Las dos orillas de la ciencia

23

description

La traza pública e imperialde la Ilustración española

Transcript of Las dos orillas de la ciencia

  • ANTONIO LAFUENTE et alii

    LAS DOS ORILLAS DE LA CIENCIA

    La traza pblica e imperial de la Ilustracin espaola

    Fundacin Jorge JuanMarcial Pons Historia

    2012

    185 Orillas ciencia.indb 5 21/11/12 12:01:13

  • NDICEndice

    Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia, por An-tonio Lafuente ....................................................................................... 9

    Parte IMUNDIALIzACIN: EL VECTOR ESPACIAL

    Institucionalizacin metropolitana de la ciencia espaola en el siglo xvIII, por Antonio Lafuente ............................................................................ 31

    Dinmica imperial de la ciencia: los contextos metropolitano y colonial en la cultura espaola del siglo xvIII, por Antonio Lafuente, Jos De la Sota y Jaime Vilchis ........................................................................... 57

    Tradiciones cientficas y expediciones ilustradas en la Amrica Hispana del siglo xvIII , por Antonio Lafuente y Leoncio Lpez-Ocn ............... 77

    La produccin de objetos y valores cientficos: tecnologa, gobierno e Ilustracin, por Antonio Lafuente y Nuria Valverde ............................ 101

    Botnica linneana y biopolticas imperiales espaolas, por Antonio La-fuente y Nuria Valverde ........................................................................ 127

    Parte IIMUNDANIzACIN: EL BANQUETE POLTICO

    La construccin de un espacio pblico para la ciencia: escrituras y es-cenarios en la Ilustracin espaola, por Antonio Lafuente y Juan Pi-mentel ................................................................................................... 145

    Newton a la carta, por Antonio Lafuente .................................................... 187

    Pg.

    185 Orillas ciencia.indb 7 21/11/12 12:01:13

  • 8 ndice

    Ciencia mundana y ciencia popular: estilo y sensibilidad en la historia natural de Buffon, por Antonio Lafuente y Javier Moscoso ................. 215

    Las polticas del sentido comn: Feijoo contra los dislates del rigor, por Antonio Lafuente y Nuria Valverde ...................................................... 233

    El espejismo de las dos culturas , por Antonio Lafuente y Tiago Saraiva ... 253

    Notas ............................................................................................................ 271

    Bibliografa .................................................................................................. 327

    Pg.

    00 Primeras.indd 8 26/11/12 13:27:30

  • LOS CONFINES DE LA REPRESENTACIN: COLONIAS Y LEGOS DE LA CIENCIA

    Antonio Lafuente

    Dos orillas hace referencia a las dos formas extremas de circula-cin del conocimiento: la que se da entre los centros y las periferias y la que ocurre cuando los destinatarios son legos. O, en otras palabras, cuando uno de los polos de la comunicacin es precario. As, si tu-viramos que cartografiar tales flujos diramos que en el primer caso la transmisin del saber es horizontal, entre ciudades, pases o conti-nentes, mientras que la segunda es vertical, desde las instituciones de elite o los cerebros ms exquisitos hasta las organizaciones ms popu-lares o los actores ms ordinarios. En el fondo, como pronto veremos, se trata de un mismo fenmeno de colonizacin que homogeneiza y polariza los imaginarios polticos segn pautas cuidadosamente aqui-latadas. Pero no precipitemos conclusiones, pues antes de llegar al es-tablecimiento de semejantes paralelismos, es cierto que cada asunto requiri muy distintos itinerarios de investigacin.

    Lo primero debe ir por delante. Dos orillas es un libro sobre la ciencia en el siglo xvIII y est dividido en dos partes. En la primera se estudian algunos casos de historia institucional e historia de las ideas que permiten entender la emergencia de prcticas cientficas moder-nas en las colonias espaolas. La segunda explora la forma en la que la ciencia pas a ser parte de la cultura ordinaria en las urbes ilustra-das. As que las dos orillas de la ciencia son en realidad las dos fronte-ras que ha tenido que mover para convertirse, como dice Michel Se-rres, en el nico proyecto honorable que le queda ya a Occidente. La ciencia tal como la conocemos es inimaginable sin el Imperio que la sostuvo y que ayud a sostener. Conectar el saber al poder ha sido un ejercicio relativamente frecuente. Ms extrao, sin embargo, es nues-

    Los confines de la representacin: colonias y legos de la cienciaAntonio Lafuente

    185 Orillas ciencia.indb 9 21/11/12 12:01:13

  • 10 Antonio Lafuente

    tro empeo en establecer vnculos estructurales entre ciencia y pol-tica, lo que es tanto como decir que es impensable la una sin la otra. As las cosas, la cultura de la ciencia en la Ilustracin confinaba con dos mundos incrdulos y hasta entonces excluidos del banquete del saber: los distantes de Amrica y los distintos en Espaa.

    Dos orillas evoca entonces una concepcin espacial de la transmi-sin. Pero tambin est sugiriendo la existencia de un gradiente que facilita el trasvase entre dos puntos, uno ms elevado que el otro. Y decimos que posibilita porque los promotores del intercambio ac-tuaban como si se tratara de un movimiento necesario o, mejor an, como si hubiera una obligacin moral de provocarlo. As que el gra-diente, real o imaginado, favoreca un trfico que acab por ser pol-ticamente forzado. Y, no lo vamos a disimular, al hablar del conoci-miento la diferencia entre los dos polos del intercambio fue siempre imaginada como un desnivel entre lo superior y lo inferior y, ms sor-prendentemente, como una escisin entre lo procedimental y abs-tracto frente a lo utilitario y local. No puede haber un arriba sin su abajo, como tampoco una inteligencia formal que no genere su ex-terior frvolo y, volviendo al caso, lo que importa por el momento es no perder de vista el extremo molesto de la ecuacin: los iletrados, los atrasados, los brbaros, los aldeanos, los primitivos, los desinfor-mados, los excntricos y los plebeyos. El diccionario no nos decep-ciona y contiene decenas de palabras con las que nombrar a quienes supuestamente necesitan formas ms o menos condescendientes de tutelaje. En fin, que el proceso de intercambio se vea unidireccional e impuesto por una especie de obligacin ineludible: un acto de sal-vacin que legitimaba al emisor y redima al receptor.

    Hubiera bastado con esta configuracin pica del relato para ex-plicar la pretendida potencia moral europea, pero sus propagandis-tas de entonces y de ahora no queran chalanear sobre algunos desen-cuentros y muchos malentendidos. Y eso slo se consigue, pensaban aquellos modernos conversos, si podan explicar las asimetras de los procesos como si fueran acontecimientos naturales. Nunca abunda-ron los observadores dispuestos a preguntarse por los motivos de este tsunami de informacin que llegaba a las colonias como lo hacen las mareas en la costa, los pjaros a las charcas o los fros al trpico. Igual que caen las frutas del rbol o descienden las aguas por algn cauce, as tambin llegaba y deba llegar la cultura a los legos o las colonias: empujada por fuerzas naturales. Descendiendo desde los sabios y desde las Cortes, sin importar los recovecos ni las resistencias. Todo

    185 Orillas ciencia.indb 10 21/11/12 12:01:13

  • Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia 11

    funcionaba como un desbordamiento que trasladaba allende las dis-tancias o aquende las diferencias la nueva abundancia de saberes, prcticas, actores y herramientas. Visto as, la ciencia llega a las colo-nias, como tambin se dijo de la lengua o la religin, como el polen que fecunda igualitariamente un destino compartido. Los destinata-rios de estos flujos eran reos de modernidad. Sin menoscabo de su condicin de gentes subordinadas y racializadas, la razn, la fuerza, el destino y la naturaleza convergan en una sentencia inapelable y de inmediato cumplimiento: ser modernos.

    Pero este relato tiene muchas fallas. La primera, bandera de todos los movimientos anticolonialistas, procede de su ocultacin del precio que hubo que pagar para redimir (modernizar) a esos otros que ha-bitaban ultramar. La ms sofisticada, abanderada por la crtica post-colonial, escruta hasta qu punto los valores coloniales han sido en-carnados y embebidos en las prcticas culturales y polticas de los dominados, al extremo de que la liberacin de los territorios es in-completa sin una reconfiguracin de los cuerpos mismos, es decir de la sensibilidad personal y del lenguaje compartido. La peor de todas las fallas, sin embargo, es su incapacidad para paladear detalles y en-contrar en las singularidades o las contingencias los rastros posibles de otra narrativa que, a diferencia de las anteriores, no estuviese invadida por entes desviados, amenazantes o mostrencos. En este punto poco se diferenciaron las retricas colonial, anticolonial y postcolonial, pues todas adoptan un tono pico cuyo trama narrativa se vertebra en torno a las tensiones entre centro y periferia, modernos y atrasa-dos, xitos y fracasos o metropolitanos y criollos. As, escribir historia ha desembocado en la fbrica de un relato que anda pendiente de na-rrar lo que pasa como una especie de choque de trenes civilizatorios, algo que quizs tenga mucho valor pedaggico pero que no deja de ser una simplificacin cansina. Para escribir relatos menos monocro-mticos hay que salirse del conformista curso principal de los tiempos y abordar la tarea de rescatar los herosmos annimos, la produccin manual, el conocimiento amateur y el trabajo afectivo. Pongamos un ejemplo sencillo: los obreros de Marx no lean, pensaban o pintaban, slo producan y se reproducan. Pero hoy sabemos que esta manera de (no) contarlos los hace invisibles, adems de convertirlos en tte-res historiogrficos y metafsicos. Y as, en cuanto alguien se meti en los archivos franceses de los trabajadores, comprob que nunca per-dieron sus capacidades electivas, emotivas y verbales. No eran semi-humanos, protohumanos o prehumanos como, valga la analoga, los

    185 Orillas ciencia.indb 11 21/11/12 12:01:13

  • 12 Antonio Lafuente

    otros constructos polticos de la modernidad, ya sean mujeres o ama-teurs, ya sean indgenas, negros, primitivos o campesinos. Pero es que adems de humanos, con sus manas o flaquezas, el mundo que habi-tamos, entonces y ahora, est lleno de mquinas, protocolos, mapas, colecciones y modelos. Reos de modernidad y en una jaula deslum-brante hecha con las mejores excrecencias de Europa: rimbombantes oratorias, luminosos teoremas, especmenes ancilares, imgenes ma-osas y edificios portentosos. Reos de modernidad, sin embargo, no es lo mismo que contrarios a la modernidad.

    Reos de modernidad implica forzados a sentir y pensar, gestua-lizar y vestir como mandan los cnones. No importa si lo haces por gusto o si te lo imponen por tu bien. El hecho es que son muchos los discursos que convergen alrededor de este proyecto nunca con-cluido y siempre postergado. Por eso tienen razn quienes se resis-ten. Pero el relato de todas las formas de sublevacin no agota la historia. Adems de los proyectos, siempre sobre el papel, hay que hablar de los trayectos, siempre apurados por las contingencias, los humores, los meteoros y, en definitiva, lo imprevisible y lo inefable. Mucha literatura anti y post colonial parece seguir un manual cons-piratorio. As, lo que sucede en las colonias parecera ser fruto de un plan maquiavlico concebido en alguna oscura oficina europea. Desde luego, nunca negaremos que hubo muchos despachos dedica-dos a la tarea de pensar cmo sacar provecho. Y no siempre estuvie-ron ocupados por gente incompetente o despiadada. No es raro que estn habitados por funcionarios cultos y bienintencionados. No es se el caso que aqu queremos discutir. Tampoco el supuesto en el que el poder est ocupado por indignos. Queremos darnos un res-piro y escaparnos a ese potente centro de gravedad que conforman las derivas anticolonial y postcolonial.

    Tambin los legos que habitaban en el lado metropolitano del Im-perio iban a ser reos de modernidad. Muchos, como Feijoo y sus lec-tores, lo fueron con entusiasmo, pues la corriente que impela a los americanos era la misma que arrastraba a los peninsulares. Tambin hubo proyectos de emancipacin para las periferias ms cercanas a la Corte. Quienes han estudiado estas iniciativas han ido evolucionando desde el difusionismo al constructivismo. Los estudios de la cultura ilustrada siempre subrayaban el trnsito desde las grandes cabezas, los grandes autores y las grandes instituciones hasta los pblicos y la plaza. Pocas metforas explican mejor aquella historiografa que la de imaginar un vaso vaco que deba ser colmado. Pero hay otras formas

    185 Orillas ciencia.indb 12 21/11/12 12:01:13

  • Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia 13

    ms sofisticadas de mirar estos procesos detenindose en el hecho in-cuestionable de que, para situar en el espacio pblico un puado de selectos (sujetos u objetos), hay que inventar una masa de indiferen-ciados (vasallos y cosas). As que el erudito y el lego se necesitan mu-tuamente, como tambin las otras dicotomas que pueblan nuestro imaginario. Pues no siempre construimos el entorno desde las tensio-nes naturaleza versus cultura, hecho versus opinin, normal versus patolgico, experimental versus especulativo, erudito versus prctico o, para terminar, pblico versus cortesano. El mundo comenz a ser invadido por los hechos a finales del siglo xvII. Y quien se atreva a de-fender la fuerza de un hecho no tardar mucho en hacer frases que ensamblan, primero con timidez y luego con descaro, instrumentos, cifras, pruebas, errores, valores y polticas. Y en tales narrativas, los pblicos ya no son meros cualesquiera, sino espectadores de un hito civilizador. Su presencia no es irrelevante y cumple una doble fun-cin: ser testigo y, en consecuencia, transformar un sitio vulgar en un santuario que a veces programa algn ritual de la vida experimen-tal. Mostradas as las cosas, es legtima la duda de si los pblicos eran simples marionetas en manos de los cientficos o si, alternativamente, estamos ante la situacin inversa. Dicho con claridad, la pregunta ha desplazado su centro de gravedad y cabe hacerla de otra manera: quin necesitaba entonces ms al otro, los cientficos a sus pblicos o, al contrario, los pblicos a los cientficos?

    Quin hizo ms por la ciencia como empresa social y cognitiva, los pblicos o los cientficos? Todo el mundo admite que sin reyes, sin imperios, sin naciones o sin Estados, nadie sabra decir lo que sera la ciencia. Hoy se predica a los cuatro vientos que sin empresas, sin mercado y sin beneficios tampoco habra investigacin. Por lo tanto, adems de cientficos, la ciencia es una empresa secular que demanda reyes, emprendedores, bancos, patentes, bibliotecas, administrado-res, congresos, tribunales, enfermos, escasez, guerras y un largo etc-tera. Necesita de los pblicos? Suspendamos todava un momento la respuesta. Regresemos al siglo xvIII para intentar imaginar qu te-na entonces la ciencia que ofrecer a la gente: nada o casi nada. No haba mdicos, no haba burocracia, no haba academias, no haba comunicaciones, casi no haba mercado y es discutible que hubiese Estado. Por el contrario, proliferaba una estirpe de catedrticos, ju-ristas, coroneles y prelados cuya formacin estaba anclada al pasado y que, en su conjunto, puede considerarse una casta acomodada, con-formista, reaccionaria y vigilante. As que llevar testigos a las sesiones

    185 Orillas ciencia.indb 13 21/11/12 12:01:13

  • 14 Antonio Lafuente

    de experimentos era comparable a llevar parroquianos al sermn. Se puede decir ms rotundo: nada habran podido los clrigos sin los re-yes (o, ser al revs?), pero para qu valdran los curas sin sus p-blicos? No quiero acabar diciendo nada que incomode a nadie. Por eso slo agregar que la deuda de los cientficos con sus pblicos es inmensa y nunca reconocida. Y ah me quedo, me basta con que la pregunta parezca bien construida y pertinente, aunque slo sea por aquello de hacer justicia.

    Los pblicos tenan que ser seducidos como lo fueron los colo-niales. Seducidos con el canto rfico de la utilidad y el progreso, e in-volucrados en la causa emancipatoria. Estaban siendo colonizados, pero en nombre de la razn y de las leyes naturales. Sacarlos del pozo de los prejuicios en los que vivan era tanto como hacerlos cmpli-ces de una causa jerarquizada, centralizada y polarizada. Pero tam-bin, al menos por unas dcadas, implicaba poner en valor sus cono-cimientos, porque lo que la ciencia moderna viene a decirles es que sus plantas, sus meteoros, sus antepasados, sus tcnicas tienen el ma-yor inters. Son el corazn de una cultura de la que son protagonis-tas. Habr que registrarla con cdigos extraos e importados, pero eso har ms valiosos sus patrimonios. Nadie les llama ignorantes por no saber hablar el lenguaje de la ciencia moderna. Todava son ima-ginados como destinatarios de un saber que les pertenece por dere-cho propio, que nace de ellos y hacia ellos se dirige. Cierto que no son cientficos. Pero, quin es cientfico a mediados del siglo xvIII? Ni siquiera existe la palabra como sustantivo. La mayora de los miem-bros de las sociedades y academias que hay en Europa no viven de la ciencia. Tienen algn empleo civil, eclesistico o militar, y se de-dican a la ciencia por amor al saber. La ciencia todava es un mundo dominado por las culturas y las prcticas amateurs. Quienes tienen galones o portan una patente real para actuar como expedicionario, ingeniero, gegrafo, astrnomo o botnico se sienten superiores, in-vestidos de una autoridad vicaria, pero tambin precaria. Su reputa-cin pende del capricho de la Corte y un golpe de mala fortuna basta para que el prestigio se esfume. No estn por completo a la intempe-rie, pero no debemos exagerar la capacidad de las instituciones aca-dmicas para protegerles. Y adems, cmo herborizar un continente sin el apoyo de muchos agentes annimos, sin la emergencia de los amateurs? Sin hablar de estos detalles, extremo habitual en las histo-rias de la ciencia, se cae prisionero de las retricas coloniales o anti-coloniales. Peor an, se niega el origen mundano del conocimiento y

    185 Orillas ciencia.indb 14 21/11/12 12:01:13

  • Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia 15

    la naturaleza amateur de sus creadores. Y para evitarlo seguramente no nos quedaba otra alternativa que hacer creble una iniciativa inve-rosmil: escribir una historia de la ciencia sin cientficos. O, en otras palabras, darle valor al extremo precario de los procesos de transmi-sin del conocimiento y mostrar su papel en el desarrollo de este em-presa secular que llamamos ciencia. Y los extremos mencionados, los que hemos explorado en este libro son identificados como las colo-nias de legos a este lado del Atlntico y los legos de las colonias en el otro lado del Ocano.

    Los legos de las colonias

    Los primeros captulos del libro tratan sobre el proceso de trans-misin de la ciencia desde las metrpolis a las colonias. Esta sim-ple enunciacin ya es problemtica porque abundan los estudio-sos que querran ver en la Espaa del siglo xvIII una semiperiferia antes que un centro. El matiz es reflexivo y problematiza la rigidez con la que operan los imaginarios basados en la asimetra centro-pe-riferia. Pero se trata de una crtica de muy corto alcance. Tan limitada en sus pretensiones que ni siquiera ha servido para pensar la capaci-dad que tienen los centros para producir periferias, porque explicar otro territorio por su lejana o subsidiariedad obligara a ver las pro-vincias propias con el mismo prejuicio que las tierras trasatlnticas. Quienes han estudiado las expediciones cientficas ilustradas envia-das por la Corte espaola por toda Amrica no han sabido conectar esta iniciativa erudita y recolectora con las otras experiencias tam-bin expedicionarias que simultneamente recorrieron la Pennsula tras sus riquezas (arqueolgicas y artsticas, como tambin minera-les o florsticas) o que fueron enviadas a Europa con misiones que re-corren todo el espectro de intereses que va desde el espionaje indus-trial al viaje de estudios. Y este captulo de nuestro pasado cientfico y cultural urge escribirlo, aunque slo sea porque nos ayudara a en-tender mejor las estrategias metodolgicas que vertebran historiogra-fas basadas en la conviccin de que la circulacin de las ideas emula la de los fluidos, rodando de arriba hacia abajo o alejndose del cen-tro como la ola que provoca la piedra lanzada al agua. El otro pre-juicio que lastra estas historiografas de xito, propias de los aos de la Guerra Fra y armazn conceptual para el Plan Marshall, el New Deal y todos los procesos de modernizacin y descolonizacin, es que

    185 Orillas ciencia.indb 15 21/11/12 12:01:13

  • 16 Antonio Lafuente

    a mayor distancia menor calidad. Ms an, que allende los mares, la cultura y la ciencia tenan un perfil derivado, precario, satlite y mi-mtico. O, en otras palabras, que para buscar originalidad en las res-puestas y audacia en las preguntas no haba que apartarse de las gran-des metrpolis europeas.

    Pero los historiadores espaoles no pudieron encontrar newto-nes en sus archivos patrios. Varias dcadas torturando documentos apenas valieron para otra cosa que sembrar el pasado de predeceso-res. Siempre por delante y nunca reconocidos. As, el mito franquista que apoyaron los tecncratas de ser un pas de inventores se comple-mentaba como el cuerpo al alma con el de ser prdigos en precur-sores. Pero la figura misma del pionero ya es reflexiva, evoca ciertas carencias e invita a pensar en la incapacidad para culminar los pro-cesos iniciados. Un historiador de la ciencia espaol estaba abocado a dos alternativas principales: forzar documentos para que profirie-ran nombres propios o entonar el lamento por los pecados hereda-dos. Los primeros vean una cornucopia de sabios y aportaciones, los segundos un inagotable reguero de polticos ignorantes y corruptos. La edad de oro era el territorio preferido por los optimistas, mientras que la Ilustracin era una sinfona inacabada para los escpticos. Es-cribir sobre la ciencia espaola desde la Ilustracin hacia adelante era un gesto ms poltico que acadmico y su funcin ms catrtica que intelectual. Es como si estuviera en formacin una especie de histo-riografa aplicada al servicio del proyecto siempre postergado de la homologacin definitiva de la cultura y la ciencia en Espaa. A los historiadores les tocaba la misin, nunca explcita y siempre sobre-entendida, de hacer el ajuste final de cuentas con los gestores del pa-sado. Era muy paradjico encontrar al otro lado del Atlntico colegas que vean en Espaa una metrpoli cuando nosotros nos mirbamos como un pas eternamente atrasado que por fin iba a integrarse en Europa, abrir centros internacionales de arte, montar laboratorios competitivos y fundar una oficina independiente de evaluacin de proyectos. Algo no cuadraba. Ms an cuando la etiqueta semiperif-rico pareca describir la doble condicin de ser un yermo para nues-tros vecinos norteos y una cornucopia para nuestros parientes ame-ricanos. Los textos aqu reunidos surgieron en este contexto y son una consecuencia, una alternativa y un intento de resistencia.

    Aceptar que no bamos a encontrar newtones implicaba pregun-tarse entonces cul podra ser la funcin de una historia de la ciencia en lugares donde no hay cientficos de relumbrn, de esos que le po-

    185 Orillas ciencia.indb 16 21/11/12 12:01:13

  • Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia 17

    nen nombre a los teoremas o salvan a la humanidad de alguna plaga. Rebelarse contra la condicin de subalternos fue ms fcil para quien quera construir sus argumentos estudiando casos americanos, pues no slo contaba a su favor con toda la narrativa anticolonial, sino que la crisis latinoamericana de la deuda externa y la pujanza de los de-pendentistas alimentaba expectativas renovadas de un desarrollo me-nos tutelado. En tales circunstancias encontrar un pasado tecno-cien-tfico autctono se convirti en un imperativo moral y, hasta cierto punto, en una prioridad gubernamental. De pronto hubo muchas efemrides que conmemorar y varias agendas polticas de las que los intelectuales fueron cmplices. Algunos nos sumamos a una gastro-noma que gozaba con lo local. No buscbamos en los productos au-tctonos la huella de lo universal, sino que aprendimos a apreciarlos en su singularidad. No nos interesaban las alternativas a la moder-nidad, sino las modernidades alternativas. El mero hecho de poder plantear las cosas en estos trminos era ya muy transgresor. La me-lancola o ingenuidad de quienes slo vean en los actores coloniales plidas rmoras de sus homnimos europeos fue reemplazada por un impulso que cosechaba una parte del aliento activista y el respeto a la ortodoxia acadmica.

    Modernidades alternativas? Exacto: hay ms de un itinerario para recorrer los tiempos sin perder la referencia del destino. De modo que la diferencia poda ser vista como una riqueza nueva, un gesto de resistencia embebido en una prctica cognitiva. Mientras muchos estudios se empeaban en mostrar que los criollos apunta-ban maneras que tarde o temprano les homologaran de europeos, no faltaron aproximaciones ms propositivas que buscaban en lo he-terodoxo lo emergente antes que lo desviado. Se podra decir que este gesto era el que reclamaban los partidarios de la antropologa si-mtrica de la ciencia: una invitacin para aplicar las mismas catego-ras conceptuales en los dos lados de todas las divisorias que usan los historiadores para quebrar el tiempo, pues lo falso siempre se pro-duce en el mismo momento que lo verdadero, como tambin lo anti-guo con lo moderno y, en fin, lo perifrico junto a lo cntrico. Es un truco de prestidigitacin metafsica cuasi perfecto que logra confun-dirnos casi siempre y que consiste en proponer que un hecho sea par-teaguas y luego aliar a cada parte epistemes distintas para reforzar la escisin.

    Sea como fuere, lo cierto es que estudiar la distinta manera de ser diferente era lo valioso. La primera parte de este libro contiene cinco

    185 Orillas ciencia.indb 17 21/11/12 12:01:13

  • 18 Antonio Lafuente

    captulos que enfrentaron el problema de cmo la mera existencia de colonias produjo en la metrpoli una estructura institucional singu-lar que tuvo tambin su correlato epistmico. Es decir que las insti-tuciones cientficas europeas comenzaron a ser eficientes en el pro-ceso de acumulacin, codificacin y redistribucin de datos relativos a la naturaleza americana cuando basaron su organizacin interna en unas formas gerenciales y en unos paradigmas cognitivos especficos. Nunca faltarn los estudios que buscan explorar el legado de Europa en Amrica, como tampoco los menos frecuentes que intentan el ca-mino inverso, apostando a que las colonias slo podan ser gestiona-das si la metrpoli acertaba a desarrollar dispositivos de conocimiento y accin a distancia. Gobernar a miles de kilmetros obligaba a me-ter los territorios en un mapa, las economas en un balance, las plantas en un orden clasificatorio, los cuerpos en su anatoma, las gentes en su raza, los pueblos en su clima y las naciones en su historia. Desde luego no se hizo de forma caprichosa, sino siguiendo protocolos cada vez ms contrastados y eficientes. No discutimos el rigor ni su cosmopoli-tismo, a veces incipiente o controvertido, de todas estas prcticas cog-nitivas, sino que queramos resaltar su despliegue como instrumentos de la poltica imperial. Lo diremos de una forma ms provocadora: el Imperio se convirti en un ensamblaje de objetos cientficos. As, no es que la ciencia se pusiese al servicio del Imperio, cosa por otra parte imposible de discutir, sino que la poltica metropolitana ganaba en efi-ciencia cuando gestionaba asuntos que haban sido previamente dis-cretizados, cualificados, contrastados y movilizados por agentes en-trenados en las prcticas disciplinares caractersticas de la ciencia moderna; es decir que, adems de matemticas, botnica y astrono-ma, estamos pensando tambin en redes de validacin, instrumentos de cmputo, instituciones de reconocimiento y, por ejemplo, premios de estmulo. En fin, hemos dedicado los cinco primeros captulos a la tarea de explicar que la nocin de ciencia imperial es un pleonasmo y no un oxmoron, como tantas veces se defiende.

    Los tres primeros exploran la pertinencia de tres novedosas pro-puestas conceptuales: institucionalizacin metropolitana de la cien-cia, dinmica imperial de la ciencia y tradiciones cientficas expedi-cionarias. Mediante la nocin de institucionalizacin metropolitana defendimos que las instituciones cientficas espaolas de la Ilustra-cin slo comienzan a funcionar cuando se convierten en una espe-cie de agencias gubernamentales que vertebran y estabilizan una red de expedicionarios desplegada por toda Amrica. Tal circunstancia

    185 Orillas ciencia.indb 18 21/11/12 12:01:13

  • Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia 19

    tuvo muchas implicaciones, pero aqu slo nos quedaremos con las dos ms destacadas: la primera es que se trata de organizaciones muy politizadas, con poca vida acadmica en su interior, y la segunda es que sus directivos son fervientes promotores de las matrices (o para-digmas) cognitivas ms abstractas que proliferaron en el siglo xvIII. Y ambas caractersticas se explican porque eran estructuras que, sin menoscabo de la voluntad de saber, estaban obligadas a facilitar la ne-cesidad de gobernar. Hemos dedicado dos captulos a explicar con detalle lo que esto significaba. En ambos casos hemos basado el ar-gumento en el uso e imposicin que la metrpoli hizo de la botnica linneana. Ser linneano y saber de plantas no es lo mismo, pero el Jar-dn Botnico de Madrid y la dinmica imperial de la ciencia ilustrada quisieron que ambas cosas coincidieran. Para el Imperio era cmodo implementar un programa de herborizacin y clasificacin de la flora americana, lo que obligaba a despreciar los conocimientos que no se codificaran correctamente y a considerar el territorio como un tapiz donde estaban pinchadas las plantas, as como tambin a defender que el conocimiento de un fragmento territorial poda generalizarse a toda la comarca, a privilegiar una forma de conocimiento basada en el dibujo de las plantas, a promover jerarquas botnicas entre los re-colectores, los herborizadores y los clasificadores que ninguneaban a los yerberos y, en fin, toda una panoplia de estrategias que ignoraban la importancia de los condicionamientos fitogeogrficos y sociobot-nicos, as como los conocimientos de los nativos y la experiencia lo-cal. Ni el entorno, ni la gente, ni la tradicin de cada lugar parecan importar nada a los botnicos de Su Majestad.

    La dinmica imperial era implacable. No ser linneano inhabili-taba para ciertos cargos o, al menos, fue usado como excusa para de-cantar algn nombramiento contra los intereses de los criollos. La nomenclatura botnica justific una nomenclatura poltica. Y hubo contestacin. No solamente protestaron los criollos por la injusticia que se cometa, sino que lucharon por la mayor fiabilidad de su inte-ligencia. Quienes llegaban de Europa investidos de la doble autori-dad que manaba de un nombramiento real y de un reconocimiento acadmico, vieron cmo se les acus de ser ms especulativos que prcticos y menos experimentales que tericos. Algunos criollos en Nueva Granada, Nuevo Mxico y Per lo manifestaron con todas las palabras, adems de comprobarlo con experimentos inslitos y, ms que un gesto reaccionario o antimoderno, mostraron que las cosas se podan conceptualizar de otra manera y refrendar con otro tipo de

    185 Orillas ciencia.indb 19 21/11/12 12:01:14

  • 20 Antonio Lafuente

    ensayos o diferentes fuentes europeas de autoridad. De poco les va-la tener razn. Ms an, para nada importaba saber, entonces y hoy, quin la tena, pues, como suele ocurrir, ahora y ayer, la verdad siem-pre est muy repartida y las balanzas no siempre se inclinan del lado donde esta el mrito.

    Las colonias de legos

    El mundo de los expertos confina con el de los legos. La lnea que los separa no es natural, sino histrica, aunque tanto se nos recuerda esta distancia que pudiera parecernos con el tiempo una especie de borde geogrfico, una especie de orilla que separa dos mundos dispa-res. Pero la divisin entre los que saben y los que no saben es siempre polmica. Nunca fue obvio cmo segregar a alguien de la masa para suponerle cualidades especiales y, en nuestro caso, conocimientos muy por encima de la media. Ganar crdito nunca fue fcil, y menos an cuando se trataba de una distincin que escinda el mundo entre antiguos y modernos o, si se prefiere, entre magos y experimentalistas o, por poner otros ejemplos pertinentes, entre yerberos y boticarios o entre anticuarios y arquelogos. Durante mucho tiempo, sin em-bargo, esos mundos sin llegar a ser coincidentes tampoco estuvieron enfrentados. La incompatibilidad se hizo patente en el siglo xIx, pues la construccin de la sociedad de masas reclamaba recluir a la in-mensa mayora de la poblacin en la condicin de analfabeto, no slo por lo mucho que ignoraban de todo lo nuevo, sino sobre todo por lo mucho que se les iba a negar que saban de lo viejo. El mundo de los que saben demandaba masas que redimir de todas las carencias que les impedan distinguir lo bello de lo innoble o lo justo de lo inmoral. La segunda parte del libro contiene cinco captulos que tratan de mi-rar de frente estos movimientos de acercamiento, seduccin, descon-fianza, desdn y vuelta a empezar entre la ciencia y sus pblicos. No es una coreografa fcil de seguir porque, contra las apariencias y la opinin comn, no hay una subordinacin automtica de los legos a los sabios ya que, con frecuencia, se han necesitado mutuamente.

    El primer captulo se detiene en el proceso de construccin his-trica del mito de las dos culturas. Defendemos que este desencuen-tro con los cientficos, reconfigurado en el siglo xx como un con-flicto entre las humanidades y las ciencias, tiene races muy antiguas que pueden ser rastreadas en el tiempo como parte de una discordia

    185 Orillas ciencia.indb 20 21/11/12 12:01:14

  • Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia 21

    secu lar entre lo erudito y abstracto frente a lo local y popular. Ya sa-bemos que Snow reconstruy esta tensin civilizatoria esencial para argumentar que nuestras sociedades deban prepararse para ser tu-teladas por cientficos, los nicos actores histricos capaces de con-vertir los problemas en asuntos contrastables, librndonos por fin de tantas y tan cruentas banderas ideolgicas. Los nuevos legos de mediados del siglo xx eran los humanistas, quizs muy sabios, pero demasiado ignorantes de todo cuanto tuviera que ver con los retos energticos, sanitarios, medioambientales y agroalimentarios del mundo. Aunque adoptara esta otra forma, en el fondo la tesis sos-tenida por Snow era expresin del prejuicio que quiere ver algunos humanos imprescindibles para la supervivencia de la humanidad y que es fcil de formular: el mundo slo puede ser redimido por la razn, una tesis que trasladada a nuestra poca atribuira todo el mrito a la tecnocracia. El mundo de ingenieros con el que soaba Snow estaba demandando un ejrcito de predicadores que fueran anunciando la buena nueva de la ciencia y conquistando las mentes ordinarias para la causa del progreso. Las relaciones entre ciencia y sociedad estaban basadas en el modelo del dficit y daban por pro-bado que la divulgacin era el instrumento adecuado para sumar vo-luntades al proyecto de expandir la ciencia hasta convertirla en la cultura vertebradora de las sociedades modernas.

    Las gentes que poblaban nuestras ciudades eran vistas como una masa informe e ignorante y una amenaza para el orden social. Edu-carlos, hacerles comprender el nuevo papel de los expertos y esa no-vedosa deriva cultural, era una tarea necesaria y urgente. Y, desde luego, el uso que se hizo de la palabra educar se separa muy poco del que empleamos para hablar de colonizar, siempre por el bien de los destinatarios y siempre tambin sin contar con su voluntad. Para qu preguntarles, si no saban. Hacer de la gente el lter ego de los que saben fue una operacin poltica de altos vuelos. No siempre, sin embargo, la gente fue convocada para funcionar como un fondo de contraste sobre el que destacan los que saben. En el siglo xvIII las cosas fueron de otra manera y hemos tratado de analizarlo en los ca-ptulos restantes.

    Los textos sobre Voltaire y Buffon estn ntimamente relaciona-dos. El primero describe el proceso y el contexto en el que Voltaire se decidi a escribir un libro para popularizar en Francia, la patria de Descartes, la obra de Newton, el prncipe de la ciencia inglesa. El segundo explora cmo Buffon imagin la posibilidad de una ciencia

    185 Orillas ciencia.indb 21 21/11/12 12:01:14

  • 22 Antonio Lafuente

    de naturaleza popular, nacida de la experiencia ordinaria de la gente comn. La pretensin de Voltaire era liberar a los franceses del cors absolutista colbertiano y ensearles las bondades de la filosofa expe-rimental, un saber que ya no sera refugio para metafsicas abstrusas, sino el fundamento sobre el que se asentaba el espritu librepensador y comercial de los londinenses y los holandeses. Newton entonces parece que fue la excusa para hablar de otra cosa. Tal vez importaba menos la obra que su utilizacin como arma arrojadiza para tratar cuestiones relacionadas con el papel de dios en la naturaleza, la fun-cin de los experimentos pblicos en la construccin del conoci-miento o el significado de las matemticas y leyes universales. Como fuera, el captulo explora cmo se fabric un Newton a la carta que estuviera a la altura y al servicio de las expectativas que los nuevos actores pblicos tenan de la ciencia y sus prcticas. As, el Newton que divulg Voltaire era un experimentalista dedicado a escudriar los fenmenos de la luz y nada tena que ver con su actividad como alquimista o telogo, como tampoco con la figura de un matemtico sublime cuyo textos estaban lejos de ser seguidos por la mayor parte de los acadmicos de la poca. Los pblicos de Newton, acaso los primeros pblicos conscientemente construidos en la historia de la ciencia, parecan diseados para ser cmplices de un cambio cultu-ral. De hecho, algunas conductas de Clairaut, La Condamine, Mau-pertuis, Algarotti y el propio Voltaire, los primeros seguidores del ingls en Pars, recuerdan ms las tcticas de un militante libertino que las del acadmico recluido. Si la visin de Voltaire era correcta, entonces los pblicos que la ciencia necesitaba respondan ms a la figura del correligionario que a la del devoto.

    El captulo sobre Buffon acenta el papel protagonista de los p-blicos en la expansin de la ciencia. La propuesta del naturalista, el autor que ms libros vendi en la Francia del siglo xvIII, parte de una crtica radical a las simplificaciones caractersticas de la menta-lidad clasificatoria de Linneo o legisladora de Newton. Sin duda, te-na mucha importancia que la naturaleza, formada por entes mate-riales o por entes animados, se comportara obedeciendo un puado de leyes universales. Semejante mentalidad avalaba la conviccin de que el orden social tambin deba seguir patrones estandarizados, lo que es tanto como decir que slo poda haber estabilidad all donde se respetasen unas reglas dictadas por alguna autoridad superior. La experiencia ordinaria, sin embargo, prueba a diario que el mundo no sigue un plan o, dicho de forma menos grandilocuente, que prolife-

    185 Orillas ciencia.indb 22 21/11/12 12:01:14

  • Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia 23

    ran una diversidad de entes, procesos y circunstancias que se resis-ten a encajar en un esquema interpretativo nico y simple. Y Buffon, en vez de despreciar lo que todos sabemos, convierte la experiencia, y no la experimentacin, en el motor de su historia natural. Le desa-grada tanto la herencia recibida que invita a sus lectores a cerrar los ojos y a mirar de nuevo como si volvieran a nacer. Es decir que los convoca a una reinvencin de lo pblico hecha sin los prejuicios de la herencia geomtrica o botnica recibida y apostando a que las expe-riencias propias sean los mimbres de una nueva sensibilidad. La His-toria Natural de Buffon es un sensire aude (atrvete a sentir!) que de-vuelve a los franceses la conviccin de que la naturaleza les pertenece por derecho propio. Nada hay en la sensibilidad de un cientfico que no comparta con la del resto de los humanos. Ms an, hasta podra decirse que las elites estn en desventaja, porque lo primero que ten-drn que hacer para ser modernos es desaprender, aprender a olvidar. Los pblicos volterianos eran convocados como cmplices y benefi-ciarios de la cultura por llegar, los buffonianos eran el cuerpo donde tomaba asiento una nueva sensibilidad. Para avanzar en esta lnea de trabajo tambin hemos incluido un captulo sobre Feijoo, el prncipe de los divulgadores espaoles de la Ilustracin.

    Pocos autores se han interesado tanto en sus pblicos como el pa-dre benedictino. Hablar de Feijoo, otro autor de xito del que lle-garon a imprimirse quinientos mil volmenes de sus obras, obliga a tomarse muy en serio el cambio en los hbitos de lectura de los his-panoparlantes de ambos lados del Atlntico. Por supuesto, Feijoo nunca alcanz el aura del Voltaire filsofo ni la del Buffon cientfico, pero pocos escritores ilustrados le ganaron en nmero de lectores o lograron el prestigio literario y moral del autor del Teatro Crtico Universal. Basta con hojear alguno de sus ensayos para entender que su propsito es levantar una cruzada contra la retrica del Barroco, como tambin contra alguno de sus gneros ms populares, entre los cuales estaban el sermn, el pronstico y la llamada literatura de cor-del. Lo novedoso de la estrategia de Feijoo tiene que ver con la im-portancia que asigna a las prcticas experimentales, la obligacin de utilidad que exige a la cultura circulante o la decidida revalorizacin de las formas literarias ms populares. As, para ensanchar el nmero de sus seguidores y avanzar en el combate contra los convencionalis-mos cortesanos y los paladines de la cultura oficial, introdujo nuevos contenidos en los gneros literarios de moda e hizo un esfuerzo ex-tremadamente original para ensear a la gente a distinguir entre los

    185 Orillas ciencia.indb 23 21/11/12 12:01:14

  • 24 Antonio Lafuente

    charlatanes y los experimentadores, como tambin entre la esterili-dad de los viejos virtuosismos filolgicos y las nuevas promesas de provecho comn predicadas por la ciencia moderna. El religioso no era un cientfico por ms que presumiera de tener instrumentos o de leer las Memoires des Trvoux en su celda, pero estaba convencido de que los experimentos no slo abran la puerta a nuevas formas de co-nocer, sino que eran la mejor manera de combatir el pasado. La em-presa crtica de Feijoo tuvo poderosos enemigos, pues eran muchos los mbitos para los que se reclamaban profundas reformas. El grupo de los llamados tertulios encarna todo aquello que para el gallego de-ba ser derrotado. Los ataques ms furibundos fueron para esa casta de sabios renancentistas agrupados en las muy exclusivas y pomposas academias de Corte, dispuestos siempre a rasgarse las vestiduras ante la falta de erudicin filolgica o por los irritantes entusiasmos hacia cualquier novedad venida allende los Pirineos. Los tertulios encar-naban para Feijoo el mundo insoportable del privilegio, la pedante-ra y la banalidad, un mundo que se resista a dejar de marcar los pa-trones del buen gusto y del bien decir. Criticar el boato o predicar lo ubrrimo, defender lo prctico y apostar por la irona, deplorar que la cultura nazca del rigor inflexible y coquetear con la sospecha de que su raz sea popular, divertida y utilitaria, eran el andamiaje de una nueva cultura cuya viabilidad era directamente proporcional a la ex-pansin de esos nuevos lectores que buscan en el Teatro Crtico y las Cartas Eruditas una referencia y una gua. La empresa de populari-zacin de la ciencia no slo requera nuevas ideas capaces de resonar con lo que interesaba a la gente o nuevas formas de comunicarlo, sino tambin otros espacios donde materializarse. Y ninguno ms impac-tante que la ciudad misma.

    Hablar de los pblicos abstractos siempre es ms sencillo que se-guirlos por los lugares donde se hacen presentes. Y, desde luego, pen-samos en gentes seducidas por los cambios que se estaban produ-ciendo a su alrededor. Un entorno que obviamente era menos libresco que urbano. La ciudad pasa a ser un actor histrico y un teatro donde surgen todos los das nuevos espacios de sociabilidad. Lugares pensa-dos para el encuentro ocasional, como los nuevos bulevares y avenidas arboladas que surcan la ciudad, pero tambin sitios abiertos y sanea-dos de extraa identidad. La nueva ciudad tiene mucho que ver con la nueva ciencia, pues no slo se abordan proyectos de ensanche y sa-neamiento urbano, sino que algunos edificios se fabrican para conte-ner museos, gabinetes y jardines. Los hospitales dejan de ser lugares

    185 Orillas ciencia.indb 24 21/11/12 12:01:14

  • Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia 25

    de beneficencia en donde los enfermos iban a morir y se convierten en espacios de curacin que predican la nueva alianza entre munificencia real, ciencia moderna y espacio urbano. Ningn espectculo predica mejor los tiempos que corren que el nuevo aire que respira la ciudad, pues no slo fueron suprimidos los pestilentes olores que la intoxica-ban, sino que su traza se expandi por los nuevos medios (museos, salones y peridicos) hasta alcanzar las curiosidades y artificios pu-blicitados procedentes de todos los confines del planeta y de la imagi-nacin. El espacio pblico se hizo movilizando un haz de experiencias e informaciones que hibridaban el exotismo de los relatos de viajes americanos con el traslado de los basureros que agobiaban la Corte o la reforma del sistema de canalizacin de aguas muertas, como tam-bin aparecieron en tales ensamblajes los cuernos de narval y los mi-croscopios ingleses, mezclados con las mquinas de tejer, los penachos indgenas, los ascensos en globo, los teatros anatmicos o el vagar por jardines. En el espacio pblico haba gente que por primera vez po-da acceder a bienes cuya excepcionalidad tena menos que ver con la exclusividad de la pieza mostrada que con la nueva forma de valorar ciertos objetos que hasta entonces eran ordinarios (minerales, huesos, plantas) o populares (arados, artesanas, tejidos).

    La amistad en la ciencia

    Publicar este libro ha sido una gran alegra porque me ha permi-tido evocar los placeres de la amistad. Casi todos los textos los he es-crito con amigos y as cada problema abordado, y muchas veces cada lnea, me remite a una experiencia compartida: intensa, porque los intelectuales suelen tomarse en serio los comercios con palabras, y emotiva, porque los pequeos hallazgos que contengan estas pgi-nas son fruto del afecto. El gnero literario con el que se empaquetan las ideas acadmicas tiene muchas reglas de obligado cumplimiento y entre ellas la recomendacin de que el escritor debe ocultarse tras una prosa de apariencia impersonal. Los cientficos, incluidos los que dicen practicar las ciencias humanas y sociales, siguen adeptos a la conviccin, para muchos impostura, de escribir como si la natura-leza hablara por s misma y slo necesitara una pluma que registrara el dictado de los hechos. Esto sucede, a veces con un fanatismo pro-pio de otras pocas, aun cuando llevemos ya ms de un siglo sospe-chando y documentando que los discursos sobre el afuera o lo otro,

    185 Orillas ciencia.indb 25 21/11/12 12:01:14

  • 26 Antonio Lafuente

    ms que una descripcin funcionan como una prescripcin. No se cules son las ventajas de tal proceder, salvo las ms obvias como, por ejemplo, disimular su contribucin a los procesos de racializa-cin del mundo o de discriminacin por razones de gnero, clase, cultura o de memoria. Entiendo una economa poltica del conoci-miento que limite los efluvios eufricos o fbicos, pero es ms difcil comprender por qu deben ocultarse las relaciones emocionales que vinculan las ideas a las personas, cuando luego se invierten tantos re-cursos para reconstruir los rboles de dependencias, reconocimien-tos e impacto en el mundo cientfico. Creo que ganaramos mucho si se fomentara entre los autores una declaracin de afectos intelectua-les, tal como hoy se exige a los investigadores que hagan una de inte-reses. Los vnculos comerciales (en la economa de mercado) ayudan a entender la ciencia tanto como podran hacerlo los nexos emocio-nales (en la economa del don).

    La colaboracin existe. En mi caso, la colaboracin es el eje de mi vida intelectual. Todo lo que pueda haber aportado es fruto de una conversacin abierta y a veces ininterrumpida durante aos. El re-sultado no se puede medir slo con publicaciones pero andando el tiempo sos son sus efectos ms visibles y duraderos. Y al hablar de los papers es inevitable detenerse en alguno de los monstruos de la cien-cia. La autoritis es uno de los ms insidiosos y amenazantes. El sistema obliga a ganarse el crdito mediante publicaciones y eso convierte la publicacionitis en otra enfermedad de difcil cura y de efectos devasta-dores. La hipertrofia de la funcin autorial que est en la base de tan-tos abusos en la dinmica expansiva de los derechos de propiedad inte-lectual, tambin tiene su responsabilidad en la crisis de los modelos de gestin y produccin colaborativa del conocimiento. No hay, no hubo, no habr ciencia sin colaboracin. El desarrollo de la empresa cient-fica est asociado a la eliminacin de fronteras que restringan el libre fluir de las ideas. A m me gusta el concepto de rivalidades cooperati-vas para describir el ensamblaje de prcticas que estn en el origen de la ciencia moderna. No quiero, sin embargo, desviar la atencin ha-cia las dimensiones sociales de la colaboracin, sino permanecer ms atento a las escalas personales. Compartir ideas con alguien y partici-par en un proceso de exploracin abierta de las conexiones ms radi-cales, sutiles o estrambticas que siempre aparecen es un placer indes-criptible. Hay pocas cosas comparables: las ideas parecen fabricarse con gestos, miradas, disposiciones y no slo de palabras escritas. La pa-labra dicha recorre todo el espectro de emociones que va desde lo n-

    185 Orillas ciencia.indb 26 21/11/12 12:01:14

  • Los confines de la representacin: colonias y legos de la ciencia 27

    timo hasta lo discursivo. Pensar con otros y en voz alta implica movili-zar todo el cuerpo y no slo el cerebro. La comunicacin, contra lo que sostienen los magnates de los media, no opera como mero intercambio de informacin, sino que nace del malentendido y el esfuerzo para sos-tener viva la diferencia y el disenso. Pero junto a las bondades, tambin surge el monstruo de la colaboracin: el plagio. La duda sobre quin tiene la autora de una idea y el mayor mrito en la publicacin es una amenaza traidora, viscosa y a veces irreparable. Quien ha escrito gran parte de su obra en colaboracin con otros ha tenido que pensar mu-chas veces en este asunto, como tambin ha tenido que sentir cercana la presencia intrigante de este fantasma inesperado. No tengo una idea definitiva sobre cmo proceder. Estoy convencido de que escribir con otros es algo exquisito y tambin de que no todo el mundo puede con-vivir con los monstruos de la colaboracin. En mi caso las cosas estn claras: los coautores con los que he firmado artculos no estn por de-trs en mritos y todos han sido mis maestros de muchas maneras dife-rentes. El sistema que hemos construido de evaluacin no sabe qu ha-cer con una declaracin como la presente, porque est inspirado en un modelo de sociedad que necesita perdedores, segundones, diletantes e incapacitados. Necesita jerarquizar y promueve modelos de evaluacin ciegos a la realidad y sordos para este tipo de confesiones.

    Lo dir otra vez: los que firmamos los captulos de este libro com-partimos todos los mritos por igual y, por si no qued claro antes, son mis maestros y a ellos atribuyo con orgullo gran parte del mrito de lo que se y todo lo que aprend con placer sobre las dos orillas de la cien-cia. Voy entonces a citar a mis maestros cercanos. Lo har por orden alfabtico y as reconocer algn mrito a los sistemas formales de ges-tin de la informacin: Leoncio Lpez-Ocn, Jos Sala Catal, Javier Moscoso, Juan Pimentel, Tiago Saraiva, Jos de la Sota, Nuria Val-verde y Jaime Vilchis. Al ver sus nombres juntos, aqu reunidos, me im-presiona la nmina de personas sabias con las que he tenido el honor y la alegra de trabajar. Si hubiera podido ampliar el nmero de pgi-nas de este libro habra incluido uno de los muchos textos que escrib con Jos L. Peset. Tambin me habra encantado compartir esta fiesta con Luis C. Arboleda y con Eduardo Estrella. Todava me quedan ms amistades que recordar: Paloma Calle, Maite Barrera y Andoni Alonso han ledo el contenido con una minuciosidad y un cario impagables. Me han hecho mil sugerencias y me han convencido de que el libro mereca publicarse. Para todos tengo una sonrisa y a todos quisiera en-viarles una vez ms un abrazo fraternal. Gracias amigos.

    185 Orillas ciencia.indb 27 21/11/12 12:01:14

    dos_orillas_cubiertaPginas desde Orillas ciencia.pdf