La Pulpería

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PROGRAMA DE RESCATE Y REVITALIZACIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL ISSN 1659-0066 Vol. 22 N. ° 2 LA PULPERÍA COSTARRICENSE 2009

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Costa Rica

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306.05R454r Re vis ta He ren cia. —Año 1, N° 1 (1988)-.— (San Jo sé, C. R.): Pro gra ma de Res ca te y Re vi ta-

li za ción del Pa tri mo nio Cul tu ral, 1988-v. Se mes tral. 1. Cos ta Ri ca - Ci vi li za ción - Pu bli ca cio nes pe-

rió di cas. 2. Fol clo re - Cos ta Ri ca - Pu bli ca cio nes pe rió di cas.

ISSN 1659-0066 CCC/BUCR

Venta y suscripciónen Costa Rica ¢1000,00

Las solicitudes deben hacerse a Vicerrectoría de Acción SocialUniversidad de Costa Rica, 2050San Pedro de Montes de Oca. San José, Costa RicaCorreo electrónico: [email protected] Tel. (506) 2511-5267 http://www.vas.ucr.ac.cr/ec/revistas/herencia/index.html

Portada: Pintura “La Asturiana”. Sandra Anchía.

Programa de rescate y revitalización del Patrimonio cultural

Vicerrectoría de Acción SocialExtensión Cultural

Directora HonoríficaDra. María Pérez YglesiasVicerrectora de Acción Social, Universidad de Costa Rica

Consejo EditorialZamira Barquero, Escuela de Artes Musicales Isabel Avendaño, Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas y Escuela de Geografía, UCRJuan Carlos Calderón, Director Sección Extensión CulturalMauricio Frajman, Hospital San Juan de Dios, San José Gastón Gaínza, Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas Nora Garita, Escuela de Antropología y Sociología Carmen Murillo, Escuela de Antropología y Sociología

Director - EditorGuillermo Barzuna, Sistema de Estudios de Posgrado

Consejo Asesor ExternoJorge Baños, Buenos Aires, Argentina, Miembro de École Lacanienne de PsychanalyseSueli Correa de Paria, Universidad Católica de Brasilia, BrasilAndrés Fernández, Coordinador académico en la Universidad Creativa, San José Aurelio Horta, Universidad Nacional, Colombia. Olga Joya, Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Tegucigalpa Luis Thenon, Universidad de Laval, Canadá.Alberto Zárate, Universidad Autónoma de la Ciudad de México Magda Zavala, Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica

Diseño y diagramaciónAllan Fonseca Calvo

FotografíaDennis Castro

Corrección de estilo y pruebasRocío Monge

SecretariaSandra Navarro

Vol. 22 (2), 2009

Las opiniones expresadas en los artículos son responsabilidad exclusiva de los autores y las autoras y no reflejan necesariamente la posición de la Revista.

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ÍNDICE

Página

Palabras iniciales ………………………………………….…….……........ 7

I. Elogio de la pulpería ………………………………………….……...... 11

II. Anécdotas de vecinos y clientes de pulperías costarricenses.

De la infancia, las melcochas y los altos mostradores …………... 33

III. La palabra del pulpero: defensa de un oficio popular............... 45

Entrevistas ……………………………………………………….. 451.

Testimonios de pulperías en Guápiles, Siquirres y La Suiza 2. de Turrialba …………………………………………………....... 81

Testimonios de pulperías en Puriscal ……………………….. 873.

Epílogo ……………………………………………………………………..... 89

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PALABRAS INICIALES

“Un amigo es uno mesmo en otros cueros” es un hermoso enunciado poético, recopilado por Atahualpa Yupanqui y que le escuché decir al tro-vador en su paso por Costa Rica, en 1980. Esta copla resume, a cabalidad, mi experiencia nostálgica con el espacio entrañable de la pulpería desde la infan-cia. Una relación de amistad, afectos, travesuras y cercanía de un lugar con el que crecimos y con el cual convivimos aún hoy los costarricenses, con otras texturas y con circunstancias diferentes.

Una defensa de la pulpería como espacio cultu-ral implica la preservación de aquello que nos cons-tituye como sociedad. Es precisamente la conserva-ción de las expresiones tangibles e intangibles lo que establece la naturaleza distintiva de un pueblo. Podemos hablar de pertenencia cultural, ya que estos locales constituyen un ejemplo de la solución práctica y doméstica que el costarricense le dio al sentido de la compra diaria de alimentos.

Pulpería María Auxiliadora, Puriscal.

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desapareciendo o han cedido su espacio a otro tipo de establecimientos.

En otras ciudades del país se conservan edificios patrimoniales de arquitectura religiosa y centros educativos de especial importancia, entre ellos, el Colegio San Luis Gonzaga –en Cartago–, las Ruinas de Cartago, el Instituto de Alajuela, el Liceo de Heredia, la Parroquia de Heredia y El Fortín, entre otros; así como algunos edificios municipales, mer-cados, estaciones de ferrocarril, antiguos hospita-les, comandancias y museos ubicados en diversas zonas del país.

En la segunda mitad del siglo XX, sin que se diera un fuerte sismo o una guerra civil, se destruyó gran parte del patrimonio arquitectónico y, por ende, de la herencia cultural, en casi todos los centros urba-nos de Costa Rica. A inicios de los años setenta fue derribada la majestuosa Biblioteca Nacional y se construyó, en su lugar, un estacionamiento. En gran medida, a partir de este nefasto acontecimiento se

Nuestras ciudades han sufrido grandes transfor-maciones, positivas y negativas. Del San José del siglo XIX queda muy poco; sobresale la antigua Fábrica Nacional de Licores, actual Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, y algunas casas de adobes.

De los inicios del siglo XX, todavía se conser-van, en las principales ciudades, algunos edificios de carácter público importantes: La Catedral, el edificio de Correos, la Cancillería, el Teatro Nacional y el Edificio Metálico, así como iglesias y edificios dedicados a la educación, entre otros.

En la capital, se conviven, incluso con bastante entereza, algunos barrios con investidura patrimo-nial que se desarrollaron a partir de 1900: México, Amón, Luján, Otoya y Escalante. Y es precisamente en la vida de barrio en donde tiene su gran sen-tido y permanencia la pulpería. Desde luego que, en muchos de estos barrios y en el centro de las ciudades, las pulperías tradicionales, al igual que muchas construcciones de gran valor, han ido

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parajes esenciales de nuestra identidad. Hablo, entre otros lugares, de mercados, bazares, panade-rías, ventas ambulantes, boticas, ferreterías, bares y pulperías.

Estos territorios son parte de la trama urbana cotidiana de cualquier país; son espacios comerciales bajo cuyo techo se desarrolla buena parte de nues-tras vidas. Ahí se generan procesos de diálogo, de diversión, de crítica y se expresa la creatividad popu-lar por medio del ingenio en el chiste que se cuenta, en el piropo que se dice, en una dirección que se da.

Es un universo de esquinas y de transeúntes, de aceras y de plazas en donde se juega futbol, de bares con eternos solitarios, de señores y señoras rezongonas frente a un mostrador, de ir a comprar el pan recién hecho, de conseguir, además, natilla casera, jalea de guayaba y queso fresco para tomar-se el café de la tarde… Entramos en el dominio de lo doméstico… Ya estamos hablando del territorio de la pulpería.

empezó a adquirir conciencia de la necesidad de preservar los monumentos históricos en ciertos sec-tores de la población y en organismos dentro de los cuales hoy se destacarían las universidades públicas, el Ministerio de Cultura y el Icomos.

Resulta difícil, actualmente, establecer registros o inventarios puntuales de los monumentos arqui-tectónicos destruidos; es mediante viejos álbumes de fotógrafos y de viajeros que podemos tener noticia, en los archivos nacionales, de cómo fueron nuestras ciudades.

Cuando hablamos de conservar el patrimonio cultural de un pueblo pensamos, en el caso de la arquitectura, en un conjunto de inmuebles recono-cidos y valorados por la comunidad a la cual perte-necen y se justifica su pertenecía al patrimonio por su historicidad, su estética y su función social.

Hay una gran galería “de espacios ignorados” en toda ciudad que, de tan cotidianos, se nos pueden volver invisibles pero que, sin embargo, constituyen

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“Suele la indignación componer versos”.Cervantes. Viaje del parnaso.

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¿Por qué pulpería?

Un posible origen etimológico del término pul-pería se halla en la voz pulpa, tomada del latín y que dio lugar, hacia 1586, al término pulpero: “tendero de comestibles”, así llamado porque vendían, sobre todo, frutas tropicales. Más adelante, hacia 1627, aparece también la palabra “pulpería”2.

Este tipo de espacios de uso doméstico los encontramos a lo largo de todo el continente ameri-cano con nombres muy diversos; predominan los de tienda, estanco y almacén en los distintos países de Hispanoamérica.

En Argentina, a la pulpería nuestra se le denomi-na, “almacén”, en Cuba, “bodeguita” y, en Nicaragua, “La venta”, solo por citar algunos ejemplos.

En México, a los lugares pequeños que venden productos comestibles se les denomina “tiendas”; también se les conocen como estanquillos, abarro-tes, tendajones, tanachis, recauderías, verdulerías o

I. Elogio de la pulpería

La pulpería es un espacio popular que ha acompa-ñado la vida social del costarricense a lo largo de toda su historia y de su geografía.

La vida social y económica de los pueblos y de las comunidades tenía y tiene ahí su punto de contacto. La prestación de servicios, la reunión de personas de distintas edades, el correo, las noticias, el chiste, los comentarios político y deportivo se sucedían y suceden en torno al mostrador o al corredor de la pulpería.

Efectivamente, estamos ante uno de los espacios comerciales más antiguos en Costa Rica. Un censo del año 1910 registra, como uno de los oficios frecuentes, el de pulpero.

La pulpería convivía desde la Colonia con otros sitios más sofisticados: las vinaterías de las que se tiene noticia, y las tiendas de ultramarinos, con productos británicos, españoles e, incluso, de Chile y cuyos due-ños eran casi siempre extranjeros1.

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Un tema sugerente

Novelistas, ensayistas y periodistas se han senti-do atraídos por el tema.

Las taquillas. El escritor costarricense Manuel González Zeledón, Magón, describe, en algún momento, el espacio de la pulpería, al que añade la cantina: “El despacho de licor lo marcaba un pedazo de mostrador forrado de zinc, con su tubo de agua, su vasera verde y su cajón de agujeros, repleto de botellas rojas, pescuezudas, llenas de aguardiente”3.

En la actualidad, debido a las nuevas regulacio-nes, ya casi no existen estas taquillas o locales que funcionaban como pulpería y como cantina pero, en algunos lugares, como en La Estrella del Sur de Ciudad Colón, hasta hace poco se veían las argollas para que la gente amarrara los caballos mientras se bebía un

tienditas, pero su origen tiene que ver con lo que antes se concebía como botica, es decir, pequeños establecimientos en donde se vendía de todo, desde medicamentos, hasta diversos alimentos; incluso, los dueños de las boticas fabricaban, en pequeña escala y luego para comercializar, dulces en con-serva (limones endulzados, camote, capirotada, buñuelos, panecillos, churros o donas).

En dicho país, hacia 1920 y hasta 1960, existían lugares denominados pulquerías, las cuales abun-daban en las colonias pobres de las ciudades. Ahí se vendía el pulque, bebida embriagante procesada del maguey y cuyo costo era muy bajo. En la actuali-dad, en las colonias o barrios ya casi no existen pero, en su época, resultaron ser un verdadero atractivo dentro de los estatutos de la cultura popular, pues sus nombres eran verdaderamente ingeniosos, por ejemplo: “Sal si puedes”, o bien, “Dile a tu vieja que aquí vives”.

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trago o hacía la compra. Y no hace mucho, había en las pulperías grandes cajones con maíz o con frijoles, en donde los niños metían felices los brazos.

¿Cuáles objetos quedan de aquellos que se ven-dían en la pulpería y que enumera Magón? Entre otros: “jáquimas y alforjas de mecate, sartas de

trompos, rollos de cabuya, el barril de frijoles bayos, el saco de azúcar negra con su cucharón de lata y erizado de avispas, el cajón de sal criolla rezumando agua, cazuelas y comales herrumbrados colgando del techo”. Y continúa con el queso Bagaces, los salchichones, las candelas, los atados de dulce y el queso de bola, junto con toda suerte de tiliches.

Carlos Luis Fallas, por su parte, nos habla de La Vencedora, la pulpería en donde se reunían Marcos Ramírez y sus amigos.

Constantino Láscaris, en su libro El Costarricense, realiza una elocuente defensa de la pulpería, sobre todo la rural. Rescata el colorido de estos lugares, así como la posibilidad de incorporar el salón de baile para el deleite de la comunidad. Es el espacio en donde el campesino hace catarsis el fin de sema-na, conversando, comprando, bebiendo y bailando. Sitio, pulpería-cantina, donde la comunidad toma conciencia de sí misma4.Pulpería El Ciprés, La Suiza de Turrialba.

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al apellido de los dueños, al tipo de producto que venden y a otras condiciones.

A manera de referencia, entre otras, cito algu-nos nombres particulares, en el casco central de San José: La Milflor, La flor de Otoya, La Marinita, El Barrio, La Luz, La Pompeya, El cinco menos. La Nochebuena, en el centro de Guadalupe.

En Cartago aun permanecen algunas: La zona, El oriente, La pulga, La bicicleta y La hormiga de oro, y La barata, pulpería-cantina en las afueras de Santo Domingo de Heredia.

Luis Barahona, en su ensayo El gran incógnito, interesante reflexión sobre el campesino costarri-cense y su manera de concebir el mundo, apunta también al lugar de la pulpería rural y de la urba-na, y enfatiza en el problema del alcoholismo en las zonas rurales, generado, a su entender, por la proliferación de este tipo de espacios5.

Otros escritores, quienes han aportado valiosas referencias en sus relatos en privilegio de la pulpe-ría han sido: Alberto Cañas, Aquileo J. Echeverría, Miguel Salguero y Luisa González.

De los nombres y los letreros en las pulperías

Un recorrido por los nombres de pulperías costa-

rricenses resulta un tema apasionante, por la carga metafórica y referencial de estos, tanto de las pul-perías que ya desaparecieron como de las vigentes. Muchas de ellas remiten a su ubicación geográfica,

15Grano de Oro, Turrialba.

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Del pulpero y otros comerciantes ilustres

Plantea Iván Molina que, en Costa Rica, sobre todo a finales del siglo diecinueve y en los inicios del siglo veinte, algunos pequeños comerciantes, entre ellos estarían, sin duda, los pulperos, com-binaban sus negocios y sus quehaceres electora-les para ascender y ser reconocidos socialmente en sus comunidades6.

La historia de nuestro país ha conservado el nombre de comerciantes y vendedores cuya huella se mantiene hoy en la memoria popular. Rescatamos algunos de ellos:

Pedro Arias Mercader cuya tienda se encontraba en Cartago

hacia 1629. Lo llamaban también Pedro Arias de Salamanca, por lo que suponemos que su familia

El ingenio popular del pulpero, ante la descomu-nal competencia que se libra en la actualidad, le puso a un local más pequeño que un aposento “El Minimall”, en San Pablo de Heredia y, en Grifo Alto de Puriscal, una airosa pulpería se llama “El Hiper Menos”.

También los letreros que se cuelgan en relación con el acto de fiar son igualmente expresivos:

Hoy no se fía. Mañana sí.

El que fía anda cobrando.

Se fía cuando el león ría.

Fiado se murió. Mala paga lo mató.

El que usted fume no es mi problema: com-pre fósforos.

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Casa presidencial y, a la vez, una tienda En 1830, un viajero llamado John Lloyd Stephens

describía así al jefe de Estado costarricense Braulio Carrillo:

“Carrillo podía tener unos cincuenta años. Era pequeño de cuerpo y grueso: sencillo pero cuidadoso en su manera de vestir. En su rostro se pintaba una resolución inquebran-table. Su casa era lo bastante republicana y nada había en ella que la distinguiese de cualquier otro ciudadano. En una parte está una tiendecita de su mujer y en la otra tenía él su oficina para despachar asuntos del Go-bierno. Esta oficina no está más grande que la de un mercader de tercer orden y en ella tenía tres empleados que estaban escribien-do cuando entré, en tanto que él ojeaba unos papeles en mangas de camisa”7.

vivió en esa ciudad española. El escritor Ricardo Jiménez Guardia menciona, en sus crónicas colo-niales, que “Pedro Arias y Miguel Calvo llegaron con mercaderías de la China”, que después cam-biaron por harina al gobernador Alonso de Castillo y Guzmán. Por su parte, Manuel de Jesús Jiménez recuerda la tienda de Arias como lugar de reunión de los desocupados de Cartago, que se pasaban allí conversando, haciendo cuentos y hablando mal de los políticos.

Pedro Arias contrajo matrimonio con Mariana Chinchilla, nacida en 1598 e hija del mismo Miguel Calvo con quien él hacía negocios. Los estudiosos de la genealogía indican que tuvo un hijo, Gaspar Arias, casado con doña María de Monterroso. Muchos de los Arias de Cartago, Heredia y San José descien-den de esa unión. Así que pregunte a su padre o a su abuelo si, por algún lado, es Arias y ya verá de dónde le viene el gusto por vender y comprar.

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¡Una casa presidencial que es a la vez una tien-dita! Se mezclaban en la Costa Rica de entonces lo privado –la casa–, con lo social –la tienda– y lo polí-tico –el despacho–.

Carrillo, quien estuvo al mando del Estado entre 1833-1837 y 1838-1842, se esforzó por consolidar y uniformar la República y apoyar el desarrollo económico del país. Pero no dudamos que pasaba ratos muy entretenidos conversando con los parroquianos que iban a comprar telas, fustanes de lienzo, sortijas, sombreros de paja, peinecillos de carey y otras baratijas de la tienda de su mujer.

Juanito Mora siguió vendiendo Otro personaje histórico que se dedicó al comer-

cio fue Juan Rafael Mora Porras, quien se ha des-crito como un hombre pequeño, de rostro plácido. Mora, quien como presidente de Costa Rica dirigió

la campaña de 1856 contra la invasión de los filibus-teros norteamericanos al mando de William Walker, era dueño de almacenes de mercaderías y tiendas.

Cuenta en sus notas otro viajero, el alemán Moritz Friedrich Wagner, que los sábados se cerra-ban las oficinas del Gobierno para que Mora y sus ministros se dedicaran a los negocios comerciales:

“Hoy se despojó voluntariamente de la dig-nidad de su cargo y corta en almacén nue-vas muestras de cotón rayado, de mezclilla de moda o de tela para pantalones para algún truchero ambulante [hoy diríamos “polaco”]. Los tenderos y campesinos no lo tratan en estos días de caballero o señor y de ningún modo de excelencia, sino que le dicen según las costumbres patriarcales de este país, sencillamente “don Juanito”8.

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Algo parecido dice del ministro de Mora, José Manuel Carazo, quien tenía una tienda al por menor: “Él, el estadista más influyente de la República, siguió vendiendo con sus propias manos cintas y zarazas al menudeo”.

En contacto con el pueblo

El comercio, entonces, tanto como un oficio era para estos personajes ilustres una vocación, una actividad que les gustaba y los hacía sentirse bien. No solo les proporcionaba ganancias en la sociedad bastante pobre de aquel entonces, sino que, ade-más, los ponía en contacto directo con el pueblo.

Si nos fijamos bien, veremos que los nego-cios de los pulperos dueños de tiendas y otros

minoristas cumplen con una función social muy importante. En la pulpería se encuentran cada mañana las personas que van por el pan y por el periódico y allí empiezan a correr los rumores sobre los últimos acontecimientos. Pero, también, estos lugares son el escenario de una importante práctica

Bodega de Cedeño, Puriscal.

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democrática. En una pulpería puede entrar cual-quiera, desde el chiquillo que no sabe qué comprar con cinco colones, hasta el señor que se bajó de un carrazo a buscar cigarros, y el buen comerciante no puede discriminar a nadie, sino que debe tratarlos a todos con idéntica cortesía.

El ajetreo, la inseguridad y la inestabilidad que amenazan actualmente al comercio no debe hacer-nos olvidar que esta actividad era la que permitía que el Presidente y Héroe del 56, don Juan Rafael Mora, se convirtiera en “don Juanito”, entre los campesinos quienes llegaban a su tienda todos los días de mercado.

La tertulia del barrio

Numerosas actividades son posibles alrede-dor de la pulpería: movimiento de personas, el marco funcional, la respuesta al medio social y la El Cocal, Siquirres.

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simbolización cultural. Es una construcción que establece, sobre todo en el área rural, posibilida-des de vida social. Es parte del espacio comunal en donde se generan funciones de comunicación que son parte de la vida cotidiana de muchas personas, por la transmisión o papel comunal de centro de información oral y escrito.

Muchas veces se trata de espacios de represen-tación popular por su sencillez y mesura. También las pulperías son poseedoras de un cromatismo espectacular por la variedad de productos que exhi-ben. Este colorido se da en medio de un amontona-miento de objetos que, si bien convoca la idea de caos, no es así: el pulpero sabe dónde se halla cada cosa y los clientes también.

Lo más importante es el uso que le dan las personas: la pulpería tradicional ofrece bancas y lugares para conversar en la acera, mientras se espera el autobús. Es un lugar de reunión, de con-versaciones cálidas y mordaces, de rumores, de un

fresco [refresco] después del partido de fútbol. Es el lugar para bajarse del bus y para preguntar por una persona y, además, para averiguar su dirección, su sobrenombre.

Es, por lo tanto, un sitio que va más allá del mostrador y de las cuatro paredes pues se apropia

La Uvita, la Suiza de Turrialba.

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éxito alguno. Hasta que un día averiguaron que era de apellido Casasola y le pusieron “Se alquila”.

La Barata, en San Luis de Santo Domingo de Heredia, era una cantina-pulpería atendida, hasta hace poco, por una familia de hermanos. Era muy famosa por sus excelentes precios en los productos etílicos de importación, los cuales ofrecía a sus fervo-rosos clientes. Estaba situada en forma esplendorosa frente a la gran plaza de fútbol y en medio de una multitud de viejas casas de madera, llenas de diversos colores que la acompañaban. Abría de par en par sus ventanales de hojas de madera hacia la plaza y, desde ahí, los parroquianos decían piropos, en su mayoría halagadores, a las mujeres que pasaban. Recuerdo tres de ellos:

“En esa colita si me formó”.“Está como uva de pueblo, chiquita pero bien surtida”.“Se parece a Dios, no tiene forma”.

de la acera, de la plaza, de los espacios que la cir-cundan y se integra, así, con los transeúntes, con los habituales vecinos quienes se ubican, casi siempre al atardecer, frente a sus muros para entrarle a la buena “conversona” y para intercambiar chistes, intentar cambiar el mundo, criticar al Gobierno y, desde luego, poner apodos y decir piropos.

En Alajuela, frente a una heladería famosa que estaba a un costado del parque, La Torcaz, se reunía, en la acera, un grupo de parroquianos del lugar para tertuliar y para poner apodos a quienes aún no habían sido investidos con tal categoría. Estaban muy preocu-pados porque un nuevo inquilino, recién llegado a la ciudad no poseía todavía la investidura en lugar del nombre propio. Su preocupación era grande ya que el vecino en cuestión no tenía atributos que lo hicie-ran digno de un sobrenombre, ni en su físico ni en su carácter. Era, a su entender, muy normalito. Pasó el tiempo y seguían con la misma preocupación, sin

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Ni un perro

Muchos de los pulperos entrevistados nos con-taron anécdotas de los acompañantes predilectos de los niños que llegaban a comprar: los perros y otras mascotas.

En la onomástica de estos compañeros –algu-nos con evidente influencia extranjera– se observa un buen grado de ingenio, a veces en concordancia con rasgos del animal o de los mismos dueños.

Algunos de ellos:

Peligroso: un perrito desnutrido e inofensivo. Casi no podía ponerse en pie por su mal estado físico. (Prácticamente se arrastraba). Sin embargo, su dueño, un niño de 7 años, le decía muy orondo: “Vamos. Adelante, Peligroso”.

Mirrusca: había que esforzarse para no majarlo.

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Cara e' barro: un perro que le encantaba hurgar entre la tierra.

Sócrates: no era tan sabio, pero tenía unas barbas…

Nerón: excelente promotor de pleitos frente a la pulpería.

Mota: uno muy peludo; no sean mal pensados…

Dragón: muy agresivo, ¡y con un aliento!

Capitán Pirata: pelaje negro y blanco.

Burocracia: en honor a la tortuga de Mafalda, por ser muy lenta.

Y también nombres de otros animales:

Genoveva: una oveja muy bonachona que llevaban

y amarraban frente al Comisariato, cerca del cerro de la Muerte.

Amanecer: por ser un pez brillante. Vivía en una pece-ra en el mostrador de una pulpería en Guadalupe.

Bichito: un chizo pequeño.

Chingo: un gato que nació sin rabo y que vivía en la trastienda del negocio.

Macha: una gallina amarillísima propiedad del dueño, que brincoteaba por todo el vestíbulo.

Huevo duro: un novillo con un olor inolvidable. Y están en el barrio los que le ponen apellido a las mascotas. Por el lado de Escazú y Villa Colón los perritos de mi amiga Florita se llamaban Carita Ortiz, Borona Jiménez, y Chakur Bermúdez. Y a Luna, la

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perra pastor alemán de otra buena amiga, le dicen Luna González.

De las historias que, durante mi infancia, les oí a los pulperos, sobre todo de Mata Redonda, en San José, me parecieron muy peculiares la de Comecuandohay, un zaguatito que cuidaba la humilde casa de sus dueños como si fuera la entra-da al Cielo. Ese perro tenía de vecinos a Juancho, Checo, Pistolilla y Camanance, y en la zona de “clase alta” del barrio a veces convivía con Princesa, Resortes, Lobito y Caníbal. A este le encantaba comer puras cochinadas de la calle, aunque tuviera su comida de primer mundo. Protegía a un hogar de gente adinerada pero lo de zaguate nunca salió de él.

Claro que hay que tener cuidado con eso de los nombres de los animales. Se acuerda del chiste aquel, que uno decía: “¡Suelten de inmediato ama-rras!”, y el perro Marras mordió a todo el mundo.

Un amigo le puso al perrito Le Perrier, como el agua embotellada francesa, pensando que así se decía perro en esa lengua europea.

Y para terminar, uno de los pulperos contó lo de aquella señora que le puso Jimmy al perro que le vendieron diciendo que era pastor y resultó zagua-te, igual de falso que Jimmy Swaggart, el predica-dor gringo, aquel de la televisión.

Y eso de buscar la pulpería para encontrar direcciones

“Ahí nomasito, como a diez minutos. Vea: después del higuerón usted dobla como un kilómetro a la derecha hasta el puente, des-pués a mano izquierda, donde está el potre-ro de don Chalo, que llaman, y de ahí lo va llevando el camino, hasta pegar con cerca”.

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Por la pulpería de la esquinaEn los barrios, a veces se mantiene esa forma

tan campesina y familiar de dar direcciones. Si todos se conocen, se puede decir: “Sí, esa señora vive por donde Macho” o “Esa pulpería queda por la casa de doña Estrellita” y cosas por el estilo.

Tanto en los pueblos como en los barrios, la pulpería de la esquina es un punto de referencia muy importante. Todo el mundo la ha visitado y, en cierto sentido, la vida del barrio gira alrededor de ese espacio. Claro que ahora, con eso de los robos, la gente va a la pulpería viendo para todos lados y trata de salir rapidito. Pero sigue conservando el prestigio del lugar más visitado del sector.

Eso sí, no hay que ser como doña Nora, que vivía contiguo a la pulpería El Once de Noviembre y le dijo a un novio que vivía en El Doce de Noviembre. Claro que el pobre se perdió y nunca lo volvimos a ver.

¿Verdad que suena conocida esta forma de dar direcciones? El célebre “ahí nomasito”, sobre todo, porque uno va de manejar (o peor, de volar pata) y nada que aparece el lugar que busca.

Eso pasa con las direcciones que nos dan muchas veces en los comisariatos en zonas rurales ticas, en donde toman como punto de referencia árboles, quebradas y hasta potreros. Y que, como normalmente es difícil calcular las distancias, resul-tan bastante imprecisas, como para perder a grin-gos y a gente de la ciudad.

En los pueblos pasa algo parecido. El otro día, en una pulpería por Santa Ana me dieron esta direc-ción: “De donde Chepe Monge como cinco kilóme-tros para adentro, frente a la casa rosada”. Primero hay que saber quién es Chepe Monge o, mejor dicho, quién fue, porque quizá se murió, y después adivinar para dónde es adentro. Y, por último, rezar para que no hayan pintado de blanco la casa rosada.

27Pulpería El Primo.

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Doscientas varas al norte de La MarinitaEsta manera tan curiosa de dar direcciones la

tenemos incluso en las ciudades grandes del país. Por ejemplo, en Cartago se dan desde lugares desaparecidos, como el City Garden. En San José es famosa la casa de Matute Gómez, aunque el señor se murió hace como cincuenta años. También la botica Solera, que hace siglos está deshabitada; la pulpe-ría El Barrio, que quedaba en avenida Segunda y abastecía a los vecinos del barrio González Lahman; La flor de Otoya, pulpería en este mismo barrio que hace veinte años no existe; La Marinita, en barrio Amón; la antigua Magnolia o La Gran Vía, ambas en la avenida Central, por citar unas cuantas referencias del centro de la capital. En Escazú se habla de Paco, una antigua juguetería donde ahora existe un cen-tro comercial. Y, en San Pedro de Montes de Oca, se dan direcciones de un higuerón que no existe y, en barrio Escalante, se sigue citando la esquina de la pulpería La Luz, ya demolida.

Casa de Matute Gómez

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Las generaciones anteriores daban las direcciones desde el Obelisco (que estaba en el Paseo Colón) y desde El Balcón de Europa, en la avenida Central, o, también, de cantinas como El Pato Cojo, Chico Soto, La Eureka y centros de reunión como El Sesteo, la Gimnástica Española o el Frontón. Nada de esto exis-te, pero persiste en la memoria colectiva del josefino.

Curiosamente, los ticos, quienes no tenemos apego al patrimonio arquitectónico legado por nuestros antepasados, por elegantes y cómodos que sean, seguimos mencionando estos lugares aunque hayan desaparecido.

La nueva ciudadHace unos días me dieron una dirección muy curio-

sa en los alrededores del bulevar de La Merced: “Del

chino, que tiene un mini súper y que vende pollo frito, para abajo, a la par de la tienda de ropa americana”.

Me hizo gracia porque en esas palabras se muestran muchos aspectos de la ciudad de hoy. Por ejemplo, la presencia de tantos negocios de comida rápida, los chinos, siempre tan fajados, y que han comprado muchas pulperías y tiendas, la ropa ame-ricana de segunda, con la que nos vestimos ahora. Pero seguimos con la manía de seguir dando direc-ciones poco específicas: “Del chino para abajo”.

Me imagino que a alguien de otro país se le hará un enredo, como le pasó a una buena amiga, Florita, en Managua, cuando le dijeron que una “venta” (pulpería) quedaba cien varas para arriba, 75 para el lago y 25 para abajo o para la montaña, algo así. Por supuesto que nunca la encontró.

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“Que dice mamá que lo apunte”

Detrás del mostrador está el pulpero, personaje separado físicamente de los consumidores, pero en mayor relación interpersonal que en otro tipo de estable-cimientos de autoservicio, también necesario. ¿Quién no recuerda al pulpero de la esquina que nos daba “feria”9, unos confitillos de azúcar en forma de estrellitas, cuando pagamos la cuenta? La famosa cuenta que se llevaba en una libreta, con cifras grandes escritas con lápiz.

En estos tiempos de inseguridad, en que la pulpería tiene rejas y todo el mundo anda nervioso cada vez que ve a un desconocido, es muy significa-tivo que todavía persistan costumbres como la de la libreta y comerciantes que confíen en sus clientes y los quieran ayudar en los aprietos para dar de comer a la familia. Pienso que la libreta es la forma domés-tica, vernácula, de la actual tarjeta de crédito. Se da por una relación de confianza, de conocimiento mutuo entre el cliente y el pulpero.

Negocio básicamente en que se involucra a la familia

Pulpero y pulpera y sus hijos atienden el lugar, crecen dentro de él. En muchas zonas, este propie-tario era, a su vez, agricultor, lo que establece otro vínculo particular con su comunidad. Es, además, como el boticario, muchas veces confidente ante los avatares de los sentimientos de sus clientes. A veces cartero y hasta presta plata.

Este trato personal se mantiene, en buena medida, pese al cambio de propietarios y a la des-confianza actual. Hay que añadir que, estudios recientes indican que los precios de las pulperías y los negocios minoristas no son necesariamen-te más elevados que los de otros comercios, los cuales se favorecen por las grandes cantidades que venden.

Los objetos y los alimentos que mencionaban los escritores han sido reemplazados con el paso del tiempo. Aunque en cada uno sigue latiendo la

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ilusión que sentía cuando podía comprar un choco-late o un helado o cuando decía ansioso “Leonor, ¿me da la feria?”, o compraba el canfín10 y las can-delas cuando se iba la luz.

Las melcochas La Estrella, las galletas yemitas, los confites de mora y menta, los marcianitos, los frutines y las tapitas, las galletas polacas, las

tártaras, los gofios11 con su premio, los gatos y los alborotos, son parte del entrañable legado culina-rio que nos ha heredado la pulpería.

Así, la función social de la pulpería permanece aún en todos nosotros, como los recuerdos infan-tiles que siguen unidos a este mágico y práctico espacio de identidad costarricense.

Pulpería Ivarody, Fierro de la Roxana de Guápiles.

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II. Anécdotas de vecinos

y clientes de pulperías

costarricenses.

De la infancia, las melcochas

y los altos mostradores.

La Escuela de Nutrición de la Universidad de Costa Rica participó en un evento organizado, en setiem-bre del 2009, por la Vicerrectoría de Acción Social, en homenaje a la pulpería. Estudiantes, administrativos y docentes contaron una serie de anécdotas e histo-rias de vida en torno a este espacio patrimonial, las cuales transcribimos en este apartado.

Se incluyen, además, dos relatos sobre el mismo tema recopilados en San Pedro de Coronado.

Bodega Cedeño, Puriscal.

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Desamparados, y en ella se vendía todo tipo de mercadería. Las golosinas preferidas eran los recortes de galletas y confites. Con el tiempo se iba acumulando una deuda que luego le to-caba cancelar a mi mamá.

Xinia Fernández Rojas.Desamparados.

Confites fiados

Estaba muy chiquita y me gustaba ir a la pulpería de don Luis a hacer compras con mi mamá. Recuerdo que tenía que hacer un gran esfuerzo y ponerme de puntillas para llegar al mostrador y poder ver al pulpero y decirle: don Luis, ¿me da fiado un confite? La pulpería San Luis estaba cerca de mi casa, en Cucubres de

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El gato guardián de la pulpería

Estaba aún pequeña cuando mi mamá me man-daba a hacer mandados a la pulpería del barrio. Dos pulperías tradicionales en Getsemaní de Heredia son la Linda Vista y La Bodeguita. Del mandado me recuerdo que mi mamá siempre me advertía que recordara el número de cosas que debía comprar y cuando iba de camino repasaba una y otra vez los nombres de las cosas para que no se me olvidaran. Al llegar a la pulpería hacía las compras y cuando iba de regreso o llegaba a mi casa siempre dejaba algo sin comprar. También recuerdo un enorme gato que siempre estaba a la entrada de la pulpería La Bodeguita. Ese gran gato era el guardián de la pulpería y no dejaba pasar a ningún perro que fuera de acompañante de los chiquillos que se acercaban al negocio para

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hacer sus compras. De los productos preferidos recuerdo los bolis14 y los apretados15 de cas.

Glenda Villalobos Fallas.Getsemaní de Heredia.

Y… ¿la feria?

Cuando mi mamá y yo visitábamos a mi abuelita en San Francisco de Guadalupe, la mayoría de las veces íbamos a la pulpería del barrio a comprar tortillas, pan o leche. La pulpería se llamaba La Vencedora; tenía un enorme mostrador donde siempre estaba colocado un frasco de vidrio volcado con muchos pedacitos de confites mul-ticolores. Yo tenía como 4 ó 5 años y no lograba alcanzar la base del mostrador, por lo que solo recuerdo que, de puntillas y estirando el brazo, esperaba que el pulpero colocara un confite de

feria en mi mano, como regalo por la compra que hacía mi mamá.

María Elena Ureña.Moravia.

El pan de la mañana…

Todas las mañanas mamá iba a la pulpería del barrio a comprar el pan del desayuno. Recuerdo que siempre compraba pan de bollitos envueltos en el tradicional papel de color café. Era usual también que me compraran las colitas para el pelo y mi golosina preferida de pequeña, que eran las botonetas16. La pulpería de don Chalo estaba cercana a mi escuela, Naciones Unidas, es más, aún está en la misma esquina y era el lugar por excelencia para comprar las golosinas cuando se iba a la escuela, pero, también, en esta pulpería siempre los compañeros y las

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compañeras pasaban a comprar la merienda. También recuerdo que si algo faltaba para la fiesta de la alegría o cualquier otra actividad escolar, se iba a la pulpería de don Chalo a buscar de inmediato el producto faltante.

Raquel Arriola Aguirre.Barrio Naciones Unidas, San José.

La pulpería Santa Eduviges, en Higuito de Desamparados

Recuerdo que, durante mi niñez, veía la pulpe-ría como un baúl de sorpresas, porque siempre tenía algo nuevo, fueran golosinas o juguetes pero, sobre todo, era el lugar donde me com-praban lentes de sol de colores y con formas de estrellas, corazones o con muñequitos. También recuerdo que, de vez en cuando, traían colas para el cabello, que tenían bolitas de colores.

Mi mamá me mantenía la gaveta de la mesita de noche llena de este tipo de colas y de pren-sas de colores y formas muy diferentes. Ah, también vendían las prensitas negras que se usaban para los peinados del 15 de setiembre17 y las prensas de “cucaracha”, que ya casi no se consiguen. Cómo olvidar los alborotos, las bur-bujas, los angelitos y los chiclets Bazuca, que eran mis golosinas favoritas.Juanjo, el pulpero de mi barrio, siempre ha sabido conquistar a los chiquitillos del barrio, y hay que decir que nos ha conocido a todos desde que nacimos porque prácticamente que a todos, en algún momento, nos llevaron a pe-sar a la pulpería. Claro, no con los métodos de rigor, pues nos montaban en la báscula de los vegetales, pero esa era la única manera en que más de una mamá les llevaba el peso a los hijos. Muchos de esos niños se convirtieron, en algún momento, en ayudantes del pulpero y el cariño

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ha sido tal que la mayoría se reúne todavía fren-te a la pulpería todos los días en las tardes. Todos llegan de sus trabajos y se quedan casi hasta las 8 de la noche conversando frente a la pulpe.

Yeimy Flores Aguilar.Higuito de Desamparados.

De pequeña yo soñaba con ser pulpera

A los veinticinco metros de mi casa, y en una esquina del centro de Guadalupe, se ubica-ba la pulpería de Caliche. Cada vez que iba a hacer algún mandado o para comprarme una golosina, admiraba el trabajo de don Caliche de vender tantas cosas, acomodar la variada mercadería y atender a los muchos clientes –niños y grandes– que llegaban al negocio.

Como admiraba tanto lo que en la pulpería se hacía, cuando era pequeña soñaba con ser pulpera. Quería vender gatos, confites y todo tipo de chocolates, atender a muchos clientes y tener el negocio bien surtido con toda clase de golosinas.

Viviana Esquivel.Guadalupe.

Amparo Vargas Rojas, pulpería La Auxiliadora, Puriscal.

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El niño pulpero

La pulpería de mi casa, ubicada en Corralillo de Cartago, se llamaba Las orquídeas, dado que a mi papá le encantaba esa flor. El negocio funcionó desde 1962 y hasta 1983; era atendido por mis papás y yo, que era el hijo mayor. Papá compró, en 1960, su primer carro, con el cual se traslada-ba desde el pueblo hasta al centro de Cartago a comprar la mercadería. En el Pasaje Masís le com-praba a don Chalito los granos como maíz, arroz y frijoles, además de otras cosas. A don Alfonso le compraba el dulce; mientras que en el Almacén Mora y Monge se encargaban las latas, fideos, harinas, achiote, manteca, candelas, fósforos, puros, licores y otras menudencias. Desde que tenía cinco años (en 1963), y una vez que aprendí a leer y a escribir, ayudaba a mis papás a atender la pulpería. Alistaba los diarios [artículos comestibles] a partir de las listas que mandaban las personas; hacía las cuentas y papá las revisaba.

Bodega Cedeño, Puriscal.

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Me tocaba pesar en la báscula los granos, la man-teca y el azúcar. En aquel entonces, todo debía medirse. Recuerdo que un diario para una familia pequeña costaba entre 20 y 25 pesos18; mientras que en una casa de ocho personas, el diario podía valer hasta 30 colones. Un diario fino, con bastan-tes latas y productos de lujo podía costar hasta 45 pesos. La familia se dedicaba a la finca de café y al negocio. Muchas personas llegaban a pedir fiado y pagaban con lo que se ganaba en las cogidas de café, aunque muchos le “amarraban el perro”19 a mi tata. En el negocio también se vendía todo tipo de licores nacionales, salchichón y queso. En el pueblo existían pocas casas en aquella épo-ca, quizá la clientela no sobrepasaba las cincuenta personas. Además, contaba con los clientes es-porádicos que llegaban con las cogidas de café. Mi mayor travesura fue pagarme el trabajo, a escondidas de mi tata. Todas las semanas toma-ba del cajón de la plata entre 2 y 5 colones, los

cuales entregaba a mi maestra como ahorro del Patronato. Al llegar diciembre, el Director de la Escuela, llamado Enrique Villavicencio, llamó a mi papá para felicitarlo por mis ahorros. Fue en-tonces cuando mi papá descubrió que yo estaba robando plata en la pulpería. Llegué a ahorrar, en esa ocasión, 145 pesos, una gran cantidad de dinero en esa época. Mi papá se enojó mucho, me dijo chiquillo ladrón… pero no me quitó la plata, porque reconoció mi arduo trabajo en la pulpería. Mi mamá me acompañó a Cartago a comprarme ropa para diciembre y, con ese dinero, pude com-prarme tres pantalones, tres pares de medias, tres camisas, tres camisetas de tirantes, un par de za-patos y unas medias para jugar futbol. Y aun con toda esa compra, me sobraron 45 pesos que se los di a mi mamá para que los guardara.

GCN. El Llano de los Ángeles de Cartago.

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La venta en la pulpería del puebloMi principal recuerdo de una pulpería lo tengo cuando pasábamos muy pequeños a comprar un fresco de sirope y un gran tostel20 a la pulpería ubicada en San Rafael de Puriscal. Mis herma-nos y yo pasábamos largas horas trabajando con papá amarrando tabaco bajo un tremendo sol. Por la tarde, y de regreso a la casa, era común pasar a refrescarnos en la pulpería y luego se-guir el camino montados en la carreta. Cuando había necesidad en la casa, mamá nos mandaba con un canasto de huevos o un saco de chayotes a venderlos a la pulpería. Siempre el pulpero nos recibía la mercadería e, inmediatamente, nos pagaba. Con el dinero producto de las ventas, mamá le compraba jabón, candelas, fósforos21 o cualquier otra cosa que hiciera falta en la casa.

AMH.Puriscal.

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La visita del novio a casa

Antes, los novios debían pedir la mano de la no-via y el permiso para llegar a “marcar” a la casa. Si los papás estaban de acuerdo, se fijaba el día y la hora para que el novio llegara a visitar a la novia, y era común que llegara con una bolsita de confites o cualquier otro regalo para com-partir con la novia y su familia. Recuerdo que un pretendiente de mi hermana se apuraba a coger bastante café y ganar platilla, para luego ir a la pulpería del barrio Los Ángeles a comprarle una bolsa de mentas y frutinis22. Un pretendiente mío acostumbraba pasar a la pulpería del ba-rrio y siempre llevaba una bolsa de papel llena de unos tosteles que se llamaban “borrachos”. Mamá estaba siempre feliz esperándolo en una banca. Cuando Eladio llegaba con la bolsa, en vez de entregármela mí, se la daba a la suegra. Mi mamá se iba a preparar aguadulce y luego varias hermanas y mi mamá salían a la sala a

platicar con mi novio hasta que se pasaban las dos horas de la visita y él regresaba a su casa.

AMH.Puriscal.

Dos relatos sobre pulperíasPulpería El KiosquitoUna anécdota de doña Tatiana Chinchilla

Estando muy pequeña, como entre los 7 y 10 añitos, en ese entonces vivíamos en un callejón sin salida, apenas teníamos tiempo salíamos a jugar todos los chiquillos del vecindario que, por cierto, éramos bastantes. Jugábamos de muchas cosas lindas como yacses, cromos, rayue-la, escondido, quedó, elástico23 y muchos otros juegos. Pero eso sí, en varios descansos, entre todos poníamos plata, porque no podía faltar

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ir a la pulpería. Nos alcanzaba para comprarnos un montón de golosinas, como las polacas que nos gustaban demasiado, tártaras y gofios, más que todo porque adentro traían una sorpresita y no podían faltar los marcianitos. Aparte de todo eso, todavía el pulpero nos regalaba la feria. Además, mi hermana menor y yo íbamos guar-dando en una carterita todas las monedas que pudiéramos porque habíamos planeado que, cuando tuviéramos bastante, las íbamos a gastar solo en chocolates, y así fue.Como yo soy la mayor, entonces llegó el día y me fui a la pulpe y gasté toda la plata en puros cho-colates. Cuando llegué a la casa mi hermanita se puso muy contenta y nos sentamos en el suelo las dos solitas y nos comimos todos los cacaos, como decía uno antes. Pero después vino lo peor, porque yo me empecé a sentir mal. Me agarró un dolor de estómago muy fuerte y empecé a llorar. Mi hermana se asustó mucho y también

lloraba. El problema era que nosotras siempre nos quedábamos solas porque mi mamá traba-jaba en casas y cuando ella llegó yo estaba tan mal que me tuvo que llevar al hospital y me dijo: ¡eso le pasa por malcriada, por haberse comido todos los cacaos!También le cuento que, como yo era la mayor, entonces era la que hacía los mandados y la verdad me gustaba hacerlos, pero resulta que cuando tenía que comprar el pan se me empezó a pegar una maña que cuando el pulpero me preguntaba que de cuál, entonces yo le decía que pan parado y al otro día que pan sentado. Para mí eso quería decir, que el pan parado era el de bollito y el pan sentado eran los bollitos dulces pequeños. Pero lo que pasó después fue que cuando yo iba con mi mamá a la pulpería, entonces el señor pulpero me molestaba dicién-dome: ¿Qué quiere mi chiquita hoy, pan parado o pan sentado?, y la gente, que ahí estaba, se

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burlaba de mí y entonces a mí me daba mucha vergüenza y le dije a mi mamá que ya no quería volver a la pulpe.

San Pedro de Coronado.

Pulpería La VillanuevaUna anécdota de Eny Chinchilla

Vivía al frente de la pulpería La Villanueva, en Za-pote; era muy peligroso porque había que cruzar la calle, pero igual había que hacer los mandados. Era una pulpería que tenía de todo, desde comestible, abarrotes, bazar, cantina, verdulería hasta pasa-manería y montones de cosas más. Comprábamos huevos blancos o rojos, leche Dos Pinos en botella de vidrio con crema o sin crema. La pulpería la aten-día un matrimonio de adultos mayores y la hija; eran muy buenos con nosotros.

Cuando íbamos a coger café, nos teníamos que ir muy temprano pero, ya a esa hora, la pulpe estaba abierta. Entonces mi papá nos compraba manteca-dos, tosteles, confites y suspiros24 para cuando nos diera hambre en el cafetal, pero los señores eran muy buenos y nos daban feria porque decían que les daba mucha lástima que mi papá nos levantara en la madrugada para llevarnos a las cogidas de café.Al tiempo, en una madrugada se quemó la pulpería y nosotros nos pusimos muy tristes porque que-ríamos mucho a los dueños. Apenas apagaron el incendio se vino un montón de gente a registrar y llevarse lo que podían, pero la verdad no había que-dado nada y lo único que se llevaban eran los atunes y los pulperos les decían que eso era malo porque se habían calentado, pero igual la gente no hizo caso. Gracias a Dios, con el tiempo volvieron a levantar la pulpe y todo volvió a ser lindo como antes.

San Pedro de Coronado.

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III. La palabra del pulpero: defensa de un oficio popular25

1. Entrevistas

Nuestra experiencia de trabajo en el rescate y la valoración de la pulpería tradicional costarricen-se, fue posible gracias a la participación de muchas personas quienes colaboraron en forma entusiasta y apasionada en dicho proceso. Académicos, admi-nistrativos, artistas plásticos, fotógrafo-diseñador gráfico y amigos. Todos ellos, vinculados y con el apoyo de la Vicerrectoría de Acción Social, se entre-garon a la hermosa faena de entrevistar, fotografiar y recopilar materiales en relación con la pulpería de antaño y la pulpería actual.

Convocados por Sandra Navarro, el equipo se trasladó por distintos puntos de nuestra geografía

para dar constancia de la permanencia de este espacio de dimensión popular. Es así como pudi-mos lograr un significativo diálogo con pulperos y pulperas de Coronado, Puriscal, San José, La Suiza de Turrialba, Guápiles y Siquirres, entre otros sitios visitados.

Transitamos con sus historias de vida, sus logros, temores y fracasos, con su buen sentido del humor y la infaltable dosis de nostalgia al abordar el tema del viejo mostrador y de la magia de los estantes cargados de colores, de alimentos y de recuerdos. Reproducimos con respeto su palabra:

Roberto Arroyo Bueno, mi nombre es Roberto Arroyo Mora. Soy el dueño de La Asturiana, en Coronado y alquilo el negocio; en verdad, han pasado muchos dueños por ese lugar. Voy para catorce años de tenerlo y ha sido, en verdad, el bienestar de mi familia.

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Empecé, desde abajo, como dicen siempre. El negocio en sí casi no tenía nada. No tenía mos-trador, no tenía equipo, solo había unas roma-nas viejas, de las de antes.

¿El lugar que alquila había sido pulpería antes?

Sí, claro, sí, toda la vida ha sido pulpería.

El antiguo dueño que tenía el negocio lo que más vendía eran verduras… Yo fui poco a poco. Iba al Cenada tres veces a la semana. A las tres de la mañana me iba a comprar al mayoreo [mercado] y a las siete ya estaba de vuelta. Me iba a la casa y regresaba y otra vez, hasta las nueve y media de la noche, que es el horario que tengo ahorita, desde que empecé.Yo abro a las cinco y media y cerramos a las nue-ve y media de la noche todos los días. De do-mingo a domingo. Bastante, bastante fuerte. Roberto Arroyo.

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La antropóloga Carmen Murillo interviene en la entrevista y manifiesta que en la Universidad de Costa Rica hay un programa que pretende dar a conocer toda esa importante cultura popular que existe en el país, dentro de la cual la pulpería ocupa un lugar privilegiado, pero que, lastimosamente, cada vez son menos los costarricenses que valoran estos espacios.

Bolívar RoblesBueno, muy buenas tardes para todos, mi nom-bre es Bolívar Robles para servirles. Con respecto a esta situación de las pulperías y cantinas y toda esa cuestión, puedo decirles que yo comencé a los nueve años a trabajar en esos negocios; muy chiquillo. Éramos diez hermanos, siete mujeres y tres hombres, pero mi padre vio tanta gente en mi casa que, con su permiso, la verdá, se fue.

Bolívar Robles.

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Luego, yo entonces, muchas veces recuerdo, te-nía como seis años, llegué a tocar hasta más de una puerta a pedir un pedazo de pan. Había, y vivía en el pueblo de Coronado, un señor muy buena gente, muy querido ahí por la gente, se llamaba don Prudencio Arias Cordero, casado con Elmira Arias Sánchez; tenían dos niños: María del Socorro y Eduardo, y yo me crié con ellos y ellos me veían como su hermano mayor, porque este señor me llamó un día y me dijo: “Chiquito, ¿no quiere que lo enseñe a trabajar en el negocio?” y le digo: claro que sí y, enton-ces, ya me fui todo feliz a contarle a mi mamá y mi mamá dijo: “Sí, sí, claro, con don Lencho sí. Claro de eso hace casi ochenta años y el señor me dijo: “Tiene que venirse a vivir a mi casa” y le digo: está bien y me fui a vivir a la casa de él y de su familia.Los niños llegaron a verse conmigo como si fuéramos familia. La chiquita María del Socorro

tenía como seis años y el niño tenía como tres años. Entonces, ya comencé a trabajar en can-tina y en pulpería. El primer negocio se llama-ba El Danubio Azul, y estaba en la entrada del pueblo, en Coronado, y recuerdo que comencé vendiendo tragos en quince centavos, que eran unas copitas largas, y “medias cuartas” que llamaban los viejillos de campo en unos vasitos que valían veinticinco céntimos.Pero era maravilloso, digo yo ahora, y me pre-gunto por qué todo eso tuvo que cambiar tanto. Todo va cambiando. Recuerdo que los sábados, como era el día del pago para los campesinos, llegaban a llevar su diariecito, o sea, ellos llama-ban el diario a la comida que compraban para toda la semana y llegaban y daban la lista. A veces venían con un hijo o con una hija, para que les ayudara a llevar la comidilla.Llegaban y me comenzaban a preguntar por los precios primero: “Muchachillo, ¿a qué precio

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tienen el arroz?” Idiay, a veinticinco céntimos la libra, pues en ese tiempo se vendía por libras, y “¿el azúcar?” a quince centavos. Era a quince centavos, antes de la Segunda Guerra Mundial. Eso fue en 1936, don León Cortés era el Presi-dente. Y bueno y era un pleito con todo: Qué barbaridad, no se puede vivir, cómo está todo de caro, ya decían en esa época. Comenzaban, a hablar mucho y así esas cosas que tiene el cam-pesino. Yo los dejaba rezongar y, ya me daban la lista y los saquillos para que les alistara el mentado diario.

¿Sacos de gangoche26? No, unos saquillos de manta. Se empacaba el azúcar que eran lo sacos de cien, cien libras. En-tonces, llegaba en ese momento, tal vez algún otro compañero de aquel señor y le decía: ¿Te has dado cuenta cómo está la vida? Qué barbaridá, es

que no se puede vivir. Es que mirá, ya no alcanza el dinero para nada y bueno, la misma cosa de siempre, el mismo problema de siempre. Ahora la gente dice lo mismo y gana un montón de plata. Y así que hablaban un rato curando sus penas decían: ¿no querés un traguillo? Idiay, no importa le decía el otro viejillo. Servite una cuarta, y ya le servía yo la cuartilla y su buena boca, porque el alcohólico pierde hasta el sa-bor, buena boca y me preguntaban: ¿Solo esta cochinada tenés de boca?” y yo pensaba que este viejo lo decía porque no hay lugar, a mi entender, donde le cocinen mejor que en las cantinas, porque como los borrachos pierden el sabor, hay que condimentar mucho las comidas. A la larga, esos clientes no tienen ni frijoles en la casa, pero insistían: “esa boca no, mejor, mirá, ponete una sardinilla ahí de esas grandes y te ponés unas galletas de soda” y ya comenzaban

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ahí a dialogar entre los dos viejillos a hablar, y mire, a darle a la tomadera… “Ponete la otra cuartilla, ponete la otra” y en ese plan, todo un buen rato. Y yo decía cómo le va a salir la libra de frijoles ahora a este viejo, se le va acabar la plata bebiendo y la familia, ¿qué comerá? Bueno, la cuestión es que ya terminaban y pre-guntaban: “… A ver la lista del diario, a ver cómo va eso, ¿Cuánto es?”. Es tanto don fulano. “Qué barbaridá, se fue arriba esto. No, no, no, mirá sacame un par de libras de frijoles y un par de libras de arroz”, diay si, pa nivelarla. La cuestión es que mermaba la mercadería, que llevaban para el hogar, y para sus hijos…

¿Pedían el trago casi cuando llegaban o mien-tras le alistaban el diario?Y la estructura de los lugares era la de ¿pulpería-cantina juntas, divididas por un biombo?

Sí, así eran. Estaban divididos por una burra28 de madera con la marca de Imperial y los chiquillos se asomaban por debajo, desde la pulpería, y reconocían a sus tatas, que estaban en las canti-nas, por los zapatos que andaban.

Existía una situación, que me parece a mí, como que las leyes antes eran más durillas… A un me-nor de edad no se le podía vender licor; no se les vendía licor. A las ocho de la noche era prohibi-do. El resguardo [policía] llegaba y se los lleva-ba. Mire aquel muchachito, no debe estar acá, porque la mayoría de edad era hasta los veintiún años. Después, cuando llegó don Pepe, fue que hizo la torta de bajar la edad para ser mayor…Entonces, de dieciocho años no podían entrar, o diecinueve años, ni de veinte años. No podían entrar a la única diversión que recuerdo que ha-bía en ese tiempo que eran los billares, porque todavía no existían los pooles, verdá,… Al club

51Pulpería La Uvita, La Selva de la Suiza de Turrialba.

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Uruguay, en Coronado Centro, o a fiestas gran-des, los menores no podían entrar.

¿Cuántos años trabajó usted en pulpería?

Yo trabajé en pulpería toda mi niñez y parte de mi juventud hasta que se murió el patrón, este señor que me recogió. Ellos me vieron como un hijo y después me vine a trabajar a la capital y también estuve en la Revolución del 48…

¿Cómo se llamaba el patrón suyo?

Don Prudencio Arias Cordero, don Lencho. Toda la gente le llamaba Lencho Arias.

¿Familia de Chalito Arias?

Eh… Chalito Arias era sobrino de él.

¿Una pulpería muy hermosa que estaba en el centro de Coronado, de la esquina, digamos, de la municipalidad cien metros al norte?

La de Carlos Vargas. Después seguía la ferre-tería, que era de Fernando Vargas. Y le seguía a la par una carnicería… que vende solo carne de cerdo. La gente viene a comprar chorizo de Alajuela… hasta hoy día. Es de los Solano. Don Benjamín y de su hijo Miguel, y tiene una forma muy bonita con arcos de madera.

¿El tradicional Bigotes de la carnicería…?

Le decíamos, los chiquillos, Bigotes. Yo llegaba y le decía, porque yo era terrible. Llegaba y le decía: don Benjamín, dijo mamá que le vendiera un diez de bigotes… “Qué, qué, qué”, decía. Sí, es que era muy malhumorado…

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Carlos QuesadaBuenos días, mi nombre es Carlos Quesada Vargas. Yo más o menos desde los, qué, doce o trece años, empecé a trabajar con mi papá, zarandeando maíz. Después, ya en el negocio, repartiendo pan, a las cuatro de la mañana. Te-nía que cruzar el potrero Vargas, en aquel en-tonces, con una canasta de pan, para ir a dejarlo a la posada, la famosa Posada, que era de don Pepe Ballar. Ahí siempre llegaban estudiantes, como llegan ahora y vendían, o sea, les daban el desayuno, el almuerzo y la comida y nosotros los surtíamos a ellos. Ahí yo empecé, no quise seguir estudiando y ahí, esta foto que traigo aquí… fue cuando hicimos ese local. Ese local ahí, donde está la mueblería ahora y después le compramos a don Paco, el 16 del 4 del 78. Fue un domingo que yo abrí ahí. Por cierto, una mala experiencia, porque Pulpería El Porvenir, 1978.

54Comisariato San Rafael, San

Rafael de Coronado.

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yo siempre he dicho que no habemos borrachos simpáticos, todos los borrachos somos odiosos, somos muy calladitos buenos, pero ya cuando estamos con unos tragos, veá, nos sentimos… yo siempre tengo ese lema: y en la tarde hubo un problema ahí con un borracho que llegó muy majadero. Al transcurrir de los años, un domingo ahí, llegó el papá con un chiquito y ya en aquel tiempo era Jockey, ¿se acuerda? que era un caballo y le dice el chiquito: “Papá, papá, cómpreme un caballito de estos”, “No, no, no, eso es muy caro”, le dice, “No le puedo comprar eso”. Llegó y me pidió una cuarta y una cerveza y, en eso, llegó otro mucha-cho por ahí (al que el papá del chiquito pregun-tó): “¿Estás jodido?”, “Sí, estoy muy jodido, no tengo plata”, “No, no te preocupés entrá”.

Ese día me dio tanta cólera a mí, de ver que no le pudo comprar el Jockey al chiquito, viera qué colerón. Entonces agarré, a mediodía, que yo cerraba a esas horas para comer, quité la mam-para y quité la cantina. Usted sabe qué injusticia, un Jockey en ese tiempo valía como cincuenta o setenta y cinco céntimos y sí tenía plata para invitar a un trago… y ahí estoy, hasta la fecha, ahí estoy, gracias a Dios.

Su pulpería está en un lugar muy bonito, muy estratégico, en una encrucijada. Cuando uno va subiendo a Las Nubes hay una “Y griega”, a la derecha se va a Patio de Agua y a la izquierda a Las Nubes. El Comisariato es un edificio de madera, viejón, de dos plantas, blanco y azul, se llama San Rafael. El lugar que, además, tiene

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como una pequeña explanada, al frente, es de los comercios más visuales y hermosos de la zona. Además, se llama Comisariato y eso posee su encanto rural.

Carlos QuesadaYo empecé con treinta y cinco mil pesos, en aquel tiempo… y déle y déle y déle, hasta la fe-cha. Ahora es que con treinta y cinco mil pesos compra uno apenas algo, chiquititico…

Bolívar RoblesYo quisiera, perdón, agregar alguillo más al respecto, a esos tiempos, veá, la cuestión de las ferias para los niños, era para ganárselos uno, para que llegaran a comprar, porque, entre semana, la verdá es que las ventas eran pocas, pero el día que las recogía todas, el

pulpero, eran los sábados. Ese era el día de pago de los trabajadores. Pero, entonces, a ganarse a los chiquillos, lo primero que le pedían antes del mandado era la feria. Yo re-cuerdo que llegaban y decían: “Deme tal cosa, pero me da la feria”. Entonces le daba uno el puño de confites o el poco de bolinches y no solamente los niños, porque también las per-sonas grandes que compraban… la comida, los sábados, o los diarios que llamaban ellos, también se les daba feria, se les daban peda-zos de salchichón o un pedazo de queso. Yo a veces le decía a un viejillo: ¿Mirá, por qué no les llevás un pedacito de queso… o un peda-cito de salchichón a sus hijos? “Ah, para qué, tienen bastantes guineos allá, que coman”, me decía, ve. Vea qué manera de pensar más injusta la de algunos.

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¿Esa conciencia fue la que lo hizo a Ud., don Carlos, quitar la cantina?

Yo siempre he dicho: no habemos borrachos simpáticos, todos somos odiosos, y lo digo porque, uno se toma sus tragos y todo y cuando ya uno se siente Supermán, pues vie-nen los problemas.

¿Y era un buen negocio la pulpería?

Bolívar RoblesEn ese tiempo la ganancia era poca. Los pulpe-ros fiaban mucho. Entonces muchos negocios quebraban, por eso, porque daban fiado y ha-bía gente que pagaba y otra que no. Entonces, se llevaban la ganancia. Eso sucedió y sucede…

Carlos QuesadaYo digo que cualquier negocio es bueno, porque

yo he oído más de un finquero de la zona de Coronado que dice: “La lechería no deja nada” y ahí siguen metidos. Diay, si a usted un negocio no le da, tiene que buscar en otro lado; para mí cualquier negocio bien llevadito funciona…

Carlos Quesada.

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Los entrevistadores hicimos esa pregunta por-que un poco se afirma que la pulpería, tal y como la conocimos y conocemos, podría desaparecer. Lo de fiar es un elemento interesante porque eso implica que es la comunidad cercana la que asiste a la pulpería, porque el comerciante le fía al que conoce. No es un lugar anónimo, por lo menos las pulperías de barrio. Luego, lo de que si es buen negocio, les preguntamos porque han ido desapareciendo en los centros urbanos la mayor parte de las pulperías tradicionales y han sido sustituidas por los mini súper. ¿Cuál sería la diferencia o hay diferencia o no entre una pulpería, un abastecedor, un mini sú-per, un comisariato?

Carlos QuesadaPerdón, esa pregunta que usted dice de la pul-pería… pongámosle un ejemplo. Hay mucho

pulpero que ha cerrado. Se lo digo porque yo lo he vivido con ciertos colegas. Diay usted vende mil pesos hoy y los agarra en la noche y se va a vacilar a San José y gasta dos mil y la semana siguiente hace lo mismo… Diay, ahí es donde va la cosa pa’trás.Yo digo que la pulpería toda la vida ha sido buena ¿verdá que sí?, siempre y cuando usted la sepa llevar; pero usted ganó mil pesos, tiene una venta de mil pesos hoy y diay en una no-che vámonos al vacilón, jale y más bien queda debiendo. Y eso que en aquel tiempo que no había tarjetas de crédito. Ahora debe ser pior con las tarjetas de crédito...

Roberto ArroyoLo de los súper yo lo veo así. Eso depende de la persona en sí. A mí me pasó una experiencia el año antepasado. Antes de eso, yo le había comen-tado a mi esposa: ojalá que pongan un Palí cerca

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por aquí y ya yo estaba en los planes de lo que era la parte de la cantina, porque donde yo estoy ahorita había una cantina, a la par. Se llamaba La Asturiana, también. Entonces, nosotros, bueno, primero que nada, yo le doy gloria a Dios porque yo digo que no hay otro. Que fue Dios el que hizo para que ese lugar fuera cerrado, porque para no-sotros era una maldición y para el pueblo de San Antonio también, porque imagínese lo que era ver ese lugar ahí, lleno de niños pasar por la acera y llegar a la pulpería y ver tal vez a su papá dicien-do que no tenía plata, pero en cambio para entrar a la cantina sí; ahí sí, no, no ponen excusas.Cuando ya yo tenía el negocio, lo que es la canti-na, cuando ya me habían dicho: “Ya está listo, ya, a partir de tal fecha hay que firmar”, como a los dos meses me di cuenta yo que me iban a poner el Palí y me lo pusieron a la par de mi casa. Ya yo iba a inaugurar mi negocio, cuando este súper abrió, como al mes.

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En ese momento, muchos me decían: Pero, ¿qué vas a hacer? Idiay, viene Palí y va a ser difícil la competencia No, eso depende de mí, si yo me quedo con las manos cruzadas y me pongo a ha-cer lo que no tengo que hacer, me voy de pique, pero eso es el pensamiento de cada persona. Yo seguí adelante con mi proyecto. Lo principal era

lo de los precios, porque en cuanto a eso, yo soy de los que me gusta cobrar lo justo, no cobrar más de lo que valen las cosas. Digamos, que me gusta agarrarme de un precio sugerido y por allí es don-de, donde yo he visto el éxito también. Además ayuda al éxito de un negocio, el trato bueno y personal de uno, verdá.

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Carlos QuesadaEs que usted va a un mini súper y no tiene con quién conversar, eso es lo que yo veo. Usted va al Más x Menos, llega la cajera: “Buenos días”… Allá, a la pulpería, llegan los clientes que uno les tiene confianza; ahí llega una señora que es muy bromista al negocio y, a veces, llega y está aquello de gente y me dice: ¿Carlos, a qué hora sale? Diay, en cualquier momento, ¿por qué? “Vengo a invitarlo a pasear”, vámonos, “¿Me llevo a los chiquitos?”, no importa, le digo ¿y su marido? “No, el no dice nada”. Me entendés, uno tiene con quién, tiene sus bromas. En los súper grandes nadie habla, nada más llega el muchacho y le pregunta al jornalero: “¿Tal cosa?” en “tal pasillo” y sigue trabajando. Uno no tiene con quién bromear ni conversar en esos negocios.

Por eso la gente, aunque haya un súper grande a la par, la gente del barrio prefiere al pulpero por esa condición de trato humano. Además, los vecinos saben cómo se llama el pulpero y el pulpero sabe quién es doña Juana…

Los carteros llegan a la pulpería a preguntar dónde viven los fulanos y es la pulpería un ne-gocio de carácter familiar, ¿casi no hay emplea-dos ajenos a la familia?

Roberto ArroyoAhora sí. Bueno, en el caso mío sí, yo tengo dos empleados, como abrimos las dieciséis horas diarias. Entonces, sí nos turnamos, trabajamos ocho horas cada turno.

¿En qué se diferencia un espacio de otro, la pulpe-ría y el mini súper… Pensarían que el mostrador es un elemento que tradicionalmente los diferencia?

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¿Y a ustedes eso les gusta, les disgusta o no les molesta que se les llene el negocio de gente que llega a conversar?

Carlos QuesadaHay gente que llega muy precisada y que tal vez hay cuatro personas adelante y quiere que lo atiendan de primero, o muchos agentes. Un día llegó un agente y me dice: “¿Dónde le pongo esto?” y ¿eso qué es? Y me dice: “Un pedido que hicieron”, sí y ¿qué?, “¿Me lo recibe?” y le digo: tiene cuatro por delante, si gusta se va o si no ahí está la ventana para que se la brinque, por-que primero los clientes y después los agentes, es que el cliente es el cliente. Uno sabe cuál es el cliente con quién vacilar, con quién bromear,

Pulpería El Primo.

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pero, hay personas que llegan serias, entonces hay que tratarlas serio…

Me imagino que ustedes se dan cuenta quién llega malhumorado, quién llega de buenas y ¿así le entran?

Carlos QuesadaMás de uno que llega bromeando: “¿Carlos, qué le pasa hoy? ¿no se ha bañado o qué?”. Hay veces llega alguien muy precisado y, diay, si quiere va a Más x Menos ahí lo atienden. “Es que ahí sí lo atienden a uno rápido”, vaya y cuando llega a la caja lo atienden rápido… uno tiene con quién bromear.¿Y los chiquitillos, los enanos, que piden confites y que, a veces, no se ven delante del mostrador? Eso sí que es lindo.

De hecho, algo que pienso que también diferencia los supermercados de las pulpe-rías es que se vende más al menudeo; en los supermercados hay marcas específicas, en cambio en la pulpería es como más popular, la misma gente se acerca con más confian-za, a veces hasta el pulpero o la pulpera se vuelven confidentes del cliente.

Roberto ArroyoDiay, a mí, en cuanto al fiao sí he tratado, desde un principio me di a respetar, empecé a trabajar y empezaron a llegar los clientes a pedir fiado. Entonces, yo les decía, bueno, si está bien, el sábado me paga, pero, idiay, ese sábado no llegaban y pasaba el tiempo. Uno los deja, uno los deja que pase el tiempo y se desaparecen.

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Un día yo dije no, aquí lo único para yo poder recuperar lo que es mío es buscar una solución. Agarré una cartulina de color anaranjada y le puse: “Los morosos de La Asturiana”, puse nom-bres con la cantidad que debían cada uno. La lista completa era como de quince personas de aquel entonces.No había pasado una semana y llegaron a can-celar… y desde ahí, de ahí para acá, la gente ha entendido eso que: “Ay no, Dios guarde, don Roberto, cuidado me va a poner en la lista de los morosos”. Entonces… cuando alguien me dura en pagar lo que hago es que pongo: “Muy pronto, morosos de La Asturiana” y con solo que yo ponga la palabrita “Morosos” la gente me dice muy apenada: “tal día le pago”. Ayer me llegó una clienta, me debe como quince mil pesos, y ella misma me dijo: “Don Roberto, el jueves le pago”, ella se había quedado sin traba-jo, y, entonces, uno entiende, es humano.

Carlos QuesadaEs que si deben, que lleguen a conversar con uno y le digan que están sin trabajo, pero que se aparezcan, que lleguen a poner la cara, pero se pierden y no vuelven a pasar y uno es el malo de la película.

Bolívar RoblesMi ilusión siempre fue llegar a tener un ne-gocito, porque trabajé tantos años, ya les digo… comencé trabajando a los nueve años, me sacaron de la escuela de tercer grado, para irme a vivir, en la casa que les conté y luego comencé a trabajar, tuve que terminar los estudios ya viejo, aquí en la “Ricardo Jimé-nez Oreamuno” y con respecto a lo que estoy oyendo de estos señores… tienen mucha ra-zón, pero hay mucha, mucha cosa que hablar sobre esto. Es un tema muy grande porque a mí me paso lo siguiente:

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Yo tuve negocios muy buenos, negocios gran-des, puedo decir que hasta un supermercado, en Moravia, la famosa Moraviana, pero en mi familia eran los hijos muy pequeños entonces para ayudarme, por lo yo tenía que tener em-

pleados. Tenía que salir a comprar todas las cosas y, honradamente, esas personas me arrui-naron a mí, y a partir de ahí, a ver cómo surtía el negocito sin platilla ni capital alguno.Pero recuerdo que cuando yo comencé a trabajar,

Pulpería La Santísima Trinidad, La Suiza de Turrialba.

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fue diferente, lo hice solo con mi señora, nada más. Entonces, ahora que los oigo a ustedes, pienso que todo negocio puede ser bueno, y me lo decía un chino también, todo negocio deja dinero si se sabe administrar, si se sabe trabajar; es cuestión de control. Un día le dije a don Salvador, un español, ya tengo mi negocio. Usté me dijo que me iba a ayudar, que iba a surtirme el negocio. “¿Cómo puede ser, mira coño? Haz la lista de todo lo que tú necesites, haz la lista y me la mandas o me la

traes, para mandarte toda la mercadería”. Ya, de veras, me fui, limpié y, arreglé todo y… surtí el negocio que lo dejé como una flor, lindísimo, porque el señor me tiró un carro, de esos carros grandes, lleno de mercadería y como era una población regular, ahí en lotes Chávez. Viera qué negocio, llegó un macho, ahí, un gringo y puso un negocio, también. Me gustó porque tenía cantina y pulpería; entonces, le surtí bien la cantina y el negocio. La doña no sabía nada de negocios, nunca

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ese pensamiento en cuanto a eso, este… tengo un cuaderno donde vamos apuntando, se hace corte cada… bueno, cada momento que haiga suficiente, qué se yo: veinte mil colones, diez mil, quince mil… y ahí se van haciendo cortes y se va apuntado la hora del corte. Ya uno tiene control que a tal hora se vendió tanto.

Además, ahora hay un factor que antes no exis-tía, que es el tema de la seguridad en los peque-ños negocios, ¿los asaltos son muy frecuentes?

Roberto ArroyoSí, ayer asaltaron a La Gallito.

Carlos QuesadaA mí me llegaron los delincuentes que hace dos meses asaltaron al ruso, en San Francisco de Dos Ríos, ¿usted lo vio en la cámara? En la tele salió, donde lo enfocó la cámara del ruso…

había trabajado, pero salió mejor que yo para el oficio. Yo sé que las mujeres son especiales para trabajar, parece mentira, en pulperías y en esos, en esos negocios. Yo a veces me iba y la dejaba sola, y cuando regresaba, ella, tenía tamaño poco de plata; son mejores pa vender que nosotros.

Roberto ArroyoEn el caso mío yo tengo dos empleados, una es mi cuñada, ya tiene doce años de estar con no-sotros; ella es de mucha confianza; sí es hermana de mi esposa, y ahorita sí tengo un empleado, es el único que sí tengo, pero siempre, no deja de que tenga uno ese temor, verdá, que siem-pre le metan la mano a la caja. Pero en el caso mío, yo lo que hago es que… tal como ahorita, él está con mi cuñada, el muchacho, este, en ese caso lo que yo hago, este, yo no tengo cajas, caja registradora ni nada por el estilo, no soy de

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que no puede entrar la pulpería ni de noche ni de día, lo atienden a uno tras los barrotes de hierro.

La seguridad antes, para el pulpero, de los pequeños productos, era el mostrador. Eran muy recelosos de las cosas que había detrás del mos-trador, era un espacio de resguardo, pero no ante un asalto, sino ante… la tentación de coger un confite.

¿Ahora siguen trabajando con mostrador o es

autoservicio?

Bolívar RoblesBueno, ahora como hay tan pocos negocios casi no hay ya mostradores de madera… todo se exhibe diferente. Las grandes compañías han terminado con eso y con el agricultor pequeño. Yo he con-versado con varios que tenían su finquita de cinco o diez manzanas o hectáreas y la tuvieron que

Sí, diay todavía uno tiene sus toques, y es duro el asunto. Me dijo: “Alce, alce la gaveta” y alcé la gaveta. Idiay, aquí no hay plata, vea la factu-ra; si gusta vea la factura que acabo de pagar: es que yo siempre mantengo una factura.

¿Con pistola y todo?

Carlos QuesadaClaro, viera qué feo sentirla aquí. Oiga, a nadie se lo deseo. Nadie hace nada, hoy día, ante es-tos hechos. A veces me gustaría tomar la justicia yo mismo.

Lo que acaba de decir don Carlos es un factor importante, que ha establecido un cambio en los comercios pequeños de barrio: la inseguridad. De ahí que notemos que muchas pulperías estén cubiertas de verjas desde el vestíbulo. Hay gente

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En el caso de Coronado, la agricultura, digamos, hace unos treinta años, más que productos agrí-colas las tierras eran destinadas para lechería, básicamente. Sin embargo, había cafetales en San Antonio de Coronado y cañales.

Bolívar Robles

En Coronado habían tres o cuatro cosas que se les sacaba dinero. Por ejemplo, estaban los ríos, que la mayoría eran tajos explotados. Los tajos y todos esos materiales los traían a San José, doña Adela viuda de Jiménez, tenía los quebradores aquí. Después estaban las lecherías. Un tío mío tenía lechería, allá por Cascajal, todo eso eran leche-rías y, después, sí había algo de agricultura. Se sembraba… repollo, zapallo29, tomate, frijol,

vender porque, no podían pagarles los salarios a los trabajadores. Entonces, esa gente… no sé, me parece que lo que falta aquí es organización, por-que, como le decía yo a un señor campesino que todavía tiene la finquita y es una hectárea, que por qué no se habían unido todos y habían hecho una cooperativa y me dijo que algunos estuvieron de acuerdo… pero no se pudieron organizar. Los que se apoderaron del comercio y también de la agricultura fueron los grandes, porque, por ejemplo, ellos han comprado esas fincas peque-ñas y esos sí pueden sembrar, el banco les presta, trescientos mil dólares, cuatrocientos mil dólares o lo que sea, cualquier cantidad de dinero para sem-brar. En cambio, un agricultor pequeño, que tiene la finquita de cinco o cuatro manzanas, diez man-zanas, va a pedir ahí, tal vez cincuenta mil o cien mil y le piden miles de requisitos, verdá, que es un problema, es el problema grande que hay en Costa Rica. Eso pasa con el comercio y con la agricultura.

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también se sembraba, chiverre30, mucho. Yo todavía recuerdo todo eso…

¿Dónde vendían esos productos? ¿La pulpería no servía de mediadora en eso?

Bolívar RoblesEn el mercado.

¿Tal vez los quesos?

Carlos QuesadaJuan Vargas que era el dueño de todo el ba-rrio Los Cedros. Eso eran unos tomatales, hasta pegar con el río, y cebollales. Todo lo que us-ted ve en barrio Los Cedros, hágase la ilusión de que eran tomatales. Había que ver ahí una cogida de tomates ya cuando ya estaban para

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cosecharse, el montón de gente que llegaba a ver y a trabajar…

Y digamos ustedes, lo que se producía ahí no necesariamente llegaba a las pulperías, pero otras cosas caseras que hiciera la gente, algún tipo de tosteles, alguna cajeta, pan ¿llegaba a la pulpería o ustedes mismos en los negocios ha-cían algún tipo de frescos o repostería o algo?

Bolívar RoblesNosotros hacíamos frescos de frutas, frescos de chan, frescos, bueno, de diferentes sabores, y había varias personas que hacían pan casero que lo vendían en los negocios, y otra señora, por allá, hacía cajeta y helados en su refri.

Yunta con carreta, Nicoya, Guanacaste.

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en la misma carreta, teníamos que traernos los bueyes. Mi hermano era el que cogía el chuzo y venía ahí, con los bueyes, porque el viejillo ve-nía bien jumas (borracho) dentro de la carreta, dormido o privado como decían antes.

¿Cuánto duraba ese recorrido?

Bolívar RoblesSalíamos a las dos de la mañana. Seis horas más o menos de Coronado a San José.

Carlos QuesadaYo me acuerdo de la época en que el finao Daniel Carvajal tenía un camión grande. Entonces, iba al mercado de San José y unos se venían con él y otros se venían más temprano. Iban compran-do. Y, entonces, Daniel llegaba y se parqueaba

¿Se acuerdan cómo era el transporte en esas épocas?

Bolívar RoblesLa gente andaba en carreta muchas veces. El transporte era de carretones y carreta. Había un señor que siempre pasaba, yo estaba pequeñillo en ese tiempo y mi hermano también, este se-ñor tenía una finquita y le gustaba una herma-na mía, la mayor. Entonces, él nos decía: “Vayan conmigo y yo los llevo. Los llevo en la carreta e íbamos a San José” y, entonces, nosotros lo esperábamos antes de las dos de la madrugada para salir. Estábamos nosotros sentados y lle-vando frío, y llegaba el señor y nos encaramaba encima de los repollos o ayotes31 y veníamos no-sotros, encima de todo, felices. Después, cuan-do regresábamos de San José para Coronado,

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acuerdo con su opinión, varias razones. Entre ellas dice que la pulpería se tornó más regional, antes estaba más relacionada con la comunidad, con los vecinos. También llegó a tener fama de ser más cara que los supermercados, pues antes los proveedores no llegaban directamente a los negocios, por lo cual los pulperos le compraban a un intermediario.

Interviene Sandra Navarro Cuenta que, cuando niña, iba donde León,

en Coronado, a su pulpería, ahí había de todo, porque como no eran muchas pulperías, la mamá de uno lo mandaba a buscar una aguja y, en una pulpería, había una aguja, había hilo, algodón, alcohol, candelas y todo lo inimaginable. Había una señora que vendía telas en la misma pul-pería, doña María, la polaca. Si uno necesitaba un fular32 para hacerse un fustán, o un corpiño –porque Dios guarde un brassier pelado–, ahí lo encontrábamos. Estas personas tenían lo que uno

ahí en el mercado y le iban llevando todo, para surtir los negocios de Coronado. Surtían a Lulías Brenes, a mi papá, a Carlos Vargas, a “Chichi” Vargas, a Pedro, a Moro, en San Pedro, y así, en todos los negocios, él iba repartiendo.

Interviene Sandra AnchíaAhora que decían ustedes de lo del transporte.Ya murió un tío de mi esposo y él tenía pulpería y, muy recién casados, a mí me llamaba mucho la atención que él iba a San José en su bicicleta a surtir la pulpería. Entonces, el ratito que él podía, él cerraba, porque solo él administraba la pulpe-ría. Recuerdo que estaba totalmente jorobado de las cargas tan grandes que él traía dentro de la canastota que tenía en su bicicleta.

Interviene Juan Carlos Calderón y expresa el interés que tiene por descubrir por qué empezaron a desaparecer las viejas pulperías y enumera, de

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fulano de tal?” y después los de las tarje-tas de crédito: “Mirá, ¿fulano de tal, dónde vive?”. Es como una oficina de correo y de informar de todo lo que pasa en el pueblo y en el barrio.Claro, porque las direcciones no son muy claras, no hay cuadras en muchos lugares. Y después, se ponen anuncios, que es una forma, digamos, de medio de comunicación. Yo he visto pulpe-rías donde ponen anuncios de: “Este domingo, partido de futbol”.

necesitaba y uno lo zurcía a mano; la mamá lo cortaba y uno lo cosía porque, en las escuelas, nos enseñaban a hacer esas cosas: uno hacía ruedos, pegaba un zíper, uno hacía esas cosas.

¿La pulpería, además de vender, para qué más sirve?

Carlos QuesadaLlega mucha gente a otras cosas. El cartero llega a preguntar: “Mirá, ¿fulano de tal y

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¿Y los letreros?

Bolívar Robles“Hoy se fía, mañana no”.

Carlos Quesada“El que usted fume no es mi problema, compre fósforos”.

Bolívar Robles“El que fía anda cobrando”.

Carlos Quesada“La educación es mundialmente gratuita. El que no la aprovecha salado…”.

Bolívar Robles“Si fío, doy lo que es mío; si doy, pierdo la ga-nancia de hoy; si presto, al cobrar me hacen mal gesto y para no ver nada de esto, mejor ni fío ni presto”.

“Fiado murió, mala paga lo mató”. De hecho, en las pulperías hay un cuadro que tiene ese letrero.

Roberto ArroyoTengo uno que puse: “No más crédito”. Y hay un famoso letrero con dibujos acerca de un hombre próspero y un hombre flaco, ya que fió. Yo recuerdo haberlo visto en muchas pulperías.A pesar de que nos hemos multiplicado mucho y hay tanta urbanización, tanta cosa, siempre hay una pulpería y pulperías nuevas también.

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¿Ha decaído la pulpería?, bueno, en el centro de Coronado.

Carlos QuesadaSí, ya se fueron: Las Brisas, la de Carlos Vargas, La polaca, El cambio, El Danubio Azul.

Volvemos a lo que usted mencionó ahora, de las pulperías que estaban en la capital, en San José, las que estaban ahí por el Mu-seo Nacional. Como ya vive poca gente en el centro, las pulperías tradicionales han ido desapareciendo dando lugar a otro tipo de comercios. ¿Ustedes pueden ahora conocer a la clientela? ¿Cómo es la clientela? ¿Sigue siendo del barrio o es gente más de paso?

Carlos QuesadaDel barrio bastantes y tal vez gente que tiene fincas arriba en Las Nubes. Pasa mucho por el

negocio, de paso, cuando bajan o suben. Con el tiempo uno va haciendo amistad con los finque-ros nuevos y viejos.

Si la confianza, en buena medida, es parte del éxito de la pulpería, digamos, es uno de los puntos fuertes de la pulpería, tiene que haber gente conocida, porque ahora hay barrios que siguen siendo estables, pero hay otros barrios en donde la gente va y viene con mucha facilidad, la gente está un ratito, alquilan tal vez. No es lo mismo barrios que se caracterizan por tener muchas casitas de alquiler que barrios en donde mucha gente es dueña de sus casas. ¿Es que el pulpero sabe quiénes son inquilinos?

Hay otra cosa interesante, volviendo a la afirmación de que la pulpería es un lugar de comunicación, que sirve para buscar

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información sobre vecinos para cobrarles o de anunciar bautizos o partidos de fútbol, también yo supongo que es como un termómetro para ver por dónde andan las necesidades de la gente; es decir, ante una de tantas crisis o ante el gane de la selección, el pulpero debe oír muchas cosas, incluso chismes; el pulpero oye mucha cosa e, incluso, guarda muchos secretos, de sus clientes, ¿es el pulpero un confidente, igual que el cantinero con sus parroquianos?

Bolívar RoblesEso es interesante. Cuando las pulperías tienen un espacio grande al frente, ahí llegan los mu-chachillos a tertuliar. Eso sí es bonito.

Yo fui a Ciruelas de Alajuela y escuché ha-blando de futbol como a tres generaciones. A pesar de que la pulpería no es como muy cómoda para conversar, como lo sería una cafetería o un restaurante, la gente la prefie-re para la conversona habitual. También les gusta ir a jugar naipe, y a jugar tablero.

Carlos QuesadaNo sé si a usté le ha pasao que viene gente que viene a coger el bus y olvidaron la carte-ra en la casa. A veces, antes de salir el bus a Patio de Agua, llegaban: “Carlos, qué pena, no ves que me pasó esto, esto y esto”. No se preocupe, tome, tome plata para el bus. Cla-ro, hay otros a los que les digo que no puedo ayudarlos. A veces pasa una enfermera que, pobrecita, todo el tiempo… trabaja mucho y

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tiene dos hijos, uno va a ser piloto y ya todos están estudiados. “Carlos, no ve que me pasó esto…” y le digo: no, no, llévese esto, tome lléveselo, si le hace falta… Todavía de vez en cuando hay gente que llega… y me dice “Carlos, no ve que se me despedazó el tacón bajando la cuesta, guárdeme estos zapatos y ahora paso”… Sí, está bien, se los guardo. Es que para venir bajando esas cuestas de montaña, hay que primerear [hacer primera], como dicen. Había otras señoras que se venían con zapato corriente y ahí en la pulpería se los cambiaban. Tráigalos, ahí los tiro en la basura… “Sí, sí, bótelos”.

Bolívar Robles

Los negocios y las pulperías eran como centros de reunión, del campesino… Daban bocas de zorro y hasta de caballo.

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Más de uno iba a la pulpería porque uno sa-bía que iba fulano y mengano. Mamá dice que cuando ella llegaba, el pulpero sabía qué chiquillo le gustaba a ella y, entonces, llegaba y decía: “Vengan, les voy a regalar un pedazo de salchichón, pero, primero tienen que dejarme que yo los case”. Y mi mamá decía: “No, no, con él no”, “Sí, sí, sí, entonces no les doy nada”… “Bueno, bueno, sí, pero no diga mucha cosa”, decía mi mamá. Dice que se ponía a casarla y después les daba el pedacillo de salchichón a los chiquillos. Esas cosas pasaban en las pulperías. La familia mía tenía un apodo “Los candongas” nos decían a nosotros…

Sandra Navarro intervieneMi abuela es la mamá de él (de don Bolívar,) doña Nina Araya. Mi abuela era curandera y

partera en San Francisco de Coronado, doña Evangelina Araya.

¿Tu abuela tenía pulpería?

Sandra Navarro No, no, pero mi abuela era famosa. Ella iba a la pulpería, pero yo le decía que nos llevara a traer el diario, a nosotras, a mí y a Maritza y entonces ella iba donde León, el de la cantina, pero, a veces, llegaba muy recatada pero, otras veces, seguro tenía ganas de tomarse un traguillo y, entonces, pasaba al otro lado de la pulpería y nosotras nos asomábamos para ver qué hacía y nos regañaba.

Que una señora hace ya muchos años llegara a tirarse un trago a la cantina me parece sim-patiquísimo, dada la mentalidad conservado-ra de nuestros pueblos.

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Sandra Navarro Claro, ella iba temprano, no llegaba a deshoras de la noche. Salía con el pedacillo de limón en la boca y la “boca” que le daban, que era un peda-cito de salchichón; me lo daba a mí o a Maritza.

Bolívar RoblesA otro negocio al que iba mamá, porque estaba enamorada de… del hijo de León, de Guido, lle-gaba y saludaba a todas las viejitas y las abrazaba; entonces mamá ya era viejita, ella creía que esta-ba enamorado de ella y, entonces, yo llegaba a pasear y me decía: “Decime una cosa muchacho,

¿un muchacho joven se puede enamorar de una viejita?” y yo le decía: claro, son muy lindas las viejitas, mamá, claro que sí y ya se echaba una risilla. Pues mire, se mandó a hacer en el pelo un permanente, parecía una negra, porque ella quería verse bien bonita para ver a Guido, hasta que se enojó con una hermana mía que llegaba a comprar ahí porque este Guido era muy sim-pático. Esta hermana mía compraba ahí y un día la encontró mamá y Guido le estaba tocando la mano, y ella dijo muy enojada: “Jamás le vuelvo a comprar nada a este traicionero”. Como ven, también hay historias de amor en las pulperías.

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panadería, que hasta hoy atrae a las personas que vienen por el pan, pero, además, compran lo que el pan necesita y si les hace falta el arroz, la candela, en fin, se mantienen, muy a pesar de todo. Eso sí, comenta que la vida del pulpero es muy dura, de mucho trabajo y hay una gran competencia con los grandes supermercados.

La travesía de los entrevistadores llega hasta Platanal de la Roxana de Guápiles; ahí se encuentran con una construcción de madera donde estaba don Luis Ángel Castrillo, junto con su hermano, dueños de una pequeña pulpería El Primo, nombre que nació de la gente que llegaba a comprar pues, cuando alguien llegaba, les decían –primo, dame arroz; primo, ven-deme un poco de azúcar–. Cuentan que estos hom-bres dejaron sus trabajos por motivos de salud, pues en sus antiguos trabajos tuvieron accidentes que les provocaron alguna incapacidad. La pulpería está bien surtida y abre de 6:00 a.m. a 8:00 p.m.

2. Testimonios de pulperías en Guápiles, Siquirres y La Suiza de Turrialba

El grupo de entrevistadores y el fotógrafo, muy temprano se desplazaron a todas estas zonas con el fin de encontrar algunas pulperías de pueblo, donde se pudiera recopilar material fotográfico y estable-cer un diálogo con los pulperos. La lluvia no se hizo esperar y comenzó a caer.

A las 8:00 a.m., estaban frente a la pulpería IVARODY, ubicada en El Fierro de la Roxana de Guápiles.

Su propietaria, la señora Isabel Ruiz Chávez, contó que el local tenía como doce años y que había tenido muchos dueños. Su horario de trabajo era de 5:00 a.m. a 6:00 p.m. Cuenta que cuando ellos llegaron, los vecinos del lugar les dijeron que no tenían futuro en ese lugar, pues la población era escasa. No se dieron por vencidos y pusieron una

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Llegaron a La Herediana de Siquirres, ahí esta-ba la pulpería El Cocal, nombre que se ganó por-que en el lugar hay muchas palmeras de coco. El propietario, don José Joaquín Barquero Gutiérrez, abre su negocio de 6:00 a.m. a 7:00 p.m., y la pul-pería es atendida por una hermana de él. Este lugar en especial resultó muy pintoresco, totalmente surtido con toda clase de cosas, desde alimentos, medicinas, sombrillas, botas de hule, embutidos, cuadernos, baldes, ollas, machetes, sombreros. Una verdadera pulpería de antaño, con romana y todo; una construcción en madera, una arquitectura vieja, decolorada por los años, realmente muy genuina. El señor Barquero dice que abrió el local en 1978, o sea, hace más de treinta años. Ante la pregunta dijo que sí fiaba y que apuntaba en una libreta: que le fiaba solo a la gente conocida, pues no se podía con todos, ya que muchos no le pagaban.

Pulpería El Cocal, La Herediana de Siquirres.

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En la Selva de la Suiza de Turrialba, en la coche-ra de una casa de habitación, se encontraron con la pulpería La Uvita. Una construcción vieja con más de cincuenta años de construida. Cuando abrió, era pul-pería y cantina, dijo la propietaria, la señora Elieth Solano quien, junto con su esposo, don Humberto Trejos, cuidan de ella. Cuentan que el primer propie-tario, don Quico, le puso ese nombre a la pulpería y aún ahora ellos lo mantienen en honor a él. Hubo otros propietarios en el lugar y le cambiaron el nom-bre varias veces, pero cuando ellos la adquirieron, hace diez años, rescataron el antiguo nombre.

El equipo que realizó el trabajo de campo en esta zona se encontró con una gran calidez, con pulperos con muchos deseos de contar sus historias y todo lo que han tenido que enfrentar. Pulperías con años de historia se mueven en estos lugares, anécdotas tras historia que han dejado en el pasado.

Pulpería La Uvita, La Suiza de Turrialba.

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pero no le iba bien, así que decidió pedir presta-dos 300.000 colones y se arriesgó a abrir este local que permanecía cerrado, y fundó la pulpería La Santísima Trinidad, la comenzó con verdulería y, luego, de acuerdo con lo que le solicitaba la gente, comenzó a incluir otras cosas, hasta llegar a la pul-pería que tiene ahora, totalmente surtida. Desde un foco, un serrucho, desodorante, ollas, mache-tes, alimentos, cuerda y, por supuesto, verdura y frutas frescas. Todos los días se levanta a las 4:00 a.m. para ir al Cenada, luego se recuesta una o dos horas y abre el negocio hasta las 9:00 p.m.; no tiene domingos ni feriados, pues siempre abre. Le da fiado a quien lo necesita y cuenta cómo llega toda clase de gente a la pulpería contando los problemas con esposos, esposas, hijos, vecinos y él dice que trata de ayudar dando un consejo.

De todas las pulperías que visitaron, esta y sobre todo su propietario, les comunicó un pensamiento de lo que es el esfuerzo y el deseo de superación por parte de personas que no han tenido la fortuna de lograr una carrera universitaria. Don Carlos Fernando Marín Torres, oriundo de Alajuelita, contó un poco de su histo-ria de vida: vivía en Alajuelita y trabaja en construcción de casas como peón, de lunes a viernes. Los sábados y los domingos iba a la Feria del Agricultor, compraba verdura, que revendía en el lugar, cuando los demás comenzaban a guardar sus productos para irse a sus casas; luego, con lo que le quedaba, se venía para su barrio y, en un carretillo, colocaba la verdura sobrante y la vendía entre los vecinos del lugar, así tenía dos sala-rios, para ayudar a su madre y cubrir sus gastos.

Más tarde se mudó a La Suiza de Turrialba con su familia para trabajar siempre en construcción,

85Pulpería La Santísima Trinidad.

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La única pulpería-cantina que se encontraron por esos lares fue El Ciprés, doña Pascuala Solano y don Silvino Abarca Loaiza son los dueños, en la Suiza de Turrialba. En este lugar, la población a la que doña Pascuala atiende es de niños. Dijo que se vende poco y que la mayoría de las ventas se hace a niños que, en cada momento, vienen

por la ventana del negocio a adquirir el confite, la melcocha o el mandado de su mamá. En la cantina estaba la hija de ambos, Zoraida Abarca Solano, quien es la que atiende este negocio. Doña Pascuala contó que la pulpería la abre a las 8:00 a.m. y la cierra a las 6:30 p.m., y que la canti-na cierra a las 12:00 medianoche.

Pulpería El Ciprés.

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3. Testimonios de pulperías en Puriscal

En Puriscal se visitó la pulpería de la señora Amparito Vargas Rojas, María Auxiliadora, una construcción de aproximadamente 85 años. Contó con orgullo, doña Amparito, que la pulpería era la casa de habitación de su mamá, doña Tula Rojas, una señora muy elegante, una mujer excepcional y muy apreciada por la comunidad.

Indicó que esta pulpería, cuando su mamá la tenía, era un lugar pequeño y que para surtirla tenían que viajar largas distancias en carreta. Y que años atrás un hombre, llamado Juan Mesén, quien se mudó con su carro de cajón a estas tie-rras, comenzó a traer toda clase de productos, que luego vendrían a surtir a todas las pulperías aledañas. La pulpería de Tula era un lugar muy visitado y aún ahora, que está en medio de un

supermercado, sigue siendo muy visitada, y cree-mos que es por el gran calor humano y porque las personas que ahí compran, encuentran, en la muy estimada Amparito, a una amiga, a una consejera, y mucho más, pues doña Amparo tiene 30 años de dar fiado y lo hace con las personas más allegadas conocidas de su pueblo. Es una pulpería con toda clase de cosas, desde bazar, artículos comestibles, herramientas, verdulería, artículos para el hogar y hasta juguetes.

En la pulpería de la señora Mery Herrera, en el centro de Puriscal, encontramos una típica pul-pería de pueblo: muy surtida y tradicional, pues el arroz y los frijoles están en sacos abiertos a la vista del consumidor, así como la tapa de dulce del lugar, y toda clase artículos. Es un local muy espa-cioso y es atendido, de una manera especialmente afectuosa, por los familiares.

88Pulpería María Auxiliadora.

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formas de comercio y a grandes traslados de la población de los cascos urbanos a las periferias de las ciudades.

Muchos espacios privados y públicos, junto con sus sitios de encuentro, resultaron afectados. Entre ellos, desde luego, la pulpería que se desplazó hacia los barrios y hacia las zonas rurales (donde siem-pre estuvo) y modificó su estructura para la nueva circunstancia.

Aquel espacio de mostrador ancho con tablones de cedro amargo, que cubrían unos cajones de made-ra en donde se resguardaban granos y comestibles e, incluso, servían de resguardo y cuna para los infantes de los pulperos mientras atendían, ya casi no existen. Tampoco la pareja intocable pulpería-cantina sepa-rada únicamente por una mampara bajo el anuncio de las cervezas “Traube” o de “Imperial”.

EPÍLOGO

El debate en relación con la herencia de los sitios tradicionales y los bienes culturales, navega siempre entre dos terrenos. Por una parte, si se debe preser-var para las generaciones futuras per se y, por otra, si las fuerzas vivas de la comunidad se han apro-piado de estos y los han reinterpretado. Son estos intérpretes sociales los que legitiman o no, los usos y las funciones de cada espacio cultural.

La pulpería ha sido siempre presencia viva en el quehacer cotidiano de Costa Rica hasta nuestros días. A pesar de que se ha intervenido su trama arquitectónica, en la mayoría de las veces, de mane-ra no muy afortunada, aún continúa vigente.

Las áreas centrales de las ciudades del país fue-ron sometidas a un proceso de renovación a partir de la segunda mitad del siglo XX para dar paso al crecimiento económico y demográfico, a nuevas

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El apego a la tradición y a la pertenencia a los sitios patrimoniales son los signos más recurrentes en el decir de sus enunciantes.

En cualquier ciudad, los lugares tradicionales del barrio, en donde vive la gente, cristalizan las posibilidades de encuentro y de comunicación entre sus habitantes. Puede ser el parque, la acera, el bar, o el quicio de una pulpería. Son lugares de pertenencia de una comunidad en donde se expre-san sentimientos de crítica, de queja colectiva y personal y de situaciones humorísticas.

Es la palabra que revitaliza siempre antiguas maneras de comunicación dentro de la condición humana y que, en estos espacios vernáculos, se siente protegida con el aval de los otros, de quienes escuchan.

Mi infancia, al igual que la de muchos latinoa-mericanos, estuvo marcada por la vida de barrio. Nací y crecí en el josefino barrio de González Lahman. Existían pocos comercios cercanos a mi

Aun así, y a pesar de esos cambios rotundos, se debe intentar, para resguardar ciertos bienes cul-turales del pasado, un equilibrio y una convivencia entre las tradiciones que confieren identidad y los cambios tecnológicos y económicos.

Se intentó hacer un acercamiento exploratorio a ciertas pulperías de barrio y de zonas rurales, escogidas al azar. No ha sido, por consiguiente, un intento exhaustivo, ni estadístico en relación con la cifra total de estos sitios en el país. Desde el cen-tro de San José, pasando por Coronado y Puriscal, hasta llegar a Turrialba y, más adelante, a la zona Atlántica de Costa Rica, fueron los lugares esco-gidos en los cuales se encontraron sus signos, sus lenguajes, su gente, su vigencia.

El contacto con los pulperos y con los parroquia-nos de estos espacios fue, quizá, la mejor experien-cia. Calidez, ingenio, nostalgia, temores, son algu-nos de los sentimientos relevantes en la memoria y en el día a día de comerciantes y usuarios.

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casa. Destacaban dos boticas, la venta de helados de unas señoras haitianas y sí muchas pulperías. Ninguna de ellas existe hoy por esos lares. Pero en el recuerdo persisten la de Polo (Hipólito Villalobos), la pulpería y cantina de Ñato, en las cercanías de La California; había también –en la esquina norte– una tortillería en donde las mujeres palmeaban a mano las crujientes tortillas. Las Brisas, El Canario, La Zapoteña, La Insúper de Pedro Carballo, cerca del Mar Atlántico. Todas ellas poblaban, con sus universos de gente y conversona, melcochas y golo-sinas, las calles de mi barrio.

Estas calles vivas las transité (y las transito aún) con la chiquillada del vecindario. Entre todos ellos, en especial con mi hermana Sandra. Ella ha estado presente a lo largo de todas estas páginas en las que hemos descubierto historia, memoria colectiva y una gran dosis de vivencias cotidianas.

Las Nubes, Coronado, noviembre de 2009.

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San Isidro de Coronado

Guápiles

La Suiza de Turrialba

Santiago de Puriscal

Guanacaste

Alajuela

Limón

CartagoSan José

Puntarenas

Heredia

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Rica una región periférica, las restricciones no fueran relevantes para el desarrollo habitual de la actividad económica.

PULPERÍA. s.f. Tienda en las Indias donde se venden diferentes géneros para el abasto: como son vino, aguardiente, y otros liquóres, géneros pertenecientes a droguería, buhonería, mercería y otros, pero no paños lienzos ni otros texidos. Lat., communis taberna, vel caupona. Recop. de Ind. lib.4.tit.8.l.12.}dexando en cada lugar de Españoles de las Indias, las pulperías, que precisamente fueren necessarias para el abasto, conforme a la capacidad de cada Pueblo.

Diccionario Académico de Autoridades (1737, tomo O-R), Real Academia de la Lengua Española. Madrid.

NOTAS

1. Patricia Vega. (2004). “De la banca al sofá. La diversificación de los patrones de consumo en San José (1857-1861)”. Héroes al gusto y libros de moda. San José: Editorial Universidad Esta-tal a Distancia. Pp. 165-208.

2. El término puede referirse a pulpas por carnes o por frutos tropicales, aunque la referencia más antigua anota a la algarroba de Egipto, un fruto carnoso que no trascendió a Amé-rica pero sí era referencia común en España; las pulperías enfrentaron restricciones en la venta de artículos como las velas y ‘otros que tuvieren trato de amasijo’. Quizá por ser Costa

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8. Moritz Friedrich Wagner y Carl Scherzer. (1974). La República de Costa Rica en la Amé-rica Central. Tomo 1. San José. Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. Pág. 244.

9. El cambio, el vuelto, cantidad que resta de pagar con un billete de denominación mayor; normalmente compuesto por monedas. Palabra de uso muy común en las regiones costeras.

10. El petróleo utilizado para las lámparas; pro-viene de la leyenda en los tambores de 200 li-tros que llegaban de Norteamérica y rezaban en inglés: “50 gal. Can fine kerosene”.

11. Se trata de una harina de cereales tostados que se mezcla con agua o con leche y es de uso común en algunos países de América Latina. Es de origen canario. En México, se le

3. Manuel González Zeledón (Magón). (1999). El clis de sol y otros cuentos. San José: Editorial Estatal a Distancia. P. 73.

4. Constantino Láscaris. (1975). El costarricense. San José: Editorial Educa. Pp. 55-64.

5. Luis Barahona. (1975). El gran incógnito. San José: Editorial Costa Rica. Segunda edición. P. 35.

6. Iván Molina Jiménez. (2005). Demoperfecto-

cracia. La democracia pre-reformada en Costa Rica (1885-1948). Heredia: Editorial Universi-dad Nacional. P. 93.

7. Citado por: Ricardo Fernández Guardia.

Comp. (1985). Costa Rica en el siglo XIX. An-tología de viajeros. 5 ed. San José: Editorial Costa Rica. Pág. 56.

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16. Confites o comprimidos de centro suave y relle-no de goma o sustancias con sabor a chocolate.

17. Día de la Independencia Nacional.

18. La moneda costarricense entre 1821 y 1896 se llamó peso, hasta que cambió el nombre por colón, en honor del tercer centenario de la llegada de Cristóbal Colón al territorio actual de Costa Rica; popularmente, a la moneda se la llama tejas, pesos o cañas.

19. Expresión local que significa no pagar la deu-da contraída.

20. Pastelito de harina en forma de cuadro, recubierto por azúcar de mascabado que se come como galleta o postre; es común en Costa Rica acompañarlo de sirope, bebida fresca y enmielada.

conoce como pinole y es siempre hecho con harina de maíz tostado.

12. Es una especie de pastelillo cuyo nombre se toma en préstamo fonético del gâteau fran-cés. Son panes de galleta suave con jalea o mermelada al centro que se espolvorea de azúcar por encima; popular en la repostería costarricense.

13. Palomitas o rosetas de maíz enmieladas.

14. Congelado de agua de frutas o de esencias químicas de sabores frutales, a base de leche o agua, en forma tubular, muy popular en los paí-ses del Trópico. También se conoce como pepito, congelada, bambino o cubo. Es un producto de la segunda mitad del siglo XX.

15. Golosina de guayaba ácida o arrayán.

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Carmen Murillo, Guillermo Barzuna, Juan Carlos Calderón, Dennis Castro, Roberto Arroyo Mora, Bolívar Robles, Carlos Quesada Vargas, Luis Paulino Delgado, Juan Carlos Leiva, Rigoberto López (julio-setiembre del 2009).

26. Fibra de yute.

27. Uso popular en Costa Rica para denominar el bocadillo, una comida ligera que acompaña a la bebida alcohólica. Se usa en femenino, a pesar de ser apócope, porque termina en ‘a’.

28. Biombo fijo que ofrecía privacidad y la sepa-ración inminente de los espacios.

29. Calabaza.

30. Calabaza oval de grandes proporciones; Cu-curbita ficifolia.

21. Forma popular y rural de uso muy común en América Latina para designar a los cerillos.

22. Dulcecitos suaves con sabores de frutas, en-vueltos en papel celofán, muy populares en Costa Rica.

23. Juegos infantiles tradicionales en América Latina que también incluyen manita, mejengas, simón dice, congelados, oba, mecate y otras variantes que son, básicamente, los mismos juegos pero cambian de nombre en cada país y región.

24. Denominación americana para el merengue, originalmente producido en los conventos de monjas para la venta pública.

25. Estuvieron presentes en los procesos de entrevistas las siguientes personas: Sandra Navarro, Gastón Gaínza, Sandra Anchía,

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31. Término genérico para designar a las calaba-zas; del náhuatl ayotli.

32. Seda estampada muy fina; del francés foulard.

universo simbólico de la cultura social a que per-tenecen esos diversos grupos generacionales: la materia con que se configuran, precisamente, las identidades culturales.

Desconocer, menospreciar y hasta olvidar las claves y los códigos con que se entretejió ese uni-verso simbólico, supone el riesgo de entorpecer o impedir la construcción del futuro.

En consecuencia, el rescate de la cultura de las pulperías que nos propone Guillermo Barzuna en este estudio, no solo es pertinente, sino indis-pensable para impedir que la memoria social de los costarricenses se deteriore o, incluso, se pierda.

Gastón Gaínza

Los niños costarricenses de cinco años de edad quienes, actualmente, van a comprar con sus padres en los abastecedores y en las tiendas de grandes superficies comerciales, por lo general desconocen que sus abuelos, cuando eran niños como ellos, acudían, con sus mayores, a lugares y a espacios de otro tipo en los que aquellos, a su vez, realizaban sus prácticas de selección y compra de artículos para la vida hogareña.

La diferencia entre ambas circunstancias no es solo espacio-temporal sino, sobre todo, histó-rica. Esto significa que, en cada una de ellas, hay discursos, textos y sistemas de signos privativos los cuales, también, están insertos en el respectivo