LA PARROQUIA, ¿UNA ESTRUCTURA...

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LA PARROQUIA, ¿UNA ESTRUCTURA CADUCA? formación diocesana de agentes de pastoral

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    LA PARROQUIA, ¿UNA ESTRUCTURA CADUCA?

    formación diocesanade agentes de pastoral

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    Lectura del Santo Evangelio según san Mateo (Mt 28, 16-20).

    Acabamos de escuchar el mandato del Señor. Él nos eligió, sin mérito alguno de nuestra parte, para que tuviéramos la dicha de ser discípulos misioneros de la alegría del evangelio. Nos llamó también para que diéramos fruto. Porque no se puede descubrir al Señor sin sentir la necesidad de invitar a otros para que hagan la misma experiencia. Estamos en su presencia. Él está aquí sobre todo para recordarnos nuestra misión y para acompañarnos siempre en la difícil y hermosa tarea de evangelizar. Dirijámonos pues, a Él con toda con�anza y gratitud.

    -Ante todo, démosle gracias por habernos llamado a ser sus discípulos misioneros. (Todos oran unos momentos en silencio).-Pidámosle que despierte nuestra conciencia misionera. (Oración en silencio).-Oremos por todos aquéllos que viven en nuestra parroquia y no le conocen, le conocen mal o se han cerrado a su llamada. (Oración en silencio).-Oremos también por todos los habitantes del mundo a los que no ha llegado todavía la luz y la fuerza del Evangelio. (Oración en silencio).(Añadimos las intenciones que consideremos)

    Ahora vamos a renovar en nosotros la gracia que recibimos como regalo de Dios. Para ello, profesemos nuestra fe. Todos: Creo en Dios Padre Todopoderos, Creador del Cielo y de la Tierra...

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    “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. A verlo, se postraron delante de él; sin embar-go, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, entonces, y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado. Y yo estoy con vosotros hasta el �n del mundo»”.

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    A la hora de encuadrar bien la cuestión que plantea la exhortación “La alegría del evangelio”, les invitamos, sobre todo, a leer reposadamente los números del 6 al 41 de la Instrucción “La conver-sión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia” publicada en julio de 2020.

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    De entrada, es preciso subrayar algo que destaca el propio documento para no perder la perspec-tiva de la misión fundamental del laicado, “hoy se requiere un generoso compromiso de todos los �eles laicos al servicio de la misión evangelizadora, ante todo con el testimonio constante de una vida cotidiana conforme al Evangelio, en los ambientes donde habitualmente desarrollan su vida y en todos los niveles de responsabilidad; después, en particular, asumiendo los compromisos que les corresponden al servicio de la comunidad parroquial.

    Ahora bien, la parroquia ¿es una estructura caduca? El Papa a�rma con claridad que “la parroquia no es una estructura caduca” (EG 28) Él sostiene que por ser una realidad viva “es capaz de refor-marse y de adaptarse continuamente”. Se lamenta, eso sí, que “el llamado a la revisión y renova-ción de las parroquias todavía no ha dado su�cientes frutos en orden a que:

    Puesto que la parroquia tiene mucha “plasticidad” es posible seguir avanzando en este proceso en la línea señalada. Por eso, podríamos cuestionarnos si la comunidad parroquial a la que pertenece-mos está bien orientada en esa triple dimensión para ser una estructura misionera en el siglo XXI y en las canarias occidentales.

    Estamos llamados, tal como nos invitaba San Juan Pablo II, a redescubrir, por la fe, el verdadero rostro de la parroquia; o sea, el “misterio” mismo de la Iglesia presente y operante en ella. “Aunque a veces le falten las personas y los medios necesarios, aunque otras veces se encuentre desperdigada en dilatados territorios y casi perdida en medio de los populosos y caóticos barrios modernos, la parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edi�cio”; ella es “la familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad”; “es una casa de familia, fraterna y acoge-

    dora es “la comunidad de los �eles”. Comunidad de fe y comunidad orgánica, la parroquia “está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística” (CFL 26)

    Destaquemos, a continuación, algunos aspectos de los números del documento indicado, que quizá nos sirvan tanto para la formación continuada como para poner en marcha en cada comuni-dad un proceso decidido de “discernimiento, puri�cación y reforma”.

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    La parroquia posee una larga historia y ha tenido desde los inicios un rol fundamental en la vida de los cristianos y en el desarrollo y en la acción pastoral de la Iglesia; ya en los escritos de San Pablo se puede entrever la primera intuición de ella. Algunos textos paulinos, en efecto, muestran la constitución de pequeñas comunidades como Iglesias domésticas, identi�cadas por el Apóstol simplemente con el término “casa” (cfr., por ejemplo, Rm 16, 3-5; 1 Cor 16, 19-20; Fil 4, 22). En estas “casas” se puede reconocer el nacimiento de las primeras “parroquias”.

    Desde su surgimiento, por tanto, la parroquia se plantea como respuesta a una precisa exigencia pastoral: acercar el Evangelio al pueblo a través del anuncio de la fe y de la celebración de los sacramentos. La misma etimología del término hace comprensible el sentido de la institución: la parroquia es una casa en medio de las casas y responde a la lógica de la Encarnación de Jesucristo, vivo y activo en la comunidad humana.

    La con�guración territorial de la parroquia, sin embargo, hoy está llamada a confrontarse con una característica peculiar del mundo contemporáneo, en el cual la creciente movilidad y la cultura digital han dilatado los con�nes de la existencia. Por una parte, la vida de las personas se identi�ca cada vez menos con un contexto de�nido e inmutable, desenvolviéndose más bien en “una aldea global y plural”; por otra, la cultura digital ha modi�cado de manera irreversible la comprensión tanto del espacio como del lenguaje y los comportamientos de las personas, especialmente de las generaciones jóvenes. Además, es fácil hipotetizar que el constante desarrollo de la tecnología modi�cará ulteriormente el modo de pensar y la comprensión que el ser humano tendrá de sí mismo y de la vida social. La rapidez de los cambios, el sucederse de los modelos culturales, la facilidad de los traslados y la velocidad de la comunicación están transformando la percepción del espacio y del tiempo.

    La parroquia, como comunidad viva de creyentes, está inserta en este contexto, en el cual el vínculo con el territorio tiende a ser siempre menos perceptible, los lugares de pertenencia se multiplican y las relaciones interpersonales corren el riesgo de disolverse en el mundo virtual, sin compromiso ni responsabilidad hacia el propio contexto relacional.

    Hoy se advierte que tales variaciones culturales y la cambiante relación con el territorio están promoviendo en la Iglesia, gracias a la presencia del Espíritu Santo, un nuevo discernimiento comunitario, «que consiste en el ver la realidad con los ojos de Dios, en la óptica de la unidad y de la comunión». Es, por ello, urgente involucrar a todo el Pueblo de Dios en el esfuerzo de acoger la invitación del Espíritu, para llevar a cabo procesos de “rejuvenecimiento” del rostro de la Iglesia.

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    Puesto que la parroquia tiene mucha “plasticidad” es posible seguir avanzando en este proceso en la línea señalada. Por eso, podríamos cuestionarnos si la comunidad parroquial a la que pertenece-mos está bien orientada en esa triple dimensión para ser una estructura misionera en el siglo XXI y en las canarias occidentales.

    Estamos llamados, tal como nos invitaba San Juan Pablo II, a redescubrir, por la fe, el verdadero rostro de la parroquia; o sea, el “misterio” mismo de la Iglesia presente y operante en ella. “Aunque a veces le falten las personas y los medios necesarios, aunque otras veces se encuentre desperdigada en dilatados territorios y casi perdida en medio de los populosos y caóticos barrios modernos, la parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edi�cio”; ella es “la familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad”; “es una casa de familia, fraterna y acoge-

    dora es “la comunidad de los �eles”. Comunidad de fe y comunidad orgánica, la parroquia “está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística” (CFL 26)

    Destaquemos, a continuación, algunos aspectos de los números del documento indicado, que quizá nos sirvan tanto para la formación continuada como para poner en marcha en cada comuni-dad un proceso decidido de “discernimiento, puri�cación y reforma”.

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    La parroquia posee una larga historia y ha tenido desde los inicios un rol fundamental en la vida de los cristianos y en el desarrollo y en la acción pastoral de la Iglesia; ya en los escritos de San Pablo se puede entrever la primera intuición de ella. Algunos textos paulinos, en efecto, muestran la constitución de pequeñas comunidades como Iglesias domésticas, identi�cadas por el Apóstol simplemente con el término “casa” (cfr., por ejemplo, Rm 16, 3-5; 1 Cor 16, 19-20; Fil 4, 22). En estas “casas” se puede reconocer el nacimiento de las primeras “parroquias”.

    Desde su surgimiento, por tanto, la parroquia se plantea como respuesta a una precisa exigencia pastoral: acercar el Evangelio al pueblo a través del anuncio de la fe y de la celebración de los sacramentos. La misma etimología del término hace comprensible el sentido de la institución: la parroquia es una casa en medio de las casas y responde a la lógica de la Encarnación de Jesucristo, vivo y activo en la comunidad humana.

    La con�guración territorial de la parroquia, sin embargo, hoy está llamada a confrontarse con una característica peculiar del mundo contemporáneo, en el cual la creciente movilidad y la cultura digital han dilatado los con�nes de la existencia. Por una parte, la vida de las personas se identi�ca cada vez menos con un contexto de�nido e inmutable, desenvolviéndose más bien en “una aldea global y plural”; por otra, la cultura digital ha modi�cado de manera irreversible la comprensión tanto del espacio como del lenguaje y los comportamientos de las personas, especialmente de las generaciones jóvenes. Además, es fácil hipotetizar que el constante desarrollo de la tecnología modi�cará ulteriormente el modo de pensar y la comprensión que el ser humano tendrá de sí mismo y de la vida social. La rapidez de los cambios, el sucederse de los modelos culturales, la facilidad de los traslados y la velocidad de la comunicación están transformando la percepción del espacio y del tiempo.

    La parroquia, como comunidad viva de creyentes, está inserta en este contexto, en el cual el vínculo con el territorio tiende a ser siempre menos perceptible, los lugares de pertenencia se multiplican y las relaciones interpersonales corren el riesgo de disolverse en el mundo virtual, sin compromiso ni responsabilidad hacia el propio contexto relacional.

    Hoy se advierte que tales variaciones culturales y la cambiante relación con el territorio están promoviendo en la Iglesia, gracias a la presencia del Espíritu Santo, un nuevo discernimiento comunitario, «que consiste en el ver la realidad con los ojos de Dios, en la óptica de la unidad y de la comunión». Es, por ello, urgente involucrar a todo el Pueblo de Dios en el esfuerzo de acoger la invitación del Espíritu, para llevar a cabo procesos de “rejuvenecimiento” del rostro de la Iglesia.

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    Este apartado de la instrucción está muy directamente relacionado con la cuestión que nos ocupa. La parroquia está llamada a acoger los desafíos del tiempo presente, para adecuar su propio servicio a las exigencias de los �eles y de los cambios históricos.

    A partir precisamente de la consideración de los signos de los tiempos, a la escucha del Espíritu es necesario también generar nuevos signos: habiendo dejado de ser, como en el pasado, el lugar primario de reunión y de sociabilidad, la parroquia está llamada a encontrar otras modalidades de cercanía y de proximidad respecto a las formas habituales de vida. Esta tarea no constituye una carga a soportar, sino un desafío para ser acogido con entusiasmo.

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    En la actualidad, “la parroquia algunas veces, a pesar de su generoso esfuerzo, no consigue responder adecuadamente a muchas de las expectativas de los �eles, especialmente si se consi-deran los múltiples tipos de comunidad existentes. Es verdad que una característica de la parro-quia es su radicación allí donde cada uno vive cotidianamente. Sin embargo, especialmente hoy, el territorio ya no es solo un espacio geográ�camente delimitado, sino el contexto donde cada uno desarrolla su propia vida, conformada por relaciones, servicio recíproco y antiguas tradicio-nes. Es en este “territorio existencial” donde se juega por completo el desafío de la Iglesia en medio de la comunidad. Parece superada, por tanto, una pastoral que mantiene el campo de acción exclusivamente dentro de los límites territoriales de la parroquia, cuando a menudo son precisamente los parroquianos quienes ya no comprenden esta modalidad, que parece marcada por la nostalgia del pasado, más que inspirada en la audacia por el futuro. Por otra parte, es bueno precisar que, en el ámbito canónico, el principio territorial permanece plenamente vigente, cuando así lo exige el derecho”.

    Además, “la mera repetición de actividades sin incidencia en la vida de las personas concretas, resulta un intento estéril de supervivencia, a menudo acogido con una general indiferencia. Si no vive del dinamismo espiritual propio de la evangelización, la parroquia corre el riesgo de hacerse autorreferencial y de esclerotizarse, proponiendo experiencias desprovistas de sabor evangélico y de impulso misionero, tal vez destinadas solo a pequeños grupos”.

    “La renovación de la evangelización requiere nuevas tareas y propuestas pastorales diversi�cadas, para que la Palabra de Dios y la vida sacramental puedan alcanzar a todos, de manera coherente con el estado de vida de cada uno. De hecho, hoy la pertenencia eclesial prescinde cada vez más del lugar donde los �eles han nacido o se han criado, y se orienta más bien hacia una comunidad de adopción, donde estos hacen una experiencia más amplia del Pueblo de Dios, de un cuerpo

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    que se articula en muchos miembros, donde cada uno obra para el bien de todo el organismo (cfr. 1 Cor 12, 12-27)”.

    Ahora bien, “no podemos olvidar que “más allá de los lugares y de las razones de pertenencia, la comunidad parroquial es el contexto humano donde se realiza la acción evangelizadora de la Iglesia, se celebran los sacramentos y se vive la caridad, en un dinamismo misionero que – además de ser un elemento intrínseco de la acción pastoral – llega a ser el criterio de veri�cación de su autenticidad. En la hora presente, caracterizada a veces por situaciones de marginación y soledad, la comunidad parroquial está llamada a ser signo vivo de la cercanía de Cristo, a través de una red de relaciones fraternas, proyectadas hacia las nuevas formas de pobreza”.

    Esta realidad lleva al documento a a�rmar claramente que “es necesario identi�car perspectivas que permitan la renovación de las estructuras parroquiales “tradicionales” en clave misionera. Este es el corazón de la deseada conversión pastoral, que debe afectar al anuncio de la Palabra de Dios, la vida sacramental y el testimonio de la caridad; esto es, a los ámbitos esenciales en los que la parroquia crece y se conforma con el Misterio en el que cree”.

    Desde lo expuesto y la propia Escritura, la Instrucción pone de mani�esto el necesario protagonis-mo que la Palabra de Dios ha de tener en la comunidad parroquial, la celebración del misterio eucarístico como “momento sustancial de la constitución de la parroquia”, la pertinencia de redes-cubrir la iniciación cristiana, para lo cual propone abrir procesos de formación mistagógica y que la catequesis se presente como un anuncio continuo del Misterio de Cristo.

    Como recordaba el Papa Francisco, se requiere «llamar la atención acerca de dos falsi�caciones de la santidad que podrían desviarnos del camino: el gnosticismo y el pelagianismo. Son dos herejías que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que siguen teniendo alarmante actualidad». En el caso del gnosticismo, se trata de una fe abstracta, solo intelectual, hecha de conocimientos que permanecen lejanos a la vida, mientras que el pelagianismo induce al ser humano a contar solo con sus propias fuerzas, ignorando la acción del Espíritu.

    Obviamente, “en el misterioso entrelazarse de la acción de Dios y la del ser humano, la proclama-ción del Evangelio se lleva a cabo a través de hombres y mujeres que hacen creíble con su vida lo que anuncian”, en una red de relaciones interpersonales; una red de fraternidad.

    Por otro lado, en el estilo de ser discípulos misioneros es preciso poner en valor “la cultura del encuentro”. Ella “es el contexto que promueve el diálogo, la solidaridad y la apertura a todos, resal-tando la centralidad de la persona. Es necesario, por tanto, que la parroquia sea un “lugar” que favorezca el “estar juntos” y el crecimiento de relaciones personales duraderas, que permitan a cada uno percibir el sentido de pertenencia y ser amado.

    Para ello, entre otras cosas, el documento subraya que “la comunidad parroquial está llamada a desarrollar un verdadero “arte de la cercanía”. Si esta tiene raíces profundas, la parroquia realmen-te se convierte en el lugar donde se supera la soledad, que afecta la vida de tantas personas, así como en un «santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de cons-tante envío misionero».

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    El sujeto de la acción misionera y evangelizadora de la Iglesia es siempre el Pueblo de Dios en su conjunto. Al respecto, el papa Francisco recuerda que «La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y de la celebración», y a�rma que ella «es comu-nidad de comunidades». Los diferentes componentes en los que la parroquia se articula están llamados a la comunión y a la unidad.

    Al respecto, el papa Francisco se expresa, como señalamos al principio, así: «La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adap-tarse continuamente, seguirá siendo “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas”. Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. […] Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado su�cientes frutos, en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión».

    donde se encuentra con el rostro de Cristo misericordioso y con una Iglesia acogedora.

    La parroquia, como “santuario” abierto a todos y llamada a llegar a todos sin excepción, recuerda que los pobres y los excluidos siempre deben tener un lugar privilegiado en el corazón de la Iglesia. Como a�rmaba Benedicto XVI: «Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evange-lio». A su vez, el papa Francisco ha escrito que «la nueva evangelización es una invitación a reco-nocer la fuerza salví�ca de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos».

    En esta perspectiva, la iniciativa de “santuarizar las parroquias” se presenta como una hermosa posibili-dad. “No pueden ser ajenos a la parroquia el “estilo espiritual y eclesial de los santuarios” – verdaderos y propios “puestos de avanzada misionera” – caracteri-zado por la acogida, la vida de oración y el silencio que da descanso al espíritu, así como por la celebra-ción del sacramento de la reconciliación y el servicio a los pobres”. En este sentido, se puede decir que el santuario reúne el conjunto de características y de servicios que, análogamente, también una parroquia debe tener, representando para kuchos de los creyen-tes la meta deseada de su búsqueda interior y el lugar

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    Es igualmente pertinente recoger la llamada de atención que realiza en relación a la renovación y reestructuración, en la que, “la parroquia debe evitar el riesgo de caer en una excesiva y burocráti-ca organización de eventos y en un ofrecimiento de servicios, que no responden a la dinámica de la evangelización, sino al criterio de autoconservación”.

    A la hora de seguir profundizando en la valoración de las estructuras en vistas a la misión, parece certera la a�rmación de San Pablo VI, que sostiene que «la Iglesia debe profundizar en la concien-cia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio […] Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espí-ritu evangélico, sin “�delidad de la Iglesia a la propia vocación”, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo».

    La conversión de las estructuras, que la parroquia debe proponerse, “requiere en primer lugar un cambio de mentalidad y una renovación interior, sobre todo de aquellos que están llamados a la responsabilidad de la guía pastoral. Para ser �eles al mandato de Cristo, los pastores, y en modo particular los párrocos, “principales colaboradores del Obispo”, deben advertir con urgencia la necesidad de una reforma misionera de la pastoral”.

    Por otra parte, “teniendo presente cuánto la comunidad cristiana está vinculada con su propia historia y con sus afectos, cada pastor no debe olvidar que la fe del Pueblo de Dios está en relación con la memoria tanto familiar como comunitaria. Con mucha frecuencia, el lugar sagrado evoca momentos signi�cativos de la vida de las generaciones pasadas, rostros y eventos que han marca-do itinerarios personales y familiares. Para evitar traumas y heridas, es importante que los proce-sos de reestructuración de las comunidades parroquiales y, a veces, también diocesanas, se reali-cen con �exibilidad y gradualidad”.

    Esta renovación, por supuesto, “no solo concierne al párroco, ni puede ser impuesta desde arriba, excluyendo al Pueblo de Dios. La conversión pastoral de las estructuras implica la conciencia de que «el Santo Pueblo �el de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo. En consecuencia, es evidente cuán oportuno es superar tanto una concepción autorreferencial de la parroquia, como una “clericalización de la atención pastoral”.

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    El obispo Pablo Modesto, en un interesante artículo en la revista Misión joven, a partir de Evangelii Gaudium realiza siete propuestas de criterios pastorales que pueden perfectamente ayudar a renovar la pastoral parroquial.

    Primera propuesta: Pasar de una actitud de “sentirse obligado” a una actitud de “disfrutar”, de vivir en un gozo espontáneo y sostenido.

    “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una cuaresma sin Pascua… Reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias, a veces muy duras… pero perma-nece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser in�nitamente amado,

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    más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves di�cultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a desper-tarse, como una secreta, pero �rme con�anza, aún en medio de las peores angustias”(EG 6).

    Segunda propuesta: Pasar de una actitud de “hacer y actuar de manera compulsiva” a una actitud de “cuidado y preocupación mutua”, o sea, una comunidad de servidores y seguidores de Jesús.

    “Como hijos de esta época, todos nos vemos afectados de algún modo por la cultura globalizada actual que, sin dejar de mostrarnos valores y nuevas posibilidades, también puede limitarnos, condicionarnos e incluso enfermarnos. Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales, lugares donde generar la propia fe en Jesús cruci�cado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la �nalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales…” (EG 77).

    Tercera propuesta: Pasar de una actitud “eclesiocéntrica y de autoreferencial” a una actitud “con-templativa”, de ojos abiertos para reconocer la presencia de Dios en la sociedad.

    “Necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas. La presencia de Dios acompaña la búsqueda sincera que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo del bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe no debe ser fabricada sino descubierta, desve-lada. Dios no se oculta a aquellos que lo busca con corazón sincero, aunque lo hagan a tientas, de manera imprecisa y difusa” (EG 71).

    Cuarta propuesta: Pasar de una mentalidad de “una Iglesia que ayuda a los pobres” a la mentali-dad de “una Iglesia pobre, con y para los pobres”.

    “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que se hizo pobre (2Co8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del sí de una humilde muchacha de un pueblo perdido en la periferia de un gran imperio” (EG 197). Con la mirada puesta en los últimos, la comunidad parroquial evangeliza y se deja evan-gelizar por los pobres, redescubriendo así la implicación social del anuncio en sus diferentes ámbitos, sin olvidar la “regla suprema” de la caridad, en base a la cual seremos juzgados.

    Quinta propuesta: Pasar de “vivir en la idea”: la palabra, la imagen…, para “vivir encarnados en la vida”: fundamentados en la realidad.

    “La realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los

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    purismos angélicos, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría” (EG 231).

    Sexta propuesta: Pasar de “cuidar la oveja que queda dentro del redil”, a “salir al mundo” a invitar, convocar, evangelizar a las 99 que están fuera.

    “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios. El lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (EG 27). Séptima propuesta: Pasar de “espiritualidad fatalista”, descon�ada y cerrada, a una “espiritualidad animada, fortalecida y guiada por el Resucitado y su Espíritu”.

    “Si pensamos que las cosas no van a cambiar, recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte, y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive. De otro modo: si Cristo no resucitó nuestra predicación está vacía (1Co 15,14). El evangelio nos relata que cuando los primeros discípulos salieron a predicar, el Señor colaboraba con ellos y con�rmaba la Palabra (Mc 16,20). Eso también sucede hoy. Se nos invita a descubrirlo, a vivirlo. Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda” (EG 275).

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    En síntesis, la parroquia no es una estructura caduca, pero desde lo mucho bueno que aporta a la evangelización y sus posibilidades reales ha de proseguir en su proceso de conversión y reforma. Como a�rma el obispo Amadeo Rodríguez, “un primer paso, que dará la parroquia para la conver-sión que se le pide, será el de ponerse a la altura de la situación social, cultural y religiosa del momento presente; al que ha de mirar con fe y con�anza en el Señor. Por ahí ha de empezar una reconversión que la rejuvenezca y la aleje de sus posibles viejos errores y vicios, que de todo puede haber cuando se cae en la rutina y en la burocracia. Para dar este primer paso, la vida de la parroquia ha de situarse en lo esencial: será comunidad convocada en torno a la Mesa de la Pala-bra y de la Eucaristía. La comunidad parroquial ha de tomar clara conciencia del protagonismo de la Palabra y de que la Celebración Eucarística es sustancial para su vida y misión”.

    Hace años tuvimos la oportunidad de vivir en la diócesis un curso entero dedicado a la parroquia. Su vida y misión sigue siendo una cuestión apasionante y urgente. No partimos de cero, el Espíritu sigue guiando a la Iglesia, el servicio de párrocos y de tantas mujeres y hombres de la vida consa-grada y laicado, nos precede y alienta en el camino de esta hora. En este proceso continuo, esta-mos llamados a pasar de una pastoral de planes a una pastoral de actitudes. No podemos quedar-nos en una buena organización pastoral, sino que es necesario que partamos de una mística común, que marque el horizonte hacia dónde dirigirnos.

    Y es que solo si acentuamos la primacía de la gracia y también de las actitudes, del estilo que permanece en el tiempo, podremos caminar hacia el estado permanente de misión, sobre el que tanto hemos profundizado durante la Misión Diocesana. Nuestra tarea más urgente en cada comunidad, quizá sea poner la misión como clave interpretativa de toda la acción pastoral.

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    La reforma de la parroquia es la primera concreción que el papa hace al tratar de la renovación de las estructuras. Eso ya indica que él piensa también en la Parroquia como la manifestación de Iglesia más cercana a la gente, cuestiones sobre las que profundiza en Evangelii Gaudium 28. Explica que, aunque la parroquia no es una estructura caduca, sí es cierto que debe reformarse y adaptarse continuamente, y que “el llamado a la revisión y renovación de las parroquias no ha dado todavía su�cientes frutos”.

    De la misma forma, expone tres ámbitos en los que la renovación de la Parroquia no ha dado aún frutos su�cientes, y que son los que exponemos a continuación.

    Por tanto, te invitamos a que hagas una evaluación sobre cómo se están concretando estos tres ámbitos en tu realidad parroquial, tratando de analizar cómo suceden, las acciones existentes que se están haciendo adecuadamente y hay que reforzar, los aspectos susceptibles de mejorar, los recursos disponibles y los que serían necesarios...

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    A) Cercanía a la gente B) Comunión y participación C) Orientación a la misión

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    Vamos a dedicar un tiempo en casa a re�exionar sobre cómo ir avanzando la comunidad parro-quial de modo que vayan disminuyendo los noes, y aumentando los síes.

    ¿QUÉ ES Y QUÉ NO ES UN PARROQUIA?

    NO ES…

    SÍ ES...

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    BERZOSA MARTÍNEZ, RAÚL, Saber discernir en tiempos de coronarivus, Vida Nueva nº 3189, 23-30, agosto 2020.

    INSTRUCCIÓN LA CONVERSIÓN PASTORAL DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL AL SERVICIO DE LA MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA, Congregación para el clero, 2020, https://press.vati-can.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2020/07/20/inst.html

    JARAMILLO RIVAS, PEDRO, Evangelii gaudium en clave de parroquia misionera, PPC, Madrid 2015.

    KASPER, SALVER Y AUSTIN, GERORGE (EDS), Dios en la pandemia, Sal Terrae, Cantabria, 2020.

    MODESTO GONZÁLEZ, PABLO, La parroquia no es una estructura caduca, Misión joven, Nº 478, 5-14, noviembre 2016.

    PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DEL VALLE, La renovación de la parroquia en el contexto de la reforma de estructuras, http://parroquiavalle.archimadrid.es/documentos/Renovacion16.pdf.

    UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA, Algo está naciendo y algo muere en nuestra iglesia, Verbo Divino, Navarra 2019.

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