La tentación de la bicicleta

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Ensayo La tentación de la bicicleta Por Edmundo De Amicis El autor ligur es reconocido por novelas tan cursis y entrañables como Corazón, pero pocos saben que en 1906, a sus 60 años, todavía albergaba una pasión secreta. Un deseo que lo hacía despertar en las noches pataleando entre las cobijas. Ilustración de Leo Espinosa Durante varios años, antes de que el uso de la bicicleta se popularizara, el nuevo ejercicio fue para mí sobre todo un espectáculo placentero. No pocas veces, sin embargo, corrí el riesgo de terminar en el Hospital Mauriziano, pues solía detenerme absorto ante el paso de un ciclista y no notaba a otro que me sorprendía por la espalda. ¿Quién hubiera pensado que la bicicleta se me iba a convertir en una tentación? La primera vez que me sentí seducido fue en la cafetería del Consejo Comunal, donde oí a un diputado –bastante maduro por cierto– decir emocionado a un colega: “Créeme: dolores artríticos, reumatismos, migrañas, falta de apetito, insomnio, todo desaparece como por encanto”. Pensé: “¿Cuál será la portentosa receta?”. Ese consejero no parecía un amante ciego de las novedades, más bien todo lo contrario. Cuando entendí que se trataba de la bicicleta Traducción de Camila Ciurlo

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By Edmundo De Amicis

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  • EnsayoLa tentacin de la bicicletaPor Edmundo De AmicisEl autor ligur es reconocido por novelas tan cursis y entraables como Corazn, peropocos saben que en 1906, a sus 60 aos, todava albergaba una pasin secreta. Undeseo que lo haca despertar en las noches pataleando entre las cobijas.

    Ilustracin de Leo Espinosa

    Durante varios aos, antes de que el uso de la bicicleta se popularizara, el nuevo ejercicio fue para m sobre todo unespectculo placentero. No pocas veces, sin embargo, corr el riesgo de terminar en el Hospital Mauriziano, puessola detenerme absorto ante el paso de un ciclista y no notaba a otro que me sorprenda por la espalda. Quinhubiera pensado que la bicicleta se me iba a convertir en una tentacin?

    La primera vez que me sent seducido fue en la cafetera del Consejo Comunal, donde o a un diputado bastantemaduro por cierto decir emocionado a un colega: Creme: dolores artrticos, reumatismos, migraas, falta deapetito, insomnio, todo desaparece como por encanto. Pens: Cul ser la portentosa receta?. Ese consejero nopareca un amante ciego de las novedades, ms bien todo lo contrario. Cuando entend que se trataba de la bicicleta

    Traduccin de Camila Ciurlo

  • me dije: Y si fuera cierto? Y si la bicicleta fuera la cura rotatoria que me regenerase?.

    La segunda tentacin tuvo lugar sobre la va Margherita. Haba un viejo de aspecto decrpito que pareca sufrir deuna grave enfermedad, un verdadero esqueleto vestido. Se esforzaba por hacer avanzar un triciclo con sus pobrespiernas de insecto; apenas si se mova, con la lentitud de los encapuchados de Dante, dando un espectculo indignode impotencia infantil. Muchos curiosos se detenan para observarlo; sonrean, como si se tratase de alguien que, enun heroico esfuerzo, intentara resolver un absurdo problema de dinmica. Recorridos diez metros en no menos deun minuto, el viejo termin con la rueda delantera frenada contra los rieles del tranva: el gigantesco obstculo lodetuvo. En un ataque de lstima, un espectador le dio un suave empujn. El triciclo super los rieles y retom suandar lento de tortuga enferma, seguido por las carcajadas de una multitud de curiosos.

    Aun as, en los ojos entreabiertos de ese hombre con la mirada fija en el manubrio como si no hubiera nada ms asu alrededor brillaban tal sentimiento de complacencia, casi de vanidad y de osada juvenil, y tal fe ciega en laeficacia milagrosa de esa parodia gimnstica que, pese a la compasin que pareca despertar, la suya segua siendouna admirable demostracin de fuerza y velocidad. El escenario me dio una idea ms clara de las mentadasmaravillas del ciclismo. Si un ejercicio as pens puede proporcionar tal goce a este msero personaje, qu nohar en un hombre que sea todava un hombre?

    As, entr en un perodo de tentaciones secretas, alimentadas tambin por quienes insisten en vendernos cualquiercosa nueva. Cmo no sentirse tentado si al menos siete veces a la semana nos preguntan: por qu no montas, o porqu no montan, en bicicleta?

    Hubo gente que se lo tom a pecho y, queriendo salvar mi alma, me propusieron tomar clases (aunque fuera aescondidas), adems de ofrecerme su amistosa compaa en mis primeras excursiones. Recib tambin cartas deamigos a los que el ciclismo se les haba convertido en una pasin absorbente, tanto que intentaban inducirme conclidas palabras. Hubo varios que llegaron incluso a aguijonearme a travs de la crtica literaria. Uno, por ejemplo,me escribi: Veras cunta riqueza podra adquirir tu estilo. Hay en algunas de tus mejores pginas seales deestancamiento. Eso no te volvera a ocurrir nunca ms. Otro me dijo: Si usted pedaleara, su mente sera capaz deabrazar una mayor cantidad de elementos al mismo tiempo. Estas observaciones, debo confesar, me hicieronmeditar mucho. Empec a decirme, cada vez que me encontraba en una dificultad: Si hubiera pedaleado un pocoesta maana...!.

    Haba ocasiones en las que, seguro ya de que nadie estaba mirando, examinaba con detalle una bicicleta apoyada enun muro. Me senta forzado a aferrarla, a palparla, a ponerla en movimiento, a preguntarle como si se tratase deun ser dotado de conciencia si era cierto que ella tena la virtud de devolver unas horas de juventud a un hombremaduro. Si con su andar era capaz de diluir en el aire la melancola que nos asalta por la espalda, y de llevar alcaballero a casa con el nimo y la sangre renovados. Los reflejos que producan sus delgados miembros de acero meparecan miradas seductoras, sonrisas de promesa, guios de invitacin amorosa a intentar la aventura.

    Durante un tiempo fue sencillo hacer a un lado la tentacin con arte y gallarda. No, me repeta, el hombre sobre labicicleta no se ve bien, forma con el cuerpo un ngulo ridculo, como el de una marioneta doblada en dos. Tienerazn Giovanni Verga en su soneto milans: De la cintura para arriba es un sastre jorobado, / de la cintura paraabajo un afilador enloquecido. Es comprensible, e incluso placentero a la vista, que los flacos monten en bicicleta.Pero los vejetes gordos! Lo desproporcionado de esos cuerpos enormes con respecto a los delgadsimos radios delas ruedas hace que estos parezcan tan frgiles que pudieran doblarse en cualquier momento bajo el peso de lasdescomunales nalgas. Todo el ejercicio da a los caballeros la apariencia de elefantes sentados en tlburis.Un hombre con el pelo blanco, con ese juguete entre las piernas, me recuerda a esos viejos chinos que se mueven demanera infantil por las calles de Pekn jugando con sus dragones voladores. Pensaba en cuntas veces me habadivertido viendo a esos rollizos padres de familia que pasaban con el sombrero calado hasta las orejas y lospantalones remangados a la altura de los tobillos. Remaban con las piernas casi como nufragos, resoplando

  • como focas perseguidas; y con la parte de atrs de los vestidos ondeando desordenadamente por el viento, parecanperros enloquecidos cuando se dan a la fuga. Reconoca el momento preciso en que sus ojos se dilataban por elterror que les produca el encuentro con un obstculo imprevisto. Hacan que las jvenes se voltearan a mirarloscon una sonrisa en la cara que sugera: Ese de ah no roba corazones con su forma de montar en bicicleta, seguroque no!.

    Me repeta incesantemente: No hay caso, t no seras mucho ms seductor que ellos. As alejaba a los tentadoresinsistentes. Pero volvan a la carga y me decan: Qu tal si pedalea por el campo?. Yo me negaba: Tampocoquiero hacer rer al campo. Entiendo que estamos en tiempos difciles, en los que un buen ciudadano debera hacertodo lo posible por salvar a la sociedad de afanes y pensamientos opresivos, pero no me atrevo a hacer tal sacrificopor el bien pblico. Puede imaginarme haciendo sonar la corneta por la va Garibaldi? Se reiran incluso los quevan a pagar el impuesto de la riqueza mvil. No nos digamos mentiras, ya no estoy para esos trotes.

    Pero la prueba ms dura vino despus, cuando sucumbieron conocidos y amigos de mi edad. Algunos me loanunciaron. Otros lo callaron, pero a todos los cog infraganti, uno por uno, andando por las calles y los senderos dela ciudad. A ms de uno arranqu la confesin de haber cado en el pecado. Casi todos cayeron, empezando poraquellos a quienes no me imaginaba capaces de dar el salto: profesores calvos, hombres canosos, panzones yarqueados, coroneles jubilados, subcomandantes en retiro, senadores con la columna vertebral torcida, caballerosdoblados por los reumas, barbas grises, rodillijuntos, gafas verdes, zapatos de gamuza. Entonces fui presa de lamelancola y el vaco que sienten los clibes testarudos cuando ven a sus amigos ntimos prximos al matrimonio.La bicicleta me robaba compaas agradables, me alejaba de los viejos conocidos. Uno de los casos que ms medoli fue el de mi buen amigo Daghetto, un artesano socialista y consejero de provincia. Una tarde pas volandocomo un golpe de viento, el rostro sonredo, como dicindome con doble sentido: T te quedas atrs, lento!.