La tragedia del Titanic

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IHffljosí LA TRAGEDIA DEL “TITAN1C” Historia del mayor desastre naval en la historia de la humanidad El 10 de abril de 1912 zarpó del puerto de Southampton, Inglaterra, con destino a Nueva York, Estados Unidos, el transatlántico “Titanic”, máximo orgullo de la Compañía Na-

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Artículo de Hechos, Sucesos que estremecen al siglo. Tomo 6

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LA TRAGEDIA DEL “ TITAN1C”

Historia del mayor desastre naval en la historia de la humanidad

El 10 de abril de 1912 zarpó del puerto de Southampton, Inglaterra, con destino a N ueva York, Estados Unidos, el transatlántico “T itan ic” , máximo orgullo de la Compañía Na-

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viera W hite Star. Iniciaba su viaje inaugural, con la admiración del mundo entero.

El barco m edía casi 275 metros de largo, alcanzando una altura de un edificio de once pisos. Su im presionante dimensión le permitía recibir, sin problem as, a cinco mil pasajeros. Estaba dotado de nueve cubiertas, una cancha de tenis, otra de golf en miniatura, teatro, terrazas con palm eras, baños turcos, piscina, salones equipados con mobiliario de la mejor calidad, bibliote­cas, amplios com edores, fumoirs, en fin, contaba a bordo con todas aquellas com odidades y lujos que pudieran satisfacer el gusto y las expectativas de los más exigentes pasajeros.

Los constructores del buque lo consideraban el más seguro de cuantos existían a flote, lo que llevó a expresar a un tripulante que “ ...n i siquiera Dios podría hundirlo” .!Estaba construido con doble fondo y el casco dividido en dieciséis com partim en­tos estancos, herméticamente sellados. Las cadenas del timón, y el timón m ism o, pesaban en conjunto cien toneladas. La instalación de telegrafía sin hilos tenía un alcance de tres mil millas. No existía en su época ninguna nave que lo superara en tamaño, seguridad, suntuosidad y comodidad. Era orgullo de la ingeniería marina y la navegación comercial de principios de siglo.

PROMINENTES PASAJEROSEn su prim er viaje, el “ T itanic” transportaba alrededor de 2 mil doscientas personas. En este punto, no existe acuerdo por cambios que se verificaron antes del zarpe y discrepancias en el número de pasajeros registrados. Se estim a que en primera clase viajaban 128 mujeres y 15 niños; en segunda, 79 mujeres y 8 niños y, en tercera, un total aproximado de 740 pasajeros,

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con una elevada proporción de mujeres y n iños. Como se puede apreciar, la cantidad de varones que viajaban era muy alta: alrededor de 1.500.

Entre los personajes prominentes embarcados en la lujosa nave figuraban, entre otros, el m ayor Archibald Butt, consejero del presidente estadounidense W illiam Howard Taft; Isidor Straus, excongresista y director general de los grandes alm ace­nes neoyorquinos M acy’s & CO .; Benjamín Guggenheim , rey del carbón; el coronel y m ultim illonario John Jacob Astor y su joven esposa, recién casados; Karl S. Berth, campeón de tenis; John Taylor, vicepresidente del ferrocarril de Pennsylvania, y su esposa; el pintor Francis D. M illet; W illiam T. Stead, propie­tario de “ The Review o f R eview s” de Londres; Joseph Bruce Ismay, director general de la W hite Star Line, propietaria del vapor; el economista Charlyle Crain; el empresario Henry B. Harris y señora; George Harden y señora, que disfrutaban de su viaje de luna de miel; M rs. Cardeza e hijo, prominentes m iem ­bros de la sociedad de W ashington, y la viuda del coronel Potter, un exem bajador norteamericano en Italia.

La oficialidad del ‘ ‘T itanic” estaba com puesta por el capitán E. J. Smith, considerado como el más hábil y experimentado marino al servicio de la W hite Star Line, más los oficiales Murdock, Evans y A lexander, prim ero, segundo y tercero, respectivam ente.

EL DOMINGO FATALEl domingo 14, día de la tragedia, amaneció calmo y sin nubes. Nada hacía presagiar las horas aciagas que más tarde sobreven­drían. A temprana hora se celebraron los oficios religiosos y la

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vida, en el barco, comenzó a desarrollarse con la más absoluta tranquilidad. N i'siquiera al prim er signo de alarma se le dio importancia. Este correspondió a un mensaje del vapor “ Caro- nia” que decía lo siguiente:

“ Capitán, Titanic: Vapores rumbo oeste informan de ice­bergs, témpanos y bancos de hielo a los 42° N ., desde 49° hasta 51° O. Saludos, B arr” .

El cable fue llevado al puente de mando donde se encontraba el capitán Smith, quien ordenó un acuse de recepción.

Cerca del m ediodía, otros barcos se com unicaron con el ‘ ‘Titanic’ ’ para advertir sobre la peligrosa presencia de hielo en su ruta. Lo hicieron, entre otros, el “ Californian” , que se cruzó a corta distancia con el lujoso transatlántico y el “ B altic” . El radiograma de este último no sólo lo conoció el capitán de la nave, sino que también se enteró de su contenido el director general de la Com pañía, J. Bruce Ismay, quien tras leerlo lo guardó en uno de los bolsillos de su traje, no dándole la importancia requerida.

Pese a las recom endaciones de precaución, el “ T itanic” no disminuyó su marcha y la vida a bordo siguió desenvolviéndose con total normalidad. Las comidas a sus horas. Los salones con gente leyendo y degustando la más amplia variedad de cocteles. Niños jugando en las cubiertas. Todo el mundo disfrutando de las comodidades excepcionales del más lujoso de los barcos que surcaban los mares.

La noche de ese domingo se presentó despejada, pero fría. Tras cenar, algunos pasajeros de segunda clase se juntaron a entonar viejas canciones. Se cuenta que, entre otras, cantaron varias veces un tradicional himno marinero llamado “ Para aquellos que están en peligro en el m ar” :

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“ ¡Oh! Señor,a Ti imploramospor los que están en peligro en el m ar’ ’.

A las diez de la noche, la tripulación del “ T itanic” había recibido por lo menos siete mensajes advirtiendo la presencia de grandes moles de hielo. Ello llevó a que los oficiales encar­garan a los vigías que estuvieran excepcionalmente alertas ante la aparición de un iceberg . Desgraciadamente, por una circuns­tancia que nunca se aclaró, los vigías carecían de anteojos de larga vista, indispensables en el trabajo que les tocaba cumplir.

Iluminado, alegre, suntuoso, e l “ T itanic” se desplazaba esa noche a un promedio de 22 nudos. En lo alto, el centinela, ojo avizor, buscaba infructuosamente la presencia de h ielo ... mas nada alteraba la tranquilidad de la superficie. El relucir de las estrellas amortiguaba levemente la obscuridad de las sombras nocturnas.

A LO LEJOS EL HIELO PARECIA PEQUEÑOEn el cuarto de radio, la actividad no cesaba. A las 22.00 horas, Harold Bride, operador del aparato, fue relevado por Jack Phillips, quien recibió el siguiente mensaje del “ C alifornian” :

“ Oye, viejo, estamos bloqueados aquí, sitiados por todos lados de hielo” .

Por su parte, el operador del “ T itanic” respondió:

“ Cállate, deja libre la línea, no interfieras. Estoy com unica­do con Cape Race; estorbas mis señales” .

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M ientras tanto, en lo alto, el vigía Frederick Fleet, oteaba el horizonte buscando icebergs. Tiempo después, Fleet, interro­gado por una Comisión Senatorial norteam ericana, recordó aquellos momentos:

“ No tengo idea a qué hora vi el hielo; pero estoy seguro de que fue después de las once y media de la noche. Inmediata­mente llamé con la cam panilla tres veces y comuniqué el hecho al oficial de guardia, de quien obtuve respuesta inmediata. Mientras telefoneaba, el vapor cambió de dirección. El hielo parecía pequeño prim ero, pero a medida que nos acercábamos crecía en forma alarmante, hasta que apareció de una altura que estimo en sesenta pies. El iceberg no tocó la proa, sino que chocó en el lado de estribor, un poco adelante del mástil, sin que el “ Titanic” se detuviera hasta después de haber pasado el iceberg” .

A su vez, el prim er oficial W illiam Murdoch al recibir la información del vigía ordenó de inmediato que la nave virara a estribor. En el puente, el piloto Robert Hichens obedeció ins­tantáneamente y apoyó todo su peso en el timón.

Eran las 23.40 horas. Una gigantesca montaña de hielo flotante había golpeado al supuestam ente insumergible transa­tlántico. El barco se escoró levemente a babor. A la cubierta de proa fueron a dar unos trozos de hielo.JLa nave comenzó a detenerse lentamente. El capitán Smith abandonó atropellada­mente su camarote.

CON EL GOLPE SOLO TINTINEO LA VAJILLAMientras tanto, en el com edor y salones de prim era clase, algunos pasajeros del “ T itanic” conversaban animadamente.

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Según declaraciones, con el golpe sólo sintieron un tintineo de la vajilla, ya presta para el desayuno del otro día.

Otro pasajero, A rthur Peuchen, que se desvestía para tender­se en su cama, pensó que el sacudón se debía a una ola que golpeado el buque. Agnes Sandstroen dijo que únicamente escuchó “ .. .un ruido había sordo” . Lady D uff Gordon tuvo la sensación de que alguien “ ...hubiera pasado un gigantesco dedo a lo largo del costado del barco” . M rs. Appleton comparó el choque con “ ...e l fastidioso ruido de una rasgadura” .

Muchos pasajeros que con el golpe salieron a cubierta alcan­zaron a ver cómo el iceberg raspaba el costado del ‘ ‘T itanic’ ’, algo más arriba de la cubierta de botes. Asimismo presenciaron cómo pedazos de hielo caían sobre la nave.

Pero la inquietud de los primeros momentos pronto se desva­neció. Se viajaba en el más fabuloso de los barcos del siglo, a prueba de cualquier calamidad.

No era de la mism a opinión el capitán, que, con mal disim u­lado nerviosism o, interrogaba al prim er oficial luego de la colisión:

-¿C on qué ha chocado el barco?” , preguntaba.

-C o n un iceberg, mi capitán-: contestó M urdoch. Y agregó Ya he hecho cerrar los estancos, no se preocupe, la situación parece controlada.

Pero no estaba controlada en absoluto. En el fondo de la nave, las heladas aguas del Atlántico penetraban con inusitada furia por el costado averiado del “ T itanic” y lo inundaban.

El maestro diseñador del barco fue despertado y llevado a presencia del capitán, quien le pidió, con la m ayor urgencia, un informe de la situación.

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Tras una rápida mirada a los com partim entos bajos, el dise­ñador, abatido, regresó al puesto de mando:

“ Agua en la bodega de p ro a ... El com partimento N° 1 resis­te ... el dos, resiste ... la bodega de correos... la cám ara de calderas número seis, la número cinco. El agua alcanzó sobre cuatro metros más arriba del nivel de la quilla en los primeros diez m inutos... todo estaba inundado... menos la cám ara de calderas número cinco. En resum en, la situación indica que existe una abertura de NOVENTA METROS DE LARGO con los primeros cinco com partim entos com pletamente inunda­dos. Conclusión: El “ T itanic” se está hundiendo y no le quedan más de noventa minutos’ ’.

INCREIBLE PERO CIERTOUna vez recibido el informe de la situación, el capitán tomó la decisión de abandonar el barco y de pedir auxilio a las naves que navegaban cerca.

Y aquí com ienza el dram a, donde se sucedieron actos de infinita caballerosidad y otros de repugnante recuerdo.

El “ T itanic” , para em pezar, sólo llevaba 16 botes salvavi­das y 4 plegables con una capacidad para 1.180 personas. Pero el transatlántico llevaba dos mil doscientas personas.

Soportando bajísimas temperaturas y un frío que calaba los huesos, los pasajeros fueron llevados a cubierta para iniciar la operación de salvamento. Cada clase permaneció en su cubier­ta: la prim era, en el centro mismo de la nave; la segunda, hacia la popa de la embarcación y la tercera en la popa. Nadie imaginaba la magnitud de la tragedia y con cierto fastidio se prestaban a las maniobras. De acuerdo a las indicaciones, las

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mujeres y los niños deberían, prim ero, abordar los botes. A su vez, los hombres tendrían que esperar ser rescatados por los barcos que, ya alertados del em inente naufragio, se dirigían a toda velocidad al lugar de los hechos.

Para calmar los ánimos se ordenó a la orquesta que interpreta­ra algunos temas. El director W allace Henry Hartley dispuso a sus músicos y com enzaron con algunas piezas de ragtime. Mrs. Dique, sobreviviente, recordó luego que cuando el “ T itanic” se hundía irrem ediablemente, la banda ejecutaba “ Nearer my God to thee” . En cam bio, Mrs. Agnes Sandstroen, también sobreviviente, señaló que “ .. .no había luz a bordo y no escuché música alguna” .

Cerca de la una de la mañana la situación em pezó a cam biar y el pánico a cundir. Justam ente, a las 12.45 horas de la m adruga­da, el capitán, viendo que ningún barco iba a alcanzar a llegar antes de que naufragaran, dispuso que se dispararan cohetes de bengala como señal de socorro, por si alguna otra nave se encontraba en los alrededores. A la vista de aquellas señales, las expresiones variaron y el horror se reflejó en numerosos ros­tros. En realidad casi no quedaba tiempo ni para despedirse.

A TODO VAPORLa señal de auxilio del “ T itanic” fue recibida con incredulidad por las otras naves que seguían la misma ruta. El texto que se irradiaba decía:

“ CQD, CQD, SOS, SOS ¡Acudan a toda máquina! ¡Hemos chocado con un iceberg! Posición: 41.46 N . , 50.14 0 . ! CQD, CQD, CQD, CQD, SOS, SO S” .

Uno de Jos primeros en recibirlo fue el “ Carpathia” . Su

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capitán al leerlo no dio crédito ante lo que pusieron frente a sus ojos. En su bitácora describió la impresión que le causó la noticia:

“ Tan inverosímil me pareció la nota que, tras haber ordena­do girar en redondo, agarré de las solapas al operador y le espeté la pregunta: ¿Estás seguro de que es el “ T itanic” ? ... Muy seguro, contestó compungido. ¡Bueno!, dije entonces: Diles que vamos para allá”.

El “ Carpathia’ ’ era un barco con capacidad de navegación de 14 nudos, pero aquel dom ingo, por más de tres horas y media, avanzó hacia el lugar del naufragio a 17 nudos, doblando los tumos de fogonero y telegrafista.

El “ Carpathia” contestó al “ T itanic” :

“ Vamos lo más aceleradamente posible y esperamos llegar en unas cuatro horas m ás” .

También recibieron las señales de auxilio el “ M ount Tem ­ple” , “ V irginian” , “ Frankfort” y posiblemente otros barcos que por diferentes motivos no alcanzaron a llegar hasta la posición del “ Titanic” . Pero el caso más delicado fue el del “ Californian” .

EL CASO DEL “CALIFORNIAN”A la hora del naufragio el ‘ ‘C alifornian’ ’ era el barco que estaba más cerca del “ T itanic” . Por diversas circunstancias, todas investigadas después del naufragio, el barco no llegó y, aparen­temente, ni siquiera intentó hacerlo.

La Comisión del Senado de Estados Unidos que investigó las causas del accidente tomó declaraciones a los tripulantes del “ Californian” :

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“ En prim er lugar prestó declaración Ernest G ill, marinero del vapor “ C alifo rn ian '', quien afirmó que este buque se en­contraba tan cerca del “ T itanic” cuando ocurrió la catástrofe que se veían, claram ente, las señales luminosas de auxilio que hacían los desesperados náufragos; que le constaba que el vigía y el capitán del “ Californian” las habían visto también; que este último se había negado a prestar auxilios y que el radiogra- fista había recibido los radiogramas urgiéndolos. Gill aseguró que por este motivo había intentado reunir un comité de marine­ros para protestar por la inhum ana actitud del capitán; pero que no le había sido posible hacerlo, porque sus compañeros temían perder sus em pleos” .

Por su parte, interrogado por la citada comisión el Capitán del “ Californian” , Mr. Lord, “ ...negó rotundam ente todo lo aseverado por el marinero Gill, a quien juzgó de demente. Dijo Mr. Lord que el ‘C alifornian’ estaba com pletamente rodeado de hielo y que esto lo obligó a hacer apagar las calderas y a anclar para esperar que amaneciera; que a bordo de su buque no se recibió ningún pedido de auxilio, porque el radiotelegrafista se había dormido; que era imposible haber visto señales lum i­nosas por cuanto se encontraban a veinte millas de distancia del lugar del siniestro; y que si se hubiera enterado de lo que pasaba, habría llegado en dos horas al sitio en que se encontraba el ‘Titanic’ y se habrían salvado todos los náufragos” .

El “ Californian” llegó hasta el lugar de la tragedia, al día siguiente, cuando ya nada restaba por hacer, salvo rastrear cadáveres.

YA NO QUEDA TIEMPOPasada la una de la m adrugada los botes em pezaron a lanzarse al mar. El llamado “ expreso de los m illonarios” fue uno de los

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primeros en ser botado. Con capacidad para cuarenta personas, con el apuro y confusión sólo fue abordado por Sir Cosmo y Lady D uff Gordon, más otras diez personas.

Y así, sucesivam ente, tratando de ordenar un poco la situa­ción, los oficiales del “ T itanic” fueron botando los botes al agua, dando preferencia estricta a que fueran ocupados por mujeres y n iños... lo que no se cum plió, pues muchos varones acudieron a la más increíbles artimañas para abordarlos y otros sucumbieron en su intento, a manos de pasajeros que a punta de balas trataban de disuadirlos. X

Archibald Butt, consejero del Presidente norteamericano, alcanzó a abatir a doce hom bres, defendiendo los botes de salvamento antes de ser, él m ism o, alcanzado por una bala disparada por un descontrolado pasajero y que lo mató instantá­neamente.

Por otro lado, seis chinos lograron ponerse a salvo enrollando sus trenzas en forma de moño y cubriéndose con un chal. De esa manera fueron de los primeros en ser evacuados.

Daniel Buckey, inmigrante irlandés de 21 años, contó a la Comisión Senatorial cómo sobrevivió a la catástrofe:

“ La colisión me despertó, salí a cubierta y viendo la inmensa excitación que reinaba en ella, regresé para despertar a mis compañeros, que continuaban durmiendo como si nada hubiera ocurrido y que al trasmitirles mis temores y horrores, se rieron de mi espanto, no obstante lo cual salieron conmigo y después de romper la reja que nos separaba del resto del buque, nos dirigimos a la cubierta donde se trabajaba en arriar los botes y ayudamos a la botadura de los dos prim eros. En esos instantes sólo se encontraba cerca M rs. Astor y, por este motivo, cuando se echó el tercer bote, repentinam ente, numerosos pasajeros y

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tripulantes se abalanzaron a su interior. Yo, automáticamente, los seguí y caí al fondo del bote. Los oficiales ordenaron, entonces, que saliéramos; pero nadie obedeció hasta que éstos dispararon sus armas. Presa de horrible pánico, me puse a llorar desconsoladamente, mientras todos los hombres salían. Mrs. Astor, al verme llorar con tanta angustia, se compadeció de m í y me dijo: ‘No llores, acércate, yo te esconderé’. M e acerqué, ella me cubrió con parte de su abrigo y perm anecí debajo del asiento. Poco después el bote se llenó de mujeres, una de las cuales se descolgó por una cuerda, cuando ya estábamos en el m ar” .

MORIR COMO CABALLEROSMientras en la cubierta se sucedían escenas de hondo dram atis­mo, un pequeño grupo de millonarios permaneció en otro sector, ajeno al pánico. Separados del resto, allí se reunieron, entre otros, John Jacob Astor, uno de los propietarios del W aldorf Astoria de New York; George W idener, John Thayer y Benjamín Guggenheim. Este últim o, viendo que ya nada que­daba por hacer, se había vestido de etiqueta, junto a su secreta­rio. Algunos pasajeros que se salvaron le escucharon decir: “ Nos hemos vestido de gala para m orir como caballeros” . Asimismo le entregó a un camarero un mensaje para su esposa que decía: ‘ ‘Jugué limpio en esta partida y cum plí con mi deber hasta el final. N inguna m ujer se quedará a bordo de este barco porque Benjamín Guggenheim haya sido un cobarde” .

No actuó tan caballerosam ente el multimillonario Joseph Bruce Ismay, director general de la com pañía propietaria del “ Titanic” . Mrs. Cardeza, sobreviviente, declaró posterior­mente que éste había ocupado uno de los primeros botes que se

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habían arriado, escogiendo previamente a los marineros que debían acompañarlo.

VIMOS VOLAR MUCHOS CUERPOS POR LOS AIRESAbraham Heyman, pasajero de tercera clase del transatlántico, hizo a “ The New York H erald" el siguiente relato con los pormenores de los últimos momentos del “ T itanic” :

“ Todos los pasajeros de tercera clase se encontraban en el lecho cuando fueron despertados por una espantosa conmoción seguida de un ruido pavoroso. Pasada la impresión del priifier momento, me encaminé a la cubierta de tercera y temiendo que el choque tuviera m ucha gravedad, me aventuré a traspasar a la de segunda, donde reinaba el más completo de los desórdenes; pero pronto los ánimos se calmaron, porque a pesar de que se comprendía la gravedad del accidente, nadie creyó que el buque se iba a hundir. Regresé, entonces, a los compartimentos de tercera, en los cuales era donde más se daban cuenta del peligro por la vecindad de la proa que se sacudía reciamente. Muy intranquilo, luego, regresé a la cubierta de segunda” .

‘ ‘Como una hora después del choque, se principió la botadu-. ra de los botes de salvam ento, dos de los cuales zozobraron, causando con ello enorme susto a las damas que se preparaban para abandonar el vapor náufrago. Luego, después, creyéndose que el ‘T itanic’ no se hundiría, se suspendió por largo rato la botadura de los demás botes” .

“ Siempre intranquilo -p ro sigue H eym an-, me dirigí al puente inferior, qué estaba casi desierto y me coloqué apoyado en una baranda a observar la obscuridad del mar. Principiaba a

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confundirme y no sabía qué hacer, cuando repentinam ente me di cuenta de que descendía un bote. Instintivam ente salté a él, me aferré a una de sus bordas y cuando estuvo en el agua, yo ya me encontraba en su interior. Apenas se llenó la em barcación de mujeres y niños ayudé a los rem adores, lleno de placer, porque de ese modo entraría en calor mi cuerpo aterido por el intenso frío que hacía. Pronto nos alejamos del ‘T itanic’ y perm aneci­mos dos horas contemplando silenciosos el inmenso barco enclavado en el hielo. Por fin una violenta explosión nos sacó del éxtasis en que nos encontrábamos y vimos al ‘T itanic’ clavarse y en seguida volver a su posición normal. Con una segunda explosión ocurrió igual cosa y poco después se extin­guieron las luces. U na tercera explosión que sobrepasó en intensidad a las anteriores se oyó en seguida, y al resplandor que ella produjo vimos que ambos extremos del ‘T itanic’ estaban fuera del agua, lo que manifiesta que el centro del buque se hundió primero. Después de la explosión llegó hasta nosotros una gritería infernal de los infelices que se hundían con el barco. Vimos, además, volar muchos cuerpos por los aires y que después el m ar se conm ovía y desaparecían la claridad, el ‘T itanic’, y nuestras esperanzas, quedándonos sólo el frío y la angustia de náufragos a merced de las o las” .

LOS SONIDOS MAS HORRIBLESArchibald Gracie, otro sobreviviente de la tragedia, también recordó los últimos instantes:

“ Se elevaron al cielo los sonidos más horribles que jam ás haya escuchado un mortal. Los angustiosos gritos de agonía de más de mil gargantas, los gemidos y lamentos de los heridos, los alaridos de los aterrorizados y los espantosos jadeos de

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quienes estaban en los últimos estertores, antes de ahogarse... Ninguno de nosotros lo olvidará jam ás, hasta el día de nuestra muerte” .

Desde los botes el espectáculo era pavoroso. Los atónitos sobrevivientes observaban a miles de desdichados que se afe­rraban a los ventiladores, tom os y pasarelas de la nave. Las celebridades y los anónimos daban tumbos en un vórtice m or­tal.

El “ T itanic” , una vez tragado por el océano, dejó tras sí una estela de dolor y horror. La tenue luz de las estrellas permitía que los sobrevivientes, en los botes, vieran el mar cubierto de una masa informe de los restos del transantlántico y las convul­sionadas formas de decenas de hom bres, mujeres y niños que, lentamente, morían congelados. La tem peratura del agua, en esos momentos, alcanzaba los 2o C bajo cero.

Eran las 02.20 de la madrugada del lunes 15 de abril de 1912. El vapor más grande del mundo, orgullo de la ingeniería naval de entonces, había desaparecido en las heladas aguas del A tlán­tico, en una zona próxim a a Cape Race, con una estimación de 3 mil 700 metros de profundidad. 73 años después los ojos del hombre volverían a verlo.

4 El crucero inaugural del “ T itanic” había durado sólo cuatro días, 17 horas y 30 minutos.

EL RESCATECasi dos horas después llegó al sitio de los hechos el “ Car- pathia” . Su capitán dio orden de subir a bordo a todos los sobrevivientes, descubriendo que sólo alcanzaban la cifra de 711; vale decir, habían sucumbido cerca de mil quinientas personas.

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Antes de em prender viaje a Nueva York con los sobrevivien­tes del holocausto, el “ Carpathia” recorrió por últim a vez el contorno donde se había hundido el “ T itanic” y su capitán ordenó un breve servicio fúnebre que fue seguido con profundo recogimiento y silencio por los presentes.

Pronto, también, llegaron hasta la zona del desastre el ‘ ‘Cali­fornian” y, posteriorm ente, el “ M ackay-B ennett” , que se dedicaron a la muy triste tarea de rescatar los cadáveres a la deriva.

Fue precisamente el ‘ ‘M ackay-B ennett’ ’ el que encontró 306 restos. Al distinguirlos daban la impresión de una bandada de gaviotas posadas sobre el agua. Flotaban en posición vertical, “ como si cam inaran en el agua” , y la m ayor cantidad de cadáveres estaba reunido en un grupo grande, rodeado por escombros del gran barco siniestrado.

Los tripulantes ocuparon toda una jom ada para subir los infortunados cuerpos sin vida a cubierta. Fue una labor tensa y amarga. Muchas de las víctimas presentaban aplastado el crá­neo y extremidades. Algunas mujeres sujetaban fuertemente a sus pequeños hijos en los brazos. M uchos rostros estaban tan magullados que resultaba im posible el reconocimiento.

Quienes no pudieron ser identificados recibieron inm ediata­mente sepelio en el mar.

A las 20:00 horas del domingo 21 de abril se oficiaron las honras fúnebres. El ingeniero Fred Hamilton, del “ M ackay- Bennett’ ’, las describió de la siguiente forma en su diario de vida:

“ El toque a muerto de la cam pana convoca a todos en el castillo de proa, donde treinta cadáveres van a enviarse a las profundidades; cada uno va envuelto en lona, cosida cuidadosa-

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m ente, después de agregarle lastre. La luna creciente arroja sobre nosotros una luz tenue, mientras la nave se bam bolea entre el gran oleaje. El servicio fúnebre es dirigido por el Reverendo Canon Hind; durante casi una hora se repiten las palabras: ‘Puesto que así lo has dispuesto... entregamos este cuerpo a las profundidades...’ y, a cada intervalo, sigue el ¡pías! al zambullirse el cuerpo lastrado en el m ar, cuya profun­didad, en ese lugar, es de más de tres kilómetros. ¡Pías! ¡Pías! ¡Pías!”

LA LLEGADA DEL “CARPATHIA” A NUEVA YORKEl jueves 18 de abril arribó a Nueva York el vapor “ Car- pathia” , de la Com pañía Naviera “ Cunard” , con los sobrevi­vientes del ‘ ‘T itanic” . Más de treinta mil personas se agolparon en las calles para recibir a los protagonistas de tan espantosa tragedia.

El desembarque fue rápido y expedito debido a una eficiente coordinación de las autoridades portuarias. A su vez, la policía tuvo que desplegar todos los esfuerzos posibles para m antener a raya a cientos de periodistas que trataban infructuosamente de acercarse a los sobrevivientes. Asim ism o, en el muelle perm a­necían estacionadas ambulancias y camillas para ciento veinte pasajeros que tuvieron que ser conducidos al Hospital de San Vicente.

En las calles adyacentes, la multitud expectante presenciaba con un silencio sepulcral el paso de las ululantes ambulancias.

Los escasos tripulantes y miembros de la oficialidad del ‘ ‘Titanic’ ’ que se salvaron de la catástrofe fueron trasladados de inmediato al vapor “ Capland” para ser enviados a Inglaterra.

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La prensa neoyorquina se ocupó del tema por largo tiempo, culpando del desastre a la irresponsabilidad de la compañía naviera y fustigando fuertemente a su director general, Joseph Bruce Ismay, quien debió com parecer ante una Comisión del Senado estadounidense encargada de investigar las causas de la tragedia y las responsabilidades que les cabían a sus propieta­rios y oficiales.

INVESTIGACION DE LOS ORIGENES DEL NAUFRAGIOMr. Ismay, abatido por la m agnitud de los acontecimientos, relató varias veces su versión de los hechos y tuvo muchas dificultades para explicar por qué fue uno de los primeros en abordar un bote salvavida, en circunstancias que sólo se perm i­tía embarcar a mujeres y niños. Dijo nerviosam ente, y tratando de ser convincente, que cuando había ocupado el bote en que se había logrado salvar, a sus alrededores no se encontraba ningu­na señora que hubiera querido ocupar el lugar que él tomó. Pese a su defensa, la prensa lo tildó de cobarde e irresponsable, pues, también, lo acusaron de haber mantenido bajo presión al capitán Smith para que le im primiera al vapor una velocidad temeraria, pese a las señales de peligro que había recibido.

En el desarrollo de la investigación -m á s adelan te- salió a luz que Mr. Ismay, temeroso de las responsabilidades que iba a tener que afrontar, trató de transbordarse a otro vapor, en alta mar, para regresar a Europa, lo que no consiguió.

Finalmente, las dos comisiones que investigaron el naufragio del “ Titanic” -u n a am ericana y otra in g lesa- llegaron a la misma conclusión. Coincidieron en que el vapor había avanza­do a gran velocidad en una zona de alto riesgo, plagada de

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icebergs. La tripulación -obedeciendo estrictas instrucciones de los propietarios de la com pañía— debía cumplir un apretado itinerario en el menor tiempo posible, aun cuando eso significa­ra cruzar a toda m áquina bancos de niebla, campos de hielo o flotas de barcos pesqueros. El “ T itanic” pagó altísimo precio por la locura de reducir los tiempos de travesía del Atlántico.

CURIOSAS E INQUIETANTES PROFECIASEn circunstancias que los medios de comunicación ocupaban los principales titulares y las páginas preferenciales en informar sobre el “ T itanic” , el diario “ The Evening M ail” publicó en su edición del 24 de abril de 1912 un relato que provocó tremenda expectación y asombro. Tenía como título “ La catás­trofe del T itán” y había sido escrito el año 1898 por Morgan Robertson. En él se contaban, con extraordinaria semejanza, los detalles del naufragio del “ T itanic” , catorce años antes de que la tragedia ocurriera.

La narración gira en tom o al viaje inaugural del “ T itán” , el más lujoso y grande de los transatlánticos hasta ese entonces construido. Las características del barco de ficción son casi iguales a las del “ T itanic” y las circunstancias del accidente las mismas: el choque contra un iceberg que no pudo ser detectado a tiempo a causa de la niebla. Los hechos los sitúa el autor en el mismo punto que naufragó el ‘ ‘T itanic” y también hace alusión a la insuficiencia de botes salvavidas.

Aparte de esta sorprendente premonición literaria, el Regis­tro Central de Premoniciones de N ueva York com puta otras tan singulares en relación al drama marítimo de 1912, como la que se relata a continuación, extraída de sus archivos:

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"E l señor O ’Connor escribió el 19 de abril de 1912, señalan­do que el 23 de marzo había reservado un pasaje para el T itan ic ’: Más o menos diez días antes de que zarpara -cu en ta O 'C onnor- soñé que le veía en medio del mar, dado la vuelta y flotando y que sus pasajeros y su tripulación nadaban a su alrededor. Nada dije a mis amigos para no alarmarlos, pero la noche siguiente, el sueño se repitió. Tam poco referí este segun­do sueño y aguardé, para decidirme a viajar, a que llegara de América un telegram a de negocios. El telegrama llegó y en él se me sugería que postergara el viaje. Entonces cancelé el pasaje. Esto sucedía más o menos una semana antes de que el ‘T itanic’ zarpara. Conté el sueño a mi esposa y varios amigos. Tres de ellos enviaron el testimonio escrito al Registro Central de Premoniciones de N ueva York, con la expresa mención de que fuera puesto en conocimiento de la Compañía Naviera W hite Star antes de que el transatlántico partiera en su viaje inaugu­ra l” .

Y así como Mr. O ’Connor se salvó de perecer, en una de las más grandes catástrofes de este siglo, gracias a un sueño, también se salvó el m ultim illonario Alfred Vanderbilt, que no alcanzó a tom ar el barco. Incluso las primeras noticias, después del desastre, lo dieron por muerto.

73 AÑOS DESPUESLa tragedia del “ T itanic” no terminó con su hundim iento, el rescate de los sobrevivientes y la posterior investigación, sino que de inmediato comenzó a alimentar la imaginación de escri­tores, libretistas, más tarde cineastas, aventureros y científicos. Tal vez los libros que m ayor éxito hayan conseguido explotan­do el tema sean “ Una noche para recordar” , de W alter Lord,

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Síetljtó

convertido en teleteatro y película, y ‘‘Rescaten el T itanic” , de Clive Cussler, también llevado al cine.

El interés por la nave, pese al tiempo que transcurría, no decayó en ningún mom ento y cada cierto tiempo la prensa iba volviendo a inform ar sobre alguna expedición que pretendía encontrar sus restos. Mal que m al, el “ T itanic” transportaba una fortuna, tanto en sus instalaciones como en los equipajes de los pasajeros.

La buena suerte de volver a encontrarse con el legendario barco siniestrado le cupo a Robert Bailar, geólogo marino del Instituto W oods Hole de M assachusetts. En realidad más que suerte, la de Ballard fue constancia porque, los esfuerzos para dar con el paradero del buque le llevaron catorce años.

Ballard comenzó en 1971 a buscar financiam iento para equi­par una expedición que pudiera dar con el ‘ ‘T itanic” . Para ello requería de los más modernos equipos, no sólo de navegación submarina, sino que también de televisión y fotografía.

El primero en apoyarlo fue el geólogo petrolero de Texas Jack Grimm, que, en oportunidades anteriores, había financia­do expediciones para encontrar el Arca de Noé, el Yeti y el Monstruo de Loch N ess, todas sin éxito ¡lamentablemente!

La expedición tuvo lugar en 1881, pero fracasó debido al mal tiempo. Lo mismo sucedió en 1983.

La mala fortuna y los contratiempos no amilanaron al cientí­fico que, con un optimismo envidiable, aseguraba que lo más “ . . . . ‘difícil del rompecabezas no es localizar al T itanic’, sino que lo más com plicado va a ser filmarlo de manera atractiva’ ’.

Pronto, tam bién, cayó en cuenta que lo fundamental en la labor que había emprendido consistía básicamente “ ...en per-

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manecer suficiente tiempo sobre el objetivo, para llevar a cabo una revisión muy minuciosa de una superficie de 250 a 400 kilómetros cuadrados” .

En atención a que una nueva expedición iba a demandar mayores gastos que las anteriores, Ballard recurrió al Institut Francais de Recherqhes Pour L ’Exploitation de la M e r—IFRE- M E R - orientado a la investigación marina. De este organismo enganchó a Jean Jarry y Jean-Louis M ichel, dos científicos galos de prestigiosa reputación.

Previo a zarpar, entre los tres realizaron un exhaustivo tra­bajo de preparación, levantando cartas cartográficas, docum en­tándose sobre las características del “ T itanic” , llevando un registro del clim a de la zona y de los accidentes geográficos de las profundidades y consiguiendo equipos de la más alta tecno­logía en navegación y televisión.

El I o de ju lio de 1985 zarpó el equipo francés y el 13 de agosto se reunió en las Azores con el “ K norr” , barco de investigación del Instituto W oods Hole. Desde ahí la expedi­ción partió a la zona del desastre, en las inmediaciones de Cape Race.

REENCUENTRO CON EL “TITANIC”Para la exploración se usaron dos sondas de profundidad llam a­das ‘ ‘ A rgo” y ‘ ‘A ngus” . La prim era de ellas era del tamaño de un automóvil y estaba equipada con luces estroboscópicas, un equipo de video y un sonar. Pesaba dos toneladas y podía operar a una distancia, de la superficie, de hasta seis mil metros.

Fue precisamente la sonda “ A rgo” la que la m adrugada del Io de septiembre de 1985 transmitió a la sala de control del

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“ K norr” las prim eras imágenes del ‘'T itan ic” . La búsqueda había terminado. Primero apareció algo semejante a unos es­combros, luego unos tubos, hasta que la pantalla se llenó con la inconfundible imagen de una de las calderas gigantescas del “ Titanic” .

Robert Ballard, al concluir la prim era etapa de una de las operaciones de búsqueda más espectaculares del siglo, expresó lo siguiente a modo de epitafio de una gran aventura:

“ Nos em ocionó el reencuentro con el ‘Titanic’. Nos em ocio­nó su aspecto. La hora en que lo encontramos estaba muy cerca de la del desastre mismo: las 02.20 de la madrugada. Entonces nos pareció apropiado un acto de respeto y evocación. Fue algo espontáneo. Sólo dije que algunos deseábamos que hubiera un momento de silencio. Si otro quería unírsenos, en aquella breve ceremonia, podían hacerlo” .

‘ ‘No recuerdo cuántos acudieron —agregó—. Estábamos muy callados. Lo único que pude pensar fue en cuántas vidas se habían perdido innecesariam ente. Si al menos hubiera habido suficientes botes salvavidas... Si se hubiera despertado el ope­rador de radio del ‘C alifornian’... Si el capitán del ‘C alifornian’ hubiera respondido a las señales de socorro del ‘T itanic’... Ofrecer finalmente el descanso a aquellas almas nos produjo una sensación grata y reconfortante” .

De este modo concluía provisoriam ente uno de los episodios más dolorosos del siglo veinte y una historia que atrapó, con infinita intensidad, la im aginación y el interés de varias genera­ciones.