LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
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LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
Y SUS IMPLICACIONES
LAS EXPLICACIONES FIJISTAS
De la misma forma en que fue la cultura griega la que desarrolló una
mitología más rica, compleja y desarrollada, fue también la cultura y la
civilización griega la que sintió por primera vez la necesidad de superar esa
perspectiva y establecer una forma de explicación y comprensión del mundo
radicalmente diferente. Este acontecimiento cultural histórico se denomina
“el paso del mito al logos”, o en un lenguaje más actual, el paso del
pensamiento mitológico al pensamiento lógico, científico y racional (aunque,
como ya sabemos, los mitos tienen su forma propia y original de
racionalidad).
La cuestión de la perspectiva científica ya apareció páginas atrás y llega el
momento de desarrollarla. Una serie de “amantes del conocimiento”, es
decir filósofos (porque eso es lo que significa este término de origen
griego), desde el siglo VI A. de C. y en las costas del Mar Jónico que hoy en
día pertenecen a Turquía, comenzaron a plantearse sistemáticamente la
crítica y la superación de la forma de pensar mitológica.
No obstante, no vamos a ver en detalle el porqué de este proceso ni su
evolución, por ser materia de la Historia de la Filosofía de 2º de
Bachillerato: nos limitaremos a mencionar su aspecto fundamental: que
estos filósofos jónicos empezaron a plantear lo que ya hemos comentado
anteriormente; que los mitos no son creíbles, son contradictorios, son
imaginarios, no hay garantías de que las cosas sucedieran así, no se pueden
comprobar, son diferentes para cada cultura, impiden el cambio y el
progreso social… En este momento, y con esta actitud, los filósofos jónicos
o jonios inauguran la perspectiva racional, científica, crítica y filosófica
moderna, de la que nosotros somos herederos.
Ya en el siglo IV, situado ya en plenamente en esta perspectiva filosófica y
científica, uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos,
Aristóteles (384-322), y en Atenas, desarrolló la primera teoría científica
sobre el origen y el lugar del ser humano en el universo: la teoría fijista
griega.
Aristóteles argumenta de la forma siguiente: desde el punto de vista lógico,
de la nada, nada puede salir. Las cosas aparecen a partir de otras cosas. Las
cosas se transforman unas en otras, pero nada sale de la nada y nada puede
volver a la nada. Por lo tanto, la idea de una creación es absurda; nada puede
ser creado si no existe anteriormente. Además, sostener que el ser humano
fue creado por los dioses, complica el problema, porque entonces, ¿quién
creó a los dioses? ¿Otros dioses? ¿Y a éstos? Tendríamos infinitas causas,
que no explican nada. Y si decimos que a los dioses no los creó nadie,
estamos en las mismas, porque si algo puede existir sin que nadie lo hubiera
creado, ¿qué necesidad tenemos de buscar creadores para los seres
humanos?
La única solución posible para Aristóteles era que todas las especies y el
cosmos en su conjunto fuera eterno y existiera desde siempre. El cosmos y
las especies de seres vivos, son, pues, infinitas en el tiempo; carece de
sentido preguntar de dónde salen. Segunda cuestión: ¿Cómo eran antes? Y
Aristóteles razona por observación: ¿cómo eran antes las personas? ¿Y los
perros, los gatos o las truchas; o los robles y las encinas? Tal y como son
ahora; nadie ha visto, ha escrito o recuerda que
alguna vez hayan sido distintas. Por lo tanto, las
especies son fijas e inmutables y no están ni han
estado nunca sometidas a cambio alguno ni
evolución; son eternamente idénticas a sí mismas,
tal y como hoy las vemos. De ahí el nombre para su teoría de teoría fijista o
fixista, como se escribe algunas veces, latinizando la expresión. (¿Qué pasa
entonces con los fósiles? Contestaremos a esta cuestión al final de este
subapartado).
El ser humano, por lo tanto, es una especie viva más, un animal más, pero con
la peculiaridad de poseer logos (lenguaje, razón o entendimiento). Es por ello
por lo que es un zoon politikón, un animal capaz de vivir en polis, en sociedad.
Ese es el nombre científico con el que Aristóteles nos bautizó en la
clasificación de los seres vivos. Un discípulo sueco de Aristóteles muy
posterior, al filo de la Ilustración, llamado Linneo, diseño el sistema
moderno de nomenclatura científica de los animales en el que nos
correponde el nombre de Homo Sapiens Sapiens.
Aunque incorrecto (las especies no son fijas, evolucionan), el punto de vista
aristotélico es plenamente científico: en primer lugar, no emplea dioses ni
figuras divinizadas, sino términos concretos de carácter abstracto; no
explica lo natural acudiendo a lo sobrenatural, sino acudiendo a causas y
efectos naturales, intentando apoyarse siempre en la comprobación y la
observación experimental, y utilizando una estructura argumental de
carácter lógico, estableciendo premisas y conclusiones, y razonando paso a
paso.
Y en segundo lugar: con una actitud que muestra que hay que ir hacia
la verdad poco a poco, paso a paso, argumentando y razonando, y que la
verdad y el conocimiento no está dado de una vez por los dioses, sino que es
construido poco a poco por los seres humanos. Por eso, aunque su teoría sea
incorrecta, eso no es problemático, puesto que admite la crítica racional, y
que los que vengan detrás analicen sus pruebas y argumentos, descubran en
que se pudo equivoca y mejoren y corrijan sus teorías (que será el asunto de
los fósiles, fundamentalmente).
La cultura clásica griega, de la que Aristóteles forma parte, se extendió por
buena parte del mundo conocido entonces, y fue asimilada por el Imperio
Romano. De esta manera, Aristóteles y las ideas fijistas se fueron
imponiendo entre todas las personas mínimamente cultas e ilustradas de su
tiempo. Sin embargo, dando inicio al siglo I, un fenómeno histórico y cultural
radicalmente nuevo cambia el mapa cultural de la sociedad de su época. Se
trata de la aparición del cristianismo, religión con una ideología propia y
peculiar, opuesta en buena medida al pensamiento griego, y que se extiende
rápidamente por todas las clases sociales alrededor del Mediterráneo (de
hecho, se convierte en la religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV).
La ideología cristiana se fusiona y se mezcla con la cultura griega y romana,
y nuestra civilización actual es en buena medida mezcla de esa fusión.
El cristianismo tiene una visión propia sobre el origen del ser humano y su
relación con el resto del
universo, y esa visión se
fusiona parcialmente con
la visión griega
aristotélica, de la forma
que explicaremos a
continuación. La teoría
cristiana se denomina
“fijismo creacionista” o
“creacionismo”, sin más:
El cristianismo comienza
por coincidir con Aristóteles que las especies son fijas e inmutables, aunque
por motivos diversos a los suyos: porque un libro sagrado (la Biblia, dentro
de ella el Antiguo Testamento, y dentro de éste, el Génesis), dictado por
Dios, cuenta como éste creo el mundo, y en esta creación aparecen seres
vivos exactamente iguales a los que hoy en día conocemos. Por lo tanto las
especies son fijas e inmutables, y no están sometidas a cambio alguno.
A partir de aquí, comienzan las diferencias: en primer lugar, se vuelve a la
idea de que las especies y el universo no son eternos, sino que tienen un
origen en el tiempo; previamente a este origen, no existían. Este origen se
sitúa en la creación divina, con lo que también volvemos a la idea de creación
a partir de la nada. Y por último, el ser humano recupera un vínculo directo
con Dios, a cuya imagen y semejanza fue creado, con un fragmento de alma
inmortal dentro de él, que le separa y opone al resto de la naturaleza animal,
que carece de este vínculo.
Desde el punto de vista de la historia de las ideas, el cristianismo es un paso
atrás con respecto al pensamiento griego, más racional y científico. El
fijismo creacionista cristiano no tiene otro argumento frente el fijismo
griego que el de la fe. Es preciso creer ciegamente en lo que dice un libro
que fue dictado directamente por Dios. Esta actitud era un disparate a los
ojos de las personas cultivadas, pero todas las clases populares del mundo
romano adoptaron este punto de vista con facilidad, porque aunque
irracional, el cristianismo primitivo tenía una actitud comprensiva y piadosa
para los pobres y miserables (que eran prácticamente todos; estamos
hablando de una sociedad esclavista). Todos, sin distinción de clases,
podrían vivir una vida feliz en el paraíso futuro si amaban a Dios y se
comportaban con bondad, y por eso el cristianismo fue adoptado
masivamente como religión.
Volvamos ahora al papel de los fósiles. Los
fósiles, restos petrificados de la
estructura ósea de los animales, nos
muestran la existencia de animales
desaparecidos y que hoy en día ya no
vemos. ¿Cómo los podemos hacer
compatibles con los puntos de vista fijistas? Para el fijismo griego, de la
manera siguiente: en la eternidad del tiempo, algunas especies han
desaparecido. Las que quedan siguen siendo exactamente iguales a como han
sido desde siempre. Los fósiles tan sólo nos muestran que algunas se
quedaron por el camino.
Para el fijismo creacionista cristiano, en principio, no hay que dar ninguna
explicación; se cree por fe y punto. La palabra de Dios no admite dudas ni
cuestionamientos.
Pero los fósiles no se limitan a estar ahí, en el suelo y entre las rocas. Los
fósiles muestran parecidos de familia, muestran parentescos, muestran
secuencias relacionadas. En otras palabras, los fósiles de especies
desaparecidos muestran parecidos sospechosísimos con las especies
actuales, como abuelos, padres e hijos… En palabras modernas: muestran
líneas y árboles evolutivos. Está claro que los puntos de vista fijistas, sean
griegos o sean cristianos, no se pueden sostener, puesto que son
incompatibles con los hechos que se pueden observar en la naturaleza. Pero
no fueron los hechos los que nos obligaron a reformar las teorías, sino las
teorías las que nos obligaron a ver los hechos –los fósiles, en este caso, bajo
otra perspectiva diferente-. Veremos a continuación la pequeña historia de
las teorías evolucionistas.
LAS TEORÍAS EVOLUCIONISTAS SOBRE EL ORIGEN DEL
SER HUMANO
Ahora bien, adoptar este punto de vista, el de que los fósiles demuestran
que las especies de seres vivos no son fijas, sino que cambian y evolucionan a
partir de otras, es adoptar de nuevo un punto de vista racional, y admitir
que los argumentos, las razones y los hechos valen más que lo que digan una
serie de curas que afirman que están en contacto con Dios. Admitir eso es
recuperar el punto de vista científico y filosófico y superar de nuevo la
perspectiva mitológica. La humanidad nunca se acaba de librar del todo de
las barreras mentales del pensamiento mitológico, la superstición o la
religión, pero ese proceso comenzó con la Edad Moderna, en el
Renacimiento, y se consolidó en el Siglo de la Razón o Siglo de las Luces: la
Ilustración, en el siglo XVIII. Por eso las primeras teorías científicas de
tipo ilustrado aparecen en ese siglo (y acaban por triunfar en el siglo XIX),
porque es el siglo XVIII en el que por motivos históricos que ya conocéis, el
poder de la iglesia se debilita y los seres humanos pueden volver a pensar
con cierta independencia sin miedo a que los quemen en la hoguera.
La pregunta a la que toca contestar ahora es la siguiente: ¿por qué las
iglesias se oponen a la verdad científica? Se trata de una constante
histórica, y la encontramos tanto en los tiempos de Galileo (encarcelado,
castigado y amenazado por decir que la Tierra se movía en torno al Sol)
como en el presente (intentos sistemáticos de impedir el uso del
preservativo en el Tercer Mundo –y en el primero- para prevenir el Sida y
los embarazos no deseados).
Con respecto a la teoría de la evolución, la respuesta es sencilla: la
visión y concepción filosófica del ser humano que implica la teoría de la
evolución es radicalmente diferente de la que implica el cristianismo.
Veamos este asunto con más
detalle. La visión que tiene sobre el ser
humano el cristianismo es la siguiente (la
visión antropológica, sería el término
filosófico adecuado): el ser humano es un
ser que tiene un sentido, un propósito y
un destino. Es un ser de origen
sobrenatural, vinculado directamente a
Dios que lo crea a su imagen y
semejanza. Su existencia es fundamental
para el conjunto de la naturaleza; su
existencia es necesaria, porque sin él no se concibe para qué existe el
universo. Es un ser subordinado y dependiente, con obligaciones respecto a
su creador. A cambio de ello, su vida no es una vida animal, puesto que
además de un cuerpo natural, tiene un alma inmortal y eterna. En esta alma
inmortal y eterna, destinada a Dios, descansa el sentido y el valor de su
vida. Porque el sentido y el valor de la vida humana no es inmanente, sino
trascendente (recuerda la explicación en clase de estos términos), no está
aquí ni ahora, sino más allá, en un futuro tras la muerte física y biológica.
Todo el universo y todo lo que le rodea tiene un sentido claro: es el
escenario diseñado por Dios para que el ser humano, usando su libertad,
juegue la partida de su salvación o su condenación.
La visión antropológica de la filosofía griega, por el contrario, es
inmanente. En general, los filósofos griegos no creen en el alma y su
inmortalidad, sino que piensan en ella como una fuerza y un aliento de
carácter psicológico. Por lo tanto, la vida genuinamente humana es la que se
desenvuelve en el mundo presente, buscando la eudaimonía o felicidad a
partir del uso del logos o razón que nos hace genuinamente humanos. Y lo
razonable es buscar esa felicidad a partir de la belleza estética, de los
bienes materiales, de los placeres del cuerpo, de la reflexión, de la
búsqueda del conocimiento, de la mejor comprensión del mundo que nos
rodea, de la amistad… Sobre estas cuestiones las distintas escuelas
filosóficas griegas mantienen distintos puntos de vista; los epicúreos, por
ejemplo, hacen más hincapié en los placeres sensibles que los aristotélicos
(son más hedonistas, diríamos nosotros).
En cambio, la visión
antropológica de la teoría de
la evolución es la siguiente: el
ser humano no se encuentra
separado del resto de la
naturaleza. Es un ser biológico
más, con sus peculiaridades (el
ciempiés tiene muchos pies, y
el Homo Sapiens, mucho
cerebro), pero con un origen
puramente natural. Su aparición se puede explicar científicamente paso por
paso, y es un resultado más de un proceso evolutivo que en buena medida es
aleatorio, azaroso y fruto de la casualidad. Existe tal y como lo conocemos,
pero podría no existir. No es preciso sostener la existencia de ningún dios
para explicar porque está aquí. No tiene cuerpo y alma, sino un cuerpo con
unas funciones cerebrales muy sofisticadas (que descansan en la estructura
y conexión de sus neuronas). Muerto el cuerpo, muere el ser que vive
dentro; el destino humano es inmanente y se encuentra aquí y ahora, porque
no hay nada más allá de la muerte, y el universo no es el escenario
escatológico de su lucha por ningún paraíso. Ningún Dios lo crea, y todo lo
que haga, bueno o malo, de él depende y él será quien lo valore. No es
ninguna excepción de la naturaleza, y en ningún sentido es un ser
extraordinario.
Evidentemente, el cristianismo, principalmente el protestante, no
puede tolerar que una teoría así se investigue o se difunda, porque eso
debilita el control ideológico y mental sobre los seres humanos,
asustándolos con el pecado y el infierno, y premiando las conductas que le
interesan con el paraíso y la vida eterna. Pero si nada de eso existe, o por lo
menos, no es una verdad incuestionable, ¿por qué han de ser los sacerdotes
los guías de la conducta humana? Desde este momento no está claro cuál ha
de ser la conducta humana ni su sentido, así que nadie puede intentar
establecer estas cuestiones por la fuerza.
Ampliando un poco más estas cuestiones, podemos decir que lo que se
debilita cada vez más es el antropocentrismo. El antropocentrismo es la idea
de que el ser humano es el centro de todo el universo, lo más importante y
fundamental, el ser en función del cual existen todas las cosas. El
antropocentrismo, históricamente se ha visto enormemente debilitado por
tres teorías científicas. En primer lugar (siglo XVI), por la teoría
heliocéntrica de Nicolás Copérnico: la casa del ser humano, la Tierra, no
ocupa ningún lugar central ni preponderante en el universo. El ser humano
vive en un planeta cualquiera de un sistema solar cualquiera, en una esquina
del universo. En segundo lugar, la teoría de la evolución (segunda mitad del
siglo XIX), como ya hemos explicado: el ser humano no ocupa ningún lugar
central en la creación, porque no hubo nunca tal cosa. Es un animal más en la
naturaleza. Y en tercer lugar, la teoría psicológica de Sigmund Freud, la
llamada teoría del inconsciente, o el psicoanálisis (finales del siglo XIX): el
ser humano no posee ni siquiera el privilegio de ser el único animal racional,
porque buena parte de lo que los humanos pensamos que son
comportamientos conscientes y libres, en buena medida se encuentran
determinados por nuestros instintos inconscientes.
EVOLUCIONISMOS PIONEROS: ANAXIMANDRO, LAMARCK Y
DARWIN
Aunque la historia cultural de la humanidad haya sido fundamentalmente
fijista, es curioso descubrir que un filósofo jónico anterior a Aristóteles, ya
se había planteado la hipótesis de la evolución humana. Se trata de
Anaximandro de Mileto (tercio central del siglo VI A.C.), y son muy pocos
los fragmentos que se conservan de él.
¿Qué es interesante comentar de dichos fragmentos? En principio, que lo
que en ellos aparece es, según hoy en día sabemos, falso. Pero no es esto lo
que nos interesa, sino que en primer lugar, apreciamos que Anaximandro
tiene ya una perspectiva claramente científica y racional y en absoluto
mitológica. Sin emplear dioses, y utilizando la observación y la lógica, trata
de conocer cuál es el origen del ser humano. Su explicación es plenamente
naturalista, y razona de forma excelente cuando en el segundo fragmento
anticipa la idea de la competencia entre las especies y de la lucha por la
existencia. Como él dice, el ser humano no pudo ser siempre como lo
conocemos hoy en día, porque no habría podido sobrevivir en competencia –
luchando por la existencia- con las otras especies, que adquieren su madurez
orgánica antes que él y se encuentran antes en condiciones de defenderse.
El resto de lo que comenta nos parece fantástico, pero al menos refleja el
intento de observar el comportamiento de otras especies animales y deducir
a partir de ello como podría haber sido el proceso evolutivo humano. En
cualquier caso, mencionamos a Anaximandro como una curiosidad histórica,
porque fue totalmente oscurecido por el éxito y la influencia de Aristóteles
y no tuvo nada que ver con el desarrollo de las ideas evolutivas modernas.
Es con Jean Baptiste de Lamarck (1744-1829) con quien se abre paso el
evolucionismo moderno en el siglo XVIII. La primera cuestión que plantea es
que la evolución es un hecho biológico necesario, y la única manera de
comprender como pueden existir tantas especies diferentes con tantos
rasgos tan variados. Y la evolución se da necesariamente como una
respuesta de los seres vivos a
los cambios continuos en el
ecosistema que les fuerzan
necesariamente a cambiar y
modificar sus rasgos y
características si es que
quieren sobrevivir. Hasta aquí
sabemos que lo que plantea es
correcto. También acierta
plenamente cuando se plantea
claramente la idea de establecer un mecanismo que explique el cambio
evolutivo, o dicho en otras palabras, un mecanismo que establezca cómo
pueden aparecer los rasgos nuevos, y cómo pueden aparecer especies nuevas
sumando rasgos diferenciales y poco. Sin un mecanismo evolutivo, la idea de
la evolución pierde toda su fuerza.
Sin embargo, se equivoca a la hora de determinar el mecanismo. El
mecanismo evolutivo lo constituyen las llamadas leyes de Lamarck. La
primera ley es aparentemente verdadera (el uso continuado de los órganos
los fortalece, agranda y/o desarrolla), pero si se examina con más cuidado,
se aprecia que sólo puede ser cierta en el caso de los músculos. La segunda
ley (los caracteres adquiridos en vida por los progenitores son transmitidos
a la descendencia) es rotundamente falsa: ninguna característica biológica
adquirida en vida puede ser transmitida a los hijos por herencia; sólo las que
se poseen de forma innata.
No obstante, las leyes lamarckistas, aplicadas al ser humano, podrían ayudar
a entender su ascendencia evolutiva. ¿De dónde podría haber salido la
especie humana? Pues ante el cambio climático y la desaparición de las
selvas que eran su hábitat natural, algún tipo de mono primitivo se enderezó
para poder caminar por las praderas que iban apareciendo, etc. Pues bien:
Lamarck, deliberadamente, mantuvo al ser humano al margen del esquema
evolutivo que aplicó al resto de los seres vivos, y atribuyó directamente sus
características a la creación divina. Pero el hecho de la evolución de las
especies ya se plantea abiertamente.
Igualmente es curioso reconocer que las explicaciones de tipo popular
acerca de la evolución humana, son de tipo lamarckista, como se desprende
de lo que acabamos de mencionar hace unas pocas líneas: “el ser humano
desciende del mono, de un tipo de mono que bajó de los árboles y se puso de
pie…”
¿A qué se debe esto? Al hecho de que Lamarck mantiene una concepción
teleológica de la evolución, es decir, la idea de que la evolución responde a
una finalidad, un propósito, una intención… y que por lo tanto tiene un
sentido, y se puede sostener que hay algún director y planificador de esta
evolución (¿Dios?). Cuando hablemos del neodarwinismo veremos que ni
siquiera podemos afirmar eso: la evolución carece de sentido y dirección, y
eso afecta a la visión que podamos tener del ser humano como especie.
Por obra de Lamarck y de otros evolucionistas posteriores como un abuelo
de Charles Darwin, Erasmus Darwin, o contemporáneos suyos como Alfred
Russell Wallace o Herbert Spencer, hacia la mitad del siglo XIX la teoría de
la evolución de las especies no era considerada una rareza ni un disparate,
sino una hipótesis que podía ser
tomada en consideración. Es en
1859, cuando Darwin (1809-
1882) publica El origen de las
especies, unos de los libros
científicos más influyentes en la
historia cultural humana, el
momento en que la evolución
comienza a poner las bases para
imponerse en el campo
científico.
El planteamiento inicial de Darwin es muy similar al de Lamarck,: la evolución
de las especies es un hecho en la naturaleza, un hecho consecuencia de una
serie de fenómenos del que los seres vivos no pueden escapar. En primer
lugar, de la superpoblación. Darwin conocía una obra política y sociológica de
un estudioso escocés, Robert Malthus, el Ensayo sobre la población. En ella
se defendía la idea de que la población humana tenía la capacidad de crecer
de forma exponencial o geométrica, y la producción de alimentos, de manera
aritmética. Si no se ponen límites a la fertilidad humana, la mortalidad de la
población y la incapacidad del planeta para mantener a tanta gente es la
única consecuencia posible.
Darwin aplicó este esquema a todos los seres vivos; todos ellos sin
excepción tienden a producir más descendientes de los que pueden
sobrevivir. Una pareja de una especie cualquiera podría llenar de
descendientes la Tierra; sin embargo no lo hace porque la superpoblación
entraña la mortalidad forzosa de la mayoría de los seres. La superpoblación
lleva a la lucha por la existencia.
Si a ello añadimos que no todos los miembros de una especie son
exactamente iguales en cuanto a sus funciones y sus capacidades, sino que
entre ellos hay pequeñas diferencias (variabilidad) que, en circunstancias
determinadas les pueden ayudar a sobrevivir, no hay otra conclusión posible
que la de que sólo los seres que porten esos rasgos más adaptativos pueden
sobrevivir, y transmitir por herencia esos caracteres a la descendencia. Los
seres que no posean esos rasgos no podrán sobrevivir ni tener
descendientes, por lo que sus rasgos diferenciales, que son diferentes, irán
desapareciendo con ellos. (Ojo: esos caracteres que permiten la
supervivencia no los han adquirido en vida fruto de una intención y un
propósito deliberados –teleologismo: la jirafa “estira el cuello”, como
sostenía Lamarck; sino que ya nacen con ellos, de forma aleatoria y casual).
Darwin creía que con el tiempo suficiente, la especie inicial va modificando
sus rasgos, y con el tiempo suficiente, puede dar lugar a una especie nueva
(especiación). En esto consiste el mecanismo evolutivo, la llamada selección
natural, como una respuesta a las presiones continuas e incesantes del
medio ambiente.
EL NEODARWINISMO Y LA GENÉTICA MOLECULAR
Había sin embargo, dos cosas que Darwin no fue capaz de explicar, y para
dar respuesta a las cuales tendremos que esperar hasta el siglo XX. En
primer lugar: ¿Dónde reside la capacidad de los seres naturales para
producir una casi infinita variedad de formas y caracteres? Es decir,
¿dónde reside la variabilidad? Y en segundo lugar: ¿Cómo funciona la
herencia? ¿Cómo es posible que, en general, los rasgos se transmitan a la
descendencia, pero que, a pesar de todo, esta mantenga intacta su
variabilidad?
La respuesta y la solución a todas las dos cuestiones anteriores la
tenemos en la teoría neodarwinista de la evolución, o teoría sintética de la
evolución. Esta teoría, en realidad, no es más que la aplicación de los
conocimientos adquiridos a lo largo del siglo XX sobre la existencia y el
funcionamiento de los genes, a la selección natural darviniana. Se trata de
encajar todos los nuevos conocimientos de genética en el marco general del
pensamiento de Darwin, solucionando los asuntos que éste dejó sin
respuesta.
Vamos en primer lugar con la herencia. A
finales del siglo XX, un monje austríaco, Gregor
Mendel (1822-1844), experimentando con
guisantes, descubrió que los rasgos de éstos
(color, tipo de piel) dependían de unos
elementos que denominó genes, y que era la
combinación de ellos en la reproducción la responsable de las
características que adquirían los descendientes. Ahora ya sabemos de qué
dependen los rasgos que permiten el éxito: de los genes que los determinan.
Y también sabemos por qué los descendientes tienden a parecerse a sus
padres y conservar sus rasgos exitosos: porque llevan los genes de sus
antecesores.
¿Y cómo es posible
que, pese a todo, se
conserve siempre la
variabilidad, y la
posibilidad de que los
genes provoquen nuevas
adaptaciones? A causa de
varios mecanismos que sólo
vamos a comentar (pues
ésta no es una clase de
biología), y que ya no fueron descubiertos únicamente por Mendel sino a lo
largo del siglo XX: la recombinación (el nuevo ser lleva genes mezclados
aleatoriamente del padre y de la madre, en los casos de reproducción
sexual), las mutaciones al azar (un gen se transforma de forma
absolutamente casual; normalmente es perjudicial pero nunca se sabe…); los
errores en la copia (el ARN copia el ADN para que la célula trabaje con él, y
en la copia siempre hay errores: nuevos genes o genes diferentes). Con
estos asuntos ya entramos dentro del campo de la genética molecular o de la
bioquímica, y basta por tanto con comentarlo.
Volviendo ahora a la perspectiva filosófica, ¿cuál es la visión
antropológica que implica el neodarwinismo? O para ser más exactos, ¿en
qué sentido cambian las nuevas ideas de la genética la concepción acerca de
lo que es un ser humano?
Hay que realizar antes una pequeña distinción. Como ya dijimos, Mendel
descubrió que existían unos paquetes llamados genes responsables de las
características de los seres vivos, pero en realidad no sabía lo que eran.
Watson y Crick, dos científicos estadounidenses, descubrieron en 1953 la
famosa estructura en doble hélice del ADN. Como igualmente dijimos, esta
asignatura no es biología, y no nos interesa saber la estructura y el
funcionamiento bioquímico de todo este asunto. Lo importante es que el
descubrimiento de Watson y Crick abre camino a la comprensión de cómo se
fabrica un cuerpo, un organismo o materia viva a partir de unas estructuras
químicas determinadas (los genes) y siguiendo unas transformaciones
químicas determinadas. Y abre paso a la idea de que puede ser posible
fabricar o modificar materia viva trabajando con su materia prima, los
genes (en esto consiste la ingeniería genética). Además, deja traslucir la
sospecha de que si el soporte del comportamiento de un animal es su cuerpo
orgánico, que se fabrica con genes, también los genes pueden ser los
responsables de la conducta social y psicológica de los animales, y por lo
tanto, del ser humano.
Desde este momento, el ser humano pierde los últimos restos de
excepcionalidad y misterio que le acompañaban. Su origen es puramente
natural. En primer lugar, el ser humano carece total y absolutamente de
originalidad. No es más que una máquina. Una complejísima maquinaria
biológica, cuyas instrucciones de montaje y de funcionamiento vienen
escritas en un manual de instrucciones: su código genético. No se diferencia
de cualquier otro ser vivo más que en el hecho de ser una máquina con más
piezas en algunas partes de su estructura y de funcionamiento en algunos
sentidos más complejo.
En segundo lugar, la libertad que el ser
humano se supone a sí mismo se encuentra
gravemente amenazada, porque en realidad
no es más que una suposición. Creemos que
nuestra conducta es libre, pero en realidad
se encuentra determinada por las
características de funcionamiento de
nuestro organismo, que a su vez
determinan nuestra conducta. El
neodarwinismo y la genética abren paso a
una visión determinista del ser humano.
Y en tercer lugar, se rompen las barreras entre naturaleza y cultura. Toda
la naturaleza (y el ser humano también, puesto que forma parte de ella)
puede pasar a ser un elemento cultural, un elemento artificial creado por las
tecnologías adecuadas. El ser humano, mediante el control de las técnicas
adecuadas de ingeniería genética puede alterar y construir tipos de frutas o
virus, pero también el propio cuerpo humano y quizá también su
comportamiento y personalidad. Podemos fabricar niños altos o bajos,
hombres o mujeres, rubios o morenos; podemos repetir (clonar) ejemplares
que nos gusten las veces que queramos, etc. ¿Dónde podemos entonces
situar los seres humanos nuestra identidad, nuestra personalidad individual,
nuestro yo…?
Si tuviéramos que resumir todas estas ideas en una sola expresión,
deberíamos decir que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, el Dios
tradicional ha sido definitivamente desterrado del origen y la esencia
humana; y ha sido sustituido por una nueva divinidad: el código genético.
También es justo reconocer que muchas de las potencialidades de la
ingeniería genética están muy lejos de poder alcanzarse, si es que acaso es
posible alcanzar alguna vez todo lo que aquí se ha planteado.