La problemática de la ciencia social Latinoamericana en el siglo XXI; una primera aproximación al...

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1 Universidad de Chile Facultad de Ciencias Sociales Magíster en Cs. Sociales mención Sociología de la Modernización 1 er Ensayo Bibliográfico: La problemática de la ciencia social Latinoamericana en el siglo XXI; una primera aproximación al problema del desarrollo Curso: Teoría de la Modernización II Estudiante: Félix Arredondo Armijo Profesor: Manuel Antonio Garretón Asistente: Alejandro Osorio Segundo semestre, 2014.

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Ensayo de revisión bibliográfica sobre sociología del desarrollo.

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Universidad de Chile Facultad de Ciencias Sociales Magíster en Cs. Sociales mención Sociología de la Modernización

1er Ensayo Bibliográfico: La problemática de la ciencia social Latinoamericana en el siglo XXI; una primera aproximación al problema del desarrollo

Curso: Teoría de la Modernización II Estudiante: Félix Arredondo Armijo Profesor: Manuel Antonio Garretón

Asistente: Alejandro Osorio Segundo semestre, 2014.

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Contenido  1er Ensayo Bibliográfico: La problemática de la ciencia social Latinoamericana en el siglo XXI; una primera aproximación al problema del desarrollo .............................................................................. 1  

Introducción .................................................................................................................................... 3  

Sociología, la ciencia social y la problemática histórica de América Latina ................................... 3  

El problema del desarrollo y el debate sobre la modernidad: de la modernidad media a la baja modernidad. .................................................................................................................................... 6  

Nuevo modelo de modernidad y globalización ............................................................................... 8  

Eurocentrismo y colonialidad del poder ........................................................................................ 10  

Conclusión .................................................................................................................................... 12  

Bibliografía .................................................................................................................................... 12  

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Introducción

En los albores del siglo XXI la ciencia social tiene el desafío de constituirse en un campo unificado (Wallerstein, 1999), que ponga el conocimiento y la labor intelectual, en el centro de la posibilidad que tiene los sujetos de poner en marcha una nueva modernidad. Sin embargo, un segmento importante de la práctica de la sociología contemporánea chilena, crecientemente profesionalizada y diversificada en su dimensión metodológica, se ha constituido como un campo multiparadigmático (Ramos, 2005), que parece no encontrar aún, conceptos que la oriente y teorías y metodologías para dar cuenta del cambio social en curso (Garretón, 2000; De Sierra, Garretón , Murmis, & Trindade, 2007), y que junto con ello, entreguen una clara guía para la producción o institución de la sociedad.

En este contexto, la redefinición del problema del desarrollo podría volver a ser un eje articulador que oriente la producción de conocimiento (Portes, 1999), pero en un renovado contexto societal que ha cambiado profundamente las características de la modernidad: ascenso de la incertidumbre y lo flexible por sobre lo inflexible y lo pesado de una modernidad organizada por el estado nacional; un cambio tecnológico y social que permite se constituya una red social en la que fluye la información en tiempo real en cualquier lugar del mundo, y la redefinición de las formas de exclusión; la globalización económica, social, cultural y ecológica, etc. (Bauman, 2008; Wagner, 2013; Touraine, 1997; Castells, 1997; Beck, 1998; García Canclini, 1999). Todos estos rasgos redefinen la modernidad que experimentamos en las últimas décadas a fines del siglo XX e inicios del siglo XXI. En todos estos cambios, un fenómeno destaca con cierta claridad: la modernidad desbocada de los mercados amenaza la sustentabilidad de la sociedad mundial, e impulsa las identidades hacia su encierro en sí mismas, que no pueden ni quieren hacerse cargo de un problema definido ahora de manera global.

Una nueva perspectiva para interpretar esta nueva época, se hace necesaria. Resituar la mirada desde Latinoamérica, posibilita observar en este fenómeno, la extensión del proyecto iniciado en el siglo XV con el descubrimiento de América y el inicio de la época colonial como la contracara del desarrollo del capitalismo y de la modernidad colonial (Quijano, 2000). A partir de esta revisión crítica, algunas corrientes hacen emerger elementos para una modernidad alternativa, más inclusiva, igualitaria e intercultural que se haga cargo de nuestro mestizaje, afirmando la posibilidad de una versión de modernidad indígena (Rivera Cusicanqui, 2010), en la que se redefina el significado mismo del desarrollo y del bienestar.

En lo que sigue, se aborda el problema del desarrollo y su relación con el debate sobre la modernidad en América Latina, para en segundo lugar, mostrar los principales elementos de la discusión sobre globalización y los rasgos de la nueva modernidad según la descripción de parte de la sociología europea de la modernidad. Por último, se presenta la crítica de la modernidad eurocéntrica desde la perspectiva de una modernidad descolonizadora.

Sociología, la ciencia social y la problemática histórica de América Latina

La historia de la ciencia social en América Latina, y especialmente de la sociología, se encuentra fuertemente vinculada a los periodos históricos que han enfrentado los paises y a la influencia de los centros académicos, principalmente estadounidense y europeo. Tanto la trayectoria asumida, como los énfasis adoptados, han estado ligados a problemas concretos y la voluntad de los cientistas sociales de incidir en la definición de la problemática y los marcos de sus soluciones (De Sierra, Garretón , Murmis, & Trindade, 2007, pág. 21). Si bien hay una gran variedad de perspectivas, antecedentes, proyectos y demandas de conocimiento, tanto académicas como gubernamentales, los autores han propuesto la siguiente periodización del desarrollo de la ciencia social latinoamericana: a) la fase fundacional, en la que se establecen los espacios institucionales

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del desarrollo de la disciplina y coincide con proyectos académicos y políticos del marxismo y del estructural-funcionalismo; b) periodo de ruptura con la fase anterior por la crisis de los proyectos previos desencadenados por la irrupción de los regímenes autoritarios; y c) el tercer periodo asociado a los procesos de transición a regímenes democráticos y que coincide con la emergencia de nuevos enfoques en la ciencia social y teorías de alcance medio (De Sierra, Garretón , Murmis, & Trindade, 2007, pág. 45).

En la llamada fase fundacional, dos tendencias teóricas marcan el periodo de institucionalización de la sociología: la escuela de la modernización y la escuela de la dependencia, influida por el estructural funcionalismo la una y por el marxismo la otra. En la primera, el desarrollo significará la necesidad de introducir gradualmente los valores y normas correctos para la superación de la sociedad tradicional, mientras que en la segunda, el desarrollo es sólo poco más que una expresión ideológica que adopta el capitalismo occidental (Portes, 1999, pág. 11).

Si bien la historia es algo más compleja, para efectos de esta revisión conviene retener lo siguiente: La teoría de la modernización será fuertemente influida por las perspectivas que adaptan la interpretación Parsoniana a la realidad del continente, de manera que el papel de los valores y variables pauta, se considerará central. En efecto, bajo esta perspectiva en la descripción de las sociedades latinoamericanas, destacará el predominio de la adscripción por sobre el logro, ya que las personas y su posición en la estructura social depende más de su posición heredada que de sus esfuerzos. De lo que se tratará entonces, es de estimular las actitudes apropiadas. La búsqueda de la disposición al logro requerirá, en última instancia, recurrir a los factores de la personalidad, como la disposición a asumir riesgos, y la frugalidad que caracterizaron el espíritu del capitalismo tal como lo describió Weber. Sin embargo, los datos de la historia latinoamericana no coinciden con la teoría de la necesidad de logro. Ya que si bien se habría desarrollado en algunos grupos sociales, esta disposición no superó el nivel individual, siendo por el contrario, el problema del desarrollo formulado a nivel social (Solari, Franco, & Jutkowitz, 1976, pág. 480), esto justifica una perspectiva más estructural y que dé cuenta de las condiciones estructurales y no sólo aspectos culturales.

Una segunda vertiente de la teoría clásica de la modernización es la escuela del desarrollo económico. Desde una perspectiva neoclásica, plantea una mirada específica para explicar cómo los países que se encuentran atrasados respecto del desarrollo capitalista pueden desarrollarse. Los aportes fundamentales tienen que ver con la descripción de la estructuración de economías duales (como las planteadas por Arthur Lewis en la década del 50), en el que la desigualdad aparece como el precio que los países deberán pagar para pasar a un estado de desarrollo económico. Se afirma que para que la inversión tuviese un efecto estructural, debía ser de gran magnitud, con inversiones productivas desde las que emergieran las industrias básicas (Rivera, 2011), lo que desde el punto de vista del mercado del trabajo generaría un creciente flujo de mano de obra desde el sector tradicional al sector moderno. El problema de la desigualdad sería temporal, ya que en un primer momento el desarrollo generaría un desequilibrio para después “filtrar” sus resultados hacia el resto de la economía (Portes, 1999, pág. 37).

De alguna manera, estas dos vertientes se harían complementarias, en el sentido de las preguntas básicas que formula son las siguientes: ¿cómo estimular el crecimiento económico en sociedades donde predominan relaciones sociales y valores no modernos?, ¿Cómo producir un cambio estructural en la cultura, en los valores y las actitudes, que fuesen adecuados para el proceso de desarrollo económico?, ¿cómo, se puede incidir en acelerar el proceso de cambio social que señalan los paises de industrialización exitosa?. Esta es la problemática planteada por la teoría de la modernización.

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La teoría de la dependencia, en tanto sdf, agrupará a diversas formulaciones que plantean una visión crítica de la perspectiva de la teoría de la modernización tal como ha sido expuesta. Básicamente subsidiaria del marxismo de cátedra, logrará un gran impulso a partir del influjo de la revolución Cubana en la década de los 60’. También llamado proyecto científico-crítico, su tema central será el estudio del capitalismo dependiente y el problema de las vías al socialismo, desde la perspectiva de una ciencia social única no parcelada disciplinariamente (De Sierra, Garretón , Murmis, & Trindade, 2007, pág. 47). En este contexto, el capitalismo dependiente será la forma que asume el estudio del imperialismo pero desde el punto de vista de la sociedad sometida al imperio. La perspectiva de la dependencia, descubre en la división internacional del trabajo, una nueva unidad de análisis y explota la categoría centro-periferia originalmente formulada por Raúl Prebisch desde la Cepal para plantear los límites de las posibilidades del desarrollo en el contexto histórico estructural de las sociedades subdesarrolladas.

El problema de la vía al socialismo adoptará también distintas perspectivas, siendo las vías reformistas y revolucionarias de cambio social una de las distinciones más relevantes. Las alternativas de reforma o revolución estarán alimentadas principalmente por los proyectos políticos en curso. Por su parte, el cuestionamiento de la parcelación disciplinaria será la forma que adopta una pretensión de comprensión de la totalidad social, y de sus determinantes en este caso económicas y políticas.

Desde el punto de vista de los logros, se identifica la capacidad de la teoría de la dependencia de predecir la creciente hegemonía mundial de corporaciones multinacionales y transnacionales, así como la crítica al nacionalismo metodológico; desde el punto de vista de sus fracasos, se plantea que falló en predecir: 1) el fracaso del modelo de sustitución de importaciones y 2) el “éxito” de países asiáticos en régimen de dependencia (Portes, 1999, pág. 13). Otras crítica es que esta visión no estubo excenta de cierto reduccionismo de clase (Lechner, 1981, pág. 302).

La Ruptura: La derrota de los proyectos históricos que durante la segunda mitad del siglo XX adoptaron los cursos del cambio social de la mano de la reforma y la revolución social. El triunfo de la estrategia autoritaria, catalizaron la crisis de la ciencia social en su vertiente de teoría de la modernización como en su vertiente de teoría de la dependencia. La situación histórica hace virar el problema de la ciencia social hacia la comprensión del fenómeno autoritario.

En lo que viene, las ciencias sociales cursarán un periodo de diversificación en las temáticas de estudio y de las perspectivas de análisis. Paradójicamente, tanto los flujos migratorios de los científicos sociales expulsados y perseguidos por las dictaduras, como el apoyo internacional a centros de investigación, entre otros factores, permitirán un mayor desarrollo institucional de la disciplina. Pero ahora en un contexto de diversidad paradigmática, un mayor eclecticismo teórico y la proliferación de investigaciones de alcance medio vinculado a distintas problemáticas emergentes: cultura, salud, actores sociales, marginalidad. Más allá de esta diversidad, dos serán los temas principales del periodo: uno el estudio de la crisis que desembocó en la experiencia autoritaria, el otro la caracterización de las nuevas estructuras de la sociedad, con especial énfasis en las condiciones para la democratización política, así como los cambios que se derivan del cambio en el modelo de desarrollo, especialmente la globalización y sus efectos sociales (De Sierra, Garretón , Murmis, & Trindade, 2007, pág. 48).

A fines del siglo XX, concluida la experiencia autoritaria, la diversidad de problemáticas sociales no encuentra respuesta en un paradigma excluyente, como fueron el estructural funcionalismo o el marxismo, declarándose la ciencia social como campo multiparadigmático. Sin embargo, desde el punto de vista de la práctica disciplinaria, la investigación empírica sigue fuertemente marcada por el positivismo y por un paradigma interpretativo híbrido (o interpretativo laxo, que comparte varios

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supuestos con el positivismo), que expresaría una falta de complejidad metodológica. Esta falta de complejidad podría estar dada por el volcamiento de la disciplina fuera de ella, hacia los problemas sociales, más que hacia su desarrollo interno, elemento que es una de las características históricas sobresalientes de la sociología latinoamericana (Ramos, 2005, pág. 119).

El campo disciplinar unificado de la ciencia social no parece estar cerca, sin embargo, el problema del desarrollo y su redefinición es un eje articulador potencial: desarrollo humano como un concepto más amplio que el puro desarrollo económico, el bienestar subjetivo y el posicionamiento de la felicidad como objetivo social a alcanzar, o las ideas vinculadas al buen vivir son indicativas de esta discusión.

El problema del desarrollo y el debate sobre la modernidad: de la modernidad media a la baja modernidad.

El problema del desarrollo fue la condicionante social principal que dio forma a la teoría de la modernización durante los años 50’ en latinoamérica. Desde la ciencia social estructural funcionalista se entendió la modernización como la trayectoria social y la activación de procesos de cambio que llevan desde la sociedad tradicional a la sociedad moderna. En una segunda clave, desde la perspectiva marxista se entendió el desarrollo como despliegue de las fuerzas productivas. El progreso aparece como un proyecto colectivo a realizar centrado en el aumento de la capacidad de producción de una sociedad que es capaz de realizar sus acciones proyectando un futuro. De producción material por medio de la economía, de producción de si misma por medio de la política, unificadas por la fuerza del estado nación. En esta epoca, las naciones que se identifican con el capitalismo, como aquellas que desde la revolución bolchevique se identificaban con el socialismo, tenían el mismo fin de desarrollar las fuerzas productivas.

Sin embargo, desde la década del 70’ en adelante, la reestructuración productiva, el salto tecnológico y las distintas dimensiones de la globalización, cuestionan la propia identidad entre economía, política y cultura en un territorio nacional estatal. Para intentar comprender que es lo transversal en el concepto de modernidad y que es lo específico del periodo o la variante concreta de modernidad, valga exponer alguna periodización que aparece común en las observaciones de distintos exponentes de la ciencia social contemporanea.

Habría que distinguir entre la modernidad y las distintas formas de su autocomprensión. Una perimera forma de autocomprensión sería el pensamiento iluminista, y que se desarrolló en el movimiento conocido como la ilustración. Esa primera concepción de modernidad, produjo una interpretación racionalista que identificó la modernización como el proceso mediante el cual se crea una sociedad racional (Touraine, 2000, pág. 18). En esta primera versión de modernidad, el racionalismo se presenta como una ideología que declara el triunfo de la razón sobre la tradición, como liberación y revolución. Una imagen racionalista que rechaza el dualismo hombre/naturaleza; cuerpo/alma, macrocosmos/microcosmos, etc y que identifica al “todo” gobernado por una ley racional que hay que descubrir. En esta versión o interpretación, Touraine ve una de las vertientes que definen a la modernidad: el desarrollo de la razón instrumental: y en el desarrollo de esta diimensión de la modernidad “la sociedad moderna descarta al individuo y lo sagrado en provecho de un sistema social autoproducido, autocontrolado y autorregulado” (Touraine, 2000, pág. 36), descartando de paso cada vez de manera más activa la idea de sujeto.

A esta autocomprensión de la modernidad occidental por parte del racionalismo, el mismo autor opondrá el pensamiento religioso que salva al sujeto con la idea de libre albedrío, de esta manera el segundo componente de la modernidad es la subjetivación, "es menester que sujeto y razón coexistan en el ser humano” será la conclusión del pensamiento de Descartes (Touraine, 2000, pág. 48). Por medio de este reconocimiento, este filósofo de la primera modernidad habría hecho

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andar a la modernidad en sus dos pies al reconocer el principio dualista que habita el individuo. Lo que en definitiva posibilitaría que tanto la razón como la voluntad de creación, y por lo tanto el principio de libertad, sean fuente constitutiva del sujeto moderno.

En base a lo expuesto en los parrafos anteriores, es posible plantear que la primera época de la modernidad habría puesto una frente a la otra el desafío de la racionalización del mundo y la constitución del individualismo moral. Las revoluciones buerguesas crearon el estado-nación, la economía capitalista y los derechos del hombre y del ciudadano en Europa. El progreso de la ciencia y el desarrollo de la tecnología engendró el industrialismo. Durante el siglo XIX, la creciente autonomía de la economía y especialmente del capitalismo, derribó esta unidad, ya que expandió la miseria y la riqueza que hace estallar este sociocentrismo de una racionalidad de tabula rasa (Touraine, 1997, pág. 135).

Después de la crisis de la modernidad clásica, que, entre otras causas estuvo asociada al fin de la paz victoriana. El desarrollo sin freno de la idea y del proyecto de mercado autorregulado desencadenó la crisis imperial por el reparto del mundo (Polanyi, 1989). Después de la crisis del sistema de relaciones internacionales que supuso el periodo de las guerras mundiales, emergerá un nuevo mundo. Este periodo de reconstrucción, que algunos llaman los “treinta gloriosos”, llegó a erigirse como la gran síntesis entre orden y desarrollo. Touraine (1997) denomina a este periodo la modernidad media. Si bien la idea de progreso lineal e irreversible había sufrido un revés con la guerra, al menos la solución institucional del estado nacional que busca el desarrollo en la interacción de crecimiento económico sostenido y participación social cada vez más ampliada, fue una variante que permitiría, después de las turbulencias del despegue, un crecimiento controlado y autosostenido de la mano de la industrialización y de la identidad nacional (Touraine, 1997, pág. 136).

Es en este contexto que se problematiza el desarrollo de las sociedades latinoamericanas. El problema entonces se formula de la siguiente manera: las sociedades desarrolladas han transitado un camino histórico que, mediante el impulso de procesos sociales, económicos, políticos y culturales ha desencadenado un proceso de desarrollo capitalista con elementos de justicia social de la mano del industrialismo. Será ese, por lo tanto, el camino que deberán transitar aquellas sociedades atrasadas si quieren llegar al mismo punto que sus predesesoras. Esta concepción lineal y eurocéntrica será hegemónica, mientras que aquellas críticas a esta concepción, como la teoría de la dependencia, serán marginales en el debate sobre modernidad, pero su perspectiva es recuperada en el debate actual por medio de la idea de interconexión que propone Peter Wagner, como veremos más adelante (Wagner, 2013, pág. 21).

La sociedad industrial construyó en los territorios de mayor desarrollo capitalista, formas de ciudadanía que significaron un creciente reconocimiento de derechos civiles, políticos y económicos. Y sin embargo, esta promesa del industrialismo y del desarrollismo, que desde las perspectivas de la teoría de la dependencia funcionaba sólo en el centro y no en la periferia, ha sido rota con la reestructuración de la economía mundial. Desde la década del 70’ en adelante, la alianza entre modernización y justicia social se deshace en todas partes, las ideologías progresistas se desintegran y emerge la incertidumbre como eje troncal de todo proceso de subejtivación. El orden es reemplazado por el riesgo como elemento constitutivo de la vida en sociedad (Touraine, 1997, pág. 139).

La crisis de la modernidad media

Este cambio social radical, asociado también a la emergencia de la sociedad postindustrial, hace necesario un principio de integración debil: la baja modernidad. En ella, el retorno del sujeto emerge como un proyecto capaz de rescatar a la modernidad desbocada de los mercados y de los

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procesos de encierro en identidades excluyentes, que se generan como expresión de la crisis de las instituciones. La baja modernidad es la respuesta a la crisis de la modernidad organizada como posibilidad de tomar las riendas del destino de la historia por medio del retorno del sujeto que ha sido reprimido por una modernidad in extremis (Hinkelammert, 2006). Esta modernización de los objetos, ha exsacervado el desarrollo de la racionalidad instrumental. El dualismo cartesiano en que res extensa (naturaleza, cuerpo humano, sociedad, etc.) es definida como el objeto de control y dominación, es llevado al extremo en que esta forma de racionalidad.

El sujeto lucha sin fin contra el orden social impuesto y los poderes establecidos, por ello la modernidad triunfa no sólo con la ciencia, sino también con la conciencia, y no más por la conformidad con un orden determinado (Touraine, 2000, pág. 206). En este contexto, tanto la sexualidad y la comunidad son fuerzas de resistencia, sin embargo también constituyen un riesgo de una configuración identitaria puramente hedonista o el encierro en comunidades cerradas y excluyentes: identidades étnicas, religiosas e ideológicas representan una fuente de sentido frente a la crisis social. Este último tema será justamente la pregunta fundamental que Touraine intentará responder en ¿Podremos vivir juntos? iguales y diferentes, siendo una de las principales cuestiones lanzadas al presente de la vida en el mundo globalizado.

Con la crisis de la segunda modernidad, o modernidad organizada, se ha abierto un proceso de cambio social que no termina de ser comprendido. Algunas imágenes que permiten acceder a este cambio societal es lo que, por medio de una metáfora, Bauman (2008), ha llamado modernidad líquida en contraposición a la modernidad sólida y el debate sobre la globalización (Beck, 1998) (Castells, 1997) (García Canclini, 1999) (Garretón, 2000). En lo que sigue, se presenta resumidamente ese debate que muestra algunos rasgos del nuevo orden social que comanda el cambio, y que impone nuevos desafíos a tener en cuenta en la problemática del desarrollo.

Nuevo modelo de modernidad y globalización

La sociedad en la que nos encontramos en los albores del siglo XXI es más de ruptura que de un modelo social cristalizado. En efecto, especificado a través de historias locales, las identidades y variaciones contextuales, se combinarían dos modelos de modernidad: El modelo de sociedad industrial de estado nacional y la sociedad postindustrial globalizada (Garretón, 2000). Se trataría entonces de diversas combinaciones de una y otra, lo que da por resultado hibridaciones en las sociedades concretas con mayores presencias de elementos de una o de otras según el caso.

En breve, la sociedad industrial de estado nacional habría hecho coincidir en un mismo espacio territorial una formación económica, una forma de organización política, una organización social y una identidad. En este sentido, esta se presenta como una sociedad de instituciones: empresa que reune capital y trabajo; estado nacional organiza la política vinculada a la expresión de clases sociales que asignan posiciones estructurales a agentes colectivos, e identidades nacionales como memoria de un pasado y futuro común (Garretón, 2000, pág. 33). El nuevo modelo de modernidad postindustrial globalizada no reemplaza al modelo anterior, pero horada sus instituciones.

Castells (1997, pág. 34) plantea que las confusas tendencias de cambio social que vivimos en el mundo contemporaneo a fines del siglo XX se encuentran emparentadas con el cambio fundamental que significa el nuevo modo de funcionamiento de la economía internacional. Funcionando en tiempo real y a escala planetaria, en base a flujos de información, constituyendo de esta manera una red que ya no reconoce un único centro, el cambio tecnológico es la base material de la reestructuración global.

Es postindustrial ya que la organización de la sociedad se realiza más por el consumo y la comunicación, es decir lo social y lo cultural por sobre la economía y la política, pero además

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porque en el terreno económico adquiere relevancia el capital financiero por sobre el capital industrial, desde el punto de vista del trabajo aumenta la relevancia del sector servicios y de manera más general, el trabajo deja de ser el principal eje de estructuración de la sociedad (Garretón, 2000, pág. 41).

Las nuevas tecnologías de la información permitirían descentralizar la gestión del trabajo, y de esta manera, posibilitarían un proceso social de individualización de los trabajadores, que ya no responderan al modelo de clases sociales que caracterizó la organización social en la sociedad industrial. El trabajo sufre grandes transformaciones. La nueva forma de producción en la sociedad de la información requiere de un nuevo trabajador, y los que no se adaptan son desplazados y devaluados generando nuevos procesos de exclusión social.

Por otra parte, Ülrich Beck (1998) señala que no es correcto confundir el proceso de globalización sólo con el globalismo como ideología del mercado mundial. El globalismo reduciría el proceso sólo a su dimensión económica. En este sentido, el globalismo es la identificación ideológica entre globalización y neoliberalismo sustentado en la idea liberal de que la ampliación constante de las determinaciones impuestas por el mercado mundial, harán elevar la riqueza y disminuirán las desigualdades. Sin embargo, lo característico de esta nueva modernidad (que Beck llama segunda modernidad), es que “vivimos en una sociedad mundial multidimensional, policéntrica y contingente(…). Sociedad mundial sin Estado mundial y sin gobierno mundial” (Beck, 1998, pág. 164). Por lo tanto existirían dimensiones de la globalización irreductibles las unas a las otras: principalmente la globalización ecológica, la globalización cultural, la globalización de la sociedad civil.

Otra imagen para caracterizar la ruptura es la oposición entre modernidad sólida y modernidad líquida que expone Bauman (2008). La modernidad sólida habría emergido como la regulación social que limitaba los excesos de una racionalidad instrumental que, profanando lo sagrado, destruyó las ataduras que limitaban el cálculo racional del mercado. Esta regulación social, se construyó principalmente por medio de un arreglo político, que contenían siempre un riesgo de totalitarismo (pag 11). En este sentido, la modernidad sólida contiene cierta equivalencia respecto de lo que antes se ha denominado modernidad media.

La emancipación en el contexto de modernidad sólida, es la oposición y crítica a un mundo de instituciones. Una modernidad sociocéntrica que buscaba la reducción de la contingencia, el aumento de la previsibilidad, valoraba lo homogeneo y masivo contenía el germen de la homogenización de una sociedad de masas. Los íconos de esta modernidad son las grandes empresas de producción masiva, la economía de escala, las burocracia racional legal, el panoptico de Bentham que desde un centro lo ve todo. En este contexto, el programa de la teoría crítica es la defenza de la autonomía y de la libertad (Bauman, 2008, pág. 31).

La modernidad líquida sería entonces lo contrario, se caracteriza por la disolución de la política, al menos en su forma institucionalizada en partidos, que anclados en la estructura social de clases, participan en la construcción de un Estado nacional. La característica de esta nueva modernidad es el predominio de la contingencia, la disminución de la previsibilidad y la valoración de los heterogeneo y exclusivo. Los iconos de esta forma social son la empresa red, que disloca el lugar del capital, la producción y el consumo en flujos globales. En este contexto de vidas flexibles, “las estrategias y los planes de vida sólo pueden ser de corto plazo” (Bauman, 2008, pág. 147).

La liquidez de la nueva modernidad se presenta como la disolución de los frenos que significaban los vínculos entre elecciones individuales y los proyectos y acciones del colectivo. En este sentido, es una versión privatizada de modernidad en las que tanto el triunfo como el fracaso se individualizan. Es un cambio también en una dimensión cultural pero con bases estructurales: “los

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riesgos y las contradicciones siguien siendo producidos socialmente; solo se está cargando al individuo con la responsabilidad y la necesidad de enfrentarlos” (Bauman, 2008, pág. 40). El gran problema de la modenidad líquida se presenta como el paso de los individuos de jure a individuos de facto; lo que implica la reconstrucción del espacio de lo público, cuando el poder se expresa como subpolítica, es decir como poder fáctico no controlado por ciudadanos a través de las instituciones de la democracia, es necesario redefinir las forma en la que la sociedad retoma algo de contol colectivo sobre las formas de vida.

Eurocentrismo y colonialidad del poder

Las distinciones que permiten situar las epocas de la alta modernidad como primera versión durante el siglo XIX de la mano de la sociología clásica de los padres fundadores y especialmente de la ilustración; respecto de una segunda modernidad que, más o menos, se ubica en el contexto de la postguerra hasta la década de los 70’ y por último, de la crisis de esa modernidad que fue entendida por algunos como fin de la modernidad a partir de la crisis de los relatos, tienen un rasgo en común: iguala modernidad a formas de su autocomprensión o relato de legitimación (Hinkelammert, 2006, pág. 21). En una versión alternativa, lo característico de la modernidad sería el desarrollo de la racionalidad instrumental que se desarrolla entre los siglos XIV y XVI, es en este periodo histórico que: surge la ciencia natural empírica, se descubre que la tierra es redonda y el descubrimiento de América da nueva fuerza a imprerios por primera vez mundiales, se establece un comercio mundial colonial.

Por otra parte, Peter Wagner (2013), plantea que la sociología europea de la modernidad ha tenido un sesgo eurocéntrico, y que ese sesgo no ha permitido ver un hecho fundamental en las condiciones de posibilidad de la variedad de modernidad europea: la emergencia en el siglo XIX de una división atlántica del trabajo (Wagner, 2013, pág. 13).

La crítica de la modernidad, tanto en la versión de Giddenss, Habermas y Touraine, habrían perdido de vista la interconexión global, y no consideró que la sociedad del siglo XIX creo condiciones para una modernidad que varía según la localización en la constelación global (Wagner, 2013, pág. 20). Además, lo que se puede considerar lo característico de la modernidad es la conciencia del cambio histórico, y esta es principalmente estimulada por el encuentro del viejo y el nuevo mundo en el siglo XV.

En los márgenes de la corriente dominante de crítica de la modernidad, aparecen tres rasgos centrales que identifica el autor como elementos para una sociología mundial de la modernidad: a) no hay dinámica de la modernidad independiente, ya que existe una relación de asimetría y de dominación: Las sociedades más avanzadas generan el subdesarrollo de las atrasadas; b) mientras que la modernidad europea es una ruptura endógena, la modernidad no europea es impuesta desde fuera, por distintas formas de dominación colonial y postcolonial; y c) Estas asimetrías generan distintas variedades de la modernidad (Wagner, 2013, pág. 21).

La modernización implica el desarrollo de la racionalidad instrumental, pero también de su crítica. Lo moderno no es sólo el cálculo, sino también la posibilidad y conciencia del cambio histórico, la posibilidad de institución de la propia sociedad. La idea de soberanía. El dominio sobre la naturaleza, sobre sí mismo y sobre los otros pone en peligro la misma sostenibilidad del planeta Tierra al desplazar permanentemente los desperdicios lejos de casa (Wagner, 2013, pág. 25), por lo que es necesario una modernidad que reflexiones sobre sus propias consecuencias.

Tanto la postura de Wagner como la de Hinkelammert, abogan por una mirada histórica de largo plazo para comprender la situación actual de nuestra sociedad mundial. Desde esa perspectiva, Quijano (2000), plantea una mirada más transversal a la modernidad, una mirada de más largo

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plazo. Se plantea desde esta perspectiva que la globalización es la culminación de un proceso que comienza con el descubrimiento, o mejor aun, con la constitución de América en el siglo XV. Lo que se constituye desde ahí es un capitalismo colonial/moderno eurocentrado. El patrón de poder mundial que se instituye en la idea de raza, y que es producto del colonialismo, sería el rasgo central de variante de modernidad eurocéntrica. Es decir, lo moderno se constituye en una nueva fuerza de segmentación y de negación de la condición de sujeto de los no modernos, conceptualizados como inferiores. Los conceptos asociados a condicones raciales serán el fundamento para distinguir en donde se desarrollan relaciones de producción modernas, es decir asalariadas, respecto de aquellas en donde se instituyen relaciones de producción feudales, de inquilinaje o de esclavitud. En este sentido, el argumento es que, a diferencia del discurso respecto de las etapas de desarrollo capitalista, en el desarrollo del capitalismo se encuentran interconectadas las formas capitalistas y coloniales de producción y dominación. Esclavitud, relaciones de inquilinaje, y trabajo asalariado, son parte de las relaciones de producción de un mismo sistema económico mundial colonial/moderno.

Con los procesos de independencia nacional y la constitución de los estados nacionales en el tercer mundo, este patron de dominación colonial se mantendría. En esta trayectoria histórica, en América no se habrían constituido estados-nación, ya que en la gran mayoría, la gran concentración de la tierra hizo imposible cualquier tipo de relación democrática con el mundo indígena colonizado. Siendo mayoritario en una gran cantidad de países hasta la actualidad. Por lo expuesto, el proceso de desarrollo del estado nacional en realidad sería la história de un estado oligárquico. La experiencia nacional popular durante el siglo XX lo que logró en muchos casos fue un ensayo de estado nacionalizado (Quijano, 2000, pág. 17).

En gran parte de la Latinoamérica en el s. XIX, poco más del 90% de la población total era indígena, mestiza o negra. Y sin embargo, durante todo el proceso de organización del Estado, les fue negado el derecho a ser parte de su conformación. Por ello, desde el inicio de las repúblicas nacionales en Latinoamérica, el desafío ha sido el de la nacionalización. Pero lo que ha ocurrido es la rearticulación de la colonialidad del poder sobre nuevas bases.

Sin embargo, una reelaboración de la modernidad es posible, si se observa una modernidad en la que “la constitución del Ego individual diferenciado es lo nuevo que ocurre con América y es la marca de la modernidad”; y principalmente, la consciencia del cambio histórico y de que la historia puede ser resultado de lo que hacen las personas (Quijano, 2000, pág. 12).

Como alternativa a la modernidad/colonial eurocéntrica, es posible oponer otras modernidades en que la autodeterminación política y religiosa signifique un retorno a la propia historicidad latinoamericana, y de manera más amplia al llamado sur global. Una descolonización de los imaginarios y de las identidades. En este sentido, es pertinente hablar ya no de “la” modernidad, si no que de las modernidades, como variantes que permiten desde distintas fuentes la constitución de sujetos. No sólo como racionalidad instrumental o emancipatoria, sino que también como expansión de la subjetividad y de las identidades y memorias colectivas (Garretón, 2000, pág. 43).

Algunos de los aportes de la concepción indígena del tiempo para redefinir la modernidad es posible. Como se sabe, “el mundo indígena no concibe a la historia linealmente, y el pasado-futuro están contenidos en el presente” lo que rechaza la idea de lo indígena como pasado (Rivera Cusicanqui, 2010, pág. 54). El rechazo del dualismo cartesiano que separa cuerpo, emocionalidad y naturaleza respecto de la razón, hacen posible el retorno de un sujeto que enfrenta desde la vitalidad. Estos elementos configuran la posibilidad de una nueva modernidad en la que la hibridez del mestizaje hace emerger un tercero que supera un limitado multiculturalismo que reduce lo indígena al origen, y en este sentido, al pasado. La modernidad propuesta, es entonces un tejido

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intercultural con normas de convivencia legítimas entre diferentes. Este sería por lo tanto, un proyecto de modernidad más orgánica, que implica una redefinición de lo que se entiende como bienestar y desarrollo (Rivera Cusicanqui, 2010).

Conclusión

El problema del desarrollo fue el que definió en sus orígenes los marcos conceptuales y políticos de la sociología en Latinoamérica. Fue en relación a la investigación de sus factores desencadenantes, o determinantes causales, que se desplegó la economía del desarrollo y la primera teoría de la modernización. En relación a esa problemática también se definió su contrario, desde la vereda de la teoría crítica, la teoría de la dependencia planteaba los límites económicos y políticos del desarrollo.

El debate sobre la nueva modernidad que experimentamos como un modelo emergente de sociedad postindustrial globalizada, viene a cuestionar el los supuestos fundamentales de la epocal en que se dio la discusión sobre el desarrollo: fe en el progreso, desarrollo de las instituciones que canalizan el pacto social a través de instituciones en el marco del estado nacional, despliegue de las fuerzas productivas como condición del desarrollo economico y social.

Por otra parte, hay una vertiente de crítica de la modernidad que no ha sido hegemónica en esta discusión y que plantea de alguna manera los límites de la teoría europea de modernidad. El colonialismo es en esta visión la contracara de los procesos de modernización. Es una nueva versión de la teoría de la dependencia, pero que ya no comparte necesariamente los supuestos de ésta: principalmente la fe en el progreso lineal de la historia y la necesidad de desarrollo de las fuerzas productivas para impulsar el industrialismo.

Esta versión de modernidad latinoamericana asume la potencia de lo mestizo, de una concepción espiral del tiempo, de una crítica del dualismo sujeto-objeto, que permite reproblematizar los conceptos de desarrollo y bienestar como ejes articuladores de la reconstitución de un espacio público.

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