La Promesa del Camino (Introducción)

12
La Promesa del Camino 1 Idea original: Andonitau. Diseño y arreglos: M. Méndez.

description

Viajes e historias del Camino de Santiago, relatadas por unos curiosos personajes

Transcript of La Promesa del Camino (Introducción)

La Promesa

del Camino

1

Idea original: Andonitau.Diseño y arreglos: M. Méndez.

2

La Promesa del Camino

3

La Promesa del CaminoPronto llegará el día en que Santiago me deje entrar por la Puerta Santa. Siempre recordaré la despedida de una amiga

peregrina que me decía así:

“Nos despedimos, amigo, del Camino. Que el viento bajo tus botas te lleve allá donde el sol navega y la luz camina.

Tú tienes la alegría junto a ti. No la dejes marchar”

Andoni.

Diseño y arreglos: M. Méndez

4

A la mañana siguiente desperté entre brumas de extraños sueños que, poco a poco, se iban diluyendo entre las espesas nieblas del olvido. Sin embargo, en mi mente todavía resonaban las telepáti-

cas palabras que me dijo la Dama de la Alegría la velada anterior. Me levanté del jergón con estos pensamientos, y me dirigí hacia los aseos. Finalizado el aseo matinal, encaminé mis pasos hacia la sala comedor del refugio, puesto que mis tripas comenza-ban a aullar reclamándome el desayuno. Dada la hora un poco temprana de la ma-ñana, en la sala apenas si había algunos peregrinos madrugadores, de estos a los que les gusta comenzar sus etapas por la fresca de la mañana. Entre estos peregrinos y dando cuenta de un buen desayuno esta-ban el profesor y la Dama de la Alegría, de la cual no sabía todavía su nombre. Esta era una ocasión inmejorable para saberlo y así

poder charlar con ella. - Buenos días. Parece que hay apetito. – Les dijé a modo de salu-do.

- ¡Hola! Llegas a tiempo. Anda siéntate con nosotros, que te quiero presentar a una buena amiga. Cogí unos cubiertos, plato y vaso para beber, y me senté junto al profesor y enfrente de la dama de plateados cabellos.

- Esta es Inés, alguien de quien te conté una historia en una oca-sión ¿recuerdas? Como no me iba a acordar. Parecía cosa de magia ver a uno de los personajes de las historias que contaba en la realidad de la vida y no en la ficción de las historias, aunque las historias que contaba el profesor, vistas desde una perspectiva y prisma dife-rentes, parecían tener más de reales que de ficción, o por lo menos esa fue la sensación que sentí en ese momento cuando me senté junto a ellos.

- Hola Andoni, un placer.- Estreché su mano, cálida y fuerte a la misma vez, cosa que me

5

extrañó ante la apariencia de fragilidad y belleza que mostraba esta mujer.

- Por cierto Andoni ¿has visto por algún lugar a Tau? Cuando des-perté no estaba junto a mi jergón, como de costumbre.- Me pre-guntó el profesor.

- Pues no, y ahora que lo dice, me extraña que no esté merode-ando por aquí.

- Seguro que anda por los campos. En ocasiones puede más su instinto de lobo que su instinto perruno. Voy a ver si lo encuentro. Hasta luego. El profesor se despidió de nosotros y allí quedamos uno frente al otro.

- Curioso personaje y su lobo ¿ver-dad?- dijo con naturalidad Inés.

- La verdad es que sí. Si no es mucho preguntar, ¿hace mucho que conoce al profesor?

- Hace ya mucho. Digamos que hubo un tiempo en que no man-teníamos un contacto, pero que, felizmente, nos hemos vuelto a reencontrar como dos buenos amigos que somos.

- Bueno, los reencuentros con los viejos amigos siempre son agradables, y más si ese amigo es alguien a quien se le aprecia.

- Sí, así es. ¿Y tú? ¿Cómo se cruzó tu camino con el de este viejo gruñón.

- Pues la verdad… No sé cómo decirlo. Simplemente un día coin-cidimos y desde aquel día hemos sido compañeros de viajes.

- Y desde entonces algo cambió en tu interior ¿verdad? Supongo que a estas alturas tu camino ya no tiene el mismo objetivo que cuando lo recomenzaste, como tantos otros. La miré fijamente, y por un momento sentí como se me sonroja-ban las mejillas. Traté, en mis pensamientos, de no contarle la verdad, puesto que en el fondo tenía razón. Ya no caminaba con la ambición y lujo que no fuera el propio. Ahora caminaba con otro fin muy distinto. Extrañamente me sentía otra persona y hasta

6

ese momento no había prestado atención a tal cuestión. Me cos-taba recordar al “viejo Andoni”, y parte del cambio se debía a la compañía de Francisco, el profesor, y su lobo Tau. Quise no con-tarle la verdad, pero mis actos no decían lo mismo.

- Sí, no lo puedo negar. Me pregunto cómo puedes saber eso. Nunca le conté nada sobre esto al profesor, pero me da la impre-sión de que él ya lo sabe. Con todos los respetos, es igual de brujo que tú. No sé como haréis eso de meteros en las mentes de los demás.

- Razón no te falta. Francisco ya sabía de ti incluso antes de en-contraros, ya que, ciertamente, te estaba esperando. En cuanto a la segunda cuestión, es solo saber leer en los corazones, co-menzando por el propio. Con el tiempo lo aprenderás, aunque creo que ya estás preparado. Es sólo que todavía no eres consci-ente de ello. Posó sus alegres ojos en los míos y el mundo pareció cambiar de pronto. Era imposible no perderse en la profundidad de aquellos ojos que albergaban secretos y misterios entre un mar tranquilo de paz y serenidad.

- …Entonces… ¿por qué razón me esperaba a mí, precisamente?- Le pregunte intrigado y perdido en lo sereno de su mirada.

- No está bien responder a una pregunta con otra, pero, ¿qué sabes sobre la historia de San Francisco de Asís y el lobo? Aquello me dejó un tanto descolocado. Algo sabía de ella, pero no el verdadero significado de esta historia y de la representación del lobo en ella.

- Si la memoria no me falla, cuenta de cómo San Francisco hizo un trato con un lobo que atemorizaba una villa, llegando al acuerdo

7

de que el lobo no causaría ningún mal a los habitantes de esa villa a cambio de que los aldeanos alimentaran cada día al lobo. A par-tir de ese momento el lobo se paseaba tranquilamente por la villa sin causar ningún mal y los aldeanos lo dejaban ir allá donde le placiera sin molestarlo. Me parece que es así la historia ¿no?

- Efectivamente. Tienes buena memoria. ¿Qué conclusiones sacas de esta historia?

- Pues… ¡Mira!, ahora que lo dices… Pienso que tiene que ver con la supremacía de los hombres sobre las bestias. Es el hombre quien doma a las fieras, no estas al hombre. Así que el lobo, por fuerza, tiene que obedecer al hombre si no quiere ser aniquilado. Me observó, con esa particular forma de observar que tenía Inés, durante unos instantes en silencio. Sonrió.

- No vas mal encaminado, pero la fiera a la que te refieres no está fuera, en los bosques o prados. Esa fiera está en nuestro interior. El lobo es esa fiera a la que se refiere San Francisco con su his-toria. Esta es la fiera que tienen que domar los hombres. Cada uno la suya, y ser capaces de llegar a un pacto con ella. Es pre-ciso dominarla y no dejar que nos devore. El hombre tampoco puede matar a esa fiera, porque fiera y hombre tienen que apren-der a coexistir. Si se mata a la fiera, otra ocupará su lugar, y pu-diera ser que fuera mucho más fuerte que la anterior. Si domas a la fiera, no vendrá otra a sustituirla, ni tampoco dejará que otras fieras interfieran entre el delicado equilibrio de hombre y fiera. Ese lobo que mora en nuestro interior suele ser amigo de todos aquellos sentimientos que, al final, solo nos lleva al desastre, la desolación y la tristeza. Codicia y ambiciones y egoístas egos azuzan al lobo para que despedace todo lo que puede hacer de

8

bueno y justo el hombre. Envidias, injusticias… siempre por acompa-ñantes la soledad y la tristeza, que empujan a los hombres a la deses-peración y a la fiera a su más cruel regocijo. Para domar a esa fiera, ese lobo negro como los oscuros pensamientos, qué mejor arma que la Alegría, que espanta a la Soledad y a la Tristeza, apacigua codicias y ambiciones, y cogidos de la mano Alegría y Amor van. Una fiera, por fiera que sea, siem-pre necesitará del amor, porque hasta las fieras aman. Y eso es lo que has hecho tú. Has domado a tu fiera interna y ya no es ella quien

marca el camino a seguir. Has antepuesto la compresión a la codicia y el lobo ha aprendido a escuchar y sentir la alegría, aunque en ocasiones todavía pesen el desencanto y el desenga-ño. Por eso te esperaba Francisco, para ayudarte a domar a la fiera. Desde el primer momento ya te lo dijo. “Este lobo es la reen-carnación de San Francisco de Asís”. Tú tienes la Alegría, no la pierdas ni dejes que se vaya de tu vera para así domar a la fiera. Olvida quién fuiste y quién eres, porque pronto serás otro y tus penas y miedos marcharán lejos de ti, como si solo hubieran sido un mal sueño. De pronto, un cristalino sonido de cristales al romperse me desvió la atención de lo que estaba escuchando. Instintivamente giré la cabeza y mi atención hacia donde se había producido la rotura de cristales. Frente a la nevera, que había en un rincón de la sala comedor del refugio, estaba un joven peregrino con cara de cir-cunstancias tratando de disculparse por la jarra de cristal que con-tenía el agua fresca y que se hallaba rota a sus pies.

- Perdone. Me resbaló sin querer. ¡Vaya torpeza la mía! Lo siento.

9

- Tranquilo, no pasa nada. Espera, te ayudaré a recoger esto. - ¡Oh!, no tiene importancia. Usted siga con lo suyo. Parecía muy concentrado. Quedé a medio gesto entre sentado y levantado de la silla en la que estaba sentado, pero ante la presteza del muchacho en reco-ger los restos de la jarra rotos, decidí volver a sentarme y retomar lo que me estaba contando Inés. Lo curioso es que antes del inci-dente del muchacho, Inés estaba sentada frente a mí, y ahora no había nadie. Como un estúpido quedé pasmado ante la desaparición de Inés y pensando que era una broma poco graciosa. Miré a ambos lados, incluso debajo de la mesa, y volví a reparar en el muchacho. No sé con qué cara estaría mirándolo en aquellos momentos, pero la suya bien podía ser el reflejo de la mía, ante los gestos de asom-bro que tenía su rostro.

- Esto… Disculpa. ¿Has visto a la señora con la que estaba hablan-do hace unos momentos?

- ¿Señora…? - ¡Sí! ¡La que estaba sentada frente a mí! - Vera usted, y con todos los respetos, pero desde que estoy aquí estaba usted… bueno…que estaba usted solo. Aquello parecía de locos. ¿Cómo era posible lo que estaba ocu-rriendo? Tenía la completa seguridad de que estaba hablando con Inés. Es más, el profesor también la vio, ¡fue él quien me la pre-sentó!

- ¡A ver, chaval! ¿Tú estás seguro de lo que dices o es que estás de acuerdo con la señora para seguir la broma? El muchacho me miraba en silencio

10

un tanto asustado por lo nervioso de mis gestos y la forma de expresarme.

- Se lo aseguro. Estaba solo. - ¡Ya!, entonces ¿Por qué decías que parecía muy concentrado? - Es que estaba haciendo gestos como si en realidad estuviera hablando con alguien. Como si hablara, pero sin hablar. Parecía tan concentrado que hasta llegué a dudar si realmente estaba hablando con alguien cuando le observé, pero en la mesa no es-taba nadie más sentado que usted. ¡Oiga! ¿Es usted un mimo de esos que simulan situaciones? Porque la verdad es que lo hace muy bien. No sabía que pensar. ¿Acaso estaba hablando con un fantasma y sólo lo sabíamos el profesor y yo? Dejándome llevar por la in-tuición y la improvisación decidí seguirle la corriente al al mucha-cho.

- ¡Vaya! ¡Me has pillado! ¿Cuánto tiempo me has estado obser-vando?

- Unos diez minutos más o menos. De pronto apareció por la puerta del refugio Tau. Nada más verme acudió a mi vera moviendo la cola alegremente y lanzando gru-ñidos de satisfacción. Instantes después apareció el profesor un

tanto acalorado. - ¡Por fin lo encontré! ¡Buf! ¿Y esa cara? Parece que hayas visto un fantasma ¡ja, ja,ja! ¡Anda!, prepara tus cosas que par-timos. Voy a por las mías y vuelvo. Vigila mientras tanto a este truhán, que no

11

veas lo que me ha costado encontrarle, aunque a veces creo que es él quien nos encuentra. Me despedí del muchacho y con Tau pegado a los talones me encaminé a recoger mis cosas para partir.

- ¡Oye Tau! ¿Tú crees en los fantasmas? – le pregunté a Tau como si de una persona se tratara. A la pregunta, Tau lanzo dos ladridos rápidos.

- ¿Eso quiere decir un sí?- - ¡Guau! ¡Guau!.- Dos ladridos más. - ¿Y desde cuándo los perros creen en los fantasmas?- A la pregunta Tau respondió con un gruñido largo y pausado.

- ¡Pero bueno! ¿Qué es lo que hago yo hablando con un perro? ¡Ni que me entendiera!

-¡Guau! ¡Guau! .

12