La vara de la hada...muertos. En sus redes la memoria teje la vida vieja, la vida muerte, el tiempo...

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REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 101 Suspendida en el aire nos mira. En el aire inmemorial que siempre re g resa, que siem- pre nos habla. Nos mira entre los poros del viento, entre los resquicios que labra el pincel cuando toca las almas. El aire nació cuan- do la tierra aún no despuntaba. La muerte nació antes que el aire, antes que la tierra. El aire viaja entre almas vivas y cuerpos muertos. En sus redes la memoria teje la vida vieja, la vida muerte, el tiempo eter- no. El aire no cesa, no envejece, no muere. Su hálito sostiene las palabras del mundo, y quizá, la mirada de los muertos. Cuando la punta de metal hiere la lámina, el ánima y la muerte se tiñen en el cielo. Hernández aguafuerte, Hernández cobre, Hernández barniz. Tras el largo invierno la muerte cobra vida. Suspendida en las venas del aire la muerte observa. Escarba y atestigua. Esperan el agua, la tierra, la mujer, el hombre, el céfiro. Cava la pala, murmulla el pincel. Los trazo s golpean, la tierra camina: todo es luz. In- contables rostros, impensables guiños, insec- tos humanos, humanos insectos perseguidos por el demonio, humanos kafkianos, bichos abigarrados. Miradas tristes, miradas largas, miradas que duelen. Miradas muertas, mi- radas que transmiten el sinsentido del caos. El pincel no reposa: cava cuando baila, ha- bla callando. La muerte nos mira. Exige que la vea- mos. Tócame, desnúdame, cántame. Exige que seamos ella antes de part i r. Que seamos el viento que transporta los cuerpos. Que seamos los huesos que sostienen el alma. La muerte respira, la muerte aguarda. En t re sus lomos, apenas visibles, los dados. Cuadrados o amorfos, volando o en reposo. Un punto, tres puntos. Los dados, el tiempo: ruedan y ruedan y ruedan. Nunca paran. Los dados: ¿Son suerte?, ¿son el riesgo de sa- berse vivos?, ¿son tiempo?, ¿son miedo?, ¿son pregunta?, ¿son serendipia?, o, ¿son tan sólo el pulso de la muerte? El juego es infinito. Como las manos de Hernández. El cepillo de hierro cercena. ¿Cuántas muertes hay en la vida?, ¿cuántos rostros imagina Hernández? La mirada no cesa. Mueve, captura, embriaga la mañana. Pe- netra el cobre. Pinta. Pinta las caras de la m u e rte, la sangre del silencio. Pinta la trom- peta que acuna en sus notas los dedos del viento, los sueños de la noche. Un trazo, La vara de la hada Grabado de Sergio Hernández Arnoldo Kraus Sergio Hernández, La vara de la hada, grabado al aguafuerte, al aguatinta y punta seca, 190 x 107 cm.

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REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 101

Suspendida en el aire nos mira. En el aireinmemorial que siempre re g resa, que siem-pre nos habla. Nos mira entre los poros delviento, entre los resquicios que labra el pincelcuando toca las almas. El aire nació cuan-do la tierra aún no despuntaba. La muertenació antes que el aire, antes que la tierra.

El aire viaja entre almas vivas y cuerposmuertos. En sus redes la memoria teje lavida vieja, la vida muerte, el tiempo eter-no. El aire no cesa, no envejece, no muere.Su hálito sostiene las palabras del mundo,y quizá, la mirada de los muertos. Cuandola punta de metal hiere la lámina, el ánimay la muerte se tiñen en el cielo. Hernándezaguafuerte, Hernández cobre, Hernándezbarniz. Tras el largo invierno la muertecobra vida.

Suspendida en las venas del aire la muert eobserva. Escarba y atestigua. Esperan elagua, la tierra, la mujer, el hombre, el céfiro.C a va la pala, murmulla el pincel. Los trazo sgolpean, la tierra camina: todo es luz. In-contables ro s t ros, impensables guiños, insec-tos humanos, humanos insectos perseguidospor el demonio, humanos kafkianos, b i c h o sabigarrados. Miradas tristes, miradas largas,miradas que duelen. Miradas muertas, mi-radas que transmiten el sinsentido del caos.El pincel no reposa: cava cuando baila, ha-bla callando.

La muerte nos mira. Exige que la vea-mos. Tócame, desnúdame, cántame. Exigeque seamos ella antes de part i r. Que seamosel viento que transporta los cuerpos. Queseamos los huesos que sostienen el alma.

La muerte respira, la muerte aguarda.En t re sus lomos, apenas visibles, los dados.Cuadrados o amorfos, volando o en re p o s o.Un punto, tres puntos. Los dados, el tiempo:ruedan y ruedan y ruedan. Nunca paran.Los dados: ¿Son suerte?, ¿son el riesgo de sa-berse vivos?, ¿son tiempo?, ¿son miedo?, ¿sonp regunta?, ¿son serendipia?, o, ¿son tan sóloel pulso de la muerte? El juego es infinito.Como las manos de Hernández.

El cepillo de hierro cercena. ¿Cuántasmuertes hay en la vida?, ¿cuántos rostrosimagina Hernández? La mirada no cesa.Mueve, captura, embriaga la mañana. Pe-netra el cobre. Pinta. Pinta las caras de lam u e rte, la sangre del silencio. Pinta la tro m-peta que acuna en sus notas los dedos delviento, los sueños de la noche. Un trazo,

La vara de la hadaGrabado de Sergio Hern á n d e z

Arnoldo Kraus

Sergio Hernández, La vara de la hada, grabado al aguafuerte, al aguatinta y punta seca, 190 x 107 cm.

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otro trazo, el barniz. El cabello que arropala cara, las caras que miran de frente. Si l e n-cio. La luna. Silencio. La muerte dueñadel mundo debe esperar.

Las ruletas hieren el metal. El crujir ro m-pe la insonoridad: sangra la vida, sangra els u d o r. Habla He r n á n d ez: las arrugas, el ca-lor, las bocas, las palabras, las libélulas quemiran, los guiños, el ojo que avizora la tum-ba, el cuerpo, el lento mutismo del pincelque salpica tiempo, la vida que brota, lamuerte que nace, la entropía que asfixia.

Las caras observan. Perforan el pensa-miento y entre noche y noche le cantan aldolor de la muerte que cura. Nace un ro s t ro ,nace otro, nace la vida, nace el tiempo: Nohay leños verdes en este bosque sinfín.

Un ro s t ro mira, otro pregunta. Un cuer-po hombre, un insecto mujer, un gusanopequeño que baila. Una calavera inmortalque dice, no duele la muerte, duele la vida.Una mariposa que recuerda, el diablo es elúnico que sabe que la muerte es un engaño.Un insecto piensa, aquí estoy. ¿Acaso tu pielno siente, acaso tu olfato no recuerda? Un seramorfo que asegura, aunque huyas amorm í o, siempre serás el tiempo pasado, el tiempomañana. Bichos kafkianos, incontables sa-bandijas: eso somos.

La punta del metal teje. Múltiples in-sectos se miran, se hablan, nos advierten:los muertos viejos entierran a los nuevos. Lamuerte, siempre la muerte. La muerte co-bija la vida que enciende cada mañana elmundo de He r n á n d ez. Re c u e rda la voz anó-nima: “Ha transcurrido un año sin tus labios,un año sin tu voz. Mi boca no muere”.

Atrás queda el lomo del cobre, el olor abarniz, el vacío imposible, las ideas heridas,los huesos flacos donde pincel y memoriase confunden. Quedan las palabras rotas, loscolores fugaces y el tiempo imperceptibleque sostienen las manos del artista. Quedala herida abierta. La llaga que marchita laluz. La herida que aguarda las caricias dela g u a f u e rte, la herida He r n á n d ez. Queda elgrabado que detiene la muerte. Bichos k a f -kianos, incontables sabandijas: eso somos.

La vara de la hada, detalle

La vara de la hada, detalle