La Vida Inutil Pito Perez - Jose Ruben Romero

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La vida inútil de Pito Pérez los ríos profundos Clásicos

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  • La vida intilde Pito Prez

    los ros profundosClsicos

  • Jos Rubn R o m e r o

    La vida intilde Pito Prez

  • Antigua librera Robredo, Mxico, 1944

    Jos Rubn Romero

    Fundacin Editorial el perro y la rana, 2007

    Av. Panten, Foro Libertador, Edif. Archivo General

    de la Nacin, P.B. Caracas-Venezuela 1010

    telefs.: (58-0212) 5642469 - 8084492/4986/4165

    telefax: 5641411

    correo electrnico:

    [email protected]

    Edicin al cuidado de

    Coral Prez

    Transcripcin

    Jairo Noriega

    Correccin

    Ybory Bermdez

    Carlos vila

    Diagramacin

    Mnica Piscitelli

    Montaje de portada

    Francisco Contreras

    Diseo de portada

    Carlos Zerpa

    isbn 978-980-396-641-6

    lf 40220078003458

  • La Coleccin Los ros profundos, haciendo

    homenaje a la emblemtica obra del peruano

    Jos Mara Arguedas, supone un viaje hacia

    lo mtico, se concentra en esa fuerza mgica

    que lleva al hombre a perpetuar sus historias y

    dejar huella de su imaginario, compartindolo

    con sus iguales. Detrs de toda narracin est

    un misterio que se nos revela y que permite

    ahondar en la bsqueda de arquetipos que

    definen nuestra naturaleza. Esta coleccin

    abre su espacio a los grandes representantes

    de la palabra latinoamericana y universal,

    al canto que nos resume. Cada cultura es un

    ro navegable a travs de la memoria, sus

    aguas arrastran las voces que suenan como

    piedras ancestrales, y vienen contando cosas,

    susurrando hechos que el olvido jams podr

    tocar. Esta coleccin se bifurca en dos cauces:

    la serie Clsicos concentra las obras que al

    pasar del tiempo se han mantenido como

    conos claros de la narrativa universal, y

    Contemporneos rene las propuestas ms

    frescas, textos de escritores que apuntan hacia

    visiones diferentes del mundo y que precisan

    los ltimos siglos desde ngulos diversos.

    e lpe r r o y l a r a n a

    F u n d a c i n E d i t o r i a l

  • No tengo fijo lugardonde morir y nacer,

    y ando siempre sin saberdnde tengo que parar.

    Caldern de la Barca

  • Pobrecito del Diablo,qu lstima le tengo!

    Pito Prez

  • 13La silueta obscura de un hombre recortaba el arco luminoso del campanario. Era Pito Prez, absorto en la contemplacin del paisaje.

    Sus grandes zapatones rotos hacan muecas de dolor; su pantaln pareca confeccionado con telaraas, y su chaqueta, abrochada con un alfiler de seguridad, peda socorro por todas las abiertas costuras sin que sus gritos lograran la conmiseracin de las gentes. Un viejo carrete de paja nimbaba de oro la cabeza de Pito Prez.

    Debajo de tan miserable vestidura el cuerpo, aun ms mise-rable, mostraba sus pellejos descoloridos; y el rostro, plido y enjuto, pareca el de un asceta consumido por los ayunos y las vigilias.

    Qu hace usted en la torre, Pito Prez?Vine a pescar recuerdos con el cebo del paisaje.Pues yo vengo a forjar imgenes en la fragua del cre-

    psculo.Le hago a usted mala obra?Hombre, no. Y yo a usted?Tampoco. Subimos a la torre con fines diversos, y cada

    quien, por su lado, conseguir su intento: usted, el poeta, apar-tarse de la tierra el tiempo necesario para cazar los consonantes catorce avecillas temblorosas de un soneto. Yo, acercarme ms a mi pueblo, para recogerlo con los ojos antes de dejarlo, quiz para siempre; para llevarme en la memoria todos sus rin-cones; sus calles, sus huertas, sus cerros. Acaso nunca ms vuelva a mirarlos!

    Otra vez a peregrinar, Pito Prez?Qu quiere usted que haga! Soy un pito inquieto que no

    encontrar jams acomodo. Y no es que quiera irme; palabra.

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    coleccin los ros profundos

    Me resisto a dejar esta tierra que, al fin de cuentas, es muy ma. Oh, las carnitas de canuto! Oh, el menudo de la ta Susa! Oh, las tortas de coco de Lino, el panadero! Pero acabo de dar fin a una larga y azarosa borrachera, y mis parientes quieren des-cansar de mi persona, lo mismo que todo el pueblo. Cada detalle me lo demuestra: en las tiendas ya no quieren fiarme; los amigos no me invitan a sus reuniones, y el Presidente Municipal me trata como si fuera el peor de los criminales. Por qu cree usted que me dobl la condena que acabo de cumplir? Pues porque le hice una inocente reflexin, a la hora de la consigna. l dijo su sen-tencia salomnica: para Pito Prez, por escandaloso y borracho, diez pesos de multa, o treinta das de prisin, a lo que yo con-test con toda urbanidad: pero, seor Presidente, qu va usted a hacer con el Pito adentro tantos das? El seor Presidente me dis-par toda la artillera de su autoridad, condenndome a limpiar el retrete de los presos durante tres noches consecutivas. No ha observado usted que la profesin de dspota es ms fcil que la de mdico o la de abogado? Primer ao: ciclo de promesas, sonrisas y cortesa para los electores; segundo ao: liquidacin de viejas amistades para evitar que con su presencia recuerden el pasado, y creacin de un Supremo Consejo de Lambiscones; tercer ao: curso completo de egolatra y megalomana; cuarto y ltimo ao: preponderancia de la opinin personal y arbitrariedades a toda orquesta. A los cuatro aos el ttulo comienza a hacerse odioso, sin que universidad alguna ose revalidarlo.

    Es usted inteligente, Pito Prez, y apenas se concibe cmo malgasta usted su vida bebiendo y censurando a los dems.

    Yo soy amigo de la verdad, y si me embriago es nada ms que para sentirme con nimos de decirla: ya sabe usted que los muchachos y los borrachos Agregue usted a esto que odio las castas privilegiadas.

    Venga, sintese usted, y vamos a platicar como buenos amigos.

    De acuerdo. Nuestra conversacin podra titularse: Di-logo entre un poeta y un loco.

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    Nos sentamos al borde del campanario, con las piernas col-gando hacia fuera. Mis zapatos nuevos junto a los de Pito Prez brillaban con su necio orgullo de ricos, tanto, que Pito los mir con desdn y yo sent el reproche de aquella mirada. Nuestros pies eran el compendio de todo un mundo social, lleno de injusti-cias y desigualdades.

    Por qu dijo usted que nuestra conversacin sera el di-logo entre un poeta y un loco?

    Porque usted presume de poeta y a m me tienen por loco de remate en el pueblo. Aseguran que falta un tornillo a toda mi familia. Qu barbaridad! Dicen que mis hermanas Herlinda y Mara padecen locura mstica y que por eso no salen de la iglesia; afirman las gentes que Concha est tocada porque pasa los das enseando a los perros callejeros a sentarse en las patas traseras y a un gato barcino que tiene, a comer en la mesa con la pulcritud de un caballero; Josefa se tir de cabeza a un pozo dizque porque estaba loca; y Dolores se enamor de un cirquero por la misma causa, segn la infalibilidad de esos Santos Padres que andan por all sueltos: Joaqun, el sacerdote, no quiere confesar a las beatas, porque est loco, y yo me emborracho, canto, lloro y voy por las calles con el vestido hecho jirones porque estoy loco! Qu lgica tan imbcil! Locos son los que viven sin voluntad de vivir, tan slo por temor a la muerte, locas las que pretenden matar sus sentimientos y por el qu dirn no huyen con un cirquero; locos los que martirizan a los ani-males en lugar de ensearles a amar a los hombres no es cierto, hermano de Ass?; locos los que se arrodillan delante de un ente igual a ellos, que masculla latn y viste sotana, para contarle cosas sucias, como esas lavanderas que bajan al ro todos los sbados, a lavar su camisa, a sabiendas de que a la siguiente semana volvern a lo mismo porque no tienen otra que ponerse, y ms locos que yo los que no ren, ni lloran, ni beben porque son esclavos de intiles res-petos sociales. Prefiero a mi familia de chiflados y no a ese rebao de hipcritas que me ven como animal raro porque no duermo en su majada, ni balo al unsono de los otros.

    Pero una cosa es que algunos lo juzguen loco y otra que usted viva haciendo extravagancias y perdone que se lo diga

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    coleccin los ros profundos

    con tanta franqueza sin que le importe su buena fama. Para qu le sirve su inteligencia?

    Qu inteligencia ni qu demontre! Lo cierto y usted no lo creer es que soy un desgraciado. Mi mala suerte me per-sigue desde que nac y todo lo que emprendo me sale al revs de como yo lo he deseado. Pero no vaya usted a pensar que por eso bebo; me emborracho porque me gusta, y nada ms. Si tengo algn talento, lo aplico en encontrar los medios para que la bebida me resulte de balde, y as obtengo un doble placer. Cmo goc durante aquellos das en que me beb un barril entero de cataln en la tienda de los Flores, sin que ellos se dieran cuenta de mi maa! Le voy a contar a usted cmo lo hice, por si algn da quiere aprovecharse de mi truco:

    En la tienda de los Flores los barriles del vino servan de respaldo a las sillas de los visitantes. En calidad de tal, llegaba yo todas las noches y tomaba asiento, muy en mi juicio, cerca de uno de los barriles. Despus de un rato de charla me pona en pie con grandes dificultades y hablando entre dientes. Pero este Pito Prez cmo se emborrachar! comentaban, noche a noche, los dueos de la tienda. Llega en sus cabales y se va siempre en cuatro patas. Y era verdad. A gatas tena que atravesar las boca-calles para no perder el rumbo de mi casa, unas veces maullando como gato, y otras, ladrando como perro, de modo tan real, que los autnticos animales me seguan pretendiendo jugar conmigo. El secreto de mis borracheras era ste: Con un tirabuzn logr hacer un agujero en la tapa de uno de los barriles y por all intro-duje una tripa de irrigador que, pasando por dentro de mi cha-queta, llevaba a mi boca el consuelo de tan sabroso lquido que, de tanto chupar, se liquid tambin para siempre. Con un pegote de cera de Campeche disimulaba la existencia del agujero. (Ls-tima que otros no puedan disimularse lo mismo). El vicio del vino es terrible, amigo, y el borracho, por principio de cuentas, nece-sita perder el pudor. Cuesta trabajo perderlo, pero cuando uno lo pierde, qu descansado se queda, como dicen que dijo uno de los sinvergenzas ms famoso de Mxico.

    Cunteme cosas de su vida, Pito Prez.

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    No puedo ahora, porque tengo que acudir a la cita de un amigo que me ofreci regalarme con unas copas; sera un sacri-legio desaprovechar tan rica ocasin.

    Vamos a cerrar un trato: venga usted todas las tardes, y yo le pagar su conversacin, al bajar de la torre, con una botella.

    De lo que yo elija? De coac? De champaa?... Pero no se asuste; esas bebidas son para ricos desnaturalizados que no sienten amor por nuestra patria. Imagino que los que toman esas cosas son como aquellos mexicanos que fueron a Europa a traerse a un prncipe rubio como el champaa.

    Hay que gastar de lo que el pas produce: hombres morenos, como Jurez, para que nos gobiernen; y para beber, tequila, cha-randa o aguardiente de Puruarn, hijo de caa de azcar, que es tan noble como la uva. Le aseguro que si en la misa se consagrara con aguardiente de caa, los curas seran ms humildes y ms dulces con su rebao.

    Bueno, es usted tan pintoresco que le pago cada hora de conversacin con una botella de ese aguardiente de Puruarn que usted exalta tanto. As somos los hombres de malos: ofrecemos un aperitivo a un hambriento, pero nunca una pieza de pan!

    Y usted piensa que va a divertirse oyndome, y que mi vida es un mosaico de gracias o una cajita de msica que toca solamente aires alegres? Mi vida es triste como la de todos los truhanes, pero tanto he visto a las gentes rer de mi dolor, que he acabado por sonrer yo tambin, pensando que mis penas no sern tan amargas, puesto que producen en los dems algn rego-cijo. Me voy en busca de mi generoso copero, porque yo nunca falto a mi palabra de beber a costa ajena. Maana le tocar a usted su turno, de acuerdo con lo estipulado.

    Y Pito Prez desapareci por el caracol de la torre, como un centavo mugroso por la hendidura de una alcanca.

  • 18 Pito Prez lleg a nuestra cita, con exactitud cronomtrica. Su porte era el mismo del da anterior, luciendo adems, un cuello postizo, de celuloide, una corbata de plastrn, que semejaba nido despanzurrado, y un clavel rojo en el ojal, como mancha de sangre sobre la sucia chaqueta.

    El sol pareca tambin un clavel reventn prendido en la mantilla de encajes del firmamento.

    Viene usted muy elegante, Pito Prez.En qu forma! Ni mi madre me reconocera. Lo malo

    est en que no armoniza el terno con el color de los zapatos, y en que el sombrero me viene chico porque el difunto era menos cabezn que yo.

    Nombr a mi madre y comenzaremos por ella la narracin que usted me ha pedido y que creo completamente intil. Mi madre fue una santa que se desvivi por hacer el bien. Ella pasaba las noches en claro velando enfermos, como una hermana de la Caridad; ella nos quitaba el pan de la boca para ofrecerlo al ms pobre; sus manos parecan de seda para amortajar difuntos, y cuando yo nac, otro nio de la vecindad se qued sin madre, y la ma le brind sus pechos generosos. El nio advenedizo se cri fuerte y robusto, en tanto que yo apareca dbil y enfermo porque la leche no alcanzaba para los dos. Este fue mi primer infortunio y el caso se ha repetido a travs de toda mi existencia. Crec al mismo tiempo que mis hermanos, pero como no haba recursos para cos-tearnos carrera a los tres, ni becas para todos, prefirieron a los dos mayores; de modo que Joaqun fue al Seminario y Francisco a San Nicols, porque mi madre quera tener sacerdote y abogado. El uno para que nos tuviera bienquistos de tejas arriba, y el otro para que nos defendiera de tejas abajo. Para m eligieron un oficio que

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    participara de las dos profesiones y me hicieron aclito de la parro-quia. As vestira sotana, como el cura, y manejara dineros como el abogado, porque los aclitos son como los albaceas de los santos, ya que en sus manos naufragan las limosnas que se colectan a la hora de los oficios divinos. En mis funciones eclesisticas fui cum-plido y respetuoso con los curas de la iglesia. Jams di la espalda, irreverentemente, al altar en que Nuestro Amo estaba manifiesto; nunca ech semillas de chile al incensario, para hacer llorar al cele-brante y a los devotos que se le acercaban; ni me orin por los rin-cones de la sacrista, como los dems aclitos.

    A la hora de las comidas, las gentes me vean pasar, rumbo a mi casa, vestido con la sotana roja, y comentaban emocionadas:

    Ah, qu buen muchacho este de doa Conchita Gaona, tan piadoso y tan seriecito!

    Y sabe usted por qu no me apeaba mi vestido de aclito?, pues porque no tena pantalones que ponerme y con las faldillas de la sotana cubra mis desnudeces hasta los tobillos. As aprend que los hbitos sirven para ocultar muchas cosas que a la luz del da son inmorales.

    Un tal Melquiades Ruiz, apodado San Dimas, era mi com-paero de oficio y, adems, mi mentor de picardas.

    Primero me ense a fumar hasta en el interior del templo, y despus a beberme el vino de las vinajeras. Decanle San Dimas, no porque fuera devoto del Buen Ladrn, sino por lo bueno de ladrn que era. El muy taimado se pasaba la vida quemndome las asentaderas con las brasas del incensario, y cuando yo protes-taba, me deca:

    Hermano Pito, el dolor es una penitencia por la cual tus quemaduras te acercan al Seor; yo soy la justicia divina que cas-tiga tu lado flaco.

    Pero fjate en que es mi lado gordo el que me chamuscas, grandsimo pendejo!

    Cierta vez vimos que un ranchero rico, de Turiran, ech en el cepillo del Seor del Prendimiento una moneda de a peso, des-pus de rezar largamente, en accin de gracia, porque en sus tie-rras no haba helado.

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    coleccin los ros profundos

    Mira, Pito me dijo San Dimas, qu suerte tiene el Seor del Prendimiento y con cunto desdn recibe las ddivas de sus fieles para que luego el seor cura las gaste en su propio provecho. Ya oste que quiere hacer un viaje a Morelia para com-prarse, con todo lo que caiga de limosnas en estos das, un mueble de bejuco. Qu te parece si nosotros madrugamos al cura y le damos su llegn a la alcanca?

    San Dimas me convenci sin mucho esfuerzo. l tena cierto dominio sobre m, por ser de mayor edad que yo y por sus ojos saltones que parecan de iluminado. Agregue usted a esto que mis teoras sobre la propiedad privada nunca fueron muy estrictas, y mucho menos tratndose de bienes terrenos de los santos, que siempre me imagin muy indulgentes con los menesterosos y, adems, sin personalidad legal reconocida para acusar a los hombres ante los tribunales del fuero comn.

    Y la conciencia, Pito Prez?La tengo arrinconada en la covacha de los chismes intiles.A la maana siguiente ambos monaguillos llegamos al

    templo cuando apenas clareaba el alba, y mientras San Dimas encenda las velas del altar mayor para la primera misa y vigi-laba la puerta de la sacrista, encamineme de puntillas hasta donde estaba el Seor del Prendimiento, y sacando un cuchillo mocho que llevaba prevenido debajo de la sotana, levant con l la tapa de la alcanca, metiendo en ella, con mucho miedo, ambas manos. Entre las monedas de cobre, las de plata abran tamaos ojos, asustadas, como doncellas sorprendidas en cueros por una banda de salteadores.

    Chist!, me hizo San Dimas desde el altar mayor al or tintinear los centavos, y yo me asust tanto que vi claramente al Seor del Prendimiento que haca ademn como para atraparme. En un colorado paliacate vaci el dinero y, apresurado y temblo-roso, se lo entregu a San Dimas, que sali de la iglesia como alma que se lleva el Diablo.

    Entr Nazario, el sacristn, y me dijo:Muvete, Pito, que ya se est revistiendo el padre para

    la misa.

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    Yo me dirig a la sacrista mirando cmo llegaban al templo las primeras beatas, acomodndose en las tarimas de los confe-sonarios, para reconciliar culpas de la noche anterior.

    El padre Coscorrn estaba revistindose y slo le faltaba embrocarse la negra y galoneada casulla de las celebraciones de difuntos.

    Los monaguillos decamosle el padre Coscorrn, por su carcter iracundo y por lo seguido que vapuleaba nuestras pobres cabezas con sus dedos amarillos y nudosos como caas de carrizo.

    Salimos, pues, a celebrar el santo sacrificio, el padre con los ojos bajos, pero a cuya inquisicin nada se escapaba, y yo, de ayu-dante, con el misal sobre el pecho, muy devotamente y orejeando para todas partes, atento a notar si se haba descubierto el hurto. El padre pareca una capitular de oro; yo, junto a l, una insigni-ficante minscula impresa en tinta roja.

    Cavilando en mi delito, olvidbanseme las respuestas de la misa, y para que no lo notara el padre, haca yo una boruca tan incomprensible como el latn de algunos clrigos de misa y olla. Al cambio del misal para las ltimas oraciones, mir de soslayo hacia el Seor del Prendimiento y vi que el sacristn hablaba aca-loradamente en medio de un grupo de beatas, que observaban con atencin el cepo vaco. La maana nos haba traicionado con su luz cobarde, y cuando entramos a la sacrista, Nazario sali a nuestro encuentro y dijo con voz tan agitada como si anunciara un terremoto:

    Robaron al Seor del Prendimiento!Qu dices, Nazario? Se llevaron el santo?No, seor, que se llevaron el santo dinero de su alcanca!En dnde est San Dimas? grit el padre Coscorrn

    clavndome los ojos, como si quisiera horadar mi pensamiento; y tirando el cngulo y la estola, me llev a empellones hasta un rincn de la sacrista.

    Pito Prez, ponte de rodillas y reza el Yo pecador para confesarte: Quin se rob el dinero de Nuestro Seor?

    No s, padre.

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    coleccin los ros profundos

    Hic et nunc te condeno si no me dices quin es el ladrnYo fui, Padre exclam con un tono angustiado, teme-

    roso de aquellas palabras en latn que no entenda, y que por lo mismo parecironme formidables.

    El cura agarr con sus dedos de alambre una de mis orejas, que poco falt para que se desprendiera de su sitio y, zaranden-dome despiadadamente, me dijo:

    Fuera de aqu, fariseo, sinvergenza, Pito cochambrudo, y devuelve inmediatamente el dinero, si no quieres consumirte en los apretados infiernos!

    Cuando el padre Coscorrn afloj un poco los dedos, di la estampida y no par hasta el corral de mi casa. No volv a ver a San Dimas, que se qued con lo robado, y todo el pueblo supo nuestra hazaa porque el padre Coscorrn se encarg de prego-narla desde el plpito:

    Dos Judas traidores robaron el templo; por caridad yo no dir quienes son, pero uno es conocido por San Dimas, y al otro le dicen Pito Prez.

    Nos acomodaron versos, mal hechos, por cierto, y peor intencionados:

    A Dimas le dijo Gestas:qu pendejadas son stas!Y al Pito le dijo Dimas:te tizno si no te arrimas.Y volaron al momentolas limosnas que tenaen su sagrada alcancael Seor del Prendimiento.

    Lo ms triste del caso fue que San Dimas pudo volver a la parroquia, rehabilitado por mi confesin. l se qued con el santo y la limosna, como dice el viejo refrn; en cambio, yo cargu con el desprestigio, y como nico recuerdo de mi vida de aclito, me qued con la sotana roja, chorreada de cera y llena de las quema-duras que le hicieron las chispas del incensario.

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    Pito Prez, nadie sabe para quin trabaja; ese San Dimas debe haber pensado que ladrn que roba a ladrn tiene cien aos de perdn, y que el que va por lana sale trasquilado.

    No me diga usted ms refranes, que cada uno de ellos puede servir de epgrafe a los captulos de mi vida. Y me voy porque ya tengo el gaznate seco. Venga, pues, el importe de la botella, que hoy lo tengo bien ganado

  • 24 Por qu le dicen Pito Prez? Crame usted que an no me entero.

    Este apodo no tiene la malicia que las gentes imaginan, y va usted a saber su origen:

    Como todos los nios pobres, yo no tuve juguetes costosos ni diversiones presumidas. Mi madre me tena muy sujeto y no me dejaba salir a la calle por miedo de que me perdiera, en el recto sentido de la palabra. Mire usted que si la pobre levantara ahora la cabeza! As es que, relegado en el corral de mi casa, pasaba los das riendo con mis hermanas, o haciendo pequeos hornos de tierra en los que coca panes de lodo. Mis manos fabricaban con mucha habilidad chilindrinas rociadas de arena, roscas de barro, empanadas rellenas de pasojo, que a Concha mi hermana tocbale consumir so pena de acusarla con mi madre de ciertos coqueteos con el hijo de don Zenn, el sordo.

    Dediqu mis largos ocios a labrar con navaja un pito de carrizo, al que, a fuerza de paciencia y de saliva, logr arrancarle primero unas notas destempladas, y despus de muchos trabajos, las canciones en boga por aquellos rumbos.

    Se desesperaban los vecinos escuchando mis largos con-ciertos de trmolos, arpegios, fermatas y trinos; tenas pito para levantarse, pito para comer y pito para la hora de acostarse, a tal extremo, que protestaban y gritaban pidiendo misericordia:

    Doa Herlinda, silencie ese pito!Que se calle ese pito!Y Pito me pusieron de apodo, sin que me hayan lastimado

    con el sobrenombre.Despus de mi aventura por los dineros del Seor del Pren-

    dimiento, me dediqu con ms ahnco a la flautita porque mi

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    madre Herlinda, avergonzada por el pregn del cura, prohibiome terminantemente salir a la calle.

    Pasaba la vida sentado en el brocal del pozo, como un encan-tador de serpientes, haciendo bailar, al comps de la msica, mis tristes y aburridos pensamientos. Pero lleg un da en que can-sado de aquella crcel, quise emprender el vuelo; y al obscurecer de un jueves sal de mi casa diciendo a mi familia que me iba a rezar la Hora Santa.

    Sin una muda de repuesto, sin sombrero, sin planes para el porvenir, con un capital de diez centavos en la bolsa, sub a toda prisa por la calzada de las Teneras, y al llegar a la cerca del Cerrito, me detuve para tomar alientos y para cerciorarme de que nadie me segua.

    El pueblo alargaba sus calles blancas, como si quisiera rete-nerme con sus brazos amorosos; pero el camino, lleno de mis-terio, me atraa.

    Adis, Santa Clara del Cobre, que me viste nacer y crecer, humillado y triste! Volver a ti vencedor, y tus campanas se echarn a vuelo para recibirme.

    Y a dnde fue usted a parar, Pito Prez?A Tecario, al amanecer del siguiente da, cansado,

    murindome de hambre y de fro. As me acerqu a la plaza en busca de algo qu comer y de algn sitio en donde calentarme. Mirndome pasar por las calles a tan temprana hora y sin som-brero, las gentes debieron figurarse que yo era de algn rancho inmediato.

    En un portal pequeo unas mujeres vendan tazas de caf y hojas de naranjo con sus buenos chorros de aguardiente. La pri-mera que tom me hizo entrar en reaccin, y a la segunda, olvid que andaba huido de la casa paterna y fortaleciose mi nimo para seguir adelante como descubridor de un nuevo mundo. Apenas unas cuantas leguas me separaban de mi pueblo y ya pensaba que haba realizado una proeza digna de los grandes conquistadores: Julio Csar + Hernn Corts = Pito Prez. A la tercera taza, mi capital exhal el ltimo suspiro, pero mi fantasa encendi sus pri-meras luces. Desde el banco en donde me encontraba sentado, vea

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    coleccin los ros profundos

    un comercio grande, muy surtido, quiz el mejor del pueblo, ates-tado de marchantes en aquella primera hora de la maana. Dos o tres dependientes, en mangas de camisa, atendan a los parro-quianos, y un viejo calvo, ganchudo como alcayata, tal vez el dueo del negocio, escriba ensimismado sobre un libro de cuentas. En lo ms alto de las armazones de la tienda, con sus faldas amponas y azules, alinebanse grandes pilones de azcar, ostentando orgu-llosos su marca de fbrica: Hacienda del Cahulote.

    Me vino la idea de apoderarme, por medio de un ardid atre-vido, de una de aquellas codiciadas pirmides. Entr al comercio, y dirigindome a uno de lo dependientes, le ped un centavo de canela. Mi nica moneda superviviente!

    Cuando tuve la raja en la mano acerqueme al dueo del comercio, y ensendole mi compra le ped por favor, poniendo cara de perro humilde, un piloncito de azcar.

    Que te lo den contest el viejo. Fui al otro extremo del mostrador y con tono garboso dije a otro de los dependientes:

    Dice el amo que me d un piln de azcar apuntando con el dedo uno de los panes que moraban cerca del techo. El dependiente, desconfiado, pregunt en voz alta a su jefe:

    Se le da un piln de azcar a este muchacho?A lo que el viejo contest afirmativamente, sin levantar los

    ojos del libro y creyendo que se trataba de un piloncito con qu endulzar una taza de canela.

    El dependiente baj el pan de azcar y yo sal con l en brazos, acaricindolo cariosamente, y me alej de la tienda a toda prisa. Esta fue la primera contribucin que impuse a los tontos y mi entrada triunfal al pas de los borrachos, porque las tazas que empin, cargadas de aguardientes, me hicieron el efecto de un sol esplendoroso. Desde entonces, por mi boca habla el espritu del vino y, como los profetas de la antigedad, paso la vida iluminado.

    Se queja usted de su mala estrella, y, sin embargo, el robo del piln de azcar no le sali mal.

    Es que no fue robo, sino un prstamo obtenido con la venia de Dios. Yo no me quedo nunca con nada de nadie, sin

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    elevar antes una solicitud mental al Supremo Creador de todas las cosas y, por tanto, dueo absoluto de cuanto existe. Si el Seor est conforme con mi ruego, permite que yo me lleve el objeto que necesito, y si no lo est, pone en guardia a su poseedor acci-dental y ste evita, en la forma que ms le place, que yo consume mis propsitos.

    Pito Prez, es usted grandioso!Gracioso querr usted decir, porque vivo y bebo de pura

    gracia. Pero no tengo mucha confianza en mi sistema, porque s de sobra que lo que la vida obsequia con una mano, lo quita con la otra.

    En un tendajn de las orillas de Tecario vend el pan de azcar, y segu adelante, temeroso de que algn polica amargara con su presencia tanta dulzura.

    Con el pito en la boca pas por los caminos, por las veredas, por los atajos de los montes, soando iluso! que enseara a cantar a los pjaros pero los pjaros volaban asustados al or aquellos sones broncos de mi flauta de carrizo, y como una pro-testa prendan sus trinos en las ramas de todos los rboles. Qu cantarn los pjaros? Qu romanza divina, sin palabras, capaz de conmover el alma sorda de un borracho? Espera, pajarito pasajero deca yo a la avecilla cautelosa, mirndola esconder en lo ms alto de un pino gigante, voy a tocar el miserere de El Trovador, que aprend de la msica de Hilario, mientras el seor cura levantaba la hostia! Mas el pjaro tarareaba su Novena Sin-fona, y se alejaba sin hacerme caso

    Pian pianito llegu a Urapa, y en este pueblo rabn, situado ya en tierra caliente, me ofrec como mancebo de botica.

    Cmo te llamas, muchacho? preguntome el boticario.Jess Prez Gaona, para servir a usted si es que nos

    arreglamos.Qu sabes hacer?Pldoras contest sin faltar a la verdad, recordando la

    frecuencia con que mis dedos exploraban mis fosas nasales.Y qu ms? inquiri el boticario, midindome con la

    vista.

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    coleccin los ros profundos

    Jarabes medicinales patentados en el extranjero.Pues voy a probarte unos das resolvi el viejo para

    ver si me convienes.Entr a servir en la botica, animado de los mejores prop-

    sitos.Era el boticario hombre de unos cincuenta aos; llambase

    Jos de Jess Jimnez y pesaba ciento treinta kilos, despus de haberse sometido a cuanto rgimen le recomendaron para adel-gazar. Cuando entraba en la botica apenas caba dentro de ella, y a su paso, movanse los frascos, los tarros y los botes, como agi-tados por un temblor de tierra.

    No dejaba su casa ni para asistir a los actos religiosos ni para concurrir a las juntas del Ayuntamiento, y era de una pereza tan peligrosa para su clientela, que hubiera sido capaz de sustituir en las recetas el jarabe de quina con la valeriana, con tal de no pararse de la silla de brazos en la que acomodaba su nalgatorio, igual que en un molde hecho a su justa medida. Como no poda tener vanidad de su cuerpo de barrica sin aros, o de su rostro, todo l convertido en papada, la tena de haber cursado su carrera en una de las mejores escuelas del mundo, segn pregonaba a toda hora, y a tal grado, que en el centro del rtulo de la botica, que se llamaba Farmacia de la Providencia, haba un crculo con una alegora que representaba los atributos de la medicina, y este letrero dorado:

    J. de J. Jimnez.Ex alumno de la Escuelade Farmacia deGuadalajara.

    Ex Farmacutico del Hospitalde San Juan de Dios.

    Ex discpulo de don Prspero Lpez.

  • 29

    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    Una mano annima, ocultndose en las sombras de la noche, escribi debajo de tanto ttulo, este otro:

    Ex Cremento.

    La mujer del boticario se llamaba Jovita Jaramillo, y por las iniciales de su nombre y las de su seor esposo, a la botica le decan en el pueblo El Cementerio de las Jotas.

    Era doa Jovita una mujer como de cuarenta aos, flaca y amarilla, pero de facciones correctas y con unos ojos verdes que contrastaban con el color de su piel y con el negro zaino de sus trenzas. En sus doce aos de matrimonio no haba tenido hijos, y esto seguramente influy en que se agriara su carcter y en que fuera regaona hasta con su marido que, delante de ella, no alar-deaba de cosa alguna.

    O, cierta vez, que un amigo hizo alusin a la obesidad de mi amo, y l, bajando los ojos para contemplar aquella temblorosa montaa de manteca, suspir tristemente, exclamando: Hace diez aos que no veo a mi Jesusito ni retratado en un espejo!

    Comenc a granjearme la voluntad del matrimonio, traba-jando afanosamente en cuanto me mandaban. Para proteger sus hbitos de pereza el boticario se sentaba en su silla, y abanicn-dose con un peridico, pasaba los das dicindome el contenido de los frascos y la aplicacin ms usual de los medicamentos. No dejaba de recomendarme que en la preparacin de las recetas empleara siempre las substancias similares ms baratas, por ejemplo, bicarbonato de sosa en lugar de pricolita, azcar a cambio de antipirina.

    Los mdicos recetan cosas raras deca, sobre todo si no tienen un tanto por cierto en nuestras boticas, pero la farma-copea nos ayuda a defendernos de sus artimaas, acaso en bene-ficio de la humanidad puesto que, simplificando las medicinas, matamos menor nmero de personas. Aqu donde me ves, yo he ahorrado muchas vidas y algn dinerillo para mi regalo, haciendo pcimas de simple jarabe y pldoras de inofensivo almidn.

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    coleccin los ros profundos

    Aprende, Jess, sigue honradamente mi ejemplo y gozars de una conciencia tranquila y de una bolsa satisfecha.

    Escuchando sus consejos comenc a preparar recetas capri-chosas y a tomarle gusto al oficio, como el cocinero que pone un poco de fantasa al condimentar sus platos. En la farmacia, teniendo ciertas inclinaciones pictricas, se pueden emplear sin peligro colorantes que alegren los ojos de los enfermos: el jarabe de rosas, el de grosella en las cucharadas del 1 y del 2, para los nios que padecen colern. El verde vegetal convierte las pldoras en cabuchones de esmeralda, que las mujeres toman sin repug-nancia, por su aficin a los adornos y a las joyas. Pero lo que ms satisfizo a nuestra clientela fue el uso del alcohol mezclado mode-radamente en el agua hervida de las cucharadas, de los pozuelos y de los dems bebedizos.

    A las primeras tomas los enfermos se animaban, cantaban, dorman bien, y algunos se escaparon de una muerte segura, con honra y fama para el mdico que los asista. Despus, seguan surtiendo las recetas dizque para preservarse de todo gnero de dolencias. Como si me hubieran contagiado las enfermedades de todo el pueblo, yo daba el punto a tales medicinas, probndolas y saborendolas lo mismo que los dulceros sus confituras.

    En aquel empleo la cosa pintaba bien para m: dorma en la rebotica, en un catre de tambor, con obligacin de atender las lla-madas nocturnas, para que don J. de J. no interrumpiera su apa-cible sueo; me alimentaban con la misma pitanza de los amos: en las comidas del medioda un plato rebosante de caldo, otro de arroz, carne cocida y frijoles. Al amo le doblaban la racin, y el caldo lo tomaba sorbindolo estrepitosamente de una sopera, despus de aderezarlo con quince cosas distintas: pltano, sal, limn, chile, granos de granada, organo, elote, aguacate, pedazos de tortilla, un chorro de vino tinto, otro de aceite, migas de pan francs, rodajas de huevo duro, cebolla y papas cocidas. l mismo, diariamente, preparaba tan variado mejunje, con un gesto supersticioso de sacerdote que celebra un extrao rito, ante los ojos indiferentes de doa Jovita que no paraba de quejarse de algn mal imaginario.

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    De los platos de antojo quintuplicbanle la racin, y mara-villa pensar cmo no se derramaba el pozo de las defecaciones de aquella casa con los frecuentes viajes que a l haca el seor boticario.

    Al alcance de mi mano tena los frascos de los cordiales y el cajn del dinero que prudentemente soportaba mis acometidas. Por algo le llaman don Prudencio los dependientes de las tiendas.

    Adems, Urapa es un pueblo chico, de pocos habitantes, y hasta all era difcil que llegaran las pesquisas de mi amantsima familia para conocer mi paradero. El pueblo, pues resultaba un paraso, sin la molestia de convivir con los animales de la crea-cin, cada uno encerrado en su casa. Pero no hay paraso sin ten-taciones. Despert yo, por imprudente, las adormecidas dentro de aquel hogar, al contarles a los amos que en mi pueblo me lla-maban Pito Prez? Quiz por asociacin de ideas, una tarde doa Jovita grit, desde el interior de su cuarto:

    Muchacho, treme un poco de linimento.Con mi cara de santo mojarro llev el pomo de linimento a

    la pieza de la patrona que, tendida en su cama, boca abajo, que-jbase pesarosamente. Segn ella, le dola un costado, la espalda, el cuello, y no resista ni el peso de una mosca.

    Es el reuma que me sube y me baja y me pone en un grito deca con voz de muchacho consentido; pero mi esposo no se preocupa por mi salud, ni se acomide a darme una frieguita de algo. Ay! Aay! Aaay! Por caridad ntame un poco de linimento en la espalda.

    Y doa Jovita se enderez para aflojarse los broches del corpio.

    Mi alma se encendi en una ardiente compasin para aquella infeliz mujer que tanto padeca, y con el pensamiento puesto en Dios, introduje mi mano por la abertura del vestido, comenzando a frotar suavemente la espalda desnuda.

    As , as! decan la enferma en tono suplicante.Despus, se volte boca arriba, con los ojos cerrados, dicin-

    dome dulcemente:

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    coleccin los ros profundos

    Tambin en la cintura y en el pecho para calmar este dolor que me mata.

    Mi mano comenz a frotar, y al subir tropez con dos slidas cpulas cuyos pezones endurecironse sensiblemente.

    As, as repeta la enferma. Y echndome los brazos al cuello, atrjome sobre su cuerpo dolorido

    Haciendo un juego de palabras, de las cpulas pasamos a las cpulas.

    Los efectos de las medicinas fueron sorprendentes y, tarde a tarde, gritaba la enferma desde el fondo de su cuarto, en medio de quejidos lastimeros:

    Muchacho, trai el linimento.Yo bajaba el frasco de su sitio y me aprestaba a cumplir devo-

    tamente con una obra de misericordia. Entretanto, don J. de J. que-daba al frente de la botica, inmvil en su silla de brazos. Mas un da, uno de esos das aciagos que yo debiera relatar con una voz equiva-lente a letra bastardilla, coincidieron tres marchantes premiosos, y el farmacutico, haciendo un esfuerzo sobrehumano, entr en mi busca hasta el interior de la casa. Empuj la puerta de la alcoba, y al mirar lo que mir, quedose de una pieza. El susto me hizo bajar de la cama, como un sonmbulo, mientras doa Jovita rompi a dar alaridos, igual que si le arrancaran las tiras del pellejo.

    Sal del cuarto tropezando con los muebles, mientras el boticario despertaba de su asombro y con una elocuencia arro-lladora llamaba a su mujer puta, malagradecida y sonsacadora de menores.

    Sin detenerme a recoger mis exiguos ahorros, abandon la casa por la puerta del corral, con tanto miedo a las iras de aquel marido coronado, que resolv dejar inmediatamente el pueblo, y si me hubiera sido posible, el globo terrqueo, sin atentar contra la vida.

    Aquella noche, caminando por un largo camino, cavilaba tristemente: Cun breves son las fiestas de este mundo y cmo nos dejamos engaar con un seuelo! Iba otra vez a la aventura, sin casa ni sostn, y todo por haber olvidado la historia de la mujer de Putifar.

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    El cansancio del sendero hacame evocar la vida quieta y regalona de la casa del boticario: los platos sustanciosos, los tragos de la hemoglobina falsificada y los buenos pellizcos al cajn del dinero. Todo perdido para siempre por causa de la insospechada temperatura de la seora doa Jovita!...

    Es usted ms poeta que yo, Pito Prez! Y, a dnde fue usted a parar, despus de sus amores con la boticaria?

    Maana se lo contar; ahora es preciso que yo vaya a con-solar, con unas copitas, las penas que hemos removido. Hablar del pasado es resucitar un muerto, y yo tengo valor de hablar con los muertos nicamente cuando estoy borracho.

  • 34 Tend el vuelo a La Huacana, dando un rodeo para no tocar la hacienda de San Pedro, Jorullo, propiedad de unos paisanos mos, cuyo encuentro procuraba evitar, porque si me hubiesen descubierto, habran corrido traslado a mi familia de mi apari-cin por aquellos rumbos.

    De no vivir en una gran metrpoli, prefer siempre los pequeos poblados a las capitales provincianas, que son planteles de vanidad y asiento de extravagancias. Sus habitantes pueden ser clasificados de este modo; tres o cuatro familias dueas de hacienda grande, que fue heredada o hecha al vapor en negocios usurarios; diez casas muy ilustres, arruinadas, y con las cmodas repletas de pergaminos, en donde consta que un bisabuelo fue Oidor, otro Coronel realista, otro cuado del Conde de Cerro Gordo o sobrino del Marqus de Sierra Madre. Estas dan el tono en las reuniones de la buena sociedad, en donde salen a relucir los pendientes que regal la Emperatriz Carlota, o la mantilla de punto que us la abuela cuando fue madrina de matrimonio de doa Lorenza Negrete Cortina de Snchez de Tagle. Gente muy encopetada, que se pone en ridculo en todas partes por presumir de expedita, como sucedi cuando convidaron a Maximiliano para que visi-tara Morelia. Uno de los ms caracterizados vecinos de la capital michoacana, dndola de cortesano, pregunt al Emperador:

    Cmo est Carlotita?A lo que contest el Emperador, muy circunspecto:Su Majestad la Emperatriz est bien.Y declin la invitacin de aquellas gentes que tan mal cono-

    can el protocolo.Despus de esta casta de muecos de oropel, vienen las

    familias de los empleados del gobierno, las de los profesionales,

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    las amas de los cannigos, y esa masa annima de humildes menestrales que comen de milagro y cuyas hijas saludan en las serenatas a los pollos ricos, no s por qu antecedentes o por qu razones: adivnalo t, buen adivinador.

    En estas ciudades la miseria adquiere gestos trgicos, y los sinvergenzas, como yo, no pueden vivir decorosamente. En cambio, los pueblos chicos son de mi gusto, porque en ellos el hombre se confunde con la naturaleza, o yo confundo la natu-raleza con el hombre. Lo cierto es que me gusta vivir en los pue-blos rabones porque en ellos soy primera figura, agasajado por gentes humildes que se honran con mi amistad y se divierten con mis plticas. Me he sentado largos das a la mesa de un ranchero pesudo, a quien tuve embobado con mis mentiras. Oyndolas, no paraba de decirme, como los nios que escuchan un cuento fan-tstico:

    Y qu ms, seor Prez? Y qu ms, seor Pito?Hasta que se agot el agua de mi noria y tuve que renunciar

    a una hospitalidad pagada con monedas de mi escasa inventiva.En los pueblos pequeos, el rico es agricultor y el pobre

    campesino, que es la misma cosa, salvo Don Fulanito, el de la tienda, que roba a ambos, y Don Menganito que tiene botica y los limpia a todos: unas veces del estmago o del hgado, pero de la bolsa siempre.

    Al anochecer el labrador vuelve del potrero, rendido por las duras faenas del surco, y en busca de un rato de conversa-cin, acrcase a la tienda de su compadre Gumersindo. All como de casualidad, cae tambin Pito Prez, a quien, para que anime la reunin, ofrecen una copa. Su servidor comenta las noticias del peridico, repite lo bueno que ha odo decir de cada uno de los presentes, cuidando de no tropezar con alguna palabra que desagrade al dadivoso; y convite del uno, y convite del otro. Pito Prez guarda en la barriga sus buenos tragos y una torta de pan con queso que el dueo de la tienda le da a hurtadillas, porque tambin l saca de la tertulia su buena raja. Oh, los pueblos chicos, Jauja de holgazanes, paraso de platicones!

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    coleccin los ros profundos

    Pero ya no divague tanto, Pito Prez, cunteme lo que hizo al llegar a La Huacana.

    Sentarme en un banco de la plaza, debajo de unos tama-rindos tan floreados que parecan un palio de tis extendido por primera vez sobre la cabeza de un caminante.

    Las campanas de la parroquia llamaban a misa y unas cuantas personas se dirigan parsimoniosamente al templo. Entonces pens en Dios, como lo hacen todos los necesitados. Vamos a probar me dije qu tal Providencia tienen estos de La Huacana, y de paso daremos una vuelta por el mercado para ver si el Seor pone algn comestible al alcance de mi boca.

    Despus de torcer calles intilmente, entr en la iglesia y me sent frente a un confesionario en que un sacerdote escuchaba el bisbiseo pecaminoso de una beata.

    Al fijarme en la cara negruzca y cacariza del Ministro del Seor, lo reconoc en seguida: era el padre Pureco, de Santa Clara, a quien yo haba ayudado muchas veces a decir misa. No pude contenerme y fui a hincarme tan cerca del confesonario que llegaban a mis odos los consejos menudos que el padre daba a la penitente:

    Ama a tu esposo como la Iglesia a Cristo; las casadas deben ser mudas; no discutas con tu marido aunque sea ms tonto que t, como afirmas. Paga la penitencia y ve en paz, hija ma.

    Le dio la absolucin y volvindose a donde yo estaba, dijo:Reza el Yo pecadorYo soy Jess Prez.Ese no es el Yo pecador, ni te conozco.S me conoce, padre, yo soy Pito Prez, de Santa Clara.T eres Pito Prez? exclam el sacerdote con un acento

    que me pareci de alegra.El mero Pito, seor, pero muerto de hambre.Ve a la sacrista y esprame para que me digas lo que

    te pasa.El padre Pureco tena en mi tierra fama de lerdo, y que Dios

    me perdone si, dicindolo, denigro a uno de sus representantes,

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    aunque, sin duda, el Espritu Santo conoca muy bien los alcances de su ministro.

    Al llegar el padre a la sacrista le solt un pattico relato, hablndole de la miseria de mi familia, que me haba impulsado a salir de Santa Clara en busca de trabajo; de mi empeo por hacerme de recursos para ayudar a mis hermanas; y el hambre puso en mi voz tan conmovedor acento que, por primera provi-dencia, el padre Pureco ofreciome asilo en su casa y, tercindose el manteo, me llev a ella para obsequiarme con un jarro de leche y unos platanitos cocidos, al uso de tierra caliente.

    A la hora del almuerzo, el padre pregunt por la vida y mila-gros de todos los vecinos de nuestro pueblo, yo satisfice su curio-sidad como pude, agregando de mi cosecha pequeos detalles, que pudieron dar al traste con mi generoso anfitrin:

    Y Marn Pureco, qu hace?Nada, padre, porque pas a mejor vida.Cmo! Se muri?Estuvo en un tris que el padre no se desmayara al orme,

    pues la persona aludida era su hermano, y yo no lo saba. Tuve que resucitar al muerto rpidamente y, a fuerza de labia, hacer que mi interlocutor olvidara el falso informe necrolgico.

    En los das que siguieron ayud al padre en todos los menes-teres del templo: junt las limosnas sin cobrar porcentaje, cambi de ropa a los santos, y como no haba organista, con mi flauta prodigiosa llen de gorgoritos los mbitos del recinto. Los fieles se sorprendieron con aquella msica inusitada, pero not desde el coro que cuando la pieza era de baile ellos se animaban, llevando el comps con la cabeza.

    En la misa mayor del domingo que sigui a mi llegada, cuando el lleno de campesinos era ms imponente, el padre Pureco subi al plpito a decir el sermn. Rez primero un Ave Mara para que la Virgen lo inspirara, carraspe, tasc bien la dentadura postiza y solt el chorro de su elocuencia:

    En otras ocasiones, desde esta ctedra sagrada, os he expli-cado, hermanos mos, las virtudes teologales, pero me habis odo con indiferencia, como quien oye llover y no se moja. Bien

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    coleccin los ros profundos

    pocas son las virtudes teologales para que vosotros no las conoz-cis, pero perdonadme, Soberano Seor Sacramentado dijo el padre Pureco, volvindose al altar mayor, tengo un rebao de brutos que no entienden la doctrina cristiana. Una vez ms voy a explicaros lo que es la fe, lo que es la esperanza, lo que es la caridad:

    Qu cosa es la fe? Corazones de piedra, conmoveos! La fe es una paloma blanca que llevamos oculta en nuestro tierno regazo! Pero hay que despertarla para que ella nos gue a las puertas de la gloria, y para despertarla, es necesario arrojar pri-mero de nuestros corazones el gaviln del pecado, porque si lo dejamos all acabar por devorar a la inocente palomita.

    Y la esperanza? Habr algo ms hermoso que la espe-ranza? Slo Mara Santsima es ms hermosa que ella! Qu cosa es la esperanza? Fijaos bien y grabad mis palabras en vues-tros corazones; es la segunda virtud teologal, y es tan dulce repetir con el Seor: yo tengo esperanza de enderezar mis pasos, de limpiar mi conciencia, de conocer a Dios. Hasta en las cosas materiales es tan grato tener esperanza! Porque no es pecami-noso, hermanos mos, decir con el pensamiento puesto en Dios: yo tengo esperanza de tener una casita, y mujer, y muchos hijos, que son la bendicin del sagrado vnculo; yo tengo esperanza de sacarme la lotera; yo tengo esperanza de que el da de mi santo mis fieles me compren una sotana nueva y un reloj, que tanta falta me hacen.

    Y la caridad? Bien claro lo indica su nombre: Ca-ri-dad, dad, dad. Por algo es la mayor y la ms grande de las virtudes! Pero, qu entendis vosotros de cosas divinas, por ms que el Espritu Santo inspire mis palabras? Porque yo quiero iluminar la cerrazn de vuestro entendimiento con la luz indeficiente de la verdad, pero con tu permiso, Soberano Seor Sacramentado sois un hatajo de pendejos. No, no puedo retirar lo que he dicho, hasta que demostris que vuestra fe existe, que vuestra esperanza vive y que vuestra caridad se manifiesta con los hechos. Ya sabis que mi celebracin es el 24 de agosto. Id en paz en el nombre del Padre y del Hijo y del Espritu Santo. Amen.

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    El padre Pureco baj del plpito posedo por el fuego de la inspiracin y no se dio cuenta de que el alba se le haba engan-chado en un clavo de la puerta, hasta que sinti la desgarradura, y sin pedir permiso al Soberano Seor Sacramentado, lanz un carajo tan rotundo como una bofetada.

    Nos dirigimos a la casa, y a la hora de la comida, como no queriendo abordar el asunto, el padre Pureco me pregunt:

    Qu te pareci mi sermn, Pito Prez?Muy bien, padre, sobre todo esa figura tan bonita de

    nuestro tierno regazo; pero le falt lo principal para conmover a los fieles: el latn, que es lo nico que hace llorar en el templo a los piadosos oyentes.

    Es cierto, Pito, pero ya no recuerdo las citas de los Santos Padres de la Iglesia.

    Yo puedo servirle en eso, y en otras muchas cosas, padre le dije, con el afn de conquistrmelo. Ver usted: le apuntar las oraciones en latn, usted se las aprende y las suelta en los ser-mones, sin pedir permiso al Seor Sacramentado, en lugar de esas palabras tan duras que acaba de proferir.

    Te dir: slo los domingos hablo as, porque es el da que bajan los rancheros a misa y no entienden de otra manera.

    Ah est el chiste, padre, que no le entiendan para que piensen que es usted un sabio. Los mdicos tambin llaman a las enfermedades por sus nombres cientficos delante de los dolientes, porque si les dieran sus nombres vulgares, los enfermos se atenderan solos, con infusiones de malvas o con ladrillos calientes.

    Convenc al padre Pureco y me puse a buscar sentencias en latn. Encontr un diccionario con locuciones en dicho idioma; pero como quera hacerme el indispensable, forr el libro con un peridico para que el padre no se diera cuenta cmo adquira yo tanta erudicin, y en tiritas de papel copibale las sentencias que, a mi juicio, podan utilizarse, trocitos de papel que Pureco sacaba del breviario, cuando estaba en el plpito, como esos pajaritos amaestrados que dicen en las ferias la buenaventura.

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    coleccin los ros profundos

    Cuando me vea leer a hurtadillas, imaginbase el padre que lo que yo traa entre las manos era alguna novela pornogrfica y me reprenda severamente, aunque con cierta sonrisa socarrona en los labios.

    No muy seguro de lo que deca, y temeroso de ofender a Dios, el padre Pureco sigui diciendo: Con tu permiso, Soberano Seor Sacramentado, antes de soltar algn latn de los que yo le suministraba.

    Hermanos en Jesucristo: me duele ab ovo vuestra ingra-titud con el Divino Salvador. Venid todos a sus plantas como lo mandan los Evangelios: bonum vinum lctificat cor hominis. Yo quiero solamente vuestra salvacin; pido para vosotros las gra-cias del Supremo Juez y ante l quiero interceder y decirle: perd-nales seor, aqu los tienes inpoculis y arrepentidos.

    Equivoc usted los papelitos, padre, y llam borrachos a los fieles decale yo cuando descenda del plpito.

    No importa, Pito, antes les deca peores cosas y no se daban por ofendidos.

    Yo no s si sera por el uso del latn, o por una mera coinci-dencia, el caso es que los feligreses comenzaron a dar muestras de mayor respeto para su pastor espiritual, y ste a sentirse ms engredo y a estirarse, como cualquier funcionario, a tal extremo, que a m mismo aplicbame los latines que le enseaba, y con mayor acierto que en el plpito. Antes de mandarme alguna cosa, deca: noc volo, sic jubes, sit pro ratione voluntas.

    Tanto despotismo, chocante a mi natural rebelda; el no gozar de ningn sueldo, y el tirantito de embriagarme de cuando en cuando, pues ya le haba tomado gusto al vino y el padre no me dejaba ni olerlo, hicironme pensar en salir de aquella casa para probar fortuna en otro sitio. Una enfermedad cayome encima, que vino a fortalecer mis proyectos de abandonar La Huacana: las calenturas intermitentes. A la hora de la fiebre temblaba mi cuerpo como si lo cernieran, y despus, no tena nimo ni para llevarme el pan a la boca.

    Me resolv, pues, a dejar al padre Pureco enredado en la malla cada vez ms espesa de sus latines; y a una escultura de

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    la Virgen de la Soledad que tenan con mucha veneracin en el templo, le quit dos o tres milagros de oro, para llevarlos como recuerdo de tan bella imagen, pero, muy a mi pesar, tuve que venderlos en el camino. Puedo, pues, afirmar a los incrdulos que he palpado milagros patentes y aun he vivido de ellos.

    Sentame agotado y tan triste que ya no tocaba la flauta, pre-ocupndome solamente la idea de encontrar la forma adecuada de llegar a mi casa sin peligro de reprimendas y castigos.

    De La Huacana hice dos das a Ario, y otros dos de este pueblo a Santa Clara, pernoctando en los montes, tan debili-tado por la fiebre y por el cansancio, que las estrellas me parecan cirios mortuorios temblando en torno de mi cadver.

    Hubiera podido llegar a mi tierra con el sol muy alto, pero cre prudente esperar a que anocheciera, para no llamar la aten-cin por las calles del pueblo.

    De seguro pensaba yo tendr que comparecer ante un consejo de familia; mis hermanas me increparn, mi madre Herlinda intentar castigarme; llorarn despus, y calmada la tormenta, quiz escuchen con inters el relato de mis viajes, y acabarn por matar un cordero para festejar la vuelta del Hijo Prdigo.

    Sentado en una piedra del camino esper a que la tarde se apagara, y como un perro derrengado, baj lentamente hasta mi casa y llam al zagun con ms susto que vergenza.

    Una de mis hermanas abri, dicindome:Pasa con la naturalidad que si me hubiese visto salir

    unos cuantos minutos antes.Nadie se manifest extraado de mi presencia, nadie me

    pregunt de dnde vena, ni si pensaba quedarme. Yo fui, ms bien, el que dijo a Concha, notando en ella alguna preocupacin:

    Te siento triste, hermanita.Estoy preocupada porque anoche so que haba puesto,

    con muchos trabajos, un huevo muy grande, y me asusta pensar en que mi pesadilla resulte cierta.

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    coleccin los ros profundos

    De pronto, ca en la cuenta de que Concha pareca gallina con anteojos, y de que en nuestra familia todos tenamos algo de animales: mi madre Herlinda, carita de perro; Mara, el aspecto de una tuza; Lola, facha de tarengo mojado; Joaqun, de inocente conejo, y yo, de rata cautelosa.

    Delirios de calentura! Pero, qu clase de fiebre era la de Concha que tema poner huevos?

  • 43Y se estableci usted de nueva cuenta en su pueblo?Por una temporada nada ms, porque se hace vicio rodar

    por el mundo, y yo no renunciar a mis viajes, aunque slo sean de aqu a Opopeo. As como la comida de la casa ajena nos resulta ms sabrosa, el vino de otros pueblos para los borrachos tiene un sabor ms incitante.

    Al llegar de nuevo a mi tierra, encontr como novedad que en el changarro de Solrzano haba, noche a noche, concurso de borrachos.

    Un tal Jos Vsquez, secretario de los juzgados y a quien yo no conoca, por tener poco tiempo en el pueblo, ocupaba el primer lugar. Segn decan era un fenmeno para eso de soplarles a las botellas, dejando muy atrs al sordo Jurez, a don Pedro Sandoval y a don Alipio Aguilera, quienes gozaron antes de gloria y fama.

    Picome la curiosidad por conocer al campen, y una tarde fui a esperarlo a la tienda de Solrzano. Lleg Vsquez y pidi que se le sirviera un refresquito. Llenaron de aguardiente un vaso grande y Vsquez se lo empin de un sorbo, como si fuese garapia.

    Presentronme con l y al or que los de la reunin me lla-maban Pito, pens quiz, que mi apodo era diminutivo carioso de Agapito, y comenz a decirme con mucha amabilidad: don Pito por aqu, don Pito por all, provocando la risa de todos.

    Seor don Pito, dicen que usted conoce medio mundo.De la jurisdiccin de la Biblia, excepto a Sodoma, conozco

    Nnive, Jerusaln, Babilonia. De este hemisferio conozco Tecario, Ario, La Huacana y otros puntos ms cuyos nombres, por ser muchos, no retengo en la memoria. Pueblos que parecen ran-chos; ranchos que parecen ciudades!

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    coleccin los ros profundos

    Recordando que el dueo de la tienda era oriundo de Ptz-cuaro y nos escuchaba atentamente, exclam con gran proso popeya:

    Pero la metrpoli que ms me gusta es Ptzcuaro. En dnde una ciudad con una tristeza ms potica! En dnde un lago como el suyo, mineral lquido, cuya veta de peces de plata es inagotable! En dnde un panorama ms hermoso que el que se descubre desde la cima del Calvario, que abarca todo Michoacn, y si apuramos un poco la vista, hasta las torres de Guadalajara, nico en el mundo, por la diafanidad del aire en los contados das que no llueve! En dnde una virgen ms milagrosa que la de la Salud, que concede cuanto se le pide!

    Verdad, seor Solrzano? interrogu al dueo del esta-blecimiento, a quien le temblaban los bigotes de pura emocin al orme exaltar con tanto calor a su tierra.

    Yo sent que maduraba dentro de mi cabeza un plan dia-blico:

    Mire usted, seor Vsquez, vamos a pedir de beber a la Virgen, y si realmente es milagrosa, ella proveer lo necesario. Estoy seguro de que la Virgen no quedar mal por una bagatela como la que vamos a pedirle, pues su negativa sera un baldn para Ptzcuaro.

    Junt las manos devotamente, como si rezara con los ojos puestos en el techo, y la flecha dio en el blanco, o sea, en el senti-miento religioso de Solrzano, que se apresur a servirnos sendos vasos del Tanctaro ms puro, fabricado de contrabando por l, en la trastienda de su acreditado comercio.

    La virgen realiz el prodigio diez veces seguidas, hasta que el secretario clav el pico, dormido sobre unos cajones, y yo di con mi casa de pura casualidad.

    Pretend alguna otra vez despertar el amor propio de aquel mstico tabernero, pero la Virgen no repiti el milagro, quiz porque no lo ped con la fe requerida.

    Por aquel entonces la cruda suerte an no alteraba mi pulso y era yo poseedor de una letra hermosa, redonda y clara. Cuando Vsquez, el secretario, la conoci, invitome a servirle de

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    amanuense, lo que acept porque cre que, siendo camaradas de borracheras, nos llevaramos bien a la hora del trabajo. Qu va! Vsquez era de esos funcionarios que aprovechan al subalterno para todo, sin manifestarse jams complacidos, y que se visten con las ideas de los otros. Yo deca mi parecer ingenuamente, al hablar de los negocios del Juzgado, y l soltaba despus mis opi-niones como si fueran suyas, con el prembulo de siempre: A mi humilde juicio

    Para hacer el estudio de los necios, en general, me bast conocer al juez y al secretario, y ahora ya s que lo que cambia en los hombres es la dimensin de sus empleos, pero que el tonto o el sinvergenza, lo mismo lo son de alcaldes de un pueblo que de ministros en la capital de la Repblica.

    En una oficina del Gobierno se aprende mucho. Resstese uno a creer que los funcionarios pblicos sean tan vanidosos, y los que los rodean tan serviles y aduladores.

    A propsito, contar una sencilla ancdota: un Presidente de nuestra Repblica, demcrata y bueno, tena un amigo de la infancia que viva soterrado en su pueblo y nunca le haba pedido nada. Pero sucedi que el amigo tuvo que ir a la capital a curarse, por prescripcin del mdico del pueblo, y entonces se dijo muy ilusionado:

    Ahora aprovechar para saludar al seor Presidente y, de paso, pedir a l, que es tan generoso, ayuda para algunos de sus viejos amigos; no para m que, gracias a Dios, no la necesito.

    Ya en la capital, el amigo comenz a echar viajes a Palacio y a conocer el suplicio de las antesalas durante todo el tiempo que le dejaba libre su mdico.

    Ante su lugarea curiosidad pasaban los ministros y los ms altos dignatarios de la Repblica, midiendo con la vista a los pobrecitos mortales que parecan hongos nacidos para morir en la penumbra de las antesalas. Pasaban, repito, personajes con las carteras debajo del brazo y, saludando apenas entre dientes, abran la puerta del despacho presidencial y se perdan en el misterio. Despus de algunas horas, los funcionarios volvan a aparecer en la puerta, y con los mismos aires de grandes visires,

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    coleccin los ros profundos

    atravesaban de nuevo las antesalas, rodeados de sus clientes y agasajados por sus amigos.

    Uno de tantos das, enterose el seor Presidente de que su amigo de la infancia, aquel muchacho tristn y humilde a quien desde haca tantos aos no vea, solicitaba audiencia.

    Que pase mi amigo orden al ayudante de guardia, y el amigo pas satisfecho y conmovido, encontrando al seor Pre-sidente en compaa de algunos de aquellos seores que l haba visto pasar por las antesalas, orgullosos y levantados.

    Aguarda unos momentos djole con amabilidad el Primer Magistrado.

    El visitante acomodose en un rincn del despacho, en espera de que el seor Presidente se desocupara para charlar con l a sus anchas y hacer recuerdos de los das lejanos; mas not, con sorpresa, que los seores all presentes no se pare-can en nada a los que l vea pasar por las antesalas. Estos hablaban en voz baja, con las cabezas humilladas; caminaban de puntillas y salan del despacho como si salieran del cuarto de un enfermo grave.

    El Presidente, por fin, qued solo, y dirigindose a su amigo, le dijo:

    Acrcate, qu haces por aqu? En qu puedo servirte?Pero el amigo contemplaba ensimismado la puerta del des-

    pacho, moviendo tristemente la cabeza.Qu cosa ves? interrog el Presidente.Esa puerta que separa lo real de lo ficticio, la puerta de

    las simulaciones, de las metamorfosis. Antes de entrar por ella los altos funcionarios esconden los anillos, los gestos, las ideas. All, afuera, son otros que olvidan tus doctrinas y te traicionan hasta con su porte. Afuera, desprecian a todos los hombres; aqu, adentro, no saben cmo hablarle a un hombre. Pobre pueblo! Y dime, quin tiene la culpa, t o ellos?

    El seor Presidente crey que su amigo se haba vuelto loco, y lo dej salir de la estancia sin tenderle la mano para detenerlo.

    El relato no viene a cuento, y si lo traigo a colacin, es porque me acuerdo de Vsquez y del juez, que me hicieron

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    abominar de la justicia de este mundo con todas sus triquiuelas y sus maldades.

    Pobre de los pobres! Yo les aconsejo que respeten siempre la ley, y que la cumplan, pero que se orinen en sus representantes.

  • 48 Y el amor, Pito Prez, ha sido con usted generoso, o ingrato?

    Amigo, no ponga usted el dedo en la llaga, ni miente la soga en casa del ahorcado. El amor es la incubadora de todas mis amarguras; el espejo de todos mis desengaos. Ha influido en contra ma de tal manera, que otro gallo me cantara si en el amor hubiera encontrado estmulo para luchar por algo o por alguien. Dicen que tira ms una mujer que una yunta de bueyes, lo creo pero conmigo han ensayado las mujeres su fuerza de repulsin y no la de atraccin. Aqu, en la intimidad, confieso a usted mis culpas que, por otra parte, no son un secreto para nadie. Borracho y tramposo, el amor me hubiera regenerado, pero ese diosecillo impertinente jams se acerc a m con intenciones de redimirme, sino de escarnecerme. Con sus manos de nio ino-cente rompi todos los resortes de mi voluntad.

    Que voy por la vida sucio, greudo, desgarrado? Y qu importa si no tengo con quin quedar bien!

    Que no trabajo? Qu ms da, si nadie tiene que vivir a mi costa!

    Quin se ha interesado por m con algn sentimiento afec-tuoso? Usted mismo, a quien estoy contando mi historia, se ha preocupado por conocerme, por estudiarme con alguna indul-gencia? No, usted quiere que yo le cuente aventuras que le hagan rer: mis andanzas de Periquillo o mis argucias de Gil Blas. Pero, ya se fij usted que mis travesuras no son regocijadas? Yo no soy de espritu generoso, ni tuve una juventud atolondrada, de sas que al llegar a la madurez vuelven al buen camino y acaban predicando moralidad, mientras mecen la cuna del hijo. No, yo ser malo hasta el fin, borracho hasta morir congestionado

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    por el alcohol; envidioso del bien ajeno, porque nunca he tenido bien propio; malediciente, porque en ello estriba mi venganza en contra de quienes me desprecian. Nada pondr de mi parte para corregirme. Solamente los cobardes ofrecen enmienda, o se retractan, y yo no har ni una ni otra cosa. La humanidad es una hipcrita que pasa la vida alabando a Dios, pretendiendo enga-arlo con el Jess en los labios y maldiciendo y renegando sin piedad del Diablo.

    Pobrecito del Diablo, qu lastima le tengo, porque no ha odo jams una palabra de compasin o de cario! Los hombres son realmente aburridos, insoportables. Cuando se dirigen a Dios, lo hacen con frmulas escritas para cada caso: Aydanos, Seor, danos el pan de cada da; ten misericordia de noso-tros!... Para librarse del dolor ocurren a Dios, como al dentista; pero para la disipacin, buscan vergonzantemente al Diablo y se anegan en todas las delicias del pecado, sin que Satans oiga alguna vez un gracias, Diablo mo! Por el contrario, an tiene que escuchar cmo los hombres, despus del goce prohibido, dan gracias a Dios por el placer que obtuvieron.

    Yo no s que Fausto agradeciera al Diablo la juventud, el amor y el dinero que recibi de sus manos.

    El Diablo habita en crculos de sombras luchando contra el odio y la envidia, ajeno a toda caricia, a todo sentimiento de ternura.

    El Diablo no conoci calor de madre; Jess naci de una virgen toda pureza, toda amor.

    El Diablo pudiera odiar el mal y amar el bien, pero no es dueo de su albedro; l fue condenado a amar el odio y a odiar el amor, y jams romper su destino.

    Jesucristo muri una sola vez, con todos los dolores humanos; el Diablo padecer, por los siglos de los siglos, sus suplicios y los que Dante le invent. Pobrecito del Diablo, qu lstima le tengo!

    Pito Prez, perdone que interrumpa sus disquisiciones diablicas, pero estoy vido de saber cmo fueron sus xitos y sus desastres amorosos.

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    coleccin los ros profundos

    Pues bien, ya que usted se empea, voy a contarle cuntas veces y de qu manera el amor se ha burlado de m, pero no espere hallar idilios engarzados en hilos de luna, con cartas extradas de algn libro de Lamartine o de Vctor Hugo. Mis amores fueron de pueblo, vulgares, y el ms profundo, el de mi niez, muri en secreto, sin que el ser amado hubiera entendido mis declaraciones musicales.

    Ella viva frente a mi casa y se llamaba Irene, Irene!, lo ms bonito de su persona. Era tres o cuatro aos mayor que yo; alta, delgada, color de raja de canela, con unos senos que parecan dos peritas robadas y ocultas debajo del corpio.

    En su casa pasaban grandes privaciones.El padre, un arriero sin hatajo; la madre mola chocolate

    para las tiendas.Irene sola llamar a la puerta de mi casa para pedir pres-

    tado, roja de vergenza, un puado de sal o un terrn de azcar. Algunas veces iba descalza y vindole los pies y el nacimiento de las piernas, despertronse mis primeros pensamientos volup-tuosos.

    Desde el zagun de mi casa descubrase el interior de la suya: dos camas sin colchones, una mesa sin barnizar y un banco viejo, cargado de macetas rotas, por cuyos agujeros salan las flores como salen los dedos de los nios por un zapatito hecho pedazos.

    Todas las tardes, al oscurecer, Irene asomaba a su puerta, y el pito de Pito Prez entonaba su amorosa cancin:

    Te amo en secreto,si lo supierasnunca me hirierascon tu desdn

    Ahora s debe haberme comprendido pensaba yo, al acostarme, dibujando en mi cerebro las dos peritas de San Juan, ocultas bajo la blusa, y aquellos pies desnudos que las piedras de la calle trataban con tanta crueldad.

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    Un ao largo de pasin, un ao de concierto y de miradas tiernas, sin resolverme a decir una palabra; pero llegaron las vacaciones y con ellas mis hermanos los colegiales, Joaqun, el que estudiaba para cura, y Francisco, el que pretenda ser abo-gado y result ser mi rival, pues una noche lo sorprend besando a Irene, a quien como supe despus, haba besado ya en las vaca-ciones anteriores.

    Corr al corral sollozando por la muerte de mi primer amor. Y mi hermano Joaqun entr en mi seguimiento:

    Lloras, Jess? me dijo. Ya s por qu! Llora cuanto quieras, que el amor se deshace con lgrimas

    Y dicen que la msica doma a las fieras, Pito Prez!A las fieras, no lo dudo; pero las mujeres son torcazas cuyo

    corazn est defendido por una rodela de plumas que embota los dardos ms venenosos.

    Ya escuch usted el captulo cursi de mi frustrado idilio; ahora vamos a la comedia que, entre risas y burlas, tambin rom-piome un ala.

    Yo tuve un to con tienda en la plaza, perilla a la Napo-len III, sombrero de copa y ms tonto que el puo de un para-guas. Disclpeme usted si paso por alto algn otro detalle de su filiacin.

    Mi madre Herlinda habl con mi to para que yo entrara a su tienda como dependiente. l accedi despus de largarme una filpica sobre la honradez, insinuando que la ma andaba en tela de juicio desde el robo al Seor del Prendimiento, y agreg algunas consideraciones sobre el mrito y las ventajas del abs-temio. Fui a la tienda dispuesto a ser ms honrado que San Dimas, el autntico, y a no ingerir sino lo preciso para mantener incorrupto el cadver de mi ltima esperanza.

    Mis propsitos de honradez duraron hasta que supe que mi to asignbame por nico salario la comida, no muy abundante, por cierto.

    El trabajo era duro: hacame poner en pie a las cinco de la maana y caer rendido a las once de la noche. En cuanto a la bebida, me las compuse de manera de estar chupando todo el da,

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    coleccin los ros profundos

    en las propias barbas de mi to, asegurando que lo que tomaba eran medicamentos que surta en la botica, y para corroborar mi dicho, envolva el pomo en papel oscuro y le pegaba las tibias y la calavera con que suelen sealarse las substancias venenosas.

    Para que el olor no me denunciara mezclaba al aguardiente algunas gotas de esencia de clavo.

    Consuma diariamente una botella de tal medicina, recor-dando a los enfermos de Urapa, en donde puse de moda tan ori-ginal teraputica.

    Por las noches las cucharadas se me suban a la cabeza y yo vea la tienda menos oscura y con ojos de piedad a los mar-chantes, al grado de que haca correr en su favor el fiel de las balanzas. Los muy ladinos lo notaron y hacan cola para surtir sus despensas momentos antes de cerrar El Moro Musa, que era el nombre de nuestro establecimiento.

    Mi to tena varias hijas, tan diferentes entre s como si hubieran sido de padres distintos: altas y rubias, morenas y bajas. Llambase Chucha la ms tostada de color; pareca una monita traviesa, sombreada de vellos y con unos dientes de ratn, blancos y menuditos.

    Aprovechando la circunstancia de que mi to dorma las siestas, entraba Chucha al almacn, sonreame coquetonamente y acercbase a don Prudencio, del que extraa sus dos o tres monedas de plata. Ella deca que tal contribucin era para los pobres de la Conferencia, pero yo notaba que Chucha era la ms bien vestida de mis primas y que nunca le faltaban cintas finas de vistosos colores en el pelo.

    Despus de las sonrisas vinieron las conversaciones y las preguntas sobre los secretos de mi vida.

    El amor volvi a alcanzarme con una de sus flechas envene-nadas, pero esta vez tuve el atrevimiento de confesarlo al objeto de mi pasin, aunque en un sitio desprovisto de toda poesa: en la trastienda, oliente a tabaco mije y a sobrn revenido.

    Con voz queda y temblorosa formul mis amantes querellas:Acrcate, Chucha, yo te quiero

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    Yo tambin te quiero, Pitito!Una tarde, atrenchilada con un tercio de salvado; intent

    darle un beso. Ella retir con presteza su boca y la ma le hizo cosquillas en el odo.

    Te duele alguna muela, Jess? Hueles a esencia de clavo.A esencia de borracho deb olerle, segn la rapidez con que

    retir su boca de la ma!Mis manifestaciones de cario hacia Chucha y mis sacrifi-

    cios por ella, aumentaron copiosamente: le guardaba las monedas de plata ms nuevas que caan al cajn del dinero; compr un cepillo de dientes; reduje las cucharadas de alcohol a cucha-raditas cafeteras, y no volv a rogarle que cuidara de la tienda cuando yo necesitaba visitar los apartados y malolientes rincones de la casa. Oh, amor gozoso, pleno de abnegacin!

    La enfermedad fue acentundose hasta convertirse en un serio peligro, sobre todo para la estabilidad econmica del negocio: A Ruperto El Ocote, quien tena reputacin de buen carpintero, le abr trato para que me hiciera una cama de matri-monio, ancha y resistente, a cambio de clavos, cola y dems mate-riales de su oficio, de los que nosotros tenamos en existencia. Preguntome El Ocote con curiosidad:

    Por qu quieres el catre tan fuerte? Es que te vas a casar con doa Justina, la del mesn, que pesa once arrobas?

    Yo deseaba un lecho muy amplio para poder dormir a res-petable distancia de la que iba a ser mi esposa, a fin de que no se diera cuenta de los olores de mi aliento, perfumado con tequila, mezcal, charanda y todas las esencias finas de la casa.

    Deca a Chucha, ponindome serio:Cundo me das las medidas de tu ropa para mandar

    hacer las donas?Noche a noche proponame hablar con mi to para ponerlo

    al tanto de mis relaciones con su hija y pedirle su venia para el casorio; pero al hallarme en su presencia faltbame valor, impre-sionado por su perilla que le daba aspecto de retrato antiguo. En vista de que los das pasaban y no tena valor de enfrentarme con aquella trinidad ingnita, compuesta por mi to, mi patrn y mi

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    coleccin los ros profundos

    suegro, decid comisionar a don Santiago, nuestro vecino, para que, segn costumbre en nuestra tierra, pasara a pedir la mano de Chucha. Don Santiago era un soltern rico y respetado, calvo y ventrudo como la mayora de los ricos de pueblo.

    Don Santiago escuch atentamente mi splica y se hizo repetir varias veces el nombre de aqulla que iba a pedir:

    Chucha, no?, esa vivaracha, muy cantadora.La noche que convinimos presentose don Santiago a la peti-

    cin de mano, muy limpio y rasurado y con su bastn de puo de cuerno en la diestra. En el colmo de la emocin olvid mis prop-sitos de temperancia y, a boca de frasco, empin no menos de un cuartillo de mezcal.

    Estirando las orejas rumbo a la sala, me pareci que la con-versacin tomaba un giro de cordial entendimiento. Hasta la tienda llegaban las risas de don Santiago y las de mi to, cascadas y campanudas como de actor viejo. Llamaron a Chucha para que interviniera en aquella conferencia tripartita.

    Ahora le estarn preguntando si me quiere pensaba yo, sufriendo de gozo; ahora, responder ella tmidamente que s; ahora le estarn diciendo los padres, como es costumbre, aunque no sea cierto, que la dejan en libertad para elegir esposo y le recordarn que en su casa no carecer de cosa alguna, por si quiere desistirse del matrimonio; ahora, estarn sealando un plazo discreto para la boda; y como si la realidad obdeciera a mi pensamientos, o la voz de don Santiago que se despeda, dando las gracias, y vi entrar en la tienda a mi to, sonriente y satisfecho.

    Me va a decir algo carioso pens un poquillo cor-tado, me va a abrazar; pero fuese rumbo al comedor, con una botella en la mano, sin decirme cosa alguna.

    Despus de cerrar la tienda sal a buscar todo anheloso a don Santiago, a quien hall sentado en un equipal en la puerta de su casa y muy satisfecho, fumando un puro.

    La dieron, don Santiago?La dieron, hijo, la dieron!Y qu plazo para la boda?

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    Ninguno. Pero debo advertirte una cosa, de poca impor-tancia, esperando que no te molestar. Ped la mano de Chuchita para m, reflexionando que eres muy joven para echarte a cuestas semejantes obligaciones y levantndose del equipal don San-tiago me dio las buenas noches muy fino, y con la puerta en las narices.

    Cuando regres a acostarme, todos los frascos de la tienda temblaron; las botellas tuvieron temor de ser violadas, los barriles creyeron llegada su ltima hora, hasta que, al fin, Baco se compa-deci de m y me durmi en sus brazos como en los de un padre carioso.

    En los das siguientes Chucha se hizo la desentendida, rehuyendo hablar de aquella cosa sin importancia. Entraba a la tienda, extraa los tostones del cajn del dinero y sala ensen-dome, como antes, sus dientes blancos de monita inconsciente y traviesa.

    Pocos das despus de la peticin de mano, dijo mi to que ira a Morelia al arreglo de algunos negocios y que yo quedara al frente del establecimiento. Gozando de aquella libertad y del pro-ducto de las ventas, organic bailecitos en los barrios apartados y comenc a fiar mercancas sin apuntarlas en ningn libro para no caer en la pichicatera de todo comerciante. Dios haba tocado mi corazn y senta, por primera vez, el regocijo de ser generoso con los necesitados. Los tramos de la tienda a medio vaciar, hablaban muy alto de mi desprendimiento, y yo miraba desaparecer sin dolor los bienes terrenales, embriagado por el defico ejercicio de dar, o por el alcohol que ingera devota y abundantemente.

    Regres mi to de su viaje, y al mirar los armazones destar-talados, frotose las manos satisfecho.

    Qu ocurri con las mercancas? Por lo que veo, ven-diste mucho!

    Se han vendido, to.El amo encaminose derechamente al cajn de las ventas, y

    al hallarlo vaco pregunt con cierta inquietud:En dnde est el dinero?

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    coleccin los ros profundos

    Se acab en dar vueltos, seor contest modestamente, intentando ocultar mis buenas acciones porque, como dice la Biblia: que no sepa tu mano izquierda lo que da tu derecha.

    Mi to no quiso hacerse cargo del mrito de mi conducta, y temblndole de rabia la perilla, hecho un basilisco, corriome injustamente de su casa. Yo sal de ella omnia mecum porto, como hubiera dicho el padre Pureco.

    Di a Chucha por muerta, y cuando su recuerdo me impor-tuna, aun ahora que ya es madre de muchos hijos, me visto con una levita negra y un sombrero de copa muy deteriorados, y voy al cementerio a llevarle flores, que deposito en una tumba imagi-naria.

    S que Chucha se molesta cuando las amigas le dicen que Pito Prez le lleva coronas a su sepultura. En cuanto a don San-tiago, me ve pasar con ojos entristecidos por la envidia y mur-mura en voz baja: Lstima que no sea verdad tanta belleza!...

    Para que acabe usted de convencerse de que mi sino es des-dichado en el amor, le contar mi ltima aventura, que result tragedia salpicada de sangre.

    Doa Cliseria y su sobrina Soledad se sostenan de vender en el zagun de su casa el maz del diezmo. Por aquella poca yo no tena ms ocupacin que estudiar mi papel de Ermitao en el drama de Zorrilla, El Pual del Godo, que se iba a llevar a la escena para festejar el onomstico de un vecino pudiente del pueblo. A la hora de los ensayos se charlaba, se rea, se beba y se contaban cuentos picantes. Por cierto que esta voz sentenciosa que tengo, la debo, en parte, a aquella representacin, pues tom tan a pecho mi papel que a su influencia teatralizronse todos los actos de mi vida, perdiendo el sentido de la naturalidad. Recuerdo que en aquella velada silb maravillosamente un trozo de pera el padre Buitrn, y Jos Elguero recit unos versos de su cosecha. Pero regresar a mi Soledad y a su ta doa Cliseria.

    He odo decir que hay toros de bandera y que se llaman as porque dan un juego brillante en todos los tercios. Doa Cliseria era uno de esos toros y llegaba a la suerte final con mucho empuje y muy altos los pitones.

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    Soledad, su sobrina, heredaba los arranques de la ta, y alegre y coqueta, pasbase la vida con el cigarro en la boca y pun-teando la guitarra.

    Cuando me vea pasar frente a su casa, gritbame con su natural desparpajo:

    Pito Prez, ven. Te damos una copa y te cantamos una cancin si nos haces la cuenta del maz vendido esta semana.

    Y yo no slo pona en claro los nmeros, sino que despa-chaba la clientela, cuartern tras cuartern, con tal de que Soledad siguiera tocando y cantando.

    La pierna cruzada descubra el nacimiento de la pantorrilla, y al apoyar la stima en el pecho, ste se pona de relieve como un do de la inquietante partitura de La Traviata.

    Cierta ocasin, no pudiendo resistir por ms tiempo la duda atormentadora de saber si aquellas exuberancias eran autnticas, extend una mano y la puse encima del corazn de Soledad, que por no dejar de ensayar un acompaamiento difcil, no se retir.

    Espera, Pito, que ya va a salir la segunda.Y en efecto la segunda sali a la perfeccin.Desde aquella fecha; qu existencia tan plcida, sin inquie-

    tudes ni deseos! Tocatas armoniosas, canciones lnguidas, romnticas, tristes, de sas que hacen llorar sin saber por qu! Y como en casa de doa Cliseria me daban de comer, cre que, de pronto, me haba vuelto rico y que los granos de maz que lle-naban aquellos cajones, eran monedas de oro relucientes, medie-citos antiguos con los que jugaban mis manos avarientas.

    Pero un da dichoso da! desapareci la guitarra. Soledad no sali de su cuarto y doa Cliseria me dijo con una franqueza que no me dej formular ni el ms leve reparo:

    No vuelvas por aqu, Pito Prez. Soledad se casa con el nuevo receptor de rentas, que tiene celos de tu persona.

    Digno y caballero, ya no volv a pasar ni por la calle.Leyronse las amonestaciones, y lleg la fecha de la boda.

    Desde lejos segu el cortejo de los novios rumbo a la iglesia y los vi regresar ya casados: ella, sin levantar los ojos del suelo, con un

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    coleccin los ros profundos

    recato de novicia, y l, limpindose el sudor y bufando como un buey uncido a una carreta.

    En la casa del padrino haba comelitn y bailecito, y yo decid presentarme en la fiesta para comer una vez a expensas del novio, ya que tanto tiempo haba comido a costa de la novia.

    El banquete era de los buenos: de tres sopas y tres dulces, y la concurrencia de lo ms distinguido del pueblo. Hasta mi prima Chucha estaba all con su venerable don Santehago, como ya comenzaban a decirle los maliciosos.

    La msica de Hilario tocaba polcas y chotis, y la del Pedre-goso, sones de la sierra.

    ndele, maistro, chese un valsecito decan al director de esta msica.

    No puedo porque vengo templado pa jarabe.Antes de que los invitados se acomodaran en la mesa, repar-

    tieron vasos de un coyote trepador. Mezcla de cataln, de jerez y de otras mixtelas.

    Yo me acomod en el extremo de la mesa, confundido con las gentes de poca importancia y procurando tapar, hasta donde fuera posible, las palideces agonizantes de mi traje.

    Lleg la hora de los brindis y habl el seor cura, con una sonrisita provocadora, que sala desde el fondo de su vaso de cariena: Creced y multiplicaos, hijos mos. Despus tom la palabra el Secretario del Ayuntamiento, elogiando la juventud esplendorosa del novio y la inocencia de la virgen que llegaba ves-tida de blanco al himeneo. Al terminar el secretario, me puse de pie improvisando estos malos versos:

    El pueblo lo felicitapor la mujer que se lleva.Es dadivosa, bonita,diligente, y casi nueva.

    Tiene un lunar en el pecho,barbas en las pantorrillas.Y ver usted, satisfecho,

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    que ya no tiene cosquillas.

    Le huelen mal los sobacos,si seguido no se baa.Al fin de los arrumacosgime, muerde, grita, araa

    El novio se puso de pie con la cabellera alborotada, los ojos echando chispas, y cogiendo una botella de sobre la mesa, me la tir con tal tino que, dndome con ella en la frente, me hizo rodar por el suelo baado en mi propia sangre.

    Los comensales abandonaron la mesa, los msicos irrum-pieron en la sala tocando sus instrumentos, y en medio de tanto alboroto, segn o referir despus, slo don Santehago rea, pen-sando, quiz con razn, que l escap el da de su matrimonio de un brindis topogrfico semejante.

    Mi suerte de amador ha sido muy infortunada. Recordando todas mis desgracias me vienen a la memoria estos versos popu-lares, aunque no sinteticen mi vida al pie de la letra:

    Qu favor le debo al solpor haberme calentado,si de chico fui a la escuela,si de grande fui soldado,si de casado cabrny de muerto condenado?Qu favor le debo al solpor haberme calentado?

  • 60 Una pregunta indiscreta, Pito Prez, es cierto que conoce usted muchas crceles?

    S, es verdad, conozco algunas, y no me avergenza confe-sarlo. He ido a parar a ellas por borracho y travieso, pero a nadie he matado ni he cometido crmenes de sos que honran a los ricos y hunden a los pobres en largos aos de condena. Porque un rico mata y se esconde mientras su dinero quebranta leyes y suaviza voluntades; un rico hace un fraude, y acumula tales pruebas de descargo, que al final de cuentas l es quien resulta defraudado y calumniado.

    No he tenido an la suerte de llegar a una de esas crceles modernas, en donde, segn dicen, todo es confort y costumbres refinadas; donde los presos visten elegantes uniformes, que se han puesto de moda fuera de los penales como ropa de dormir y con el nombre de pijamas.

    En las crceles de los pueblos encontr a honrados y caba-llerosos ciudadanos, aprehendidos para sustituir a personas que gozaban de libertad absoluta. Reina en ellas un espritu infantil que hace a los reclusos orinarse en los zapatos de sus compaeros, como una inocente diversin; an hay sentimientos generosos y nadie se muere de hambre, a pesar de la buena voluntad del Gobierno, que ha suprimido el rancho de los presos, como cosa superflua. El que tiene comida, porque se la llevan de su casa, la comparte con el que no la tiene, y al que no le ven cobija, le mientan la madre, con solicitud, para que se caliente. Los ban-quetes que yo me he dado dentro de la crcel, aceptando de mis colegas, ya un plato de arroz, ya un chile relleno, a cambio de una consulta de tinterillo, o de una afectuosa palmadita en la espalda!

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    Jos Rubn Romero La vida intil de Pito Prez

    La vida dentro de nuestras crceles tiene cierto calor de familia, algo de hermandad religiosa, con pactos y contraseas de sociedad secreta.

    En las sesiones matinales, a la hora de la espulgada general, se toma el sol, planendose las defensas, la coartadas; concir-tanse los negocios, y se escriben las cartas para el exterior. He sido el amanuense obligado de centenares de reclusos; los puntos de mi pluma fueron ojos para llorar ausencias, bocas para gritar agravios, troquel de recuerdos para madres, esposas o hijos des-venturados.

    Despus de las comidas no encuentro apropiado decir de sobremesa se discute de poltica y se retocan los retratos de las primeras autoridades del pueblo, sin olvidar detalles de familia.

    Por las tardes, a la hora triste de ocultarse el sol, cuando las rejas simulan cruces ensangrentadas por la mano criminal del crepsculo, las almas se conmueven con el paisaje que adivinan, y surge a coro una cancin que se repite como un salmo y reper-cute en el aire como un doloroso gemido.

    Las noches vienen aparejadas