iglesia católica no rechaza nadade lo que en estas religiones hay de santoy verdadero. Considera con sincero res-peto los modos de obrar y de vivir, lospreceptos y las doctrinas, que, por másque discrepen en mucho de lo que ellaprofesa y enseña, no pocas veces refle-jan un destello de aquella Verdad que ilu-mina a todos los hombres».4 Prosiguien-do en esta línea, el compromiso eclesialde anunciar a Jesucristo, «el camino, laverdad y la vida» (Jn 14,6), se sirve hoytambién de la práctica del diálogo inter-religioso, que ciertamente no sustituyesino que acompaña la missio ad gentes,en virtud de aquel «misterio de unidad»,del cual « deriva que todos los hombres ymujeres que son salvados participan, aun-que en modos diferentes, del mismo mis-terio de salvación en Jesucristo por me-dio de su Espíritu».5 Dicho diálogo, queforma parte de la misión evangelizadora dela Iglesia,6 comporta una actitud de com-prensión y una relación de conocimientorecíproco y de mutuo enriquecimiento, enla obediencia a la verdad y en el respetode la libertad.7

(4) Vat. II, Decl. Nostra ætate 2. –(5) Pont.Cons. para el Diálogo Interreligioso y la Congr.para la Evangelización de los Pueblos, Instr. Diá-logo y anuncio, 29; cf. Vat. II, Const. past. Gau-dium et spes 22. –(6) Cf. Juan Pablo II, Enc. Re-demptoris missio 55. –(7) Cf. Pont.Cons. parael Diálogo Interreligioso y la Congr. para laEvangelización de los Pueblos, Instr. Diálogo yanuncio 9: AAS 84 (1992) 414-446.

3. En la práctica y profundización teó-rica del diálogo entre la fe cristiana y lasotras tradiciones religiosas surgen cues-tiones nuevas, las cuales se trata de afron-tar recorriendo nuevas pistas de búsque-da, adelantando propuestas y sugiriendocomportamientos, que necesitan un cui-dadoso discernimiento. En esta búsque-da, la presente Declaración interviene parallamar la atención de los Obispos, de losteólogos y de todos los fieles católicossobre algunos contenidos doctrinales im-prescindibles, que puedan ayudar a que lareflexión teológica madure soluciones con-formes al dato de la fe, que respondan alas urgencias culturales contemporáneas.

El lenguaje expositivo de la Declaraciónresponde a su finalidad, que no es la detratar en modo orgánico la problemáticarelativa a la unicidad y universalidad sal-vífica del misterio de Jesucristo y de laIglesia, ni el proponer soluciones a lascuestiones teológicas libremente disputa-das, sino la de exponer nuevamente la doc-trina de la fe católica al respecto. Al mis-mo tiempo la Declaración quiere indicaralgunos problemas fundamentales quequedan abiertos para ulteriores profundi-zaciones, y confutar determinadas posi-ciones erróneas o ambiguas. Por eso eltexto retoma la doctrina enseñada en do-cumentos precedentes del Magisterio, conla intención de corroborar las verdadesque forman parte del patrimonio de la fede la Iglesia.

4. El perenne anuncio misionero de laIglesia es puesto hoy en peligro por teo-rías de tipo relativista, que tratan de justi-ficar el pluralismo religioso, no sólo defacto sino también de iure (o de principio).En consecuencia, se retienen superadas,por ejemplo, verdades tales como el ca-rácter definitivo y completo de la revela-ción de Jesucristo, la naturaleza de la fecristiana con respecto a la creencia en lasotra religiones, el carácter inspirado de los

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libros de la Sagrada Escritura, la unidadpersonal entre el Verbo eterno y Jesús deNazaret, la unidad entre la economía delVerbo encarnado y del Espíritu Santo, launicidad y la universalidad salvífica delmisterio de Jesucristo, la mediación salví-fica universal de la Iglesia, la insepara-bilidad –aun en la distinción– entre el Rei-no de Dios, el Reino de Cristo y la Iglesia,la subsistencia en la Iglesia católica de laúnica Iglesia de Cristo.

Las raíces de estas afirmaciones hay quebuscarlas en algunos presupuestos, yasean de naturaleza filosófica o teológica,que obstaculizan la inteligencia y la aco-gida de la verdad revelada. Se pueden se-ñalar algunos: la convicción de la inaferra-blilidad y la inefabilidad de la verdad divi-na, ni siquiera por parte de la revelacióncristiana; la actitud relativista con relacióna la verdad, en virtud de lo cual aquello quees verdad para algunos no lo es para otros;la contraposición radical entre la mentali-dad lógica atribuida a Occidente y la men-talidad simbólica atribuida a Oriente; elsubjetivismo de quien, considerando larazón como única fuente de conocimien-to, se hace «incapaz de levantar la miradahacia lo alto para atreverse a alcanzar laverdad del ser»;8 la dificultad de compren-der y acoger en la historia la presencia deeventos definitivos y escatológicos; elvaciamiento metafísico del evento de laencarnación histórica del Logos eterno,reducido a un mero aparecer de Dios en lahistoria; el eclecticismo de quien, en la bús-queda teológica, asume ideas derivadas dediferentes contextos filosóficos y religio-sos, sin preocuparse de su coherencia yconexión sistemática, ni de su compatibi-lidad con la verdad cristiana; la tenden-cia, en fin, a leer e interpretar la SagradaEscritura fuera de la Tradición y del Ma-gisterio de la Iglesia.

(8) Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio 5: AAS91 (1999) 5-88.

Sobre la base de tales presupuestos, quese presentan con matices diversos, unasveces como afirmaciones y otras comohipótesis, se elaboran algunas propuestasteológicas en las cuales la revelación cris-tiana y el misterio de Jesucristo y de laIglesia pierden su carácter de verdad ab-soluta y de universalidad salvífica, o almenos se arroja sobre ellos la sombra dela duda y de la inseguridad.

I. Plenitud y caracter definitivode la Revelación de Jesucristo

5. Para poner remedio a esta mentali-dad relativista, cada vez más difundida,es necesario reiterar, ante todo, el carác-ter definitivo y completo de la revelaciónde Jesucristo. Debe ser, en efecto, firme-mente creída la afirmación de que en elmisterio de Jesucristo, el Hijo de Diosencarnado, el cual es «el camino, la ver-dad y la vida» (cf. Jn 14,6), se da la reve-lación de la plenitud de la verdad divina:«Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre,ni al Padre le conoce bien nadie sino elHijo, y aquel a quien el Hijo se lo quierarevelar» (Mt 11,27). «A Dios nadie lo havisto jamás: el Hijo único, que está en elseno del Padre, él lo ha revelado» (Jn1,18); «porque en él reside toda la Pleni-tud de la Divinidad corporalmente» (Col2,9-10).

Fiel a la palabra de Dios, el ConcilioVaticano II enseña: «La verdad íntimaacerca de Dios y acerca de la salvaciónhumana se nos manifiesta por la revela-ción en Cristo, que es a un tiempo media-dor y plenitud de toda la revelación».9 Yconfirma: «Jesucristo, el Verbo hechocarne, “hombre enviado a los hombres”,habla palabras de Dios (Jn 3,34) y llevaa cabo la obra de la salvación que el Pa-dre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4). Por tan-to, Jesucristo —ver al cual es ver al Pa-dre (cf. Jn 14,9)—, con su total presen-

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37Declaración Dominus Iesus

cia y manifestación, con palabras y obras,señales y milagros, sobre todo con sumuerte y resurrección gloriosa de entrelos muertos, y finalmente, con el envíodel Espíritu de la verdad, lleva a plenitudtoda la revelación y la confirma con eltestimonio divino [...]. La economía cris-tiana, como la alianza nueva y definitiva,nunca cesará; y no hay que esperar yaninguna revelación pública antes de la glo-riosa manifestación de nuestro Señor Je-sucristo (cf. 1 Tm 6,14; Tit 2,13)».10

(9) Vat. II, Const. dogm.Dei verbum 2. –(10) Ibid. 4.

Por esto la encíclica Redemptoris missiopropone nuevamente a la Iglesia la tareade proclamar el Evangelio, como plenitudde la verdad: «En esta Palabra definitivade su revelación, Dios se ha dado a cono-cer del modo más completo; ha dicho a lahumanidad quién es. Esta autorrevelacióndefinitiva de Dios es el motivo fundamentalpor el que la Iglesia es misionera por na-turaleza. Ella no puede dejar de procla-mar el Evangelio, es decir, la plenitud dela verdad que Dios nos ha dado a cono-cer sobre sí mismo».11 Sólo la revelaciónde Jesucristo, por lo tanto, «introduce ennuestra historia una verdad universal y úl-tima que induce a la mente del hombre ano pararse nunca».12

(11) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio5. –(12) Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio 14.

6. Es, por lo tanto, contraria a la fe dela Iglesia la tesis del carácter limitado, in-completo e imperfecto de la revelación deJesucristo, que sería complementaria a lapresente en las otras religiones. La razónque está a la base de esta aserción preten-dería fundarse sobre el hecho de que laverdad acerca de Dios no podría ser aco-gida y manifestada en su globalidad y ple-nitud por ninguna religión histórica, porlo tanto, tampoco por el cristianismo nipor Jesucristo.

Esta posición contradice radicalmentelas precedentes afirmaciones de fe, se-gún las cuales en Jesucristo se da la plenay completa revelación del misterio sal-vífico de Dios. Por lo tanto, las palabras,las obras y la totalidad del evento históri-co de Jesús, aun siendo limitados en cuan-to realidades humanas, sin embargo, tie-nen como fuente la Persona divina del Ver-bo encarnado, «verdadero Dios y verda-dero hombre»13 y por eso llevan en sí ladefinitividad y la plenitud de la revelaciónde las vías salvíficas de Dios, aunque laprofundidad del misterio divino en sí mis-mo siga siendo trascendente e inagotable.La verdad sobre Dios no es abolida o re-ducida porque sea dicha en lenguaje hu-mano. Ella, en cambio, sigue siendo úni-ca, plena y completa porque quien hablay actúa es el Hijo de Dios encarnado. Poresto la fe exige que se profese que el Ver-bo hecho carne, en todo su misterio, queva desde la encarnación a la glorificación,es la fuente, participada mas real, y elcumplimiento de toda la revelación sal-vífica de Dios a la humanidad,14 y que elEspíritu Santo, que es el Espíritu de Cris-to, enseña a los Apóstoles, y por mediode ellos a toda la Iglesia de todos los tiem-pos, «la verdad completa» (Jn 16,13).

(13) Conc. Ecum. de Calcedonia, DS 301.Cf. S. Atanasio de Alejandría, De Incarnatione54,3: SC 199,458. –(14) Cf. Vat. II, Const.dogm. Dei verbum 4

7. La respuesta adecuada a la revela-ción de Dios es «la obediencia de la fe(Rm 1,5; cf. Rm 16,26; 2Co 10,5-6), porla que el hombre se confía libre y total-mente a Dios, prestando “a Dios revela-dor el homenaje del entendimiento y de lavoluntad”, y asintiendo voluntariamente ala revelación hecha por Él».15 La fe es undon de la gracia: «Para profesar esta fe esnecesaria la gracia de Dios, que previeney ayuda, y los auxilios internos del Espí-

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38 Congregación para la Doctrina de la Fe

ritu Santo, el cual mueve el corazón y loconvierte a Dios, abre los ojos de la men-te y da “a todos la suavidad en el aceptary creer la verdad”».16

(15) Ibid. 5. –(16) Ibid.

La obediencia de la fe conduce a la aco-gida de la verdad de la revelación de Cris-to, garantizada por Dios, quien es la Ver-dad misma.17 «La fe es ante todo una ad-hesión personal del hombre a Dios; es almismo tiempo e inseparablemente el asen-timiento libre a toda la verdad que Diosha revelado».18 La fe, por lo tanto, «donde Dios» y «virtud sobrenatural infundi-da por Él»,19 implica una doble adhesión:a Dios que revela y a la verdad reveladapor él, en virtud de la confianza que se leconcede a la persona que la afirma. Poresto «no debemos creer en ningún otroque no sea Dios, Padre, Hijo y EspírituSanto».20

(17) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica144. –(18) Ibid. 150. –(19) Ibid. 153. –(20)Ibid. 178.

Debe ser, por lo tanto, firmemente rete-nida la distinción entre la fe teologal y lacreencia en las otras religiones. Si la fe esla acogida en la gracia de la verdad reve-lada, que «permite penetrar en el miste-rio, favoreciendo su comprensión cohe-rente»,21 la creencia en las otras religio-nes es esa totalidad de experiencia y pen-samiento que constituyen los tesoros hu-manos de sabiduría y religiosidad, que elhombre, en su búsqueda de la verdad, haideado y creado en su referencia a lo Di-vino y al Absoluto.22

(21) Juan Pablo II, Enc. Fides et Ratio 13. –(22) Cf. ibid. 31-32.

No siempre tal distinción es tenida enconsideración en la reflexión actual, porlo cual a menudo se identifica la fe teolo-gal, que es la acogida de la verdad revela-da por Dios Uno y Trino, y la creencia en

las otras religiones, que es una experien-cia religiosa todavía en búsqueda de laverdad absoluta y carente todavía delasentimiento a Dios que se revela. Este esuno de los motivos por los cuales se tien-de a reducir, y a veces incluso a anular,las diferencias entre el cristianismo y lasotras religiones.

8. Se propone también la hipótesis acer-ca del valor inspirado de los textos sagra-dos de otras religiones. Ciertamente esnecesario reconocer que tales textos con-tienen elementos gracias a los cuales mul-titud de personas a través de los sigloshan podido y todavía hoy pueden alimen-tar y conservar su relación religiosa conDios. Por esto, considerando tanto los mo-dos de actuar como los preceptos y lasdoctrinas de las otras religiones, el Con-cilio Vaticano II –como se ha recordadoantes– afirma que «por más que discre-pen en mucho de lo que ella [la Iglesia]profesa y enseña, no pocas veces refle-jan un destello de aquella Verdad que ilu-mina a todos los hombres».23

(23) Vat. II, Decl. Nostra ætate 2. Cf. tam-bién Vat. II, Decr. Ad gentes 9, donde se hablade todo lo bueno presente «en los ritos y en lasculturas de los pueblos»; Const. dogm. Lumengentium 16, donde se indica todo lo bueno y loverdadero presente entre los no cristianos, quepueden ser considerados como una prepara-ción a la acogida del Evangelio.

La tradición de la Iglesia, sin embargo,reserva la calificación de textos inspira-dos a los libros canónicos del Antiguo yNuevo Testamento, en cuanto inspiradospor el Espíritu Santo.24 Recogiendo estatradición, la Constitución dogmática so-bre la divina Revelación del Concilio Vati-cano II enseña: «La santa Madre Iglesia,según la fe apostólica, tiene por santos ycanónicos los libros enteros del Antiguoy Nuevo Testamento con todas sus par-tes, porque, escritos bajo la inspiracióndel Espíritu Santo (cf. Jn 20, 31; 2Tm

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39Declaración Dominus Iesus

3,16; 2Pe 1,19-21; 3,15-16), tienen a Dioscomo autor y como tales se le han entre-gado a la misma Iglesia».25 Esos libros«enseñan firmemente, con fidelidad y sinerror, la verdad que Dios quiso consignaren las sagradas letras de nuestra salva-ción».26

(24) Cf. Conc. de Trento, Decr. de libris sacriset de traditionibus recipiendis: DS 1501; Conc.Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, cap. 2:DS 3006. –(25) Vat. II, Const. dogm. Deiverbum 11. –(26) Ibíd.

Sin embargo, queriendo llamar a sí atodas las gentes en Cristo y comunicarlesla plenitud de su revelación y de su amor,Dios no deja de hacerse presente en mu-chos modos «no sólo en cada individuo,sino también en los pueblos mediante susriquezas espirituales, cuya expresión prin-cipal y esencial son las religiones, aunquecontengan “lagunas, insuficiencias y erro-res”».27 Por lo tanto, los libros sagradosde otras religiones, que de hecho alimen-tan y guían la existencia de sus seguido-res, reciben del misterio de Cristo aque-llos elementos de bondad y gracia que es-tán en ellos presentes.

(27) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio55; cf. también 56. Pablo VI, Exhort. ap.Evangelii nuntiandi 53.

II. El Logos encarnado y el EspírituSanto en la obra de la Salvación

9. En la reflexión teológica contempo-ránea a menudo emerge un acercamientoa Jesús de Nazaret como si fuese una fi-gura histórica particular y finita, que re-vela lo divino de manera no exclusiva sinocomplementaria a otras presencias reve-ladoras y salvíficas. El Infinito, el Abso-luto, el Misterio último de Dios se mani-festaría así a la humanidad en modos di-versos y en diversas figuras históricas:Jesús de Nazaret sería una de esas. Másconcretamente, para algunos él sería uno

de los tantos rostros que el Logos habríaasumido en el curso del tiempo para comu-nicarse salvíficamente con la humanidad.

Además, para justificar por una parte launiversalidad de la salvación cristiana ypor otra el hecho del pluralismo religioso,se proponen contemporaneamente unaeconomía del Verbo eterno válida tambiénfuera de la Iglesia y sin relación a ella, yuna economía del Verbo encarnado. Laprimera tendría una plusvalía de universa-lidad respecto a la segunda, limitada sola-mente a los cristianos, aunque si bien enella la presencia de Dios sería más plena.

10. Estas tesis contrastan profundamen-te con la fe cristiana. Debe ser, en efecto,firmemente creída la doctrina de fe queproclama que Jesús de Nazaret, hijo deMaría, y solamente él, es el Hijo y Verbodel Padre. El Verbo, que «estaba en el prin-cipio con Dios» (Jn 1,2), es el mismo que«se hizo carne» (Jn 1,14). En Jesús «elCristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16)«reside toda la Plenitud de la Divinidadcorporalmente» (Col 2,9). Él es «el Hijoúnico, que está en el seno del Padre» (Jn1,18), el «Hijo de su amor, en quien tene-mos la redención [...]. Dios tuvo a bienhacer residir en él toda la plenitud, y re-conciliar con él y para él todas las cosas,pacificando, mediante la sangre de sucruz, lo que hay en la tierra y en los cie-los» (Col 1,13-14.19-20).

Fiel a las Sagradas Escrituras y refu-tando interpretaciones erróneas y reduc-toras, el primer Concilio de Nicea definiósolemnemente su fe en «Jesucristo Hijode Dios, nacido unigénito del Padre, esdecir, de la sustancia del Padre, Dios deDios, Luz de Luz, Dios verdadero de Diosverdadero, engendrado, no hecho, con-sustancial al Padre, por quien todas lascosas fueron hechas, las que hay en elcielo y las que hay en la tierra, que pornosotros los hombres y por nuestra sal-

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vación descendió y se encarnó, se hizohombre, padeció, y resucitó al tercer día,subió a los cielos, y ha de venir a juzgar alos vivos y a los muertos».28 Siguiendolas enseñanzas de los Padres, también elConcilio de Calcedonia profesó que «unosolo y el mismo Hijo, nuestro Señor Je-sucristo, es él mismo perfecto en divini-dad y perfecto en humanidad, Dios ver-daderamente, y verdaderamente hombre[...], consustancial con el Padre en cuan-to a la divinidad, y consustancial con no-sotros en cuanto a la humanidad [...],engendrado por el Padre antes de los si-glos en cuanto a la divinidad, y el mismo,en los últimos días, por nosotros y pornuestra salvación, engendrado de MaríaVirgen, madre de Dios, en cuanto a lahumanidad».29

(28) Conc. Ecum. de Nicea I, DS 125. –(29)Conc. Ecum de Calcedonia, DS 301.

Por esto, el Concilio Vaticano II afirmaque Cristo «nuevo Adán», «imagen deDios invisible» (Col 1,15), «es también elhombre perfecto, que ha devuelto a ladescendencia de Adán la semejanza divi-na, deformada por el primer pecado [...].Cordero inocente, con la entrega libérrimade su sangre nos mereció la vida. En ÉlDios nos reconcilió consigo y con noso-tros y nos liberó de la esclavitud del dia-blo y del pecado, por lo que cualquiera denosotros puede decir con el Apóstol: ElHijo de Dios “me amó y se entregó a símismo por mí” (Gal 2,20)».30

(30) Vat. II, Const. dogm. Gaudium et spes 22.

Al respecto Juan Pablo II ha declaradoexplícitamente: «Es contrario a la fe cris-tiana introducir cualquier separación en-tre el Verbo y Jesucristo [...]: Jesús es elVerbo encarnado, una sola persona e in-separable [...]. Cristo no es sino Jesús deNazaret, y éste es el Verbo de Dios hechohombre para la salvación de todos [...].Mientras vamos descubriendo y valoran-

do los dones de todas clases, sobre todolas riquezas espirituales que Dios ha con-cedido a cada pueblo, no podemos diso-ciarlos de Jesucristo, centro del plan di-vino de salvación».31

(31) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio 6.

Es también contrario a la fe católica in-troducir una separación entre la acciónsalvífica del Logos en cuanto tal, y la delVerbo hecho carne. Con la encarnación,todas las acciones salvíficas del Verbo deDios, se hacen siempre en unión con lanaturaleza humana que él ha asumido parala salvación de todos los hombres. El úni-co sujeto que obra en las dos naturalezas,divina y humana, es la única persona delVerbo.32

(32) Cf. San León Magno, Tomus ad Fla-vianum: DS 269.

Por lo tanto no es compatible con ladoctrina de la Iglesia la teoría que atribu-ye una actividad salvífica al Logos comotal en su divinidad, que se ejercitaría «másallá» de la humanidad de Cristo, tambiéndespués de la encarnación.33

(33) Cf. San León Magno, Carta « Promisisseme memini » ad Leonem I imp.: DS 318: «Intantam unitatem ab ipso conceptu Virginisdeitate et humanitate conserta, ut nec sinehomine divina, nec sine Dio agerentur huma-na». Cf. también ibíd.: DS 317.

11. Igualmente, debe ser firmementecreída la doctrina de fe sobre la unicidadde la economía salvífica querida por DiosUno y Trino, cuya fuente y centro es elmisterio de la encarnación del Verbo, me-diador de la gracia divina en el plan de lacreación y de la redención (cf. Col 1,15-20), recapitulador de todas las cosas (cf.Ef 1,10), «al cual hizo Dios para noso-tros sabiduría de origen divino, justicia,santificación y redención» (1Co 1,30). Enefecto, el misterio de Cristo tiene una uni-dad intrínseca, que se extiende desde laelección eterna en Dios hasta la parusía:«[Dios] nos ha elegido en él antes de la

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fundación del mundo, para ser santos einmaculados en su presencia, en el amor»(Ef 1,4). En él «por quien entramos enherencia, elegidos de antemano según elprevio designio del que realiza todo con-forme a la decisión de su voluntad» (Ef1,11). «Pues a los que de antemano co-noció [el Padre], también los predestinó areproducir la imagen de su Hijo, para quefuera él el primogénito entre muchos her-manos; y a los que predestinó, a ésos tam-bién los justificó; a los que justificó, a ésostambién los glorificó» (Rm 8,29-30).

El Magisterio de la Iglesia, fiel a la reve-lación divina, reitera que Jesucristo es elmediador y el redentor universal: «El Ver-bo de Dios, por quien todo fue hecho, seencarnó para que, Hombre perfecto, sal-vará a todos y recapitulara todas las co-sas. El Señor [...] es aquel a quien el Pa-dre resucitó, exaltó y colocó a su dere-cha, constituyéndolo juez de vivos y demuertos».34 Esta mediación salvífica tam-bién implica la unicidad del sacrificio re-dentor de Cristo, sumo y eterno sacerdo-te (cf. Eb 6,20; 9,11; 10,12-14).

(34) Vat. II, Const. past. Gaudium et spes45. Cf. también Conc. de Trento, Decr. Depeccato originali 3: DS 1513.

12. Hay también quien propone la hipó-tesis de una economía del Espíritu Santocon un carácter más universal que la delVerbo encarnado, crucificado y resucita-do. También esta afirmación es contrariaa la fe católica, que, en cambio, conside-ra la encarnación salvífica del Verbo co-mo un evento trinitario. En el Nuevo Tes-tamento el misterio de Jesús, Verbo en-carnado, constituye el lugar de la presen-cia del Espíritu Santo y la razón de suefusión a la humanidad, no sólo en lostiempos mesiánicos (cf. Hch 2,32-36; Jn20,20; 7,39; 1Co 15,45), sino tambiénantes de su venida en la historia (cf. 1Co10,4; 1Pe 1,10-12).

El Concilio Vaticano II ha llamado laatención de la conciencia de fe de la Igle-sia sobre esta verdad fundamental. Cuan-do expone el plan salvífico del Padre paratoda la humanidad, el Concilio conecta es-trechamente desde el inicio el misterio deCristo con el del Espíritu.35 Toda la obrade edificación de la Iglesia a través de lossiglos se ve como una realización de Jesu-cristo Cabeza en comunión con su Espíritu.36

(35) Cf. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium3-4. –(36) Cf. ibid. 7. Cf. San Ireneo, el cualafirmaba que en la Iglesia «ha sido depositadala comunión con Cristo, o sea, el Espíritu San-to» (Adversus Hæreses III, 24, 1: SC 211, 472).

Además, la acción salvífica de Jesucris-to, con y por medio de su Espíritu, seextiende más allá de los confines visiblesde la Iglesia y alcanza a toda la humani-dad. Hablando del misterio pascual, en elcual Cristo asocia vitalmente al creyentea sí mismo en el Espíritu Santo, y le da laesperanza de la resurrección, el Concilioafirma: «Esto vale no solamente para loscristianos, sino también para todos loshombres de buena voluntad, en cuyo co-razón obra la gracia de modo invisible.Cristo murió por todos, y la vocaciónsuprema del hombre en realidad es unasola, es decir, la divina. En consecuencia,debemos creer que el Espíritu Santo ofre-ce a todos la posibilidad de que, en la for-ma de sólo Dios conocida, se asocien aeste misterio pascual».37

(37) Vat. II, Const. past. Gaudium et spes 22.

Queda claro, por lo tanto, el vínculoentre el misterio salvífico del Verbo en-carnado y el del Espíritu Santo, que actúael influjo salvífico del Hijo hecho hombreen la vida de todos los hombres, llamadospor Dios a una única meta, ya sea que ha-yan precedido históricamente al Verbo he-cho hombre, o que vivan después de suvenida en la historia: de todos ellos es ani-mador el Espíritu del Padre, que el Hijodel hombre dona libremente (cf. Jn 3,34).

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Por eso el Magisterio reciente de la Igle-sia ha llamado la atención con firmeza yclaridad sobre la verdad de una única eco-nomía divina: «La presencia y la activi-dad del Espíritu no afectan únicamente alos individuos, sino también a la socie-dad, a la historia, a los pueblos, a las cul-turas y a las religiones [...]. Cristo resu-citado obra ya por la virtud de su Espíritu[...]. Es también el Espíritu quien esparce“las semillas de la Palabra” presentes enlos ritos y culturas, y los prepara para sumadurez en Cristo».38 Aun reconociendola función histórico-salvífica del Espírituen todo el universo y en la historia de lahumanidad,39 sin embargo confirma: «Es-te Espíritu es el mismo que se ha hechopresente en la encarnación, en la vida,muerte y resurrección de Jesús y queactúa en la Iglesia. No es, por consiguien-te, algo alternativo a Cristo, ni viene a lle-nar una especie de vacío, como a vecesse da por hipótesis, que exista entre Cris-to y el Logos. Todo lo que el Espíritu obraen los hombres y en la historia de los pue-blos, así como en las culturas y religio-nes, tiene un papel de preparación evan-gélica, y no puede menos de referirse aCristo, Verbo encarnado por obra del Es-píritu, “para que, hombre perfecto, salvaraa todos y recapitulara todas las cosas”».40

(38) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio28. Acerca de «las semillas del Verbo» cf. tam-bién San Justino, 2 Apologia, 8,1-2,1-3; 13, 3-6: ed. E. J. Goodspeed, 84; 85; 88-89. –(39)Cf. ibid. 28-29. –(40) Ibid. 29.

En conclusión, la acción del Espíritu noestá fuera o al lado de la acción de Cristo.Se trata de una sola economía salvíficade Dios Uno y Trino, realizada en el mis-terio de la encarnación, muerte y resu-rrección del Hijo de Dios, llevada a cabocon la cooperación del Espíritu Santo yextendida en su alcance salvífico a todala humanidad y a todo el universo: «Loshombres, pues, no pueden entrar en co-

munión con Dios si no es por medio deCristo y bajo la acción del Espíritu».41

(41) Ibid. 5.

III. Unicidad y universalidad delmisterio salvífico de Jesucristo

13. Es también frecuente la tesis queniega la unicidad y la universalidadsalvífica del misterio de Jesucristo. Estaposición no tiene ningún fundamento bí-blico. En efecto, debe ser firmemente creí-da, como dato perenne de la fe de la Igle-sia, la proclamación de Jesucristo, Hijode Dios, Señor y único salvador, que ensu evento de encarnación, muerte y resu-rrección ha llevado a cumplimiento la his-toria de la salvación, que tiene en él suplenitud y su centro.

Los testimonios neotestamentarios locertifican con claridad: «El Padre envió asu Hijo, como salvador del mundo» (1Jn4,14); «He aquí el cordero de Dios, quequita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Ensu discurso ante el sanedrín, Pedro, parajustificar la curación del tullido de naci-miento realizada en el nombre de Jesús(cf. Hch 3,1-8), proclama: «Porque nohay bajo el cielo otro nombre dado a loshombres por el que nosotros debamossalvarnos» (Hch 4,12). El mismo apóstolañade además que «Jesucristo es el Se-ñor de todos»; «está constituido por Diosjuez de vivos y muertos»; por lo cual«todo el que cree en él alcanza, por sunombre, el perdón de los pecados» (Hch10,36.42.43).

Pablo, dirigiéndose a la comunidad deCorinto, escribe: «Pues aun cuando se lesdé el nombre de dioses, bien en el cielobien en la tierra, de forma que hay multi-tud de dioses y de señores, para nosotrosno hay más que un solo Dios, el Padre,del cual proceden todas las cosas y parael cual somos; y un solo Señor, Jesucris-to, por quien son todas las cosas y por el

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cual somos nosotros» (1Co 8,5-6). Tam-bién el apóstol Juan afirma: «Porque tan-to amó Dios al mundo que dio a su Hijoúnico, para que todo el que crea en él noperezca, sino que tenga vida eterna. Por-que Dios no ha enviado a su Hijo al mun-do para juzgar al mundo, sino para que elmundo se salve por él» (Jn 3,16-17). Enel Nuevo Testamento, la voluntad salvíficauniversal de Dios está estrechamente co-nectada con la única mediación de Cristo:«[Dios] quiere que todos los hombres sesalven y lleguen al conocimiento pleno dela verdad. Porque hay un solo Dios, y tam-bién un solo mediador entre Dios y loshombres, Cristo Jesús, hombre también,que se entregó a sí mismo como rescatepor todos» (1Tm 2,4-6).

Basados en esta conciencia del don dela salvación, único y universal, ofrecidopor el Padre por medio de Jesucristo enel Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14), los pri-meros cristianos se dirigieron a Israelmostrando que el cumplimiento de la sal-vación iba más allá de la Ley, y afronta-ron después al mundo pagano de enton-ces, que aspiraba a la salvación a travésde una pluralidad de dioses salvadores.Este patrimonio de la fe ha sido propues-to una vez más por el Magisterio de laIglesia: «Cree la Iglesia que Cristo, muer-to y resucitado por todos (cf. 2Co 5,15),da al hombre su luz y su fuerza por el Es-píritu Santo a fin de que pueda respondera su máxima vocación y que no ha sidodado bajo el cielo a la humanidad otronombre en el que sea posible salvarse (cf.Hch 4,12). Igualmente cree que la clave,el centro y el fin de toda la historia huma-na se halla en su Señor y Maestro».42

(42) Vat. II, Const. past. Gaudium et spes10; cf. San Agustín, cuando afirma que fuera deCristo, «camino universal de salvación que nun-ca ha faltado al género humano, nadie ha sidoliberado, nadie es liberado, nadie será liberado»:De Civitate Dei 10, 32, 2: CCSL 47, 312.

14. Debe ser, por lo tanto, firmementecreída como verdad de fe católica que lavoluntad salvífica universal de Dios Unoy Trino es ofrecida y cumplida una vezpara siempre en el misterio de la encarna-ción, muerte y resurrección del Hijo deDios.

Teniendo en cuenta este dato de fe, ymeditando sobre la presencia de otrasexperiencias religiosas no cristianas y so-bre su significado en el plan salvífico deDios, la teología está hoy invitada a ex-plorar si es posible, y en qué medida, quetambién figuras y elementos positivos deotras religiones puedan entrar en el plandivino de la salvación. En esta tarea dereflexión la investigación teológica tieneante sí un extenso campo de trabajo bajola guía del Magisterio de la Iglesia. ElConcilio Vaticano II, en efecto, afirmó que«la única mediación del Redentor no ex-cluye, sino suscita en sus criaturas unamúltiple cooperación que participa de lafuente única».43 Se debe profundizar elcontenido de esta mediación participada,siempre bajo la norma del principio de laúnica mediación de Cristo: «Aun cuandono se excluyan mediaciones parciales, decualquier tipo y orden, éstas sin embargocobran significado y valor únicamente porla mediación de Cristo y no pueden serentendidas como paralelas y complemen-tarias».44 No obstante, serían contrarias ala fe cristiana y católica aquellas propues-tas de solución que contemplen una ac-ción salvífica de Dios fuera de la únicamediación de Cristo.

(43) Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium62. –(44) Juan Pablo II, Enc. Redemptorismissio 5.

15. No pocas veces algunos proponenque en teología se eviten términos como«unicidad», «universalidad», «absoluto»,cuyo uso daría la impresión de un énfasisexcesivo acerca del valor del evento sal-vífico de Jesucristo con relación a las otras

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religiones. En realidad, con este lenguajese expresa simplemente la fidelidad al datorevelado, pues constituye un desarrollo delas fuentes mismas de la fe. Desde el ini-cio, en efecto, la comunidad de los cre-yentes ha reconocido que Jesucristo po-see una tal valencia salvífica, que Él sólo,como Hijo de Dios hecho hombre, cruci-ficado y resucitado, en virtud de la mi-sión recibida del Padre y en la potenciadel Espíritu Santo, tiene el objetivo de do-nar la revelación (cf. Mt 11,27) y la vidadivina (cf. Jn 1,12; 5,25-26; 17,2) a todala humanidad y a cada hombre.

En este sentido se puede y se debe de-cir que Jesucristo tiene, para el génerohumano y su historia, un significado y unvalor singular y único, sólo de él propio,exclusivo, universal y absoluto. Jesús es,en efecto, el Verbo de Dios hecho hom-bre para la salvación de todos. Recogien-do esta conciencia de fe, el Concilio Vati-cano II enseña: «El Verbo de Dios, porquien todo fue hecho, se encarnó paraque, Hombre perfecto, salvara a todos yrecapitulara todas las cosas. El Señor esel fin de la historia humana, “punto deconvergencia hacia el cual tienden losdeseos de la historia y de la civilización”,centro de la humanidad, gozo del cora-zón humano y plenitud total de sus aspi-raciones. Él es aquel a quien el Padre re-sucitó, exaltó y colocó a su derecha, cons-tituyéndolo juez de vivos y de muertos».45

«Es precisamente esta singularidad únicade Cristo la que le confiere un significadoabsoluto y universal, por lo cual, mien-tras está en la historia, es el centro y el finde la misma: “Yo soy el Alfa y la Omega,el Primero y el Último, el Principio y elFin” (Ap 22,13)».46

(45) Vat. II, Const. past. Gaudium et spes45. La necesidad y absoluta singularidad deCristo en la historia humana está bien expresa-da por San Ireneo cuando contempla la pre-eminencia de Jesús como Primogénito: «En los

cielos como primogénito del pensamiento delPadre, el Verbo perfecto dirige personalmentetodas las cosas y legisla; sobre la tierra comoprimogénito de la Virgen, hombre justo y san-to, siervo de Dios, bueno, aceptable a Dios,perfecto en todo; finalmente salvando de losinfiernos a todos aquellos que lo siguen, comoprimogénito de los muertos es cabeza y fuentede la vida divina» (Demostratio, 39: SC 406,138). –(46) Juan Pablo II, Enc. Redemptorismissio 6.

IV. Unicidad y unidad de la Iglesia

16. El Señor Jesús, único salvador, noestableció una simple comunidad de dis-cípulos, sino que constituyó a la Iglesiacomo misterio salvífico: Él mismo estáen la Iglesia y la Iglesia está en Él (cf. Jn15,1ss; Ga 3,28; Ef 4,15-16; Hch 9,5);por eso, la plenitud del misterio salvíficode Cristo pertenece también a la Iglesia,inseparablemente unida a su Señor. Jesu-cristo, en efecto, continúa su presencia ysu obra de salvación en la Iglesia y a tra-vés de la Iglesia (cf. Col 1,24-27),47 quees su cuerpo (cf. 1Co 12, 12-13.27; Col1,18).48 Y así como la cabeza y los miem-bros de un cuerpo vivo aunque no seidentifiquen son inseparables, Cristo y laIglesia no se pueden confundir pero tam-poco separar, y constituyen un único«Cristo total».49 Esta misma inseparabi-lidad se expresa también en el Nuevo Tes-tamento mediante la analogía de la Iglesiacomo Esposa de Cristo (cf. 2Cor 11,2;Ef 5,25-29; Ap 21,2.9).50

(47) Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,14. –(48) Cf. ibid. 7. –(49) Cf. San Agustín,Enarrat. In Psalmos, Ps 90, Sermo 2,1: CCSL39, 1266; San Gregorio Magno, Moralia inIob, Præfatio, 6, 14: PL 75, 525; Santo Tomásde Aquino, Summa Theologicæ, III, q. 48, a. 2ad 1. –(50) Cf. Vat. II, Const. dogm. Lumengentium 6.

Por eso, en conexión con la unicidad yla universalidad de la mediación salvíficade Jesucristo, debe ser firmemente creí-

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da como verdad de fe católica la unicidadde la Iglesia por él fundada. Así como hayun solo Cristo, uno solo es su cuerpo,una sola es su Esposa: «una sola Iglesiacatólica y apostólica».51 Además, las pro-mesas del Señor de no abandonar jamás asu Iglesia (cf. Mt 16,18; 28,20) y de guiar-la con su Espíritu (cf. Jn 16,13) implicanque, según la fe católica, la unicidad y launidad, como todo lo que pertenece a laintegridad de la Iglesia, nunca faltaran.52

(51) Símbolo de la fe: DS 48. Cf. BonifacioVIII, Bula Unam Sanctam: DS 870-872; Vat. II,Const. dogm. Lumen gentium 8. –(52) Cf. Vat. II,Decr. Unitatis redintegratio 4; Juan Pablo II, Enc.Ut unum sint 11: AAS 87 (1995) 921-982.

Los fieles están obligados a profesar queexiste una continuidad histórica –radica-da en la sucesión apostólica–53 entre laIglesia fundada por Cristo y la Iglesia ca-tólica: «Ésta es la única Iglesia de Cristo[...] que nuestro Salvador confió despuésde su resurrección a Pedro para que laapacentara (Jn 24,17), confiándole a él ya los demás Apóstoles su difusión y go-bierno (cf. Mt 28,18ss.), y la erigió parasiempre como « columna y fundamentode la verdad » (1Tm 3,15). Esta Iglesia,constituida y ordenada en este mundo co-mo una sociedad, subsiste [subsistit in]en la Iglesia católica, gobernada por el su-cesor de Pedro y por los Obispos en co-munión con él».54 Con la expresión «subsititin», el Concilio Vaticano II quiere armo-nizar dos afirmaciones doctrinales: por unlado que la Iglesia de Cristo, no obstantelas divisiones entre los cristianos, sigueexistiendo plenamente sólo en la Iglesiacatólica, y por otro lado que «fuera de suestructura visible pueden encontrarsemuchos elementos de santificación y deverdad»,55 ya sea en las Iglesias que enlas Comunidades eclesiales separadas dela Iglesia católica.56 Sin embargo, respec-to a estas últimas, es necesario afirmarque su eficacia «deriva de la misma pleni-

tud de gracia y verdad que fue confiada ala Iglesia católica».57

(53) Cf. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium20; cf. también San Ireneo, Adversus HæresesIII, 3, 1-3: SC 211, 20-44; San Cipriano, Epist.33, 1: CCSL 3B, 164-165; San Agustín, Contraadvers. legis et prophet. 1, 20, 39: CCSL 49, 70.–(54) Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium 8. –(55) Ibid. cf. Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint13. Cf. también Vat. II, Const. dogm. Lumengentium 15, y Decr. Unitatis redintegratio 3. –(56) Es, por lo tanto, contraria al significadoauténtico del texto conciliar la interpretaciónde quienes deducen de la fórmula subsistit in latesis según la cual la única Iglesia de Cristopodría también subsistir en otras iglesias cris-tianas. «El Concilio había escogido la palabra“subsistit” precisamente para aclarar que exis-te una sola “subsistencia” de la verdadera Igle-sia, mientras que fuera de su estructura visibleexisten sólo “elementa Ecclesiæ”, los cuales –siendo elementos de la misma Iglesia– tiendeny conducen a la Iglesia católica» (Congr. para laDoctrina de la Fe, Notificación sobre el volumen«Iglesia: carisma y poder» del P. Leonardo Boff,11-III-1985: AAS 77 (1985) 756-762). –(57) Cf.Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio 3.

17. Existe, por lo tanto, una única Igle-sia de Cristo, que subsiste en la Iglesiacatólica, gobernada por el Sucesor dePedro y por los Obispos en comunión conél.58 Las Iglesias que no están en perfectacomunión con la Iglesia católica pero semantienen unidas a ella por medio de vín-culos estrechísimos como la sucesión apos-tólica y la Eucaristía válidamente consa-grada, son verdaderas iglesias particula-res.59 Por eso, también en estas Iglesiasestá presente y operante la Iglesia de Cris-to, si bien falte la plena comunión con laIglesia católica al rehusar la doctrina ca-tólica del Primado, que por voluntad deDios posee y ejercita objetivamente sobretoda la Iglesia el Obispo de Roma.60

(58) Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe,Decl. Mysterium ecclesiæ 1: AAS 65 (1973)396-408. –(59) Cf. Vat. II, Decr. Unitatisredintegratio 14 y 15; Congr. para Doctrina dela Fe, Carta Communionis notio 17, AAS 85

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(1993) 838-850. –(60) Cf. Conc. Ecum. Vat. I,Const. Pastor æternus: DS 3053-3064; Vat. II,Const. dogm. Lumen gentium 22.

Por el contrario, las Comunidades ecle-siales que no han conservado el Episco-pado válido y la genuina e íntegra sustan-cia del misterio eucarístico,61 no son Igle-sia en sentido propio; sin embargo, losbautizados en estas Comunidades, por elBautismo han sido incorporados a Cristoy, por lo tanto, están en una cierta comu-nión, si bien imperfecta, con la Iglesia.62

En efecto, el Bautismo en sí tiende al com-pleto desarrollo de la vida en Cristo me-diante la íntegra profesión de fe, la Euca-ristía y la plena comunión en la Iglesia.63

(61) Cf. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio,22. –(62) Cf. ibid. 3. –(63) Cf. ibid. 22.

«Por lo tanto, los fieles no pueden ima-ginarse la Iglesia de Cristo como la suma–diferenciada y de alguna manera unitariaal mismo tiempo– de las Iglesias y Co-munidades eclesiales; ni tienen la facultadde pensar que la Iglesia de Cristo hoy noexiste en ningún lugar y que, por lo tanto,deba ser objeto de búsqueda por parte detodas las Iglesias y Comunidades».64 Enefecto, «los elementos de esta Iglesia yadada existen juntos y en plenitud en laIglesia católica, y sin esta plenitud en lasotras Comunidades».65 «Por consiguien-te, aunque creamos que las Iglesias y Co-munidades separadas tienen sus defectos,no están desprovistas de sentido y de va-lor en el misterio de la salvación, porqueel Espíritu de Cristo no ha rehusado ser-virse de ellas como medios de salvación,cuya virtud deriva de la misma plenitudde la gracia y de la verdad que se confió ala Iglesia».66

(64) Congr. para la Doctrina de la Fe, Decl.Mysterium ecclesiæ 1. –(65) Juan Pablo II, Enc.Ut unum sint 14. –(66) Vat. II, Decr. Unitatisredintegratio 3.

La falta de unidad entre los cristianoses ciertamente una herida para la Iglesia;

no en el sentido de quedar privada de suunidad, sino «en cuanto obstáculo para larealización plena de su universalidad en lahistoria».67

(67) Congr. para la Doctrina de la Fe, CartaCommunionis notio 17. Cf. Vat. II, Decr. Unitatisredintegratio 4.

V. Iglesia, Reino de Diosy Reino de Cristo

18. La misión de la Iglesia es «anunciarel Reino de Cristo y de Dios, establecerloen medio de todas las gentes; [la Iglesia]constituye en la tierra el germen y el prin-cipio de este Reino».68 Por un lado la Igle-sia es «sacramento, esto es, signo e ins-trumento de la íntima unión con Dios yde la unidad de todo el género humano»;69

ella es, por lo tanto, signo e instrumentodel Reino: llamada a anunciarlo y a ins-taurarlo. Por otro lado, la Iglesia es el «pue-blo reunido por la unidad del Padre, delHijo y del Espíritu Santo»;70 ella es, por lotanto, el «reino de Cristo, presente ya enel misterio»,71 constituyendo, así, su ger-men e inicio. El Reino de Dios tiene, enefecto, una dimensión escatológica: es unarealidad presente en el tiempo, pero sudefinitiva realización llegará con el fin y elcumplimiento de la historia.72

(68) Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium 5.–(69) Ibíd. 1. –(70) Ibíd. 4. Cf. San Cipriano,De Dominica oratione 23: CCSL 3A, 105. –(71) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumengentium 3. –(72) Cf. ibid. 9. Cf. También laoración dirigida a Dios, que se encuentra en laDidaché 9, 4: SC 248, 176: «Se reúna tu Iglesiadesde los confines de la tierra en tu reino», eibid. 10, 5: SC 248, 180: «Acuérdate, Señor, detu Iglesia... y, santificada, reúnela desde loscuatro vientos en tu reino que para ella haspreparado».

De los textos bíblicos y de los testimo-nios patrísticos, así como de los docu-mentos del Magisterio de la Iglesia no sededucen significados unívocos para las

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expresiones Reino de los Cielos, Reinode Dios y Reino de Cristo, ni de la rela-ción de los mismos con la Iglesia, ella mis-ma misterio que no puede ser totalmenteencerrado en un concepto humano. Pue-den existir, por lo tanto, diversas explica-ciones teológicas sobre estos argumentos.Sin embargo, ninguna de estas posiblesexplicaciones puede negar o vaciar decontenido en modo alguno la íntima co-nexión entre Cristo, el Reino y la Iglesia.En efecto, «el Reino de Dios que conoce-mos por la Revelación, no puede ser se-parado ni de Cristo ni de la Iglesia... Si sesepara el Reino de la persona de Jesús,no es éste ya el Reino de Dios reveladopor él, y se termina por distorsionar tantoel significado del Reino –que corre el ries-go de transformarse en un objetivo pura-mente humano e ideológico– como laidentidad de Cristo, que no aparece comoel Señor, al cual debe someterse todo (cf.1Co 15,27); asimismo, el Reino no puedeser separado de la Iglesia. Ciertamente,ésta no es un fin en sí misma, ya que estáordenada al Reino de Dios, del cual es ger-men, signo e instrumento. Sin embargo, ala vez que se distingue de Cristo y del Rei-no, está indisolublemente unida a ambos».73

(73) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio18; cf. Exhort. ap. Ecclesia in Asia, 6-XI-1999,17: L’Osservatore Romano, 7-XI-1999. El Rei-no es tan inseparable de Cristo que, en ciertaforma, se identifica con él (cf. Orígenes, In Mt.Hom. 14,7: PG 13,1197; Tertuliano, AdversusMarcionem IV, 33, 8: CCSL 1, 634.

19. Afirmar la relación indivisible queexiste entre la Iglesia y el Reino no impli-ca olvidar que el Reino de Dios –si bienconsiderado en su fase histórica– no seidentifica con la Iglesia en su realidad vi-sible y social. En efecto, no se debe ex-cluir «la obra de Cristo y del Espíritu Santofuera de los confines visibles de la Igle-sia».74 Por lo tanto, se debe también teneren cuenta que «el Reino interesa a todos:

a las personas, a la sociedad, al mundoentero. Trabajar por el Reino quiere decirreconocer y favorecer el dinamismo divi-no, que está presente en la historia huma-na y la transforma. Construir el Reino sig-nifica trabajar por la liberación del mal entodas sus formas. En resumen, el Reinode Dios es la manifestación y la realiza-ción de su designio de salvación en todasu plenitud».75

(74) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio18. –(75) Ibid. 15.

Al considerar la relación entre Reino deDios, Reino de Cristo e Iglesia es necesa-rio, de todas maneras, evitar acentua-ciones unilaterales, como en el caso de«determinadas concepciones que intencio-nadamente ponen el acento sobre el Rei-no y se presentan como “reinocéntri-cas”, las cuales dan relieve a la imagen deuna Iglesia que no piensa en sí misma,sino que se dedica a testimoniar y serviral Reino. Es una “Iglesia para los demás”–se dice– como “Cristo es el hombre paralos demás”... Junto a unos aspectos posi-tivos, estas concepciones manifiestan amenudo otros negativos. Ante todo, de-jan en silencio a Cristo: El Reino del quehablan se basa en un “teocentrismo”, por-que Cristo –dicen– no puede ser compren-dido por quien no profesa la fe cristiana,mientras que pueblos, culturas y religio-nes diversas pueden coincidir en la únicarealidad divina, cualquiera que sea su nom-bre. Por el mismo motivo, conceden pri-vilegio al misterio de la creación, que serefleja en la diversidad de culturas y creen-cias, pero no dicen nada sobre el misteriode la redención. Además el Reino, tal comolo entienden, termina por marginar o me-nospreciar a la Iglesia, como reacción aun supuesto “eclesiocentrismo” del pasa-do y porque consideran a la Iglesia mis-ma sólo un signo, por lo demás no exentode ambigüedad».76 Estas tesis son contra-rias a la fe católica porque niegan la unici-

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dad de la relación que Cristo y la Iglesiatienen con el Reino de Dios.

(76) Ibid. 17.

VI. La Iglesia y las religionesen relación con la salvación

20. De todo lo que ha sido antes recor-dado, derivan también algunos puntosnecesarios para el curso que debe seguirla reflexión teológica en la profundizaciónde la relación de la Iglesia y de las religio-nes con la salvación.

Ante todo, debe ser firmemente creídoque la «Iglesia peregrinante es necesariapara la salvación, pues Cristo es el únicoMediador y el camino de salvación, pre-sente a nosotros en su Cuerpo, que es laIglesia, y Él, inculcando con palabrasconcretas la necesidad del bautismo (cf.Mt 16,16; Jn 3,5), confirmó a un tiempola necesidad de la Iglesia, en la que loshombres entran por el bautismo como poruna puerta».77 Esta doctrina no se con-trapone a la voluntad salvífica universalde Dios (cf. 1Tm 2,4); por lo tanto, «esnecesario, pues, mantener unidas estasdos verdades, o sea, la posibilidad real dela salvación en Cristo para todos los hom-bres y la necesidad de la Iglesia en ordena esta misma salvación».78

(77) Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium14. Cf. Decr. Ad gentes 7; Decr. Unitatis re-dintegratio 3. –(78) Juan Pablo II, Enc. Re-demptoris missio 9. Cf. Catecismo de la Igle-sia Católica 846-847.

La Iglesia es «sacramento universal desalvación»79 porque, siempre unida de mo-do misterioso y subordinada a Jesucristoel Salvador, su Cabeza, en el diseño deDios, tiene una relación indispensable conla salvación de cada hombre.80 Para aque-llos que no son formal y visiblementemiembros de la Iglesia, «la salvación deCristo es accesible en virtud de la gracia

que, aun teniendo una misteriosa relacióncon la Iglesia, no les introduce formal-mente en ella, sino que los ilumina demanera adecuada en su situación interiory ambiental. Esta gracia proviene de Cris-to; es fruto de su sacrificio y es comuni-cada por el Espíritu Santo».81 Ella está re-lacionada con la Iglesia, la cual «procedede la misión del Hijo y la misión del Espí-ritu Santo»,82 según el diseño de DiosPadre.

(79) Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium48. –(80) Cf. San Cipriano, De catholicæecclesiæ unitate 6: CCSL 3, 253-254; SanIreneo, Adversus Hæreses, III, 24, 1: SC 211,472-474. –(81) Juan Pablo II, Enc. Redemptorismissio 10. –(82) Vat. II, Decr. Ad gentes 2. Laconocida fórmula extra Ecclesiam nullus om-nino salvatur debe ser interpretada en el senti-do aquí explicado (cf. Conc. Ecum. LateranenseIV, cap. 1. De fide catholica: DS 802). Cf. tam-bién la Carta del Santo Oficio al Arzobispo deBoston: DS 3866-3872.

21. Acerca del modo en el cual la graciasalvífica de Dios, que es donada siemprepor medio de Cristo en el Espíritu y tieneuna misteriosa relación con la Iglesia, lle-ga a los individuos no cristianos, el Con-cilio Vaticano II se limitó a afirmar queDios la dona «por caminos que Él sabe».83

La Teología está tratando de profundizareste argumento, ya que es sin duda útilpara el crecimiento de la compresión delos designios salvíficos de Dios y de loscaminos de su realización. Sin embargo,de todo lo que hasta ahora ha sido recor-dado sobre la mediación de Jesucristo ysobre las «relaciones singulares y úni-cas»84 que la Iglesia tiene con el Reino deDios entre los hombres –que substancial-mente es el Reino de Cristo, salvador uni-versal–, queda claro que sería contrario ala fe católica considerar la Iglesia comoun camino de salvación al lado de aque-llos constituidos por las otras religiones.Éstas serían complementarias a la Igle-sia, o incluso substancialmente equivalen-

Congregación para la Doctrina de la Fe

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tes a ella, aunque en convergencia conella en pos del Reino escatológico de Dios.

(83) Vat. II, Decr. Ad gentes 7. –(84) 3 JuanPablo II, Enc. Redemptoris missio 18.

Ciertamente, las diferentes tradicionesreligiosas contienen y ofrecen elementosde religiosidad que proceden de Dios85 yque forman parte de «todo lo que el Espí-ritu obra en los hombres y en la historiade los pueblos, así como en las culturas yreligiones».86 De hecho algunas oracionesy ritos pueden asumir un papel de prepa-ración evangélica, en cuanto son ocasio-nes o pedagogías en las cuales los corazo-nes de los hombres son estimulados a abrir-se a la acción de Dios.87 A ellas, sin embar-go no se les puede atribuir un origen divi-no ni una eficacia salvífica ex opere ope-rato, que es propia de los sacramentoscristianos.88 Por otro lado, no se puedeignorar que otros ritos no cristianos, encuanto dependen de supersticiones o deotros errores (cf. 1Co 10,20-21), consti-tuyen más bien un obstáculo para la sal-vación.89

(85) Son las semillas del Verbo divino (seminaVerbi), que la Iglesia reconoce con gozo y res-peto (cf. Vat. II, Decr. Ad gentes 11, Decl. Nostraætate 2). –(86) Juan Pablo II, Enc. Redemptorismissio 29. –(87) Cf. Ibid.; Catecismo de la Igle-sia Católica 843. –(88) Cf. Conc. de Trento,Decr. De sacramentis, can. 8 de sacramentis ingenere: DS 1608. –(89) Cf. Juan Pablo II, Enc.Redemptoris missio 55.

22. Con la venida de Jesucristo Salva-dor, Dios ha establecido la Iglesia para lasalvación de todos los hombres (cf. Hch17,30-31).90 Esta verdad de fe no quitanada al hecho de que la Iglesia consideralas religiones del mundo con sincero res-peto, pero al mismo tiempo excluye esamentalidad indiferentista «marcada por unrelativismo religioso que termina por pen-sar que “una religión es tan buena comootra”».91 Si bien es cierto que los no cris-tianos pueden recibir la gracia divina, tam-

bién es cierto que objetivamente se hallanen una situación gravemente deficitaria sise compara con la de aquellos que, en laIglesia, tienen la plenitud de los mediossalvíficos.92 Sin embargo es necesario re-cordar a «los hijos de la Iglesia que su ex-celsa condición no deben atribuirla a suspropios méritos, sino a una gracia espe-cial de Cristo; y si no responden a ella conel pensamiento, las palabras y las obras, le-jos de salvarse, serán juzgados con mayorseveridad».93 Se entiende, por lo tanto,que, siguiendo el mandamiento de Señor(cf. Mt 28,19-20) y como exigencia delamor a todos los hombres, la Iglesia «anun-cia y tiene la obligación de anunciar cons-tantemente a Cristo, que es “el Camino,la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), en quienlos hombres encuentran la plenitud de lavida religiosa y en quien Dios reconcilióconsigo todas las cosas».94

(90) Cf. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium17; Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio 11.–(91) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio36. –(92) Cf. Pío XII, Enc. Myisticis corporis,DS 3821. –(93) Vat. II, Const. dogm. Lumengentium 14. –(94) Vat. II, Decl. Nostra ætate 2.

La misión ad gentes, también en el diá-logo interreligioso, «conserva íntegra, hoycomo siempre, su fuerza y su necesi-dad».95 «En efecto, “Dios quiere que to-dos los hombres se salven y lleguen alconocimiento pleno de la verdad” (1Tm2,4). Dios quiere la salvación de todos porel conocimiento de la verdad. La salva-ción se encuentra en la verdad. Los queobedecen a la moción del Espíritu de ver-dad están ya en el camino de la salvación;pero la Iglesia, a quien esta verdad ha sidoconfiada, debe ir al encuentro de los quela buscan para ofrecérsela. Porque creeen el designio universal de salvación, laIglesia debe ser misionera».96 Por ello eldiálogo, no obstante forme parte de la mi-sión evangelizadora, constituye sólo unade las acciones de la Iglesia en su misión

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ad gentes.97 La paridad, que es presupues-to del diálogo, se refiere a la igualdad dela dignidad personal de las partes, no alos contenidos doctrinales, ni mucho me-nos a Jesucristo –que es el mismo Dioshecho hombre– comparado con los fun-dadores de las otras religiones. De hecho,la Iglesia, guiada por la caridad y el res-peto de la libertad,98 debe empeñarse pri-mariamente en anunciar a todos los hom-bres la verdad definitivamente revelada porel Señor, y a proclamar la necesidad de laconversión a Jesucristo y la adhesión a laIglesia a través del bautismo y los otrossacramentos, para participar plenamentede la comunión con Dios Padre, Hijo yEspíritu Santo. Por otra parte, la certezade la voluntad salvífica universal de Diosno disminuye sino aumenta el deber y laurgencia del anuncio de la salvación y laconversión al Señor Jesucristo.

(95) Vat. II, Decr. Ad gentes 7. –(96) Cate-cismo de la Iglesia Católica 851; cf. también849-856. –(97) Cf. Juan Pablo II, Enc. Re-demptoris missio 55; Exhort. ap. Ecclesia inAsia 31, 6-XI-1999. –(98) Cf. Vat. II, Decl.Dignitatis humanæ 1.

Conclusión

23. La presente Declaración, al volvera proponer y al clarificar algunas verda-des de fe, ha querido seguir el ejemplo delApóstol Pablo a los fieles de Corinto: «Ostransmití, en primer lugar, lo que a mi vezrecibí» (1Co 15,3). Frente a propuestasproblemáticas o incluso erróneas, la re-flexión teológica está llamada a confirmarde nuevo la fe de la Iglesia y a dar razónde su esperanza en modo convincente yeficaz.

Los Padres del Concilio Vaticano II, altratar el tema de la verdadera religión, hanafirmado: «Creemos que esta única reli-gión verdadera subsiste en la Iglesia ca-tólica y apostólica, a la cual el Señor Je-

sús confió la obligación de difundirla atodos los hombres, diciendo a los Após-toles: “Id, pues, y enseñad a todas lasgentes, bautizándolas en el nombre delPadre y del Hijo y del Espíritu Santo, en-señándoles a observar todo cuanto yo oshe mandado” (Mt 28,19-20). Por su par-te todos los hombres están obligados abuscar la verdad, sobre todo en lo refe-rente a Dios y a su Iglesia, y, una vezconocida, a abrazarla y practicarla».99

(99) Ibid.

La revelación de Cristo continuará a seren la historia la verdadera estrella queorienta a toda la humanidad: 100 «La ver-dad, que es Cristo, se impone como au-toridad universal». 101 El misterio cristia-no supera de hecho las barreras del tiem-po y del espacio, y realiza la unidad de lafamilia humana: «Desde lugares y tradi-ciones diferentes todos están llamados enCristo a participar en la unidad de la fami-lia de los hijos de Dios [...]. Jesús derribalos muros de la división y realiza la unifi-cación de forma original y suprema me-diante la participación en su misterio. Estaunidad es tan profunda que la Iglesia pue-de decir con san Pablo: «Ya no sois extra-ños ni forasteros, sino conciudadanos de lossantos y familiares de Dios» (Ef 2,19)». 102

(100) Cf. Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio15. –(101) Ibid. 92. –(102) Ibid. 70.

Congregación para la Doctrina de la Fe

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El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en laAudiencia del día 16 de junio de 2000,concedida al infrascrito Cardenal Prefectode la Congregación para la Doctrina dela Fe, con ciencia cierta y con su autori-dad apostólica, ha ratificado y confirma-do esta Declaración decidida en la Se-sión Plenaria, y ha ordenado su publica-ción.

Dado en Roma, en la sede de la Con-gregación para la Doctrina de la Fe, el 6de agosto de 2000, Fiesta de la Transfi-guración del Señor.

Joseph Card. Ratzinger

Prefecto

Tarcisio Bertone, S.D.B.

Arzobispo emérito de VercelliSecretario

Declaración Dominus Iesus

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Novena de la gracia

Tiene su origen la Novena de la gracia enuna promesa hecha por el San Francisco deJavier al jesuita P. Mastrilli, a quien sanó de suenfermedad: que todos los fieles que del 4 al 12de marzo imploren su intercesión ante Dios, yconfiesen y comulgen alguno de esos días, con-seguirán la gracia que pidan, si así convienepara su salvación.

–Por la señal de la santa Cruz...–Señor mío, Jesucristo...Oración que compuso y decía San Francisco

de Javier¡Eterno Dios, Creador de todas las cosas! Acor-

daos que Vos creasteis las almas de los gentiles,haciéndolas a vuestra imagen y semejanza. Acor-daos, Padre Celestial, de vuestro Hijo Jesucristo,que derramando tan liberalmente su sangre pa-deció por ellas. No permitáis, Señor, que sea vues-tro Hijo por más tiempo menospreciado de los pa-ganos; antes aplacado por los ruegos y oracionesde vuestros escogidos los Santos, y de la Iglesia,Esposa benditísima de vuestro mismo Hijo, acor-daos de vuestra misericordia y, olvidando su ido-latría e infidelidad, haced que ellos conozcan tam-bién al que enviasteis, Jesucristo, Hijo vuestro,que es salud, vida y resurrección nuestra; por elcual somos libres y nos salvamos y a quien seadada la gloria por infinitos siglos de los siglos. Amén.

Oración final (de la Misa del santo)¡Señor y Dios nuestro!, tú que has querido que

numerosas naciones llegaran al conocimiento detu nombre por la predicación de San FranciscoJavier, infúndenos su celo generoso por la propa-gación de la fe, y haz que tu Iglesia encuentre sugozo en evangelizar a todos los pueblos. Por Je-sucristo nuestro Señor. Amén.

Índice

JOSÉ MARÍA IRABURU

Las misiones católicas, 3.

CARDENAL JOSEPH RATZINGER

Contexto y significado de la Decla-ración Dominus Iesus, 30

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

Declaración Dominus Iesus, 34

Novena de la Gracia, 52

Índice, 52