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“El escepticismo, aunque es muy natural, conduce, sin embargo, a una con- clusión errónea, pues deja de lado la buena voluntad de la Historia, así como otras veces nos hemos inclinado a ignorar su mala voluntad, la cual se ha demostrado tan cruelmente ahora con el destino que le ha cabido a la inter- nacional” (León Trotsky, La guerra y la Internacional). I NTRODUCCIÓN El texto que estamos presentando es un retrabajo de una serie de artículos realizados el año pasado a propósito de la necesidad de volver a proponer la historia del siglo XX para la recuperación de la conciencia histórica de las nue- vas generaciones. Ocurre que el pasaje de un siglo a otro marcó un quiebre res- pecto de la continuidad de la experiencia de los explotados y oprimidos, some- tidos al discurso de que lo que existe es lo único posible y sólo queda adap- tarse a las actuales condiciones de vida bajo el capitalismo. Si esto es lo que ocurre entre los trabajadores en general, se puede decir que entre las nuevas generaciones militantes se vive una suerte de cretinismo históri- co, en el sentido de que no se conoce, realmente, la historia del siglo XX. No se sabe que esa “era de los extremos”, sobre todo en su primera mitad, fue la época de las más grandes revoluciones (y contrarrevoluciones) en la historia de la humanidad, una experiencia de la cual se deben sacar conclusiones estratégicas. El propio marxismo revolucionario debe adecuar sus concepciones a la luz de u Teoría - Historia Siglo XX Socialismo o Barbarie 263 Abril 2015 Siglo XX y dialéctica histórica La tarea del rescate de la revolución Roberto Sáenz * * Con la colaboración en el ordenamiento de los textos de Eric Simmoneti

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“El escepticismo, aunque es muy natural, conduce, sin embargo, a una con-clusión errónea, pues deja de lado la buena voluntad de la Historia, así comootras veces nos hemos inclinado a ignorar su mala voluntad, la cual se hademostrado tan cruelmente ahora con el destino que le ha cabido a la inter-nacional” (León Trotsky, La guerra y la Internacional).

INTRODUCCIÓN

El texto que estamos presentando es un retrabajo de una serie de artículosrealizados el año pasado a propósito de la necesidad de volver a proponer lahistoria del siglo XX para la recuperación de la conciencia histórica de las nue-vas generaciones. Ocurre que el pasaje de un siglo a otro marcó un quiebre res-pecto de la continuidad de la experiencia de los explotados y oprimidos, some-tidos al discurso de que lo que existe es lo único posible y sólo queda adap-tarse a las actuales condiciones de vida bajo el capitalismo.

Si esto es lo que ocurre entre los trabajadores en general, se puede decir queentre las nuevas generaciones militantes se vive una suerte de cretinismo históri-co, en el sentido de que no se conoce, realmente, la historia del siglo XX. No sesabe que esa “era de los extremos”, sobre todo en su primera mitad, fue la épocade las más grandes revoluciones (y contrarrevoluciones) en la historia de lahumanidad, una experiencia de la cual se deben sacar conclusiones estratégicas.El propio marxismo revolucionario debe adecuar sus concepciones a la luz de

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Siglo XX y dialéctica histórica

La tarea del rescate de la revolución

Roberto Sáenz *

* Con la colaboración en el ordenamiento de los textos de Eric Simmoneti

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esa experiencia, que mostró que el curso histórico no es mecánico ni lineal, queno hay nada automático que nos pueda conducir al socialismo.

Nuestra corriente internacional viene insistiendo desde su fundación enlas dramáticas inercias causadas por el abordaje unilateral del marxismo enla segunda posguerra; más precisamente, hemos criticado la idea de que eraposible la transición al socialismo sin que la clase obrera estuviera al frentedel poder.

El siglo XX ha sido una desmentida radical de esto; es más, en condicio-nes de una época revolucionaria, cada derrota de la clase obrera dio lugar ainmensos fenómenos contrarrevolucionarios como el nazismo y el stalinismo.Las interpretaciones liberales a la moda, que clasifican bajo el términocomún de “totalitarismo” toda la experiencia del siglo pasado, no son másque una ideología interesada que busca sacar del horizonte histórico todaperspectiva emancipatoria.

La renovación del pensamiento del marxismo revolucionario debe hacerseen este nuevo siglo sobre la base de una mirada estratégica de la experienciadel siglo XX, reubicando en el centro de su apuesta histórica una transforma-ción social comandada por la clase obrera; tarea para la cual es más impres-cindible que nunca la construcción de nuestros partidos revolucionarios.

Al servicio de esta tarea se plantea, entonces, el presente texto, con lapretensión de ser un aporte a la formación marxista de las nuevas genera-ciones militantes.

1. La Primera Guerra Mundial,momento fundador de una época revolucionaria

El año pasado se cumplió un siglo desde el inicio de la Primera GuerraMundial. El 28 de julio de 1914, con la declaración de guerra del imperioAustro-húngaro a Serbia, daba comienzo la primera gran conflagración de laera capitalista: “El primer acto de ‘guerra total’ en la era democrática y en lasociedad de masas fue la Gran Guerra, en la cual murieron 13 millones de per-sonas. Fue el hecho fundador del siglo XX” (Traverso 2003: 77).

No es extraño, entonces, que muchos analistas se interroguen acerca de lasituación del mundo en este aniversario. Más aún cuando el panorama inter-nacional está cruzado por rebeliones y conflictos incluso militares crecientes.La “Revolución de los Paraguas” en Hong Kong fue uno de los acontecimien-tos más rutilantes del año pasado, pero se puede agregar el referéndum por laindependencia en Escocia, la guerra civil en Ucrania, las luchas fratricidas y laintervención militar imperialista en Siria e Irak, así como otros conflictos queplantean entre signos de pregunta la estabilidad mundial.

El centésimo aniversario de la primera guerra opera, así, como catalizadorde una inquietud creciente acerca de la estabilidad del mundo actual, hoycuestionada cuando la inédita pax americana que se vivió en las últimas déca-

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das se erosiona a ojos vista. Se vive una lenta desintegración del viejo ordenmundial sin que se sepa qué vendrá a reemplazarlo.

1.1 DE AYER A HOY

Con la I Guerra Mundial acontecía no solamente una guerra inédita por sucarácter y magnitud: comenzaba una época de crisis, guerras y revoluciones,con el capitalismo puesto en cuestión a lo largo de varias décadas. La guerrafue seguida por la revolución. Al arrancar de sus casas a la flor y nata de lasjóvenes generaciones, al segar la vida de millones, al sumarlos al tumulto de laconflagración, a su destrucción, a sus traumatismos, al repudio por los poderesconstituidos que los enviaron a tal carnicería, no podía más que introducir unaenorme convulsión en todo el cuerpo social (ver al respecto La Gran Guerra1914-1918, de Marc Ferro).

Al finalizar la guerra, el fuego de la revolución se expandía por toda Rusia,llevando al poder a la clase obrera y alcanzando vastas porciones de Europa(en primer lugar, Alemania), Asia y otros rincones del planeta, en lo que nosdetendremos más adelante.

Luego de una primera oleada revolucionaria, el capitalismo pareció estabi-lizarse. Pero la ilusión duraría poco. A finales de 1929 comenzaba la crisis eco-nómica más dramática del sistema: la Gran Depresión. Fueron más de diezaños de crisis continua (con sus alzas y bajas coyunturales), de la cual no sepudo salir por el expediente del mero mecanismo económico: hizo falta unasegunda guerra, con 50 millones de muertos, la producción en masa para laindustria militar y la destrucción del capital acumulado para que el capitalismolevantara nuevamente cabeza.

A la salida de esta nueva conflagración mundial, EE.UU. lograba resolver elproblema de la hegemonía imperialista que no se había solucionado con la pri-mera. El estancamiento de las trincheras en el frente occidental reflejó que larelación de fuerzas entre potencias industrializadas era demasiado pareja; la exURSS aparecía como el país heroico de la resistencia contra el nazismo (ycomo la alternativa al capitalismo). Sin embargo, el dramático costo de 26millones de muertos que sufrió (hubieran sido muchos menos de no mediar lagestión burocrática del stalinismo; ver al respecto nuestro trabajo “Causas yconsecuencias del triunfo de la URSS sobre el nazismo”) dejó al país histórica-mente hipotecado: nunca logró recuperarse del todo de la guerra. Un criterioque se establece, sencillamente, viendo la evolución poblacional del país,afectada ya en los años 30 por la hambruna en Ucrania y las purgas stalinistas.

El mundo pareció estar dominado por un orden bipolar. En el fondo, lapotencia hegemónica era sólo una: EE.UU. Los acuerdos firmados en Yalta yPotsdam entre los Aliados (EE.UU., la ex URSS e Inglaterra) son observados hoycon envidia por más de una cancillería imperialista debido a la estabilidad(relativa) que le otorgaron a los asuntos internacionales. Lo anterior no quitaque las décadas posteriores a la segunda guerra no hayan estado marcadas poragudos conflictos entre ambos bloques, como el puente aéreo sobre Berlín

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(1949), la construcción del Muro de Berlín (1961) y la crisis de los misiles enCuba (1962), por marcar sólo algunas de las más agudas.

Bajo el corsé de estos acuerdos, la revolución se desplazó a la periferia delsistema, ocurriendo la más grande en China (1949), que llevó la expropiacióndel capitalismo a un tercio del globo. Pero el capitalismo quedó estabilizadoen el centro del mundo, dando lugar así a tres décadas de inédito crecimientoeconómico: los “Treinta Gloriosos”. En esta estabilización, el stalinismo cum-plió un rol de primer orden, entregando las situaciones revolucionarias que sedesencadenaron sobre el final de la guerra en Grecia (donde el PartidoComunista controlaba el 90% del país y cedió el poder a la burguesía porimposición de Stalin), Italia y Francia.

Esta situación económicamente pletórica se agotaría andando las décadas.Con la llegada de los años 70 se viviría una nueva crisis económica mundial,la segunda más grave del siglo pasado. Tuvo lugar acompañada de un ascensode las luchas obreras y estudiantiles representadas por el Mayo francés: unaoleada que barrió Europa occidental, Latinoamérica y el sudeste asiático, sinolvidar los levantamientos antiburocráticos en Berlín (1953), Hungría (1956),Checoslovaquia (1968), Polonia (1980) y más allá.

La crisis y esta oleada de luchas caracterizaron los años 70, hasta que a fina-les de esa década comenzó a enseñorearse el neoliberalismo. Esto ocurrió apartir de dramáticas derrotas de los trabajadores en Inglaterra bajo la Thatcher,en EE.UU. bajo Reagan, y en el Cono Sur latinoamericano bajo las dictadurasmilitares, entre otros procesos.

La culminación de esta contraofensiva de reafirmación capitalista fue lacaída del Muro de Berlín. El sistema lograba recuperar la explotación directaen el tercio del globo donde había sido expropiado; también reforzar las rela-ciones de dependencia y semicolonización en el mundo emergente, al tiempoque imponía un deterioro duradero en las condiciones de explotación de lostrabajadores. Se acababa el pleno empleo y la precarización laboral pasaba aser la condición común de existencia de las nuevas generaciones.

Con el neoliberalismo y la caída de la ex URSS vino la afirmación del“mundo unipolar”: el dominio no cuestionado de los Estados Unidos en losaños 90. También la extensión urbi et orbi de la democracia burguesa –con suselementos contradictorios, como el carácter de conquistas populares de laslibertades democráticas– como instancia universal de mediación política.

En el terreno de las relaciones entre los estados se abría un período marca-do por una estabilización reaccionaria de las relaciones entre las clases, lahegemonía global de EE.UU., así como una ola de legitimación del capitalis-mo a partir de la “muerte” de su oponente “socialista”. El corolario intelectualde este período era la idea de un filósofo del Departamento de Estado yanqui,Francis Fukuyama, de que “la historia había terminado” y, con ella, el socialis-mo, la clase obrera, toda perspectiva emancipatoria.

Pero el sueño de un “capitalismo eterno” duró poco. Andando década ymedia del nuevo siglo, el sistema aparece minado en varios puntos y se abreuna sensación general de incertidumbre acerca del futuro: la crisis económica

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mundial, la crisis del “orden geopolítico” y la continuidad de un ciclo de rebe-liones populares que, con sus alzas y bajas, muestra el retorno de las grandesmasas a la liza política, son algunos de los factores que minan esa estabilidad,amén de los conflictos abiertamente militares en puntos sensibles del globo,como el caso de Ucrania.

1.2 LA ESTABILIDAD AMENAZADA

Arranquemos por la economía. Mucho se ha escrito a propósito de cómodefinir el evento que vive la economía mundial. Se trata de una crisis persis-tente que amenaza convertirse en un período de bajo crecimiento: un estanca-miento secular.

Paúl Krugman había definido la crisis como una “Gran Recesión”. Pero vistasu larga duración, sumado a que expresa un bajón tenaz en la dinámica delcrecimiento económico mundial, quizá la mejor manera de caracterizarla seacomo una “Pequeña Depresión”, para diferenciarla de la Gran Depresión delos años 30 del siglo pasado, más grave que la actual.

Es verdad que como contrapeso ha estado el extraordinario crecimiento deChina (y el “mundo emergente”). Pero aquí hay un matiz, ya que China vienereduciendo sus índices de crecimiento del increíble 12% anual de años atrás almás modesto 7% actual. Esto presiona a la baja en los precios de las materiasprimas, deprimiendo la tendencia del crecimiento de los países emergentes enla última década y acabando con el ciclo de precios altos de commodities.

La crisis económica del capitalismo no solamente ha mellado su dinamismo;también plantea un gran signo de interrogación acerca de su legitimidad comogenerador de expectativas de progreso. Por la sencilla razón de que la jovengeneración ve sus perspectivas de vida peores que las de sus padres y abuelos.

Sin embargo, las novedades más rutilantes se vienen ubicando últimamen-te en el campo geopolítico. Se vive un declive relativo de la hegemonía norte-americana. Este debilitamiento tiene sus raíces en el terreno económico(Estados Unidos ya no representa el 50% del producto mundial, como ocurríaa la salida de la segunda guerra, sino algo en torno al 20%) y se eleva al planogeopolítico. El sheriff del mundo no tiene capacidad para resolver por sí sololos problemas del mundo. La situación del globo semeja así la de un hormi-guero que alguien ha pateado, con las hormigas saliendo disparadas sin quenadie les ponga orden ni concierto.El desafío hegemónico que en los hechos plantea China es el principal

asunto geopolítico mundial, aunque la agenda geopolítica se haya enrique-cido y llenado de otros actores en los últimos años: desde Rusia, que bajoPutin le puso un freno al proceso de semicolonización que se anunciaba enlos años 90, pasando por países con arsenales atómicos como Pakistán eIndia, o mismo Alemania, que es la patrona en la UE, y varias otras potenciasemergentes regionales.

Esto plantea una serie de problemas de definición. Hay sectores de laizquierda que creen ver en el ascenso de China el de una “potencia benigna”

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que vendría a “emancipar a los pueblos” (postura defendida por el geógrafomarxista Giovanni Arrighi en su Adam Smith en Pekín). Nada más alejado dela realidad. China, una sociedad devenida en capitalista de Estado por un cursocompletamente paradójico que no podemos explicar aquí, tiende a moverse enla arena internacional como una suerte de “imperialismo en construcción”.1 Sihace alguna concesión es en aras de ese desarrollo: sus patrones de relaciona-miento, la matriz de sus inversiones e intercambio en el terreno del comerciointernacional son similares a los del resto de los imperialismos.

Es verdad que China no logra aún autonomía en materia de investigación ydesarrollo, y hay que ver si puede convertirse en un imperialismo “tradicional”o no. Esto dependerá de muchas circunstancias, en primer lugar, del manteni-miento de su relativamente frágil estabilidad social interna; ver la rebelión juve-nil masiva que se vivió el año pasado en Hong Kong a propósito del derechoal voto universal, libre y soberano en la isla.

Pero más allá de esto, es evidente que el orden geopolítico internacionalestá mutando y que en la experiencia del capitalismo estas mutaciones nuncafueron pacíficas. Esta situación es la que repropone el fantasma de las guerrasy conflagraciones. No se debe apreciar esto de una manera mecánica; nadieespera una gran guerra en el futuro próximo. Pero si es verdad que se estánviviendo varios conflictos militares localizados que marcan esta coyuntura:Ucrania, Siria, Irak, Libia, etcétera, arman un rompecabezas donde se entre-cruzan reivindicaciones y demandas desde abajo con los intereses de las dis-tintas potencias que meten presión desde arriba.

De ahí que en muchos casos no sea fácil orientarse desde un punto de vistade clase, y que sea un esfuerzo de apreciación saber de qué lado de la barri-cada combatir, ante la difuminación de los contornos sociales que se vive enmuchos de estos conflictos. No es el caso de Palestina, evidentemente, pero síde Ucrania, un verdadero laberinto que desafía a la izquierda revolucionaria ano perder su independencia política. Por no hablar de casos como Siria e Irak,marcados por elementos de enfrentamientos fratricidas, de barbarie y el abier-to intervencionismo imperialista, todo lo cual hace muy difícil la pelea por unaalternativa desde los trabajadores.

1.3 MEMORIA E HISTORIA

Existen, sin embargo, procesos marcados por la irrupción desde abajodonde las cosas se presentan más claramente. Hablamos de las rebelionespopulares que vienen caracterizando el mundo desde la Plaza Tahrir en Egipto

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1. La revolución anticapitalista de 1949 no llevó a la clase obrera al poder pero, sinembargo, al resolver en cierto modo problemas como los de la unidad del país y suindependencia del imperialismo, así como dar impulso a una primera oleada de indus-trialización y urbanización, creó mejores bases para su desarrollo capitalista actual.Apreciar esta evidente paradoja requiere, de todos modos, un abordaje del curso histó-rico que huya del mecanicismo y el linealismo habitual.

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hasta Puerta del Sol en Madrid, pasando por la Plaza Taksim en Estambul y lasjornadas de rebeldía en Brasil a mediados de 2013.

Esta rebeldía plantea elementos de importancia. El primero y más general esque repropone la acción colectiva de las grandes masas, como una suerte deespectro de la revolución social supuestamente sacado de la agenda históricaa finales del siglo pasado. No podía ser así: mientras persista el acicate de laexplotación y la opresión, las nuevas generaciones se pondrán nuevamente depie. Además, al calor de este ciclo de rebeliones populares lo que hay es unrecomienzo de la experiencia histórica de lucha de amplias capas de las masasoprimidas; experiencia de un valor sin igual que plantea su maduración haciainstancias de mayor radicalidad.

Son marcados los límites de este nuevo ciclo: de ahí que lo caractericemoscomo de rebeliones y no de revoluciones. Está marcado por un carácter popu-lar general, donde no es todavía la clase trabajadora la que le da su improntaa los asuntos. Al mismo tiempo, tampoco se avanza en la constitución de orga-nismos independientes ni, menos que menos, grandes partidos revolucionarios(aunque hay progresos a nivel de organizaciones de vanguardia en países comola Argentina o Grecia). Faltan todavía varios pasos hacia una radicalización delas nuevas generaciones.

Aquí se cruzan, entonces, algunos conceptos que venimos trabajando comolos de “conciencia histórica” y “conciencia política”, sobre los que volveremosabajo. Todos los observadores atentos marcan cómo la conciencia de las nue-vas generaciones se encuentra escindida respecto de las anteriores. Los acon-tecimientos del siglo XX han quedado atrás, y, de manera general, las nuevasgeneraciones no se sienten conectadas con ellos. Esta falta de perspectivas enrelación con el pasado se traduce en una visión del futuro –o, más bien, unafalta de visión– donde se vive en una suerte de “eterno presente”, una crisis detoda otra alternativa: “Testigos exhibidos en tiempos anteriores como ejemplode héroes, como los resistentes que tomaron las armas para combatir contra elfascismo, perdieron su aura o simplemente cayeron en el olvido devorados porel ‘fin del comunismo’ que, eclipsado de la historia con sus mitos, arrastró con-sigo en su caída las utopías y las esperanzas que había encarnado” (E. Traverso:El pasado, instrucciones de uso).

Un problema adicional es que esta falta de conciencia histórica –conceptosugerido por Amos Funkenstein– tiene graves consecuencias a la hora de laconciencia política. Es que si se cree que el mundo “descremado” actual es elúnico posible, cuando esto se traduce a la conciencia política es difícil escapardel posibilismo, que es actualmente la condición común de la conciencia entreamplios sectores y donde se apoya el oportunismo de izquierda.

No se trata, solamente, de la carga material de la conciencia reivindicativa,de la dificultad de elevarse al terreno político, de lo que constriñe la necesidada la hora de una conciencia más general que se eleve a los asuntos universales(problema magistralmente estudiado por Lenin). También está el problema deque esa conciencia (que vuela a ras del suelo de las necesidades inmediatas)no podrá despegar si al elevar la mirada no aparece la dimensión de la tempo-

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ralidad, del futuro, de una alternativa, de que las cosas podrían ser diferentes alo que son hoy. Toda conciencia política tiene elementos de cierto renuncia-miento a las adquisiciones del presente en favor de las perspectivas futuras.Pero ese “renunciamiento” será materialmente imposible sin visualizar, aundifusamente, la posibilidad de que las cosas cambien.

Cabe la pregunta, finalmente, de cómo definir la situación del mundo hoy.En general, es mucho más sencillo hacerlo cuando ocurre un acontecimientoque por su universalidad atañe al conjunto del globo: una gran guerra, una cri-sis económica mundial, una oleada revolucionaria internacional y otros hechospor el estilo. De ahí que Lenin pudiera definir la situación como revoluciona-ria cuando se desencadenó la Primera Guerra Mundial, por el cataclismo uni-versal que supuso para las clases sociales del orbe europeo y más allá.

Hoy no existe un acontecimiento tan radical, único, que pueda dar lugar auna definición así. La crisis económica mundial que sigue barriendo el mundoes, hasta cierto punto, un hecho de estas características y ha logrado impactarsobre amplios sectores, pero no ha alcanzado la magnitud de una gran guerra,ni tampoco llegado a los niveles de la Gran Depresión de los años 30.

De todos modos, a sabiendas de que es una exageración, quizá la defini-ción más correcta hoy es que se vive una lenta pero persistente desintegracióndel orden mundial; parece estar debilitándose el orden mundial característicode las últimas décadas para alumbrar un período de mayor inestabilidad y pola-rización en las relaciones entre estados y clases.

La estabilidad capitalista de las últimas décadas aparece minada. Y, juntocon esto, una nueva generación está haciendo sus primeras armas, condi-ción material irreemplazable para que una oleada de radicalización mundialde los explotados y oprimidos barra el mundo en cuanto los acontecimien-tos se extremen.

2. Bajo el hierro de una era de los extremos

“La guerra es el método por el cual el capitalismo, en la cumbre de su des-arrollo, busca la solución de sus insalvables contradicciones. A este método,el proletariado debe oponerle su propio método: el de la revolución social”(León Trotsky, La guerra y la Internacional).

Un siglo ha transcurrido desde el desencadenamiento de la Primera GuerraMundial, una carnicería industrializada sin antecedentes cuya característicaprincipal fue el enfrentamiento entre potencias imperialistas por el reparto delmundo. No nos interesa aquí hacer un repaso historicista, sino proponer algu-nos núcleos de debate significativos para este presente a comienzos del sigloXXI donde se vive, como hemos señalado, una lenta pero persistente desinte-gración del orden mundial consagrado a finales de la Segunda Guerra Mundialy reafirmado detrás de la hegemonía indiscutida de EE.UU. en los años 90.

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2.1 LOS PELIGROS QUE ENTRAÑA LA ASCENSIÓN DE CHINA

Lo primero a resaltar acerca de la Primera Guerra Mundial es cómo su des-encadenamiento inauguró una época de crisis, guerras y revoluciones. Sobre larelación entre guerra y revolución nos dedicaremos más adelante; lo que nosinteresa aquí es la conexión entre crisis hegemónica y grandes conflagraciones.La razón de nuestro interés es evidente: se vive una situación que tiene algunasanalogías respecto del escenario de crisis hegemónica característico de cienaños atrás. El lento declive de los EE.UU. se está combinando con la ascensiónde China a primera economía mundial, a la par de un desplazamiento del cen-tro de gravedad de la economía mundial hacia el área del Pacífico.

Adelantémonos a señalar que en China tanto el nivel de productividad desu economía como el ingreso per cápita están muy por detrás no solamente deEE.UU., sino de la totalidad de las economías del centro imperialista. Además,la medición que indica el paso a primera potencia económica (según el PBImedido por capacidad de consumo) es un índice que podría modificarse toda-vía. En términos de potencia económica real, China permanece detrás deEstados Unidos y subordinado a él en muchos aspectos (el caso de las inver-siones en investigación y desarrollo, entre otros).

Sin embargo, esto no puede ocultar una radical novedad: habiéndose trans-formado (a la salida de la Segunda Guerra Mundial) Inglaterra y Francia enpotencias de segundo orden; estando Alemania cruzada todavía por el síndro-me de su papel en las dos guerras mundiales, lo mismo que Japón respecto dela segunda; habiendo sido la ex URSS puesta de rodillas a partir de su estallidoen 1991 y convertida Rusia de una potencia industrial de segundo orden (basa-da en los recursos naturales y la industria armamentística), todas las miradas sefocalizan hoy en la ascensión de China.

Se trata de una ascensión que parece hoy imparable, pero cuya dinámicaestá en debate debido a los desequilibrios dramáticos que entraña su creci-miento: “China no es un ‘país emergente’, sino una potencia emergida. No esun ‘subimperialismo’ que vela por el orden en su región, sino un imperialismo‘en proceso de construcción’. La nueva burguesía china quiere jugar en la can-cha de los más grandes. El éxito de su proyecto todavía no está asegurado, nimucho menos, pero esa ambición es la que dicta su política internacional yregional, económica y militar” (Pierre Rousset, “China: un imperialismo enconstrucción”, www.europe-solidarie.org).

El caso chino se destaca por la paradoja de su evolución. Cuna de una grancivilización histórica que se mantuvo al margen del curso central de los acon-tecimientos en el “mundo occidental”, sometida de manera creciente a partirde su derrota en la Guerra del Opio por parte de Inglaterra (mediados del sigloXIX), independizada formalmente con la revolución burguesa de 1911, su uni-dad e independencia nacional vino a ser rescatada por la revolución antica-pitalista de 1949.

Fueron esas dos conquistas obtenidas por la vía anticapitalista las que vinie-ron a crear las condiciones para su despegue capitalista: una verdadera revo-

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lución industrial y la extensión universal de la producción de mercancías quese vivió a partir del giro instrumentado por Deng Xiao Ping a finales de los años70. La inmensa reserva de mano de obra campesina de ese multitudinario países lo que posibilitó una revolución industrial tardía que, aunada al bajo costode la mano de obra fabril, llevó a la transformación del gigante asiático en el“taller del mundo” en las últimas décadas.

El dinamismo de su crecimiento en la última década –multiplicando conmucho el de los países imperialistas tradicionales: del 8 al 12% vs. 1 al 2%–amén de un comportamiento más “asertivo” en los asuntos en su propiaregión, es lo que plantea el debate acerca de las posibilidades de una evolu-ción “pacífica” de su ascensión: “En Asia oriental, China ha emprendido unpulso con Japón (…) y con ello desafía a EE.UU.: puesto que ya es miembropermanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y posee oficial-mente el arma nuclear, reclama el pleno reconocimiento como potencia. (…)Esta resuelta política regional cuenta asimismo con una vertiente militar yterritorial muy agresiva, que subraya hasta qué punto la pax sinica se carac-teriza por una gran desigualdad. Para nutrir un nacionalismo de gran poten-cia capaz de llenar el vacío ideológico que dejó la crisis del maoísmo, paradar legitimidad al régimen, para apropiarse de las riquezas marítimas y tam-bién para asegurarse el acceso de su flota al océano Pacífico y a los estrechosdel sudeste asiático, Pekín ha declarado suya casi la totalidad del Mar deChina, nombre que evidentemente rechazan los demás países ribereños (…).Ninguna potencia quiere iniciar actualmente una guerra abierta en Asiaoriental, pero de provocación en provocación cabe no descartar posibles res-balones” (ídem).

Es aquí donde se deben introducir las enseñanzas de la Primera GuerraMundial, que inauguró una lucha de 30 años por la hegemonía mundial impe-rialista que sólo se iba a resolver (y aun así de modo parcial hasta la caída dela ex URSS) con la derrota de Alemania y Japón a la salida de la segunda gue-rra y la ascensión definitiva de EE.UU. al lugar de primera potencia mundial.

El problema es que no hay reglamento ni derecho internacional que regulela ascensión de unas potencias y la caída de otras. Aquí vale la intuición deCarl Schmitt (agudo politólogo vinculado al nazismo), cuando señalaba que,tanto en el terreno nacional como en el internacional, el hecho antecede elderecho; es decir, las relaciones políticas y de hegemonía remiten a relacionesde fuerza entre estados y clases. Que se resolvieran pacíficamente o no depen-día, en definitiva, de lo equilibradas o no que estén, de si hay margen paraalgún acomodamiento o no. Traverso subraya este análisis de Schmitt en refe-rencia a la crisis del derecho público europeo “nacido con la Reforma y muer-to en los espasmos de las guerras totales de nuestra época”.

No otra cosa decía Trotsky en La guerra y la Internacional (1915), al seña-lar que “el poder es el padre del derecho”, y recordaba que Bethmann-Hollweb(canciller alemán de esa época) había declarado que “la necesidad no recono-ce leyes”, al justificar el desencadenamiento de la guerra.

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2.2 EL IMPERIO UNIVERSAL DE LA DEMOCRACIA BURGUESA COMIENZA A AGRIETARSE

La crisis hegemónica que se está viviendo remite a las enseñanzas de la pri-mera guerra: ¿cómo hacer para dar lugar a las ambiciones de las potenciasemergentes en un mundo siempre “limitado”? Si no queremos consagrar la vul-garidad de que toda lucha hegemónica debería conducir a una conflagración,sí es real que cuando el problema de la hegemonía se plantea sobre la mesa,el enfrentamiento no puede ser excluido como posibilidad. No otra cosa es loque afirmaba Rosa Luxemburgo: “Los amigos burgueses de la paz creen que lapaz mundial y el desarme pueden realizarse en el marco del orden social impe-rante, mientras que nosotros, que nos basamos en la concepción materialistade la historia y en el socialismo científico, estamos convencidos de que el mili-tarismo desaparecerá del mundo únicamente con la destrucción del Estado declase capitalista” (Utopías pacifistas).

La señal de alerta que está dando el mundo de hoy es que lentamente madu-ra un potencial conflicto hegemónico alrededor de la relación entre EE.UU. yChina. Esto ocurre, por ahora, de manera sutil, mediada y con una perspectiva delargo plazo que depende de varias variables; no es un curso ineluctable de lascosas. En primer lugar, de la situación interna de ambos países, siendo en el casode China cualitativamente más débil que la de EE.UU., sin duda alguna; un fac-tor cuya solidez es determinante para cualquier conflagración.

Es cierto que varios conflictos hegemónicos del siglo pasado se resolvieronsin guerras. Por ejemplo, el de EE.UU. y la ex URSS en la segunda posguerra,que se solucionó “naturalmente” a partir del derrumbe de la segunda; o la rela-ción de “asociación privilegiada” que estableció Inglaterra con EE.UU., proce-so iniciado a partir de fines del siglo XIX o comienzos del XX. Incluso el casofrancés tuvo un condimento de aceptación de su status subordinado despuésde la derrota, poco honorable, frente a la Alemania nazi en 1940.

Pero el caso de China es muy distinto: lo que presiona es un ascenso eco-nómico, y de ahí que en la actualidad se vea como el escenario de mayoresconflictos potenciales en términos de hegemonía.

Esto nos lleva al punto que queremos desarrollar: ¿cómo un conflicto hege-mónico puede dar lugar a un trastorno de todo orden que conduzca a grandesguerras, las que a su vez, por la conmoción que significan, pueden abrir ladinámica hacia la revolución?

Adelantémonos a señalar que éste no es, todavía, el rasgo dominante delmundo hoy. La coyuntura internacional está dominada por elementos de pola-rización y múltiples “pequeñas guerras”. Pero se trata de conflictos más omenos localizados en los que, de todas maneras, en el caso a priori más gravecomo el de Ucrania, ninguno de sus actores principales (EE.UU., UE y Rusia)quiere realmente escalar.

El mundo de hoy no es uno en cuya base estén planteadas crisis económi-cas catastróficas, una crisis hegemónica que se precipite en lo inmediato ni,mucho menos, guerras mundiales y revoluciones abiertas. Es, más bien, unmundo en el que la lenta disolución del orden mundial tiene lugar bajo las for-

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mas políticas consagradas de la democracia capitalista y la diplomacia inter-nacional, en medio de un ciclo de rebeliones populares que expresa un reco-mienzo histórico en la experiencia de los explotados y oprimidos.

Esta evolución de los asuntos menos catastrófica, todavía, que cien añosatrás es el fundamento para que los desarrollos no se extremen. Más allá de laeconomía, vienen los desarrollos en materia de las relaciones entre estados y lalucha de las clases. En ambos planos se observa aún un lento desarrollo.

La hegemonía de EE.UU. se debilita a ojos vista (los problemas del gobiernode Obama son un reflejo de esto). Hay algo que caracteriza a todos los gobier-nos imperialistas, por nombrar un solo elemento: se pone en marcha una deter-minada intervención militar pero no se admite costo humano; es el posmoder-nismo caracterizando a las fuerzas armadas imperialistas. Un ejemplo de esto enun país sometido a una suerte de “guerra civil de bolsillo” es cómo el ejércitode Kiev, Ucrania, desplegado en el este del país para doblegar a los rebeldessecesionistas, se disuelve al tomar contacto con su oponente. No es el caso, evi-dentemente, de Medio Oriente, donde los enfrentamientos son en serio y conmiles de muertos. Pero marca, sin embargo, un signo de época que todavía esactual: la sangre no termina de llegar al río, mundialmente hablando.

Es verdad que los problemas de legitimación de la intervención militar hansido complejos en el país del norte. No por casualidad EE.UU. intervino conretraso en ambas guerras mundiales; hay que lograr convencer a la poblaciónde que se está ante un peligro inminente para “la seguridad colectiva de lanación” para que estén dispuestos a entregar la cuota de sangre que toda granguerra significa. De ahí que tampoco se deba hacer una evaluación epidérmi-ca del poder militar de Estados Unidos, de lejos la principal potencia militar.

Del terreno militar podemos pasar al político: las relaciones entre las cla-ses aparecen mediadas y no se vive un momento de polarización de clasessino, más bien, de recomienzo de la experiencia histórica de los explotadosy oprimidos.

Esta definición es de enorme importancia estratégica para la caracterizacióndel actual período histórico y las tareas planteadas. Corrientes como la mayo-ría de la IV mandelista militan en un pesimismo histórico que no les permitever la inflexión que está ocurriendo entre el momento de mayor retroceso delos años 90 y el curso actual de los asuntos. A la vez, la idea de recomienzo dacuenta y explica que el grado de radicalización política sea por ahora menoral que caracterizó al siglo pasado.

2.3 CUANDO LA CLASE OBRERA VESTÍA UNIFORME

“Todo el mundo está harto de esta porquería gloriosa” (carta de KarlLiebknecht a su compañera desde el Frente Oriental)

A comienzos del siglo pasado las condiciones maduraban para la épocarevolucionaria que la Primera Guerra Mundial vendría a abrir. Entre 1890 y1910 se había vivido un gran florecimiento económico. Pero la desigualdad

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social y el carácter no resuelto de las relaciones entre los estados imperialistasllevaron su competencia al paroxismo.

Aquí cabe una reflexión antes de proseguir. En cada momento histórico dela evolución del capitalismo, la frontera entre las fuerzas productivas mundia-lizadas y el carácter nacional de los estados se ha corrido, pero nunca solu-cionado. La actual mundialización de las fuerzas productivas y la división deltrabajo internacionalizada que conlleva no tienen parangón con cien añosatrás. Y, sin embargo, la camisa de fuerzas de los estados nacionales pervive yeso es lo que plantea, a mediano plazo, la posibilidad de renovadas confla-graciones. Lo que señalara Trotsky hace un siglo: “La tendencia natural denuestro sistema económico busca romper los límites del Estado. El globo ente-ro, la tierra y el mar, la superficie y también la plataforma submarina, se hanconvertido en un gran taller económico, cuyas diversas partes están reunidasinseparablemente entre sí (…). La presente guerra es en el fondo una subleva-ción de las fuerza productivas contra la forma política de la nación y elEstado” (La guerra y la Internacional).

Cien años atrás, la lucha entre potencias por el aprovisionamiento de lasmaterias primas y el lugar de exportación de productos manufacturados eramucho más rústica que la de hoy: se necesitaba el control militar de esos terri-torios, algo que no es la característica del imperialismo actual y que se trans-formó en tónica mundial: independencia política más o menos formal combi-nada con la dependencia económica. Una dependencia, de todas formas, orga-nizada de manera distinta, por cuanto la división del trabajo es más complejaque entonces, con cadenas productivas distribuidas en varios países. Sí es simi-lar en su configuración en lo que hace a investigación y desarrollo y ramas depunta, que se focalizan en el norte del mundo.

La razón básica para el desencadenamiento de la primera guerra fue, enton-ces, esta desigual distribución del mundo, como denunciara Lenin, y que la lle-gada a potencias imperialistas fue más tardía en unos países que en otros. Nofue casual que Alemania reclamara su cuota parte en el reparto a comienzosdel siglo XX, ya que logró su unificación nacional bajo Bismarck recién en1866. Marc Ferro describe bien esta búsqueda de Alemania de su “lugar bajoel sol”: el recurrente tema del derecho a su “espacio vital” para desarrollarsecomo imperialismo llevaría al desencadenamiento no de una sino de dos gue-rras mundiales sucesivas, algo que también subraya Traverso cuando explica lagenealogía del nazismo por oposición al concepto de que su razón de serhubiera sido sólo “ideológica”.

Europa se precipitó a la guerra. La historia de su desencadenamiento ha sidocontada mil veces, y sólo nos interesa subrayar aquí la convulsión dramáticaque significó para la población. Muchos historiadores recalcan el inicial carác-ter “nacional imperialista” de la movilización. En agosto de 1914 se vivió unverdadero fervor patriótico entre los jóvenes movilizados al frente de guerra,que rayaba con la más inconsciente ingenuidad: “La existencia que llevamosno nos satisface, porque si bien poseemos todos los elementos de una vidabella, no podemos organizarlos en una acción inmediata que nos tomase en

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cuerpo y alma y nos arrojara fuera de nosotros mismos. Esta acción sólo la per-mitiría un hecho: la guerra” (Ferro 2014: 36).

Subraya Ferro en otro texto que “llámense campesinos o provincianos, laguerra les prometía durante algunas semanas lo que su existencia cotidiana nopodía darles: una aventura extraordinaria. La mayor parte de ellos nunca sehabía subido a un tren; no conocía la gran ciudad y a la edad de 20 años se ima-ginaba que regresaría al poco tiempo, con coronas de laurel por sus victorias”.Trotsky señalará, en tiempo real, el mismo hecho: el torrente movilizador había“despertado” a las capas más atrasadas de los trabajadores. Pero era un desper-tar que, a diferencia de la revolución social (que se realizaba en su propio pro-vecho), era puesto al servicio de los intereses más reaccionarios de la sociedad.

La guerra imperialista vestida de colores patrióticos significó una dramáticapresión para las fuerzas de la Segunda Internacional, que capituló de maneraignominiosa: “El partido cede, vende precipitadamente su alma internaciona-lista y, movido por el instinto de autoconservación, se transforma en partidopatriota”, señalaría Robert Michels con veta pesimista. Trotsky marcaría lomismo, pero con otra perspectiva, evidentemente: “No es el socialismo el quese ha venido abajo, sino su temporal histórica forma externa. La idea revolu-cionaria comienza a vivir nuevamente, arrojando su viejo y rígido caparazón.Este caparazón está hecho de seres humanos, de toda una generación de socia-listas que se han petrificado en abnegación y en trabajos de agitación y orga-nización, o durante un período de varias décadas de reacción política, y hancaído dentro de los hábitos y opiniones del oportunismo nacional o posibilis-mo”. Y en tono casi literario, agregaba sobre el espíritu que debía prevalecerentre los revolucionarios en aquello aciagos momentos: “Mantendremos clarasnuestras imaginaciones entre esta infernal música de la muerte, mantendremosnuestra esclarecida visión” (Trotsky, cit.).

Ese fervor iba a durar poco; estaba condenado a perecer más temprano quetarde. Un preanuncio de esto fue la fraternización que se vivió en la Navidadde 1914 entre los soldados franceses, ingleses y alemanes que se encontrabande cada lado de las trincheras del frente occidental: ¡saliendo de sus posicio-nes, se dispusieron a conmemorar, en conjunto, tan sagrada fecha! ¡Un ejem-plo de fraternización extraordinario! Fue un símbolo de cómo el fervor patrió-tico podía ceder a un sentido de solidaridad de clase, de pertenencia comúnde todos los “trabajadores-soldados” a una misma cofradía internacional: la delos explotados y oprimidos por el sistema capitalista.

Los mandos se dedicaron a acallar rápidamente estos sentimientos. Pero detodos modos, andando las masacres indescriptibles de la guerra: Ypres, Verdún,Somme, Chemin des Dames y un largo etcétera, se fueron abriendo paso las pri-meras manifestaciones de rebeldía, que alcanzaron su punto culminante con ladesintegración del ejército zarista en 1917 y los crecientes motines en el ejércitofrancés, acallados a sangre y fuego por Petain (el jefe de la pro nazi República deVichy en la Francia ocupada en la segunda guerra), que pasó por las armas a 45soldados ese año. Sobre el carácter de la guerra, veamos lo señalado porTraverso: “Todos los testigos de la Primera Guerra Mundial han descrito esta

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dimensión mecánica de la guerra. La batalla se transformó en una masacre pla-nificada. Un ejemplo emblemático en este sentido es la batalla del Somme enFrancia (1916), donde el enemigo se deshumanizó porque era invisible detrás delas líneas del frente y la muerte no era infligida por un enemigo de carne y hueso,viviente, sino que era causada por máquinas, por los bombardeos de los avionesy la artillería, por las ametralladoras, por las armas químicas de gas, etcétera. Lamuerte perdió su carácter épico: ya no era ‘la muerte en el campo de honor’,según la fórmula clásica, sino que se había transformado en una muerte anóni-ma, de masa, en el marco de un proceso de exterminio industrial [de ahí losmonumentos erigidos al “soldado desconocido”, agrega más adelante, que die-ron lugar a grandiosas manifestaciones luego de la guerra en Francia, Italia y otrospaíses]” (Memoria y conflicto. Las violencias en el siglo XX).

En la misma línea que el autor italiano, Ferro pinta la vivencia de la guerrade trincheras: “Con sus avanzadas, sus islotes, sus barreras y cierres formadospor montones de cadáveres, ningún campo de batalla había conocido nuncapareja promiscuidad de vivos y muertos. Al llegar el relevo, el horror subía a lagarganta y señalaba a cada uno el implacable destino de enterrarse vivo en elsuelo para defenderlo y de, una vez muerto, seguir defendiéndolo y quedarseen él para siempre” (La Gran Guerra).

Bajo la presión de esa experiencia, de esa masacre, nació la revolución. LaRevolución Rusa, evidentemente, pero también la alemana con la caída delKaiser (noviembre 1918), el levantamiento espartaquista (enero 1919) y laRepública soviética de Baviera (abril-mayo de 1919); por no olvidar la efímerarepública soviética de Hungría (primera mitad de 1919), la experiencia de losconsejos obreros en el norte de Italia y un largo etcétera.

Pero la derrota en la guerra fue caldo de cultivo, también, para el surgi-miento del nacionalismo extremo, los “cuerpos francos”, las camisas negras, elfascismo y el nazismo: “En estos hombres está viva una fuerza elemental quesubraya, pero a la vez espiritualiza, la ferocidad de la guerra: el gusto por elpeligro en sí mismo, el caballeresco afán de salir airoso de un combate. En eltranscurso de cuatro años, el fuego fue fundiendo una estirpe de guerreros cadavez más pura, cada vez más intrépida” (Jünger 2013: 148).2

La guerra mundial parió la revolución y la contrarrevolución: una verdade-ra “era de los extremos”, como la llamó Eric Hobsbawm, que caracterizaría almundo europeo en la primera mitad del siglo pasado.

2.4 EL CURSO NO LINEAL DE LA HISTORIA

Detengámonos algo en la bancarrota de la Segunda Internacional. La his-toria es ampliamente conocida; sólo queremos subrayar un elemento meto-

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2. Ernst Jünger fue un combatiente y autor de la derecha conservadora alemana de laPrimera Guerra Mundial, que estuvo alistado también en la segunda, aunque en tareasno militares, y cuya obra literaria más conocida idealizaba la guerra como una suertede enfrentamiento entre “fuerzas elementales de la naturaleza”.

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dológico, por así decirlo: la visión fatalista, mecanicista de los asuntos, comoreflejo intelectual de una época. La idea subyacente, apoyada en el cursoempírico de los asuntos, era que todo marchaba bien, que el capitalismotenía inscrito en su naturaleza una irremediable perspectiva de progreso. Lascosas iban para adelante, los trabajadores fortalecían sistemáticamente susposiciones, la democracia burguesa estaba llamada a extenderse, lo mismoque los progresos de los socialistas en su seno. Se trataba de un curso evolu-tivo y sin rupturas de la clase obrera hacia la cima: “El irresistible y rápidoprogreso del proletariado en su conjunto, pese a algunas derrotas muy duras,se hace tan evidente que nada puede poner en duda la seguridad de su vic-toria” (K. Kautsky, citado por Valerio Arcary en “Cien años de la PrimeraGuerra Mundial: imperialismo contemporáneo y socialdemocracia alemanaen perspectiva histórica”).

El baño de sangre indescriptible de la guerra vino a hundir estas expectati-vas. El capitalismo es un régimen de opresión basado en la explotación delhombre por el hombre, marcado por contradicciones mortales, que pueden endeterminado momento aparecer atenuadas, pero que son tan estructurales,hacen de manera tan característica a su naturaleza, que tarde o temprano vana emerger. Rosa Luxemburgo condenaba en su época la “utopía pacifista” depensar que estas contradicciones se pudieran resolver sin sangre. Podrán sertemporalmente mediatizadas o desplazadas, pero el pronóstico de “socialismoo barbarie” ha tenido en el último siglo tal ratificación que obliga a evitar todosueño ingenuo acerca de la marcha del sistema y de la lucha por acabar con elmismo; “el imperio del presente es el peor de los impresionismos”, dice correc-tamente Arcary.

Está inscrito en el ADN del sistema que tarde o temprano se reabrirá laépoca de las grandes crisis, guerras y revoluciones; para eso hay que preparar-se. Ése es el alerta y la enseñanza que deja la Primera Guerra Mundial a lasjóvenes generaciones revolucionarias de hoy: “Nosotros, revolucionarios mar-xistas, no tenemos razón para desesperar. La época en la cual estamos ahoraentrando será nuestra época” (Trotsky, La guerra y la Internacional).

3. LA REVOLUCIÓN RUSA EN SU TIEMPO HISTÓRICO

“La historia no registra otro cambio de frente tan radical” (León Trotsky,Historia de la Revolución Rusa)

Acercándonos al centésimo aniversario de la Revolución Rusa, nosinteresa desarrollar en este breve ensayo una somera reflexión sobre ellibro de Trotsky acerca de ella, una obra que reflexiona de manera magis-tral acerca de la historia viva de la revolución, tal como fue señalado pormuchos autores, y que contiene un sinnúmero de enseñanzas para losrevolucionarios.

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3.1 EL ROL DE LA PERSONALIDAD EN LA HISTORIA

Lo primero que salta a la vista en el texto es que dibuja un enorme frescode la revolución. Trotsky logra casi la perfección en presentarla como lo querealmente fue: una obra colectiva de millones de hombres y mujeres que, en elvolcán de los acontecimientos, se vieron arrojados a sacar conclusiones cadavez más radicalizadas acerca de las vías para resolver los asuntos.

Alcanza leer el texto para comprobar la idiotez insigne de tantos autoresque han repetido en las últimas décadas la cantinela de que se trató de un“golpe de Estado” (F. Furet y compañía). La radical falsedad de este asertoqueda demostrada en la Historia de la Revolución Rusa hasta por cómo mues-tra que la mayoría de sus giros y clivajes tomaron desprevenidos a los que esta-ban llamados a dirigirlos.

Esto se observa en el relato que hace Trotsky de la Revolución de Febrero,que por la dinámica de los acontecimientos llevó a algunos de sus “dirigentes”(los liberales burgueses y los reformistas “socialistas”) a afirmar una cosa un díay lo opuesto al siguiente: no eran ellos los que hablaban por su boca, sino larevolución. Incluso a los propios bolcheviques les costó ajustarse al curso delos acontecimientos que se desarrollaban frente a sus ojos, poniéndose al fren-te de las masas recién en oportunidad de la toma del poder en Octubre. No lodecimos nosotros: lo señala Trotsky en más de una oportunidad. Es un clásicoque cuando se aceleran los tiempos revolucionarios, las masas en su lucha des-bordan por la izquierda, incluso, a las organizaciones revolucionarias, quedeben hacer ingentes esfuerzos por ponerse a tono.

Lenin hace su aparición en la obra recién cuando uno ha recorrido un par decentenares de páginas. Esto refleja algo real: más allá de que Trotsky señalara queen febrero no todo estuvo librado a la pura espontaneidad (fueron los obreros for-mados por el Partido Bolchevique los que en cierta forma la dirigieron), la reali-dad es que como dirección centralizada, como punto de referencia político deconjunto, el Partido Bolchevique todavía iba a la zaga de los acontecimientos.

Trotsky mismo, como personaje histórico, ingresa en su propia obra 60 pági-nas después que Lenin. Pero el autor da cuenta de que su papel no es para nadadeterminante sino hasta casi el momento mismo de la toma del poder; ahí sí,para todo el mundo, será la revolución de Lenin y Trotsky. Trotsky defendiójunto a Lenin la necesidad de la toma del poder por parte de los bolcheviques;de ahí el famoso texto en que el segundo dice del primero que “desde su ingre-so al partido, no ha habido mejor bolchevique que él”.

En todo caso, esto último es anecdótico: lo importante es seguir el registrode cómo Trotsky logra insertar los personajes relevantes (él y Lenin) en la cade-na de los acontecimientos históricos, evitando todo subjetivismo.

Lo anterior en nada menoscaba el factor subjetivo en la histórica; al contra-rio, se complementan dialécticamente. Y con los desarrollos, ese factor (el par-tido y su dirección) fue haciéndose cada vez más imprescindible. Sin Lenin,dice Trotsky, difícilmente la Revolución de Octubre hubiese ocurrido. Ese fac-tor devino tan determinante que se transformó en el “ser o no ser” de la revo-

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lución. La clase obrera no hubiera tomado el poder sin Lenin; era el único quepodía dirigir al Partido Bolchevique en ese momento.

Pero ese factor subjetivo pudo hacerse valer porque se insertó en la cadenaobjetiva de los acontecimientos; sin ella, sería intrascendente. Se establece asíuna dialéctica de factores en el curso de la revolución, donde sin las condicio-nes objetivas creadas por las circunstancias no se tendría desarrollo alguno y, ala vez, en el punto culminante, el factor subjetivo, incluso la personalidad deldirigente, cobra una dimensión histórica gigantesca: “¿Puede afirmar nadie conseguridad que, sin él, el partido habría encontrado su senda? Nosotros no nosatreveríamos en modo alguno a afirmarlo. Lo decisivo, en estos casos, es el fac-tor tiempo, y cuando la hora ha pasado, es harto difícil echar una ojeada alreloj de la historia (…). El papel de la personalidad cobra aquí ante nosotrosproporciones verdaderamente gigantescas. Lo que ocurre es que hay que sabercomprender ese papel, asignando a la personalidad el puesto que le corres-ponde como eslabón de la cadena histórica” (ídem: 264).

3.2 LA TRANSFORMACIÓN DE LA SOCIEDAD BAJO EL MANDO DE LA CLASE OBRERA

Hay otro ángulo que queremos destacar. Su historia de la revolución es unahistoria comparada de las grandes revoluciones históricas. Uno puede observarcomparaciones sistemáticas de la Revolución Rusa con la francesa y la inglesa(incluso con el caso de Alemania y otros países de llegada tardía a su forma-ción como estados burgueses). Trotsky tiene una enorme panorámica en sucabeza, logra una gran síntesis histórica. Su ángulo de mira es simple: ¿quéclase social histórica, en las condiciones del mundo actual, puede llevar ade-lante las transformaciones que demanda la situación? La respuesta es evidentecuando hablamos de León Trotsky: la clase obrera.

Lenin había insistido en que toda verdadera revolución era una revoluciónpopular, es decir, de masas, dejando abierto para Rusia cómo sería la alianzade los campesinos y los obreros a tales efectos. Rosa, por su parte, había seña-lado que la revolución socialista era la primera revolución en la historia que lasgrandes mayorías llevaban adelante en su propio beneficio. Esto rompía con elpatrón histórico de las revoluciones anteriores, incluso la francesa: una granrevolución popular pero con la mayoría haciendo la revolución en beneficiode una nueva minoría, la burguesía ascendente.

Por su parte, y para fundamentar el rol de la clase obrera en Rusia, Trotskyse interrogaba hasta qué punto una clase social podía resolver los problemasde otra en los países que llegaban rezagados al desarrollo histórico. Buscabaromper con el esquematismo menchevique de que la revolución burguesa sólopodía ser encabezada por la burguesía. Pero su planteamiento iba más lejos,incluso, que el de Lenin: consideraba que llevado al poder por obra de la revo-lución burguesa, el proletariado comenzaría a tomar medidas que afectarían elderecho de propiedad, transformando la revolución en socialista.

Esto es demasiado conocido para repetirlo aquí; se trata de una mecánicasocial y política a la que Trotsky infunde su enorme riqueza en la Historia de

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la Revolución Rusa: “Desde los artesanos acomodados y los campesinos inde-pendientes que formaban el ejército de Cromwell hasta los proletarios indus-triales de Petesburgo, pasando por los sans culottes de París, la revoluciónhubo de modificar profundamente su mecánica social, sus métodos, y con éstostambién, naturalmente, sus fines” (Trotsky 2012: 38).

Todo el capítulo dedicado a las Tesis de Abril de Lenin y la batalla que tuvoque dar para producir el giro a la izquierda del partido está informado por suconcepción de la Revolución Permanente y el planteo de que Lenin “no habíaobrado correctamente” al no modificar su concepción de “dictadura democrá-tica de los obreros y campesinos” hasta un momento “peligrosamente tardío”:el partido se encontró desarmado ante el curso original de los acontecimientos.

El capitulo se completa con la crítica de Trotsky al esquematismo en el mar-xismo: la reducción de la realidad a esquemas preconcebidos. Y cita a Lenin(aunque lo critica más arriba) para afirmar lo opuesto, que “concretamente lascosas han sucedido de un modo distinto al que podría esperarse, de un modomás original, más peculiar, más variado. Ignorar, olvidar este hecho, equival-dría a confundirse con los ‘viejos bolcheviques’, que ya más de una vez handesempeñado en la historia de nuestro partido un triste papel, repitiendo lasfórmulas aprendidas de memoria en vez de estudiar las características peculia-res de la nueva realidad viviente” (ídem: 391).

Como digresión señalemos que la en términos generales correcta idea deque una clase social puede llevar adelante las tareas de otra (sobre todo enmateria de la revolución burguesa) fue malinterpretada por el trotskismo de lasegunda posguerra. Trotsky había demostrado cómo en la Revolución Rusa lapequeña burguesía se había revelado como una nulidad completa; a decir ver-dad, los elementos dominantes de esa clase eran los del campesinado (un cri-sol de clases distintas); la pequeña burguesía urbana era muy débil, no habíatenido tiempo para desarrollarse. Esta nulidad carecía de programa propioindependiente y se veía obligada a seguir los pasos del burgués o del proleta-rio para lograr sus fines (la propiedad de la tierra).

A finales de los años 30, en El Programa de Transición, Trotsky señalaríaque, excepcionalmente, la pequeña burguesía podría “ir más lejos de lo queestaba dispuesta”, expropiando al capitalismo en condiciones de grandes cri-sis, catástrofe económica o guerras. Y, efectivamente, esto ocurrió en la segun-da posguerra por intermedio de un campesinado dirigido por el stalinismo, queacabó con los capitalistas en el país más habitado del mundo: China (sin olvi-darnos de Yugoslavia, Cuba y Vietnam, además de la expropiación inducidadesde arriba por el Ejército Rojo en los países del Este europeo).

Pero lo que la historia vino a revelar es que hasta ahí llegaban los límites del“sustituismo” en la transición al socialismo. Lo que está en juego en la revolu-ción socialista es la transformación de la sociedad. Tomar el poder es una cosa;ya transformar la sociedad es algo mucho más complejo: la construcción deuna nueva sociedad, socialista, sólo puede ser una obra colectiva que involu-cre a capas crecientes de la población explotada y oprimida. No se puederesolver sólo desde arriba. No era casual que Lenin señalara en sus últimos

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años de vida, sobre la base de toda la experiencia en el poder, que la tarea prin-cipal de la revolución debía ser “enseñar a las cocineras a conducir los asun-tos del Estado”.

Se llegó así a una paradoja: una afirmación que en Trotsky era utilizada parafundamentar el rol del proletariado en la futura Revolución Rusa se terminóusando para un fin opuesto: justificar que la transición socialista podría ser obrade otro sector social que no el proletariado. Las resultantes históricas de esteproceso están demasiado a la vista para que nos detengamos en ellas: “El fenó-meno de la pirámide inversa fue pronto evidente. No era ya la base la que lle-vaba y empujaba a la cúspide, sino la voluntad de la cúspide la que se esfor-zaba por arrastrar a la base. De ahí la mecánica de sustitución” (DanielBensaïd, “Las cuestiones de Octubre”).

3.3 UN PROCESO EN CÁMARA RÁPIDA

Desde el punto de vista del análisis de la lógica de clases de la revolución,el estudio de la obra del gran revolucionario ruso es de una fuerza enorme:demuestra cómo la política revolucionaria puede mover montañas y obrarmilagros. Y ni hablar cuando las condiciones se extreman. Su punto de vista dela revolución permanente permea y vive en todos los acontecimientos revolu-cionarios. Es más: esta obra de historia (aunque es mucho más que eso) sóloviene a ser otra comprobación fáctica de la teoría de la revolución socialistasustentada por Trotsky.

Pero lo que queremos subrayar aquí es otra cosa: la distorsión que puedeintroducir esta obra respecto de la dinámica de los acontecimientos en otrosescenarios que no sean los de la Revolución Rusa.

Se trata de algo que, quizá, algún lector desprevenido pueda no comprender:¿por qué aquellas fuerzas sociales y políticas que en 1917 aparecieron como cari-caturas, en otro contexto son un duro hueso de roer? Porque ni la burguesía (libe-ral o no), ni el reformismo “socialista” (y, menos que menos, el stalinismo) se mos-traron en ninguna otra experiencia histórica tan inútiles como en el caso ruso.

Trotsky se maneja en todo el texto con una fina ironía histórica: deja en ridí-culo a todas las fuerzas políticas ajenas a la clase obrera (es decir, a todos losactores políticos no bolcheviques) y lo hace muy bien, porque demuestra en sutexto cómo, realmente, en su comportamiento, la mayoría de los actores bur-gueses y reformistas terminan como ridículas caricaturas, como personajespatéticos; basta para esto con pensar en una figura como Kerensky.3 Pero elhecho es que no todos los actores sociales y políticos enemigos de los trabaja-dores ha sido caricaturas cuando uno hecha una ojeada a la historia de la luchade clases del último siglo; más bien, lo que ha ocurrido ha sido lo contrario.

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3. Algo esquemáticamente, Nahuel Moreno tomaba esto cuando hablaba de “régimenkerenskista” para dar cuenta de un régimen de extrema debilidad basado en la duali-dad de poderes, que Trotsky señalaba como el rasgo mortal de los gobiernos burguesesy de coalición que asumieron el poder en Rusia entre febrero y octubre.

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La clave está en que la combinación de condiciones reunidas en laRevolución Rusa ha sido inigualable hasta ahora en otros lugares. Un paíssometido a una guerra mundial, una burguesía que no llega a constituirse polí-ticamente de manera plena, un zarismo en decadencia completa dominado porun personaje como Rasputín. Trotsky tiene algunas de las páginas más bellas desu primer tomo explicando cómo los factores objetivos devenían, incluso, enpsicológicos, dándoles toda su potencialidad: “Confiamos en que nuestro estu-dio pondrá de relieve, en parte al menos, dónde termina en la personalidad lopersonal –por lo general, mucho antes de lo que a primera vista parece– ycómo muchas veces las ‘características singulares’ de una persona no son másque el rastro que dejan en ella las leyes objetivas” (Trotsky 2012: 69).

Pero si las condiciones objetivas eran tales, lo notorio es que coincidieroncon una maduración excepcional de los factores subjetivos: una clase obrerarelativamente pequeña pero muy concentrada y en crecimiento (Trotsky la pon-dera para 1917 en unas 25 millones de almas, incluyendo sus familias), que seafirmaba en los principales centros neurálgicos de la producción industrial,joven y dinámica; la fuerza social central de un amplio movimiento socialistaen el cual los bolcheviques logran establecer su hegemonía. En síntesis: unconjunto de condiciones objetivas y subjetivas que se condensan en 1917 yque en ningún otro lugar han logrado semejante grado de maduración.

En ausencia de este grado de condensación de condiciones, de una situa-ción revolucionaria con todas las de la ley, lo que queda es una realidad en laque la burguesía y las direcciones reformistas son muchísimo más fuertes ydifíciles de derrotar que su caricatura rusa.

Mucho se ha hablado de esto. Incluso haciendo comparaciones que quizáno sean del todo pertinentes, como todo el debate de Gramsci acerca de lasdiferencias entre la revolución en Occidente y Oriente, tal vez demasiado ses-gado. A nuestro juicio, no es tan sencillo que se verifique semejante combina-ción de factores objetivos y subjetivos que den lugar a una revolución socialis-ta según la experiencia clásica de Octubre.

Personajes que, como Kerensky y su banda, aparecieron en la escena histó-rica como figuras de opereta, en otras circunstancias y otros lugares se trans-formaron en figuras históricas. Veamos, si no, los casos de un Perón, un Nasser,un Cárdenas, la socialdemocracia en general, las burocracias sindicales, lospartidos comunistas, etcétera (incluso el mismo Stalin, que gozó de gran apoyopopular entre amplios sectores, multiplicado luego del triunfo en la II GuerraMundial sobre los nazis).

Si se trata de la naturaleza de clase de estos personajes, son análogos a suscontrapartes rusos. Pero no es igual su capacidad de transformarse en fenómenoshistóricos, ya que marcaron durante décadas la historia de sus sociedades engeneral y de la clase obrera en particular (a diferencia de un Kerensky exilado depor vida en EE.UU.). Es cierto que promediando la segunda mitad del siglo XXIestos fenómenos tienden a debilitarse, pero siguen siendo enemigos poderosos.

Siendo así las cosas, educaríamos mal a nuestra militancia si le hiciéramoscreer que la dinámica de los acontecimientos es semejante en todos los perío-

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dos históricos, que la revolución siempre está “a la vuelta de la esquina”: “Lagran fortuna del pueblo ruso y de toda la humanidad es que en 1917 conflu-yeron ambos, accidente y necesidad, para llevar la lucha de los obreros y loscampesinos a su desenlace adecuado. Esto no siempre fue así en las décadasulteriores” (Novack 1975: 91).

Lo que Trotsky desarrolla en su Historia de la Revolución Rusa es la diná-mica de una de las más grandes revoluciones en la historia de la humanidad;más veloz, incluso, que la de la Revolución Francesa, a la que le llevó variosaños radicalizarse. Una dinámica que nada descarta que se vuelva a repetir enlas revoluciones que están en el porvenir, pero que conviene comprender ensu relativa excepcionalidad para entender, también, por qué nuestra lucha esuna pelea histórica y no inmediatista.

4. El curso paradójico de la cuestión judía

“Era imperativo que a todos los golpeados, a toda la gente maltratada, se lesmostrara y se les dijera que a pesar de todo todavía podíamos levantar nuestrascabezas” (Marek Edelman, El levantamiento del Ghetto de Varsovia).4

Meses después de que el Estado de Israel descargara una nueva y cobardeofensiva sobre la población indefensa de la Franja de Gaza, publicamos ele-mentos de un trabajo mayor que estamos elaborando a propósito de la “cues-tión judía”, que supo estar en el centro de los debates del movimiento socia-lista del siglo pasado y que fue “resuelta” de manera tan reaccionaria comoparadójica –una población oprimida, transformada en opresora– con la crea-ción del estado sionista.

4.1 UNA CUESTIÓN PROGRESISTA

La historia de la cuestión judía tiene que ver con la de una parte de la pobla-ción (a comienzos del siglo pasado, sobre todo la de los países de Europa orien-tal), que vivía en condiciones de extrema opresión. La población judía, estig-matizada durante siglos por motivos religiosos, “raciales” o económicos, erahacia donde iban direccionadas las culpas por las condiciones de explotaciónde amplios sectores de masas por parte de diversos gobiernos y poderes.

Mucho se debatió y escribió acerca del tema, literatura que tuvo textos clá-sicos partiendo de La cuestión judía de Marx, de 1843 y llegando a La con-cepción materialista de la cuestión judía, del joven dirigente trotskistaAbraham León, masacrado en Auschwitz en 1944, sobre el filo de la finaliza-

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4. Marek Edelman era un joven militante socialista del Bund judío polaco, uno de lossubcomandantes del levantamiento de 1943, que sobreviviendo a la guerra, y viviendoen Polonia, se transformó en un reconocido militante antistalinista y rechazó toda suvida la creación del Estado de Israel.

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ción de la Segunda Guerra Mundial. León, que tuvo a su cargo la reorganiza-ción del Secretariado Internacional de la IV Internacional a comienzos de la IIGuerra Mundial, compartiendo tareas con Ernest Mandel, escribió este textobrillante con escasos 26 años.

Lo primero que se debe decir acerca de la “cuestión judía” es que a comien-zos del siglo pasado era una cuestión progresista que interesaba a todos los quese plantaran desde el punto de vista de la emancipación humana, a todos losque entre las corrientes socialistas buscaban enlazarla con las luchas y reivin-dicaciones de la clase obrera.

Claros indicativos existían acerca de esta vinculación. El caso Dreyfus enFrancia –un coronel judío del Estado Mayor que había sido falsamente acusa-do de haber vendido información a Alemania–, dividió al país por la mitad, lle-vando a Jean Jaurès, el principal dirigente socialista francés de dicha época, asumarse a una campaña de masas por su libertad. Rosa Luxemburgo criticó aJaurès por hacerlo de manera acrítica: carecía de un programa independienteque apuntara a la destrucción del ejército burgués. Sin embargo, reivindicó queJaurès tomara en sus manos el problema, a diferencia de Jules Guesde, otro diri-gente socialista reconocido del período, que en una posición sectaria afirmabaque se trataba de un enfrentamiento “interburgués”.

En la otra punta de Europa, y después de la derrota de la Revolución de1905 en Rusia, arreciaban los llamados “pogromos” (asesinatos masivos depoblación judía en manos de bandas reaccionarias como las Centurias Negras),alentados por el zarismo; Lenin llamaría a la autodefensa común con las armasen la mano entre los obreros judíos y no judíos para derrotarlos.

Se trataba, está claro, de una causa progresista, más allá del debate acercade la naturaleza de esta opresión: si constituía “una cuestión nacional” o si sepodía resolver por la asimilación de la población judía a la sociedad, aportan-do, en todo caso, sus propias tradiciones. Un debate nada sencillo y con fuer-tes matices según la zona de Europa en la cual se planteara.

En Europa occidental y Europa central, las ideas asimilacionistas parecíantener gran predicamento; en Europa oriental existía una cultura judía especí-fica vinculada a un idioma propio, el yiddish (muy emparentado con el ale-mán, pero con una mezcla con términos hebreos), que a priori daba más sus-tento a una idea “nacional” de resolución de las cosas. Esta perspectiva eradefendida por el Bund judío, una suerte de partido socialista de masas decarácter reformista que representaba, sobre todo, a los sectores de la claseobrera judía marcada por una serie de rasgos específicos: trabajar en secto-res industriales de baja composición orgánica del capital, tener como feriadolos sábados y no los domingos, lo que, por lo tanto, hacía que sus patronesfueran judíos también, etc.

El Bund judío fue combatido por Lenin no porque éste rechazara su luchacontra la opresión de la población de este origen (Lenin, en otra diferencia conla degradación stalinista, que llegó a tener rasgos antisemitas, denunciabacomo buen marxista la opresión contra los judíos), sino por los rasgos federati-vos de esa organización, que pretendía ser no la representante del partido en

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el seno de los trabajadores de origen judío, sino la representante de esos tra-bajadores en el seno del partido revolucionario.

De cualquier manera, y fuera cual fuere la respuesta que había que dar alproblema, lo que nos interesa destacar aquí es que en su origen se trataba deuna cuestión progresista que requería de una respuesta desde la clase obrera ylos socialistas revolucionarios.

4.2 EL SURGIMIENTO DEL SIONISMO

Aquí entra el problema del sionismo, la respuesta burguesa e imperialista a lacuestión judía. Esta posición surgió entre los que veían el problema judío comouna cuestión “nacional” (tanto entre los sectores burgueses como los socialistasque tenían este enfoque). Entre los “socialistas nacionalistas” había, por así decir-lo, dos sensibilidades. El Bund judío tendía hacia posiciones nacionales pero“extraterritoriales”. Es decir: opinaba que el problema debía resolverse en los paí-ses donde los trabajadores judíos habitaban –en esa época, mayormente, en lospaíses de Europa oriental– y no prestarse a proyectos de colonización de pobla-ciones indígenas. Su idea nacional “extraterritorial” tenía que ver con que no rei-vindicaban un estado propio sino derechos como “nación”, que no es exacta-mente lo mismo: el respeto a su idioma, costumbres, derechos civiles y políticosiguales al resto de la población, sus propias escuelas y asociaciones culturales ydemás. Sin embargo, entre los que tenían la posición de que el problema judíotenía rasgos de “cuestión nacional”, surgió una diferenciación.

Como digresión, señalemos primero que Lenin, Rosa y Trotsky no teníanesta posición; su enfoque iba para el lado de la asimilación a partir de un enfo-que cosmopolita y no “exclusivista” (Rosa afirmaría sentirse “en casa en todoel ancho mundo, allí donde hay nubes, pájaros y lágrimas”).5 La idea de la asi-milación de la población judía era compartida, mayormente, por el tronco prin-cipal del movimiento socialista, que consideraba al problema judío como unresiduo del feudalismo, y que realizada la revolución burguesa –como en elcaso de Francia a finales del siglo XVIII y sus leyes emancipadoras del judaís-mo– el problema judío se tendería a reabsorber pacíficamente, asimilándose enla sociedad como un todo. La historia del siglo XX, con el nazismo, vino ademostrar que esto sería más complejo. De ahí que en los años 30, y ante larealidad no prevista del nazismo, Trotsky vino a matizar su posición, como sub-producto no de un curso “natural y evolutivo” de las cosas, sino de la barbariecapitalista que significó el hitlerismo.

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5. Siguiendo a Deutscher a este respecto, Traverso (2014a: 69 y 73) introduce el agudoconcepto del “judío no judío” para “dibujar el perfil del intelectual en ruptura con su reli-gión y la cultura heredadas [yendo más lejos] de los límites del judaísmo. Todos ellos con-sideraban el judaísmo demasiado estrecho, demasiado arcaico, demasiado limitativo”.Posteriormente al genocidio nazi, entre muchos revolucionarios de ese origen la cuestióndel “judaísmo” se introdujo en un sentido ni religioso ni nacional, sino estrictamentehumanista, “de solidaridad incondicional con las gentes perseguidas y exterminadas”.

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Volvamos a nuestra argumentación. Por un lado, corrientes como el Bundexigían una solución nacional “extraterritorial”, que tendía de todos modos auna deriva federalista, y que con el desarrollo de la Revolución Rusa tendió adisolverse dentro del partido comunista, dando lugar a expresiones como elKombund: los “bundistas comunistas”. El Bund judío sobrevivió como tal enPolonia hasta el estallido de la II Guerra Mundial, transformándose en unaorganización de masas reformista, pero con desarrollo destacado en los años30, teniendo posteriormente importante participación en el heroico levanta-miento del gueto de Varsovia.

Por otro lado, a partir de finales del siglo XIX fue surgiendo la corriente lla-mada sionista, cuya posición era también que el problema judío era un proble-ma nacional, pero que se debía resolver dándose un territorio propio, no impor-taba pisando las cabezas de quién (ver al respecto los trabajos de nuestro com-pañero Roberto Ramírez, especialmente su libro sobre Palestina). En la cabeza desus ideólogos, la idea se correspondía con los proyectos de colonización de lospueblos “aborígenes” propias del imperialismo de fin del siglo XIX, imperialismosa disposición de los cuales se puso la idea terminando de cristalizar sus planes enPalestina (se llegó a hablar también de la Argentina, entre otros países).

No es aquí el lugar donde hacer una historia del sionismo y todas sus carac-terísticas, ramas y expresiones (burguesas y “socialistas” como la de Martin Buber,luego entusiasta defensor del Estado de Israel); sólo cabe subrayar que se tratódesde sus orígenes de una corriente que revertía de una manera reaccionaria yopresora una cuestión que era, en su base, progresiva, y que requería para suresolución no oprimir a otro pueblo (¡la aberración inaudita del sionismo!), sinohacer de la cuestión judía parte de las causas emancipadoras más generales.

4.3 LA TRAGEDIA DEL NAZISMO

A lo largo de muchas décadas la cuestión judía estuvo asociada a la cues-tión de la clase obrera, a la causa del socialismo. Esto es lo que explica, tam-bién, que muchos militantes y dirigentes de la izquierda socialista tuvieran ori-gen judío en la medida en que a éstos los sensibilizaba su situación de oprimi-dos y encontraban en el movimiento revolucionario una alternativa y un pues-to de lucha junto a la clase trabajadora (ver de Enzo Traverso El final de lamodernidad judía. Historia de un giro conservador). De ahí que la suerte deambos movimientos y ambas luchas se entrecruzara en muchos momentos,siendo un ejemplo máximo de esto la pelea contra el nazismo.

Hay que entender el operativo del nazismo a este respecto. Se necesitaba unrelato que desplazara la conciencia de la lucha de clases, la pelea entre obrerosy burgueses, ante corrientes como la bolchevique que estaban en la cima de suproyección histórica con la Revolución Rusa. Y este relato alternativo, “nacio-nal”, de “conciliación de clases”, el nazismo lo encontró explotando los senti-mientos de la conciencia popular, pero no de clase, que identificaba a los judí-os con los usureros, los prestamistas, los comerciantes. Ése había sido el rol eco-nómico de muchos de los integrantes de esta religión durante gran parte de la

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Edad Media, lo que había llegado a identificarlos popularmente como una suer-te de “chupasangres” de los campesinos y demás sectores oprimidos.

Esto quedó en la conciencia popular de amplios sectores, sobre todo en los pue-blos medianos y chicos de Europa oriental, aun cuando la población judía habíasido ya desplazada de estas funciones, o éstas fueran menores frente a la verdade-ra explotación proveniente de la gran burguesía en ascenso, mayormente de origenno judío, y de la cual el nazismo pretendía quitar el foco de las furias populares.

En su búsqueda de desplazar la referencia de clase, en su objetivo de lograr la“unidad nacional” de explotados y explotadores, el nazismo supo encontrar estasprofundas pasiones, que tenían raíces en la cultura völkisch (cultura “popular-con-servadora” alemana), que ponía al judío en esa posición detestable y detestada:“Es falso (…) acusar al gran capital de crear el antisemitismo. Se sirvió del antise-mitismo elemental de las masas pequeñoburguesas y lo convirtió en llave maestrade la ideología fascista. Por medio del mito del ‘capitalismo judío’, el gran capitaltrata de monopolizar a su provecho el odio anticapitalista de las masas” (León2010: 240).6 De ahí que el nazismo identificara al “judío-bolchevique” como ene-migo, como unificando las dos causas que eran obviamente distintas pero a la vez,efectivamente, se encontraban en algún punto entrelazadas.

El ascenso del nazismo en Alemania a comienzos de 1933 significó la másgrande derrota de la clase obrera en toda su historia, la más terrible capitula-ción del stalinismo, así como una tragedia sin nombre para la población judíade Alemania, Austria, Polonia, los países Bálticos, Ucrania, Bielorrusia y Rusia.La búsqueda de “espacio vital” para el imperialismo alemán se llevó a cabo, enel Este, bajo la divisa de la liquidación del bolchevismo y de los judíos, redun-dando en una historia que es conocida: 27 millones de soldados, obreros ycampesinos muertos en el Frente Oriental y seis millones de judíos de todo ori-gen social, amén de los gitanos y otras poblaciones menores.

4.4 LA GESTA HEROICA DEL GUETO DEVARSOVIA

“Fue una lucha para afirmar la dignidad judía, o más simplemente la dig-nidad humana, frente al exterminio” (E. Traverso, Understanding the NaziGenocide. Marxism after Auschwitz).

Así se llega a la Segunda Guerra Mundial, sobre todo a junio de 1941 cuan-do Hitler desata la Operación Barbarroja (la invasión a Rusia) arrasando contres millones de soldados del Ejército Rojo (desorganizado por Stalin luego delas purgas militares de 1938) en los primeros seis meses de la contienda. Casisimultáneamente, en la famosa Conferencia de Wannsee a comienzos de 1942,se decide la “solución final”. Ante los problemas de logística creados por la

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6. Más allá de la crítica de Traverso de que en su trabajo sobre la cuestión judía Leónera demasiado tributario del análisis de Kautsky –la idea de “pueblo-clase”–, su obra esde una solidez y fuerza política y humana tremendas, un verdadero clásico del socia-lismo revolucionario sobre el tema.

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guerra, el poder nazi consideró que “no tenía ninguna otra alternativa” (prime-ramente se había pensado en desplazar la población judía a… Madagascar)que el asesinato en masa de la población judía. Allí comienza la fase final delasesinato de seis millones de personas, procedimiento que se fue radicalizan-do conforme Hitler iba perdiendo la guerra, y que llegó a situaciones aberran-tes como el asesinato de medio millón de judíos húngaros en 1944.7

En esta catástrofe presentada como “tragedia” u “holocausto”, es decir, comoalgo pasivo que no se podía enfrentar, los llamados “Consejos Judíos” cumplie-ron un papel vergonzoso en aceptar mansamente, primero, la guetificación dela población de ese origen, y, luego, su “entrega en cuotas” para ser enviados alos campos de concentración. Se trata de un tema conocido pero soslayado porel sionismo y la “historia oficial” en Israel. Hanna Arendt, insospechable de posi-ciones de izquierda –a decir verdad, militó desde joven en el sionismo–, denun-ció este rol siniestro de los consejos judíos en oportunidad de su cobertura deljuicio en Israel a Adolf Eichmann en su obra Eichmann en Jerusalén. Arendtmaneja el agudo concepto de “banalidad del mal” para describir el mecanismoburocrático y “desinteresado” –en el sentido de una sorprendente “incapacidadpara pensar” por sí mismos– con que la mayoría de los burócratas nazis admi-nistraron el genocidio. Traverso, a la vez que reivindica la agudeza de Arendt,le enrostra su incapacidad para ver la “dimensión social de la opresión”, límitegeneral de su pensamiento mayormente liberal de izquierda: Arendt rechazarápor políticamente “peligrosa” toda idea de emancipación social.

Volviendo a los consejos, integrados por las grandes figuras judías de cadaciudad o región de origen burgués, no se les ocurrió otra cosa que “respetar lasleyes” (¡aunque fueran leyes nazis!) en vez de optar por los métodos tradicio-nales de lucha de los explotados y oprimidos, la acción directa, por más difícilque fuera en esas condiciones (ésta era una alternativa no sólo más digna, sinoincluso más realista que morir sin luchar).8

Es ahí donde entra la enorme hazaña del gueto de Varsovia. Entre el 19 de abrily el 8 de mayo de 1943, 700 jóvenes combatientes mantuvieron a raya fuerzasnazis infinitamente superiores, llevando a cabo una de las gestas de resistencia másheroicas de la II Guerra Mundial. Su principal dirigente, Mordekhai Anielewicz,tenía sólo 22 años y se suicidó para no caer en manos de las fuerzas nazis.

No era casual que estuvieran influenciados por militantes originados en elBund judío o el partido comunista, aunque también por la organización juve-

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7. Un relato de primera mano de esta masacre lo obtuvimos en una reciente conferen-cia a la que asistimos en Cluj, Rumania. Son dignos de destacar los heroicos testimoniosde los resistentes judíos con conciencia de clase de origen comunista, que no se entre-garon sin resistencia a las autoridades nazis, así como las expresiones de solidaridad pordoquier en medio de la barbarie. Se trata de todo un conjunto de experiencias quedemuestran todo lo que de humano se puso en juego contra la barbarie del nazismo. 8. Traverso cita un texto de Arendt de 1942 donde desde Nueva York llamaba a “cam-biar la ley del exterminio y la ley de la huida por la ley del combate” (Traverso 2014a:123). Ley que, claro está, luego de la guerra fue direccionada no para combatir al nazis-mo, sino para levantar el garrote del Estado de Israel contra el pueblo palestino…

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nil sionista Hashomer Hatzair, que, de todos modos, tenía rasgos izquierdistasen aquella época (Abraham León y Mandel militaron en ella en su adolescen-cia); incluso se sabe de la participación de militantes trotskistas en el levanta-miento, que habrían publicado una suerte de boletín propio.

4.5 DE OPRIMIDOS A OPRESORES

Terminada la segunda guerra, seis millones de judíos no existían más: prác-ticamente la población judía entera de Europa oriental, donde eran fuertes ensus filas el pensamiento y las tradiciones socialistas. Esta tragedia liquidó elBund judío, así como, paralelamente, la burocratización de la Revolución Rusahabía terminado por liquidar el carácter obrero del primer Estado proletario yal partido comunista como alternativa real.

Es en estas condiciones que el sionismo se impone definitivamente. En 1948es declarada la fundación del Estado de Israel (apoyada por Stalin); simultáne-amente, se desata la primera guerra contra la población palestina y los paísesárabes circundantes, masacre y desplazamiento mediante de su originariapoblación palestina. Una verdadera limpieza étnica que en la tradición pales-tina se llama la Nakba (en árabe, catástrofe o desastre).

Aquí, entonces, se cierra un círculo y de la manera más reaccionaria ycontrarrevolucionaria posible: la cuestión judía, de progresista que era,interés del conjunto de los explotados y oprimidos, une su suerte con elimperialismo, con el colonialismo, con la opresión de otro pueblo. Una“solución” burguesa al asunto que no ha dejado de derramar sangre desdeese año hasta ahora, creando un estado de opresores que se asienta –arma-do hasta los dientes– en la opresión de la población palestina originaria, yque no tendrá solución hasta que no se logre una Palestina socialista dondepalestinos y judíos puedan convivir libremente. Pero para esto, habrá pri-meramente que acabar con el Estado de Israel y buscar la manera de queesto ocurra desde un movimiento socialista refundado de los oprimidos yexplotados del mundo árabe. Una tarea muy difícil, que no podrá ver la luzmás que acompañando un renacimiento del movimiento obrero y socialistaen todo el mundo.

En todo caso, el ocaso de la cuestión judía como cuestión progresista en lasegunda mitad del siglo XX hace parte de la caída del Muro de Berlín y la buro-cratización de las revoluciones del siglo XX, y “esta mutación de la judeidadno hace sino seguir un desplazamiento más general del eje del mundo occi-dental (…) tras la derrota histórica del comunismo y de las revoluciones delsiglo XX” (Traverso, El final de la modernidad judía).

La tarea del relanzamiento de la revolución socialista auténtica en estenuevo siglo deberá ayudar, también, a emancipar a la población palestina desu opresión sionista y en darle a la cuestión judía una solución progresista her-manada con la causa del proletariado.

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5. El valor de la Oposición de Izquierda

“Sí, por nuestra concepción de la revolución socialista pasamos por expe-riencias tremendas y aterradoras. Pero ni la taiga, ni la tundra, ni nuestra vidadifícil quebrantaron con su aliento helado nuestra voluntad de luchar hasta elfinal” (Samizdat. Voces anónimas de la oposición soviética).

Queremos dedicarnos aquí a uno de los puntos más heroicos de la tradiciónque reivindicamos: la experiencia de la Oposición de Izquierda en la URSS. Unaexperiencia desconocida entre las nuevas generaciones, que plantea una luchapor no perder la memoria histórica de los revolucionarios. Lucha que tiene elvalor agregado, además, de plantarse frente a tanto posmodernismo ambiente, yque nos plantea establecer primero el concepto de tradición partidaria.

5.1 LA TRADICIÓN PARTIDARIA

Este concepto remite a la vinculación de nuestra actividad con la de las gene-raciones precedentes. Las corrientes revolucionarias nos reivindicamos de lasexperiencias de lucha, batallas, sacrificios, desarrollos políticos y organizativosmás altos de la clase obrera en sus dos siglos de historia. Desde las primerasluchas de los ludditas (1815) y los cartistas (1830) en Inglaterra, pasando por lasexperiencias de peleas semiindependientes de la clase obrera en las revolucionesde 1830 y 1848, la heroica experiencia de la Comuna de París (1871), la funda-ción de la I Internacional (1864), los Mártires de Chicago, el día de la mujer tra-bajadora, los primeros años de la II Internacional, hasta llegar a la RevoluciónRusa (1917) y a la III Internacional en su época revolucionaria (1919-1923). Todoesto entra en nuestra tradición, así como la heroica pelea de la Oposición deIzquierda, la fundación de la IV Internacional por parte de Trotsky (1938), la luchade Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht durante la Revolución alemana. A esto sepuede agregar la larga lista de militantes trotskistas asesinados bajo el nazismo yel stalinismo durante la Segunda Guerra Mundial.

En síntesis: cuando hablamos de la tradición de los revolucionarios, se tratade los hilos de continuidad con las experiencias, enseñanzas y luchas de lasgeneraciones que nos precedieron, que reivindicamos como parte de unacausa común, y que hace a la amplitud de miras que nunca debemos perderen nuestra actividad.

5.2 LAS CÁRCELES COMO ÚLTIMO REDUCTO DE LA DEMOCRACIA OBRERA

Nos interesa referirnos aquí a un momento de gran importancia en la tradi-ción que defendemos: la heroica batalla de la Oposición de Izquierda contrala burocratización del primer Estado obrero en la historia.

Podemos establecer algunas etapas. La batalla comienza a partir de la“Declaración de los 46” (1923), que es un documento firmado por importan-tes figuras del Partido Bolchevique alertando acerca de la acumulación de

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graves problemas en materia de democracia partidaria y el curso general delpaís. Andando el camino, se produce la primera campaña contra LeónTrotsky y el “trotskismo” sustanciada por la “Troika” formada por Stalin,Kamenev y Zinoviev. El trío lanza un brutal ataque contra Trotsky denun-ciando el supuesto carácter “antileninista” de la teoría de la revolución per-manente, al cual Trotsky responde inmediatamente con obras comoLecciones de Octubre (1924).

Entre 1926 y 1927 se produce la experiencia de la “Oposición Unificada”a partir de la ruptura de Zinoviev y Kamenev con Stalin, y la unificación de losdos primeros con Trotsky. Stalin se alía en ese momento con Bujarin, aunqueromperá con él en oportunidad del giro “izquierdista” en 1929; Bujarin forma-rá a partir de allí la llamada Oposición de derecha. Cuando la expulsión de laoposición unificada del partido a finales de 1927 (en medio de un congresopartidario), Zinoviev y Kamenev capitulan inmediatamente y la Oposición deIzquierda adquiere su fisonomía definitiva.

A comienzos de 1929, Trotsky es expulsado definitivamente de la URSS.Pero a mediados de ese año vendrá el gran acontecimiento bisagra en la vidade los bolcheviques leninistas. En un giro aparentemente a “izquierda” deStalin hacia la industrialización acelerada del país y la colectivización forzosade la producción agraria, se desata la más dramática crisis en el seno de la opo-sición izquierdista en su historia.

Una fracción encabezada por Preobrajensky, Smilga y Radek (eminentesdirigentes de la oposición izquierdista junto con Trotsky) hace un llamado a lacapitulación bajo la justificación que el giro significaba que Stalin había pasa-do a “aplicar el programa de la Oposición de Izquierda”.

En medio de esta crisis, la Oposición de Izquierda se derrumba numérica-mente: de 8.000 miembros cae hasta 1.000 integrantes, en medio de una grandesmoralización. Se trataba de una verdadera crisis existencial que puso encuestión la razón de ser de la misma como tendencia revolucionaria (volvere-mos sobre esto más abajo). Pasado este momento de aguda crisis, los bolche-viques leninistas recuperarían sus filas hasta alcanzar 4.000 militantes acomienzos de los años 30; el núcleo revolucionario se mantendría firme todoa lo largo de la década hasta su destrucción física final.

Para que se tenga una idea de dónde se reclutaba la Oposición deIzquierda, señalemos que era una “organización de vanguardia” que se nutría,principalmente, en el destierro dentro de la propia URSS. Una organizaciónque actuaba en la clandestinidad, con poca o nula actividad pública, pero queanimaba verdaderas “universidades populares” de debate y discusión bajo lasdurísimas condiciones de detención: ¡la última expresión de “democracia obre-ra” bajo la burocratización de la URSS!

La Oposición de Izquierda no era el único núcleo oposicionista de izquier-da, pero sí el mejor organizado y el más coherente políticamente de todas lastendencias que se encontraban a izquierda de Stalin. Otras corrientes anima-ban este espacio como los Decistas (viejo grupo fundado en 1919), así comoun amplio arco iris de matices y grupos izquierdistas y ultraizquierdistas.

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Las cárceles estaban pobladas, también, por integrantes de la Oposición dederecha bujarinista, restos del menchevismo, de los socialistas revolucionariosy otros grupos reformistas y contrarrevolucionarios que habían militado en latrinchera opuesta a la revolución de octubre y apoyado el gobierno provisionalde Kerensky.

5.3 LA CRÍTICA DEL OBJETIVISMO

“El marxismo positivista de la Segunda y Tercera Internacional, que con-sideraba el socialismo como una batalla ganada de antemano ineluctable-mente inscrita en el ‘progreso de la historia’ y científicamente asegurada porla fuerza de sus ‘leyes’, ha sido desmentido radicalmente en el siglo XX”(Enzo Traverso, “La memoria de Auschwitz y del comunismo. El ‘uso públi-co’ de la historia”).

Refirámonos ahora a los argumentos del debate dentro de la Oposición deIzquierda en 1929, que remite a una temática a la que ya nos hemos dedicadoen otras oportunidades: la relación entre el “qué” de las tareas que se debenllevar adelante para la revolución y el socialismo, el “quién” del sujeto que laslleva a cabo y el “cómo” (es decir, los métodos).

Desde el exilio en Alma Ata, Trotsky señalaba que no se trataba solamentede “qué medidas está tomando Stalin”, sino “cómo y quién las llevaría a cabo”:si es el aparato burocrático o la clase obrera y el partido bajo un régimen dedemocracia obrera reestablecido. Christian Rakovsky, principal dirigente de laOposición de Izquierda dentro del país, incluso va más lejos señalando que nose estaba frente a un giro a la izquierda de algún tipo, sino frente a un conjun-to de medidas que, en ausencia de la clase obrera (de la democracia en el senodel partido), vendrían a reforzar los puntos de apoyo de la burocracia.

El debate se sustanció contra las posiciones capituladoras de Preobrajensky.Apoyado en una lectura objetivista de los acontecimientos, creyó ver en Stalinla “confirmación” de sus tesis económicas. La supuesta “ley del plan” (identifi-cada por él en 1926) tendría su propia “lógica objetiva”: una lógica indepen-diente de quién dirigiera la planificación como tal; la clase o la burocracia, lomismo daba. Esta supuesta “ley económica” habría “obligado” a Stalin a ope-rar el giro a la izquierda. Un giro que al colectivizar el campo y dar paso a laindustrialización del país, debería resultar en un “fortalecimiento” de las posi-ciones del proletariado, como cuenta Broué: “La teoría según la cual la indus-trialización y la colectivización tendrían como consecuencia automática refor-zar el ‘núcleo proletario’ del partido, comprometiendo definitivamente, mástemprano que tarde, a este último, en la vía de la reforma” (ver nuestro trabajo“La dialéctica de la transición: plan, mercado y democracia obrera”, SoB 25).

Rakovsky se ubicó en el campo opuesto a Preobrajensky. Lo hizo con unenfoque alternativo al economicismo que caracterizaba al sector capitulador.Le espetó a Preobrajensky que había perdido de vista que Marx había critica-do los enfoques que veían a la historia como “haciéndose sola”; una Historia

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que fuera a realizar sus designios ineluctablemente, por fuera de las luchassociales y políticas vivas. Rakovsky insistía que en ausencia del restableci-miento de la democracia partidaria, las medidas que estaba tomando Stalin nopodían significar el retorno de la URSS a la vía revolucionaria: “La única mane-ra justa de abordar el problema es desde el punto de vista político: no se tratade hacer una filosofía de la historia (…). Lenin ya había señalado que parahacer una apreciación global era necesario tener una actitud política, porquela política no es otra cosa que la economía y el Estado concentrados” (“Unhomenaje crítico a un gran revolucionario. Las ‘Cartas de Astrakán’ de ChristianRakovsky”. Luis Paredes, en www.socialismo-o-barbarie.org).

5.4 UNA DE LAS PÁGINAS MÁS GLORIOSAS DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA

Luego de este debate la Oposición de Izquierda se consolidó; no volvió atener una “crisis existencial” de esta magnitud. Fuera de la URSS, la labor deTrotsky fue dando resultados y la IV Internacional fue fundada en 1938; la con-tinuidad del marxismo revolucionario había quedado garantizada.

Pero la situación concreta de la Oposición en la URSS fue deteriorándosecada vez más. El cerco de Stalin sobre los “trotskistas” se hizo cada vez másestrecho, acorralando uno a uno a sus principales dirigentes. La asunción deHitler en Alemania marcó el giro final hacia la capitulación para Rakovsky yotros oposicionistas famosos como el publicista Sosnovsky. Trotsky dijo:“Stalin cazó a Rakovsky con la ayuda de Hitler”. Y fue así. Luego de su heroi-ca resistencia con una salud quebrantada (desterrado a lugares con hasta 50grados bajo cero), de un intento fallido de evasión y en medio del aislamien-to más completo, terminó capitulando bajo el argumento que la ascensión deHitler planteaba un terreno completamente nuevo “dejando de lado los des-acuerdos anteriores”.

Señalemos, de todas maneras, que Broué insiste, sobre la base de una deta-llada documentación, que en realidad Rakovsky simuló una capitulación comotáctica para intentar restablecer los vínculos con sectores oposicionistas en laURSS, lo que arroja una luz muy distinta sobre el caso (Ver Comunistas contraStalin, su última obra).

En cualquier caso, en los campos de detención stalinista había nacido unanueva generación oposicionista de izquierda; una nueva camada obrera y estu-diantil que, a golpe de huelgas de hambre y métodos heroicos de resistencia,le plantó cara a la burocracia asesina. Nombres como Dingeltedt, Solntsev,Boris Eltsin, Pevzner, Man Nevelson, Sermuks, Pankratov, Iakovin, MussiaMagid, Maria M. Joffé, los hermanos Tsintsadze y muchos otros son algunos delos que formaron parte de esta nueva camada.

El acelerado grado de burocratización de la URSS trajo todo tipo discusio-nes: acerca del carácter de la URSS, de su defensa incondicional, los proble-mas de la democracia socialista, la problemática del partido. Serge lo reflejabaal llegar a Occidente luego de ser liberado en 1936 de las garras de Stalin:“Somos muy pocos en este momento: algunos centenares, unos quinientos (…).

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Entre nosotros no hay gran unidad de puntos de vista. Eltsin decía ‘Es la GPUla que fomenta nuestra unidad’. Dos grandes tendencias nos dividen, aproxi-madamente por la mitad: los que creen que hay que revisar todo, que se come-tieron errores desde el inicio de la Revolución de Octubre, y los que conside-ran el bolchevismo como inatacable desde sus inicios. Los primeros se inclinana considerar que en las cuestiones de organización usted tenía razón junto conRosa Luxemburgo, en algunos casos en relación con Lenin en otra época. Eneste sentido existe un trotskismo cuyas raíces vienen de lejos (…). Nos dividi-mos también por la mitad en relación con los problemas de la democraciasoviética y la dictadura (fuimos los primeros partidarios de la más amplia demo-cracia partidaria en el marco de la dictadura; mi impresión es que ésta es la ten-dencia más fuerte). En las ‘cárceles de aislamiento’ y en otros lugares, puedenencontrarse ahora, sobre todo, los oposicionistas trotskistas de 1930-33. Unasola autoridad subsiste: la suya. Usted posee allí una situación moral incompa-rable, de devoción absoluta” (Víctor Serge, citado por Pierre Broué en Los trots-kistas en la Unión Soviética).

Era inevitable que todo estuviera en discusión dado el aislamiento y las tre-mendas condiciones de detención en que se encontraban estos militantes; másaun, frente al fenómeno original de la burocratización de la más grande revo-lución en la historia de la humanidad.

En las cárceles se podía tener, evidentemente, gran agudeza acerca delgrado al que había llegado la degeneración de la Revolución de Octubre. Perotambién pesaba la dificultad de poner en correspondencia ese proceso dege-nerativo respecto del proceso más global, internacional, de la lucha de clases,que estaba viviendo la ascensión del nazismo. Ésta fue la síntesis que intentóTrotsky desde su exilio en obras inmensas como La revolución traicionada,donde buscaba analizar el fenómeno de la burocratización sin perder de vistael ángulo de la defensa incondicional de la URSS.

La Oposición de Izquierda bullía en discusiones. Esto fue así hasta que,directamente, los bolcheviques leninistas fueran fusilados. Una “solución final”(como la califica agudamente Broué, en explícito paralelismo con el nazismo)llevada a cabo en correspondencia con los últimos juicios de Moscú: durantelas grandes purgas de 1936 a 1938 fueron detenidas 8 millones de personas yasesinadas unas 700.000, la flor y nata de la generación revolucionaria.

A partir de ese momento, literalmente, no quedaron más militantes oposi-cionistas de izquierda en la URSS: “La huelga de hambre iniciada el 27 de octu-bre de 1936 duró 132 días. Todos los medios fueron empleados para quebrar-la: alimentación forzada y suspensión de calefacción con temperaturas de 50grados bajo cero. Los huelguistas resistieron. Bruscamente, en el inicio de1937, las autoridades penitenciarias cedieron ante una orden provenientedesde Moscú: todas las reivindicaciones fueron satisfechas y los huelguistasfueron alimentados progresivamente bajo control médico. 35 hombres y muje-res, bolcheviques leninistas, fueron llevados a la tundra, alineados a lo largo defosas preparadas y ametrallados (…). Día tras día, las ejecuciones continuaronde la misma manera a lo largo de dos meses. El hombre que fue encargado por

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Stalin para la ‘solución final’ de los problemas de la Oposición de Izquierda sellamaba Kachketin” (Broué, cit.).

La lucha de la Oposición de Izquierda quedó inscripta así entre las páginasmás gloriosas y más trágicas del socialismo revolucionario. Es deber de las nue-vas generaciones conocer esta historia heroica, así como tomar nota de queeste capítulo forma uno de los más importantes de nuestra tradición revolucio-naria. Una tradición que ha dejado enseñanzas políticas y metodológicasinmensas en materia del abordaje del marxismo por parte de nuestra corriente:“Kachketin, parado en una roca, daba la señal a los verdugos. Todo era apaga-do, abatido, los cánticos, los espíritus, las vidas. Se pisoteaban páginas de his-torias inconclusas. ¿Cuánto podrían dar ellos todavía a la revolución, al pue-blo, a la vida? Pero ya no estaban. Definitivamente y sin retorno posible” (M.M.Joffe, Una larga noche, citado por Broué, ídem).

Cabe a las nuevas generaciones recoger este legado, garantizar que estasvidas no hayan caído en vano, relanzando la lucha por el socialismo en estenuevo siglo.

6. La significación histórica de la caída del Muro de Berlín

Cada mes de noviembre, en el aniversario de la caída del Muro de Berlín,los medios de comunicación del mundo vuelven a desempolvar el discurso dela victoria del Occidente capitalista en la Guerra Fría contra los países nocapitalistas, razón de más para detenernos en este ensayo en dicho aconteci-miento histórico.9

En primer lugar, hay que señalar que no cayó “el comunismo” ni “el socia-lismo”: Marx y Engels (y Lenin, y Trotsky) definían al comunismo o socialismocomo una fase de la historia en que la humanidad había conseguido abolir lasclases sociales y los aparatos opresivos del Estado, sobre la base de una máxi-ma expansión del bienestar material y cultural de todos los individuos, asocia-do a la vez al máximo progreso técnico (que permite abolir el esfuerzo laboraly conquistar el máximo de tiempo libre). Es la sociedad la que debe terminartomando en sus manos los asuntos públicos.

Está claro que los países en los que se expropió el capitalismo el siglo pasa-do en ningún caso llegaron a ese estadio, más allá de que la liquidación de loscapitalistas en un tercio del globo abriera una posibilidad histórica emancipa-dora que, lamentablemente, la clase obrera no pudo aprovechar en su primerembate durante el siglo pasado.

6.1 EL FENÓMENO IMPREVISTO DE LA BUROCRATIZACIÓN

En segundo lugar, lo que cayó no eran tampoco “Estados obreros” ni,mucho menos, “dictaduras del proletariado”. La clase obrera de Europa del Este

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9. En este apartado agradecemos la colaboración de Ale Kurlat.

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y de Rusia no tenía ni un miligramo del poder político. En el caso de la segun-da, lo había perdido desde fines de la década del 1930, con las purgas san-grientas simbolizadas por los Juicios de Moscú. Podemos discutir cuán atrás seremonta esto, así como recordar que en los países del Este europeo (donde seexpropió a los capitalistas a la salida de la Segunda Guerra Mundial) la claseobrera nunca detentó el poder.

El poder estaba en manos de una casta de burócratas que vivían como pri-vilegiados. La clase obrera no dejó de estar explotada económicamente, aun-que por intermedio de relaciones y mecanismos distintos que bajo el capitalis-mo. La burguesía había sido expropiada, una conquista inmensa. Pero losmedios de producción no quedaron bajo el control de los trabajadores. Esto diolugar a los privilegios crecientes de la burocracia. La desigualdad social y cul-tural entre el obrero y el burócrata se hizo cada vez mayor; Rakovsky explica-ba esto en un texto tan inicial como brillante: “Cuando una clase social se hacecargo del poder, es una parte de ella la que deviene su agente. Es así que surgela burocracia. En un Estado socialista donde la acumulación capitalista estáprohibida a los miembros del partido dominante, la diferenciación que comien-za por ser funcional deviene en social” (Los peligros profesionales del poder).Este texto, escrito a finales de los años 20, presentaría muchas de las tenden-cias que se irían haciendo evidentes en la ex URSS en los años siguientes y queconducirían a un lugar muy distinto al socialismo.

Tras las huellas de su amigo, León Trotsky escribiría La revolución trai-cionada, otro texto brillante que por primera vez abordaba globalmente elfenómeno imprevisto de la burocratización de la más grande revoluciónobrera de la historia.

En todo caso, si en algo eran superiores estos regímenes a los occidentalesera en que la propiedad estaba estatizada. Esto permitía utilizar una porciónde los recursos socialmente producidos para evitar que un sector considerablede la población cayera bajo la línea de miseria, al tiempo que expandir los ser-vicios sociales a toda la población y desarrollar, de manera planificada, lasfuerzas productivas de la sociedad (planificación que, lamentablemente, alquedar en manos de la burocracia, se transformaría en fuente de una acumu-lación burocrática y de nuevas formas de irracionalidad económica). Se impo-nía, al mismo tiempo, una fuerte presión a los Estados occidentales para quehicieran lo mismo, lo que fue la base “ideológica” de los “Estados de bienes-tar” capitalistas.

De cualquier manera, lo que cayó en 1989 fue un conjunto de regímenesburocráticos, la mayoría de los cuales habían sido impuestos desde arriba porun Ejército Rojo burocratizado hasta la médula después de la Segunda GuerraMundial (con el agravante de constituirse sobre la opresión a las nacionalida-des no rusas). Ninguno de ellos contaba con un apoyo mayoritario de la pobla-ción, ni mucho menos un apoyo activo o protagónico. Sólo en la URSS el régi-men había sido producto de una revolución obrera y popular genuina, y aunen ese caso había sido usurpada hacía tiempo por la burocracia: “La memoriadel stalinismo es profundamente heterogénea, porque es a la vez memoria de

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la Revolución y del Gulag, de la ‘gran guerra patriótica’ y de la opresión buro-crática” (Traverso 2011: 48).

Es por eso que en los países del Glacis (Europa oriental), la clase obrera nosólo no defendió los “muros de Berlín” sino que fue parte activa del derroca-miento de estos regímenes que no consideraba como propios, sino más bienhostiles; se trató, así, de una movilización subjetivamente inmadura, pero enor-memente progresiva.

6.2 EL DERRUMBE DEL STALINISMO

El muro de Berlín en sí mismo era una atrocidad que separaba artificial-mente una nación, dividiendo familias y grupos sociales. Ni de un lado delmuro ni del otro los trabajadores y el pueblo fueron consultados sobre la divi-sión de Alemania (Moreno había insistido en la derrota histórica que había sig-nificado la división de la clase obrera alemana, la más fuerte de Europa).

Tanto en Alemania Oriental como en Hungría y en Checoslovaquia los tan-ques soviéticos habían aplastado a los movimientos nacionales, sociales y demo-cráticos de las masas obreras y estudiantiles en las décadas anteriores. Las con-diciones de opresión que se vivían en el Este, combinadas con un ya perceptibley creciente deterioro en el nivel de vida, detonaron una movilización democrá-tica popular de masas que tiró abajo el muro de Berlín, así como todos estos regí-menes dictatoriales, tanto en los países del Este europeo como en la ex URSS.

Esa caída de la burocracia stalinista (o post stalinista) fue un triunfo demo-crático. Pero la falta de una alternativa socialista real, la no valoración de lapropiedad estatal como una conquista (¡debido a que no eran los trabajadoresmismos los que la administraban y usufructuaban!), la falta de las más elemen-tales libertades democráticas, amén del espejo de la “prosperidad” occidental,hicieron que estos procesos fueran fácilmente reconducidos hacia la vuelta alcapitalismo: “Mientras los ‘ossis’ –como se apodaba a quienes vivían enAlemania del Este– conducías sus rudimentarios Trabant, vestían ropa triste y demala calidad y bebían gaseosas sin marca, sus vecinos, los ‘wessis’, consumí-an Pepsi, usaban jeans Levi’s y se movían en BMW” (Luisa Corradini, LaNación, 6-11-2014).

Las mismas ex burocracias de las “repúblicas soviéticas” trabajaron para elretorno del capitalismo y la propiedad privada cuando evaluaron que era nece-sario cambiar el rumbo como producto de la catástrofe económica y el recha-zo creciente de las distintas nacionalidades a la opresión desde la ex URSS.

El capitalismo fue restaurado por parte de una oligarquía que quiso transfor-marse de “propietaria del Estado” (“la burocracia tiene al Estado como su pro-piedad”, decía Marx parafraseando a Hegel) en directa propietaria de empresascapitalistas, y quiso hacerlo sobre la base de una “terapia de shock” que los neo-liberales recomendaron para aplastar rápidamente la resistencia popular.

En todo caso, para la clase obrera y la juventud de las “democracias popu-lares” no quedaba otra alternativa porque no aparecía como posible otra sali-da a la crisis. Ese vacío de alternativas es lo que caracterizó a la restauración

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capitalista y permeó todo un ciclo histórico, marcando los límites de una con-ciencia popular que ya no se forjaba en la lucha contra el capitalismo, sino quedebió hacerlo en la pelea contra el “Estado socialista”, otro agudo señalamien-to anticipatorio de Rakovsky.

En varios artículos de homenaje cuando la muerte de Mandel (1995) seseñala cómo estaba profundamente decepcionado por el final ignominioso delos estados no capitalistas; seguramente un análisis demasiado “idealista” delos mismos, abstraído de las condiciones reales imperantes, le había dificulta-do comprender cuánto había retrocedido la clase obrera en ellos.

El 89 significó entonces la cristalización –o el salto en calidad– de una situa-ción histórica: el agotamiento irreversible del stalinismo y los regímenes buro-cráticos, tanto en sus aspectos económicos como políticos, sociales y cultura-les. Una oleada de rebeliones populares barrió a los países del Este europeo:ninguno de los regímenes derrocados era reivindicable, ni posible de sostener-se históricamente. Lo mismo puede decirse del régimen en la URSS, que cae-ría dos años más tarde.

Si esto significó, simultáneamente, un triunfo para el capitalismo, fue comoproducto de fenómenos anteriores que se fueron procesando en el tiempo: laderrota de la clase obrera rusa databa de los años 30. Y tuvo una suerte de efec-to retardado como el mecanismo de una bomba de tiempo: una derrota que sehizo visible, en sus dramáticos alcances, sólo medio siglo después.

Algo similar había ocurrido con las clases obreras del este: Berlín 1953,Hungría 1956, Checoslovaquia 1967 y Polonia 1980 fueron las fechas en queel proletariado se levantó contra la opresión burocrática y fue derrotado por lostanques stalinistas: “El trabajo de duelo y de apropiación de un pasado prohi-bido dio lugar a una rehabilitación masiva de la tradición nacional. La ver-güenza ligada a la toma de conciencia del stalinismo fue reemplazada por elorgullo del pasado ruso (al que pertenecen tanto los zares como Stalin). Unfenómeno análogo caracteriza a los países del ex imperio soviético, donde laintroducción de la economía de mercado y el surgimiento de nuevos naciona-lismos marginalizó por completo el recuerdo de las luchas por el ‘socialismocon rostro humano’” (Traverso 2011: 48).

Esto impidió, evidentemente, la maduración de una alternativa por laizquierda, desde la clase obrera, conjuntamente con el fenómeno ya señaladode que la propiedad estatal de los medios de producción no fuera percibida(¡porque no lo era!) como propia.

6.3 HACIA UN RECOMIENZO HISTÓRICO

Se abrió así una verdadera crisis de alternativas, que dura hasta nuestrosdías. Porque si en el largo plazo la caída del stalinismo ha sido un fenómenoemancipador, en el corto y mediano plazo fue reconducida por el capitalismocomo un triunfo sobre las perspectivas históricas de la clase obrera, la pers-pectiva de poner en pie otro régimen social. La historia pareció así “concluir”.Y sin embargo, los efectos simultáneos de la crisis económica capitalista y la

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crisis de hegemonía yanqui, sumados a las rebeliones populares que se estánviviendo, están poniendo las cosas en un nuevo terreno: el de un recomienzode la experiencia histórica de los explotados y oprimidos.

En su cobertura periodística del aniversario de la caída del muro, LuisaCorradini da una definición muy aguda del tiempo presente: habla de las “pro-mesas incumplidas del nuevo amanecer” que supuestamente habría significa-do la caída del muro, agregando: “Un cuarto de siglo después, no hace falta serun ideólogo de izquierda o de derecha para reconocer que el mundo occiden-tal tiene serios problemas”.

Tampoco implicó una mejoría de las condiciones de vida de las masas enesos países. O por lo menos no categórica y homogénea, sino que abrió lapuerta a un retroceso por la vía de la restauración capitalista, donde todas laspromesas liberales resultaron ser “espejitos de colores”: Europa del Este siguesiendo la pariente pobre de Europa Occidental, y su cantera de reclutamientode mano de obra barata. Las privatizaciones y ajustes destruyeron las redes deseguridad social, tanto en el Este como en Occidente, dejando a millones deseres humanos a la intemperie. La fragmentación geopolítica abrió la caja dePandora de los enfrentamientos interétnicos, religiosos, etc.

Dicho lo anterior, hay que señalar que la caída del muro de Berlín no puedeconsiderarse como una tragedia histórica (como hacen los nostálgicos del stali-nismo y del tercermundismo nacionalista burgués). El muro tenía que caer por-que su función era únicamente opresiva, y su objetivo era sostener lo insosteni-ble: el contraste del nivel de vida entre la RFA (República Federal Alemana) y laRDA (República Democrática Alemana) señaló como inviable el proyecto deésta última. Salvo que este proceso hubiera sido parte de un verdadero procesorevolucionario, de la extensión de la revolución socialista al resto de Europa,algo que nunca ocurrió. Fue, más bien, la imposición de una transformacióndesde lo alto sobre una población autóctona derrotada después del desastre delnazismo: “Diametralmente opuesta a una verdadera revolución es el caso de laex RDA: un verdadero ‘engendro histórico’. Es que en ella no hubo ningún tipode revolución. Más bien, los cambios fueron forzados por la presencia delEjército Rojo stalinista. Está claro que el debate no es simple. Se derrotó al inva-sor imperialista alemán. Pero ningún tipo de socialismo puede surgir a punta depistola de un ejército que no dejaba de ser, en gran medida, de ocupación”(Roberto Sáenz: “Las huellas de la historia”, www.socialismo-o-bargarie.org).

1989 implicó el comienzo de un nuevo ciclo histórico donde la concienciade las nuevas generaciones tiene que remontar la herencia dejada por 60 añosde deseducación burocrática. Corrupción de la conciencia política socialistaque reemplazó las enseñanzas revolucionarias del siglo XIX, las primeras déca-das del XX, la oleada revolucionaria del 17, etc., por un conjunto de telarañasmentales, expresadas en el culto a lo opresivo, en el fetichismo del aparato, enel sustituismo del sujeto revolucionario, en el criterio antisocialista de “dar a lasociedad lo menos posible y sacar de ella lo más que se pueda” (Lenin).

Pero el 89 implicó (e implica) también una oportunidad: la oportunidad deempezar a educar a la vanguardia obrera y juvenil en la verdadera perspectiva

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del socialismo, en recuperar las tradiciones revolucionarias auténticas actuali-zándolas según el mundo en que vivimos hoy y las lecciones de la experienciapasada. Proceso que se está viviendo lentamente con la acumulación de expe-riencias de las actuales rebeliones populares, de los “indignados” de distintospaíses, de la joven generación obrera que viene irrumpiendo, todavía frag-mentariamente, en la escena política.

Y que se está expresando, como tendencia histórica, en la acumulación sos-tenida de las corrientes socialistas revolucionarias, es decir, del trotskismo, quese viene ganando un lugar indiscutido entre la vanguardia obrera y juvenil anivel internacional.

Ahí está la semilla del futuro, lo único que puede sacar al mundo del cena-gal al que lo lleva el capitalismo, en medio de la lenta disolución del viejoorden mundial que augura la reapertura de una época de grandes crisis, gue-rras y revoluciones.

7. ¿Qué tipo de estados puso en pie el stalinismo en Europa Oriental?

“Toda la educación partidaria [del stalinismo] se basaba no en el estudiocreativo y voluntario del método crítico y antidogmático del marxismo, sinoen la asimilación obligatoria de textos. Convertían a los obreros en loros ycharlatanes” (La tragedia de Hungría, Peter Fryer).

Nos interesa aquí profundizar en algunos aspectos de la experiencia de laex RDA y los demás países no capitalistas del Este, desarrollando algunos desus rasgos que encierran claves acerca del carácter de los estados puestos enpie por el stalinismo y también de su ignominiosa caída posterior.

7.1 EL COMPORTAMIENTO DE UN EJÉRCITO DE OCUPACIÓN

El stalinismo peleó la Segunda Guerra Mundial en clave nacionalista; estotiñó sus relaciones con los demás estados de Europa oriental una vez finaliza-da la contienda. El escritor ruso Vasili Grossman tuvo la valentía de denunciareste estrecho enfoque en su momento. El ingreso del Ejército Rojo en estos paí-ses (con toda la carga histórica que tuvo este acontecimiento), no ocurrió ver-daderamente en tanto que ejército de liberación: ¡permanecieron como ejérci-tos de ocupación hasta la caída del Muro! Esto dio lugar a una dramática con-tradicción: el “socialismo” que se construyó en dichos países se levantó a puntade bayoneta, desalentando los movimientos autónomos que la clase obreraestaba poniendo en pie cuando el derrumbe del nazismo.

Tanto Grossman como Broué posteriormente habían subrayado las esperan-zas creadas por el triunfo en la guerra antinazi tanto en la URSS como en lospaíses del este europeo: “El avance del ejército ruso despertó en la clase obre-ra de estos países toda una serie de esperanzas revolucionarias (…). Los comi-tés de liberación yugoslavos (…) dictan leyes sobre provincias enteras incluso

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antes de la llegada de las avanzadillas rusas (…). Los obreros armados checosparticipan en la liberación de Praga (…) e instauran el control obrero dentro delas fábricas. Los obreros de Varsovia participan en la insurrección del verano de1944 (…). En todas las fábricas alemanas del Este se constituyen consejos obre-ros que asumen la gestión de la empresa” (Broué 2007: 542). Esperanzas vanasque fueron aplastadas por la burocracia stalinista casi inmediatamente; apenasterminada la contienda Stalin volvió a apretar el torniquete en la ex URSS y lospaíses muy contradictoriamente liberados del nazismo.

No es casual, entonces, que visto el ejército soviético como uno de ocupa-ción, los levantamientos antiburocráticos que se sucedieron desde la décadadel 50 en Alemania Oriental, Hungría, Polonia y Checoslovaquia hayan tenidomarcados rasgos de autodeterminación nacional. Peter Fryer, militante del PCbritánico enviado a cubrir la revolución húngara de 1956 (que luego de estaexperiencia se pasará al trotskismo) subrayaba en tiempo real este sentimiento:“Un odio ardiente contra Rusia y todo lo ruso se observa en los corazones dela gente” (Fryer 1986).

Era también el caso de Polonia: el reparto del país entre los nazis y Stalin acomienzos de la segunda guerra (mediante el escandaloso pacto Ribbentrop-Molotov) le otorgó la supremacía de la resistencia a las formaciones naciona-listas burguesas polacas. Polonia es otra de las tragedias del siglo XX, donde lalucha por el socialismo se vio extremadamente distorsionada por el rol nefastodel stalinismo, incluyendo la liquidación a finales de los años 30 del partidocomunista polaco, todavía heredero de las tradiciones de Rosa Luxemburgo yLeo Jogiches.

Aquí sólo queremos subrayar la contradicción de que se hayan definidocomo “estados socialistas” u “obreros” sociedades donde las transformacioneseconómicas y sociales anticapitalistas se impusieron mediante un ejército deocupación que nunca dejó de tutelarlas: “La iniciativa creadora de la gente ysus deseos de impulsar el socialismo fueron sofocados. No eran consultados nitenían parte en la administración de sus propios asuntos. El sentimiento de quela ciudad y sus fábricas pertenecieran al pueblo no existía” (ídem).

No solamente el Ejército Rojo no se retiró luego de derrotado el nazismo.Stalin llegó al extremo de cobrar pesadas reparaciones de guerra a todos lospaíses recientemente “liberados”. Se verificó una ceguera estratégica: mientrasel imperialismo yanqui implementaba el Plan Marshall para ayudar al renaci-miento capitalista alemán, en la porción no capitalista de Europa el amo rusopracticaba una política versallista (por el Tratado de Versalles, que le impusoenormes cargas a Alemania luego de su derrota en la Primera Guerra Mundial)de reparaciones de guerra, apropiándose de parte de la base industrial de estospaíses: “De acuerdo con los términos del armisticio de 1944, Hungría fue obli-gada a entregarle a la Unión Soviética reparaciones por valor de 600 millonesde dólares. Además, los húngaros fueron obligados a pagar todos los gastos delEjército Rojo estacionado y en tránsito por Hungría (…). Como en otros paísesde Europa Oriental, los rusos constituyeron en Hungría sociedades mixtas. Estamaniobra le dio al Kremlin el control sobre la producción húngara de petróleo,

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bauxita, carbón, minerales, usinas, producción de maquinaria y automóviles,etcétera. Además, los rusos ‘invirtieron’ en esas compañías los valores quehabían despojado a Hungría. Por ejemplo, en la Sociedad Mixta de Aviación,las inversiones del Kremlin consistieron en los once mejores aeropuertos hún-garos que el ejército ruso había ‘liberado’ de los alemanes” (The Militant, 21de enero de 1957, citado por Nahuel Moreno en “El marco histórico de la revo-lución húngara”). Moreno agregaba que “[el stalinismo] apretó el torniquetehasta lograr un estado totalitario que si bien no liquidó las conquistas econó-micas de la Revolución de Octubre (…), sí terminó con el contenido leninistade tales conquistas: la libre y democrática intervención de los trabajadores (…).Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Rusia se ha transformado en unpaís que explota a otras naciones y a sus trabajadores” (cit.).

El capitalismo había sido expropiado, pero es evidente que en esas condi-ciones de ocupación, la que tenía el control de los asuntos era la burocracia, yno una clase obrera que nunca llegó a detentar el poder.

7.2 ¿UN ESTADO OBRERO ERIGIDO SOBRE UN PROLETARIADO DERROTADO?

Donde más grave fue esta contradicción fue en la ex RDA (RepúblicaDemocrática Alemana). Le sumó el traumatismo del nazismo. Culpabilizar alos alemanes por su “responsabilidad colectiva” en la contienda (sin diferen-ciar explotadores y explotados) configuró una canallada nacionalista, reac-cionaria, antipopular y antiobrera. Un curso antisocialista que sirvió pararedoblar el sometimiento de la clase obrera de este país; no para ayudarla asu emancipación.

Hay que subrayar otro aspecto que ya señalamos arriba: haber dividido a laclase obrera más importante de Europa fue uno de los crímenes mayores delstalinismo. A la derrota bajo el nazismo, el stalinismo la remachó con la divi-sión del principal proletariado del continente.

De ahí que la unificación alemana haya sido un hecho progresivo, másallá de que fuera capitalizada por el capitalismo mediante la restauración. Unhecho reconducido de manera reaccionaria entre otras razones porque en laex RDA (como en el resto de los países de Europa Oriental) no hubo puntosde referencia independientes para que las masas se orientaran hacia laizquierda. Y no podía haberlos: los trabajadores terminaron repudiando unEstado que no consideraban propio, más allá de que hubiese dado lugar aconquistas económicas y sociales que se fueron degradando con el tiempo.A este desenlace contribuyó que la propiedad estatizada, al carecer de todocontenido socialista, no fuera valorada como un punto de apoyo para uncurso en sentido distinto.

En estas condiciones, ¿cómo podía hablarse de “estados obreros” en el Esteeuropeo? La ex RDA nació como un Estado burocrático basado en una pobla-ción que no vivió la caída del nazismo como un triunfo propio (es sabido quecomo subproducto de los bombardeos aliados y del temor al Ejército Rojo, lainmensa mayoría de la población alemana apoyó a Hitler hasta el final): “Una

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verdadera ‘revolución social’ ocurrió en Alemania del Este, pero no fue comoproducto de un levantamiento popular desde abajo (…); fue en gran medidauna imposición desde arriba realizada por un relativamente pequeño PartidoComunista, masivamente facilitada por el hecho brutal de la ocupación militarsoviética y por la derrota total y la profunda disrupción moral de la Alemanianazi” (Fulbrooke 2008: 23).

Agrega esta autora que “[lo que caracterizaba en ese momento a la pobla-ción no eran sus] esperanzas utópicas sino el miedo al comienzo de cada díay la pelea por la supervivencia física y psicológica” (ídem). Rudolf Klemperer,un escritor judío que se mantuvo en Alemania (Dresde) durante la guerra, seña-lará la pérdida de sentido de la historia de una población que vivirá “al día”,traumatizada todavía por los acontecimientos. Sobre esta base era, evidente-mente, muy difícil erigir cualquier “Estado obrero”, por “deformado” que fuera.

El Estado no capitalista que se puso en pie en la parte oriental de Alemaniadio lugar a determinadas concesiones sociales. Esto no evitó una circunstanciade penuria permanente, y rápidamente demostró su inviabilidad como estadotal. De ahí el tempranero estallido de la clase obrera berlinesa en junio de1953, aplastado a sangre y fuego por los tanques del Ejército Rojo.

Una década después vino la erección del Muro de Berlín, única “solución”encontrada para frenar el continuo flujo poblacional que desangraba al país: “Lazona soviética estaba en una situación mucho más difícil que la RFA. Más des-truida por la guerra, más pequeña, con menor población y con la Unión Soviéticaque no estaba en situación de aportarle nada equivalente a un plan Marshall. Porel contrario, ensayó cobrarse sobre esa pequeña porción de Alemania los pillajesy la devastación terribles cometidos por los ejércitos alemanes en la URSS, desuerte que la República Democrática pagara de manera redoblada su tributo porlas consecuencias de la guerra. Para 1953, 3.400 fábricas habían sido desmonta-das de la RDA. Lo mismo ocurrió con las vías férreas. Pero eso no fue lo másgrave. Lo peor fueron las partidas continuas y masivas de personas que migrabanhacia el Oeste con su saber hacer y competencias” (en “Alemania: 20 años des-pués, ¿dónde está la unificación?”, Círculo León Trotsky, 2010).

7.3 “UNA CLASE DE LOROS Y CHARLATANES”

Trotsky había dado pistas de cómo abordar la problemática de los paísesocupados por el Ejército Rojo (cuando su análisis de la guerra con Finlandia yla ocupación de Polonia a finales de 1939): “Pero, ¿no son actos revoluciona-rios socialistas la sovietización de Ucrania occidental y la Rusia Blanca(Polonia oriental), igual que el intento actual de sovietizar Finlandia? Sí y no.Más no que sí. Cuando el Ejército Rojo ocupa una nueva provincia, la buro-cracia soviética establece un régimen que garantiza su dominación. La pobla-ción no tiene otra opción que la de votar sí en un plebiscito totalitario a lasreformas ya efectuadas. Una ‘revolución’ de este tipo es factible sólo en unterritorio ocupado militarmente, con una población diversa y atrasada” (“Losastros gemelos Hitler-Stalin”).

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Un tipo de “revolución” similar ocurrió en el Este europeo a la salida de lacontienda. Fueron sociedades que, en ausencia de cualquier manifestación depoder o soberanía de los trabajadores (tanto política como económica), noqueda mejor categoría para identificarlas que como Estados burocráticos. Estoes, caracterizados por la expropiación de la burguesía, pero con la clase obre-ra imposibilitada de aprovecharla a su favor.

Este fenómeno, íntimamente contradictorio, le planteó al movimiento trots-kista una dramática querella de definiciones, una más compleja que la otra. Eraevidente que no se trataba de “estados socialistas”. Pero tampoco de “estadosobreros” en el sentido auténtico de la palabra. Ya Trotsky había caracterizadoa la URSS de los años 1930 como “estado obrero degenerado”. A la salida dela segunda posguerra, el trotskismo se inclinó por caracterizar los nuevos esta-dos donde había sido expropiada la burguesía (con revoluciones o no) como“estados obreros deformados”.

Pero esta definición, a la luz de los acontecimientos históricos, es parti-cularmente cuestionable en países como los que estamos haciendo refe-rencia: no sólo no ocurrieron auténticas revoluciones (como sí fue el casode China, Yugoslavia y Cuba), sino que las transformaciones ocurridas enmateria de derecho de propiedad fueron impuestas mediante un ejército deocupación que se dedicó a mantener a raya a la clase obrera mediante unrégimen totalitario: “Estas controversias plantean varias preguntas sobre laestructura de la contrarrevolución burocrática y sobre la caracterizacióndirectamente social de los fenómenos políticos. Por un lado, la búsquedade un acontecimiento simétrico al acontecimiento revolucionario, como siel tiempo histórico fuera reversible, constituye un obstáculo para la com-prensión de un proceso original en el que surgió lo insólito y lo inespera-do. Por otro lado, ya se trate de estados o de partidos, calificarlos de ‘obre-ros’ les atribuye una sustancia social en detrimento de la especificidad delos fenómenos políticos que transfigura las relaciones sociales [reales, RS].La caracterización directamente social de las formas políticas se convier-te entonces en una cortapisa dogmática que paraliza el pensamiento”(Bensaïd 2007: 61-2).

En definitiva, hay que escapar de todo doctrinarismo. Porque más allá de lasviejas definiciones, la experiencia histórica ha indicado que no podrá haberestados obreros auténticos, verdadero proceso de transición al socialismo ymucho menos socialismo, sin el protagonismo histórico de la clase obrera. Unprotagonismo histórico de los trabajadores que es lo opuesto a convertirla enuna clase de “loros y charlatanes”, como agudamente señalaba Fryer.

Tal es la lección estratégica que deja la caída de estas sociedades donde laclase obrera nunca estuvo en el poder: “Las premisas políticas del sustituismollevaron en la práctica, al final de la Segunda Guerra Mundial, a la imposiciónde regímenes como el del Kremlin en Europa oriental (con excepción deYugoslavia) por medio de la presión militar-policíaca desde arriba, contra unapoblación recalcitrante, si no claramente hostil. Todos los acontecimientos pos-teriores, incluido su colapso en 1989, se derivan de esa condición esencial.

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Demostraron la imposibilidad de ‘construir el socialismo’ contra los deseos dela mayoría de las masas trabajadoras” (Mandel 1995).10

8. El siglo más revolucionario de la humanidad

“Hay un proceso de despolitización (…). Se conmemora a las víctimas sinreflexionar sobre sus actos y sobre el sentido de los acontecimientos que vivie-ron. No se analizan más las luchas, los conflictos, las revoluciones, y el pasa-do es reducido a totalitarismo y genocidios” (Enzo Traverso, “No se puede tra-bajar sin Marx, pero tampoco se puede trabajar sólo con Marx”).

En las últimas décadas se ha renovado el debate historiográfico. No es paramenos: los acontecimientos ocurridos en el siglo pasado (el “corto siglo XX”,1914-1989, como lo denominara agudamente el historiador inglés EricHobsbawm) han sido de tal magnitud que configuran todo un proyecto deinvestigación.

Sin embargo, el problema es que esta renovación viene dándose de mane-ra sesgada. Se caracteriza por una condena en bloque de la experiencia delsiglo pasado. El abordaje del siglo XX como uno de puras “violencias y “geno-cidios” tiende a oscurecer una constatación elemental: se trató del siglo másrevolucionario de la humanidad.

Es verdad que las manifestaciones de barbarie fueron inconmensurables.Pero dichas expresiones jamás podrían ser comprendidas si se escamotearaque fueron la respuesta contrarrevolucionaria al conjunto de las experien-cias emancipatorias puestas en marcha por los explotados y oprimidos; alcarácter histórico de las revoluciones sociales que lo jalonaron, sobre todo ensu primera mitad, y que llevaron a la expropiación del capitalismo en un ter-cio del globo.

El valor que tiene una reflexión así es la comprensión de que estamos tran-sitando un momento en que recomienza la experiencia histórica; una nuevageneración militante hace sus primeras armas, y se trata de trasmitirle el lega-do de las luchas que la precedieron.

8.1 LA CONDENA EN BLOQUE DEL SIGLO XX

Lo primero a señalar es algo destacado por varios historiadores: que elsiglo pasado puede ya ser abordado como historia, con la distancia suficien-te de sus acontecimientos. Sólo década y media nos separa de su finaliza-ción. Pero más allá de una simple constatación formal del tiempo, las coor-

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10. El poder y el dinero es una de las últimas obras de este histórico dirigente del movi-miento trotskista de la posguerra, cuya conclusión es sintomática porque se plantea ensentido algo distinto a su trayectoria anterior, dedicada a defender sin matices el carác-ter obrero de esos estados.

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denadas que lo caracterizaron son tan distintas a las del día de hoy que, porcontraste, pueden ser abordadas de manera histórica: “Si existe una memo-ria histórica es porque el mundo de hoy está ocupado por recuerdos y repre-sentaciones de un pasado inmediato al presente, pero que como tal pasadose acabó” (E. Traverso).

En cualquier caso, se observa una grave unilateralidad en la historiografíaactual: se tiende a privilegiar el estudio de las manifestaciones de barbarie, deviolencias y genocidios, perdiéndose de vista el contexto en que estas atroci-dades ocurrieron: su carácter de respuestas contrarrevolucionarias a las gran-des revoluciones históricas que caracterizaron el siglo XX.

Pero un desarrollo no podría caminar sin el otro; tanto acerca de las revo-luciones como de las contrarrevoluciones del siglo pasado, hay profundasenseñanzas a obtener. Ambas expresiones son la materia prima inevitable deldebate historiográfico a comienzos de este nuevo siglo.

Aquí nos interesa alertar sobre este sesgo unilateral. Porque deja la idea,abierta o encubierta, de que el siglo pasado fue una pura catástrofe, un purodesastre, una pura barbarie que no se debe repetir. Se trata de un operativo des-politizador que plantea el curso lineal de una historia descontextualizada que ladeja como un mero “teatro de las sombras”: “Para comprender las tragedias delsiglo que acaba y sacar de ello lecciones útiles para el futuro, hay que ir más alláde la escena ideológica, abandonar las sombras que se agitan en ella, para hun-dirse en las profundidades de la historia y seguir la lógica de los conflictos polí-ticos” (Daniel Bensaïd, “Una respuesta al Libro Negro del comunismo”).

Debería ser obvio que este operativo pierde de vista la dialéctica de lascosas, de la historia misma del siglo pasado, que necesariamente es una histo-ria de clases antagónicas, que colocó a la revolución y la contrarrevolucióncomo experiencias inevitablemente “simbióticas” (expresión que tomamos deTraverso en el sentido de que no puede haber una sin la otra).

Precisemos dos cosas. Una: nos rebelamos contra una unilateralidad quetiene como consecuencia devolver una imagen distorsionada del siglo XX, ideaque incluye la condena a la perspectiva misma de la transformación revolu-cionaria de la sociedad, que pretende la exaltación acrítica del tiempo presen-te: “Un eterno presente se impone, hecho de instantes efímeros que brillan conel prestigio de una ilusoria novedad, pero no hacen más que sustituir, cada vezmás rápidamente, lo mismo con lo mismo” (Jérôme Baschet, citado por DanielBensaïd en “Tiempos históricos y ritmos políticos”).

A lo que se llega es a la suspensión de la historia como tal, que nuncapodría tener un final. Se trata de una evidente pretensión “totalitaria” que bus-caría suprimir la dimensión del tiempo, que no sólo es histórica sino natural,inscrita en la naturaleza misma de las cosas.

Dos: otra cosa distinta es que el siglo pasado estuvo pautado por una granrevolución histórica como la Revolución Rusa (junto con la RevoluciónFrancesa, las dos más grandes en la historia de la humanidad), así como poruna segunda gran revolución como la Revolución China, aunque de rasgosmuy distintos a la bolchevique de 1917, sin centralidad de la clase obrera ni

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organismos de democracia socialista. Y, también, por dos grandes contrarrevo-luciones como la del nazismo y el stalinismo, además de las dos más grandesguerras en la historia de la humanidad.

Es así que en el debe y el haber del siglo XX hubo manifestaciones para unoy otro lado, aunque, evidentemente, su conclusión terminó reafirmando elorden capitalista. Significó una derrota del primer gran impulso emancipador;un hecho que no serviría de nada negar.

Pero lo que aquí nos interesa subrayar no es eso, sino que no puede haberrevolución sin contrarrevolución; que los dolores de parto de una nueva socie-dad no podrían venir sin que la acción revolucionaria dé lugar a algún tipo dereacción de las clases establecidas (igual fenómeno ocurrió cuando laRevolución Francesa, aunque a una escala y costo humano muchísimo menoral del siglo pasado), y que tirar al niño de la revolución con el agua sucia de lacontrarrevolución es un operativo ideológico espurio que busca soslayar laperspectiva de la lucha revolucionaria, sacarla del horizonte histórico de lasnuevas generaciones.

Esta mirada se expresa en categorías acordes del análisis. En el centro seencuentra la de totalitarismo. El siglo XX es abordado como “un siglo de tota-litarismos”, donde la sociedad se habría visto reducida a una masa inerte some-tida a un “poder totalitario” que, impuesto desde arriba, habría demostrado laimposibilidad de la autoemancipación de los explotados y oprimidos.

No es que el siglo pasado no haya estado marcado por fenómenos totalita-rios. El nazismo y el stalinismo fueron “gemelos” en el terreno de sus manifes-taciones políticas. Pero el proceso histórico de su surgimiento y la naturalezasocial de las experiencias que los caracterizaron fueron opuestos, aunque laresultante en la forma del régimen de dominación fuera similar: “La idea deltotalitarismo está lejos de tener una aprobación unánime. Parece limitada,angosta, ambigua, por no decir inútil para quien busca aprehender, más allá delas afinidades superficiales entre los sistemas políticos totalitarios, su naturale-za social, su origen, su génesis, su dinámica global y sus resultados últimos” (E.Traverso 2014a).

Aun así, la categoría de totalitarismo tiene dos objetivos que logra resolversobre la premisa de una condena en bloque del siglo pasado. Primero, pone enel mismo saco la revolución y la contrarrevolución, unificando ambas expe-riencias en una misma categoría: toda acción política de masas terminaría entotalitarismo. Segundo, todo el curso del siglo pasado habría demostrado queel único orden político que permitiría una convivencia “civilizada” (aunque sinresolver las desigualdades sociales, se reconoce) es la “democracia”.

Veamos ambos puntos de vista. Es verdad que los “regímenes totalitarios”fueron un producto singular distinguible de toda forma anterior de autoritaris-mo. Entre otras cosas, por la puesta en escena de genocidios en masa, fenó-menos producto de la contrarrevolución (nazi o stalinista), no de la revolución.El genocidio, como asesinato en masa planificado, fue característico del nazis-mo. En la URSS hubo casos tremendos de genocidio como el Holodomor ucra-niano (la gran hambruna de 1932-33 producto de la descontrolada colectivi-

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zación forzosa del campo stalinista, donde murieron seis millones de campesi-nos), y es sabido que las purgas significaron asesinatos en gran escala (entre700.000 y un millón de personas). De cualquier manera, y sin que esto signifi-que disminuir en nada el carácter asesino del régimen de Stalin, no practicó losmétodos del genocidio industrializado como sí lo hizo Hitler.11

Como digresión, señalemos que Traverso insiste en la singularidad deAuschwitz (el campo de exterminio más importante del nazismo). La especifi-cidad de lo ocurrido allí (y en los demás campos nazis) marca un antes y undespués en materia de barbarie y deshumanización de un régimen de domina-ción que no corresponde ser disuelto en las otras atrocidades ocurridas en elsiglo XX. Esta singularidad no marca ningún rasgo especial de quienes sufrie-ron esa barbarie (contra la teoría “esencialista” levantada por el sionismo) nipodría negar que el capitalismo emergió “chorreando sangre por todos losporos”, como señalara en su tiempo Marx, y tampoco disminuye las atrocida-des del stalinismo, pero su rasgo específico fue significar un asesinato en masapolítico sin igual.

Retomando nuestra argumentación, es por lo demás obvio señalar que losprocesos revolucionarios dieron lugar al fenómeno opuesto: el acceso de lasgrandes masas a la vida política, el tomar los asuntos en sus manos: “En 1789,en pleno período de reacción, Immanuel Kant escribía a propósito de la revo-lución francesa que un acontecimiento así, más allá de los fracasos y retroce-sos, no se olvida. Pues en ese desgarro del tiempo se dejó entrever, aunquefuera de forma fugitiva, una promesa de humanidad liberada” (Daniel Bensaïd,“Una respuesta al Libro Negro del comunismo”).

El contraste no podría ser mayor con las experiencias de la contrarrevolu-ción (lo opuesto a esa “promesa de humanidad liberada”, evidentemente),cuyas expresiones acabadas fueron los campos de concentración nazis y loscampos de trabajos forzados stalinistas, el Gulag.

Se trata, entonces, de expresiones opuestas, inasimilables, y una no devie-ne mecánicamente de la otra. Un profundo corte histórico ocurre, una cesura,una “bifurcación” del proceso histórico, una reacción en un sentido contrarioque no es una vuelta al mismo punto del inicio. Bensaïd dice, agudamente, queuna contrarrevolución es lo contrario a una revolución, no una revolución enreversa, que sería una manera esquemática de apreciar las cosas.

8.2 EL TOTALITARISMO COMO CONCEPTO LIBERAL

En fin, la contrarrevolución, los “totalitarismos”, no surgen de las revolucio-nes sino como respuesta a ellas, lo que es algo muy distinto, más allá de losinevitables “vasos comunicantes” entre unas y otras. Por ejemplo: que institu-

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11. Sheila Fitzpatrick (especialista estadounidense en la ex URSS) señala que la ham-bruna dejó un legado de enorme resentimiento contra el régimen: según rumores quecirculaban en la región del Volga central, los campesinos la consideraban como undeliberado castigo por haberse resistido a la colectivización.

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ciones que cumplen un papel al servicio de la revolución sean vaciadas de sucontenido real, mantengan su continuidad formal y se vean redireccionadaspara otros fines. Así, la Cheka (Comisión extraordinaria Panrusa para la luchaa la contrarrevolución y el sabotaje) como organismo de represión de la con-trarrevolución durante la guerra civil fue creado en respuesta al atentado con-tra Lenin del 30 de agosto de 1918 de la militante del Partido SocialistaRevolucionario Fannia Kaplan, y militantes de ese partido asesinaron a MoisésUritsky (jefe de policía bolchevique de Petrogrado. Pero fue luego transforma-do por el stalinismo en su opuesto, una organización para reprimir a laOposición de Izquierda y las demás oposiciones.

En cualquier caso, bajo la común etiqueta de “totalitarismo” se escondenprocesos históricos de naturaleza muy distinta. Porque el nazismo fue una reac-ción contrarrevolucionaria en una sociedad preñada de revolución pero dondeésta nunca llegó a triunfar, y el stalinismo fue una contrarrevolución que surgiódel seno, pero en sentido opuesto, de la más grande revolución histórica.

Hay aquí un problema adicional. La común condena de los regímenes revo-lucionarios y contrarrevolucionarios, su subrepticia asimilación bajo el con-cepto de “totalitarismo”, está al servicio de la exaltación de la “democracia”como patrimonio de la sociedad capitalista: “El totalitarismo es estigmatizadocomo antítesis del liberalismo, la ideología y el sistema político actualmentedominante. Su condena equivale a una apología de la visión liberal delmundo” (Traverso 2014a).

El operativo es evidente: la “democracia” solamente podría existir en el con-texto del capitalismo tal cual ocurre hoy: no habría otra alternativa histórica. Yla democracia queda escindida de toda pretensión emancipatoria. Porquecomo habría demostrado el siglo pasado, la transformación social no tendríaotra alternativa que caer en “una forma de totalitarismo”, como sugiere HannahArendt, por ejemplo.

Según esta concepción, además, la democracia no podría ser otra cosa queuna práctica de pocos, nunca del conjunto social. Porque las masas tenderíansiempre al “totalitarismo”: estarían irremediablemente condenadas a cambiarsu libertad por un plato de lentejas. El concepto de totalitarismo deviene así lavía regia para una teoría conservadora de la política.

Se busca opacar, así, la expresión democrática de las grandes revolucioneshistóricas, que se caracterizaron por dar lugar a una explosión liberadora de suscadenas hasta en la vida de todos los días: “Marc Ferro (…) insiste (…) sobre elderrocamiento del mundo tan característico de una auténtica revolución. Hastaen los detalles de la vida cotidiana (…). En Odessa, los estudiantes dictan a losprofesores un nuevo programa de Historia; en Petrogrado, trabajadores obligana sus patronos a aprender ‘el nuevo derecho obrero’; en el ejército, soldadosinvitan al capellán castrense a su reunión ‘para dar un nuevo sentido a su vida’,en algunas escuelas, los niños reivindican el derecho al aprendizaje del boxeopara hacerse oír y respetar por los mayores” (Bensaïd: cit.).

Pasa que ambas “democracias” son opuestas por naturaleza: la democracialiberal capitalista supone la subsistencia del Estado como esfera escindida de la

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sociedad, supone la subsistencia de la explotación del trabajo, supone, en defi-nitiva, que solamente una minoría privilegiada pueda dedicarse cotidianamen-te a los asuntos generales. La democracia obrera, la dictadura proletaria, tienecondiciones opuestas: la tendencia a la reabsorción del Estado en la sociedad;que la política, la gestión de los asuntos generales, sea practicada por cada vezmayores sectores de masas. Supone la abolición de la explotación del hombrepor el hombre, la convicción de que la humanidad es capaz de autoemanci-parse. Los teóricos del totalitarismo subrayan la absorción de la sociedad por elEstado, pero, precisamente, manifiestan su escepticismo en que puede ocurrirlo opuesto, la disolución del Estado en la sociedad, como postula el marxismoclásico y revolucionario.

Volviendo al concepto de totalitarismo, en el fondo no alude más que a launificación de las experiencias de la Alemania nazi y de la Rusia soviética (sta-linizada). El régimen totalitario se caracteriza por una suerte de superposiciónentre el Estado y la sociedad, donde el primero suprime toda expresión inde-pendiente de la “sociedad civil”. En el “Estado totalitario”, toda la actividad dela sociedad se ve absorbida por un aparato que se chupa todas sus energías.

Recordemos que Marx hacía una analogía similar en La lucha de clases enFrancia en relación con el régimen impuesto bajo el Luis Bonaparte, sobrino deNapoleón. Pero se trataba de otra cosa: el “régimen bonapartista” de ningunamanera podía llegar al grado de totalitarismo e imposición que significaron elnazismo y el stalinismo; se manejaba con criterios antidemocráticos, desdearriba, autoritarios, pero no tenía nada que ver con los criterios que estamosidentificando aquí de los “totalitarismos”, que se basan en genocidios en masa.

Va de suyo que el totalitarismo suprime hasta el último gramo de democra-cia política; es una imposición que elimina todo atisbo de libertad. Libertadque en la historiografía oficial es apreciada siempre de manera reduccionista,liberal, como mera libertad individual y no una donde “la libertad de cada unoes la condición para la libertad de todos”, como en Marx. Este “todos”, estecolectivo, esta sociedad, esta comunidad (de la que llega a hablar Engels), leimporta poco y nada al liberalismo, que razona en términos de personas indi-viduales. Quizá el mejor resumen de esa doctrina sea la célebre frase deMargaret Thatcher, primera ministra de Inglaterra en los años 80: “La sociedadno existe; sólo existen los individuos”.

Mediante este operativo se unifican, entonces, experiencias sociales opues-tas. Es verdad que hay un elemento político común a ambos regímenes, sobreel que se afinca el concepto de totalitarismo. Porque descriptivamente lograatrapar un régimen específico, histórico, subproducto de la barbarie modernadel siglo XX, caracterizado por la supresión de todas las libertades, de todaposibilidad de acción colectiva independiente.

De todos modos, el concepto de totalitarismo es un producto del arsenalliberal en la medida en que, en definitiva, no tiene actualmente otro sentidoque obturar toda perspectiva liberadora, inhibir toda posibilidad de autoeman-cipación, condenando a la sociedad a una heteronomía radical (se entiendepor este concepto la imposibilidad de que las masas explotadas tomen en sus

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manos los asuntos). Agreguemos, de paso, el correcto señalamiento que haceLöwy de que siempre que el liberalismo ambiente intenta identificar los cam-pos de concentración con los “totalitarismos nazi y stalinista” se “olvida” deuno de los máximos ejemplos de asesinato racional y premeditado de las“democracias occidentales” como fueron las bombas atómicas sobreHiroshima y Nagasaki.

Traverso habla de dos épocas del concepto de totalitarismo: una, la actual,en que su uso es únicamente conservador, y otra, la de los años 30, donde teníaun elemento crítico progresivo para denunciar el curso de los regímenes nazi ystalinista. De todas maneras, ya por entonces tenía límites, porque llevabademasiado lejos la identificación de dos regímenes socialmente distintos: unestado capitalista y un estado obrero burocratizado. O, en todo caso, avanza-dos los años 30, un estado devenido en “burocrático con restos proletarios ycomunistas”, como definiera Rakovsky pero que, de todas formas, no se debíaconfundir mecánicamente con el del nazismo, error en que cayó la corrientellamada “antidefensista” (se negaron a defender a la ex URSS durante laSegunda Guerra Mundial).

El gran sociólogo burgués Max Weber no conocía todavía el concepto detotalitarismo, ni vivió estos regímenes, pero estaba imbuido del tipo de razo-namiento político que le da sustento: “Imagínense las consecuencias de estavasta burocratización y racionalización (…) todo lo cubre la Rechenhaftigkeit,el cálculo racional. De ahí que cada uno de los trabajadores sea una rueditade esta máquina (…). La pregunta que nos ocupa no es cómo puede cambiar-se algo en ese proceso, pues esto es imposible (…). Más horrorosa es la ideade que en el mundo no haya otra cosa más que rueditas, o sea, que esté col-mado de hombres que se aferran a esos pequeños puestitos y aspiran a unpuestito algo mayor (…). Que el mundo ya no conozca más que esos hombresdel orden es un desarrollo en el que estamos de todos modos insertos, y la pre-gunta central es, por lo tanto, (…) ¿qué tenemos para enfrentar esa maquina-ria, para preservar un resto de humanidad de esa parcelación del alma, de esedominio absoluto de los ideales de vida burocráticos?” (Max Weber, citadopor Weisz 2011: 27).

La cita expresa el temor del sociólogo liberal frente al proceso de burocra-tización (“totalitarismo”), que consideraba irrefrenable. En su pesimismo radi-cal (y burgués), Weber hablaba de la “servidumbre de los tiempos futuros,cuando los hombres volverán a ser esclavos”.

Fue un pensador agudo que resaltó algunos de los aspectos más dramáticosde la reducción del mundo burgués a una suerte de “jaula de hierro de la des-esperación”, que aliena a las personas del control sobre sus propias vidas. Almismo tiempo que denunciaba esto, se manifestaba escéptico frente a todaposibilidad de hacer saltar esa “jaula” por los aires; miraba con profundo des-precio a la clase obrera y a toda intención de revolucionar el orden capitalista(un interesante análisis crítico de la obra de Weber a cargo de un marxista sim-patizante con él es La jaula de acero. Max Weber y el marxismo weberiano,de Michel Löwy).

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Antes de fallecer, sin embargo, Weber vivió una desmentida en tiempo reala su escepticismo radical: unos hombres que no estaban sometidos al “orden”,que no se reducían a meros engranajes, sino que llegaron a “tocar el cielo conlas manos”: la clase obrera rusa.

8.3 LA LUCHA POR LA MEMORIA DE LAS NUEVAS GENERACIONES

“¿De dónde proviene esta obsesión memorialista? [el autor se refiere a losoperativos oficiales] (…) Responden a una crisis de la transmisión [de las expe-riencias históricas] en el seno de las sociedades contemporáneas (…).Podríamos evocar la distinción que sugiere Benjamin entre la ‘experienciatransmitida’ (Erfahrung) y la ‘experiencia vivida’ (Erlebnis). La primera se per-petúa casi naturalmente de una generación a la otra (…); la segunda es lo vivi-do individualmente, frágil, volátil, efímero (…). La modernidad (…) se caracte-riza (…) por el deterioro de la experiencia transmitida” (Traverso 2011: 15).

Si salimos del concepto de totalitarismo, podemos ver la verdadera cara delas revoluciones y contrarrevoluciones del siglo pasado. Apresurémonos a seña-lar que debido a que estamos en un ciclo histórico que se define, todavía, porla exclusión de grandes revoluciones, el rostro de la revolución está todavía difu-so. No es que no haya vasos comunicantes entre la experiencia actual y la posi-ble emergencia de nuevas revoluciones. Ése es el papel que viene a cumplir elactual ciclo de rebeliones populares: pone sobre la mesa, nuevamente, la inter-vención de las grandes masas sobre la escena política; replantea a la plazapública (Tahrir, Puerta del Sol, el Zucotti Park o la que sea) en la escena históri-ca, en oposición a los palacios, a las sedes del poder. Pero la falta de radicali-zación de las masas populares las deja todavía como una expresión preparato-ria respecto de las nuevas gestas revolucionarias que están en el porvenir.

Es verdad que las contrarrevoluciones históricas tampoco son expresión deexperiencias actuales (en las que, de todos modos, no faltan manifestaciones debarbarie). Pero su impacto está más próximo en las representaciones de deter-minados sectores por cuanto el aparato ideológico oficial se toma el trabajo deexaltarlas y recordarlas, encargándose, además, de asimilar dichas experienciasde barbarie… con las revoluciones que jalonaron el siglo pasado.

En efecto, Traverso sostiene que luego de varias décadas de oscureci-miento de la memoria de Auschwitz, ésta es hoy una suerte de “religión civil”legitimadora del mundo occidental, donde, de paso, se busca exorcizar todavaloración del siglo pasado en su faceta emancipatoria; todo queda reducidoa “totalitarismo”.

Aquí corresponde efectuar una delimitación. Ya señalamos que la revolu-ción y la contrarrevolución no se oponen mecánicamente, están entremezcla-das: por la necesidad de las cosas, cuando una está, está la otra.

Por ejemplo: tenemos los campos de concentración del nazismo y el sta-linismo. Pero también la heroica resistencia de la Oposición de izquierda enla ex URSS, las huelgas de hambre en Kolima y Vorkuta llevadas a cabo porla juventud que formaba filas en el trotskismo (prisiones o “campos de traba-

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jo” donde el stalinismo encerraba a los oposicionistas en los años 30), comohemos visto arriba. O el levantamiento del gueto de Varsovia (al que tambiénnos referimos ya), por nombrar sólo algunas gestas heroicas de resistencia alos “totalitarismos”.

Revolución y contrarrevolución se entremezclan, pero no se confunden.Son expresiones opuestas: puntas del hilo del ovillo histórico que se ponencomo el principio y el fin, o el fin y el principio. Y, sin embargo, una da lugara la otra, una es respuesta de la otra; de ahí el operativo ideológico de igualar-las, como hace por ejemplo Furet: “Bolchevismo y fascismo se suceden, segeneran, se imitan y se combaten, pero ante todo nacen del mismo suelo, laguerra; son hijos de la misma historia” (citado por Traverso 2001: 155).

Éste es el centro del debate historiográfico en las últimas décadas, que veníasustanciándose desde los años 50, en plena Guerra Fría, pero que cobró reno-vada actualidad con la caída del Muro de Berlín.

Es evidente que la necesidad de un balance del stalinismo es insoslayable.Pero otra cosa es el envase dentro del cual se pretende plantear toda la expe-riencia del siglo pasado, algo fundamental a la hora de abordarlas. Es ahí quecobra operatividad el concepto de totalitarismo como condena al conjunto dela experiencia histórica del siglo XX: “El stalinismo no es una variante delcomunismo, sino el nombre propio de la contrarrevolución burocrática (…). Setrata, claramente (…) de dos mundos políticos y morales distintos, irreconcilia-bles” (Bensaïd: “Una respuesta al Libro Negro del comunismo”).

Ésta es la base, insistimos, del debate historiográfico contemporáneo y de suintencionalidad, su carácter conservador. Si se toman historiadores liberalescomo François Furet o la misma Hannah Arendt, más allá de su erudición, dela cantidad de afirmaciones agudas y del esfuerzo de interpretación sobre laexperiencia del siglo pasado (sobre todo en la última), sus conclusiones sonconservadoras: se trata de una exaltación de la “democracia” y la “libertad”,independizando esta posibilidad histórica de sus condiciones materiales.Estaríamos “condenados a vivir en el mundo en que vivimos”, como afirmaFuret en El pasado de una ilusión.

Frente a la conclusión liberal, historiadores como el reaccionario ErnstNolte (protagonista de un gran debate historiográfico a finales de los años 80)se pasa para el lado de la exculpación del nazismo de toda responsabilidad his-tórica. Lo que el nazismo hizo sería una “respuesta obligada” al “genocidio”perpetrado por el bolchevismo…

Que dicho “genocidio” nunca haya existido; que el bolchevismo hayaexpropiado a la burguesía en cuanto clase social pero nunca llevado a cabo ungenocidio físico de sus integrantes (como sí lo hizo el nazismo con los judíos,gitanos y la población eslava del este, amén de la persecución a comunistas ysocialdemócratas), eso no importa: Nolte fuerza las cosas para el lado de laabsolución histórica del fascismo.

Otro gran historiador del siglo XX es Eric Hobsbawm. Tiene categorías agu-das como el “corto siglo pasado” o la caracterización del siglo como una “erade los extremos”, sobre todo de su primera mitad. Sin embargo, propone una

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lectura economicista que sirve de exculpación de todo lo actuado por el stali-nismo; todo habría ocurrido sobre el terreno de la “necesidad histórica”; nadapodría haber seguido un curso distinto. Esto ocurre sólo para llegar a la con-clusión pesimista de que, en definitiva, el comunismo se acabó como expe-riencia histórica posible.

Una visión alternativa es la ofrece el socialismo revolucionario (y, dentrode ella, nuestra corriente Socialismo o Barbarie). El siglo pasado debe seraprehendido como experiencia estratégica. No hay fin de la historia, no hay“eterno presente”. Éstas son sólo figuras ideológicas ancladas en ciertas cir-cunstancias, en el corte de la memoria histórica entre las nuevas generacio-nes, en el hecho de que el siglo XX no saldó la lucha emancipatoria: “En1990, la dialéctica histórica descrita por Koselleck como una tensión perma-nente entre un ‘horizonte de expectativa’ proyectado hacia el futuro y un‘campo de experiencia’ anclado en el pasado se rompió. El horizonte se hizoconfuso, invisible, mientras que el espacio memorial se saturó, designando elpasado como un campo de ruinas, el siglo de las guerras, los genocidios, lostotalitarismos” (E. Traverso: “La concordance des temps. Daniel Bensaïd etWalter Benjamin”).

En un reciente encuentro militante en Costa Rica señalábamos que la recu-peración de la “dimensión de futuro” entre las nuevas generaciones, la idea deque lo actual no tiene por qué seguir siendo un “eterno presente” requiere, a lavez, de una recuperación de la memoria del siglo pasado, de sus experiencias,avanzando en superar ese corte de la memoria histórica con las luchas de lasgeneraciones anteriores. Experiencias que quedaron en el haber de la humani-dad (más allá de su curso fallido posterior), y que debemos ocuparnos de trans-mitir críticamente a la joven militancia.

Porque como señalara el gran historiador trotskista Pierre Broué en su últi-ma obra antes de fallecer (Comunistas contra Stalin), esta reflexión debe ser“un arma contra el horror del pasado; una lección de coraje y dignidad (se refe-ría a la Oposición de Izquierda en los años 30), jamás inútil; un balance de laexperiencia colectiva sin el cual estaríamos condenados a repetir indefinida-mente los mismos errores”.

En cualquier caso, la circunstancia del “final infeliz” del siglo pasado debeser abordada sobre la base de lo que dijera alguna vez Rosa Luxemburgo: quela historia nunca puede ser hecha “de una vez y para siempre”; es imposibleque la clase obrera acumule experiencia histórica sobre otra base que no seala prueba y el error.

Visto desde este punto de vista (aun con todas sus circunstancias dolorosas),el siglo XX debe ser abordado como un inmenso laboratorio de experiencias.Es cierto que “las derrotas acumuladas oscurecieron el horizonte de la esperay congelaron la historia en la desgracia” (Bensaïd). Sin embargo, también esverdad que una nueva generación se está poniendo de pie y que estamosviviendo el recomienzo de la experiencia histórica.

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9. Nolte, Furet y Hobsbawm. La polémica sobre las interpretaciones del siglo XX

“Petrogrado, ahora eres todo mío” (Un viejo obrero ruso durante laRevolución de Octubre, parafraseado por John Reed, en Ernst Nolte, La guerracivil europea).

Tres reconocidos historiadores presentaron textos de síntesis sobre el sigloXX: François Furet, Ernst Nolte y Eric Hobsbawm, en sendas obras que con-centraron el debate historiográfico de las últimas décadas. En estas páginas nosvenimos refiriendo a aspectos salientes de este debate. La motivación de esteemprendimiento, como ya hemos dicho, es la necesidad de trasmitir elemen-tos de aprendizaje histórico a las nuevas generaciones, marcadas por un agudocretinismo en relación con la historia del último siglo (que por añadidura, es laque menos se estudia en colegios y universidades).

De más está decir que ningunos de estos tres autores está emparentado con elsocialismo revolucionario. Si Furet propone una lectura liberal del siglo pasado,hoy a la moda, y Nolte, coincidiendo en muchos aspectos con él, tiene el puntode vista del revisionismo histórico (que busca exculpar al nazismo de sus fecho-rías), el caso de Hobsbawm es el de un autor visto como de izquierda (hasta elfinal de sus días militó en el Partido Comunista Británico), que, no casualmente,abreva en su síntesis en una versión “light” del relato stalinista tradicional.

9.1 LA INTERPRETACIÓN LIBERAL

La obra de Furet, El pasado de una ilusión, es actualmente la más canónicade las tres (esto no quita que la más conocida y difundida sea la de Hobsbawm,que goza de un prestigio mayor como historiador).

El texto de Furet data de 1997 y ya antes este autor había provocado ciertoescándalo con su visión crítica de la Revolución Francesa, donde señala con eldedo a los jacobinos por haber sentado el precedente para el rasgo que carac-terizaría posteriormente a los bolcheviques: poner la revolución por encima dela ley. Una afirmación un tanto absurda porque ése es, inevitablemente, elrasgo de toda verdadera revolución: ser un acontecimiento fundante de unnuevo orden social, razón por la cual, inevitablemente, se coloca por encimade las leyes establecidas, las deroga y crea otras nuevas. Lo que no quieredecir, por otra parte, que se trate de un gobierno de pura arbitrariedad: sólo sefunda en otra legitimidad que la de la democracia liberal.

La historia de Furet es, fundamentalmente, una historia de las ideas. No seremite a los procesos económicos subyacentes; tampoco pone en el centro desu reflexión los acontecimientos efectivos de la historia política: las guerras,revoluciones y contrarrevoluciones. Se refiere, más bien, a las representacionesde los diversos intelectuales acerca de los hechos. Sin embargo, es un autorerudito en su materia y con una narrativa atractiva. Sobre todo, es un profundo

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conocedor de la historia política de Europa occidental de la primera mitad delsiglo pasado (Francia e Italia, no tanto de Alemania), sobre todo los años 30 (sepuede sacar provecho de la lectura de los capítulos referidos a estos países).

Ahora bien, el texto de Furet no es ingenuo: lo que hace es presentar la ver-sión canónica del liberalismo capitalista respecto del siglo pasado. Para enten-der el carácter de “revancha histórico-política” que trasunta su obra, hay querecordar que en los años de apogeo de la “era de los extremos”, la democraciaburguesa parecía al borde de la extinción: “El mayor secreto de la complicidadentre bolchevismo y fascismo sigue siendo, empero, la existencia de este adver-sario común, al que las dos doctrinas enemigas reducen o exorcizan mediantela idea de que está moribundo y que no obstante constituye su terreno propi-cio: simplemente, la democracia” (El pasado de una ilusión: 36).

Este desfondamiento de la democracia liberal fue un hecho histórico; de ahíel terror pánico que había creado en las burguesías de todo el mundo la revo-lución bolchevique en Rusia (Josep Fontana lo subraya lúcidamente en unreciente artículo), así como la aparición, por oposición, de pensadores políti-cos consagrados como Carl Schmitt, que erigieron toda su obra en una críticaal liberalismo desde la derecha contraponiéndole un pensamiento conservador(observemos que para Schmitt, basado en su realismo como pensador agudo,también el hecho antedecía al derecho, y criticará a Hans Kelsen como un for-malista del derecho liberal).

Ocurre que, efectivamente, en los años 20 y 30 en Europa occidental lademocracia burguesa veía abrirse un abismo bajo sus pies en beneficio deexperiencias revolucionarias o contrarrevolucionarias. A comienzos de 1940,luego de la ocupación de los Países Bajos y Francia por la Wehrmacht, esterégimen imperaba sólo en Inglaterra, Estados Unidos, Australia, algunos paísesde Latinoamérica y no muchos otros.

Esta realidad se comenzó a revertir a partir de la finalización de la SegundaGuerra Mundial, hasta transformarse en el régimen político mayoritario acomienzos del siglo XXI. La caída del Muro de Berlín y el stalinismo (el apa-rente fracaso del socialismo), dio a los ideólogos liberales la oportunidad deavanzar en emparentar el fascismo y el nazismo con el comunismo, bajo lacomún etiqueta de los “totalitarismos”, a partir de lo cual se busca exaltar lademocracia burguesa: “El comunismo soviético no sólo se ha vuelto compara-ble al nacionalsocialismo; es casi idéntico a él” (ídem: 186).

Furet hizo escuela en esta forma de apreciar los asuntos considerando como“revolucionarios” ambos movimientos: “El historiador que intenta comprender laEuropa de esos años no puede olvidar que el fascismo mussoliniano fue una doc-trina y una esperanza para millones de hombres. No tiene grandes antepasadosintelectuales, pero quiere acabar con el burgués en nombre del hombre nuevo y,por lo demás, reúne bajo esa bandera a una gran parte de la vanguardia intelec-tual, a los futuristas, a los nostálgicos del impulso del Risorgimento, Marinetti,Ungaretti, Gentile y hasta, por un breve momento, Croce” (ídem: 202).

Definir al fascismo como un fenómeno “revolucionario” es común en variosautores que confunden sus formas dinámicas con el contenido de los fenóme-

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nos analizados: ¡también la contrarrevolución tiene sus rupturas con el ordenestablecido de las cosas pero, evidentemente, para el lado retrógrado!

El autor francés establece, de todas maneras, una distinción de rasgosinsistiendo en la contraposición entre el “universalismo abstracto” de los bol-cheviques (el internacionalismo característico del socialismo revolucionario)y el matiz nacionalista, particularista, del fascismo. Destaca de Mussolinique, a diferencia de Lenin, pretende unir revolución y nación: “Uno de lossecretos de su éxito (…) descubierto por Mussolini desde 1915: reunir lanación y la clase obrera, arrebatando la primera a los burgueses y la segun-da a los marxistas” (ídem: 217).

En esto establece un elemento agudo porque, efectivamente, la contrarre-volución fascista y la nazi se apoyaron en la exaltación de los valores nacio-nalistas en provecho de su propio imperialismo, de su lucha competitiva conlos demás. Se trataba de un concepto de nación reaccionario, más allá de lashumillaciones que vivió la Alemania derrotada después de la I Guerra Mundial(el Tratado de Versalles fue un error no repetido por los vencedores imperialis-tas al finalizar la segunda guerra) y que supo ser explotado por Hitler: “Hitlertrata de crearse un estandarte con el papel que los socialdemócratas, tan pode-rosos en la Alemania anterior a 1914, no supieron desempeñar en el momentode la guerra: ser a la vez el partido de la revolución y de la nación. Después dela guerra, abandonaron la una y la otra, pasándose al servicio de la Repúblicade Weimar, convertidos en burgueses. Hitler tuvo la intuición de ese vastoespacio disponible, que los comunistas no podían conquistar en nombre de laInternacional de Moscú” (ídem: 217).

Si bien Furet no fue el único ni el más destacado de los teóricos de la críti-ca liberal a los totalitarismos (Arendt tiene un lugar de privilegio, sobre todo apartir de su obra Los orígenes del totalitarismo, sin menoscabo de la agudezade algunos de sus planteamientos), es el que aborda de manera más directa lahistórica política de los años 30 en los países de Europa occidental, propo-niendo una lectura liberal de la degeneración stalinista del movimiento comu-nista (buscando ocultar, aunque no lo logre del todo, la tradición de izquierdaantistalinista; Enzo Traverso le hace esta crítica).

El carácter de operativo liberal burgués de su enfoque no opaca señala-mientos agudos como cuando da cuenta, del enamoramiento de ex comunis-tas poco claros (devenidos en ultranacionalistas) con Stalin: “Ernst Niekisch,ex militante de extrema izquierda, ex presidente del soviet de Baviera de 1919(…) que se ha vuelto nacionalista por hostilidad a la política exterior proocci-dental de los gobiernos de Weimar (…) [reivindica en Stalin] ‘el fanatismo dela razón de Estado’. Así podemos entender que nuestro autor haya regresadode un viaje a Rusia en 1932 emocionado por el prodigioso desafío de la volun-tad a la técnica que representaba el plan quinquenal gracias a la movilizacióntotal de un pueblo” (ídem: 231).

Furet plantea dos o tres claves interpretativas del siglo pasado en las cualesla palabra “ilusión” es fundamental. Como se desprende simplemente alhablarse de la lucha por el socialismo como una ilusión, de lo que se habla es

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de algo imposible, algo que conmovió a cientos de millones y llevó al involu-cramiento activo a varios millones (incluso conduciendo a muchos a la muer-te), pero era un mero “espejismo”, una ilusión, algo carente de fundamentos.

La base de apoyo metodológica de Furet es canónica: critica como “deter-minista” al marxismo, pero sólo para proponer una arbitrariedad completa enel curso histórico: “La comprensión de nuestra época sólo es posible si nos libe-ramos de la ilusión de la necesidad: el siglo sólo es explicable –en la medidaen que lo sea– si le devolvemos su carácter imprevisible” (ídem: 16).

Furet abreva en el posmodernismo ambiente que cuestiona, incluso, que lahistoria sea explicable: al parecer, debería ser un hecho de brujería, acientífi-co. A la crítica marxista al determinismo mecánico en sus versiones más vul-gares no se le ocurre afirmar que en el desarrollo de la historia las cosas ocu-rran arbitrariamente; esto es, por fuera de las condiciones materiales en el senode las cuales se desarrolla la historia viva de la lucha de clases. Lo único queafirma es que se plantea un abanico de posibilidades, no un curso mecánicode los acontecimientos; pero tampoco un desarrollo arbitrario proveniente deno se sabe dónde. Volveremos sobre esto.

9.2 EL REVISIONISMO HISTÓRICO

“Somos las columnas de asalto, los de rompe y rasga, formamos la primera fila, ¡atacamos con valor!El sudor del trabajo sobre la frente, el estómago vacío y hambriento.La mano cubierta de hollín y callos empuña el rifle.La granada de mano en el cinturón, el rifle en el hombro, ¡así marchan las columnas de asalto, ebrias de victoria!El judío comienza a temblar, rápido abre el arca, liquida, hasta el último centavo, la cuenta del pueblo” (Canto de las tropas de asalto nazis SA de Silesia, citado por E. Nolte)

Nolte se planteó una tarea más ardua que Furet. Coincide con el historia-dor francés en la unificación de las experiencias del bolchevismo y el nazis-mo. Pero, sobre llovido mojado, resulta que el nazismo es exculpado de todaresponsabilidad histórica porque no habría sido más que “una reacción delpueblo alemán” frente al “genocidio” con el que los amenazaba laRevolución Rusa…

Furet opina lo mismo que Nolte a este respecto: “Se puede considerar quela victoria del bolchevismo ruso en octubre de 1917 es el punto de partida deuna cadena de reacciones”, y agrega: “Uno de los méritos de Nolte fue haberpasado por alto, muy pronto, la prohibición de establecer paralelos entrecomunismo y nazismo” (ídem: 189).

Hay dos cuestiones que el autor alemán pretende demostrar. Uno, que elnazismo habría surgido como simple y mecánica reacción frente al bolchevis-mo, achacándole, de paso, toda la responsabilidad por el genocidio producidopor el primero a estos últimos. Traverso desmiente esta lectura vulgar recor-

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dando que la “era de los extremos” no nació en 1917 sino en 1914: el suelonutricio de la radicalización de los desarrollos nació del desencadenamientode la Primera Guerra Mundial, no de la Revolución Rusa, que como aconteci-miento ocurrió en el contexto objetivo creado por la carnicería imperialista.

Dos, que hablar de “genocidio” cuando se trata de la Revolución de 1917es una flagrante mentira, o peor: una provocación, una falta total a la verdadhistórica: “Era a todas luces evidente (…) que una empresa de tal magnituddebía enfrentar una resistencia muy intensa, máxime cuando la experienciapráctica había mostrado que desde su toma violenta del poder el partido lucha-ba con tesón, mediante una guerra de clases sin precedentes, contra sus nume-rosos adversarios (…); es más, que los estaba exterminando” (ídem: 51).

Nolte se apoya, por ejemplo, en algunos volantes de la izquierda ale-mana donde se hablaba de “aniquilar a la burguesía”. Pero debe resultarevidente (y ésa es, además, la evidencia histórica) que cuando la izquierdarevolucionaria hablaba de “acabar con la burguesía”, se refería a acabarlacomo capa privilegiada, como categoría social. A nadie se le pasó por lacabeza liquidar físicamente y en masa a sus integrantes como afirma elautor alemán: “No se equivocó quien (…) creía que la revolución bolche-vique significaba un paso gigantesco hacia una nueva dimensión históricomundial, la dimensión del exterminio social de extensas masas humanas”(ídem: 52).

Es conocido que la revolución de octubre fue prácticamente incruenta;recién comenzó a correr sangre con el desencadenamiento (¡por parte de losblancos y las potencias imperialistas!) de la guerra civil a mediados de 1918.Es verdad que hubo casos de justicia sumaria por parte de los bolcheviques;fueron pasados por las armas representantes políticos de la burguesía. Pero nose trató de ningún “genocidio”; no se exterminó a la clase burguesa como tal.Con sólo señalar que en las purgas de los años 30 Stalin se encarnizó muchomás con la generación que llevó a cabo la revolución, ya se puede tener unaidea de la veracidad de las afirmaciones del historiador germano.

Nolte llega, incluso, a justificar el asesinato de Rosa Luxemburgo y KarlLiebknecht a manos del gobierno socialdemócrata de Ebert y Noske, los quepactaron secretamente con el ejército antes de asumir que acabarían con loselementos bolcheviques alemanes (ídem: 110). Hace esto en nombre del res-peto a la “legalidad” del nuevo gobierno, criticando el levantamiento revolu-cionario contra él.

La obra de Nolte es de menor interés que la de Furet, pero aun siendo unreaccionario de pies a cabeza, se puede sacar alguna miga de su obra másconocida, La guerra civil europea, sobre todo en lo que tiene que ver con lasituación de Alemania en los años 20. Si sus tesis principales son endebles y demenor agudeza que las de Furet, su registro de los acontecimientos –distorsio-nados por su lente provocadora– deja elementos de interés.

Por ejemplo, al caracterizar a Friedrich Ebert, el candidato a Kerensky ale-mán, señala cómo el primero “había logrado la paz, a diferencia de su contra-parte rusa”. Un factor que, como está magistralmente registrado en la Historia

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de la Revolución Rusa de Trotsky, fue fundamental para el hundimiento de losreformistas en 1917 (ya hemos visto esto más arriba).

Algunas de sus tesis principales no son tan fáciles de contradecir. Al hablarde una “guerra civil europea” entre 1917 y 1945, recoge algo real: que duran-te el período que va entre la Revolución Rusa y la Segunda Guerra Mundial, elenfrentamiento entre revolución y contrarrevolución se agudizó a escala detoda Europa, complejizando el análisis de la propia guerra mundial. Pero elmatiz que resalta Nolte lo lleva demasiado lejos, transformándolo en constitu-tivo de todos los enfrentamientos; termina dando así una lectura unilateral que,incluso, tiene rasgos similares a la interpretación dada por algunos revolucio-narios de la segunda guerra, como fue el caso de Nahuel Moreno a comienzosde los años 80.

Al reducir todo a un conflicto “ideológico” (a una “guerra de regímenespolíticos”), se termina perdiendo la sustancia social de lo que estaba en juego:cualesquiera fuesen las deformaciones de la ex URSS, constituía un país nocapitalista; la invasión de Hitler a Rusia tuvo el carácter de una guerra con-trarrevolucionaria que no sólo era “ideológica”: ese aspecto era el revesti-miento de una lucha de conquista imperialista por el “espacio vital” deAlemania (ver a este respecto nuestro análisis del carácter de la SegundaGuerra Mundial en “Causas y consecuencias del triunfo de la URSS sobre elnazismo”, revista SoB 27).

Nos falta abordar uno de los desarrollos de su obra. Recordemos que enlos años 80 se desató en Alemania lo que se dio en llamar “el debate de loshistoriadores”, porque pareja a su exculpación del nazismo iba la justifica-ción de las cámaras de gas. Aquí hay otro factor provocador del autor ale-mán: es imposible emparentar los campos de extermino del nazismo con loscampos de trabajo forzados del estalinismo. Así lo demuestra con solidezTraverso: habla de la racionalidad de medios y la irracionalidad de fines delnazismo (montó verdaderas industrias de la muerte, muy eficaces), al tiempoque señala que la racionalidad de fines del stalinismo (una racionalidad vol-cada a la acumulación burocrática, no a la transición al socialismo, agrega-mos nosotros) se llevaba a cabo mediante una gran irracionalidad de medios:el trabajo literalmente esclavo en un país que se declaraba “socialista”, entreotros múltiples ejemplos de irracionalidad de la planificación burocrática. Elsolo hecho de absolver los crímenes de lesa humanidad del nazismo dejó aNolte en la mira.

9.3 LA INTERPRETACIÓN CANÓNICA EN LA “IZQUIERDA”

En el seno de la izquierda en sentido amplio, o, más bien del mundo uni-versitario en general, está la obra del historiador británico Eric Hobsbawm.Traverso dice, agudamente, que Hobsbawm “se hace sólido conforme nos ale-jamos del siglo XX”. En efecto, su especialidad histórica fue el siglo XIX, conuna trilogía muy conocida. De cualquier manera, nos interesa referirnos a suobra sobre el siglo XX.

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No es que carezca de planteamientos agudos. Para Hobsbawm, ya en ladécada del 90 estaba claro un fenómeno que nosotros apreciamos mucho des-pués: la ruptura de la conciencia de las nuevas generaciones con las anterio-res, su cretinismo en materia histórica: “La destrucción del pasado, o, más bien,de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea delindividuo con la de las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos máscaracterísticos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte,los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte depresente permanente sin relación orgánica con el pasado del tiempo en el queviven” (Historia del siglo XX: 13).

Conceptos como el “corto siglo XX” o la “era de los extremos” que se vivióen la mayor parte del siglo pasado son agudos y muestran que el autor británi-co tenía sentido histórico. Además, su obra tiene apreciaciones justas enmuchos rubros: por ejemplo, cuando señala que las mayores crueldades denuestro siglo han sido las “impersonales”, de “decisión remota”, de “el sistemay la rutina” (ídem: 58).

Pero aquí terminan nuestros acuerdos con él, porque se trata de una inter-pretación marxista vulgar del siglo pasado. Hobsbawm reproduce, casi puntopor punto, el tipo de abordaje del marxismo de los partidos comunistas (stali-nistas) del siglo pasado: economicista, instrumental y teleológica, sólo paradespués no poder comprenderse realmente por qué ese mundo “socialista” sevino abajo.

El abordaje de Hobsbawm es canónico en la izquierda no socialista revolu-cionaria respecto de algunos de los momentos principales de la lucha de cla-ses del siglo XX. Ejemplo: la guerra civil española, que es interpretada, estric-tamente, en los términos del stalinismo: “lo que estaba en juego no era la revo-lución sino la defensa de la democracia” (ídem: 167).

También su interpretación de la Segunda Guerra Mundial, donde se repro-duce la idea de que se hubiera tratado de una conflagración “entre la demo-cracia y el fascismo”, así como su justificación de la política contrarrevolucio-naria de los frentes populares que excluía la lucha por el socialismo: “Los terra-tenientes y los capitalistas que apoyaran a los rebeldes [habla de las fuerzas deFranco en la guerra civil española] perderían sus propiedades, pero no por sucondición de terratenientes y capitalistas, sino por traidores” (ídem: 168).

Esto es muy conocido para repetirlo aquí; de todas maneras, es importanteseñalarlo porque con la autoridad que le dio ser un gran historiador con pre-sencia en las aulas universitarias de todo el mundo, Hobsbawm hace pasar,nada ingenuamente, la interpretación canónica del stalinismo sobre la historiadel siglo pasado. Que a su vez es la justificación de sus propias posiciones polí-ticas: Hobsbawm formaba parte del famosísimo grupo de historiadores delPCB, que en su mayoría rompieron con el partido stalinista británico cuandolos tanques soviéticos entraron en Hungría para sofocar la revolución de 1956.E. P. Thompson, autor del clásico estudio acerca de La formación de la claseobrera en Inglaterra, será uno de los historiadores que rompieron con el parti-do; Hobsbawm permanecería en él toda su vida.

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Hobsbawm tropieza con un grave problema a la hora de explicar el derrum-be del stalinismo. Pero eso no le hace rever ninguna de sus certidumbres ante-riores, como la incondicional justificación del stalinismo por “el logro gigan-tesco de haber modernizado la URSS”: “Stalin, que presidió la edad de hierrode la URSS (…) fue un autócrata de una ferocidad, una crueldad y una falta deescrúpulos excepcionales (…). No obstante, cualquier política de moderniza-ción acelerada de la URSS, en las circunstancias de la época, habría resultadoforzosamente despiadada, porque había que imponerla en contra de la mayo-ría de la población, a la que se condenaba a grandes sacrificios, impuestos enbuena medida por la coacción” (ídem: 380). ¡Curioso “socialismo” éste,impuesto contra la mayoría de la población!

Es importante subrayar, también, el déficit metodológico de su abordaje: lalucha de clases del proletariado, sus clivajes, sus posibilidades alternativas,tiene poco y nada de peso en él; casi todo es visto como un proceso desde arri-ba. Su condena del rol de Trotsky es de lo más vulgar, por decir lo menos:“Trotsky fracasó por completo en todos sus proyectos” (ídem: 81). Su aprecia-ción general de las cosas es de un economicismo que raya el esquematismo,así como la afirmación de una idea del progreso típica de las concepcionesmás instrumentales: nada importa que se logre a costa de los seres humanos decarne y hueso.

Hobsbawm no logra salir de esos relatos canónicos. Va a contrapelo de lasnecesidades del momento, donde está planteado enfrentar las derivas del pos-modernismo. Porque si era y es correcto presentar una “historia total”, panorá-mica y de amplios alcances del siglo pasado como intenta hacer Hobsbawm,también es hora de echar el lastre de una interpretación del marxismo esque-mática, teleológica y mecanicista que había sido puesta en evidencia por elmismo desarrollo de los acontecimientos.

Hobsbawm no logra hacer nada de esto, y siquiera se lo plantea. Su relato dela historia del siglo pasado es una versión aggiornada del relato del stalinismo(más allá de condenas, aquí y allá, a la figura de Stalin, a la que al mismo tiem-po se reivindica); una justificación de todo lo actuado por la burocracia sin quese sepa cómo vino a ocurrir, repentinamente, el derrumbe del stalinismo: “La tra-gedia de la Revolución de Octubre estriba, precisamente, en que sólo pudo darlugar a este tipo de socialismo, rudo, brutal y dominante. Uno de los economis-tas socialistas más inteligentes de los años 30, Oskar Lange (…), desde su lechode muerte hablaba con los amigos y admiradores que iban a visitarlo (…): ‘Si yohubiera estado en Rusia en los años 20, hubiese sido un gradualista bujariniano.Si hubiese tenido que asesorar la industrialización soviética, habría recomenda-do unos objetivos más flexibles y limitados, como, de hecho, hicieron los plani-ficadores rusos más capaces. Y, sin embargo, cuando miro hacia atrás, me pre-gunto una y otra vez: ¿existía una alternativa al indiscriminado, brutal y poco pla-nificado empuje del primer plan quinquenal? Ojala pudiera decir que sí, pero nopuedo. No soy capaz de encontrar una respuesta’” (ídem: 494).

Está claro que este supuesto “tipo de socialismo” ha sido condenado por laexperiencia del siglo XX: un “socialismo” construido sin el protagonismo histó-

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rico de la clase obrera estaba destinado a terminar como lo hizo: en el basure-ro de la historia.

9.4 EL DEBATE SOBRE LAS PERSPECTIVAS HISTÓRICAS DE LA CLASE OBRERA

No queremos terminar sin hacer una somera referencia a la obra de EnzoTraverso. Se trata de un historiador dos generaciones más joven que los auto-res citados. En cierto modo, es el historiador político más renombrado delmomento, y merece serlo porque su elaboración es en muchos aspectos inspi-radora; traza una delimitación general con los autores arriba mencionadosdesde un punto de vista general que podríamos considerar marxista.

Sin embargo, y sin menoscabo de que lo citamos en todo lo que nos pare-ce valioso, su abordaje tiene limitaciones. Aquí nos detendremos en dos deellas. La primera tiene que ver con su ángulo de mira general. Traverso es unintelectual con un gran sentido histórico, sobre todo en materia del siglo XX, suespecialidad. Logra trasmitir algunas de las características salientes del siglopasado, especialmente su primera mitad, incluyendo finas percepciones acer-ca del stalinismo y su balance.

Pero hay un límite general en su abordaje: está demasiado sesgado para unángulo de mira que coloca en el centro de su reflexión a la cuestión judía y noa la cuestión obrera. Es verdad que la cuestión judía estuvo en el centro demuchos de los desarrollos del siglo XX. Pero Traverso pierde de vista que dichacuestión de ninguna manera podría tener el grado de generalidad de la pro-blemática del lugar histórico de la clase obrera en la transformación del capi-talismo, y no como tema “filosófico-general”, sino como historia de las grandesrevoluciones del siglo pasado.

A Traverso le pasa un poco lo que le critica a Hanna Arendt: su prisma estádemasiado corrido para una cuestión con mucha “reticularidad” en el siglopasado, pero que sin embargo es parcial. Por alguna razón que se nos escapa,a pesar de tener gran percepción acerca del significado de una “era de losextremos”, Traverso no logra ser un historiador de las grandes revoluciones delsiglo pasado, acontecimientos fundantes del mismo; en todo caso, en conjun-to con las dos guerras mundiales.

No logra poner en el centro de su perspectiva la pelea por que la clase obre-ra tenga plena palabra histórica, contra el stalinismo, que pretendió construir elsocialismo reduciéndola a la condición de “una inmensa muchedumbreciega”. Así lo denunció el escritor e intelectual de izquierda André Gide en suRetorno de la URSS, luego de una decepcionante gira por Rusia a mediados delos años 30, a lo que agrega una frase lapidaria: “Y dudo que en algún otro paísde hoy, así fuera en la Alemania de Hitler, sea menos libre el espíritu, menossometido, más atemorizado, más avasallado” (citado por Furet: 331).

Existe un segundo problema: Traverso recae, a veces, en una interpretaciónde los principales acontecimientos del siglo pasado en clave de una “luchaantifascista”, pero no en el sentido del marxismo revolucionario, sino comouna suerte de versión de izquierda de la política canónica del frente popular.

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Quizá se base en la preocupación por no caer en una interpretación “sectaria”o reduccionista del siglo pasado, en una apreciación de Trotsky que en algunoscasos (no en todos) es demasiado crítica, unilateral.

No podemos exigirle a Traverso que tenga el balance del marxismo revolucio-nario. Pero la suma de la pérdida de centralidad de la clase obrera y un abordajeunilateral respecto de Trotsky deja sesgada su elaboración hacia un costado que nose plantea la lucha por el relanzamiento de la revolución socialista en el siglo XXI.

Retomar y enriquecer la tradición del socialismo revolucionario imponeponer como ángulo de mira central el balance de las revoluciones socialistasy/o anticapitalista del siglo pasado y su principal lección: no puede haber tran-sición al socialismo sin que la clase obrera esté efectivamente en el poder,contra la idea que también critica Furet (para sus propios fines) de un proleta-riado ejerciendo el poder “a través de una serie de equivalencias abstractas”que hacen las veces de sus representantes (cit.: 40). A nuestro juicio, ése debeser el centro del emprendimiento histórico, teórico y estratégico que una elbalance del siglo pasado con las tareas que nos depara el porvenir.

10. Socialismo o barbarie

“Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avan-ce al socialismo o regresión a la barbarie’. ¿Qué significa ‘regresión a la barba-rie’ en la etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estaspalabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momen-to, basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresióna la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión ala barbarie. (…) Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro,su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del pro-letariado. De ella depende el futuro de la cultura y la humanidad” (RosaLuxemburgo, El folleto Junius. La crisis de la socialdemocracia alemana).

El siglo pasado tiene mucho que enseñarnos en materia de cómo “funciona”la historia; al menos la historia contemporánea. En particular, en la medida enque ha desmentido muchos de los esquemas que se tenían habitualmente acer-ca de su curso. Si bien el debate moderno sobre la “filosofía de la historia” es muyamplio y puede ser rastreado en autores disímiles que van desde Vico (primerabordaje considerado moderno de la misma12) hasta Hegel (Bloch subraya que

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12. Siguiendo a Novack, señalemos que Vico afirmaba a comienzos del siglo XVIII quedebido a que la historia había sido creada por los hombres, éstos podían comprender-la (claro que para Vico los fenómenos sociales y culturales pasaban por una secuenciaregular de etapas de carácter cíclico). En su interpretación de la historia, Vico pusosobre el tapete la lucha de clases, especialmente en el período heroico en que estabarepresentada por el conflicto entre los plebeyos y los patricios en la Antigua Roma.

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éste se caracterizó por volver a plantear la historia en un lugar central), lo queaquí nos interesa es la crítica a la visión ingenua que se tenía de ella en el senodel marxismo “consagrado” de la Segunda y Tercera Internacional.

Una visión que tuvo su impacto, también, en el socialismo revolucionariode la posguerra, con sus apreciaciones de que la transición al socialismo seríauna suerte de “camino ineluctable” una vez que los capitalistas hubieran sidoexpropiados, entre otras deformaciones a las cuales fue sometido el pensa-miento marxista el pasado siglo.

10.1 UN PROCESO DE DESHUMANIZACIÓN

En Dialéctica de la naturaleza Engels daba a entender que se necesitabauna nueva concepción de la causalidad para entender algunos de los desarro-llos de la biología encarnada por Darwin. Para Engels, éste había destruidomuchos de los esquemas y clasificaciones anteriores; sobre todo, había intro-ducido una combinación más rica entre los acontecimientos “azarosos” y losdeterminantes de la evolución por cuenta del mecanismo de selección natural.

Steven Jay Gould siguió estos pasos, pero radicalizándolos: planteaba quela evolución estaba caracterizada por una suerte de “desarrollo puntuado” quecombinaba el curso evolutivo “normal” de las especies con los momentos decatástrofe que cegaban todo un curso anterior de la vida y daba lugar a unosnuevos (concepto ilustrado por las investigaciones del esquisto de BurgessShale de comienzos del siglo XX, que muestran toda una cantera de la vida queluego, en razón de una catástrofe, no tuvo más desarrollos).

Algo similar podemos decir ocurre cuando echamos una mirada generalal siglo pasado. Retrospectivamente, expresa una crítica demoledora a esaforma mecánica de apreciar los eventos que creía que las cosas irían ineluc-tablemente para un solo y mismo lugar: un progreso sin fin coronado por elsocialismo; algo que muchos autores han criticado. Ya el desencadena-miento de la Primera Guerra Mundial había puesto sobre el tapete una críti-ca radical a esta visión esquemática del progreso, poniendo bajo una nuevaluz la capacidad destructiva del capitalismo. Fue una “guerra industrializa-da” donde la retaguardia fue tan o más importante que el frente y cuya capa-cidad para generar decesos en masa no tenía antecedentes. Sólo basta pen-sar en batallas como Verdún o el Somme (perecieron en cada una entremedio millón y un millón de soldados) para entender de lo que estamoshablando.

Cuando comenzaba el baño de sangre de la primera guerra imperialista,Rosa Luxemburgo recuperaba de manera brillante la sentencia de Engels arribacitada: la historia se desarrolla alrededor de posibles cursos alternativos cuyaresultante es el socialismo o la barbarie. Engels no hacía más que retomar unasentencia del Manifiesto Comunista donde se señalaba que las sociedadespodían tener una superación progresiva o terminar con el hundimiento de suscontendientes. Esto es lo que había ocurrido cuando el final del esclavismo: lacaída del Imperio Romano no tuvo una progresión superadora sino que dio

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lugar a la fragmentación de la economía, el territorio y el poder, situacióndominante a lo largo de varios siglos.

Como digresión, señalemos que una investigación erudita llevada adelantepor el investigador Ian Angus señala que, en realidad, la fuente directa de lasentencia de Rosa Luxemburgo no sería tanto Engels como Kautsky (“El origendel eslogan ‘Socialismo o Barbarie’ de Rosa Luxemburgo”, www.marxismocri-tico.com). Angus señala que Michel Löwy se habría equivocado al atribuir lafuente de esta cita de Rosa a Engels (cosa que hacía la propia Luxemburgo). Sinembargo, no es faltar a la verdad señalar que esta sentencia corresponde, porsu espíritu, mucho más al pensamiento del marxismo clásico y revolucionario(de Marx a Trotsky) que a Kautsky. En éste último, la fórmula no podía tener másque una función retórica: un pronóstico alternativo para el curso histórico nopodía estar inscrito en su pensamiento evolucionista.

En cualquier caso, el progreso o la posibilidad de una regresión quedabanplanteadas como alternativas dialécticas, rompiendo con cualquier mirada“unidireccional” de la historia. Muy aguda a este respecto era también la críti-ca de Benjamin a la apreciación de la historia como una suerte de “autómata”:“Cuenta la historia de un autómata construido de tal manera que, en una par-tida de ajedrez, respondía a cada movimiento de su oponente con un contraa-taque hasta ganar el juego. (…) Existe un equivalente filosófico de este apara-to. La marioneta llamada ‘materialismo histórico’ siempre ganará. Puede fácil-mente competir con cualquiera si consigue apoyo de la teología” (Benjamin2012: 63). Volveremos más abajo sobre Benjamin.

La Gran Guerra puso en la voz de Luxemburgo la señal de alarma en lamedida que provocó la muerte de entre 10 y 20 millones de personas, hundióen el fango a la Segunda Internacional y demostró que el capitalismo no sola-mente contenía determinadas potencialidades de progreso: podía arrojar a lahumanidad a lo más profundo de la barbarie.

En todo caso, no una barbarie que significara una regresión mecánica a lasformas más antiguas de las relaciones humanas, sino una potenciada por el últi-mo grito de la técnica capitalista y que llevara a un “descenso en los infiernosde la deshumanización”, frente al cual los Frankenstein o los Drácula no serí-an más que cuentos de niños.

La imagen del “descenso en los infiernos” en los campos de exterminio latomamos de testigos que pasaron por esa tremenda experiencia y que retrataronel infierno de los campos de concentración. En particular, de Primo Levi, cuya tri-logía sobre Auschwitz da enorme trabajo leer. La connotación deshumanizantede los campos es aguda para comprender lo que estuvo en juego allí (más alládel asesinato puro y simple): quitarle a las personas su carácter de seres huma-nos, sus atributos como tales.13 Traverso cita un artículo de Arendt de 1946 de las“fábricas de la muerte nazis”, donde se mataba “como se mata al ganado” a seres

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13. Primo Levi se opuso a la ocupación de Israel del Líbano en 1982 y tildó de “fascis-ta” a Begin, primer ministro de Israel en aquel momento.

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humanos reducidos a una “igualdad monstruosa” sin fraternidad ni humanidad,y en las que se reflejaba “la imagen del infierno” (Traverso 2014a: 128).

Sobre esto se ha escrito ampliamente, razón por la cual no hace falta que lorepitamos aquí. Sólo queremos subrayar el quiebre histórico que significó eldesencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, que le planteó al marxismola necesidad de una crítica radical a la apreciación mecánica del curso históri-co, algo habitual en sus filas hasta ese momento. Connotados dirigentes de laSegunda y Tercera internacionales (esta última, ya burocratizada) se manejaronsiempre con la idea de que “la historia trabaja en nuestro favor”.

Incluso en el seno del trotskismo ocurrió esto. Quien más profundo cayó enesta apreciación ultra objetivista de los asuntos fue Michel Pablo, uno de losprincipales dirigentes de la IV Internacional a la salida de la segunda guerra,que veía al stalinismo llevando adelante “revoluciones socialistas” por todo elorbe. Muchos dirigentes trotskistas en ese período compartieron la base teóricade su apreciación, aunque no su política.

10.2 AUSCHWITZY EL STALINISMO (O CUANDOMURIÓ LAVISIÓNTELEOLÓGICA DELA HISTORIA)

Pero hubo nuevos acontecimientos que terminaron dando al trasto contoda visión ingenua de la historia. La Segunda Guerra Mundial, con sus 50millones de muertos, fue un evento mayor que volvió a mostrar esta dialécti-ca infernal de progreso y regresión inscripta en la lógica misma de este siste-ma explotador.

Y junto con la segunda guerra estuvieron los campos de extermino nazis yla burocratización de la primera y más grandiosa revolución obrera de la his-toria (con sus purgas y el Gulag).14 Estas tragedias históricas están allí para cer-tificar que el curso histórico es dialéctico y no mecánico, que no existe nadapredeterminado en su desarrollo, y que sobre la base de determinados presu-puestos materiales (el nivel alcanzado por el desarrollo de las fuerzas produc-tivas), lo que decide las cosas es la acción de los sujetos sociales y políticos enla palestra de la historia.

Sobre el quiebre que significó Auschwitz en materia de la concepción delmarxismo, Traverso lleva adelante un análisis que se caracteriza por su agude-za. Destaca un aspecto que resulta apropiado subrayar aquí: cómo el genoci-dio judío liquidó lo que había llegado a ser una entera cultura, la yiddish, cen-

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14. “En la URSS, millones de esclavos eran deportados a Siberia donde debían, con tra-bajo forzado, dominar la taiga y crea las condiciones del desarrollo económico social.Han sido los Zek [trabajadores forzados. RS] quienes han construido las vías del ferro-carril, introducido la electricidad, creado las fábricas, roto el aislamiento secular deinmensas regiones de Asia central (…). Si se interpreta el concepto de civilización ensu acepción más limitada, puramente material, mutilado de su dimensión ética y eman-cipadora (…), no hay dudas de que el stalinismo fue un celoso defensor de ella”(Traverso 2001: 151). Traverso agrega luego, correctamente, que Evgeny Preobrajenskyse deslizó hacia esta errónea concepción.

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trada en la comunidad judía del centro y el oriente europeo, que fue literal-mente borrada de la faz de la tierra, como hemos visto más arriba.

Si bien el asesinato en masa de esta comunidad tenía inscripto en su posi-bilidad un conjunto de antecedentes históricos vinculados a las prácticas geno-cidas del imperialismo colonial, no existía nada predeterminado que llevara ala literal extirpación de toda una colectividad del suelo europeo. Cualquier lec-tura mecánica de la historia murió junto con esta población (acompañada porgitanos, prisioneros de guerra soviéticos, homosexuales y demás) en los cam-pos de la muerte del nazismo.15

Pero esta misma dialéctica histórica es aplicable a las sociedades donde fueexpropiado el capitalismo y en las cuales no había nada ineluctable que lascondujera al socialismo. Hay aquí varios abordajes posibles. Entre ellos, que esimposible que se imponga ningún nuevo régimen social sin una serie de ejer-cicios de ensayo y error, y muchos menos el socialismo.

Sin embargo, un fuerte determinismo de raíz economicista hizo creer que,finalmente, la “necesidad histórica” se impondría y que de una u otra manerase llegaría al socialismo: las “leyes del desarrollo socialista” estarían allí paraasegurar el curso de los eventos. Hemos criticado esta concepción, presenteinclusive entre las filas de los revolucionarios, en el citado texto “La dialécticade la transición: plan, mercado y democracia obrera”.

Sólo queremos destacar aquí, en todo caso, dos versiones de esta equivo-cada idea. La primera, más general, remite a la concepción de una supuesta“necesidad histórica” que se impondría espontáneamente. Una concepción enel fondo ajena al marxismo: no hay nada ineluctable en el curso histórico,como está palmariamente demostrado en el último siglo. El defecto principalde este tipo de análisis es que inclina la vara unilateralmente para el lado delos “factores objetivos” (y de una visión mecánica del progreso de las fuerzasproductivas), como si éstos garantizaran un curso progresivo de los eventos. Laidea es que “la necesidad siempre se abre camino” (cual “motor espontáneo”del desarrollo histórico).

Pero que algo sea necesario (y el socialismo lo es), que estén dadas las pre-condiciones objetivas para ello, no quiere decir que ineluctablemente seimponga. Porque, como decía Marx, la historia no hace nada, no es ningún tipode agente independiente; los que la hacen, los que sienten y pelean, son loshombres mismos. Las circunstancias objetivas sólo marcan las condiciones desu acción, sus alcances y límites, su “posibilidad objetiva”, nunca el desenla-ce. La posibilidad objetiva hace a las condiciones materiales e históricas quehacen “necesarios” determinados desarrollos, pero no llevan teleológicamente

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15. Pensemos en el tremendo interrogante que se hicieron los sobrevivientes del exter-minio bajo la pregunta de “¿por qué a mí no me tocó morir?” Una muestra de cómo enla historia las cosas no son mecánicas, cómo se creyó en los esquemas vulgares delmarxismo positivista. Este interrogante persiguió de manera implacable a los sobrevi-vientes de los campos de exterminio a lo largo de su vida. Una angustia existencial quemarcó la vida, por ejemplo, del ya nombrado Primo Levi, entre tantos otros.

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(guiados por un fin predeterminado) a ellos: eso ya depende de las luchas delas fuerzas vivas en la palestra histórica.

Criticando la vieja idea de que el factor subjetivo simplemente “aceleraríao retardaría el proceso histórico” (ángulo tributario de Plejanov, El lugar delhombre en la historia), Löwy señala agudamente que “no se trata ya del ritmo,sino de la dirección del proceso histórico”. Los autores que sostienen una con-cepción determinista señalan que si se pierde el terreno de la “necesidad his-tórica”, el socialismo carecería de fundamento material. Pero es una aprecia-ción esquemática que confunde el concepto de necesidad con el de posibili-dad histórica objetiva. El socialismo no es algo que se impondrá automática-mente. Pero es absolutamente cierto que todo el desarrollo histórico anterior loha hecho materialmente posible. Incluso más: se trata de una necesidad histó-rica planteada para evitar caer en la barbarie: “El papel del proletariado (…) noes simplemente ‘apoyar’, ‘abreviar’ o ‘acelerar’ el proceso histórico, sino deci-dirlo” (Löwy, ídem).

Una segunda versión de esta idea es la concepción de que la planifica-ción económica garantizaría un curso socialista con “piloto automático” enla marcha económica, cual “ley del plan” impuesta de manera independien-te de si la clase obrera se encuentra al frente del Estado de manera efectiva ono. La historia del siglo XX se encargó de poner en su lugar la falsedad radi-cal de este aserto, condenando toda visión objetivista de la marcha hacia elsocialismo, que caracteriza todavía a algunas de las corrientes más doctrina-rias del trotskismo.

De todos modos, nos interesa aquí, simplemente, recoger las enseñanzas dela historia viva, no entrar en algún debate filosófico. Y estas enseñanzas indi-can que no hay nada predeterminado en el curso histórico. De ahí que lassociedades donde fue expropiado el capitalismo, al quedar aisladas en un solopaís (los “varios socialismos en un solo país” de los que hablara agudamentePierre Naville), sufrieran un regresivo proceso de burocratización: se vieronincapacitadas de desarrollar las fuerzas productivas al nivel del capitalismo ysucumbieron ignominiosamente. Un derrumbe que dominó las postrimerías del“corto siglo XX” y que todavía tiene consecuencias hoy.

El stalinismo configuró un mentís completo a la idea mecánica del desarro-llo histórico: fue un fenómeno completamente imprevisto, la pudrición buro-crática de las primeras revoluciones realizadas por las mayorías explotadas yoprimidas en interés de esas mismas mayorías.

Nunca antes en la historia una clase explotada había tomado el poder. Lasrevoluciones anteriores, incluso la más grandiosa como la RevoluciónFrancesa, habían sido “hechos de masas”, pero no llevaron al poder sino a unaminoría social (ya hemos visto esto arriba). Pero la Revolución Rusa llevó alpoder a la clase obrera, y sin embargo luego se burocratizó: no tuvo un cursoascendente o emancipador mecánico. Lenin y Trotsky eran plenamente cons-cientes de la posibilidad de un desarrollo así: de ahí que pusieran todas susesperanzas de la supervivencia de la Rusia bolchevique en la extensión de larevolución a Alemania.

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Entre las alternativas que se representaban ambos revolucionarios estaba eldesarrollo del poder obrero a partir de la extensión de la revolución interna-cional o la restauración capitalista. Lenin identificó casi desde el principio lasdeformaciones burocráticas del Estado obrero naciente, y Trotsky siguió el aná-lisis por la huella dejada por él: La revolución traicionada es, en cierta medi-da, la continuidad de El Estado y la revolución.

Pero ambos revolucionarios no podrían haber anticipado el grado dedegeneración burocrática al que llegó la revolución, proceso degenerativoque, como tal, fue un fenómeno completamente imprevisto. Bensaïd señalaque con una unilateral lógica del “tercero excluido”, al trotskismo de lasegunda posguerra le costó abrirse a estudiar la radical novedad del fenóme-no de la burocratización.

El poder obrero no se consolidó, ni se volvió inmediatamente al capitalis-mo. Lo que terminó emergiendo fue la imposición de una burocracia que llegóa cuestionar y pudrir hasta en lo más íntimo las conquistas de la Revolución deOctubre, comprometiendo la perspectiva misma del socialismo.

10.3 EL TIEMPO ASCENDENTE DE LA REVOLUCIÓN

Lo que acabamos de plantear acerca de las tragedias del siglo pasado tuvosu reversibilidad durante ese mismo siglo: la vivencia de la ruptura del tiempohistórico a causa de un curso ascendente de la revolución social.

Si la cotidianeidad de la opresión y explotación (la fuerza conservadora dela inercia histórica, una de las más poderosas, como señalara Trotsky) hacesuponer que el “tiempo presente” es la única dimensión de la temporalidad, loque caracteriza a la revolución es la introducción del elemento de ruptura, latransformación de las relaciones establecidas: la crítica al tiempo histórico con-siderado como una dimensión fija e inmutable.

Bensaïd ha hablado de esta dimensión de la revolución, de cómo en ella sejuega el tiempo estratégico de la política revolucionaria; podemos tomar, tam-bién, el planteo de Trotsky de cómo en momentos revolucionarios las masashacen su irrupción en la vida política y, con su ingreso en la palestra de la his-toria, fijan un nuevo punto de referencia para ella.

Si el “descenso en los infiernos” de Auschwitz rompía con una idea mecá-nicamente ascendente del curso histórico, una revolución social introduce unquiebre en el curso “normal” de los asuntos en una dirección opuesta: el deuna “ascensión” que permite a los explotados y oprimidos atisbar el cielo conlas manos.

Acerca de esta dimensión de la temporalidad, del entrelazamiento entre elpresente, el pasado y el futuro hemos escrito más arriba. Nos interesa rescataraquí la importancia que a la dimensión del futuro le han dado autores marxis-tas de la talla de Pierre Naville y Ernst Bloch; de este último (considerado porMandel el principal filósofo marxista del siglo XX) podemos recordar su “prin-cipio esperanza” como factor movilizador: “Aun en la demora que le imponela noche excesiva, el día que alborea escucha otra cosa que no es el tañido

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funerario putrefacto y sofocante, inesencial y nihilista”. Naville vinculaba a estadimensión de futuro los objetivos de una planificación llevada delante demanera soberana y consciente por parte de los trabajadores.

Volviendo a Bloch, la poética frase que acabamos de citar plantea la tensiónvolcada hacia la acción del actuar humano revolucionario: “La filosofía mar-xista es filosofía del futuro, es decir, también del futuro en el pasado: en estaconciencia concentrada de frontera, la filosofía marxista es teoría-praxis viva,confiada en el acontecer, con la mirada fija en el novum”. Y agrega citando unbrillante fragmento del ¿Qué hacer?: “Si el hombre no poseyera ninguna capa-cidad para soñar (…) no podría tampoco traspasar aquí y allá su propio hori-zonte y percibir en su fantasía como unitaria y terminada la obra que empiezajustamente a surgir entre sus manos; me sería imposible en absoluto imaginar-me qué motivos podrían llevar al hombre a echar sobre sus hombros y condu-cir a término amplios y agotadores trabajos en el terreno del arte, de la cienciay de la vida práctica” (Lenin, citado por Bloch en El principio esperanza).

Benjamin, por su parte, destacaba la importancia del pasado, renovada hoydada la falta de memoria histórica que caracteriza a las nuevas generaciones.Pero nos permitimos criticar su ángulo “romántico extremista” que significabala pérdida de la dimensión del futuro, o su reducción a un escenario de purascatástrofes. En Bensaïd también podemos criticar un abordaje unilateral deltiempo presente. Tiene un aspecto central en el sentido de recuperar la políti-ca como “contemporaneidad de la historia” (Gramsci), como instrumentotransformador. Sin embargo, una fijación demasiado esquemática en el presen-te podría dar lugar a recaídas posibilistas.

En todo caso, el marxismo revolucionario se caracteriza por un arco detensión entre las condiciones del presente y la conquista del futuro socialis-ta y comunista. Lo que, a su vez, obliga a recuperar las luchas de las gene-raciones que nos antecedieron. Ésta es la dialéctica que preside la lucharevolucionaria.

El desarrollo de esta reflexión nos lleva a un debate introducido porBenjamin sobre la marcha de la historia, reivindicado hoy por muchos marxis-tas: sus famosas Tesis sobre el concepto de la historia, que tuvieron el valor deintroducir un quiebre radical respecto de la concepción evolucionista domi-nante en el marxismo de su época. La crítica de Benjamin a esa apreciacióningenua del curso histórico, su agudo cuestionamiento en tiempo real a unasocialdemocracia que creía marchar “con la corriente”, no puede menos queser subrayada, lo mismo que su anticipación genial de la barbarie que se cer-nía con el nazismo, tal como los certeros pronósticos de Trotsky sobre el desti-no catastrófico que le aguardaba a la colectividad judía con el desencadena-miento de la segunda guerra, como reconoce Traverso.

Benjamin recordaba cómo durante la Revolución de Julio de 1830 en Paríslos relojes callejeros habían aparecido rotos de manera simultánea. Quizá lasmasas tuvieran la intuición de una crítica a esa temporalidad mecánica a quelas sometía la explotación del capitalismo ascendente y quisieron, simbólica-mente, quebrarla. También subraya cómo las grandes revoluciones históricas

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introducen un nuevo calendario; “saberse a punto de hacer volar el continuumde la historia es característico de las clases revolucionarias en acción”, dice elautor alemán.

Pero hay que evitar una deriva que se vaya para el otro lado (como de algu-na manera ocurre con el propio Benjamin): que pierda de vista que la contem-poraneidad está marcada tanto por la eventualidad del descenso a los infiernoscomo por la posibilidad del “ascenso a los cielos”. Traverso se desliza hacia esaunilateralidad al decidirse por la apreciación de que nuestra actualidad estaríamarcada, unilateralmente, por el dominio de la barbarie: “El siglo XX ha pro-bado que la barbarie no es un peligro para nuestro futuro: es la característicadominante de nuestro tiempo” (Traverso 1999).16

Si es verdad que el siglo XX ha probado la contemporaneidad de la barba-rie, nos permitimos criticar la segunda parte de su sentencia: rompe para unlado unilateral el profundo sentido dialéctico de la historia. Diríamos, másbien, que la historia contemporánea está, a grandes rasgos, marcada por losfenómenos simultáneos de la revolución y la contrarrevolución, siendo una uotra dominante en determinados momentos a depender del curso de los gran-des conflictos de clase.

10.4 LA FORJA DE UNA NUEVA GENERACIÓN

También parece exageradamente romántica y unilateral la apreciación deBenjamin de que la revolución no busca impulsar el progreso, sino “accionarel freno histórico” antes de que la civilización se desbarranque por el precipi-cio; evaluación de todos modos anticipatoria en el momento en que se formu-ló, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial.

El problema está en que esta forma de ver las cosas compromete no sólo lavisión ingenua del progreso, sino cualquier visión del progreso tout court, per-diendo de vista la condición material de la transición a una sociedad emanci-pada, que es el desarrollo de las fuerzas productivas, simultáneamente con lacompleta transformación de las relaciones sociales que es necesaria al calor deeste desarrollo. Algo que no se verificó en los estados (a la postre burocratiza-dos) donde el capitalismo fue expropiado.

La ruptura del tiempo histórico que significa la revolución socialista deberecuperar para las revoluciones socialistas que están en el porvenir la dimen-sión del progreso, pero en un sentido que no sea ingenuo: un paralelo des-arrollo de las fuerzas productivas y la transformación revolucionaria de las rela-ciones sociales es imprescindible para avanzar hacia el socialismo. No se trata

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16. Más allá de la agudeza que caracteriza su obra, tiene la dificultad de estar desarro-llada por fuera de la apuesta estratégica que plantea a la clase obrera en el centro delas perspectivas emancipatorias. Esta lección del siglo pasado parecer haber quedadofuera del campo de mira de sus preocupaciones, cuestión que se agrega a la injusticiaque comete a veces con Trotsky al considerarlo como una suerte de “intelectual quedejó de lado sus principios cuando se transformó en hombre de Estado”.

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de restablecer formas comunitarias anteriores (algo imposible de llevar adelan-te), sino de conquistar nuevos niveles de relaciones humanas emancipadas, alservicio de las cuales la concepción economicista de la transición no colaboróni un milímetro; por el contrario, sirvió para la legitimación “productivista” dela burocracia.

Todo el curso del siglo pasado reafirma, así, la necesidad de una aprecia-ción dialéctica del tiempo histórico. Un abordaje que no se desintegre para ellado de una lógica posmoderna del puro azar (tan de moda en el mundo aca-démico), pero tampoco sostenga una concepción que “aguarde con los brazoscruzados a que la dialéctica histórica nos traiga sus frutos maduros”, visión parala cual los últimos cien años han sido una desmentida radical. La tarea es for-mar a la nueva generación obrera, estudiantil y militante que emerge constru-yendo, simultáneamente, partidos revolucionarios de vanguardia con cada vezmayor influencia entre las masas.

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