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    La zona de sombra

    Luis Sun

    Para Juan Benet la obligacin del narrador es -cuesta trabajo decir que

    era- iluminar lo sombro, entretenimiento y zozobra de un ejercicio de

    conocim iento. Nada ms obvio y, por evidente, a menu do olvidado cuando

    se le nombra o se glosa su obra con la paradoja de adjudicarle una a veces

    casi insalvable oscuridad. Una oscuridad que , en ocasiones, se atribua a la

    del mundo brumoso en el que se desarrollaban sus argumentos y otras, al

    modo como pona en pie unas construcciones de apariencia cerrada cuyo

    acceso cuidaba el mismo personaje que las cumbres de Regin. Repasan do

    sus escritos tericos sobre literatura se observa a las primeras de cambio

    que Benet considera, ante todo, la fuente tradicional que marca el inicio de

    la necesidad -llamemos a las cosas por su nombre- de la escritura: la ins

    piracin. Una intencin creadora que nace del deseo de escribir pero que

    slo se desarrolla merced a la capacidad -que l llega a llamar alguna vez

    erudicin- de hacerlo con el arsenal necesario para resolver los problemas

    que la correcta expresin de lo que se piensa plantear sucesivamente a

    quien se empe e en e llo. La inspiracin es un a luz que se proyecta sobre el

    campo oscuro del asunto, la realidad, y slo le es dada verdaderamente al

    escritor cuando ste posee un estilo. Lo dems son las buenas intenciones,

    el anhelo del corazn o la fuerza de la sangre. Slo la relacin entre inten

    cin y capacidad resuelve en obra de arte lo que pudo empezar, por ejem

    plo,

    siendo un desah ogo, ese deseo por conocer o por sentir un extrao con

    suelo,

    que no siempre debe terminar por hacerse pblico. La diferencia

    entre una aventura y una novela es la misma que existira entre hallar,

    pongo por caso, las fuentes del Nilo y encontrarse con el horror, slo as

    una palabra puede cam biar la pura y difana esencia de una vida.

    Para B enet la literatura era el m isterio. Curiosam ente, esa intencin hacia

    lo misterioso la alejaba de la ciencia, precisamente en el mismo punto en

    que amb as se acercan. Lo que o curre, dice, es que para la ciencia lo impor

    tante es el conocimiento y para la literatura, el objeto de conoc imiento. Sin

    embargo, diramos nosotros, la literatura se sirve de un modo de conoci

    miento que la acerca al objeto. La diferencia estar, en definitiva, en que

    mientras la ciencia fija su objeto, lo rodea, le cierra la salida, la literatura

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    lo agranda, descubre sus zon as ocultas, subraya con su luz ia evidencia e

    sus sombras. Al contrario de lo dicho recientemente acerca de la utilidad

    de la literatura -de los libros-, sta no ofrece seguridad -ah deja de serlo

    para acercarse a la pedag oga, a las lecciones que toda alma en formacin

    pide a cada instante-, sino que provoca a su contraria. La literatura, cuan

    do forma parte de nuestra vida, no otorga, ni ms ni m enos, sino la posibi

    lidad de ayudarnos a convivir con la duda, no a negar sta o a sustituirla

    por la certeza. De ah su misterio, de ah su eternidad. El discurso literario

    -dice Benet- slo puede desarrollarse en el espacio abierto entre una afir

    macin y su correspondiente negacin. Incluso recuerda que el estudio de

    la novela no es slo la organizacin de una taxonoma sino el anlisis de

    un mbito compuesto por lo que existe y por lo que pudiera existir, no

    tanto por el territorio que la escritura ha hollado sino por lo que le queda

    an y siempre por indagar, Y es que la novela es insuficiente por defini

    cin, a pesar de contener en s tantos rasgos de aquello que la escritura

    hace posible. Citando a Faulkner: Como la luz de un fsforo, no despeja

    las tinieblas, sino tan slo muestra su horror. Como la casa de Regin,

    casi vencida por la ruina -que no es otra sino el exceso de luz-, la lite

    ratura necesita a cada mom ento volver a plantear la pertinencia de su exis

    tir en sombras.

    No es esta, por desgracia -o por suerte, pues as el bosque deja su espa

    cio a los rboles m s a lto s- la actitud habitual en lo que nos rodea. Y no lo

    es por la simple y bien clara razn de que lo difcil es asumir el riesgo de

    la radicalidad desde la certeza de lo oscuro sin que esto deje de serlo para

    convertirse en un exudado de la sociologa barata. En tal sentido Benet fue,

    adem s, de una honradez ex trasima entre nosotros, pues lejos de apelar a

    esa suerte de cuestionable certeza que consiste en a autoproclamacin de

    la superioridad de uno sin mayor razn que el pretendido olvido por parte

    de los otros, se limit a escribir con arreg lo a su propio con venc imien to. No

    hay en ninguno de sus escritos crticos

    -que

    pertenecen adem s al narrador

    que mejor ha sabido entre nosotros ordenar su pensamiento terico- ni un

    solo exordio en el que trate de echar la culpa de nada al empedrado. Y,

    curiosamente, se trata de textos de una claridad bien difana, que nunca

    revelan desdn -su desinters por la literatura espaola puede ser discuti

    ble pero nunca ser acusado de desdeoso- sino que muestran lo inevitable

    de las afinidades electivas por n o decir lo evitable de las malas co mpa as.

    Es curioso cm o releyendo los textos de B enet dedicados a la literatura se

    ve a las claras al escritor comprometido en plenitud con su obra y sus

    caracteres. Cmo la dificultad nunca es gratuita sino obedece al rigor de un

    planteamiento formal que, eso s, resultaba prcticamente indito entre

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    nosotros. Slo Valle-Incln en la primera mitad del siglo extrema de tal

    modo la exigencia y en muchas ocasiones para mostrar lo mismo que

    Benet: la ruina. No juguemos al fcil ejercicio de las adivinanzas, de las

    transposiciones, pero s mirmo nos en la geografa regionata con la m isma

    desconfianza activa con que lo hemos hecho en los espejos del Callejn del

    Gato.

    Recordemos que para llegar a Regin hay que atravesar un elevado

    desierto y que el viajero un momento u otro conocer el desaliento al

    sentir que cada paso hacia adelante no hace sino alejarlo un poco ms de

    aquellas desconocidas montaas. Y un da tendr que abandonar el prop

    sito y dem orar aquella remota decisin de escalar su cima ms alta...o bien

    -tranquilo, sin desesperacin, invadido de una suerte de indiferencia que

    no deja lugar a los reproches- dejar transcurrir su ltimo atardecer, tum

    bado en la arena de cara al crepsculo, contem plando cmo en el cielo des

    nudo esos hermosos, extraos y negros pjaros que han de acabar con l,

    evolucionan en altos crculos. Quien aquello escribiera dijo tambin en

    otro lugar que ese mismo hombre -l, nosotros que hemos querido acom

    pa a rle - tal vez decida aban donar el camino d e lo evidente para aventurar

    se en la direccin opuesta a la del saber. Una direccin -la de la literatura

    asumida con todas las garantas del fracaso como nica luz a lo lejos- tra

    zada por la incertidumbre, la memoria, la fatalidad y el temor.

    Benet organiza su intencin de iluminar la zona de som bra con las armas

    del estilo, paso sin el que la inspiracin no sale de su estado de pura decla

    racin de intenciones ms o menos ilusionadas. Y el estilo cubre todo,

    desde la mera situacin de los hechos hasta el modo como stos se produ

    cen, empezando por dar a las cosas su verdadero nombre aunque ste no

    importe. Las dos primeras pginas de Sal ante Samuel o el comienzo de

    La otra casa de Mazn o la declaracin de intenciones de La inspiracin y

    el estilo-ha b is observad o los arranques de los libros de Benet, cmo est

    en ellos su universo fsico, su talante moral, los rasgos de su escritura?-

    resumen en ese punto todo el universo de su autor con la admirable maes

    tra de quien sabe qu e su direccin habr de ser la misma siempre, como la

    mirada de Matthew Arnold contemp lando las playas de Dover en el poema

    que el propio Benet tradujera hace diecisiete aos: En un llano a oscuras

    nos hallamos, entre confusos ecos de luchas y vuelos, donde ignorantes

    huestes combaten en la noche.