LAS DONCELLAS DE COATLICUE

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Otra novela inédita del escritor mexicano Jaime Falcón

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LAS DONCELLAS DE COATLICUE

POR JAIME FALCON

El sentido del mundo Debe encontrarse fuera del mundo

En el mundo todo es como es Y todo sucede como debe de suceder

-LUDWIG WITTGENSTEIN

A ISABELLA MAGDALENA A VENDELA LOVISA

Copyright Jaime Falcón, 2007

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El paraíso hecho de olvido

Jorge Luis Borges

Después de cuarenta y dos años, Ernesto Covadonga había retornado al lugar donde había nacido. Setenta años antes, existía allí una población pequeña que no excedía los dos mil habitantes. Miles de años atrás, culturas provenientes de distintas y lejanas partes del mundo se habían reunido en el mismo misterioso lugar para vivir en paz y compartir lo que la sabiduría siempre comparte: la conversación, los alimentos, el amor, la amistad, el trabajo enfrentando las incógnitas escondidas en el arte, la invención, el quehacer físico y el juego misterioso heredado de la eternidad para diluir los desastrosos e inmisericordes debates del tiempo. En la mente de Ernesto Covadonga todo el pasado se concentraba en unos instantes que, menos difusos, retornaban de pronto con fuerzas insospechadas y se negaban a morir, tomando una clara y nítida presencia que descendía lentamente sobre la superficie de un espejo imaginario y se reflejaba igual que una imagen fresca e indestructible. Al abandonar el aeropuerto, Ernesto toma un taxi y se dirige al hotel de su amigo Gorostiza en Coatzacoalcos. Ernesto duerme todo el resto del día. En la noche, serian quizás las ocho, baja al bar a tomarse un whisky. Después de pensar que hacer, toma su celular y marca el número de su amigo Alejandro Portinari. Los dos acuerdan encontrarse al día siguiente en el bar del hotel donde él está hospedado. La amistad entre ellos se extiende más allá de los sesenta años. Alejandro Portinari es uno de sus amigos más viejos y se gana la vida como investigador privado. A la mañana siguiente, Alejandro llega puntual a la cita.

¡Ernesto Covadonga, hace tantos años! ¿Cuales son esos vientos que te arrojan por tus tierras?

Ernesto y Alejandro se funden en un abrazo prolongado. Alejandro descubre, en ese mismo instante, que la amistad entre ellos no ha sufrido el menor deterioro. Ernesto llega al mismo hallazgo. ¡Estas igual, cabrón!, le dice Ernesto, observando las arrugas del rostro de Alejandro. Mirándole a los ojos Ernesto le dice:

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- Quiero que me investigues el paradero de Edna Duarte y, no solo eso, sino quiero que me investigues también toda la vida de Edna; lo que ha hecho, con quien ha vivido, en que lugares ha estado; ¡investígame de ella hasta lo que no ha hecho! ¡Esto es muy importante para mi Alejandro!, le dice Ernesto y con el dedo índice de la mano derecha, moviéndolo en señal de inquietud, le golpea suavemente en el vientre.

Alejandro pensaba que Ernesto no le había dado ningún margen. ¿Ernesto en busca de Edna Duarte? Por qué hoy?, habían pasado tantos años. Alejandro no quiso perderse y diluirse en una turba de pensamientos diseminados buscando un lugar cualquiera para expresarse; de manera que ahora, a partir de ese mismo momento, puso toda su atención en Ernesto.

¿Y tú como estás? La última vez que hablamos fue por teléfono, un poco más de una hora si recuerdo bien. Me da un gran gusto encontrarte de nuevo; Ernesto!, exclama Portinari.

Bajaron dos cuadras hacia el malecón que bordeaba todas las formas sinuosas que el río tomaba antes de desembocar en las quietas aguas del Golfo.

Edna Duarte había llegado a Coatzacoalcos cuando había cumplido los siete años de edad, justamente unos días antes de que las lecciones del primer grado empezaran. Ernesto recuerda el choque de la impresión que le había causado verla como si los hechos hubieran sucedido ahora mismo: Edna Duarte, con todo su cuerpecito tierno y temeroso, esta ante él y ella lucha por abrirse paso entre los grupos de novicios que, con todas las expectaciones reflejadas en sus rostros y en sus movimientos, liberan sus primeras batallas con los sucesos que nadie esta en condición ni de controlar ni de predecir. La mirada de Ernesto está clavada en los ojos oscuros e impenetrables de Edna. El encuentro de sus miradas detiene al tiempo y los dos creen alcanzar leer lo que transcurre en el instante congelado. Son décadas, siglos, miles de años, los que se deslizan rápidamente por sus universos internos y ellos están seguros de encontrarse en el lugar convenido.

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Ernesto y Edna saben que eso es un encuentro. Si la vida lo ha llevado hacia ese lugar ese día siete de agosto, a las siete de la mañana, - Edna es la visión de sus sueños - (ella llevaba un cuaderno con el numero siete grabado en sus guardas), es por una razón que allí mismo los hechos revividos rebasaban todas las expectativas jamás sospechadas. Edna había hundido la fragilidad de sus oscuros ojos en la claridad azul-verdosa de los ojos de Ernesto. Los dos se habían leído uno al otro. Si Edna hubiese dudado algún segundo solamente, la inquietante perturbación de ese instante hubiera desaparecido como cuando la parte conocida de los acontecimientos se repite una y otra vez hasta que, por una descarga única de luz, el instante deviene otro y los caídos en su red se transforman en otros y el instante mismo es simplemente otro y la versátil y poderosa fuerza del tiempo no es la misma que la del tiempo que tratamos de retener en nuestros cálculos lógicos cuando todavía mantenemos cierto ligero control sobre lo que denominamos la realidad. Por el lado de Ernesto, las cosas habían sido misteriosamente trascendidas desde el instante mismo de su aparición. Ernesto pensó que nada de eso tenia que ver con el tiempo, sino con aquello que constriñe al tiempo para, de alguna forma, despojarle de sus efectos devastadores. Lo que mas le atraía de todo esto era la figura exacta de Edna que de la nada, había tomado forma y también había, por su sola presencia, disminuido la importancia de las otras imágenes cercanas a ella. Sueños cercanos a nosotros, se corrigió. La verdad de todo es que ellos dos estaban adheridos a una especie de realidad que no poseía ningún tipo de conexiones con la realidad que los demás estaban viviendo. Los otros no estaban allí con ellos, se había atrevido Edna a pensar y Ernesto, mas preciso todavía que ella, se dijo que los otros no habrían tenido la misma posibilidad de existir si ellos, nosotros, Edna y él, no estuvieran fundidos en ese instante disolvente de la vida, ¡Dios!, se dijo a si mismo Ernesto y lo repitió muchas veces. Los dos entraron juntos a la sala de lecciones. Edna había avanzado primero y Ernesto le había seguido igual que un dócil acompañante que se sabe de pronto prisionero de aquello que esta oculto pero que aun de esta manera rige de todas formas las voluntades involucradas.

Todos esos recuerdos llegaron a la mente de Ernesto con la velocidad de un deseo lanzado a la eternidad para disolverse en ella y, algunos

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instantes después, se fueron escurriendo en los orificios aparentemente arbitrarios que el tiempo erige matemáticamente para parecer menos penetrante y darle a sus victimas un poco mas de respiro o de concentración; es decir, una tabla de ayuda para cruzar los precipicios que se encuentran debajo, dentro o por encima de las experiencias ajenas a la realidad.

El amigo Portinari convino con Ernesto en que el estaba obligado el mismo día, si eso fuera posible, a trasladarse a México City, el escenario de los grandes acontecimientos. Portinari creía que desde la región mas transparente, desde esas avenidas de apariencia eterna donde muchas víctimas y recolectores de historias habían arrastrado sus cuerpos y sus almas con pasos titubeantes y llevando todas sus casi extintas obras en sus lenguas y en sus gargantas tratando de aferrarse a lo que fuera para tratar de darle algún valor a los hechos vividos y relatados, desde allí, desde esa visión alucinante habría que partir. Desde ese lugar habría que seguir la marcha de la mayor parte de los acontecimientos por venir. ¡Desde el ombligo de ese lugar tendremos que revivirlo todo, Ernesto!, exclamo Portinari, mas alegre que borracho. Ernesto y Portinari bebieron el contenido de los vasos e inmediatamente los volvieron a llenar de whisky. Se habrían tomado esa noche casi una botella de escocés, pero estaban muy claros de la cabeza. Ernesto subió a su habitación; antes de tirarse a la cama se cepillaría los dientes y tomaría una cortísima ducha. Portinari pensó, estaría seguramente casi por llegar a su casa. La verdad es que Portinari, en esos mismos instantes, estaba llegando a su casa. Portinari abrió su maleta negra y escogió tres trajes, cinco pares de calcetines, tres corbatas, cinco camisas blancas, cinco calzoncillos, un par de guantes y un abrigo negro; también tomó tres pares de zapatos: un par color negro, un par color café y un par Björn Borg blancos, con los cuales él se lanzaba a largas caminatas cuando quería pensar en problemas específicos y todas sus posibles e imposibles soluciones. Lo primero que haría al día siguiente sería comprar un boleto ida- vuelta de avión para México City, la gran puta, como Ernesto denominaba a la ciudad donde algunas solitarias virtudes vivían obstinadamente cercadas por las mandíbulas hambrientas de todos los pecados sueltos. Portinari no podría nunca dejar de reconocer que la

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aguda mente de Ernesto penetraba – sobre todo cuando el observaba las cosas con esa voluntad que estaba muy por encima de los demás seres – hasta la sustancia original de los problemas en un pequeño momento de pausa. Uno o dos minutos, para él, requerían dos o tres horas para los demás; y en la palabra “demás” debería incluirse a los más hábiles pensadores cercanos a su reducidísimo círculo de hermanos de la literatura y la imaginación. Los amigos de Ernesto y Portinari vivían viajando constantemente de un sitio a otro del planeta, lo mismo que ellos mismos. Los objetivos de Ernesto estaban, por lo demás, concentrados en Europa y las excursiones de Portinari (los viajes de Portinari eran cortos) se reducían a las capitales de los países de América del Sur solamente. Portinari no había hecho ningún viaje a Europa en los últimos diez años, salvo el último viaje - hoy se cumplían diez meses – a Venezia. El día siguiente llegó y Portinari tomó el avión hacia México City y se hospedó en un hotel de la calle Génova desde donde el dirigiría los epígrafes del problema “Edna Duarte”. Los dados habían sido lanzados por una mano invisible pero, al mismo tiempo, determinante. No existían rostros detrás de los hechos y los acontecimientos, sino solo ordenes lanzadas al aire por la persistente voluntad de Ernesto Covadonga para que las cosas que alguna vez pasaran fueran reveladas y las cosas reveladas fueran disueltas en la atmósfera donde el perdón se mueve y los errores desaparecieran para siempre y nunca volvieran a ser recordados.

Alejandro Portinari sabía que Edna Duarte se había casado con un buen amigo de ellos: Federico Gómez de la Serna. El matrimonio de ellos se había diluido a las pocas semanas. Federico había permanecido con ella - durante la luna de miel en Acapulco – en la suite, solo algunas horas. Para acercarse a la medula del problema Portinari trató de conseguir una cita con Federico. De esa manera, Portinari se enteraría seguramente de lo que habría sido la verdad. Federico, desgraciadamente, había partido para cualquier parte y nadie sabía donde se encontraba. No había persona, en su oficina, que supiera sobre su posible regreso. Portinari se vio entonces obligado a cambiar sus planes. Victoria Duarte, la hermana de Edna, vivía con el general Santiago Montenegro, padre de Gloria Montenegro, a su vez amiga muy íntima de Edna. Atreverse llegar a las cercanías del general era una empresa bastante arriesgada que habría que evitar a

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cualquier costo. Portinari pensó entonces en Javier Calderón, a quien las malas lenguas señalaban como el amante en turno de Edna. Portinari rompió el cordón por la parte más débil y se decidió por contactar al pintor y arquitecto Calderón, pero Javier Calderón había obtenido el puesto de agregado cultural en la Embajada Mexicana en Washington. Por razones de orden cultural, Javier Calderón operaba en New York. Esa misma tarde Portinari habló con Ernesto y los dos acordaron partir hacia New York la semana siguiente. Ernesto y Portinari, en tiempos pasados, habían pertenecido al mismo grupo cultural que Javier Calderón. En sus fiestas y reuniones en México City, solían leerse piezas de teatro, poesía, relatos, capítulos enteros de novelas que nunca vieron la luz de la impresión. Ellos tendrían, por lo menos, dos o tres años de no encontrarse y hablar entre ellos. Ernesto, Portinari y Javier habían sido siempre amigos. Portinari se encargó de llamar a la Embajada Mexicana en Washington y desde allí le habían informado que la oficina del agregado cultural Calderón había sido trasladada a New York. Portinari recibió incluso hasta el número del celular de Javier y entonces habló con él detalladamente del asunto. Javier les estaría esperando en algún bar del aeropuerto John F. Kennedy cuando ellos llegaran.

La madre de Edna Duarte, Estela Ducasse, provenía de una familia venida a menos. Su influencia francesa, hasta en sus mínimas expresiones, se revelaba en la educación que Edna y Victoria recibían en la casa familiar: lo fundamental, allí, era pensar, hablar, escribir, comer, vestirse, desvestirse, dormir, soñar y comportarse en francés. Estela Ducasse pensaba que si sus hijas mantenían en alto la bandera de la reivindicación, tarde o temprano regresarían a ese enaltecido y luminoso pasado que en un momento de la vida se les había extraviado y las había dejado en manos del desamparo. El marido de Estela, Miguel Duarte Agramonte, se había juntado con Estela con la descabellada idea de formar un grupo familiar que tuviera conexiones con la realeza mexicana, o lo que de ella existiera o fuera tangible y verdadero y él tuviera, así, posibilidades de ascender como un triunfador al escenario de los acontecimientos. Con el paso del tiempo, Miguel fue descubriendo que las familias consideradas de linaje, la gran mayoría, habían comprado los documentos que las acreditaban, desde esa reaccionaria mentira, como familias pertenecientes a la

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realeza mexicana: una mentira de cabo a rabo, evidentemente. Pero Miguel seguía creyendo que ellos serían, por siempre, o franceses- mexicanos o mexicanos-franceses. La verdad es que todas estas pretensiones habían sido inventadas en las borracheras extravagantes que Miguel organizaba todos los fines de semana en compañía de sus amigos del momento. Las cosas se iban realizando, de acuerdo a lo que él pensaba, poco a poco. Lo que habría que hacer primero era procurarse amigos que le ayudaran en la tarea; después, el camino hacia el éxito quedaría prácticamente abierto. Las fiestas que Miguel Duarte Agramonte solía hacer en casa estaban muy bien condimentadas con toda clase de mentiras, chismes, traiciones, charlas, rumores de mala esencia y pequeños y grandes robos y desavenencias. Miguel devino un hamponcete y poco a poco fue perdiendo el brillo que le había caracterizado al principio como alguien simpático con quien cualquier persona hubiera deseado compartir los momentos libres. Esto sucedió cuando la familia Duarte- Ducasse residía en Chilpancingo, en el estado de Guerrero. Cuando estaba ante sus amigos, Miguel Duarte Agramonte solía relatarles que el héroe de la independencia, José Maria Morelos y Pavón, había redactado el Acta Primaria de la Independencia en Chilpancingo. Un familiar mío sorprendió a los miembros de la Junta que habían redactado el Acta y los apresó y los encarceló. El héroe Morelos y Pavón termino sus últimos días en manos de mi ilustre familiar, solía repetir incansablemente Miguel Duarte Agramonte y se ufanaba de ello para recibir el aplauso unánime de sus compinches. Miguel Duarte Agramonte había sido tomado con las manos en la masa. Como gerente general de la compañía dedicada al comercio de la plata, él tenía siempre posibilidades de hacer viajes hacia México City y hacia Taxco y Acapulco. Cada tres meses viajaba hacia los Estados Unidos, Canada y Europa. Las ventas entonces eran mayores. Un sábado caluroso del mes de julio, Miguel Duarte Agramonte fue sacado de su residencia por policías federales. Miguel había sustraído de la cuenta de la compañía en el banco millones de dólares y se había dilapidado todo el dinero en una gira permanente y fiestas con putas profesionales y visitas diarias al casino Monte Carlo en Mónaco. La gravedad de todo, es que él había sido apresado con varios kilos de cocaína en la residencia que alquilaba. Desde ese momento, la familia Duarte-Ducasse se vino lo que se dice abajo. A cambio de entregar el

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dinero que Miguel había robado, un juez federal le prometió la libertad. A Miguel no le había quedado mas alternativa que entregar lo que le quedaba - ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón - y borrarse del mapa social para siempre. Cuando la familia Duarte- Ducasse llego a Coatzacoalcos, no tenía nada que llevarse a la boca. Pero como siempre pasa, Miguel nació hampon con un poquillo de suerte, la iglesia y el padre Francisco, que verdaderamente era una gran alma de Dios, intercedieron por la familia y le consiguieron a Miguel un trabajo en la compañía de Petróleos Mexicanos, donde el sindicato corrupto le concedió una plaza de planta a cambio de que Miguel les entregara el cincuenta por ciento de su salario durante los primeros tres meses, el treinta por ciento los siguientes tres meses y después quedaría exonerado de pago alguno, pero con la promesa de votar siempre por ellos y de entregarles su fidelidad de por vida. Así sucedieron estas cosas, se los juro, solía repetir Estela Ducasse y las pocas amigas que ya había hecho se quedaban dudando de las afirmaciones de Estela. Un día cualquiera, Estela no tiene ni el recuerdo, Miguel Duarte Agramonte desapareció y nadie, jamás de los jamases, pudo rendir cuenta de su paradero. Unos decían que la policía lo había matado por ladrón; otros, los más benévolos, hicieron circular una historia menos rigurosa: Miguel se había largado y había abandonado a su familia porque ya estaba simplemente cansado de jugar el papel de proveedor. La verdad es que Miguel se había ido tras unas nalgas que le habían ofrecido lo que la pobre Estela no estaba en condiciones de dar. Victoria, la hermana mayor de Edna Duarte, sabía que su padre, aunque su madre se negara aceptarlo, se había ido con una mujer sadista que encabezaba a un grupo de payasos masoquistas del circo “El trapecio”que había pasado por Coatzacoalcos. Disfrazado tras la máscara de colores Miguel se había sustraído del mundo para desaparecer en el anonimato de las giras y las risas arrancadas de la miserable asistencia, pues el público era siempre escaso. Mi padre Miguel Duarte Agramonte devino un clown desquiciado y esa es la pura verdad, dijo Victoria y no volvió nunca a mencionar su nombre delante de nadie. Estela Ducasse, muy poco tiempo después, murió de la enfermedad llamada tristeza y Edna y Victoria se vieron obligadas a refugiarse en lo de Gloria Montenegro, la hija del general Montenegro. Gloria y Edna, se convirtieron en grandes amigas desde el primer año de la escuela primaria y no se volvieron a separar sino

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muchos años después. Al principio, Victoria era la voz de sus conciencias, pero después, con el transcurso del tiempo, cuando las cosas se fueron complicando y todo se fue convirtiendo en un caos irresoluto, Victoria fue perdiendo su influencia y ni Gloria ni Edna volvieron acudir a ella para pedirle sus consejos. El general Montenegro, por su parte, se fue apoderando de los movimientos, de los pensamientos y de toda la vida de Victoria. Victoria se convirtió en la puta preferida de Montenegro, pero el general no se metió con su hija Gloria ni con Edna Duarte Ducasse. Eso si, Victoria fue transformada en una especie de soberana subrepticia de quien todos sus deseos y caprichos eran inmediatamente cumplidos al instante.

Portinari había partido para New York antes que Ernesto. Javier Calderón, como habían quedado de acuerdo, le estaba esperando en el aeropuerto John F. Kennedy. Ellos sabían que Ernesto llegaría después. Javier había logrado que un amigo de un amigo le hubiera podido conseguir un piso en la quinta avenida y la vigésima tercera calle. El edificio, “Flatiron Building”, había pasado a formar parte de la cultura visual de todo estudiante, aficionado o diletante de Arquitectura, del mundo fílmico o específicamente del mundo del Arte. Casi todos saben, le dijo Javier, que la plancha, este edificio triangular, fue diseñado por el arquitecto Daniel Burnham. Muchos artistas y fotógrafos han querido siempre encontrar una fuente de inspiración en los adornos emparentados con el renacimiento italiano que cubren al edificio. ¡Aquí vivo yo, Portinari, de este lugar solo me sacan muerto!, le gritó Javier cuando estaba introduciendo la llave en la cerradura. Esa noche, Javier y Portinari se enfrascaron en una especie de lucha cultural donde el intercambio de ideas y conocimientos los obligó a trasladarse a muchos sitios del mundo; por lo menos a las ciudades preferidas de los artistas. Javier, que había empezado a viajar antes de entrar a la adolescencia y Portinari, que había usado los textos para llegar a los sitios que la imaginación concede a sus súbditos, iniciaron una excursión que los introdujo, primero que nada en Venezia. Siglos de información sobre la existencia de sitios, pequeñas historias y anécdotas, cafés, trattorias, hoteles, leyendas, restaurantes, bares. La Piazza San Marco, por supuesto, ocupó el lugar remarcable. Esa noche, los dos discutieron sobre el vino, los spaghetti, la polenta, el espresso, el capuchino, el

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pescado, la carne, las salsas y las verduras y frutas. Javier discurrió sobre la introducción del café en Venezia en el siglo XVI y el año en que los venezianos habían abierto las primeras cafeterías en la Piazza San Marco y después le explicó, con lujos de detalles, las fechas de inauguración de dos de los lugares, muy famosos, de la Piazza San Marco: el café Florian y el café Quadri.

Javier le propuso a Portinari el juego basado en los conocimientos superficiales o profundos, muy conocidos o desconocidos de New York y de Venezia.

¿Qué es lo que tu sabes de Venezia?, le pregunto Javier a Portinari.

Portinari respondió como un rayo.

- Venezia tiene 118 islas.

El turno de preguntar es ahora de Portinari.

- Dime algunas cosas interesantes sobre Estados Unidos y sobre New York, Javier.

Y Javier dijo:

- En New York viven, ilegalmente, más de un millón y medio de personas. Todas trabajan pero no tienen ningún tipo de papeles legales para hacerlo. Los habitantes que hablan español se reproducen a una velocidad insospechada y crecen sin control ni medida. Veinte millones de norteamericanos pobres se despiertan con hambre cada día. Veinte por ciento de los newyorkinos están vinculados a la asistencia económica social del estado. Sesenta mil personas viven en calles, parques, casas derruidas, túneles, estaciones de trenes, cloacas y vehículos abandonados. Todos los que no pagan el alquiler de sus casas y pisos son echados a la calle. De seis a siete personas son asesinadas cada día, sostienen las cifras oficiales. Diariamente se cometen de dieciocho a diecinueve mil delitos de todo tipo. El sucio negocio de la cocaína se calcula en ciento veinte mil millones de dólares al año. La mayoría de las cárceles en Estados Unidos están

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sobre saturadas de prisioneros. Cada año son robados más de cien mil vehículos. Arriba de cuarenta mil personas son sentenciadas por asalto a mano armada y robo. Doscientas mil personas deberían estar en las cárceles. En N.Y. se cometen cincuenta mil robos cada año. Los delincuentes que han sido puestos en libertad bajo fianza cometen uno de cada cuatro hechos de violencia. Treinta y siete mil policías se encargan de la seguridad de la ciudad. Doce millones de niños, en todo Estados Unidos, viven en una constante pobreza y sufren los estragos del hambre. El poder militar de Estados Unidos se encuentra estratégicamente situado en ciento cuarenta naciones.

- Iluminame, Javier!, le grito Portinari.

Y Javier continuó:

- En el año 1702, Lord Combury que es travesti, es nombrado gobernador de Manhattan. Lord Combury se paseaba vestido de mujer por los elegantes salones y contoneaba su cuerpo al ritmo de las aspiraciones femeninas que saturaban el ambiente mientras atendía sus despachos. Desde los primeros habitantes de Manhattan, los indígenas algonkin, la isla ha sido escenario y teatro de un contrastado grupo de artistas y atletas profesionales fuera de todo lo común: Marilyn Monroe, Mina Loy, Marcel Duchamp, Man Ray, Arthur Cravan, Francis Picabia, Henry Dreyfuss, Bob Dylan, Talking Heads, De Kooning, Charles Eames, Ruben Blades, Eugene O´Neill, Ramones, Mark Rothko, Norman Mailer, Michael Graves, Martin Scorsese, John Cassavetes, Jack Kerouac, Dizzie Gillespie, Hector Guimard, Franz Kline, el Public Theatre de Joseph Papp, Raymond Loewy, Richard Meier, Isamu Noguchi, los artistas del graffiti, Adolph Gottlieb, Eliot Noyes, Wall Street, Louis Henry Sullivan, Mae West, los hermanos Marx, Edgar Allan Poe, Walter Darwin Teague, Charlie Chaplin, Mark Twain, Ella Fitzgerald, Louis Comfort Tiffany, Andy Warhol, Count Basi, Charles Mingus, Robert Indiana, Thomas Wolfe, Frank Lloyd Wright, Richard Wright, Ray Ellis, Eva Zeisel, Emilio Ambas, Greta Garbo, Philippe Starck, Marcel Breuer, George Gershwin, los artistas Pop Andy Warhol, Roy Lichtenstein y Robert Rauschenberg, Leonard Bernstein, Frank Sinatra, Lena Horne, Marlon Brando, James Dean, Paul Newman, Elízabeth Taylor, Ava Gardner, Laurence

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Harvey, Robert Motherwell, Frederick Carder, Donald Deskey, Allen Ginsberg, Romaine de Tirtoff Erté, Robert de Niro, Jean Michel Folon. En esta orgullosa ciudad mataron al artista John Lennon. Y el grupo selecto: Muhammad Ali (noqueó al establecimiento norteamericano en los primeros diez segundos del primer round), Jesse Owen (batió el parloteo del nacionalsocialismo nazi ganando cuatro medallas de oro en las olimpiadas en Berlin), Jackie Robinson, Ray Sugar Robinson, Malcolm X, Martin Luther King, Ray Charles, Thelonious Monk, John Coltrane, Don Byas, James Baldwin, Milton Glaser, Leroi Jones. Miles Davis, Jimmie Lunceford, Lionel Hampton, Bessie Smith, Levi Maddison, Jimmy Cobb, Dexter Gordon, Coleman Hawkins, Charlie “Bird” Parker, Dizzy Gillespie, Freddie Webster, Fletcher Henderson, Duke Ellington, Sara Vaughan, Ella Fitzgerald, Kenny Clarke, Roy Eldridge, Joe Guy, Bud Powell, Fats Navarro, Max Roach, Jackie Mc Lean, J.J. Johnson, Benny Carter, Kenny Dorham, Ben Webster, Clifford Brown, Ahmad Jamal, Lester “Prez” Young, Al Haig, Keith Jarret, Curly Russell, Stan Levey, Lucky Thompson, Art Farmer, Charlie Mingus, Malcolm X, Sonny Stitt, Sonny Rollins, Julian, “Cannonball” Adderley, Art Blakey, Ornette Coleman, Al Foster, Vincent Wilburn, Gil Evans, Al Mc Kibbon, John Lewis, Kenny Hagood, Bill Barber, Huey Newton, las Panteras Negras, Amiri Baraka, Archie Moore, Muddy Watters, B. B. King, Adam Clayton Powell, Joe Louis, Larry Doby, Philly Joe, Red Garland, Paul Chambers, Winton Kelly, Don Cherry, Charlie Haden, Billy Higgins, Booker Little, Jack DeJohnette, Ron Carter, Herbie Hancock, George Coleman, Buddy Anderson, Gene Ammons, Billy Eckstine, Chick Corea, Dave Holland, Bobby Hacket, Tony Williams, Clark Terry, Buck Clayton. Todos estos músicos negros crearon el Bebop, el Cool, el Walking, el Blue ´n´Boogie, el Hard bop, el Jazz Fusion. No olvidemos a Darryl Jones, Harry Belafonte, Sammy Davis Jr., John Scofield, Bradford Marsalis y Winton Marsalis. Estoy seguro que he olvidado a muchos, pero nosotros sabemos que la memoria siempre traiciona. Los músicos blancos Stan Getz, Gerry Mulligan, Red Rodney, Chet Baker, Dave Brubeck, Kai Winding, Lee Konitz, Lennie Tristano, Michael Zwerin no aportaron más que la ejecución de sus instrumentos. Sin embargo, los críticos de la cultura blanca

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“olvidaron” decir que el jazz y el blues eran creación exclusiva de la raza negra. Ellos fueron saqueadores de la música negra.

- En New York han existido y/o existen: el “Minton`s Playhouse”, “Small´s Paradise”, en Harlem, el “Mc Kinley Theatre”, en Bronx, el “Spotlite”, “Three Deuces”, “Kelly´Stable”, “Onyx”, “Downbeat”, “Heatwave”, “Famous Door”, “The Yatcht Club”, “The Street”, “Royal Roost”, “Clique”, el “Café Bohemia”, el Apollo Theatre, The Metropolitan Museum of Art, Broadway, Harlem (Gospel), The Cotton Club, The Museum of Modern Art, Sugar Cane Club, The Brooklyn Museum of Art. En New York se hacen cada año 200 filmes, en N.Y. tenemos acceso al museo Met donde podemos ver las obras de Cezanne, Degas, Gaugin, Manet, Monet, Pisarro, Renoir, Rodin, Tolouse-Lautrec. En N.Y. podemos ir al Barrio, a la Marqueta, a los bares para los homosexuales y a los bares para las lesbianas. Un exacto modelo de New York City ha sido construído en The Queens Museum of Art. En New York viven dos millones doscientos mil personas de raza negra, un millón ochocientos mil latinoamericanos, seiscientos mil italianos, ciento cincuenta mil chinos, un millón de judios, en total más de siete millones de no americanos más todos los mexicanos que se encuentran viviendo ilegalmente. No podemos olvidar a los ucranianos, rusos, abisinios, japoneses, irlandeses y todas las demás nacionalidades. Y el último dato: cada día los newyorkinos hacen treinta y seis millones de llamadas telefónicas.

- Di los nombres de tres grandes venezianos, le dijo Javier.

- Uno: Marco Polo, que a los diez y siete años de edad abandona Venezia en 1271 y regresa en 1295. Marco Polo no estuvo jamás ni en Aden, ni en Etiopía, ni en Japón y ni en Madagascar. Cuando Marco Polo describía la ciudad de Kin-Sain su población excedía la cifra del millón seiscientos mil, mientras que en Venezia vivían por esos tiempos cien mil habitantes. Marco Polo, que era un maestro en lenguas, vivió en la corte de Kubilai Khan dieciséis años y trabajó bajo todo este tiempo como funcionario en la cosmopolita sociedad sin cargo especifico.

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Portinari cierra los ojos, cuando los abre sonríe levemente y mueve la cabeza satisfactoriamente.

- Dos: Carlo Goldoni. Con él se inicia la liquidación de la Comedia del Arte y se configura el principio de lo que hoy llamamos teatro moderno. Muchos expertos deducen que la obra de Goldoni es la base de la comedia de Moliere.

- No quiero entrar en discusiones, pero acepto tu respuesta. Tres: Jacopo Robusti, llamado el Tintoretto. Pinto el Juicio Final en el palacio del Dogo.

El turno de preguntar es de Portinari:

Tres cosas que te hayan impactado mas de Venezia:

Javier piensa cinco segundos, mueve los ojos hacia Portinari y entremezcla los dedos de su mano derecha con los dedos de la mano izquierda; entonces responde:

- La primera: la Torre del reloj conocida bajo el nombre de La Campanile, que se construyó en el siglo VIII. Galileo Galilei la usó de observatorio. En el año 1902, La Campanile se vino abajo y, en ese mismo instante, el 14 de junio, un artista tomó una foto de la Torre al momento de caer.

- ¡Lo importante aquí es el artista que hizo la toma fotográfica!, exclama Portinari.

- ¡Por eso mismo!, responde Javier.

- La segunda: las columnas bizantinas en la entrada de la Basílica de San Marco.

- Allí estamos de acuerdo.

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- Tercera: la calle más bella del mundo es el Canal Grande de Venezia y no Les Champs Elisees ni la Via Venetto ni la Avenida Reforma.

- Dime algo importante de Tiepolo, dijo Javier.

Los ojos de Portinari brillan intensamente y la luz de sus pupilas se refleja en los ojos de Javier:

- Giovanni Batista Tiepolo terminó sus días de pintor en la corte de Madrid. En el Museo Ca Rezzonico de Venezia existe un cuadro de él: “Saltimbanchi e Pulcinella”.

Portinari había estado dispuesto abordar el tema Tiepolo desde todos los ángulos, pero Javier, de pronto, le interrumpió.

- Me conformo con eso.

- ¿Puedes decirme quince nombres de personas fuera de lo común que han dado a New York algo fuera de lo común? , le pregunta otra vez.

- Culturalmente? - Si

- Louis Armstrong, Lester Young, Coleman Hawkins, Dizzy Gillespie, Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane, Philly Joe, Red Garland, Paul Chambers, Julian “Cannonball” Adderley, Thelonious Monk, Sonny Rollins, Ornette Coleman y Billie Holiday.

- Siete personajes que más ames?

- Fácil, magíster, contesta Portinari: la Comedia del Arte encapsula a siete personajes: Arlequín, Pulcinella, Pantalone, Zanni, Colombina, Il Capitan e Il Dottore.

- ¡Aprobaste con mención de honor!, le dijo Javier. De niño, soñaba yo con esos siete personajes también.

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Portinari, haciendo un pequeño paréntesis, relató las aventuras de Lord Byron en Venezia. Se extendió a Percy B. Shelley, Igor Stravinsky (que , de acuerdo a Luis Buñuel, gustaba arrodillarse y golpearse en el pecho), Dickens, Sergei Diagiliev, M. Proust, Thomas Mann, George Sand, Ernest Hemingway, Ezra Pound, Casanova, Joseph Brodsky.

Javier gritó casi y le dijo que no se olvidara de Henry Pierre Roches y su libro “Jules y Jim”, que la cabeza de Francois Truffaut convirtió en un buen trabajo fílmico. Los dos estuvieron también de acuerdo en que el mejor libro que jamás se ha escrito sobre Venezia es la obra del historiador artístico John Ruskin: “Las piedras de Venezia”, libro al cual consideraron como una pieza angular para los que se atrevieran a incursionar en la Arquitectura que estuviera conectada con la Basílica San Marco y el Palacio del Dogo.

Entre las Trattorias que yo prefiero, interrumpió Javier, están la “Furatola”, en Dorsoduro, la “Trattoria ai Scalinetto”, en Castello y la “Trattoria ai Cugnai”, en Dorsoduro también.

Para no quedarse atrás, Portinari se metió en el tema de los hoteles. Dijo que el mejor lugar, no solo para dormir, sino para pasarla bien del todo, siempre había sido el hotel Gritti, que se encuentra en las orillas del Canal Grande.

- La “Muerte en Venezia”, de Thomas Mann, sucede en las playas del Lido, no lo olvides, le advirtió Javier.

- La pasión de Sands y de Musset se incendia en el hotel Danieli, le contesto Portinari.

- Y allí vivieron también d` Annunzio y Proust, sonó la voz de Javier lo mismo que un eco en sus inicios.

- Para decirte la verdad, confeso Portinari, mi lugar favorito es el hotel “Flora”; de la puerta para adentro, pasas de pronto a otro tiempo.

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- ¿Nunca estuviste en el hotel “Casa Frollo”, que esta en Guidecca?, le preguntó Javier. En la Guidecca estas lo que se dice en paz: las ventanas de la sala comedor son góticas. Cuando yo ví eso, no sé por qué, me puse a pensar en la cantidad de víctimas que fueron quemadas en las hogueras de la inquisición. Esas ventanas son, todavía hasta el día de hoy, el puesto de observación que me traslada a todos los tiempos. El jardín es grande y acogedor; el sentimiento (o los sentimientos) que todo esto pueda producir es que, estando sentado allí, llegues a descubrir que la paz que reina en lo que el hombre no toca ni envenena es de otra naturaleza. Las recamaras son amplias. ¡Y los muebles son auténticos del siglo XVIII! Se te ha ocurrido comparar alguna vez esto de las recamaras enormes de ciertos sitios y los lugares pequeñísimos para dormir de los trenes, por ejemplo, para viajar en el Japón?

Portinari hizo una observación que no tenia nada que ver con los titubeos culturales que ellos en esos instantes estaban intercambiando:

- Si yo salgo a dar una vuelta por el mundo y llego a Venezia, entonces prefiero hospedarme en el hotel “Cipriano”, que está en la isla de la Guidecca. Es el único hotel de toda Venezia que tiene piscina.

Portinari, en realidad, estaba solo jodiendo a Javier.

Del tema de los bares, restaurantes y hoteles pasaron a los museos: “Academia” (aquí esta el cuadro “La coronación de la virgen”, de Paolo Veneciano). Aquí nos las tenemos que ver con los mejores pintores venezianos: Giandomenico Tiepolo, Tiziano Veccellio, Giorgione, Palma el joven, Paolo Veneciano, Paolo Caliari (el Veronese), los Bellini – el padre Jacopo y sus hijos Gentile y Giovanni - , Bassano, Giacopo Robusti (el Tintoretto), Carpaccio, Lotti, Giambono, Andrea Mantenga, Francesco Zuccarelli – “El rapto de Europa” - , Marco Ricci, y una sola obra del Canaleto, A. Vivarini y Giovanni d`Alemagna. En Venezia se funden todos los tiempos: Max Ernst, Botticelli, Piero de Cosimo, Pontorno, Filippo Lippi, Piero de la Francesca, Alberto Giacometti, Picasso, Kandinsky, Jackson Pollock, G. Braque, Magritte, Paul klee, S. Dali, Miró, Henry Moore,

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Mondrian, Malevich, Chirico, Brancusi, Marini, etc., que sé yo, exclamó Portinari. “Ca`Pesaro” es un palacio barroco. Aquí se puede uno quedar mudo de admiración por la Madona que Tiziano Veccellio pintó. Los expertos han lanzado un veredicto sobre este cuadro: la Madona no se encuentra, geométricamente hablando, en el centro, pero Tiziano Veccellio la coloca en un centro imaginario lleno de pureza y todo lo que sucede en el cuadro a partir de eso deviene en un resultado que se contrapone a lo que los hombres iniciados en el arte sostienen. “Palazzo Labia” (En una gran sala podemos admirar el fresco de Giambattista Tiepolo; el motivo fue tomado de la vida de una de las siete Cleopatras)- En la sala grande de San Rocco, pintó la crucifixión en el panel central del techo de la sala Albergo.

Portinari habló sobre el concurso que se organizó para decidir quien pintaría el panel del techo. Tintoretto, entonces, colocó su cuadro, ya pintado, antes de la decisión oficial. El caso es que Tintoretto fue declarado vencedor del torneo antes de empezar.

- “Ca ` D `Oro” (parece que es un palacio de estilo gótico): aquí encontramos la Anunciación de Vittore Carpaccio y las obras de Luca Signorelli.

- “Ca `Dario” (donde la muerte ha rondado y cobrado numerosas víctimas).

Después de esto se perdieron en un laberinto de preferencias que les fue entusiasmando hasta terminar en los delirios poéticos del arte cuando este penetra en nuestra sangre y mueve al alma a presentarse en manisfestaciones eternas de alegría, entusiasmo, fe y creencia en los valores de las grandes verdades de la creación expresándose a través de los grandes artistas.

- Los valores de los grandes artistas somos nosotros; gracias a nosotros ellos pueden extenderse en la eternidad, rugió Javier, y Portinari añadió que un artista vive en el alma de un ser humano que lo descubra y lo haga suyo. En fin, dijo Javier, en Venezia se te puede ir la vida entera y nunca vas a lograr ver y admirar todo lo que hay allí.

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- “Oh, Venezia sin ti …”, cantó Portinari y los dos se carcajearon hasta doblarse. Eran las tres de la mañana y ambos cayeron en sus camas como dos viejos contentos y, como está escrito en las sagradas escrituras, llenos de mosto. Dormirían, seguramente, hasta casi la noche del día siguiente que sería un sábado y los sábados, en New York, le había dicho Javier en el aeropuerto, a mi me gusta escuchar blues y jazz.

- Portinari se levantó a las once de la mañana. Sin concentrarse en nada, la conversación de hacía ocho horas entre él y Javier empezó a marchar otra vez desordenadamente en su cabeza. Los pensamientos de Portinari volaban como saetas en el aire y se dirigían hacia un cielo que los retornaba limpios de residuos. La palabra Ghetto, que la gran mayoría intuye pero que la desconoce, proviene del término geto – en italiano – y significa (taller de) fundición. Los primeros ghettos existieron en Venecia: en el siglo XVII, el ghetto novísimo, el nuevo ghetto. Yo he leído en alguna parte, pensó Portinari, que en siglo XVI, el Consejo de los diez de Venezia, declaró que todos los judíos - eran más de cinco mil – serían mantenidos presos en una isla frente a Cannaregio. Más adelante, cuando Napoleón invade Venezia hace derruir las puertas del ghetto, pero al tomar los austriacos el poder, los judíos son de nuevo encarcelados. Esto sucedía, Portinari tenía un agudo dolor de cabeza, antes de que los nazis hubieran querido extirparlos. Hoy en día, los judíos matan a los palestinos - ancianos, niños recién nacidos, jóvenes, mujeres – y nadie se asombra. Claro, los judíos tienen el apoyo militar y económico de los Estados Unidos. Portinari se acercó a una de las ventanas del piso. Estaba observando que el Madison Square Park se encontraba bastante cerca de ellos. Hacia el frente, se extendía la Quinta Avenida, y hacia su derecha y sesgadamente hacia atrás, emergía Broadway. El edificio se encuentra entre la vigésima tercera calle y la vigésima segunda calle. Portinari había caído en una confusión que no le permitía pensar claramente. Se empecinaba tratando de construir, le costaba mucho trabajo, una pregunta que no fuera ni muy personal ni muy alejada a los sentimientos que le unían a Javier. ¿Le preguntaría algo sobre Edna Duarte? El estaba seguro que Javier podría reaccionar igual que una ostra; si eso llegara a suceder,

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era claro que las cosas que él había planeado al principio, se vendrían todas abajo. Si Javier me elude lo va a embromar todo. Mientras pensaba en todo esto, abrió automáticamente el refrigerador y tomó la leche, el queso, mantequilla, pan y unos chorizos que preparó con un par de huevos revueltos. Desayunó con toda calma ensimismado en una serie de viejas-nuevas-tardías-persistentes ideas que casi le perforaban la cabeza. Portinari tomó una ducha y se puso uno de sus trajes predilectos - un Armani oscuro – que Ernesto le había regalado recientemente. Al salir de la ducha vio que Javier ya estaba enfrascado en una lucha con la preparación del desayuno. Javier le pidió que se sentara y Portinari le pidió unos minutos más ya que necesitaba estar listo en, por lo menos, diez minutos. Portinari entró a su recámara y Javier se dedicó a lo que en esos momentos le era tan necesario. - Hoy en la tarde nos meteremos a algún bar a tomarnos un tequila margarita, expresó Javier. - Eso me caería de maravillas, contestó muy alegre Portinari.

Portinari se había sentado y Javier le miraba fijamente.

- Ernesto llega el lunes, de manera que no podrá escuchar lo siguiente, o lo escuchará a través de ti, pues yo no intentaré repetirlo otra vez. Cuando Edna Duarte y yo iniciamos nuestra relación, Edna había ya terminado con Federico Gómez de la Serna. El matrimonio de ellos se acabó en un abrir y cerrar de ojos. Edna y yo nos encontramos en una fiesta que Gloria Montenegro había organizado en una de sus casas en Cuernavaca. Yo estaba solo y Edna estaba sola; los dos andabamos tras el sexo y tras la carne, un poco de acercamiento humano, caricias nuevas, conversación excitante con alguien que nos electrizara, y esa fue una buena ocasión que reunió todas esas exigencias. Edna y yo empezamos a, lo que se dice, coger en todas partes: bajo las escaleras de cualquier edificio, en las recámaras de los amigos y de las amigas, en el bosque, en los jardines desconocidos, en los sanitarios de los restaurantes y de los bares, en mi coche, en el coche de ella; una vez hicimos el amor en un vuelo entre New York y Paris, eso fue lo máximo, te lo juro. Toda esa incomprensible experiencia nos amenazaba, quemaba el interior; no podíamos vivir uno sin la otra o una sin el otro. Cogíamos por todas

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partes, en las playas, a los lados de las carreteras, a todas horas: en los amaneceres, en el día, en los atardeceres, en las noches, en las alboradas, en los desiertos, bajo la lluvia y las tormentas, en los ríos y los lagos; no hubo un cabrón lugar en el que no cogiéramos. Edna, empecé a notar con cierta dosis de miedo, sentía una inclinación por los juegos sado-masoquistas peligrosos y allí me entraron ganas de reflexionar, pero Edna me volvía loco; no es que yo quisiera dejarla, pues la niña me gustaba un montón. Un día de Julio, hacía un calor del carajo, estamos en medio de una sesión erótica cuando Edna se levanta, de pronto, de la cama y va en busca de su bolso de mano; lo abrió y empezó a sacar todo lo que tu te puedas imaginar sobre los objetos que las mujeres emputecidas y degeneradas y los machos venidos a menos usan en sus tardíos deleites sexuales. Edna sacó dos penes colosales, uno rojo y el otro azul. Méteme el rojo primero, me dijo; después me das con el azul, pero hazlo despacito, con calma y, cuando el placer me distraiga, porque con estas cosas me vuelvo loquita, les das vueltas con mucha violencia; me das con mucha dulzura por la vulvita, esa conchita de la cual disfrutas ahora, ese coñito insaciable y, con el otro, me despedazas si quieres el recto, que nunca se ha portado tan recto; por el culito que tanto te gusta acariciar, mi hombre, me dijo. Yo empecé a tratar de manejar los penes con destreza y ella empezó a revolcarse como una fierecilla herida. Daba alaridos, gritaba lo mismo que una enajenada, bufaba, chillaba, lloraba, suplicaba, se mordía los labios y, moviendo los brazos y las manos hacia todas partes, me suplicaba que le diera más, que ella estaba apenas empezando, que eso era un juego de niñitos para ella, que yo debía recordar que todos los niños corren detrás de las gallinas y los puercos para meterles las pequeñas pijitas, que eso era lo más natural del mundo y por eso, de letanía en letanía, me pedía, me suplicaba, me rogaba y jalándose los cabellos, me ordenaba que yo hiciera con ella lo que se me pegara la gana. Me mantuvo en esa tarea de esclavos más de tres horas; yo estaba a reventar de cansancio, pero Edna estaba más fresca que un rábano recién recolectado. En un momento en que tomamos una pausa, Edna entró al baño a limpiar y lavar los penes y yo, que no podía más, me quedé dormido. Yo no recuerdo cuánto tiempo estuve tirado sintiéndome una lagartija en la cama. Me desperté dando de gritos. Edna me había metido el pene azul, que tenía casi treinta centímetros de largo, por el culo. La sangre

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me escurría por las piernas y yo saltaba tratando de comprender lo que había pasado. Desde ese nefasto día, Edna Duarte y yo no nos vemos más. Allí terminamos con toda la fiesta, Portinari. Si quisieras saber lo que pasó entre Edna y Federico, tendrás que preguntárselo al propio Federico. Yo en eso no me meto. Lo que más me pesa es haber perdido esa conchita; los labios de esa deliciosa vulvita los chupaba yo horas enteras y ella y yo disfrutábamos como una pareja que sabe hacer lo suyo. Edna me chupaba la pija horas, días, semanas; quedaba yo tan agotado que me tenía que escurrir de sus trampas para irme a relamer las heridas por otra parte: era la única forma de reponerme. Voy a descubrirte algo y prométeme que no lo vas a propagar por todas partes: a Edna no le satisfacía ni le satisface nadie; no había nadie que hubiera podido darle lo que ella necesitaba. Ella quería muchos vicios, todos los vicios, pero yo creo que los necesitaba para seguir viviendo; es decir, para seguir respirando, comiendo, hablando, moviéndose, cogiendo con quien ella atrapara, en fin, tú sabes lo que quiero decir. Cierto día me obligó a que le metiera los dedos en la concha; después me suplicó que le introdujera toda la mano. No me lo vas a creer, pero lo hice. En esos instantes pensé que no había nada que pudiera satisfacerla, pues a una mujer a quien le metes la mano en la vulva, es una mujer que no se parece a las demás y también existe la posibilidad que esté jodida de la cabeza, me entiendes? Además, las ilusiones caen partidas en pedacitos y lo que tú sientes en tu interior es un rompimiento de muchas cosas. La moral nos jode, es verdad, pero también nos protege. Antes de Edna, las mujeres que llegaron a mi me dieron una cierta dulzura; después de Edna me ha sido muy laborioso salvaguardar lo que considero lo mejor de mi. Pero eso si, nunca traté de buscarla ni tampoco la quise encontrar; muchas cosas habían sido fragmentadas y reconstruirlas hubiera sido trabajo de titanes desquiciados. Portinari se acarició la parte que está entre los labios y la nariz con la mano izquierda. Mirando directamente a Javier a los ojos le soltó la pregunta: - Y Edna, dónde se encuentra ahora? - Te lo juro que no lo sé. Lo que si sé es que Edna y Gloria viven juntas y que se la pasan dándole la vuelta al mundo. No puedo decirte donde están porque no lo sé, respondió Javier con una calma verdaderamente pesada.

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Edna Duarte y Gloria Montenegro habían desaparecido de Coatzacoalcos y de Mexico City. No se les veía por ninguna parte. Amigos ocasionales daban explicaciones sobre su paradero, pero todo era bastante difuso: nadie las había visto. Sin embargo, algunas amigas de ellas decían que Edna y Gloria andaban de gira permanente. Vuelan de Mexico City a New York, de New York hacia Ámsterdam, de Ámsterdam a Paris, de Paris a Praga, de Praga a Venezia, de Venezia a Firenze; saltan de Europa hacia Africa, de Africa hacia Asia y de Asia hacia las islas de todo el Pacífico. En cualquier momento se les puede ver por acá pero, la verdad, que no la sabe nadie, es que están borradas, se han quitado de acá, ya no nos recuerdan, precisan de otros aires y otras vergas, naturales o fabricadas, pero grandes y gruesas para que puedan llenarles sus vulvas hambrientas. Alguien dijo en cierta ocasión que las dos estaban en London, pero nadie lo creyó, porque había una vieja conocida de ellas que las había encontrado en el aeropuerto de Acapulco. Un mes más tarde, la misma mujer había relatado lo mismo pero en lugar de Acapulco apareció el nombre de Cancún. El padre de Gloria Montenegro era la copia exacta que nos hacia recordar al general que había comprado todos sus grados. Su mano derecha, en términos administrativos, era un oscuro contable veracruzano que le falsificaba todas las cuentas para que el general pudiera presentar la declaración de impuestos. El general no pagaba un coño y había absorbido hacia su círculo delictivo nada menos que a Ricardo Ponce de León, que alguna vez había estado casado con su hija Gloria. Ricardo Ponce de León se había metido hasta los cojones con Gloria que casi se volvió loco cuando Gloria lo echó afuera. Ricardo le había contado a Federico Gómez de la Serna que Gloria estaba llena de secretos y que estos se revelaban siempre en la cama, decía Ricardo, y después relataba que cuando ellos cogían, la vida era entonces muy peligrosa y fue allí que le nació la idea de que todas las mujeres eran brujas bellas y diabólicas y seres terribles, capaces de cometer todos los delitos que fueran en contra de las promesas dadas bajo el fuego del amor. Qué imbécil era yo, repetía Ricardo y ahora, para no perderlo todo, vivía bajo las alas del general Montenegro y esas alas eran, lo aseguraba, largas y negras como la sombra del diablo.

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Portinari descubrió que para investigar el paradero de Edna, había que pasar por esa prueba corrosiva llamada Gloria Montenegro. En Coatzacoalcos voy a intervenir todos los teléfonos adónde ella, se refería a Gloria, pueda llamar; sobornaré al cartero para que me entregue copias de las cartas; pagaré a quien sea para que registre la basura de todos los días, me conectaré con todas las agencias de viajes en Coatzacoalcos, Mexico City, Acapulco, Cancún, Monterrey, Guadalajara y con todos los inverosímiles lugares para que me entreguen la información que preciso. Lo que Portinari no sabía es que el general Sergio Villar, el chacal de Montenegro, andaba vigilándolo a él y a Ernesto y a todos aquellos que entraran en contacto con ellos. El chacal Villar había obtenido órdenes bien estrictas sobre todo esto. El general Santiago Montenegro, por su parte, se había enterado, Villar le había informado con lujo de detalles, que Portinari y Ernesto andaban tratando de rastrear las huellas de su hija Gloria, y eso no le había gustado para nada al general. Para colocar las cosas en balance hay que vigilar a estos cabrones, le había ordenado Montenegro a Villar, y saber todos los pasos que ellos fueran a tomar; después ellos no podrán hacer nada; si lo hacen, de todas formas están jodidos. Una cosa quedó muy cristalina: Ernesto y Portinari no tenían mucho espacio para moverse. Villar vigilaba, también, a Ricardo Ponce de León; la mano derecha de Montenegro se movía como una víbora silenciosa y traicionera. Las órdenes del general Montenegro había que cumplirlas y obedecerlas ciegamente y llevarlas a cabo a pesar de todos los pesares, se dijo Villar todo el tiempo para convencerse de que los destinos de todos ellos dependían de su tarea.

Era un sábado, y Javier y Portinari se dedicaron a perder el tiempo. Javier alquiló un automóvil para enseñarle algunos edificios en New York cuya arquitectura había sido creada según Javier, bajo los impulsos irresistibles de la lucidez y la fiebre artística. Se desplazaron, primero, por Manhattan y visitaron la Central Synagogue - Javier era judío -, para que Portinari viera el trabajo que los judíos de Bohemia habían hecho. Las formas de inspiración árabe no eran sino un reflejo de la herencia adquirida por los judíos durante su estancia en la España mora.

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- Esto es un edificio admirable!, exclamó Portinari entusiasmado.

Después de haber permanecido allí una media hora se fueron a ver el edificio Alwyn Court Apartments. Javier trataba de explicarles las cosas que a él le habían apasionado.

- Concéntrate en los elementos de terracota y el estilo. Es bellísimo!, no te parece?

Portinari le dijo que el edificio tenía algo que transmitir a los que pasaran por sus cercanías. Javier le había confesado que él jamás había estado adentro, pero le relató que él había leído que cada piso en el edificio tenía cinco baños.

- Te voy a llevar a un hotel situado en Broadway: el Ansonia. Por este hotel han pasado nebulosas de gentes apasionadas del arte, grandes creadores: cantantes estrellas de rock and roll y ópera, escritores, dirigentes de música, productores, directores de filmes, guionitas, poetas , bailarines, etc. Portinari le confesó que la próxima vez que llegara a New York se hospedaría en el hotel Ansonia. Javier le dijo que él no necesitaba hacer eso, pues tú y Ernesto pueden venir a vivir cuando quieran y el tiempo que deseen a mi piso. A mi lo que más me gusta es codearme con los artistas, le susurró al oído Portinari, y Javier le respondió que a él también. Nos dirigimos ahora a la casa conocida bajo el nombre de Waldo House, construída, creo yó, de acuerdo a los principios de los primeros tiempos del Renacimiento francés. Es, dicen, una copia exacta de un viejo castillo del valle del Loire, ó es el original, no lo sé. Creo que ahora le pertenece a un exitoso modisto y fabricante de perfumes. Esos tipos se lo quedan todo!, gritó Javier. Tomaron rumbo a Brooklyn para admirar la inmensa puerta del cementerio. Las dos entradas han sido esculpidas y los teman tratados atraen por la curiosidad visual que despiertan. Portinari quiso quedarse allí mucho tiempo pues sentía que las enormes puertas le estaban casi prometiendo la entrada a un reino ficticio donde las mentiras, los engaños, las trampas, los enredos, las burlas, las traiciones y los defraudes no existieran más. Regresaron al piso bastante tarde y sin energías para dilapidarlas en bares,

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restaurantes o clubes de música. Decidieron quedarse en casa y dormir lo más que pudieran; mañana sería otro día y habría que enfrentarlo con un cuerpo descansado y con una sonrisa inmensa y agradable en el rostro, no te parece?, le preguntó Javier.

El domingo pasó volando. Ernesto había hablado por teléfono para comunicarles que él llegaría a las dos de la tarde del lunes, hora New York. Javier y Portinari tomaron un taxi al aeropuerto Kennedy para recibirlo. Lo primero que Ernesto hizo fue confesarles que el gobernador del estado de Veracruz le había invitado a dar cuatro conferencias sobre Paracelsus. El aceptó que las conferencias se realizaran en Tuxpan, en Xalapa, en el puerto de Veracruz y en el puerto de Coatzacoalcos. Me pagará cinco mil dólares por conferencia, más los gastos de hotel durante un mes y todas las comidas. El trago será libre y corre por cuenta de él. Igualmente tenemos una avioneta a nuestra disposición.

- Y no pediste nada para tus asistentes?, le preguntó Portinari con intenciones de sorprenderlo.

Ernesto pensó unos momentos y agregó:

- Yo le dije que mis asistentes deberían ser también contados en la gira. El gobernador me ofreció mil dólares por semana para cada asistente; ustedes dos son mis asistentes. Tengo que decirles que todo el paquete concilia viajes, trabajo, hotel y comida.

Portinari y Javier le abrazaron con efusión.

Antes de salir del aeropuerto entraron a uno de los bares y liquidaron entre los tres una botella de whisky escocés. Abandonaron el aeropuerto a las siete de la noche y se fueron directo al piso para dejar el pequeño equipaje de Ernesto.

- Como ustedes ya deben de saber, el gobernador es mi amigo. Yo le salvé la vida una vez cuando niños; él nunca olvidó eso. Era un viernes caluroso y en pandilla nos habíamos escapado de las lecciones para irnos a nadar al río. El gobernador era muy mal

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nadador. A medio río empezó a perder las energías y el miedo se le subió a la cabeza y se le metió entre los cojones. El resto de nosotros ya habíamos llegado a la otra orilla y él todavía estaba entrampado en una lucha a muerte para tratar de salvarse de la difícil corriente que lo jalaba hacia abajo; el gobernador la estaba quedando. Me tiré al río luchando contra la corriente, esta vez para rescatarlo. Nadé con toda calma hasta colocarme a sus espaldas; lo que yo quería, mas que nada, era sacarlo de su terror y de su desesperación. Cuando todo eso pasó, regresamos a la ciudad en bote. Después, los años nos cayeron encima y tomaron por sus rumbos estrictos obligando a cada cual escoger sus senderos y cavar sus trincheras. Hacia muchos años que no le veía y sucede que cuando él se entera que he llegado a México me propone cuatro conferencias sobre Paracelsus.

Federico Gómez de la Serna había abandonado definitívamente México. Quería viajar, encontrar nuevas gentes, bañarse en todos los mares que hay en el mundo, leer los rostros y las vidas de los otros, descansar su adolorido cuerpo, descansar como el guerrero avejentado y olvidar, olvidarlo todo para poder volver a renacer. Federico había alquilado un piso en Paseo de la Gracia y, desde que había llegado a Barcelona, había usado todo su tiempo en buscar incógnitas por los bares, visitar museos e iglesias, verles los ojos a las mujeres para tratar de descubrir misterios jamás vividos antes y caminar y caminar sin hacer planes y, sobre todo, dejarse llevar por las sorpresas que le llegaran cuando él, sin estar en estado de defensa, las recibiera para no tratar de colocarlas en cualquier rango de valor e importancia. Sus pensamientos viajaban por todos los tiempos y de esta vida a las demás vidas que la eternidad guarda celosamente en sus mansiones para que los problemas caigan exactamente en sus nichos y puedan ser disueltos en la sencilla complejidad de los sucesos y el lugar donde estos sucesos vayan a ser revelados y vividos y por qué. San Pablo – de Tarso - había pasado por Barcelona para hablar con los judíos que trabajaban en los misterios del Cristo. Federico cayó en cuenta que para que eso fuera posible él tenía que aceptar primero los lazos eternos, sin cuestionarlos, entre los seguidores del Cristo y los judíos. Federico pensaba en Edna Duarte. El solo la había amado. Mientras que Portinari buscaba a Federico por todo México y por todo Estados Unidos, había llegado a descubrir que el ex marido de Edna Duarte se

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encontraba viviendo en Barcelona y en el mismísimo Paseo de la Gracia. Juliana Montenegro, la hermana del general, le había escrito una carta a lista de correos a su sobrina Gloria. El cartero había abierto la misiva y le había sacado una copia que había sido entregada a Portinari. Cuando Portinari recibió la copia le expuso sin demora toda la situación a Ernesto. Ernesto y él viajarían a Barcelona, pero primero visitarían a Javier en New York. Portinari y Javier ya estaban en New York. Esta parte del relato trata sobre Federico cuando este va a ser visitado en Barcelona por Ernesto y Portinari. Pero ahora Federico estaba en Barcelona y lo de Javier ya había pasado. Federico Gómez de la Serna no tenía enemigos. Desde el momento en que él había pisado la tierra Barcelonesa sintió unos impulsos vigorosos por olvidarlo todo; él cambió a tal extremo que se vio obligado no solo a reconocerlo sino sentirlo y, sobre todo, hacer de esa maravillosa y dolorosa experiencia una parte valiosísima de todo su ser. Federico estaba renaciendo. Lo de Javier, en realidad, estaba pasando; en estos mismos instantes estaba pasando, pero Federico había levantado la tapa de su ataúd y había abandonado su sepultura y no se había puesto a sentir ni siquiera el miedo que antes le había atacado a traición y le había amenazado oprimiéndole por todo el pecho hasta bajarle al estómago y escondérsele en los intestinos. Federico estaba muy conciente de su renacimiento. Esa mañana se había levantado cerca de las diez. Un poco más allá del mediodía se había encaminado hacia la Rambla, que le quedaba muy cerca, y se había sentado en una de las sillas de un restaurante chino. En realidad, a Federico le había atraído la belleza de la mesera china que sonriéndole le había invitado a sentarse. Federico había observado detenidamente las exquisitas formas de la mesera que se movía con una delicadeza que no era de este mundo. Cuando Federico le preguntó por su nombre, ella le respondió Li, solamente Li. Federico se sentía complacido. En una de las mesas cercanas, un viejo inglés le había preguntado por la hora, pero Federico no pudo responderle pues había dejado su reloj en el piso. De todas formas, ellos sostuvieron una conversación superficial que se extendió un poco más allá de las expresiones comunes que a pesar de todo son las que a veces provocan los acercamientos. Li puso la botella de whisky sobre la mesa. En la bandeja, había traído un vaso lleno con hielo hasta la mitad; también había dejado una cubeta repleta de hielo y un par de servilletas blancas con motivos chinos.

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Robert, el inglés, alzó su propio vaso de whisky hacia la dirección de Federico. Federico hizo lo mismo. A partir de aquel día Federico llegó al restaurante chino todos los días; permanecía sentado tres o cuatro horas y en esas tres o cuatro horas consumía una botella de whisky. Algunas veces comía, pero esto no lo hacía muy a menudo. En cierta ocasión, el tiene grabado en la memoria que era lunes, el calor intenso caía sobre toda la ciudad igual que una venganza irritada, llegó una extraña mujer a la mesa situada a su lado. La mujer parecía una visión salida de los encantamientos. Federico trató de comparar la altura de los dos y pensó que sus 177 centímetros de altura estaban bien para salir a dar un paseo con ella. Esa semana, la mujer y Federico llegaron al restaurante casi a la misma hora y, casi a la misma hora, abandonaron el restaurante para acudir al llamado de los sucesos por vivir. El sábado, Federico estaba sentado esperando por la llegada de la extraña mujer. Federico permaneció en el lugar cuatro horas y cuarenta y cinco minutos pero la mujer no llegó. Federico empezó a reconstruir la figura completa de ella usando las armas de su memoria. A su mente fue convocada la figura del dragón alado que ella tenía grabado en el tobillo derecho. El rostro de ella apareció después, sus dientes blancos y bien formados, su cuerpo de Diosa (él estaba convencido que ella era una Diosa), su elegancia perfecta al moverse, sus ojos color magenta; los dedos de sus manos y sus pies eran exquisitos y perfectos. Alta, quizá más alta que él; 179 o 180 centímetros. La voz era tan delicada que cuando ella hablaba los sonidos estallaban como cristales rotos siguiendo una secuencia que se alargaba en armonías celestiales. Lo mismo sucedió el domingo. El lunes, Federico llegó muy temprano. La mujer estaba allí y entonces el corazón de Federico dio vuelcos pero él, de todas formas, se sintió muy alegre y restituido nuevamente al mundo. Oleadas de felicidad le entraron al cuerpo por todita la piel. No pudiéndose resistir más Federico le preguntó por su nombre. Ella le miró de arriba abajo y levantó la mirada, lentamente hacia los ojos de Federico. Sus miradas se cruzaron y a partir de ese momento de fulminación, Federico quedó enamorado. La conversación se deslizó por la plática suave en donde los dos descubrieron signos comunes de identificación. El tiempo se había detenido. Un hombre y una mujer, la fórmula perfecta. Desde ese momento los dos supieron que todo el pasado quedaba atrás y allí se hicieron cómplices de un secreto que solamente el amor que había

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brotado entre ellos podía guardar en su interior. Ellos lo aceptaron en el silencio que fue creciendo por todos sus órganos para avasallarlo todo y se expresó intensamente en las miradas y los movimientos imperceptibles de sus cuerpos. Ellos robaban fuerzas de todo lo que les rodeaba. Catalina Rivera Altamonte, es mi nombre, le dijo ella casi como revelando un gran secreto. Federico le dijo que el nombre sonaba a agua y a montaña y a río. Y es verdad, le había contestado ella. Donde yo nací hay un río, y el valle se encuentra en las partes bajas de la montaña; a dos kilómetros de allí aparece el mar. Y tú, cómo te llamas?, preguntó Catalina. Me llamo Federico Gómez de la Serna. Espera un momento, le dijo ella, tu nombre evoca la influencia del dinero y el poder; quizá hasta noble seas. Federico se quedó, por unos segundos, hecho una pieza de metal. Soy rico, mi familia es económicamente poderosa; en nuestras manos se concentra una gran fortuna. Manejamos diversas empresas, bancos, seguros, metales y valores extranjeros. Lo que me impacta es que hayas sabido o intuido, no lo sé, lo otro; somos nobles y yo, que nunca uso el título, soy el duque Federico y ella le interrumpió y continuó con lo que Federico estaba por decir…. Gómez de la Serna. Yo, dijo Catalina, provengo de una familia de iniciados. Me casé a los veinte años con un hombre muy rico, Luis Espuche, que después de diez años fue abatido en cuatro meses solamente por el cáncer. Después de esto nuestra familia se vino abajo y lo único que nos queda es el título de nobleza. Soy la duquesa Rivera Altamonte. Vivo de unas rentas que mi madre salvaguardó y la verdad es que los últimos diez meses he vivido sin saber quién soy y hacia donde me lleva la vida y qué es lo que hago aquí. Lo mismo he sentido yo, Catalina; desde el día de mi divorcio he andado viajando para todas partes en busca de algo que sostenga mi caída. Uno debe caer hasta el mismo fondo, dijo Catalina. De allí subes, no queda otra. Las leyes de la naturaleza tienen la ley del ir y del venir; entre ese espacio de lo que tu le quieras llamar suceden los portentos. Esto que nosotros dos estamos viviendo ahora es el portento, le confesó Federico y ella le tomó de las manos y le miró con una limpieza única. Diotime de Mantinea le había dicho alguna vez a Sócrates que el amor era parecido a un demonio. Catalina y Federico sabían esto, pero sus corazones estaban llenos del valor imbatible. Ellos, los dos, sabían que los habitáculos predilectos de los demonios son los cuerpos humanos, pues son los únicos sitios en

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donde ellos se pueden esconder sin que la gente llegue a descubrirlos; pero ellos se sentían seguros de abatir a todos los demonios juntos. Catalina llegaba a la vida de Federico igual que una lluvia bienhechora hecha especialmente para él; la lluvia lo limpiaría. Federico, según los sentimientos más recónditos de Catalina, había aparecido de la nada y le había dado un lugar muy especial a ella y los dos eran rehenes de una pasión sabiamente controlada y un amor infinito y, estaban seguros, eterno. Esa vez se fueron caminando hasta la Sagrada Familia, la iglesia de Gaudí. Comieron en uno de los restaurantes cercanos para después tener tiempo de continuar con la excursión. Cuando la noche llegó, los dos tomaron cada cual un taxi para perderse en la espera de las horas y poder juntar la paciencia vigorosa tan necesaria y llamarse varias veces al día para concertar otro y muchos encuentros más. Al otro día, alrededor de las doce, Catalina le había llevado al Tibidabo. Allí, le dijo: te doy, te concedo, te otorgo, me entrego a ti, soy de ti Federico. Y el le contestó: soy tuyo, Catalina mía; mi esperado gran amor, le musitó Catalina y Federico le había respondido que toda ella era la flor del perfume que el siempre había buscado sin poder encontrarlo. Jamás había podido saber el origen del olor, le dijo. Catalina entrelazó sus manos con las de él y le prometió los cielos y las tierras soñadas y muchos viajes al país de las innumerables imaginaciones. Federico estaba lleno de Catalina y ella se sentía no vencida, sino cedida a ese hombre que la había encadenado a los valles eternos de las fantasías perdidas. Soy otra, le dijo ella y Federico contestó lo que un hombre enamorado es capaz, bajo los rayos benéficos de la verdadera ciencia del amor, de contestar: nací para ser tuyo. Ella lo atrajo hacia sí y le dijo que ella había llegado al mundo para encontrarlo a él y nada más que a él. Esa noche se fueron a dar un paseo por los muelles. Frente al mar, no se prometieron nada. Ese día se habían dado uno a la otra y una al otro y supieron que el amor que los unía sería como la más antigua roca del mundo, pues en la sencillez de esa forma elegida, los grandes maestros habían depositado el secreto de todos los secretos. Federico montó la mítica yegua del reposo y la fue conduciendo por los desfiladeros de la aventura peligrosa, pero pudo siempre controlarlo todo. Catalina había encontrado que su pasión por las delicias del amor no se había extinguido y se dejó caer en los remolinos de la seguridad. Visitaban una sola galería de arte cada día y regresaban al

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piso de Federico a preparar algo de comer y se metían a la cama para continuar sus investigaciones sobre sí mismos. Si la visita era a cualquier museo, permanecían en el museo varias horas y después tomaban el viejo Jaguar de Catalina y se perdían por una de las solitarias playas cercanas a Barcelona. Todos los días eran distintos y estaban engarzados en las sorpresas que siempre los dejaba estupefactos. Las mañanas, también, eran luminosas y distintas. Todos los atardeceres eran culminados por los rayos intensivos de una delicia portentosa que se negaba a desaparecer, le había dicho Catalina alguna vez. Las noches no podían compararse a nada. Los amaneceres venían acompañados del silencio de la lucha de la luz para vencer a la oscuridad. Al fin, llegó el ansiado día que los dos tanto habían esperado. Federico le pidió que se casaran y ella respondió, sin titubear, que sí. Catalina quiso comer, en esos momentos de alegría, frutas frescas y llevó a Federico al mercado de la Boquería. Entre el olor de las frutas, los vegetales, los pescados y las carnes, Catalina le pidió que se casaran en la Catedral Gótica. Se introdujeron a la Catedral por la Plaza de la Sue. Estaban admirados de retornar a la edad en que los niños pueden, todavía, descubrir la naturaleza inicial de las cosas. Las saetas del amor los habían atravesado y ellos se dejaban llevar por esa brisa que a veces se convertía en huracán y era portadora de nubes que volaban a la velocidad extrema de la dicha. A veces otras nubes oscuras se podían vislumbrar en la línea del horizonte, pero ellas siempre se mantenían a esa distancia. Otras veces aparecían los días extenuantes del calor y el sol brillaba entonces todo el día como un astro que traía en su seno los beneplácitos de los prodigios irrepetibles. Los dos estaban ya poseídos por los secretos que conducen a sus elegidos a entender y hablar con la naturaleza e interpretar sus símbolos de la manera clara en que los símbolos se revelan; es decir, ellos corrían a la par que las cosas que provocan todas las partes bellas de la vida. Federico estaba subiendo por las escaleras de su piso cuando escuchó el teléfono repiquetear. Portinari le hablaba desde New York y le suplicaba por una cita. Federico se abrió a la proposición de Portinari gracias a la situación por la que él estaba atravesando. Federico se sentía simplemente reconciliado con la vida. Portinari llegaría con Ernesto y ellos hablarían con Federico sobre Edna Duarte. El encuentro se llevaría a cabo entre una semana, dentro de siete días exactamente.

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Al día siguiente, Federico y Catalina tomarían el barco rápido para llegar a Mallorca donde permanecerían solamente cinco días. Después regresarían a Barcelona para encontrarse con Ernesto y con Portinari. Dos noches antes, Federico y Catalina habían estado hablando sobre los tiempos idos. Catalina, por alguna curiosa reacción, se había extendido sobre Raimundus Lullus y sobre Arnaldo de Villanova. Lullus había sido el impulsador de la lengua catalana y había nacido en Mallorca. Villanova vió la luz del mundo en Valencia y había estudiado medicina en Montpellier. Cuando los dos se encontraban frente a un cuadro con la efigie de Lullus, Catalina expresó que, al igual que el Dante, Lullus había escrito gran parte de sus obras en catalán, dándole un impulso decisivo a la lengua catalana en su desarrollo. El escribió en la lengua del pueblo e impulsó de esa manera la lengua catalana. Raimundus Lullus había hablado, desde temprana edad, y había escrito en latín, catalán, árabe, hebreo, francés y español. Lo que yo me resisto aceptar, le había dicho Catalina, es que Lullus ardía en deseos de conciliar las tres grandes religiones de ese tiempo – y de todos los tiempos, había añadido Federico – del mundo occidental; estoy hablando del siglo XIII: Israel y la lengua hebrea, el mundo Islámico y la legua árabe y el mundo cristiano y muchas lenguas aglutinadas en torno a la religión cristiana. Lullus manejaba en toda su retórica el pensamiento Aristotélico. Lo que él pretendía no era erradicar los puntos explosivos, sino usarse del pensamiento de Aristóteles para meter al mundo en un callejón sin salida. No pasó ni lo uno ni lo otro; si pasó, es decir, el mundo cayó rendido ante el pensamiento Aristotélico, pero eso sucedió después. Claro, el pensamiento de Aristóteles estaba estructurado sobre las bases de la duda racionalista, por eso fue que se alejó definitivamente de la ciencia que pregonaba el maestro Platón. Allí, Mi amado Federico, se jodió el mundo entero. En el pensamiento anterior a la era cristiana, todo se sustentaba en los maestros Sócrates y Platón. Aristóteles estaba lleno de soberbia y del poderoso veneno de la envidia. No te olvides que Lullus era hijo de un terrateniente barcelonés.

- Sabes el nombre de algunas de sus obras?, le pregunto Federico.

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- Claro, tenemos, por ejemplo, “El libro sobre el orden de la Caballería”, “Felix o el Libro de los prodigios”, “El libro sobre la contemplación de Dios”, “El Canto de Ramon”, “La Pesadumbre”, “El libro sobre el amante y la amada”. No recuerdo el título de uno de sus libros, creo que es “Blanquerna”. Esta obra es un relato sobre el sendero del joven guerrero. Este joven pasa primero por las experiencias del amor, después se convierte en monje, llega a ser cardenal y deviene en Papa. Al final de todo, el joven termina en Eremita. Escribió otras obras: “Ars Magna”, conocida igualmente bajo el nombre de “Ars Compendiosa Inveniendi Veritatem”, “El perfecto arte para encontrar la verdad”. A riesgo de entrar en repeticiones, citaré la mayoría de los libros que los estudiosos creen que Lullus escribió: “Ars abreujada d`atrovar veritat”, Ars Principorum et Gradum Medicinae”, “Libro de contemplació de Deu”, “Ars Major”, “Ars Generalis”, “Ars Compendiosa Medicinae”, Llibre de l´Ordre de Caballeria”, Ars Dedmostrativa”, “Lliber de Figura Elementari”, “Llibre de Èvast”, “Blanquerna”, Libro Felix” o “Maravillas del Orbe”, “Ars Magna Generalis”, “Desconhort”, “Proverbis de Ramon”, “Declaratio per modem Dialogui”, “Liber de Geometría Nova”, “Tractatus Astronomiae”, “Llibre de Òració”, “Liber de Ascenso et Descenso Intellectus”, “Ars Generalis Ultima”, “Logica Nova”, “Vita Coetanea” En su batalla contra Averroes edita “Disputatio Raymundi et Averroystae de Quinqué Quaestionubus”, “Lamentatio Duodecim Principiorum Philosophiae” contra los Averroístas. “Lliber de existentia et Agentia Dei contra Averroem”, “Liber de Reprobatione Errorum Averrois” y otras obras más que están seguramente perdidas en algunas bibliotecas europeas. Lullus recorrió Libia, Egipto, estuvo en Avignon, Roma, Génova, Montpellier, Paris, Chipre, Mallorca y la península española. Lullus estuvo en muchos de los puertos mediterráneos y trató de mantener siempre un constante intercambio con el Islam. La idea básica “matar a todos los árabes” seguía siendo la consigna número uno en esos tiempos. Solo unas cuantas almas prestaron oídos al sueño de Lullus. Su plan era llevar las ideas cristianas a las dos religiones monoteístas: el Islam y el Judaísmo, en realidad él quería cristianizarlas. Lullus fue victimado por las manos de la turba fanática que le atacó a pedradas y golpes, siendo después abandonado a su suerte. La tripulación de un

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barco que cargaba y descargaba mercaderías en el norte de Africa le rescató, pero ya era demasiado tarde: Raimundus Lullus feneció en el barco camino a Mallorca. Algunos historiadores sostienen que los cristianos y los musulmanes vivían en relativa armonía; es decir existía un normal convivió entre los mercaderes cristianos y los enviados de la realeza, por una parte y, por la otra, el pueblo musulmán. En esos tiempos no se arremetía a pedradas contra los extranjeros. Las causas que provocaron la muerte de Lullus quedan pues en la oscuridad. Sobre Lullus existen un montón de leyendas y a veces tiene uno la impresión que el hombre era un ser muy especial. Al momento de morir, Lullus tenía ochenta y cuatro años. Esto sí que es admirable!, no te parece, Federico?, le dijo Catalina.

- Y de Arnaldo de Villanova, qué me puedes decir?

- Arnaldo de Villanova era considerado un alquimista. Muchos - hasta la fecha los hay – creían que Lullus y Villanova eran alquimistas. Villanova tenía una gran influencia sobre la nobleza y el poder. Villanova manifestaba vivir como un santo, pero al mismo tiempo, los reyes acudían a él en busca de consejos. De Villanova sabemos que era médico, tiene un montón de libros sobre medicina. Se le señala como místico, hombre de ciencia y predicador del reino de Dios. Villanova había estudiado medicina en Montpellier. Pero Villanova era distinto a Lullus. Villanova iba en contra del racionalismo. Para él, lo más importante era la inspiración en Dios. El no podía conciliar la creencia con el llamado sentido común. Si retornamos hacia Aristóteles, encontramos que él encuentra su más grande campo de ensayo y éxito en la cultura occidental, que es la cultura de la duda lanzada a las muchedumbres para, de esta manera, dar cabida al control de ellas: duda, reina, domina, luego inventa, luego mete al mundo entero en la máquina del racionalismo que conduce al desastre, me entiendes?

Federico estaba bastante sorprendido por los conocimientos que Catalina mostraba. Después de enterarse sobre esto se inclinó todavía hacia ella y se juró amarla hasta que, incluso, su belleza física hubiera desaparecido. Era el alma de Catalina la que vibraba y era el alma de Federico la que recibía esas vibraciones. Estuvieron por Mallorca no

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cinco días sino solo tres, pues él quería estar en buena forma a la hora en que se encontrara con Ernesto y con Portinari. Al retornar a Barcelona, Federico le pidió a Catalina que le dejara primero encontrarse con sus dos amigos a solas. Después que ellos hubieran hablado, él iría a recogerla a su piso para que los cuatro fueran a comer por algún sitio. Llegaron a ese acuerdo. Al regresar a Barcelona decidieron tomarse dos días de tregua. Se encontrarían después que Federico hubiera hablado con Portinari y con Ernesto. Federico estaba pensando en las lagunas que Catalina había dejado sobre Raimundus Lullus. No todo estaba totalmente cubierto. Lo que Lullus quería no era conciliar sino erradicar el Judaísmo y el Islam y colocar en el trono a la llamada filosofía cristiana. Cómo se expresaba esto en la vida de Lullus? Había una serie infinita de relatos sobre la vida de Lullus que Federico empezó a evocar una de ellas: Lullus había hecho un viaje hacia el Africa en un bote. El bote, en una noche que empezaba a anunciar los signos de una tormenta, fue atacado por piratas árabes. Lullus es hecho prisionero y es convertido en esclavo; Lullus es vendido a un jeque de cierta importancia. Lullus trabaja bajo el mando del jeque durante muchos años. Aquí hay que hablar de todas las imposiciones sufridas por Lullus: un esclavo blanco no es solo un esclavo en el sentido más común del término. En la cultura árabe de esos tiempos a un hombre blanco podría vérsele de muchas formas siniestras. Lullus es abusado, sexualmente, cierto tiempo. El jeque, al descubrir los aspectos brillantes de Lullus lo hace su amigo y después de pensarlo minuciosamente le concede la libertad. Yo tengo dos objeciones. En todo acto de violencia entre dos contendientes sobreviven posteriormente dos aspectos: el cultural; es decir, lo que se acerca más o menos a la verdad y el psicológico, en donde uno se defiende y el otro trata siempre de quebrar las defensas del aspecto psíquico del otro para reforzar sus barreras de defensa. Podría ser que la historia permita ver uno de los aspectos solamente? Lullus no había estudiado árabe sino lo había aprendido en la vida diaria, cuando él se había visto obligado a compartir lo cotidiano con esa gente cuyos principios eran tan diferentes a los suyos. Qué es lo que, a través de ese tiempo de esclavitud, había pasado por la cabeza de Lullus? Había sido Lullus esclavo? No sería factible tomar en cuenta que tal vez Lullus había buscado el refugio en la soledad para pensar mas calmadamente sobre el problema Islam? Era muy difícil que el

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proyecto inicial de Lullus hubiera mantenido la misma fuerza. Federico creía que Lullus había desembocado en el centro de una especie de nudo irresoluto. Tal vez ya no le hubiera interesado mantenerse en la misma línea de los principios. Quizá su alma hubiera descubierto que todos los hombres, a pesar de las religiones que profesaran, son esclavos de sus pasiones, de sus vicios, de sus pequeñeces, de sus orgullos y miedos, de sus vanidades y sus esperanzas, de sus odios, mentiras y traiciones. Tal vez Lullus ya no era la misma alma sedienta de los años idos; tal vez Lullus habría al fin aprendido que un hombre cambia todo el tiempo y se transforma y en esa transformación encuentra nuevas verdades para poder continuar. Conservaba Lullus energías suficientes para continuar?, y continuar qué …! A pesar de todo, la gente seguía hablando de Lullus como un verdadero Alquimista. Después, Federico pensaba en la enorme capacidad de lucha que Lullus poseía. Ser liquidado a pedradas a los ochenta y cuatro años es algo muy raro. Pero ahora Federico deseaba vivir y mucho y muy intensamente. Desde que Catalina había entrado a su vida lo había revuelto todo. Después de esa etapa aparentemente caótica vendrían años luminosos en donde ellos tendrían que ser muy generosos para aceptar todos los dones que ellos recibieran. Federico pensó que lo mejor era aceptar lo que la vida le diera y por ese camino desembocar en un lugar donde cada quien se expusiera sin temores ante el otro y, sin tener que confesar nada ni arrepentirse de nada, lograr reconciliarse con sus sufrimientos y aceptarlos y enterrarlos definitivamente para que ellos pudieran al fin diluir todas sus culpas en las cansadas brisas del olvido. También existía el relato sobre Lullus y la monja. Había habido una monja verdaderamente bella. Los amigos de Lullus y el propio Lullus acuerdan una apuesta: Lullus se propone conquistar a la monja. Después de muchos días de cortejo, la monja le pide a Lullus ir a visitarla. Los amigos y conocidos involucrados en la apuesta están observando los sucesos desde una ventana desde donde ellos no pueden ser descubiertos. La monja empieza a despojarse de la cubierta de la cabeza; después se quita la capa; luego se despoja de su blusa y Lullus cae impactado por la visión estremecedora: todo el pecho de la monja está cubierto de pústulas, sangre y gusanos. A Lullus no le queda otra alternativa que la de huir. Desde ese día, Lullus se adentra en los misterios de la vida. Federico dudaba que esto hubiera pasado.

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El relato está sostenido por demasiados eslabones fuertes. Y si el relato había realmente sucedido? Bueno, la vida nunca es lógica; ella nunca nos avisa de sus intenciones; las cosas suceden y nada más. De todas formas, Catalina había mostrado signos de sabiduría y, según Federico, eso era lo más importante. Todos los milenios y los siglos habían sido cubiertos por desgracias y tragedias provocadas por la voracidad y la ira de los hombres. La idea de los grupos de poder, dispersados por todo el mundo occidental, había estado siempre circunscrita a la voluntad que esos grupos mostraran. En el siglo XX y en los principios del XXI todo el mundo había sido testigo presencial de guerras y más guerras; todas guerras de rapiña. Las almas abatidas que siempre las han proyectado están en la etapa cercana a su desaparición. Federico creía en la eficacia sanadora de una nueva era donde los hombres estuvieran en libertad de expresar sus verdaderos deseos y por ese camino llegar a la consecución de una paz real y verdadera que lograra que los hombres se vieran, por primera vez, como hermanos: todas las culturas hermanadas. Somos bestias viviendo en un planeta al que estamos hostigando con nuestras decisiones y nuestros aborrecibles actos. Hemos erigido, y lo seguimos haciendo, las circunstancias adversas que nos están llevando al sacrificio universal. Si ponemos un alto a la locura paranoica ahora mismo podemos parar las enfermedades, la pobreza, el desempleo, los crímenes, en fin, todos los conflictos que nos convierten en adversarios. El arte renacería con todas sus fuerzas creadoras y los hombres vivirían en la armonía y el placer de disfrutar de la vida e iniciarnos en el descubrimiento de la verdadera magia que la madre naturaleza posee; veríamos entonces a la naturaleza como ella es y no como nosotros la suponemos, la veneraríamos: ella es la fuente que sostiene a todo el universo creado.

Federico se estaba preparando para dirigirse al aeropuerto. La verdad es que seguía pensando en Lullus. También, meditó en voz alta, tenemos la otra leyenda sobre la mujer jineteando un caballo blanco y que hace que Lullus se vea empujado a ir en pos de ella. La mujer se baja del caballo y entra corriendo a una iglesia solitaria. Lullus sigue tras de ella. La mujer se quita la capa, la blusa y le muestra el pecho lleno de gusanos. Lullus, horrorizado, escapa de allí. Esta historia, tal vez, fuera la más cercana a la realidad. Es imposible reconstruir lo que

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ha pasado., esa facultad la tiene solamente el gran creador de todo lo que existe. Sobre una persona conocida de muchos, se van siempre a encontrar historias diferentes, pero ninguna tendrá la apariencia verdadera. Algo de estos relatos relatos pertenece, sin duda, a la historia real. A los treinta y un años Lullus peregrina a Santiago de Compostela. Lullus estuvo en Barcelona, en Monpellier, en Mallorca, en Roma, en Paris, en Génova, en Túnez, en Nápoles, en Chipre, en Armenia, en Lyon, en Bujía, Túnez, donde pasa un tiempo en prisión, en Pisa, donde había naufragado. Algunos historiadores aseguran que Lullus encuentra a Villanova en Marsella. Lullus estuvo tambien en Avignon, en Vienne, Francia, en Sicilia, en Mesina. Lullus, aseguran otros historiadores, muere a la edad de ochenta y cuatro años. Encontramos demasiados datos. Alguien gritó que el taxi había llegado. El chofer, gitano, puso la proa del vehículo hacia el aeropuerto. El taxi, debido a congestionamientos repetidos, llegó tarde, pero Ernesto y Portinari se habían pertrechado en la cafetería - bar “El Secreto” y desde allí podían ver todo lo que sucedía en la sala de entrada. Regresaron al piso de Federico. Ernesto y Portinari le pidieron hacer uso del baño pues la verdad es que ellos querían tomar una buena ducha, vestirse y llevárselo a comer y conversar con él acerca de Edna ó de Gloria; algo podrían sacar de todo esto, algo, simplemente algo. Después de una media hora todos estaban listos y dispuestos para irse de aventura, hablar, beber un buen vino o un buen whisky, pero no comer les había dicho Federico; la comida la dejamos para después, cuando nos encontremos con Catalina.

Barcelona, que siempre está en ebullición, se había tornado en una ciudad dispuesta en todo momento a permitir que sus visitantes disfrutaran de su hospitalidad. Se fueron a sentar en uno de esos modernos restaurantes especializados en mariscos y bebieron whisky hasta que la conversación normal fue apagándose en los principios de lo que después sería un silencio casi absoluto. Federico, que en verdad ansiaba desprenderse de la desgraciada experiencia que había pasado con Edna Duarte, dijo que la oportunidad era muy buena para poner definitivamente todos los puntos donde estos faltaran.

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- Siempre Edna Duarte, no es verdad?, expresó Ernesto, como una pregunta lanzada al aire para provocar una reacción en la respuesta.

- El noviazgo de nosotros duró seis meses. Durante todo ese tiempo no la llevé jamás a la cama, pues, de acuerdo a lo que ella afirmaba, eso iría a fortalecernos y más adelante y nosotros sacaríamos muchas ventajas de ello. Lo nuestro, si es que puedo llamarlo de esta manera, fue de principio a fin, una verdadera mentira de su parte. Mientras que conmigo, por el día, se paseaba y me mostraba como a un dócil animal por todos los lugares en que se celebraba algo o alguien había organizado algún suceso especial, fiestas simplemente, la afición predilecta de la humanidad para disolver el aspecto tedioso del tiempo, mientras todo eso sucedía, Edna salía por las noches en busca de aquello que su sexualidad enferma le exigía. De esto me pude enterar mucho tiempo después. El día de la celebración religiosa salimos disparados de la iglesia para tomar el avión hacia Acapulco. Yo había alquilado una suite para toda la semana. Cuando llegamos al hotel ella me dijo que le gustaría que yo la llevara a la playa, pues a ella le gustaba nadar en el mar cuando el sol estaba por abandonar el día. Estábamos a unos diez metros de la orilla y, de pronto, ella se lanzó a nadar y poco a poco fue haciéndose más pequeña. Yo, que había reaccionado muy tardíamente, regresé al hotel y contacté a la policía. El inspector me suplicó que esperara.

- Y tú por qué no nadaste tras de ella?, le preguntó Portinari muy confundido.

- No soy muy diestro para eso de la natación. Yo termino totalmente abatido después de nadar diez metros, a lo más.

- Continúa!, le apremió Ernesto.

- Pues bien, ella llegó al hotel como a las cinco de la mañana. Llevaba una toalla sobre los hombros. Yo la abracé y la consolé y me dijo que le hacía falta descansar y me pidió que yo durmiera a su lado, mi amor, recuerdo que me dijo. Dormimos casi todo el día. Desperté cerca de las siete de la noche. Ella dormía todavía, pero yo la empecé acariciar y entonces Edna abrió sus negros ojos y colocando sus

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brazos en mi cuello me atrajo hacia sí y me besó con una pasión animal sedienta de engullirlo todo. Cuando la penetré sentí todas las tentaciones esclavizantes del mundo cercarme y acorralarme; el único lugar que me amenazaba era su vulva pero yo no podía salirme de ella ni tampoco quería. Me perdí en el remolino que ella significaba en esos instantes y sus brazos y sus sedosas piernas me atraparon y sus acuosos y, a la misma vez, ardientes labios me absorbieron y se pegaron a mi boca y me lanzaron a un pozo en donde yo estaba jugando con el diablo sin saberlo. Esa noche Edna y yo pasamos a través de un túnel en donde yo estaba obligado a vérmelas cara a cara con el sexo. Eso era algo más que sexo. Saben lo que quiero decir. Después de haber hecho el sexo durante cuatro horas Edna abandonó la cama y se metió al baño para lavarse la vulva. Yo, hipnotizado, seguí sus pasos. Retornamos a la cama y la abandonamos unos instantes después. Nos metimos a la cocina y preparamos algo de comer. Yo abrí una botella de Chateau Petrus, había comprado una caja pensando en nosotros, y Edna colocó la comida sobre los platos, trajo dos vasos, las servilletas, dos cuchillos, dos tenedores y dos cucharillas. Comimos sin hablar nada.. Y aquí viene lo extraño. Ella me confesó que desde hacia muchísimo tiempo hubiera deseado probar, conmigo esta vez, la preparación maravillosa de la marihuana, la datura arbórea y el hongo teonanacatl, mi amor, me dijo, todo esto junto. Ella no tuvo que insistir; en unos cuantos minutos yo ya me había vestido, había llamado un taxi y me había despedido de ella con besos ardientes de amor para irme a cumplir con lo que mi amada me pedía. Yo estaba aturdido. Si yo hubiera podido pensar en claro, lo más fácil hubiera sido ir en busca de una de las muchas brujas que existen en Acapulco, México entero está lleno de mujeres semejantes. Estoy hablando de las brujas verdaderas, de esas que pueden juntar miserablemente a un hombre y a una mujer para que ni la muerte los separe. Hablo de esas brujas que preparan sus pócimas de pasión maligna y les corroen las almas a sus víctimas. Pero yo no pensé en las brujas y me pasé toda la noche con el taxista dando vueltas y preguntando mientras el tiempo corría y Edna estaba sola en el hotel, pensaba yo, pero no obstante seguía encerrado en ese círculo diabólico sin poder abandonarlo. Le pedí al taxista que me llevara directamente a la inspección de policía y allí coheché al inspector de policía para que me consiguiera todo lo que Edna me había pedido. El inspector

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ordenó a uno de sus subordinados para que me llevara a lo de la bruja Eulalia Patraca. En un dos por tres tenía yo toda la mercadería. El taxista se dirigió hacia el hotel. Cuando entré en la suite Edna había desaparecido. Tomé el avión hacia Mexico City al día siguiente. Me pasé una semana entera buscando a Edna. A los quince días, exactamente, me visita un abogado y trae unos papeles para que yo los firme: es la exigencia de divorcio. Yo, exasperado, los firmo y me prometo olvidarla a ella y olvidarme de todo eso. Hacía cinco minutos, a lo sumo, que el abogado había dejado mi oficina y yo ya estaba arrepentido de haber firmado los papeles. Desde ese día jamás he visto a Edna. Estuve tirado en cama dos meses. Poco después abandoné México y no he vuelto. Vivo en esta maravillosa ciudad y pienso iniciar una gira permanente alrededor del mundo, por todos los continentes, ciudades populosas, islas, montañas, lagos, canales, ciudades pequeñísimas, valles, ríos, playas, puertos, aldeas, selvas, desiertos, ciudades abandonadas, ruinas, ensenadas, golfos, mares abiertos, polos, playas y más playas, todas las playas del mundo. Los sitios escondidos y las playas sin gente son todo para mí.

Retornaron a la vida normal. Federico les introdujo en su reciente aventura: Raimundus Lullus. Cuál había sido la idea central que se había apoderado del extraordinario cerebro de Lullus? Quería él, quizá, abolir al Judaísmo y al islamismo, para dejar solamente la corona del Cristianismo en lo alto? Estaba la filosofía de Aristóteles detrás de todo esto? Dónde se encontraba la filosofía del maestro Platón? Federico tiró todas esas interrogantes sobre la mesa de conversaciones y Ernesto y Portinari se sintieron a gusto en su compañía. Había sido Lullus, como muchos han siempre afirmado, alquimista? Cuáles eran los secretos que envolvían la vida de Arnaldo de Villanova? Había sido Arnaldo de Villanova alquimista?

- Hay dos clases de alquimistas, dijo Ernesto, para entrar definitivamente en la conversación de manera activa.

Todos sentimos que la pausa que se fue alargando y nadie hizo nada para romper los límites que el silencio fijaba.

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- Hay aquellos que se dicen alquimistas sin serlo. Los que son alquimistas no lo dicen. Estas son las dos clases de alquimistas que existen. Recuerdan ustedes que los doce apóstoles eran hombres lo que se dice normales. Ellos, en los principios, no tenían ningún tipo de poder Al recibirlos directamente del principio Cristos; es decir, la oportunidad concedida por las sabiduría para crear la secretísima condición universal que el ser dona a los que trabajan intensamente sobre sí, para que devengan hombres y puedan, por ejemplo, hablar en muchas lenguas extrañas, a curar a la gente de sus enfermedades, darles de comer, consolarlos, ayudarlos, en fin, ser los caballeros seguidores de las leyes de la naturaleza dedicados solamente hacer el bien. Estos hombres, todos ellos, eran verdaderos alquimistas que habían recibido sus facultades del principio Cristos sin intermediarios de ninguna naturaleza.

Ernesto se quedó callado; tosió un poco, bebió después medio vaso de agua y se limpió las comisuras de los labios con una servilleta azul marina:

- Los que han logrado esa meta, desde el siglo XIII hasta nuestros días, han tenido que luchar vida tras vida, muchos de ellos durante siglos y siglos enteros son, en verdad, muy pocos : Alexander Sethon, Paracelsus, Nicolas Flamel y Perrenelle, Ireneo Filaleteus, Basilius Valentinus.

El silencio se escuchaba.

- Vamos a hacer un pequeño paréntesis para hablar de otras cosas alarmantes: la inmensa mayoría de muchos de los gurúes de la India han sido puestos en el banquillo de los acusados. Se han visto expuestos a mostrarse tal cual ellos verdaderamente son. Detrás de todos ellos había un batallón de colaboradores que estaban bajo las negras alas de los negocios nada limpios. La fuerza que los ha movido a todos ellos es y ha sido siempre el dinero. Pero volvamos, dijo con voz suave y apaciguadora:

- Si yo me viera obligado a escoger a alguno de los alquimistas, me inclinaría, sin dudarlo, por Paracelsus. Este hombre lo

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veía todo. Cuando uno lo lee puede uno descubrir en el fondo de nuestro ser, que él estaba conectado a la conciencia universal que se encarga de unirlo todo. Paracelsus tenía una inteligencia portentosa. Desde los nueve años de edad escribía y hablaba en latín, conocía todas las plantas, raíces, hierbas, hongos, arbustos y árboles de toda Europa; la había recorrido a caballo y en torno a él, muchas de sus curas verdaderamente milagrosas empezaron a crearle una leyenda inmortal. Paracelsus tenía muchos enemigos y muchos le hubieran eliminado si la oportunidad se les hubiera presentado, aunque nunca se hubieran atrevido a expresarlo de ninguna forma en las conversaciones con sus socios y colaboradores. Todo el basamento mágico en el cual se sustenta el reino vegetal era conocido por Paracelsus, pues él conocía el espíritu de las plantas llamadas antiguamente Doire Oigh, Driadas, Dusii, Faunos, Grove Maidens, Hadas, Hamadríadas, ninfas, silvanos, silvestres. Paracelsus estaba conciente de la Kabala, del Magnetismo, la Telepatía y de la Transmisión de pensamiento a distancia y conocía toda la simbología de la tierra.

Ernesto tomó a Federico con sus dos manos por los hombros:

- Federico, le dijo, te invito a México. Tengo que dar cuatro conferencias sobre Paracelsus en el estado de Veracruz. Estás invitado. Federico, desgraciadamente, tuvo que declinar el ofrecimiento, pues sus planes con Catalina eran otros y la verdad es que ellos necesitaban y querían estar solos un tiempo bastante largo.

Ernesto dijo que él lo comprendía.

Después de dos días todos convinieron en ir a comer juntos. Federico les dijo que esta vez Catalina les acompañaría; eso fue lo que Federico les dijo. Federico había propuesto ir a “L`Hostal de Rita” para saborear los platillos de la zona. A las ocho de la noche apareció una gran máquina negra. Cuando entraron al Hostal sintieron que el ambiente era tranquilo y que la gente, esa noche, conservaba una actitud silenciosa y muy a punto con todo. Comieron distintos platillos y bebieron, como los huéspedes conocedores lo hacen, vinos de Cataluña y vinos de Rioja. Catalina, entonces, propuso que todos y

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cada uno de ellos deberían disertar sobre lo que quisieran siete minutos. Ni un segundo más, les había advertido ella. Al principio, el juego había dado la impresión de parecer bastante infantil. Portinari, que deseaba hacer el juego más difícil y más agresivo, agregó que los temas deberían ser fijados primero: cuatro temas, cuatro conferenciantes, tres preguntas, es todo. La prueba la pasa aquel de nosotros que salte al frente y conteste tres preguntas que los demás le hagan. No olviden, les dijo Portinari, tres interrogantes cada uno, en total nueve preguntas. Todos estuvieron de acuerdo con la proposición.

Y el premio!, grita alguien. Qué ganaría el vencedor?

Después de discutir el asunto unos cuantos minutos llegan a la decisión de enviarlo a Sevilla cuatro días a divertirse y pasarla bien; eso sí, acordaron, el ganador iría acompañado de alguna amiga de Catalina.

- Si yo gano, aclaró Catalina, yo voy con Federico. Cuartos separados, menos para Federico y para mí !, había gritado Catalina cuando todos brindaban por todos.

Después de transcurrir algunos minutos, los cuatro temas han sido escritos y depositados en una copa enorme. En otra copa de las mismas dimensiones hay cuatro números. Cada uno de ellos saca un número. Cuando Catalina saca el primer número, lo desenrolla y lee:

- El conferenciante número uno va a hablar sobre Ahalya.

Los otros le piden que lea todos los temas.

- Número dos: tres preguntas a Portinari de parte de cada uno de nosotros.

- Número tres: una frase de algún personaje importante.

- La última, la número cuatro: la Divinidad Shiva.

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Catalina inicia su intervención.

- Ahalya, como todos saben, fue la esposa de Sidharta Gauthama Sakyamuni, Buddha. Voy a hablar sobre Ahalya, a quien la Divinidad Indra seduce. En los duros años en los cuales Buddha y Ahalya se encuentran sometidos a cansadísimas pruebas, Ahalya y Buddha viven separados del mundo. En cierta ocasión, Buddha va a tomar un baño y se ausenta; la Divinidad Indra, entonces, se coloca las ropas miserables de un asceta y se dirige hacia la gruta de Buddha. Indra es, de todas formas, reconocido por Ahalya. Lo que Indra quiere es hacer el amor con ella y Ahalya accede a la petición de la Divinidad de los mil ojos. De regreso a sus mansiones, Indra encuentra a Buddha. Buddha, entonces, le recrimina por haber tomado su figura y haber cometido ese acto de maldad. Perderás tus testículos, exclama Buddha y, en el mismo momento, los testículos de Indra caen al suelo. Buddha, también, recrimina a su esposa y lanza a los aires una condena: vivirás siendo invisible en la Eremita, te alimentarás del aire y yacerás cubierta en cenizas, hasta que el gran rey Rama, el noble hijo de Dasharata, llegue hasta este bosque. Qué sucede con los testículos de Indra? : las Divinidades reemplazan los testículos de Indra por los testículos de un macho carnero. Cuando el rey Rama entra a la Eremita, Ahalya se inclina para saludarlo y en ese mismo instante la maldición desaparece.

El segundo número, el dos, había sido escogido por el detective, como ahora le llamaban todos a Portinari.

- Ustedes tienen que preguntar. Tres preguntas. Yo solo me limitaré a contestar.

Ernesto pregunta primero:

- Descríbeme a la Divinidad Artemisa.

- La Divinidad Artemisa es descrita siempre en posesión de un arco con cuernos en forma de media luna; se le asocia por esto a la madre Luna. Artemisa fue, es y será siempre virgen. Artemisa era la Divinidad de la cacería. También ocupaba su misión en fortalecer y

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cuidar a las mujeres en el momento del parto. El aspecto curioso de Artemisa es el de traer, también, las enfermedades y la muerte sobre todas las mujeres.

Federico piensa unos minutos. Le lanza la pregunta al amigo Portinari:

- Para seguir en la misma línea que Ernesto, quién fue Orión?

- Orión es un gran cazador que tiene la intención de ultrajar y violar a la Divinidad Artemisa. Como la Divinidad Artemisa posee poderes sobre todas las cosas llama a su presencia a un escorpión de las entrañas de la tierra. El escorpión no puede ser descubierto por Orión y pasa inadvertido cuando el cazador es atacado por él. El perro de Orión sale en auxilio de su amo cuando le ve en peligro, pero también sucumbe. Orión es colocado en los cielos como la nebulosa y su perro es transformado en Sirius, la estrella-perro.

- Me toca a mí, ahora, creo yo, dice Catalina. Cuál es la última tarea de Herakles?

- La de traer al mundo a Cerberos, el perro de tres cabezas. El perro de las tres terribles cabezas vigila la entrada de los infiernos. Herakles llega al mundo subterráneo, los mundos infernales, y en una lucha espantosa vence a Cerberos y lo lleva consigo para que Euristheus lo admire. Pasado esto, Herakles lleva de regreso al perro a los mundos infernales.

La rueda ha girado una vez. Se inicia la segunda vuelta de la rueda. Ernesto brinda por el amigo Portinari y brinda también por la segunda pregunta:

- Quién fue la única mujer argonauta ?

- Atalanta, la cazadora, era la única mujer argonauta.

- Menciona los nombres de cuatro argonautas.

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- Orfeus, Castor, Pólux y HeraKles.

Catalina es la siguiente en preguntar:

- Dónde se encontraba la Colquide?

- En las costas del Mar Negro.

Todos están de acuerdo que Portinari ha contestado respetando las reglas. Ahora se iniciarían otras preguntas.

- Dime, Portinari, quién fue la madre de Orfeus?

- La ninfa Calliope.

Federico estaba ya preparado:

- Relátame sobre las transformaciones de Tiresias.

- Tiresias ve dos serpientes apareándose. En silencio las observa y las golpea con la vara mágica; al instante, se inicia una transformación en él: se convierte lentamente en mujer. Ocho años después, Tiresias es testigo de otro apareamiento por parte de las mismas serpientes. Tiresias las golpea otra vez con su vara mágica y se convierte nuevamente en hombre.

La última pregunta de la sesión Portinari es hecha por Catalina.

- Cuál es el lugar de nacimiento de Merlín?

- En el sur de Scotland.

Federico se ha dispuesto a responder las preguntas de Ernesto, Portinari y Catalina.

Quién dijo que “Los filósofos deberían ser reyes en el Estado“ y “Los reyes deberían ser filósofos”.

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- Sócrates. Platón, en el quinto libro sobre el Estado trata el tema

Catalina tiene la intención de tratar a Federico con delicadeza y consideración.

- En qué lugares se adoraba a Atum, Amon-Ra y Khnum?

- A la Divinidad Atum se le adoraba en Heliopolis. Tomando su propio pene en sus manos, Atum crea a Shu y Tefenet. Amon era adorado en Tebas. Después, poco antes del cristianismo, Amon es asociado y unido a Ra, el Dios del sol y deviene Amon-Ra, la fuerza poderosa que permanece escondida pero que crea a las Divinidades. En otro mito, Amon es el huevo cósmico, en la figura del ganso, de donde la vida tiene su inicio. En la isla Elefante, o isla Elefantina, en la parte sur de Egipto, se adoraba al Dios Khnum. Su animal favorito era el morrueco padre. Todos nosotros sabemos que en las culturas pobres, que todavía viven bajo la influencia de sus dioses o que nunca han abandonado sus viejas creencias, el morrueco o el carnero ocupan sitios privilegiados: ellos producen beneplácito a la gente por su contribución para solucionar el problema del sexo en los hombres viejos. Las mujeres no necesitan de eso, las mujeres son diferentes. Khnum, con el barro, creó a todos los seres humanos y a todos los animales. Después sopló sobre los animales y estos obtuvieron la vida. Se decía de Khnum que era la Divinidad que siempre controlaría las inundaciones del río Nilo.

Ernesto, que ha sentido la responsabilidad de portarse muy amable con Federico, le pregunta:

- Cuáles son los seres que Caos creó?

- Caos origina a Gaia, la Tierra; a Tártaros, el infierno; a Eros, el deseo; a Erebos, la oscuridad del infierno y a Natt, la oscuridad de la Tierra.

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Todos han contestado sin cometer errores y sin tiempos de reflexión. El que ahora está en la línea de fuego es Ernesto. Todos saben que su intervención será sobre la Divinidad Shiva.

- Shiva es el destructor. El orígen de Shiva, de acuerdo a los Rudra, está en las palabras “aullante”, “salvaje”, “el malo”. Después, la palabra Shiva, con la cual se designa su nombre, revela el significado de “aquel que posee la suerte”. Shiva es el señor de las almas, el vengador, Lo que caracteriza a Shiva es su heroísmo y el aspecto doble de su actividad como yogi y como asceta. La mujer de Shiva aparece bajo diferentes figuras: Parvati, Sati, Uma. Algunas veces se le asocia a Durga, “la inalcanzable”, o a la Divinidad oscura Kali. En cierta ocasión en que el mar estaba fermentado, Shiva absorbe el veneno que la fermentación producía; su cuello, entonces, adquiere el color azul. Shiva salva a la humanidad la cual es amenazada por el mar efervescente. Los atributos de Shiva son el collar de cráneos, la corona de serpientes, la media luna y el tercer ojo: el ojo de la iluminación y el ojo de la destrucción al mismo tiempo. A Shiva se le adora en la forma del santo falo. Ustedes, dijo Ernesto, seguramente conocerán la leyenda aquella en la que Shiva cubierto de cenizas entra al bosque donde los hombres practican el ascetismo. Todos los hombres del bosque sospechan que Shiva anda en busca de mujer; todos ellos, entonces, pronuncian una maldición: “perderás el falo”. La maldición funciona, pero con la participación secreta de Shiva. El mundo entero, entonces, se transforma, la oscuridad y el frío cubren la tierra. Los ascetas pierden la virilidad que pueden recuperar un tiempo después, gracias a que ellos crean un linga en su honor. Shiva los perdona a todos. Cuando danza, a Shiva se le conoce bajo el nombre de Narayana: Esta actividad, este gran arte, es el origen del movimiento en todo el universo. Shiva danza sobre los lomos de un enano, la significación, según la leyenda, de la ignorancia. Shiva posee cuatro brazos y el círculo de fuego que lo cubre es la idea de la creación: el fuego produce la creación, todo sale del fuego. En la figura del enano, que seguramente confundirá a muchos, podríamos encontrar la definición primaria del hombre. Pero, me atrevo a preguntar: es el hombre mejor que el enano? No es verdad que en esta pregunta se podrían originar trampas dudosas? Es el tercer ojo de Shiva el ojo de la iluminación? Hay que tener presente que este ojo no

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es nada ficticio. La otra parte, el ojo de la destrucción, no es acaso la imagen del hombre al cual Dios otorga los poderes de la sabiduría que distorsionada le lleva a la tierra de las conquistas y las desolaciones de la maldad? Cuando cualquier cultura, sea el nombre que ella reciba, practica el culto al falo, esa cultura nos hace una invitación a eso que conocemos con el nombre de danza: si hay sexo divinal hay alegría y el cuerpo inicia el movimiento para acompañarle en la odisea. Recuerden que en la danza de Narayana se inicia el origen del universo. Danza y falo están asociados intrínsecamente. El encuentro íntimo entre dos, el amado y la amante, sucede gracias al fuego; después las dos chispas en actividad, el movimiento (danza) y el sexo se disponen buscar la sabiduría. Dios otorga a los seres más sabiduría en el sexo que en cualquier otra cosa.

Portinari pensó, sin omitir palabra alguna, que ese encuentro se había de pronto convertido en un maratón intelectual. Ernesto, por su parte, reflexionó para sus adentros que cada uno debería en verdad adentrarse en las preguntas con más calma.

- No tenemos que contestar todas las preguntas hoy, dijo Ernesto.

Esa noche se dedicaron a visitar algunos de los bares más antiguos de Barcelona. Llegaron a las diez de la mañana al piso de Federico. Federico entró con Catalina a su recámara. Portinari y Ernesto cayeron en sus camas como dos caballos cansados. Todos ellos sabían que ese día dormirían más de lo que las reglas permitían.

Gloria, le había afirmado Ricardo a Ernesto, ha sido una verdadera acción suicida. Nada de lo que yo hubiera hecho, le hubiera podido satisfacer. El no creía que nadie pudiera haberlo comprendido. Sin que yo entrara en cuenta, me fue convirtiendo poco a poco en un verdadero adicto al sexo de las sombras; pero un adicto con todas las de la ley. Edna, a su lado, ha ido corrompiéndose a la misma velocidad. Parece que las dos escogieron el camino fácil y nefasto de

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la maldad: por su forma de desafiarlo, no le tienen miedo a los peligros y ni les estremecen tampoco los riesgos que ellas toman sin pensarlo dos veces. Las experiencias por las que las dos han pasado habría asustado hasta a las putas más envilecidas. Yo no se si el sendero que las dos han tomado tenga verdaderamente un fin. Ricardo se atrevía observar su propia situación con más atrevimiento. En el tiempo que estuvo al lado de Gloria, todas las cosas se le solucionaban de la manera más fácil: el dinero le venía de todas partes a carretadas, los viajes eran siempre en primera clase, todos los placeres se encontraban, sin él quererlo incluso, a su alcance: fiestas macabras, banquetes que terminaban siempre en orgías, salidas en botes lujosísimos al mar, expediciones sorpresivas hacia todos los continentes, brevísimas vacaciones en islas desconocidas, grupos de sexo libre un viernes de cada semana que eran conocidos como homenajes a la diosa del amor, mujeres de una belleza tan inigualable que la imaginación más fértil no hubiera sido capaz de trascender, drogas. Ricardo quiso extenderse un poco más y relató que cada martes o miércoles una mujer siempre desconocida llegaba a donde el se encontrara para entregarle el paquete de la semana. El primer paquete, recuerda con toda claridad Ricardo, contenía algunos cactus de los cuatro vientos, el Achuma. El Cimora, el árbol del águila del mal , que estaba emparentado con la Datura, se bebía en forma de infusión saludando hacia los cuatro puntos cardinales. El Hikuri, conocido como peyote, Lophophora williamsii, que siempre había sido usado por los indígenas kiowas, los comanches, los cora y los tarahumaras, se comía para alcanzar el Wirikuta, el paraíso. Cuando la sacerdotiza oficiante se encontraba bajo el influjo del peyote planteaba sus preguntas al Tatewari, o sea el arquetipo del primer shaman. Otras veces, el grupo selecto de mujeres guiadas por Gloria y Edna, dedicaban tres o cuatro días para comer los hongos psilocybin, psilocybe mexicana, que los indígenas mazatecas de Oaxaca usaban en sus rituales sagrados para hacer los diagnósticos de las enfermedades; ellas, por el contrario, los usaban para entrar en contacto con los demonios menores con el fin de que éstas larvas les revelaran las posiciones sexuales usadas por ellos para obtener más placer. Los hongos Teonanacatl, la carne de los Dioses, fueron siempre consumidos por los indígenas aztecas, los mazatecas, los nahuas y los tarascos. Estos hongos eran comidos solamente los

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sábados; pero ni Gloria ni Edna nunca le explicaron el por qué. La flor del día, Rivea crymbosa e Ipomoea violacea, llamadas por los aztecas Ololiuhqui, era también usada por los zapotecas para incrementar la capacidad de la revelación de lo que iría a suceder en el futuro. A esta flor, dijo Ricardo, se le conoce bajo los nombres de la yerba de Maria o la semilla de la Virgen. Lo que a Gloria le gustaba más era cocer la liana llamada Natema por los indígenas jívaros del Ecuador. A esta liana se le ha llamado con diferentes nombres: ayahuasca, caapi, yaje. Yó bebí el ayahuasca con Edna y Gloria y las visiones que tuve estuvieron a punto de costarme la vida. Una vez hicimos un viaje a Piura y a Huancabamba, Perú, para tomar el cactus San Pedro, ya que una de las amantes del general Montenegro había adquirido cáncer y la mujercita quería entrar en contacto con los espíritus curadores y preguntar de paso si alguien había ejercido magia negra en contra de ella. Sucede que a Edna le habían robado un Cartier y Gloria quería saber quien había sido la ladrona, pues el reloj se había perdido en un bacanal compuesto solo de mujeres. Esa ocasión comieron los sacrosantos hongos Ntixitjo de los mazatecas. Cada una de las asistentes ingirió trece hongos. Una dosis de cinco o seis hongos, es ya muy fuerte. Ya te puedes imaginar lo que sucedió. Todas las mujeres fueron posesionadas, por sus bocas se expresaron larvas, sacerdotes y sacerdotisas, espectros, curas, demonios, actores y actrices relevantes del cine ya muertos, cantantes que terminaron sus últimos días en accidentes de toda naturaleza, políticos degenerados, diablos. Por sus gargantas no hablaba Dios, sino seres de ultratumba que habían sido invocados a ese encuentro para enseñar a sus nuevas discípulas los placeres olvidados, los vicios relegados y las fantasías guardadas en el silencio de las tumbas. Gloria, le continuaba relatando Ricardo, le había convertido en una máquina de sexo sin control que lo dilapidaba todo. Ricardo hace claros recuentos del día de su boda. De la ceremonia religiosa, oficiada por un bonzo del Tibet, salieron al aeropuerto para tomar una avioneta que les llevaría hacia Puerto Angel; a dos o tres kilómetros del pueblo, el general les había mandado a erigir una gran mansión. Regalo de bodas, había dicho el general, y le había entregado a Ricardo los papeles del inmueble. Ricardo pudo comprobar que todo estaba en orden y puesto a su nombre. El general le había hecho el regalo a él. Gloria, por su parte, había recibido dinero en efectivo, una

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suma repartida en distintas cuentas bancarias en los cinco continentes del mundo. Por aquel entonces, Ricardo creía que su suerte sobrepasaba todo lo que él antes nunca hubiera podido imaginar. La segunda noche, Gloria había organizado una cena en un restaurante cerca del mar. Gloria había comprado el restaurante días antes y sorprendió a Ricardo cuando le llevó a tomar un paseo por la orilla del mar, para ver la luna, mi amor, le había dicho ella besándole el cuello y enlazando sus manos en las manos de él. Cuando entraron al restaurante Ricardo no podía dar crédito a lo que él estaba viendo: todos los amigos de Gloria y de él mas un montón de gente desconocida estaban esperándolos. Las puertas fueron cerradas y alguien, con un grimorio levantado a lo alto, dijo que siete guardias vigilarían adentro y afuera para que nadie saliera ni entrara. Edna le entregó una bolsa a cada uno de los presentes. En cada bolsa había marihuana de Acapulco, marihuana de Michoacán, Datura arbórea y sobre una escultura de la Diosa Kali, pendían bolsos que contenían hongos teonanacatl. Edna había iniciado su caminata alrededor de las cuatro largas filas que ordenadas formaban un rectángulo. En el centro, al cual solo se podía entrar por la mesa en donde Gloria y Edna estaban sentadas, había una pirámide a cuyo alrededor estaban hacinados hongos, marihuana y datura arbórea. Abre las mandíbulas, desdichado, había dicho Edna y le había dejado caer en la boca a Ricardo dos Lucy in the sky with diamonds. Muchos habían recibido hasta tres LSD. La fiesta se había iniciado. Ricardo cree recordar que él estaba tratando de levantarse para ir a bailar con Gloria pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudo lograrlo. Unas manos femeninas le abrieron la bragueta y él sintió una boca enorme caer sobre su pene y chupárselo y mordérselo con verdadera ansiedad sexual. A lo lejos vio a Gloria sentada en un gran sillón con las piernas levantadas y a un tipo, no le pudo reconocer, que le metía la verga y se balanceaba como un diestro bailarín gritando improperios y convocando a los espectros del mundo desconocido en un lenguaje extraño. A Edna la tenían clavada entre dos tipos. Uno le daba por delante y el otro por detrás. Pasados unos diez minutos se turnaban. Leticia González tenía cuatro tipos y dos mujeres encima y todos ellos estaban ocupadísimos en su tarea. Uno le besaba y le mordía solo los senos; otro le había metido la pija en la boca; había un tipo que por detrás le metía una verga de plástico; por delante le habían caído un par de tipos que se

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esmeraban para introducirle cada uno su pene. Un par de mujeres le chupaban los dedos de los pies y Leticia gemía y lanzaba chillidos mientras cuatro enanillas le sostenían por los brazos y las piernas. Ricardo, después de muchos esfuerzos, pudo llegar al fin a las cercanías de Gloria. Esta empezó a lanzar amenazas al aire, muchas de ellas dirigidas a él. Cuando Ricardo estuvo en las cercanías de Gloria la asió por un brazo y empezó a luchar hasta llegar a situarse a sus espaldas. Métemelo por detrás, le gritó ella y él, sin voluntad de ninguna naturaleza, le metió la verga por el culo a su mujer, mientras que el tipo que estaba por delante de ella se había descargado en un orgasmo que le hizo estremecerse como un epiléptico por diez minutos por lo fuerte y estremecedor. Ricardo pudo observar que el tipo tenía una verga enorme y la cabeza de su pene era similar a una patata descomunal. Eso es lo que Ricardo cree haber visto. Un enano vestido con las ropas del Medioevo, repartía LSD en las bocas de todos. El maldito enano me había metido en la boca dos LSD más, dijo Ricardo. Ernesto seguía con mucho interés el relato. Ricardo empezó a sentir que una ebullición eléctrica le subía atropelladamente desde estómago a la cabeza y se le repartía por todo el cuerpo. Ricardo tomó al enano de la cintura y lo lanzó por una ventanilla que daba hacia la mar. Los guardias habían abandonado sus lugares. Ricardo trepó por una silla y se lanzó también por la ventanilla. El enano se le subió a los hombros y se le sentó colocando sus piernas alrededor de su cuello. Caminaron un gran trecho hasta que se introdujeron en el bosque. Ricardo creía que los ruidos crecían. Vio un chivo pastando; después sintió que el chivo le metió el hocico entre los testículos pero él no pudo reaccionar. Negros pajarracos revoloteaban alrededor de la cabeza del enano que ya se había bajado de sus hombros y que trataba de espantarlos con los pequeños bolsos llenos de marihuana y LSD. El enano y Ricardo fueron a parar cerca de una laguna y se sentaron a las orillas. En realidad, como Ricardo pudo recordar más tarde, los dos estaban en un charco de agua sucia lleno de bosta de vacas. Ahora, el enano luchaba contra fantasmas gigantescos y le pedía ayuda para espantarlos. Ricardo le había dicho al enano que tuviera cuidado con las ramas de los arbustos pues, a esas horas, de las ramas salían púas como cuchillos y atacaban a quien estuviera en sus cercanías. Uno de los guardias, por un ojo de la cerradura, vio a hombres enfrascados como bestias con otros hombres, mujeres con mujeres, hombres con

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mujeres, enanos con enanas. De una vulva los hombres saltaban hacia otra o abandonaban la vulva para caer en una verga; de unos labios hacia un culo, de un culo hacia una concha y de una concha hacia otro culo. La orgía se alargó hasta pasadas las cinco de la mañana. El sol se empezaba a levantar por el mar y todos andaban en busca de un sitio donde echarse para abandonar la realidad. Ricardo y el enano habían regresado y se habían echado a dormir en la cocina, entre platos con restos de comida, sartenes, cacerolas y ollas sucias. Los dos habían caído entre dos mujeres; una de ellas, Amanda, yacía entre las piernas del enano y hacía esfuerzos sobrenaturales por ponerle la vulva entre los labiecitos. Dolores se había quedado prendida a la pija de Ricardo y le succionaba lo mismo que una aspiradora. Ricardo echó una mirada a su alrededor y notó que todos estaban desnudos. Cuando alguien abrió las puertas del restaurante, los guardias, todos desordenados, estaban en sus sitios de vigilancia. La verdad es que ninguno de los guardias había vigilado nada. Ni Ricardo ni Gloria volvieron a mencionar la fiesta de bodas, él porque todavía se avergonzaba un poco y ella porque eso no le importaba un carajo. Era ella la que tenía el control de lo que pasaba y de lo que no pasaba, no lo olvides, le había dicho ella con determinación. Al retornar a casa; es decir, a Mexico City, Edna se vino con ellos. Edna era la hermana de Gloria; también era la amante, la puta, la ramera, la discípula, la prostituta, la hetaira, la meretriz, la zorra, la testigo de todos sus deslices. A veces Edna se convertía en la madre de Gloria, la virgen intocable, la Diosa inalcanzable, la deidad única, la dadora, la verdugo, la divinidad vengativa. Cuando Gloria estaba con el mes, entonces Edna era la enemiga, la soplona, la espía, la acusadora, la policía, la juez, el supremo poder. Cuando Gloria se sentía lo que se dice bien, lo que sucedía esporádicamente, Edna entonces se transformaba en su doble, en su hermana de leche y su hermana nocturna a quien nada ni nadie hubiera podido jamás indicarle sus caminos. De manera que las cosas estaban muy claras para Gloria y para Edna, pero muy difíciles para Ricardo. Nueve meses pasaron igual que el viento: nadie los notó. Ricardo tuvo que aceptar todo lo que a Gloria se le pegó la gana. Una noche en la que él había llegado a casa para cambiarse de ropa, Gloria le estaba esperando en la sala con tres maletas. Gloria le dijo que todo había tocado a su fin y que él tenía que abandonar la casa. Ricardo solicitó un taxi por teléfono y

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media hora después estaba viviendo en un hotel de la avenida Reforma.

Ricardo juró que esa era la verdad. Que el cielo me caiga encima si te miento. Pasaron muchas cosas más; esto que te relato no es nada si lo comparo con otros sucesos todavía más increíbles. Ernesto iba modificando poco a poco su concepción de los sucesos. El y Portinari se encontrarían en lo del abogado Mendizábal. Portinari le esperaría hasta que él llegara.

- Voy a encontrarme con Leticia González, Portinari!, le dijo Ernesto, y por la voz se le escurría una firme seguridad.

Ernesto y Ricardo se separaron. La próxima cita de Ernesto era con otra parte de la verdad, pero esta se le escabullía cada vez que él intentaba llegar a ella. Ricardo estaba metido en un proyecto peligroso que él, para soslayarlo un poco, colocaba en manos del general Montenegro íntegramente y de esa forma quedaba, según sus propios cálculos, libre de todo tipo de acusaciones. La droga, la principal mercancía de ellos, Ricardo la metía - la verdad es que eran sus soldados de batalla los que hacían esto - a los Estados Unidos por toda la frontera, por avioneta y por el mar, por túneles y por correos que sobornaban a los guardias americanos; estos correos eran mexicanos duros acostumbrados a los desafíos de la muerte y no conocían el miedo. En los principios habían empezado con la marihuana; después siguieron con la cocaína. Tenemos que meter la morfina, le había dicho el general, con la morfina ganaremos mucha plata. Introducían toda clase de drogas y estaban abiertos a todas las proposiciones que les dejaran ganancias económicas astronómicas. Cuando las cosas entre él y Gloria llegaron al final, - habían llegado desde el comienzo – Ricardo dejó de tomar, no volvió a consumir ningún tipo de droga, terminó con todos sus líos menores y con todas las putillas que le merodeaban insistentemente y echó de sus cercanías a todos los moscardones que siempre querían algo de él. Ricardo había comprado recientemente una casa en San Angel. Los únicos que entren a esta casa serán aquellos que siempre han sido mis amigos, le dijo él en cierta ocasión a Leticia; incluyó, pese a todo, al peor de los males: el

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general Santiago Montenegro. Leticia era una vieja amiga de Ricardo, y él, pese a sus dudas, se negaba a echarla de su lado. Con el paso del tiempo, Leticia se fue alejando de su compañía, pero seguía frecuentando a Gloria y a Edna asiduamente.

Edna y Gloria se habían ido para Las Vegas. El general había dispuesto su Jet, que estaba a nombre de su hija Gloria, para transportarlas adónde ellas quisieran y el piloto tenía órdenes estrictas de dejarlas en Los Angeles, California. Desde Los Angeles, ellas alquilarían un auto y manejarían hasta Las Vegas. Portinari se había enterado de esto a través de una conversación telefónica que Gloria había tenido con su tía Juliana Montenegro. Ricardo había volado en su avioneta para Las Vegas con Ernesto y Portinari. Este es el favor que uno puede hacer a los viejos amigos, les dijo. Un par de día antes, el general Villar, que era el jefe de la policía en el país, le había informado de todo esto al general Montenegro. Cuando el general Montenegro le puso a Gloria al tanto de los acontecimientos, ésta y Edna volaron de Los Angeles a New York y olvidaron Las Vegas. Estuvieron en New York solamente tres días y de allí se dirigieron hacia London. Tenían pensado pasar una semana en London, pero a los dos días estaban tan aburridas que se trasladaron hacia Ámsterdam. Se hospedaron en el hotel Grand Ámsterdam, situado en Oude Zijde. El hotel estaba cerca al barrio de los burdeles. Recorrieron Ámsterdam de la mañana a la noche en cuatro días consecutivos y sin descansar para nada. Estuvieron en muchos clubes nocturnos: el Odeon, el Cash, el Marcanti Plaza, el Mazzo, el Escape; fueron a algunos gay-Clubs: Homolulu, April´s Exit, Habana, It, COC Ámsterdam y De Trut. Pasaron igual que las saetas por el barrio de los museos: el museo Rijks, el museo Van Gogh y el museo Stedelijk, donde pudieron ver algunas obras de pintores contemporáneos. Al quinto día decidieron que tenían que tomar un buen descanso y se dedicaron a visitar cafeterías donde pudieran encontrar algo que satisficiera sus inclinaciones y gustos. Era el mes de julio y la ciudad estaba llena de gente como siempre. Cerca de las siete de la noche estuvieron en el bar del hotel tomando un tequila margarita. Después se fueron nuevamente a deambular. La curiosidad las había llevado al Homolulu y allí se quedaron unas horas. Cuando salieron, serían tal vez las dos de la madrugada, Gloria iba acompañada de un judío que

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era el guardia del Joods Historisch Museum. Salomón, el judío, le puso en sus propias manos los cinco libros del viejo testamento, el Torah, y le enseñó todo el museo. Regresaron a la sala donde se guarda el Arca Sagrada. Gloria empezó a despojarse de la ropa y el judío, que era bisexual, la penetró muchísimas veces. Gloria, que siempre andaba preparada, tomó su bolso de mano y sacó una de sus vergas preferidas. El judío le miró durante algunos segundos, después sonrió y le dijo OK, señorita, métemela toda. Mientras el judío Salomón la cogía, Gloria le metió el aparato de plástico por el culo. Estuvieron dándole a los cueros varias horas. Abandonaron el museo a las siete de la mañana. Cuando Gloria llegó al hotel le habían dado una buena tunda. Gloria le había comentado a Edna que el judio Salomón tenía una verga antidiluviana. A Edna, por el contrario, le había salido todo al revés. Ella había estado tratando de conquistar a un bonaerense; la verdad es que había sido el bonaerense el que le había tirado los perros primero, pero las horas huyeron espantadas y el bonaerense se perdió entre la muchedumbre de buenas hembras que habían salido para comérselo todo. Edna salió a la calle sola y pensó que lo mejor sería tomar un taxi para llegar más pronto al hotel. Trató de adivinar por donde andaría. Edna no sabía que se encontraba en el barrio de las putas. De un edificio viejo salieron cuatro africanos, ella no recuerda la nacionalidad, que la trataron de conquistar. Edna, que andaba ya un poco entrada en tragos, no opuso resistencia y les acompañó al mismo edificio desde donde ellos habían salido. Los africanos, ella creía que los tipos habían sido senegaleses, la despojaron de sus ropas y la besaron de la cabeza a los pies durante una hora. Después, relata Edna, comenzó mi fiesta: me comí las vergas más grandes que jamás me había comido. Uno de ellos me penetró por la vulva mientras yo estaba sentada en otra verga mayor. El tercero me besaba los senos y las manos y el estómago y el cuarto me chupaba los dedos de los pies y me mordía levemente por todos lados. Después cambiaban de posición y la función volvía a empezar. Les chupé la verga a todos y a uno de ellos se la mordí tan fuerte que el negro salió corriendo al baño para buscar un esparadrapo y ponérselo en la herida. Me soltaron a las seis de la mañana y estoy todavía lo que se dice con una calentura insoportable y con unas terribles ganas de regresar al mismo sitio, pero no recuerdo el nombre de la calle. Lo que si sé es que la calle estaba en el barrio de las putas,

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eso si lo se, porque me enteré de ello a través de sus intercambios de comentarios. Bueno, le contestó Gloria, a mí me cogió un judío homosexual y a ti te dieron cuatro senegaleses, ó de donde hayan sido, hasta la saciedad. Edna ya no estaba muy segura que sus dadores de verga, como ella los denominaba, hubieran sido senegaleses; tal vez serían, según sus dudas, del Sudán. Gloria le dijo que ellas se quedarían en Europa hasta fines del mes, pero primero pasarían por Paris y por España: Barcelona, Sevilla, toda Andalucía, pues. Nuestro objetivo inmediato es Barcelona. Mi amada Gloria, había respondido Edna, soy fiel acompañante. Al día siguiente, Gloria y Edna estaban en camino hacia Barcelona. Lo que ni Edna ni Gloria sabían es que Ernesto y Portianri habían abandonado Las Vegas y se encontraban en Barcelona, precisamente ahora. Los íones andaban sueltos y continuaban con su marcha, que era lo habitual; las dos mujeres olían el esperma y el sexo y todas las acciones que no tuvieran que ver con la Etica y las reglas morales que impiden que los hombres se pierdan en los pozos de las miserias y trampas, situaciones muy preferidas de los hombres y de las mujeres en la vida. Cuando llegaron a Barcelona Edna estaba muy contenta y Gloria se sentía feliz de que Edna estuviera contenta. Tu estás contenta y yo estoy feliz, Edna linda, había expresado Gloria con su lengua doble de víbora, suponía ella llena de seguridad. Se hospedaron en uno de los hoteles de Paseo de la Gracia. El primer día lo dedicaron a dormir y a comer. El segundo día se habían recuperado un poquillo. Barcelona me calienta la vulva y me levanta los senos y me cosquillea por el culo, gritó casi en éxtasis Gloria. Y Edna, sin perder para nada el tiempo, le había contestado que la conchita de ella estaba esperando por nuevas aventuras y nuevas sorpresas; tal vez una verdadera verga, un verdadero miembro viril, una pija de buen kilate, un buen órgano de reproducción, aunque no reproduzca nada en mi vagina; un pico, como dicen los chilenos, que me ataque y me ponga casi en jaque mate y me despierte y me vuelva a penetrar cuantas veces quiera y siguiendo esa misma ruta llegar al día de la continuación. Una pija, dijo Gloria, lo que tú necesitas es una pija sedienta de tus olores y tus miedos y tus sabores y tus fiebres imprudentes y osadas, una pija que te transporte allá, a los sitios deleitadores y deleznables que tu incandescencia y tu curiosidad demandan. No solo una pija, gritó Edna, sino un cara de patata, un machaca piña, un basto de campeones, una verga demente

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como mi ratoncito, dijo en voz baja para finalizar. Pasaron por la Plaza de Cataluña. Allí compraron hasch y un poco de cocaína y recibieron algunas invitaciones por parte de los hombres que llevaban meses, años quizá, esperando por los papeles legales para quedarse en España, africanos la gran mayoría. En Las Ramblas – o La Rambla - tomaron una mesa en el mismo restaurante chino donde Federico y Catalina solían sentarse a comer. Ese día andaban con ganas de llevárselo todo con calma y pidieron dos jarras grandes de cervezas. Federico y Catalina habían tomado el avión, ese mismo día, hacia Mallorca. Ernesto y Portinari se estaban preparando para acercarse a Las Ramblas, pero Portinari no se sentía muy bien; los últimos días se había agarrado una diarrea terrible y prefirió quedarse en el piso, de manera que Ernesto tomó hacia Las Ramblas. Ante de cualquier otra cosa, Ernesto pasó primero por una farmacia y compró unas pastillas anti-diarrea para Portinari. Lo que él deseaba era tomarse un whisky. Ernesto estaba cruzando la Plaza Cataluña cuando Edna y Gloria estaban abandonando el restaurante para ir al barrio gótico. Cuando Ernesto llegó al restaurante chino, la mesera estaba limpiando la misma mesa que Gloria y Edna habían abandonado unos siete, diez minutos atrás. La vida los colocaba en el mismo sitio, pero ellos no se podían encontrar. Ernesto se tomó un par de whiskies y estuvo sentado casi unas dos horas. Disfrutó de un payaso que, cada vez que alguien pasaba, le seguía imitándolo en todos sus movimientos que eran perfectos. Uno veía a dos personas que parecían la misma, caminando hacia un destino no manifestado sino por los ademanes, los tics, las facciones del rostro o simplemente el tedio y el no tener idea para donde dirigir sus pasos. Ernesto decidió caminar un poco y se dirigió hacia el barrio gótico. Entró al museo Picasso. Unos instantes atrás, Edna y Gloria habían abandonado el museo. Cuando Ernesto estuvo de vuelta al piso de Federico, Portinari estaba durmiendo. Ernesto se sentó en un sillón de mimbre que estaba en el jardincillo y se puso a reflexionar sobre Edna, Gloria, los amigos que siempre habían estado a su lado y la cacería de Edna que se alargaba y se complicaba sin que él obtuviera resultados concretos. Ernesto estaba pensando en rechazar del todo la invitación del gobernador de Veracruz. Lo mejor sería esperar por el retorno de Federico y Catalina; dejar, junto con Portinari, el piso de Federico y alquilarse algún piso en la misma zona. En la tarde, cuando Portinari había despertado, los dos abandonaron el

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piso de Federico y se dedicaron a la búsqueda de un piso para ellos. El asunto no tomó más que unas horas. Ernesto había depositado la suma de dinero que le pidieron y había obtenido un buen piso, también en Paseo de la Gracia. Por la tarde del día siguiente, estaban instalados en el nuevo piso. Un día después, cuando Federico y Catalina habían regresado de Mallorca, ellos habían ido a lo de Federico para informarle que estarían fluctuando entre Mexico City y Barcelona, pero que se quedarían en Barcelona hasta julio y para evitarles molestias habían alquilado un piso por las cercanías. Federico protestó, pero aceptó al final la decisión de ellos, en realidad, la decisión de Ernesto y convinieron en que las cosas marcharían como debieran. Ernesto, había pedido a Federico y, especialmente, a Catalina por su ayuda. Ernesto necesitaría un lugar donde dar una o varias conferencias sobre Paracelsus. A Catalina, la solicitud de Ernesto le cayó como una dádiva del cielo y le aseguró que ella conseguiría un auditorio, tal vez en la universidad, para que Ernesto pudiera llevar sus proyectos a cabo. Portinari dijo que él, por fin, podría escribir su libro sobre la búsqueda del alma en los campos de devastación humanos. Catalina se puso en acción. Primero que nada, consiguió el lugar; no el auditorio de la universidad, sino la iglesia Santa Maria del Mar – de estilo gótico catalán - y después fue a encontrarse con los directores de los diarios de Barcelona y de toda la parte sur de España para anunciar las conferencias de Ernesto, pues a ella le había parecido que las conferencias fueran cuatro. Las cosas se habían solucionado en un abrir y cerrar de ojos. Ernesto se preguntó el por qué de la dificultad para encontrar a Edna ? A la semana siguiente, los diarios anunciaban las conferencias que Ernesto expondría en esa iglesia que el rey Jacobo I había jurado levantar en Barcelona toda vez que hubiera conquistado Mallorca. Catalina le había explicado a Ernesto que la iglesia Santa María del Mar había sido proyectada por el arquitecto Berenguer de Montagut. En esta iglesia, le dijo, se esconden incalculables tesoros que el mismo arte podría seguramente envidiar. Lo que tú quieres decir es que el Arte proyectó, buscó el lugar, colocó la primera piedra y levantó sobre todo eso una obra para preservar las verdades eternas, no es verdad ?, le dijo Ernesto. Catalina se vio obligada a reconocer que lo que Ernesto sostenía era la verdad. La primera conferencia – de las cuatro que el daría cada domingo, exactamente a las doce del día – sería dentro de quince días.

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Edna, que ese día había salido a desayunar sola, estaba leyendo el diario cuando se encontró con las páginas anunciando las conferencias de Ernesto. El corazón de Edna se llenó de sangre arrepentida. Ella no le diría nada a Gloria y pretextaría hacer un viaje hacia Andorra, sola, remarcaría, para tener un par de días de respiro y estar en posibilidades de acudir a la primera conferencia. Se prometió que haría exactamente lo mismo cuando las restantes conferencias se llevaran a cabo. Se hospedaría en algún hotel de las cercanías a la Iglesia Santa Maria del Mar. Edna le mentiría a Gloria por primera vez, aunque mentir no era la palabra adecuada. Encontró, para no dar lugar a las interpretaciones que siempre llegan como cuñas, que lo mejor sería no decirle nada; es decir, ocultarle la verdad; no hablarle de sus planes concretos referentes a este asunto concreto, era mejor que mentirle a la carne de sus desgracias gemelas. Ese día, Edna regresó al piso cansada y preocupada. Esta vez estaba pensando en Ernesto y solamente en él. Y si ella se dedicara a investigar el sitio donde Ernesto se encontrara ahora? Era, no obstante, una posibilidad que había que mantener viva. Lo pensaría durante algunos días. Lo que si era importante era conocer el lugar donde Ernesto estaba; es decir, su piso. Fue a una agencia de investigación privada y le expuso su problema al detective: encontrar a Ernesto Covadonga. Para el investigador, esto no fue ningún problema; ese mismo día había localizado a Ernesto. Le entregó la dirección a Edna: Paseo de la Gracia 33. El corazón de Edna recibió torrentes de sangre.

Es necesario poner algunos puntos en claro. Después de haber hablado con Ricardo Ponce de León, Ernesto y Portinari se encuentran en lo del abogado Mendizábal, en Reforma. Como los dos sabían, el encuentro con Leticia González podría aportarles nuevos datos que ellos, por esos momentos, no estaban en condiciones de conocer. Ernesto se decide por acercarse al artista grabador Lucrecio Morales. Lucrecio, a su vez, invita a Leticia y a Ernesto a comer en el Jardin del Arte, en San Angel. Ellos dos, Lucrecio y Ernesto, saben que lo que están haciendo son solo maniobras para tratar de que Leticia ponga su confianza en Ernesto. Ernesto pide para él una jarra de tequila margarita. Lucrecio y Leticia piden, igualmente, dos jarras más. Todos ellos reciben el menú. De pronto, alguien llega a la mesa y le dice a Lucrecio que su abogado quiere encontrarlo. Lucrecio se disculpa y

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los deja solos. Después de la intervención clásica en que todo inicio de conversación se sustenta – Ernesto no conoce a Leticia, pero Leticia sí sabe quien es él – piden tacos con ensalada, aguacate – paltas - , frijoles negros refritos, mucho picante y una botella de vino de Rioja. Hablan de todo: de las mujeres, de los hombres, de la moda, de literatura, del tiempo, del futboll, de las vacaciones, de los últimos sucesos en el arte y, al fin, del sexo. Como Leticia es un alma que se considera imposible de retener esclava, usted sabe, esas ideas extrañas de la gente acerca de la libertad, inicia una especie de narración donde ella se coloca como la heroína principal. Yo empecé con el sexo a edad muy temprana. Cada vez que yo estaba preparándome para ir a la secundaria, el secretario de mi padre, que siempre llegaba muy temprano a la casa, se metía a mi cuarto y allí hacíamos el amor por lo menos una hora. Ni mi padre ni mi madre se enteraron jamás de esto.Una vez le dije a Jacinto, que era el nombre del secretario, que se metiera debajo de la cama. Mi padre había entrado para despedirse de mí. Yo tenía entonces solo quince años y nadie, ni siquiera mis padres, sabía de mis cosas. Con Gloria fue la primera amiga con la cual yo me abrí. Gloria había cometido todo esto que yo pasé a los quince años, cuando ella tenía solo doce años. Gloria siempre me ha llevado una gran delantera pues ella siempre ha llevado prisa. Ernesto, que no se atrevía a menciona ni a Edna ni a Gloria, se dispuso a escuchar lo que Leticia quisiera relatarle. Para alentarla un poco, Ernesto habló de los amores inmortales; no es que esos (los) amores hubieran sido inmortales, dijo Ernesto, sino que esas mujeres estaban señaladas desde los mismos comienzos para llevar a cabo las tareas difíciles que les hicieran llegar al conocimiento de las cosas. Ernesto se atrevió hacerle una pregunta-trampa: cuál es la mujer a quien usted admira más y por qué? Leticia sintió que las puertas de su imaginación habían sido abiertas de par en par. Leticia había contestado que existían dos mujeres y que, para ella, por muchísimas razones, merecían ocupar la atención y la admiración de todos: Edna Duarte y Gloria Montenegro. Igual que ellas no hay nadie más. Las dos representan a la mujer de los últimos tiempos. No necesitan de ningún hombre, no necesitan usarlo sino solo en las ocasiones que ellas deciden. Si lo usan, obtienen de todas formas lo que desde los principios han querido; manejan el dinero en forma inteligente y se cogen a quien ellas quieran, no importándoles si el tipo es homobisex,

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travesti, lesbiana, mujer u hombre, como quieran y a la hora que se les pegue la chingada gana. Ernesto había obtenido lo deseado, pero la tristeza había entrado en su corazón. Ernesto estaba seguro que el mundo iba camino al desastre, pero no le dijo nada a Leticia. Leticia ya había mencionado a las dos. Las cosas, aunque desastrosas, se presentaban en una pantalla más nítida y él en eso no se llamaba a engaño. Ernesto, entonces, le confesó que él había conocido a Edna Duarte y a Gloria Montenegro, cuando los tres iniciaron el primer grado en la escuela primaria. Fuímos compañeros de escuela algunos años, le había remarcado Ernesto. Ernesto estaba seguro que relatarle la verdad a Leticia sobre Edna y Gloria podría causarle problemas, pero haciendo todo eso de lado, se arriesgó a pasar la prueba. Leticia, al lado de Ernesto, se sentía en buena compañía y siguió soltando la lengua y se mantuvo ocupadísima en ello. Ernesto le propuso escribir un libro entre los dos, pero le pidió mantener todo esto en secreto. La novela trataría sobre la vida de ellas tres: Leticia, Gloria y Edna. Leticia ya había empezado a pensar en el título. Me han dicho que usted es una personalidad sorprendente, le había confesado Ernesto, y había añadido que muchas personas importantes hablaban siempre de ella en términos de admiración. Convinieron en que se encontrarían en algún lugar tranquilo para poner en marcha el proyecto. Leticia le había invitado a su mansión y Ernesto había aceptado muy complacido. Para Ernesto, las cosas habían marchado mejor de lo que en un principio había pensado y para no correr el riesgo de implicar nuevas mentiras en las viejas cosas, Ernesto se había atrevido invitarla a Veracruz. Le explicó detalladamente sobre la serie de conferencias que él daría en Veracruz. Las cosas cambiarían más adelante y las conferencias serían dadas en Barcelona. Esa misma noche, se encontrarían en lo de Leticia para tomar una copa juntos y poder continuar hablando sobre la vida de Leticia. Los dos cambiaron tarjetas con los datos sobre sus señales. Ernesto pagó la cuenta y le acompañó hasta su auto. El chofer de Leticia abrió la puerta trasera del Cadillac y Leticia se sentó cómodamente. Por la ventanilla agitó las manos y se despidió lanzando besos al aire. Rumbo hacia su mansión, Leticia iba pensando en la suerte extraordinaria que tenía: Ernesto Covadonga va a escribir un libro conmigo, he recibido una invitación para visitar Veracruz con todo pagado y esta misma noche me traerá los boletos de avión. Leticia González se sentía en el aire. Ernesto,

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bastante apremiado, se dirigió a una agencia de viajes y compró un boleto abierto de avión hacia Veracruz, ida y vuelta, para Leticia; reservó, también, una suite en uno de los mejores hoteles. En el futuro, tiempo después, en Barcelona, cambiaría todo esto y se vería obligado a reservar, de igual manera, un boleto de avión ida y vuelta para Barcelona y una suite en uno de los mejores hoteles. A las siete de la noche se encontraría con Leticia González Lo que Ernesto no sabía es que la fantasía de Leticia estaba en marcha y sobrepasaba a la realidad. A las siete de la noche en punto, Ernesto estaba oprimiendo el timbre de la puerta de la mansión que Leticia tenía en San Angel. Cuando Leticia abrió la puerta se encontró con la mano derecha de Ernesto esgrimiendo dos sobres; uno de ellos contenía el boleto de avión ida y vuelta para Veracruz y, el otro, la reservación de la suite en el hotel. Leticia había gritado, con una alegría exagerada, que las personas exhuberantes y cachondas como ella, reciben siempre todo de la vida, siempre a tiempo y siempre a manos de la diosa suerte. Ernesto le dijo que era un alma a la cual le esperaba todo lo mejor por vivir. Leticia se le colgó al cuello y Ernesto tuvo que hacer grandes esfuerzos para impedir que ella le derribara. Le preguntó si él prefería la marihuana al hasch, o los hongos a la datura arbórea, o la concha al culo, o la lengua a los dedos. Ernesto, que ya había escuchado bastantes bizarras historias sobre Edna y Gloria, no tuvo impedimento en pensar que Leticia podría ser todavía más loca que ellas, o estar más loca que ellas, o haber nacido ya loca para permanecer en ese estado durante décadas enteras. El no le contestó nada y se limitó a mover la cabeza hacia uno y otro lado y la abrazó con delicadeza. Leticia recibió las señales y se sintió de pronto un poquillo avergonzada. Ernesto se sentó en la nueva poltrona; Leticia escogió su diván favorito. Le preguntó si él deseaba whisky o tequila margarita. Ernesto le había contestado que dos de sus principales bebidas en la vida eran esas que ella había mencionado. Leticia trajo dos jarras conteniendo tequila margarita y regresó después con una botella de whisky. Dejaron que un silencio presagiador de buenas nuevas clavara sus pezuñas en las ganas de hablar de los dos. Por unos instantes nadie dijo nada. Háblame de ti, le había pedido ella y Ernesto le describió la figura de una persona dedicada al estudio de documentos, libros, textos y manuscritos antiquísimos; los viajes le salían cuando menos lo esperaba, las mujeres, eso era un tema vedado para él; él ya había

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enterrado el hacha de la lucha en lo concerniente a ellas. Yo me relaciono con ellas, le afirmó él, con la misma fineza con que considero mi alma y el alma de los demás. No me afecta si ellas van a caer, si aún se mantienen en la afrenta o ya están cayendo. Yo soy un testigo del cielo y no un condenador. Mi piel resiste toda clase de ataques, no importando ni quién los lanza ni de donde vienen. Abreme tu corazón, Leticia, no ando en pos de ti sino en búsqueda de la verdad. Cántame las canciones que tu alma quiere revelar, no te condenes al silencio de la espera y las dudas de tu indecisión. A Leticia le encantó la suave y fresca personalidad de Ernesto. Voy a empezar mi relato partiendo desde hace diez años que ya han pasado. Yo estaba entonces casada con un hombre viejo, pero muy bondadoso: Vicente Corner. Vicente había heredado una considerable fortuna y, sobre todo, una gran cantidad de acciones en la Ford, en la Volvo, en empresas dedicadas a la fabricación de medicinas, en empresas de juego, en compañías inversoras en países muy pobres, etc, etc. Vicente murió de un fulminante ataque al corazón y me dejó en medio de un mar de riquezas. Me encerré en mi recámara dos meses y me negué a salir. Uno de los directores de un banco importante vino a verme para hacerme entrega de tres toneladas de oro que yacían en las arcas del banco. Yo no recibí el oro, sino los papeles de propiedad sobre las tres toneladas. Un día del mes de junio, lo recuerdo como si fuera hoy mismo, el sol brillaba en lo alto y yo salí a la calle para asistir a una corrida de toros. En la misma fila que yo, a mi lado, estaban sentadas dos bellezas sorprendentes: Edna y Gloria. Las dos competían para llevarse a la cama al matador de moda. Era del todo imposible que nosotros no hubiéramos podido hablar. La que se llevó al matador a la cama fue esta persona que tú ves aquí y no ellas. Desde ese afortunado mismo día ellas son mis amigas y mis protectoras. Hay cosas de las dos, como comprenderás, que no puedo revelarte, pues de hacerlo rompería con mis promesas y contra eso no puedo ir. El caso es que ellas me invitaron algunos días después a una gran fiesta de disfraces en una de sus incontables mansiones. Esa noche llegué puntual a la fiesta, lo que nunca hago. En la puerta, Edna y Gloria estaban recibiendo a todos sus invitados. Cuando ellas me vieron, me abrazaron con mucha alegría y me juraron respetarme hasta que el día siniestro de la muerte viniera y ellas tuvieran que verse obligadas a llevarme al cementerio y enterrar conmigo todos mis deseos y mis

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confesiones. Todo eso era, por supuesto, broma; con las dos nunca se podía saber si la realidad era realidad o el juego realidad o la realidad juego o todo lo que tú quieras o te imagines inventar. Yo había escogido de disfraz la figura de Venus. Llevaba una mini-falda color cobre y unos mini-brassiers que apenas si cubrían mis senos. Conmigo había llevado al enano con el cual, ciertas veces, me divertía en mis juegos sexuales; él llevaba una varita mágica y una maleta negra en donde guardaba vergas de plástico de todos tamaños, muñecas, aparatos eléctricos para masajes de todos tipos y otros inventillos ideados por su mente calenturienta y loquilla. El enano cargaba otra maleta, que era mía, en donde había vergas de todos tamaños: grandes, muy grandes, gigantescas; vergas con verrugas, con erupciones redondas y cabezas enormes y venas muy sobresalientes para frotarse con todos los clítoris que le cayeran por el camino. Edna llevaba una piel de tigre de plástico con cola. El estómago iba al descubierto y en la parte que le cubría la vulva había un cierre que cualquiera, el que Edna escogiera, podría abrir y penetrarla. Gloria había preferido dedicar esa noche a la orgía exclusiva del culo. Su disfraz tenía un cierre en la parte de las nalgas que todo curioso podría abrir para invadirla. Las tres nos fuimos a una de las recámaras que daban al jardín; había tres enormes camas y en cada cama un negro veracruzano, un negro acapulqueño y un grupo formado por siete enanos que recordaban cifras parecidas: las pléyades, Blanca Nieves, etc. A mi me cayeron encima los enanos y cualquiera se puede imaginar lo que hicieron conmigo. Hicieron lo que se les pegó la gana con mi cuerpo. A Edna la desfloró el negro veracruzano con tanta fuerza que la cama se partió en dos pero ellos siguieron la cogedera en el colchón que yacía en el piso junto con los pedazos de cama. A Gloria le fue bastante mal – no sabría si decir bien – pues el negro acapulqueño la estuvo martirizando con su enorme pija solamente por el culo. Cuando las tres cambiamos de actores, me tocó entonces el negro veracruzano y me hizo ver las mías. El negro pidió la ayuda de tres de los enanos y entre todos me pusieron a punto de explotar. Al negro acapulqueño se le sumaron los dos enanos restantes y Gloria se vio obligada a entregar la vulva; puedo decirte que fue violada una y muchas veces. A Edna se le metió uno de los enanos por el culo y la estuvo chupando horas enteras. Uno de los enanitos se dedicó a saborear con su lengua toda la piel de Edna y no le dejó lugar libre. El

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negro acapulqueño, por su parte, se mantuvo a la expectativa y solo entraba a la batalla cuando alguno de los enanos daba muestras de cansancio. Después cambiábamos: nosotras tres nos chupábamos y nos metíamos por todos los orificios lo que la imaginación tuya no puede concebir. Lo genial fue ver a los enanos atacados por los negros, o los negros con las vergas de los enanos en la boca o el culo. Estuvimos ocupadas toda la noche; de la fiesta ni me enteré y no creo que ninguno de los que estábamos en la recámara lo haya hecho tampoco. Cuando mi enano me tomó de la mano y me condujo hasta mi auto, yo no podía ni caminar; me dolía del culo a la cabeza y de los dedos de los pies hasta los labios. Me despedí pensando en el negro veracruzano y su desusada y extraordinaria verga. En estas fiestas no puede uno establecer relaciones permanentes; el que se atreva hacerlo corre el riesgo de quedar marginado con la amenaza de nunca más volver a ninguna de las reuniones, las fiestas y los encuentros cuando la luna está llena; estas son situaciones especiales en que todas las mujeres tienen que pasar primero por la verga, las manos, los labios, los dedos, las lenguas de veinticuatro tipos, uno por cada hora del día. Los enanos quedan exentos; para ellos tenemos las reuniones de luna en caída. En esas reuniones se enfrentan treinta enanos con treinta enanas y todos cambian de mujer o de hombre cada media hora. El caso es que todos los machos deben meterse con todas las hembras y todas las hembras con todas las hembras y todos los machos con todos los machos. Cada tres meses tenemos las reuniones del primero, segundo, tercero y cuarto trimestre; allí está permitido que todos participen: hombres, mujeres, homosexuales, enanos, enanas, travestis, lesbianas, bisexuales; es decir, todos los matices sexuales. Yo, por mera curiosidad, me puse una vez un cinto con una verga enorme y se la metí a varias enanas y a varios enanos; al negro veracruzano lo hice parir lo que se dice vergas. Otra de las reglas más severas, es que nadie puede rehusar una verga, unos labios, una vulva, unos dedos, una lengua, un culo. Aquí todas las marcas están registradas y a nadie se le puede negar lo que alguien quiera. Hemos legalizado la licencia sexual. En las más viejas tradiciones de estas similares especies de cofradías, - Gloria asegura que ella fue iniciada por su propia tía - existe una osadía muy peligrosa. Te lo voy a explicar: cuando Dédalos abandona Atenas – había matado al inventor Perdix -, se refugia en la isla de Creta. En la isla, Dédalos se convierte

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en el arquitecto e inventor autorizado del rey. El soberano Minos le permitía a Dédalos lo que él quisiera. El rey Minos, al hacer sus ofrendas, pide a Poseidon le conceda a un toro para sacrificarlo en holocausto a las divinidades. Poseidon, la divinidad de los mares, le concede un toro tan hermoso que el rey Minos lo retiene y no lo sacrifica, causando la ira de Poseidon quien en venganza llena de deseos sexuales incontenibles a la reina Pasifae por el animal. Pasifae, pensando siempre en la hermosa bestia, no duerme ni come; se pasea en todo el palacio días enteros cavilando; al fin, Pasifae pide a Dédalos construir una vaca sagrada con la cual el toro pueda parearse. Dédalos construye, de madera de cedro, la vaca que atraería la atención de la bestia. La leyenda sostiene que Pasifae, después de sus amores con el toro, da nacimiento al Minotauro. Pero si podemos hacer un pequeño paréntesis, existe otra leyenda en donde se menciona a Dédalos haber hecho una vaquilla muy atrayente, con la cual el toro que Poseidon había dado al rey Minos, se apareja. En esa vaquilla se escondía la reina Pasifae mientras el coro de mujeres vírgenes le cantaba los himnos inmortales a la vaca. Gloria y Edna han seguido con la antigua tradición y yo no sé si ésta ha sido alterada. Ellas, Gloria y Edna, iniciaron otra vez la ceremonia de la vaca. En algún lugar de las costas del Pacífico, en uno de esos puertos que los turistas todavía no conocen, hay una mansión donde todos los concurrentes cantamos el himno de la vaca, mientras una mujer permanece encerrada en la vaquilla en tanto que un toro, en el mismo cuarto, se pasea en pos de lo que su verga busca. Las muchachas han mandado hacer la vaquilla con una vulva tan real que hasta el mismo toro es engañado. Edna y Gloria han estado dentro de la vaquilla y han recibido la gran verga del toro. Antes de que el toro las penetrara, un coro de mujeres, que habían perdido la virginidad en aquelarres, cantan el himno de la vaca: “A la vaca que va a ser penetrada y a quien nosotras vigilamos, a la vaca eterna ofrecemos nuestros sacrificios. El toro ha llegado y con su briosa verga va a impregnar a la mujer elegida. Detenéos, Oh!, mortales, las vergas de los hombres no son nada comparadas con las vergas del toro. A la verga resguardada en la vaca, a su vulva, a su pasión que es nuestra, nosotros le cantamos el himno de los sacrificios. Al toro, a su verga, a su potencia, pedimos que nuestra ofrenda sea aceptada”. Yo no he tenido, hasta la fecha, el valor de esconderme en la vaquilla para ser

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poseída por el toro. Edna, el día que el toro le introdujo su gran verga, bramaba como una bestia herida, aullaba, gritaba, se dolía, lloraba. Ella relata que al ser penetrada por el toro había sentido los beneplácitos dolorosos de la pasión animal. Dijo que la pasión de la mujer por la bestia es real. A Gloria, la experiencia estuvo a punto de enloquecerla; durante tres meses se negó abrir las piernas y nadie, absolutamente nadie, pudo introducirle ni siquiera la lengua o los dedos en su vulva. Creo que al segundo mes, le suplicó a Edna que le chupara los labios del coño, pero nada más. Tampoco Edna, por tres meses, quiso coger con nadie. Al cumplirse los tres meses, ellas se metieron a la cama y se satisficieron con todos los recursos sexuales a su alcance. Para no dejar de lado a los homosexuales, se les permitió entrar en el cuerpo hueco de la vaquilla. Los homosexuales hacen más ruido y escándalo que las mujeres; Gloria dice que ellos no contienen en su interior los secretos de la naturaleza. Una de las enanillas se atrevió permanecer en el cuerpo de la vaquilla, pero al ser penetrada por el toro murió tras una intensa agonía. Desde ese día, a los enanos, no les es permitido participar en esa ceremonia. En el puerto donde hacemos la ceremonia de la vaca, hay un pescador a quien hemos rebautizado con el nombre de Dedillo; él es el arquitecto de la vaquilla. Dedillo ha hecho la vaquilla con una vulva tan real que muchos hombres han dado vueltas alrededor de la vaquilla queriéndola penetrar. Lo que ellos quisieran sería introducir sus penes en la vulva de la vaquilla, me entiendes? Todas las actividades en las que nosotras estemos metidas cuestan platales, pero Gloria tiene una inmensa fortuna. En términos de riqueza, Gloria ocupa el primer puesto; después viene Edna y yo creo ocupar el tercer lugar, pero no te lo puedo asegurar. Ernesto le dijo a Leticia que él regresaría a Barcelona lo más pronto posible. Leticia estaba enterada que Edna y Gloria estaban en camino hacia Barcelona, pero las dos le habían pedido que no le relatara de esto a nadie. Al día siguiente, Ernesto tomaría el vuelo de la mañana para Barcelona. Leticia, usando su celular, se había puesto en comunicación con Edna y con Gloria, pero no les mencionó la conversación que había tenido con Ernesto: ni ellas sabían que Ernesto iría a Barcelona y ni Ernesto sabía que ellas ya estaban camino hacia allá. En los últimos dos meses, Gloria había estado sufriendo una extrañísima transformación. No hablaba con nadie y las pocas ocasiones en que abría la boca era para dar

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indicaciones de cómo hacer las cosas a todas sus subalternas, un grupo de putas profesionales que habían sido, desde los principios, sus ayudantes preferidas. Gloria las había pasado a todas en todas las pruebas debido a su calidad de experta: ella era la más puta y nadie amenazaría derrocarla de su trono. Edna llegó a creer cierta vez que Gloria había quedado embarazada, pero no estaba muy convencida de ello. Todo se pudo esclarecer cuando Gloria le confesó a Edna que había sido contagiada con el Sida. No es que yó esté condenada a morir, no, necesariamente no, pero si estoy condenada a pasarla mal y de eso nadie, incluyéndote a tí, mi dulzura, puede salvarme. Edna recuerda muy bien esas palabras. Debido a eso, Edna podía moverse más libremente y Edna se estaba aprovechando ahora de esas circunstancias. De la enfermedad de Gloria, Leticia no estaba enterada todavía, pero en algunas semanas más ella se encontraría con sus maestras en Barcelona y eso le causaba tanta alegría que ella sentía un extraño escozor en el coñito y los senos se le erguían y se les ponían duros y las piernas le temblaban y el culo le indicaba que ya era la hora de poner todo eso en movimiento. Leticia estaba muy contenta por haber conocido a Ernesto y ella estaba segurísima que Ernesto les daría una gran sorpresa cuando Edna y Gloria se encontraran con él. A Leticia le pesaba que Ernesto fuera ya tan viejo; de todas maneras, se dijo, setenta años es un montón de experiencias. Leticia había cumplido treinta años y empezaba a sentir los debates del tiempo en su cuerpo. Sin embargo conservaba todavía unos senos muy firmes, una cintura pequeña, un traserito bien formado y duro, unas bellas y bien delineadas piernas, brazos perfectos y delicados y pies finos; pero el aspecto fuerte de Leticia era su rostro; su rostro era de una delicadeza divinal, y sus manos, cuando las movía, los que se encontraran cerca de ella caían en éxtasis; esas manos parecían haber salido de las leyendas perfectas e inverosímiles.

Mientras tanto, el general Santiago Montenegro seguía recibiendo una cantidad enorme de mails a través de su ordenador. En el pasado no muy lejano, el general Montenegro había mandado asesinar a Luis, el hermano menor de Fernando Marino. El cadáver había sido encontrado en uno de los basureros de Ciudad Netzahualcoyotl. Luis tenía atado a las manos un mazo de dólares hechos en la copiadora. Tenía incrustados unos labios rojos de plástico en la boca, lo que

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indicaban que él había abierto el pico y por eso lo habían silenciado. A partir de ese día, Fernando Marino se había dedicado a inventar toda una serie de mails que él enviaba, desde distintos ordenadores siempre, al general Santiago Montenegro. Marino, igualmente, le enviaba una dosis semanal de virus. Todos los ordenadores de los dominios del general estaban siempre bloqueados y no podían funcionar, sin embargo, el ordenador personal del general funcionaba a la perfección. En la pantalla del ordenador privado del general aparecía siempre el cuerpo deforme de un tipo con el rostro del general. Otras veces, el general aparecía siendo cogido por uno de sus subordinados. En otras ocasiones, el general aparecía con un cuerpo raquítico. A veces, el general aparecía cogiéndose a un grupo de muertos. Fernando Marino usaba el swich, el flash y el dream weaver y los manejaba magistralmente para hacerle la vida imposible al general. El general recibía diariamente una verga gigantesca que alguno de los negros míticos de Africa le ofrecía. El general Montenegro, como cualquiera se pudiera imaginar, vivía dedicado a tratar de cazar a su detractor, como el le llamaba, por intermedio de sus expertos en computación, pero Marino le iba siempre adelante. Montenegro condenó, sin conocerlo, a Fernando Marino a la muerte y le dio órdenes al general Sergio Villar que le trajera el cuerpo de ese hijo de perra. Con esa noticia, le dijo, tienes licencia de despertarme a la hora que necesites. Pero no sucedió nada de eso, pues Fernando Marino había renunciado a la vida y se la pasaba siempre a salto de mata para continuar haciéndole amarga la vida al insoportable general de estrellas compradas. Fernando Marino había entrado al sistema computacional de Montenegro y le había substraído todos los documentos que le implicaban con el tráfico de drogas. Fernando Marino había enviado al FBI y a la CIA, que andaban tras los pasos del general Montenegro, toda esa documentación. De esto, el general se olía algunas cosas, pero no todo. Un día de febrero, el veintitrés, Fernando Marino se sacó el premio mayor de la lotería y se decidió por abandonar para siempre México e irse a vivir a Barcelona. Fernando Marino se había comprado un piso en Paseo de la Gracia, al lado del piso donde Ernesto y Portinari vivían. Era el día miércoles de la primera semana de Fernando en Barcelona, cuando este bajó a tomarse un tequila margarita y se sentó en uno de los bares-cafeterías que estaba situado casi frente a su piso. Había ordenado también un

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sandwich de jamón. En la mesa de al lado, Portinari comía un sándwich de jamón y bebía un tequila margarita. Los dos se miraron uno al otro con cierta curiosidad. Pero como los dos tenían el mismo tipo de rostro y el mismo tipo de cuerpo y eran iguales de estatura, dedujeron que, quizá, serían mexicanos. Portinari se inclinó hacia Fernando y le preguntó la hora. Fernando le contestó que él no usaba reloj, pues los relojes te encadenan sin misericordia a las mandíbulas nefastas del tiempo. No hablaron entre sí por lo menos unos cinco minutos. Fernando le preguntó lo que él tenía que hacer para llegar a la Sagrada Familia y Portinari le indicó los pasos a seguir. Fernando le confesó que él recién había llegado a Barcelona y que pensaba quedarse en la ciudad hasta que muriera. Portinari le dijo que él recien también había llegado y que el era mexicano, pero que estaba de paso y que seguramente regresaría a México. Al cabo de una media hora, los dos estaban compartiendo la misma mesa y ya habían establecido una conversación basada en los principios del dar y el recibir. Sin saber de qué manera, Portinari había mencionado el nombre del general Santiago Montenegro y Fernando, sin perder el tiempo, le había presentado un cuadro completo acerca de la vida del general, sus negocios con el contrabando de drogas, sus trampas, sus fraudes y su afición a los asesinatos y a las depravaciones. Portinari había descubierto que Fernando estaba en posesión de muchos secretos sobre el general Montenegro y se interesó en ahondar en el tema. Los dos pagaron lo que les correspondía y se encaminaron hacia la Rambla a tomarse un whisky y, tal vez, comer. Portinari pensó que al día siguiente, Ernesto llegaría de México y que él, estando libre, podría establecer un poco de amistad con Fernando. Fernando, por su cuenta, había descubierto que Portinari estaba enterado de muchas de las actividades del general Montenegro y entró en elucubraciones que le llevaron a interesarse todavía más por la personalidad de Portinari. Pero si nos trasladamos hacia el pasado, tenemos que enterarnos que Fernando Marino había llegado de refugiado político a Suecia. Durante algunos años, de la forma que el mismo lo ha relatado tantas veces, Fernando se había sentido identificado con la estupidez esa de la nacionalidad. Por todos los golpes recibidos, fue modificando esa actitud; ahora se denominaba ciudadano del mundo y defendía siempre a los débiles, aunque en ello le fuera la propia vida. Después de la liquidación del gobierno de Allende por el títere Pinochet,

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Fernando había recibido dos balazos y estuvo casi a punto de perder la pierna derecha. Un amigo mexicano, que también había sido echado de Chile y que había recibido asilo en Suecia, le había escrito una carta al primer ministro Olof Palme suplicándole por su intervención. Olof Palme le había enviado toda la documentación referente a Fernando al entonces embajador Caj Groth (que había substituído al gran embajador Harald Edelstam) y este había enviado un fax de regreso indicándole a Palme que la vida de Fernando no se encontraba para nada en peligro. El amigo mexicano, sin perder la fuerza de persistencia, había escrito una carta al maestro de documentales fílmicos Joris Ivens el cual se había puesto en contacto con Olof Palme. Lo que ocurrió fue que Olof Palme ordenó al embajador sueco Caj Groth que le concediera el asilo político a Fernando. Regis Debré, a quien Joris Ivens inmiscuyó, y algunos políticos de la socialdemocracia sueca estuvieron muy activos para lograr que esto se realizara. Desgraciadamente, la socialdemocracia sueca no pudo preservar la herencia de Palme y empezó a trasladarse hacia la parte contraria de su línea política. En el 2006, Göran Persson obligó a la socialdemocracia girar hacia el clásico tipo de gobierno de centro derecha dando lugar a que el partido moderado, con Reinfeldt dirigiéndolo, tomara el poder. El caso es que Fernando Marino había permanecido en Suecia algunos años, hasta que al fin se decidió trasladarse a México. En México le había ido muy mal. Fernando estuvo siempre muerto de hambre; se procuraba a veces trabajos a destajo que le permitían sobrevivir algunas semanas. Al final de todo, con la ayuda de la suerte, había abandonado definitivamente México y ahora residía en Barcelona. Estando sentados en el mismo restaurante chino de la Rambla, Fernando le relata a Portinari sobre los distintos grupos que el general de las estrellas compradas, Santiago Montenegro, tiene bajo su poder y control. Son grupúsculos de liquidación, le había dicho Fernando, especializados en las artes más negras de la historia de nuestro infeliz mundo. El general Montenegro adopta cuando son niños a los que irán a ser miembros de estos grupos. Todos estos niños han sido abusados sexualmente. Todos, de igual manera, han sido abatidos por disturbios psico-sexuales. Pero para ellos, el general representa la figura limpia y sin manchas del padre. Ellos viven en mansiones, en su tiempo libre tienen acceso a las diversiones sanas, ropa fina, alimento; las mujeres a cargo de ellos

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los tratan con respeto y amor, con mucha deferencia. Cuando llegan a la juventud, que es la etapa de la vida donde los hombres dan la vida por sus ideales, ellos son convertidos en la tropa de defensa y ataque que el general usa en todas sus acciones. Portinari se había quedado sin habla. Cuáles grupúsculos eran esos? había preguntado Portinari y Fernando le fue ilustrando detalladamente: el grupúsculo de las dagas usa las dagas con una precisión sorprendente; ellos manejan toda clase de dagas, estiletes, navajas, facas, como el premio Nóbel de literatura usa el lenguaje. Matan con dagas que contienen veneno en las puntas y envían a sus víctimas al otro mundo en cuestión de minutos. Todos ellos han recibido un entrenamiento selecto, por eso liquidan a sus víctimas selectivamente.. Después de ellos viene el grupúsculo de los expertos en armas de fuego, pistolas y rifles de largo alcance, que operan solitarios y sin testigos. Estos matan a la gente a corta y a larga distancia, viéndole los ojos a los sacrificados. Manejan, eso si, con muchísima destreza toda clase de armas y se encuentran en constantes viajes hacia los lugares donde ellos puedan adquirir todavía más conocimientos acerca de su profesión. Montenegro, también, usa el grupúsculo de los Jinas. Estos han vivido seis meses de cada año en China, Japón, Thailandia, Burma. Los Jinas matan con las manos, los codos, los pies; sus golpes son siempre precisos y mortales. Montenegro no es un mal Portinari, el general es el mal, me entiende?, le había dicho Fernando. La curiosidad y las dudas habían llenado la cabeza de Portinari y él ya no sabía ni sobre qué preguntar. Existen otros grupúsculos?, se atrevió a preguntarle a Fernando. Claro, había respondido Fernando con la velocidad del rayo partiendo en dos el instante de la conversación. El grupúsculo de los venenos. Estos matan con jabones envenenados, licores, vinos, refrescos, la lista es inacabable. De esos no te protege nadie; solo la voluntad que está por sobre todos puede salvarte el pellejo, le dijo. El insospechable grupúsculo de los médicos es el más legal. Con ellos todas las pruebas desaparecen, no hay huellas, nadie puede presentar una acusación, las pruebas simplemente no existen. El grupúsculo de las mujeres que llevan a sus víctimas al mundo del sueño. Ellas usan pastillas soporíferas y detrás vienen los que colaboran con ellas en todas sus operaciones para dar el golpe final; sus propios liquidadores, pues. El séptimo grupúsculo está formado por locos a los cuales se les ha ido almacenando toda una biblioteca de información falsa; esta

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información les ha llevado al final a un callejón sin salida donde no les queda más que una alternativa, y esta favorece al general Santiago Montenegro por los siempre de los siempre. Pero, por qué Montenegro hace uso del sexo?, le pregunta directamente Portinari. Fernando le había respondido que el sexo era la fuerza más avasalladora que existía en todo el universo. Desde el único instante de la creación, le son donados a la energía sexual todo lo mejor y todo lo peor. El hombre ha tenido que luchar en contra de los aspectos negativos del sexo durante todas las eras. Aquel hombre que llega a dominar el aspecto positivo de la energía sexual se convierte en un maestro de la naturaleza. En el sexo se encuentran todos los secretos de la vida y todos los secretos de la muerte. Fíjate, le dice Fernando, todas las trampas que existen en las variaciones del sexo; es decir, las distintas formas que el sexo toma para expresarse. Hay hasta aves lesbianas! Lo importante aquí no es quedarse en esto, sino examinar todos los niveles de degradación. Para entender todo esto tendremos que trasladarnos a la zona donde todo se produce. Aquí, Portinari, entramos al mundo de los distintos sexos; esos sexos son desconocidos para la humanidad, pues ella está totalmente distraída – dormida – y no ofrece ninguna clase de resistencia ante el oscuro velo de la ignorancia que le cubre su capacidad de percepción. Miremos a los homosexuales. Estos seres, que de por sí son otro sexo, no son equivocaciones de la naturaleza, sino reestablecimientos del orden que ella demanda de los hombres para que estos tengan el derecho de avanzar. Tenemos que cometer errores para aprender. Hay homosexuales a los cuales les gusta solo dar y no recibir. Ellos viven, desde el mundo de su distorsionada psique, para introducir todos sus deseos entre todos los huecos. Ellos son prisioneros del elogio propio, del desprecio por los demás, de su mala voluntad, del falso honor, del hambre, del orgullo, de la sed, del halago, de la necesidad, de la ganancia, de la flojera, del endurecimiento, de la duda y de todas las expresiones inimaginables de los demonios que los poseen. Existen, igualmente, los homosexuales que tienen la psique adiestrada para recibir. Ellos solo reciben vergas y en eso se les va la vida. Después vienen los homosexuales que dan y reciben y se sienten muy a gusto en el mundo pendular: me dan y doy y todos están felices y contentos. Las lesbianas están divididas en diferentes grados; las diferencias son muy tenues: las lesbianas que tienen el cuerpo de mujer y que tienen

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la psique de macho. A estas mujeres les encanta penetrar, aunque todas las apariencias las apunten como mujeres, ellas poseen penes y las vergas las gobiernan. Ellas no van a la cama con los homosexuales, aunque los consideran aliados momentáneos y algunas veces pasan cosas, pero esto está fuera de la ley. Estos seres andan en búsqueda de una psique que pueda resistir las presiones y las demandas de las leyes erigidas por el juego social y para que ellas puedan evadir los cercos del Establecimiento. Cuando ellas tienen la suerte de encontrar este tipo de psique las dos se unen y viven felices durante algún tiempo. En esta categoría existen subdivisiones: algunas son sadistas y otras masoquistas; es decir, unas gozan haciendo sufrir a sus víctimas y otras gozan sufriendo castigo. Existen, también, las lesbianas que por su cuerpo de mujer solo se van a la cama con mujeres. Los machos les repulsan; es la mujer la que la atrae y ella es la única que puede satisfacerlas. Las experiencias que estas mujeres han tenido con sus anteriores machos han causado grietas inolvidables en su psique. Entres estas existen las degeneradas; estos seres sufren y gozan a momentos y viven y mueren en este interminable ejercicio, todo lo viven y todo lo mueren, son siempre inestables y están impedidas de lograr una felicidad en balance. Son igual que algunas flores, bellas en apariencia, y fenecen a edad prematura, diríamos, aunque no mueren, en verdad, prematuramente sino a su preciso tiempo. Observemos también el mundo de los putos. Estos solo buscan vergas y nunca pueden ser saciados. Ellos mancillan a los niños y envían a muchos hombres jóvenes a la red intrincada de los laberintos diabólicos de la psique. Hay que ser aves y tener el plumaje virginal de ellas para pasar por ese infierno devastador y salir limpios. Las putas, mujeres entrenadas ya desde niñas en el castigo, solo encuentran sentido en ser penetradas: las vergas las vuelven locas. Algunas de ellas se someten a su primera experiencia brutal y sufren en silencio la repetición de esta experiencia con todos los hombres pues nunca se pueden desprender de ella. Otras de ellas nunca pudieron resistir las indicaciones represivas de la familia, la sociedad entera y la moral restringida. Se perdieron en las sombras cuando su psique no pudo explicarles el por qué. La psique está hecha de una red imposible de circuitos eléctricos que envían y reciben la información y la seleccionan, pero cuando no encuentran el nicho donde colocarlas, entonces se sublevan y sublevan hasta su mismo mundo psíquico. Tenemos después a los hombres y las

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mujeres que solo gustan de los niños. Después de abusarlos sexualmente, para ocultar sus delitos, los asesinan, o los esconden en sitios, considerados por ellos impenetrables, durante muchos años. En este grupo se encuentra el general Santiago Montenegro, comprador de grados y estrellas, asesino degenerado, loco siniestro, alienado, demente, pieza necesaria para todas las democracias que prefieren soslayar y esconder los problemas y conflictos sociales y políticos antes de solucionarlos de acuerdo a la Etica del hombre a quien la creación seleccionó como la obra de arte más acabada. Mira en lo que hemos terminado, Portinari! Existen los que vienen al mundo solo para causar infelicidades a los demás, matar a la gente, maltratar a quienes surjan en sus caminos e imponer sus deseos sobre todas las demás voluntades. Estos yacen escondidos en los bajos fondos de los grupos profesionales aceptados. Antes del penúltimo lugar vienen los que solo gustan de una raza: o negro o asiático o indio o blanco o árabe o indígena. Muchos de ellos tienen una correspondencia armónica con su psique, pero los hay aquellos que trascienden estas fronteras. En el penúltimo sitio están los que castigan con la violencia y se deleitan en ello y también los que son castigados y encuentran placer en esto. Castigador y castigado están en la misma dislocada ecuación. Al final de todo, están los hombres. Estos solo sufren persecuciones, muertes de familiares y amigos, insultos, vejaciones, torturas, injusticias, robos, humillaciones, despojos, pérdidas. Ellos vinieron al mundo para salvarlo pero tienen todo en contra. Ellos tienen que luchar contra la basura, la podredumbre de los cuerpos y vidas, las difamaciones, los abandonos, las mentiras, los defraudes, la pobreza, los castigos, el hambre, la falta de dinero; a pesar de todo esto y mucho más, ellos no se venden jamás. Pasan por las cámaras de tortura, por las inmundas cárceles, por el frío, por la soledad, por la traición, por el abandono total y a pesar de todo tienen todavía fuerzas para creer y, lo que es más increíble, para continuar viviendo: sus fuerzas no son de este mundo. Todavía no ha llegado el hombre que vea en los demás seres a hermanos llegados a este planeta para cumplir con la misión de servir a la humanidad con el propósito de realizar los sueños maravillosos del presente. Deberíamos palpitar al unísono con toda la naturaleza, con este mundo y con los demás mundos, con todo el espacio y con todos los demás seres que desde hace tantas eras nos han estado esperando: el universo debería ser

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nuestra morada filosofal! Portinari estaba atónito; miraba la cara alargada de Fernando Marino y veía en sus ojos la luz de la vida. El hambre se les había ido y entonces pidieron dos botellas de whisky, una para cada uno, y se emborracharon de la misma manera que suelen emborracharse los sabios: vivo pero no vivo, muero pero no muero.

Ricardo Ponce de León había estado en contacto con el FBI desde hacía mucho tiempo atrás. Unidades especiales, norteamericanas y mexicanas, en la lucha contra las drogas, actuaban con todos los medios y bajo todos los subterfugios, contra el tráfico que se introducía siguiendo la linea de toda la frontera de México con los Estados Unidos. Toda esta operación estaba, por supuesto, encubierta: el gobierno de los Estados Unidos, en colaboración con el gobierno de México, iba a iniciar una serie de discusiones sobre el problema de la droga. En realidad, unidades secretas de la policía mexicana y de la policía norteamericana venían para apresar al general Montenegro. Pero Montenegro no era ningún bobo. El poder de los yankis ha devenido el más corrupto de la tierra. Para salvarnos, ya que no podemos vencerlos con las armas, tenemos que corromperlos a ellos aún más. A mi me puede llevar el carajo, pero los voy a llenar de drogas para ver si ellos entienden de una vez por todas lo que se siente ser invadido. Ellos invaden usando las armas y su maldito estilo de vida. Yo les invado con drogas para que sus generaciones se vayan al mismo desfiladero de la muerte, precisamente al mismo desfiladero nefasto al cual ellos envían a las generaciones de los países que ellos invaden. El general Montenegro, pues, estaba enterado de todo. Los agentes pagados que el tenía incrustados en los dos aparatos de los dos países le tenían diariamente informado. El general conocía todos los detalles de la traición de Ponce de León, pero Ponce de León estaba totalmente transfigurado. Sus ojos ya no eran azules sino negros; el mentón le había sido cambiado; su cabello era ahora oscuro y no rubio; la nariz le había sido empequeñecida. Se le había proporcionado nuevo nombre. Ricardo Ponce de León estaba muerto, ahora se llamaba Carlos Andrés Michelena y vivía en New York. En cierta ocasión en que él había asistido a una muestra de arte, el pintor uruguayo Alvaro Arredondo exponía, descubrió a una mujer muy hermosa que estaba observando uno de sus cuadros. Carlos Andrés

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Michelena (Ricardo Ponce de León) se colocó al lado de ella. Por algunos minutos, la mujer permaneció callada tratando de llegar a descubrir la técnica empleada por el artista. El momento inevitable estaba creándose en la atmósfera, en sus cuerpos y en sus sentidos, en sus almas, por una fuerza invisible que les empujaba a estar uno junto del otro. Se examinaron a reojo, se trasladaron un poquito hacia los lados, casi giraron y, en una especie de risa en sus comienzos, empezaron a reírse más abiertamente hasta casi llegar a las carcajadas. Qué le parece a usted esta pintura ?, le había preguntado ella. El pensó solo unos segundos y después le dijo que esta específica obra del artista contenía diversos planos de presentación. Fíjese en el color !, no le parece a usted que se mueve iniciando una especie de danza transformadora?, no es esta una tentativa de llegar a la perfección para iniciar la creación de la irrupción de los elementos en todo lo que devenga después? Los símbolos pueden ser vistos por un ojo penetrante, pero pueden también desaparecer. Continuaron intercambiando impresiones. Michelena (Ponce de León) había tomado dos vasos conteniendo algo de Champagne y le había ofrecido uno a la bella mujer. Ella se había presentado como Galatea Wellington y él se atrevió, por vez primera, a pronunciar su segundo y falso –aunque verdadero - nombre hecho de símbolos extraños que en su principio le eran tan difíciles de aceptar: Carlos Andrés Michelena. Ella le dijo que era fotógrafa; él le contestó que él era hombre de negocios, pero que el arte le interesaba tanto que él había decidido empezar a tratar de luchar con los problemas con los cuales el arte desafía siempre a todos los que quieran iniciarse en sus senderos. Mi alma, le dijo Michelena (Ponce de León), está vibrando con casi la misma intensidad de ese arte mayor al cual llamamos vida. Galatea Wellington había llegado de Boston pero ahora vivía en New York. Cuando abandonaron la galería de arte él solicitó que le trajeran su auto. Ella no dijo nada. Le preguntó si la podía llevar hacia alguna parte. No lo necesito, le había contestado con calma y después le había explicado que ella vivía en el mismo edificio, en el tercer piso. Como Michelena (Ponce de León) no podía dejar de pasar esa gran oportunidad y la invitó ir a tomar algún drink. Catalina aceptó. Desde ese día, se inicia una historia de amor que más adelante iría a emular a todas las otras grandes historias de amor pasadas. El instante mismo no estaba absorbido en los manantiales de la pasión, sino estaba hecho

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de sonidos celestiales y vibraciones agradables que sus cuerpos y almas recibían con la ansiedad esperada de los instantes más cercanos a la belleza de la perfección. Los dos habían sido lanzados a los jardines del amor que la vida ofrece a todos - solo una vez – y cada uno de aquellos seres humanos que se atrevan aceptar los llamados de los secretos indescifrables del sendero por el cual la mayoría camina a ciegas y sin despegarse de toda la enseñanza recibida de aquellos que siempre se han encontrado en torno a uno para darnos, quitarnos, cedernos, hacernos sucumbir, asustarnos, amenazarnos, iniciarnos, haciéndonos sentirnos pequeños e indefensos y de esta manera arrojarnos a los pozos desconocidos del olvido o de la plena felicidad. Ese era el peligro de caminar sobre la cuerda floja; no se podía avanzar sin antes hundirse en las brumas espumosas del dolor. Pero Dorotea Wellington estaba allí y Carlos Andrés Michelena (Ricardo Ponce de León) la había descubierto y los dos se sentían muy bien y cuando se miraban a los ojos conocían los secretos sobre sí y esto les hacía sentirse bastante inseguros. Disfrutaban de días que se extendían y parecían no tener fin. Una semana vivían en el piso de él y la otra se trasladaban al piso de ella. Algunas veces permanecían encerrados, como animales en cuevas, por semanas enteras trabajando cada uno en lo suyo. Después se juntaban y se prometían lo que ni el uno ni la otra se habían permitido prometer en sus relaciones anteriores. Las cadenas invisibles que los unían los enlazaban y ellos estaban decididos a recorrer todo el sendero. La primera noche hicieron el amor en tantas posiciones que ella propuso revivir uno con el otro toda la serie de posiciones del Ananga Ranga y del Kama Sutra. Juntos dedujeron los “asanas” que ellos sintieron cercanos a la verdadera tradición y no a las tentativas de los que siempre se habían apropiado del escenario para propagar sus filosofías de ganancia. No eran seres unidos por deseos ancestrales bestiales, sino dos seres unidos por la fuerza esencial del amor que siempre, sin descanso, trabajan para preservar, en la psique, todos los sueños imperecederos de todos aquellos que ya han despertado en las verdades que jamás pueden morir. Esa experiencia no la poseían todos. Galatea estaba trabajando sobre una nueva exposición. Durante los últimos cinco meses anteriores, Galatea había estado tomando fotografías, en los cinco continentes, de los niños pobres, enfermos, indefensos, abandonados y atacados por el hambre. También había tomado fotografías de niños descuartizados,

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mutilados, asesinados, muertos por los soldados en la guerra. En todas esas fotografías podía verse la indiferencia de los hombres de estado. Todas las gigantescas imágenes mostraban claramente un mundo en estado de enajenación; por una parte, millones de niños cayendo en las corrientes infernales del hambre, el vicio, los pecados y, por la otra parte, hombres con tanto dinero que a Galatea le era del todo imposible poder entender las incógnitas que hacían posible toda esa horrible pesadilla. Pero Galatea quería documentar, no el tiempo, sino el corazón de los hombres políticos y el resultado de sus evasivas, explicaciones y conducta en el terreno de la realidad verdadera. Todo esto le parecía a ella estar de alguna manera conectado a los procesos, bautizados como lógicos, de la inteligencia artificial. Carlos Andrés Michelena (Ricardo Ponce de León) le había asegurado que esa exposición la consagraría como una verdadera artista y ella le creyó y entonces, sin haberlo ni planeado ni esperado, los dos se sumieron en proyectos que, con pequeñísimas variaciones, los conducían hacia el mismo sueño: una isla con pocas gentes y mucha paz. Este era el campo de descanso y trabajo que los dos más ambicionaban. Ambicionar no es la palabra adecuada, desear, tampoco lo es; tal vez imaginar y crear con los insólitos sonidos dados a la vida a través de la garganta en todos los tiempos y vez tras vez.

El general Montenegro había dado órdenes de que el grupúsculo de los Jinas saliera con todas sus unidades para quitarle la vida a Ricardo Ponce de León. Pero nadie encontraba sus rastros. El general Sergio Villar, haciéndose pasar de listo, le había presentado pruebas a Montenegro de haber liquidado a Ricardo. Una noche, Montenegro y Villar, fueron a la estación medular de uno de los centros de tortura e investigación para examinar lo que quedaba de lo que había sido el cuerpo, según Villar, de Ricardo Ponce de León. La masa de carne; es decir, lo que Villar presentaba, no tenía ni manos, ni piernas y ni cabeza, era simplemente un torso sanguinolento. Aunque Villar consideró que el caso estaba solucionado, Montenegro no había quedado convencido. Sin que Villar se enterara, Montenegro mandó a examinar el DNA del torso y la cuestión quedó más ténue que nunca. El torso no había pertenecido a Ricardo Ponce de León. Montenegro le dijo a Villar que él había hecho un buen trabajo, pero se guardó de hablarle de la verdad. Montenegro jamás volvería jamás a confiar en

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Villar. Ricardo Ponce de León (Carlos Andrés Michelena) había desaparecido pero, al mismo tiempo, había reaparecido en New York, bajo la identidad de Carlos Andrés Michelena. Michelena había encontrado en Galatea a la mujer que se introducía en su vida y que iniciaba su propia vida confiriéndole a sus objetivos una fuerza inquietante y rejuvenecedora. Galatea, muy conciente, había encontrado en Carlos Andrés Michelena a su hombre y estaba llena de energías que le obligaban a producir un trabajo de gran entrega y de gran nobleza. Los dos estaban dichosos, felices, contentos, despidiendo todo el tiempo una robustez y un verdor que los incendiaba y los hacía producir más de lo generalmente esperado. No había quedado lugar para el descanso: los dos trabajaban enterrados en sus tareas y hacían el amor, comían y hacían el amor, se bañaban en la piscina y hacían el amor, jugaban y después del juego se veían envueltos en las perturbaciones con las cuales el amor enceguece a sus víctimas para obligarlas a rendirse. Carlos Andrés Michelena tuvo el placer de leer las noticias en todos los diarios de Mexico City. Todos los encabezados hacían mención al detenimiento y encarcelamiento del general Montenegro y su mano derecha, el general Sergio Villar. Se les acusaba de cientos de crímenes y de ser los jefes del tráfico organizado de drogas en la frontera entre México y Estados Unidos. Se les vinculaba, también, a los carteles colombianos. Las acusaciones más severas provenían del FBI y estaban concentradas, fundamentalmente, en lo concerniente a las desapariciones de muchos agentes secretos norteamericanos. Montenegro y Villar habían sido detenidos en un automóvil que pertenecía al mismo presidente de México. Los dos habían sido transportados a un campo de aviación militar; de allí, los habían metido a un Jet que voló directamente a Los Angeles. Los militares norteamericanos concentrados en el caso Montenegro habían esperado por el general y su camarada de aventuras en Los Angeles y habían partido con los dos hacia Arizona, New Mexico, primero y habían hecho escala en Florida después para llevarlos finalmente a Texas. En Texas los habían sometido a constantes interrogatorios. Portinari y su amigo ocasional, Fernando Marino, al enterarse a través de los diarios de tan felices que estaban, entraron en una espiral vertiginosa que los llevó a pasarse una semana entera visitando monumentos, edificios, museos, galerías de arte y restaurantes. Hablaban sin cesar del general Montenegro y del final de

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todo su reinado de pavor y del de todos sus tentáculos siniestros. Portinari, aunque permanecía ignorante de toda la verdadera situación por la que Gloria Montenegro pasaba, no dejó de sentir piedad por ella, Edna y Gloria habían comentado el asunto y Gloria había dicho que si su padre Santiago Montenegro había caído preso no había nada que hacer. El que recorre el sendero de los problemas encuentra lo suyo, dijo, y después cerró las puertas de hierro de su endurecido corazón. Las dos se olvidaron del asunto. Edna, porque guardaba malos recuerdos de Montenegro referente a su hermana Victoria, y Gloria, porque su sangre había sido heredada de las oscuridades de la maldad. Gloria fue obligada a someterse a los interrogatorios que, aunque muy intensos al principio, fueron perdiendo fuerza en el transcurrir de los meses hasta diluirse en los archivos débiles de los remolinos del olvido. Pero Gloria estaba como siempre en pie de guerra, solo que antes de verse involucrada en las orgías de siempre, se preparaba ahora con mucha paciencia para poder soportar las obligaciones que su degeneración le demandaban. Aunque condenada a muerte, Gloria había atrasado sus planes, digamos, finales. Ella se había decidido por vender definitivamente su alma al diablo. Estaban por cumplirse ya los dos años del acuerdo, podríamos decir, que Gloria y Edna habían hecho con el diablo en una de esas noches donde solo están presentes los deseos de poseer algo que los demás no tenían y a precio de cualquier cosa tratar de obtenerlo. Ellas habían cumplido con todos los requisitos en la organización de la conversación diabólica. El diablo estaba esperando por el cumplimiento del pacto. No mezclaron su sangre sino solo se comprometieron con la palabra y eso les había dado un pequeño margen de seguridad. Pero esos dos años había sido el tiempo en la que ellas habían retornado a la juventud, tenían mucho dinero y vivían todos los instantes de sus vidas sin ningún riesgo en los acantilados del peligro. El diablo, entonces, había querido darles el sabor de los que más adelante les esperaría; esto según las propias palabras del diablo. Pero Edna y Gloria no eran tontas, ellas sabían que si el diablo no les daba muestras de lo que ellas verdaderamente querían, entonces estarían en la libertad de romper con el acuerdo. Pero al diablo no lo engaña nadie; es decir, es verdad que existen los que poseen las armas para neutralizarlo y obligarlo a desistir de sus tentativas, pero esos no nacen cada día. Edna estaba pasando por una etapa de dudas y más

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dudas. Ella sabía que Gloria estaba decidida a dar el último paso, pero el caso es que ella no lo estaba. Lo que más le preocupaba era llegar a estar convencida de su propio destino. Lo que sucedía es que Edna no quería encadenarse al diablo y tampoco quería morir; lo que ella requería en esos días era la ayuda de alguien, por eso, quizá, se explicaban las vacilaciones de su débil corazón. Ella, en realidad, tenía la misma edad que Ernesto Covadonga. La vida la había expuesto a una constante prueba donde ella se había visto empujada hacer lo que su cuerpo le clamaba; para decirlo en pocas palabras: placeres y dolores sufribles que se diluían en la debilidad de su alma. Pero Edna se encontraba en un túnel negro donde no se podía vislumbrar ni la salida ni la entrada; un túnel donde la luz estaba ausente y donde las angustias se habían ido almacenando en su pecho y en su cuerpo y retumbaban como tambores repicando en manos de los invocadores del diablo. Edna había llegado a una cierta clase de claridad y después de muchas semanas de haber estado a solas consigo misma había llegado a la decisión que le era más necesaria: encontrarse con Ernesto Covadonga.

Al llegar a Barcelona, Ernesto se dirigió a su piso. Portinari no estaba. Después de tomar una buena ducha se colocó su bata y buscó un lugar cómodo en el jardín para descansar. En la mesilla puso un manojo de correspondencia. Había una carta que, por su tamaño y las formas de la escritura, le atrajo la atención más que ninguna de las demás: era la carta que Edna Duarte le había escrito. Edna le suplicaba por un encuentro lo más pronto posible. El lugar lo determinaba ella: la iglesia Santa María del Mar. Cuando entres, te vas directamente al confesionario, allí estaré. En la misma iglesia, tendría él su conferencia tres días después a partir de ese día. Ernesto buscó en el interior de su maleta y comprobó en su agenda que era jueves. La cita con Edna sería para el jueves de la siguiente semana. El corazón de Ernesto le susurró que ese hecho tan sorprendente se debía a todos sus esfuerzos invertidos. Sin nunca ceder, sin jamás rendir las armas ante sus enemigos, es como se crean las defensas que, después, se convierten en las armas invisibles de la verdad y nos salvan de las situaciones consideradas por todos como imposibles. El samurai había retornado a su corazón, el mago brujo se había convertido en el más fiero y sabio animal y el guerrero zen empuñaba en sus manos la

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espada de la lucidez. Ernesto se puso un buen traje, desistió de la corbata y se encaminó hacia La Rambla para tomarse un whisky en el restaurante chino. Portinari y Fernando estaban, también, en el restaurante chino y habían ocupado una mesa. Hablaban sobre las catedrales góticas, Platón y Aristóteles. Le presentó a Fernando y éste le dijo que él había leído los artículos que Ernesto escribía en el Times una vez al mes. Ernesto observó a Fernando y pudo saber de esa manera que Fernando era una persona en correspondencia con las partes buenas de las corrientes de la vida. Fernando, el nuevo rico, les propuso ir a comer mariscos a la costa y todos estuvieron de acuerdo en que la idea era justa. Ernesto aceptó la invitación pero dijo que la hora de la conferencia se acercaba y él estaba obligado a revisar todos los manuscritos de Paracelsus. De fiestas no puedo estar ahora, les explicó, la hora es de los trabajos y las obligaciones con la sabiduría. Fueron a un restaurante cercano y comieron fruti di mare, tres enormes platones conteniendo mariscos de todas clases. Los tres eran amantes de los mariscos: Portinari, por vivir en la costa, en Coatzacoalcos; Ernesto, por haber educado sus gustos en su lugar de nacimiento: Coatzacoalcos; y Fernando Marino, por haber nacido en las costas del norte de Chile. No era que las razas se estuvieran hermanando, era el mundo el que se estaba transformando y las gentes, todas casi, estaban sintiendo que la era de los cambios mayores había llegado. Los tiempos indetenibles del acercamiento estaban arribando, también. Todo daba la impresión de haberse convertido en una realidad doble. Fernando pensó que ese era el instante preciso de irse a los dos extremos para llegar a una mejor comprensión de las cosas. Aquel que hubiera escogido el centro como lugar de observación hubiera sido una víctima más de una de las dos partes en pugna, o de las dos unidas contra él. El hombre no posee la fuerza unificadora del amor. De lo que se trataba era el de estar en todas partes al mismo tiempo, para que todos pudieran tener posibilidades de probar lo experimentado en la guerra de todos los días y no sentirse de esa manera defraudado. Ernesto había descubierto en la persona de Fernando a un guerrero más y le tomó estimación y cariño a partir de ese momento. Sin embargo, las circunstancias obligaban a Ernesto a controlar toda suerte de excesos. Ernesto había regresado al piso solo. Portinari y Fernando habían caído víctimas del placer cuando este se nutre de la cultura intensa,

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vislumbrante y exigente del instante y se habían quedado en el mismo restaurante para disfrutar de un par de buenas botellas de vino Rioja. La noche entró por todos los espacios y se colocó en los hombros, en las cabezas y en los sentidos de los hombres y en las superficies muertas aún más pequeñas. El cielo se había cubierto de estrellas que, con sus variaciones, ya habían sido de testigos de las mismas historias una y otra vez, todas desintegrándose en el transcurso imperturbable de los milenios. Esa era la lección del círculo: cuando entras es imposible abandonarlo. Para poder desprenderse de sus fuerzas magnéticas era necesario convertirse en un gran guerrero y estar dispuesto a perderlo absolutamente todo para ganarse el derecho de entrar, por fin, a las grandes avenidas de la inmortalidad. Portinari siempre había expresado que Ernesto Covadonga era uno de estos impecables guerreros. A Fernando le había parecido que Ernesto Covadonga era un ser muy profundo y muy misterioso.

La conferencia de Ernesto sobre los elementales según Paracelsus causó conmoción. Muchos de los iniciados de distintas partes del mundo y, principalmente, de España, habían estado presentes. Disuelta entre el auditorio, aunque no hubiera querido resaltar, Edna Duarte no había despegado su mirada de Ernesto Covadonga mientras este se mantuvo hablando. No se trataba solamente de que Ernesto supiera manejar virtuosamente el lenguaje y ni la manera incisiva de conocer lo escrito por Paracelsus, sino entrar en el universo majestuoso del propio Paracelsus, lo que le distinguía de aquellos que alguna se habían visto envueltos en faenas semejantes. Cuando la conferencia hubo concluído, todos habían ido a comer en compañía de Ernesto. Portinari y Fernando se mantuvieron siempre a distancia, pero bastante cerca de él. Edna se había esfumado. Era el principio de la tarde del domingo. Al inicio, él había estado esperando por la señal del presentador y pensaba en ese entonces que el tiempo le estaba combatiendo; su mirada estaba clavada en Portinari que a cada instante miraba si el reloj ya marcaba la hora señalada. El jueves entrante, él se encontraría con Edna. Ernesto había depositado un montón de energías en el encuentro y resultaba que ahora el encuentro iba a tener lugar. Ya en su piso, Ernesto había empezado a revisar viejos documentos que un amigo catalán, al cual él había acudido, le había proporcionado. Ernesto tenía toda la obra de Paracelsus ante si.

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Pero su grado de concentración había sido invadido por pensamientos que tenían que ver con Edna Duarte. Se la había figurado en sus quince años y llena de sueños únicos. Esa había sido una época en que el tiempo se había aliado a la perfección y él simplemente hubiera querido sucumbir allí mismo en los ofrecimientos incontenibles del amor. Ernesto regresó a si mismo: nada de sueños elaborados con el polvo que la cola del diablo levanta para arrojar el veneno de sus mentiras contra sus víctimas. Ernesto se sintió feliz de saber que al fin iba poder hablar, no rostro a rostro, pero rostro-red-cortinilla-rostro en el confesionario, con su amada de siempre Edna Duarte. La hora se acercaba misteriosamente. Camino hacia la iglesia, Edna había sido detenida por una niña que le había preguntado cómo llegar a la iglesia Santa María del Mar. Edna, mirando los ojos llenos de luz intensa de la niña, trató de explicarle el camino, pero después se había decidido llevar a la niña a la iglesia pues ella misma estaba sobre el mismo rumbo. Edna había tomado la mano derecha de la niña y las dos habían caminado unos doscientos metros. De pronto, la niña se desprende suavemente de la mano de Edna y mirándole directamente a los ojos, le dice: no dejes que el miedo triunfe sobre ti, hija mía, confía en aquel que difunde las verdades de la naturaleza. La niña desapareció, se volatilizó en los aires, es esfumó y detrás de todo esto quedó flotando el perfume de una verdad bienhechora y limpiadora. Edna había sentido que su sangre se había lanzado a una carrera desbocada. Al entrar a la iglesia miró hacia el confesionario y avanzó con un poco de dificultad. Se miró las manos y observó que las arrugas aparecían lentamente. De los veintidós años, que Edna tenía hace solo unos minutos atrás, unos cuantos segundos después había sido colocada en su edad verdadera de setenta años. Edna era una anciana. Una cosa curiosa que ella había sentido es que el miedo nunca había hecho presa de ella. Edna seguía pensando en la niña y las palabras “no dejes que el miedo triunfe sobre ti”. Aceptó las cosas tal cuales eran y se sentó unos minutos en espera de la llegada de Ernesto. En esos mismos instantes, Ernesto estaba entrando a la otra parte del confesionario. Hola Edna, dijo Ernesto, cómo te encuentras? Edna, antes que cualquier otra cosa, le confesó que la conferencia sobre Paracelsus y su obra la había dejado sin habla. El que ella estuviera allí, con él, se debía a que ella, Edna Duarte, necesitaba de su ayuda. Qué es lo que Edna pedía ?, le había preguntado él, dejando caer en la

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pregunta una piedad ilimitada por ayudarla. Los dos siempre se habían entendido hasta en el silencio. Edna le relató entonces sobre la prueba de los dos años que ella y Gloria habían acordado con el diablo como tiempo de pausa y de reflexión pero, principalmente, como tiempo de certificaciones para que el diablo les mostrara lo que ellas irían a recibir en el caso de ellas venderles sus almas. Yo, le había dicho Edna muy serena, ni quiero ni ansío las riquezas del diablo y ni quiero la belleza y la juventud eternas. Quiero romper todo contacto con ese acuerdo. Y Ernesto le había contestado que eso no era ningún contrato y que el acuerdo no tenía de ninguna manera la validez de un contrato, ni en los infiernos y ni en los cielos. Nadie te puede obligar, le había dicho, que tú te veas ligada a hacer lo que el diablo quiera sin la participación de tu voluntad. Ella le había preguntado si había forma de diluir toda esa pesadilla en los cataclismos del tiempo. Muy fácil, había dicho Ernesto, hay que acudir a la ayuda de los Elementales. Uno de ellos va a hacer lo que tú le pidas para ayudarte! Edna salió del confesionario y esperó por Ernesto. Los dos hacían una extraña pareja. Se abrazaron mirándose a los ojos durante un buen rato y en esa posición permanecieron hasta que las campanas de la iglesia empezaron a doblar con sonidos que recordaban a la misma intensidad de la alegría. Edna sintió que algo la obligaba a mirar hacia la figura de la virgen: el rostro de la niña que ella había encontrado camino a la iglesia había tomado lugar en el rostro sereno de la madre del mar, pero desapareció en un instante fugaz. Tomaron un taxi y Ernesto la dejó en su hotel. Ernesto continuó hasta Paseo de la Gracia y en el cafetería-bar de abajo pidió un whisky antes de subir a su piso para tomar una siesta. Ernesto y Edna comerían juntos esa noche y después irían a la ópera. Hoy hay una ópera de Verdi en el teatro, le había invitado Edna mostrándole dos boletos. Fueron a la ópera y después cada uno tomó un taxi para que los llevara a sus sitios. Cuando Edna entró a su cuarto, se sintió muy ágil y llena de energías. Se quitó las ropas y las arrojó a la alfombra. Se fue a mirar al espejo y, oh! demonios !, ella era la misma Edna de los dos últimos años: veintidós años, cuerpo de diosa maligna, bella como la misma palabra dolor. Edna se sentó en la cama unos momentos, se levantó casi inmediatamente para abrir una botella de cerveza checa y reconoció que la fuerza del diablo, cuando de verdad desea cercarnos, nos otorga siempre lo que más nos halaga. Unos momentos antes Edna había

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asistido a la ópera, al lado de Ernesto y su fuerza bienhechora, hecha una anciana y ahora, al llegar al cuarto del hotel había recuperado su antigua belleza diabólica. Marcó los números del celular de Ernesto y le dijo que ella pasaría a buscarlo a la mañana siguiente. Iré a tu piso, le dijo, a las once de la mañana en punto estaré allá. Ernesto le había prometido que él la esperaría a esa exacta hora. La noche cayó acompañada de todos los ruidos que los humanos descargan en la atmósfera para disipar sus amarguras y complejos y la ciudad fue exacerbado sus ánimos para entrometerse en todos los conflictos, encuentros, ideas individuales, rompimientos, deseos, movimientos, lenguas, silencios , tentativas, represiones, expresiones, resoluciones, ceses, gritos, impulsos animales, silencios, todo ese desorden mezclado con el alcohol y las drogas y el sexo, dándole a la ciudad una efigie donde el que llegara tendría que gastar energías para tratar de empezar a comprender toda esa fuerza que se desataba para invadir todas las superficies y todos los orificios, todas las luces artificiales y todas las sombras. Barcelona ha sido, es y será, por los tiempos venideros el lugar en donde el que arribe lo hará para descansar, recuperar fuerzas perdidas y encontrar el principio de nuevos senderos. Las horas se escurrieron suavemente y el sol empezó a levantar por la línea que fijaba el horizonte. Era una mañana limpia y silenciosa. Edna entró al cuarto de baño y tomó una ducha llena de una alegría hace mucho tiempo no sentida. Cuando caminaba por la Rambla algunos turistas mañaneros fueron despertados por la sorpresa. La diosa infernal, Edna Duarte, despedía peligro y provocaba ofuscaciones al pasar por cualquier lugar. Aquellos que se atrevían mirarla a los ojos caían rendidos ante una insana pasión que los encadenaba a sufrimientos momentáneos muy dolorosos. Edna Duarte, seguida muy de cerca por el diablo, llegaba a Paseo de la Gracia para ir a lo de Ernesto Covadonga. Edna oprimió el timbre. Ernesto bajó las escalerillas para abrir la puerta. Al verla frente a el, Edna despedía una deslumbrante belleza, pero poco a poco, al poner el primer pié en el piso de Ernesto, su belleza fue desapareciendo para dar lugar a la anciana Edna Duarte. Edna empezó a sentir por todo su cuerpo las ebulliciones del tiempo cuando este revierte todas las concepciones para advertir a sus víctimas que las fronteras creadas pueden trascenderse por la acción del mal actuando sobre todas las concepciones establecidas como verdaderas. Ernesto mismo había

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sido testigo del cambio que Edna había sufrido al entrar a su piso. Edna, al sentir las descargas eléctricas que la estremecían, se había cubierto el rostro con las manos, no para ocultarse, sino por el dolor que le causaba saberse en manos de las trampas del diablo y nada poder hacer. Cuando los dos entraron al jardincillo, Edna se preguntaba el por qué de muchas cosas. Ernesto, que conocía la naturaleza de las cosas, le distrajo con una taza de té de manzanilla con miel. El sabía que los símbolos que él había colocado en la parte superior de todas las puertas y ventanas de su piso, dejaban sin efecto todas las maldiciones y todas las tentativas del mal para intentar despojar los valores del bien de las vidas que la naturaleza había puesto en sus partes secretas. Edna había llegado a la misma conclusión: cada vez que ella se encontrara en las cercanías de Ernesto, especialmente en su morada, el mal quedaría abatido y no podría jamás poner en funciones sus maniobras. Toda esa energía maligna, quedaba simplemente abatida. Si ella envejecía cuando se encontrara cerca del bien, el diablo le volvería a dar su belleza maligna cada vez que ella se alejara del bien y sus fuentes. Ernesto le hizo entrega de un medallón que había pasado por las manos de uno de los grandes magos de la hermandad blanca hacía casi quinientos años. El medallón contenía los símbolos de protección sobre los que Paracelsus había trabajado. Ernesto mismo le colocó la cadena de oro con el medallón en el cuello. Al oído, le dijo que no volvería a caer bajo el dominio que la sujetaba a la influencia de las transformaciones y los cambios; contra esto no hay nadie que pueda, le había asegurado Ernesto. La confianza de Edna en Ernesto se fue fortaleciendo a tal grado que Edna no podía dejar de pensar en todos los años perdidos junto a Gloria Montenegro y todos los adoradores de las malas artes. Edna veía claramente que la intención de Ernesto era adentrarla en esos misterios que aún permanecían totalmente ocultos para las grandes mayorías. Paracelsus, le había repetido Ernesto vez tras vez, ha descrito las cuatro diferentes clases de Elementales cuando nadie hubiera pensado que eso fuera posible: los seres del Agua, los seres del Fuego, los seres de las Montañas y los seres del Viento. Después le explicó la inclusión por parte de Paracelsus de los Gigantes, las Melusinas y los seres de la Montaña de Venus. Pero, de dónde provenían ?, le había preguntado Edna descubriendo todas las dudas que se alargaban en su silencio. Ernesto le había contestado que

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a todos ellos siempre se les había considerado como hombres, pero no descendientes de Adan (Adam). Ellos, los Elementales, eran otras criaturas, diferentes de los hombres y diferentes de los animales. Pero Ernesto le quería hablar sobre los misterios de la creación. Paracelsus había dicho que antes que nada estaba la creación y después lo que los seres Elementales eran. Ellos, le explicaba Ernesto con paciencia, habían considerado la importancia de sus vidas en un orden: su nación, en primer lugar y sus moradas, en segundo lugar; es decir, su existencia colectiva a través de los milenios y el lugar donde ellos se encontraban y vivían. En tercer lugar, Ernesto trataba de concentrarse en la claridad de las líneas de las explicaciones, ellos se habían acercado a los hombres dejándose ver por ellos. Los Elementales se concentraban todos en una sola persona que estuviera en sus cercanías y esta persona estaba entonces en capacidad de poderlos ver. Después, los Elementales se habían mezclado con los humanos para sobrevivir su maldición: ellos habían sido escogidos por la perfecta voluntad, que nosotros los humanos apenas si percibimos algunas veces, a pesar de su enorme fuerza, para tratar de apropiarse de un alma; lo que los Elementales siempre han deseado es el alma. En cuarto lugar, se trataba de elucidar cómo es que los Elementales habían podido llevar a cabo sus maravillosas obras y sus extraordinarios trabajos artísticos. Ernesto hizo un paréntesis y le habló un poco sobre las Melusinas y los seres de las Montañas de Venus. En quinto lugar, Ernesto habló largamente sobre los gigantes y sus orígenes, su desaparición y su retorno. Es que los gigantes habrán de retornar ?, le preguntó Edna con angustia. Claro, los gigantes aparecerán en la Tierra poco antes de los tiempos finales. Ernesto le había dicho a Edna que nada de estas cosas aparecían en las Sagradas Escrituras, Las Sagradas Escrituras han sido siempre expuestas a la revisión y han sido siempre bien limpiadas de las verdades y los portentos; de eso no quedaba absolutamente nada. Ernesto le estaba diciendo que todo eso aparecería alguna vez en el futuro cercano. En las Sagradas Escrituras se cita a los Gigantes, pero de una forma breve y ligera casi sin importancia. Estos seres habían tenido vida, le había asegurado Ernesto y después había añadido que los Elementales todavía existían. Convertirse en amigos de los Elementales era casi un imposible. Ellos no se atreven acercarse a los humanos, pues los actos de los hombres y las mujeres les horrorizan. Los Elementales son muy necesarios a la

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abundancia de la creación. La creación ensaya todo el tiempo en ellos; es por eso que sus caminos no podían desligarse ni de los hombres ni de las mujeres. Ernesto necesitó combatir la creencia de que los Elementales habían sido siempre innecesarios. Los seres humanos no hablan nunca sobre ellos ni de ellos porque los consideran inexistentes. Las razones de su existencia están en que ellos forman parte del propósito final. El corazón de Edna latía aceleradamente. Esto, le había asegurado Ernesto, permanecía en la parte impenetrable de los secretos. Le habló de cosas tan increíbles como la carne. Siempre ha habido dos clases de carne: la carne que proviene de Adán (Adam) y la carne que no proviene de Adán (Adam). En la mente de Edna surgieron luces que le alegraron pues ella nunca había pensado así de estas cosas ni nunca se hubiera atrevido a imaginar que estas cosas tenían una explicación tan sencilla. La carne de Adán (Adam), lo había sostenido Paracelsus, es burda y ordinaria porque es terrícola y no es más que una carne que puede ser tomada y asida igual que cuando nosotros tomamos un pedazo de madera o una piedra. La otra carne, gritó casi Ernesto, la que no provino nunca de Adán (Adam), es una carne sutil y no puede ser tomada ni asida porque no ha sido hecha del barro de la tierra. Edna, entonces, se perdía en laberintos de pensamientos ofuscados que le llevaban a las tierras desaparecidas de los principios y la traían a la tierra incomprensible de la muerte y los hechos brutales. Sobre la carne de Adán (Adam), Paracelsus había dicho que eso significaba el hombre de Adán (Adam). La carne de Adán (Adam) es tan corriente como la carne compacta de la tierra. Ese es el motivo por el cual los hombres no pueden atravesar las paredes. Pero ante la carne que no era herencia de Adán (Adam), las paredes cedían, lo que valía decir que esa carne no requería ni de huecos ni de puertas, esa carne traspasaba las puertas y las paredes y permanecía intacta sin ser alterada en lo más mínimo; tampoco rompía o adulteraba nada. Pero cuando los Elementales trabajaban en sus obras y en el arte las cosas podían ser asidas; sus obras de arte, para quedar testimoniadas, pasaban a formar parte de la realidad, entiendes?, le suplicaba casi Ernesto con su dulce mirada. Misterios y más misterios. Edna estaba concentrada hasta en el silencio de Ernesto. Secretos impenetrables para mí, suspiraba Edna; pero ella confiaba en Ernesto y todo lo que él le dijera tenía el mismo valor que el cielo, el mar, el aire que ella respiraba, las estrellas y la presencia muy real de

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los días y las noches. Edna empezó a comprender que los Elementales eran carne, carne y huesos y todo lo demás y entendió entonces que toda la naturaleza protegía a la naturaleza de los hombres. Pero los Elementales eran diferentes por su origen doble. Después Ernesto dijo que los Espíritus, por el contrario, pasaban a través de las paredes, pero no poseían carne, ni sangre ni huesos. Los Elementales tenían hijos e hijas y esos niños hablaban y orinaban y cagaban y jugaban y comían y tomaban sus paseos, y eso no podrían hacerlo los Espíritus. Ernesto le aseguró que los Elementales eran igual de veloces que los Espíritus, para desplazarse por todas partes. Los Elementales, le dijo, se parecen al hombre y a la mujer: los mismos gestos, los mismos ademanes; su alimentación y su figura les eran semejantes. Algunos Elementales tenían el carácter de los Espíritus y el carácter de los hombres al mismo tiempo. Aunque sean Espíritu y hombre a la vez, no son ni lo uno ni lo otro. No pueden ser hombres porque poseen la misma conducta que los Espíritus, no podrían ser Espíritus, tampoco, porque ellos comían y bebían y tenían sangre y estaban hechos de carne, aunque su carne no fuera la carne de Adán (Adam). Ellos son una creación única, diferente de las otras dos, la de los hombres y la de los Espíritus: igual a un remedio compuesto de dos distintas substancias, una dulce y agradable y la otra desabrida y ácida; o dos clases de colores que mezclados devenían uno y, sin embargo, seguían siendo dos. Sería muy necesario aclararte, le había dicho Ernesto, de acuerdo a Paracelsus, que ellos son Espíritus y ellos son hombres, pero no son ninguno de los dos, en verdad. El hombre posee un alma, el Espíritu nó. Los Elementales son las dos cosas, sin embargo no son idénticos a los Espíritus. Los Espíritus no fenecen, pero los Elementales sí. Los Elementales no son igual que el hombre, pues carecen de alma. El Elemental era una bestia y moría igual que las bestias. El animal no poseía, tampoco, alma, era el hombre el único que poseía alma. El no tener alma era lo que le confería al Elemental su condición de bestia. Edna había sido golpeada con la contundencia de una verdad con la cual ella nunca había estado en contacto. Pensó en su alma y se asió a esta verdad como si en ello le fuera más que la propia vida. Cuando Ernesto la fue a dejar a su hotel, Edna le confesó que ella pensaba alquilar un piso por las cercanías del mago.

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Ernesto lo había decidido después de haberlo pensado detenidamente: se quedaría en su piso tres días. Portinari había pasado por lo de Fernando y los dos se irían de visita a la Sagrada Familia. Las horas habrían querido sujetarse al asombro de los hombres para no abandonar el día. Serían cerca de las siete de la noche cuando Portinari llegó al piso para, las últimas tendrían que ser cosas de importancia, repetir la gran noticia de que el FBI había detenido a un doble de Santiago Montenegro y no al verdadero general Montenegro. Montenegro se había ocultado en los subterráneos de las sombras y actuaba desde allí con su habitual agilidad y astucia. Lo último que se sabía es que no se sabía mucho. Portinari contactó a varias de sus fuentes y éstas le informaron que el general Montenegro había tomado un Jet y había volado hacia España y desde Madrid, en donde le habían proporcionado documentos de identidad falsos, había sido transportado hacia la India, decían algunos y, otros sostenían que él se encontraría seguramente en Bangladesh o en Thailandia. La última pista lo situaba entre Thailandia y Burma. Una de las fuentes le aseguraba que Montenegro estaba preparándose para asesinar a Ricardo Ponce de León (ahora Carlos Andrés Michelena ). El general Montenegro había sido informado por uno de sus agentes dobles que él estaba en posesión sobre la nueva identidad de Ricardo Ponce de León. Este agente, Julio Ezquerra, que había escapado a las redadas del FBI y de la policía mexicana, era el único hombre de Montenegro que conocía la nueva identidad de Ricardo Ponce de León. Julio Ezquerra le había hablado directamente a un número de un celular que jamás había sido usado pero que el general había dedicado al caso Ricardo Ponce de León. Ricardo Ponce de León vivía normalmente en New York, pero ahora se llamaba Carlos Andrés Michelena. Después, Julio Ezquerra le fue informando a Montenegro de los nuevos negocios de Ricardo, del contrato hecho con el FBI para caerle a usted general, le había susurrado a Montenegro el proscrito Julio Ezquerra. En unas cuantas palabras: Ricardo Ponce de León (Carlos Andrés Michelena) se encontraba en los sótanos abiertos hechos para aquellos que ya hubieran decidido cambiar radicalmente de vida. Julio Ezquerra mencionó a Galatea Wellington y todo lo que ella significaba para Ricardo. Entre Ricardo y Galatea no existían los más mínimos secretos. Galatea estaba enterada de todo y estaba conciente de los riesgos que corría. Portinari, que movía sus piezas en diversos y

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continuos planos, había llevado a Julio Ezquerra a los terrenos de la colaboración con la promesa de salvarle de la cárcel o por lo menos de que le dieran una condena bastante corta. Julio Ezquerra no le había substraído ni una pizca a la verdad. Portinari había hablado con Galatea y le había puesto al tanto del peligro que Ricardo y, especialmente, ella corrían. Ricardo y Galatea fueron introducidos a la clandestinidad y recibieron nuevos documentos sancionados por el FBI. Ernesto que había escuchado la conversación de Portinari le dejó hablar y extenderse por lo menos cuarenta y cinco o cincuenta minutos. Hoy, le había dicho Ernesto a Portinari, has salvado dos vidas. Y Portinari se había quedado sin nada que decir. Ernesto sabía que, para salvar a Edna, habría que estar incondicionalmente al lado de ella; a él le era imposible moverse ahora de Barcelona. Edna, que ya no era atacada por los cambios y las transformaciones, se había refugiado en Ernesto y la visión que este hombre, su primer amor en la adolescencia, tenía de la vida y el conocimiento sagrado de las cosas que su sabiduría le permitía manejar para defender a los errados y a los débiles. Ernesto, había recordado ella, siempre había actuado de esa clara manera.

Federico Gómez de la Serna y Catalina Rivera Altamonte habían abandonado Barcelona y habían partido hacia Italia. Pasaron algún tiempo recorriendo las ciudades de Firenze, Venezia y Roma. Después volaron hacia Grecia, Egipto y visitaron las catedrales góticas en Francia y se perdieron por las huellas que los antiguos iniciados fueron dejando en las piedras cuando se desplazaban hacia los lugares en donde ellos se reunían para intercambiar ideas, hablar entre ellos y compartir todos los hallazgos que hubieran hecho. Esos viejos senderos eran, en verdad, bibliotecas eternas: la universidad en manos de la sabiduría, en pocas palabras. Javier Calderón había hecho un viaje relámpago hacia Barcelona. Cuando Portinari le fue a buscar al aeropuerto internacional, los dos se metieron a la primera cafetería-bar que encontraron y hablaron sin parar casi cinco horas. Portinari le había puesto en conocimiento de todas las historias. Todo era como una red donde la telaraña esperaba pacientemente para atrapar a sus infelices víctimas y después entregarlas a la araña para deshacerse de ellas. El domingo había llegado. Ernesto ya se había duchado y estaba listo. Portinari, Javier y Fernando, que ya se había adherido al grupo,

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estaban esperándole impacientemente. Los cuatro gatos partieron hacia la iglesia Santa Maria del Mar. La iglesia estaba a reventar. Ernesto entró por una puerta lateral. Los muchachos estaban apoyados contra la pared y esperaban por la aparición de Ernesto. Esa conferencia causó una verdadera conmoción, especialmente entre los sostenedores de las ideas anticuadas que ya habían cerrado sus corazones a la verdad. Ernesto sabía muy bien que muy pocos habrían podido entender los significados sagradísimos de la magia. Es verdad que siempre han habido muchísimos escritores que siempre han abordado la magia sin saber de lo que están tratando. A Ernesto le parecía que la gente estaba más dispuesta aceptar la debilidad del engaño que entender la fuerza inconcebible de las leyes ocultas de la naturaleza; ocultas pero a la vista de todos, especialmente cuando nosotros la vemos e interpretamos y realizamos su marcha precisamente como ella lo hace. Ya no hay dos marchas; por un lado la marcha de la naturaleza y, por el otro, la marcha desbocada del hombre. Ahora las dos marchas deberán suceder al mismo tiempo, diluirse una en la otra para limpiarse de las influencias malignas y arrojar las escorias de esa podredumbre a los abismos a los cuales ellas pertenecieran. Esa misma semana, los organizadores de los aspectos sociales de la conferencia de Ernesto sobre los Elementales según Paracelsus, habían organizado una especie de encuentro entre todos los iniciados que se estuvieran en Barcelona. Ernesto no pudo rechazar esta tarea y tuvo que verse obligado a comer, beberse solo una copa de vino y hablar con gentes provenientes de muchas partes del mundo. Como a las diez de la noche, la conferencia había transcurrido entre el mediodía y las tres de la tarde, Ernesto fue conducido en una limousine a su piso. Portinari, Javier y Fernando habían tomado un taxi y llegaron unos quince minutos después que él. Ernesto y Edna estaban en el jardincillo disfrutando de un vaso de whisky. Los cinco habían tomado asiento en torno a la mesilla. Ernesto les dijo que la batalla de todos los días siempre ha transcurrido entre los que pertenecen a la luz y los que se esconden en la parte opuesta donde ella se encuentra. Podríamos decir, añadió, que es la misma lucha entre la filosofía de Platón y la filosofía de Aristóteles. Exactamente!, exclamó Fernando. Javier miraba la reacción de ellos clavando su vista en los ojos de todos y los pequeños e imperceptibles movimientos de sus rostros. Javier meditaba

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milésimas de segundos y después retornaba al centro de la conversación. Esa noche hablaron hasta de la importancia de los animales en su tarea de realizar los trabajos que la naturaleza les asignaba a todas y cada una de las incontables especies que existen en el mundo. Muchas especies desaparecían, pero siempre surgían nuevas especies de la nada. Unas especies recogen, otras devoran los restos; unas polinizan, otras conducen sus trabajos y los elementos les ayudan; unas fertilizan, otras se encargan de limpiar; unas se sacrifican alimentando a la especie humana, otras devoran; unas trabajan y trabajan creando cosas que el hombre jamás podría hacer, otras viven entregadas a tareas secretísimas de las cuales nosotros no tenemos ni una sola idea. En fin, había dicho Ernesto antes de dirigirse hacia la puerta para despedir a Edna, que no nos basta la vida de todas las generaciones idas y por venir para entender la magia escondida en los secretos que tenemos al lado y que desconocemos. Todos se quedaron pensando. Portinari y Javier acompañaron a Edna a su piso. Fernando se fue a lo suyo y Ernesto se tiró a descansar. El día había dejado sus marcas!

El lunes por la mañana, Fernando había llegado, como lo había convenido, al piso de Ernesto. Ernesto, Portinari y Javier, habían estado esperando por la llegada de Fernando. Los cuatro gatos desayunaron con toda calma pues ya todos habían hecho sus maletas de viaje. Ese mismo día partirían para Santiago de Compostela para quedarse allá un día y asistir a una nueva visión sobre la lucha por el existir que la filosofía de los iniciados sostiene y su defensa contra todo lo que como fuerza enemiga le salga al paso. Recorrerían el mismo camino de las estrellas al revés, para irse adentrando en lo más reciente, primero que todo, y desde allí andarían el sendero de las rutas de iniciación. Ernesto estaba obligado a tomar el avión de regreso el sábado, de manera que la lucha era contra el tiempo. Acordaron que lo mejor sería alquilar un automóvil y se pusieron en marcha a las once de la mañana. Tendrían tiempo hasta el sábado y no deberían de perder tener en cuenta que les era necesario encontrarse en las cercanías de algún lugar con aeropuerto. Todas las medidas habían sido tomadas. El sábado habían recorrido casi todo el camino, pero se habían quedado en Pamplona para desde allí tomar el avión hacia Barcelona. Fernando, Javier y Portinari regresarían con el coche.

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Ernesto estaba de regreso el sábado y los tres gatos restantes llegaron al lunes en la mañana. Fernando pensaba que el nombre Barcelona encerraba significados que le causaban cierta desconfianza: Bar te puede, por lo celona, dejar. En la lona de un Bar está ce. El Bar ce-lo en la lona. El ce de la lona en el Bar. Todas las posibilidades examinadas por él le llevaron a la conclusión de tener que considerar a las simples palabras, Arce B lo-na, como las más importantes de todo este juego sin aparente sentido en el cual él había entrado sin quererlo; bueno, eso en apariencia, sobre todo si este resultado le conduciría a una lucha abierta contra el general Montenegro. Las delicias son pasajeras, se dijo, después hay que hacer lo que un verdadero ser humano está obligado hacer: luchar, caer, levantarse, volver a iniciar la lucha, volver a caer y volver a levantarse y asi por todos los asi que cualquiera quisiera, jamás rendirse. Fernando se sentía señalado por el privilegio. Fernando caminó hacia el estanquillo de periódicos y compró el diario. Observó el encabezado: El banquero Arce, que nadie conocía, estaba en Barcelona. Fernando recibió un hilillo de luz reveladora: y si Arce era el general Montenegro?

Ernesto, Portinari, Javier y Fernando habían hablado sobre la enorme oportunidad que ahora surgía referente al general Montenegro. De todo eso obtuvo una idea. Javier ya había hablado con el embajador mexicano en Estados Unidos y los dos habían acordado un encuentro con el FBI. Ellos le habían propuesto a la Oficina Federal de Investigaciones un sencillo plan que les permitiría atrapar al general de estrellas falsas. Lo que el general, - por la misma intensidad del deseo que se había desatado en su locura para reclamar el cumplimiento de la hora de la revancha -, exigía era un encuentro. Arce, pues, no era el general Montenegro. El general, por su parte, pensaba que la hora decisiva había llegado. El FBI, de acuerdo al plan de los cuatro gatos, haría un doble de Ricardo Ponce de León (Carlos Andrés Michelena), doble que desde el momento en que Michelena es creado había sido ya “construído” por los especialistas de la oficina federal. Era un sábado lluvioso y triste; el general de brillos peligrosos les había, cinco horas antes, - error del general -, señalado el lugar del encuentro. El sitio era una de las antiguas residencias de Montenegro que estaba situada en el centro de la isla de Manhattan. La oficina quiso alargar el tiempo y pudo obtener de Montenegro dos horas

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extras. Ellos, Montenegro y Ponce de León (Michelena), se encontrarían para hablar. Michelena sería situado en el segundo piso, pero reflejado varias veces por grandes espejos. La atmósfera había sido atenuada eliminando la efectividad de cuatro lámparas, por un lado y, por el otro, cambiando las antiguas ampolletas de elevados watts por otras de menor potencia. Dos años atrás, los hombres de Montenegro habían colocado, en la base del edificio, explosivos para hacerlo volar. El FBI tuvo tiempo para eliminar cierta cantidad de cargas explosivas, pero el tiempo no les había bastado para neutralizarlas a todas. Montenegro había llegado exactamente a la hora convenida. Cuando Montenegro estaba parado en el centro de la sala mayor – debajo había cargas explosivas de gran potencia – Michelena parecía encontrarse al principio de la escalera que conducía al segundo piso. El general Montenegro había hecho uso de su celular. Los testigos relatan que la explosión levantó por los aires toda la superficie donde Montenegro se encontraba. Ese fue el verdadero final del general Montenegro y lo que él había creído en los últimos instantes de su alevosa y desquiciada existencia: la muerte de Ricardo Ponce de León. Pero Ricardo (Carlos Andrés Michelena) había salvado el pellejo. Algunos agentes resultaron heridos, pero no había habido muertos. Una semana después de todo esto, Ricardo Ponce de León y Galatea Wellington estaban volando hacia Barcelona. El FBI les había informado de la activa y eficiente participación de los hombres “barceloneses” para lograr eliminar a Montenegro, general de estrellas no ganadas, cabrón, marrano, sombra siniestra de pasados crímenes escondidos por su alevosía, presencia voluptuosa del mal. Ricardo quería encontrarse con Ernesto y con Portinari para agradecerles, de alguna caprichosa manera había que decirlo, por todo el valor mostrado, examinado desde las fronteras de las variaciones en que la realidad hubiera tomado forma. Gloria Montenegro había sido llevada a una clínica en Suiza y había quedado bajo el control de los médicos por algún tiempo. Gloria fue el tema central de los chismes y muchos la situaron en distintos y lejanos países. Gloria había vendido su alma al diablo y su belleza se había convertido en una fuerza activa sin control que arrasaba con las almas que cayeran a su paso. Leticia González se había unido a los proyectos de Gloria y había caído en la corriente que lleva a la gente de mediana inteligencia a los valles hambrientos del olvido y las desesperanzas. Mientras tanto, Ernesto y

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Edna, habían roto con el convenio de encontrarse cada jueves para hablar. Ahora se encontraban todos los días y Ernesto le había incendiado el corazón al confesarle que dentro de muy poco tiempo arreglaría todos los problemas de ella en forma definitiva. Pero hoy era lunes y Edna estaba en camino a lo de Ernesto.

Cuando Edna y Ernesto estaban en el jardincillo del piso del primero, prosiguieron con la conversación que habían dejado anteriormente en suspenso. Paracelsus, le había recordado Ernesto, dijo que los Elementales eran igual que los hombres, pero sin alma; eran mejor que el hombre en el sentido que se parecían a los Espíritus a los cuales nadie puede, ha podido y podría cargar; es decir, llevar a cuestas; después le dijo que los Elementales aparecían ante nosotros como en visiones que semejaban a los sueños. Paracelsus, continuó Ernesto, escribió que los Elementales estaban separados de los hombres porque su carne no era igual a la carne de los descendientes de Adán (Adam); es decir, ellos no participaron en las leyes que hicieron posible la tierra con la cual Adán (Adam) había sido creado. Tienen hijos y sus hijos son parecidos a sus fuentes, pero no son iguales que los hombres. Sus descendientes son ricos, inteligentes, hábiles, pobres, tontos e ingeniosos, como aquellos que provienen de la carne de Adán (Adam). Se parecen a nosotros los hombres en distintas maneras. Recuerda, Edna, aquellas palabras que incendian muchos corazones todavía: el hombre es la imagen de Dios; esto quiere decir que el hombre ha sido creado de acuerdo a la imagen de Dios. Los Elementales son la imagen del hombre y han sido creados de acuerdo a la imagen del hombre que Dios creó después. Paracelsus dijo que el hombre no era ni podría ser Dios, pero había sido creado a su imagen. Pero Edna no entendía del todo la dirección hacia la cual Ernesto deseaba llevarla. Se había enterado, por la pasión incendiaria de Ernesto más que nada, que los Elementales no podrían ser lastimados por ningún elemento y que las enfermedades, distintas a las enfermedades de los hombres, los agobiaban y exterminaban a muchos de ellos y que ellos trataban todo el tiempo de conservar su salud. Ellos morían igual que el hombre, pero estaban muertos igual que las bestias; es decir, carecían de alma. Sus costumbres y su conducta eran humanas; hasta la forma de hablar, cocinar, vestirse, dormir, trabajar, limpiarse, discutir. Ellos no poseen la presión de los hombres en lo concerniente a servir a

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Dios, proseguir en sus senderos y recoger sus buenas cosechas de la vida porque no poseían alma. El hombre, por el hecho de poseer alma, poseía el juicio de escoger. A Edna le había fascinado la forma como Ernesto había abordado la cuestión referente a sus moradas. Los seres del Agua eran las Ninfas; los del Aire, Sylphides; los seres de la Tierra eran los Pigmeos y los del Fuego, las Salamandras. Paracelsus difería de estos nombres y prefería llamar Ondinas a los seres del Agua, y a los del Aire, Seres Silvestres; a los Seres de la Montaña, les denominaba Gnomos y a los Seres del Fuego, los Vulcani, en lugar de usar el nombre de Salamandras.

Después, Edna recordaba las palabras de Ernesto repitiendo lo que el maestro Paracelsus había escrito casi quinientos años atrás: Los Seres del Agua, Las Ondinas, no se cruzan jamás con los seres de las Montañas, los Gnomi, ni con las Salamandras, los Vulcani. Cada cual tiene su propia morada. Para los seres de la Montaña, los Gnomi, la Tierra es su aire y es su Caos. Todo lo que es de ellos existe en ese Caos; todos tienen su morada en ese Caos. Y si para nosotros es fácil caminar a través del aire, rodeados de aire, en el aire, el aire no puede detenernos; las rocas y los picachos son una cosa fácil para los Gnomi, pero para los hombres no. Edna Duarte estaba en los inicios de un gran aprendizaje y para detener su asombro iniciaba entonces una caminata eléctrica que le llevaba de regreso a los sabios aciertos del maestro Paracelsus. Edna analizaba ahora las cosas con otros ojos y los sucesos ya no le parecían tan espontáneos: toda su anterior falsa vida, Ernesto, el diablo, Ernesto y el retorno de ella a una desconocida realidad en donde sus propiedades escondidas se esforzaban por salir a la superficie y salían. Ernesto, notaba Edna, podía explicar simplemente los asuntos más complicados con una par de frases. A veces, era suficiente con una sola frase. Pero Ernesto era una explosión intermitente de frases que obligaban a todos sus oyentes a pensar con el vigor de sus propias fuerzas internas. Tener la suerte de encontrarse cerca de Ernesto significaba aprender a una velocidad pocas, muy pocas, veces sentida. La forma de vestir, no solo para los hombres, era obra de Dios. Las Ondinas, los Gnomi, los Vulcani y los Seres Silvestres, al igual que el hombre, estaban todos bajo la protección y guía de Aquel que en verdad, teniendo todos los nombres, posee solo uno: Dios. Edna se había quedado prendada de la

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frase con la cual Ernesto había terminado su segunda conferencia: “Porque Dios ha revelado el diablo al hombre, para que el hombre conozca al diablo. Dios ha puesto ante los ojos del hombre los espíritus y otros portentos todavía más difíciles de percibir para él. Los Angeles del cielo han sido también enviados al hombre, para que el hombre pueda ver que Dios tiene Angeles que le sirven”.

Ernesto hablaba con sus amigos y con la gente que caía en sus cercanías, usando las palabras que Paracelsus había escrito con el fuego inextinguible de la sabiduría. Ernesto no trataba de convencerlos, pues sabía que era muy difícil obligar a un hombre abandonar viejos rastros para iniciar nuevas aventuras. Los problemas candentes estaban evidentemente en el interior de cada uno; un hombre pocas veces llegaba a la meta de sus sueños. La vida no era un torneo en la que sus participantes demandaban el cumplimiento de sus caprichos y después se contentaban por ello el resto de sus actividades por períodos muy largos de tiempo. La vida consistía en ganar y perder, atreverse y fracasar, manifestar alegría y llorar, entrar en el juego que se nos presentara y descubrir que en las aventuras se escondían sorpresas agradables que, por su extremada variación, pondrían nuestras existencias en peligro o en crisis. El hombre había perdido más que el tiempo durante el transcurso de los milenios – en realidad no se tenía un cálculo de estas edades – y todas las vidas humanas habían continuado cayendo a los huecos desconocidos de las sorpresas. Ernesto había leído, en las distintas expresiones de su rostro, que Edna caía rendida ante situaciones y frases que estaban cargadas de contenidos jamás atrapados por la red peligrosísima del tiempo. Ella había repetido, con una precisa exactitud, frases y expresiones que, a los demás, hubieran pasado desapercibidas o menos llenos de la verdad tan necesaria a nuestras almas durante circunstancias consideradas insalvables: “porque Dios los ha dejado (a Los Elementales) marchar hacia nosotros y quedarse en nuestras cercanías todo el tiempo que nosotros necesitáramos para conocerlos mejor y llegar a la sabiduría de la creación en todas sus maravillosas obras”. También para que los hombres llegaran al conocimiento de que existían criaturas en los cuatro elementos y que ellas estaban ante nuestros ojos. Las criaturas del Agua no solo habían sido vistas por los ojos de muchos hombres, sino que habían entrado al templo en donde

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después de pasar por la ceremonia de bodas con un ser humano, habían dejado atrás su antigua forma de vivir para dedicarse a ese ser humano y tener un hogar y llenarse de hijos. Este era el momento por ellos tan esperado. Entrando por esta puerta ellos conseguían alma. Todo esto estaba vinculado a una verdad que ponía en contacto al hombre con los Elementales y estos le relataban al ser humano, entonces, las cosas secretas que jamás habían sido antes reveladas. El hombre era eterno e inmortal, porque nada existe que permanezca eternamente sellado y no sea revelado. Todo tendría necesariamente que salir a la luz pública: criaturas, naturaleza, espíritus, el mal y el bien, el lado de afuera y el lado escondido, todas las artes y todas las doctrinas enseñando el objeto por el cual ellas habían sido creadas. Había secretos en la ciencia de Paracelsus que permanecían todavía en las regiones seguras de las posibilidades retardadas: las Ninfas habían sido, durante algún tiempo, consideradas semejantes a nosotros; pero ellas no lo sentían de la misma forma. Ellos, los Elementales, no tenían poder sobre el hombre y sus moradas eran tan diferentes que ellos estaban imposibilitados, incluso, hasta de adoptarnos o ser adoptados por nosotros, salvo contadísimas excepciones que no entraban en esta esfera. Para poder verlos había que ser un gran mago. El hombre no era sutil en cuerpo, sino poseía un cuerpo burdo en un Caos sutil, que era lo contrario de los Elementales. El elemento de los Elementales era su Caos y no era este el caos del hombre. Paracelsus sabía que los Elementales no eran eternos. Bastaba que uno de los Elementales entrara en contacto con un hombre para que los deseos del Elemental se vieran obsedidos por la idea de la unión para conseguir alma. Lo más importante era salvar el alma de Edna Duarte casándola con un Elemental. Pero Ernesto había conservado durante muchísimos años la amistad con un Elemental del Agua, Marcel Ray, que siempre le había proporcionado muchísimo material de información sobre la vida, las costumbres, los secretos y la muerte de todos los Elementales. Ernesto le había pedido a Marcel Ray entrar en alianza de bodas con Edna Duarte y Marcel Ray había aceptado con lágrimas de felicidad en sus ojos. La boda se llevaría a cabo en Pamplona, en una iglesia gótica olvidada por la marcha de la vida. Ya Ernesto había hablado con el sacerdote, un anciano vasco dedicado a los estudios de la alquimia durante toda su vida. Ernesto y el sacerdote realizarían el matrimonio que sería una ceremonia llevada a cabo entre

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el reino de la leyenda y el mito poético de la realidad. Para hablar con la verdad, Ernesto estaba creando circunstancias similares a la de aquellos tiempos en los que el maestro Paracelsus se atrevió a escribir que “la unión de una cosa con otra puede lograr mucho, ya que la cosa que se encontrara en lo inferior se beneficiaría siempre de la cosa que era del mundo superior y que todo esto le concedía la adquisición de poder”.

Gloria había prometido traer otra vez al mundo a su padre Santiago Montenegro. Alejandro Portinari y Fernando Marino iniciarían una agencia de contactos con fines matrimoniales en Barcelona. Javier Calderón se había hecho socio capitalista de la nueva empresa. Federico Gómez de la Serna y Catalina Rivera Altamonte habían comprado una propiedad en Mallorca con el fin de convertirla en un permanente workshop para todo aquel que estuviera interesado en trabajar con grupos dedicados a la magia, a la preservación del clima y del medio ambiente del planeta y a la consecución de medicinas a través de los rituales mágicos de las plantas. Santiago Montenegro estaba muerto y enterrado. Ricardo Ponce de León y Galatea Wellington habían sufrido un accidente automovilístico en un túnel no muy lejos de la frontera entre Francia e Italia. En el caos provocado por el incendio de muchos vehículos y máquinas casi todos habían muerto, excepto Ricardo y Galatea. El brazo izquierdo de Ricardo había quedado estragado y Galatea había sido mutilada de la pierna derecha; sin embargo los dos vivían y solucionaban sus problemas incendiados por el amor que, desde los comienzos, los había desesperadamente unido. Leticia González había partido hacia Haiti para adentrarse en los misterios del espíritu de la vegetación. Allá se había hecho alumna de un Boco (Bocono), que es el nombre con que conoce a los sacerdotes que se dedican a la brujería y a la magia negra. Lo que a Leticia le atraía era adentrarse en los embrujos del “coup poudre”, el polvo mágico con el cual se llega a producir la muerte o la enfermedad. Marcel Ray, entraba al mundo de la inmortalidad sostenido por la amistad de Ernesto y la recuperación de la belleza con la cual Edna Duarte había sido bendecida al nacer. Marcel Ray había recibido el milagro majestuoso de poseer un alma. Dicen que en el momento en que el sacerdote los sacralizaba con el agua que se dispersaba de su hisopo hacia todos lados, Edna Duarte se fue

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empequeñeciendo hasta detenerse a la misma altura de Marcel Ray. Los pocos presentes, Ernesto, Portinari, Ricardo, Galatea, Federico, Catalina, Javier y Fernando, fueron testigos de la disolución de los cuerpecitos de Marcel Ray y de Edna Duarte en el aire y escucharon, durante cuatro o cinco minutos, sus voces melodiosas y alegres que rebotaban como ecos celestiales en las paredes de piedra de la vieja iglesia. Muchos meses después, Edna Duarte y Marcel Ray habían llegado a visitar a Ernesto para informarle que tendrían un hijo al cual le pondrían el nombre de Ernesto. Si fueran gemelos, le habían repetido, se llamarán Ernesto y Edna ó Ernesto y Alejandro; y si el cielo los bendecía y les daba dos niñas éstas recibirían los nombres de Alborada y Amanecer.

FIN

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