Las Flores en Proust (1)

9
Las flores en En busca del tiempo perdido

description

Citas sobre flores en Por el camino de Swan, de Marcel Proust

Transcript of Las Flores en Proust (1)

Page 1: Las Flores en Proust (1)

Las flores en

En busca del tiempo perdido

Page 2: Las Flores en Proust (1)

Petiveria

[…] “cuartos estivales donde nos gusta no separarnos de la noche tibia, donde el rayo de la luna, apoyándose en los entreabiertos postigos, lanza hasta el pie de la cama su escala encantada, donde dormimos casi como al aire libre, igual que un abejaruco mecido por la brisa en la punta de la rama; otras veces la alcoba estilo Luis XVI, tan alegre que ni siquiera la primera noche me sentía desconsolado, con sus columnitas que sostenían levemente el techo y que se apartaban con tanta gracia para señalar y guardar el sitio destinado al lecho; otra vez, aquella alcoba chiquita, tan alta de techo, que se alzaba en forma de pirámide, ocupando la altura de dos pisos, revestida en parte de caoba y en donde me sentí desde el primer momento moralmente envenenado por el olor nuevo, desconocido para mí, de la petiveria”

Page 3: Las Flores en Proust (1)

Fucsias

En vano la señora Loisseau cultivaba en su balcón unas fucsias que tenían la mala costumbre de dejar correr ciegamente a sus ramas y cuyas flores no tenían cosa más urgente que hacer, cuando ya eran grandecitas, que ir a refrescarse las mejillas moradas, congestionadas, en la sombría fachada de la iglesia: no por eso eran aquellas fucsias para mí sagradas; entre las flores y la piedra negruzca en que se apoyaban, aunque mis ojos no percibían ningún intervalo, mi alma distinguía un abismo.

Page 4: Las Flores en Proust (1)

Así, durante dos veranos, en el calor del jardín de Combray sentí, motivada por el libro que entonces leía, la nostalgia de un país montañoso y fluviátil, en donde habría muchas aserrerías, y en donde pedazos de madera irían pudriéndose, cubiertos de manojos de berros, en el fondo del agua trans-parente; y no lejos de allí trepaban por los muros de poca altura racimos de flores rojizas y moradas

Berros

Page 5: Las Flores en Proust (1)

Espino blanco, majuelo

Recuerdo que fue en el mes de María cuando empecé a tomar cariño a las flores de espino. En la iglesia, tan santa, pero donde teníamos derecho a entrar, no sólo estaban posadas en los altares, inseparables de los misterios en cuya celebración participaban, sino que dejaban correr entre las luces y los floreros santas sus ramas atadas horizon-talmente unas a otras, en aparato de fiesta, y embellecidas aún más por los festones de las hojas, entre las que lucían, profusamente sembrados, como en la cola de un traje de novia, los ramitos de capullos blanquísimos. Pero sin atreverme a mirarlas más que a hurtadillas, bien sentía que aquellos pomposos atavíos vivían y que la misma Naturaleza era la que, al recortar aquellos festones en las hojas y añadirles el supremo exorno de los blancos capullos, elevaba aquella decoración al rango de cosa digna de lo que era regocijo popular y solemnidad mística a la vez. Más arriba abríanse las corolas, aquí y allá, con desafectada gracia, reteniendo con negligencia suma, como último y vaporoso adorno, el ramito de estambres, tan finos como hilos de la Virgen y que les prestaban una suave veladura […]

Page 6: Las Flores en Proust (1)

Cuando, antes del salir de la iglesia, me arrodillaba delante del altar, al levantarme sentía de pronto que se escapaba de las flores de espino amargo y suave olor de almendras, y advertía entonces en las flores unas manchitas rubias, que, según me figuraba yo, debían esconcer ese olor, lo mismo que se oculta el sabor de un franchipán bajo la capa tostada, o el de las mejillas de la hija de Vinteuil detrás de sus pecas. A pesar de la callada quietud de las flores de espino, ese olor intermitente era como murmullo de intensa vida, la cual prestaba al altar vibraciones semejantes a las de un seto salvaja, sembrado de vivas antenas, cuya imagen nos la traían al pensamiento algunos estambres casi rojos que parecían conservar aún la virulencia primaveral y el poder irritante de insectos metamorfoseados ahora en flores.

Espino blanco, majuelo

Page 7: Las Flores en Proust (1)

Venga a casa y tráigame flores, primaveras, barbas de campuchino, achicorias silvestres, cuencos de oro; tráigame la flor de sedum, con se forma el ramo dilecto de la flora balzaciana; la flor del Domingo de Resurrección, margaritas y bolas de nieve de esas que empiezan a aromar el jardín de su tía cuando aún no se han fundido las bolas de nieve de verdad que trajeron las tormentillas de Pascua. Y tráigame la gloriosa vestidura de seda de la azucena, digna de Salomón, y el polícromo esmalte de los pensamientos; pero, ante todo, no se olvide de traerme el airecillo aún fresco de las últimas heladas, que entreabrirá, para esas dos mariposas que están esperando a la puerta desde esta mañana, la primera rosa de Jerusalén.

Azucena

Page 8: Las Flores en Proust (1)

Petiveria. “Combray”. Por el camino de Swan, En busca del tiempo perdido, Madrid: Alianza, 1996, I, pág. 17Fucsia,Op. cit., I, pág. 83Berros, Op. cit. I, pág. 111Majuelo, Op. cit. I, pág. 141, 143 Azucena, Op. cit. I, pág. 158

Page 9: Las Flores en Proust (1)

Recopilación de Marta Domínguez SenraRegistrado en SafeCreative en*