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Los dieciocho agujeros Algunos de los volantes confeccionados con mlmeógrafos que, en junio de 1978, los escasos militantes montoneros lanzaban en estaciones de trenes y calles cercanas a los estadios.

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Los dieciocho agujeros

Algunos de los volantesconfeccionados con mlmeógrafos que, en junio de 1978,

los escasos militantes montoneros lanzabanen estaciones de trenes y calles cercanas a los estadios.

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I

I"Vamos a hacer la patria combatiente/

En su medida y armoniosamente"

(Cántico de los Montoneros en 1974)

Allí estaban, esperando la revolución. Los llamaban "CarolinaMatalia", o "la CN" simplemente. Los miembros de la Conducciónnacional de Montoneros, el grano más grande de la dictaduraargentina, cultivaban el sueño de la liberación al mismo tiempoque cambiaban de casas y de identidad como de camisa. El Distritofederal mexicano, Madrid, París o La Habana. En cualquiera deestas ciudades, los jefes de "la orga" le sacaban punta al análisisdel año 1978 que ya asomaba.El Pepe, el número uno, no tenía sombra. Su fama mundial crecíatanto como su mala prensa en la Argentina. Podía levantar el telé-fono desde su escondite y hablar con Fidel Castro, con el Papa ocon cualquiera de los primeros ministros del socialismo europeo.En su mesa de luz coleccionaba los pasaportes falsos que le per-mitían viajar de España a Cuba, de Cuba a México, de México aParís y de París a Beirut sin que nadie se enterase que era ciudada-no argentino. Si bien fue uno de los hombres que más horas devuelo acumuló entre 1976 y 1977, los registros de las empresas deaviación jamás pudieron informar sobre un pasajero llamado Mario

Firmenich.

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Fue a bordo de uno de esos aviones que se encontró con GabrielGarcía Márquez, a quien lo primero que le diría era que no había

leído ninguna de sus novelas. A Gabo no le importó demasiado. ElPepe era un bocato di cardinale para el escritor colombiano que,

por entonces, colaboraba como periodista para la revistaAlternativa. García Márquez lo invitó a sentarse en la butaca de ,illado, observó los finos bigotes que servían de camuflaje a uno de

los hombres más buscados en la Argentina y pensó que lo mejorera ir directo al centro de la cuestión. Le dio su impresión sobreuna segura derrota montonera que todos presagiaban para 1978.Firmenich creyó que no le estaba hablando en serio. Supuso qu<-García Márquez era uno más de los analistas políticos que habla-ban de la gravedad de la masacre represiva y respondió con unbalance que dejó impresionado al Gabo: "Hicimos nuestros cálculosde guerra y nos preparamos para sufrir mil quinientas bajas en <•!primer año del golpe. Si no eran mayores, estaríamos seguros dehaber ganado. Pues bien: no han sido mayores. En cambio la dicta-dura está agotada, sin salida y nosotros tenemos un gran presticjioentre las masas y somos una opción segura para el futuro inmedia-to. Este año marcará el fin de la campaña ofensiva de la dictadur.i,

y se desarrollarán las condiciones para la contraofensiva final".Cuando aterrizó en La Habana, Firmenich sabía que la discusión

dentro de la CN sería más caliente que su charla con el autor <lcCien años de Soledad: ¿qué hacer con el Mundial? En la casa de

los años 50, de paredes blancas y ventanas oxidadas por el ¡mpl<icable viento marino, muy cerca del malecón, lo esperaba un grupo

de hombres tan jóvenes como él. Daban la impresión de ser una ,delegación de la fuerza aérea que se preparaba para ir a un deslile. Allí estaban Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja, Raúl Yagny Horacio Mendizábal, integrantes de la CN, a punto de empex.n

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una de las primeras reuniones en las que regía la resolución001/78 de la CN que implantaba el uso de uniforme en el EjércitoMontonero.Firmenich no paraba de tocarse el molesto lunar de su mejilladerecha. Con su mirada recorría de arriba a abajo a cada uno delos que lo rodeaban. Todos vestían camisa celeste muy bien plan-

chada y pantalón azul. Mientras pensaba lo extraño que les queda-ban a todos esos colores, similares a los de los colimbas de laaeronáutica, escuchó los comentarios de quienes llevaban mástiempo recorriendo Europa. "Los exiliados, especialmente los de

izquierda, dicen que hay que boicotear el Mundial; que tenemosque hacer una campaña para que nadie viaje a la Argentina.Proponen hablar con las selecciones europeas para explicarles quevan a la Alemania de Hitler y que no podemos avalar un campeo-nato que la dictadura quiere ganar para mejorar su imagen", decí-an los que caminaban las calles de París palpando el mal humor

del exilio. Las internas entre los refugiados argentinos estaban ten-sas, a tal punto que, en los primeros meses de 1978, muchos pen-saron que se venía una más de las rupturas que suelen caracteri-

zar a los revolucionarios. Aunque esta vez, como si faltara algo

para completar el absurdo, chocarían lanzas por el fútbol. Lamayoría de quienes no militaban en Montoneros se había pronun-

ciado por el boicot total, y se preparaban para ello convencidos deque el fútbol del 78 era opio para las masas.

Firmenich escuchó pacientemente a sus compañeros con el mateen la mano, esperó que Perdía apagara el cigarrillo y tomó la pala-bra para explicar, con énfasis, que "el boicot es una pelotudezmayúsucula". Hacía calor, y como cada vez que había reunión de laCN, el Pepe se preguntaba por qué Vaca Narvaja insistía en llevarcampera de cuero. Perdía encendió un Jockey, esperó que

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Firmenich terminara de decir lo suyo y empezó a putear a los queapoyaban el boicot: "estos boludos no tienen ni idea de cómopodemos aprovechar este Mundial". Después de dos horas, la CNfijó una posición favorable a la Copa del Mundo, al mismo tiempoque encargaba a su cada vez más pequeño ejército, que prepara.ialgún tipo de pelea que no pusieran en peligro al torneo. Antes decenar arroz con pollo, distribuyeron responsabilidades: al LocoRodolfo Qalimberti le encomedarían recorrer Europa en busca dealiados, Miguel Bonasso y Juan Qelman se encargarían de la cam-paña de difusión y Mendizábal discutiría con Firmenich, Yager yPerdía los objetivos militares.En abril, Qalimberti organizó una docena de citas, en bares de.España, Francia y Alemania con los periodistas de más confiari/.ipara invitarlos al Mundial. "Queremos que vayan a la Argentin.ipara que se den una idea del clima que reina en el país. Queremosque vayan a ver la opresión y la pauperización que vive nuestropueblo. De nuestra parte, no habrá ningún recrudecimiento de l.ilucha armada. Sólo realizaremos acciones de propaganda paraque conozcan la verdad", les dijo a los cronistas de L'Express yCambio 16. Ningún foro internacional -en África, Medio OrienU < .Europa- en el que participara algún dirigente montonero, escapóde la estrategia de difusión del plan mundialista.Fue "El Pelado" Perdía, un abogado de Rancagua graduado en l . iUniversidad Católica, quien se encargó de redactar, para la revistaEstrella Federal, los detalles del operativo Mundial que llamará"Campaña de ofensiva táctica". Los objetivos eran dos: miliUn vpropagandístico. "Muestras operaciones deben ser imposibles deocultar por el enemigo. La idea es poco esfuerzo y mucho ruidoNo se deben realizar operaciones militares que afecten directa-mente o perjudiquen a : a)los partidos de fútbol, B) los equipos o

delegaciones extranjeras, c) los periodistas argentinos o extranje-ros, d) los turistas o espectadores de los partidos de fútbol", escri-bió Perdía. También les prohibió a sus militantes realizar cualquiertipo de operación militar a distancias inferiores a 600 metros a laredonda de los estadios donde se iban a disputar los partidos."Estaba muy claro lo que íbamos a hacer -recuerda Perdía en unbalance que no deja atrás los enojos-. Pero en la Argentina, losmilicos querían que apareciéramos como boicoteando el Mundial.Los hijos de puta que escribían entonces en la revista Siete Días,publicaron toda nuestra posición cambiando una sola palabra.Donde decía no, pusieron sí. Entonces yo aparecía diciendo que"sí" íbamos a atentar contra las delegaciones, que "sí" íbamos atirar contra los jugadores".

Cuando la noticia de llegó a los despachos del edificio Libertador,muchos generales entendieron que los Montoneros preanunciabanun Mundial en paz. Los más veteranos, en cambio, no les creíanuna coma. El fantasma de Munich 72 los perseguía. Pensaban quelos Montoneros podían imitar al grupo palestino Septiembre Negroque tuvo su debut de fuego en los Juegos Olímpicos de Munich. Elsaldo de aquella acción del comando palestino, que había ingresa-do a la Villa Olímpica y tomado por asalto la concentración de ladelegación israelí, fue de quince muertos: once atletas de Israel, unpolicía alemán y tres guerrilleros. Septiembre Negro pedía por lalibertad de 200 presos políticos. Durante 34 horas los juegos estu-vieron detenidos, mientras las cámaras del mundo transmitían losreclamos palestinos y dejaban al desnudo las flaquezas de la segu-ridad alemana.Antes de que la tropa de Videla se inquietara frente a la incertidum-bre de los ataques, Albano Harguindeguy, ya tenía sobre su escri-

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torio del ministerio del Interior el borrador de las respuestas conque pensaba alejar temores. Sus camaradas lo elogiaban por lacara de piedra con que respondía a los inquietos corresponsalesextranjeros cada vez que lo interrogaban sobre las denuncias dematanzas y secuestros. "¿Desaparecidos?, aquí no hay desapareci-dos?", solía decir el general de las mentiras mientras en sus archi-vos personales acumulaba listas y detalles de cada detenido.Harguindeguy, a los 51 años, preparaba sus respuestas bajo la ins-piración de su escritor argentino preferido, el periodista de LaPrensa, Manfred Schonfeld. Harguindeguy acostumbraba empezarcada mañana de domingo con un café, seis medialunas y el ejem-plar de La Prensa sobre la mesa. Se ponía los anteojos de lecturay con un lápiz azul subrayaba las líneas que más le gustaban de "ElAlemán". De uno los artículos de Schonfeld destinados a ironizarsobre el mensaje de Montoneros para el Mundial, tomó estospárrafos: "La Argentina es un país afortunado. Fue precisamentedesde uno de esos centros neurálgicos, esta vez Dar-es-Salaam,capital de Tanzania como se acaban de dignar, condescientemen-te, a hacernos llegar, una vez más, su proba palabra de caballeros.Consabidamente -también el hampa tiene su código de honor-con el fin de tranquilizarnos. No tocarán -dicen- los estadiosdurante el desarrollo del Campeonato Mundial de Fútbol. No quie-ren causar daños a espectadores inocentes. Es como para hacerlesaltar las lágrimas al peor de los desalmados, i Qué gesto!, sobretodo si se tiene en cuenta que viene de parte de los han estado tre-pando, cómoda e inescrupulosamente, por toda la gama de críme-nes y delitos que registra el Código Penal. ¡Qué ejemplar humani-tarismo!, más que nada aquello de "los espectadores inocentes", Mlos que sólo les faltó un contexto sentimental para pergeñar algn

na mala letra de tango".

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"¡Esto es brillante! Ironía, mucha ironía.", pensó Harguindeguy. Ensilencio, empezó a elaborar la respuesta a los cronistas que le pre-guntarían sobre la posición de Montoneros. Cuando una semanaantes del Mundial enfrentó a los corresponsales, uno de ellos lehabló de una supuesta tregua montonera. Harguindeguy lo mirófijo y recordó a Schonfeld: "El enemigo aún no se ha rendido. Aúnestamos en guerra. Los montoneros son buenos muchachos alprometer un cese del fuego, pero nosotros no les creemos. Lo quecreemos es no tendrá lugar ningún ataque terrorista de importan-cia ya que hemos adoptado todas las medidas de seguridad posi-bles".En realidad, Montoneros nunca había anunciado tal tregua. Perolos exiliados críticos de Firmenich, que por entonces empujabancon firmeza el boicot total, desencantados con la estrategia de losmontos, desparramaron por donde pudieron severas insinuacio-nes contra el Pepe por su postura pro-Mundial. Los más atrevidoshablaban de un "sucio pacto".A Firmenich no le preocupaba demasiado. Estaba muy metido enla elaboración de un documento que desbordaba cifras y ejemplosde lo que sería la retirada de los militares y hasta se atrevió asituarla en el tiempo: "el campeonato Mundial se transformará enun hito estratégico, ya que después del mismo el enemigo estáobligado a definir sus contradicciones internas"La CN estaba convencida de que en la Argentina había "resistenciasindical masiva" y en sus documentos internos aseguraba que "lasfuerzas enemigas se han reducido en varias decenas de miles dehombres. Está agotada la ofensiva estratégica del enemigo.Debemos impedir la consolidación de la situación actual y nos esta-remos acercando al siguiente objetivo estratégico que es forzar suretirada". Perdía, número dos en la jerarquía montonera y uno de

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quienes había participado en la elaboración de los textos, décadasmás tarde calificaría aquel enfoque como "un error de pe a pá".La resistencia sindical masiva no era más que unas pocas huelgas,entre las que se destacaron la ferroviaria y la de trabajadores deSegba, que mostraban un movimiento obrero que apenas conser-vaba reflejos para defender salarios y algunas conquistas de losconvenios colectivosY el enemigo, por supuesto, no sólo no se había reducido sino quedesafiaba a los cuatro vientos y palpitaba una victoria inminente,"nosotros defendemos el derecho a la vida, sin discriminaciones deninguna naturaleza, de todo un pueblo que nos apoya. Los que nosdifaman desde el exterior, procurando el fracaso de un eventodeportivo o un congreso científico con absurdas y fantasiosas his-torias de genocidio, no nos conocen -gritaba el gobernador d<Buenos Aires, general Saint Jean a los habitantes de Timóte, en l.iprovincia de Buenos Aires-. No saben que, acosados, estrechamosfilas y templamos nuestros espíritus. Ignoran que somos hijos delegendarios conquistadores españoles, que somos hijos de lainmensidad de la pampa y por eso circula en nosotros sangre d i -hombres libres. Fieles pues a nuestras tradiciones, seguiremosbregando por la justicia, la soberanía y la libertad, para que, comodecía el viejo rey moro Abderraman 'no tengamos que llorar comomujeres, lo que no supimos defender como varones". El discursono era uno más. Lo pronunció el 29 de mayo, día del Ejército, enel octavo aniversario de la ejecución del ex dictador Pedro Eugenn >Aramburu por los Montoneros. Cientos de civiles lo aplaudieron.

La "línea" de la Conducción Macional desconcertó a muchos mil itantes montoneros repartidos por el mundo. Algunos estaban deacuerdo con las propuestas de boicot total de los partidos de

izquierda y socialdemócratas. Otros pensaban que planificar accio-nes en Buenos Aires era un riesgo demencial. El actor NormanBriski, exiliado en España, y que formaba el frente montonero dela cultura, fue uno de los primeros que habló de "plantarnos parael delirio" y, si bien no agarró el megáfono, optó por bajar la per-siana de la militancia y dar un silencioso paso al costado.Pero todavía no había madurado el tiempo de las críticas internasy la desparramada orga acataba, con bastante fidelidad, las deci-siones de la Cfl. Miguel Bonasso, quien por entonces estaba acargo de la secretaría de prensa del Movimiento PeronistaMontonero (MPM), se dio cuenta de que la posición dual "no al boi-cot, sí a las acciones armadas" resultaba difícil de explicar a la opi-nión pública. Justo él, que tenía la compleja tarea de armar unacampaña de prensa y esclarecimiento que convenciera a los des-

confiados periodistas europeos.La Comisión Especial del Mundial se puso en marcha con un buencaudal de dólares atrás. Folletos de brillante papel, conferencias deprensa y una enorme cantidad de obleas, que dieron de comer aunos cuantos talleres gráficos del D.F., se distribuyeron en cantida-des industriales y despertaron los primeros elogios de los exiliados

argentinos:-Pero qué bien te salió el contragauchito - le dijo un miliciano a la"compañera Morita", la encargada de crear el símbolo montonerodel Mundial. Era una réplica de la mascota oficial del EAM pero elQauchito Monto portaba una lanza tacuara y usaba poncho.-Vamos a usar nuestra mascota en todos los impresos y obleas-agregó Bonasso-. Abajo pondremos las consignas que ya están

aprobadas.El lema central era pegadizo, en el mismo tono que las tradiciona-les rimas de los cantos de la JP: "Argentina campeón/ Videla al

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paredón". Después vendrían otros: "Este partido lo gana el pueblo","Detrás del Mundial, un pueblo en lucha por su liberación" y "Cadaespectador del Mundial, un testigo de la Argentina real".En un estudio radial de México, Firmenich grabó en cassettes unaserie de mensajes "al pueblo" para emitirlos en las interferem i.r.de emisoras de radio y televisión que se harían en la Argentina. Ellocutor que lo presentaba era "el compañero Guille", quien con vozgrave y dramática anunciaba: "Atención, atención. Transmite radioLiberación, voz de los Montoneros". Después se escuchaba la mar-cha peronista cantada por Hugo del Carril, y enseguida el brevediscurso del Pepe. Apenas dos o tres minutos, porque otro Pepe,"el 22", un técnico que colaboraba en la puesta al aire de RadioLiberación, les recordó que en ese lapso la inteligencia militar noalcanzaba a detectar el lugar o vehículo desde el que se harían lüstransmisiones.Los elegidos para regresar a la Argentina y conectarse con losperiodistas extranjeros fueron Juan Qelman, Morberto Habbeger yArmando Croatto, un ex legislador que llevaría la misión adicion.ilde mantener conversaciones con los activistas sindicales que aúnestaban en pie. Bonasso viajó desde México a España para entre-garle a Qelman el cargamento de propaganda. Qelman pasó drpoeta a turista español, y con pasaporte falso, entradas para lospartidos en Mar del Plata adquiridas en agencias internacionales yun par de revistas Don Balón en la mano, se mimetizó con uno drlos contingentes de españoles que pensaba gritar los goles deJuanita y Cano.-La puta que lo parió - le dijo Qelman a Perdía en el aeropuerto <lcBarajas-. Me olvidé el piloto en casa.-Boludo, ahora no vas a regresar por un piloto. Te presto el mío,pero cuidámelo y traélo de vuelta por favor- le rogó Perdía, con la

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certeza de que el poeta más famoso de la orga iba a la boca dellobo y al bosque más oscuro.Sin que nadie lo reconociera, y no precisamente por el piloto dePerdía, Qelman, de sólidos contactos con la socialdemocracia delalemán Willy Brandt, el francés Francois Miterrand y el sueco OlofPalme, logró armar algunas conferencias de prensa en BuenosAires en plena Copa del Mundo. En el restaurante Otto, de CoronelDíaz y Juncal, mientras miraba con nerviosismo para todos los cos-tados, se dejó entrevistar por el editor del semanario mexicanoProceso, rio era un nombre feliz para el momento, pero Gelman,en esa cita clandestina, le dio un detalle de la represión que impac-taría a los lectores. Cada noticia publicada valía un Perú para elpoeta escondido. Una de sus mayores satisfacciones fue cuando el2 de junio le leyeron el comentario que había escrito Jean PierreClerc, corresponsal de Le Monde, desde Buenos Aires: "Las cifrasde desaparecidos producen consternación. Hemos preguntadoincansablemente a nuestros interlocutores de todos los orígenessociales o profesionales de todas las convicciones políticas.Cuando se escriba la historia de este período, ¿un solo argentinode buena fe podrá decir: yo no sabía nada? La respuesta es unáni-

memente negativa".Zigzagueando a los policías, los Fords Falcon y los dedos que losbuscaban para marcarlos a traición, los montoneros de tierraadentro se enteraron de la llegada de Qelman, Habegger y Croattoy celebraron semejantes regresos al país en las mismas narices delos represores. Las cosas no estaban como para penetrar a sangrefría las fronteras de las dictaduras y mucho menos para hacerlo porlos puestos de control de los aeropuertos.El comando mundialista estaba integrado por ocho militantes, lamitad repatriados. El jefe del Ejército Montonero era Horacio

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Mendizábal, "Hernán" y fue él quien dirigió, sin pisar territorioargentino, la Campaña de Ofensiva Táctica.Distribuidos en autos que previamente habían recorrido buena

parte de Susamérica para no sembrar pistas, ingresaron a laCapital Federal media docena de lanzacohetes RPG 7. Eran unasbazookas de un metro de largo que se armaban y desarmaban concierta facilidad y que entraban, sin problemas, en una valija detamaño común. El entrenamiento para manejarlos se hizo en el sur

del Líbano, donde los Montoneros tenían una fábrica propia drexógeno (explosivo plástico). El árabe que ocupó el rol de maestrode tiro alentaba a los montoneros con una frase que, después dfunos días de rutina, se convirtió en un irónico latiguillo:No se hagan problemas. Es lo mismo tirar en una práctica que tii.nen una calle.

La madrugada era fría y la fina lluvia le daba un aspecto fantasmal.La soledad en las calles era la necesaria para quienes iban a piebar, una vez más, aquello de Patria o Muerte. El montonero quemanejaba la camioneta no paraba de mirar por los espejos ,ii

Peugeot blanco que los seguía de cerca. La elección de la marai

del auto no era casual: esos eran los autos que usaba la policía d»-la provincia de Buenos Aires. Las indicaciones eran claras: dere< li< >por avenida Libertador y siempre por mano derecha. Debían fren.»

en todos los semáforos, no debían pisar ninguna senda peaton.il \a de tocar bocina. En fin, había que manejar como en Sut:< M

pero con un lanzacohetes soviético en la caja de atrás.Después de asegurarse que no había guardia externa y que elacceso a la General Paz estaba "limpio" para la huida, el chofer l>.i|0la marcha. Lo suficiente para que el montonero que iba atrás < ! < • • •corriera el toldo y asomara el RPQ7. Los dos colimbas que ( i r . i < >

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diaban el portón de ingreso sólo tuvieron tiempo de gritar el uno

al otro "¡agáchate!" El fogonazo no fue tan espectacular como elruido seco contra la parte superior de la pared, justo al lado de lasletras de yeso que servían de referencia: Escuela Mecánica de laArmada. El proyectil Energa tenía un poder de destrucción respeta-ble. Penetraba cuatro centímetros en una puerta de acero antes deliberar la energía que abría el agujero. Para cuando los colimbas

levantaron la cabeza, la camioneta doblaba la curva que la llevabaa la salvadora avenida del escape, mientras desde el Peugeot, ElFlaco, La Gorda y Lucho vaciaban sus cargadores para que nadie seatreviera a seguirlos. La ESMA no tenía capacidad de reacción paraataques sorpresas y menos a las cuatro y media de la mañana.-¡Hijos de puta! Estos hijos de puta nos madrugaron.El Tigre Acosta, el torturador más temido de la ESMA, dejó la ame-tralladora a un lado, miró los ladrillos perforados y entendió quedurante el Mundial no sólo tendría que preocuparse por los resul-tados del equipo de Menotti. El pelotón de combate "Mártires de laResistencia", de la sección "Tropas Especiales Capitán AlbertoCamps", había dejado su huella en las narices del mayor aparato

represivo de la dictadura. Los marinos que custodiaban a los mon-toneros engrillados en un macabro espacio llamado Capucha,entre dormidos y confundidos, todavía pensaban que había explo-tado una bomba en la playa de estacionamiento.

El revuelo fue tal que en pocas horas la ESMA era un pandemó-nium. Algunos vecinos se amontonaban en la avenida para decir loprimero que se les venía a la cabeza. Entre ellos, unos pocos perio-distas extranjeros cubrían la nota, no sin antes protestar contra elmovido Mundial que los tenía de la cancha al atentado y del aten-tado a la cancha. El Tigre Acosta los miraba desde adentro, conte-niendo la bronca de un plan que le había fallado: días antes del

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Mundial le había pedido a Lacoste una lista de los 4.000 periodis-tas extranjeros que estaban acreditados para la Copa. Repartió esalista entre los montoneros detenidos en Capucha para que "en undía" le marcaran con lápiz a todos los periodistas amigos de la CN.La respuesta de todos fue "no conozco a ninguno". Y Acosta leshabía creído.

Valentía, buena puntería y un convencimiento pleno de que la dic-tadura se deslizaba cuesta abajo, parecían los requisitos indispen-sables para un buen montonero del 78. Los ocho combatiente',seleccionados para disparar los Energa tenían dólares de sobrapara manejarse en una indiferente Argentina que nada sabía deellos. Los medios masivos de desinformación ignoraron uno a un<>los ataques y sólo el buen criterio de escuchar "la otra campana"permitió que un sector de la prensa europea hablara de los atenlados. "Para la prensa argentina no pasó nada - rememora Perdía-. Era increíble, habíamos hecho un quilombo madre, y en los durios no salía una sola línea. Por lo tanto, el objetivo militar que e.riidemostrarle al pueblo que se podía resistir, no se había cumplid' •Náufragos en su propia tierra, esos pocos militantes montonr.ni'.que aún empuñaban armas, no tenían la certeza de la derrota. Lo»militares los llamaban "grupos residuales" pero nunca supU-mncómo encontrarlos en el hormiguero del Mundial. Era muy evidente que el país le había dado la espalda a los grupos guerrilleros i ,\d estaba tan mimetizada con los militares que todos h;il>i i

ban de terrorismo y subversión y nadie de guerrilla. El lenguaje <!«•millones de argentinos parecía el lenguaje de los regimientos.Sin embargo, la insistencia de los sobrevivientes por comprobín "msitu" que había que resistir a sangre y fuego parecía ilimitada. A i..ocho montoneros les habían comentado que un minúsculo \\m

del ERP había probado su último poder de fuego con una bombaen un auto estacionado en el Centro de Prensa del Mundial. El arte-facto le había estallado en las manos a un inspector de la brigadade explosivos.-Si los perros (así llamaban a los combatientes del ERP), que estáncasi aniquilados, pudieron hacer esto, nosotros podemos hacermás todavía-, dijo Lucho para darles más ánimo al pelotón monto-nero.El Flaco lo miró con ganas de agregar alguna frase. Pero no le salí-an las palabras. El tiempo no pasaba en esa casa del oeste delGran Buenos Aires y la ansiedad los carcomía. Mientras miraban unplano del partido de Morón y memorizaban una ruta de salida, sen-tían que las espadas de Damócles estaban cada vez más cerca desus cabezas. El Flaco admiraba el sano voluntarismo de Lucho, suentrega sin límites para la causa montonera y especialmente suodio a los milicos. Pero también le preocupaba esa rara sensaciónde andar cañoneando al hombre invisible-La bomba de los perros salió en los diarios. Así de chiquito, perosalió. A nosotros nadie nos da bola. ¿Qué mierda pasa? -, dijo esti-rándose en el sillón mientras trataba de no arrugar el uniforme depolicía provincial que le calzaba justo.-Bueno, tranquilo -le contestó Lucho-. Ya sabes que todo no sepuede. Mira a los compañeros de la radio. El día del partido inau-gural, el mensaje del Pepe se escuchó en La Plata, El día deArgentina-Francia interfirieron la transmisión en San Miguel delMonte y en La Plata y más tarde, la de Canal 13. ¿Te parece poco?Los Montoneros saliendo por las radios y la tele con no se cuantospuntos de rating.-Sí, pero nadie comenta nada.De repente los ocho estaban realizando un balance político que a

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Lucho no le gustaba. Se puso de pie con cara de irse de la habita-ción. Todos lo miraron y comprendieron que no estaban allí paracuestionar la estrategia de Mendizábal. Pero más de uno pensabaque era hora de atacar un estadio. Argentina se preparaba parajugar con Polonia, en Rosario, y ellos eran de los pocos argentinosa los que el partido no les importaba. Tenían la sonrisa traviesacomo aquellos niños que van a cazar víboras en los bosques.También a las cuatro y media de la mañana, pero del 13 de junio,el general Reynaldo Bignone y su esposa Milda Belén se desperta-ron por una explosión al grito de "¡una bomba, una bomba!". Alsalir a la vereda, en el tranquilo barrio de Castelar, comprobaronque una de las paredes estaba destruida y también el auto en queBignone, dos horas más tarde, debía trasladarse hasta su puestoen la secretaria general del Ejército. Los militares no lo podíancreer. Cuando pasó el informe a sus superiores, Bignone - quienen 1982 asumiría como último presidente de la dictadura - nopudo aportar ningún dato porque no había testigos. La estrategiamontonera empezaba a desnudar su lógica: los ataques se realiza-ban en fechas que no coincidían con los partidos de la selecciónargentina (no podían arriesgarse a ser vistos por festejadores tmsnochados). Bignone apenas deslizó una curiosidad: al rato delbombazo ya tenía en la puerta de su casa un enjambre de periodistas extranjeros que habían llegado, con notoria celeridad, despues de transitar el largo trayecto entre Capital Federal y el oesi.bonaerense. El cohete Energa ratificaba que sería el arma más dicíente de los embates montonerosDurante junio, las camionetas montoneras y el Peugeot blanco rea-lizaron dieciocho ataques y abrieron dieciocho agujeros en l.isparedes enemigas. Mo sólo impactaron el misil en la ESMA, tam-bién clavaron un cohetazo de menor potencia en la Casa Rosada

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dejando un boquete que el personal de mantenimiento reparó encuatro horas. Otros ataques en la madrugada sacudieron laEscuela Superior de Guerra, el local del Servicio de Inteligencia delEjército en Viamonte y Callao, la sede del Comando en Jefe delEjército, el Regimiento de Infantería de Palermo, la EscuelaSuperior de la Policía Federal, la Escuela Superior de Querrá y lacomisaría 43 de la Federal. Los encargados de la camioneta quellevaba el equipo de radio también hacían lo suyo, aunque conalcance nacional. El 14 de junio se dieron dos lujos: interferir elaudio de la transmisión de televisión del canal de Mar del Platadurante el entretiempo del partido entre Argentina y Polonia y fes-tejar en las calles marplatenses el triunfo argentino mientras losautos policiales que los buscaban quedaban atascados entre lascaravanas de manifestantes.Otra estructura montonera, infinitamente más pequeña, sentíatambién en esos días que la muerte le mordía los talones. Eran lasmilicias montoneras, formadas por aspirantes y grupos de apoyoque apenas se movían entre estudiantes universitarios y fábricaslejanas. Unos pocos jóvenes que, sin plata y con alma militante yautónoma, buscaban en los mapas montoneros algún lugar que noquemara. Entre ellos estaba una veinteañera que apenas sabíamanejar una 9 milímetros y que por entonces esperaba una nena.Marisa Sadi recuerda que en aquellas semanas del Mundial: " serí-amos treinta o cuarenta los montoneros que quedábamos aquí enla Argentina. Ya estábamos aniquilados. Nuestros problemas pasa-ban por subsistir en la clandestinidad. Buscábamos algo paracomer. En un momento, algunos de nuestros compañeros asalta-ron un camión de distribución de carne enlatada y nos pasarnos losdías repartiendo volantes y comiendo paté y otras latas, nosotrosno estábamos para los bazookazos. Las acciones militares las

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hicieron los que vinieron de afuera, a nosotros jamás nos dijeronnada y nos enteramos años después".1Para las milicias habían quedado las tareas livianas. Dejar volantesen las calles, pegar afiches de Montoneros en los baños de las esta-ciones de trenes y pintar algunas paredes ocultas. Los menosexperimentados contaban las panfleteadas como hazañas de laresistencia francesa. Marisa y su esposo subían a los colectivos ycon la mejor cara repartían los volantes del gauchito montonero.Otros se animaban a más y los distribuían a diez cuadras de losestadios, los días de partido. La noche en que arrojaron volantesen la esquina de Corrientes y Pueyrredón y debieron escapar porPueyrredón rumbo al sur, una de las militantes miró para atrás delPeugeot para ver si alguien agarraba los papeles:Mira, mira -gritó alborozada-. Se agachan para agarrarlos. Teníasrazón, el dibujo les iba a llamar la atención.Los volantes, recién salidos de una de las últimas imprentas clan-destinas que no había caído, tenían la imagen de un militar debigote y gorra pateando un cráneo de calavera. Lo habían copiadode una foto del delantero Luque que avanzaba con pelota domina-da. Abajo escribieron: "Mundial 78. La gran farsa del milicajeargentino. Montoneros".Marisa había tenido suerte. Cinco militantes, todo ellos pertene-cientes a la Juventud Universitaria Peronista que militaba en lafacultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, fuerondetenidos en la volanteada que realizaban cerca del estadio deRiver el día del partido inaugural. Uno era Celestino OrnarBaztarrica, a quien llamaban "Patricio". Un día después secuestrana su novia, María Josefa Fernández y a Ricardo Freiré y el 3 de juniose llevan a Alicia Cristina Amaya, estudiante de Asistencia Social.Todos ellos se encuentran desaparecidos.2

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El avance sin freno del exterminio de los Montoneros que resistíanen el país, era la contracara del "éxito" de los grupos organizadosdesde el exterior por la CN.De modo que una de las instrucciones de la Conducción fue ele-gantemente desconocida. Se había sugerido que durante los par-tidos del Mundial, "los compañeros" debían concurrir a los estadiospara impulsar cánticos anti-dictadura en las tribunas populares.Montoneros pensaba que sus militantes y algunos amigos podríangritar "Videla asesino" y que la gente se sumaría al delirio desde lastribunas. En una agencia turística de España habían comprado unimportante paquete de entradas que servirían para mezclarse enlas hinchadas. Pero, como tantas veces, los errores de apreciaciónperforaban las mejores iniciativas. "Las entradas eran oro en polvo-recuerda Julio Bárbaro, ex diputado y asesor del PJ y uno de los"hinchas" tentados por los montoneros debido a su vieja amistadcon Mendizábal-. Pero esas entradas de oro, a la vez quemaban.Nadie de nosotros las quería".Marisa desconocía la idea original de los cánticos y, por eso, enaquellos años no le encontraba sentido a ese pilón de entradaspara ver España-Austria que llegaron a sus manos gracias a unacompañera. Su responsable, por pudor, nunca se atrevió a contar-le que la CN tenía la loca ocurrencia de los cantos contagiosos.-¿Y esto? -, le preguntó a su jefe.-Entradas gratis. Úsalas si querés, es para que se distraigan unpoco - le mintió el jefe.-¿No me digas que se las hicieron?-Y, sí. Ya que estábamos.El sábado 3 de junio, en las plateas de la cancha de Vélez, la mon-tonera Marisa, su panza, su esposo y buena parte de su familia gri-taron el gol de Dani en la derrota de España ante Austria. Se sen-

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tían extraños junto a la enorme colonia española. Pero estabanviendo el Mundial, en vivo y en directo, con los documentos cam-biados y con una bandera argentina que guardaron hasta el día dela final para celebrar la Copa al grito de "Dale campeón/ dale cam-peón".

En Madrid, los principales referentes de Montoneros no seguíancon la misma pasión los partidos del Mundial. Firmenich nuncahabía sido fanático futbolero, aunque todos los lunes preguntabacómo había salido Racing. Perdía buscaba noticias de Boca conmayor entusiasmo y también quería saber qué era de la vida deColón y Unión, los dos equipos de Santa Fe. A los partidos delMundial los escuchaban por una radio sueca o polaca. Es que lasemisoras españolas, por la diferencia horaria, no transmitían endirecto a la selección argentina y mucho menos la TVE. La nochedel partido con Polonia, Perdía escuchaba a un relator que decía"Kempes, Kempes, Kempes,Kempes" y una docena de palabrasque no comprendía.

-iBoludos, es gol de Kempes, gol de Kempes! - les gritó a sus com-pañeros de habitación.

-rio, tarado - le contestó uno de ellos que entendía algo de pola-co- Está diciendo que Kempes salvó un gol con la mano. Es penalcontra Argentina, salame.

El día de la final, la televisión española lo transmitió en directo y elfestejo fue tal que todo el edificio se enteró que allí vivían argenti-nos. El dueño del departamento, que no imaginaba a qué perso-naje tenía de inquilino, llamó a Perdía por teléfono en la madruga-da madrileña:

-Señor Miguelez, lo felicito, ustedes son campeones del mundo.-Gracias, gracias- respondió Perdía, después de dudar un segun-do. Hasta que recordó que para firmar el contrato había dado los

documentos de un tal Miguelez.r.n México, Qalimberti y Bonasso miraban los partidos en el come-dor de un hotel donde esperaban con ansiedad el regreso de loscombatientes. Varios montoneros que los acompañaban usaban lacamiseta Adidas de la selección. A Qalimberti le daba vergüenzapreguntar de qué jugaba Ardiles o en que club estaba Tarantini. Supreocupación mayor era saber si volvería con vida "Yuyo", uno desus leales de la Columna Morte que había viajado a la Argentinapara participar de la ofensiva táctica.Cuando unos días después "Yuyo" apareció por el hotel, Qalimbertilo abrazó como a un boxeador que venía de pelear con MuhammadAlí. Lo palpó en busca de heridas y, después de las felicitaciones,lo apuró para que les contara qué ocurría en la Argentina:-Están todos enloquecidos con el fútbol. La gente no hace otracosa que hablar del Mundial. Yo mismo me metí en uno de los fes-tejos que se hizo en la 9 de julio y Santa Fe- dijo "Yuyo".Bonasso y Qalimberti lo escuchaban con atención, aunque el rela-to les sonaba como el de alguien que acaba de descubrir un secre-to familiar que todos imaginaban.-¿Y todo lo que hicimos nosotros?- preguntó Qalimberti."Yuyo", que traía en sus oídos la dolorosa música de un pueblo dis-tinto al que anhelaba, tragó saliva, los examinó con la mirada deun analista e igualmente trató de entusiasmarlos con los detallesde sus actos heroicos: -Una tarde dejé una cinta con el discurso deFirrnenich en la cartelera de noticias que el diario La Nación tieneen la peatonal Florida. Otra vez publiqué un clasificado en los dia-rios prometiendo empleo fácil y buena paga. Me dejaron no sécuantos curriculums y fotos, ahora tenemos legajos y fotografíasde argentinos y argentinos para camuflar a unos cuantos cumpas-Era todo lo que tenía para decir.

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Cuando Mendizábal dio cuenta de las dieciocho operaciones en uncomunicado muy orgulloso, el gobierno de México puso el grito cuel cielo. El acuerdo con Montoneros era darles asilo, pero a condi-

ción de que no realizaran en suelo mexicano apología de "he< l > <de violencia" cometidos en la Argentina. Mendizábal pidió discul-pas, pero igual se encargó de que toda la prensa se enterara < l c ibalance: ni una sola baja, dieciocho atentados exitosos y un jefe degendarmería asesinado. La historia de la guerrilla nunca pudo |>n

cisar dónde murió ese gendarme. Los libros de los represores tam-poco contabilizaron esa baja en junio de 1978 y sólo hablaban deun policía herido en la comisaría 43.

La política de "dejemos que el Mundial se juegue" es la que daríaorigen, años más tarde, a la sospecha de una o más conversac u >nes entre la conducción de Montoneros y el almirante Massera parasellar un pacto de no agresión que permitiera que durante elMundial no corriera sangre.

"Todas mentiras. El único diálogo que existió entre Massera y l < > - .Montoneros fue en las mesas de tortura. Massera de un lado, y

nuestros compañeros en el otro", responde Perdía, con vehemcncia, cuando se toca el tema.3

En realidad, durante 1978 nadie se enteró de tal encuentro, excep-to los lectores de la revista Correo Argentino, editada por dos exi-liados argentinos, Eduardo Luis Duhalde y Gustavo Roca y del

mensuario Alternativa que sacaba un grupo de uruguayos exila-dos en Estocolmo, Suecia y que se identificaban con la lucha de losTupamaros.

En ambas publicaciones se relataba la historia de una supuesi.ireunión, realizada en abril de 1978, pero ni se mencionaba la exis-tencia de un pacto: "Massera se reunió en París y Madrid con bucn.i

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parte de los sectores políticos argentinos. Allí, en entrevistas deantología, en las que afirmó, en manga de camisa, que él mismohabía torturado pero que ya no lo hacía, pidió la deposición de lasarmas por parte de las organizaciones armadas, a cambio de: 1)Liberación y expulsión del país del 75% de los prisioneros políticosreconocidos (alrededor de 3.500), 2) Autorizar el retorno de un altoporcentaje de exiliados a cambio de su participación en el "Proceso

de Reorganización nacional" y su compromiso de renunciar a todaforma de acción violenta, 3) Implementación de un nuevo PactoSocial con participación selectiva de políticos y sindicalistas quedaría a los trabajadores concesiones salariales, a cambio de acep-tar restricciones fundamentales en el derecho de huelga y otrasconquistas, 4) Publicación de una lista de 10.000 personas "caídasen enfrentamientos con fuerzas de seguridad". En cuanto a lossecuestrados fue menos generoso que con Estados Unidos: "nohay más presos que los que figuran en las listas oficiales, deben

olvidarse de los otros, es una decisión irrevocable", contaban los

uruguayos.Mucho más audaces, Duhalde y Roca titularon "Cómo se negocia la

resistencia obrera y la sangre derramada". La versión de CorreoArgentino hablaba de entrevistas de Massera con "notorios pero-nistas como Casildo Herreras y Sobrino Aranda" y agregaba quetambién se habían concretado citas con "insospechados concu-

rrentes". En el lenguaje de los exiliados, los insopechados no eran

otros que los Montoneros.Con acertado ojo crítico los ex montoneros que leían esas publica-

ciones descreían de las versiones. "¿Vos pensás que Firmenich yMassera se van a encontrar en Europa y nadie los va a ver? Escarne podrida para desalentar a cualquier grupo de exiliados queesté pensando en mantener conversaciones con la dictadura".

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decían los más reflexivos muy cercanos al real origen de esos artí-culos. Por entonces se sospechaba que el exiliado dirigente sindi-cal del gremio gráfico, Raimundo Ongaro, tenía entre sus planes elpedido de audiencia con un representante de la cúpula militar. Locierto es que la bola de nieve fue creciendo y la CN quedó con elcartelito en la espalda.Con los años, la principal fuente de la que bebieron quienes adhi-rieron a la teoría del pacto fue el testimonio de las familias Dupont,Holmberg y Águila. Todas imputaban a Massera los homicidios delos diplomáticos pro-dictadura Gregorio Dupont y Elena Holmbergy del periodista Horacio Águila, quien además de ser director de larevista Confirmado era presidente de un partido de centroderecha,la Fuerza Federalista Popular, que apoyaba a Martínez de Hoz comocandidato a presidente.En el libro Almirante Cero, una biografía de Massera escrita porClaudio Uriarte, se da esta versión: "Gregorio Dupont escuchódetenidamente el relato de Elena. La diplomática dijo que estabaasqueada y relató tramo a tramo sus incidentes con el centro Pilotode París. Sostuvo que Massera se había entrevistado repetidasveces con Firmenich y otros líderes Montoneros tal como se habíapublicado recientemente en el diario Le Monde. Que en una oca-sión le había entregado a Firmenich una suma cercana a los1.300.000 dólares y que no sólo eso era así sino que ella lo podíaprobar ya que existían fotografías de aquel hecho. También decla-ró su intención de denunciar a Massera, ante lo cual Dupont le con-testó: Teñe mucho cuidado con todo esto, porque acá la genteestá desapareciendo todos los días por mucho menos de lo quevos decís".El 20 de diciembre de 1978 Elena Holmberg fue secuestrada cuan-do estacionaba su auto en un garage de la calle Uruguay, en Barrio

Norte. Al efectuar la denuncia, su hermano Eugenio AlejandroHolmberg aseguró que Harguindeguy había admitido que elsecuestro era "obra de los marinos, algo del hijo de puta del NegroMassera". El 11 de enero de 1979 el cadáver de Holmberg apare-ció notando en las aguas del Río Lujan en el Tigre. Según Uriarte,Massera decía que Holmberg era "una lesbiana corrupta que habíaofrecido vender al Ejército información que realmente no tenía yque involucraba supuestas entregas de dinero de Massera aFirmenich" y que "al menos desde marzo de 1978 Massera mante-nía contactos con altos líderes montoneros con quienes negociabadesde la tregua durante el Mundial hasta un futuro proyecto políti-co. Uno de los principales gestores de estas reuniones fue LicioGelli en una de cuyas agendas aparecería más tarde una cita parauna entrevista entre él, Massera y Firmenich en Villa Wanda la resi-dencia de Gelli en Arezzo y donde Massera y su esposa residíancuando iban a Italia. También se realizaron entrevistas en el HotelIntercontinental de París".Silvia Raquel Águila, hermana del periodista asesinado, les asegu-ró a todos los jueces que investigaban el asesinato de Horacio queel chofer de la agregaduría naval en París, Américo Muñoz, fue elque llevó a Firmenich y Vaca Narvaja al Hotel Intercontinental,donde se habría celebrado la reunión entre los jerarcas de laArmada y Montoneros. La palabra de la señorita Águila sonaba cre-íble a los magistrados porque ella misma había trabajado en elCentro Piloto de París. Para los organismos de Derechos Humanos,su participación en aquel laboratorio de mentiras y persecuciones,la convertía en testigo poco confiable.Después de negar cada hecho, Perdía admite hoy que Montonerosbuscó abrir negociaciones con la dictadura pero nunca con Masse-ra en forma directa sino por intermedio de la Iglesia Católica. Los

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contactos entre Firmenich y Perdía con altos representantes delvaticano tenían siempre el mismo final: la junta militar no quen.ihablar con ellos. En una oportunidad, la gestión fue realizadadirectamente por Perdía ante el papa Paulo VI, pero del otro ladodel Atlántico nadie aceptó el convite.Otro extraño personaje que alimentaría la versión del encuentroMassera-Firmenich fue Héctor Villalón, un veterano peronista queacumulaba negocios financieros gracias a su oportunismo y encuyo álbum de anécdotas figura la vez que le vendió a los cubanosuna visita de Perón a la isla para entrevistarse con Fidel Castro. Asílogró la representación de ventas de una marca de habanos revo-lucionarios. Villalón, miembro del Consejo Permanente delPeronismo en el Exilio y que se jactaba de haber integrado "la Cortede Perón entre 1962 y 1973", se reunió con Massera el 8 de abrilde 1978. riadie supo que vendió o qué entregó. El rumor más sen-tido era el de su intermediación en la compraventa de submarinos.Pero a su vez, muchos militantes montoneros tenían diálogo conVillalón, y es probable que ese triángulo de contactos despertara laimaginación de los que creían en el encuentro de el Pepe y elNegro.

Los Holmberg aseguran que en 1978, durante una recepción ofi-cial en la embajada argentina en París, cuando Massera y su espo-sa recorrían Europa, todos miraban un diamante que lucía DeliaVieyra o "Lily la almiranta". Dicen que Elena Holmberg se le acercóy le preguntó:

¿Qué lindo diamante en? ¿Este se lo regaló también Firmenich?4

Allí, sostienen, Elena Holmberg selló su suerte.

El calor habanero ya no molestaba como un año atrás. La únicaqueja que se escuchaba en los departamentos de los exiliados

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montoneros era la poca cultura futbolera de los cubanos. "Conestos no podes hablar de fútbol, no sólo no lo entienden; ni sabenquién es Kempes", decía Mendizábal a su gente.A los cubanos les gustaba compartir un ron y, cada tanto, unosmates con los miembros de la delegación montonera que habíallegado para el Festival de la Juventud. Después de varios días dedebates y fiestas insuperables, centenares de militantes e invitadosde todo el mundo reposaban en busca de un poco de vida normal.Era entonces que aparecía el fútbol y cada uno comentaba, a sumodo, los resultados del Mundial que había terminado, sin másdetalles que los escuetos análisis de la agencia cubana PrensaLatina. A los rusos les gustaba la polémica, tanto como a los argen-tinos y los mexicanos. En ese estado de excitación deportiva, losargentinos hablaban de Passarella, de Luque y de Fillol como bra-vos integrantes de "nuestra selección". La Copa también era "nues-tra". Hasta que alguien cambió el rumbo de la charla y de a pocola llevó al terreno militar. "Los jugadores hicieron lo suyo, y nos-otros también cumplimos. Mi una baja y flor de quilombo le meti-mos a los milicos", dijo uno de los integrantes del pelotón. Todoslo aplaudieron. Mendizábal no se imaginaba que por aquellos díasde agosto de 1978, al igual que los jugadores campeones delmundo, su equipo también seria premiado.Firmenich tenía, desde mucho tiempo atrás, la ¡dea fija de las con-decoraciones. La lectura de los diarios cubanos lo inspiró paratomar como ejemplo la Orden del Héroe en Combate. El ejércitode la isla la usaba con frecuencia para aquellos que regresaban depelear en Angola. El Pepe buscó el nombre adecuado para lamedalla y después de repasar la lista de comandantes caídos, sedecidió por llamarla "Orden Comandante Carlos Olmedo" enhomenaje a uno de los fundadores de las FAR (Fuerzas Armadas

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Revolucionarios) que en 1974 se habían fusionado en Montoneros.La tarde en que Mendizabál recibió la condecoración y posó parala fotografía junto a Firmenich, el ojo vivaz del reportero gráficobuscó el marco adecuado, un enorme mapa de la Argentina y unretrato de San Martín servirían de buen telón de fondo. El redactorde Estrella Federal se dejó llevar también por los aires triunfantesde la sencilla ceremonia y escribió debajo de la foto: "El brillantedesempeño del comandante Mendizabál al frente de la Jefatura delEjército Montonero es destacado por el Comandante Firmenich,quien lo felicita y expresa el agradecimiento en nombre del conjun-to del Partido por el rol cumplido por las fuerzas militares a sumando en la detención de la ofensiva enemiga".Ese mismo día la CM empezó a preparar la contraofensiva de 1979.Los resultados de la Ofensiva Táctica Mundial 78 y las exageracio-

nes en medir lo que ocurría en la sociedad argentina^ conduciríana Montoneros a otro desastre. Un año después del Mundial,Mendizábal, el invicto del 78, el de los dieciocho agujeros en losmuros de la dictadura, caía en la contraofensiva.Cuando ya nada podía repetirse y el pasado se convertía en unlibro sin polémicas, Perdía dijo en sus recuerdos: "aquella campa-ña del 78 salió mejor de lo esperado y seguramente eso influyó enel ánimo para hablar de una contraofensiva en el 79. nosotros,para la época del Mundial, creíamos que los pueblos, al igual quelos hombres necesitan recuperarse de los golpes padecidos. Y poreso no nos parecía bien atacar las instalaciones o impedir que sejugara, la gente necesitaba volver a juntarse, festejar en común.Esos festejos no consolidaban a ninguna dictadura aunque reco-nozco que en el corto plazo podía dar esa impresión. Pero la ver-dad es que esos festejos, fortalecía el alma de la gente, el alma delpueblo imposibilitado de reunirse y sometido al dolor de la injusti-

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cia y la represión. Situaciones como las de el Mundial 78 eran unauténtico oasis en medio del desierto. ¿Por qué dicen ahora queaquellos festejos estaban mal? ¿A quien no le gusta gozar de lafelicidad del agua fresca en medio de una travesía agotadora".

Notas

1 Entrevista con el autor. 2002.

2 "La resistencia después del final", Marisa Sadi. Ediciones NuevosTiempos. Página 78.

3 Entrevista con el autor.

* "Almirante Cero", de Claudio Uriarte. Editorial Planeta. Página 200.

5 El editorial de la revista Evita Montonera de septiembre de 1978 dabaargumentos para incentivar cualquier acción armada futura: "Nosotros

ganamos el mundial de fútbol ganando las calles, gritando masivamente

toda la alegría y la bronca acumulada en la cara de los policías vestidos de

civiles, con nuestras gloriosas Locas de Plaza de Mayo movilizadas por la

calle Florida, con nuestra consigna "Argentina campeón, Videla al paredón",

transmitida por televisión, con más de veinte operaciones militares contra

los reductos más custodiados de la dictadura y sin interferir en el desarro-

llo del Campeonato. Ganamos el Mundial deportiva y políticamente. El

heroísmo de la resistencia sindical y popular, y de la resistencia armada ya

ve florecer las esperanzas de sus sufrimientos...los momentos más duros

ya han pasado, pero todavía queda mucho espacio por delante para obli-

gar a la dictadura a retirarse. Todavía es necesario el heroísmo de los cua-

dros capaces de morir para que la patria viva..."