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Las fases de la locura de don Quijote como símbolos de las edades de la vida María Dolores Esteva de Iiobet Instituto de Enseñanza Secundaria "Yo creo en el sensato hábito de la locura, en el desafio diario que es mirar a otros vivir como quien delira". Angeles Mastreta. Muchas han sido las épocas de la historia que han denunciado el descontento de quienes las viven acuñando el sueño ilusorio de "los tiempos mejores" como medio de consuelo y esperanza. Pero la vida del hombre es siempre un camino continuo en el tiempo histórico desde el nacimiento hasta la muerte; y esta cronología está simbólicamente articulada en edades. Según Hesíodo existen cinco edades en el origen del hombre. La primera, la del oro, corresponde a la feliz convivencia entre dioses y hombres. Esta primera raza de hombres creada por los dioses fue hecha de oro y fue una edad de pureza e inocencia. La siguiente es la de plata. Los dioses crearon una raza de hombres hechos de plata y es ésta una edad de sufrimientos y asperezas. El hombre culmina su carrera de la vida en las edades del bronce y heroica, para cerrarla en la edad del hierro. En esas etapas usa armas de bronce para defenderse y ama la guerra y la violencia descubriendo la faz de la muerte. Con la edad del hierro llega la maldad, reina el odio, la confusión y la injusticia, la desconfianza y la muerte. No habrá, pues, defensa contra todos los males. Los dioses abandonarán a los hombres y los borrarán de la faz de la tierra. El plan divino de las edades de los hombres podrá ir descubriéndose en el largo trayecto de don Quijote desde la Mancha a Barcelona. Descubrir las edades de la vida del hombre y desvelar sus simbolismos en el sueño o delirio retro-proyectivo del viejo hidalgo manchego es el propósito de mi exposición en este coloquio cervantino. Cuando Alonso Quijano entra en la edad crítica de sus cincuenta años -etapa llamada de madurez, en la que llega la vejez y se produce el deterioro-, el panorama de su vida es muy poco estimulante. La vida ociosa de hidalgo rural no le ofrece más que mediocridad y aburrimiento, lo que le produce melancolía, y, entonces, para matar ACTAS IX - ASOCIACIÓN CERVANTISTAS. María Dolores Esteva de Llobet ESTEVA DE LLO...

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Las fases de la locura de don Quijote como símbolos de las edades de la vida

María Dolores Esteva de Iiobet Instituto de Enseñanza Secundaria

"Yo creo en el sensato hábito de la locura, en el desafio

diario que es mirar a otros vivir como quien delira".

Angeles Mastreta.

Muchas han sido las épocas de la historia que han denunciado el descontento de

quienes las viven acuñando el sueño ilusorio de "los tiempos mejores" como medio

de consuelo y esperanza. Pero la vida del hombre es siempre un camino continuo

en el tiempo histórico desde el nacimiento hasta la muerte; y esta cronología está

simbólicamente articulada en edades. Según Hesíodo existen cinco edades en el origen

del hombre. La primera, la del oro, corresponde a la feliz convivencia entre dioses

y hombres. Esta primera raza de hombres creada por los dioses fue hecha de oro

y fue una edad de pureza e inocencia. La siguiente es la de plata. Los dioses crearon

una raza de hombres hechos de plata y es ésta una edad de sufrimientos y asperezas.

El hombre culmina su carrera de la vida en las edades del bronce y heroica, para

cerrarla en la edad del hierro. En esas etapas usa armas de bronce para defenderse

y ama la guerra y la violencia descubriendo la faz de la muerte. Con la edad del

hierro llega la maldad, reina el odio, la confusión y la injusticia, la desconfianza

y la muerte. N o habrá, pues, defensa contra todos los males. Los dioses abandonarán

a los hombres y los borrarán de la faz de la tierra.

El plan divino de las edades de los hombres podrá ir descubriéndose en el largo

trayecto de don Quijote desde la Mancha a Barcelona. Descubrir las edades de la

vida del hombre y desvelar sus simbolismos en el sueño o delirio retro-proyectivo

del viejo hidalgo manchego es el propósito de mi exposición en este coloquio cervantino.

Cuando Alonso Quijano entra en la edad crítica de sus cincuenta años -etapa llamada

de madurez, en la que llega la vejez y se produce el deterioro-, el panorama de

su vida es muy poco estimulante. La vida ociosa de hidalgo rural no le ofrece más

que mediocridad y aburrimiento, lo que le produce melancolía, y, entonces, para matar

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las horas de tedio, se enfrasca en la lectura. En la última etapa de su vida, cuando

las horas vulnerant omnes y la ultima necat - como indicaba la inscripción de un

viejo reloj de una iglesia rural -, en esa edad en que el hombre empieza ya a hacerse

"invulnerable" - en palabras de Julián Marías (1996) - y pierde, pues, capacidad

proyectiva, don Quijote, estimulado por la lectura caballeresca, "vino a perder el

cerebro", es decir, se hace "vulnerable" y proyectivo:

"En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches

leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así del poco dormir

y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio"

(1 , 1).

En este estado consigue hacer una ágil pirueta física y mental que le lleva

retrospectivamente a la etapa de una nueva juventud soñada - no la que tuvo en

su realidad -. Es así como el viejo hidalgo entra en un estado de delirio retro-proyectivo

muy a contracorriente de su época, edad y contexto social, lo que comportará una

gran metamorfosis personal, llamada por Cervantes y hecha entender al lector como

locura. Alonso Quijano se resiste, pues, a entrar en la edad de hierro de su contexto

histórico real, que no comprende ni comparte, exponiéndose a una nueva situación

mediante la cual buscará en lo más oculto de sus fantasías lo que el sentido común

no alcanzó a proporcionarle. De esta suerte, él mismo improvisará su nueva vida

a partir de los referentes ético-estéticos que la antigua caballería andante le ofrecía

en sus modelos librescos.

Pues bien, al abrir paso a este tiempo del saber y de la verdad del viejo hidalgo

manchego, transfigurado en el anacrónico caballero andante - que, por supuesto, es

prefigura del propio Cervantes -, hay que tener bien presente que la relación entre

creador y criatura se esgrime en los sólidos engranajes de una experiencia propia

vivida: gloriosa como soldado, traumática y catastrófica como cautivo, testimonial

y problemática como escritor; complicada y poco afortunada en el amor. Y sin embargo,

a pesar de que lo catastrófico sesga las telas de su juventud sufriendo un doloroso

cautiverio en Argel, una vida amorosa sin pena ni gloria y muchas rencillas en su

campo de batalla como escritor, el espíritu glorioso y triunfante de Lepanto renace

con fuerza laureando los últimos años de su vida cuando, desde la madurez, Cervantes

hace burla de sus traumas e infortunios, hace frente a sus fantasmas y los convierte

en maravillosa y genuina creatividad literaria. En ese parto de sus delirios que es

el Quijote, Cervantes realiza el viaje fantástico de su propia experiencia mirando

con ironía hacia las distintas edades de su vida, de la vida humana. Cada una de

ellas se enfoca desde la perspectiva de distintas fases o variantes de una locura que

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vaga por el sueño de la noble y gloriosa vida caballeresca, hasta el descubrimiento

de que, en realidad, en esa aventurada nave de locos que surca los mares de la existencia

humana no se dan ni grandes misterios ni grandes aventuras.

La crítica tradicional sostiene que Don Quijote de la Mancha es una novela itinerante,

estructurada por tres salidas o tres viajes por la Mancha, Aragón y Cataluña con

dos regresos reparadores y uno definitivo. Estas tres salidas se identifican con las

tres fases de la locura de don Quijote admitidas también por la crítica en general.

La primera salida es, según Martín de Riquer (2003), una especie de "novehta ejemplar",

un esbozo de novela con materia para seis capítulos, que tiene como objetivo "derribar

los libros de caballería, aquella máquina mal fundada destos caballerescos libros,

aborrecidos de tantos y alabados de muchos más" (1, Prólogo). Coincide con la fase

inicial de locura mimética por la que don Quijote se ilusiona como un niño siguiendo

las pautas de sus modelos librescos. Su actuación se rige por lo que ha visto hacer

en los protagonistas de esos libros, de tal forma que se imagina ser Reinaldos de

Montalbán, Valdovinos, e imita al héroe por excelencia, Amadís de Gaula que

"fue el norte, el lucero el sol de los valientes y enamorados caballeros, a

quien debemos imitar todos aquellos que debajo de la banda de amor y de

la caballería militamos" (1 , 25).

N o obstante, don Quijote sabe perfectamente lo que tiene entre manos por lo que,

como en todo juego, crea sus propias reglas y sienta las bases de la retrospección

y de la transfiguración de la propia realidad, sin perder, por ello, la total conciencia

de su yo , lo cual admite en la famosa cita "Yo sé quien soy y se qué puedo ser"

(1, 5). La segunda salida ocupa el resto de la primera parte (1 , 7-52). En ella se pone

de manifiesto la importancia del manuscrito encontrado en Toledo cuyo historiador arábigo, Cide Hamete Benengeli , entra de lleno en la narración del delirio utópico del caballero, desde la culminación de su locura hasta su curación, más allá, en el transcurso de la segunda parte. Este segundo historiador Hamete, que en árabe significa verdad, actuará como mediador en el camino de reformulación de la verdad, pues, como él admite al final:

"para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir;

solos los dos somos para en uno a despecho y pesar del escritor fingido y

tordesillesco que se atrevió a escribir con pluma de avestruz grosera" (2, 74).

En esta segunda salida la compañía de Sancho adquiere, además, un valor estructural

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básico aportando un tono dialogante y emotivo a la vida de los protagonistas. La

locura se convertirá en un fenómeno complejo pero inteligible, como una auténtica

"razón de la sinrazón", Sancho comprende las reglas del juego y se hace cómplice

de la causa quijotesca:

"- Mire vuestra merced bien lo que dice, y mejor lo que hace- dijo Sancho-;

que no querría que fuesen otros batanes que nos acabasen de abatanar y aporrear

el sentido" (1 , 21).

Así pues, la locura de don Quijote tiene razones. D e tal forma que, si puede ser

entendida, la distancia entre locos y cuerdos ya no será tan grande. A partir de aquí

don Quijote no se desdoblará más en héroes fantásticos sino que desfigurará la realidad

a su acomodo caballeresco. Toma, por tanto, distancia de sus modelos y adquiere

criterios propios. Puede hallarse ante insólitos molinos, auténticas ventas con servicio

de mozas del partido o vulgares manadas de ovejas que él mismo transmutará en

"metáforas delirantes": desaforados gigantes, fantásticos castillos con hermosas princesas

y auténticos ejércitos en sus campos de batalla. Pero, obviamente, sus desvarios tienen

un precio que le viene dado en forma de pedradas, palos, caídas, agotamientos, encierros

y encantadores nigromantes que le persiguen y cambian la performance de sus visiones.

Es la otra cara de una realidad que puede tener estructuras complejas pues Cervantes

entiende que no hay realidad objetiva sin significación personal:

"- ¿Sabes qué imagino, Sancho? Que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algún estraño acidente debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad par aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo ésta, que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero, sea lo que fuere; que para mí que la conozco no hace al caso su transmutación "(2, 21).

D e otra parte, en esa primera etapa del trayecto quijotesco, irán incorporándose

otros personajes como el cura, el barbero, Sansón Carrasco, la princesa

Micomicona-Dorotea, y otros "locos" como Cardenio y Anselmo, cuyas vidas paralelas

o convergentes con el delirio quijotesco contribuyen en su frenética actividad

pseudo-reparadora. Tienen, por tanto, sentido en estricto vínculo con el psicodrama

del protagonista sobre quien ejercen la función de antagonistas, contrincantes o

coadyuvantes en su complicado juego entre fantasía, ilusión y realidad.

La tercera salida ocupa toda la segunda parte de la novela y la locura va entrando

en una fase cognitiva y reparadora. Los fenómenos ya no engañan a D o n Quijote

que va restableciéndose poco a poco de su delirio, al darse cuenta, como nos dice,

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de que "hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis brazos" (2, 58). Será

después del sueño o visión alucinante de la cueva de Montesinos, cuando don Quijote

empezará a tomar el pulso de la verdad; sin embargo, como su locura es contagiosa,

la fiesta continúa. Y en casa de los duques el desvarío se desborda en forma de

auténtico carnaval. Pero será en Cataluña donde la realidad saldrá al paso de la fama

recobrada ofreciéndole su cara más descarnada.

La locura, que ha servido para llevar a término su proyecto, retrocede y deja paso

a la cordura para reinstalarse en la más dura realidad. A partir de aquí la retrospección

será del todo imposible y el viaje retro-proyectivo habrá culminado porque ha llegado

ya el momento de la aceptación y de la reconciliación. ¡Dios mío, qué fatalidad para

don Quijote admitir que son ellos quienes han transformado la belleza de Dulcinea

en una fea y maloliente moza de muías!

Entonces, si la clave de la locura está en el ínter-juego entre fantasía y realidad,

mundo interno y mundo externo, no cabe duda, pues, que la transformación psíquica

de Alonso Quijano está motivada por un sueño o delirio que le hace retroceder a

la edad dorada de la ilusión y a la realización del juego de su fantasía, una niñería

del senex-puer. Su actuación como caballero andante comporta en sí un acto de fe

y de esperanza en la realización de sus ideales. Ello le estimula a una actuación

heroica por cuya causa lucha, se enfrenta y hace prevalecer; ejerce lo bueno de la

caballería y, aunque no mata, el bronce de su edad heroica reluce en el episodio

de la bacía-yelmo de Mambrino (1 , 44). A pesar de todo, el héroe recibe palos y

debe sufrir para sobrevivir. Haciendo frente a todas las dificultades, don Quijote culminará

su proyecto mimético en Sierra Morena llegando a la cima de su locura pues su

vida ha sido elevada a categoría de arte y su ilusión se ha hecho realidad literaria.

Sin embargo, las dudas le sobresaltan y sus delirantes maquinaciones le consumen

hasta adentrarse en las profundidades abismales de su propio subconsciente. En la

profundidad de la sima somete su "verdad" a duda. En este sentido, la cueva de

Montesinos será el gran reto del subconsciente, el juego que el yo realiza con el

sí mismo para descubrir los enigmas de la vida. Por otra parte, el Avellaneda supone

la angustia acerca de quiénes son los verdaderos y cuáles los fantásticos y mentirosos.

En el palacio ducal descubre su soledad y en Barcelona le va llegando la triste hora

de la verdad.

La vida humana es, pues, un conjunto de cosas que hacemos y nos pasan. La

vida tiene un argumento racional porque sus hechos transcurren en un tiempo y en

un espacio y se materializan en un proyecto encuadrado en una estructura. Es lo

que anteriormente llamamos estructura proyectiva: tres salidas y tres regresos por

la geografía de la Mancha, Aragón y Cataluña. Y, sin embargo, hemos podido comprobar

que la locura en el Quijote es también estructural. Esto quiere decir que es un medio

o instrumento del que se vale el autor para organizar el desarrollo interno de la obra

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y la evolución psíquica de sus protagonistas.

Existe, por tanto, una segunda estructura que encuadra los ejes de la fantasía desorbitada

y de la imaginación delirante de don Quijote. En este sentido hablaremos de una

estructura retro-proyectiva cuya función es organizar la introspección a través de lo

irracional, el insight, entendido como trayecto psíquico de la sinrazón caballeresca

o delirio del viejo hidalgo manchego, cuya versátil locura oscila entre mimética, mediática

y epistemológica. Mimética por imitar a Amadís en su faceta caballeresca, aventurera

y amorosa. Mediática por lo influyente y contagiosa que resulta: todos le siguen

para convencerle de su error, pero, atraídos por su personalidad, todos juegan con

él el mismo juego siguiéndole en su trayecto y confabulándose con su proyecto.

Epistemológica porque sirve como teoría para el conocimiento y el análisis.

Pues bien, a tenor de lo dicho, en la primera parte el ocioso Alonso Quijano decide

cambiar su vida hidalga, gris y monótona, por la dorada y heroica caballeresca soñada.

Su pirueta consiste en determinar vivir literariamente y llevar a cabo una organización

basada en la acción heroica, fruto de la ilusión y fantasía libresca. Para salvar la

verosimilitud de su obra y justificar tamaño desvarío, Cervantes echa mano de la

locura como aquel "ligero extravío de la razón" que llevaba a los hombres a realizar

grandes empresas -según explicaba Erasmo en la Moría encomium-, y que actuará

como eslabón entre la ficción y la realidad, la historia y la vida. Y para apreciar

estos matices, valoremos el título del Quijote que en la primera edición de 1605

viene como El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y en la de 1615 como

Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. En efecto, es así,

ya que el caballero don Quijote no es más que un nuevo renacimiento del hidalgo

manchego. Ha habido una transformación, un renacer y una ascensión porque de

ser un pobre hidalgo ha ascendido a heroico caballero. La segunda vida de Alonso

Quijano será, así pues, un sueño irracional que escenifica en el propio escenario de

su psicodrama.

Y como el sueño de la sinrazón heroica y caballeresca ha engendrado monstruos,

luego le llega el desengaño en su más desgarradora faz. D e ahí que, fuera del lugar

preservado, en "un lugar de cuyo nombre no quiere acordarse", mucho después de

su visión en la cueva de Montesinos, habiendo obviado Zaragoza por el fantasma

Avellaneda, lejos ya de las bufonadas ducales, habiendo traspasado Aragón y en llegando

a Cataluña, don Quijote podrá apreciar tristemente el mal sabor de la verdad. El

héroe habrá entrado en la edad de plata del desencanto y la desilusión para llegar

al conocimiento. Descubrirá la doblez en la otra cara de la máscara y la tramoya,

y una progresiva desilusión hará mella en su voluntad. Sus fuerzas flaquean y la

mente se agudiza, la imaginación cesa, la fantasía se atempera y su entendimiento

se recobra para hacer frente a los últimos embates de su trágico destino. D e pronto

se le cae la venda de los ojos. El mundo soñado de Montesinos se irá descodificando

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a lo largo de esta segunda parte: en el palacio de los duques, en el marco de un

viaje fantástico por aguas del río Ebro y cabalgando hacia la mediterránea catalana.

Don Quijote toca fondo en Cataluña, donde dicen que es país de seny, y más concretamente

en Barcelona, que a los ojos de Cervantes aparece como la imagen de la ciudad

del futuro, una ciudad abierta y cosmopolita, en cuya gran playa es vencido por

el caballero de la Blanca Luna en quien ve los ojos del bachiller Sansón Carrasco.

¡Oh espantosa visión por quien "cayó su ventura"! (2, 66).

Desde esta edad de plata en la que la desconfianza le abruma, el héroe desencantado,

ya sin convicción alguna, ve la maldad de los demás y se entristece. D o n Quijote

irá descubriendo el sentido de la vida hacia una epistemología de la verdad. Ha culminado

el progreso en el camino de la adquisición del insight, "el discurso de nuestra

peregrinación", como admite Sancho cuando se encuentra frente a una posible aventura

con las imágenes de santos contra quienes don Quijote no entabla batalla a pesar

de su favorable situación:

"- En verdad, señor nuestroamo, que si esto que nos ha sucedido hoy se puede

llamar aventura, ella ha sido de las más suaves y dulces que en todo el discurso

de nuestra peregrinación nos ha sucedido: della habernos salido sin palos y

sobresalto alguno, ni hemos echado mano a las espadas, ni hemos batido la

tierra con los cuerpos, ni quedamos hambrientos. Bendito sea Dios , que tal

me ha dejado ver con mis propios ojos" (2, 58).

Y el preludio de la muerte llegará a don Quijote en la misma etapa donde empezó, en aquella edad de hierro donde la vida se ocluye y el hombre adulto se convence de que ha llegado la etapa de la razón, la de la aceptación y conocimiento de sí mismo y de su realidad circundante; de la reconciliación con su pasado y del reconocimiento y aceptación de los demás. Es, por tanto, la hora de la cordura. Ahora, como dice Arturo Serrano, "el juego ha perdido lo que tenía de mágico" "porque ahora también sabe que con la muerte no hay juegos que valgan" (1967, 231 , 235). Y entonces el círculo se cierra definitivamente, como afirma don Quijote cuando dice:

"Ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis

costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de

Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje" (2,74).

La realidad triunfa, la ficción es atropellada por la historia. Y qué desencanto el

suyo al admitir que los sucesos que en Barcelona "le sucedieron no son de mucho

gusto, sino de mucha pesadumbre (II, 72). ¡Pero también qué nobleza! ¡Qué bello

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triunfo el de don Quijote que "en llegando a la mar, que es el morir", llega al fondo

de sí mismo, al abismo de sus ancestros y recapitula. Los traumas de su pasado

y los encantadores que le perseguían quedan atrás. Allí dejó su cautiverio, allí queda

ya la Mancha sumida en sus delirios caballerescos, preservada del desencanto, y allí

mismo queda, por encima de todo, reparada la nobleza de Dulcinea, finalmente

desencantada del encanto maquinado por Sancho, y restablecida definitivamente como

dama de sus sueños y como princesa de la Mancha, incólume per saecula seculoruml

Y ahí está la eternidad y la grandeza del espíritu de don Quijote que ha sabido

en su vejez ilusionarse, proyectar y vivir, recapitular y reparar, "porque si le hubiesen

conocido, no le hubiesen crucificado" (1 Corintios, 1, 2, 8).

En su voluntad de ser algo nuevo Alonso Quijano, el Bueno, se transformará en

ente de ficción, y aunque se convierte en una caricatura, en un espantajo de la andante

caballería libresca, sabe que la función del arte y de la literatura es catártica y reparadora

porque implica conocimiento y maduración psicológica, como decía Freud (1908) ,

"son nuestros poetas y literatos nuestros maestros en el conocimiento del alma".

Recuerden por un momento aquel estupendo pasaje en que don Quijote le aconseja

al canónigo de Toledo que

"lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere y le

mejoran la condición, si acaso la tiene mala" (I, 50).

Por eso don Quijote repara su propia situación. Y no lo hace ateniéndose a una

forma más pasiva que gravita en la lectura de la literatura caballeresca, sino pasando

a la acción, mediante el ejercicio de las armas y de la aventura heroica. Desde su

vejez vuelve a la edad de la esperanza y de los grandes juegos e ideales. Esperanza

y fe en un mundo mejor, más equitativo, más justo y solidario, donde espera dar

respuesta a tantos interrogantes como los que se podía plantear el hombre del siglo

XVI-XVII, en la época del Concilio de Trento, en el momento de los grandes cambios.

En esa primera edad dorada de su nueva vida, el hidalgo manchego buscará el

amor por la verdad y la encontrará afrontando heroicamente los propios retos en

cuyo proceso se enraizan las bases del auto-análisis y del conocimiento de sí mismo.

En su delirio paranoide encontramos un método para el conocimiento irracional basado

en la asociación interpretativo-crítica de los fenómenos delirantes, aquello que Dalí

reflejó magistralmente en sus ilustraciones del Quijote (1945) y cuya metodología

expone en su texto La conquéte de l'irrationnel (1935,).

Entonces la simbiosis entre creador y criatura se puede ir descubriendo a través

de los sueños delirantes del hidalgo transformado en caballero, en quien se sintetizan

la nostalgia y el deseo de una vida mejor, la obsesión por los libros y la lectura,

y el afán de aventuras por Castilla y otros lugares de la geografía hispana.

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Don Quijote aspira, por tanto, al conocimiento en su estructura más profunda y

a los secretos de la verdad en su defensa y reivindicación. Su imperativo ético comporta

la búsqueda de una acción transformadora y reparadora de su época a fin de perfeccionarla

y mejorarla, para lo cual él se sabe el enviado y encargado de su consecución. Y

así se lo confiesa a Sancho:

"Has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de

hierro para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse"

(1,20).

Cervantes ha impuesto a su criatura la misión de rescatar la edad dorada para

recuperar los más altos y nobles valores políticos y sociales que antiguamente

prevalecieron gracias a la labor de la caballería andante. D o n Quijote proclamará,

pues, la disconformidad con su época luchando valientemente contra los injustos,

los soberbios y los traidores de la naciente edad moderna, "de esta edad de hierro"

que con su nueva estructura político-militar ha creado el Estado moderno y una

organización racional, objetiva y pragmática de la economía y del ejército (Maravall,

1976). Y entonces el bronce de su yelmo reluce esplendoroso contra ese espíritu

frío y racional, calculador y científico, y su espíritu de lucha se esgrime en las tinosas

armas de unos antepasados que se alzan contra los farsantes de"estos detestables siglos",

de esta "edad depravada nuestra", "la edad tan detestable como es ésta en que ahora

vivimos" (I, 38).

Pero, en definitiva, el caballero no triunfa en su misión restauradora. La misión

especial encomendada ha resultado fallida porque don Quijote acaba vencido por

sus propios delirios. Se trata de una misión imposible por su propia incongruencia,

ya que la retro-proyección es una utopía de retorno al pasado y, en consecuencia,

una evasiva involutiva que comporta, asimismo, un peligroso y retrógrado inmovilismo.

En un momento inverosímil de "devaluación de la verdad" (Alvaro Pombo, El

País, 2004) , en una situación absurda en que el mundo no valora la verdad, y la

civilización está gastada, la locura significa grandeza de ánimo y actúa como un

constructo que sirve para aclarar el mundo, ella será, entonces, su instrumento reparador.

La locura se pone de manifiesto como única vía posible para emprender el nuevo

proyecto vital; una nueva empresa que es fruto de la imaginación y producto de

las delirantes fantasías de un ser fenomenal sin tiempo, que nace en libertad, por

generación espontánea y por un acto de voluntad, en las primicias de un tórrido

verano, en un lugar anónimo de la Mancha y con el fin de "resucitar en los presentes

siglos la ya olvidada andante caballería" (2, 23), pues, como dice Montesinos a don

Quijote en el fondo de la cueva, "las grandes hazañas para los grandes hombres

están guardadas" (2, 23).

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El circuito de su peregrinaje hacia lo más profundo del sí mismo se abre, pues,

activando el funcionamiento de un mecanismo que circula en relación a dos polos

opuestos, el de la realidad y el de la ilusión. Así, desde un presente impuro, la edad

de hierro, inicia el camino hacia el pasado del hombre puro, la edad dorada de Saturno.

Transcurrida la del oro atraviesa y recorre las otras edades con el orden ligeramente

cambiado. Entra de lleno en la heroica y del bronce para pasar después a la de plata

y volver nuevamente a la del hierro donde finalmente el círculo se cierra.

En la sinrazón caballeresca gravita la opción de una nueva vida más en concordancia

con lo natural, lejos de la mentira y del artificio, donde no haya "fraude, ni malicia,

ni engaño mezclándose con la verdad" (1,11). Don Quijote está escenificando la vuelta

atrás a la edad dorada de una razón fundamental: la verdad y la felicidad. Se impone,

por tanto, la necesidad de rescatar una vida pura e incontaminada, un mundo que

esté libre de fraudes y engaños donde reine el amor, la paz, la justicia y la solidaridad

humana, donde la propiedad sea común y haya una entrañable armonía entre hombres

y naturaleza. En aquella época dorada la virtud y la bondad imperaban sobre la faz

de la tierra:

"(...) porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de

tuyo y mío"...Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia (...). La

justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender

los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen.

La ley del encaje aún no se había asentado en el entendimiento del juez,

porque entonces no había que juzgar, ni quien fuese juzgado. Las doncellas

y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señora,

sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su

perdición nacía de su gusto y propia voluntad"( 1, 11).

En cambio "en estos nuestros detestables siglos no está segura ninguna"(l , l l) porque

este detestable presente está regido por la lascivia y la maldad; y así como la falta

de libertad conlleva caos y desorden, la injusticia genera, asimismo, desigualdad e

inseguridad, que se apoderan de esta despreciable civilización. Es, por tanto, de estricto

rigor rescatar la orden de los caballeros andantes "para defender las doncellas, amparar

las viudas y socorrer a los huérfanos y menesterosos" (I, 11) de quien don Quijote

se muestra como su máximo exponente: "desta orden soy yo" (1,11) dice justificándose

ante unos humildes cabreros que le hospedan en su idílico medio.

El movimiento ha quedado claramente establecido y su función ante el mundo

también. Pero este rescate es utópico, imposible, sólo realizable en estado de delirio;

su transformación un recurso técnico y su locura el medio para abrirse paso hacia

la gran aventura del espíritu y de la conquista interior. Por este mismo motivo don

Quijote no puede quedarse en esa edad dorada, cuyo remedo ha encontrado en el

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mundo pastoril de los cabreros, y debe proseguir su camino mediante el ejercicio

de las armas, de lo contrario no avanzaría como personaje, no se desarrollaría el

retro-proyecto.

La locura reformista de don Quijote en su primera fase tendrá una gran fuerza

moral con la que se quitará la "mala simiente de sobre la faz de la tierra" (1 , 8).

Asimismo la locura compensará los desajustes entre el ente de ficción y la realidad

para lo cual utiliza estratagemas del orden de los desdoblamientos, anacronismos,

transmutaciones, máscaras y encantamientos:

"¿Quién podrá decir lo que vio, sin causar admiración, maravilla y espanto

a los que lo oyeren? Vio, dice la historia, el rostro mesmo, la misma figura,

el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma efigie, la pespetiva mesma

del bachiller Sansón Carrasco; y así como la vio, en altas voces dijo: -¡Acude,

Sancho, y mira lo que has de ver y no lo has de creer! ¿ Aguija, hijo, y

advierte lo que puede la magia, lo que pueden los hechiceros y los encantadores!"

(2, 14).

Y puesto que la caballería andante es la única vía moral posible para luchar contra

la tiranía a favor de la paz y de la justicia, el ejercicio de las armas lo será como

forma de enaltecimiento de la figura del caballero, y así lo admite don Quijote en

esta cita:

"De mí sé decir que después que soy caballero andante soy valiente, comedido,

liberal, biencriado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de

trabajos, de prisiones, de encantos" (1, 50).

De ahí que el anacrónico caballero de la Mancha, obviando la justicia vigente

y haciendo alarde de su caridad cristiana, libera a tanta "gente forzada" (Andrés,

los galeotes) ante la estupefacción de Sancho Panza (1, 22). Pero la caballería andante

se erige, asimismo, como la más excelsa manera de proclamar la conquista del espíritu

en el plano más puro, sublime e incontaminado del amor. De ahí el valor invulnerable

de Dulcinea.

Si la verdad dentro del mundo quijotesco se identifica con el valor y el esfuerzo,

con el sufrimiento por su causa el ideal irá adquiriendo forma, de modo que tanto

la entelequia caballeresca como la amorosa, tomarán impulso desde su creación como

mimesis y como poiesis. Por eso la identidad de Dulcinea deberá ser revalidada en

tantas ocasiones (Sierra Morena, el Toboso, en la cueva de Montesinos, en casa de

los Duques, en casa de Antonio Moreno) y en función de la locura de su amante,

quien en los momentos de mayor lucidez admite que "Dios sabe si hay Dulcinea,

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o no, en el mundo, y si es fantástica, o no es fantástica" (2.32).

Así, pues, desde la cima de la locura en Sierra Morena, donde don Quijote la

encumbra como dama de sus sueños, hasta la sima de la cordura en la cueva de

Montesinos, donde la ve terriblemente encantada en una triste y vulgar campesina

con olor a ajos, materialista e interesada, será Dulcinea, siempre y definitivamente,

su motivo vital, su luz, su guía, su ilusión, su esperanza. A pesar de todo, a pesar

de aquella miserable visión a la salida del Toboso, y que tantos azotes le valdrán

a Sancho en sus propias posaderas, será el amor puro y absoluto el auténtico triunfo

de sí mismo:

"Molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba,

con voz debilitada y enferma, dijo: Dulcinea del Toboso es la más hermosa

mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es

bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero la lanza, y quítame

la vida, pues me has quitado la honra" (2, 64).

Y por supuesto, lo que pasó en el fondo de la cueva, la visión de los adefesios

caballerescos, fue determinante como clave para llegar a la verdad total, a la aprehensión

global de su realidad. Allí tocó fondo, allí vio en sueños lo que comportaba el reto

de su fantasía. La revalorización de la verdad ha sido, por tanto, fundamental para

su crecimiento mental. Sin ella, sin la verdad, dice Bion (1974) que"la mente no

se desarrolla, muere de inanición". Entonces, el insight que, como vimos anteriormente,

seria "el proceso del conocimiento consciente de los procesos inconscientes que facilita

la discriminación entre el mundo interno y el mundo externo para la consolidación

del principio de realidad" (Grinberg, 1996), ha resultado fundamental en el proceso

de la reintegración del yo de don Quijote. En estos términos la teoría del insight

es asimilable al imperativo ético de la clásica máxima deifica "conócete a ti mismo",

base de la filosofía estoica y técnica esencial para llegar a la sabiduría que, como

recordarán, es la primera premisa de un buen consejo dado por don Quijote a Sancho

antes de incorporarse al tan esperado cargo de gobernador de la ínsula de Barataría:

"Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está

la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de

poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo.. .y precíate

más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio" (2, 42) .

En definitiva, una lección de virtud y sabiduría para alcanzar la medida de las

cosas y con ello luz para la recapitulación y la aceptación. D o n Quijote ha pasado

por las tres etapas propias del proceso de crecimiento del ser humano que simbólicamente

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coinciden con las tres fases de su locura: la edad de oro de su "niflez"o etapa primera

en la que dependió locamente de sus modelos que actuaron como espejos en los

que se miró y aprendió el juego. En la edad heroica y del bronce tomó cierta distancia

respecto de sus ídolos y adquirió una personalidad heroica con criterios propios para

marcar sus propias reglas. Fue el tiempo de la libertad para el descubrimiento de

que no es posible sobrevivir sin admitir la complementariedad, la complejidad, la

diversidad y la contradicción. Y cuando va dando muerte a los fantasmas que tanto

le fastidiaron, en aquel momento en que la existencia no tiene ya mucho más que

ofrecerle, entra en la edad de plata de la razón y de la reflexión. Don Quijote va

dejando los juegos de antaño para recomponer en su madurez las piezas rotas del

puzzle de su historia. Es la hora de la verdad, de la aceptación de sí mismo y de

la superación de su ancestral pasado para poder traspasar con los ojos bien abiertos.

En resumen, a través del insight, o viaje retro-proyectivo desde la Mancha hasta

Barcelona, y con la vuelta sin retorno a su aldea, donde don Quijote admite frente

a don Alvaro de Tarfe que él es sí mismo, el don Quijote "de la fama y no el

que ha querido usurpar su nombre y honrarse con sus pensamientos" (2, 72), descubrimos

que los grandes secretos de la vida humana no están en ningún lugar ni en parte

alguna más que en uno mismo, "en el hombre que se vive a sí mismo con un proyecto"

(Julián Marías, 1999). Ello demuestra, también, que la sabiduría no comporta otro

prodigio más que el esfuerzo y el arte personal en el sinuoso camino del llegar a

ser. Por eso vale la pena vivir intensamente, porque entregándonos al sueño de nuestras

fantasías creamos el mundo que poblamos.

Ahora la sabiduría en el sueño delirante de don Quijote vislumbra magnífica frente

a las puertas de su cuarto centenario como mensaje de gran actualidad. En esta edad

de hierro de nuestro soliviantado presente en que el mundo está lidiando una difícil

contienda contra los fantasmas del poder, del terror y de la guerra, de la destrucción

y de la muerte, su lectura puede ser un lenitivo en busca de nuevos sueños que

se agiten en las fuentes del saber y de la verdad para la reflexión sobre cómo acuñar

nuevos valores para el siglo XXI.

BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA

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del psicoanálisis", en GRTNBERG, L., Psicoanálisis aplicado, pp.77-103, Promolibro,

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