La republica en las urnas el despertar de la democracia en españa

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bajo este titulo se ofrece un detallado un estudio de las elecciones celebradas en España el 19 de noviembre de 1933 (primera vuelta), así como una penetrante reflexión sobre la historiade las elecciones en España y los estudios de sociología electoral que sobre ellas se han realizado en el último medio siglo.

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El despertar de la democracía en España

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España)

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• Si Gumersindo de Azcárate hubiera podido presenciarlas elecciones de 1933 a buen seguro que, pese a lasostensibles diferencias entre éstas y las que élcontempló en la Restauración, no habrían terminadode complacerle. Cierto es que observaría con alborozocómo el gobierno replegaba sus abusivas intrusionesen los comicios y el fraude manifiesto se reducía a lanada. Pero hubiera continuado lamentándose porquelas costumbres políticas españolas no se encauzabana través de la senda moral que él había trazado. En1933, los ministros, los gobernadores civiles y losalcaldes insistían en favorecer a su propiacandidatura, a veces a costa de limitar la libertad depropaganda de la ajena. Además, prolongaban elhábito de usar durante la campaña los mediosoficiales anejos a su cargo, en general con un disimuloque no lograba atenuar lo que tenía de ilegal.Tampoco a Azcárate le hubiera complacido presenciarel uso de la violencia y de otras formas de boicot quehacían de la lucha electoral, en algunas partes deEspaña, una práctica de riesgo.

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• Pero era más. Hubiera contemplado con repulsión cómo la prensa tomaba partido por una u otra opciónpolítica, a veces extremando el apasionamiento y la tendenciosidad de sus informaciones. Hubieralamentado que el elector no sólo se inclinase a defender ideas atisbando el «bien común», sino que, antetodo, acudiera a las urnas movido por intereses personales «egoístas» y utilizara el derecho a voto comose le antojaba a su «arbitraria voluntad». Hubiera criticado que el candidato se consagrase no a mirar porel porvenir de España entera, sino que dedicase sus programas a la defensa de esos intereses «egoístas» y,peor, a «comprar votos» haciendo propuestas y creando expectativas centradas en las demandas de suelectorado. Azcárate hubiera condenado, en fin, no ya la entrega de «regalos» al elector como forma depromoción de la candidatura, sino hasta los propios mítines y banquetes políticos y, desde luego, tampocoes que hubiera visto con simpatía los nuevos métodos de proselitismo masivo que apelaban de igual formaal sentimiento que al raciocinio.

• En resumen, la crítica del regeneracionismo a los hábitos electorales españoles hubiera despreciadofenómenos que hoy se consideran un anticipo de modernidad. La acerada diatriba de Azcárate y otrostratadistas no partía de un análisis de las elecciones como un hecho considerado en sí mismo e insertadodentro de un determinado contexto político, con cierta perspectiva histórica. Al contrario, no era sino unjuicio a partir de determinada dimensión moral (mejor, moralista), respetable pero irremediablementesubjetiva y orientada a modificar una realidad en función de sus preferencias. Con el agravante, típico delregeneracionismo, de exagerar el mal hasta el punto de obviar los cambios que la práctica electoralfrecuente, en el seno de un régimen liberal y constitucional estabilizado tras 1875, estaba impulsando porsí misma.

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• No era de extrañar. La radical diagnosis de los «males que sufría la patria» valió como discurso legitimadordel «regeneracionismo», en cuanto que servía para justificar que la propia idea de regeneración, decompleto remozamiento de España, constituía una necesidad absoluta e improrrogable. constituía unanecesidad absoluta e improrrogable. Era evidente que los que pretendían refundar nuevamente un país nopodían detenerse ante grises, sombras o matices que cuestionasen esa necesidad de cambio tan drásticoy, claro está, la imperiosa adopción de los múltiples arbitrios que proponían.

• En lo que a los comicios respecta, ya se vio cómo una de las soluciones brindadas era, sorprendentemente,no la desaparición del «encasillado», que estorbaba la competencia interpartidaria y la movilización de loselectores, sino su utilización «virtuosa» por el gobierno para que en las Cortes se guardara asiento a laseminencias de la intelectualidad española. Otros autores protestaban por el progresivo repliegue de laintervención gubernamental, que estaba haciendo posible mayores dosis de lucha y concurrencia real a lasurnas, porque dejaba los comicios en manos de los caciques locales y provinciales. Arbitrismos aparte, lacáustica crítica del regeneracionismo tuvo un peso fundamental en el análisis que, hasta los años setenta yochenta del siglo XX, no no pocos historiadores españoles y extranjeros articularon sobre el régimenliberal de la Restauración en general, y del modo en que se hacían las elecciones en particular

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• Esta crítica se sobredimensionó por eldesconocimiento que, en España, se tenía dealgunos de los efectos no queridos de la praxisdemocrática. El anhelo democratizador, fruto decasi cuatro décadas de Dictadura franquista, llevóa cierta idealización que se ha ido disipando con eltiempo. Y es que, treinta años después, se hapresenciado cómo fenómenos como la«oligarquización» y el «clientelismo» no sonanecdóticos en el sistema democrático actual, porno hablar de la corrupción.

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• Por ello, cabe plantearse si, en ocasiones, parte de la historiografía no se ha dejado llevar por prejuicios,sobre todo a la hora de criticar los hábitos de aquellos políticos y, desde luego, sepultando en una tumbade desdén y olvido todo un siglo de práctica electoral. A veces da la impresión de que se ha puesto antesla silla de montar que el caballo, es decir, se ha dado por hecho el fracaso del régimen liberal yconstitucional en España y se han habilitado explicaciones para comprender tal fracaso sin llegar a analizarcon profundidad el fundamento de semejante balance. Porque cabría también preguntarse cómo unaexperiencia fracasada pudo ser tan duradera. No está de más insistir en que, hasta 1936, España fue, deentre las naciones mayores de la Europa continental, la que disfrutó de más años de vigencia del régimenrepresentativo y de las libertades civiles.

• Si esto fue así, entonces habrá que convenir que España también tiene una de las historias electorales máslongevas y densas del mundo, lo suficientemente larga como para variar respondiendo a contextospolíticos cambiantes (por tanto, muy difícil, por heterogénea, de analizar, juzgar y sentenciar de formaglobal) y, sin duda, para crear también unos hábitos y unas tradiciones que, por fuerza, habían de estarpresentes, en mayor o menor grado, en los comicios de 1933.

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• Hasta el punto que, contra la opinión de los que consideran que la democracia republicana y la «sinceridadelectoral» de este período resultaron consecuencia de una brusca ruptura política con el pasado másinmediato, el sufragio universal, la competencia y su secuela de movilización masiva, la relativa inhibicióndel gobierno, la fragmentación del mapa político republicano, la descentralización de los partidos políticosy su incidencia en la elección de candidatos, los métodos de captación de voto, los resultados electoralesen buena parte de las circunscripciones del país, la reducción del fraude… no eran hechos ajenos a lo queya había acaecido, y había comenzado progresivamente a imperar, en los comicios del primer tercio desiglo. Todo ello impulsado desde que en 1875 comenzara un lento movimiento de torna atrás respecto alos hábitos heredados de las «elecciones administrativas».

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• Claro que si resulta imposible entender la consultade 1933 sin un análisis de lo que habían sido laselecciones en España, tampoco cabe desdeñar loque ésta tuvo de específico e innovador. Fueverdaderamente, y no la de 1931, pórtico de unanueva etapa de la historia electoral española: lagenuinamente democrática. Por varias razones. Enprimer lugar, porque la competencia alcanzó, conmayor o menor intensidad, a todas lascircunscripciones electorales del país. En segundolugar, porque, a consecuencia de ello, lapropaganda alcanzó una extensión y ardor propiosno de las añejas campañas del liberalismodecimonónico sino de la «política de masas», tande moda por entonces en Occidente. En tercerlugar, porque los partidos centraron sus esfuerzos,sobre cualquier otra consideración, en movilizar alvotante e impulsar suconsideración, en movilizar alvotante e impulsar su concurrencia a las urnas, yporque esa movilización alcanzó a un volumen deciudadanos nunca antes visto en la historia deEspaña

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En cuarto lugar, porque estos partidos adaptaron los métodos de propaganda tradicionales,haciendo uso de las innovaciones tecnológicas a este fin, y hasta atisbaron fórmulas definanciación modernas. En quinto lugar, porque la intervención partidista del gobierno fuecontenida y poco importante, y el «encasillado» y otros pactos entre adversarios para limitar laoferta electoral se difuminaron por completo. Y, en sexto lugar, porque los resultados fueronfruto, sin duda, de los deseos del cuerpo electoral, hasta el punto que el fraude y la corrupcióntuvieron en ellos una incidencia marginal. Pero cabe añadir un último motivo que hace a estoscomicios trascendentales: articularon, por vez primera en mucho tiempo, una posibilidad dealternancia en el poder impulsada desde abajo (por el electorado) y no desde arriba (sea lainducida por la Corona o la Presidencia de la República, por el pacto entre las elites de distintospartidos o por los pronunciamientos

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• ¿Qué incidencia tuvo en todo ello la legislación republicana? En general, la Constitución de 1931 y lasreformas parciales de la Ley de 1907 facilitaron reformas parciales de la Ley de 1907 facilitaron el tránsitoa la política de masas al adoptar dos principios. De un lado, la sustitución de los pequeños distritos porgrandes demarcaciones electorales provinciales con amplio censo, y la supresión de casi todas lascircunscripciones urbanas exceptuando las de las ocho ciudades más importantes del país. De otro, laintroducción del sufragio femenino y la rebaja de la edad de voto de veinticinco a veintitrés años, quesignificó la ampliación más importante del cuerpo electoral desde 1890.

• La extinción del distrito supuso un fuerte varapalo para las maquinarias comarcales sobre las que habíandescansado los partidos de notables hasta 1923. Así, los políticos de la Restauración que queríanparticipar de la política republicana hubieron de replantearse sus estrategias para obtener el escaño. Laampliación de las circunscripciones supuso un estímulo para la organización de formaciones políticas anivel provincial, con una organización más compleja, estable y algo más centralizada, y con programasmenos apegados a los intereses locales. Estos partidos se vieron incitados a sumar la fidelidad de unnúmero creciente de adeptos con consignas y lemas más abstractos, imbuidos de unos principiosideológicos básicos compartidos por colectividades amplias, y con liderazgos que personificaban einterpretaban esos principios. Pero unas formaciones comenzaron antes que otras. El PSOE, el PartidoRadical y Acción Popular se constituyeron en los primeros agentes de movilización de los nuevos yextensos grupos de electores, desarrollaron los nuevos métodos de captación del voto, articularonsistemas de organización complejos sobre los que se sustentó el esfuerzo de propaganda, y encuadraronen funciones específicas al número de agentes electorales más importante de la historia de España

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• No obstante, a pesar de los cambios avistados, las elecciones de 1933 no significaron más que el comienzode la transformación. Los grandes partidos estaban todavía en proceso de centralización y estructuración,tratando de solidificar unas organizaciones que habían sufrido algunos trastornos merced a su fuertecrecimiento, y que se habían sustentado en la adhesión de nuevos militantes, pero también de entidadespolíticas locales y provinciales completas. Las viejas maquinarias de los partidos de notables aúnsobrevivieron incorporándose íntegras a las nuevas formaciones políticas con el fin de que su líderobtuviera un puesto en la candidatura o, al menos, que ese partido asumiese los intereses comarcales dela maquinaria.

• Pero también hubo caciques que, sin integrarse en ningún partido, pactaron coaliciones e intercambiaronsu arraigo efectivo en un antiguo distrito por un puesto en una candidatura provincial. Este fenómeno vinoreforzado, además, por la gran autonomía que las organizaciones provinciales de los partidos demostraronen la confección de las listas. A pesar de que los comités nacionales dictaban una serie de normasgenerales que limitaban y ordenaban un tanto el proceso de selección de aspirantes y la configuración delas alianzas, lo cierto fue que estas tareas pocas veces escaparon del control de las organizacionesprovinciales, que se convirtieron en intérpretes absoluto de lasdemandaban, hasta tal punto que tampocolas cuestiones locales fueron soslayadas. La propaganda pudo exagerar y hasta desenfocar determinadostemas, pero se atuvo a la realidad tal y como la concebían los partidos, con su propia interpretación de loshechos4.

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• En cuanto a los episodios de violencia física, no puede obviarse que existiera un ambiente tenso quepropiciara un lamentable reguero de muertos y heridos, algo que no había resultado, por desgracia,excepcional en los comicios españoles. Desde una perspectiva actual, no pueden considerarse normalesunas elecciones donde las reyertas entre militantes de diferentes partidos generaron 22 muertos, unnúmero bastante superior de heridos de diversa consideración, y decenas de atentados y encontronazos.A ellos habría que sumar el saldo trágico que dejó el boicot violento de la CNT: seis cadáveres, a sumar alos anteriores, y una veintena de heridos. De esas 28 víctimas, la interposición de la fuerza pública paraacabar con los disturbios originó cinco (cuatro activistas y un cabo de la Guardia Civil). Además, unsuboficial del ejército murió por una bomba anarquista. Si exceptuamos a los dos asesinados miembros delas fuerzas armadas, la distinta militancia de los restantes 26 fallecidos deja

• instrucciones emanadas de arriba para adaptarlas al contexto político de su territorio. Fue la primacía dela descentralización la que originó la abigarrada oferta electoral de 1933.

• No obstante, si las nuevas circunscripciones alentaban la progresiva sustitución de las maquinariaspolíticas de distrito por organizaciones provinciales de partido, el establecimiento de un tope, laobligatoriedad de que al menos un candidato alcanzara el 40 por 100 de que al menos un candidatoalcanzara el 40 por 100 de los sufragios para validar una elección en primera vuelta, contrarrestó lasimplificación del fragmentado panorama político español. Dada la multiplicidad de partidos que existían anivel nacional, y el rompecabezas de la vida política provincial, ese mínimo incentivaba las coaliciones ysuponía una prima a los pequeños partidos y, por extensión, a las maquinarias políticas de distrito.Ciertamente, aunque éstas no tuvieran capacidad propia de competir por los escaños, su pequeñocontingente de electores podía resultar decisivo en la confrontación de los partidos mayores.

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• Además, como en la mayoría de las circunscripciones la diferencia entre ganar, quedar en segundaposición y quedar en tercera resultaba apabullante, aunque esto no se tradujera en márgenes amplios devoto, los partidos no solían esperar a la segunda vuelta para articular alianzas, sobre todo si estabanconvencidos de que por sí mismos no lograrían vencer y, además, si existían otras fuerzas ideológicamenteafines en la circunscripción.

• Así, en Madrid, en el caso de que un candidato hubiera sido votado por el 40 por 100 de los electores, lacandidatura que ganase (aunque todos sus candidatos solamente hubieran obtenido un voto más que lossiguientes) se llevaba 13 de los 17 escaños de la circunscripción. La que quedase en segunda posición(aunque igualmente sus aspirantes llevaran una mínima ventaja sobre la tercera) obtenía los cuatroreservados a las minorías. Las demás no obtenían ni un solo escaño. Prácticamente el resto de lascircunscripciones respondían, en mayor o menor medida, a semejante patrón. Así las cosas, el miedo a laderrota impulsó a los partidos grandes no a competir en solitario y a priorizar en las elecciones elreforzamiento de la opción ideológica que representaban, sino a dejar en sus candidaturas algunos huecospara las formaciones pequeñas y las viejas organizaciones comarcales, y sumar sus votos. Éstasencontraban, así, un eficaz asidero para sobrevivir, pero también un magnífico instrumento de chantajeque engrandecía su verdadero peso electoral.

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• Por otra parte, la ampliación del voto a la mujer, enlas mismas condiciones que el varón, y a todos losjóvenes de entre veintitrés y veinticinco añosconstituyó un incentivo muy fuerte para modificarlas pautas políticas legadas por la Monarquía liberaly multiplicar el impacto que, por sí, lanueva delimitación de circunscripciones estabaprovocando. El cuerpo electoral se duplicó,provocando una nueva riada de consumidores de lapolítica a la que los partidos hubieron de responderadaptando sus programas para dar entrada apropuestas y lemas con los que atraerlos. Hicieronmás. Los socialistas y las derechas (sobre todo AP)incorporaron muy pronto a jóvenes y a mujeres asus organizaciones, y les concedieron protagonismoen la difusión del mensaje electoral y en las tareasde organización anejas a la campaña. Lacompetencia por el voto de los nuevos electores fuetal que ese protagonismo no se retrasó a comiciossiguientes, sino que comenzó de forma muydestacada ya en las elecciones de 1933.

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• Los socialistas, confiados en el carácter básicamente izquierdista de la juventud española, ya habíanpedido en 1931 la reducción de la edad de voto a los veintiún años. Sin duda, la importante presencia delos estudiantes universitarios en las manifestaciones y asonadas contra la Dictadura de Primo de Rivera, yel crecimiento de la militancia juvenil en el PSOE y en otros partidos más a su izquierda, tendían aacrecentar esa impresión. No obstante, la actitud de las derechas en este asunto difirió mucho de la queadoptaron los republicanos con el sufragio femenino. Cierto que se opusieron a que la edad de voto serebajara a los veintiún años, pero decidieron competir con la izquierda por este segmento de población, ypotenciaron todo lo posible la incorporación de los jóvenes a sus filas. El mejor ejemplo de ello fue sinduda Acción Popular, que articuló y dio participación a su ala juvenil, la JAP. La contribución de los jóvenesa la campaña electoral de la Unión de Derechas fue tan destacada que sobre ella recayó la mayor parte delas tareas de organización y proselitismo.

• La movilización y la competencia constituyeron, por el contrario, las asignaturas pendientes de lospartidos republicanos. Imbuidos de la importancia que aún tenía el control del poder ejecutivo y el «influjomoral» del gobierno para inclinar el voto «ganófilo» a su favor (al que daban un volumen que losresultados finalmente no justificaron) pusieron menor empeño en la propaganda que los grandes partidosy coaliciones sin asidero oficial (PSOE o Unión de Derechas). Aun así, conscientes de que las cosas habíancambiado sobremanera desde la Restauración, no renunciaron a realizar un esfuerzo de propaganda quetampoco puede minusvalorarse, sobre todo si hacemos referencia al Partido Radical.

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• Sin embargo, donde más se notó la Partido Radical. Sinembargo, donde más se notó la diferencia con la izquierdasocialista y las derechas fue precisamente en lamovilización del voto femenino.

• El esfuerzo de organizaciones como Unión RepublicanaFemenina fue estorbado por la desconfianza que entre losrepublicanos provocaba la aplicación del sufragio de lamujer. En una imagen bastante prejuiciosa, estos partidosconsideraban a las mujeres como contrarias a los principiosque la nueva República venía a implantar, pues sus escasasvías de sociabilidad pública habían estado vinculadastradicionalmente a la Iglesia católica. Tal imagen sereforzaba por dos hechos sin duda ilustrativos. El primero,que las asociaciones mayoritarias de mujeres que habíanpatrocinado la extensión del sufragio femenino en España,como en la mayoría de países occidentales, estabanideológicamente enlazadas con movimientos políticosconservadores y confesionales. El segundo, que habíansido precisamente las asociaciones católicas de mujeres lasque habían promovido, con gran éxito, la primera iniciativapopular de carácter masivo: reunieron millón y medio defirmas para que la legislación de las Cortes constituyentesrespetara la religión católica y los derechos de la Iglesia. 17

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• La respuesta de los partidos republicanos no fue, al contrario que socialistas y conservadores, competirpor el nuevo mercado de electores en ciernes, sino intentar impedir a toda costa el derecho de voto de lasmujeres adultas. Como en 1931, el PSOE, los catalanistas y todos los partidos conservadores unieron susvotos y sacaron adelante el sufragio femenino, los esfuerzos de los republicanos se orientaron a retrasartodo lo posible la aplicación del precepto constitucional y a priorizar la legislación «laicista» para intentarreducir la influencia social de la Iglesia católica antes de que la mujer pudiera participar en unos comicios.Los republicanos pensaban que estaban luchando por su propia supervivencia política, de la que dependíala propia República al decir de ellos, y qué duda cabe que por su propia permanencia en el poder. Si lamujer acudía a las urnas movilizada por esas asociaciones femeninas católicas y conservadoras,sustentadas en la formidable presencia social de la Iglesia, y al albur de la campaña «revisionista» de laConstitución que las derechas habían iniciado tras la aprobación del artículo 26, el voto «reaccionario»recibiría una fuerte prima en los siguientes comicios que se convocaran.

• En realidad, los republicanos, persuadidos en la idea de ese «reaccionarismo» de la mujer española y desu vinculación al cura, no supieron ver que la sociedad española de los años treinta era mucho más abiertay compleja que décadas atrás y, por tanto, que el electorado femenino no respondía de manera unívoca aese patrón. Tampoco apreciaron que en los diferentes países en los que se había extendido el sufragio alas mujeres, éstas no habían apoyado en bloque a una opción política, ni modificado el sistema de partidospreexistente de forma radical.

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• Los republicanos concebían que, mediante la reducción dela presencia de la Iglesia en todos los ámbitos de la vidasocial, estaban comenzando a «liberar» la conciencia de lamujer y, desde luego, a privar a la «reacción» depotenciales electores. Por ello, la primera tarea delgobierno constitucional de Azaña fue la de desarrollar atoda velocidad los preceptos legales que consolidaban la«revolución religiosa». Entre enero y febrero de 1932, seaprobó en cascada la Ley de Cementerios, la disolución dela Compañía de Jesús, el divorcio y el matrimonio civil, y seintensificó con nuevas medidas la «laicización» del sistemaeducativo. Al tiempo, no se volvieron a convocar máselecciones parciales a diputado, pese a las numerosasvacantes que existían en las Cortes.

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• Y, ante la obligación constitucional de formar un nuevo censo electoral que incluyera a las mujeres, elgobierno Azaña eligió, también en enero de 1932, el proceso más lento y pesado que pueda imaginarse:exigir un empadronamiento completo de toda la población española mayor de dieciocho años sólo a efectoselectorales. Lo sencillo, para disponer cuanto antes de un censo electoral, hubiera sido, como de hecho sehizo en 1869 o 1890, confeccionarlo a partir del padrón vecinal y hacer las correcciones precisas que eltrasiego de población hubiera generado. Por el contrario, se optó por un método que, en la práctica, atrasóla aplicación del sufragio femenino hasta abril de 1933 e incumplió la Constitución. Así, ante las crecientesprotestas de la oposición, la mujer fue excluida de los comicios que tuvieron lugar antes de esa fecha,incluidas las primeras elecciones regionales en Cataluña.

• En este mismo sentido, tampoco era casual el hecho de que se priorizara la Ley de Confesiones yCongregaciones Religiosas sobre la Ley Electoral. Semejante decisión hizo que las elecciones locales que

• debían convocarse en abril de 1933, para renovar al menos la mitad de las corporaciones de todo el país(que nada tenían que ver con las parciales que se celebraron ese mismo mes), hubieran de ser aplazadashasta noviembre de ese año. En realidad, jamás llegarían ya a celebrarse. Los republicanos en el poderparecían creer que la rápida aplicación de la toda la legislación religiosa, mucho antes de la próximaconvocatoria electoral, debilitaría a sus adversarios de la derecha. Pensaban que su fuerza electoral le veníadada, en buena parte, por la influencia social de la Iglesia, con lo que, aminorando ésta, estabancontribuyendo a reducir aquélla.

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• Los resultados electorales de noviembre de 1933pusieron de manifiesto lo errado de tal suposición. Elnuevo movimiento conservador no se sustentabasobre un electorado sometido a la coacción moral dela Iglesia, sino en la movilización continuada de suspotenciales votantes, la cual se vio facilitadaprecisamente por la política anticlerical del gobierno,de la que pudieron hacer bandera de engancheelectoral. Fue precisamente esta capacidad paramovilizar la que sorprendió sobremanera a losrepublicanos de izquierda. La «liberación de lasconciencias» mediante las leyes «laicistas» no supuso,así, el debilitamiento del apoyo social a las derechas,sino la exacerbación de esas mismas conciencias y laderrota electoral de los republicanos, sobre todo delos de izquierda. Además, contra los pronósticos de loslíderes y medios republicanos, las mujeres secomportaron ante las urnas con la misma autonomíaque los hombres y apoyaron a las opciones quequisieron.

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• Desde luego, aunque muchas decidieran votar las candidaturas conservadoras, la mujer en general nofue la causante de un giro a la derecha que los electores masculinos ya venían fraguando de antes. Aligual que en otros países, el sufragio femenino tampoco trastocó en demasía el mapa político español.Los socialistas salieron reforzados, en cuanto a número de votos, en las circunscripciones en las quetradicionalmente ya contaban con mucha fuerza. Las derechas vencieron buena parte de las provinciasen las que el peso de la izquierda republicana y del PSOE había sido menor, y en las que habíansobrevivido importantes agrupaciones liberales y conservadoras incluso en 1931. Los republicanos, enfin, lejos de perder los bastiones en los que habían demostrado tradicionalmente un firme sosténpopular, también consolidaron sus posiciones. De ellos, los «históricos consolidaron sus posiciones. Deellos, los «históricos» (básicamente radicales) y la Esquerra resistieron el embate y hasta sumaronnuevos apoyos. Mientras que los partidos republicanos de implantación reciente («azañistas» yradicales socialistas de distinto pelaje) se hundieron.

• Por no trastocar, el sufragio femenino tampoco modificó una elite política en la que los varonescontinuaron predominando en régimen casi de monopolio. No pocos de los exparlamentarios quehabían accedido a las Cortes con sufragio universal masculino, tanto en 1931 como antes de 1923,pudieron revalidar sus escaños. El leve aumento del número de candidatas y diputadas dejaba ver quelos partidos no esperaban que el sufragio de la mujer provocase una «revolución». Por otra parte,haría falta tiempo para que la inserción de la mujer en los partidos, que había sido destacadísima porabajo, tuviese una repercusión más importante en los órganos de gobierno de esas formacionespolíticas. En otras palabras, para que muchas féminas pudieran escalar con mayor facilidad losescalafones de los partidos y ostentar responsabilidades de altura.

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• Por tanto, la Constitución de 1931 y la Ley Electoral

• de 1933 dejaron abierta la puerta a la política demasas. Pero algunos partidos y coalicionestraspasaron esa puerta por completo y comenzarona transformar sus estrategias de propaganda yorganización (PSOE y CEDA), otros lo hicieronparcialmente, confiados también en la eficacia deviejos hábitos heredados (PRR), y otros apenas sillegaron a pisar el umbral (AR y radicales socialistas).Es más, los republicanos de izquierda demostraronmayor apego a tradiciones ya casi olvidadas. Fueronellos los que decidieron, después de la«Sanjurjada», poner en marcha una nueva poda deayuntamientos que pasaportaba las corporacioneselegidas por el artículo 29, sin protesta alguna, enlas municipales de abril de 1931, y que no habíansido destituidas por Maura y sus gobernadoresciviles. Y ello para afrontar con alguna ventaja loscomicios municipales que habían de celebrarse enabril de 1933.

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• Fueron también los republicanos de izquierda (con la notable ayuda de los socialistas) quienes, confiándolotodo a la eficacia de la norma, decidieron confeccionar, unilateralmente, una Ley Electoral con fuerte prima ala mayoría e incentivos a la coalición para tratar de forzar la permanencia de la conjunción republicano-socialista. Azaña, al considerar que mientras perdurase la unión se prolongaría su estancia en el poder, puescreía que republicanos y socialistas representaban a la mayoría de los electores del país, habilitó un artificiolegal para que esa alianza se mantuviera a toda costa. Por si la conjunción no se articulaba en primera vueltay los resultados no fuesen los apetecidos, la ley remediaba el mal consagrando otra ronda que seconsideraba como una nueva oportunidad de batir a los «enemigos del régimen».

• La segunda vuelta agravó aún más el principio mayoritario que informaba la Ley Electoral. Ésta permitía quelos partidos que habían obtenido las mayorías pudieran incluso arrebatar a sus competidores también losescaños del cupo de las minorías o, si no tenían candidatos propios, decidir qué otra formación política(generalmente la más afín) se hacía con esos escaños. La Ley de 1933 no es que fuera concebida paraprocurar una mayoría de gobierno en las Cortes. Más aún, servía para «infrarrepresentar» a los partidosminoritarios que habían de constituir la oposición. No fue confeccionada con el fin de consolidar, por tanto,la «democratización» del país en contraposición con la ley supuestamente caciquil de 1907.

• En realidad la Ley de Maura (que había sido una obra de consenso en la que participó de forma destacada laoposición republicana) estuvo en buena parte vigente en 1933, y ello demostraba que no entorpecía latransición electoral del liberalismo a la democracia. Por el contrario, la Ley de 1933 fue aprobada sinconsenso y con un propósito claramente instrumental: impedir que el avance de las derechas se tradujeseen una derrota electoral de los partidos republicanos.

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• Dos eran los instrumentos constitucionales que debían servir a este diseño: un Senado (que laConstitución del 31 no llegaría a recoger) y una jefatura del Estado concebida como un podermoderador. Ambos aparecían así designados en el manifiesto de la Derecha Liberal Republicana(junio de 1930).De este modo, para Alcalá Zamora, el presidente de la República debía estar dotado de unascompetencias que se deslindasen claramente de las atribuciones del Gobierno 39; unas ideas queseguían la estela que en su día trazase Benjamín Constant al diferenciar entre el poder neutro del reyy el poder ejecutivo de los ministros. La lógica del poder moderador suponía que el presidente de laRepública ejercía unas competencias dirigidas a intermediar entre el poder legislativo y el ejecutivo.De esta manera, a él le correspondía disolver el Parlamento - por ejemplo por hostilidad con elGobierno - o vetar las leyes, del mismo modo que era, a su vez, el encargado de nombrar alpresidente del Gobierno, o incluso de dirigirle observaciones y consejos. No obstante, esta forma deentender el poder presidencial fue rechazada por la mayoría republicano-socialista dominante en laconstituyente, siendo Azaña el principal opositor a la idea de poder moderador.

Por lo que se refiere al Senado, puede decirse con propiedad que nadie en las Cortes Constituyentesde 1931 defendió su existencia con mayor empeño que Alcalá Zamora.

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• Claro que, como en general la legislación electoral estimula, incita, habilita medios… pero no obliga aque las estrategias de los partidos tengan en cuenta sus ventajas e inconvenientes, la negativa de lamitad de las federaciones provinciales del PSOE a pactar coaliciones con los republicanos de izquierdadestruyó por completo el artificio y las previsiones de quienes lo construyeron. Además, talesprevisiones no lograron atinar con el volumen exacto de la marea conservadora, que fue mucho másalta de lo esperado. Hasta el punto, incluso, de vencer en las provincias donde sí se llegó a pactosentre republicanos de izquierda y socialistas. El resultado fue que los efectos «hipermayoritarios» dela Ley de 1933 se volvieron del revés y perjudicaron notoriamente a sus creadores. Las derechasconquistaron las jugosas primas a las mayorías en circunscripciones donde su victoria sobre lasizquierda circunscripciones donde su victoria sobre las izquierdas no fue ni mucho menos tan amplia.Pero por si éstas no habían tenido ya demasiado castigo, la segunda vuelta actuó como una nueva olaque volvió a arrollarlas. Sin segunda ronda, socialistas y republicanos de izquierda hubieran obtenido54 escaños más aquel 19 de noviembre. Con segunda ronda, tan sólo ganaron, el 3 de diciembre, 32.De ahí que unos partidos, los de izquierda, que representaban un tercio de la opinión del país, apenassi ocuparon una quinta parte de los escaños en las nuevas Cortes.

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• . Las fuerzas conservadoras demostraron que una intensamovilización de los electores podía frenar los obstáculosque, supuestamente, se habían habilitado en su contra.Jugando una partida con las cartas marcadas, es decir, conuna ley aprobada para perjudicarles (aunque luegoocurriera lo contrario) y con los ministerios, los gobiernosciviles, las diputaciones provinciales y, tras variosdesmoches, los ayuntamientos en manos de sus rivales,decidieron responder a las dificultades intensificando lapropaganda, atrayendo nuevos adeptos y acelerando laslabores de organización e implantación a lo largo delterritorio nacional. Contaron para ello con la ayuda de unared muy notable de medios de prensa y asociacioneseconómicas de productores, patronales, sindicales,eclesiales… que aportaron, sin duda, medios de todo tipopara emprender una campaña moderna.

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• Dentro de sus propias posibilidades, con menos dinero pero con más asideros oficiales, los socialistas y los radicales también se desentendieron en parte de artificiosidades y, aunque se vieron sorprendidos por el proselitismo de las derechas, dieron cumplida cuenta de su capacidad para competir en el nuevo contexto de la política de masas. El PSOE planteó la campaña electoral más intensa y costosa de su historia con el valioso apoyo de la UGT, que pasaba por un buen momento. El Partido Radical extendió a todo el país lo que ya había aprendido, en lo que a propaganda se refiere, de sus luchas electorales en la Barcelona anterior a 1923.

• El resultado de este gran activismo fue un salto adelante, nunca antes visto en cuanto a extensión e intensidad, de los hábitos electorales en España. El ímpetu de la campaña, los medios puestos en ella, la agresividad del mensaje electoral y la relativa inhibición gubernamental, en absoluto desmerecieron los de otros comicios en países de arraigada tradición constitucional. 1933 representaba la típica elección de entreguerras, unos comicios de masas que, en líneas generales, ya se había separado decisivamente del modelo liberal decimonónico.

• Cierto que puede pensarse, y algún autor lo ha puesto de manifiesto, que las demasías que aparecíanen discursos, carteles y pasquines, y su reguero de violencia, podían resultar evidencias de más bientodo lo contrario: del «subdesarrollo político español»1. Esto es, de la falta de arraigo de prácticasverdaderamente democráticas y parlamentarias en España. Pero hay otra respuesta.

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• Fenómenos tan deplorables como la agresividad de los mensajes electorales y la violencia erancorolario, no querido, del alto grado de competencia que existió entre las distintas formacionespolíticas. Pero, sobre todo, eran fruto de la lucha entre partidos con proyectos políticos diferentes yexcluyentes entre sí, agravada además, por su incapacidad de consensuar un marco de convivenciacomún.

• En realidad, estas elecciones ventilaban cuál de esos proyectos habría de seguir adelante y cuál habríade descarrilar. Las elecciones de 1933 fueron concebidas a modo de referéndum constitucional en elque los españoles decidían si la República tal y como la habían diseñado socialistas y republicanoshabría de continuar vigente (e, incluso, en el caso del PSOE, si debería irse más allá, atisbando la«construcción del socialismo») o si, por el contrario, habría de ser revisada en sus fundamentos para darcabida a las aspiraciones de los partidos de derecha.

• El volumen de la opinión movilizada por la Unión de Derechas dejaba entrever hasta qué punto habíasido exclusivista el modelo constitucional implantado por socialistas, republicanos de izquierda yradicales. Además, la postura ambivalente del PRR, secuela del convencimiento (cada vez más arraigadoen Lerroux y otros dirigentes de su partido) de que su proyecto de «República para todos los españoles»precisaba la reforma de la Constitución y de una parte de las leyes complementarias, ponía demanifiesto lo rápido que había envejecido ese modelo.

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• La lucha entre los que pretendían conservar la«revolución republicana» y los «revisionistas»conservadores, propia de un país que pugnabapor definir un nuevo sistema político tras uncambio de régimen, se produjo además, en uncontexto internacional que invitaba no al pactosino a la radicalización y a la búsqueda desoluciones maximalistas. La democraciarepublicana se implantó en España en unmomento en que el régimen liberalrepresentativo estaba siendo muy discutidocomo sistema ideal de gobierno y en el quecomenzaban a popularizarse otras formas deorganización política alternativas, fundadassobre el autoritarismo y el exclusivismo.

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– Es decir, el socialismo marxista en susdistintas versiones, por la izquierda; elnacionalismo antiliberal en sus distintasadaptaciones, por la derecha. Elautoritarismo y el exclusivismo desterrabanla política del pacto, la aceptación deladversario y la alternancia entre distintospartidos que aceptaban un marco común deconvivencia y unas mismas reglas de juego,fenómenos que habían sido una constanteen España desde 1875. Y traían consigo,irremediablemente, la puesta en valor de laviolencia como método, hasta cierto punto,«legítimo» de hacer política. Esto no fue unadolencia típicamente española, sino de laEuropa de entreguerras y afectó, en mayor omenor medida, a todas las nacionesoccidentales2.

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– Pero es que, a pesar de que la agresividad de los mensajes electorales no dejó de estar presente enla campaña de 1933, no cabe exagerar su proliferación. Por si sirve para cambiar un tanto lapercepción de la vida política de España antes de la Guerra Civil, hay que recordar que los discursos(menos aún la propaganda electoral escrita) no se centraron sino excepcionalmente en excitar a laviolencia contra el contrario. Cuando esto tenía lugar, daba la impresión de que constituían bravataspara intimidar al adversario político el día de los comicios, más que verdaderas invitaciones aaniquilarlo físicamente. Desde luego, las barbaridades que algunos oradores soltaron en sus mítinespueden contextualizarse dentro del proceso de radicalización discursiva que tuvo lugar en todaEuropa. Así, por ejemplo, en Francia, el líder de Action Française, Charles Maurras, afirmaba sobre elsocialista Blum que era un «traidor que sólo merecía ser fusilado por la espalda o apuñalado con uncuchillo de cocina»3, algo que durante la campaña no se pudo escuchar o leer a Calvo Sotelo,Goicoechea o Rodezno sobre Prieto o Largo Caballero, o viceversa. Un estudio comparativo revelaríahasta que punto el tratamiento entre candidatos en las campañas electorales de otros paísesoccidentales no es que se caracterizase por la amabilidad o la cortesía. No hay aquí nada que puedaachacarse a una patología puramente española.

– De idéntica forma, un estudio comparativo de la cartelería y la propaganda escrita de los partidosespañoles en 1933 con las de sus homólogos extranjeros nos ofrecería similitudes increíbles ycontribuiría a desvanecer el fantasma del «extremismo español».

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• Así, cuando los socialistas españoles solían introducir motivos como cementerios, en fondos negros, condecenas de tumbas, calaveras y demás osamentas para llamar la atención sobre las fatales consecuenciasque traería un triunfo de las derechas, a las que identificaban con el «belicismo» en política internacional,no hacían sino imitar a sus correligionarios franceses. La rudeza de la propaganda de la Unión de Derechasquedaba, en ocasiones, corta en comparación con la de los liberales o conservadores británicos, pocodados a la sutilidad en la crítica a sus adversarios.

• En la campaña de 1929, éstos imprimieron carteles en los que, para impugnar las subidas de impuestosdecretadas por el laborista MacDonald, éste aparecía como un pistolero enmascarado apuntando con unrevólver cara al elector. Otro cartel de propaganda a favor del líder conservador Baldwin pintaba frente afrente a sus rivales, Lloyd George y MacDonald, representados como bueyes provistos degenerosos cuernos y en actitud de reto. Debajo, entre paréntesis, se pedía perdón por la alusión bovina auna sociedad de conservas animales. Curiosamente la, en ocasiones, tosca propaganda de Acción Popularno era percibida por los medios españoles como asimilable a la de los partidos fascistas. Un periódicocomo el madrileño El Liberal creyó detectar la inspiración de AP en el modelo americano, «basado en ladifamación», demagógico, sin duda, pero genuinamente democrático.El Sol reforzó esta impresiónapuntando, además, que los caracteres masivos de la propaganda derechista suponían imitación de lascostumbres electorales estadounidenses. No obstante, si cabe, no hay que dejar de insistir en que,además, de descalificaciones al contrario, los discursos y la propaganda tocaron en 1933 cuestiones quepreocupaban al electorado y, en no pocas ocasiones, incluso con dosis de racionalidad no despreciables.

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– Los electores interesados pudieroninformarse acerca de las propuestasde cada candidatura en políticaeconómica, religiosa, autonómica… yhasta en la cuestión de la reformaconstitucional. Su voto fue requeridopor los aspirantes a diputado condiscursos que procuraban reflejar loque demandaban, hasta tal puntoque tampoco las demandaban, hastatal punto que tampoco las cuestioneslocales fueron soslayadas. Lapropaganda pudo exagerar y hastadesenfocar determinados temas,pero se atuvo a la realidad tal y comola concebían los partidos, con supropia interpretación de los hechos4.

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• En cuanto a los episodios de violencia física, no puede obviarse que existiera un ambiente tenso quepropiciara un lamentable reguero de muertos y heridos, algo que no había resultado, por desgracia,excepcional en los comicios españoles. Desde una perspectiva actual, no pueden considerarse normalesunas elecciones donde las reyertas entre militantes de diferentes partidos generaron 22 muertos, unnúmero bastante superior de heridos de diversa consideración, y decenas de atentados y encontronazos.A ellos habría que sumar el saldo trágico que dejó el boicot violento de la CNT: seis cadáveres, a sumar alos anteriores, y una veintena de heridos. De esas 28 víctimas, la interposición de la fuerza pública paraacabar con los disturbios originó cinco (cuatro activistas y un cabo de la Guardia Civil). Además, unsuboficial del ejército murió por una bomba anarquista. Si exceptuamos a los dos asesinados miembros delas fuerzas armadas, la distinta militancia de los restantes 26 fallecidos deja diversa consideración, ydecenas de atentados y encontronazos .

• Los electores interesados pudieron informarse acerca de las propuestas de cada candidatura en políticaeconómica, religiosa, autonómica… y hasta en la cuestión de la reforma constitucional. Su voto fuerequerido por los aspirantes a diputado con discursos que procuraban reflejar lo que demandaban, hastatal punto que tampoco las demandaban, hasta tal punto que tampoco las cuestiones locales fueronsoslayadas. La propaganda pudo exagerar y hasta desenfocar determinados temas, pero se atuvo a larealidad tal y como la concebían los partidos, con su propia interpretación de los hechos4

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En cuanto a los episodios de violencia física, no puede obviarse que existiera un ambiente tenso que propiciaraun lamentable reguero de muertos y heridos, algo que no había resultado, por desgracia, excepcional en loscomicios españoles. Si se excluyen de esa cifra tres víctimas sin filiación política, del resto trece pertenecían alos partidos de derecha (sobre todo a la CEDA), cinco militaban en el socialismo, cuatro en los distintos partidosrepublicanos y uno en el anarquismo. Tres de las cinco víctimas del PSOE, y la de la CNT, se produjeron enchoques con las fuerzas del orden, y otros dos militantes socialistas murieron en sendos asaltos a inmueblesdel PRR y de la CEDA por balas de militantes de estas formaciones. De CEDA por balas de militantes de estasformaciones. De los cuatro difuntos republicanos, dos murieron en un choque entre radicales y republicanosgallegos, otro de AR fue asesinado por un pistolero políticamente sin determinar y el último, del PartidoRadical, por disparos de militantes socialistas. Por último, de las trece víctimas de derecha (once de la CEDA),cinco lo fueron por choques con elementos del PSOE o atentados llevados a cabo por militantes socialistas, seispor tiroteos de los anarquistas y dos por disparos de afiliados al PCE. A estas cifras habría que añadir los seismuertos que dejaron los diferentes movimientos huelguísticos: cuatro en la huelga de la construcción deMadrid (dos de ellos socialistas, y todos por atentados anarquistas), un piquete de la UGT en Guadasuar(Valencia) tras un violento enfrentamiento con la Guardia Civil, y un militante de la CNT en Barcelona tras unadisputa con socialistas.

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– Pese a que contabilizar los muertos resultafundamental para evaluar el fenómeno de laviolencia, la cuestión no se agota ahí.Además, se han registrado 321 actos deagresiones y coacciones violentas de mayor omenor fuste, directamente vinculadas alproceso electoral. Éstos tuvieron lugar,aproximadamente, en unos 250 municipiosdel país. Claro que la diferencia entre unascircunscripciones y otras resultó abrumadora.En general, una serie de quince provincias(Alicante, Badajoz, Barcelona, Cádiz, CiudadReal, Córdoba, Granada, Jaén, Madrid,Málaga, Murcia, Sevilla, Toledo, Valencia yVizcaya) concentraron nada menos que trescuartas partes de todos los altercadosviolentos, mientras que en las restantes 35éstos fueron escasos y tuvieron un carácterepisódico. No obstante, aunque las cifras deesas quince provincias conflictivas evidencianque la lucha electoral no se llevó en unambiente de civismo, tampoco hay queconcluir que los comicios se verificaran en unambiente de violencia generalizada

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• Ciertamente, el hecho de que hubiera altercados en 250 localidades del país indica que la elección no fueuna «balsa de aceite», pero hay que tener en cuenta que España contaba entonces con más de nuevemilmunicipios (y, por tanto, con muchos miles más de núcleos de población). En Granada, donde hubo unmuerto, los 21 altercados registrados ocurrieron en unos 15 municipios, dentro de una provincia quesuperaba los 200 en 1933. En la mayor parte de esas quince localidades, tampoco es que la violenciaestuviera presente durante todo el período electoral. Las cifras solamente indican que había hechoaparición en algún momento concreto de la campaña o, en mucha menor medida, el día de los comicios.En general, la Guardia Civil y la Guardia de Asalto actuaron con diligencia e impidieron su generalización yperdurabilidad. Y aunque los episodios más graves pudieron contribuir a enrarecer el ambiente en que sedesarrollaron los comicios, sobre todo en localidades donde existían fortísimas rivalidades de tipo político,las más de las veces no rebajaron la limpieza con que se verificaron.

• Dentro de los episodios de violencia, el boicot a los mítines y a otras actividades de propaganda políticadestacó como la principal fuente de altercados durante la campaña electoral. No obstante, de laexhaustiva campaña electoral. No obstante, de la exhaustiva enumeración que se realizó páginas atráspuede inferirse una frecuencia que tampoco fue tal. Tales incidentes no dejaron de ser una lamentableexcepción, en un panorama general de normalidad. Tampoco eran, es importante insistir en ello, unamuestra del carácter extremista y violento de los españoles. En la Italia prefascista, las campañasregistraban igualmente actos de violencia y boicot, y éstos no hicieron sino aumentar a partir de launiversalización del sufragio.

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– Incluso en los países con mayor continuidad parlamentaria, como Gran Bretaña, la violenciapolítica nunca dejó de estar presente. Allí, la campaña electoral de 1931, conocida como«elección del pánico», tuvo lugar en un contexto de conflictividad social relativamente parecidoal de la España de 1933. Los mítines del laborista MacDonald y de otro destacadocorreligionario, James H. Thomas, fueron sistemáticamente reventados por su propio auditorio.Otro diputado laborista, George Gillet, hubo de anunciar que cancelaba su campaña por eldistrito de Finsbury porque los desórdenes le privaban de distrito de Finsbury porque losdesórdenes le privaban de la libertad de propaganda necesaria. En Portsmouth, el conservadorBertram Falle hubo de suspender todos sus mítines por la generalización del rowdyism, elfenómeno del «camorrismo», en su circunscripción. En Preston, dos mítines conservadoresacabaron en una batalla campal en la que hubo de intervenir la policía. Harold MacMillanrecordó la campaña de 1931 en su feudo de Stockton como la más violenta, en la que no pudohacerse oír, ni hablar en la mayor parte de sus mítines. Los peores acontecimientos sucedieronen los actos de Oswald Mosley, líder del fascismo británico. Los laboristas organizaron gruposde alborotadores para impedir que hiciera campaña en la ciudad de Birmingham. La respuestade Mosley y de otros políticos, como el conservador Austen Chamberlain, fue crear un personalespecial del partido para repeler a esos grupos.

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– En esas elecciones, el ala izquierda del laborismo y los comunistas se significaron como losprincipales promotores de la violencia5. Por otra parte, la intervención arbitraria de lasautoridades, una de las costumbres en lento proceso de extinción, también existió en loscomicios de 1933. No obstante, ésta no respondió a un plan predeterminado y de ejecuciónsistemática del gobierno central o de los gobiernos locales. Más bien, consistió en actuacionesaisladas, dirigidas a favorecer puntualmente la propaganda de la candidatura adicta y a ponertrabas a la de los contrarios. A pesar de la pretensión de algunos ministros republicanos deizquierda, no hubo «encasillado» dirigido, como en 1923, a reducir la competencia entrepartidos y, sobre todo, a aminorar la división de los partidos gubernamentales. Continuandocon la usanza de los comicios del primer tercio del sigloXX, tampoco hubo destituciones masivasde ayuntamientos. Es verdad que la mayoría de las medidas que tomó el Consejo de Ministrospara encauzar la propaganda probablemente más que favorecerla, la entorpeció. Pero elgobierno era el encargado de velar por el orden público y, como no existía legislación queregulase el uso de los nuevos medios masivo regulase el uso de los nuevos medios masivos depublicidad, hubo de emitir normativa sobre la marcha y de forma un tanto improvisada.

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– No existieron denuncias que pusieran en tela de juicio la gestión electoral de la mayoría de losgobernadores civiles, aunque los telegramas que se recibieron en Gobernación indican quealgunos pudieron no actuar correctamente. Pero esas acusaciones, por un lado, ponían demanifiesto arbitrariedades puntuales, no continuadas, y en pocos casos tan graves como paramotivar su destitución; y, por otro, revelaban, en ocasiones, cierto grado de partidismo y, sobretodo, de mala fe de los propios denunciantes. En cuanto a las autoridades locales, se ha tratadode ser riguroso a la hora de enumerar los lugares en los que existieron irregularidades, paraconstatar su carácter relativamente puntual y, sobre todo, excepcional. Varios alcaldes del PSOEse implicaron a fondo en provincias como Madrid, Badajoz o Granada pero,independientemente de la poca simpatía con la que pudieran ver los mítines de sus rivales, lamayoría abrumadora de los regidores socialistas en estas abrumadora de los regidoressocialistas en estas provincias, y en todo el país, actuó conforme a la legalidad y dispuso de susguardias municipales con neutralidad. Lo mismo cabe afirmar, con mayor intensidad, de losalcaldes de los partidos republicanos y de derecha. Desde luego, los sucesos apuntados nopodían resultar significativos del ambiente de libertad con que, en general, se desarrolló lapropaganda electoral y los comicios, incluso en los municipios donde sus ediles impusieronrestricciones de ese tipo. Sobre todo porque, en casi todos ellos, la inmediata intervención delgobernador civil y el envío de fuerza pública, principalmente guardias civiles, propició que lacampaña y las votaciones pudieran llevarse a cabo, durante el resto del período electoral, condosis de tensión pero con bastante normalidad. Y es que la relativa ineficacia de la intervencióngubernamental vino reforzada por su nula influencia en los resultados finales.

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• Precisamente, que la violencia y el intervencionismo gubernamental constituyeran excepciones hacíadel gubernamental constituyeran excepciones hacía del proceso electoral de 1933 una experienciaalentadora para la consolidación de la democracia republicana en España. La insustancialidad de lacorrupción electoral y del fraude comprobado, como demostró la labor depuradora de la Comisión deActas de las Cortes, ratificó el hecho de que los resultados se correspondían con los deseos delcuerpo electoral, y que éste se había constituido en el verdadero impulsor del cambio político. Con elfantasma del fraude, pareció alejarse también el espectro del anarquismo. La campaña de la CNTfavorable al «abstencionismo activo», que incluía el boicot violento a los comicios en un desesperadointento por deslegitimar las instituciones representativas, fue en general barrida por unaparticipación que superó los dos tercios del cuerpo electoral. Los anarquistas apenas si pudieronufanarse del resultado de su táctica en algunas localidades de Cádiz, Sevilla, Málaga y Huesca, asícomo en las ciudades de Ceuta y Melilla.

• Contra lo que hubiera podido suponerse, teniendo en cuenta la experiencia de otros países, laduplicacila duplicación del electorado no supuso un aumento significativo de la abstención: muchasmujeres y los jóvenes de veintitrés a veinticinco años se aprestaron a acudir a las urnas con unapasionamiento que no desmereció el de los votantes más veteranos. No exageraba aquel editorialde Ahora, el que se enorgullecía de presenciar la movilización del electorado más importante en lasnueve décadas de historia del régimen representativo español.

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Y, no obstante, este hito no bastó para que desaparecieranlas brumas que se cernían sobre el horizonte político de laRepública. El problema nada tenía que ver con el grado desinceridad con que se habían celebrado las elecciones, sinocon el sentido que, mayoritariamente, la opinión públicahabía dado a su pronunciamiento. Había quedado claro quelos partidarios de algún tipo de revisión más conservadoradel modelo constitucional vigente eran la mayoría del país,tanto en número de sufragios como de escaños. Si el triunfode la Unión de Derechas había parecido a muchos unaamenaza directa contra la República, las rápidas einsistentes declaraciones de acatamiento del régimen porparte de los sectores mayoritarios de la coalición triunfante(CEDA y agrarios), su clara intención de apuntalar ungobierno de centro presidido por Lerroux, y la promesa deaceptación final de la República si una moderada revisiónconstitucional coronase el cierre del proceso revolucionarioparecían indicios de que el sistema político vigente podíaensanchar sus bases de apoyo integrando a las derechasposibilistas.

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• Sin duda, el programa máximo de Gil-Robles y de un sector de la CEDA apostaba por un «Estado nuevo»que desterrara el parlamentarismo (que no necesariamente el Parlamento) y caminase hacia unambivalente régimen corporativo del que lo único que se conocía, por las declaraciones del líder de AP, eraque no sería fascista ni tampoco respondería a un patrón dictatorial. Pero este programa era por completoinaplicable sin una mayoría absoluta de la CEDA (y eso en el caso de que los sectores más liberal-conservadores y con menos ínfulas social-católicas aceptasen comulgar con aquello del corporativismo). Ymás aún cuando los dirigentes de la CEDA habían hecho varias declaraciones condenando la violencia. Porello, como en 1933 los «cedistas» apenas si reunían la cuarta parte de los escaños en las nuevas Cortes, nopodían aspirar a la reforma de la Constitución si no era consensuado un proyecto con radicales,«melquiadistas», agrarios liberales y Lliga. En otras palabras, una reforma que acabase con el polémicoartículo 26, garantizase el derecho de propiedad privada y reintrodujese el Senado, que eran las medidasde mayor calado sobre las que estos partidos podían llegar a un acuerdo.

• El verdadero problema radicaba en que las izquierdas no querían ni oír hablar sobre posibles reformas delo legislado entre 1931 y 1933. Haciendo caso omiso del resultado electoral, los republicanos de izquierdanegaron, además, toda legitimidad a las derechas para gobernar la República, ganasen o no las elecciones,en tanto que éstas no eran, ni lo serían nunca por mucho que lo pretendie ser verdaderamenterepublicanas

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• . Si acaso los conservadores aceptaban comulgar con la Constitución de 1931 y con sus leyes de desarrollo,la izquierda republicana podría abrir la puerta a algún tipo de colaboración con ellos. Como esosrepublicanos eran conscientes de que pedían un absurdo, que las fuerzas que habían vencido en loscomicios capitulasen ante sus tesis, aprovecharon mejor el tiempo habilitando fórmulas para abreviar lavida de las nuevas Cortes.

• Algunos ministros del gobierno, como Botella y Gordón, ya intentaron que Alcalá-Zamora suspendiese elproceso electoral, violentando hasta extremos inverosímiles la interpretación del texto constitucional. Encuanto a Azaña, Domingo y Casares Quiroga intentaron forzar la disolución haciendo caer el gobierno deMartínez Barrio, aplazando la reunión del Congreso y presionando para que se formase otro ejecutivominoritario de izquierdas, de modo que su presentación ante un Parlamento de mayoría conservadoraprovocase de inmediato su caída y la subsiguiente convocatoria de elecciones. Maniobras como éstasquizás no puedan calificarse con el apelativo de «golpe de Estado», pero dejaban ver el conceptoinstrumental que los republicanos de izquierda tenían del Parlamento y de la democracia en general, asícomo el poco respeto que les inspiraba el pronunciamiento del electorado cuando era esquivo a susintereses. Todas estas gestiones serían frustradas por Alcalá-Zamora y Lerroux, los cuales no se prestaron amalabarismos legales para sortear el veredicto de las urnas, y también por Martínez Barrio, aunque conmenos convicción de su parte.

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• Por lo menos los republicanos de izquierda excluyeron el uso de la violencia. Los dirigentes socialistas,salvo casos como los de Besteiro o Trifón Gómez, se negaron a aceptar los resultados electorales porfraudulentos, aunque luego su capacidad de demostrar ese extremo en las Cortes brilló por su ausencia. Sien la campaña electoral de la primera vuelta, buena parte de los candidatos del PSOE, comenzando porLargo Caballero, hicieron patente su radicalismo verbal no haciéndole ascos a una respuesta violenta encaso de que las derechas gobernaran, el torneo violenta en caso de que las derechas gobernaran, eltorneo de las demasías oratorias se desbordó en la segunda vuelta.

• Sin duda, impresionados por el mazazo del resultado electoral, políticos socialistas como Prieto seapuntaron a las tesis de Largo Caballero, y amenazaron abiertamente con la revolución en caso de que lospartidos conservadores triunfantes participasen del poder. No eran declaraciones aisladas. Los máximosorganismos de gobierno del PSOE y la UGT hicieron saber, no sin cierta ambigüedad para sumar el apoyode los «besteiristas», que apostaban por responder con la revolución social a un gobierno de centro-derecha.

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• Comenzaba así una escalada que culminaría conel levantamiento armado de octubre de 1934.Pero es que, a su izquierda, comunistas yanarquistas decidieron no esperar tanto. El PCEya intentó impulsar varios desórdenes justodespués de la primera vuelta, aunque todoquedó en agua de borrajas merced a su magroarraigo. Los anarquistas, que gustaban menos delas sutilidades verbales que los socialistas,avistaron con mayor claridad el advenimiento del«fascismo» genuino mayor claridad eladvenimiento del «fascismo» genuino (lasderechas) y se sublevaron pocos días después dela segunda vuelta. Aunque el resultado de lainsurrección fue aún peor que el del boicot a loscomicios, aquélla fue suficiente para provocargraves daños humanos y materiales.

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• Así pues, España volvía de nuevo, con ribetes mástrágicos, a una situación política parecida a la dela segunda mitad de los treinta y principios de loscuarenta del siglo XIX. Entonces el régimenrepresentativo estaba en pleno funcionamiento ylas elecciones tenían lugar con niveles crecientesde competencia y movilización, pero moderadosy progresistas disputaban por definir el marcolegal, con una enconada lucha por el poder en laque ninguno renunciaba al uso de laconspiración, de la «cuartelada» y de larevolución. El exclusivismo político estaba,entonces, en su etapa dorada.

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• Así pues, España volvía de nuevo, con ribetes mástrágicos, a una situación política parecida a la dela segunda mitad de los treinta y principios de loscuarenta del siglo XIX. Entonces el régimenrepresentativo estaba en pleno funcionamiento ylas elecciones tenían lugar con niveles crecientesde competencia y movilización, pero moderadosy progresistas disputaban por definir el marcolegal, con una enconada lucha por el poder en laque ninguno renunciaba al uso de laconspiración, de la «cuartelada» y de larevolución. El exclusivismo político estaba,entonces, en su etapa dorada.

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El despertar de la democracía en España

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• Pero ahí se acaban las semejanzas con los añosde la Segunda República. Porque el exclusivismodel que hacían gala ambos bandos liberales, porparadójico que pueda parecer, nopretendía liquidar a la oposición, ni acabar con elrégimen constitucional, como demostraron losprogresistas entre 1840 y 1843, y los moderadosentre 1846 y 1868. El corolario de estas disputasfue, sin duda, la desnaturalización de laselecciones a partir de 1850 pero sin sacrificar laslibertades civiles. En los años treinta delsiglo XX de nada sirvió la democratizaciónelectoral en ciernes, porque la libertad y lademocracia habían dejado de interesar a buenaparte de los damnificados por las urnas en 1933.El resultado sería una lucha a suma cero en laque no se retornaría a las «eleccionesadministrativas», sino, aún peor, a la completaproscripción de los comicios multipartidistasdurante más de cuarenta años.

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El despertar de la democracía en España

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Este texto es la transcripción del capítulo, del libro “La Republicaen las urnas .El despertar de la democracia en España”,RobertoVilla Garcia en Marcial Pons Historia.

Pontevedra, 24 de Febrero de 2014

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INCUPLIMIENTO¿HAY QUE FIARSE DE LOS POLITICOS?

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