Las lógicas de Edgar Morin

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Las lógicas de Edgar Morin No vaya allí donde el camino pueda llevarlo. Vaya por donde no hay camino y deje un trazo. Ralph Waldo Emerson 1. Antecedentes Al menos dos mil cuatrocientos años pueden dar fe del imperio de la lógica aristotélica sobre el mundo del conocimiento y sus paradigmas epistemológicos. Se trata de una poderosa estructura, si vamos a juzgar por los resultados que produjo su intensa aplicación. Está montada sobre tres principios básicos: (a) El principio de identidad; (b) El principio de no contradicción; y, (c) El principio del tercero excluido. El avance de las ciencias cabalgó sobre esta lógica y el modelo cartesiano-positivista resultante. Todo un imaginario determinista, reduccionista y simplificador, inspiró y produjo avances innegables a todo nivel, todo montado sobre la idea de un mundo objetivo susceptible de ser analizado y legislado. Se trata entonces de conocer el mundo, hacer ciencia es conocer el mundo “tal cual es”. Este acto científico se planteó sus objetivos: conocer las cualidades físicas, químicas y biológicas del mundo. Conocer las leyes generales que actúan sobre él. Medirlo. Separarlo en sus sustancias y elementos más simples hasta alcanzar los elementos primeros. La ciencia es el imperio de las claridades. El hombre se piensa entonces poseedor del don de conocer. Con Descartes, este pensamiento culmina y su dominio generará en los siguientes trescientos años la mayor suma de conocimiento jamás pensado. En este contexto, sin embargo, se operó una simplificación: “las referencias al observador o al entorno quedan excluidas y la referencia a la organización del objeto no puede sino ser accesoria.” 1 1 Edgar Morin, Del objeto al sistema, Pág. 118

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Después de dos mil quinientos años de Aristóteles y trescientos años de reinado de Descartes, el avance científico de la ciencia clásica en el siglo XX se ocupó de enterrar a sus mentores. Basta de lógica aristotélica, basta de caratesianismo. Se comienzan a dar los pasos de nuevos modos de ver y pensar, nuevos modos de inventar la realidad. El ser humano continúa su evolución recursiva hacia la autonomía. Bienvenidos!!!

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Las lógicas de Edgar Morin

No vaya allí donde el camino pueda llevarlo.Vaya por donde no hay camino y deje un trazo.

Ralph Waldo Emerson

1. Antecedentes

Al menos dos mil cuatrocientos años pueden dar fe del imperio de la lógica aristotélica sobre el mundo del conocimiento y sus paradigmas epistemológicos. Se trata de una poderosa estructura, si vamos a juzgar por los resultados que produjo su intensa aplicación. Está montada sobre tres principios básicos: (a) El principio de identidad; (b) El principio de no contradicción; y, (c) El principio del tercero excluido.

El avance de las ciencias cabalgó sobre esta lógica y el modelo cartesiano-positivista resultante. Todo un imaginario determinista, reduccionista y simplificador, inspiró y produjo avances innegables a todo nivel, todo montado sobre la idea de un mundo objetivo susceptible de ser analizado y legislado. Se trata entonces de conocer el mundo, hacer ciencia es conocer el mundo “tal cual es”.

Este acto científico se planteó sus objetivos: conocer las cualidades físicas, químicas y biológicas del mundo. Conocer las leyes generales que actúan sobre él. Medirlo. Separarlo en sus sustancias y elementos más simples hasta alcanzar los elementos primeros. La ciencia es el imperio de las claridades. El hombre se piensa entonces poseedor del don de conocer. Con Descartes, este pensamiento culmina y su dominio generará en los siguientes trescientos años la mayor suma de conocimiento jamás pensado.

En este contexto, sin embargo, se operó una simplificación: “las referencias al observador o al entorno quedan excluidas y la referencia a la organización del objeto no puede sino ser accesoria.” 1

Es así como, eventualmente, a principios del siglo XX, como consecuencia directa de la evolución de la misma ciencia y sus postulados positivistas, se produce la crisis de la idea de unidad elemental. Cuando se descubre que el átomo no es lo último indivisible, entra en crisis la idea de objeto y elemento que ya no puede ser considerado “sustancia”, sino “continuum”.

Desde entonces, la realidad, el universo ya no podrá entenderse como una unidad indivisible, sino como un “sistema verdaderamente complejo”. La crisis resultante, cuya explosión reseñamos en el siglo XX tiene, sin embargo, antecedentes en los siglos precedentes.

De hecho la contundencia de los descubrimientos desestabilizadores de la ciencia del siglo XX no hacen sino confirmar intuiciones ancestrales expresadas en territorios

1 Edgar Morin, Del objeto al sistema, Pág. 118

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ajenos a la ciencia y a la filosofía: La afirmación de Morin “La mayor parte del universo, si no la casi totalidad, está por el contrario abocada al caos, a la dispersión y a la desintegración. Los sujetos están, pues, completamente perdidos en el universo”, 2 rescata la tragedia griega, Homero y Hesíodo, por hablar sólo de occidente.

2. Lógica dialéctica

En este contexto de insatisfacción y crisis ya se encontraba el mundo filosófico del siglo XIX, cuando Hegel postula una nueva lógica que constituye ella misma una reconocimiento a Heráclito, se trata de la lógica dialéctica.

Nace fundamentándose en una actitud diferente para ver y pensar el fenómeno real: (a) asume lo contradictorio como parte de lo fenoménico; (b) afirma que lo contradictorio es capaz de tener un “papel generativo”; (c) intuye, a partir de la negación de la negación, que en la realidad se da o pueden darse transformaciones orientadas hacia “mayor complejidad”; (d) supera el carácter binario de la lógica aristotélica y ella misma es “ternaria”. 3

Así que la lógica dialéctica constituye, en efecto, un avance sustancial. Sin embargo, Hegel no logra llevar su vuelco teórico hasta las últimas consecuencias y, de hecho, no logra siquiera igualar a su predecesor Heráclito.

La dialéctica no logra zafarse de su compromiso determinista, porque como afirma el profesor Morin, “no le deja su parte al encuentro, es decir, al evento aleatorio”. Al ignorar el azar deviene necesariamente en determinista y monista. En consecuencia, entiende la “superación” como un elemento necesario de la historia y el devenir general y, por tanto, ignora que en realidad el avance es “un fenómeno desviante y marginal”.

Para la dialéctica la contradicción es un momento transitorio que conduce a la superación del conflicto vía la síntesis. No puede ver la contradicción como una característica permanente e insuperable de los sistemas, como algo que no puede ser resuelto porque, entre otras cosas, esa “resolución” acarrearía la destrucción del sistema mismo.

Así que, por todo esto, la dialéctica termina configurando “una nueva simplificación.”

3. Lógica de la complejidad, lógica arborescente, lógica sinfónica

La lógica compleja representa un cambio total de la perspectiva aristotélica y dialéctica. No se trata de asumir la contradicción como oposición de fuerzas que terminan resolviéndose en una síntesis. La nueva actitud compleja ve más bien que la vida es expresión permanente del desorden, del ruido, del caos y no es reductible de ninguna manera a ninguna lógica. La lógica compleja quiere asimilar este hecho. Quiere incluir lo aleatorio.

En esta nueva perspectiva, el ruido, el desorden, lo aleatorio “transmutan en elementos constitutivos del sistema”. Esta transmutación no es neutral pero tampoco es destructiva al modo dialéctico, sino que “cambia la auto-organización del sistema y la complejiza”,

2 Edgar Morin, Computo ergo sum, Pág. 2723 Ibídem

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“cambia la estructura del orden pre-existente”. La postura compleja implica un triple cambio de perspectiva:

a. Desde el punto de vista sistémico, es el paso a un meta-sistemab. Desde el punto de vista paradigmático, es un cambio de paradigmac. Desde el punto de vista lógico, es una “transyunción”, que modifica la

distribución del sistema de valores

La transyunción es crucial porque implica que “verdad” y “error” cambian de naturaleza. El error ya no es una equivocación que niega la verdad y es su contrario, sino que por mutación puede dejar de ser error y convertirse “en verdad del nuevo sistema”. “Pero, ciertamente, sólo hay verdad si el nuevo sistema es viable; si no, el error sigue siendo error.” 4

Esta perspectiva es darwiniana y existencialista, porque muestra los mecanismos de selección y prueba, en términos del funcionamiento ante la vida. De este modo, el problema del error se integra en el gran misterio heracliteano: “Vivir de muerte, morir de vida”, que desde ahora se reivindica completamente.

Pero como no existe en la naturaleza sistema que escape al “ruido”, su acumulación es inevitable y conduce necesariamente a la muerte eventual del sistema. De otra forma el sistema sería a-mortal. Así que todo eventualmente experimentará la muerte, que viene a ser como un dato de la existencia, algo propio de la vida, como explica Heráclito. Toda esta sinfonía del error y la verdad mutando entre sí sin desaparecer es la vida y destila la muerte. Es la muerte y destila la vida. Nos ubica en otra perspectiva de ambas.

Así que como resultado, la “lógica de la vida es arborescente, no lineal”, “como descubriera Darwin”.

Sin embargo, el profesor Morin va más allá aún y no quiere una lógica de lo tautológico, no quiere una lógica de lo previsto, sino que quiere romper la lógica aristotélica y dialéctica y fundar una lógica más amplia, quiere una “imaginación lógica”, quiere “creación lógica”. Quiere hacer verdad la afirmación de Ossip Mendelstamm: La lógica es el reino de lo inesperado.

El profesor Morin salta al vacío aún inexplorado que pone a prueba la constitución misma del ser humano: ¿una lógica que a la vez sea creativa? Es este, por decir lo menos, un comercio espiritual y mental que rompe con todos los esquemas de pensamiento y comprensión. Queremos embarcarnos a este salto lleno de peligros, pero también pleno de promesas transformadoras.

No podemos entender todo esto sino como una expresión máxima de la libertad humana, siempre dependiente pero siempre posible. La ciencia como integrada al arte que es sobre todo creación. Creación humana.

4 Edgar Morin, Lógica Dialéctica, Pág. 335