La reconstrucción de lo público

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Exhortación a la reconstrucción de lo público, destacando aquellos puntos que pueden ser los instrumentos de la misma.

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Instrumentos y medios: la reconstrucción de lo público

Ruth María Ramasco de MonzónConcepción, 18 de noviembre de 2007

¿Qué podemos y debemos hacer? ¿Cómo debemos hacerlo? Estas preguntas

son inexcusables para todos aquellos que anhelan una vida mejor para los suyos, un

futuro para sus hijos, una patria que no excluya ni provoque exilios, tanto hacia otras

sociedades como hacia el silencio o hacia la clausura en la vida privada. ¿De qué modo

pueden la fe, la esperanza y la caridad ser fuentes de vida pública, ser inspiración real y

fuerza eficaz en la construcción de nuestra vida social y sus instituciones? Las

consideraciones que haremos a continuación intentan plantearse esas preguntas; pero,

por sobre todo, intentan suscitar, desde el corazón mismo de la Iglesia Católica, la acción

y compromiso de quienes son sus miembros.

Los aspectos de este compromiso se sitúan en las siguientes líneas:

1. La reconstrucción del sentido de lo público.

2. La radical decisión de honestidad privada y pública.

3. La complementariedad del liderazgo con la responsabilidad

pública.

4. La producción de presencias públicas formales e informales.

5. La generación de cultura.

6. El diálogo social.

1. La reconstrucción del sentido de lo público

No hay sociedad democrática sin instituciones democráticas. Pero no puede

haber instituciones si una sociedad disuelve sistemáticamente todo espacio público y lo

transforma en una extensión de intereses privados, sean estos del tipo que fueran

(sectoriales, familiares, clientelísticos, etc.); no puede haber instituciones si la hegemonía

de los intereses y el poder impiden la formación de un espacio público. No nos será

posible reconstruir instituciones sin la reconstrucción de nuestro sentido de lo público,

pues, si no lo hacemos, lo tendremos siempre como el germen de destrucción de todos

nuestros proyectos y funciones.

Exhortamos a toda la comunidad católica, con el debido respeto a sus

vocaciones particulares y la insoslayable atención y cumplimiento de sus deberes

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familiares y profesionales, a abandonar toda cómoda instalación y refugio en su vida

privada y asumir su necesaria contribución a la formación de espacios públicos. No quiere

eso decir que todos están llamados al liderazgo político, ni sindical, ni social: ello depende

siempre de vocaciones y talentos. Una equivocada comprensión de la presencia pública

cristiana y su identificación sin más con funciones de liderazgo social ha retraído a

muchos católicos de la vida común; busque cada uno el lugar que le es propio; pero sea

donde sea que esté, participe en la construcción de actitudes de interés por lo

comunitario, de responsabilidad social, de cumplimiento de las leyes (salvo en los casos

en los que determine, en conciencia, que dichas leyes son intrínsecamente agraviantes de

lo humano)

La anomia que atraviesa a la sociedad argentina en todos los planos es capaz

de destruir nuestra convivencia. La Iglesia pide a los creyentes que favorezcan con su

vida, sus decisiones y sus palabras, la asunción de las responsabilidades sociales y el

cumplimiento de la ley. Les pide que eduquen a sus hijos en una ética pública, que los

orienten hacia el cumplimiento de sus responsabilidades, que no teman impulsarlos hacia

la asunción de compromisos sociales. Los procesos políticos argentinos han hecho que

encerremos a nuestros hijos en las casas; con intención o sin ella los hemos desanimado

respecto de todo compromiso. Con dolor, y muchas veces con desesperación, los vemos

ahora presos en un sin sentido que les destroza el alma y la vida, ahogados por el anhelo

de bienes y consumo: eduquen a sus hijos como ciudadanos, no les permitan encerrarse

en un mundo sin proyectos ni vínculos sociales restringidos a la vida privada o al

entretenimiento.

2. La radical decisión de honestidad privada y pública

La Iglesia exhorta a los suyos a una radical decisión de honestidad privada y

pública, pues se ve obligada a decir que gran parte de su ineficacia en la acción se

produce porque las vidas de los suyos no resisten la exposición de sus decisiones y

acciones. No quiere empresarios que sean amigos de sus sacerdotes e injustos opresores

de sus trabajadores; no quiere comerciantes que hagan donaciones para los comedores

mientras estafen en los precios; no quiere funcionarios que se doblen frente al poder y

olviden que creen en el poder de la Cruz y la Resurrección; no quiere vecinas que estén

todo el día en la parroquia y sean un infierno de chismes y susceptibilidades para su

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vecindario; no quiere dirigentes de grupos parroquiales, famosos por sus borracheras y

transgresiones de todo tipo; no quiere docentes que estén siempre dispuestas a escuchar

los problemas privados de sus alumnos y no conozcan una letra de lo que deben saber y

enseñar. No cree por ello que los católicos tengan que ser perfectos; pero sí cree que

deben ser hombres y mujeres dispuestos a la rectitud moral y en actitud permanente de

conversión.

Sin embargo, no exige a los suyos actitudes que no esté dispuesta a

reclamarse a sí misma: más aún, al hacerlo, es a Ella misma, en los suyos, a quien

reclama honestidad. Por lo tanto, su exhortación a la honestidad la desafía a revisar sus

actitudes institucionales, la rectitud de sus sacerdotes, religiosos/as y laicos, las palabras

que dice públicamente, las actitudes que toma en la trama cotidiana de su vida, las

decisiones en el ámbito de lo económico, lo laboral, lo social, lo intelectual. Cuando la

Iglesia exhorta a la sociedad a reconstituir su tejido social, es Ella misma la que recibe la

interpelación del Espíritu: es exhortada a desocultar sus miserias y fragilidades y a

convertirlas; es desafiada a crecer; es animada a descubrir los tesoros de sabiduría y

gracia que posee e incitada a compartirlos. Esta exigencia moral es condición

indispensable para sostener nuevas formas de participación y acción.

3. La complementariedad del liderazgo con la presencia responsable en la vida

pública

Es necesario buscar nuevos modos de participación. Durante décadas, los

movimientos e instituciones del laicado argentino han propiciado o incitado a la formación

de líderes sociales. Si bien ello es necesario y bueno, debemos decir que no es suficiente.

Más aún, es obligatorio decir que la trama de la vida social no se reconstruye sólo a partir

de liderazgos, sino a partir de un gran movimiento de presencia responsable en la vida

pública. La vida de nuestro país se encuentra profundamente agraviada por la formación

de fáciles concentraciones de poder; por el “cheque en blanco” depositado en las manos

de nuestros líderes políticos, sociales, sindicales; por la falta de control social de las

funciones y los cargos públicos. Por ello, si bien no descreemos de la formación de líderes

rectos y probos, afirmamos de viva voz que es absolutamente insuficiente.

La Iglesia pide a sus sacerdotes y religiosos, pide a sus laicos comprometidos

en instituciones y movimientos que sus experiencias de vida común sean “casas y

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escuelas de presencia responsable”. Esto requiere que sus dirigentes eclesiales no se

satisfagan con comunidades depositadas en la responsabilidad de un solo hombre o

mujer; que abandonen la concentración de responsabilidades y poderes (experiencia que

también se tiene intraeclesialmente) y favorezcan la distribución de funciones y la

asunción de responsabilidades. Propongan caminos posibles y exploren diversos

compromisos: no agobien a los suyos con la exigencia de un sobreliderazgo que no se

encuentra entre sus posibilidades humanas, en tanto sí lo está la asunción madura de sus

responsabilidades. Muchos pueden ser impulsados, desde su compromiso cristiano y sus

particulares disposiciones personales, al liderazgo social o político; otros no. Lo

inexcusable para un compromiso cristiano es la asunción de su carácter de ciudadano y la

responsabilidad que ello lleva anexa.

4. La producción de presencias públicas formales e informales

La reconstrucción de lo público implica la audacia de los valores que lo hace

posible, la solidaridad, el respeto, la decisión por la ley, la formación de la prudencia.

Estos valores deben construirse y realizarse tanto en las estructuras formales como en las

iniciativas informales de nuestra vida social. Llamamos “formales” a todas aquellas

instituciones, proyectos y constituyentes de nuestra vida social que son identificables y

orgánicamente presentes en el marco de su horizonte: sistemas e instituciones de salud,

educación, justicia, seguridad; órganos de gobierno; legislación; régimen tributario;

partidos políticos, etc. Llamamos “informales” a todas aquellas iniciativas, actos y

proyectos que surgen como respuestas a los desafíos inmediatos, a las situaciones

sociales de dificultad, a las catástrofes públicas o privadas, sin obstar a que algunas de

ellas se constituyan luego en estructuras formales de la sociedad. Dado el conflicto

permanente que nuestra vida en común posee entre lo formal y lo informal (conflicto que

es sólo uno de los múltiples indicadores que nuestra sociedad posee sobre sus

desequilibrios profundos), dado este conflicto, es preciso que nuestras acciones se

animen a situarse en este doble polo de nuestra vida social.

Por una parte, es preciso señalar la imprescindible participación y presencia

en las estructuras formales de nuestra vida en común (a menos que un juicio de

discernimiento considere que no es posible sin riesgo grave de complicidad en la

deshonestidad y la corrupción; o a menos también que la inserción pública nos sea

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negada desde sus mismos centros) Estas estructuras formales deben ser revitalizadas y

sostenidas: una dañina prédica del caos y del vaciamiento de toda institución intermedia

produce estragos en nuestra capacidad de convivencia y nos deja a la intemperie y al

arbitrio de los poderosos de turno. No abandonen las estructuras e instituciones formales

de nuestra sociedad; con ello lo que queremos decir es que estén realmente presentes

con su acción, sus criterios de juicio, su trabajo continuo e interesado, en aquellas áreas

de la vida social a la que pertenecen por trabajo, vocación o interés. Exploren en ellas la

tarea desafiante de la construcción de instituciones, de la lucha factible contra la injusticia,

de la asociación con todo hombre de buena voluntad. Pero estén también siempre alertas

a los lugares donde brotan los nuevos signos de nuestra vida social: los lugares de la

insatisfacción profunda, los lugares de nuevos movimientos, los lugares del dolor humano

insoportable.

La Iglesia católica, cualesquiera sean los límites de su acción, su compromiso

y su justicia, incluso recibiendo en su propio rostro la denuncia de sus males, atraviesa la

sociedad entera y continúa siendo cálidamente próxima a la vida de los más pobres.

Puede arrepentirse de sus errores; no debe avergonzarse de su profundo conocimiento

de la necesidad de los que nada tienen, ni de las acciones emprendidas en beneficio de

los que sufren. Sus iniciativas en el ámbito de lo informal han dado lugar a numerosas

instituciones. Sigan construyendo lugares nuevos, espacios de contención solidaria,

anímense al surgimiento de obras, disciernan quiénes pueden acompañarlos, sean

lúcidos y agudos en el significado sociopolítico de sus iniciativas y sus obras.

La Iglesia pide a los suyos que no construyan “nichos” donde se sientan

satisfechos y tranquilos: construyan comunidades enamoradas de su gente y su país;

comunidades serias en sus tareas y proyectos, donde el soplo de la novedad del Espíritu

los lleve hacia donde están los hombres y sus nuevos lugares; comunidades de

compasión y de acción, sin fáciles ni cobardes rechazos al mundo, a la historia, a las

instituciones.

5. La contribución objetiva a la generación de la cultura

Anímense al desarrollo serio y riguroso de los saberes, las ciencias, la

tecnología, las profesiones. No sustituyan el perfil profesional por un perfil de asistencia

social, ni siquiera cuando éste surja de la mejor de las intenciones. El espíritu cristiano

exige la solidaridad, pero en tiempos de extrema complejización y profesionalización, la

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solidaridad debe brotar de la misma raíz de donde brota la respuesta más idónea posible

al problema más radicalmente planteado. Lo cual quiere decir que todo lo otro debe

hacerse a costa del esfuerzo y del sacrificio, de la austeridad de vida y del descanso, no

en lugar de la profesión.

Ocupen los espacios que deben ocupar en la producción de las artes, en el

desarrollo científico y tecnológico, en la vida de la inteligencia. La Iglesia pide a los suyos

que pongan de manifiesto en su idoneidad profesional, en su capacidad intelectual, en el

rigor de su investigación, que la savia cristiana pone alas al intelecto y no cadenas; que el

amor del cristiano no es el lugar donde compensa su falta de aptitud, sino el lugar donde

lo potencia y eleva.

Nuestra sociedad, para industrializarse, requiere un inmenso salto que no

puede producir sin innovación tecnológica y producción de ciencia: pedimos, a los que

están ya formados para ello, que entreguen lo mejor de sí a la infatigable tarea de la

investigación y vean en sus laboratorios el altar donde su vida se entrega a Dios y a su

pueblo; pedimos a los jóvenes que se transformen en científicos y vean en su ciencia un

inmenso campo de recuperación social, no el lugar donde se busca prestigio y dinero.

No hay tampoco crecimiento sin desarrollo real del conocimiento social y

humanista, sin una insoslayable mirada crítica y lúcida sobre nuestra identidad y nuestros

problemas reales. La Iglesia pide a los suyos que desarrollen un conocimiento riguroso y

esperanzado de la realidad argentina, que investiguen con mirada lúcida sus problemas,

que no satisfagan sus anhelos de saber con la importación de saberes que se producen

en otros centros, pero que realicen el esfuerzo de ser competitivos en las esferas del

saber internacional. Pide a sus intelectuales que piensen nuestra realidad y expongan

públicamente lo que piensan; les pide también que hagan el esfuerzo de crecer en el

conocimiento de la fe, con el mismo esfuerzo y seriedad con el que han crecido en el

desarrollo de su saber.

La Iglesia pide a sus artistas que entreguen sus ojos, sus oídos, sus manos, a

la producción de aquellas obras en las que el hombre toma contacto con una dimensión

de su propia humanidad a la que no puede tener acceso sin el arte; les pide que eduquen,

con la atracción de sus obras, la dimensión estética de nuestra sociedad y contribuyan a

liberarlo de ese burdo y cruel consumismo que tiene acorralada su alma.

Muchas de las producciones de nuestros medios de comunicación se han

transformado en una banalización del alma de los argentinos. Ya ni siquiera bastan los

espacios netos de ficción: el sucesivo rating de Operación Triunfo, Gran Hermano,

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Bailando por un sueño, es una prueba cabal de las expectativas de inserción social que

tienen nuestros jóvenes: el salto a un espacio público sin responsabilidades ni itinerario

previo; el supuesto “descubrimiento de su personalidad” por la sociedad; el triunfo por la

transgresión máxima o la simpatía o consenso social; la invisibilidad de aquellos que son

los verdaderos ganadores económicos de estas “gestas juveniles”. La Iglesia llama a sus

comunicadores sociales a la creatividad y la novedad, a la responsabilidad pública sobre

sus actos, a contrarrestar el proceso de superficialidad y estupidización de nuestra

capacidad de esparcimiento, superficialidad que nos vuelve fácilmente manipulables por

los centros de poder.

6. El diálogo social

No es verdad que el lugar de lo religioso deba restringirse al lugar de las

decisiones privadas. Sin dejar de tener el debido respeto a la libertad de conciencia y de

decisión religiosa de todo hombre, nos es preciso decir que las Iglesias y los credos

tienen derecho, en nombre de sus fieles y de sus convicciones de sentido, a poseer una

legítima voz pública. El curso de la historia ha enseñado a las Iglesias que su voz no

puede imponerse por la presión y la fuerza; también les ha enseñado que tienen el deber

de hablar. Porque la vida de los hombres y su relación con el Dios en el que creen no se

lleva a cabo sólo en el silencioso lugar de sus palabras interiores: se lleva a cabo en

medio de sus decisiones económicas, su inseguridad, su trabajo, sus propuestas de

futuro. La Iglesia Católica afirma que ella, y todas las otras iglesias, tienen derecho a la

palabra pública; tienen derecho a la interpelación y a la respuesta; y esto, no por su lugar

o su prestigio, sino por la fe de su pueblo.

De ahí que cuando inste al diálogo, no alude a un proceso amorfo y sin

identidades. Incita a la legitimidad de una palabra y de propuestas que surjan desde las

convicciones de los hombres y mujeres; incita a que la dialéctica del amo y del esclavo o

a la enemistad de opresores y oprimidos no sean la clave de sentido último de nuestros

conflictos y oposiciones; incita a no aceptar el avasallamiento de un discurso hegemónico

dominante y sus categorías de modernidad y fundamentalismos.

El diálogo social exige el aprendizaje de los consensos y la ejercitación en el

disenso, la presencia de conflictos insoslayables, la asunción de la réplica. El diálogo

cristiano no es equivalente a la boba actitud de quien tiene miedo a la pelea y a la

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enemistad. Sabe que existen áreas de conflictos, pero piensa que es posible construir una

historia común.

Si esto nos parece ridículo; si nos parecen insuperables nuestros miedos e

insignificantes nuestras posibilidades de acción, entonces no puede ser dicho nada. Pues

las propuestas que necesitamos hacer suponen hombres y mujeres fuertes, no con la

fuerza que procede de su inteligencia, o su nivel social o su riqueza, sino con la fuerza

que procede del Dios Viviente; las propuestas necesitan una comunidad eclesial libre y

austera, realista y arriesgada, cimentada en la fe, vinculada por la caridad, audaz por la

esperanza. Desde esta situación, podremos aunar nuestros esfuerzos con todos aquellos

con los que no nos une la misma fe, pero sí la misma vida sociopolítica y el suelo común

de sus conflictos y alegrías cotidianas. Sin la pertenencia a este Misterio, seremos sólo

agentes híbridos, o dependeremos de nuestra personal capacidad de acción y lucidez, y

esto no es de ninguna manera suficiente.

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