La Población Mundial

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CAPÍTULO 3 LA POBLACIÓN MUNDIAL por JOAQUÍN ARANGO VILA-BELDA Universidad Complutense de Madrid El de la población en la historia. Una visión sucinta Hace unos pocos años, cuando el siglo xx se acercaba a su fin, la población del mundo alcanzó la imponente cifra de 6.000 millones de personas. De acuerdo con el anuncio de Naciones Unidas, tan destacado acontecimiento habría tenido lu- gar el 12 de Octubre de 1999. Se trataba, desde luego, de un anuncio de carácter simbólico, por cuanto resulta de todo punto imposible medir con tal exactitud el ta- maño de una población, especialmente la de todo el planeta. Poco importaba, sin embargo, que esa cifra se hubiera alcanzado unos meses antes o después de la fecha escogida. Lo importante era llamar la atención sobre el crecimiento de la población mundial y sus múltiples implicaciones; y un hito tan señalado como el que supone sumar un nuevo millar de millones de personas proporcionaba una ocasión propicia para ello. Un breve repaso a la cronología de los anteriores hitos, o, lo que es lo mismo, a las fechas aproximadas en las que el tamaño de la población mundial sumó los ante- riores millares de millones de personas, puede proporcionar una primera aproxima- ción a la peculiar dinámica de su crecimiento (cuadro 3.1). Como pone de manifiesto el cuadro 3.1, la mitad del actual tamaño de la pobla- ción mundial se ha generado en los últimos cuarenta años; y cinco sextas partes del mismo, en el corto lapso de apenas dos siglos. En otras palabras, hace cuarenta años el número de los humanos era sólo la mitad del actual; y hace sólo doscientos, la sex- ta parte. El cuadro también revela que el número de años que la población humana ha necesitado para añadir mil millones a su volumen ha tendido a reducirse conforme se acercaba al presente; y pone de manifiesto que tardó muchísimo más en alcanzar los primeros mil millones que en sumar los cinco millares siguientes. Por consiguiente, el cuadro apunta a la existencia de dos fases en la historia de la población humana, sepa- radas inicialmente por la fecha en la que se alcanzaron los primeros mil millones de habitante s: una muy larga, de crecimiento lento, casi imperceptible, y otra mu y corta, de crecimiento acelerado, en forma de bola de nieve.

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Apunte para trabajo de Geografia Regional.Taller I

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    CAPTULO 3

    LA POBLACIN MUNDIAL

    por JOAQUN ARANGO VILA-BELDA Universidad Complutense de Madrid

    El cr~cimiento de la poblacin en la historia. Una visin sucinta

    Hace unos pocos aos, cuando el siglo xx se acercaba a su fin, la poblacin del mundo alcanz la imponente cifra de 6.000 millones de personas. De acuerdo con el anuncio de Naciones Unidas, tan destacado acontecimiento habra tenido lu-gar el 12 de Octubre de 1999. Se trataba, desde luego, de un anuncio de carcter simblico, por cuanto resulta de todo punto imposible medir con tal exactitud el ta-mao de una poblacin, especialmente la de todo el planeta. Poco importaba, sin embargo, que esa cifra se hubiera alcanzado unos meses antes o despus de la fecha escogida. Lo importante era llamar la atencin sobre el crecimiento de la poblacin mundial y sus mltiples implicaciones; y un hito tan sealado como el que supone sumar un nuevo millar de millones de personas proporcionaba una ocasin propicia para ello.

    Un breve repaso a la cronologa de los anteriores hitos, o, lo que es lo mismo, a las fechas aproximadas en las que el tamao de la poblacin mundial sum los ante-riores millares de millones de personas, puede proporcionar una primera aproxima-cin a la peculiar dinmica de su crecimiento (cuadro 3.1).

    Como pone de manifiesto el cuadro 3.1 , la mitad del actual tamao de la pobla-cin mundial se ha generado en los ltimos cuarenta aos; y cinco sextas partes del mismo, en el corto lapso de apenas dos siglos. En otras palabras, hace cuarenta aos el nmero de los humanos era slo la mitad del actual; y hace slo doscientos, la sex-ta parte. El cuadro tambin revela que el nmero de aos que la poblacin humana ha necesitado para aadir mil millones a su volumen ha tendido a reducirse conforme se acercaba al presente; y pone de manifiesto que tard muchsimo ms en alcanzar los primeros mil millones que en sumar los cinco millares siguientes. Por consiguiente, el cuadro apunta a la existencia de dos fases en la historia de la poblacin humana, sepa-radas inicialmente por la fecha en la que se alcanzaron los primeros mil millones de habitantes: una muy larga, de crecimiento lento, casi imperceptible, y otra muy corta, de crecimiento acelerado, en forma de bola de nieve.

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    AFias

    1804 1927 1960 1974 1987 1999

    GEOGRAFA HUMANA

    CUADRO 3. 1. Algunos hitos en la histo ria de la poblacin mundial

    Tamwio de la poblacin

    1.000 2.000 3.000 4.000 5.000 6.000

    Nmero de wlos entre hitos sucesivos

    123 33 14 13 12

    Fcilmente se puede deducir que, desde el punto de vista del tamao de la po-blacin mundial , estamos viviendo un perodo excepcional : un tiempo en el que el nmero de los humanos se ha multiplicado en forma inusitada. Para saber cundo co-menz ese tiempo, cmo ha evolucionado, a qu factores se ha debido, y qu cabe es-perar en el prximo futuro , conviene dar un somero vistazo de conjunto a la historia de la poblacin humana, con la ayuda de unas cuantas cifras, un poco ms numerosas que las del cuadro anterior, e incluso no totalmente coincidentes con ellas, por prove-nir de estimaciones diferentes (cuadro 3.2).

    La primera columna del cuadro 3.2 se compone de un cierto nmero de fechas escogidas por significativas, simblicas o meramente indicativas. La segunda ofrece el tamao estimado de la poblacin mundial para cada una de ellas. La tercera recoge la tasa de crecimiento de esa misma poblacin entre esa fecha y la inmediatamente precedente. La cuarta columna, finalmente, presenta el nmero de aos que tardara en duplicarse la poblacin mundial si creciera a la tasa de crecimiento de ese momen-to. No hace falta insistir en que las dos ltimas columnas indican o ponen de mani-fiesto el ritmo o velocidad del crecimiento en cada fase.

    Por lo que hace a las fechas , la ms difcil es la primera, que debera correspon-der al punto de partida de la historia que narra el cuadro 3.2, y que no es otro que el momento en que se sita la aparicin de la especie humana, diferenciada de sus ante-cesores . Esa fecha es, por supuesto, incierta y aproximada. De hecho, vara a medida que nuevos descubrimientos arqueolgicos y antropolgicos retrotraen a fechas ms antiguas los vestigios humanos ms remotos de los que se tiene noticia. En esta oca-sin supondremos que la especie humana se diferenci de sus predecesores hace dos millones de aos, y que originariamente estuvo compuesta por dos individuos, aun-que lo ms probable es que consistiese en un conjunto de bandas itinerantes que con-taban unos pocos miles de individuos. Las restantes cifras, para las siguientes fechas, ya son estimaciones cuya verosimilitud aumenta a medida que nos aproximamos al presente.

    En la maraa de cifras contenidas en el cuadro 3.2, especialmente en los indica-dores recogidos en las columnas tercera y cuarta, pueden reconocerse tres disconti-nuidades, tres cambios de ritmo, especialmente llamativos. Son las que cmresponden a los aos 1750, 1950 y 1975. La primera es la que divide en dos grandes fases la his-toria de la poblacin humana: una larga y lenta, de crecimiento pausado, casi imper-ceptible en e l largo plazo; y una segunda breve y n1pida. Puede dec irse que el perodo excepc io nal durante e l cual la pob lac in del mundo adquirir e l grueso del vo lumen que tiene en la actualidad se ini cia a mediados del siglo XVI II -ms bien a sus co-

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    CUADRO 3.2. Evolucin del tamaiio de la poblacin mundial, fechas escogidas

    Aiio Tamcuio de la poblacin Tasa de crecimiento anual Anos necesarios para

    (en millones) (en%) duplicacin a esa rasa

    -2.000.000 - 8.000 8 0,00076

    9 1.204

    o 300 0,0453 1.530 1750 800 0,056

    1.238

    1800 1000 0,446 155

    1850 1300 0,525 132

    1900 1700 0,535 129

    .. 1950 2500 0,771 90 1975 4100 1,979

    35

    2000 6000 1,523 46

    FUENTE: United Nations Population Division, World Population Prospects, New York, diversos aos.

    mienzos, si utilizramos datos ms desagregados-. Un ilustre historiador de la medi-cina, Thomas McKeown, propuso acertadamente para este perodo la denominacin de la era del Moderno Crecimiento de la Poblacin (MCP), por analoga con la ex-

    ,.....:'"-- - presin Moderno Crecimiento Econmico con la que los economistas designan a la era inaugurada por la Revolucin Industrial (McKeown, 1976).

    La segunda discontinuidad en la tasa de crecimiento de la poblacin del mundo se produce en torno a 1950, y supone una marcada aceleracin dentro del perodo de crecimiento sostenido que se acaba de sealar. Por esas fechas, el ritmo de crecimien-to de la poblacin se triplica en relacin al perodo anterior, y consiguientemente se reduce drsticamente el nmero de aos que tarda la poblacin mundial en duplicar su volumen. En consecuencia, la poblacin mundial se triplica en tan slo cuarenta aos. Este crecimiento vertiginoso, que convierte a la segunda mitad del siglo XX en el momento histrico de mayor crecimiento de la poblacin humana, es conocido en-tre los demgrafos como el Rpido Crecimiento de la Poblacin (RCP).

    El Rpido Crecimiento de la Poblacin an est en curso, pero no va a durar mucho. Y aunque el futuro es por definicin imprevisible, ste es un pronstico de los menos arriesgados que pueden formularse. En efecto, hay dos poderosas razones para pensar que este excepcional perodo de crecimiento ser de corta duracin . Por un lado, un crecimiento tan vertiginoso resultara insostenible incluso en un corto pero-do de tiempo. Una sencilla operacin aritmtica, basada en la conocida ley de las pro-gresiones geomtricas, lo pone de manifiesto sin lugar a dudas. Supongamos que la poblacin mundial contaba 6000 millones de habitantes en el ao 2000, y que su tasa de crecimiento era de 1,4 % anual. Supongamos que esa tasa -muy inferior al 2,1 % que lleg a conocer en los aos setenta-se mantiene invariable. Una poblacin que crece al 1,4 % se duplica cada 50 aos aproximadamente. Los sucesivos tamaos de la poblaci n mundial a los que conducira esa tasa estn recogidos en e l cua-

    dro 3.3. No cabe duda de que la tasa de crecimiento actual deparara tamaos de pobla-

    cin pronto insostenibles . Hace treinta aos, Ansley Coale propuso un sencillo ejerci-c io de es te tipo , proyectando hac ia e l futuro la tasa de c rec imiento de la poblacin mundial entonces vigente, 2 %, que supondra duplicaciones cada 35 aos. Su conclu-

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    CUADRO 3.3. Tamaos de la poblacin mundial en fechas escogidas si desde el mio 2000 creciera al 1,4 % anual

    Aos

    2000 2050 2100 2150 2200 2250 2300

    Tamwio de la poblacin (en millones)

    6.000 12.000 24.000 48 .000 96.000

    192.000 384.000

    sin fue que, de continuar, en 700 aos habra tres personas por metro cuadrado, y en menos de 5000 aos la poblacin humana constituira una masa que se expandira a la velocidad de la luz. Coale afirmaba entonces que ello no ocurrira, aunque no se saba cmo no ocurrira (Coale, 1974).

    Ahora, y ste es el segundo argumento, s lo sabemos: no ocurrir porque la na-talidad est descendiendo a escala planetaria. La consiguiente desaceleracin en la tasa de crecimiento ya ha comenzado, impulsada por el declive de la fecundidad en el mundo menos desarrollado; de hecho, tal desaceleracin, claramente perceptible des-de 1975, marca la tercera gran discontinuidad revelada por el cuadro 3.2. Desde en-tonces, en apenas tres decenios, la tasa de crecimiento anual de la poblacin mundial ha pasado de 2,1 a 1,3, una reduccin de ms de un tercio. Todos los indicios apuntan a la continuacin de esa tendencia. Lo que est en duda es slo el ritmo al que se pro-ducir y el tamao en el que finalmente se estabilizar la poblacin mundial. De he-cho, sta contina creciendo deprisa, por la inercia del crecimiento anterior, manifies-ta en el abultado tamao de las cohortes en edad reproductiva, a causa de la elevada fecundidad anterior. Esta inercia seguir alimentando un crecimiento considerable durante algunos decenios, pero el tamao de la poblacin mundial debera terminar por estabilizarse en algn momento de la segunda mitad del siglo XXI. A lo dicho hay que aadir un factor tan imprevisto como desgraciado: en los primeros aos del siglo XXI, la mortalidad causada por el SIDA est adquiriendo proporciones tales como para contribuir a la desaceleracin del ritmo de crecimiento de la poblacin mundial.

    En consecuencia de todo ello, en el futuro se podr percibir, con mayor claridad que en el presente, que el moderno crecimiento de la poblacin y, an ms, su fase de rpido crecimiento, habrn constituido un perodo excepcional y transitorio en la his-toria humana. Cuando los historiadores del futuro miren hacia atrs es probable que, entre otras denominaciones, otorguen a nuestro tiempo la de Era del Crecimiento de la Poblacin. Habr sido un crecimiento sostenido que comenz en el siglo xvm, se aceler extraordinariamente en la segunda mitad del siglo XX y que, despus de ese breve interludio, volvi al crecimiento pausado, aunque sobre bases muy diferentes a las del pasado. En otras palabras, la especie humana habr crecido lentamente duran-te miles de siglos, rpidamente durante dos y medio -entre 1700 y 1950- y acelera-damente durante apenas uno, desde mediados del xx a mediados del XXI.

    Por consiguiente, vista en la larga perspectiva, en el crec miento de la poblacin humana en la historia se pueden distinguir dos grandes fases. separadas oor ese deci- r

    .y

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    sivo acontecimiento que fue la Revolucin industrial. A su vez, la segunda fase inicia-da entonces puede subdividirse en tres subfases significativas: desde mediados del xvur hasta mediados del xx; de 1950 a 1975; y desde 1975 en adelante. Tras consta-tarlo, conviene preguntarse por las causas que subyacen a esas divisiones. Afortuna-damente, hay una teora que pretende explicarlas, y ser de validez universal.

    La teora de la transicin demogrfica

    La denominada teora de la Transicin Demogrfica, formulada en las dcadas centrales del siglo xx, sostiene que, como consecuencia del desarrollo econmico, las poblaciones de los diferentes pases y regiones, y eventualmente la del planeta en su conjunto, experimentan una evolucin que las conduce desde un rgimen demogrfi-co presidido por altas tasas de mortalidad y natalidad a otro en el que ambas tasas son bajas. El punto de partida es un equilibrio demogrfico de alta presin y alto gasto hu-mano: nacen muchos individuos y mueren muchos; el de llegada, otro en el que tanto la presin como el gasto humano son bajos: 'nacen pocos y mueren pocos. Entre uno y otro, en lo que constituye la transicin propiamente dicha, se produce un perodo de desequilibrio en el que la poblacin crece deprisa, como consecuencia de la diferente cronologa en el descenso de las tasas vitales: la de mortalidad declina antes que la de natalidad, y ello es lo que da lugar al perodo de desajuste entre ambas que se traduce en un crecimiento de la poblacin mucho ms rpido que el habitual. Aunque de du-racin variable, ese desequilibrio, ingrediente decisivo de la teora, suele prolongarse durante unos cuantos decenios, hasta que el posterior declive de la natalidad termina por restaurar el equilibrio, esta vez en niveles bajos.

    En la descripcin de la transicin acostumbran a distinguirse cuatro estadios. En el primero, antes de que se inicie la transicin, tanto la mortalidad como la natalidad son muy elevadas, y la diferencia entre ellas exigua y fluctuante. El factor decisivo, en gran medida ajeno a la voluntad humana y derivado sobre todo de las malas condicio-nes de vida determinadas por el escaso desarrollo de la ciencia y la tecnologa, es la alta mortalidad. El segundo estadio -que se corresponde con el inicio de la transicin propiamente dicha- comienza con el descenso de la mortalidad, mientras la natalidad contina elevada. Trascurrido algn tiempo, generalmente unos decenios, la natali-dad comienza a descender, mientras la mortalidad contina descendiendo. Es el tercer estadio. En el cuarto, ambas tasas vitales se estabilizan en niveles bajos, la distancia entre ambas se reduce de nuevo y, en consecuencia, el crecimiento se atena. En este estadio se supone que la natalidad fluctuar ms que la mortalidad y devendr la varia-

    ble crtica. En las versiones clsicas de la teora, la autora del cambio demogrfico reside

    en el cambio de la economa. En el primer estadio, o, si se prefiere, en la fase pre-transicional, el factor decisivo es la alta mortalidad. En esas condiciones, slo una elevada fecundidad aseguraba la continuidad de las poblaciones. Sin ella se hubieran extinguido; de hecho, no debieron ser pocos los pueblos que no consiguieron sobrevi-vir. Esta dependencia vital militaba a favor de la alta fecundidad , como lo haca tam-bin el elevado valor y reducido coste de los hijos en economas predominantemente

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    GEOGRAFA HUMANA

    Etapa 1 Etapa 2 Etapa 3 Etapa 4

    Tiempo

    FUENTE: http://www.prb.org 2003 Population Reference Bureau

    FJG. 3.1. Las elapas clsicas de la lransicin demogrfica.

    El crecimiento econmico moderno, impulsado por la industrializacin, rompe esa dependencia y libera potencial de crecimiento: y a la vez, al cambiar los modos de vida, genera condiciones que militan en favor de la familia reducida. El control del crecimiento deja de residir en la mortalidad, y de ser externo, sistmico; y pasa a la natalidad, y a los individuos. El cambio en los modos de vida decide el cambio de comportamientos reproductivos.

    En realidad, la pretendida teora no es estrictamente tal, sino una gran generali-zacin de base histrica, derivada de la experiencia de los pases que primero cono-cieron la industrializacin, el crecimiento econmico moderno y los grandes cambios demogrficos (Arango, 1985). Estos fueron, en primer lugar, los situados en el cua-drante noroeste del continente europeo y algunas de sus prolongaciones ultramarinas en Norteamrica y Australasia, y no mucho despus los del sur y el este de Europa y Japn. La teora de la Transicin Demogrfica es, ante todo, una gran sntesis de la experiencia de estos pases, y a grandes rasgos resulta aceptable como tal, aunque las investigaciones de los historiadores obligan a revisar y matizar la versin que del r-gimen demogrfico antiguo da la teora, as como de los inicios del cambio, y ponen de manifiesto diferencias entre las diferentes experiencias nacionales y regionales . Como escribi Paul Demeny, en el pasado las tasas eran altas ; en el presente son ba-jas; en medio hay transicin (Demeny, 1968).

    De nuevo, conviene repasar someramente la historia para ver cmo se oper la transicin en el pasado y cmo se es t:l produciendo en el .presente. Antes de examinar las pobl aciones contemporneas. conviene que veamos cmo se desarroll la quepo-

    ...

    f

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    demos denominar la primera transicin demogrfica, la que tuvo lugar en los pa-ses del Norte -Europa occidental y algunas de sus prolongaciones ultramarinas-entre mediados del xvm y mediados del xx, para ver despus lo que ha ocurrido en estos pases una vez concluida la transicin y lo que est ocurriendo ahora en los pa-ses del Sur, los que estn atravesando la transicin en nuestros das.

    La primera transicin demogrfica

    Como se ha dicho, la transicin demogrfica no se inici hasta tiempos recien-tes, hasta el siglo XVIII. Hasta entonces, tanto la mortalidad como la natalidad eran muy elevadas, y la diferencia entre ellas exigua, aunque fluctuante por las fuertes os-cilaciones de la mortalidad. La esperanza de vida no sola superar los 25 aos. A ese bajo tenor contribua destacadamente la mortalidad en los primeros aos de la vida: la mitad de los nacidos no llegaba a cumplir los cinco aos. Las insuficiencias alimenti-cias y las malas condiciones higinicas y sanitarias deparaban una mortalidad elevada en los aos normales; las hambrunas, las guerras y las epidemias la convertan, espo-rdica pero recurrentemente, en catastrfica.

    El elemento decisivo del rgimen demogrfico antiguo era la mortalidad: impe-da que la poblacin creciera de forma sostenida, y obligaba a mantener altos niveles de natalidad, so pena de extincin del grupo. Sin su modificacin, ningn otro cambio hubiera sido posible. Daba lugar a un sistema homeosttico, autorregulado: cualquier descenso prolongado de la mortalidad deparaba antes o despus un aumento de la mortalidad extraordinaria, ya fuera por el equilibrio precario entre la poblacin y los recursos, o por la accin semi-independiente de los microorganismos patgenos. De ah resultaban frecuentes oscilaciones, no pocas veces bruscas. Por ello, el descenso de la mortalidad supuso el primer eslabn de la cadena de transformaciones demogr-ficas, y a la vez uno de los acontecimientos ms decisivos en la historia de la humani-dad, del que han resultado miles de millones de aos de vida adicional para la especie humana.

    El cambio se inici a finales del siglo xvn o comienzos del xvm en algunas zo-nas privilegiadas del cuadrante noroeste del continente europeo. Los progresos de la agricultura y de los transportes y el comercio de granos, y la enigmtica desaparicin de la peste de Europa occidental, desde 1720, estuvieron en su raz. Ms tarde llegar-an avances en higiene, gracias especialmente a la generalizacin de los vestidos de al-godn y a la invencin del jabn, y sanidad pblica, con la potabilizacin de las aguas y la construccin de alcantarillas, esto ltimo sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX e inicios del xx. La contribucin de las mejoras mdicas a la reduccin de la mor-talidad fue muy tarda (McKeown, 1976), y comenz sobre todo con la inoculacin y la vacuna antivarilica, seguidas por prcticas antispticas y finalmente el descubri-miento de los microorganismos hechos posible por el microscopio.

    La Transicin Epidemiolgica

    Otra teora -paralela a la de la transicin demogrfica, inspirada en ella y, como s ta, ms bien una gran generalizacin hi strica- pretende sinteti zar la evo lu-

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    cin histrica de la mortalidad a partir de las causas de muerte dominantes en cada momento: la llamada teora de la Transicin Epidemiolgica, propuesta por Abdel Omran (Omran, 1971). Se articula en tres estadios, cuya duracin est igualmente re-lacionada con el contexto econmico y social. Las tres fases pueden resumirse como sigue:

    1.0 ) la era de las pestilencias y las hambrunas, caracterizada por una morta-lidad alta y fluctuante y una esperanza de vida entre los 20 y los 40 aos; ha durado casi toda la historia humana.

    2.0 ) la era del retroceso de las pandemias: aumenta el nmero de supervi-vientes, y la esperanza de vida alcanza los 50 aos.

    3.0 ) la era de las enfermedades degenerativas y auto-causadas: las principa-les causas de muerte son enfermedades crnicas ligadas al envejecimiento y otras li-gadas a la modernizacin (derivadas de accidentes, tabaquismo, alcoholismo o suici-dios); la mortalidad es muy baja, y la esperanza de vida se sita entre los 70 y los 80 aos. La mortalidad deja de ser la variable demogrfica determinante.

    La utilidad del simple esquema de Omran reside en su capacidad de ordenar y pautar la evolucin de la mortalidad en la mayor parte del mundo. Al igual que la teo-ra de la Transicin Demogrfica, es una generalizacin emprica inspirada en la ex-periencia de los pases ms desarrollados, los nicos que, cuando escribi Omran, ha-ban completado tal transicin. Aunque no sin dificultades, resulta aplicable a experiencias posteriores. Al principio de la transicin el ritmo de progreso es lento, porque lo es la gestacin de los avances, y slo benefician a algunos segmentos de la poblacin; luego se acelera, cuando los avances simples y baratos se generalizan; y luego vuelve a ralentizarse, cuando se alcanzan niveles altos de longevidad.

    No es de extraar, por ello, que los pases pioneros del noroeste europeo y Nor-teamrica no alcanzaran los 40 aos de esperanza de vida hasta mediados del si-glo XIX, y los 50 hasta inicios del xx. La segunda etapa de la transicin epidemiolgi-ca se prolongara hasta mediados del siglo xx, cuando las enfermedades infecciosas pudieron considerarse dominadas. Los pases del sur y el este de Europa, y Japn, si-guieron el camino de los pioneros con un cierto retraso temporal, aunque por lo gene-ral el progreso de los retrasados result ms rpido que el de los primeros.

    El descenso de la fecundidad

    El impacto de las transformaciones socioeconmicas sobre la segunda tasa vital fue mucho ms tardo. El descenso secular de la fecundidad no se producira hasta inicios del siglo XIX en el caso de Francia, el gran adelantado, y hasta la segunda mi-tad del mismo en el caso de los que le siguieron.

    En efecto, hasta hace muy poco, a Jo largo de la Historia, la fecundidad ha sido incontrolada, con excepciones menores y aisladas. Hasta el xvm, la especie humana pareca programada para procrear al mximo, como otras especies animales (Cald-well , 1994). La fecundidad media estaba en torno a seis o siete hijos por muj er. Los factores que la alejaban del mximo biolgico deben buscarse en la malnutricin, la

    LA POBLACIN MUND[AL 65

    larga duracin de la lactancia materna, los aos que separaban la pubertad del matri-monio, la estrechsima asociacin entre fecundidad y nupcialidad y las viudedades prematuras sin segundas nupcias; y no en elemento volitivo alguno. Dos razones muy poderosas contribuan a que no hubiese control de nacimientos: la alta mortalidad, so-bre todo la infantil -el aumento de hijos supervivientes ser decisivo en el descenso de la fecundidad- y el alto valor econmico de los hijos en sociedades agrcolas. So-bre esos sustratos se erigan entramados de normas sociales y religiosas que ensalza-ban y prescriban la alta fecundidad.

    Aparte de algunos grupos privilegiados -como la burguesa de Ginebra, o al-"' gunas minoras tnicas , como las comunidades hebreas de algunas ciudades euro-

    peas-, que practicaron el control consciente de los nacimientos desde fechas tan tempranas como el siglo XVI, o de algunas otras excepciones muy localizadas, la fe-cundidad incontrolada fue la norma hasta inicios del XIX. Sin embargo, algunas zonas de Europa -ms precisamente las situadas al norte y al oeste de una lnea imaginaria que conectara San Petersburgo con Trieste-, conocieron importantes reducciones del nivel de la natalidad, reducindola en promedio a poco ms de cinco hijos por mu-jer (Hajnal, 1965). Pero ello result de una estrategia que podra calificarse de malt-husiam:, esto es, que actuaba sobre la nupcialidad y no sobre la fecundidad. En efecto,

    -- entre finales del siglo xv y principios del XIX, en esa parte de Europa se generaliz una pauta de matrimonio muy tardo y poco universal, caracterizada por una elevada edad al matrimonio y una alta proporcin de clibes perpetuos. Responda a un com-plejo conjunto de razones, que iban desde el desarrollo de una nueva tica que prima-ba el ahorro y la inversin a una cultura muy represiva de las emociones, pasando por la generalizacin de la familia nuclear y por las implicaciones de niveles de supervi-vencia levemente crecientes. Ello contribuy a que el leve descenso de la mortalidad que se estaba produciendo en las zonas ms evolucionadas de Europa no diera lugar a un mayor crecimiento demogrfico.

    El verdadero cambio, el descenso de la fecundidad a travs del control sistem-tico y generalizado de los nacimientos, no empezara hasta la Revolucin Francesa a fines del xvm. La novedad no se extendera a reas adyacentes hasta mediados del XIX, y a otros pases punteros hasta 1870, y respondera ante todo a reducciones en la mortalidad infantil y a un conjunto de cambios en los modos de vida, derivados de la industrializacin, la urbanizacin, y la ampliacin de la escolarizacin, que cambian el sentido econmico de los hijos. A su vez, se vera facilitado por progresos en la tec-nologa del caucho que se produjeron por las mismas fechas y facilitaron el control de las concepciones.

    Esta vez se trat de un descenso que se podra calificar de neo-malthusiano, por operar sobre la fecundidad y no sobre la nupcialidad por el contrario, permitira que sta volviese a una cierta normalidad. Se produjo espontneamente, en un clima ad-verso, cuando no hostil y con mtodos anticonceptivos muy primitivos. El control de nacimientos -como se llamaba entonces-, aunque ampliamente practicado, fue fre-cuentemente denunciado como prctica nefanda e inmoral ; y perseguidos los activis-tas y propagandistas neo-malthusianos. Empez en las ciudades y en las clases me-dias y se difundi siguiendo lneas culturales, por difusin. El descenso se intensific y extendi en el primer tercio del siglo xx. La fecundidad disminuy a alrededor de cuatro hijos por muj er a comienzos del siglo xx, y se situ en torno a los dos hij os por

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    mujer en el perodo de entreguerras. En los aos de la Gran Depresin, algunos pa-ses, especialmente en Centroeuropa, llegaron a alcanzar niveles inferiores a la tasa de reemplazo.

    En los decenios centrales del siglo xx, la transicin demogrfica poda conside-rarse culminada en los pases del Norte. Tanto la mortalidad como la natalidad haban alcanzado niveles bajos. Sin embargo, sta ltima conocera un notable repunte en los aos 50 y 60, especialmente intenso en Norteamrica, dando lugar a lo que se conoci como el baby boom. Durante algunos aos se pudo pensar que esa recuperacin ca-saba mal con la teora, y generar la impresin de que en el cuarto estadio la natalidad fluctuara fuertemente. Hoy sabemos que el baby-boom fue un fenmeno pasajero, una excepcin transitoria, generada por un conjunto de condiciones propicias en el excepcional contexto de vigoroso crecimiento econmico, pleno empleo y fuerte mo-vilidad social que sigui a la posguerra. El declive de la fecundidad retomara su cur-so en los pases desarrollados a partir de la segunda mitad de los aos sesenta.

    Transici demogrfica y desarrollo econmico

    Vista en perspectiva, en el caso de Europa y los otros pases mencionados, la transicin demogrfica sigui o acompa al crecimiento econmico moderno, y fue por ello muy gradual. El ritmo de crecimiento de las diversas poblaciones europeas y asimiladas casi nunca super el 1 ,5 % anual, una tasa considerable entonces, pero muy alejada de las que conoceran despus muchas poblaciones del llamado Tercer Mundo. Y ello porque el descenso de la mortalidad fue ms gradual que en la expe-riencia posterior, porque dependi de los laboriosos progresos de la economa, la ciencia y la tecnologa; y por el hecho de que la fecundidad pre-transicional de los pa-ses europeos y asimilados al comienzo de su transicin tenda a ser ms reducida que la de los pases del Sur cuando iniciaron la suya. Adems, Europa tuvo la fortuna his-trica de disponer durante su transicin de la poderosa vlvula despresurizadora que supuso la masiva emigracin a los Nuevos Mundos, una espita que permiti la expor-tacin de hasta una tercera parte del crecimiento de su poblacin, lo que suaviz los impactos sociales del crecimiento demogrfico en los momentos lgidos de la transi-cin.

    Como se ha dicho, esta experiencia histrica fue la que inspir la teora de la Transicin Demogrfica, en su versin clsica. Conviene preguntarse si sirve para ex-plicar lo que est ocurriendo en la parte del mundo que no se benefici del crecimien-to econmico moderno, el metafrico Sur que comprende el grueso de Asia, frica y Amrica Latina; lo que, por ser esta parte del mundo la mayoritaria -cinco sextas partes de la poblacin del planeta residen en ella-, es casi equivalente a lo que ocu-rre en el mundo en su conjunto.

    La respuesta no puede ser sino inicialmente afirmativa, por cuanto no puede ca-ber duda de que la mayor parte de los pases del Sur, y por ende el mundo tomado como un todo, estn atravesando una transicin demogrfica. Pero no es menos cierto que, para ser aplicada a la realidad contempornea, la teora requiere de ajustes y aa-didos. La transicin se est produciendo, pero sin que en la mayora de los casos se hava completado el desarrollo econmico. No basta con ste para exp licar el acelera-

    LA POBLACIN MUNDlAL 67

    do cambio demogrfico que est teniendo lugar desde mediados del siglo xx. Sin ne-gar la influencia de Jos progresos, an limitados, que han tenido lugar en muchos pa-ses, y sin desconocer que el impacto demogrfico relativo del cambio socioeconmi-co es mucho mayor que en el pasado, la transicin contempornea no se entendera sin el concurso de dos factores nuevos: el potencial transnacional de los avances m-dicos, higinicos y sanitarios en lo que respecta al descenso de la mortalidad; y las polticas de poblacin por lo que hace al declive de la fecundidad. U no y otras resul-tan, claro est, de la influencia de los pases del Norte, y del hecho de que anterior-

    ~ mente se hubiera producido una transicin. Por consiguiente, puede decirse que, en medida considerable, la transicin demogrfica se ha extendido de los pases ms de-sarrollados a los menos desarrollados, aunque con numerosas e importantes peculiari-dades; y ello contribuye a explicar lo que parecera contradecir un precepto clave de la teora, el que predica que los cambios demogrficos siguen al desarrollo socioeco-nmico. Como consecuencia de esa influencia transnacional, no slo la transicin se est produciendo en los pases del Sur, sino que est teniendo lugar de un modo mu-cho ms abrupto, rpido y explosivo que en la experiencia del Norte. Es hora de acer-carse a lo que est ocurriendo eh nuestros das.

    2. Poblacin y territorios. Estructuras y tendencias demogrficas en el mundo contemporneo

    Al igual que ocurre en otras facetas de la realidad, en el terreno demogrfico el mundo contemporneo se caracteriza por profundas desigualdades y disparidades. Un somero examen de los principales indicadores demogrficos pone de manifiesto la existencia de realidades acusadamente diferentes. Hay pases, como Nger, cuya poblacin crece al 3,5 % anual, lo que implica que su tamao se duplica cada 20 aos, y pases, como Rusia o Bulgaria, con tasas de crecimiento negativas que los abocan al declive demogrfico. Los niveles de mortalidad, medidos por la esperanza de vida al nacer, van desde los 34 aos de Mozambique a los 81 de Japn. No meno-res son las diferencias en natalidad, desde los 8,0 hijos por mujer de Nger y los 7.0 de Mal y Somalia a los 1,1 de Ucrania. Disparidades semejantes se observan en las estructuras por edad: algunos pases estn profundamente inmersos en el proceso de envejecimiento de la poblacin mientras en otros an es un fenmeno extico. En los primeros uno de cada cinco es anciano; en alguno de los segundos, uno de cada cincuenta. Los pesos se invierten, claro est, por lo que respecta a las proporciones que suponen los menores de 15 aos: desde constituir la mitad de la poblacin en al-gunos pases africanos a suponer slo el 14 % en Italia y Grecia, o el 15 en Espaa. Las diferencias se extienden a otras facetas , como la edad al matrimonio o la univer-salidad de ste, la frecuencia de los divorcios o la disolucin de uniones, pero stas resultan de ms difcil sntesis e interpretacin, por estar ms afectadas por diferen-cias culturales.

    No obstante es te elevado grado de diversidad , a grandes rasgos, y con los riesgos inherentes a toda generalizacin, las poblaciones de los dos centenares lar-gos de pases en los que est dividido el mundo pueden clasificarse en Jos grandes grupos. tomando como criterio su situacin en relacin co n la decis iva transforma-

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  • 70 GEOGRAFA HUMANA

    CUADRO 3.4. Estructuras demogrficas. Cuadro sinptico de diferencias tpicas

    Poblaciones post-transicionales

    Lento crecimiento Baja fecundidad Baja mortalidad Mortalidad infantil muy baja Mortalidad maternal muy baja Matrimonio tardo Elevada proporcin de solteros Alta divorcialidad Poblacin envejecida Tasa de dependencia en aumento Alto nivel de renta Baja proporcin de la fuerza de trabajo

    en agricultura Alto nivel de urbanizacin Alta tasa de participacin femenina

    en la fuerza de trabajo

    Poblaciones en transicin

    Rpido crecimiento Alta o intermedia fecundidad Mortalidad en descenso Mortalidad infantil an elevada Mortalidad maternal an elevada Matrimonio temprano Baja proporcin de solteros Baja divorcialidad Poblacin joven Alta tasa de dependencia Bajo o medio-bajo nivel de renta Elevada proporcin de la fuerza

    de trabajo en agricultura Bajo nivel de urbanizacin Baja tasa de participacin femenina en la fuerza de trabajo

    Se trata de modelos arquetpicos, que consienten numerosas excepciones. Por ejemplo, en el caso de las poblaciones transicionales, el rasgo de bajos niveles de ur-banizacin no es aplicable a Amrica Latina, cuyos niveles de urbanizacin son com-parables a los de las poblaciones post-transicionales. En el caso de las estructuras de-mogrficas de estas ltimas habra que aadir como rasgos caractersticos la alta frecuencia de cohabitacin y las altas tasas de nacimientos extraconyugales. Pero hay muchas otras excepciones. Las diferencias en las estructuras por edad y sexo se refle-jan en las correspondientes pirmides de poblacin.

    Veamos ms de cerca los rasgos y tendencias que caracterizan a uno y otro gru-po. La razn de comenzar por los que han completado la transicin reside tanto en que ya han recorrido el camino que ahora estn recorriendo los segundos como en el hecho de que la experiencia histrica de aqullos influye sobre la de stos.

    3. Ms all de la transicin demogrfica: las poblaciones post-transicionales

    Como ya se ha dicho, las poblaciones post-transicionales son las propias de los pases del Norte, caracterizados por altos niveles de renta y bienestar. La mayora de ellos alcanzaron el cuarto y ltimo estadio de la transicin en las dcadas centrales del siglo xx. Sin embargo, tanto la mortalidad como la natalidad siguen evolucionan-do sin cesar, y con ellas las formas de familia, las estructuras de hogar y los patrones de convivencia. Y las consecuencias de esa evolucin no son menores de las que tu-vieron los grandes cambios de la poca de la transicin. El estado estacionario que pareca constituir la estacin Terminus de la transicin demogrfica ha demostrado estar lleno de vida. Tampoco aqu se ha producido el fin de la historia.

    Sin desconocer algunas diferencias relevantes entre pases a las que se aludir ms adelante , las estructuras y tendencias demogrficas de las poblac iones post-tran-sicionales muestran una considerab le sim ilitud bsica. Las caractersticas ms desta-

    LA POBLACIN MUNDIAL

    Regiones menos desarro lladas Regiones ms desarrolladas

    Edad

    80 + 75-79 70-74 65-69 Hombres 60-64 55-59 50-54 45-49 40-44 35-39 30-34 25-29 20-24 17-19 10-16 5-9 0-4

    300 200 1 00 o 1 00 200 300 300 1 00

    Mujeres

    100 300

    71

    FuENTE: United Nations, World Population Prospects: The 2002 Revision (medium scenario) , 2003. (http://www.prb.org)

    2003 Population Reference Bureau

    FIG. 3.3. Distribucin por edades de la Poblacin Mundial.

    cadas son subsumibles en cinco rbricas: lento crecimiento de la poblacin, cuando no estancamiento; baja mortalidad y elevada esperanza de vida; envejecimiento de la poblacin; baja fecundidad y dbil nupcialidad; e inmigracin del exterior. Conviene examinarlos sucesivamente. El ltimo rasgo ser tratado transversalmente en el apar-tado dedicado a las migraciones internacionales.

    l. Lento crecimiento de la poblacin. Constituye el primer rasgo definitorio de las poblaciones de los pases ms desarrollados. Es tambin el ms sencillo y el que menos comentario merece, puesto que es el mero resultado de los llamados com-ponentes del cambio demogrfico -natalidad, mortalidad y migraciones-, con los que no puede competir en vastedad y profundidad de implicaciones. El crecimiento vegetativo o natural va desde 0,5 %en Norteamrica y Australasia a -0,2% en el con-junto de Europa. No pocos pases registran tasas negativas. Si en algunos de ellos cre-ce la poblacin, ello resulta exclusivamente de la inmigracin. No es de extraar que el peso demogrfico del Norte tienda constantemente a disminuir en el conjunto, en contraste con su peso econmico, poltico y militar.

    2. Baja mortalidad. La baja mortalidad o, lo que es lo mismo, la elevada es-peranza de vida, y la consiguiente prolongacin de la vida a edades avanzadas es el segundo rasgo caracterstico de las poblaciones de los pases ms desarrollados. Tres de cada cuatro hombres y nueve de cada diez mujeres viven ms de 65 aos. Vista en perspectiva histrica, la longevidad masiva constituye una gran novedad. Antes, lle-gar a la vejez era privilegio de una minora robusta; ahora se ha generalizado. La muerte se est convirtiendo en un asunto de viejos. Cada vez son ms numerosos los

  • 72 GEOGRAFA HUMANA

    miembros de las sociedades avanzadas que se adentran en la terra incognita que su-pone la vida a edades muy avanzadas.

    La explicacin de esta longevidad generalizada reside ante todo en la elimina-cin casi total de las muertes tempranas, gracias al control de las enfermedades trans-misibles y, ms en general, a la mejora secular de la alimentacin y las condiciones de vida y a los progresos de la medicina. A mediados del siglo xx, los pases ms desa-rrollados haban superado el segundo estadio de la transicin epidemiolgica. Desde entonces, la mayora de los fallecimientos se produce por enfermedades, desrdenes o quebrantos derivados del deterioro del organismo por el paso de los aos, las llama-das enfermedades degenerativas.

    Las principales causas de muerte son, por este orden, las enfermedades del apa-rato circulatorio, los tumores malignos y las enfermedades crnicas y respiratorias. Les sigue un conjunto de causas externas, entre las que destacan los accidentes de au-tomvil. Por el contrario, las enfermedades infecciosas y parasitarias, las muertes pe-rinatales y neonatales y las relacionadas con la reproduccin suponen una proporcin muy reducida de los fallecimientos .

    En el ltimo tercio del siglo xx se han registrados xitos crecientes en la lucha parrr postergar la aparicin de las enfermedades degenerativas y retrasar su letalidad, en especial las cardiovasculares. Ms recientemente han empezado a registrarse signi-ficativas reducciones en la incidencia de algunos tipos de cncer, tanto por la accin preventiva -en especial la reduccin del tabaquismo y las revisiones peridicas-como por mejoras en los tratamientos. Todo ello est afectando especialmente a la mortalidad a edades medias y avanzadas. Aunque otras enfermedades han cobrado mayor importancia relativa, las ganancias en longevidad han sido constantes. En los cuarenta aos transcurridos entre 1955 y 1995, la esperanza de vida del conjunto de los pases desarrollados ha pasado de 65 a 75 aos, lo que supone una ganancia de un ao cada cuatro.

    El mejor indicador de los niveles de mortalidad propios de una sociedad es la esperanza de vida al nacer, que ret1eja en forma sinttica las condiciones de salud de una poblacin. Ms precisamente, indica los aos que vivira una persona media que experimentase a lo largo de su vida las probabilidades de supervivencia a las diferen-tes edades que tienen actualmente Jos componentes de esa poblacin. Presenta la do-ble ventaja de sintetizar esas condiciones en una sola cifra, expresada en una unidad tan fcil de comprender como los aos , y de ser inmune a las distorsiones que en otros indicadores introduce la estructura por edad de la poblacin.

    En nuestros das, segn datos de 2003, la esperanza de vida de la mayora de los pases desarrollados est entre 70 y 80 aos. Los niveles ms altos se encuentran en Japn y Hong Kong, con 81 aos, pero en el grueso de los pases ms desarrolla-dos la esperanza de vida supera los 77 . Son notables las diferencias entre mujeres y hombres: las primeras viven en promedio entre cinco y siete aos ms. La mortalidad infantil -los fallecidos antes de cumplir el primer ao- se ha reducido a una frac-cin infinitesimal de lo que fue en el pasado: de 62 por mil en 1950 a menos de 7, y frecuentemente de 5, por mil. En algunos pases se han alcan zado niveles mnimos, que apenas admitirn reducciones ulteriores.

    A unque difciles por las cotas alcan zadas, los progresos e n la lucha contra la muerte han llevado a a lgunos autores a sugeri r la conve niencia de aad ir un cuarto es-

    LA POBLACIN MUNDIAL 73

    tadio al esquema de la transicin epidemiolgica: la era de las enfermedades dege-nerativas pospuestas (Oishansky y Ault, 1986). En la medida en que la lucha contra tales dolencias siga teniendo xito, y no cabe sino augurarlo, la esperanza de vida se-guir progresando, sobre todo a edades medias y avanzadas.

    Ello suscita la pregunta de hasta dnde puede progresar la esperanza de vida. Se discute si existe un lmite biolgico; y si, de haberlo, est cercano o lejano. A la pregunta se ofrecen dos respuestas , representadas por otras tantas escuelas

    de pensamiento al respecto. La primera, propuesta por la llamada escuela de los l-mites naturales y basada en nociones de ndole biolgica y gentica, sugiere que la

    .. esperanza de vida se est acercando a un techo biolgico inherente a la especie, cer-cano a los 85 aos. Las especies tienen una duracin de vida, genticamente determi-nada, relacionada con el aseguramiento de su reproduccin, y no pueden ir mucho ms all. En consecuencia, el aumento de la duracin de la vida va inexorablemente acompaado de deterioro en la calidad de vida de los mayores (Mertens, 1994)

    La segunda respuesta procede de la denominada escuela de la vida prolonga-da , defendida por demgrafos y epidemilogos, y sostiene que, de existir un lmite, an est lejano. Su relativo optimismo encuentra base en el argumento de que la su-pervivencia no slo depende de factores bio lgicos sino, adems, de otros en los que hay margen para progresar. Los ms destacados son: comportamientos ms seguros y estilos de vida ms sanos; mejor calidad del aire, del agua y, ms ampliamente, del ambiente; y mayor y mejor asistencia sanitaria. En consecuencia, la prolongacin de la vida puede ir acompaada del mantenimiento de una calidad de vida bsica acepta-ble. Se puede llegar a edades muy avanzadas sin experimentar grave deterioro y dis-capacidades severas. Contrariamente a lo que sostiene la posicin pesimista, la espe-ranza de vida sin discapacidad progresa paralelamente a la esperanza de vida (Mertens, 1994).

    Como se ve, la cuestin no carece de implicaciones prcticas. La principal im-plicacin tiene que ver con los efectos de la longevidad sobre la calidad de vida de los mayores. Y la pregunta capital inquiere acerca de si la prolongacin de la vida va acompaada del alargamiento del tiempo vivido con una calidad de vida suficiente o no. De ah que se haya abierto camino la nocin de esperanza de vida con salud o sin discapacidad, que tiene mucho que ver con conceptos tan relevantes como autosufi-ciencia, autonoma y satisfaccin con la vida. Las respuestas a los nuevos interrogan-tes suscitados por la generalizacin y prolongacin de la longevidad no son simples ni inequvocas. La experiencia de los dos o tres ltimos decenios proporciona argumen-tos slidos tanto a la visin optimista como a la pesimista.

    3. El envejecimiento de la poblacin y sus implicaciones econmicas y socia-les. El naciente siglo XXI ha recibido, entre otras etiquetas, la denominacin de el si-glo del envejecimiento de la poblacin. Ello ret1eja tanto la importancia otorgada al envejecimiento -justamente, pues constituye uno de los procesos de cambio social ms inf1uyentes y de ms vastas repercusiones- como su rpido avance. De nuevo, se trata de un proceso muy reciente y novedoso. Hasta hace muy poco, todas las so-ciedades humanas han sido eminentemente jvenes, por cuanto jvenes eran la gran mayora de sus componentes. Slo en el curso del siglo xx, y especialmente en su l-timo tercio, algunas poblaci ones, las post-trans icionales, han empezado a e nvejecer de fo rma signi fi ca tiva. Se puede pronosticar con seguridad que en e l prximo fu turo

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    74 GEOGRAFA HUMANA

    el envejecimiento adquirir en stas proporciones masivas, y que el mundo en su con-junto se embarcar en un proceso que globalmente se encuentra en sus estadios ini-ciales. Ello ocurrir -ya est ocurriendo- a mayor velocidad que en el pasado: lo que antes tardaba un siglo en producirse sucede ahora en veinte aos. En todo caso, sea cual sea la evolucin futura, en las sociedades del metafrico Norte la estructura por edades de la poblacin ya ha experimentado una drstica e irreversible transfor-macin.

    Por envejecimiento de la poblacin se entiende el aumento de la proporcin que los mayores suponen del total de la poblacin. En las poblaciones post-transicionales, esta proporcin est en torno al 15 %, acercndose al 20 en Italia, Grecia y Japn. Tambin supone, obviamente, la elevacin de la edad media de la poblacin. Por ejemplo, en Europa la edad mediana era 31 aos en 1950, subi a 38 en 2000 y se cal-cula que alcanzar los 43 en 2025. Tambin envejece la poblacin activa, al aumentar el peso de la fraccin 45-65 en el conjunto. Finalmente, envejece la propia poblacin mayor: los mayores de 75 suponen una creciente proporcin dentro de ellas, y lo mis-mo ocurre con los mayores cie 85.

    En las sociedades post-transicionales, el envejecimiento conocer una fuerte aceleracin en el curfo del primer tercio del siglo XXI, a medida que las generaciones . abultadas nacidas en los aos del baby-boom alcancen la edad de jubilacin. Antes de mediados del siglo XXI, uno de cada tres habitantes formar parte del segmento que denominamos los mayores.

    La determinacin de la edad que se utiliza como umbral para la medicin del envejecimiento es convencional. Se trata de una construccin social, no de una deter-minacin biolgica. La edad ms frecuentemente adoptada son los 65 aos, por ser la edad de jubilacin legal en numerosos pases. El uso de una sola lnea divisoria cada vez parece menos adecuado, porque el segmento de los mayores es ms amplio, pro-longado y heterogneo . Se hace necesaria una mayor desagregacin: por lo menos una que distinga a los que podemos considerar los mayores jvenes -por ejemplo, los que tienen entre 65 y 80 aos, de los mayores viejos-, los que han superado esta edad (Mertens, 1994). La nocin de la tercera edad es cada vez ms insuficien-te para capturar la complejidad de esa estacin de la vida. Por otra parte, las mejoras generalizadas en el estado de salud determinan que la edad de 65 aos cada vez se co-rresponda menos con la de ingreso en la vejez biolgica.

    En nuestros das, el envejecimiento de la poblacin resulta tanto del descenso de la natalidad como del de la mortalidad. El primero estrecha los escalones inferiores de la pirmide; el segundo engrosa los superiores. Hasta hace poco el primordial era el primero, el envejecimiento por abajo, pero cada vez es ms importante el envejeci-miento por arriba. Y dado que no son previsibles cambios sustanciales en estos pode-rosos motores, la tendencia al envejecimiento puede considerarse casi irreversible.

    Puede decirse que cada uno de estos factores causales confiere una naturaleza o alma al envejecimiento, y de cada una deriva un conjunto de implicaciones. La prime-ra, consustancial a la propia definicin de envejecimiento de la poblacin como au-mento de la proporcin que suponen los mayores, es de naturaleza estadstica y pro-porcional. Resulta sobre todo de una natalidad desfalleciente, aunque tambin est contribuyendo a ella el descenso de la mortalidad. Afecta sobre todo a las relaciones intergeneracionales , al entraar cambios en los pesos tradicionales de las generacio-

    LA POBLACIN MUNDIAL 75

    nes. En su virtud, eleva la tasa de dependencia de los mayores y correlativamente dis-minuye la de los menores, generalmente menos costosa.

    La mayor implicacin de este cambio, y la que ms atencin atrae, es la que tie-ne sobre la financiacin de las pensiones. Resulta de la disminucin del ratio entre ocupados y jubilados, o entre cotizantes y pensionistas, que a su vez deriva de la cam-biante proporcin entre el nmero de personas en edad de trabajar y el de las que han superado la edad de jubilacin. Ese ratio, que antao era de cuatro o cinco a uno, lle-va camino de reducirse a la mitad en fechas tan cercanas como 2025 2030. En vir-tud de ese cambio se viene pronosticando desde hace aos la imposibilidad de finan-ciar las pensiones a los niveles actuales, cuando no la insolvencia de los sistemas de bienestar. Ciertamente, el coste de pensiones, calculado como el esfuerzo fiscal nece-sario para financiarlo (Bongaarts 2004), ha crecido fuertemente en los ltimos dece-nios. En los sistemas de financiacin de las pensiones conocidos como sistemas de re-parto, en los que los actuales activos pagan las pensiones de los actuales jubilados, el dilema se establece entre cuotas ms elevadas o pensiones recortadas, generalmente modificando los criterios de clculo de las mismas; o una combinacin de ambas.

    Las apelaciones, a veces interesadas, a cambiar el sistema de financiacin -del de reparto al de capitalizacin- chocan con dificultades, en especial los costes aa-didos que de ello se derivaran para los actuales cotizantes, sobre los que recaera una doble carga. En algunos pases se estn ensayando frmulas hbridas. Tericamente, la ecuacin podra resolverse, o atenuarse su desequilibrio, a travs de la reduccin del desempleo, de la elevacin de la edad de jubilacin efectiva, del aumento de las tasas de participacin en la fuerza de trabajo de algunos grupos -los jvenes, las mu-jeres y los trabajadores de ms edad- y del concurso de la inmigracin; en suma, au-mentando el tamao de la poblacin ocupada y el nmero de cotizantes y, en el caso de la edad de jubilacin, reduciendo a la vez el de preceptores. Por otro lado, las con-tinuadas ganancias en productividad de los trabajadores deberan disminuir el peso relativo de la carga. Pero en la realidad es improbable que estas opciones resuelvan por s solas los dilemas derivados del impacto de las tendencias demogrficas sobre la financiacin de las pensiones.

    Esta poderosa implicacin es sin duda la que ms atencin atrae, pero no es la nica. Otras derivan la segunda alma del envejecimiento, sta de naturaleza absoluta y biolgica. Se trata de las consecuencias del aumento del volumen de la poblacin anciana, resultante de la inusitada prolongacin de la vida que se ha producido duran-te los ltimos decenios. Los cambios en la mortalidad de los ancianos suponen un fuerte aumento de las necesidades sanitarias y sociales, que tienen implicaciones im-portantes sobre el sistema sanitario y la seguridad social, en costes, en personal y en organizacin social. Estas implicaciones estn deviniendo una importante cuestin en el terreno de las polticas sociales. Los costes sanitarios, incluyendo los farmacuti-cos, de los mayores, son varias veces superiores a los del resto de la poblacin; y se incrementan especialmente cuando se acerca la muerte, en los dos ltimos aos de la vida. Sufragar este gasto ser cada vez ms difcil , a medida que progrese el envejeci-miento, mxime si se tiene en cuenta que aumenta ms deprisa que el producto de la economa y que los precios sanitarios crecen ms que el ndice de precios al consumo. Los tratamientos cada vez son ms costosos, y cada vez se aplican a ms pacientes. Por ello, los gobiernos estudian, cuando no aplican, esquemas de participacin direc-

  • 76 GEOGRAFA HUMA NA

    ta de los pacientes en el pago de los servicios recibidos, a pesar de la impopularidad de tales frmulas. Adems del gasto pblico, tambin se incrementa el que recae so-bre las familias , tanto por el pago de residencias privadas como por la gravosa presta-cin de cuidados informales que frecuentemente suponen un elevado stress y cuantio-sos sacrificios. En esta perspectiva, la tendencia a reduccin del tamao de las familias se compadece mal con la tendencia al aumento de la duracin de la vida.

    En suma, las implicaciones y consecuencias del envejecimiento para los siste-mas sanitarios y de proteccin social son formidables. Ms ampliamente, requerirn grandes adaptaciones sociales. Las consecuencias sern especialmente devastadoras en pases, como los del Este de Europa, que combinan una natalidad extremadamente baja con graves limitaciones en los recursos disponibles para la proteccin social.

    4. Baja fecundidad y dbil nupcialidad. El segundo rasgo determinante, junto con la baja mortalidad, de las poblaciones post-transicionales es una fecundidad muy baja, persistentemente por debajo del nivel de reemplazo de 2,1 hijos por mujer. En el conjunto de Europa, la fecundidad no supera las dos terceras partes de ese nivel. Eso quiere decir que, de mantenerse, y sin contar con el efecto de la inmigracin, en el medio plazo cada generacin sera un tercio menor que la de sus progenitores. Y con-viene aadir que el potencial de la inmigracin para paliar ese dficit es muy limita-do, salvo que el volumen de los flujos fuera muy superior al de los actuales. En algu-nos pases la fecundidad apenas supera la mitad del nivel de reemplazo . La fecundidad extremadamente baja es especialmente caracterstica del continente euro-peo, alcanzando los niveles ms exiguos en sus flancos sur y este.

    A estos bajos niveles se ha llegado en el curso de lo que puede denominarse se-gundo declive de la fecundidad, el que se inici en los pases pioneros tras los aos del baby-boom, a finales de la dcada de 1960. En la Europa del Sur este declive co-menz aproximadamente un decenio ms tarde, al igual que haba ocurrido con el baby-boom. En Europa occidental la baja fecundidad parece estabilizada, registrando leves fluctuaciones. Por el contrario, en el Este de Europa el declive se ha intensifica-do tras la cada de los regmenes comunistas.

    Estos niveles de fecundidad son difcilmente sostenibles en el medio plazo. No slo abocan a las poblaciones que los experimentan a su eventual contraccin, sino que resultan en rpido envejecimiento e introducen profundas alteraciones en la es-tructura por edades.

    Una parte del descenso se explica por el retraso en la edad a la maternidad, lo que est produciendo un efecto calendario. Como este retraso no puede prolongarse indefinidamente, cabe pensar que la eventual cancelacin del efecto calendario depa-rar niveles algo ms elevados de fecundidad, aunque seguramente alejados del nivel de reemplazo.

    Desde el punto de vista del tamao de la familia, el descenso ha resultado de la fuerte disminucin de los hijos de rango tres y superior, y del aumento de la propor-cin de familias y mujeres sin hijos. El rango ms frecuente sigue siendo dos, pero ha aumentado mucho la proporcin de las mujeres que slo tienen uno o ninguno y se ha reducido la de las que tiene tres o ms. Este punto de vista puede ayudar a compren-der las complejas razones que subyacen a la baja fecundidad persistente.

    LA POBLACIN MUNDI AL 77

    Explicaciones de la baja fe cundidad

    Las principales son de ndole econmica y sociolgica. La econmica aplica un marco coste-beneficio a la reproduccin humana. Las decisiones en materia repro-ductiva son fruto de un clculo de costes y beneficios. Si el coste de los hijos, en rela-cin con otros bienes, aumenta, disminuye la cantidad adquirida.

    La baja fecundidad contempornea es consecuencia de cambios en los modos de vida que aumentan el coste de los hijos, y el coste oportunidad para los padres -esto es, lo que se deja de ganar por no hacer algo distinto-, y disminuyen sus benefi-

    4.r cios. La baja natalidad se explica sencillamente por el hecho de que los costes de los hijos han crecido ms que los beneficios que aportan. Muy importante es el coste oportunidad que supone el tiempo que requiere su crianza. Ese coste, que recae gene-ralmente sobre las madres, ha aumentado fuertemente a medida que las mujeres al-canzaban niveles educativos ms elevados y se incorporaban al mercado de trabajo. Al contrario de lo que ocurra en el pasado, en las sociedades ms desarrolladas criar hijos resulta cada vez ms caro, mientras los beneficios que suponen han quedado prcticamente reducidos al plano afectivo. La importancia de este tipo de beneficio no ha disminuido, tal vez al contrario, p~ro para conseguirlo no hace falta tener muchos hijos. En el lenguaje de la economa puede decirse que el equilibrio entre costes y be-neficios se alcanza a un nivel mucho ms bajo de fecundidad (Becker, 1981).

    La teora econmica de la fecundidad ha recibido numerosas crticas, tanto por su parcialidad y simplicidad como por la dificultad y artificiosidad de aplicar una l-gica mercantil a un asunto tan complejo y multifactico como la reproduccin. Tratar a Jos hijos como un bien de consumo entre otros supone forzar mucho la analoga. Ello no obstante, el paradigma no carece de sentido y utilidad. Los costes y beneficios derivados de tener y criar hijos son cualquier cosa menos irrelevantes.

    Y contribuyen a generar un cierto conflicto entre la lgica colectiva y la indivi-dual, entre las necesidades sociales en materia de fecundidad y las posibilidades y conveniencias individuales de las que su realizacin depende.

    Una explicacin diferente, pero complementaria, es la que se propone desde la perspectiva socio-cultural. La baja fecundidad contempornea -y, como se ver otros importantes cambios conexos en el terreno de las estructuras familiares y las formas de convivencia- es resultado de un profundo cambio cultural que ha modifi-cado las orientaciones, preferencias y actitudes de los individuos y, tras ello, los valo-res colectivos dominantes y las normas sociales. Esa profunda mutacin, iniciada en algunas sociedades occidentales a finales del siglo XIX, ha corrido paralela al proceso de secularizacin (Lestaeghe, 1983); y ha conocido un fuerte impulso en los tres lti-mos decenios del siglo xx, ntimamente asociado al otro pilar del cambio cultural, el desarrollo del individualismo secular. La combinacin de ambos ha supuesto el pro-gresivo desarrollo de la autonoma normativa, que implica que es el propio individuo, y no instancias externas, quien decide qu es o no bueno y conveniente; y que lo hace buscando su desarrollo personal o autonealizacin y orientado al disfmte de los dere-chos y posibilidades que se le ofrecen. El declive de la fecundidad se explica en gran medida por el desarro ll o de la autonoma normativa, que sigue a una progresiva ate-nuacin de los controles sociales, va acompaado de la prdida de peso econmico y social de la fami li a y resulta en la extensin de comportamientos antes considerados

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    como no-conformistas. A la erosin de los controles normativos tradicionales ha con-tribuido decisivamente el impacto sobre los modos, estilos de vida y entornos de pro-cesos de cambio social tan influyentes como la urbanizacin y la industrializacin. Ello ha contribuido a hacer aceptables la cohabitacin, la fecundidad extramarital, comportamientos sexuales no-conformistas, el aborto y la eutanasia (Preston, 1986).

    Finalmente, no puede dejarse de mencionar, complementariamente a las que anteceden, una explicacin instrumental: las grandes mejoras en tecnologa anticon-ceptiva que se producen desde principios de los aos sesenta, especialmente tras la comercializacin de los anticonceptivos hormonales, han hecho mucho ms fcil que antao el control de la fecundidad .

    Actividad femenina y cambio demogrfico

    Un determinante de primer orden en el descenso de la fecundidad, cuya conti-nuacin a su vez se ha visto facilitada por ste, es el fuerte aumento de la participa-cin femenina en la fuerza de trabajo que se ha registrado en los ltimos decenios en las sociedades ms desarrolladas. Es a la vez causa y consecuencia de los grandes cambios culturales que han corrido paralelos a las transformaciones demogrficas, y es factor decisivo en la elevacin del coste oportunidad de las mujeres. Merece, por todo ello, mencin especial.

    Las tasas de actividad femenina han registrado notables aumentos desde finales de la dcada de los sesenta. En no pocos pases se han duplicado. En Norteamrica y los pases nrdicos, las tasas de participacin femenina en la fuerza de trabajo son si-milares a las de los hombres. En otros pases europeos an tienen margen para crecer; y son ms bajas en la Europa del sur, excluyendo a Portugal. El grueso del incremen-to se ha debido al fuerte aumento en la participacin del grupo de edad 25-44. La gran diferencia con el pasado es que en nuestros das el matrimonio, o la entrada en una unin estable, y la maternidad no conllevan el abandono de la actividad, entendida como actividad remunerada fuera del hogar. En consecuencia, la mayor parte de las madres de familia, al menos las que tienen menos de tres hijos, siguen trabajando. Ha cambiado la curva de actividad por edad.

    El aumento de la actividad femenina es resultado de los grandes avances en la educacin de las mujeres, del cambio de valores, del creciente igualitarismo en el pla-no de las relaciones interpersonales, de cambiantes expectativas y de aspiraciones de mayor autonoma. Es requisito para igualdad y proteccin ante divorcio y frente a de-sempleo del marido. En muchos pases ha sido muy importante el aumento del em-pleo a tiempo parcial: para muchas mujeres ha constituido una frmula de compromi-so entre la carrera profesional y la vida familiar.

    En el largo plazo, no cabe duda de que la extensin de la actividad femenina ha estado estrechamente asociada al descenso de la fecundidad, en una relacin de cau-salidad bidireccional. En nuestros das, esa relacin es ms compleja e incierta. Baste recordar que, entre los pases desarrollados, los que exhiben las ms elevadas tasas de actividad femenina -como Estados Unidos y los escandinavos- son tambin, en ge-neral, los que tienen ms alta fecundidad. Lo contrario ocurre en Italia y Espaa, don-de tanto las tasas de actividad como las de fecundidad son bajas. Por eso el impacto de la actividad sobre la fecundidad es difcil de determinar, excepto que aqulla es in-

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    frecuente en el caso de mujeres con tres o ms hijos. En cada pas tienen ms hijos las inactivas, y menos las activas desempleadas, pero entre pases parece haber una rela-cin positiva entre tasa de actividad y fecundidad, seguramente mediada por tasa de

    ocupacin. El conjunto de cambios econmicos, sociales y culturales que estn en la raz

    de la baja fecundidad contempornea tambin han contribuido decisivamente a otros cambios muy relacionados con sta, en la formacin y disolucin de hogares, en las estructuras familiares, los tipos de hogares y las formas de convivencia. Junto con el segundo declive de la fecundidad, cambios tales como el retraso en la edad al matri-monio y las tendencias al aumento de la cohabitacin, de la fecundidad extramarital y

    "' de la disolucin de uniones han sido sintetizados en la expresin segunda transicin

    demogrfica (Van de Kaa, 1987).

    La segunda transicin demogrfica

    El trmino es analgico, y no debe tomarse al pie de la letra. Ms que de una transicin en sentido estricto se trata de un conjunto de cambios y tendencias interre-lacionados en el terreno de la fecundidad y las pautas de convivencia que estn ocu-rriendo una vez concluida la transicin demogrfica por antonomasia.

    El primero de ellos es un fuerte declive de la nupcialidad, perceptible desde la dcada de los sesenta. Las causas directas de la disminucin del nmero de matrimo-nios residen en la elevacin de la edad al matrimonio y en el aumento del nmero de los que nunca lo contraen, lo que se traduce en una mayor proporcin de solteros. A su vez, el retraso de la edad al matrimonio se explica por el fuerte aumento de la co-habitacin y, ms en general, por un Sndrome de retraso generalizado, especial-mente acusado en el sur de Europa, que supone una mayor tardanza en recorrer los sucesivos estadios del ciclo de vida: en la emancipacin o salida del hogar paterno, la entrada en la fuerza de trabajo, la entrada en una unin estable, la reproduccin, y, ms ampliamente, la adopcin de decisiones trascendentes.

    Paralela a ese declive corre una fuerte alza en la cohabitacin o, si se prefiere, en la formacin de uniones consensuales. Aunque difcil de medir, la tendencia es es-pecialmente fuerte desde mediados de los aos ochenta. Las uniones consensuales son muy frecuentes, especialmente entre los jvenes, en el norte de Europa y en Nor-teamrica, y menos, aunque en aumento, en el sur de Europa. En algunos pases, la mayor parte de los matrimonios han ido precedidos de cohabitacin. Muchas uniones consensuales desembocan en el matrimonio, pero a edades ms tardas que en el pasa-do; y cada vez es mayor la proporcin de las que no lo hacen. Las uniones consensua-les constituyen una faceta tan frecuente del paisaje social de la mayor parte de las so-ciedades avanzadas que muchos pases se han sentido en la necesidad de regularlo

    legalmente. Una consecuencia de la cohabitacin, y a la vez otro rasgo caracterstico de las

    poblaciones post-transicionales, es un fuerte aumento en los nacimientos extraconyu-gales o de parejas no casadas, especialmente desde mediados de los aos setenta. De una proporcin inferior al lO % se ha pasado a otra varias veces superior. En algu-nos pases, uno de cada dos nacimientos tiene lugar fuera del matrimonio, y otros se acercan a esas proporciones. Junto con el aumento de la cohabitacin, y al igual

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    que para sta, ha sido decisivo el cambio cultural: antes los hijos nacidos fuera del matrimonio eran denominados ilegtimos, incluso legalmente, y ahora no padecen es-tigma alguno.

    Otra de las tendencias agrupadas en la nocin de segunda transicin demogrfica es el aumento de la divorcialidad o, ms ampliamente, de la disolucin de uniones. El inicio de esta tendencia puede fecharse en los inicios de la dcada de los sesenta. Hasta entonces, en los pases donde estaba legalmente reconocido el divorcio, alrededor de uno de cada diez matrimonios terminaba en l. Desde entonces, la frecuencia se ha du-plicado o triplicado. Por lo que hace a las uniones consensuales, el clculo de la fre-cuencia de disoluciones es ms dificil, por razones de opacidad estadstica, pero cabe sospechar que sea superior a la matrimonial. Alguien ha calculado que la frecuencia es entre dos y cinco veces mayor que la conyugal (Comunidad Europea, 1994 y 1995).

    La primera y ms simple explicacin de la creciente divorcialidad reside en los cambios legislativos que han hecho ms fcil el divorcio. Antes las legislaciones esti-pulaban unas cuantas causas de divorcio, como el adulterio o la crueldad mental, y ste slo se admita si se probaba que se haba producido uno de los supuestos tasa-dos. En nuestros das, la mayor parte de los divorcios se producen por mutuo acuerdo, no se requiere que haya un culpable y tiende a reducir~e al mnimo la intervencin ju-dicial. Ello refleja una transformacin decisiva: el divorcio es un asunto privado que slo compete a los cnyuges, aunque produzca consecuencias pblicas. Estos son li-bres de decidir, como son libres de organizar sus vidas como mejor les convenga. Las formas de convivencia, incluido el matrimonio, se inscriben en la esfera privada, y la intervencin de los poderes pblicos en sta es crecientemente vista como una inter-ferencia indebida. Los cambios legislativos no han hecho sino sancionar los cambios operados en las costumbres y los valores. Estos ltimos han sido decisivos: el profun-do cambio acaecido en el status de las mujeres y en las relaciones entre hombres y mujeres, el creciente igualitarismo en las relaciones familiares, el desarrollo de orien-taciones personales hacia la autorrealizacin han contribuido a cambiar el significado del matrimonio. Como decisivo ha sido el aumento de la autonoma de las mujeres, hecho posible entre otras razones por su masiva incorporacin al trabajo.

    El descenso de la fecundidad, la mayor longevidad, el diferencial de mortalidad entre mujeres y hombres y la mayor frecuencia en la disolucin de uniones han resul-tado en una fuerte reduccin del tamao medio de los hogares -actualmente inferior a tres en la Unin Europa antes de la ltima ampliacin-y en el aumento de su n-mero. Y se asiste a una creciente diversidad en los tipos y formas de hogares. La ma-yora siguen siendo familiares, pero la proporcin de hogares no familiares es consi-derable y va en aumento. Dentro de los primeros, la gran mayora son unifamiliares, y ms de la mitad de ellos estn formados por una familia con hijos. Pero aumentan las proporciones de hogares familiares sin hijos y, ms importante por sus posibles impli-caciones sociales, los monoparentales con hijos, encabezados mayoritariamente por mujeres. Tambin crece la proporcin de hogares r:econstituidos, formados por per-sonas que proceden de matrimonios anteriores disueltos y que frecuentemente apor-tan hijos anteriores al nuevo hogar. Entre los hogares no familiares , la tendencia ms relevante es el fuerte aumento de hogares unipersonales. En algn pas ya representan un tercio del total. Una alta proporcin de ellos est constituido por viudas. La diver-sidad descrita es igualmente predicable, mutatis mutandis , de las formas de familia . r

    LA POBLACIN MUNDIAL 81

    Todos estos cambios apuntan a lo que Georges Tapinos sintetiz como Un nue-vo modelo familiar, o incluso un nuevo rgimen demogrfico, caracterizado por el control de la fecundidad, que resulta ahora de las decisiones personales, una modifi-cacin del ciclo de vida de las parejas, marcado a la vez por el alargamiento de la du-racin de la vida en comn sin hijos, el alargamiento -para las mujeres- de la vida sin cnyuge, y una transformacin de la relacin entre las generaciones (Tapines, 1996). Como consecuencia de ello, las biografas o trayectorias personales se han he-cho mucho ms diversas que en el pasado: en nuestros das es mucho ms probable pasar a lo largo de la vida por un mayor nmero de uniones, posiblemente de distinto

    ~ tipo -consensuales, matrimoniales o reconstituidas-.

    Diferencias entre las poblaciones post-transicionales

    Entre ellas existen similitudes suficientes como para agruparlas y tratarlas como una categora relativamente homognea. Las generalizaciones y la caracteriza-cin que anteceden son bsicamente aplicables a todas ellas, con los necesarios mati-ces. Pero existen algunas diferencias relevantes. En el terreno de la fecundidad, algu-nos pases tienen tasas prximas al nivel de reemplazo, mientras las de vtros estn muy por debajo del mismo. Entre los primeros destacan sobre todo Estados Unidos y Francia; la mayor parte de los segundos se encuentra en Europa meridional y oriental. En reas prximas a la fecundidad, se observan acusadas diferencias en nupcialidad y, en general, en todas las facetas que tienen que ver con el status de las mujeres entre los pases occidentales, por un lado, y Japn y los otros asiticos, por otro.

    Dentro de Europa, se observan diferencias importantes entre la Europa occiden-tal y la oriental. La ms llamativa y relevante es la observable en el terreno de la mor-talidad. Las diferencias en esperanza de vida llegan a ser de hasta diez aos. En tiem-pos recientes, y no tan recientes, en algunos pases de la regin se ha registrado un gravsimo retroceso, sin precedentes en tiempos de paz, aparte de los causados por el SIDA. Rusia (65 aos de esperanza de vida) , Ucrania (68) y otras repblicas ex sovi-ticas pierden terreno desde los aos sesenta: entonces su esperanza de vida era similar a la de Japn; hoy es inferior en 16 aos, habiendo sido claramente superada por la de China (Anderson, 1997). Recorrieron satisfactoriamente el segundo tramo de la transi-cin epidemiolgica, el de la lucha contra las enfermedades infecciosas, pero se estan-caron en el inicio de la tercera, habiendo conocido agudas crisis de mortalidad. Otras diferencias que distinguen al Este respecto del Oeste de Europa, tomados en conjunto, son la ms temprana edad al matrimonio, el ms limitado acceso a medios de anticon-cepcin, la muy superior frecuencia de abortos y el signo migratorio.

    Finalmente, dentro de Europa occidental, llama la atencin la generalmente ms baja fecundidad de la Europa del sur, pese a que los otros indicadores de los cam-bios asociados con la segunda transicin demogrfica registren menor intensidad.

    5. Inmigracin internacional. Es otro de los rasgos caractersticos de las po-blaciones post-transicionales. Todas ellas son receptoras netas de inmigracin inter-nacional. Por lo general, constituye el principal factor del crecimiento de la pobla-cin, pero otros efectos demogrficos tienden a ser limitados. Mucho ms relevantes son los impactos econmicos, sociales y polticos de la inmigracin. Ser tratada ms

    adelante.

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    4. La transicin demogrfica en los pases menos desarrollados

    A mediados del siglo xx, cuando la transicin demogrfica se estaba comple-tando en los pases del Norte, haba general acuerdo en que transcurrira mucho tiem-po antes de que se extendiera a los del Sur, porque para ello era necesario que se pro-dujera el desarrollo econmico, y ste no pareca cercano. Hasta entonces, persistan en la mayor parte del mundo estructuras demogrficas pre-transicionales, presididas por elevadas tasas de mortalidad y natalidad, y los indicios de cambio eran escasos, fuera de algunas excepciones aisladas. Seguramente nadie sospechaba que se estaba en el umbral del cambio, de uno de los cambios ms trascendentales que ha conocido la humanidad en toda su historia: uno que, entre otras muchas consecuencias, ha mul-tiplicado por ms de tres el nmero de los humanos en menos de medio siglo.

    Sin embargo, el cambio ocurri, y fue tan inesperado como vigoroso; y mucho ms abrupto y rpido que el que haba tenido lugar en los pases ms desarrollados. En su virtud, en los albores del siglo xxr, la prctica totalidad de los pases menos de-sarrollados se encuentran embarcados de lleno en la transicin demogrfica; algunos incluso la han completado, o estn muy cerca de su culminacin.

    El primer y principal resultado ha sido el fenomenal crecimiento examinado ms arriba, lo que popularmente se conoci como la explosin demogrfica. Este crecimiento est en curso de desaceleracin, hasta el punto de que algunas voces se han precipitado a hablar, no sin hiprbole, de implosin demogrfica, por contraste con la anterior explosin (Eberstadt, 2001). Sin embargo, el potencial de crecimiento est lejos de haberse agotado: an se plasma en cuantiosas adiciones anuales a lapo-blacin mundial. De hecho, del ritmo al que se desarrolle la transicin demogrfica en los prximos decenios depender en considerable medida el futuro del mundo.

    Este crecimiento sin precedentes ha resultado de la mutacin operada en uno slo de los componentes del cambio demogrfico: la mortalidad. Aunque la natalidad pudo aumentar ligeramente al comienzo de esta transicin, en el conjunto del pero-do, y especialmente desde la dcada de los setenta, se ha reducido sustancialmente. Por lo que hace al tercer componente del cambio demogrfico, las migraciones, ape-nas han influido en el crecimiento; y en la escassima medida en que lo han hecho ha sido para aligerarlo levemente va emigracin.

    El descenso de la mortalidad en el mundo en desarrollo

    Hasta mediados del siglo xx, el descenso de la mortalidad estuvo limitado a los pases del Norte, crendose por ello grandes disparidades internacionales. No se ex-tendi a los del Sur hasta bien entrada la dcada de 1940, pero desde entonces lo ha hecho en forma acelerada. El factor determinante fue la importacin de vacunas, anti-biticos, insecticidas y medidas de higiene pblica que en los pases del Norte haban tardado decenios en desarrollarse. Todo ello result en un rpido retroceso de las en-fermedades infecciosas y parasitarias.

    Desde entonces, el progreso ha s ido continuo. La esperanza de vida del con-junto del mundo en desarrollo ha experimentado un progreso espectacular en la se-gunda mitad del siglo xx, pasando de 43 a 64 aos, una ganancia de 21 en tan slo

    .,

    LA POBLACIN MUNDIAL 83

    50. En ese tiempo se ha reducido considerablemente la distancia que en este terreno le separaba del mundo ms desarrollado. Al tiempo, ha aumentado la disparidad dentro del Sur. Decisiva ha sido la reduccin de mortalidad infantil y juvenil: en el conjunto de los pases menos desarrollados, mientras en 1950 tres de cada diez naci-dos no llegaban a cumplir los cinco aos, ahora slo muere uno antes de esa edad. Pero la mortalidad se ha reducido a todas las edades. Incluso los ms desfavorecidos tienen indicadores de mortalidad no muy alejados de los que los pases ms avanza-dos tenan hace un siglo, al menos si excluimos los ms afectados por la epidemia de SIDA .

    A comienzos del siglo xxr, la esperanza de vida supera los 60 aos en la mayo-ra de los pases del Sur, y en muchos de ellos los 70; en algunos no se distingue de las alcanzadas por los pases del Norte. El grueso de ellos se encuentra en la segunda fase de la transicin epidemiolgica, la del retroceso de las enfermedades epidmicas, pero algunos ya la han superado, mientras otros apenas la han alcanzado o experi-mentan grandes dificultades para progresar dentro de ella. En el conjunto de este he-terogneo grupo, las enfermedades infecciosas y parasitarias, aunque en retroceso, si-guen constituyendo claramente la primera causa de muerte. Sumadas a las perinatales y las maternales, dan cuenta aproximadamente de la mitad de las muertes, mientras las degenerativas suponen entre un cuarto y un tercio del total. Desde este punto de vista, la elevada esperanza de vida alcanzada por un nmero muy considerable de pa-ses en desarrollo se explica porque han dominado el grueso de las enfermedades transmisibles y an no han alcanzado los niveles de incidencia de las cardiovasculares y los tumores malignos de los pases del Norte.

    Las desigualdades ante la muerte llegan a ser abismales, incluso dentro de una misma regin, como las que separan la esperanza de vida de Costa Rica (79 aos) y Hait (51), Sri Lanka (72) y Bangladesh (59), o Cabo Verde (69) y Costa de Marfil (43) y Sierra Leona (43). Por grandes regiones, Amrica Latina (71) y Asia (67) se caracterizan por niveles elevados de longevidad, no obstante algunas excepciones; en frica (52), en general, son ms bajos, y no slo porque extensas zonas se vean grav-simamente golpeadas por la pandemia de SIDA. En ellas se encuentran los pases con ms alta mortalidad del planeta, tales como Zambia, Angola, Rwanda, Malawi, Zim-babwe, Botswana o Mozambique. En algunos de ellos, la esperanza de vida ha des-cendido por debajo de los 40 aos.

    La lucha contra las enfermedades transmisibles se est revelando difcil en am-plias zonas de frica y, en menor medida, Asia. Las ms importantes son la malaria, la tuberculosis, las diarreas, las paperas y, cada vez ms, el SIDA. Pero muchas otras tambin causan la muerte o graves quebrantos al organismo. La explicacin de su ele-vada prevalencia se encuentra ante todo en la persistencia de malas condiciones de vida y en las deficiencias de los sistemas sanitarios, sin soslayar el impacto de los conflictos armados. Entre los principales factores estructurales responsables se cuen-tan la malnutricin, que afecta a una quinta parte de la poblacin mundial; el limitado acceso a agua potable y apta para la higiene personal; el limitado acceso a servicios de salud y la insuficiente inmunizacin, especialmente infantil. Aunque no todas, la mayor parte de las muertes causadas seran evitables -por inmunizacin, purifica-cin de las aguas , comportamientos seguros e higiene personal-. o curables con los tratamientos adecuados (O ishansky et al. 1997) .

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    culo al mismo generado por el rpido crecimiento de la poblacin forman un formida-ble crculo vicioso. La otra solucin propuesta, que adopta la denominacin tranquili-zadora de planificacin familiar, no parece viable, puesto que en las sociedades agrco-las del Sur no se ha producido el cambio en el valor econmico de los hijos, que constituye la mayor motivacin para el cambio en los comportamientos reproductivos. Adems se desconfa de la posibilidad de generalizar el uso de medios anticonceptivos en sociedades y poblaciones tradicionales con altos niveles de analfabetismo.

    No obstante, muchos autores llegan a la conclusin de que no se puede espe-rar, y de que slo cabe una opcin, la de los llamados programas o polticas de po-blacin. La planificacin aparece como la nica opcin. De hecho, algunos gobier-nos , encabezados por el de la India, el pas que genera las mayores preocupaciones, ya han puesto en marcha, desde 1951 , un programa nacional de planificacin fami-liar. Otros gobiernos le seguirn en la dcada siguiente. Otros factores favorables se-rn el descubrimiento de los anticonceptivos hormonales -la famosa pldora- y la financiacin ofrecida a los programas por importantes fundaciones y el banco Mundial.

    La cuestin se politiza fuertemente, en un mundo polarizado en dos bloques que libran una guerra fra, acompaados en la periferia por un creciente nmero de pases, en mayora excoloniales, que pronto se organizarn en el movimiento conoci-do como No-Alineados. La planificacin familiar levanta fuertes resistencias, reci-biendo acusaciones de ser instrumento del imperialismo, asustado por la posibilidad de que el rpido crecimiento de la poblacin genere en el Tercer Mundo condiciones propicias para el desarrollo de movimientos revolucionarios.

    La cuestin se instala entre las prioridades de la comunidad internacional. Ello se debe al hecho de que el rpido crecimiento de la poblacin mundial y el principal factor para su reduccin, el descenso de la fecundidad, fueran considerados desde fe-cha temprana como cuestiones mundiales que interesaban intensamente a la comuni-dad internacional. No es de extraar que ello diera lugar a un prolongado debate, de-sarrollado, con frecuencia de manera enfervorizada, en un contexto internacional fuertemente politizado e ideologizado. Hitos especialmente significativos e influyen-tes del debate han sido las grandes Conferencias Internacionales de Poblacin y De-sarrollo organizadas por las Naciones Unidas en Bucarest (1974), Ciudad de Mxico (1984) y El Cairo (1994 ). En estas conferencias se confrontaron las ideologas exis-tentes al respecto, se conformaron las ideas o paradigmas dominantes en cada mo-mento y se aprobaron los Planes de Accin de la comunidad internacional para los aos venideros. Al adoptarlos plasman el consenso internacional dominante en cada momento.

    La primera, la conferencia de Bucarest de 1974 no fue el xito que caba esperar para la causa de la poblacin. Por el contrario, los partidarios de anteponer el desarro-llo a las polticas de poblacin se impusieron claramente. La planificacin familiar no recibi el reconocimiento esperado, aunque se aprob en tanto que derecho de las pa-rejas y los individuos a decidir libremente el tamao y el espaciamiento de su descen-dencia. Los programas de planificacin familiar slo son aceptables si se integran en polticas de desarrollo y se subordinan a stas. La denuncia de coerciones y abusos en algunos programas de planificac in familiar, principalmente en China e India, haban debilitado su causa. Adems, los primeros indicios de reducc in de la fecu ndidad en

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    algunos pases y los xitos de la llamada Revolucin Verde en la agricultura de otros haban disminuido el sentimiento de alarma (Hodgson y Watkins, 1997).

    Diez aos despus, todo habr cambiado. Del clima de confrontacin se pasa al de consenso: en la conferencia celebrada en Mxico en 1984, la sntesis de desarrollo con planificacin familiar es masivamente aprobada. Emerge un nuevo consenso. Las polticas de poblacin son parte del desarrollo. Se rompe la anterior antinomia entre unas y otro. Se reconoce la legitimidad y eficacia de los programas de poblacin. Lo que importa es que stos eviten cualquier coercin, sean libremente elegidos por los usuarios, que en ellos se d amplia participacin a la comunidad local y que se reco-

    .,. nozca el papel central que corresponde a las mujeres. Este consenso se ve favorecido por cambios en el escenario poltico internacional, pero, sobre todo, refleja el xito indiscutible de las polticas de poblacin desde la dcada precedente.

    En efecto, desde 1970 la fecundidad empieza a disminuir en grandes pases de Amrica Latina, como Brasil, Colombia, Venezuela o Chile. En Asia ocurre lo mismo con los nuevos pases industriales y Sti Lanka. El indicio determinante, que no deja lugar a dudas acerca de la amplitud del cambio, es el declive de la fecundidad en grandes pases como Indonesia y Thailandia, que apenas se han iniciado en el camino del desarroPo (Caldwell, 1994). Desde entonces la evolucin ha sido rpida, y el des-censo se ha extendido a la mayora de los pases, con muy contadas excepciones. El panorama actual es muy diferente del de hace unos pocos decenios: la famosa bom-ba no se ha desactivado del todo, pero lleva camino de hacerlo: la fecundidad se ha reducido de 6 a menos de 3 hijos por mujer, en menos de 30 aos.

    En efecto, la fecundidad agregada mundial ha descendido por debajo de los tres hijos por mujer, lo que supone que se ha recorrido mucho ms de la mitad del camino que conduce al nivel de reemplazo. No pocos pases del Sur tienen tasas de fecundi-dad por debajo del mismo. Entre ellos se encuentran China y los pases industriales del Este de Asia, algunos pases insulares del Caribe, incluyendo Cuba y Puerto Rico, y algunas islas del ocano Indico, como Reunin, Mauricio y Seychelles. Otros pases estn muy cerca del nivel de reemplazo, como Sri Lanka. El conjunto de Amrica La-tina tiene niveles cercanos a 3, con algunas excepciones (Bolivia, Hait y algunos pa-ses centroamericanos) . En frica del Norte la fecundidad tiende a estar por debajo de cuatro, y en el Maghreb por debajo de tres. Entre cuatro y cinco se sitan la mayor parte. El promedio de Asia meridional es 3,3, mientras en Asia occidental se ha baja-do de cuatro. Por encima de cinco, o incluso de seis, se encuentran importantes pases como Pakistn, Irn, Arabia, Jordania, Siria y algunos pases del Golfo Prsico.

    La fecundidad es generalmente mucho ms alta en frica al sur del Shara, por encima de cinco hijos por mujer, superando los seis en frica central. El cambio se ha iniciado en Kenia, y est ms avanzado en el frica meridional.

    Ese gran cambio subyace al profundo cambio de paradigma y de lenguaje que caracteriz a la Conferencia Internacional de Poblacin y Desarrollo celebrada en El Cairo en 1994, junto con algunos cambios operados en la poltica internacional. En 2004