La viuda de La viuda de NaínNaín

Jesús llegó acompañado con sus discípulos a un pueblo llamado Naín. El pueblo estaba al sur de Galilea, no lejos de Nazaret, por lo que Jesús debía de conocer muy bien el lugar y a quienes lo habitaban.

En el camino, al llegar a la entrada del pueblo, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre que era viuda. Acompañando a aquella pobre madre iba un gentío considerable.

La madre, que había perdido ya a su marido, perdía ahora a su único ser querido, a su hijo, por lo que derramaba abundantes lágrimas, mientras seguía el ataúd con los restos de su niño.

Cuando Jesús vio a la madre, sintió mucha lástima de ella. Jesús, que también era hijo único, quizás se debió acordar de su madre María y lo que ella iba a sufrir cuando llegara la Pasión.

Jesús, ante la presencia de sus discípulos y de la inmensa multitud de personas que habían acudido al entierro, se acercó a la madre y dándole palabras de aliento le dijo: "No llores".

Tras consolarla, Jesús se aproximó al ataúd, y parando a los que lo llevaban, alargó su mano y lo tocó. Y, luego, dirigiéndose al chico muerto le dijo: "Escúchame, tú, muchacho, levántate".

El chico muerto se incorporó del ataúd y comenzó a hablar, como si nunca hubiera estado muerto. Jesús tomándolo de la mano y sacándolo del ataúd se lo entregó a su madre.

Todos quedaron sobrecogidos y alababan a Dios por aquel milagro. Y todos decían: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". Sí, un Dios que da consuelo.

Texto e imágenes

Revista Gesto, Nº 143

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