La Pureza de María en África - COLEGIO MADRE …...En cuanto a la población, los principales...

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La Pureza de María en África Libro primero: KAFAKUMBA H. Laura Herrera Castellano rp

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La Pureza de María

en África

Libro primero: KAFAKUMBA H. Laura Herrera Castellano rp

KAFAKUMBA, los inicios…

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Diciembre 3 del 2004

San Francisco Javier. Después de la visita de la M. General, M. Carmen Bennasar a África

Kafakumba 23-04-1975

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Introducción No pretendo escribir un libro, ni hacer historia, sólo quiero contar “algo” de lo pasado en estos treinta y cuatro años en el continente africano que ha dejado huella profunda en mi memoria y sobre todo en mi corazón. ¿Por qué después de tanto tiempo he decidido escribir algunas cosas…? Muy sencillo, en su viaje al Congo, el primero como Superiora General, la M. Carmen Bennasar me pidió que escribiera algo sobre los primeros años de fundación de las misiones de Kafakumba, Kanzenze, Kamina y Lubumbashi, sobre todo para dejar un poco de historia de estos primeros años en África a nuestras Hermanas africanas, europeas y americanas. La verdad es que la idea me agradó, pero no sé si sabré hacerlo; lo intentaré pues así mismo me siento responsable de cara a Dios, a la Iglesia y sobre todo a la Congregación que me ha dado la posibilidad de vivir estos treinta y cuatro años, los mejores de mi vida, en el Congo, y así poder participar con todas las Religiosas de la Congregación que tanto han hecho, contribuido, orado y sacrificado, para que yo ahora, con mis años de experiencia y con lo poquito que soy, sé y puedo, escriba algunas cosillas, para que todas juntas admiremos las maravillas de Dios en África. Primeros recuerdos Hay momentos de la vida que nunca se olvidan y al cerrar los ojos mirando hacia dentro y hacia atrás en el tiempo, me veo el día 21 de abril del año 1975 a las 12 de la noche en el aeropuerto de Barajas, la comunidad de Madrid con M. Sara Ramírez, Superiora, la M. María de las Nieves Armas, Superiora General en ese momento, M. Águeda Moll, Secretaria General, H. Carmen Estarellas y yo, destinadas al Zaire con otro grupo de Religiosas Siervas de San José a las que íbamos a reemplazar en la misión de Kafakumba, dándonos el último abrazo antes de subir el avión de la compañía “Air Zaire” para volar al Zaire, el corazón de África. ¡Cuántos sentimientos entrecruzados…! alegría, pena, temor, confianza, deseos y todo cuanto se quiera añadir, pero el que prevalecía era el de la entrega al Señor en la vocación misionera que Él había derramado en nuestros corazones… Es algo que no se puede explicar, pues Él movía todos esos hilos e iba entretejiendo su OBRA DE LA PUREZA EN ÁFRICA, por medio de nosotras, de todas. Al subir al avión tenía el corazón oprimido y a la vez dilatado. El Señor daba la fuerza, pero quería que gustásemos a la vez del dolor y del gozo, sobre todo nosotras dos que éramos las primeras en abrir camino misionero en la Congregación… Me repetía “¿Cómo he podido meterme en semejante lío?”, pero cuando llegaba esta idea movía la cabeza como si así echara fuera este pensamiento que me impedía lanzarme sin reservas y con confianza en las manos de Dios y de la Virgen. Ya dentro del avión, la compañía “Air Zaire” se dejaba sentir. Vi el avión muy grande, el primero que veía de estas proporciones y con azafatas africanas, mejor dicho “zaireñas” con sus paños (kikwembes) de múltiples colores llamativos alrededor de sus esbeltos cuerpos, sus blusas ceñidas con mangas pomposas y su

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cabello negro azabache trenzado en un peinado artístico que hacía resaltar en su rostro sus hermosos y pronunciados rasgos bantúes. Y así, en medio de esta impresión y primer contacto con el mundo africano, poco a poco el avión fue despegando y yo serenándome y al final pudo más el cansancio, que hizo me durmiera profundamente.

De izquierda a derecha: H. Laura Herrera, Beatriz García Gamarra, Monseñor Irigoyen de Propaganda Fide,

H. Carmen Estarellas, H. Magdalena Llobera

De izquierda a derecha: H. Carmen Estarellas, M. Mª de las Nieves Armas, H. Laura Herrera, H. Ana Mª Vayá

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Historia del Congo Pondré un poco de geografía y nos situaremos, en el tiempo, para poder captar mejor a este pueblo africano. La República Democrática del Congo contiene 2.345.409 Km² y está situada en el centro del África. La altitud máxima es de 5.122 m con el pico Marguerite en los Montes Ruwenzori. El río Congo tiene una longitud de 4.700 km con un caudal de 40.000 m³/s, forma con sus afluentes 14.166 km de vía navegable; el nacimiento está en Musafi, poblado de la región del Katanga (antiguo Shaba), y lleva el nombre de Lualaba. El país hace frontera con Angola, Congo Brazza, África Central, Sudán, Ruanda, Uganda, Burundi, Zambia. El este del país, en el borde oriental, está formado por una cadena de montañas donde se encuentran los lagos de Nyassa, Tanganika, Kivu, Mobutu, Eduardo, que forman fronteras. En la llanura del oeste están los montes Cristal (1.050 m), separando el interior de la parte costera. Al sureste está el macizo del Katanga con una altitud media superior a 1000 m, con profundas depresiones. En cuanto a la población, los principales grupos étnicos (divididos en más de 300 tribus) son los Pigmeos, los más antiguos, situados en la región de Ituri, y los Bantúes, que ocupan la parte más grande del territorio nacional. En cuanto a su historia decir que, en 1482, Diego Cao, navegador portugués, descubre la desembocadura del río Congo. Luego, pasados muchos siglos, en 1874, toda esta zona fue explorada por Henry Stanley. En 1870 hay un acuerdo entre Stanley y el rey Leopoldo de Bélgica y hacen tratados con los jefes locales para crear puestos en el Congo. En 1876 el rey Leopoldo organiza la conferencia geográfica internacional que desemboca en la Organización Internacional africana, responsable de abrir África a la civilización. En el Congreso de Berlín, en 1884, se reconoce el Congo como Estado Independiente y como soberano del rey Balduino se da la independencia al país. Después llegó el momento de la historia del Congo con José Kasavubu y Patricio Lumumba hasta el año 1970, año en el que José Desiré Mobutu Seseseko es elegido presidente. En 1971 Mobutu cambia el nombre del país por el nombre de Zaire (deformación de uzadi que significa “río” en lengua kikongo), nueva bandera, nuevo himno nacional, nueva moneda… En el año 1972 Mobutu tiene conflictos con el que era en ese momento el Cardenal de Kinshasha, Monseñor José Malula. Quita Mobutu los nombres cristianos poniendo los nombres africanizados, tanto en las personas como en los nombres de ciudades, y empieza un momento fuerte y clave para el pueblo: “la Zairanización”. Quita los colegios de las manos de los religiosos y pasan al estado, hace quitar los crucifijos y todo signo religioso de las Escuelas y así, en todo, quiere volver a sus antepasados (los ancestros) viviendo verdaderamente africanizados, desterrando todo lo que huele a europeo, a colonialismo.

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En este ambiente, en abril de 1975, llega la PUREZA DE MARÍA al Zaire… Todo esto dura hasta 1997 con la muerte de Mobutu en Rabat el 6 de septiembre de 1997 y la entrada al país de Laurent Desiré Kabila que sube al poder del país y cambia de nuevo el nombre de Zaire por Congo otra vez, cambia la moneda, la bandera y el himno. Ésta es, a grandes rasgos, la historia de este bellísimo país africano, el Congo, hermoso en su tierra y sus gentes. Kinshasa: En el corazón de África Mi corazón latía más fuerte de lo habitual cuando anunciaron por un altavoz quejumbroso que íbamos a aterrizar en el aeropuerto de Ndjili en Kinshasa (la antigua Leopoldville). Eran las 7 de la mañana del 22 de abril del año 1975. ¿Qué nos recuerda…? Pensé en la entrada de la Madre en el Colegio de la Pureza que fue el 23 de abril de 1870. Todo Gracia. En fecha tan señalada, las hijas de Madre Alberta, por primera vez en su historia, pisaban la tierra del continente africano. “Id hasta el confín del mundo…” “Confiad, Yo he vencido al mundo…”, “La mies es mucha…”, “No temáis… Yo estaré con vosotros…”, “Salvemos, si podemos, un alma…” “Con la protección de la Virgen todo irá bien…”. Estos pensamientos y muchos más, no sé en qué orden, iban en atropello uno detrás de otro en mi cabeza y en mi corazón mientras íbamos recogiendo el equipaje de mano. Cuando llegué a la escalerilla del avión para comenzar a bajar, fue saliendo de mis labios la oración “Bendita sea tu pureza”, tan querida por nosotras, y según la iba diciendo ¡qué impresión tan profunda, tan íntima, tan entrañable tuve cuando mis sentidos fueron percibiendo el cielo africano lleno de nubes, la gente de color que iba y venía sin orden ni concierto, el olor a tierra mojada, el calor sofocante que chocaba contra mi cuerpo dejándome sin aliento y sudorosa, los gritos de ese ambiente de desconcierto y algarabía que es tan típico de este mundo, pero que en ese momento fue chocante y nuevo para mí! Todo me resultó bellísimo, mucho más de lo que yo había soñado e imaginado. Estaba en África y eso henchía mi corazón… cielo, calor, tierra, vegetación, lluvia y, para mí, “un mundo nuevo a conquistar para Cristo”. Pasaron por mi mente, en un instante, San Francisco Javier, Santa Teresita, Livingston, Brazza y, ¡cómo no!, ¡Madre Alberta! ¡Qué deseos tan profundos y distintos en todos y en cada uno de ellos! Yo, a mis 26 años en ese momento, también tenía mis ilusiones, deseos, ansias de aventura, pues para ser misionero, hoy, al cabo de 30 años, me doy cuenta de que se ha de tener espíritu aventurero, aventurero de Cristo y por Cristo. Bajando por las escalerillas y al llegar al último escalón “suspiré” con todas mis fuerzas muy profundamente y, dándome cuenta de lo que hacía, dije: “Madre Purísima Inmaculada… Sagrado Corazón… Madre Alberta… San José…” Siempre he tenido confianza y devoción a San José y nunca me ha fallado y en ese momento no lo pude olvidar. Todo me iba saliendo de mi interior sin ningún esfuerzo, no dependía de mí, me salía, pues para mí era una tabla de salvación en un mundo tan nuevo, tan desconocido, tan lejano y a la buena de Dios… ¿Qué más aventura…?

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El aeropuerto a esas horas de la noche estaba lleno de gente, había vida, gritos, empujones, caras risueñas, lengua desconocida (luego supe que era el lingala). Allí, en el aeropuerto, nos esperaban un padre jesuita colombiano y una religiosa claretiana española que habían sido avisados por una hija de la caridad que también venía en el mismo vuelo. Entre el coche del misionero y un taxi nos llevaron a la casa de las religiosas “du Sacre Coeur” donde nos hospedamos, pues es casa de acogida para religiosas de paso en Kinshasa. Hacía un calor impresionante, miré por la ventana y mis ojos percibieron un gran jardín verde y frondoso, enormes palmeras, hibiscus, esterlicias, enredaderas con hojas que cada una de ellas mediría sin exagerar medio metro. Seguí mirando y vi el colegio, era clásico, de tiempos coloniales, grande y de ladrillos rojos y el patio lleno de niñas de todos los tamaños con sus uniformes nacionales de falda azul marino y blusa blanca. Me parecía estar en un colegio nuestro y pensaba: ¿Cuándo podremos tener un colegio así con tantas niñas en África…? Me dio envidia, santa envidia, y me percate que llegábamos con muchos años de retraso. Por la tarde asistimos a la misa que se celebró en la parroquia de las religiosas del Sagrado Corazón por el descanso del primer párroco de esta Iglesia, había muchísima gente, sobre todo misioneros, celebró el Cardenal Monseñor Malula. Más tarde hablamos con unos y otros religiosos europeos, nos contaban de lo mal que iba el país, del proceso de Zairanización que estaba haciendo el Presidente Mobutu… Querían desterrar todo lo que fuese colonialismo, hombre blanco y, según iban contando, empecé a sentirme una intrusa, una extranjera, de una inutilidad tan grande que supuso un desanimo fuerte en mí, haciéndome repetir en cada momento: ¿Podremos seguir adelante, seremos capaces de hacernos a este mundo, a este pueblo, a esta mentalidad…? Algo interior me decía que sí y a la vez sentía el peso de mi miseria, incapacidad e impotencia… más de una vez respiraba hondo para darme ánimos a mí misma y me repetía: “Confiad, Yo he vencido al mundo” “No temáis… sólo los violentos los arrebataban…” y me acordaba de la Madre y de su entrada en la Pureza y pensé que, a lo mejor, a ella le había pasado lo mismo, que se sentiría como yo ahora. Así, con más o menos brillo, fue pasando ese día 23 de abril que permanecimos en Kinshasa. Por cierto, me pareció una ciudad muy bonita y moderna, por lo menos la parte que vimos, llena de plantas y vegetación muy verde, pues era época de lluvias. En los días que estuvimos en Kinshasa, fuimos de paseo a la embajada de España que se encontraba en ese momento en un barrio residencial de la ciudad, con edificios grandes y modernos. Recuerdo de la primera vez que vi la embajada que era un edificio grande y bien cuidado, donde nos atendió una secretaria española que trabajaba allí, casada con un médico zaireño; meses más tarde este médico lo encontré trabajando en el hospital del Estado de Kamina, pero no a la señora que seguía en Kinshasa. Al terminar de registrarnos en la embajada, nos dirigimos a la casa parroquial de los Padres Scutistas, siendo ellos los encargados de arreglar los billetes de avión y así poder al día siguiente salir hacia Kamina. Esta casa parroquial está al lado del río Congo, uno de los más caudalosos del mundo de 6.700 Km. de río navegable y a donde llegó, en 1482, Diego Cao alcanzando la desembocadura del río e internándose río arriba unos 170 Km. Siglos más tarde, de 1874 a 1877, Henry Stanley lo navegó río abajo desde la actual Kisangani hasta Kinshasa.

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Me emocioné cuando vi las aguas del caudaloso y ancho río y me acordé de estos grandes e intrépidos exploradores de la historia de África. ¿Era posible que yo viese el mismo río que ellos…? Mis ojos miraron a lo lejos y llegaron a la otra parte de las aguas del río que toca el Congo Brazzaville. Me preguntaba: ¿Es verdad que estoy realmente aquí y veo lo que veo…? Me parecía que era una ilusión, pero no. Repetía una y otra vez que me encontraba verdaderamente ahí y que no tendría que olvidar nunca ese momento. De hecho no lo he olvidado. Estaban cruzando el río unos barcos antiguos y destartalados llenísimos de gente y otros que se disponían a hacer lo mismo, una gran multitud llena de colorido por sus ropas y paños llamativos que, en medio de sus empujones, lograban embarcarse. Yo miraba sintiéndome poco a poco un miembro más de este mundo africano que sin darme cuenta iba calando e infiltrándose en mi vida y en mi alma. Me sentía a gusto y feliz en ese momento y lo recuerdo como si fuera ahora mismo. Hay impresiones que no se olvidan a lo largo de la vida: Yo, ahí de pie, junto a las aguas del río Congo. Todo estaba comenzando. Viaje hacia Kamina El día 24 de abril estábamos de nuevo en el aeropuerto de Kinshasa esperando para embarcar en un vuelo nacional más pequeño para ir hasta Kamina. Me llamó la atención las corridas, empujones y codazos que nos íbamos dando todos los viajeros que teníamos que subir al avión en el momento que nos llamaron. La gente iba con maletones, bolsos de mano a reventar, bultos respetabilísimos sobre la cabeza y nosotras, para no quedarnos atrás, íbamos también arrastrando penosamente todos nuestros bártulos. Dentro del avión era un griterío y corrida de un lado a otro para coger sitio… La tripulación, de brazos cruzados, ni se inmutaban, sería eso normal en cada vuelo. Al ver el panorama me dije: “Sálvese quien pueda” y fui haciendo lo mismo que los demás viajeros hasta que encontré dos asientos libres. Impensable encontrar algún armario arriba del asiento, así que lo más rápido posible que pude, a causa de los empujones, caí en el asiento y los dos bolsos voluminosos que llevaba los deposité sobre mis piernas con una gran presión para que cupiesen y eso que en esa época yo estaba bien delgadita. Basta decir que no pude abrocharme el cinturón de seguridad por no tener espacio material, ni pude moverme, ni dejar los bultos en otra parte. Estaba tan lleno el avión que en asientos de dos iban tres personas, con el respectivo equipaje para poder dejar el pasillo libre. Pensé: ¡Bueno, esto es un autobús volando…! y no pude contener la risa, pues era una situación verdaderamente cómica. Una señora (mamá) viajera llevaba también una gallina que de vez en cuando nos deleitaba con su melodioso “kikirikí”… y más cosas… El avión despegó y se mantuvo en el aire Dios sabe cómo. Durante el trayecto hizo escala en otra ciudad del Congo, Kananga (en la región del Kasai), donde pasamos una hora. Allí, en la sala de espera, nos saludó un pastor protestante inglés con toda su familia. El hombre tuvo la delicadeza de acercarse a nosotras aún sin conocernos.

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Emprendimos de nuevo el vuelo llegando a Kamina a eso de las cuatro de la tarde. El avión aterrizó en Kamina Basse, la Base militar que está a veinte kilómetros de Kamina-Ville. Nos esperaban dos Siervas de San José y Paul, un belga cooperante que ha trabajado de profesor durante muchísimos años en Luabo. Saludamos a las Siervas que nos esperaban a H. Carmen Estarellas, a mí y a las otras dos Siervas de San José, una tal Carmen que salió años más tarde y Pilar Tarazino que ha fallecido y con las cuales hicimos juntas el viaje desde España. Ambas estudiaron en Amberes, con nuestra H. Magdalena Llobera, el curso de medicina tropical que necesitaban para poder ejercer en los hospitales del Congo. Nos paramos dos veces, una para entregar un paquete en la casa del Obispo de Kamina, Monseñor Bartolomé Malunga, y otra en el convento de las religiosas de María de Pittem, belgas, que trabajaban y hacían su apostolado con los militares y familias en el hospital y Foyer social de la Base. Como era la hora de merendar nos ofrecieron una rica y abundante merienda con café y tartinis tan típicos belgas. Al cabo de un rato montamos en el jeep de las Siervas para ir a la misión de Luabo, a cincuenta kilómetros de Kamina. Durante el viaje nos parábamos en cada hoyo para poner agua al motor que estaba estropeado y sólo hacía que perder. El paisaje hasta llegar a la misión me impresionó; empezaba a ver casitas, de ladrillo y techos de paja, desparramadas en grupos a lo largo del camino. Todo estaba verde, lleno de vida, pujante y fresco y al pasar por los pobladitos la gente, al oír el ruido del coche, salía a saludarnos, sobre todo el enjambre de niños. Todo eran niños y gente joven que movían sus brazos y saltaban al vernos pasar. Una de las paradas la hicimos en un puente y ya estaba oscuro, pues aquí a las seis de la tarde oscurece de golpe. En este puente la luna se reflejaba en el riachuelo. Las cuatro misioneras recién llegadas fuimos recibidas con una maravillosa luna llena. Todo lo que veía y vivía entraba dentro de mí y me superaba… Alrededor de las nueve de la noche llegamos a la misión de Luabo. La acogida que nos hicieron las religiosas Siervas de San José fue verdaderamente sentida. Desde el primer momento nos encontramos a gusto entre ellas. Fuimos a la capilla donde entonaron un himno de acción de gracias y luego la cena. Fue un día lleno y completo para la H. Carmen Estarellas y para mí, todo nuevo y abierto a la esperanza para nuestra Congregación. Allí estaba la misión de Luabo con construcciones de épocas coloniales: la Iglesia con la casa parroquial donde vivían los padres franciscanos belgas flamencos, la Escuela normal, las Escuelas Primarias, el hospital, internado de niñas y niños y el convento de las religiosas. Me llamaba la atención las construcciones, todas hechas de ladrillo rojo y tejas grandes, en medio de la selva, y luego cielo y sabana sin fin… Cuando se viene de grandes ciudades europeas es un impacto impresionante el que causa ver tanta extensión de terreno fértil y verde donde tus ojos no llegan a ver el final. En este contacto con la naturaleza salvaje y virgen que te envuelve, me sentí perdida… pero en las manos de Dios. Otra cosa que me llenó fue el despertar cada mañana en esta tierra africana. Amanece pronto y, de repente, comienzan los trinos de infinitos pájaros que te van despertando suavemente con deseos de levantarte y alabar al Señor y no pude

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menos, en ese primer despertar, que rezar en mi interior mirando por la ventana el canto a las criaturas de San Francisco: “Bendito seas mi Señor por el hermano sol que abre el día y es bello…” Visitamos la misión y los alrededores. En la misión había cuatro padres franciscanos: Justín, Nicolás, Ignacio y Canisio, muy viejecito, todos belgas. En un chalecito aparte vivía el laico profesor belga, Paul, que daba clase en la Escuela Secundaria de la misión dirigida por el P. Ignacio. A eso de las dos de la tarde llegaron de Kafakumba la H. Magdalena Cañibano, que era la Superiora, y la H. Sacramento, comadrona, que iba destinada a la misión de Kayeye de las Siervas de San José. Al rato llegó el Obispo Malunga de la Diócesis de Kamina. Todos lo saludamos y estuvimos con él hasta que se fue. Al día siguiente, veintisiete de abril, nos fuimos la H. Carmen y yo con varias religiosas Siervas de San José a la misión que ellas tienen también en Kabondo. Fuimos recibidas muy cordialmente y recorrimos la misión. A la mañana siguiente, después del desayuno, viajamos hacia la misión que también tienen las Siervas en Kayeye, el viaje fue una odisea pues varias veces el coche se paró, tuvimos un pinchazo y no sé cuántas cosas más, pero al final llegamos a Kayeye donde las religiosas nos recibieron muy cariñosamente. Vimos la misión y alrededores y el día veintinueve de abril regresamos a Luabo llegando al atardecer. Hicimos los preparativos pues a la mañana siguiente emprenderíamos nuestro viaje hacia nuestro primero y nuevo destino en África: Kafakumba, la misión que la Congregación tomaba reemplazando a las Siervas de San José, pues preferían estar en una sola Diócesis y con una sola lengua para aprender. Ellas tenían en la Diócesis de Kamina varias casas donde se habla el luba, mientras que Kafakumba pertenece a la Diócesis de Kolwezi y allí se habla el Tshokwe. Por ese motivo buscaron otra Congregación para que las reemplazaran. El Señor nos eligió, comenzando para nuestra Congregación Pureza de María un nuevo reto: la vida misionera. Por fin llegó el día de partir… Era el treinta de abril y las Siervas nos despidieron con mucho afecto. Salimos muy de mañana, pues teníamos que hacer cuatrocientos kilómetros de selva hasta llegar a Kafakumba. Íbamos en el jeep la H. Magdalena, que era la Superiora y fundadora de Kafakumba de las Siervas de san José, también venía otra Sierva, Concha, para encargarse de la maternidad y sustituir a H. Sacramento hasta que llegasen nuestras religiosas, H. Carmen Estarellas y yo. Emprendimos el viaje. ¡Qué maravilla de naturaleza…! Se veían todas las tonalidades de verde y amarillo cubriendo esa gran extensión de terreno, de ríos, pantanos, selva y el silencio de la tierra inmensa… Sentía en lo más hondo de mí misma esa inmensidad de Dios que es causa de su presencia… todo hablaba de Dios y, como dice san Juan de la Cruz,: “Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura y, yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura”. Entre tanto íbamos atravesando pobladitos hechos con adobe y techos de paja ¡qué precioso espectáculo…! Me parecía un sueño ver todo lo que veía. Todo me gustaba, lo encontraba bellísimo, a pesar del camino de barro lleno de baches y agua que, a ratos, nos cubría medio jeep y nosotras saltando de un lado a otro sin parar como una batidora…

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Durante el trayecto veíamos gente que viajaba de un pobladito a otro a pie o en bicicleta. Las mamás con sus hijos colgando en la espalda y sobre la cabeza transportaban leña, paja, palanganas llenas de raíces, manioca… ¡Increíble cómo mantienen el equilibrio y con qué soltura caminaban balanceando a paso rítmico sus caderas! Impresionante... Los hombres iban con bicicletas llevando enormes sacos de carbón y sudando a mares. Al atardecer, a eso de las cinco, en la puesta de sol, llegamos a Kafakumba. Kafakumba ¡Qué decir de Kafakumba…! Un paraíso terrenal, una joya perdida en el corazón de África, una misión de ensueño, lindísima, coquetona en medio de la selva y rodeada de grandes poblados llenos de gente, de vida, de risas, de cantos… Kafakumba, el nuevo cielo de la Pureza, y ahora después de tantos años, tan querida por nosotras, es nuestra “Casa Madre en África”. ¡Qué contar de Kafakumba…! El nombre viene de un jefe que vivía ahí antes de la llegada del hombre blanco, se llamaba Kumba y murió. Muerte en lengua tshokwe es Kufwa y a esa zona de terreno donde estaba anclada la tribu Tshokwe con su jefe la llamaron Kafwakumba. Con el correr del tiempo acabaron pronunciándolo: Kafakumba. Kafakumba es una misión construida en los años treinta por los padres franciscanos belgas flamencos que ocuparon, para evangelizar, toda la zona de las Diócesis actuales de Kolwezi y Kamina pertenecientes a la región de Katanga. La región de Katanga, cuando llegamos se llamaba región de Shaba, que quiere decir en swahili “cobre”, ya que es zona riquísima en este mineral. El pueblo duerme sobre un colchón de minas de cobre, manganeso, zinc, cobalto… es una de las regiones más ricas del país. La misión está situada en plena selva, a cuatrocientos kilómetros de la ciudad minera de Kolwezi y a ochocientos kilómetros de Lubumbashi (la antigua Elisabethville). Kafakumba está rodeada cada 100 Km. de otras misiones que en su tiempo fueron también construidas por los padres Franciscanos pero que están en pequeñas ciudades que se fueron formando a su alrededor como las misiones de Sandoa, Diloló (frontera con Angola), Kananga (donde está el Gran Jefe del pueblo Lunda), Kalamba, Kasaji, Mutshatsha, todas pertenecientes a la Diócesis de Kolwezi. Cuando llegamos a la misión de Kafakumba estaba al frente un padre franciscano belga (de Overpell, frontera con Holanda), flamenco, alto, delgado, con perilla, el famoso P. Erick Hendrik, un misionero de talla que tanto me enseñó y ayudó en mis comienzos misioneros. Y también estaban las Siervas de San José a las que íbamos a reemplazar.

Llegamos por fin a Kafakumba a las 16,30h de la tarde del 30 de abril. En el convento de las religiosas nos esperaban dos Siervas de San José, la H. Ángela y la H. Lourdes. El recibimiento fue un poco frío comparado con sus otras casas que visitamos. Fuimos enseguida a saludar al famoso P. Erick y luego al Señor en la capilla de las religiosas. Le dimos gracias al Señor y a la Virgen y le pedimos que nos

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ayudaran a llevar la nueva obra de nuestra Congregación. Al día siguiente empezaba el mes de mayo y me acordé de nuestra Madre Alberta que nos decía: “Con la protección de la Virgen todo irá bien…” Enseguida de cenar nos fuimos a descansar, pues estábamos verdaderamente rendidas entre el cansancio y las emociones. En nuestro primer día en Kafakumba asistimos a las seis de la mañana a la misa en la Parroquia de la Misión, ofreciéndola nosotras en particular en acción de gracias por encontrarse nuestra Congregación Pureza de María en tierra africana, y pidiendo al Señor su fuerza y su gracia para poder dar mucho fruto y gloria a Dios. A la salida de la parroquia, saludamos a los cristianos: ¡qué alegría, qué emoción, qué mundo nuevo…! Los primeros días, semanas y meses fueron un poco duros para todos: distintas formas de vida, mentalidad completamente diferente a la nuestra, lengua tshokwe desconocida y, sobre todo, que a las religiosas que estaban allí les costaba mucho dejar la Misión, como es natural, pues estaban desde el año 1966. Fue duro para nosotras, dos novatas; la gente con nosotras lo hacía estupendamente bien, tenían mucha paciencia… Reconozco que el pueblo congolés, en este caso la “tribu tshokwe” donde nos tocaba vivir, es un pueblo simpático, sufrido, amable, bueno, acogedor, paciente, trabajador… Poco a poco, día tras día, íbamos encajando en esta gran diversidad de raza y cultura, en esta riqueza inagotable de Dios que a todos nos ha creado y hecho a su imagen y semejanza para adorarlo, servirle, amarlo en esta vida y luego ser feliz con Él en la vida eterna. La base y fundamento de todo ser humano, sin excepción de nada. La Misión está formada por varios pabellones separados. El centro de la Iglesia, grande y bonita, está dedicado a San Pedro y San Pablo. En la casa de los Padres, aunque sólo había uno, vivía el famoso P. Erick de unos sesenta años, pues el otro que estaba, el P. Simón, hacía un año que había fallecido en Bélgica. Al lado estaba el convento de las religiosas, de construcción más reciente, pues lo construyeron en el año 1966 para recibir a las primeras religiosas que llegaban a la Misión, las Siervas de San José. Desde la casa, muy linda y práctica, por medio de un lupango (en tshokwe quiere decir: jardín, huerta…) se llega a la casa de los Padres y al internado de la niñas. Un poco más lejos, el Hospital, con los pabellones de dispensario, sólo para la hospitalización de hombres, y otro para las mujeres y la maternidad. En la parte de detrás de la maternidad y un poco más alejado está el cementerio. También en el recinto de la Misión había una casa grande, sola, para hacer foyer (costura) con las señoras, donde se les enseñaba a coser, tricotar, cuidar a las niños, etc. Algo más apartado y en forma de U una serie de habitaciones, donde se alojaban unas mamás ancianas echadas de sus clanes y poblados por hechiceras, viniendo a refugiarse a la Misión. Al lado de nuestro convento, está la Escuela Primaria de niños/as. Como ya he explicado antes, el movimiento dado por el presidente Mobutu de la zairanización y autenticidad del pueblo prohibió en las Escuelas y lugares públicos los crucifijos, las clases de Religión, el uso de nombres cristianos, trajes europeos. Por esta razón y desde entonces las mujeres y también las religiosas comenzaron a vestirse y llevar el tshikwembe, es decir, el paño tradicional auténtico de sus antepasados: “Kahilu, Kona, Mutombo, etc.”

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En las Escuelas los Directores tenían obligación, antes de comenzar las clases del día, de agrupar alumnos y maestros en la entrada de la Escuela o el patio para la “animación”, esto es, una serie de cartas y slogans resaltando al Presidente como salvador, y también sus valores tradicionales finalizando con el Himno nacional “La Zaïrois”. Cada mañana a las siete y media me iba delante de la Escuela para ver el espectáculo. Alumnos y maestros en círculos y unos chicos/as en medio con los tantanes para dirigir y animar los cantos del día. Ya fuera un profesor o un alumno gritaban los slogans como “Mobutu, ¡oye!; salvador ¡oye! ¡Ah…! !Oh…! y así una retahíla de piropos que todos cantaban a coro. Y al terminar, que a veces duraba esa animación más de media hora excitando a los niños y jóvenes, tamborileaban y cantaban todos juntos bailando sus danzas al ritmo del tantán. Me gustaba verlo, no tanto por lo que decían, que no entendía nada ya que lo cantaban en tshokwe o en kiswhailli, sino por ver y sentir su ritmo, sus bailes, su música, que lo llevan en su sangre, en su vida, en su pueblo, en su raza… El himno era el siguiente que lo anoto por curiosidad, la música es muy bonita, al menos a mí me gusta. Decía así el himno que ha durado hasta la caída de Mobutu en el año 1998. El himno: « La zaïroise » Zaïrois dans la paix retrouvée, Peuple uni nous sommes zaïrois, en avant fier et plein de dignité, peuple grand, peuple libre à jamais. Tricolore en flamme nous du feu sacré Pour bâtir notre pays plus beau autour d’un fleuve majestueux. (2x) Tricolore aux vents ravis de l’idéal qui nous relie aux aïeux á nos enfants paix, justice et travail. (2x)

H. Laura Herrera H. Carmen Estarellas

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Nuestros primeros meses en Kafakumba Estos primeros meses en Kafakumba fueron duros. Las Hermanas Siervas de José de Kafakumba estaban molestas porque su Congregación decidió dejar Kafakumba y allí nos presentamos nosotras sin tener ellas casi idea de lo que se proponían sus Superiores mayores. La acogida fue un poco seca y tirante, cosa que al paso del tiempo lo fuimos comprendiendo. El P. Erick estaba seco e irónico con nosotras, pues le costaba mucho que las Siervas tuvieran que irse y las monjitas, por su parte, haciendo todo lo posible por desanimarnos a ver si regresábamos a España y así ellas permanecían en Kafakumba. La H. Carmen y yo no entendíamos nada, pero nos llenamos de paciencia…

Encontramos en Kafakumba tres Siervas de San José que luego fueron cambiando, la única que permaneció con nosotras todo el tiempo fue la H. Magdalena Cañibano, que era la Superiora, la cual murió el año 2006, en marzo. Era una bellísima persona y, a pesar de todo este enredo, quedamos con las Siervas estupendísimamente bien, queriéndonos y ayudándonos mutuamente hasta el día de hoy.

El P. Erick venía todos los domingos a comer y cenar con las religiosas, pues ese día su cocinero lo tenía libre. Recuerdo lo mal que pasaba estos momentos y no había manera que la comida me entrara, era para mí una verdadera penitencia… Durante este tiempo nos dijeron de ir a la Misión de Luabo para hacer los Ejercicios Espirituales con un sacerdote español, el P. Luis, junto con las Siervas, ya que eran ellas quienes lo organizaban.

Vinieron también para hacer los Ejercicios tres religiosas Franciscanas Misioneras de María, todas españolas: la H. Rosario, Superiora de la Misión de Diloló Gare, la H. Carmen de la misma comunidad y la H. Catalina Estarellas de la misión de Sandoa. Esta H. Catalina Estarellas era alta, grande, fuerte y del mismo pueblo de nuestra H. Carmen Estarellas, de Buñola, se conocían de jóvenes aunque no son familia a pesar de tener el mismo apellido. Se enteró Catalina de la llegada a Kafakumba de las Religiosas de la Pureza de María y encima que una de ellas era la H. Carmen Estarellas. Poco tiempo le faltó y por eso se apuntaron para hacer Ejercicios y venir a Kafakumba a vernos y recogernos para irnos todas juntas a Luabo. ¡Qué alegría tuvieron encontrarse en la otra punta del mundo después de tantos años…! Así que el 3 de julio, después del desayuno, partimos en el jeep de las religiosas Franciscanas, la H. Magdalena (Sierva de San José), las tres Franciscanas y la H. Carmen Estarellas y yo rumbo a Luabo, donde al día siguiente comenzaban los Ejercicios. A eso de las diez de la mañana hicimos un alto en el camino, pero inútilmente… así que nos lo tomamos con filosofía y el tiempo pasaba. En esa espera pasaron dos hombres de edad avanzada en bicicleta, se pararon y vieron que no había nada que hacer y que iba para largo, así que de las cosas que llevaban sacaron seis plátanos y nos dieron uno a cada una, cosa de agradecimiento infinito. La gente que iba pasando a pie de un pobladito a otro, o bien los que iban a trabajar a sus campos de manioca avisaron al poblado de Kawaya y a eso de las cuatro de la tarde llegó un gran grupo de jóvenes, viejos y niños para empujar el coche hasta el poblado. Así lo hicieron y entre cantos, gritos de animación y sudores empujaron el jeep (que es fácil decirlo, pero no hacerlo) unos doce kilómetros que faltaban para

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llegar a Kawaya. Empezaron con muchos bríos pero al cabo de cinco ó seis kilómetros descansábamos, fue agotador. La tarde iba cayendo y tomamos como recurso una linterna para iluminar, poniéndonos delante del jeep para poder ver algo. La noche era oscura, las estrellas y la luna en su cuarto creciente eran las únicas luces que alumbraban el camino. No dudamos que el Señor y la Virgen premiaban a estos hombres que vinieron con todo su corazón generoso a ayudar a sus misioneras. Así es el hombre africano… Las horas pasaban, eran ya las ocho y no llegábamos, sólo divisábamos una luz de fuego aún muy lejana que de vez en cuando desaparecía. Al cabo de un rato oímos gritos de alegría de mujeres y niños que salían a nuestro encuentro. ¡Por fin llegamos a Kawaya! Me acordé de la entrada de Jesús en Jerusalén… Ya tenían preparada una gran hoguera para calentarnos, pues el frío empezaba a apretar. Aquí, en la época de sequía, por las noches refresca fuertemente. Nos sentamos alrededor del fuego y la gente junto con nosotras. Estuvimos un rato largo. En lo que servía de Escuela, nos prepararon cuatro catres hechos con caña de bambú y encima unas esteras. Me impresionó ver cómo esta gente nos daban lo que tenían: su comida, su techo, sus esteras…y me acordé de los dos céntimos que la pobre viuda del Evangelio echó como ofrenda al Templo y Jesús alabó diciendo que ella había dado todo lo que tenía. Esto mismo habían hecho estas gentes con nosotras. Dentro de mi corazón le pedía al Señor que los recompensara como sólo Él sabe hacerlo… Para mí fue una gran lección que a lo largo de los años en este país he ido viviendo, esta acogida y hospitalidad del pueblo africano. Eso fue sólo la primera noche pues estuvimos allí de parada y fonda durante tres días. Íbamos al río a lavarnos y a rezar a la Iglesita católica con los cristianos, charlábamos con la gente lo que podíamos y vivíamos entre ellos y así iban pasando las horas. Nos tuvieron que dar de comer esos días que estuvimos allí y se lo repartían distintas familias cristianas del poblado y también otras Iglesias, como los metodistas y alguna secta por ahí desparramada. Cuando quisimos pagarles dijeron que ya estaba pagado porque las religiosas nos dedicamos y venimos por ellos. Durante esos días siempre teníamos niños y gente a nuestro alrededor, era una grandísima novedad lo que en ese pobladito estaban viviendo. En la capilla a la que íbamos a rezar con los cristianos por las mañanas al salir el sol, había un cuadro de Jesús y otro de la Virgen donde nos reuníamos para comenzar nuestra plegaria. El catequista presidía las oraciones y también se rezaba el Rosario y se acababa con unos cuantos cantos religiosos. Me llamó la atención que entre sus rezos uno iba dirigido a San Francisco Javier. Por las noches nos reuníamos los cristianos y los que no lo eran alrededor del fuego para así mitigar el frío que hacía, aunque parezca mentira. Todo esto que iba viviendo calaba en mi interior, descubriéndome otra manera de ver las cosas y las personas.

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Otro acontecimiento que vivimos en este perdido pueblecito fue una boda según sus costumbres. Yo lo seguía paso por paso sin pestañear pues fue curiosísimo para mí en ese momento. Los novios estaban sentados cada uno en una silla con unas caras tristes y compungidas. A la chica la habían traído de otro pobladito entre cantos y gritos de júbilo de las mujeres que la acompañaban en el festejo. Traían las mujeres en sus cabezas diferentes objetos como cacerolas, escobas, azadones, cubos, y no sé cuántas cosas más de este estilo. Al llegar el cortejo delante del novio y su familia, todas estas mujeres empezaron a dar consejos a la novia sobre cómo tratar al marido, ser buena esposa, preparar la comida, trabajar el campo… y así de esta manera tomaron posesión los novios de su nueva casa. Pasaron varias horas de esta ceremonia y los novios escuchando toda esta retahíla con una tristeza en la cara que a mí me daba pena y ganas de llorar al ver ese panorama. Todo esto me lo fue explicando un maestro del pobladito. Al cabo de no sé cuánto tiempo, se acabó este ritual que no llegué en ese día a captar su significado pero que ahora ya lo veo diferente y lo comprendo, pero lo cuento tal cual lo viví en ese momento con sólo dos meses de estancia en el Zaïre. Siguieron con sus danzas y cantos durante tres días que duraban los festejos matrimoniales. Por fin a las ocho de la tarde del tercer día de estar en Kawaya, apareció el jeep de Luabo después que llegó el ciclista con la carta que enviamos contando nuestro percance. Vino a rescatarnos el P. Ignacio (belga) de unos cincuenta años y que era Director de la Escuela Normal de Luabo y muy querido por los chicos. Este Padre, al cabo de algún año, murió casi de repente a causa de una trombosis. También venía el laico belga cooperante, Paul, y la H. Matilde de San José que yo conocí en Roma y que llegó al Zaïre algún mes antes que nosotras. Trajeron bocadillos, café y agua. Después que el Padre y Paul arreglaron provisionalmente el jeep, partimos con dos coches hasta Luabo. Nos despedimos de esa buena gente dándoles las gracias de corazón, dándonos ellos también su adiós con toda la cordialidad y alegría que los caracterizan. Cerca de la una y media de la madrugada hicimos nuestra aparición en la Misión. Todas las ejercitantes nos esperaban; luego nos fuimos a descansar, pues al día siguiente teníamos que incorporarnos a los Ejercicios con tres días de retraso. Al levantarnos nos dieron la gran alegría: que nuestra Madre General, María de las Nieves Armas, y la Secretaria General, M. Agueda Moll, llegaban al Zaïre el nueve de julio. Sobra decir nuestra alegría. Viajaban con la Delegada de las Siervas de San José, que en ese momento era Raquel Pereira, y un padre jesuita mayor, el P. Torres, que venía a pasar el verano a Luabo, Asunta Oriol que era hija y sobrina de la famosa familia Oriol que creo que uno era Ministro y fue secuestrado por ETA en tiempo de Franco y que además eran algo del Talgo, o sea una chica de muy buena familia. Durante los años que estuvo Asunta Oriol en Luabo tuve mucho contacto con ella y nos llevamos muy bien, éramos de la misma edad.

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En ese momento, como lo he dicho antes, la Delegada de las Siervas era Sr. Raquel que residía en Luabo y la Provincial de Andalucía, a donde pertenecen las Misiones del Congo, Sr. Teresa Murcia. Ésta última, cuando terminó su mandato al año siguiente, se metió clarisa en un Monasterio del Zaïre, en la Región de Kasai. Años más tarde la encontré de paso en Lubumbashi en dos ocasiones y charlamos largo y tendido. Ahora está destinada en otro país de África de clarisa, ¡cosas de la vida! Pues como decía, estas dos Siervas fueron las que tramitaron con nuestros Superiores el paso de la Misión de Kafakumba a la Pureza y fue también por medio del P. Gordon, jesuita y profesor de la Gregoriana, el encuentro entre las Siervas y nosotras. Al P. Gordon lo conocí en esos momentos en Roma, pues yo estaba ahí de juniora. En el año 1982 vino el P. Gordon al Zaïre para dar Ejercicios Espirituales a las Siervas y quiso acercarse a Kafakumba para saludarnos y estar unos días con nosotras, detalle que se agradece mucho en estas tierras. Por fin llegó el 10 de julio de 1975, día de la llegada de nuestra Madre General, Mª de las Nieves Armas, y M. Agueda Moll a Kamina y de allí las llevaron a Luabo. Sobra decir y explicar el encuentro, pues ya se puede imaginar la emoción y alegría tan grande. Con ellas viajaba, como he dicho, el P. Francisco Torres. Este Padre algún año antes estuvo en Luabo dando Ejercicios a las Siervas y le encantó tanto África que pidió permiso al P. Arrupe para venir algunos años a trabajar a estas tierras. Este Padre siempre deseó ir a misiones pero debido a otros cargos que tuvo en la Compañía como Provincial de Andalucía, Maestro de Novicios y Juniores nunca pudo realizar su deseo hasta este momento, ya que era mayor. Como detalle digo que era cordobés, un santo jesuita, sabio y saladísimo, como buen andaluz, y que fue el formador del P. Gordon, y los Padres José Caba y Ruiz Jurado, que tan bien conocemos en nuestra Congregación. Ayudó el P. Francisco Torres al entonces Obispo de Kamina, Monseñor Bartolomé Malunga, y a todas las religiosas, teniendo nosotras también mucho que agradecerle. La gente de Luabo que lo conoció todavía lo recuerda por el bien que hizo con su sencillez y cercanía al pueblo. Llegó el momento de partir a Kafakumba y, como éramos mucha gente para viajar en un solo coche, nos acompañó el jeep de Luabo y así recogerían a las otras dos Siervas de Kafakumba para la segunda tanta de Ejercicios. Vino con nosotras el P. Torres para acompañarnos y también conocer Kafakumba. El jeep de las Franciscanas comenzó de nuevo a no marchar y el otro jeep tuvo que remolcarlo. A cada momento se rompía la cuerda que pusimos para tirar un coche del otro. Una de las veces paramos en un lugar donde había una invasión de mosquitos, era un espectáculo digno de contemplar ver a todas las monjas y al P. Torres con la cabeza cubierta con los paños y espantando los mosquitos que entraban por la boca, nariz, oídos… Reímos muchísimo ante este panorama, pues no era para menos. En lugar de cuerda decidimos poner un palo grueso para aguantar más kilómetros en marcha y así fue, aunque íbamos lentísimo llegando a Kawaya, el poblado donde estuvimos los días anteriores, a eso de las siete de la tarde y ya todo oscuro. Por ser tarde y faltar aún muchos kilómetros hasta Kafakumba, se prefirió

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que el coche estropeado de las Franciscanas se quedase hasta el día siguiente, que vendría el de Kafakumba con lo necesario para remolcarlo. Nos quedamos las Franciscanas y yo y el otro jeep partió llegando a Kafakumba a media noche. Así que volvía a pasar la noche en la famosa escuelita. Al día siguiente, a eso de las doce del mediodía, llegó el jeep de Kafakumba y comenzó a tirar del otro jeep pero sólo duró una hora pues se rompió el parachoques y no había sitio para enganchar la cadena. Otra vez se fue el jeep a Kafakumba a por la pieza que le faltaba al coche de las Franciscanas para que pudiese marchar por sí sólo. Regresaron con la pieza a eso de las cinco de la tarde y, ya cerca de Kafakumba, encontramos fuego por el camino porque al ser época de sequía aprovechaban para quemar la selva. Tuvimos de nuevo que parar y comenzar a echar tierra al fuego pues al ser el jeep de gasolina tenía peligro de incendiarse. Después de todas las penurias se llegó a Kafakumba. Al día siguiente el coche de Luabo regresó a su Misión con las otras dos Siervas para hacer los Ejercicios en la segunda tanda. Las Franciscanas de María, después de comer, se fueron a sus Misiones respectivas, tras haber arreglado el coche, y nosotras nos quedamos en Kafakumba con dos Siervas. La M. Armas y la M. Águeda vieron el problema y la postura del famoso P. Erick y de las Siervas, y eso que el Padre fue educado con ellas cuando fueron a saludarlo. En esos días nos paseamos por la misión con las Madres, tuvimos clases de Kiswahilli para aprovechar el tiempo con el Director de la Escuela Primaria de la Misión, José Kanunda. El P. Torres venía cada día a celebrar en la Capilla de las Religiosas y también se quedaba un rato largo con nosotras amenizando y haciendo que la situación fuera menos seca. El día veinte de julio llegaron a Kafakumba, como habíamos quedado, la M. Raquel para luego irnos todas juntas a Kolwezi a saludar al Obispo y concretar. Desde allí las Madres partirían a España sin volver a pasar por Kafakumba. La Madre General y la Madre Secretaria fueron por la tarde junto con la M. Magdalena Cañibano (Sierva de San José) a despedirse del P. Erick, que lo hico muy bien y educadamente. Al regresar al convento de las religiosas, la M. Magdalena dijo a nuestra Madre General que nos deseaba suerte y que el Obispo nos daría otra Misión. Nos dolió en el alma pues se vio claro que ella y el P. Erick no querían que nos quedáramos pues todo fue poner dificultades. Llegó de nuevo el día de ponernos en camino repartiéndonos entre el jeep de Luabo y el de Kafakumba, pues iban, además de la H. Carmen Estarellas y yo, el catequista de Kafakumba, Tshikomba, la H. Lourdes (Sierva de San José), el P. Torres, Asunta Oriol (la chica seglar), la H. Raquel, nuestra Madre General y la M. Moll. Íbamos a Kolwezi donde reside el Obispo, Monseñor Floribert Songasonga Mwitwa, que fue nombrado Obispo el 24 de agosto de 1974, o sea unos meses antes de nuestra llegada de Zaïre. El anterior Obispo era Monseñor Keppens (franciscano belga).

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Señalo lo del nombramiento porque Monseñor Sonsasonga y nosotras empezamos como quien dice juntos nuestro trabajo en la Diócesis de Kolwezi, naciendo y creciendo con el paso del tiempo una gran simpatía y aprecio mutuo. Mpala A 40 Km antes de llegar a Kolwezi estaba la misión Mpala, donde vivía el P. Comisario (provincial) de los franciscanos, el P. Paulín ya mayor, pequeño de talla y con una barba blanca. Esta misión de Mpala estaba sólo a 10 Km de Kanzenze. Digo estaba porque, en la guerra de 1978-80, los Padres se tuvieron que ir de la Misión lo mismo que las religiosas de “María Pittem” que estaban en Kanzenze. Mpala tenía, en el año 1975, una grandísima extensión de terreno cultivado en maíz, manioca, toda clase de legumbres y verduras de todo tipo, árboles frutales, ganado menor y carpintería. Con todo lo que sacaban de la venta de estos productos vendiéndolos en Kolwezi mantenían en parte a los franciscanos de las Misiones del interior, pero en ese momento que lo visitamos ya no era así debido a las circunstancias del país. Los franciscanos tenían también esta casa como “Embajada Franciscana”, pues a veces los sacerdotes franciscanos extranjeros podían tener problemas con los respectivos Obispos y autoridades políticas, refugiándose entonces en esta Misión donde ya no les podían hacer nada. Llegamos los viajeros a Mpala. Saludamos al P. Paulín y a los tres hermanos franciscanos, todos belgas, que habitaban allí. Nos presentamos al Padre Comisario contándole un poco el problema de Kafakumba con el P. Erick. El P. Comisario prometió ayudarnos y nos animó a quedarnos en Kafakumba. Al finalizar esta visita se continuó el viaje hacia Kolwezi. Nuestra visita al obispo de Kolwezi Llegando a Kolwezi nos hospedamos en el Convento de las Religiosas Chanoinese de San Agustín “Religiosas de Notre Dame de Lumière” menos la H. Lourdes (Sierva de San José), Asunta Oriol y yo que fuimos alojarnos en el Convento de las Hermanas de María de Pittem que tenían en Kolwezi. Al día siguiente de Sta. Magdalena, nos presentamos en el Obispado, para visitar a Monseñor Floribert Songasonga, la M. Armas, M. Moll, P. Torres, H. Raquel (Sierva de San José), H. Carmen Estarellas y yo. Fuimos para saludar y presentarnos oficialmente al Sr. Obispo de la Diócesis de Kolwezi, a donde pertenece la Misión de Kafakumba. El Obispo era joven en ese momento, creo que no llegaba a los 40 años, era el más joven del Zaïre recién nombrando, pero por lo que mostró se le vio muy inteligente, capaz y bien preparado. Estuvo muy atento y delicado con nosotras siguiendo bien el problema que teníamos en Kafakumba. El Obispo dijo que nos aceptaba en su Diócesis y daba las gracias a la Madre General por venir al Zaïre en esos momentos tan difíciles por la postura que habían tomado los Obispos africanos frente al Presidente Mobutu.

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El Obispo nos dirigió unas palabras de aliento de cómo educar a la mujer zaireña, hacerle descubrir los valores de la persona humana, llevarla a Dios… En cambio con Sr. Raquel (la Delegada de las Siervas) fue bastante duro. En resumen, que nosotras quedamos bien y confortadas y las Siervas muy mal paradas, pues la bronca no fue pequeña, pero quitando esto la entrevista fue agradable y emocionante, es difícil describirlo. A la salida del Obispado encontramos al catequista papa Tshikomba que había viajado con nosotras en el jeep e iba a ver también al Obispo. La M. Armas y el P. Torres, que había estado con nosotras en la entrevista con el Obispo, en seguida se dieron cuenta que el catequista llevaría algún mensaje del P. Erick en contra nuestra. Como al día siguiente la M. Águeda, M. Armas, Sr. Raquel, P. Torres y Asunta Oriol partirían a Lubumbashi donde nuestra Madre General y Secretaria ya tomarían el avión para España y no tendría más oportunidad de verlo, al regresar a Kafakumba se la llevaríamos. Y así fue, una vez que despedimos a las Madres, la H. Carmen Estarellas y yo fuimos al Obispado para entregar la carta. Nos recibió enseguida pues acababa de desayunar y en su despacho le entregamos la carta y comenzamos a hablar lo del día anterior y lo que no se había dicho, poniéndolo al corriente de que el problema no viene solo del P. Erick sino también de las religiosas Siervas de San José de Kafakumba, que esto último Sr. Raquel el día anterior no lo mencionó. El Sr. Obispo lo comprendió y escuchó con interés y nos dijo que el catequista Tshikomba también fue a verlo para entregarle una carta del P. Erick pidiéndole que se quedasen las Siervas en Kafakumba. El Sr. Obispo nos dijo que era una postura infantil y que las razones que daba no tenían fundamento, que escribiría el P. Erick, a la M. Magdalena y a la comunidad cristiana de Kafakumba. Respiramos, pues el presentimiento de nuestra Madre General fue realidad. El Obispo nos animó y nos prometió ayudarnos, cosa que hizo efectivamente y, entre él y nosotras, hubo un buen entendimiento que dura hasta el día de hoy después de 30 años de conocernos. Ahora Monseñor Songasonga, Arzobispo de Lubumbashi, sigue las buenas relaciones que siempre hemos tenido. Yo personalmente lo aprecio y estimo mucho y él a mí también, se nota… Cuando regresamos a Kafakumba H. Carmen Estrellas, yo y Tshikomba, lo primero que dijimos fue que nos quedábamos y seguiríamos en Kafakumba. Las Siervas se quedaron un poco despagadas. En la capillita de nuestra Misión dimos en silencio gracias a Nuestro Señor y a la Virgen y le pedimos que nos diera su amor y su gracia para que nuestra Congregación pudiera dar frutos de santidad y de santificación.

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De izquierda a derecha: M. Mª de las Nieves Armas, Monseñor Songasonga, M. Águeda Moll

Una nueva etapa En Kafakumba, de nuevo, esperábamos que llegasen nuestras Hermanas de España tal como nos lo había dicho nuestra M. General, M. de las Nieves Armas. Vendrían en Agosto las HH. Magdalena Llobera, Carmen Richart, Beatriz Gamarra (la hermana enfermera de nuestra H. Soledad García) y también vendría la M. Riera como Consejera y representante de la M. General para estar una temporada con nosotras e instalar la Congregación aquí en el país y tomar las decisiones que fueran necesarias. Pero, hasta que llegasen, la vida sería más o menos por el estilo, las Hermanas Siervas y el P. Erick enfadados, pero nosotras tranquilas, ya se les pasaría, había que dar tiempo al tiempo. El día 31 de Julio, San Ignacio de Loyola, llegó a la misión la H. Catalina Estarellas (Franciscana Misionera de María) para buscar a las HH. Carmen Estarellas y a mí e ir a visitar sus Misiones; después de comer nos fuimos a la misión de Sandoa. Todas las Franciscanas nos recibieron muy acogedoramente y los días que estuvimos allí visitamos la misión, la leprosería y alrededores. También fuimos a pasar una tarde al río con una camioneta de las Franciscanas. Detrás íbamos 10 religiosas y, entre ellas, 2 religiosas zaireñas. Disfrutamos del lugar que era maravilloso, el río estaba lleno de rocas corriendo el agua con gran fuerza, a pesar de eso todas caímos en la tentación de remojarnos. También asistimos en Sandoa a unas bodas de plata de una pareja de cristianos y, después de la misma, hubo un banquete al que asistieron 2 hermanas franciscanas y otra era yo. Fue una fiesta muy entrañable, pero me llamaba la atención la seriedad de la gente y cómo, cuando se

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acababa de comer y beber, el ambiente empezaba a caldearse y ése era el momento para retirarnos. Otra de las cosas que recuerdo de esta visita a Sandoa fue que asistí con la comadrona franciscana a la maternidad pues acababa de abortar una señora que tuvo un bebe de 5 meses. Antes que el niño muriera, la Hermana me dijo de bautizarlo y así lo hice llena de emoción y nerviosismo pues era la primera vez que me encontraba en semejante situación. Lo bauticé y al cabo de unos minutos el niño murió. Es algo que se me ha quedado grabado pero no el nombre que le puse, cosa curiosa. Otro día las H. Catalina Estarellas nos llevó a las otras Misiones que tienen en Dilolo Poste y Dilolo Gare, que se encuentra a solo 20 Km de Angola. En la misión de Diloló Gare estaba de Superiora la H. Rosario, española, que participó en las peripecias del viaje a Luabo para hacer los Ejercicios. Como la misión está fronteriza con Angola nos llevaron a la ciudad más cercana, que se llama “Txeiras”. Me impresionó ver mucho blanco portugués y mulato, pues al haber sido Angola colonia portuguesa hubo más mestizaje que en el Zaire. Estaba “Txeiras” toda agujereada por las balas, pues era el momento crítico de lucha por la independencia del país. Las franciscanas aprovecharon para hacer compras y regresamos a Dilolo. En Dilolo Gare estaba como párroco en la Misión el P. Hildebrando, franciscano belga, con unos cincuenta y tantos años y todo un Doctor en Derecho canónico, al cabo de unos años fue ayudante y consultor del Obispo de Kolwezi. Este Padre estuvo en el país hasta el año 2004 en que regresó definitivamente a Mortsel (Bélgica). En Dilolo Poste había otro franciscano belga, el P. Pancracio, y el H. José. Tanto uno como el otro hace años que dejaron el Zaire. Junto con ellos vivía un laico maduro, Arquitecto belga que estuvo con los franciscanos toda su vida, se llamaba Albert y murió en Dilolo hace unos 10 años. Lo cito porque fue este laico belga quien construyó el convento, hospital e internado de niñas de Kafakumba cuando llegaron por primera vez en 1969 las Siervas de San José. La misión de Sandoa es grande y hay varias parroquias, al principio estaban los franciscanos, pero más tarde lo cedieron a los salvatorianos, que fueron los que yo conocí. Ahora siguen, pero la mayoría son ya congoleses, lo mismo que les pasa a los franciscanos. Después de nuestra gira en la que conocimos muchas Franciscanas Misioneras de María, belgas, españolas, canadienses y zaireñas, regresamos a Kafakumba dándole las gracias a Sr. Catalina Estarellas por esos días en los que habíamos disfrutado y conocido las otras Misiones de la Diócesis de Kolwezi y sus alrededores, que son más de 200 y 300 Km. A nuestro regreso a Kafakumba, aunque la situación seguía tensa, la M. Magdalena Cañibano ya empezó a darnos algún trabajillo y, al cabo de algunos días, el P. Erick quiso hablar con la H. Carmen Estarellas y conmigo. Supongo que Monseñor Songasonga escribió al P. Erick y a la H. Magdalena que, al recibir la carta, cambiaron por completo su postura con nosotras y las Siervas también tuvieron que aceptar la decisión de sus Superiores aunque les costase, cosa comprensible por el modo en que actuaron sin informar a las Hermanas de Kafakumba. Como decía, el P. Erick nos llamó y fuimos a su despacho nosotras dos. Nos acogió muy paternalmente, nos dijo que nos aceptaba, que estaría a nuestro lado etc. Cosa que cumplió su palabra pues desde entonces nos ayudó en todo, sobre todo a mí que, al ser muy joven, acababa de cumplir 27 años, me ayudó muchísimo

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siempre queriéndome también mucho, todo hay que decirlo, y se comportó conmigo como un abuelo hasta su muerte. He de decir también que nosotras lo cuidamos en su vejez y enfermedad muriendo en Kafakumba y siendo nosotras las que llevamos con cariño y caridad todo ese peso y sufrimiento. Nosotras no salíamos de nuestro asombro, pues el P. Erick estaba transformado hasta tal punto que nos pidió perdón. Nos repitió que nos ayudaría siempre y nos dijo que ahora Kafakumba “era nuestra Misión”. No podía salir de nuestro corazón sino un GRACIAS, SEÑOR… pues de golpe y porrazo todo había cambiado, sabíamos que el Señor y la Virgen de la Pureza nos ayudarían. A partir de ese momento la H. Carmen y yo comenzamos a ir metiéndonos en todo para ponernos al corriente, pues hasta entonces las Siervas nos tenían apartadas completamente, pero cambiaron y nos ayudaron para que pudiéramos reemplazarlas en todo. Llegada de nuestras Hermanas Como nos había dicho la M. General, la M. Armas, en su venida al Zaire el 21 de agosto de 1975 llegó a Kamina nuestra H. Magdalena Llobera, que acababa de finalizar sus estudios de “Medicina tropical” en Amberes (Bélgica). ¡Qué alegría tuvimos de tenerla entre nosotras y ser tres en comunidad! Nos dijo que la H. Carmen Cortés Richart y la chica enfermera Beatriz llegarían a Kamina el 12 de septiembre. Más adelante vendría también la M. María Riera, Consejera general, como la M. Armas nos había dicho, pues vio conveniente que viniese una Consejera para darnos apoyo y estar de representante de la Congregación de cara al Obispo, al P. Erick y a Sr. Raquel. En este viaje vimos en Kamina al P. Emilio Torres y le informamos del cambio del P. Erick y de las Siervas. Se alegró pues él estaba al corriente de los problemas de Kafakumba y vivió junto con nosotras y la M. Armas las dificultades. Siempre, desde que llegó el P. Torres, se puso a nuestro lado ayudándonos y apoyándonos y eso que acababa de conocernos, se lo agradecimos. Una vez en nuestra misión de Kafakumba, nosotras tres nos metimos en los trabajos haciéndolo lo mejor que sabíamos, aunque no fuese perfecto pues este mundo y esta mentalidad no se asimila de la noche a la mañana sino que se necesita tiempo. Ahora, después de 34 años, me doy cuenta que es así, pero desde el primer momento no nos faltó la alegría y aunque las personas seamos distintas, ahí está la alegría, en Cristo que nos une y nos comunica su calor de vida. Y allí estábamos en medio de este pueblo joven en cristianismo, pero del cual tanto he aprendido y lo que aún me queda por aprender. Nunca estaré lo suficientemente agradecida a AFRICA y sus gentes por lo mucho que me han dado. Llegó el día que a H. Carmen y Beatriz ya las teníamos entre nosotras. Estaba la comunidad completa aunque todavía no teníamos Superiora. El P. Erick las saludó y no cabía de alegría.

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Poquito a poco fuimos entre todas tomando las riendas de la misión ¡Qué alegría, qué responsabilidad….! Ahora quedaba la llegada de la M. María Riera que pasaría una temporada entre nosotras. Entre tanto la H. Magdalena Llobera y Beatriz tuvieron que irse al hospital general de Kamina para hacer un mes de prácticas necesarias para poder ejercer de enfermeras en cualquier hospital del país. Se hospedaron en ese mes con las Hermanas de María de Pittem, que tienen un convento muy grande en Kamina, y los fines de semana las Siervas iban a recogerlas para irse a Luabo y estar con ellas. Es el convento que tenemos actualmente en Kamina. El 3 de Octubre llegó a Kamina la M. Riera y unos días más tarde fue a Kafakumba conmigo que había ido a buscarla a Luabo y con la Hermana Magdalena y Bea que habían acabado su “stage” en el hospital. Quiero decir que la M. Riera fue muy bien recibida no solo por nosotras, que era natural, sino también por los cristianos, por la M. Magdalena Cañibano (Sierva de San José) y por el P. Erick, que no era fácil caerle bien de repente. La H. Riera estuvo hasta el 6 de diciembre en el Zaire. Su compañía fue muy grata, llena de bondad y comprensión para todos. Recuerdo muy bien que el P. Erick, al cabo de bastante tiempo de irse M. María Riera a España, un día hablando de ella, me dijo el Padre: “La M. María Riera es muy buena religiosa, muy inteligente y muy discreta…” acertó el P. Erick, pues así era nuestra querida M. Riera que tanto nos ayudó. En el tiempo que la M. María Riera estuvo entre nosotras en Kafakumba, vino Sr. Raquel pues el Obispo Monseñor Songasonga llegaba el 19 de octubre a Kafakumba y la había citado para hablar con ella el día 22 de octubre. Sr. Raquel vino antes aprovechando el puente de sábado y domingo para no dejar tantos días sin dar clases en la Escuela de Luabo, pero cuál fue nuestra sorpresa que, cuando recibimos al Obispo, Sr. Raquel le expuso que había venido antes del día para hablar con él y regresar enseguida a Luabo. Monseñor, después de oírla, dijo que lo sentía pero que su cita era para el día 22 pues antes tenía que hablar con nosotras y el pueblo. Sr. Raquel insistió pero el Sr. Obispo tajante la cortó y la citó para el mes próximo en Kolwezi. Tanto Sr. Raquel como nosotras nos quedamos de una pieza. Se vio que el Sr. Obispo no iba de chiquitas… Los días que estuvo Monseñor confirmó en la misión y en varios pueblos de alrededor. Acompañaba al Sr. Obispo el Hermano Edwin Claes (belga flamenco como todos) que trabajaba con el Obispo y estaba al frente de la fonía. Una bellísima persona que adoraba al Sr. Obispo. Tuvimos siempre mucho trato con él a lo largo de los años que estuvo en el Zaire hasta que regresó a Bélgica por enfermedad y murió el año 2004. En esta visita el Señor Obispo quiso hablar con cada una de nosotras, pero con quien más habló fue con la M. María Riera con la que también se llevó muy bien el señor Obispo y todavía la recuerda con mucho cariño. La M. María Riera volvió otra vez al Zaire y, además, Monseñor Songasonga, en una de sus visitas a Roma, coincidió allí con la M. María Riera, así que es normal que no la haya olvidado. Cuando M. María Riera murió se lo dijimos al Señor Obispo, lo sintió y alabó a M. Maria Riera como persona y como religiosa.

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También el Obispo en esta visita dijo que la M. Magdalena Cañibano, Sierva de San José, se tenía que quedar con nosotras para ayudarnos hasta el mes de junio, pero que las otras Siervas se podían ir cuando quisieran. Así fue como estuvimos con Sr. Magdalena hasta junio de 1976. Fue con nosotras muy buena y mostró tener mucha virtud, es una Sierva de San José a la que yo quiero y estimo mucho, pues una vez pasado todo el enredo me ayudó enormemente. Uno de los días que Monseñor celebró en la capilla de la comunidad, en su homilía puso a la Virgen y a San José, patronos de nuestras respectivas Congregaciones, como los primeros misioneros, ya que fueron ellos llamados para dar a Cristo a los hombres dentro de una vida sencilla, ordinaria y en un país subdesarrollado. Recuerdo que me emocionó oírlo. También por la tarde, como este día lo dedicó a las religiosas y al P. Erick, nos reunió a todas en la casa del Padre en el salón y nos dijo muchísimas cosas, sólo citaré algunas que me quedaron grabadas: Nos dio las gracias, a la M. Carmen y a mí, por haber sido fieles al Señor y a su llamada a pesar de las dificultades que habíamos encontrado. Que ser misioneras es amar a los hombres, que pongamos amor y que los ganaríamos y que esa postura fuera manifestación de nuestro amor a Cristo y a su Iglesia, que nuestra labor era anunciar el Evangelio reconociendo la dignidad de la persona, pues Cristo vino a salvar alma y cuerpo. También nos pidió estar unidas al Obispo y una vez más nos volvió a agradecer nuestra presencia en el Zaire, nos dijo muchas cosas más de este estilo que nos reconfortó a todas. Así fue pasando la estancia del Obispo en Kafakumba y nosotras también íbamos centrándonos más en nuestra nueva vida, dejando tiempo al tiempo para que el Señor, a través de la Pureza, fuera realizando su obra. Llegó el momento que M. María Riera debía regresar a España pues ya había cumplido con su cometido. Fuimos en el jeep el P. Erick, M. María Riera, el chofer de la Misión (papa Pascal Diur) y yo hasta Kamina donde todos cogeríamos el avión. M. María Riera siguió en el mismo hasta Kinshasa, para ahí coger el vuelo internacional, y nosotras descendimos en la ciudad de Kananga (en la región del Kasai) para coger una Land Rover para nuestra Misión. El P. Erick se ofreció e hizo todos los trámites y por ese motivo se fue a recogerlo a Kananga que era allí donde se vendían coches en ese momento. La escena de papa Pascal que montó por primera vez en su vida en un avión fue simpatiquísima. Iba temblando con una cara de asombro y miedo que nos hacía reír. La hora de vuelo que duró el viaje, papa Pascal se agarró al sillón con tal fuerza del pánico que tenía que rompió uno de los brazos del asiento. El P. Erick y yo no parábamos de reír al verlo, pues estaba verdaderamente cómico con sus expresiones y comentarios… Ya en Kananga hicimos los trámites para comprar el Land Rover y nos hospedamos en la Procura (casa de acogida para los misioneros). Cuento todo esto porque ahí, en la Procura, viví algo que me gustó y por eso lo escribo. Fue que estaba hospedado un padre benedictino, de unos 50 y algo de años, de complexión fuerte y decidido, una chica de unos 30 y pico de años y un chico de más o menos la misma edad que eran sobrinos del benedictino, todos belgas walones. Nos contaron que hicieron el viaje por placer de Bruselas en jeep cruzando África y queriendo llegar hasta ciudad del Cabo en África del Sur. Nos explicaron las mil y unas peripecias que estaban pasando; por decir algo digo que estuvieron en no sé qué país de África seis días en la cárcel, pues creían que eran espías, les costaba enormemente encontrar carburante para seguir el camino, y lo que encontraban a precio desorbitante, que en

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las fronteras de según qué países que cruzaban tuvieron muchos problemas… ¡Bueno! No sé cuántas cosas más. Yo con la boca abierta y disfrutando de oírlos, toda la odisea de este estilo y menos mal que podían contarlo pues ya estaban en el centro de África… Me enseñaron el jeep con colchones, comida, botiquín, carburante, etc. Todo estaba bien encajado y en perfecto orden y sin faltarles lo necesario. En cada ciudad que pasaban tenían que reponer como era evidente. Les veía que estaban disfrutando con ese espíritu tan aventurero que caracterizaba a estos tres aventureros, me dieron envidia y si hubiera podido, me habría ido con ellos.

Nuestro regreso a Kamina fue más humilde, a pesar de ser época de lluvia, los caminos estaban fatal y llenos de fango, en uno de los dos días que duró el viaje de Kananga a Kamina cayó una tormenta con rayos, truenos, relámpagos y lluvias que duró dos horas que todavía lo recuerdo; y por supuesto el coche patinando de una lado a otro menos mal que, tanto el P. Erick como el papa Pascal, eran choferes experimentados en camino de selva, ¡me impresionó!... Hicimos noche en la Misión de Kanyama, donde estaba las hermanas canadienses, llegamos a Luabo y al día siguiente continuamos hacia Kafakumba donde recibieron con alegría el nuevo Land Rover. Otro acontecimiento que pasó en Junio del año 1976 fue la despedida de la M. Magdalena Cañibano que, cumplido el año que el Obispo dijo que tenía que estar con nosotras, sus Superiores la destinaron a su misión de Kayeye. Fuimos a dejarle el P. Erick y yo, recorrimos con M. Magdalena sus casas de las Diócesis de Kamina: Luabo, Kabondo, Bukama y al final Kayeye, donde se quedó a trabajar en la Misión. El tiempo que estuvo sola con nosotras en Kafakumba nos ayudó introduciéndonos en la marcha de la misión. Se mostró con mucha virtud y desprendimiento en todo, estándole nosotras muy agradecidas y apreciándole mucho, al menos yo, que tanto me ayudó después que se arregló todo el enredo. El P. Erick supo también estar a la altura del acontecimiento, pues la apreciaba mucho. Al regreso conmigo en el coche, el P. Erick estuvo normal sin lamentarse nada, ¡menos mal! ¡Respiré!. En julio de 1976 vino a darnos los Ejercicios el P. Urbano Navarrete y vino también una chica médica italiana, Giuseppina Beretta, que pasó un mes en el hospital para ayudarnos. A estos Ejercicios vinieron cuatro religiosas españolas Franciscanas de María, siendo una de ella la ya conocida Catalina Estarellas. Al finalizar con nosotras los Ejercicios, el Padre fue a la misión de Luabo para dar los Ejercicios a las Siervas de San José y nosotras, a la vez, fuimos a esperar a la Madre General, Mª de las Nieves Armas, y a la Secretaria General, M. Águeda Moll, que volvieron de nuevo para animarnos y ver qué tal nos iba. En este viaje vino a Kafakumba el P. Torres, que estaría con nosotras hasta que regresara el P. Navarrete de Luabo. El P. Torres era amenísimo contando chistes y anécdotas. Nos hacía a todas reír con el buen sentido del humor que tenía, nos leía poesías, escritos, etc. En este viaje la M. Armas nos comunicó que había sido nombrada Superiora de Kafakumba la M. Luisa Ramis, que en ese momento estaba en Cumaná donde acabaría el curso y vendría enseguida al Zaïre. Nuestra alegría fue grande pues con ella ya la primera comunidad de África estaría completa.

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Llegó el día de la partida dando fin la visita de la Madre y el P. Navarrete. Fuimos a acompañarlos la H. Carmen Estarellas y yo. En Kolwezi nos hospedamos, la primera noche, en casa de las Religiosas de María de Pittem, belgas, donde estaba también una sobrina del P. Erick, Sr. Magdalena Erick. Todas lo hicieron muy bien con nosotras, el Obispo estaba ausente pero dejó a un hermano franciscano que trabajaba con él en la fonía de la Diócesis, el H. Edwin Claes (franciscano belga flamenco) como encargado de pasearnos por Kolwezi y llevarnos a visitar las minas de la ciudad. Esta visita a las minas fue impresionante, pues era la primera vez que todas nosotras veíamos algo semejante. Entramos en los túneles y vimos cómo trabajaban el cobre, cobalto, zinc, la malaquita y no sé cuántos minerales más que no me acuerdo… Las maquinarias eran enormes y los pasadizos interminables y llenos de recovecos, menos mal que íbamos acompañados y explicándonos todo, si no nos hubiéramos perdido. Fue una experiencia muy bonita y enriquecedora. En Lubumbashi nos hospedamos con las religiosas Franciscanas Misioneras de María aunque a dormir fuimos al Colegio de los Salesianos, pues en ese momento las franciscanas no tenían sitio. También en este viaje conocimos al P. Jaime Morey, sacerdote secular de Mallorca que hace muchos años que trabaja en el Zaire, y, al saber que habían religiosas mallorquinas y de la Pureza que él conocía tan bien, enseguida nos invitó a visitar su parroquia y cenamos con el Instituto de Seculares Ekumenes, también españolas, que trabajaban con el P. Morey. Al día siguiente tomaron el avión hacia España la M. Armas, M. Águeda Moll, P. Navarrete y la Doctora Giuseppina Beretta, que disfrutó enormemente del mes pasado entre nosotras, sobre todo porque hubo varias cosas importantes en la maternidad pudiendo ejercer como médico competente y eso le dio a ella satisfacción del bien realizado, como es normal… Llegada de la Superiora Después de más de un año de estar en Kafakumba llegó por fin la nueva y primera Superiora de la comunidad: la M. Luisa Ramis (que ya la tenemos en el cielo). Fuimos a buscarla a Lubumbashi la H. Magdalena Llobera (que fue la primera en ir al cielo) y yo. Nos hospedamos en la casa de las Franciscanas Misioneras de María, que desde que llegamos al país nos abrieron sus puertas encontrándonos con ellas como en nuestra propia casa y esto duró muchísimos años, dándonos a ambas Congregaciones y, sobre todo a nosotras las primeras del Zaire, una amistad y aprecio muy profundo. Nunca podremos agradecerle todo lo que hicieron siempre por nosotras: hospedarnos, compras, acompañarnos, arreglos de pasaportes, billetes, bancos, etc., interminable la lista…

El avión estaba previsto para las cuatro de la mañana, así que bien prontito

partimos la H. Magdalena Llobera y yo al aeropuerto. Recibimos a M. Luisa Ramis con mucha alegría pues con ella ya estaba completa la primera comunidad de religiosas Pureza de María en el Zaire, hoy República Democrática del Congo. H. Magdalena, Beatriz y yo, antes de la llegada de M. Luisa, pintamos algunas dependencias de la casa como la entrada, salas de comunidad y despacho, pero con tan mala pata que un día llovió torrencialmente con una grande ventolera que se llevó todos los techos de lata. A eso de las 6 de la tarde un estrepitoso trueno hizo temblar la casa, un viento huracanado movió el arbolito del centro del patio y arrancó de cuajo todo el techo metálico de la parte delantera de la casa quedando toda esa parte al descubierto y cayendo la lluvia torrencialmente dejando los muebles, con todo lo que había dentro, bien dañado.

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Dos de nuestros trabajadores Maseho y Makapa (este último hace poco que

acaba de morir con 45 años) vinieron corriendo para ayudarnos y pasaron la noche para proteger de los ladrones las cosas pasadas por agua. Al día siguiente, todos los trabajadores con los carpinteros se pusieron a reparar. Entre tanto llegaron los franciscanos de Sandoa, Sr. Catalina y otra, y nos ayudaron a limpiar. Lo cuento porque dejamos la casa pintadita y limpia para recibir a la M. Luisa y la encontró con las paredes con churretes, sucia, y los muebles húmedos… Reímos y no se perdió el humor sacando fotos del panorama, pues la gente de la Misión venía a visitarnos y a contemplar el espectáculo, luego, con el paso del tiempo y poco a poco, fuimos poniendo todas las actividades en marcha: hospital, maternidad, dispensario, catequesis, cosidos, internado, etc. Quedó todo cada vez más pujante, con un poquito de arte por nuestra parte y, con la ayuda del Señor, la Virgen y Madre Alberta, fuimos sacando las flores de los matorrales, siendo hoy día una misión con gran actividad y campo apostólico, sobre todo con nuestra Escuela de Secundaria y Primaria de niñas. De la Escuela ya se hablará más adelante. Conocimos varios misioneros En nuestros primeros meses fuimos conociendo a muchos misioneros belgas y de otras nacionalidades. Hoy día, después de 30 años, muchos están muertos y los otros en sus países respectivos, ahora todo está en manos de religiosos y religiosas congoleños, habiendo muy poquitos europeos en las distintas Congregaciones. Por la misión de Kafakumba pasaron varios franciscanos misioneros belgas de épocas coloniale: el Padre comisario de los franciscanos, el P. Paulín, que siempre que venía a la misión venía acompañado del H. Hugo (belga), que tanto nos ayudó en nuestras misiones más adelante según íbamos fundando. El P. Paulín siempre que iba a Kafakumba a visitar al P. Erick traía a las Hermanas una gran barra de chocolate “Côte d’Or” que nos sabía a gloria. Por la mañana celebraba la Eucaristía en nuestra capilla durante los días que pasaba en la Misión. También venía con frecuencia el P. Conrad, llamado normalmente el P. Kün, tendría unos 55 años, era grande, fuerte y belga, como todos. Como la Diócesis de Kamina y la de Kolwezi pertenecían a los franciscanos de la Provincia flamenca, todos los Padres y Hermanos eran flamencos. La secretaria del P. Kün era Mademoiselle Godelieve (belga nacida en el Congo) de un Instituto secular, pues en ese momento el P. Kün era el Coordinador de las Escuelas católicas de la Diócesis de Kamina y Kolwezi. Al cabo de 2 años, el P. Paulín, Comisario franciscano, cesó en su cargo regresando a Bélgica y fue nombrado el P. Kün, teniendo que dejar la Coordinación de las Escuelas, siendo reemplazado por un Abbé (cura) congolés de la Diócesis de Kolwezi, el Abbé Paul Mbangu (que murió hace 2 años) que siempre lo hizo muy bien con nosotras, sobre todo con la H. Mª Teresa Villarino a la que apreciaba mucho.

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A lo largo de su mandato como Comisario (provincial) de los franciscanos vino muchas veces a Kafakumba, teniendo nosotras un contacto muy entrañable con él durante muchos años, hasta 1999 que dejó de ser Comisario y fue a trabajar a Córcega. Lo reemplazó un franciscano congolés, Gilen Ndodji, que es de Kafakumba, conociendo nosotras a la familia y a él desde jovencito. Su hermana Clementina Mwingisa también es religiosa Franciscana Misionera de María y ha sido Provincial durante 8 años hasta el año 2003. Con ella yo he tenido mucha relación, tenemos la misma edad. Desde que llegué a Kafakumba enseguida la conocí en Sandoa y tenemos una amistad y un cariño muy grande. Su padre murió en Kafakumba y nosotros estuvimos presentes, “todo esto une con la familia”. En la Misión de Kasaji conocimos al P. Joseph, el flamenco, el H. Joseph y H. Hugo (que residía en Kasaji). Ya ninguno de los tres está actualmente en el Congo. En esta Misión estaban religiosas belgas flamencas, las “Hermanas Hospitalieres de Lier”, desde épocas coloniales; cuando las conocimos eran todas de entre 50 y 60 años. La más famosa era Sr. Godula, grande, gorda, fuerte y un sargento, pero muy querida entre la gente, pues era comadrona y vio nacer a muchas generaciones. De las seis religiosas que yo conocí entonces, la mayoría ya están muertas; luego durante una de las guerras tuvieron que irse de la Misión y ya no volvieron, pasando la Misión a una Congregación religiosa diocesana de Kolwezi, las “Hermanas Auxiliatrices”, fundadas y formadas por las Hermanas belgas de “María de Pittem”. Siempre que íbamos a Kasaji, de paso, de viaje a Lubumbashi o para llevar alguna mamá al hospital metodista de Kasaji con problemas de parto, nos hospedábamos con las Hermanas belgas, siendo siempre muy bien recibidas y acogidas por todas ellas, de manera que conservo un buen recuerdo, lleno de cariño y agradecimiento de Sr. Godula, Sr. Boniface, Sr. Jeanne y otras de las que no recuerdo el nombre. Camino hacia Kolwezi está la Misión de Mutshatsha, donde trabajan las Hermanas Franciscanas Misioneras de María. En la guerra del 1978 tuvieron que dejar la Misión e irse. Estuvo abandonada hasta 1998, más o menos, ya que volvieron las Franciscanas de María a cogerla y trabajar de nuevo en ella. En esta Misión había españolas, una de ellas Lourdes, que murió en Lubumbashi, otra belga, Sr. Mª Louise, que al cabo de años regresó de nuevo a Bélgica, una italiana que con la guerra y el bombardeo que sufrieron en Mutshatsha (pudiéndose escapar por los pelos) fue a Italia y ya no volvió, creo que quedó traumatizada, si vive, será muy mayor ahora. En Sandoa, como ya he explicado, estaban otras Franciscanas de María españolas: Sr. Catalina Estarellas, que sobre años 80 regresó a Europa, Sr. Rosario, que por enfermedad también se fue pronto y Sr. Paz, una vallisoletana encantadora que sólo hace dos años se fue definitivamente a España, después de pasar 40 años en el Congo. Con Sr. Paz hemos tenido siempre mucho contacto, pues estuvo destinada en Lubumbashi muchos años y como nos quedábamos en su casa, siempre hemos tenido mucho trato, ella nos aprecia mucho y nosotras a ella también.

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Estaba otra Hermana belga, Sr. Paula, con la que también tuvimos mucha amistad y que desde hace unos años está de Provincial, creo que en Camerún. También Sr. Noël, belga, que fue encantadora con nosotras siempre, era la Ecónoma y responsable de los pasaportes…. Bueno, creo que me paro, pues no acabaría y esto sin nombrar a todas las religiosas Siervas de San José que conozco, a todas las que estaban y las que están y que cuando abrimos la casa en Lubumbashi empezamos a ir a hospedarnos con ellas, pues las Franciscanas eran muchas en la casa con sus jóvenes estudiantes y estaban muy justas de sitio; debido a eso, comenzamos a hospedarnos con las Siervas de San José, sintiéndonos con ellas como en nuestra propia casa. También tuvimos y tenemos mucho trato con religiosas Salesianas, Mercenarias, Capuchinas, Carmelitas Misioneras, Charité de Gant, Salvatorianas, Hermanas de Mª de Pittem, Sr. Chanoineses… todas Congregaciones internacionales, pero también hay muchas Congregaciones diocesanas con las cuales hemos tenido mucho trato, como las Hermanas Auxiliatrices de Kolwezi, Hermanas de la Mére du Sauveur de Kamina, Hermanas de San Joseph de Kalemie, Hermanas de Kongolo, etc. Aquí en África, lo maravilloso es que todas las Congregaciones, masculinas y femeninas, somos UNA, somos IGLESIA, estando todas unidas, apoyándonos mutuamente y con las puertas abiertas, sintiéndonos siempre queridas, apoyadas y vayamos donde vayamos aunque no se tenga casa, siempre se es acogida y hospedada. No sé, es algo muy típico en África. Esta acogida del pueblo congolés se ha ido infiltrando en nuestras vidas y forma de ser, de manera que vivimos al estilo de ahora el principio del cristianismo, todos unidos en saber y sentir que somos hijos del mismo Padre, que trabajamos todos por el mismo Reino, siendo europeos, congoleses o de otros continentes, todos UNO en la diversidad, participando así de la alegría de la juventud cristiana de estos pueblos africanos de los que tenemos mucho que aprender. Es el encanto de la espontaneidad y naturalidad, en nuestra forma de vivir, entre las distintas Congregaciones y el respeto mutuo de unas con otras. No sé explicarlo, se ha de vivir para saberlo y sobre todo sentir lo que es la UNIDAD en la DIVERSIDAD dentro de la Iglesia. Todo esto me ha ayudado a querer más a mi Congregación Pureza de María, veo sus cualidades infinitas, su santidad y también sus limitaciones, pero es MI MADRE y no la cambiaría por ninguna… La 1ª guerra en Kafakumba Recuerdo que el 1 de marzo de 1977, viajaron a Kolwezi el P. Erick con la H. Luisa Ramis y Magdalena Llobera, para hacer compras y a la vez para que un médico examinase un bulto que le había salido al P. Erick en el cuello. Salieron como de costumbre de Kafakumba antes del alba. En todo el trayecto caía una gran lluvia y el camino estaba lleno de barro por estar en época de lluvias, de forma que el Land Rover se quedó hundido en medio del fango. Las Hermanas y el Padre tuvieron que trabajar horas para poder sacar el jeep. Debido al esfuerzo que

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hizo el Padre, comenzó a sangrar por la nariz como si fuera un grifo. Imaginen el susto de las hermanas y del Padre, pues no había forma de que parara de sangrar. Le pusieron las toallas que llevaban, que en un santiamén quedaron empapadas; de esta manera el Padre tuvo que conducir y seguir durante 60 km. hasta llegar a la Misión de Mutshatsha y el coche patinando de lo lindo. Al final, el Padre sacando fuerzas de flaqueza y sin parar de sangrar, llegaron a la Misión de Mutshatsha donde las Franciscanas Misioneras de María hicieron lo que pudieron poniéndole coagulantes, pero ni por esas se paraba la hemorragia. Entonces una Franciscana española, Sr. Sagrario, se fue con ellos conduciendo ella hasta Kolwezi y al Padre le pusieron una cubeta para que la sangre cayera y cuando estaba llena la vaciaban y continuaban el viaje. Fueron así de Mutshatsha a Kolwezi, 150 Km. que se dice pronto, pero que en estos caminos y en épocas de lluvias supone muchas horas y eso yendo todo bien. Cuando llegaron a Kolwezi lo hospitalizaron las Hermanas de Pittem y la sobrina del P. Erick, allí pudieron cortarle algo la hemorragia que fue debida a una vena del interior de la nariz que estalló con el esfuerzo que hizo. Menos mal que todo quedó en un susto, pero el Padre estaba debilísimo por la pérdida de sangre tan grande que tuvo. Empiezo contando esto para decir que, cuando estalló la GUERRA o conflicto, estábamos divididos: ellos tres en Kolwezi y las HH. Carmen Estarellas, Carmen Richart, Beatriz (la seglar enfermera) y yo en Kafakumba. Al cabo de algunos días, la H. Luisa Ramis se puso en contacto con nosotras por medio de la fonía, comunicándonos que, desde el país de Angola, los antiguos Katangueses refugiados en dicho país habían entrado en nuestra región de Shaba (antiguo Katanga), por las Misiones de Kananga y Diloló, fronterizas con Angola, donde estaban exiliados, para dar un golpe de estado y apoderarse de Katanga. Por recordar un poco la Historia de este país del Congo, durante los años 60 con Patricio Lumumba tuvo lugar la lucha para la secesión de la región del Katanga del resto del país, cosa que no se llevó a cabo. De aquí salen todos estos Katangueses que esperaban el momento para entrar de nuevo en la región y hacer saltar a Mobutu. Tampoco lo consiguieron, pero fue este momento que vivíamos nosotras. Esto fue lo que nos quiso decir la H. Luisa por fonía… También nos remarcó de no ir a Kasaji (a 100 Km. de Kafakumba) donde a veces íbamos a llevar mujeres de maternidad al médico, debido a que los caminos estaban llenos de soldados. La otra noticia era que ellas, con el P. Erick, estaban bloqueados en Kolwezi, porque los militares nacionales (llamados “Kamanyolas”) habían cortado los caminos de manera que no podían regresar a Kafakumba. Enseguida avisamos a los catequistas para que lo hicieran saber a la población y así tener cuidado todos, no poniéndose en viajes por esos caminos a pie o en bicicleta, pues era peligroso y, al estar Kafakumba en medio de la selva y tan aislados, no se tenían noticias de nada en esos momentos.

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Así quedamos sin saber qué pasaría… Con la Diócesis de Kolwezi se fijaron unas horas determinadas de ir todas las Misiones a la fonía para saber qué iba pasando. ¡Bueno!, pues así estábamos, ignorantes… pero en las manos de Dios que nunca nos faltó su ayuda. Todas las Misiones íbamos a las fonías para ponernos en contacto, pero al cabo de dos días comenzaron a faltar las Misiones más próximas a la frontera con Angola, como Kananga y Diloló. Eso quería decir que los Katangueses habían entrado y lo primero que hacían era quitar la fonía de la Misión para que no hubiera contacto y así no poder saber qué estaba pasando. Con gran incertidumbre, estuvieron varios días corriendo las noticias verdaderas y falsas de boca en boca por medio de la gente y, en claro, no se sabía nada, sólo que los Katangueses iban avanzando. Desde Kolwezi, por fonía de la Diócesis, manteníamos comunicación y el H. Edwin Claes un día nos dijo que el avión de los Metodistas llevarían a la Pista del Lago de Kafakumba (a 20 km. de la Misión) al día siguiente al P. Erick y a las Hermanas Luisa y Magdalena. Las fonías de las Misiones aún marchaban y nos comunicaban que ya comenzaban a oír tiroteos lejos, o sea que seguían avanzando y se iban acercando. Al día siguiente, me puse en camino con el chofer en nuestro Land Rover para ir al lago a esperar la avioneta, que dijeron que llegarían sobre las 11 de la mañana. Al llegar al lago mi superintendente Metodista Zaïrois dijo que desde Kolwezi le habían informado que el avión no había salido, ni saldría por el momento, quizá por la tarde. Decidí esperar porque la próxima fonía con Kolwezi, era a la 13,00 h. y dirían si salía o no el avión. Así que me dediqué a observar el panorama del Lago de Kafakumba, que dicho de paso, es bellísimo, lleno de selva alrededor y lianas e internándote mucho al interior dicen que hay cocodrilos. La verdad es que, en todos los años que estuve y fui al lago, nunca vi ninguno, a Dios gracias, pero también es verdad que hubo algún caso de personas que vinieron al hospital de la Misión sin pierna debido al mordisco del cocodrilo, o sea, que había cocodrilos. Mientras esperaba, llegó un trabajador nuestro, Makapa, que ya ha muerto, en bicicleta con unas letras de la H. Carmen Estarellas comunicándome lo que yo ya sabía respecto al avión. Esperé hasta la 13,00h, en que dijeron que el avión no saldría. Así que regresamos a la Misión encontrando por el camino a mucha gente cargada con sus enseres, huyendo para refugiarse en la selva, pues la gente me decía que ya habían entrado en Kasaji los Katangueses y venían hacia Kafakumba. Ese mismo día, por la tarde, dejaron de hablar por fonía todas las demás Misiones, siendo sólo Kafakumba la que respondía a la Diócesis de Kolwezi. O sea que éramos solamente nosotras las que aún estábamos en pie… Este mismo día 14 de Marzo, bien entrada la noche, nos despertaron unos golpes en la puerta, fuimos a ver qué pasaba y eran un grupo de alumnos de la Misión de Sandoa del Instituto Mungaji que habían huido el día anterior por la mañana, de

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los tiroteos y habían llegado hasta Kafakumba. Eran muchachos (chicas y chicos), los llevamos a dormir a una sala del hospital y las chicas al internado. La gente de Kafakumba empezó a huir y a esconderse en medio de la selva… Se ha de vivir esto para darse cuenta de qué es. La Misión comenzaba a quedarse vacía, pues los barrios de alrededor de la Misión se quedaban sin gente, ya que todos huían, sólo quedaban ese grupo de chicos que había venido de Sandoa, a los que teníamos que ayudar dándoles de comer. Otra de las cosas que recuerdo de este período es que el catequista Mungaji vino a decirnos que un grupo de soldados venían hacia casa para pedirnos el jeep. En seguida llamamos al P. Pascal Diur (nuestro chófer) y quitó una pieza del coche que según él, sin la pieza no podría ponerse en marcha. Llegaron unos cuantos soldados nacionales “Kamanyolas”, rendidos de cansancio y muertos de hambre, y nos preguntaron que por qué nuestro coche no se ponía en marcha. La H. Carmen Estarellas y yo estuvimos razonando con ellos y en un “estira y encoge” conseguimos que se conformaran con unos litros de gasoil y aceite que les dimos, para que pusieran su vehículo en marcha. Así nos los pudimos quitar de encima y guardar nuestro coche. Otro grupo de soldados vino otro día con el mismo problema y también pudimos salir airosos, pues constantemente venían soldados a casa y daba verdaderamente pena ver tanta miseria y sin medios. Al final llegó un grupo de soldados bebidos, que se empeñaron en que les diéramos el coche, no pudiendo nosotros oponernos mucho pues era bien peligroso. Les dijimos que el coche estaba estropeado, pero quisieron verlo y, con tan mala pata, que uno de esos soldados era mecánico y nosotras convencidas que al no tener no sé qué pieza del coche que quitamos no se pondría en marcha, pero empujaron el coche sacándolo del garaje y miraron el motor. Yo estaba al lado contemplando y vi de cerca cómo puso en contacto dos cables que quitó de otra parte del motor, los metió dentro de otro conducto y se puso en marcha, no muy bien porque el coche era viejo (que dejaron las Siervas), pues el nuevo que compramos se lo habían llevado el P. Erick con las Hermanas. Empujándolo y dando algún que otro brinco se compuso y marchó, se dio un paseo por la Misión y regresó a casa para que llenáramos el depósito de carburante. Yo me negué pero la situación estaba tensa, quería ir sola a coger el carburante pero no me dejaron y uno vino conmigo sin apartarse de mi lado. Recuerdo que me quedé con la boca abierta cuando pusieron el coche en marcha de esa manera, tenía una rabia encima que no la podía disimular… menos mal que se fueron prometiendo que devolverían el jeep. Nuestro jeep estuvo no sé cuánto tiempo paseándose por ahí, yendo y viniendo a la Misión y nosotras cada vez salíamos para recordarles que nos lo tenían que devolver. Ahora, al cabo de tantos años, me río cuando recuerdo este episodio… El día de San José, 19 de Marzo, vino la comadrona para decirnos que por la noche todas las mamás de la maternidad con sus bebés y los que esperaban para dar a luz se habían ido a refugiarse por ahí, porque uno de los maridos que era soldado

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les dijo que los Katangueses estaban cerca y ellas ni cortas ni perezosas ¡pies para que os quiero…! Vivíamos cada día con alguna novedad y una cantidad de jaleos, de verdades, falsedades e imaginaciones de la gente, que nosotras no llegábamos a aclararnos… Me acuerdo que me repetía: “Cada día tiene su afán… Mirad las aves del cielo…” puesto que no había manera de saber la verdad. Es algo que choca mucho al principio de llegar a estas tierras, pero al paso del tiempo ya lo ves natural… y se va al ritmo de ellos y de los medios de aquí. Durante ese tiempo iban pasando pequeños aviones militares por encima de nuestra Misión y nosotras, a cada ruido de avión, salíamos a mirar a ver qué dirección tomaban, aunque no nos aclarábamos mucho, como es de suponer. La gente sí que lo sabía y nos decían: “Van en esa dirección a tal sitio, o a tal otro…” La gente nos dijo que nuestro jeep estaba en Kafakumba-Poste (a 10 Km de la Misión) y que había unos 300 soldados nacionales ahí que habían venido de la ciudad de Kamina. También recuerdo que las Hermanas Siervas de San José de Luabo se ponían en las fonías para hablar con nosotras, agradecíamos su interés pues así no nos sentíamos tan aisladas. En uno de esos camiones que traían a los soldados, al regreso hacia Kamina, se fueron el grupo de alumnos de Sandoa. Creo que al final, más o menos en el mes de Marzo, la H. Luisa desde Kolwezi nos dijo por fonía que el P. Erick estaba volando camino de Kafakumba, pero que no lo esperáramos, que ya se las arreglaría para llegar a la Misión. De todas formas no teníamos coche para hacer esos 20 Km e ir a buscarlo. A eso de las seis de la tarde oímos acercarse un camión donde venía el P. Erick, con su cara de chico pillo, traído por los militares con sus buenos fusiles y ametralladores. Les dio las gracias y les remarcó que, como nos habían quitado el coche, no pudimos ir a por él. El 25 de Marzo, día de la Anunciación, la Virgen nos hizo un gran regalo y fue que a eso de las cinco de la tarde llegó a la Misión el jeep de los Metodistas del lago de Kafakumba con el superintendente Metodista y cuatro soldados equipados de ametralladoras con sus buenos collares de balas, que nos traían a H. Luisa Ramis y H. Magdalena Llobera. ¡Sobra decir la alegría por ambas partes…! Habían llegado en una avioneta metodista. Todo providencia, ya estábamos todas juntas de nuevo. Como la Misión estaba vacía, no había ni venían enfermos al hospital y las Escuelas e internados sin niños, H. Magdalena, Beatriz y yo, nos dedicamos a limpiar a fondo el hospital, empezando por irnos todas las tardes al río a lavar sábanas, mantas, colchones… así estuvimos una buena temporada. Nos dimos un buen tute, pero así las horas se hacían más cortas, pues al no haber un alma en la Misión, daba mucha tristeza… Dejamos el hospital como “una tacita de plata” daba gusto verlo, aunque preferíamos verlo con la gente dentro. ¿Dónde estarían los enfermos escondidos? ¿Cuántos morirían?... Confiábamos y rogábamos al Señor y a la Virgen para que

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protegiera a toda esa gente que estaría escondida en medio de la selva soportando lluvias, frío, calor, humedad, hambre, enfermedades, cansancio, etc. Por las mañanas, a la Misa de 6 en la Parroquia, venía siempre un grupo de unas 30, 40, 50 personas que salían de sus escondijos de la selva para venir a rezar y darnos noticias. Después de Misa desaparecían por arte de magia ¡increíble! Una mañana llegó a la Misión un camión con soldados para pedir al P. Erick una vaca, pues estaban muertos de hambre. Era un gran grupo de soldados que esperaban a los Katangueses a 5 Km. de la Misión, en el poblado de Tshipao. En la Misión había unas cuantas vacas y un toro. Cuando nos faltaba carne para comer, el P. Erick, que era un buen cazador y tirador, con su fusil mataba y nos traía la carne. Por eso los militares vinieron a buscar carne, pues sabían que en la Misión había vacas. El P. Erick se fue con ellos donde pastaban las vacas y mató una, tuvieron que darle diez tiros para matar a la pobre vaca, yo estaba aterrada de ver la poca puntería que tenían con un animalote tan grande, hombres que iban a la guerra y me preguntaba qué pasaría con esta categoría de soldados... Bueno, la cosa fue que subieron la vaca al camión y se fueron tan contentos. Nuestro internado de niñas lo teníamos lleno de trastos y bienes que nos traía la gente antes de huir a la selva: cacerolas, algún mueble, sillas, colchones, platas y cosas por el estilo, pues los soldados se dedican a robar todo lo que pillan y la gente estaba desesperada, porque poco que tenían y encima se lo quitan a la fuerza, era para desanimarse. Un día vino a la Misión un grupo de soldados trayendo a uno al hospital porque le había picado una serpiente. Estuvieron atentos con nosotras porque había que curarlo. Beatriz y la H. Magdalena hicieron todo lo que estaba en sus manos y gracias a Dios lo pudieron salvar. Al cabo de unos días se fue bien y todos tan contentos. Cosas de este estilo teníamos muchas cada día, a veces los soldados eran más educados y otras veces más brutos y había que estar en un estira y encoge con ellos en largas discusiones, que a veces salíamos airosas y otras nos teníamos que callar, aguantar y darles lo que pedían… Para todo ese regimiento que había en el poblado de Tshipao, el único sitio para reponerse de todo era la Misión: Cuando no era medicamentos, era comida, cuando no, cargar sus baterías. Así un día y otro, aunque ya llegamos a acostumbrarnos a ellos y sus cosas. En el fondo daba pena que fueran así a la guerra tan desprovistos de todo, incluso de lo más necesario como es el alimento, hay que verlo para ver lo que era eso… En toda esa incertidumbre de espera pasamos la Semana Santa y Pascua. Algunos cristianos vinieron a las ceremonias que todas fueron a las cuatro de la tarde y, a veces, teníamos algunas religiosas que tenían que salir de la Iglesia porque llegaban los soldados para algo y había que atenderlos, si no era peor ya que, a veces, venían grupos de soldados, algunos borrachos o drogados, y esos sí que daban “respeto”. Pero, gracias a Dios y a la Virgen, nunca nos hicieron nada, no así a la gente, pues, a veces, su venganza hacía que dijeran a los soldados donde se

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escondían los otros para ir y darles unas buenas palizas o matarlos y llevarse las dos o tres gallinitas que tenían… Nos llegaban noticias que en varios poblados había habido un tiroteo y había habido muertos con las explosiones de algunas bombas. Las personas que venían a los Oficios y la Vigilia Pascual los encontrábamos cansados, demacrados y sufriendo. El domingo de Resurrección vino mucha gente a la Misa, siendo una gran alegría y me acuerdo que festejaron el triunfo de Cristo cantando toda la Misa y hubo también muchas Confesiones. Al terminar, todos se retiraron a sus escondites de la brousse. Recuerdo un día, saliendo de la Iglesia, estaba esperando en la puerta de nuestra casa un soldado mal vestido que había huido de un poblado que se llama Sakundundu (a 40 km), tenía la nalga y un costado heridos por el paso de la bala y el pobre hombre vino a que le curásemos. Fue al hospital, le hicimos lo necesario y, una vez hecha la cura, le dieron las Hermanas el material y los medicamentos necesarios para que se curara él solo, porque no quería quedarse pues tenía miedo, ya que era un desertor. Entre tanto los días pasaban y los soldados nacionales esperaban a los Katangueses en Kafakumba-Poste a 10 Km. de nuestra Misión. Como teníamos costumbre, después de darnos un paseo por el hospital para contemplar las paredes, pues no había un alma, la H. Magdalena Llobera y yo nos fuimos a dar una vuelta por los pobladitos que rodean la Misión. Íbamos por medio de las casitas y, en una de ellas, oímos un gemido. Empujamos la puerta, teniendo que esperar unos instantes para que nuestra vista, que venía de la luz del sol, se hiciera a la oscuridad de la habitacioncita. Ahí vimos, en un rincón del suelo, en una estera, un hombre viejecito agonizando, que estaba ya lleno de gusanos… ¡Qué pena tan grande nos dio…! Estuvimos rezando nosotras en tshokwe el Ave María con él hasta que murió, que fue enseguida, lo tapamos y nos fuimos a avisar a alguien para que fuesen a buscar algunos hombres y enterrar al abuelito. Así fue y, al cabo de un rato, se presentó un grupo para hacer esa obra de misericodia, que Dios no dejaría sin recompensa. Otra vez, también paseando por en medio de un poblado, oímos un fuerte tiroteo y decidimos salir enseguida al camino para que nos vieran y evitar que nos disparasen sin querer. Nos pusimos a caminar y cuál fue nuestra sorpresa que, entre las hierbas y plantas del camino, comenzaron a salir soldados vestidos con uniforme distinto a los que conocíamos ver nosotras y nos preguntaron si había en la Misión Kamanyolas (soldados nacionales). Preguntamos que quiénes eran y dijeron que “la armada katanguesa”. ¡Al fin llegaron los Katangueses! Junto a ellos proseguimos nuestra marcha por la carretera principal que da enfrente de la casa del P. Erick, hasta que vimos que en la puerta estaba el Padre con la H. Carmen Richart y varios soldados Katangueses. Cuando llegamos, yo me quedé con el Padre que hablaba todo el rato en tshokwe con los soldados, o sea que era gente de nuestra zona pero Katangueses.

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Al rato, el Padre me dijo de ir con uno de ellos a la habitación que él tenía en su casa con la fonía y allí yo le decía el manejo, pues no sabía nada. Desconectó los cables y se llevó el aparato de la fonía y el cargador, también cogió el bolígrafo y el bloc que teníamos sobre la mesa para escribir los mensajes, cosa que me hizo mucha gracia. Así quedamos como todas las otras Misiones, desconectadas del mundo. Luego vimos que todas las dependencias de la Misión estaban rodeadas por los soldados Katangueses. Ya los teníamos entre nosotras y sin saber qué pasaría, pero nada bueno seguro. Nos pidieron cacerolas y sal para hacer sus comidas y, cuando terminaron, nos lo devolvieron todo. A eso de las 2,30h. de la tarde empezamos a oír disparos de cañones y fusiles sin parar, durante una hora. Al terminar el tiroteo volvió el silencio profundo de estos días, oyéndose solamente el cantar de las aves o el silbido de los animales y de vez en cuando un tiro perdido lejano. La lucha fue en el poblado de Tshipao, a 5km. de la Misión, pues veíamos el humo. Los katangueses que se encontraban por los alrededores de la Misión se fueron hacia esa dirección, dejándonos de nuevo solas. Comprobamos en esos momentos que sólo Dios es nuestra FORTALEZA. Esa noche fue tranquila y sumamente silenciosa, tan silenciosa que se oía el mismo silencio. Nosotros continuábamos con los horarios de siempre, el Padre tocaba la campana a las 6 de la mañana para la Misa y ahí nos fuimos la comunidad. Al terminar, oímos un nuevo cañonazo, al ratito otros dos más bien fuertes y, de nuevo, el silencio. A eso de media mañana, un avión pasó bajísimo por encima de la Misión, todas pudimos contemplarlo bien y al cabo de unos segundos oímos el explote de una gran bomba viendo efectivamente la humareda. Fue impresionante este espectáculo, pues fue cerca de la Misión. A eso de las dos del mediodía otra bomba y, enseguida, un avión sobrevoló la Misión varias veces y nosotras allí en plan contemplativo, mirando el cielo, no se podía hacer otra cosa, sólo rezar para que no echaran en la Misión una bomba y así seguimos, en la soledad, sin ver un alma… Alguien dijo que nuestro Land Rover se encontraba en el cruce del poblado de Tshipao. Más tarde llegó el Director de la Escuela Primaria de la Misión, papa Kanunda, y con él la H. Magdalena y yo nos fuimos a pie para ver si era o no verdad y las condiciones en que se encontraba el coche. Fuimos andando los 5 Km que hay de la Misión al poblado donde hacía 3 ó 4 días hubo el gran tiroteo. Al llegar vimos efectivamente el coche en medio del camino con los cristales de delante y laterales hechos un mosaico por las balas, el motor quemado, una rueda desinflada de un balazo y la carrocería con un sin fin de agujeros de balas. En el interior todo lleno de sangre, esto nos hizo pensar en lo peor y rogamos por esos heridos o muertos, Dios sabe. Daba impresión y pena.

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El poblado daba tristeza: casas quemadas, sillas por fuera, camisas y gorros de soldados tirados, papeles quemados etc. y muchísimas balas por el suelo. Se notaba que allí hubo una gran batalla. En una montañita vimos varios soldados muertos y medio quemados, podridos, llenos de gusanos y moscas merodeando en los cuerpos hinchados. De esta manera encontramos varios muertos… Fue de impresión, resultando un panorama triste y desolador. Terminamos nuestro recorrido y regresamos a la Misión haciendo los 5 Km de vuelta con el sol achicharrante de mediodía. Al día siguiente partimos en el coche del P. Erick las HH. Luisa, Magdalena y yo a Tshipao para recoger nuestro coche antes que robaran todas las piezas. Al llegar cambiamos la rueda quemada para poder así remolcarlo. Antes de irnos volvimos a dar un rodeo al poblado que estaba igual que el día anterior. El Padre vio por ahí tiradas dos granadas sin explotar y la gente, al ver que íbamos al poblado, se fue acercando y saliendo de sus escondites. El Padre con la gente hizo explotar las granadas pues era muy peligroso eso ahí en medio y la gente se puso a enterrar a su muertos. Regresamos a la misión remolcando nuestro jeep viejo que venía verdaderamente de la guerra. El P. Erick lo remolcaba y yo, en el accidentado, llevaba el volante, me dio un escalofrío montar donde hacía poco había muerto alguien. ROGUÉ desde el fondo de mi corazón. Esa misma noche oímos de nuevo tiroteo y bombas durante más de una hora sin parar… Se oía lejos pero en el silencio profundo de la noche se escuchaba estupendamente, parecía que era en Kafakumba-Poste a 10 Km de la misión, como fue efectivamente. Seguimos unos días sin saber nada, ni ver a nadie, hasta que poquito a poco la gente del poblado comenzaba a venir, aunque por las noches preferían esconderse en sus guaridas de la selva. Alguien vino diciendo al Padre que Kafakumba-Poste estaba desierta y que no se veía soldados ni Katangueses ni nacionales por ningún sitio, así que decidió coger el coche e ir a dar un vistazo. Fuimos toda la comunidad. Kafakumba-Poste estaba completamente solitaria, las casas quemadas y robadas, muchísimos trastos por en medio de la carretera, daba pena. Había en una casa un motor de apilar el arroz en marcha pero en el almacén ni un gramo de arroz, lo paramos… En el camino de la Misión a Kafakumba-Poste y después de Thipao (a 5km de la misión en la misma dirección) estaba y vimos el gran agujero causado por la bomba que echaron. En mejor sitio no pudo caer pues la zona era fangosa y no había peligro para nada ni para nadie, pero las dimensiones y profundidad del agujero impresionaban. Era el comienzo del mes de mayo y estábamos así desde primeros de marzo y parecía que la Virgen llamaba de nuevo a sus hijos para que regresaran a sus hogares y a la Misión. Pero como este pueblo vive de lo que van diciendo unos y otros, de repente desaparecían porque oían tiros y después volvían a regresar… Tengo que reconocer que entre ellos se conocen y, en el fondo de toda esa charlatanería, hay una verdad y es que lo que se temía llegó un día a la Misión. Comenzamos a oír ruido de camiones y todas las religiosas nos dirigimos a casa del P. Erick a la entrada exterior que la llamábamos “La torre de control”, porque se

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divisaba toda la carretera de esta cuesta abajo pudiendo ver estupendamente bien todo lo que llegaba. Vimos camiones parados y casas ardiendo, las casas de la gente de la Misión. Los soldados nacionales, según nos dijeron luego, cumplían las órdenes del Presidente Mobutu de destruir y matar a la gente de la región del Shaba o Katanga por estar de acuerdo en dejar entrar a los ex-katangueses. A las 12,30h. del mediodía empezó el desfile de 1.500 soldados zaireños por nuestra Misión dirección a Sandoa provenientes de Kamina-Base, la base militar zaireña. Los Tenientes se pararon a saludar al P. Erick y a mí que seguíamos en nuestra “Torre de control” viendo lo que sucedía. El Padre les regañó por quemar las casas, saliendo en defensa de nuestra gente y pidió que no siguieran incendiando las casitas, aceptaron y mandaron el aviso de no continuar. Mientras tanto un grupo de soldados borrachos había ido al hospital y rompieron las puertas, cristales. Encontramos medicamentos tirados, robados, mantas, etc. La H. Magdalena y Beatriz vinieron a casa para comunicarlo al jefe del grupo. Al regresar al hospital se llevaron un gran susto, pues los soldados comenzaron a disparar sin mirar dónde, mientras robaban y destrozaban. Un grupo con cuchillos amenazaron a Beatriz y a la H. Luisa pidiéndoles las llaves de los armarios. Se las dieron y, entre tanto, llegaron sus autoridades y los pararon, devolviéndonos algo de material robado, pero una gran parte y el dinero se lo llevaron. Pasado todo este jaleo continuaron los soldados su camino hacia Sandoa, pero un grupo con el Coronel Dikuta (aún me acuerdo de su nombre) se instalaron en Kafakumba-Poste (a 10 km de la Misión). Este Coronel nos trajo una carta del P. Justino de Luabo (franciscano) preguntándonos cómo estábamos y que si necesitábamos comida se lo pidiéramos, que por medio de los soldados nos la enviaría. Así lo hicimos, pues todo lo que compraron en Kolwezi la H. Luisa y la H. Magdalena lo tuvieron que dejar porque no cabían las cosas en esas pequeñas avionetas. La Misión y alrededores, como es de suponer, estaban vacíos, no se veía un alma y con un silencio que impresionaba, hasta los mismos pajarillos estaban callados pues no se oían sus trinos de costumbre… Así estuvimos varios días, con el ir y venir de militares parándose todos en la Misión para saludar y la mayoría de veces para incordiar. Muchos venían al hospital a curarse por estar enfermos con malarias, hepatitis, disentería, fracturas, balas, etc. Los grandes comandos pedían al Padre que dijese a la población de regresar a sus hogares, entonces el P. Erick aprovechó para decirles un proverbio Tshokwe que se quedó muy grabado en mi cabeza y mi corazón y hasta hoy lo recuerdo, fue el siguiente: “Dicen que el marido de mi madre es mi padre. Viene uno y le dice: yo soy tu padre. Viene otro diciendo lo mismo. ¿A quién ha de creer el hijo? ¿Quién es su padre?”. Enseguida respondieron los militares: “Nosotros somos sus padres”, refiriéndose al régimen del Presidente Mobutu. El P. Erick continuó diciendo que él comprendía que la población huyese porque vienen los soldados ex-katangueses asegurando que son ellos los vencedores, luego vienen los zaireños diciendo que son ellos. ¿A quién ha de creer el pueblo…? Aquí terminó la conversación, pero yo estaba con la boca abierta aprendiendo la psicología de este pueblo por medio del P. Erick que tan requetebién los conocía. Todo esto, yo sin saberlo, me ayudaba a ir entrando cada vez más en esta gente, en sus cabezas, en sus corazones para comprenderlos mejor y ayudarlos…

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De vez en cuando salía el pueblo de sus escondites de la selva viniendo a la misión a saludar y ver qué tal estábamos, regresando enseguida a sus guaridas. Pero así nos enterábamos de la suerte de esta pobre gente. Otro día se paró en nuestra casa un coche lleno de militares. Empezó a hablar como si fuera el médico de la armada pidiéndonos permiso para traer a nuestro hospital soldados gravemente heridos. Como era evidente dijimos que sí. Luego comenzó el turno de otro militar que resultó ser el “Capellán Castrense” zaireño y que nos traía cartas de las Siervas de San José de Luabo y de los Padres Franciscanos, ambos preocupados por nosotras. Pero esto no acabó aquí, al rato entró un soldado con un gran paquete que contenía queso, azúcar, harina, sardinas, botes de cerveza, leche etc. etc. de parte de las Siervas de S. José, que estaban preocupadísimas por nosotras. El capellán castrense dijo que él estaría en KafaKumba-Poste hasta que toda la armada partiera dirección Sandoa a luchar con los ex-katangueses. Entre tanto llegó un helicóptero para evacuar a varios soldados heridos de gravedad, pues fueron heridos al saltar una mina puesta por los Katangueses en su marcha hacia Sandoa y cuando pasó el primer camión todo voló. Encontraron varias minas por el camino, pero ya fueron con más precaución. Nosotras seguíamos con nuestros paseos por los poblados, ahora muchos quemados completamente, era de pena que lo poquito que tenían lo hiciesen desaparecer de esa manera. Otro día avisaron que el Presidente Mobutu iba a llegar en helicóptero a Kafakumba-Poste y pedían al P. Erick y a las Hermanas ir a saludarlo. Fuimos el P. Erick, H. Luisa y yo. Por cierto, Kafakumba-Poste no parecía la misma que cuando fuimos nosotras después de la batalla. Todo estaba limpísimo, con tiendas de campaña, soldados bien uniformados, nuestra Iglesia limpísima y, en la casita del P. Erick donde se aloja cuando va a Kafakumba-Poste, ahora estaba el capellán castrense. Delante de la casa pusieron sillones para ahí recibir al Presidente. Mientras esperábamos, vimos al militar que estuvo en nuestro hospital por la picadura de serpiente. Ahora estaba con la cabeza vendada y una pierna escayolada debido a la mina que le estalló. El pobre chico fue un poco desafortunado pero estuvo muy contento de vernos y nosotras de verle a él… Después de estar allí de plantón avisaron que el Presidente no venía y que, si lo hacía, ya nos llamarían. De manera que el capellán castrense nos acompañó a la Misión. Luego supimos que el Presidente envió un representante en su lugar y le dieron una vuelta en helicóptero por la Misión, que vimos muy bien, pero gracias a Dios no se pararon. El capellán nos informó que las religiosas de Kasaji, Sandoa y varias Misiones más tuvieron que ser evacuadas y las Misiones habían quedado abandonadas. Para no ser más larga ni pesada voy a acabar aquí la guerra que, de hecho, duró hasta finales de junio teniendo en nuestra Misión cada día este paseíllo de camiones, coches, soldados y aventuras… Sólo decir que ganó la armada Zaireña, o sea Mobutu, perdieron los Katangueses y tuvieron que irse sin haber conseguido nada de lo que se proponían, que era quitar al Presidente Mobutu del poder.

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H. Carmela Cortés Richart Mis recuerdos de la guerra A parte de todo lo que he contado, me acuerdo todavía de muchas cosas más, buenas y no tan buenas, pero en todas estaba la mano de Dios y la protección de la Virgen que nunca nos faltó, junto a las oraciones de todas nuestras religiosas que rogaban y sufrían por nosotras, como más tarde nos mostraron con su cariño e interés… Me acuerdo que un día aterrizó en la explanada de la Escuela Primaria de la Misión, al ladito de nuestra casa, un helicóptero y descendió un Coronel, el piloto y dos soldados, enviados expresamente por las autoridades de Kolwezi, para tomar informes de nuestro jeep robado. En nuestro recibidor, el P. Erick, la H. Luisa y yo estuvimos con ellos. Quien la que más habló fui yo, por ser la que estaba en el momento que cogieron nuestro coche. Al hablar y explicar, tanto el P. Erick como yo, dijimos varias mentirijillas y nos callamos también muchas cosas. Por ejemplo no dijimos que el jeep era viejo; también otra mentirijilla que dijimos fue que trajimos nuestro jeep a la misión empujado por la gente y cosas así por el estilo. Nosotros esperábamos que nos diesen un jeep nuevo, pero, después de tanto hablar y prometernos, nos quedamos como estábamos y sin coche nuevo como creíamos que nos darían. Pensé mucho en lo que Jesús dice: “Mirad las aves del cielo, no siembran ni cosechan pero su Padre celestial las alimenta”. Así nos pasó a nosotras. En todos este ir y venir de camiones de soldados a Kamina, pasando por nuestra Misión, tanto los Padres Franciscanos como las Siervas de San José, como el

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Obispo de Kamina, en ese momento Monseñor Bartolomé MALUNGA, como un comerciante belga de Kamina el Sr. Cyrilo (que murió el año pasado) nos enviaban siempre que podían embutidos, latas de conserva, jabón, aceite, etc. También otro día nos llegó comida y cartas del Obispo de nuestra Diócesis de Kolwezi, Monseñor Floribert Songasonga, cariñosísimo y preocupado por nosotras… El P. Erick respondió y firmamos todas las religiosas, llevándose la carta los mismos militares que vinieron de Kolwezi con lo que nos trajeron. También nos llevaron otro gran paquete de comida y cartas de la sobrina religiosa del P. Erick, Sr. Magdalena, religiosa de la Congregación de María de Pittem de Kolwezi: Nunca habíamos tenido tanta comida junta, a ese paso hubiésemos podido poner un supermercado… TODO PROVIDENCIA. A veces también volaba el avión metodista, pilotado por un norteamericano, el Sr. Kenet, sobre nuestra Misión y, con gran precisión, nos tiraba en nuestra huerta algún paquete con cartas y otros pequeños con comida, todo proveniente de Kolwezi. En una de esas cartas, que era del Padre Comisario de los Franciscanos, nos saludaba y daba gracias a Dios por la protección que tuvo sobre nuestra Misión de Kafakumba, sobre todo porque los militares zaireños pensaban bombardearnos creyendo que los Katangueses se habían instalado en la Misión. Nosotras sin enterarnos, y menos mal que no lo sabíamos, pero también es verdad que sabíamos que pasaban sobre nosotras muchos aviones “Mirages” que eran de bombarderos. No sé si fue porque cada vez que oíamos y veíamos un avión de este tipo salíamos a ver bien. ¿Fue eso lo que les detuvo el bombardeo…? No lo sé, ni se sabrá nunca… TODO GRACIA… La Virgen de la PUREZA seguía llevándonos entre sus brazos… Otra vez vino un coche trayéndonos a un chico que habían encontrado en el camino minado hacia nuestro hospital. Vio una granada y, como no sabía lo que era, la cogió estallándosele entre sus manos. Daba impresión ver este muchacho, de 16 años más o menos, con toda la cara quemada y, como consecuencia, ciego, el brazo izquierdo cortado casi hasta el codo con la carne encogida y despilfarros que colgaban. El brazo derecho tenía casi cortada toda la mano. El vientre abierto con los intestinos fuera. Recuerdo nuestra impresión y sufrimiento de ver que no podíamos hacer nada, solo pedir a la Virgen que se lo llevase lo más pronto posible para evitar el sufrimiento y así fue, la Virgen se lo llevó al cielo al ratito. Como no sabíamos bien el tshokwe para decir grandes cosas, cuando teníamos un caso de este estilo rezábamos en voz alta el “Ave María” en tshokwe, despacito para que pudieran darse cuenta. La Virgen de la Pureza nunca falló, pues los que morían lo hacían con mucha paz… Una vez, a eso de las 9 de la noche, fuimos a la ventana de la sala de comunidad al ver la luz de los faros de un coche. ¡Qué salto dimos al ver que eran 3 religiosas de Luabo (Raquel, Pilar Tarazaina y Victoria), las Siervas de San José, con el P. Torres! Nos abrazamos todos emocionados. Nosotras al ver su interés y cariño y ellas al encontrarnos sanas y salvas con la Misión en pie, pues tanto les habían dicho que pensaban encontrarse lo peor… Venían cargadísimas de alimentos y fueron ellos bien valientes pues emprender un viaje por esos caminos de Luabo a Kafakumba lleno de soldados no era apetecible, aunque venían con permisos y documentos firmados por los altos mandos militares de Kamina-Basse. Salieron a las 5 de la mañana, llegando por la noche a Kafakumba debido a tantas paradas y controles que les hicieron los soldados por el camino, pero gracias a Dios les fue bien.

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Traían una carta de Monseñor Songasonga saludándonos y deseando venir a vernos enseguida que se lo permitiesen. Nos comunicó que de los misioneros de Mutshatsha, Diloló Gare, Diloló Poste, Sandoa y Kasaji no se conocía su paradero. Después de evacuar las Misiones, ahora estaban completamente saqueadas. Fue una carta que nos emocionó a todos, incluso al P. Erick que no era fácil de mostrar lo que sentía… No cesamos de dar gracias a Dios que no nos dejó en ningún instante. Paseamos con las Siervas y el P. Torres por la misión y alrededores para que vieran los destrozos de los soldados, estaban impresionados. Después de estar un día con nosotras partieron de nuevo hacia Kamina. Les agradecimos su interés y también al P. Torres, que tanto cariño nos mostró siempre. Otra cosa que recuerdo fue que un día, al terminar de cocinar, oímos cerca un estallido tremendo. Enseguida pensamos que sería alguna granada. Efectivamente, delante del dispensario de la Misión había una mujer con la frente sangrando, otra con una quemadura respetable en el costado y un hombre con las piernas llenas de quemaduras. Gracias a Dios no fue nada grave, pero el susto fue monumental. Resulta que, el día anterior, vino al hospital una mujer con su hijo enfermo proveniente del poblado de Tshipao (donde tuvo lugar la batalla) y la mujer se trajo una granada y la dejó debajo de la palmera del jardín del hospital pero sin malicia, o sea que le llamaría la atención ese chisme, lo cogería, y despistada lo dejó por ahí. Los hijos pequeños de uno de nuestros enfermeros lo vieron y se pusieron a jugar con la granada. Su padre al verlo se dio cuenta que era “algo de guerra”, lo quiso coger y tirar pero abrió la palanca y estalló. Con suerte salió en sentido contrario donde estaban ellos, solamente saltaron algunas chispas que fueron lo que les dañó. Por el mes de junio la gente de la Misión ya iban yendo a sus casitas y venían a saludarnos al P. Erick y a nosotras y solo hacían que repetir “Zambi Munene” (Dios es grande) librándonos de todos los males, pues sabían que las otras Misiones estaban destruidas y sin misioneros. No dejaban de dar gracias a Dios y a nosotros. Me emocionaba ver la alegría y cariño con que decían eso nuestras gentes, tanto cristianas como paganas. Tuvimos también que aislar a un chico y chica jóvenes heridos de granadas, pues la gangrena comenzaba a dar un olor insoportable para tenerlos con los demás enfermos… no podíamos hacer nada… Tengo que decir que la chica enfermera, Beatriz García Gamarra, lo hizo estupendísimamente bien como enfermera y persona, era una más entre nosotras y en todos estos casos se daba en alma y cuerpo y eso que era joven, sólo 27 años, pero demostró tener una gran madurez y aplomo pues le tocó pasar ratos bien difíciles. Sólo Dios y la Virgen se lo podrán pagar como sólo ELLOS saben hacerlo. Siguiendo con los enfermos, diré que a la chica se la pudo sacar adelante y se recuperó, pero no así el chico. Como no había nada que hacer, su madre se lo quiso llevar a que muriese en su village-poblado. Se lo llevaron en una camilla hecha de palos transportada por cuatro hombres y la madre iba detrás llorando con sus gritos y lamentaciones característicos de este pueblo en momentos de dolor. Aquello me recordó el pasaje de la viuda de Naim, sólo faltaba que Jesús dijese: “Levántate…” pero no lo hizo. Dios tiene sus caminos. Detrás, al lado de la madre, iba la familia llorando, daba mucha pena… Lo recuerdo como si fuera ahora mismo. A lo largo de

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los años de estar aquí, desgraciadamente, hemos visto este panorama con mucha frecuencia. Otro caso que llegó al hospital y nos hizo sufrir fue el de una mujer joven que iba a su campo a recoger manioca y pisó una mina de ésas que iban dejando los soldados y le estalló. La trajeron enseguida al hospital teniendo la pierna derecha por en medio del muslo colgando. ¿Qué hacer con ella…? Si la dejábamos, moriría y si probábamos a cortársela, “quizás” se podría salvar. Entre la H. Magdalena, Beatriz y yo consultamos el parecer de los enfermeros (que ya habían regresado al hospital) y la familia, decidimos amputársela. Fuimos unas ATREVIDAS, así con mayúsculas, pero, gracias a Dios, resultó bien. Anestesia teníamos poca y floja, no para un caso semejante. Así que le dimos a beber una bebida alcohólica que la gente fabrica con manioca fermentada, haciendo una bebida fortísima que se llama LUTUKU (o “cinq cents”). A la chica la emborrachamos y los hombres de su familia la sujetaban fuertemente, así serramos (con sierra) la pierna como podíamos… Gracias a Dios, la Virgen, Madre Alberta y a todos los santos que no parábamos de invocarlos, la mujer se salvó, no supimos cómo, pero se salvó y encima no tuvo ni infección, ¡milagro…!, cicatrizándose bien el muñón… Estuvimos 7 u 8 horas con el caso y sudábamos a mares, no solo por el calor que hacía sino también por el trabajo, nervios y sufrimiento. La mujer tuvo que estar varios meses hospitalizada pero salió adelante ¡DIOS ES GRANDE! Cuando los caminos fueron transitables, las Siervas de San José volvieron a Kafakumba a saludarnos, su Madre Provincial de España, la M. Bienvenida, con una Consejera, la M. Inés (ex-Provincial que residía en Luabo), y la H. Magdalena Cañibano. Conducía el coche el P. Ante, franciscano croata de la misión de Kayeye (Diócesis de Kamina). Fue una grata sorpresa y, como siempre, venían cargadísimas de comida para nosotras. La Madre Provincial estuvo muy cariñosa y nos dijo que, a su regreso a España, informaría con detalle a nuestra Madre General. Agradecimos este viaje de las Siervas, no solo por las molestias del viaje, sino, sobre todo, por dejar tres días de estar con sus religiosas para venir a vernos. Tuvimos en agosto la gran alegría de la venida de nuestra M. General, la M. Mª de las Nieves Armas, y la Secretaria, M. Agueda Moll, que sufrieron enormemente con la guerra, pero que, al vernos bien y contentas, se les pasó todo. Disfrutamos como siempre de tenerlas entre nosotras, agradeciendo sus desvelos e interés por nosotras pues enseguida que hubo permiso para entrar al país los extranjeros, vinieron. La Misión comenzaba a animarse regresando la gente a sus hogares, la mitad destruidos. Se oían los juegos y gritos de los niños, las campanas llamando para ir a las Escuelas, el internado lleno de niñas, el ruido del mercado, tam-tams por la noche, música de fiesta, los enfermos que regresaban al hospital… Poco a poco todo se fue normalizando y la vida siguió su camino. Por todo dábamos WAKALAKALA (GRACIAS) a Dios y a la Virgen. El P. Erick No se puede hablar de Kafakumba sin mencionar al P. Erick, que estuvo en la Misión de Kafakumba durante 40 años y fue considerado por el pueblo como un gran TATA (Padre) y un gran JEFE TSHOKWE (Mwana).

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El P. Erick Hendrink, franciscano, nació en Overpeel (Bélgica), frontera con Holanda, un verdadero belga flamenco y orgulloso de serlo. Me recordó cuando lo conocí a Don Quijote: seco de carnes, alto, con su barba, original, con un gran sentido del humor y, sobre todo, un gran sacerdote, religioso y misionero. Como dice el profeta Isaías: “Yo te he puesto como luz para que lleves mi salvación hasta los extremos de la tierra”… Y así vino el P. Erick al Congo Belga, recién ordenado, durante la colonización, en plena 2ª Guerra Mundial. Antes que en Kafakumba estuvo en la misión de Sandoa algún tiempo, pero no mucho, y luego en Kafakumba hasta su muerte. Desde que llegó se dedicó a hacer la Brousse, eso quiere decir la selva, o sea que él recorría los poblados del interior que correspondía a la Misión de Kafakumba, que son unos 200 kilómetros largos. Se iba durante dos o tres meses al interior, recorriendo los poblados y, cuando acababa su gira apostólica, regresaba a la Misión unos días para arreglar el medio de transporte, coger de nuevo comida, descansar un poco y volver de nuevo a circular por los pobladitos. Al principio iba en bicicleta, después en moto y luego en jeep, según avanzaba la tecnología. En sus comienzos, según contaba él, la gente iba vestida como sus antepasados, encontró personas que habían sido esclavos liberados y que se conocían por las perforaciones en el lóbulo de las orejas y de la nariz. En los poblados con casitas hechas de barro con techo de paja, cuando él llegaba, montaba su “tienda de campaña”, sacaba su sillón plegable fuera de la tienda y ahí pasaba horas y horas, días y días, hasta que la gente se le iba acercando aunque sólo fuera por curiosidad, imagino que el espectáculo no sería para menos. Para ir atrayéndolos se presentaba al jefe del poblado y a los ancianos y el Padre, que hablaba el tshokwe aprendido meses antes dedicado sólo al estudio de la lengua, empezaba a entablar algo de conversación y les pedía permiso para ir a cazar a los alrededores. El P. Erick era un gran cazador, ahí donde fijaba la vista, metía la bala. Hasta el final de su vida conservó su fusil buenísimo con alza telescópica y cuando era necesario se iba a cazar. Sólo mataba a los animales por necesidad, para comer, pero nunca por placer de cazar. Así que, en la brousse, se iba más al interior, seguido por los hombres con sus flechas y lanzas. Siempre salían de caza por la noche, pues era cuando los animales se dejaban ver. El Padre se ponía un foco en la frente y esa luz reflejaba en los ojos de los animales y por el color y la forma de los ojos y la altura el Padre sabía distinguir si era un jabalí, elefante, león o la bestia que fuese. Disparaba y lo mataba y se iba con el animal al poblado, depositándolo delante de la casa del jefe según sus costumbres, y la gente lo despellejaba, lo repartía y comían la carne una vez guisada. De esta manera, poquito a poco, fue entrando en el corrillo alrededor del fuego con los jefes y la gente, ganándoselos así con el fin de enseñarles “la sublime riqueza de Cristo”. Como dice Isaías: “Qué bellos son andando por los montes, los pies del mensajero que anuncia la paz y la SALVACIÓN”. Así, y con una gran PACIENCIA de años, de toda una vida, que parecía mentira en un hombre tan dinámico como él, fue entrando en la vida de la tribu tshokwe.

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Con el paso del tiempo y con la confianza que ya depositaban en él, le permitieron que construyese su casita y la Iglesia, una al lado de la otra. La casa era de dos habitaciones, una para dormir y otra para estar, comer, recibir a la gente. Al principio con techo de paja y muchos años después con toldos de aluminio. Así empezó sus catequesis, que en tshokwe se dice MALONGUESO y en swahili MAFUNDISHO, teniendo las primeras conversiones y bautismos, más adelante seguían los otros sacramentos. El Padre, cuando venía a comer con nosotras los domingos, en las sobremesas, nos contaba sus peripecias y aventuras, que nos hacían reír, pasando así un rato agradable. Además él era muy ameno narrando. Voy a poner algunas de las que me vayan saliendo: Nos contó que, al principio, en los poblados a los que iba, en la mentalidad africana no se concebía que un hombre viviera solo y sin mujer, de manera que de vez en cuando se presentaban a él algunas mujeres que, según el Padre, con su chispa, nos decía: “Algunas eran muy bellas y jóvenes, otras muy viejas y feas”, para ofrecerse como esposas. El Padre veía que lo hacían sin malicia y teniendo pena de él. Él les explicaba cómo podía que vivía así porque quería vivir así, que lo hacía por MUNGU (Dios) y para ayudar a la gente a conocerlo y que si tuviera mujer ya no podría hacerlo tan libremente. Cuando decía esto, las mujeres asentían con la cabeza diciendo “tienes razón”, “enga, enga”, “sí… sí…”. Otra de sus aventuras fue que, al principio de estar en un poblado, un marido comenzó a pegar a su mujer fuera de la casa y la gente se acercaba para ver la paliza. Entre ellos estaba el P. Erick para separarlos, pero cuando el Padre con toda su fuerza, que la tenía y mucha, consiguió separar al marido sujetándolo, la mujer comenzó entonces a insultar al Padre con una sarta de improperios, diciéndole que si su marido quería pegarle, quién era él para impedírselo, de modo que el Padre lo soltó y aprendió que “entre marido y mujer nadie se puede meter”… Al explicarlo, el Padre empleaba otra expresión pero que es más o menos lo que acabo de escribir. Él reía… y desde entonces cuando oía jaleos de matrimonios decía que cogía su butaquita, encendía su cigarrillo y se ponía a leer y decía: “Ahí os las arregléis…”. Reíamos mucho con sus historias, sobre todo con la cara de pillo que ponía. Contó que un día llegó a la Misión un elefante solitario. Los elefantes son muy peligrosos cuando van sin la manada. En aquellos comienzos la Misión no estaba tan poblada como hoy día y el elefante pisaba algunas de las casitas que había por ahí diseminadas y destruía también los campos de manioca a su paso. La gente huía aterrorizada… El Padre cogió su fusil, sus municiones… yéndose detrás del elefante, pero no donde el viento pudiese delatarlo, así que tuvo que dar un rodeo. El elefante arrasaba todo lo que encontraba a su paso con la trompa, las patas y su mole de cuerpo. El Padre lo siguió hasta que lo tuvo a punto para dispararle y matarlo de un tiro y nos decía que tenía que dar el tiro entre ojo y ojo, para que la bestia muriese en el acto, porque si sólo se le hería era más peligroso, no importaba el animal que fuese, siempre había que matarlos estando frente a él y no muy lejos para acertar el tiro. Mató al elefante recorriendo 20 km. detrás de él, pues el Padre apareció en un poblado que se llama Sakundundu y que está a esa distancia de la Misión. Cuando la gente supo que el elefante ya estaba muerto, comenzó a salir poniéndose alrededor del Padre y la bestia dando sus gritos característicos de triunfo y alabanza al P. Erick.

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En la Misión aún se conserva la foto de este paquidermo y el P. Erick con algunos hombres que, al lado del elefante, se ven pequeñísimos… Historias así tenía muchísimas, imposible contar todo. Antes las malarias eran muy frecuentes y no había medios para curarse, matando a mucha gente y, por tanto, también y mucho más al hombre blanco, al misionero, pues la quinina era rara y difícil de encontrar. El Padre nos decía que, cuando en medio de la brousse tenía algún ataque de malaria, se metía en su tienda, cogía un puñado de polvo de quinina (pues antes no había comprimidos), que es amarguísima, se lo metía en la boca y para poder tragárselo cogía la botella de whisky que tenía para estos casos y se bebía unos buenos tragos hasta que se quedaba, entre la fiebre y la bebida, 4 días seguidos durmiendo y delirando hasta que se le pasaba el ataque de malaria y que cuando despertaba ya curado, veía a la gente alrededor de su tienda mirando asombrados como “revivía” y el Padre, al ver este panorama con esas caras de admiración, decía que a pesar de sentirse él un guiñapo, no podía evitar echar unas sonoras carcajadas…

P. Erick Tata Kasalinga Desde que llegó el P. Erick a Kafakumba y comenzó a recorrer la brousse, tomó a un joven papá con él como cocinero, siendo de todo un poco. Cuando llegamos nosotras a Kafakumba, continuaba Tata Kasalinga trabajando, ya mayor como el P. Erick, pues eran más o menos de la misma edad. Tata Kasalinga era un hombre sencillo, no sabía leer ni escribir, pero estaba lleno de “valor y sabiduría”, como todos los ancianos de esta tierra congolesa a los que yo de corazón admiro y respeto, pues son pozos profundos de bondad, de conocimiento de su cultura y de valores que van desapareciendo con las nuevas generaciones, es una pena, pero así es el curso de la historia. Los jóvenes de hoy en día viven entre la cultura europea y la suya, sin conocer bien ni la una ni la otra y por eso tienen a veces reacciones que ni ellos mismos perciben.

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El P. Erick y Tata Kasalinga se querían, apreciaban y valoraban mutuamente, a pesar de la distancia que les separaba. Recuerdo que, cuando el P. Erick estaba enfermo, me insistía constantemente en que ayudara a Tata Kasalinga y añadía: “Nunca he tenido un amigo y compañero tan noble y fiel como él.” Cuando el P. Erick murió, Tata Kasalinga lloraba desconsoladamente, y ahí estuvo junto a su cadáver hasta el último puñado de tierra que se echó en su tumba. Yo lo miraba y me emocionaba… Unos cuantos años después murió nuestro Tata Kasalinga, toda una institución en la Misión de Kafakumba, querido y respetado por el pueblo. Nuestros viajes con el P. Erick a la Brousse Cuando llegamos a Kafakumba, el año 1975, estaba solo en la Misión como sacerdote el P. Erick, pues el otro Padre belga que había, el P. Simón, hacía dos años que había muerto en Bélgica. Al P. Erick le ayudaban dos catequistas: Tata Tshikomba y Tata Mungaji. Más tarde, también le ayudaba Tata Mayiji, pues el Padre estaba mayor y por eso no iba tanto a la brousse como lo hacía antes. De todas formas viajaba cada tres o cuatro meses a un poblado grande, donde se acercaban los cristianos de los pueblecitos de alrededor para oír misa, confesarse, seguir las catequesis… y hablar con él. El Padre nos propuso acompañarlo los dos o tres días que estuviera en la brousse y así nosotras podríamos estar con las mujeres y jóvenes y tener algún trabajo de costura con ellas, que estarían muy contentas. Una vez propuesto esto, ni cortas ni perezosas, la H. Luisa Ramis y yo nos fuimos con el Padre en sus correrías apostólicas. La gente del pueblo, todos, nos recibía con cantos y danzas de la alegría que tenían. Mientras el Padre hacía su trabajo, nosotras visitábamos a las familias, y luego repartíamos en grupos a las mujeres y las niñas jóvenes para darles clase de costura y estar con ellas. Disfrutamos. Comíamos en la casita con el P. Erick lo que Tata Kasalinga nos preparaba. Había Eucaristía con bautizos, otro día con bodas y asistíamos a la fiesta que celebraban a los recién casados. Al atardecer, a la luz del fuego, cenábamos y el Padre dormía en su casita y la H. Luisa y yo en el jeep con nuestro saco de dormir. Así pasaban los días en que el Padre acababa las ceremonias religiosas en ese poblado y regresábamos a la Misión. Así recorrimos todos los poblados pertenecientes a la Misión de Kafakumba: Sapesa, Sakundundu, Salimi, Satshipanga, Mompwelete, Mbangu, Kayembe Mukulu… Fue una experiencia única la de vivir en medio de la gente fuera de la Misión. Mucha gente venía con sus obsequios de pollos, cacahuetes, verduras, manioca, piñas, plátanos… como agradecimiento por compartir nuestras vidas con ellos. Tengo que decir que el pueblo tshokwe es supergeneroso, pues siempre la gente en la Misión o en cualquier pueblo nos ha obsequiado muchísimo y a todas las religiosas, cosa que no ha sido así en las otras Misiones que he estado, o sea que se demuestra que el tshokwe es más delicado y generoso, teniendo lo mismo que todos los demás.

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La gente en la brousse, en general, se casaba (por la Iglesia) maduros y cargados de hijos, que bautizaban en la misma ceremonia. Luego el P. Erick, con los padres del bautizado, los presentaba a los pies de la estatua de la Virgen que cada Iglesita de la brousse tiene. También ponía en cada Iglesia una foto del Papa para que lo conocieran e imágenes de San José, del Sagrado Corazón… lo que encontrase. Eran ceremonias cantadas, del principio al fin, con sus instrumentos típicos: maracas, tam-tams, xilófonos, palos… un sinfín y todos fabricados por ellos con su sonido propio, afinado, y que en conjunto resulta armonioso dentro de sus cantos y música africana. Verdaderamente son unos artistas, disfruté… Para lavarnos por las mañanas, al amanecer pues en la selva se lleva horario de gallinas y al primer kikirikí la gente se levanta, nos íbamos al río, a la parte de las mujeres, acompañadas por un grupito de mamás, pues no querían que nos pasara nada, ya que aquí los ríos son bien caudalosos. Fueron muy respetuosas, ni se acercaban, ni daban la más leve señal de curiosidad. Cuando terminábamos nuestro baño, fresquitas y aseadas y con la ropa lavada también, regresábamos al pueblo siendo un paseíto muy agradable, pues, como es lógico, los poblados los construyen cerca de los ríos a unos 2 ó 3 km., así nunca les falta el agua. Para beber cogen el agua del manantial, que es potable y bien filtrada por la misma tierra. Bueno, todo un arte de saber vivir en la selva. El P. Erick, a pesar de haber estado tantos años y viviendo de esta manera, era limpísimo y ordenado en su persona y en sus cosas. Transportaba siempre en el jeep un baúl con los utensilios de cocina y comida como arroz, aceite, botes de conserva y en los poblados compraba la verdura y la fruta y Tata Kasalinga le preparaba su desayuno, comida y cena. En otro baúl llevaba un colchón enrollado, sábanas, una mosquitera, una jofaina, sus cosas de aseo y el espejo para afeitarse. Y en un bolso de mano, su ropa. En cada casa de la brousse que él se había construido tenía un catre, una mesa con dos sillas y su famosa butaca plegable azul que iba cargando de aquí para allá. Todo sencillo y de fabricación casera. Al llegar a la brousse se montaba su palacete. Repito que era muy aseado e iba siempre limpio y sus cosas ordenadísimas. Todo esto, aunque parezca una tontería, decía mucho de él, pues no era nada negligente, ni dejado, ni perezoso, mostrando también con su ejemplo la dignidad de la persona. Aquí, como en todas partes, todo cuenta y en todo esto también podemos enseñar. Algún año después, y sintiéndolo mucho, tuvo que dejar de hacer todos estos viajes, pues se encontraba mal, con un gran dolor de huesos, cansado y sin fuerzas, prefiriendo quedarse fijo en la Misión y desde allí, junto a los catequistas, seguir controlando y dirigiendo las comunidades cristianas formadas por él. Al ver este estilo de vida, me recordaba las Iglesias fundadas por San Pablo, pues los cristianos, cuando te despides de ellos, te dicen: “Recuerdos a la comunidad cristiana de Kafakumba” y los de Kafakumba enviaban saludos a los cristianos de Satshipanga, etc. De manera que cuando viajamos nosotras a España, la gente, al despedirnos, siempre nos dice: “Saludos a la comunidad cristiana de “chez vous”, de su tierra”. Es algo muy bello y emotivo la vida de estas primeras comunidades africanas, aunque también tenían sus líos y el Padre tenía que escribirles o ir para ponerlos en

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orden… Nosotras vemos y recogemos los frutos de toda una vida dada al Señor y a este pueblo. Como el Padre ya no iba a la brousse, llamaba a algún misionero o bien sacerdote congolés (había muy pocos en aquel tiempo) para que fueran a celebrar los sacramentos y reconfortar a los cristianos. Entre ellos ayudaron el P. Paul, religioso salvatoriano, belga, de la Misión de Samdoa, y también el Abbé (sacerdote secular) Muteba, de la Diócesis de Kamina, que, por cierto, murió hace dos años con 56 años (lo sé porque somos de la misma edad), compañero del actual Obispo de Kamina, Monseñor Jean-Anatole Kalala. El P. Erick fue un MISIONERO de TALLA. Aprendió muy bien la lengua tshokwe, hablándola y escribiéndola perfectamente, mejor que los mismos tshokwes. Era muy inteligente, bien preparado y una persona muy culta y muy lectora. Cantaba muy bien, lo sé porque tenía cintas grabadas de sus Misas cuando era joven. Tenía mucho don de gentes, era comunicativo, autoritario, comprensivo, con mucha paciencia y un gran don de “escucha”. Era un solitario por manera de ser y por cómo le había tocado vivir toda su vida, solo, en medio de la brousse. Sabía ganarse a la gente y hacerse respetar por las autoridades civiles, jefes locales y por todos… Guardaba las distancias y sabía estar en su sitio. Era un buen sacerdote, religioso y misionero. Nunca dejaba de celebrar la Eucaristía, y lo hacía con dignidad y fervor. Antes de celebrar, y mientras pudo, se le veía en la Iglesia arrodillado y orando. El Rosario nunca lo dejaba, tenía un gran amor y devoción a la Santísima Virgen. En la brousse iba a la capillita a rezarlo con los cristianos y en la misión, por las tardes, antes del anochecer, lo rezaba paseándose por el jardín de su casa y los dos perros que tenía en la Misión, Simba (león) y Tembo (elefante), lo seguían detrás a su paso y girando cuando el Padre giraba y así cada tarde lo mismo. Me hacía mucha gracia cuando lo veía. A sus horas se le veía rezando el oficio. En sus sermones llegaba hondo a la gente, conoció muy bien su mentalidad y costumbres pudiendo llegar a sus almas para llevarlos a Dios. Sus consejos eran siempre muy espirituales y profundos, en una palabra, era un alma de Dios a pesar de su fuerte carácter, que sólo él, Dios y los que lo conocían, veían cómo se dominaba. Fue muy digno en su comportamiento y trato con la gente, las mujeres, las religiosas, a pesar de ser agradable, agudo, con chispa y con un buen sentido del humor. El P. Erick fue un apóstol y un gran misionero. Entregándose a la causa de Jesús fue todo generosidad, entrega incansable y fervor. Ahora, a lo largo de estos 32 años que llevo en el Congo, veo que un misionero tiene que tener optimismo, autodominio y amor a la soledad. Son cualidades que siempre he visto necesarias. Yo admiraba mucho su paciencia. En un carácter como el suyo demostraba mucha virtud para conseguirlo y una capacidad de escuchar a la gente y sus problemas, sus cosas, su mundo… que me dejaba admirada. Supongo que para enseñarme, él me repetía: “Lo escucho todo y lo voy metiendo en el bolsillo, para luego ir sacándolo cuando es necesario, para descubrir la verdad, conocer a la gente y ayudarla a ir al Señor respondiendo como cristiano”. Cuando me decía esto, me acordaba de “No romperás la caña cascada, ni apagarás la llama vacilante…” Fue el pastor que dio su vida por sus ovejas, que buscó la perdida, que consoló y curó a la débil. La verdad es que a mí me ayudó mucho en los casi 10 años que viví con él en la Misión. Yo era muy joven y él se consideraba como mi abuelo enseñándome,

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aconsejándome con mucho cariño y respeto, y queriendo que aprendiera muchas cosas. También me introdujo en todo el archivo de fichas de cristianos para anotar los sacramentos, familia, hijos, etc. y llegué a estar al corriente tanto o más que él y los mismos catequistas. La verdad es que tengo un gran recuerdo del Padre y me ayudó mucho. Me enseñó a tener una amplitud de miras y un gran sentido del humor. Le estaré siempre agradecida, pues lo poco que sé de la vida misionera se lo debo en gran parte a él, sobre todo la manera de tratar y entrar en esta gente. La muerte del P. Erick en la misión Los últimos años del P. Erick fueron muy duros pues se sentía sin fuerzas, le costaba respirar (era un gran fumador) y no podía hacer lo que siempre había hecho, dependiendo cada vez más de los demás y todo esto le hacía sufrir, pero una cosa tenía muy clara y era “que quería morir en Kafakumba, en medio del pueblo tshokwe”. Fueron unos años en que varias veces, y con urgencia a causa de su salud, tuvimos que ir a Kolwezi, unas veces en la avioneta metodista y otras en el jeep. Siempre lo acompañaba yo, pues me apreciaba y se había acostumbrado a mí y yo a sus mañas. Iba saliendo más o menos de sus enfermedades, pero cada vez más envejecido, debilitado, aunque su fuerte carácter y determinación no se aflojaba. Su Superior provincial del Congo, el P. Kün, cuando pasaba visita a Kafakumba, nos decía, después de hablar con él, que no quería por nada abandonar la Misión… Así que todo estaba en manos de Dios. El P. Erick se encontraba, como dice Bernanos: “esperando esta dulce noche que llega compasiva, serena…” pero muchas veces me decía, con su humor que nunca le faltaba: “Yo creía que el morir era más fácil, pero uno no muere cuando quiere, sino cuando el Señor quiere… Así que a esperar…”. Tenía momentos duros y vivía lo que dice San Juan de la Cruz: “Qué bien sé yo la fuente que mana y corre aunque es de noche”. Coincidimos en Europa los dos, él en Bélgica y yo en España. Durante esas vacaciones, el P. Erick tuvo un edema pulmonar grave, pero en cuanto salió de la clínica, sin aceptar los consejos de su familia, médicos ni Superiores, me llamó a España y me dijo: “Vámonos en seguida a Kafakumba. Estoy mal, pero yo quiero morir allí y tener, como la gente, sólo a Dios y los medios que vosotras me podáis dar.” A mí me emocionó y me hizo pensar muchas cosas… Me fui a Bruselas para viajar desde allí con el Padre al Zaire y en este viaje también venían la H. Luisa Ramis y la H. Mª Teresa Villarino, por primera vez destinada a Kafakumba. Ellas tenían que salir desde Roma, pero como la Compañía “Air Zaire” era tan original, no pudieron salir de Roma: Los pasajeros tuvieron que ir hasta Bruselas, donde nos encontramos todos juntos para viajar. Yo pedía al Señor que no se muriese el P. Erick en el avión ni en todo el viaje, pues verdaderamente estaba mal… Así llegó nuestro P. Erick de nuevo al Zaire y yo con el corazón oprimido. Era septiembre del año 1982.

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En Kafakumba, en medio de su gente, se sintió feliz, aunque no mejor, y cada vez más dependiente de nosotras para todo. El P. Kün, su Provincial, venía con frecuencia a visitarlo y como el P. Erick no estaba para nada, el P. Kün comía con nosotras. Siempre nos agradecía todo lo que hacíamos por el P. Erick, comprendiendo lo que eso suponía de entrega por nuestra parte. El Padre seguía mal y así iba tirando. En este tiempo vino a visitarlo su sobrina Magdalena Erick (Sr. Erick), religiosa de Marie de Pittem que trabajó muchos años en Kolwezi y fue allí donde nosotras la conocimos, pero durante la guerra del 80 tuvieron que huir de Kolwezi y ya no regresaron, se instalaron y abrieron casa en Kinshasa, donde vivía en ese momento cuando vino a visitar a su tío. También más adelante vinieron desde Bélgica a Kafakumba dos hermanos de Sr. Magdalena Erick. Uno de ellos era Erick, el más pequeño, que algunas de nuestras religiosas de España conocen. Disfrutaron de estar tío y sobrinos juntos, además representaban a toda la familia del Padre, que era numerosísima y que querían muchísimo a su “nonke Erick” (tío Erick), como lo llamaba en flamenco la familia. Sus sobrinos sólo estuvieron dos días, pues en Kinshasa, a causa de los aviones, perdieron una semana y como tenían que regresar con fecha fija, les fue corta la estancia en Kafakumba. De todos modos les enseñamos la Misión y algunos de los poblados de la brousse para que vieran todo lo que su tío había hecho por el Señor y las almas. Los sobrinos estaban satisfechísimos de ver las cosas que su tío tantas veces les había contado durante sus vacaciones en familia, pero sufrieron al ver su deterioro y el saber que sería la última vez que le verían… Así se despidieron… En la Misión estábamos rehabilitando unos pabelloncitos abandonados y semidestruidos para clases de la Escuela Secundaria que habíamos comenzado hacía solo un curso y fue en ese momento que llegó destinada la H. Mª Teresa Villarino para hacerse cargo de la dirección e ir avanzando los cursos. Como decía, esos arreglos que hacían los albañiles al P. Erick le gustaba dirigirlos y, cada mañana, yo cogía el jeep para acercar al Padre a controlar las obras. Era un paseo de 5 minutos, pero el Padre ya no tenía fuerzas y había que llevarlo en coche. Era toda una fiesta la de los alumnos recibiendo al P. Erick. También vinieron a visitar al Padre la H. Magdalena Cañibano, Sierva de San José, el P. Winfried, franciscano de Kamina, y algún que otro misionero. Fue durante este tiempo que nuestra Congregación pensó en coger la Misión de Kanzenze (a 400 km. de Kafakumba) y las religiosas estábamos de preparativos para recibir a la M. María Riera y las chicas voluntarias, Teresa Reyzábal y Cristina Cortés, la primera médico y la segunda enfermera, para ultimar la nueva fundación y hacer reparto del personal. Un tiempo después llegaron las HH. Begoña Portilla y Magdalena García. El P. Erick, al ver tantas personas nuevas, supo que algo se tramaba. Sabía que íbamos a ir a Kanzenze, pero no sabía que yo iba destinada allí, ni se lo quisimos decir, pues estaba tan mal que temíamos que si le decíamos algo muriese antes de hora del disgusto que iba a coger. Yo le pedía al Señor y a la Virgen y San José que arreglaran este asunto y así fue, pues a mediados de agosto del año 1984 comenzó el Padre a estar verdaderamente mal, el edema pulmonar se agravaba, le costaba respirar y se ahogaba, a veces no coordinaba y decía cosas sin sentido… Hacía tiempo que yo dormía en el convento del Padre, en una habitación al lado de la suya y con timbre para que pudiese llamar si pasaba algo. Los últimos días tuvimos que estar

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fijas con él por las noches y nos íbamos turnando entre la H. Mª Teresa Villarino, la H. Begoña Portilla, la H. Socorro Sarmiento y yo. Habíamos avisado al P. Kün, su Provincial, pero no llegaba. Entonces vinieron desde Kolwezi un Padre franciscano polaco, el P. Agustín, y el Vicario de la Diócesis de Kolwezi, Monseñor Naweji (que ha muerto también), para estar con el P. Erick. El P. Agustín era un alma de Dios, buenísimo y muy espiritual, pero no pisaba la tierra. El P. Kün después nos contó del P. Agustín que era tan espiritual que en lo material ni caía en la cuenta. Estaba en una Misión y salía de viaje sin rueda de recambio, “decía que confiaba en la Providencia”, pero a los 100 km. pinchaba teniendo que recurrir a las otras Misiones para que lo ayudaran y el P. Kün le decía que “nada de Providencia”, que molestaba a los demás para ir a socorrerle. Parece que era así en todo, en comida y en todo lo material. Sus hermanos franciscanos belgas, con lo organizados que eran, no comprendían esta postura del P. Agustín, ni siquiera yo, que soy española, la comprendo… Esto es una anécdota, pero continúo con lo anterior: El P. Agustín estuvo tres o cuatro días con el P. Erick sin dejarlo ni de noche ni de día hasta que murió. Yo estaba por el convento del Padre yendo y viniendo y todas estábamos pendientes, pues veíamos que era el final. Una tarde yo estaba en la habitación del Padre y el P. Agustín rezaba en voz alta el Rosario, Vía crucis, oficio en francés… y en esto, el P. Erick abre los ojos, mira al P. Agustín y la dice con fuerte voz: “Rece en flamenco o tshokwe que son mis lenguas, pero no en francés”. A mí me dio risa la salida del P. Erick, “genio y figura hasta la sepultura”. Entonces el P. Agustín cogió el oficio del Padre en flamenco y se puso a recitarle los salmos. Los catequistas venían cada día varias veces, entraban a ver al Padre y estaban un rato con él rezando. El pueblo muy respetuoso, en silencio, sufriendo y esperando la muerte de su querido “Tata Erick”. Así, el 8 de septiembre de 1984 a eso de las 13 horas, después de haberle dado Monseñor Naweji los últimos sacramentos, el P. Erick respiraba cada vez con más dificultad entrando en agonía. En su habitación estábamos Monseñor Naweji, P. Agustín, H. Begoña, H María Teresa y yo. De este modo, en paz, el P. Erick, a las 14 horas, entregó su alma a Dios mientras todos nosotros cantábamos la “Salve Regina”. Se encontró con el Señor y la Virgen a los que tanto amó, era el día antes de la Natividad de María. Con el P. Erick se fue una casta de misioneros enamorados y entregados al Señor y a la extensión de su Reino. Aventureros valientes, soñadores, emprendedores. Gracias a él y a todos ellos fue posible la evangelización en este continente africano. Enseguida se comunicó al pueblo, que estaba alrededor del convento esperando. Llamamos a las Hermanas, que vinieron enseguida. Comenzaron los lamentos del dolor, las campanas de la Iglesia sonaron a muerto un buen rato para advertir a los poblados, la gente fue viniendo a la Misión, se oían desde lejos sus lloros típicos de duelo, de muerte. Mientras, se preparó el cuerpo del Padre y lo depositamos en el ataúd, que el día antes hizo el carpintero de la misión Tata Moïse (que también está ya muerto), estando el interior forrado de tela blanca que ellos aquí llaman “tela de muerto”, pues la caja es un lujo y la mayoría de la gente entierran a sus muertos solamente envueltos en esa tela blanca, depositándolos así en la sepultura hecha en la tierra. Llevamos al Padre al gran salón de la Misión, revestido con su alba y estola dejando el ataúd en el suelo, quitamos los sillones y la gente fue entrando y sentándose alrededor del Padre. Es una cosa curiosa, este pueblo no tiene miedo a estos momentos y se ponen lo más cerca del difunto, mientras que nosotros hacemos lo contrario. Estando así, llegó el P. Koen, su Provincial y se emocionó. Yo estaba hecha un mar de lágrimas de pena, cansancio,

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sueño, emoción, creo que de todo un poco, todos me consolaban y cuanto más me decían, yo más lloraba. En fin, un desastre. Al cabo de un rato, cuando la H. María Teresa Villarino preparó y adornó con flores la Iglesia de la Misión, llevamos al Padre poniéndolo delante del altar. Fueron viniendo los Jefes tradicionales de los poblados del interior, las autoridades políticas, el Gran Jefe Tshipao y el pueblo: católicos, protestantes, paganos, de sectas… Eran las ovejas del que el Padre fue pastor y por las que dio la vida. Todos estaban ahí para dar su último adiós y homenaje, llenos de cariño a su querido Tata Erick. Hicieron las ceremonias como las hacen a sus grandes jefes cuando mueren. Nos pasamos toda la noche con la gente en la Iglesia, nosotras agotadas, pues todas estas ceremonias, cantos, lloros, “wafakos” de los duelos africanos para nosotras son interminables… hubo cantos, tam-tams, fuego exterior, llantos, Rosarios, peticiones, así toda la noche. Muy de mañana se pusieron a cavar la fosa en el lugar que el Padre me había dicho que quería que lo enterraran, “entre la sacristía y su casa”, donde había un trozo de terreno. Allí cavaron y construyeron el interior con ladrillos, tanto paredes como suelo, y recubierto con cemento de manera que, aunque la fosa era profunda, subió bastante al construir el interior. Así son las tumbas de los grandes jefes y así quisieron construírsela a él. Entre tanto, fueron llegando misioneros de las Misiones más cercanas a la nuestra: los Padres Salvatorianos y Hermanas Franciscanas Misioneras de María de la Misión de Sandoa, las Hermanas Belgas de Lier de la Misión de Kasaji y algún misionero más que no recuerdo. Las distancias son tan largas, en horas más que en kilómetros, por eso no podían llegar a tiempo los demás. Se celebró la Misa con Monseñor Naweji, el P. Koen y los demás sacerdotes. Tengo un recuerdo borroso pues yo sólo lloraba. Al terminar, sacaron el ataúd fuera de la Iglesia y allí las mujeres cogieron la caja dando un gran rodeo a la Misión para despedir al Padre llevándolo en alto y balanceándolo de tal manera que yo sufría pensando que el cuerpo se caería, pero cuando entierran a sus grandes jefes así lo hacen. Además, el ataúd iba abierto y pasando en volandas de mano en mano y sólo mujeres, por eso yo y todas nosotras estábamos atónitas. Mientras, la gente cantaba, lloraba, se lamentaban y así llegamos a la tumba casi a las 15h, pues tuvimos que esperar que terminasen y se secase la tumba. Al final depositaron al Padre poniéndole la tapa al ataúd y nosotras fuimos echando puñados de tierra junto con flores sobre el ataúd y luego los albañiles con ladrillos, cemento y barras de hierro construyeron la lápida. Ahí estuvimos todos hasta que se acabó, mientras tanto Mgr. Naweji dirigió las oraciones y se cantaba. Al terminar todo, los misioneros regresaron a sus Misiones y sólo quedó en Kafakumba el P. Koen, que estuvo unos días para recoger las cosas personales del P. Erick. El Padre, mucho antes de morir, me insistía que cuando él desapareciese diera el fusil con los cartuchos o balas al P. Koen, pues tener eso en la Misión nos podía comprometer a nosotras y eso fue lo que hice. Además le mostré dónde el Padre escondía las balas, sus divisas y algunas cosas personales. Cumplí el encargo. Antes de regresar a Kolwezi, que era donde residía el P. Koen, en la sobremesa nos dio las gracias de corazón por todo lo que habíamos hecho y ayudado al P. Erick. Al pobre hombre se le caían las lágrimas, era de impresión ver un Provincial grande, fuerte y más bien seco como son los belgas flamencos, llorando de esa manera. No sabía y le faltaban palabras para agradecérnoslo.

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Quedamos muy bien con los franciscanos de la Provincia flamenca de Bélgica. Nos regalaron un grupo electrógeno para la Misión que necesitábamos. Luego, el P. Mateo Nouwens, desde Amberes, hizo de intermediario para el envío de bidones, dinero, etc., haciéndolo hasta hace dos o tres años que por falta de personal tuvieron que dejarlo. Fue su manera de agradecérnoslo. De izquierda a derecha: H. Mª Teresa Villarino, H. Begoña Portilla H. Magdalena García Teresa Reyzábal Delante: H. Socorro Sarmiento, Detrás: H. Magdalena Llobera

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Comienzos de la Escuela Secundaria de Kafakumba Con el paso de los años, unas Hermanas se iban definitivamente a España y otras nuevas venían. Tal fue el caso de la H. Carmen Estarellas. Luego, años más tarde, en 1981, se fue Beatriz García Gamarra para rehacer su vida en España. A ella le costó dejarnos y a nosotras también, sentimos que se fuera pues era una más entre nosotras. Nunca podremos agradecerle todo lo que hizo por la Misión donde fue muy valorada, querida y respetada, sin ella como enfermera no hubiéramos podido mantener la obra en el campo sanitario. En el año 1980 vino la H. Rosario Ruiz como enfermera, pero sólo estuvo unos meses en Kafakumba regresando a Amberes (Bélgica) para hacer la medicina tropical. Al año siguiente, en el 1981, llegaron la H. Rosario, de nuevo, y H. Socorro Sarmiento, ambas enfermeras, pudiendo irse Beatriz y la H. Magdalena Llobera que comenzaba a no encontrarse bien de salud.

Entre tanto, y con muchas penurias, se empezó a abrir la Escuela Secundaria en Kafakumba, donde los extranjeros podían dar clases y dirigir, pues en las Escuelas Primarias, por ley, sólo pueden dar clase los nativos. La Misión crecía, la gente joven acababa la Primaria y las familias no tenían medios para enviarlos a seguir los estudios a Sandoa o Kasaji, quedándose toda esa juventud vagabundeando por la Misión. Así que nos decidimos a comenzar nosotras, vista la necesidad, la Escuela Secundaria en la Misión. Ese primer año dábamos clases la H. Rosario, H. Magdalena y yo. El Director de la Escuela Primaria, Mutakila, hizo de Prefecto o Director del Colegio. Llegamos al segundo curso y fue cuando, para ser la primera prefecta del colegio incipiente y hacerlo subir, llegó la H. María Teresa Villarino, que había terminado su carrera de Biología en Barcelona.

Fueron unos comienzos humildes, modestos y lentos, su primera labor se hizo sin ruido, entre los más humildes. “El Reino de Dios es como un grano de mostaza”. Y así, poco a poco, fuimos subiendo los cursos y doblando las clases de tantos alumnos que venían a inscribirse. En esta Escuela dimos lo mejor de nosotras mismas. Se comenzó en un pabellón pequeño que había por la Misión, medio destruido, que al montar las clases hubo que reconstruir. Los alumnos hacían los ladrillos, el horno, iban a buscar leña y las niñas transportaban el agua y los ladrillos hechos y los albañiles hacían los muros. Así se fue construyendo KULIVA, la Escuela Secundaria de Kafakumba. Los bancos eran muy originales: columnas de ladrillos donde se fijaban unas maderas largas que hacían de mesas y otras más bajas que hacían de asientos, todo quedaba fijo y más fácil de limpiar. La H. María Teresa Villarino y yo dábamos clases de todas las asignaturas habidas y por haber, y muchas teníamos que estudiarlas antes de darlas como sociología africana, música africana, historia de África, etc., y otras las refrescábamos según las íbamos explicando a los alumnos.

Como estábamos en trámites de reconocer el Colegio oficialmente y aquí todo eso va muy lento, fuimos durante muchos años “sucursal” de la Escuela Secundaria de la Misión de Sandoa, llamada Mungaji, a 100 km de Kafakumba, y el Prefecto de Mungaji, Kapenda Zeka (ahora Consejero político del Gobernador de Lubumbashi) hacía, a nivel de papeleos, de Prefecto. Nos ayudó muchísimo en esos primeros años. Él nos enviaba los alumnos más aventajados, que habían terminado con notas brillantes en el Examen de Estado, como profesores para nuestro Colegio. Así fuimos teniendo los primeros maestros que nos ayudaban: Tshisola, Kalau, Muthunda y

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muchos otros que se fueron casando con nuestras alumnas preparadas y bien formadas. El ambiente en esos comienzos fue muy bueno y muy familiar con los chicos y chicas de la Misión y alrededores. Las niñas se quedaban con nosotras en el internado, eran cerca de ochenta. Por las mañanas iban a las clases de Kuliva y las tardes las organizábamos con estudios, cosidos, formación y lo que se creía necesario lo íbamos añadiendo. Algunos niños se quedaban internos en una parte de la Escuela Primaria abandonada y un profesor era el Director del internado de niños pero dirigido por nosotras. El P. Koen, que era Coordinador de las Escuelas Católicas en ese momento, antes de ser Provincial de los Franciscanos, nos aconsejó que, para tener un Colegio de Secundaria en la Misión, sería más fácil a nivel de Ministerio de la Enseñanza poner la Opción Bioquímica, Pedagogía General resultaría más difícil pues ya había muchas. Y eso hicimos. Aunque años más adelante, debido a la dificultad que teníamos de encontrar profesores cualificados para las asignaturas del científico, nos pasamos al pedagógico que fue lo que aprobaron finalmente. Con estos primeros cursos se hicieron muchas actividades. Por ejemplo, la H. María Teresa, en sus clases de zoología y botánica, se iba con los alumnos a la selva y cogían toda especie de insectos, animales, plantas, flores… Con toda esa variedad los alumnos hicieron unos trabajos preciosos. Todo lo clasificaron según los grupos y se hizo en una sala un museo digno de ver y admirar. Lo malo fue que la H. María Teresa no tenía medios para conservarlos durante mucho tiempo y se perdió. Pero fue una maravilla ver la riqueza de la naturaleza que nos rodeaba en plantas, flores, insectos, animales y minerales. También la H. María Teresa los introdujo en el trabajo de disección de animales: serpientes, pájaros, lagartos, ranas y no sé cuántos bichos más. Pasaba la gente, las familias, el pueblo a ver esas innovaciones jamás vistas y todos quedaban admirados. Bueno, fue todo un boom en medio de la selva y todo al alcance de nuestras manos. Con gran alegría y naturalidad este pueblo africano vive en contacto con la naturaleza tan bella que el Señor les ha regalado. Otro estudio práctico que se hizo fue observar y explicarles las puestas de sol, los amaneceres, el sol, la luna, las estrellas, las nubes, la lluvia, el viento… y tuvimos la dicha de tener en ese tiempo un eclipse de sol total sobre el mediodía en el que todo quedó oscuro. Alumnos, profesores y hermanas, con trozos de cristal de botellas verdes que había por la Misión, pudimos contemplar esa maravilla de la grandeza y belleza de Dios en medio de esta parte del mundo. Se disfrutó con verlo y la explicación fue interesantísima. Además, en Kafakumba, se tiene la sensación de que se puede tocar con la mano la bóveda celeste. Las noches de luna levantas el brazo para tocar con la yema de los dedos la infinidad de estrellas, pues se ven muy cerca. Es impresionante captar con toda esa claridad la osa mayor, la menor, la estrella polar… es un gozo enorme contemplar ese cielo. ¡Fabuloso! Todo esto se llevaba a la práctica y se explicada a los alumnos. Ellos disfrutaban de entender y conocer esa científica belleza que reposa encima de ellos. Todo don de Dios.

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También, en las noches de luna llena, tanto en los poblados como en el internado, nos poníamos alrededor de la hoguera tocando el tamtam, pasando tiempo largo con las niñas, que cantaban y bailaban en torno al fuego, cuyas llamas hacían brillar sus bellos cuerpos sudorosos como bronce pulido. Una experiencia única en este mundo africano que te envuelve y que hay que verlo y vivirlo en esta proximidad para que te hechice con su magia. De las actividades recuerdo, además, las tardes científicas, las tardes literarias, que se hacían de 15h a 17h, donde los alumnos/as exponían sus investigaciones en diferentes materias. Venían los maestros de la Escuela Primaria, nosotras y las personas que entendían francés, y así se creó un ambiente amistoso e intelectual dentro de nuestro círculo de Kafakumba. Cuando estudiaron las gráficas, un grupo iba al pluviómetro de la Misión a medir la lluvia, otro estudiaba la temperatura controlándolo en el termómetro o barómetro, otro grupo el número de nacimientos en la Misión, los matrimonios católicos, los bautizos, los niños en edad escolar, etc. De manera que, varias veces al día, estos equipos iban dando la lata por todas partes. Fue simpatiquísimo ver el interés de todo el pueblo por ayudar a los alumnos. De una forma u otra, gran parte de la Misión de Kafakumba estaba involucrada. Los alumnos hicieron sus gráficas con bastante exactitud. Los fines de semana y los días festivos, al atardecer, cuando se encendía el motor de la luz, proyectábamos en la sala de estudio del internado de niñas cine con las películas antiguas de Charlot, el gordo y el flaco, dibujos animados, todas de este género. El proyector nos lo dio la comunidad de San Juan. La sala estaba abarrotada de pequeños, grandes, viejos y teníamos que “echarlos” para que entrasen otros. Cada vez poníamos las mismas películas que no se cansaban de ver hasta que era la hora de apagar el motor. Lo pasábamos en grande viendo cómo la gente de todas las edades disfrutaba. En la fiesta del internado de niñas que celebramos el día de La Pureza, preparamos una tómbola con todos los trastos y trastitos que las religiosas íbamos guardando durante el año y que recogíamos en nuestros viajes a España. Dábamos a cada niña tres o cuatro boletos, según los regalos que había, y entre cantos y cantos a la Virgen, rezo del Rosario, bailes, etc., se iba pasando la fiesta y al final venía la recogida de los premios numerados en sus boletos. Habría que ver las caras tan expresivas cuando recogían su regalo: estampitas, caramelos, bolígrafos, ropita… Bueno, una gran novedad. Lo pasábamos bien, entretenidas, dando ambiente a las jóvenes en la Misión. En el internado, por las tarde, también teníamos grupos de niñas internas y externas, todas las de la Misión, comprendidas entre 8 y 17 años más o menos. Creo que llegamos a más de 300 niñas. Separándolas por edades, les dábamos cursos de cosido, por eso en nuestros colegios de España hubo un año una “Campaña del hilo”. Cosían unas bolsas rectangulares de tela con una gran variedad de puntos que les enseñábamos la H. María Teresa y yo, luego la bolsa les servía para llevar sus libros, ropita o lo que fuese. Según iban progresando, se seguía cosiendo mantelitos, tapetes, ropa de niño pequeño y de todo un poco. La H. Luisa Ramis, en otra sala del internado, tenía su “Foyer” con las mamás jóvenes de la Misión. Cosían ropa de niño pequeño, trajes, peucos, sábanas, gorros, jerseys… muchísimas prendas que al final del curso exponían. Resultaba precioso. Además, la H. Luisa Ramis se dio en alma y cuerpo a esta labor añadiendo clases de

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formación, catequesis, cocina. Desde luego no teníamos tiempo de aburrirnos, pero lo más bonito era el contacto humano con la gente, de la que tanto he aprendido y a las que jamás podré agradecer como se merecen. Pues aquí, entre ellos, nos hacemos más humanas, comprensivas, cercanas y aprendemos que lo que verdaderamente vale es la persona. Hoy día, la Misión de Kafakumba, la Escuela Kuliva, el Hospital, el internado, la Escuela Primaria de niñas construida por la H. Socorro Sarmiento, están llenas de vitalidad, alegría, trabajo, progreso.

Todas las Hermanas que nos siguieron después, como la H. Begoña Portilla que consiguió el reconocimiento oficial de Kuliva, la H. Alma Fonseca, H. Ana Arnau, H. Cristina Tercero y ahora nuestras Hermanas congoleñas, H. Clementine Kapinga y H. Francine Mitshabu, han trabajado y entregado todo su amor para que la Obra de la Pureza irradie en el Corazón de África. Madre Alberta desde el cielo nos mirará con orgullo de ver su obra, cómo la pequeña semilla del principio ha sido extendida para mayor gloria de Dios, bien de las alumnas y de nuestra Congregación. H. Mª Teresa Villarino H. Rosario Ruiz

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H. Socorro Sarmiento Recuerdos varios de Kafakumba El más bello recuerdo que tengo es de cada una de las personas con las que conviví en Kafakumba. Imposible nombrar a todas, pero cito a nuestro querido chofer Tata Pascal Diur, que tanto trabajó llevándonos de un sitio a otro y sacándonos infinidad de veces del fango; nuestros primeros enfermeros Kabwita y Patricio; las comadronas Mama Bernardina y Petronila; los trabajadores de nuestra casa Mama Anastasia, Mama Mulemba Pascalina, Tata Lwaji, Maseho, Makapa, Tshizondo; Tata Moïse el carpintero; Tata Roger el herrero; y muchos otros como los Directores de la Escuela Primaria José Kanunda, Mutakila, Tshipi; los catequistas Tata Mungahi, Tshikomba, Mayiji; nuestros alumnos de Kuliva: Munyina, Kahilu Kanahu, Mutoko, Lundunjila, Mafuta, Mbunda, Sesemba, Kutshishi, etc. y no cito más por no marear a quienes leen estos nombres. Todos muy queridos por nosotras y nosotras por ellos. Los llevo muy dentro de mi corazón. Durante los primeros años, fue a Kafakumba con bastante frecuencia el recién nombrado Obispo de la Diócesis de Kolwezi Mgr. Floriberto Songasonga Mwitwa. Venía para visitar al P. Erick y ayudarlo en las Iglesias del interior administrando los sacramentos. Cuando el P. Erick ya no pudo acompañarlo por no encontrarse bien me tocó a mí hacerlo. Disfruté en estos viajes de salir por la mañana tempranito con el Sr. Obispo y los catequistas que acompañaban. Íbamos a un poblado durante todo el día, regresando al atardecer a la Misión. Al día siguiente se recorría otro pueblo y así el Sr. Obispo hacía la brousse de Kafakumba diciendo la Misa, animando a las comunidades cristianas, confirmando, confesando, casando, etc. Cuando llegaba el coche a los poblados nos recibía la gente con palmas, flores, cantos. Se ponían alrededor del Obispo obsequiándole con gallinas, fruta y a mí de vez en cuando también me caía algo. A la hora de comer, que era cuando el Obispo terminaba todas las ceremonias (daba lo mismo que fuese las 15h, las 16h o las 17h de la tarde), la comunidad cristiana preparaba la comida y nos ponían como grandes personajes y con todos los honores. Y, según sus costumbres, al Obispo y a mí nos ponían a comer solos en la casita del Padre y así un día y otro día. Al principio yo pasaba un gran apuro porque era una inútil comiendo con la mano como ellos hacen. Nos preparaban lo mejor que tenían y además todo muy bueno, pues sus comidas son muy gustosas:

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el shima (en Tshokwe), bukari (en swahili) que es una gran bola hecha de harina de manioca y a veces también la mezclaban con harina de maíz, en otro plato pollo, a veces carne con salsa, sabrosísimo, en otra fuente verduras buenísimas que las tienen muy variadas y un platito con pilipili, o sea, picante machacado con cebolla o tomate y un poquito de sal que te hace “rabiar”. Con la mano derecha cortas un trozo de bukari y con la mano lo vas haciendo una bolita que untas en la carne, que a la vez la cortas con los dedos pulgar, índice y corazón de la mano derecha. Recoges con la bola la carne, luego coges la verdura y el pilipili y ¡a la boca! Cada vez se hace lo mismo con cada bola. Esta operación me resultaba complicadísima y me manchaba toda la mano y las gotas de la salsa a veces me escurrían hasta por el codo. El Sr. Obispo se lo pasaba en grande conmigo viendo mi dificultad y él me iba enseñando poco a poco hasta que le cogí el “quid”. El comer de esta manera es todo un arte y la gente lo hace con una facilidad, delicadeza y pulcritud que nos quedamos pasmados. Lo peor es que casi no comía al principio por mi torpeza y regresaba a la Misión muerta de hambre. Cuando nos ofrecían cacahuetes o fruta procuraba llenarme. Otro poblado llamado Satshipanga estaba rodeado de cañas de bambús enormes y preciosas, así que un día, mientras el Sr. Obispo confirmaba, casaba y todo lo demás con cantos sin fin, se me pasó por la cabeza ir a coger una caña de bambú para llevarla a la Misión. Allí me fui y yo estiraba, estiraba con todas mis fuerzas y sudores, pero no había manera. Menos mal que llegó un hombre que venía del campo con su machete y empezó a desenterrar la raíz que era profundísima, grande y bien arraigada en el suelo, tanto así que costó 3 horas, el resto de la ceremonia religiosa desde que la dejé. Al final salió y me fui arrastrando mi trofeo hasta el jeep. Cuando el Obispo lo vio me dijo: “Ahora comprendo por qué no estabas en la Iglesia”. Llegamos a la Misión y lo planté, pero con tan mal tino que lo hice en un sitio que impedía pasar, de modo que cuando fue creciendo y multiplicándose, la gente que pasaba por ahí y el P. Erick echaban una serie de improperios al que tuvo la idea de plantar eso ahí. Yo bien calladita, pero con los años hubo que arrancarlo porque, de la fuerza que cogió el bambú, peligraba un muro que había cerca. Nada, un fracaso.

Cuento esto porque me emocionaba cuando veía los cristianos alrededor de su Obispo. Ellos respetaban mucho la autoridad y a los ancianos y ven al Obispo como al representante de Dios entre ellos. En esta vida sencilla de piedad de este pueblo, palpaba y palpo la espontaneidad de las jóvenes comunidades cristianas de las que tanto podemos aprender nosotros hoy día. Son estos cristianos que conocen el secreto del corazón de Dios, el AMOR, una misma MESA y un mismo PAN. Otro recuerdo que tengo es un chofer nuevo que tuvimos durante una corta temporada en el año 1983 llamado Ubeme. Este chofer viajó con la H. Luisa Ramis y la H. María Teresa Villarino a Kamina para hacer compras y también para que la H. María Teresa hablase con las Hermanas de Marie de Pittem que dirigían el Colegio Mahidio e informarse y aprender el tejemaneje de los papeles de esta tierra, que son muchos y complicados. Pero la H. Luisa, que días antes tenía todo a punto para el viaje, esta vez se olvidó el dinero para hacer las compras. Este dinero son billetes y billetes llenando cajas de cartón enteras para comprar luego cuatro cosas, pues el dinero no tenía valor. Regresaron a la Misión con el coche vacío no pudiendo comprar nada en Kamina. Las Hermanas nos contaron el percance y la cara de la H. Luisa nos hacía reír enormemente.

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Bueno, la cosa es que ese chofer Ubeme, al cabo de unos días del regreso, desapareció de la Misión. La familia y conocidos estuvieron buscándolo por todas partes: en la selva, el campo, en otros poblados, preguntando por aquí y por allá. Nada de él hasta el día de hoy. Se pensaba: “¿Lo habrá matado y devorado algún animal?” No, porque algo de huesos tendría que haberse encontrado; “¿O se cayó al río?” No, porque buscaron y no lo encontraron. En ese mismo tiempo no sólo desapareció nuestro chofer, sino también más gente de otros poblados y luego nos fuimos enterando. ¿Qué pasó? Lo que más tarde se contó y que sería lo más probable fue que en esos momentos hubo la “Entronización del nuevo Jefe Tshipao” a 5 km de la Misión y nosotras fuimos invitadas. Fueron en representación HH. Carmen Richart y María Teresa Villarino, que luego nos contaron lo siguiente que vieron: Estaba en el poblado TSHIPAO el Gran Jefe de la Tribu Lunda que lo llaman el Mwatiav (como si dijéramos rey o faraón) para coronar al jefe Tshipao según sus costumbres. El Mwatiav, cuando saludó a nuestras Hermanas, les dio la mano estando muy atento con ellas. Pero añadió: “Ahora voy a vestirme de gran jefe tradicional y luego no podré ni saludarlas ni acercarme pues tengo que estar por encima de todo el pueblo. Además, me pongo en los brazos las insignias de mi poder, pulseras hechas de tendones de personas humanas y en esos momentos es ‘tabú’ acercarme ni tocar a nadie”. Así que ya supimos dónde estaban los tendones de nuestro chofer Ubeme, en los brazos del gran jefe como todos los demás desaparecidos en esa fecha. Esto para ellos es así, pero para nosotras es una impresión muy fuerte. La coronación se hizo en medio de sus ritos, la fiesta empezó y no faltaron las danzas tradicionales bailadas por las mujeres y las “esposas” del jefe Tshipao. Aquí todos los grandes jefes tienen varias esposas y las más recientes son las más jóvenes, chicas muy bellas. Esto poco a poco se va atenuando, pero lo que en nosotros es promiscuidad, en la cultura indígena no es así todo lo que es sexo. En la mentalidad y cultura africana, un gran jefe, para defender su territorio y a su gente, tiene que formar un pueblo grande teniendo muchos hijos y descendencia para proteger las tribus de los ataques de otros pueblos rivales. Por eso, para los africanos, la familia numerosa, los hijos, son su verdadera riqueza y para eso han de tener varias esposas. ¡Y lo mejor de todo es que entre ellas se llevan bien! Por estos motivos, la mujer estéril o la que no se casa es todo un manantial de problemas y sufrimientos muy profundos. Debido a esto, la virginidad en la vida consagrada aquí en África es muy valorada y admirada y la dificultad en las familias a veces es que esa hija que se mete religiosa nunca podrá tener hijos… Este famoso Mwatiav vino de paso a la misión de Kafakumba con dos de sus esposas jóvenes y algún hijo pequeño a pasar noche, pues se les hizo tarde para seguir el viaje a Kananga (400 Km de Kafakumba) donde reside y se hospedaron en el convento del P. Erick. El Padre lo recibió con cortesía y respeto, ya se conocían de otras veces, además, ¿qué jefe de nuestra región no conocía al P. Erick que era un tshokwe más entre los tshokwes y para el pueblo un jefe también? Así que estuvieron hablando un rato largo y yo, que estuve por en medio preparando habitaciones, vi el ambientillo. Al día siguiente se acercó a nuestra casa para saludar a todas las Hermanas y estuvo también un ratito con nosotras. Siguieron el viaje y al cabo de un tiempo recibimos una carta del Gran Mwatiav con una foto suya vestido de Gran jefe y escrita por él agradeciéndonos la acogida. Esa foto yo la guardé como recuerdo y supongo que aún estará en el álbum de Kafakumba. Este Mwatiav tendría unos 50 años, muy plantoso, elegante, digno, respetable, muy culto, que viajó e hizo sus estudios en Bélgica. Al cabo de varios años, alguien de su familia le provocó la muerte para coger el poder el sucesor… algo muy triste.

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Cuando a veces lo cuento a la gente o a las religiosas nuestras congoleñas, quedan asombradas. Supongo que esto sería algo extraordinario. Aquí en el Congo, los grandes jefes de los diferentes Tribus y los jefes tradicionales, han tenido y siguen teniendo una gran influencia en el gobierno del país, presidiendo y siendo consultados por el gobierno central. Este peso de jefes tradicionales se mantiene toda la vida como un gran valor y riqueza en el pueblo africano y que les dura mucho, pues son pozos de sabiduría. Otro episodio simpatiquísimo fue que después de la guerra los soldados hicieron saltar el puente que hay entre Kafakumba y la misión de Kasaji, por tanto no se podía pasar en coche, sólo a pie o en bicicleta. Resulta que en ese tiempo la H. Luisa tuvo un dolor de muelas que no se le pasaba. Un día llegó a la Misión el H. José (franciscano belga) de la misión de Kasaji, en moto, a visitar al P. Erick. La H. Luisa vio el cielo abierto para pode irse en la moto a Kasaji (100 Km) y desde allí en coche a Kolwezi al dentista, aprovechando el regreso del H. José. El día del viaje ninguna quisimos perdernos el espectáculo; fuimos al patio del P. Erick para despedirnos del H. José y H. Luisa. El H. José tendría unos 30 años y la H. Luisa alrededor de 50; la cosa fue que ella se puso detrás de la moto aguantándose del cogedor de la moto. Pero el H. José, que es un juerguista, dio un arranque tan fuerte que la H. Luisa tuvo que abrazarse a él para no caer. El P. Erick y nosotras empezamos a reír sin parar. Además la H. Luisa llevaba sobre el velo un pañuelo para que no se le volara, todo un cromo, y el H. José dando vueltas al jardín rápido con la H. Luisa bien agarradita. Fue divertidísimo. Luego ellos mismos nos contaron que, cuando la moto pasaba por los poblados, la gente saltaba y aplaudían de alegría animándolos y ellos dos desde la moto saludando… Fue un espectáculo del que tuvimos tiempo largo de conversación y de risa. Fue una de las veces que vi reír al P. Erick con ganas y nosotras también. Recuerdo de esos primeros años de Kafakumba los viajes que hice en la avioneta de los Metodistas norteamericanos del lago de Kafakumba. A 20 Km de Kafakumba Misión hay un lago precioso en el poblado que se llama Ngongo. A veces íbamos la comunidad a pasar algún día de fiesta. Los Metodistas a la orilla del lago tienen un chalecito y una pista de aterrizaje bien cuidada. El piloto, un norteamericano de unos 50 años, grande, de pelo blanco, que se llamaba Kenet, era el que nos llevaba. Dio la casualidad que viajé con el P. Erick, creo, tres veces muy malito para llevarlo al hospital de Kolwezi, y otras 3 ó 4 veces cuando veníamos o íbamos a España hasta Lubumbashi. ¡Qué impresión única al volar tan bajo en esa avioneta de 5 plazas! Un panorama maravilloso: extensiones de terreno llenos de selva, pantanos, ríos caudalosos y, de vez en cuando como “salpicado por ahí”, los pobladitos con las casas de paja y el humo que salía de ellas… campos donde se veía a la gente trabajar cultivando su manioca, los ríos, sobre todo un afluente del Congo, el “Lualaba” anchísimo y navegable donde las piraguas seguían el curso del río, las nubes que podías casi tocar, el sol que deslumbraba de vez en cuando y a veces bajaba tanto el avión que veías claramente las copas de los grandes árboles que ondulaban, bailando al ritmo de los besos del viento. Tenía la sensación que dice el salmo: “¿Qué es el hombre, Señor, para que te acuerdes de él…?”. Pues todo eso era para mí un REGALO del Señor.

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Cuando nos íbamos acercando a las grandes ciudades de Likasi, Kambove, Kolwezi, ciudades mineras, pasábamos por encima de las minas escalonadas y limpias, con las maquinarias por el medio y montañas de minerales sacados de la tierra. Todo un espectáculo MARAVILLOSO que impresiona, ver en medio de tanto verde esa gran zona despejada, de color grisácea. Había que alabar al Señor, no era para menos, “Cielos, bendecid al Señor; nubes, bendecid al Señor; vientos, bendecid al Señor”. Cuando nuestros ojos abarcan tanto el cielo como la tierra, de una vez, es sublime e inexplicable… Otra historia es que un chico de nuestra Escuela Kuliva llamado Ndondji se puso enfermo. Lo llevaron al Hospital de la Misión, pero cuando la familia ve que no se curan se llevan al enfermo al médico indígena o bien al hechicero. Con este chico, de unos 14 ó 15 años, hicieron eso. Nos enteramos que estaba en su casa muy malito y la H. Mª Teresa y yo nos acercamos a verlo. Al niño lo habían puesto fuera de la casa sobre una estera y apoyada su espalda sobre el muro de la entrada. La familia entera, o sea el clan, estaba en círculo alrededor del niño, en medio de una hoguera y el hechicero con sus pócimas haciendo sobre ellas sus magias. El niño casi muriéndose, de cintura para arriba desnudo y se veía la dificultad que tenía para respirar. El hechicero, con una especie de plumero hecho de plumas de aves, salpicaba el pecho del niño con sus medicamentos indígenas e invocando a no sé quién. Me dio tanto dolor ver así al niño, que nos acercamos a él y nos pusimos en cuclillas al lado suyo. Nadie nos lo impidió y el mismo hechicero se quedó quieto. Le dije al niño: “Ndondji, pide a Jesús y a María que te ayuden, eres cristiano y no lo tienes que olvidar”. Ndondji me miró y salió de sus labios un leve suspiro diciendo “enga”, que en tshokwe quiere decir “sí”. Le hice la señal de la cruz en su frente y nos retiramos… no se podía hacer más. Al cabo de unas horas murió. Cosas de este estilo he visto y vivido muchas. En lugar de estar yo más dura, cada vez noto que soy más sensible a los dolores y sufrimientos de este pueblo al que tanto quiero. Me pasó también otra cosa digna de contar pero que da risa. Resulta que en Kafakumba murió la abuela, muy viejita, del Director de la Escuela de Primaria. Me acerqué a dar el pésame como de costumbre aquí y dentro de la habitación había mucha gente, como siempre suele haber en estos casos, sentados por el suelo y algunos, muy poquitos, en sillas. Yo no vi por tierra a la difunta y pensé que la tendrían en otra habitación, así que fui dando la mano a la gente que estaba allí para saludar como ellos hacen. Llego a los de la silla, estiro la mano y una de ellas era la muerta bien compuestita y tiesa en el sillón… Me quedé de una pieza, creo que hasta resoplé. Era lo último que pensaba encontrarme. Me retiré y me quedé en un rincón aguantándome la risa. Por lo menos aprendí que tienen también la costumbre de sentar a los muertos para que no se pongan rígidos y lo consiguen, pues en el momento de enterrarlos están flexibles. Otro caso fue que murió una chica de una familia muy conocida de la misión de unos 18 años, Ihemba, que acababa de terminar sus estudios secundarios. Teníamos mucho trato con ella, pues siempre estaba entre nosotras. Resulta que quedó embarazada y su padre le dio una buena regañina, de modo que la chica quiso abortar, lo hizo por su cuenta y se mató. En esos momentos yo estaba con una fuerte malaria que no me tenía ni de pie. Al enterarme me quise ir a verla a su casa, acompañándome las HH. Rosario y Mª Teresa y yo, apoyándome en las dos conseguimos llegar. La tenían también sentada, con el cabello bien trenzado y

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vestida con un traje que lo había comprado hacía poco, de esos que enviaban en los bidones. Aún lo recuerdo, era estampado, predominando el verde. Estaba Ihemba preciosa, además era una chica muy bonita, parecía que dormía. Su cara estaba de un color ceniciento, pues así como era la raza blanca nos ponemos “blancos como la cera” como se dice corrientemente, en la raza negra se quedan de color ceniza claro. Me dio mucha pena la muerte de esta chica, la familia estaba desconsolada. Una vez en el internado de niñas, las 80 que teníamos se despertaron un día desapareciendo por arte de magia en un abrir y cerrar de ojos, quedándose todas en sus casas sin poder nosotras controlarlas ni retenerlas. El motivo fue “que habían espíritus en el internado”. Durante 2 ó 3 días ninguna niña regresó al internado. La H. Mª Teresa y yo fuimos dando la voz que, cuando todas las niñas regresaran, echaríamos con ellas agua bendita a las camas y habitaciones del internado para alejar a los malos espíritus. Se presentaron las chicas. La H. Mª Teresa y yo, una con una vela y otra con un cubo de agua bendita y una ramita, más todas la niñas detrás de nosotras en procesión cantando y rezando, fuimos cama por cama, habitación por habitación, duchas, baños, cocina, maletas, bolsos, armarios, etc., echando agua bendita. Después de esto se quedaron hechos unos angelitos y como si nada hubiera pasado. Pensé: “bendito recuerdo” y nunca mejor dicho. Esta gente, y yo también, tiene mucha devoción al agua bendita porque ahuyentan los malos espíritus. En la Vigilia Pascual, en todas las Iglesias del Congo, ponen en la entrada bidones de 200 litros llenos de agua para la bendición. Al final de toda la ceremonia Pascual, a la salida de la Misa, la gente saca de sus bolsos botellas, garrafas más o menos grandes, para llenarlas de agua bendita y llevárselas a sus casas. También tienen devoción a la imposición de la ceniza. Esos días las Iglesias están a rebosar de cristianos, encima es la época de calor, sudando y pasando un calor impresionante tanta gente agrupada en un mismo espacio. La adoración de la Cruz del Viernes Santo es una ceremonia que, después de tantos años de estar aquí y verla, aún me impresiona y conmueve. Todos vamos a adorar la Cruz, al Crucificado. El beso es algo occidental, en la cultura africana el beso no lo usan. Una madre, un padre, ven a sus hijos y les estrechan la mano, pero nunca les dan un beso, y así todos los demás. Ellos tienen como saludo de respeto a los grandes jefes, a las autoridades, a los superiores, el gesto de aplaudir suave y delicadamente con las dos manos mientras inclinan un poco las rodillas y diciendo palabras de alabanza. Esto es lo que hacen en la adoración de la Cruz. La cola es interminable, todos haciendo el mismo gesto de adoración al Señor. Sólo nosotras besamos los pies de Jesús. Siempre en esos momentos me acuerdo lo que dijo el Señor: “Yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Este pueblo africano acepta el amor del Crucificado dejándose amar y ser atraídos por Él. “Corramos ante el olor de sus perfumes”, como nos dice el Cantar de los Cantares. Cristo sigue atrayendo a los hombres de todos los pueblos, razas y culturas hacia Él, el único Salvador. En el patio del internado de niñas había un grupito, yo pasaba en ese momento y veo que sale una gran “humareda” de la cabeza de la chica sentada en el suelo. Me acerco y, para asombro mío, veo en un brasero trozos de ladrillo casi al

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rojo vivo, otra niña cogía uno y lo pasaba por el cabello de la que estaba sentada y de esta manera iba alisando el pelo tan crespo que tienen y por eso salía humo de la cabeza. Me hizo tanta gracia que ahí me quedé durante el tiempo que le planchaban el cabello dejándoselo completamente liso. Curiosísimo el modo de hacerlo, otra cosa que aprendí. Ya no me asusté más cuando veía salir humo de las cabezas de las niñas. Justamente esta chica a la que peinaban era la hija del jefe Tshipao, que se llamaba MUKUMBI KELA. Digo que se llamaba porque, desgraciadamente, hace algún año, cuando viajaba en uno de esos camiones llenos de sacos hasta arriba en el que encima se pone gente, tuvo un accidente y el camión volcó. La gente quedó apresada por el peso de los sacos llenos de carbón, madera, harina, etc. Así murió ella y su hijo. Cuando me enteré, lo sentí de verdad, fue una muerte triste. También tuvimos en Kafakumba visitas de personas europeas. Ahora voy a contar una historia en la que el señor que nombraré tendrá relación con otra historia vivida en Kanzenze. Dos o tres veces al año venía un señor belga, Monsieur Gregoire, Director de una compañía belga de tabaco que trabajaba en Lubumbashi. De vez en cuando hacía el recorrido por los poblados del interior controlando los campos de tabaco que la empresa había plantado. Pasaba sólo una noche en el convento del P. Erick, pero cenar y desayunar lo hacía con nosotras y seguidamente continuaba su viaje. Era un señor agradable, educado y respetuoso. Además nos dejaba siempre que pasaba un buen donativo. Otra cosa curiosa que nos pasó, que lo llamamos “la turista dos millones”, fue que una tarde llegó a nuestra casa un jeep conducido por una mujer sola, blanca, de unos 65 años o más, nacida en Rodesia y donde había vivido hasta ahora, el momento de la independencia de Rodesia, llamada desde entonces Zambia. La mujer regresaba a Inglaterra pero queriendo cruzar en jeep y sola toda África. Al llegar pidió pasar la noche en la Misión y nos preguntó si había un banco en Kafakumba, pues necesitaba cambiar dinero. Nos quedamos pasmadas, era algo misterioso o por lo menos nos pareció a nosotras. Cuando descansaba fuimos a ver su jeep, pero tenían cortinas las ventanillas y lo había cerrado a cal y canto, así que no vimos lo que tenía dentro. Nosotras estábamos un poco escamadas y comenzamos a llamarla la turista dos millones, pues por Kafakumba no pasaba nadie blanco ni por equivocación. Pero bueno, ahí estaba esa señora… Nosotras, en plan de broma, al ver tanto misterio, decíamos que era una “espía”. La buena señora no se quería marchar y pasó dos días con nosotras en la Misión. Después de la sobremesa nos leía su diario escrito en 3 columnas, una en francés, otra en ingles y otra en español. La caligrafía era pulcrísima. Quería cruzar ella sola toda África, atravesar el mediterráneo por Egipto, seguir Europa siempre en su jeep y llegar a Inglaterra para rehacer su vida, pues en Zambia echaban al blanco en ese momento, aunque hubieses nacido y vivido toda la vida allí, como le pasaba a esta mujer. Al fin un domingo, después del desayuno, le dábamos prisa a la señora para que se fuera, porque nos íbamos a Misa. Se fue dirección a la Misión de Luabo (en Kamina) donde estaban las Siervas de San José. Nosotras por fonía avisamos a las religiosas y al cabo de tres o cuatro días llegó la señora, después de no sé cuantas peripecias en el camino y, como iba sola, tenía que esperar que alguien pasase a pie o en bici para ayudarle a salir de los hoyos y también arreglar un puente roto que el coche no podía pasar. En Luabo se comportó tan misteriosa como con nosotras.

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Al cabo de muchos meses, recibimos una postal de ella desde Londres comunicándonos su llegada y lo bien que le fue el resto del viaje… No dábamos crédito a lo que leíamos. El día de su partida en Vísperas recuerdo que pedimos por ella para que el ángel de la guarda le ayudara y acompañara, pues buena falta le iba a hacer por estos caminos africanos; pero le ayudó porque llegó… Cada vez que las religiosas recordábamos este episodio reíamos mucho y pasábamos un buen rato entretenidas. En distintas ocasiones nos hemos quedado a pasar la noche en medio de la brousse, cuando en algún viaje el Land Cruiser a pesar de su doble tracción caía en un hoyo y no podía salir, teniéndonos que quedarnos al “raso”. Una de las veces de regreso de Kamina hacia Kafakumba el coche, que iba cargado hasta los topes en la época de lluvias y con un camino que hay que verlo más que explicarlo, volcó hacia un lado donde no hubo forma de poder sacarlo, a pesar de los esfuerzos del chofer Tata Pascal y los míos. Cuanto más barro quitábamos con las palas, el coche se hundía más. Eran las cinco de la tarde y aquí sobre las 6 oscurece, no hay crepúsculo, a esas horas tampoco paró nadie para echarnos una mano, así que tomamos el asunto con filosofía y dispuestos a dormir en medio de la selva. No quisimos descargar el coche por ser un trabajo de impresión, además era de noche y no se sabía si llovería, entonces Tata Pascal hizo una hoguera para protegernos por si se acercaba algún animal y más entrada la noche nos meteríamos dentro del coche, así lo hicimos. ¡Qué puedo decir!, sólo que disfruté de estar en medio de la selva, a la luz de la luna y teniendo el firmamento lleno de estrellas sobre mí. Reinaba un gran silencio solo interrumpido por el suspirar de los árboles mecidos por el viento… El silbido de los animales como un canto armonioso en medio de la selva. A veces algún animal cantaba y otro le respondía… Nosotros junto al crepitar de la hoguera viendo cómo los troncos de los árboles se consumía y el fuego rojo, amarillo, azulado nos iba guiñando en medio de esa soledad extraordinaria e impresionante. Así estuvimos hablando Tata Pascal y yo, aunque cantamos más que hablamos y cuando los troncos se iban consumiendo y el sueño se apoderaba de nuestros cuerpos, nos metimos en la cabina del coche a dar una que otra cabezada. Hubo un momento en la noche en que toda la naturaleza dormía y podía sentir el SILENCIO SONORO DE DIOS. Yo tenía mis cinco sentidos alerta… Hacía un calor asfixiante pero no podíamos abrir las ventanillas por si acaso entraba alguna serpiente, que en época de lluvias salen de sus nidos y en la selva se encuentran muchísimas teniendo que ir con precaución, sobre todo si te metes por los matorrales. La selva comenzó a despertarse… Un sin fin de pajarillos, de todos los tamaños y colores, gorgojaban ruidosamente sobre las ramas de los árboles para celebrar el nacimiento del nuevo día. El sol, que aparece de golpe en una masa incandescente, comenzó a regalarnos su luz en los rayos que penetraban a través de los árboles que nos rodeaban. Las charcas eran aguas muertas de una brillantez de estaño, pero llenas de vida, de insectos, mariposas, renacuajos, más todos los microbios que no veíamos. La selva aparecía joven y verde con árboles cuyas copas no alcanzaban mi vista… Me salió el canto de: “Bendita la mañana que nos habla de Ti, bendita la mañana…”

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“Estrenamos la aurora, saludamos el gozo de la luz que nos llega resucitada y resucitadora…”. Estaban todos los poros de mi cuerpo sudando y África me envolvía con su ENCANTO que cada vez penetraba más en mí. Como antes he hablado de serpientes, recuerdo que un día en Kafakumba, sobre las tres de la tarde, yo estaba en el internado con las niñas y llegó H. María Teresa Villarino corriendo para decirme que fuese urgente a la casa del P. Erick. Yo creía que le pasaba algo al Padre, pero al llegar me enseñaron que, delante de la puerta donde el Padre se echaba su siestecita, abajo del marco en una esquina, había un agujero como de un puño donde estaba escondida una serpiente de tamaño respetable y sacaba su cabeza y su larga lengua. Se me pusieron los pelos de punta cuando la vi. Resulta que a esa hora se iba cada día a la fonía para hablar con la Diócesis y H. Luisa acompañaba a la H. Mª Teresa para enseñarle el manejo. Al pasar vieron la serpiente y vinieron a buscarme. A esa hora no había ningún trabajador. Metimos un palo en el agujero para hacer salir a la serpiente, pero no hubo modo. Así que llenamos varios cubos de agua hirviendo y los echamos con fuerza en el agujero de manera que la serpiente tuvo que salir. Nosotras la esperábamos con palos para matarla y eso fue lo que hicimos. Era de unos 3 metros de largo y de ancho medía como tres centímetros. Nosotras contentísimas de nuestra proeza y, en eso, sale el P. Erick refunfuñando porque no lo habíamos dejado dormir y al ver la serpiente nos dice: “Tanto ruido para matar a una simple serpiente”. Nos quedamos las tres sin palabras, pero al instante nos dio tal risa que no podíamos parar, nosotras tan orgullosas de lo que habíamos hecho y para el Padre fue una tontería…. Así de ocurrente era el P. Erick. La verdad es que era muy valiente, o por lo menos nunca demostraba si tenía miedo, creo que es eso ser valiente, pues “miedo” todos lo tenemos. Otro día iba atravesando nuestra huerta dirección al internado y vi las gallinas de nuestro gallinero en corro cacareando. Me acerco y, en medio, había una serpiente enrollada y girando parte de su tronco y cabeza como hipnotizando a las gallinas, supongo que para comerse alguna… Llamé a un trabajador, que vino y mató a la serpiente, las gallinas se dispersaron. Fue algo curioso pues ningún pollo, gallina o lo que fueran, se movían. Una tarde del domingo salimos de paseo a visitar a la gente de los alrededores de la Misión las HH. Carmen Richart, Magdalena Llobera, Beatriz y yo. Todo fue normal hasta que al regresar a casa nos pasó una odisea muy original y digna de contarla. Íbamos por la carretera de regreso al convento y vimos que la gente que venía de enfrente se tiraba al suelo todo lo largos que eran. No comprendimos nada y seguimos andando hasta que nos vimos atacadas por una nube de avispas. Las espantábamos con los brazos y nos pusimos a correr como desesperadas, pero las avispas las teníamos ya encima picándonos por cara, piernas, brazos y a Beatriz se le enredaron entre su mata de pelo. Corríamos todo lo que podíamos y un poco más hasta llegar a la casa donde nos recibieron con el spray de insectos. Estuvimos todas bien requetepicadas, fue terrible. Nos quitamos los aguijones de cara, manos, cuello, brazos, parecíamos “unas dolorosas”. Amanecimos al día siguiente con hinchazones por todas partes, la cara estaba descompuesta, fue de risa y de pena, pues el mal rato no nos lo quitó nadie, estando unos días mal y fastidiadas. La gente, que es muy generosa y tiene chispa, cuando nos veían preguntaba qué nos había pasado… y lo sabía de sobra porque aquí las noticias vuelan y nuestro percance se había corrido por todos los poblados. Comprendimos por qué la gente se tiraba al suelo, para que pasara la nube de avispas sin ser picados. Nunca es tarde y la lección la aprendimos por si acaso se repetía.

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Después de comer, un día de fiesta, la H. Mª Teresa y yo fuimos dando un paseo hasta un poblado llamado Funyika, a unos 8 km. de la Misión. Al terminar las casas de la zona de la Misión hay un gran trecho, donde no habita nadie, hasta llegar a Funyika. Íbamos las dos por en medio del camino y, de repente, vimos cruzar una familia de monos. Unos grandes, otros medianos y algunos pequeñitos. Nos paramos en seco y los monos según pasaban nos iban mirando como si fuéramos bichos raros, alguno se entretenía contemplándonos más que otros. Al acabar de pasar toda esa “monería” respiramos, y arrancamos dos ramas de árboles para protegernos y así llegamos a Funyka. Al vernos la gente con los palos y contarle lo de los monos, se rieron de lo lindo pero, al regresar, dos chicotes nos acompañaron a la Misión, nosotras no lo pedimos, pero ellos quisieron. Luego nos enteramos que no eran tan pacíficos esos monos como parecían, pues iban a los campos haciendo destrozos y enfrentándose con la gente. Menos mal que siempre que salgo o encuentro algún inconveniente empiezo con mi retahíla de jaculatorias, invocaciones a todos los santos y también al ángel de mi guarda. Eso hacía mientras los monos pasaban y nos miraban. Otra vez también me fui a dar una vuelta por los barrios de la misión y continué hacia la brousse alejándome bastante. Era la época de lluvias y vi que el cielo comenzaba a ponerse lleno de nubarrones. Di media vuelta para regresar a la Misión, pero la tormenta llegó antes con truenos, relámpagos y yo caminando lo más rápido que podía para salir de entre los altísimos árboles en que me encontraba, pues conocemos a algunas gentes de las Misiones que murieron electrocutadas por un rayo. La cosa no era broma. Yo iba empapada y casi sin ver de la lluvia que corría por mi cara. Al fin vi más casitas de paja y de una de ellas salió la madre de una niña de nuestra Escuela que se llamaba Kuzo. Me hizo entrar, me puso al lado del fuego y me dio un paño suyo para que me secara y así me fui calentando y secando. Ahí estuve hasta que amainó el temporal y regresé a la misión oliendo yo a humo por todas partes. Esta mamá, que me ofreció con toda caridad su casa, meses después la vi en medio del poblado con una curandera alrededor del fuego donde había una cacerola con agua hirviendo. La mamá de cintura para arriba sin nada y la curandera o hechicera, creo que era las dos cosas a la vez, iba vestida de blanco, con plumas de ave en su cabeza casi rapada, con una gallina en la mano y una sonajera al estilo de aquí y le pasaba a la mamá la gallina por el cuerpo, luego la salpicaba con el agua hirviendo, mientras la curandera iba girando alrededor de la mujer cantando, bailando e invocando a sus ancestros. Lo peor fue que la curandera tenía un lagarto de unos quince centímetros agarrado de la cola por una cuerda poniendo al lagarto por el pecho de la mujer paseándose sobre ella. La mamá enferma ponía una cara de asco que daba pena. También estaba curándose una chica de unos veinticinco años pues era estéril habiendo tenido varios maridos pero los hijos no llegaban. Con esta hacía lo mismo que con la otra mamá. Después de estas operaciones, cogió dos maracas hechas de calabazas con piedrecillas o semillas dentro, dando un sonido muy agradable con ellas. La hechicera entre tanto bailaba, cantaba como un recitado y se acercó a mí, creo que para provocarme a ver cómo reaccionaba, y empezó a girar alrededor mío cantando y sonando las maracas. Con una voz de ultratumba que hacía me pidió dinero, yo le respondí que era ella la que me lo tenía que dar porque estaba en el territorio de la Misión. Ella llevaba la cara pintada con polvos blancos y rayas marrones claras. Se puso delante de mí y se rió de oreja a oreja con una dentadura bellísima, sanísima, perfecta y con una blancura que llamaba la atención.

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Hago punto y aparte para contar que la raza negra en general tiene unas dentaduras preciosas y perfectas. Tienen costumbre de lavarse los dientes con unos troncos o palitos de plantas especiales que las cortan y en el extremo hacen unos filamentos y lo van pasando y frotando por los dientes y encías. No sé si es eso, la raza, la alimentación o todo a la vez que hace que tenga unas dentaduras perfectas que dan envidia. Continúo… al ver la cara de la hechicera de cerca reconocía que era madre de una alumna interna nuestra. Sentí que me encolerizaba y comencé a echarle una rociada de injurias, en español muchas y en tshokwe la única que conocía Tshihepuke que quiere decir loca, tonta o algo por el estilo. Cuando vio que me enfadaba tanto, me dejó y siguió con las mujeres. Yo también di media vuelta y regresé a la Misión de mal humor al ver que era esa señora una hechicera. Lo peor de todo es que la chica joven siguió estéril, la otra mamá murió porque estaba tuberculosa y contra eso no hay pollo ni lagarto que lo cure. La Provincia de Chicago (EE.UU.) de los Padres Franciscanos cogió la Misión de Kasaji (a 100 km de Kafakumba) y vinieron los franciscanos: el P. Damián, el P. Jim, otro Padre que no recuerdo cómo se llamaba y el H. Justín. Todos entre 40 y 45 años. Al P. Jim lo mandaron a Kafakumba y estuvo algunos meses ayudando al P. Erick, pero ni uno ni otro se cayeron bien. Cuando mejor estuvo el P. Jim fue cuando el P. Erick se fue de vacaciones a Bélgica. Pero a su regreso, no sé qué pasaría que se fue definitivamente de Kafakumba. El P. Jim regresó a la Misión de Kasaji. También vino varias veces el H. Justín de Kasaji para arreglarnos cosas, pues era superentendido en “todo”. De Chicago vino de visita al Zaire (sería por el año 1983) el Padre Provincial con un Consejero y un Visitador. Se acercaron a Kafakumba a visitar al P. Erick, los acompañaban dos Padres de Kasaji. El P. Erick los recibió como buen franciscano. Un día que voy a la casa del Padre, veo a los Padres franciscanos en el patio, vestidos con sus hábitos marrones y su capucha, jugando a tirar una especie de “platillos de colores” que volaban hasta no sé dónde. Se reían y disfrutaban de lo lindo. El P. Erick, sentado en su butaca, los miraba asombrado de ver a esos hombres hechos y derechos jugando. De vez en cuando me hacía un gesto, como preguntándome: ¿Qué es eso…? ¿Qué hacen…?, con una cara de guasón que me daba más risa verlo a él que al grupo de jugadores. Yo pensaba que los norteamericanos eran un poco originales. Lo más gracioso fue que en la Misión de Kasaji los cuatro Franciscanos no se entendían entre ellos. Un día desaparecieron todos y, cada uno por su cuenta, se fue a Chicago en aviones distintos, pero más o menos al mismo tiempo, para hablar con el Provincial. Volvieron al Zaire, pero al cabo de unos meses regresaron definitivamente a Estados Unidos. Sólo quedó uno, el P. Damián, que aún continúa en Lubumbashi dando clases en el teologado de los Padres franciscanos. Una de las veces que iba a Kasaji con Tata Pascal (el chofer), para llevar a una mamá a la maternidad protestante para que le hicieran una cesárea, al regreso a Kafakumba, que era media noche, el chofer Tata Pascal se paró en seco en medio del camino y dice que no continuaba. Yo le pregunté por qué y me respondió: “Allí en lo alto hay unos espíritus”. Yo le pregunté: “¿Dónde?, pues yo no los veo”. Apagó las luces del coche y con el brazo me señaló dónde estaban los espíritus. Miré y vi, efectivamente, unas luces que brillaban en medio del árbol y le respondí al Tata Pascal que sería un animal, y él que no, que era un espíritu, y que él no seguía. Así

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estuvimos un rato discutiendo. Cuando me harté, me bajé del jeep, cogí una piedra y la tiré con fuerza sobre el árbol donde se veían “los espíritus”. Al ruido, el animal huyó. Sería un búho o una lechuza, me fui tan contenta al coche y así Tata Pascal continuó el camino. Le di un sermón mientras conducía, pero él se quedó con lo suyo y yo con lo mío. Siempre que se toca este tema nos cortan diciendo que nosotros somos “blancos” y no los entendemos, con respecto a los espíritus. En eso tienen toda la razón… se acabó la discusión. El Mukishi, en la tribu tshokwe, es una máscara tradicional que actúa durante las circuncisiones. Es un hombre vestido de una pieza de rafia tejida, pies, piernas, cuerpo, brazo y cabeza dejando sólo los ojos y la boca al descubierto. Es un traje artístico. Como las circuncisiones las hacen durante el tiempo de sequía (Mayo- Septiembre), es todo un acontecimiento en los pueblos y la Misión, habiendo un gran jolgorio y festejos. El Mukishi se va paseando por la Misión, bailando, haciendo piruetas, persiguiendo a la gente que corre, sobre todo los pequeños y mujeres, pues para éstas últimas es un tabú. Hoy día, sobre todo en las ciudades, las mamás llevan a los hijos a los hospitales para que los circunciden, pero en el interior, en los poblados, aún continúan con esta tradición. Es más el bullicio que se hace con el Muskishi que el hecho de la circuncisión, pues, en general, también en la selva llevan a los hijos al dispensario de la Misión. De todas formas siempre hay algunas familias que prefieren la circuncisión tradicional. El Mukishi es el que coge a los niños, llevándoselos a la selva, donde el hombre especialista en circuncisiones espera a los niños en chocitas fabricadas con hojas y pajas fabricadas para este acontecimiento. Circuncidan a los niños, que se quedan en la brousse un tiempo largo hasta que se curan, y a la vez les van enseñando a ser hombres. Cuando termina este proceso de circuncisión y aprendizaje es toda una fiesta. En la casa del niño está la familia, los vecinos y curiosos, como yo, esperando que llegue el circuncidado. De lejos se oyen música y cantos típicos de este acontecimiento y, poquito a poco, se van acercando los niños que visten una faldita de rafia típica y se mueven al ritmo del niño bailando. Van llegando los niños, en filas o alineados, con la cara y el cuerpo cubierto de harina o polvos blancos. La familia prepara platos de comida, poniéndolos por el suelo, y cuando los niños se acercan bailando van saltando el plato. Entre tanto las mujeres de la familia y del poblado, con pañuelos de colores en las manos moviéndolos y al viento harina o polvos, van rodeando a los niños bailando. Cantando con sus gritos de júbilo echan los polvos sobre la cabeza del niño que se siente “homenajeado” con todas las miradas puestas en él. Ya es un adulto, pudiendo participar en la vida del clan y la tribu. Luego se bebe, se come y se danza, estando así varios días que dura la fiesta. Todo esto es una ceremonia tradicional que siguen guardando, porque el niño de seis, siete, ocho años sigue siendo niño. El echar polvos o harina sobre la cabeza de alguien es símbolo de alegría. En los colegios como Kafakumba y Kanzenze, al final de año en la proclamación y reparto de boletines, nos ponemos el profesorado, alumnos y familia en círculo en medio del patio y se va llamando uno a uno a cada alumno. Cuando tienen buenas notas, aplicación, comportamiento, etc., en el momento en el que el alumno sale a recoger su boletín, la mamá o alguien de la familia se acerca bailando y chillando al lado del niño, poniéndole los polvos sobre la cabeza y dándole algo de dinero. Algunas que otras familias que hacen esto, se acercaban también a la H. María Teresa Villarino para echarle más delicadamente un poco de polvo, como muestra de agradecimiento por todo lo que ha hecho por su hija o hijo. Es una fiesta con un ambiente simpático y agradable.

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Con el paso del tiempo se vio la conveniencia de abrir otra casa y tener dos comunidades en África. Tuvimos la ocasión de coger la Misión de Kanzenze y, por este motivo, tuvo que venir más personal. Vinieron las chicas seglares Teresa Reyzábal Sagastagoitia, médico y cirujano fabulosa, una enfermera, Cristina Cortés, sobrina de la H. Carmen Richart, y otra chica llamada Adriana. Ésta última no duró mucho, regresando al poco tiempo a España. Tanto Cristina como Teresa, los años que estuvieron trabajando con nosotras en Kafakumba y Kanzenze, lo hicieron maravillosamente bien, con entrega a la obra, a la comunidad y al pueblo. Las dos fueron muy queridas por la gente y por nosotras, eran una más en la comunidad, ayudando y disponibles para todo. Vinieron las chicas con la M. María Riera (Vicaria general) para hablar oficialmente con el Obispo Monseñor Songasonga, de parte de la Madre General, para la fundación de Kanzenze. Dio la casualidad que Monseñor en esas fechas estaba de reuniones en Kinshasa no pudiéndose ver, pero lo sellaron oficialmente por fonía, luego M. Riera regresó a España. Mucho tiempo antes yo ya había hablado con el Obispo de lo referente a Kanzenze, de parte de la Madre General, para concretar la fundación. Unos meses después, si no me equivoco creo que fue agosto, llegaron por primera vez destinadas las HH. Begoña Portilla y Magdalena García. Ésta última se quedó en Kanzenze con la H. Luisa Ramis para limpiar, arreglar y organizar el convento de Kanzenze. Teníamos que habitarlo una vez que estuviera a punto, por este motivo no estuvieron en Kafakumba en la muerte del P. Erick. Estando en todo esto fue cuando murió el P. Erick. Después de la muerte del Padre y antes de fundar en Kanzenze, vino a Kafakumba Monseñor Songasonga para confortar a los cristianos, dar el pésame, rezar en la tumba del P. Erick, ver a quién tendría que poner de sacerdote en la Misión, vernos a nosotras y hablar sobre Kanzenze. Llegó el momento de irnos a Kanzenze, para esta ocasión vino de España la Madre general, M. Mª de las Nieves Armas, y la Secretaria general, M. Magdalena Amengual.

H. Luisa Ramis

De izquierda a derecha: H. Begoña Portilla, H. Rosario Ruiz

FIN DEL LIBRO PRIMERO: KAFAKUMBA Terminado de redactar en Enero de 2010

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EPÍLOGO Gracias al interés de M. Carmen Bennasar he escrito estas hojas. A ella se lo dedico con cariño y agradecimiento por su AMOR Y ENTREGA a África, a la Congregación y a cada una de nosotras. Por TODO, GRACIAS.

H. Laura Herrera Castellanos

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